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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

FACULTAD DE ESTUDIOS SUPERIORES ARAGÓN

CARRERA: Derecho

MATERIA: Historia del Pensamiento Económico

MAESTRA: Domínguez Martínez María Angélica

TRABAJO: Resumen: Encíclicas: Rerum Novarum, Mater et Magistra,


Cuadragésimo Anno, Humanae Vitae y Centecimus Annus.

ALUMNO: Tenorio Santiago Sósimo

GRUPO: 2254

TURNO: Vespertino

NÚMERO DE LISTA: 40

Nezahualcóyotl, Estado de México, Abril de 2020.


ENCÍCLICA: RERUM NOVARUM

SOBRE LA SITUACIÓN DE LOS OBREROS

Despertando el prurito revolucionario que desde hace tiempo ya remueve a los


pueblos con el afán de cambiarlo desde el campo de la política al terreno, con el
colindante de la Economía y en efecto las relaciones mutuas entre patronos y
obreros; la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de
la inmensa mayoría, la mayor confianza de los obreros en sí mismos y la más
estrecha cohesión entre ellos con la moral: el juicio de los legisladores las
decisiones de los gobernantes, hasta al punto que parece no haber otro tema que
pueda ocupar más profundamente los anhelos de los hombres.

Realmente es muy difícil determinar los derechos y deberes dentro de los cuales
hayan de mantenerse los ricos y los proletarios (clase trabajadora), los que
aportan el capital y los que ponen el trabajo. Las personas que tienen una
condición muy limitada, que es la mayoría, se mantienen en una situación humilde
o hasta a veces miserable y calamitosa, ya que, disueltos en el pasado siglo de los
gremios de artesanos fueron entregados a los empresarios y a la desenfrenada
codicia de los competidores. Hizo aumentar el mal la voraz usura, que,
reiteradamente condenada por la autoridad de la iglesia, es practicada por
hombres codiciosos y avaros bajo una apariencia distinta. Añádase a esto que no
solo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda
índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos.

Para solucionar este mal, los socialistas, concientizan a la clase trabajadora para
exigir sus derechos ante los ricos, tratando de acabar con la propiedad privada de
los bienes: diciendo que los bienes sean comunes y administrados por las
personas que rigen el municipio o gobiernan el país. Creen que distribuyendo por
las riquezas y el bienestar entre todos los ciudadanos se podría curar la pobreza.
Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega
a perjudicar a las propias clases trabajadoras; y es, además, sumamente injusta,
pues, altera la misión de la Republica y agita a las naciones. Ya nos decía el padre
de la Economía Adam Smith, el hombre por naturaleza es “ambicioso” y realmente
esto es cierto, la razón misma del trabajo que aportan los que se ocupan en algún
oficio lucrativo y el fin primordial que busca el obrero es algo para sí y poseer con
propio derecho una cosa como suya. El trabajador presta su fuerza de trabajo para
conseguir comida y vestido; y por ello, a merced del trabajo aportado adquiere un
verdadero derecho sobre el para emplearlo a su merced. Reduciendo sus gastos,
ahorra algo e invierte sus ahorros en una finca, esta finca realmente no es otra
cosa que el mismo salario revestido de otra apariencia, y de ahí que la finca
adquirida por el obrero de esta forma debe ser tan de su dominio como el salario
ganado con su labor. Es ahí donde los Socialistas tienen el tropiezo, porque no
dejan que la clase obrera puedan adquirir y aumentar su patrimonio. Las
necesidades de cada hombre se repiten de una manera constante; de modo que,
satisfechas hoy, exige nuevas cosas para mañana, se podría interpretar con esto,
que nunca será suficiente algo para el hombre siempre ira en busca de más. Los
que carecen de propiedad, lo suplen con el trabajo de modo que obtenga vestido y
comida.

Ahora bien: esos derechos de los individuos se estima que tienen más fuerza
cuando se hallan ligados y relacionados con los deberes del hombre en la
sociedad doméstica. Al igual que el Estado, según hemos dicho, la familia es una
sociedad, que se rige por una potestad paterna, tiene ciertamente la familia
derechos iguales que la sociedad civil para elegir y aplicar los medios necesarios
en orden a su incolumidad y justa libertad. Por consiguiente, querer que la
potestad civil penetre a su arbitrio hasta la intimidad de los hogares es un error
grave. Cierto es que, si una familia se encontrara eventualmente de extrema
angustia y carente en absoluto de medios para salir de ese agobio, es justo que
los poderes públicos la socorran con medios extraordinarios, porque cada familia
es una parte de la sociedad. Cierto también que, si dentro del hogar se produjera
una alteración grave de los derechos mutuos, la potestad civil deberá amparar el
derecho de cada uno; esto no sería apropiarse los derechos de los ciudadanos,
sino protegerlos con una justa tutela. Es tal la patria potestad, que no puede ser ni
extinguida ni absorbida por el poder público, pues que tiene idéntico y común
principio con la vida misma de los hombres. De ahí que cuando los socialistas,
pretiriendo en absoluto la providencia de los padres, hacen intervenir a los
poderes públicos, obran contra la justicia natural y destruyen la organización
social. De todo lo cual se sigue claramente que debe rechazarse de plano esa
fantasía del socialismo de reducir a común la propiedad privada, pues que daña a
esos mismos a quienes se pretende socorrer, repugna a los derechos naturales de
los individuos y perturba las funciones del Estado y la tranquilidad común. Por lo
tanto, cuando se plantea el problema de mejorar la condición de las clases
lumperrimas, se ha de tener como fundamental el principio de que la propiedad
privada ha de conservarse inviolable.

Ahora bien: para acabar con la lucha y cortar hasta sus mismas raíces, es
admirable y varía la fuerza de las doctrinas cristianas. En primer lugar, toda la
doctrina de la religión cristiana, de lo cual es interprete y custodio la iglesia, puede
grandemente arreglar entre sí y unir a los ricos con los proletarios, es decir,
llamando a ambas clases al cumplimiento de sus deberes respectivos. Pero entre
los primordiales deberes de los patronos se destaca el de dar a cada uno lo justo.
Cierto es que para establecer la medida del salario con justicia hay que considerar
muchas razones, pero, generalmente, buscar la ganancia en la pobreza ajena no
lo permiten ni las leyes divinas ni las humanas. Han de evitar los ricos perjudicar
en lo más mínimo los intereses de los proletarios ni con violencia, ni con engaños,
ni con artilugios usurarios. Mientras más débil sea su economía, tanto más debe
considerarse sagrada.

Sobre el uso de las riquezas hay un excelente e importante doctrina, dicha


doctrina consiste en distinguir entre la recta posesión del dinero y el recto uso del
mismo. Poseer bienes en privado, según hemos dicho antes, es derecho natural
del hombre, y usar de este derecho, sobre todo en la sociedad de la vida, no solo
es lícito, sino incluso necesario en absoluto. “Es lícito que el hombre posea cosas
propias. Y es necesario también para la vida humana”.

Contemplando lo divino, se comprende más fácilmente que la verdadera dignidad


y excelencia del hombre radica en lo moral, es decir, en la virtud; que la virtud es
patrimonio común de todos los mortales, asequible por igual a altos y bajos, a
ricos y a pobres; y que el premio de la felicidad eterna no puede ser consecuencia
de otra cosa que de las virtudes y de los méritos, sean estos de quien fueren.

Aunque todos los ciudadanos, sin excepción alguna, deban contribuir


necesariamente a la totalidad del bien común, del cual deriva una parte no
pequeña a los individuos, no todos pueden aportar lo mismo ni en la igual
cantidad. Es necesario en absoluto que haya quienes se dediquen a las funciones
de gobierno, quienes legislen, juzguen, y finalmente, quienes con su dictamen y
autoridad administren los asuntos civiles y militares. Aportaciones de tales
hombres que nadie dejara de ver que son principales y que ellos deben ser
considerados como superiores en toda sociedad por el hecho de que contribuyen
al bien común más de cerca. Los que ejerzan o ejercen algún oficio ellos
concurren al bien común de modo notable, aunque menos directamente. Para la
obtención de los bienes es sumamente eficaz y necesario el trabajo de los
proletarios, ya que ejercen sus habilidades y destrezas en el cultivo del campo, ya
en los talleres e industrias. La equidad exige, por consiguiente, que las
autoridades públicas prodiguen sus cuidados al proletario para que éste reciba
algo de lo que aporta al bien común, como la casa, el vestido y el poder
sobrellevar la vida con mayor facilidad.

No es justo, según hemos dicho, que ni el particular ni la familia sean absorbidos


por el Estado; lo justo es dejar a cada uno la facultad de obrar con libertad hasta
donde sea posible, sin daño del bien común y sin injuria de nadie. No obstante, los
que gobiernan deberán atender a la defensa de la comunidad y de sus miembros.

Ahora bien: interesa tanto a la salud publica cuanto a la privada que las cosas
estén en paz y en orden; e igualmente que la totalidad del orden domestico se rija
conforme a los mandatos de Dios y a los preceptos de la naturaleza; que florezca
la integridad de las costumbres privadas y públicas; que se mantenga inviolada la
justicia y que no atenten impunemente unos contra otros; que los ciudadanos
crezcan robustos y aptos. Por consiguiente si clase patronal oprime a los obreros
con cargas injustas o los veja imponiéndoles condiciones ofensivas para la
persona y dignidad humanas; si daña la salud con trabajo excesivo, impropio del
sexo o de la edad, en todos estos casos deberá intervenir de lleno, dentro de
ciertos límites, el vigor y la autoridad de las leyes. Limites determinados por la
misma causa que reclama el auxilio de la ley, o sea, que las leyes no deberán
abarcar ni ir más allá de los que requieren el remedio de los males o la evitación
del peligro. Los derechos, sea de quien fueren, habrán de respetarse
inviolablemente; y para que cada uno disfrute del suyo deba proveer el poder civil,
impidiendo o castigando las injurias. Solo que en la protección de los derechos
individuales se habrá de mirar principalmente por los débiles y pobres. La gente
rica, protegida por sus propios recursos, necesita menos de la tutela pública; la
clase humilde, por el contrario, carente de todo recurso, se confía principalmente
al patrocinio del Estado. Por lo que respecta a la tutela de los bienes del cuerpo y
externos es que la jornada no se prolongue más horas que permitan las fuerzas.
Ahora bien, cuanto deba ser el intervalo dedicado al descanso, lo determinaran la
clase de trabajo, las circunstancias de tiempo y lugar y la condición misma de los
operarios. Hay que tomar en cuenta las estaciones del año, pues ocurre con
frecuencia que un trabajo fácilmente soportable en una estación es insufrible en
otra o no puede realizarse sino con grandes dificultades. Finalmente, lo que puede
hacer y soportar un hombre adulto y robusto no se le puede exigir a una mujer o a
un niño. Establézcase en general que se dé a los obreros todo el reposo necesario
para que recuperen las energías consumidas en el trabajo, puesto que el
descanso debe restaurar las fuerzas gastadas por el uso.
ENCÍCLICA: MATER ET MAGISTRA

SOBRE EL RECIENTE DESARROLLO DE LA CUESTIÓN SOCIAL A LA LUZ DE


LA DOCTRINA CRISTIANA

La iglesia, aunque tiene como misión principal santificar las almas y hacerlas
participes de los bienes sobrenaturales, se preocupa, sin embargo, de las
necesidades que la vida diaria plantea a los hombres, no solo de las que afectan a
su decoroso sustento, sino de las relativas a sus intereses y prosperidad, sin
exceptuar bien alguno y a lo largo de las diferentes épocas.

El derecho de poseer privadamente bienes incluidos los de carácter instrumental,


lo confiere a cada hombre la naturaleza, y el Estado no es dueño en modo alguno
de abolirlo. Y como la propiedad privada lleva naturalmente intrínseca una función
social, por eso quien disfruta de tal derecho debe necesariamente ejercitarlo para
beneficio propio y utilidad de los demás. Constituye una obligación del Estado
vigilar que los contratos de trabajo se regulen de acuerdo con la justicia y la
equidad, y que, al mismo tiempo, en los ambientes laborales no sufra mengua, ni
el cuerpo humano ni el espíritu, la dignidad de la persona humana.

Una profunda amargura embarga nuestro espíritu ante el espectáculo


inmensamente doloroso de innumerables trabajadores de muchas naciones y de
continentes enteros a los que se remunera con salario tan bajo, que quedan
sometidos ellos y sus familias a condiciones de vida totalmente infrahumana. Hay
que atribuir que esta lamentable situación al hecho de que en aquellas naciones el
proceso de industrialización está en sus comienzos o se halla en fase no suficiente
desarrollada. El desarrollo histórico de la época actual demuestra, con evidencia
cada vez mayor, que los preceptos de la justicia y de la equidad no deben regular
solamente las relaciones entre los trabajadores y los empresarios, sino además
las que median entre los distintos sectores de la economía, entre las zonas de
diverso nivel de riqueza en el interior de cada nación y, dentro del plano mundial,
entre los países que se encuentran en diferente grado de desarrollo económico y
social.

Por ello, ante un problema de tanta importancia que afecta a casi todos los países,
es necesario investigar, primeramente, los procedimientos más idóneos para
reducir las enormes diferencias que en materia de productividad se registran entre
el sector agrícola y los sectores de la industrial y de los servicios; hay que buscar,
en segundo término, los medios más adecuados para que el nivel de vida de la
población agrícola se distancie lo menos posible del nivel de vida de los
ciudadanos que obtienen sus ingresos trabajando en los otros sectores aludidos.

En primer lugar, es necesario que todos, y de modo especial las autoridades


públicas procuren con eficacia que en el campo adquieran el conveniente grado de
desarrollo los servicios públicos más fundamentales, como, por ejemplo: caminos,
transportes, comunicaciones, agua potable, vivienda, asistencia médica y
farmacéutica, enseñanza elemental y enseñanza técnica y profesional,
condiciones idóneas para la vida religiosa y para un sano esparcimiento y,
finalmente, todo el conjunto de productos que permitan al hogar del agricultor estar
acondicionado y funcionar de acuerdo con los progresos de la época moderna.

Cuando los medios agrícolas faltan estos servicios, necesarios hoy para alcanzar
un nivel de vida digno, el desarrollo económico y el progreso social vienen a ser en
aquellos o totalmente nulos o excesivamente lentos, lo que origina como
consecuencia la imposibilidad de frenar el éxodo rural y la dificultad de controlar
numéricamente la población que huye del campo.

La agricultura ofrecerá a la industria, a los servicios y a toda la nación una serie de


productos que en cantidad y calidad responderán mejor a las exigencias del
consumo, contribuyendo así a la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda, la
cual es uno de los elementos más valiosos para lograr un desarrollo ordenado de
todo el conjunto de la economía.

Para conseguir un desarrollo proporcionado entre los distintos sectores de la


economía es también absolutamente imprescindible una cuidadosa política
económica en materia agrícola por parte de las autoridades públicas, política
económica que ha de atenderse a los siguientes capítulos, imposición fiscal,
crédito, seguros sociales, precios, promoción de industrias complementarias y, por
último, el perfeccionamiento de la estructura de la empresa agrícola.

Por lo que se refiere a los impuestos, la exigencia fundamental de todo sistema


tributario justo y equitativo es que las cargas se adapten a la capacidad económica
de los ciudadanos.

Es necesario también que en la agricultura se implanten dos sistemas de seguros:


el primero, relativo a los productos agrícolas, y el segundo, referente a los propios
agricultores y a sus respectivas familias. Porque como es sabido, la renta per
capita del sector agrícola es generalmente inferior a la renta per capita de los
sectores de la industria y de los servicios, y, por esto, no parece ajustado
plenamente a las normas de la justicia social y de la equidad implantar sistemas
de seguros sociales o de seguridad social en los que el trato dado a los
agricultores sea substancialmente inferior al que se garantiza a los trabajadores de
la industria y de los servicios. Las garantías aseguradoras que la política social
establece en general, no deben presentar diferencias notables entre sí, sea el que
sea el sector económico donde el ciudadano trabaja o de cuyos ingresos vive.

Por otra parte, como los sistemas de los seguros sociales y de seguridad social,
pueden contribuir eficazmente a una justa y equitativa redistribución de la renta
total de la comunidad, deben, por ello mismo, considerarse como vía adecuada
para reducir las diferencias entre las distintas categorías de los ciudadanos.
ENCÍCLICA: QUADRAGESIMO ANNO

SOBRE LA RESTAURACIÓN DEL ORDEN SOCIAL EN PERFECTA


CONFORMIDAD CON LA LEY EVANGÉLICA

A finales del siglo XIX, el planteamiento de un nuevo sistema económico y el


desarrollo de la industria habían llegado en la mayor parte de las naciones al
punto de que se viera a la sociedad cada vez más dividida en dos clases: una,
ciertamente poco numerosa, que disfrutaba de casi la totalidad de los bienes que
tan copiosamente proporcionaban los inventos modernos, mientras la otra,
integrada por la ingente multitud de los trabajadores, oprimida por angustiosa
miseria, pugnaba en vano por liberarse del agobio en que vivía.

Los obreros, en cambio, afligidos por una más dura suerte, soportaban esto con
suma dificultad y se resistían a vivir por más tiempo sometidos a un pesado yugo,
recurriendo unos, arrebatados por el ardor de los malos consejos, al desorden y
aferrándose a otros, a quienes su formación cristiana apartaba de tan perversos
intentos, a la idea de que había muchos puntos en esta materia que estaban
pidiendo una reforma profunda y urgente.

Carácter muy diferente tiene el trabajo que, alquilado a otros, se realiza sobre
cosa ajena. A este se le aplica principalmente lo dicho por León XIII: “es verdad
incuestionable que la riqueza nacional proviene no de otra cosa que del trabajo de
los obreros”. Nadie puede ignorar que jamás pueblo alguno ha llegado desde la
miseria y la indigencia a una mejor y más elevada fortuna, si no es con el enorme
trabajo acumulado por los ciudadanos. Ahora bien, la ley natural, es decir, la
voluntad de Dios promulgada por medio de aquella, exige que en la aplicación de
las cosas naturales a los usos humanos se observe el recto orden, consistente en
que cada cosa tenga su dueño. León XIII escribió: “Ni el capital puede subsistir sin
el trabajo, ni el trabajo sin el capital”.
Por lo cual es falso atribuir únicamente al capital o únicamente al trabajo lo que es
resultado de la efectividad unida de los dos, y totalmente injusto que uno de ellos,
negada la eficacia del otro, trate de arrogarse para sí todo lo que hay en el efecto.

De acuerdo a el sustento del obrero y de su familia. Ante todo, el trabajador hay


que fijarle una remuneración que alcance a cubrir el sustento suyo y el de su
familia. Es justo, desde luego, que el resto de la familia contribuya también al
sostenimiento común de todos, como puede verse especialmente en las familias
de campesinos, así como también en las de muchos artesanos y pequeños
comerciantes; pero no es justo abusar de la edad infantil y de la debilidad de la
mujer. Las madres de familia trabajaran principalmente en casa o en sus
inmediaciones, sin desatender los quehaceres domésticos. Constituye un abuso, y
debe ser eliminado con todo empeño, que las madres de familia, a causa de la
cortedad del sueldo del padre, se vean en la precisión de buscar un trabajo
remunerado fuera del hogar, teniendo que abandonar sus peculiares deberes y,
sobre todo, la educación de sus hijos.

Hay que luchar denodadamente, por tanto, para que los padres de familia reciban
un sueldo lo suficientemente amplio para tender convenientemente a las
necesidades domesticas ordinarias. Para fijar la cuantía del salario deben tenerse
en cuenta también las condiciones de la empresa y del empresario, pues sería
injusto exigir unos salarios tan elevados que, sin la ruina propia y la consiguiente
de todos los obreros, la empresa no podría soportar. No debe, sin embargo,
reputarse como causa justa para disminuir a los obreros el salario el escaso rédito
de la empresa cuando esto sea debido a incapacidad o abandono o a la
despreocupación por el progreso técnico y económico.

Y cuando los ingresos no son lo suficientemente elevados para poder atender a la


equitativa remuneración de los obreros, porque las empresas se ven gravadas por
cargas injustas o forzadas a vender los productos del trabajo a un precio no
remunerador, quienes de tal modo las agobian son reos de un grave delito, ya que
privan de su justo salario a los obreros, que, obligados por la necesidad, se ven
compelidos a aceptar otro menor que el justo.
Finalmente, la cuantía del salario debe acomodarse al bien público económico. Ya
hemos indicado lo importante que es para el bien común que los obreros y
empleados apartando algo de su sueldo, una vez cubierta sus necesidades,
lleguen a reunir un pequeño patrimonio; pero hay otro punto de no menor
importancia y en nuestros tiempos sumamente necesario, o sea, que se dé
oportunidad de trabajar a quienes pueden y quieren hacerlo.

Los verdaderamente enterados sobre cuestiones sociales piden insistentemente


una reforma ajustada a los principios de la razón, que pueda llevar a la economía
hacia un orden recto y sano.

Pero ese orden, que nos mismo deseamos tan ardientemente y promovemos con
tanto afán, quedara en absoluto manco e imperfecto si las actividades humanas
todas no cooperan en amigable acuerdo a imitar y, en la medida que sea dado a
las fuerzas de los hombres, reproducir esa admirable unidad del plan divino.

Haciendo un énfasis a versa de la lucha de clases se aparta de la propiedad.


Efectivamente, siempre que se abstenga de enemistades y de odio mutuo,
insensiblemente se convierte en una honesta discusión, fundada en el amor a la
justicia, que, si no es aquella dichosa paz social que todos anhelamos, puede y
debe ser el principio por donde se llegue a la mutua cooperación profesional. La
misma guerra contra la propiedad privada, cada vez más suavizada, se restringe
hasta el punto de que, por fin, ya no se ataca la posesión en sí de los medios de
producción, sino cierto imperio social que contra todo derecho se ha tomado y
arrogado la propiedad.

Ese imperio realmente no es propio de los dueños, sino del poder público.
ENCÍCLICA: HUMANAE VITAE

A LOS VENERABLES HERMANOS LOS PATRIARCAS Y A TODOS LOS


HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD, SOBRE LA REGULACIÓN DE LA
NATALIDAD

La transmisión de la vida. El gravísimo deber de trasmitir la vida humana ha sido


siempre para los esposos, colaboradores libres y responsables de Dios creador,
fuente de grandes alegrías aunque algunas veces acompañadas de no pocas
dificultades y angustias. Los cambios que se han producido son, en efecto,
notables y de diversa índole. Se trata ante todo, del rápido desarrollo demográfico.
Muchos manifiestan el temor de que la población mundial aumente más
rápidamente que las reservas de que dispone, con creciente angustia para tantas
familias y pueblos en vía de desarrollo, siendo grande la tentación de las
autoridades de oponer a este peligro medidas radicales. Además, las condiciones
de trabajo y de vivienda y las múltiples exigencias que van aumentando en el
campo económico y en el de la educación, con frecuencia hacen hoy difícil el
mantenimiento adecuado de un número elevado de hijos.

El nuevo estado de cosas hace plantear nuevas preguntas. Consideradas las


condiciones de la vida actual y dado el significado que las relaciones conyugales
tienen en orden a la armonía entre los esposos y a su mutua fidelidad.

El problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida humana, hay


que considerarlo, por encima de las perspectivas parciales de orden biológico o
psicológico, demográfico o sociológico, a la luz de una visión integral del hombre y
de su vocación, no solo natural y terrena sino también sobrenatural y eterna.

El amor conyugal. El matrimonio efecto de la casualidad o producto de la


evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del creador
para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su
recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de
sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con
Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas. En los bautizados el
matrimonio reviste, además, la dignidad de signo sacramental de la gracia, en
cuanto representa la unión de Cristo y de la Iglesia.

La paternidad responsable, en relación con los procesos biológicos, paternidad


responsable significa conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia
descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la
persona humana. En relación con las condiciones físicas, económicas,
psicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone en práctica ya sea con
la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa ya sea con la
decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un
nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido.

La paternidad comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden
moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia.

En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan, por tanto, libres para
proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera
completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar
su conducta de acuerdo a la naturaleza del matrimonio y por la enseñanza de la
iglesia.

Unión y procreación. El acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une


profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas,
según las leyes escritas en el ser mismo del hombre y de la mujer.
Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivos y procreadores, el acto
conyugal conserva integro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación
a la altísima vocación del hombre a la paternidad.

Graves consecuencias de los métodos de regulación artificial de la natalidad. En


tal modo los hombres queriendo evitar las dificultades individuales, familiares o
sociales que se encuentran en el cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar
merced de la intervención de las autoridades públicas el sector más personal y
más reservado de la intimidad conyugal.
Por tanto sino se quiere exponer al árbitro de los hombres la misión de engendrar
la vida se deben reconocer necesariamente unos límites infranqueables a la
posibilidad de dominio del hombre sobre su cuerpo y sus funciones; limites que a
ningún hombre, privado o revestido de autoridad, es licito quebrantar.

Dominio de sí mismo. Una práctica honesta de la regulación de la natalidad exige


sobre todo a los esposos adquirir y poseer solidas convicciones sobre los
verdaderos valores de la vida y de la vida, y también una tendencia a procurarse
un perfecto dominio de sí mismos. El dominio del instinto, mediante la razón y la
voluntad libre, impone sin ningún género de duda una ascética, para que las
manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden
recto. Esta disciplina, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor
humano más sublime.

Crear un ambiente favorable a la castidad. La castidad, es decir, al triunfo de la


libertad sobre el libertinaje, mediante el respeto del orden moral. Todo lo que en
los medios modernos de comunicación social conduce a la excitación de los
sentidos, al desenfreno de las costumbres, como cualquier forma de pornografía y
de espectáculos licenciosos, debe suscitar la franca y unánime reacción de todas
las personas, solícitas del progreso de la civilización y de la defensa de los
supremos bienes del espíritu humano. Llamamiento a las autoridades públicas. A
los gobernantes, que son los primeros responsables del bien común pueden hacer
para salvaguardar las costumbres morales: no permitáis que se degrade la
moralidad de nuestros pueblos; no aceptéis que se introduzcan legalmente en la
célula fundamental, que es la familia, prácticas contrarias a la ley natural y divina.
Con los poderes públicos pueden y deben contribuir a la solución del problema
demográfico: una cuidadosa política familiar y de una sabia educación de los
pueblos, que respete la ley moral y la libertad de los ciudadanos. A los médicos y
al personal de sanidad, quienes en el ejercicio de su profesión sienten
entrañablemente las superiores exigencias de su vocación cristiana, por encima
de todo interés humano.
ENCÍCLICA: CENTESIMUS ANNUS

A SUS HERMANOS EN EL EPISCOPADO, AL CLERO, A LAS FAMILIAS


RELIGIOSAS, A LOS FIELES DE LA IGLESIA CATÓLICA Y A TODOS LOS
HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD

La presente encíclica trata de poner en evidencia la fecundidad de los principios


expresados por León XIII, los cuales pertenecen al patrimonio doctrinal de la
iglesia y, por ello, implican la autoridad del Magisterio.

En el campo económico, donde confluían los descubrimientos científicos y sus


aplicaciones, se habían llegado progresivamente a nuevas estructuras en la
producción de bienes de consumo. Había aparecido una nueva forma de
propiedad, el capital, y una nueva forma de trabajo, el trabajo asalariado,
caracterizado por gravosos ritmos de producción, sin la debida consideración para
con el sexo, la edad o la situación familiar, y determinado únicamente por la
eficacia con vistas al incremento de los beneficios. Ya lo dijera el camarada Marx,
incrementar la riqueza a base de un trabajo mal pagado y en condiciones
extremas.

El trabajo se convertía de este modo en mercancía, que podía comprarse y


venderse libremente en el mercado y cuyo precio era regulado por la ley de la
oferta y la demanda, sin tener en cuenta el mínimo vital necesario para el sustento
de la persona y de su familia. Además, el trabajador ni siquiera tenía la seguridad
de llegar a vender la propia mercancía, al estar continuamente amenazado por el
desempleo, el cual, a falta de previsión social, significaba el espectro de la muerte
por hambre. Era una explotación muy difícil, y la cual, el trabajador tenía que
aceptar para poder sobrellevar su vida humana en lo más austero, pues, su salario
no le permitía para más.

Al mismo tiempo comenzaba a surgir de forma organizada, no pocas veces


violenta, otra concepción de la propiedad y de la vida económica que implicaba
una nueva organización política y social. Socialistas.
Con el propósito de esclarecer el conflicto que se había creado entre capital y
trabajo, León defendía los derechos fundamentales de los trabajadores. El
Pontífice califica como “personal”, ya que la fuerza activa es inherente a la
persona y totalmente propia de quien la desarrolla y en cuyo beneficio ha sido
dada. El trabajo pertenece, por tanto, a la vocación de toda persona; es más, el
hombre se expresa y se realiza mediante su actividad laboral. Al mismo tiempo, el
trabajo tiene una dimensión social, por su íntima relación bien sea con la familia,
con el bien común, porque se puede afirmar con verdad que el trabajo de los
obreros es el que produce la riqueza de los Estados.

En estrecha relación con el derecho de propiedad, atribuye, el derecho natural del


hombre a formar asociaciones privadas; lo cual significa ante todo el derecho a
crear asociaciones profesionales de empresarios y obreros, o de obreros
solamente. Ésta es la razón por la cual la iglesia defiende y aprueba la creación de
los llamados sindicatos, no ciertamente por prejuicios ideológicos, ni tampoco por
ceder a una mentalidad de clase, sino porque se trata precisamente de un derecho
natural del ser humano y, por consiguiente, anterior a su integración en la
sociedad política. En efecto, el Estado no puede prohibir su formación, porque el
Estado debe tutelar los derechos naturales, no destruirlos.

El Papa, enuncia otro derecho del obrero como persona. Se trata del derecho al
“salario justo”, que no puede dejarse al libre acuerdo entre las partes, ya que,
según eso, pagado el salario convenido, parece como si el patrono hubiera
cumplido ya con su deber y no debiera nada más. El Estado, se decía entonces,
no tiene poder para intervenir en la determinación de estos contratos, sino para
asegurar el cumplimiento de cuanto se ha pactado explícitamente.

El salario debe ser, pues, suficiente para el sustento del obrero y de su familia. Si
el trabajador, obligado por la necesidad o acosado por el miedo de un mal mayor,
acepta, aun no queriéndola, una condición más dura, porque se la imponen el
patrono o el empresario, esto es ciertamente soportar una violencia, contra la cual
clama la justicia. El Papa atribuía a la autoridad publica el deber estricto de prestar
la debida atención al bienestar de los trabajadores, porque lo contrario sería
ofender a la justicia; es más, no dudaba en hablar de la justicia distributiva. Añade
otro, el derecho a cumplir libremente los propios deberes religiosos. Él ratifica la
necesidad del descanso festivo, para que el hombre eleve su pensamiento hacia
los bienes de arriba y rinda el culto debido a la majestad divina. De este derecho,
basado en un mandamiento, nadie puede privar al hombre: a nadie es lícito violar
impunemente la dignidad del hombre, de quien Dios mismo dispone con gran
respeto. En consecuencia, el Estado debe asegurar al obrero el ejercicio de esta
libertad.

La gran lucidez en percibir, en toda su crudeza, la verdadera condición de los


proletarios, hombres, mujeres y niños; por otra, la no menor claridad en intuir los
males de una solución que, bajo la apariencia de una inversión de posiciones
entre pobres y ricos, en realidad perjudicaba a quienes se proponía ayudar.

El error fundamental del socialismo es de carácter antropológico, considera a todo


hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera
que el bien del individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo
económico-social. Por otra parte, considera que este mismo bien puede ser
alcanzado al margen de su opción autónoma, de su responsabilidad asumida,
única y exclusiva, ante el bien o el mal. El hombre queda reducido así a una serie
de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto
autónomo de decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal
decisión.

Lo que se le condena a la lucha de clases es la idea de un conflicto que no está


limitado por consideraciones de carácter ético o jurídico, que se niega a respetar la
dignidad de la persona en el otro y por tanto en sí mismo, que excluye, en
definitiva, un acuerdo razonable y persigue no ya el bien general de la sociedad,
sino más bien un interés de parte que suplanta al bien común y aspira a destruir lo
que se le opone. La lucha de clases en sentido marxista y el militarismo tienen,
pues, las mismas raíces: el ateísmo, y el desprecio de la persona humana, que
hacen prevalecer el principio de la fuerza sobre el de la razón y del derecho. La
sociedad y el Estado deben asegurar unos niveles salariales adecuados al
mantenimiento del trabajador y de su familia, incluso con una cierta capacidad de
ahorro. Esto requiere esfuerzos para dar a los trabajadores conocimientos y
aptitudes cada vez más amplios, capacitándolos así para in trabajo más
cualificado y productivo; pero requiere también una asidua vigilancia y las
convenientes medidas legislativas para acabar con fenómenos vergonzosos de
explotación, sobre todo en perjuicio de los trabajadores más débiles, inmigrados o
marginales.

Hay que garantizar el respeto por horarios humanos de trabajo y de descanso, y el


derecho a expresar la propia personalidad en el lugar de trabajo, sin ser
conculcados de ningún modo en la propia conciencia o en la dignidad. Hay que
mencionar aquí de nuevo el papel de los sindicatos sólo como instrumentos de
negociación, sino también como lugares donde se expresa la personalidad de los
trabajadores: sus servicios contribuyen al desarrollo de una autentica cultura de
trabajo y ayudan a participar de manera plenamente humana en vista de la
empresa. Por eso siempre he dicho, si uno tiene un personal bien capacitado,
bien motivado, en la empresa, ha ambos nos va mejor, el trabajador tendrá sus
beneficios y la empresa tendrá un punto de equilibrio sublime.

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