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Doris Sommer, El arte-obra en el mundo

Traducción parcial de Javier Suárez

Prólogo. Bienvenido de nuevo

Larry Summers era todavía el rector de la Universidad de Harvard, pero ya daba


muestras de su nerviosismo por mantenerse en el cargo cuando le informé sobre las
intenciones de nuestra Iniciativa de Agentes Culturales para restaurar la responsabilidad
cívica en la educación de las Humanidades. Después de que hubiera especulado
públicamente sobre las limitadas aptitudes de las mujeres en las ciencias, los días de
Larry como presidente estaban contados y algunos de nosotros le fuimos añadiendo una
preocupación tras otra. Además del sexismo, nos preocupaba el futuro de las
humanidades. Mientras que las disputas sobre las carreras de ciencias desataron una
disputa internacional, los menguantes presupuestos para las artes y las humanidades
apenas provocaban alguna queja que otra; las disciplinas empíricas iban explosionando
al tiempo que las creativas se iban congelando de manera peligrosa. A pesar de algún
acopio anímico que íbamos consiguiendo para defender las artes y la interpretación, el
clima corporativo de la enseñanza superior continuaba desalentadoramente frío. Mi
estrategia inicial con el presidente Summers fue tratar de despertarle alguna
preocupación por la educación de las humanidades avivando una defensa pragmática.
En realidad no había nada que perder, a no ser que fuera para la aprensión académica el
hecho de colocar en la misma frase arte y responsabilidad. Después de todo, estaba
segura de contar con la eficacia de Larry para resolver problemas; además, tenía de mi
lado una larga tradición de democracia que se desarrolla hombro con hombro con la
estética.1

―Conoce bastante bien Latinoamérica ―comencé.

―Sí ―asintió.

―De acuerdo. Imagine que sale elegido alcalde de Bogotá, Colombia, en 1995, la
ciudad más violenta, caótica y corrupta del hemisferio. ¿Qué haría?

Larry pensó en la situación: la estimulación económica no daría resultado en aquel caos,


pues las nuevas inversiones acabarían en los bolsillos de los traficantes de droga.
Aumentar las fuerzas policiales tampoco funcionaría porque esas fuerzas corruptas ya

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estaban en la nómina de los traficantes y lo que se conseguiría sería una escalada de la


violencia. También admitió que los remedios convencionales habrían sido estériles.
Larry entonces dijo algo impropio de él:

―No sé lo que habría hecho.

Fue entonces cuando le conté las historias de Antanas Mockus, el genial alcalde de
Bogotá y del legendario artista brasileño Augusto Boal. Mockus abordó las aparentes
condiciones incurables de su ciudad de manera creativa: «Qué haría un artista», fue su
lema. Si eso no daba resultado, otro humanista llegaba al rescate: «Cuando te estancas,
reinterpreta». Lo primero que hizo Mockus fue reemplazar los agentes policiales de
tráfico corruptos por mimos, que convirtieron los cruces de semáforos y calles en
soportes para la diversión colectiva. Después pintó las carreteras de las calles con
estrellas fugaces que marcaban los lugares en los que había ocurrido una muerte.
«Vacunó» a los ciudadanos contra la violencia y siguió sacándose de la manga
actuaciones colectivas de cultura cívica. Entre los efectos acumulados de sus
invitaciones al juego por toda la ciudad se cuentan la reducción de accidentes de tráfico
mortales a más de la mitad, un descenso de casi el 70% de homicidios y un aumento
triplicado de los impuestos empleados para los servicios públicos.2 Mockus es el
ejemplo de alcalde que se convirtió en artista e intérprete para hacer revivir una gran
ciudad desde arriba hacia abajo.

Boal trabajó de abajo hacia arriba como artista teatral y teórico. Tras ser elegido
miembro del gobierno de la ciudad, escenificó coproducciones públicas de la vida
urbana, entre las que incluyó un «teatro legislador». También se dio a conocer
internacionalmente con su idea de formar facilitadores como especactores que
representaban problemas para luego improvisar soluciones para los conflictos,
enfermedades mentales o leyes injustas. Por medio de talleres y libros, Boal convertía el
entrenamiento de la actuación teatral en principios generales de desarrollo social y
psicológico. Tanto el alcalde «de arriba hacia abajo» como el artista de «abajo hacia
arriba» conectaron la creatividad con la interpretación humanística de maneras que los
han convertido en modelos de agentes culturales. Ambos son maestros en la doble
acepción de artista y profesor, creador y filósofo. Mockus y Boal sabían que arte e
interpretación se solapan con la educación cívica cuando trataron las ciudades que
regían como sus propias aulas.
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Larry quedó impresionado; y espero que usted también, no sólo con los artistas que
promueven cambios positivos desde abajo hacia arriba o de arriba hacia abajo, sino
también con lo co-artistas de campos afines que ayudan a trasladar las buenas ideas en
prácticas duraderas.

Un comienzo

El Arte Obra en el Mundo se inspira en aquellos proyectos artísticos que merecen una
reflexión sostenida mayor a la obtenida. Son trabajos creativos a mayor y menor escala
que se transforman en innovación institucional. Reflexionar sobre ellos se antoja una
tarea humanística en cuanto que las humanidades instruyen la interpretación del arte
(ayudan a identificar puntos de vista; a prestar atención a la técnica, al contexto, a los
mensajes en competencia; y a evaluar los efectos estéticos). Parte de la tarea consiste en
guiar a las personas hacia juicios desinteresados y libres. Esta facultad para hacer una
pausa y retroceder con el fin de evaluar es básica en todas las disciplinas; sin embargo,
el área de la estética es la mejor escuela de formación para la emisión de juicios. La
razón es sencilla: decidir si algo es bello requiere responder a una experiencia intensa
sin obedecer a principios establecidos, por lo que esta decisión está libre de prejuicios.
Un juicio estético es un ejercicio enmarcado en una evaluación imparcial, una
implementación tan necesaria en las ciencias y la educación cívica como en las artes.
Ésta es la razón por la que la enseñanza de las humanidades representa una contribución
fundamental a la investigación general y al desarrollo social. 3 (Véase capítulo 3, «Arte y
responsabilidad».) Fomentar el libre pensamiento es una extensión de la formación de la
apreciación del arte y del mundo que crea y mejora. Por tanto, la interpretación del arte,
llegando a percibir su poder para moldear el mundo, puede estimular y apoyar cambios
urgentes y necesarios. No se trata de una desviación de los mecanismos de la
humanística hacia la producción y la recepción del arte: es una consecuencia y un
regreso a la educación cívica.

Haríamos bien en considerar los efectos expansivos del arte, desde el hecho de producir
placer hasta aquel que consigue desencadenar innovaciones. Y el mero reconocimiento
de esas obras artísticas ya nos convierte en agentes culturales: todos aquellos que crean,
comentan, compran, venden, reflexionan, distribuyen, decoran, votan (o no votan) o

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desarrollan un modo de vida social o cultural específicamente construido son agentes


culturales. Los humanistas, sin embargo, pueden cumplir la importante tarea de
mantener la estética en el foco de atención, pensando con los estudiantes y lectores
sobre esos momentos encantadores de placer espontáneo que facilitan percepciones
originales y fomentan nuevos acuerdos. Las personas aparentemente más prácticas
pueden pasar con rapidez por encima del placer como si éste fuera una tentación para
desviar el curso de la razón. Parece que estamos poseídos por una superstición
weberiana que nos dice que el disfrute está cerca del pecado y no es más que un escollo
para el desarrollo4. Sin embargo, Mockus y otros agentes culturales nos dan una lección
que muestra que el placer es también una dimensión necesaria para el cambio social
sostenible (Véase Capítulo 1, “Desde arriba”).

La pregunta apropiada, pues, sobre los agentes culturales no es si lo ponemos en


práctica, sino si lo hacemos de manera intencionada, qué fin perseguimos y qué efecto
buscamos. Agente es un término que deja constancia de los pequeños cambios de
perspectiva y práctica que Antonio Gramsci describió como posicionamientos de guerra
en los que intelectuales orgánicos ―incluyendo artistas e intérpretes― lideran
movimientos encaminados a cambios colectivos. 5 No nos sirve la indulgencia de
inmiscuirnos en sueños románticos que rehagan el mundo; tampoco nos es útil dejar de
soñar por completo y dejarnos atrapar por el escepticismo. Ubicada entre las fantasías
frustradas y la desesperación paralizante, la agencia cultural es una modesta y firme
llamada a la acción creativa, pequeña pero en continuo movimiento.

El arte, estéticamente hablando, no tiene por qué ser constructivo, ni bueno o malo.
Desde el punto de vista político, los artistas pueden ser progresistas, reaccionarios o
ubicarse entre medias.6 Sin ser útil o inútil por necesidad, el arte sí que es provocador,
posee una pizca de ingobernabilidad y contiene una inagotable fuente de energía.
Provoca muchas y variadas vetas interpretativas, lo que otorga libertad de elección a los
críticos a menos que se produzcan interferencias extra artísticas. La agencia cultural no
ocuparía buena parte de mis esfuerzos interpretativos si el devastado mundo actual no
tuviera la necesidad urgente de intervenciones constructivas y si no hubiera tensiones
que apuntan a nuevos conflictos (sobre raza, género, clase social, religión, lengua,
drogas, fronteras, bancos, agua, petróleo). En mejores circunstancias, los proyectos
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artísticos que aquí se presentan quizá ni habrían existido, ya que responden a


condiciones aparentemente incorregibles. Pero existen y han existido: proyectos
intrépidos que interrumpen esas condiciones negativas y estimulan la colaboración. Les
invito a compartir las barreras y el entusiasmo, a acompañar los brillantes movimientos
que cruzan y entrecruzan los puntos de referencia inestables entre el arte y todo lo
demás.

Al igual que la crítica del arte de Lucy Lippard, que comparte ambiciones
revolucionarias con los Conceptualistas de Nueva York, El Arte Obra en el Mundo se
acompaña de grandes artistas con el fin de descubrir patrones capaces de inspirar un
aprendizaje creativo;7 y como la pragmática recomendación de John Dewey para
promover la creación de arte de manera ampliada con el fin de apuntalar la democracia,
este libro da a conocer las contribuciones creativas de muchos participantes activos,
desde filósofos a estetas, pasando por granjeros.8 Observar a los maestros puede ofrecer
a los nuevos agentes generalizaciones sacadas de esos tanteos y apuntalar la
interpretación humanista con cuestiones provocadoras. Muchos artistas hoy en día
alinean arte y responsabilidad, como los casos paradigmáticos de Alfredo Jaar, Krzystof
Wodizco y Tim Rollins. Maestros admirables como estos consideran las dimensiones
prácticas de la respuesta de su público con su arte. ¿No debería considerarse esa
cuestión también para la interpretación? Si los humanistas piden procesos creativos y
reconocen la interpretación como un acto creativo, parece sensato hacer una pausa junto
a los artistas y considerar cuál es el papel de la interpretación en el mundo. 9 Todo esto
depende mucho de cómo leamos la literatura, los objetos y los hechos cuyos
comentarios a menudo también determinan los efectos del arte. “No hay nada bueno ni
malo; es el pensamiento los que los hace una cosa u otra.” (Hamlet, 2,2).

Hace más de una década, mientras el número de alumnos con talento que abandonaba
los estudios de literatura en busca de algo “útil” (economía, política, medicina) iba en
aumento, me paré a pensar sobre la decepción que esto me suponía. La pérdida es un
sentimiento familiar para el humanista, y el hecho de haber dejado de preguntarme me
hizo pensar en lo que supone quedarse atrás. ¿Es inútil lo que enseñamos? Está claro
que podemos defender, y así lo hacemos, la literatura como un asunto serio. Al igual
que otras artes, la escritura creativa moldea nuestras vidas al generar supuestos, deseos
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privados y ambiciones públicas. En lo más profundo de las prácticas humanas ―desde


la construcción de naciones a la salud pública y desde las relaciones íntimas a los
derechos y recurso humanos― el arte y la interpretación traen consigo intereses
particulares y exploran nuevas posibilidades. Estas valiosas y estables respuestas no
eran suficientes para persuadir a los estudiantes de que no abandonaran ni para que los
gestores universitarios prorrogaran el apoyo económico.

Las respuestas subsiguientes son abiertamente personales y son las que dan la forma
particular a este libro. Los proyectos admirables que tuve la fortuna de presenciar y las
modestas incursiones que trato de delinear aquí conforman el objetivo de esta
exploración individual de una oportunidad colectiva: vincular la interpretación con las
artes comprometidas y de esta manera refrescar la vocación cívica en la educación de
las humanidades. Los agentes culturales se forman de manera individual y yo ofrezco
mi visión como una más. El enfoque de Friedrich Schiller a la hora de formar artistas e
intérpretes en la construcción de las libertades políticas a través de prácticas estéticas
indirectas era hacerlo de uno en uno. Dirigió sus Cartas sobre la educación estética del
hombre (1794) a un solo lector y defendió la tutorización individual con el fin de
multiplicar así las generaciones de discípulos. Yo me encuentro entre ellos. Desde el
primer al último capítulo, una hebra teórica teje los comentarios de los diferentes
proyectos estudiados y concluye con una renovada apreciación del maestro Schiller,
artista y docente. Los estudiantes que iban abandonando las humanidades en busca de
trabajos más prácticos no debieron encontrar todo esto evidente, quizá porque la tarea
del arte en el mundo todavía no se encuentra en el corazón de una disciplina académica
que se mantiene escéptica y pesimista.

El pesimismo ha sido gratificante intelectualmente en un mundo en el que,


admitámoslo, las disparidades aumentan, las guerras se multiplican y los recursos
naturales se desvanecen. Uno se siente bien cuando tiene razón. Sin embargo, el
optimismo por naturaleza, que va más allá de la desesperación de la razón, conduce a
compromisos sociales y a contribuciones sociales.10 Enseñar la desesperanza a jóvenes
se me antojaba no sólo tedioso sino también irresponsable si lo comparaba con la
posibilidad de defender ante ellos el papel del agente cultural. Esta defensa incluía el
aprendizaje de aquellos artistas que realizan su trabajo con riesgos. En un experimento,
ensamblé un programa artístico de alfabetización creado para comunidades

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desprotegidas, empleando clásicos literarios como pre-textos para crear un cuadro, un


poema o una pequeña composición musical. Tanto si en los talleres participan niños,
estudiantes graduados o ciudadanos de a pie, los integrantes experimentaban la cercanía
de la creatividad y el pensamiento crítico (Véase Capítulo 4, “Pre-Textos”).

Otra aventura vivida es un curso que organizo en Harvard dentro el programa de


Educación General llamado Agentes Culturales. Los ponentes invitados combinan el
arte con otras profesiones (medicina, derecho, economía, ingeniería y política) para
conseguir trabajos admirables.11 Admirable, aprendí del alcalde Mockus, es el
sentimiento básico de la ciudadanía, y es un término que empleo en su sentido de
participación más que de estatus legal (Véase Capítulo 1, “Desde arriba”). Un médico y
fotógrafo “se enamora de nuevo” de sus pacientes a través de los retratos que hace; un
abogado especializado en derechos humanos se convierte en un paisajista para crear una
alternativa sostenible al tráfico de drogas; un ingeniero bioquímico crea un laboratorio
artístico científico para indicar que las dos actividades caminan de la mano. El curso
incluye una feria en la que los artistas activistas y los estudiantes se lanzan problemas
unos a otros, forman colectivos y rediseñan reformas legislativas y reorganizan la
distribución de las producciones locales y los perfiles raciales, afrontan los casos de
violaciones, los problemas de la conservación de la energía, etc., etc.

Experiencias como éstas, inspiradas en las humanidades, están reestructurando los


currículos de las humanidades comprometidas, igual que los de las escuelas de medicina
y economía e incluso los de programas recién nacidos como el de liderazgo público.
Está claro que las humanidades tienen un papel importante en estas y otras
colaboraciones de las universidades y de las instituciones civiles. La vida ciudadana
depende de la formación estética a la hora de desarrollar imaginación y opinión; y esta
formación en el pensamiento libre es lo que los humanistas dicen que hacen. Un buen
comienzo.

Fuera del límite

La variedad de proyectos que menciono aquí (mimos que dirigen el tráfico; teatro
legislativo; orquestas de música clásica formadas por niños pobres; un bombardeo de
posters que rompe el silencio del SIDA; la pintura de los edificios de una ciudad para
hacerla revivir; basureros convertidos en publicistas; o los que usted quiera añadir)

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comparte un parecido familiar. Todos ellos comienzan como obras de arte que tratan de
llamar la atención sobre asuntos particulares, aunque ninguno de ellos acaba ahí, 12 sino
que terminan desplegándose en prácticas institucionales que escapan del ámbito
artístico. La interpretación humanística está ante una buena oportunidad para rastrear
esos despliegues y poder conjeturar sobre esas dinámicas y así alentar nuevas
iniciativas. Esto supondría participar en actividades que se alejen del “texto” u obra
artística al tiempo que mantienen el rigor intelectual y la necesaria cautela de la lectura
exhaustiva humanística. Entre los logros artísticos que exigen una lectura exhaustiva se
encuentran los proyectos pragmáticos (en derecho, medicina, prevención criminal,
desarrollo económico) alimentados por esa energía perturbadora llamada arte. Rigoberta
Menchú, por ejemplo, es conocida como activista, feminista y defensora de los derechos
humanos en términos absolutamente temáticos y antropológicos, que en ningún
momento se plantean por qué su testimonio sobre la guerra en Guatemala, publicado en
1984, fue tan efectivo desde el punto de vista político. Sin embargo, una lectura retórica
de esa obra nos revela una estrategia literaria formidable y una dimensión muy
significativa de su persuasivo liderazgo. Es una lección sobre el estilo que merece la
pena aprender.13

La agencia cultural, necesariamente híbrida, requiere de la colaboración de diversas


habilidades que transporten los modelos sociales improductivos y manidos hacia unas
intervenciones fuera de lo convencional. Los materiales combinados resultantes del arte
impredecible y de las instituciones extra artísticas obviamente no tienen cabida en una
disciplina de estudio estandarizada. Por una parte las ciencias naturales y sociales
pueden llegar a admitir programas eficaces, pero con seguridad pasarán por alto el
hecho de que el arte puede ser compañero de viaje de los avances económicos, jurídicos
o de salud pública y, por tanto, perderán un motor de eficacia social; 14 por otro lado, es
probable que los humanistas preocupados por defender el arte por el arte se olviden de
sus efectos sociales a pesar de que lo que estos en realidad hacen es autentificar el valor
estético.

Esta discordancia entre la pragmática y la estética es doblemente debilitadora, pues el


“posible adyacente” debe contar con la combinación de ciencia y arte. 15 El desarrollo

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requiere de la imaginación y la crítica que el arte cultiva; y el arte prospera ante retos de
adaptación que provocan los sistemas en crisis y que exigen nuevas formas de
actuación. Desarrollar creaciones híbridas equivale a dar un paso más allá de las
prácticas establecidas y vincularlas con experimentos creativos. Deseo estimular la
interpretación arriesgada, aprender una lección de la creación del arte en la que uno se
manche las manos por el ensayo y el error. “Inténtelo de nuevo. Fracase de nuevo.
Fracase mejor”, es el mantra de un artista (formulado por Samuel Beckett). Los buenos
profesores asumen riesgos, dice Paulo Freire al comienzo de su libro Pedagogía del
oprimido, con una contundente cita de Hegel: “Solamente arriesgando la vida se obtiene
la libertad”.16

El potencial para construir un apoyo generalizado a la educación de las humanidades


debería venir de la creación de incentivos para sacar la interpretación artística de los
límites solitarios y llevarla a colaboraciones entre colegas y compañeros de la
comunidad. Es lo que nos hace falta. La interpretación humanística puede servir de
patio multidisciplinar (para las ciencias políticas, la economía, la ecología, la medicina,
etc.) en el que se requiere un paquete de habilidades para colaboraciones híbridas que a
su vez sean capaces de producir cambios sociales.

Un todavía irregular pero animoso movimiento llamado Humanidades Comprometidas


se arriesga en la exploración de lo que la educación cívica significa para la educación
liberal.17 Más allá de lo que los programas de las Humanidades Públicas realizan (llevar
eventos y servicios culturales a las comunidades circundantes), los programas de las
Humanidades Comprometidas y la Enseñanza Pública dan entrada a las colaboraciones
de los propios artistas. En la actualidad, un buen número de universidades
―coordinadas por el consorcio nacional Imaginemos América: Artistas y Académicos
en la Vida Pública― promueve coproducciones entre diferentes socios.18 (Véase
también la Community Arts Network y la Animating Democracy´s Project Profile
Database.) Un punto de partida para alejarse de la convención es diseñar proyectos
artísticos que tengan efectos sociales reales y que apenas tendrían cabida en las
disciplinas académicas existentes; otro sería aprender de los proyectos en los que la
actividad creativa ―como la enseñanza― conlleva consecuencias que nos hacen
responsables.
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Paréntesis abierto

La atención al trabajo artístico en el mundo solía ser un requisito en la educación. A


pesar de los cambios, el humanismo comprometido continuó como piedra angular para
la educación cívica hasta una reciente, prolongada y pesimista caída. (Véase Capítulo 3
“Arte y Responsabilidad”.) Resumamos: hace unos cincuenta años los efectos
instrumentales del arte se convirtieron en anatema para muchos estudiosos de las
humanidades que, en su retirada de un desagradable mundo posbélico de ideologías e
intereses agresivos, dejaron de lado los asuntos sociales. Para salvaguardar la libertad
estética, la belleza y la imparcialidad, estos humanistas abandonaron el optimismo
arriesgado que arrastran la responsabilidad civil y la educación. La ausencia de
propósito del arte se convirtió en la auténtica vara de medir su autenticidad. Los
defensores del arte por el arte invocaron a Immanuel Kant para fundamentar su
apreciación desinteresada de la belleza; sin embargo, emplear a Kant para eliminar el
propósito trunca el ambicioso proyecto del pensador alemán, porque en último término
el suyo era un proyecto cívico en el que la ausencia de propósito es un primer paso en el
camino hacia el encuentro de nuevos acuerdos sobre la finalidad colectiva. Para su
pupilo Friedrich Schiller, la desviación estética era también una invitación/obligación
para conseguir nuevas formas cuando las antiguas causaban conflictos. En el inestable
mundo moderno nadie se escapa simplemente observando.

Los paréntesis que aíslan la estética de la educación cívica se pueden abrir con
provocaciones provenientes de proyectos modélicos y de la interpretación de los
clásicos de las humanidades, comenzando, por ejemplo, con las Cartas de Schiller.
Escritas durante la Revolución Francesa, las Cartas advierten del peligro de precipitarse
hacia la razón porque la libertad se obtiene sólo de manera indirecta, a través de la
belleza y el arte. La educación estética a gran escala permitiría al público en general
imaginar, jugar, hacer una pausa para encontrar un juicio desinteresado y, después,
“cortejar el acuerdo”.19 Trabajar y pensar sobre el arte pueden triunfar sobre la razón
inflexible, que a menudo no es más que una tapadera para la ideología. Artistas-
ciudadanos juiciosos saben cómo arrebatar nuevas creaciones a los conflictos;
consiguen la libertad desde dentro de esos conflictos y reconocen las libertades que
otros artistas exhiben. Como poeta y filósofo, Schiller se movía entre el arte y la
interpretación, la imaginación y el entendimiento, con el fin de tejer una estructura

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social resistente y unificadora. Aunque mencionaré otros mentores e intérpretes del arte
que obra en el mundo ―Wilhelm von Humboldt, Viktor Shklovsky, John Dewey,
Hannah Arendt, D.W. Winnicott, Paolo Freire, Antonio Gramsci, Jürgen Habermas,
Edward Said, Jacuqes Rancière, Martha Nussbaum, Grant Kester y Paul Bloom, entre
otors― es Schiller quien da las puntadas al tejido con su atrevida proposición de que la
creatividad y el juicio estético son los cimientos de la democracia. ¿Está listo para el
aprendizaje?

Puede que El Arte Obra en el Mundo se haya interesado más en proyectos artísticos
fascinantes y haya dejado un tanto de lado la interpretación. Con toda seguridad estos
proyectos le cautivarán por la sorpresa y el placer de que son socialmente efectivos,
mientras que los comentarios que los acompañan, en comparación, parecerán
deslucidos. Analizar la interpretación humanística puede parecer “extemporáneo”, por
citar a Schiller en un comentario sobre la educación estética durante el Gobierno del
Terror francés, en una época en la que los departamentos universitarios de humanidades
o bien menguan o directamente desaparecen. Para agravar las amenazas externas de los
recortes presupuestarios, la caída de las matrículas y la escasez de puestos de trabajos
del mercado laboral, las campañas internas de los estudios culturales sobre los análisis
formalistas (retóricos, genéricos y estilísticos) de la interpretación humanística
incrementan todavía más la impaciencia. Pero si es útil o interesante leer un libro sobre
intervenciones artísticas en situaciones sociales complicadas, es porque los libros
pueden recoger casos prácticos y principios abstractos, tal como hace Boal en sus
escritos. Los buenos catálogos también lo consiguen.

“Sólo aprehendemos la trascendencia completa de una obra de arte cuando


completamos en nuestros propios procesos vitales los que el artista completó al realizar
esa obra. El crítico tiene el privilegio de compartir este proceso activo. Lo malo es que
con mucha frecuencia lo que hace es impedirlo.” 20 Estas son las palabras con las que
John Dewey acaba su libro El Arte como Experiencia. ¿Por qué “impedir” ese trabajo de
crítica creativa que apoya la democratización de las transacciones del arte? Dewey el
pragmático entendía que el pragmatismo requiere educación; después se dio cuenta de
que la educación necesita del arte y éste interpretación. A través del arte redefinimos la
experiencia y los prejuicios fuera de lugar y refrescamos nuestra percepción de lo que
existe para que nos parezca novedoso y merecedor de nuestra atención; y a través de la

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interpretación humanística compartimos el efecto cívico. La pericia interpretativa puede


llevarnos a emitir juicios más sensatos, a apreciar el contexto histórico y a
comunicarnos con mayor eficacia.

Los artistas piensan de manera crítica con el fin de interpretar de nuevas formas material
ya existente. ¿Cómo, si no, se puede llegar a imaginar y luego poner en práctica un
proyecto que incluya desarrollo social, político o económico? Y la interpretación es el
agente del arte que conduce los irregulares pasos de la libertad artística hacia el bien
público, estimulando de esta manera un mayor recorrido. Estos pasos, que no dejan de
oscilar entre la creatividad y el propósito social, ahora incluyen tecnologías digitales,
investigación aplicada y colaboraciones con instituciones públicas; desarrollan nuevos
objetivos, rutas y diversiones como parte de la agencia artística en geografías conocidas
y desconocidas para la Europa Ilustrada.

El pensamiento crítico es tanto una condición como un complemento para la creación


del arte ―creación del mundo según el pragmático y democratizador sentido del arte
como experiencia de Dewey― que desencadena una exploración y experiencia
mayores. A partir de Schiller, Dewey identificó a todos los ciudadanos activos como
artistas. Esto era un planteamiento radical en el siglo XVIII y también en la década de
1930, cuando Dewey inspiró los programas de empleo masivo de Franklin Delano
Roosevelt para pintores, actores, escritores y músicos (Véase Capítulo 1 “Desde
arriba”). En la actualidad, la línea filosófica que conecta arte y libertad la ha recuperado
Jacques Rancière, quien defiende un “régimen estético” político. Por régimen estético
entiende la consciencia de que la vida está formada de construcciones artificiales que
han de ajustarse continuamente con mayores y más amplias creaciones artísticas.21

A pesar de que las universidades todavía asignan importantes, aunque cada vez más
escasos, presupuestos para las humanidades, quizá podríamos refrescar la educación
estética como una parte del desarrollo social. Esta dimensión cívica debería ir más allá
de la establecida investigación sobre las ventajas académicas de la enseñanza a través
del arte. Desde los espectaculares logros de comienzos del siglo XX de María
Montessori con niños italianos desfavorecidos, hasta los recientes e impresionantes
resultados educativos de Finlandia y Corea del Sur y la creación artística para mejorar la
investigación en universidades estadounidenses, el desarrollo cognitivo ha dado

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muestras de los beneficios de la creatividad.22 La educación estética también sirve a la


industria apoyando la innovación, la reorganización y la comunicación. Las escuelas de
negocios están comenzando a explorar estas conexiones y a comprender que la
dirección de empresas es tanto arte como ciencia.23 Pero más allá de los negocios y el
conocimiento académico, la educación estética tiene un papel esencial en el trabajo
social.24 Aprender a pensar como artista o intérprete es una formación básica en los
tiempos volátiles en los que vivimos. Junto a los artistas profesionales, los intérpretes
somos agentes culturales cuando exploramos el arte como “nuestro mayor recurso
renovable” con el fin de afrontar los retos esenciales del mundo como las enfermedades,
la violencia o la pobreza.25

Adelante

A aquellos lectores a quienes pudieran molestar los lindes en los que arte y
responsabilidad se encuentran, ansiosos por mantener al menos el arte alejado de
propósitos instrumentales, ruego indulgencia y les pido que continúen la lectura. Quizá
la renovada posibilidad de que el arte y la interpretación tengan un papel importante
ayudará a que estos lectores cambien de opinión; o quizá lo harán las conexiones
históricas entre humanismo y vida pública; o puede que lo hagan los fascinantes
proyectos nómadas que siguen las ondas del efecto estético. Los capítulos que siguen
comienzan con casos notables de arte que obra en el mundo y siguen con mis
reflexiones sobre las responsabilidades cívicas antes de pasar a responder personalmente
sobre la oportunidad/obligación de actuar como agente en mi trabajo diario como
docente. Con el fin de sellar los diferentes casos y consideraciones explorados, el libro
finaliza con Schiller, reenviando sus Cartas, el “manifiesto insuperable” sobre el arte
que obra en el mundo.26

El Capítulo 1, “Desde arriba”, explora proyectos artísticos inspirados por líderes


políticos, entre los que se incluyen Antanas Mockus, Edi Rama y Franklin Delano
Roosevelt. Una cuestión clave aquí es si el arte “ingobernable” es capaz de colaborar
con el gobierno; otra es cómo representar la diferencia entre los efectos democráticos y
dictatoriales del arte. El Capítulo 2 “Presione aquí”, marca puntos de contacto entre la

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estética y la innovación política presentando proyectos sólidos y básicos que “surgen”


de las chispas de una intervención artística determinada con el fin de provocar efectos
sociales a gran escala, como sucede con las obras de Augusto Boal, ACT UP, y el
Laboratorio de Teatro del Oprimido. ¿Basta el arte para producir cambio social? 27 En el
Capítulo 3 hacemos una pausa para considerar “Arte y Responsabilidad” y se lanza una
mirada atrás para volver a conectar estética y educación cívica a través de la educación
del gusto, también conocido como juicio. Por medio de instantáneas de debates
recurrentes entre defensores de la autonomía del arte y promotores de su
responsabilidad se muestra que es el juicio quien desempata la discusión. En el Capítulo
4, “Pre-Textos” sitúo mi posición como agente cultural al trasladar mi responsabilidad
cívica al registro cotidiano del aula en la que imparto clase. Además del placer de
sentirse útil por medio de un acercamiento que integra el arte en mi labor docente, me
he dado cuenta de lo cercanas que están la creación y la crítica, y de cómo la teoría
literaria de fácil acceso puede suponer una reflexión sobre la creación del arte. Por
último, el Capítulo 5, “Play Drive en el Hard Drive”, gira de nuevo hacia Schiller para
establecer que la facultad crítico-creativa es un instinto que nos hace humanos. El play
drive, estimulado por los conflictos entre la razón inconmovible y la sensualidad
irracional, alimenta todas las intervenciones artísticas y las interpretaciones
humanísticas con una combinación de optimismo y respeto por las restricciones que
pueden estimular más arte que obre en el mundo.

Estas páginas están abiertas a las críticas y contribuciones del lector, entre las que se
podrían incluir nominaciones de agentes culturales ejemplares. Es una versión “Beta”, o
experimental, de un proyecto capaz de generar comentarios y críticas, al igual que
Augusto Boal declaró de su experimento con el Teatro Legislativo.28 Él pedía a sus
lectores respuestas a su dirección postal. Siguiendo su camino, les invito a que me
envíen sugerencias para poner al día El Arte Obra en el Mundo, eso sí, por correo
electrónico, a Cultural Agents, cultagentas.harvard.edu.

Y ahora, si desea saltarse algunas cuestiones de este libro y posponer otras, puede
presionar abajo como le parezca, tal como Boal indicó a sus lectores, aunque,
lógicamente, el menú tiene otro aspecto:

Para español, espere; for English, stay tuned.

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Si quiere:

―creatividad de arriba abajo, presione 1;

―intervenciones de abajo arriba, presione 2;

―humanismo práctico, presione 3;

―para hacer algo práctico, presione 4;

―educación estética, presione 5;

―para hablar con la operadora, presione dsommer@fas.harvard.edu.

En cualquier caso, presione aquí o allá, porque todas las líneas acabarán conectadas si
sigue tecleando.

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