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Algunas personas deciden vivir del oro, el lulo o la coca. José Livio Reina
eligió el café como fuente de vida y subsistencia. Un viaje a
tierra caliente para contar la historia de un padre que cosecha café entre
vallenatos y sonrisas.
Se enciende el fuego
Herencia aprendida
Dando vueltas como un remolino, quizás para suavizar el lugar donde se van a
acomodar, Marconi, Mateo, Sacha y Tony, los cuatro perros que acompañan a
Reina en el cafetal, buscan arroparse con el calor que emana la brasa que está a
punto de extinguirse en el horno. Entonces José le dice a Luz que barrerá el
horno tan pronto se termine de apagar. Segundos después Alexander aparece con
dos latas repletas de pan.
Cristian irrumpe el silencio tarareando. “Esos ojos negros tan divinos que se
clavan en mi alma /cada vez que tú me miras/ son dos angelitos en tu cara que se
mueven lentamente/como el que cura una herida/”
Luego, calla y le dice:
–¡Abuelo tome más tinto!– y le alcanza otro pocillo lleno de café.– “Esa canción,
dice mi abuela, que usted se la dedicó cuando eran novios”, José sonríe y se pone
a cantar con su nieto.
“Es como llover en el desierto/ Y como nacer ahorita mismo/”
Toma un sorbo de tinto y concluye:
“Y si volviera a nacer/ no lo haría en otro lugar./ Esta es nuestra tierra, la tierra
del café”.