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―Sí ―asintió.
―De acuerdo. Imagine que sale elegido alcalde de Bogotá, Colombia, en 1995, la
ciudad más violenta, caótica y corrupta del hemisferio. ¿Qué haría?
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Fue entonces cuando le conté las historias de Antanas Mockus, el genial alcalde de
Bogotá y del legendario artista brasileño Augusto Boal. Mockus abordó las aparentes
condiciones incurables de su ciudad de manera creativa: «Qué haría un artista», fue su
lema. Si eso no daba resultado, otro humanista llegaba al rescate: «Cuando te estancas,
reinterpreta». Lo primero que hizo Mockus fue reemplazar los agentes policiales de
tráfico corruptos por mimos, que convirtieron los cruces de semáforos y calles en
soportes para la diversión colectiva. Después pintó las carreteras de las calles con
estrellas fugaces que marcaban los lugares en los que había ocurrido una muerte.
«Vacunó» a los ciudadanos contra la violencia y siguió sacándose de la manga
actuaciones colectivas de cultura cívica. Entre los efectos acumulados de sus
invitaciones al juego por toda la ciudad se cuentan la reducción de accidentes de tráfico
mortales a más de la mitad, un descenso de casi el 70% de homicidios y un aumento
triplicado de los impuestos empleados para los servicios públicos.2 Mockus es el
ejemplo de alcalde que se convirtió en artista e intérprete para hacer revivir una gran
ciudad desde arriba hacia abajo.
Boal trabajó de abajo hacia arriba como artista teatral y teórico. Tras ser elegido
miembro del gobierno de la ciudad, escenificó coproducciones públicas de la vida
urbana, entre las que incluyó un «teatro legislador». También se dio a conocer
internacionalmente con su idea de formar facilitadores como especactores que
representaban problemas para luego improvisar soluciones para los conflictos,
enfermedades mentales o leyes injustas. Por medio de talleres y libros, Boal convertía el
entrenamiento de la actuación teatral en principios generales de desarrollo social y
psicológico. Tanto el alcalde «de arriba hacia abajo» como el artista de «abajo hacia
arriba» conectaron la creatividad con la interpretación humanística de maneras que los
han convertido en modelos de agentes culturales. Ambos son maestros en la doble
acepción de artista y profesor, creador y filósofo. Mockus y Boal sabían que arte e
interpretación se solapan con la educación cívica cuando trataron las ciudades que
regían como sus propias aulas.
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Larry quedó impresionado; y espero que usted también, no sólo con los artistas que
promueven cambios positivos desde abajo hacia arriba o de arriba hacia abajo, sino
también con lo co-artistas de campos afines que ayudan a trasladar las buenas ideas en
prácticas duraderas.
Un comienzo
El Arte Obra en el Mundo se inspira en aquellos proyectos artísticos que merecen una
reflexión sostenida mayor a la obtenida. Son trabajos creativos a mayor y menor escala
que se transforman en innovación institucional. Reflexionar sobre ellos se antoja una
tarea humanística en cuanto que las humanidades instruyen la interpretación del arte
(ayudan a identificar puntos de vista; a prestar atención a la técnica, al contexto, a los
mensajes en competencia; y a evaluar los efectos estéticos). Parte de la tarea consiste en
guiar a las personas hacia juicios desinteresados y libres. Esta facultad para hacer una
pausa y retroceder con el fin de evaluar es básica en todas las disciplinas; sin embargo,
el área de la estética es la mejor escuela de formación para la emisión de juicios. La
razón es sencilla: decidir si algo es bello requiere responder a una experiencia intensa
sin obedecer a principios establecidos, por lo que esta decisión está libre de prejuicios.
Un juicio estético es un ejercicio enmarcado en una evaluación imparcial, una
implementación tan necesaria en las ciencias y la educación cívica como en las artes.
Ésta es la razón por la que la enseñanza de las humanidades representa una contribución
fundamental a la investigación general y al desarrollo social. 3 (Véase capítulo 3, «Arte y
responsabilidad».) Fomentar el libre pensamiento es una extensión de la formación de la
apreciación del arte y del mundo que crea y mejora. Por tanto, la interpretación del arte,
llegando a percibir su poder para moldear el mundo, puede estimular y apoyar cambios
urgentes y necesarios. No se trata de una desviación de los mecanismos de la
humanística hacia la producción y la recepción del arte: es una consecuencia y un
regreso a la educación cívica.
Haríamos bien en considerar los efectos expansivos del arte, desde el hecho de producir
placer hasta aquel que consigue desencadenar innovaciones. Y el mero reconocimiento
de esas obras artísticas ya nos convierte en agentes culturales: todos aquellos que crean,
comentan, compran, venden, reflexionan, distribuyen, decoran, votan (o no votan) o
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El arte, estéticamente hablando, no tiene por qué ser constructivo, ni bueno o malo.
Desde el punto de vista político, los artistas pueden ser progresistas, reaccionarios o
ubicarse entre medias.6 Sin ser útil o inútil por necesidad, el arte sí que es provocador,
posee una pizca de ingobernabilidad y contiene una inagotable fuente de energía.
Provoca muchas y variadas vetas interpretativas, lo que otorga libertad de elección a los
críticos a menos que se produzcan interferencias extra artísticas. La agencia cultural no
ocuparía buena parte de mis esfuerzos interpretativos si el devastado mundo actual no
tuviera la necesidad urgente de intervenciones constructivas y si no hubiera tensiones
que apuntan a nuevos conflictos (sobre raza, género, clase social, religión, lengua,
drogas, fronteras, bancos, agua, petróleo). En mejores circunstancias, los proyectos
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Al igual que la crítica del arte de Lucy Lippard, que comparte ambiciones
revolucionarias con los Conceptualistas de Nueva York, El Arte Obra en el Mundo se
acompaña de grandes artistas con el fin de descubrir patrones capaces de inspirar un
aprendizaje creativo;7 y como la pragmática recomendación de John Dewey para
promover la creación de arte de manera ampliada con el fin de apuntalar la democracia,
este libro da a conocer las contribuciones creativas de muchos participantes activos,
desde filósofos a estetas, pasando por granjeros.8 Observar a los maestros puede ofrecer
a los nuevos agentes generalizaciones sacadas de esos tanteos y apuntalar la
interpretación humanista con cuestiones provocadoras. Muchos artistas hoy en día
alinean arte y responsabilidad, como los casos paradigmáticos de Alfredo Jaar, Krzystof
Wodizco y Tim Rollins. Maestros admirables como estos consideran las dimensiones
prácticas de la respuesta de su público con su arte. ¿No debería considerarse esa
cuestión también para la interpretación? Si los humanistas piden procesos creativos y
reconocen la interpretación como un acto creativo, parece sensato hacer una pausa junto
a los artistas y considerar cuál es el papel de la interpretación en el mundo. 9 Todo esto
depende mucho de cómo leamos la literatura, los objetos y los hechos cuyos
comentarios a menudo también determinan los efectos del arte. “No hay nada bueno ni
malo; es el pensamiento los que los hace una cosa u otra.” (Hamlet, 2,2).
Hace más de una década, mientras el número de alumnos con talento que abandonaba
los estudios de literatura en busca de algo “útil” (economía, política, medicina) iba en
aumento, me paré a pensar sobre la decepción que esto me suponía. La pérdida es un
sentimiento familiar para el humanista, y el hecho de haber dejado de preguntarme me
hizo pensar en lo que supone quedarse atrás. ¿Es inútil lo que enseñamos? Está claro
que podemos defender, y así lo hacemos, la literatura como un asunto serio. Al igual
que otras artes, la escritura creativa moldea nuestras vidas al generar supuestos, deseos
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Las respuestas subsiguientes son abiertamente personales y son las que dan la forma
particular a este libro. Los proyectos admirables que tuve la fortuna de presenciar y las
modestas incursiones que trato de delinear aquí conforman el objetivo de esta
exploración individual de una oportunidad colectiva: vincular la interpretación con las
artes comprometidas y de esta manera refrescar la vocación cívica en la educación de
las humanidades. Los agentes culturales se forman de manera individual y yo ofrezco
mi visión como una más. El enfoque de Friedrich Schiller a la hora de formar artistas e
intérpretes en la construcción de las libertades políticas a través de prácticas estéticas
indirectas era hacerlo de uno en uno. Dirigió sus Cartas sobre la educación estética del
hombre (1794) a un solo lector y defendió la tutorización individual con el fin de
multiplicar así las generaciones de discípulos. Yo me encuentro entre ellos. Desde el
primer al último capítulo, una hebra teórica teje los comentarios de los diferentes
proyectos estudiados y concluye con una renovada apreciación del maestro Schiller,
artista y docente. Los estudiantes que iban abandonando las humanidades en busca de
trabajos más prácticos no debieron encontrar todo esto evidente, quizá porque la tarea
del arte en el mundo todavía no se encuentra en el corazón de una disciplina académica
que se mantiene escéptica y pesimista.
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La variedad de proyectos que menciono aquí (mimos que dirigen el tráfico; teatro
legislativo; orquestas de música clásica formadas por niños pobres; un bombardeo de
posters que rompe el silencio del SIDA; la pintura de los edificios de una ciudad para
hacerla revivir; basureros convertidos en publicistas; o los que usted quiera añadir)
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comparte un parecido familiar. Todos ellos comienzan como obras de arte que tratan de
llamar la atención sobre asuntos particulares, aunque ninguno de ellos acaba ahí, 12 sino
que terminan desplegándose en prácticas institucionales que escapan del ámbito
artístico. La interpretación humanística está ante una buena oportunidad para rastrear
esos despliegues y poder conjeturar sobre esas dinámicas y así alentar nuevas
iniciativas. Esto supondría participar en actividades que se alejen del “texto” u obra
artística al tiempo que mantienen el rigor intelectual y la necesaria cautela de la lectura
exhaustiva humanística. Entre los logros artísticos que exigen una lectura exhaustiva se
encuentran los proyectos pragmáticos (en derecho, medicina, prevención criminal,
desarrollo económico) alimentados por esa energía perturbadora llamada arte. Rigoberta
Menchú, por ejemplo, es conocida como activista, feminista y defensora de los derechos
humanos en términos absolutamente temáticos y antropológicos, que en ningún
momento se plantean por qué su testimonio sobre la guerra en Guatemala, publicado en
1984, fue tan efectivo desde el punto de vista político. Sin embargo, una lectura retórica
de esa obra nos revela una estrategia literaria formidable y una dimensión muy
significativa de su persuasivo liderazgo. Es una lección sobre el estilo que merece la
pena aprender.13
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requiere de la imaginación y la crítica que el arte cultiva; y el arte prospera ante retos de
adaptación que provocan los sistemas en crisis y que exigen nuevas formas de
actuación. Desarrollar creaciones híbridas equivale a dar un paso más allá de las
prácticas establecidas y vincularlas con experimentos creativos. Deseo estimular la
interpretación arriesgada, aprender una lección de la creación del arte en la que uno se
manche las manos por el ensayo y el error. “Inténtelo de nuevo. Fracase de nuevo.
Fracase mejor”, es el mantra de un artista (formulado por Samuel Beckett). Los buenos
profesores asumen riesgos, dice Paulo Freire al comienzo de su libro Pedagogía del
oprimido, con una contundente cita de Hegel: “Solamente arriesgando la vida se obtiene
la libertad”.16
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Paréntesis abierto
Los paréntesis que aíslan la estética de la educación cívica se pueden abrir con
provocaciones provenientes de proyectos modélicos y de la interpretación de los
clásicos de las humanidades, comenzando, por ejemplo, con las Cartas de Schiller.
Escritas durante la Revolución Francesa, las Cartas advierten del peligro de precipitarse
hacia la razón porque la libertad se obtiene sólo de manera indirecta, a través de la
belleza y el arte. La educación estética a gran escala permitiría al público en general
imaginar, jugar, hacer una pausa para encontrar un juicio desinteresado y, después,
“cortejar el acuerdo”.19 Trabajar y pensar sobre el arte pueden triunfar sobre la razón
inflexible, que a menudo no es más que una tapadera para la ideología. Artistas-
ciudadanos juiciosos saben cómo arrebatar nuevas creaciones a los conflictos;
consiguen la libertad desde dentro de esos conflictos y reconocen las libertades que
otros artistas exhiben. Como poeta y filósofo, Schiller se movía entre el arte y la
interpretación, la imaginación y el entendimiento, con el fin de tejer una estructura
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social resistente y unificadora. Aunque mencionaré otros mentores e intérpretes del arte
que obra en el mundo ―Wilhelm von Humboldt, Viktor Shklovsky, John Dewey,
Hannah Arendt, D.W. Winnicott, Paolo Freire, Antonio Gramsci, Jürgen Habermas,
Edward Said, Jacuqes Rancière, Martha Nussbaum, Grant Kester y Paul Bloom, entre
otors― es Schiller quien da las puntadas al tejido con su atrevida proposición de que la
creatividad y el juicio estético son los cimientos de la democracia. ¿Está listo para el
aprendizaje?
Puede que El Arte Obra en el Mundo se haya interesado más en proyectos artísticos
fascinantes y haya dejado un tanto de lado la interpretación. Con toda seguridad estos
proyectos le cautivarán por la sorpresa y el placer de que son socialmente efectivos,
mientras que los comentarios que los acompañan, en comparación, parecerán
deslucidos. Analizar la interpretación humanística puede parecer “extemporáneo”, por
citar a Schiller en un comentario sobre la educación estética durante el Gobierno del
Terror francés, en una época en la que los departamentos universitarios de humanidades
o bien menguan o directamente desaparecen. Para agravar las amenazas externas de los
recortes presupuestarios, la caída de las matrículas y la escasez de puestos de trabajos
del mercado laboral, las campañas internas de los estudios culturales sobre los análisis
formalistas (retóricos, genéricos y estilísticos) de la interpretación humanística
incrementan todavía más la impaciencia. Pero si es útil o interesante leer un libro sobre
intervenciones artísticas en situaciones sociales complicadas, es porque los libros
pueden recoger casos prácticos y principios abstractos, tal como hace Boal en sus
escritos. Los buenos catálogos también lo consiguen.
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Los artistas piensan de manera crítica con el fin de interpretar de nuevas formas material
ya existente. ¿Cómo, si no, se puede llegar a imaginar y luego poner en práctica un
proyecto que incluya desarrollo social, político o económico? Y la interpretación es el
agente del arte que conduce los irregulares pasos de la libertad artística hacia el bien
público, estimulando de esta manera un mayor recorrido. Estos pasos, que no dejan de
oscilar entre la creatividad y el propósito social, ahora incluyen tecnologías digitales,
investigación aplicada y colaboraciones con instituciones públicas; desarrollan nuevos
objetivos, rutas y diversiones como parte de la agencia artística en geografías conocidas
y desconocidas para la Europa Ilustrada.
A pesar de que las universidades todavía asignan importantes, aunque cada vez más
escasos, presupuestos para las humanidades, quizá podríamos refrescar la educación
estética como una parte del desarrollo social. Esta dimensión cívica debería ir más allá
de la establecida investigación sobre las ventajas académicas de la enseñanza a través
del arte. Desde los espectaculares logros de comienzos del siglo XX de María
Montessori con niños italianos desfavorecidos, hasta los recientes e impresionantes
resultados educativos de Finlandia y Corea del Sur y la creación artística para mejorar la
investigación en universidades estadounidenses, el desarrollo cognitivo ha dado
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Adelante
A aquellos lectores a quienes pudieran molestar los lindes en los que arte y
responsabilidad se encuentran, ansiosos por mantener al menos el arte alejado de
propósitos instrumentales, ruego indulgencia y les pido que continúen la lectura. Quizá
la renovada posibilidad de que el arte y la interpretación tengan un papel importante
ayudará a que estos lectores cambien de opinión; o quizá lo harán las conexiones
históricas entre humanismo y vida pública; o puede que lo hagan los fascinantes
proyectos nómadas que siguen las ondas del efecto estético. Los capítulos que siguen
comienzan con casos notables de arte que obra en el mundo y siguen con mis
reflexiones sobre las responsabilidades cívicas antes de pasar a responder personalmente
sobre la oportunidad/obligación de actuar como agente en mi trabajo diario como
docente. Con el fin de sellar los diferentes casos y consideraciones explorados, el libro
finaliza con Schiller, reenviando sus Cartas, el “manifiesto insuperable” sobre el arte
que obra en el mundo.26
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Estas páginas están abiertas a las críticas y contribuciones del lector, entre las que se
podrían incluir nominaciones de agentes culturales ejemplares. Es una versión “Beta”, o
experimental, de un proyecto capaz de generar comentarios y críticas, al igual que
Augusto Boal declaró de su experimento con el Teatro Legislativo.28 Él pedía a sus
lectores respuestas a su dirección postal. Siguiendo su camino, les invito a que me
envíen sugerencias para poner al día El Arte Obra en el Mundo, eso sí, por correo
electrónico, a Cultural Agents, cultagentas.harvard.edu.
Y ahora, si desea saltarse algunas cuestiones de este libro y posponer otras, puede
presionar abajo como le parezca, tal como Boal indicó a sus lectores, aunque,
lógicamente, el menú tiene otro aspecto:
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Si quiere:
En cualquier caso, presione aquí o allá, porque todas las líneas acabarán conectadas si
sigue tecleando.
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