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No Es Culpa Suya
No Es Culpa Suya
Yo le pregunté:
- Ayarde, ¿le pasa algo?
- Soy el jefe de preceptores. No se preocupe, profesor. Nosotros nos encargamos de esto – me dijo mientras se ponía
unos guantes e indicaba las posiciones que debían ocupar sus ayudantes.
Los tres hombres sacaron al lobo arrastrándolo, sus gritos me recordaban a los de la gente que hace mudanzas
mientras maniobra algún mueble pesado.
Apenas traspusieron el umbral, cerré la puerta y el curso se inundó de un silencio pesado, acuoso.
Sobre el piso había quedado marcada con fuerza una sola huella alargada desde el banco del muchacho.
A través del cristal, vi, como en una película muda, que introducían al lobo en una caja metálica, blindada, empujándolo
con picas.
- Nunca se sabe. Lo metemos con otros en una habitación amplia. A veces pelean.
Lo contemplé alejarse hacia las escaleras, la caja se deslizaba sobre una plataforma y hacía un chirrido molesto.
Cuando volví la mirada al curso, todos los alumnos se habían refugiado en el fondo de sus cuerpos, temerosos de
convertirse en lobos también ellos.
Saqué mi libreta de calificaciones, una regla y una lapicera. Con cuidado, taché el nombre de Ayarde de la lista.
Jorge Accame (argentino)