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Era jueves a finales de septiembre de 1985.

Fue el único día que no me ganó


el sueño. Hacía ya tres o cuatro meses, una o dos veces por semana, que ese
bicho no dejaba dormir a su mamá. Era muy extraño. Yo me quedaba despierto
lo más que podía, pero nunca llegue a sentir o darme cuenta de nada hasta
este día.

Ella me cuenta que apenas yo pegaba el primer ronquido, escuchaba el aleteo


“de ese animal”, como ella lo llamaba, que llegaba y se posaba en la esquina
de la casa, entre el palo de Mirto y el Guayabo que yo había desramado para
que le entrara más fresco a la casa.

Sentía que se quedaba inerte unos minutos, hasta que escuchaba como las
uñas rasgaban las tejas de zinc, mientras caminaba de esquina de la casa
junto al Mirto y el Guayabo, hasta el cuarto en el que nosotros dormíamos.

Para entonces, teníamos la cama en la que dormimos nuestros primeros 40


años de matrimonio. Se la mandamos hacer, por 50 pesos, a Clemente
Rodríguez, el único carpintero que había en la vereda. La hizo de roble macizo
color caoba, con flores talladas a mano en el cabezal, en las que colgaba el
rosario y el escapulario de la Virgen del Carmen.

Era una camita pequeña, apenas cabíamos los dos, pero no necesitábamos
más. Yo me acostaba bien a la horilla y amanecía en el mismo lugar y forma
como me acostaba. Una cosa es que siempre me gusta dormir sin almohada y
tapado de pies a cabeza, solo dejo el huequito de la nariz para respirar, y
siempre me duermo boca abajo, pues si me quedo dormido boca arriba ronco
mucho y su mamá empieza a moverme.

El martes de la semana anterior se despertó con un par de morados en el


brazo izquierdo y unos dedos marcados en el cuello. Me dijo que eso se le
había puesto encima e intentó ahorcarla, pero cuando vio que ya estaba
quedando sin aire la soltó y se fue.

Eran las dos de la mañana del 26 de septiembre cuando Luz me dijo “ahí viene
ese bicho”. Yo había dejado la puerta medio abierta, afilado y puesto el
machete y la linterna debajo de la cama. Me puse el escapulario de la virgen
del Carmen en la boca y me senté en la cama.
Cuando escuché que el Mirto se movió cogí el machete y salí, olvidé la linterna,
pero no la necesité porque era luna llena. Con el machete en mano y
mordiendo la virgen, dije entre mí, este malparido no nos va a joder más. Al
llegar a la esquina, en el tronco del Guayabo había un pisco parado, se le veían
las plumas negras y brillantes, pero no le vi la cara. Le quería preguntar qué
quería pero no me aguanté y le mandé un machetazo, no le corte ni una pluma.
Alzó vuelo y se fue. Lo vi hasta donde me dio la ceguera y la luz de la luna
llena.

Hasta el sol de hoy nunca volvió esa maldita bruja….

Cara de loco, está interesante. Trate de reescribirlo y darle un pelín de


estructura al cuento. Pa´ que todo se hile chimba.

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