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CAMPOS DE BATALLA

1.-

Siempre hay muertos yaciendo por ahí


que podrían ser usados como abono
para estas tierras todavía cultivables.
Todas las fotografías de la época los incluyen
tal vez como un recordatorio de las consecuencias
de haber partido a una guerra en la que ninguno
de ellos creía. Tenían en lugar seguro
la última fotografía de sus novias
y un pedazo de papel: para escribirle
con regularidad a sus madres, confiaban
que en el frente podrían conseguirse un lápiz.
Ahora que se les ve yaciendo boca abajo
uno podría pensar que todavía lo están buscando.
2.-

Alimentar el único espíritu que vale


la pena alimentar, cuando las luces
estén apagadas preguntarnos por

nuestros mayores, salir a buscarlos


por todos los rincones de esta pieza
y, ausentes, recitar de memoria: “no

están”. Y una vez cumplido semejante


aprendizaje salir a dar una vuelta a
la manzana como si la nuestra fuera

una ciudad modelo donde todas las calles


son iguales y las fiestas que se celebran
en las aceras han sido sancionadas

previamente. ¿Por quién? Total, allí


se encontraban nuestros padres,
allí estaba el resto de nuestra familia,

por la que hace rato veníamos preguntándonos


con las cartas delante de nosotros. Ni el
rey ni la torre, cuando salieron juntos,

supieron decirnos nada. Sólo el colgado,


que salió al final, mirándonos impertérrito,
tuvo a bien admonizarnos con estas palabras:

“incluso un poema que hable de unos niños


extraviados es un poema político”. Por eso
reuní a mis hermanos tratando de darles

calor, por eso nos quedamos en la fiesta.


Por eso no hemos vuelto a nuestra casa.
LA NUEVA SIDERÚRGICA, NOWO HUTA, CRACOVIA, VENCEREMOS

Los edificios eran tan grandes porque las clases desaparecerían.


La antigua siderúrgica dio paso a un nuevo barrio. Las avenidas
se hicieron anchas para que pasaran los obreros. Departamentos

del mismo tamaño, todos copiados a imagen y semejanza de los otros:


el teatro del pueblo, la plaza con el nombre del libertador y los planos
eran lo más importante. Trazar las líneas con un lápiz realista: es

imposible perderse en ese barrio, es imposible sentirse solo, siempre


hay un tranvía lleno de gente que vuelve hasta sus casas, incapaz
de sacarte la vista de encima. En este país siempre han tenido

que elegir entre el horror y el mal menor, incluso los héroes


trabajaron para la independencia de otros países o fueron
apresados por los nazis porque sus aliados los recibieron

con los brazos abiertos de la misma forma en que se negaran


a escucharlos, habría que haber sido judío en cualquiera
de todas estas ciudades para ver como son capaces

de quitarte una casa que ni siquiera te pertenece mientras


el mesías no vuelva a aparecer como nos lo vienen
prometiendo desde los días de la destrucción del templo

y los obreros organizados puedan asistir a la ópera


para derrocar al zar en todas y cada una de las funciones.
La enormidad de las escuelas públicas, las plazas para recibir

a esas familias donde los niños juegan por obligación,


el mercado negro es parte de la planificación centralizada
la gente que te observa es parte de la planificación centralizada:

no importa que hayan botado esa estatua mientras todos aplaudían.


No importa que hayan celebrado una misa al aire libre. En el fondo
de los fondos el cuerpo de Cristo se encuentra en el acero.

QUE INEVITABLE EMPIEZA

Yo resistí la tormenta,
Yo derroté mi exilio.

E.P

Arrojarse al mar para que el agua se purifique


sólo lo puede hacer un adolescente vestido
con un uniforme de colegio y en la cara

el espanto de haberlo visto todo


con los ojos abiertos y cerrados,
pero insiste, pero insiste porque

es capaz de soplar más fuerte que el viento


para apagar las velas de una torta que
no celebra ningún cumpleaños,

un pastel maldito, una verdadera delicia


para los amantes de las calorías
y las grasas saturadas, una

receta con la que nuestras madres se aseguran


de que vamos a chuparnos nuestros
dedos delante de nuestros

invitados: enamórense, por favor,


enamórense en nuestro nombre, hagan
realidad eso de que la belleza

será no me acuerdo cuál era el adjetivo


o no será: yo fallé pero lo reconozco
yo también tuve mis tardes en esa plaza

tirados sobre el pasto engendrando


una cuenta de hospital de la que
haríamos por supuesto a otros

responsables, sacudiendo los chalecos,


limpiándonos el pelo de esas huellas
del tiempo perdido, de los dientes

de león heredados incluso


en nuestras ropas interiores,
libérense de ese lastre que significa

graduarse de cualquier cosa


y por lo que más quieran en este mundo
traidor como ninguno de los otros mundos que

conozco: olvídense, olvídense y olvídense.


No importa que la ropa sea prestada
siempre y cuando uno sepa ponérsela,

más importante que llegar sin invitación


es identificar rápidamente al dueño de la casa
averiguar si es hincha o no de algún equipo

y en el caso de haber entrado al velorio equivocado


saludar a la viuda dependiendo de la edad y de cuantos
hijos tenga. El resto se aprende con los años,

las calles de la ciudad se convierten en un mapa


después de mucho haberlas recorrido
cargando con las bolsas del supermercado

y esos libros que no vas a leer ni tampoco necesitas,


para dormir hay que dejar que las ovejas entren
al corral como las palabras que vamos
aprendiendo para derrotar al exilio es imprescindible
una adolescencia que alimente los recuerdos
porque resistir la tormenta es una cosa

otra muy distinta meterse al mar


sabiendo que las olas son un muro
que no necesita obreros ni ladrillos

para formar una casa si estamos dentro


para ser un puente si quisiéramos cruzarlo
ya estaba allí antes de que nadie lo construyera

y seguirá cuando terminemos de derrumbarlo.

PAN CON MANTEQUILLA Y MERMELADA

Menos mal que iba a despertarme


sin dolores de cabeza producidos
por el insomnio y la insistencia

en preguntarle a los oráculos


lo que el dueño del negocio de
la esquina podría responderte,

menos mal que la torre central


de la iglesia de tu colegio se vino
abajo después del terremoto con
el mismo estruendo con que se
hubiera venido la iglesia entera,
menos mal que el folklore no es

cuestión de folkloristas sino de


las rocas que están allí para
defender al mar de los que

vienen a contemplarlo y las olas


cada cierto tiempo se los llevan
y los devuelven más gordos

pero sin aire, menos mal que


las sopaipillas sólo se pueden
comer y preparar después de

una buena lluvia de invierno


cuando no dan ganas de salir
de la casa de tus amigos que

se ven en la obligación de por


lo menos invitarte a tomar
once: bendita sea la nube

que dejó caer toda esa agua


sobre nuestras cabezas y
benditos sean esos ductos

del desagüe que no funcionan


ni han funcionado nunca
durante ninguno de los

inviernos que somos capaces


de recordar: los tics de la ciudad
los llevamos en la piel, los

vicios del lugar donde nacimos


en las líneas de las manos para
que alguien los lea como si fuera

un cuento narrado por uno que vive


pero no vive y de tal manera
espera algún día volver

a ese lugar donde alimentar a los amigos


no depende de qué estación del año
sino de la cantidad de agua caída

y las cocinas son un pasillo entre


el patio y el comedor, menos
mal que llegábamos sin

anunciarnos, menos mal


que la puerta siempre estuvo
abierta y el ascensor llegaba

hasta el tercero de ese edificio


de diez pisos: hubo alguno
que sufrió de claustrofobia

subiendo las escaleras pero


por regla general a todo el
mundo se le hacía pasar

hasta la sala: e incluso se


hacían las monedas para
poder pagar la micro e

incluso todavía no se olvidan


de la cantidad que les debemos.
Pero la mayor muestra de amistad

era pedir prestado el teléfono,


era salir a andar en bicicleta
alrededor de la cuadra en

que vivíamos pendientes de la


próxima metáfora pendiendo
como un fruto prohibido del

árbol de nuestras vecinas:


después hacíamos mermelada,
después se la echábamos al pan

sin la obligación de ser felices.


A estas alturas da lo mismo el ancho de la página, el precio del papel, los costos de reciclar y la
mano de obra barata, dan lo mismo los derechos laborales de los trabajadores de la patria y los
derechos laborales de los trabajadores inmigrantes, el derecho a sala cuna y el pago de horas
extras, incluso los treinta minutos de colación es posible que nos sean perdonados, incluso el d
erecho a usar el baño será tenido en cuenta, incluso la afiliación en los sindicatos será uno de l
os datos a considerar cuando haya que configurar la caja y la tipografía, cuando haya que juzg
ar los márgenes, cuando haya que corregir las pruebas un día antes de imprimir.
MARAT-SADE ESCANDALIZA A LOS BURGUESES

Una obra de teatro sobre una obra de teatro.


Vista, así, cuarenta años después, no es tan
terrible observar a los actores masturbándose:

en el público se encuentran los defensores


de nuestras libertades, los estudiantes del futuro
y del pasado, entre el público se comenta

la postura del divino marqués. Pero el asesinato


en sí no es tema, la viruela que aquejara
a la víctima, la guillotina como una forma

de resolver los conflictos del estado. No me


acuerdo cómo llegamos a la Sala Antonio
Varas, no me acuerdo quién compró

las entradas ni quién invitó a quién.


Tampoco sabíamos de Jean Paul Marat.
Mucho menos que iba a cambiarnos

la vida. Pero salimos como si nos hubieran


bautizado con la sangre de los jacobinos
y en Santiago se pudiera respirar sin

miedo a contraer esa misma enfermedad


que sólo se contrae si uno la confiesa:
todavía no íbamos tomados de la mano.

Después ya sería demasiado tarde.


HÔTEL DE LA PROVIDENCE

Como si uno se llamara Charlotte Corday


y tuviera que tomar en sus manos
el destino de una nación que no

tiene nada que ver contigo y nos acercásemos


hasta la posada donde vive el peor de los
enemigos de nuestro pueblo y

le claváramos un cuchillo para verlo


morir en la tina de baño mientras
todavía aguanta la pluma

con la que iba a mandar a muchos


a la tan merecida guillotina
y después nos llevaran

detenidos a L’Abbaye para esperar


del mismo modo que siempre
lo hemos hecho, recostado

sobre un camarote donde el que duerme


en el de arriba siempre está a
merced del que duerme

abajo: así nos disponemos a escribir


la próxima palabra sobre un pizarrón
que todavía no sucumbe al blanco

de la tiza, ese chirrido que produce


el roce de la punta de la lengua
contra el paladar, el aire

que la hace repetirse, la


cabeza que rueda
ensangrentada.

PHOENIX COFFEE

Juro que algún día la voy a matar.


La barista de 21 ó 22 años que atiende
en las mañanas, morirá estrangulada

si vuelve a reírse una vez más con esa


risa sacada de una película de Marvel,
es imposible concentrarse en nada

cuando se ríe y todo el mundo se da vuelta


para escucharla. Juro que la voy a estrangular
a sangre fría, no me arrepentiré

aunque sea al parecer una mujer simpática


y una vida por delante, no me harán
temblar esos ojos azules y esas uñas bien

pintadas, la sorpresa que de seguro


recorrerá su mirada cuando comience
a darse cuenta de que nadie está jugando

cuando rodea la traquea de su enemigo


con la furia que se necesita para terminar
con esa carcajada inmisericorde, para seguir

con el libro que veníamos leyendo.


MR. BEST REGARDS

Una vez en el aeropuerto de Santiago


vi que estaban esperando al señor Best
Regards. Un taxista tenía el cartelito

y la típica cara de aburrimiento


de quien reemplaza siempre la misma
tuerca en la cadena de producción:

pero Mr. Best Regards no iba a llegar


en ese vuelo, no iba a despedirse atentamente,
iba a pasar de largo por el cartel

que lo estaba esperando aun cuando no lo


supiera. Un cuento de Chejov, una
pequeña tragedia, casi una nota

al pie de página, de no ser porque


estamos supeditados a los riscos,
porque le rendimos pleitesía

a aquellos bosques que nunca


hemos atravesado, a eso que le
prestamos demasiada atención

pero no podemos tocar con nuestras


manos: y no me refiero a esas bailarinas de
un ballet que los exiliados de la generación
de los sesentas erigieran en vestales,
no me refiero a la espuma del vaso de cerveza
que lentamente beberás ni tampoco

a esas buenas amigas que a veces


nos cobraban más barato (“es poeta”):
sino al hecho indesmentible de que Mr.

Best Regards todavía sigue esperando


por alguien que lo venga a recoger
al aeropuerto Arturo Merino Benítez

que está a punto de cambiar de nombre.

ÚLTIMOS SALDOS EN LA CUENTA

Ya es poco lo que queda por decir


hacer o reparar. Los autos que pasan
por delante de mi ventana seguirán

pasando con total indiferencia ante


mi carencia de fondos. Los ciclistas
combatiendo el colesterol tampoco

dejarán de demostrar el esfuerzo


que realizan con muecas de cansancio
al alcanzar la cima de esta loma,

los red chest robins anidarán en las


cercanías otorgándole su belleza
momentánea a este lugar y sea

lo que sea lo que quieran decir los


Anaphumarhanta seguiremos aún
sin comprenderlo al igual como

nosotros somos incapaces de entablar


cualquier clase de comunicación
entre el bar-tender de este local

y sus clientes que por más que griten


no podrán superar los decibeles
de esa música que ni siquiera

les gusta y les impide comprender


no sólo lo que les dice el hombre
que se encarga de los tragos sino

tampoco lo que les intenta susurrar


en el oído esa persona que acaban
de conocer mientras esperaban

conseguir una cantidad suficiente


de cualquier cosa con la cual mojarse
los labios: insiste en que no me quedan

fondos en la tarjeta, acaban de rechazármela,


tendría que meterme la mano en el bolsillo
pero soy incapaz de escucharlo, lo veo

moviendo frenéticamente su boca


yo le respondo pero no me oigo
ni siquiera sé lo que estoy diciendo:

es poco lo que queda por decir


es poco lo que queda por amar
es inútil corregir la ortografía

si enviar una carta te da miedo


imagínate lo que pasarías
al escribirla: la tarjeta

pendiendo en el aire de su mano


el último saldo que me permite
respirar: pero sin pasarme

de la raya.
HORA DE PARTIR (YA VAN A CERRAR)

Ven a ver a esas madres con sus hijos:


¿tú crees que el mundo no va a seguir
andando porque no seas capaz de levantar

la voz, envuelto en un pañuelo rojo o envuelto


en una bandera? Ellos no superan los cinco
años ni ellas el primer matrimonio, ellas

se alejan de la piscina cubriendo


su cintura con un pareo y caminan
con la misma lentitud que otras
ocuparían para firmar un cheque
a treinta días y otras para abrocharse
el último botón de sus vestidos. Ven

a ver a esas madres que siempre


son las mismas, ven a ver a esas madres
que no permitirán que sus hijos

dejen de pertenecer a la clase media:


¿crees que alguien va a ser capaz
de pedirles explicaciones, crees que

cuando aprendan otro idioma que


nunca terminarán por aprender,
cuando tengan una camioneta

con tracción en las cuatro ruedas,


alguien recordará el nombre de los
caídos si nadie recuerda cuándo

se cayeron? Ven a verlas nadando


con sus hijos como lo estoy haciendo
yo: flotando boca abajo, observando

como un cadáver el fondo de la piscina


a la que vine a pasar esta tarde
de domingo de clase media.

Las madres se esparcen una crema revitalizadora.

¿Serías capaz de esparcirla con tus manos


de profesor, serías capaz de frotar
esas lámparas de Aladino?

Como el visitante del museo que pregunta


si eso es arte, déjame escupirme las
manos para estrechar la tuya

con saliva: tal vez ahí encuentres la respuesta.


LOS ANIMALES QUE SOBREVIVIERON A CHERNOBYL
Todavía siguen allí. Han sido fotografiados
millones de veces para esos libros que ocupan
la mesa del café. Los más fieles a la misión del partido.
Una forma insobornable del testimonio. Disidentes
sin palabras. La poodle de nuestra casa
atrapó y le dio muerte a una de las pocas
marmotas que se aventuran por nuestro patio.
Lo dejó tendido en la puerta trasera. El animal
yacía inerme sobre el piso pintado de rojo.
La poodle nos miraba orgullosa.
La radiación discrimina entre los árboles del bosque.

HUERTO
Las hormigas son una prueba indesmentible.
El nuevo color de las hojas: también.
Las bandadas que han vuelto desde el sur.
Y los bombarderos nucleares que las acompañan.

La obligación de ser corteses para cumplir con el ritual.


Lo descubierto por primera vez nuevamente.
Sacar los duraznos de la mata. El gallo listo
para dar la señal en ese instante.

Lo que yo hice y sentí en aquel huerto:


embarcaciones de mediano calado
transitan por el río a vista y paciencia
de los comensales. Las palabras literarias

las amoldan y rodean. Los estibadores


han desaparecido del paisaje, pero alguien
hace su trabajo. Una prueba más.
E indesmentible.

OÍDO
En ese cuadro exhibido en el ala renacentista
del museo, uno de los ángeles comenta al oído
de otro sobre lo que ocurre afuera de la pintura.

Son dos querubines, gordos y rozagantes pero sin alas.


Mirando lo que está ocurriendo con una mezcla
de asombro y complicidad, como si las flechas

arrojadas hubiesen caído en los corazones equivocados


y ellos tuvieran que sonreír producto de su travesura.
¿Qué nos dicen estos niños sobre la pobreza en el tercer

mundo?, ¿qué esperanzas nos arrojan ante el avance


del Imperio?, ¿y cuántas armas han tomado
para combatir esta sevicia? Uno los mira

conversando, pero es imposible oírlos. Qué


nos dice todo esto de la imagen y la mirada.
Qué sobre la suerte que les y nos espera

cuando salgamos caminando de espaldas


a la realidad y el futuro lo observemos
cuando observemos el espejo retrovisor.
El resto es lo que le ocurre a los demás mientras estás frente a la pantalla jugando a los tanques
de guerra con gente cuyos seudónimos son Batichica, CCavaliers, Neurotic_1 y otros por el
estilo, gente con la cual intentarías por todos los medios que tus hijas no se juntaran, pero a los
cuales les abres la puerta sin preguntarles por ideología ni costumbres, sólo compartes bando y
estrategia con quienes deberían cuidarte las espaldas cuando llegue la hora de enfrentar al
enemigo, los blindados rusos por una parte y los franceses de la otra, no hay mucha precisión
histórica pero da lo mismo, lo importante es que la línea roja donde todavía te alcanza la vida no
siga bajando, lo importantes es que las municiones sean suficientes para resistir el embate de los
gabachos, nuestra madre Rusia bien vale la pena resistir el calor adentro de la carroza, el hambre
cuando vamos en formación, las instrucciones del comisario que nos dicen con quién y de qué
debemos hablar, mi chapa es Super_Model 31 y llevo acumulados dosmilquinientos puntos que
me permiten comprarle una insignia al tanque y montar una ametralladora que dispara trescientas
balas por minuto, la escasa visión que tenemos del interior se compensa con el mapa que aparece
en el rincón derecho y abajo de la pantalla, los enemigos son esos puntos rojos que se desplazan
a una velocidad que me preocupa, ya mataron a Xxxx_ziga y también a Trans_Rihanna, sólo
vamos quedando cinco defensores del cerco de Stalingrado, el combustible escasea como todo lo
demás, salvo la determinación de hacerle la vida imposible al enemigo, pero es tarde, mañana
hay que seguir escribiendo una reseña que ya la tengo atrasada, el resto es revisarle los frenos al
auto porque nos vamos a ir por carretera a Canadá, no se nos vayan a olvidar los pasaportes, el
resto es la tarjeta de residencia que es como el equivalente a mi seudónimo cuando estoy
enfocando a los tanques franceses cuya armadura no resiste más de dos impactos, tres si los
disparos son de larga distancia.
LA CASA ENTRE LAS ROSAS, 1925

Las rosas dibujadas no se marchitan.


Los edificios no se descomponen.
La naturaleza no deja ruinas.
Del caballete a la realidad
un par de pelos de caballo, reunidos
en torno a un pedazo pulido de madera.
El lápiz no responde con mayor fidelidad
así como los peces no son más o menos
dóciles a las veleidades de la corriente.
Los pescadores y sus trampas hacen mejor
uso de la paciencia. En algunos lugares
hay que devolverlos al cauce del río.
Pero una vez sobre la tela ya no hay
forma de recuperar sus raíces,
los colores que sin embargo habían
perdido aquí perdurarán aun cuando
sea en una bodega donde el sol será
impotente a la hora de entregarles
sus alimentos. Pero también
de desteñirlas.
LO QUE YO HICE Y SENTÍ EN AQUEL HUERTO
(Downtown, Junio 2016)

Una enorme multitud congregada


para celebrar la obtención de una victoria.
Ni el calor ni las aglomeraciones

son obstáculos para que los integrantes


de la clase media salgan a las calles
como no lo han hecho en los últimos

ciento cincuenta años. El triunfo se sobrepone


a cualquiera de los profetas del apocalipsis
donde las hogueras terminarían

por consumirnos a causa de nuestros pecados


y la carencia de una conciencia de clase.
Pero por primera vez el centro de la ciudad

está copado como un helado a punto de caerse


bajo el sol inclemente con la mayoría. La vainilla
se derrite mucho antes que el chocolate

pero las manchas de chocolate son más difíciles


de sacar dicen las madres que van de la mano
de sus niños. Nunca antes habían habido

tantas cámaras que no estuvieran buscando


algún culpable. Yo lo vi todo por televisión
mientras cargaba las cajas de la mudanza

de una colega que ya no está para cargar


ninguna caja. Espectador y espectáculo
unidos exclusivamente por el sudor.

Que se desliza a la misma velocidad


por el cuello de los fatigados por la espera
(la caravana apenas se ve a lo lejos)
y la espalda de un hombre que se agita
al mismo ritmo que el vientre de una mujer
que está debajo suyo y también está sudando.

AMSTERDAM

Los canales se dejan acariciar


por el murmullo de la marea
contra los muelles. La grabación

con que te explican los motivos


que tuvo el pintor para meterse
en problemas por haber pintado

lo que siglos después todos alaban


como su mejor obra, el restorán
flotante y chino más grande

del planeta y los ciclistas envalentonados


por la falta de conductores tercermundistas,
la camarera te volvió a preguntar

lo que querías servirte en un inglés


que por vez primera no era mejor
que el tuyo. La propina miserable

fue un acto de recuperación


sudaca y popular: los judíos
llamaban a esta ciudad el

nuevo paraíso, uno mismo


debería referirse a ella
como la deben haber

llamado los pocos exiliados


que llegaron hasta aquí.
Pero nunca le has hecho
semejante pregunta a esa
tropa de personajes que
llegaron despreciando

al país del que los habían


echado a patadas como
antes a los judíos: el paraíso

sin embargo no volvería


a pronunciarse en esas
bocas, en ninguna de

las lenguas que por


entonces dominaban.
Las Indias Occidentales

siempre fueron un problema.


LA VIDA DE LAS MÁQUINAS EXPENDEDORAS
(Vending machines)

Al Dios que mantiene estas máquinas funcionando


le debo la oportunidad de terminar la pega que tenía
que tener terminada ayer, pero siempre hay manga
ancha a la hora de entenderse con los traductores.
El sueldo que percibo por entregar un determinado
número de planas en un determinado número de días
al Dios que mantiene estas máquinas en perfecto estado,
el seguro médico que nos posibilita visitar a esos nefrólogos
que hay que saber mantener a raya, para que la familia
se reúna a comer a la misma mesa cuando los platos
estén recién servidos y ese archivo todavía por completar
al técnico que viene a arreglarlas cada vez que lo llaman
de la conserjería porque los clientes se están quejando.
Al Dios que se asegura de que estén bien surtidas
y nunca les falte nada, la posibilidad irremplazable
de no dormir para llevar hasta buen puerto la maqueta
donde el edificio que imita mi hogar está en el centro/imite mi hogar esté
y a su alrededor puse las casas de mis amigos con tal de
tenerlos cerca, total el neoprén y los palitos de madera
son baratos, la cartulina la compro al por mayor
como si fuera el estudiante de una arquitectura
que responde a la decisión de irme a vivir a otro
país, como si las vending machines que me rodean
tuvieran voz y voto a la hora de decidir cuántas veces
tengo que despertarme por la noche sin necesidad
de hacer una cita con el urólogo: más de tres
es hora de comprarte aquella bata para no andar
con el culo al aire cuando tengas que levantarte
en esos hospitales de ultramar que la imaginación
de otros crearon, pero a ti y solo a ti te toca
describirlos con el lujo de detalles que se le exige
al que estuvo preso y sólo puede hablar desde la cárcel.
Al exiliado que nunca ha vuelto a su país, al enfermo
que ya no lo es y al soldado que sigue vivo aunque
la guerra no se haya terminado, el lujo de la palabra
todavía, la osadía de mirarse en el espejo y pese a
todo en voz alta decir yo, el resto es silencio pero yo,
canta oh musa la cólera de nadie más que yo.

BBAARROCCOO

Quisiera tener las llaves


que me abran las puertas
del desierto. Un llavero
de donde cuelguen
los manojos que me permitan
entras por esas puertas
hasta ahora clausuradas.
Los guardianes serán
impotentes ante la visión
de las ranuras y su calce,
ante el juego delicado
y, pese a todo, férreo
entre este lado del metal
y aquel que lo recibe. Las
llaves que sepan abrir
las puertas que hasta ahora
se me han cerrado. El templo
en el cual no pude rezar. Las
cocinerías donde otros podían
comer y eran recibidos con
los brazos abiertos, las oficinas
donde me hablaban sin mirarme.
La mujer que guarda las llaves
de la noche está retratada en uno
de esos cuadros del barroco
donde lo mejor que se ve son esas
llaves que se niega a compartir
conmigo. La luz cae sobre el llavero
que lleva al cinto. Todo lo demás
está en las sombras, pero el metal
es el verdadero protagonista, ni
siquiera las uvas que está a punto
de devorar, ni siquiera los querubines
rozagantes y asexuados y por lo mismo
aun más sospechosos que están dejándolas
caer adentro de su boca son tan importantes
como el metal del que está hecho ese llavero
como las llaves de la noche que de él están
colgando.

CANARIOS EN LA MINA DE CARBÓN

Los ángeles que adornan cada uno de estos balcones


y los balcones que adornan cada una de estas iglesias
y las iglesias que pueblan cada una de estas ciudades
son los canarios en una mina de carbón, asfixiados
en cuanto respiran esos gases que cada cierto tiempo
estallan en el rostro de los mineros cuando las aves
no han venido hasta algunos de esos chifones donde
están picando piedras y el olor pasa desapercibido
y la explosión, el derrumbe, los muertos. Los órganos
en el coro, los confesionarios donde alguna santa
se fue de boca, los cantorales que tenían que cargar
entre varios, los reclinatorios para orar y los altares
churriguerescos para que el patrón de la diócesis
pueda dar su cátedra desde el púlpito, son esos
canarios en la boca de la mina, son esas sondas
que se envían hasta las fosas abisales de los océanos
para detectar esos peces reacios a la luz y cuyos
cuerpos son capaces de soportar la presión del fondo
del mar adelgazando como una prueba indesmentible
de la evolución de las especies marinas.

ANIELDA

Tus mejores amigas ya no se enamoran


de esos espantapájaros bendecidos
con la capacidad de mirarse al espejo
sin sentir el mismo asco que nos produce
cruzar el maizal donde trabajan: bien
por ellas. Se podría decir que han madurado
a costa de dos o tres matrimonios y un par
de hijos ajenos que han criado como propios,
sin ir más lejos el nombre de una de las más
famosas antologías del siquiátrico del cual
formamos parte, las muchachas que ni siquiera
entonces estaban en flor, hoy se sorprenden
de ver a aquellos espantapájaros esperando
todavía la llegada de los cuervos.

Tantas veces proclamada por ellos mismos.

Para justificar su cesantía

en forma de muñecos de paja.

UNA FIESTA
Cómo ablandar la merluza sin golpearla contra el muelle.
Treinta años después todavía desconozco la respuesta.
Los pescadores azotaban esos pescados como si tuvieran
algo contra ellos: yo recién había cumplido los quince.
Cada vez que me mandaban a comprar veía a los pelícanos
disputándose la comida con las gaviotas. Las mujeres a las
que confundíamos con Dora Markus eran las dueñas de casa
que no traían consigo una tormenta al despedirse y se acercaban
hasta allí en busca de algo para el almuerzo. Contemplábamos
con las manos en los bolsillos lo que el muelle y el mar
nos ofrecían como espectáculo, un horizonte
que no incluyera la palabra línea ni tampoco se pudiera
avistar sin tener tu mano haciéndote visera. Los amantes de esa
muchacha de apellido moldavo nunca comprendieron que su leyenda
estuviera escrita sobre las olas que sólo los pescadores que no la conocían
podrían comprender. Las rocas en las playas de Chile son como los muros
que rodean ciertas ciudades medievales, nadie sabe desde cuándo están allí
pero lo más seguro es que continúen en su lugar una vez
que las merluzas se agoten y con ella todos los componentes
de la cadena alimenticia, aunque sigan acercándose
hasta el muelle tanto gaviotas como dueñas de casa,
pelícanos y pescadores. Brillarán por su ausencia
los invitados de honor. Y aun así lo llamaremos
una fiesta.
DORA MARKUS

No habré terminado de poner


la cabeza sobre la almohada
cuando entren a despertarme.
Los libros conocidos por usted, yo, y unos cuantos amigos más
tienen todo el derecho de ser llamados famosos. Su elaboración
puede que haya tomado más o menos que otros libros. Sus portadas
tal vez no sean atractivas, y en las librerías que frecuentan los
que se consideran a sí mismos como entendidos, no les han
reservado un lugar preponderante en las vitrinas. Y sin embargo
los conocemos usted, yo, y unos cuantos amigos más. No son,
tal vez, el tema de esas conversaciones acaloradas que giran en
torno a la construcción de un túnel que atravesará los cerros
que rodean nuestra ciudad, ni tampoco aquellas otras
donde hay más humo que comensales. Puede que no haya
nadie que haya dejado de hablar con la gente que se acuesta
debido a nuestros libros, y sin embargo los conocemos usted,
yo, y unos cuantos amigos. ¿No es eso suficiente,

no es acaso lo que siempre anduvimos buscando mientras


barajábamos las cartas sabiendo que seríamos escogidos
y a cuál pinta seríamos asignados, cada vez que después

de algunas elecciones donde algunos de nuestros candidatos


no resultaran electos aunque algunos de nuestros candidatos
casi resultaran electos no cejamos en proclamar nuestras

más arraigadas convicciones, la temperatura con que


debieran ingerirse las empanas de queso, el ángulo
en que el empeine debiera hacer contacto con

el balón y la distancia que media entre el comienzo


y el final de un arcoíris? Carmen lo vio en el estacionamiento
del supermercado cuando nos habíamos metido al auto

para capear el chaparrón que estaba cayendo. Mariana


sacó su teléfono y se puso a sacarle fotos que después
photoshopeó para subirlas en Instagram, las mejores

son esas donde parece que el arcoíris podría ser


la portada de un libro, el diseño de una bandera,
la camiseta de un equipo o también el escudo

de mi familia: la edad de mis hijas les pertenece


a ellas. Y los muebles de esta casa y
los libros de esta biblioteca y
y los museos donde las llevamos y no querían ir.
Y los castillos donde alegaban que habían puras piedras.
Y mucho más temprano que tarde: darán la vida por volver.

“(…) un livre connu de vous, de moi et de quelques-uns


de nos amis, n’a-t-il pas tous les droits à être appelé fameux?”

Charles Baudelaire,
Carta a Arsène Houssaye

“I am pickt up & sorted to a pip”

John Keats

EL RESTO
¡Oh, unos pocos desamparados en mi patria,
Oh, restos esclavizados!

Artistas destrozados por estar en contra,


Descarriados, perdidos en las aldeas,
Juzgados, difamados,

Amantes de la belleza,
Frustrados con los sistemas,
Impotentes contra el control;

Ustedes que no se dejan llevar


Por la persistencia del éxito.
Ustedes que sólo pueden hablar,
Y no se pueden fortalecer en la reiteración;

Ustedes, de sensibilidad más fina,


Destrozados en contra del falso conocimiento,
Ustedes, que sólo pueden conocer de primera mano,
Odiados, encerrados, juzgados:

Escuchen;
Yo resistí la tormenta,
Yo derroté mi exilio.

Ezra Pound

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