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@ Fred A. Hartley III Las Siete Llagas de Cristo
@ Fred A. Hartley III Las Siete Llagas de Cristo
El lugar de la Calavera
Comenzamos nuestra caminata en la escena de la crucifixión de Jesús: el
Gólgota, conocido como “el lugar de la Calavera”, donde ahora se
encuentra la Iglesia del Santo Sepulcro. Aquí es donde termina la Vía
Dolorosa, pero debido a que en muchos sentidos es la zona cero, es
apropiado para nosotros comenzar aquí nuestra descripción del camino de
sufrimiento de Jesús.
Los templos formales de las iglesias siempre me hacen sentir incómodo.
La iglesia del Santo Sepulcro en la Ciudad Vieja de Jerusalén no es una
excepción, excepto por algo: este es el lugar exacto donde la mayoría de
los eruditos e historiadores nos dicen que Jesús fue crucificado. Se
encuentra justo afuera de las murallas originales que rodean la Ciudad
Santa. Se trata del lugar donde los criminales eran llevados para ser
ejecutados.
Soy empujado dentro de la iglesia, por el gentío de prácticamente todos
los países del mundo que esperan ver las piedras históricas exactas donde
Jesús fue crucificado. Mientras me acerco cada vez más, esforzándome
por mantener mi lugar en la fila, me impactan inicialmente los excesivos
símbolos religiosos: las llamativas cortinas aterciopeladas y los
candelabros chabacanos que hacen que la escena parezca menos un
santuario histórico y más como el departamento de iluminación de una
distribuidora minorista de equipamiento para el hogar. Pero luego veo lo
que esperaba: mis ojos se posan en las antiguas piedras que señalan el
lugar donde estuvo la cruz de Jesús. Descubrí, para mi gran deleite, que un
afloramiento considerable de piedra caliza se conserva bajo una gran
lámina protectora de plexiglás. Este lugar marca el punto donde se
derramó la mayor cantidad de la sangre de Jesús.
Algunos a mi alrededor se arrodillan. Muchos lloran. Tanto hombres
como mujeres miran con gran concentración, con la mirada puesta
fijamente sobre las piedras en las que Él murió. Las personas son
respetuosas, incluso muestran reverencia. Algunos toman fotos, pero el
momento es demasiado significativo, muy trascendental como para que
alguien lo menosprecie con una selfie . Todo el mundo parece tener el
mismo sentido: se trata más de Jesús que de alguien o de cualquier otra
cosa. He estado antes en este punto exacto una docena de veces, pero
nunca sentí lo mismo que hoy. Me embarga una emoción repentina,
después de haber pasado los últimos doce meses investigando
extensamente sobre las 7 llagas de Cristo, al darme cuenta que mi pasión,
mi sufrimiento, está íntimamente ligado al de Cristo. Parece como si yo
fuera el único aquí parado. Me siento unido con Dios en un nivel
inusualmente profundo, desde el punto de vista espiritual, intelectual y
emocional. Toda la importancia histórica del esperpento y el abuso físico
que sufrió Jesús parecen acercar simultáneamente mi corazón a Dios,
desde el momento en que mis ojos se fijaron en la piedra. Doy un suspiro.
Mis brazos caen muertos a los costados. Quedo boquiabierto. Me siento
abrumado, mientras permanezco mirando, al darme cuenta que las siete
llagas que sangraron en el cuerpo de Jesús son tan asequibles hoy para
usted y para mí, como lo fueron hace dos mil años para sus seguidores.
Exhalo lentamente con profunda gratitud. Sacudo mi cabeza y grito en voz
alta: “Dios mío, Dios mío, cuánto debes amarme para someter a tu Hijo a
tal hostilidad. ¡Y pensar que Tú lo hiciste por mí, por todos nosotros!”.
El objetivo de este breve libro es brindarle también, de una forma u otra,
un momento similar de aprecio profundo e incluso imponente por las 7
llagas de Cristo. Haré todo lo posible por ceñirme fielmente a los hechos
que conocemos de los documentos históricos; afortunadamente, fueron
registradas meticulosamente las últimas horas antes de que el cadáver de
Jesús fuera sepultado. Usted puede, sin embargo, sacar sus propias
conclusiones. Respeto su punto de vista, ya sea que usted fuese un
escéptico, cínico o buscador, y le invito a pensar objetivamente acerca de
la muerte de Jesús, a quien muchos llamamos el Cristo, el Ungido, el
Mesías.
Aunque muchas veces he pasado caminando por las piedras históricas
del Gólgota, algo nuevo me impacta esta vez. A mi alrededor hay
japoneses, filipinos, brasileños, europeos, árabes, nigerianos, cristianos,
judíos e incluso musulmanes, cada uno abriéndose paso cada vez más
cerca de las piedras exactas sobre las cuales hace dos mil años se derramó
la sangre de Jesús. La masa de gente que indaga se apretuja
incómodamente, apenas capaz de contener su entusiasmo por obtener una
mirada de primera mano de estas piedras históricas.
Me doy cuenta que miramos más que ruinas arqueológicas. He visitado,
como historiador, piedras antiguas y excavaciones arqueológicas en un
sinnúmero de lugares, pero ninguno de ellos ha generado este nivel de
furor. Lo que hace que estas piedras generen tanto entusiasmo es que todos
los que las observamos compartimos una cosa en común: todos somos
personas heridas que en busca de sanidad. Volveremos aquí, a estas
piedras, hacia el final de nuestro recorrido, para observarlas más de cerca,
pero por ahora debemos seguir avanzando.
La columna de flagelación
A solo cien metros del lugar de la ejecución de Jesús hay un yacimiento
de excavación poco conocido, a catorce metros bajo tierra. Giramos a la
izquierda por un angosto callejón sin señalización y bajamos tres tramos
de escaleras para ver una columna de azotes romana, descubierta
recientemente. La mayoría de los peregrinos pasan por delante de la
escalera y se pierden esta joya.
El Jardín de Getsemaní
Salimos de la cámara subterránea que contiene la columna de flagelación
y llegamos después de una caminata de veinte minutos al jardín donde
Jesús recibió su primera herida. Getsemaní, el cual es un lugar que le
encantó a Jesús y donde en realidad comienza la Vía Dolorosa, es uno de
los pocos sitios a lo largo del camino del dolor, que conserva su belleza
natural original.
Muchos de los olivos que se encuentran hoy en día, con enormes troncos
de casi cinco metros de circunferencia, tienen en realidad dos mil años.
Jesús procesó aquí en el jardín muchos de los momentos que cambiaron su
vida, y este hermoso lugar también nos brinda la oportunidad de
reflexionar sobre lo que ya vimos y de prepararnos para lo que está por
venir.
LA VÍA DOLOROSA EN LA JERUSALÉN MODERNA
Tengo tres sugerencias, mientras repasemos este libro. Tenga esperanza .
Sin esperanza, es imposible para nosotros afrontar nuestras heridas.
Tendemos a correr y escondernos de nuestras heridas y debilidades, pero
no hay nada más esperanzador que saber que hay un Dios que nos ama
tanto que Él ya envió a su Hijo para ser herido con nuestras heridas.
Sea realista . No hay nada en la tierra más puro, real y visible que la cruz
donde murió Jesús. Él no tuvo nada que ocultar y no se guardó nada. Él
espera mucho de nosotros, si queremos encontrarle en la cruz. La mejor
definición de humildad que haya escuchado es la siguiente: la humildad es
la disposición de ser conocidos por lo que somos. Sin máscaras. Sin
encubrimientos. Sin pretensiones. Presentarnos tal como somos, con
heridas y todo. Cristo ya exhibió públicamente nuestro pecado y nuestra
vergüenza, cuando Él recibió nuestras heridas. No hay gato encerrado, de
modo que ya no tenemos que escondernos.
Profundice . No hay forma que Jesús permitiera que los clavos metálicos
penetraran sus muñecas y tobillos y que la lanza fuera clavada en su
costado, para tener simplemente una relación superficial con nosotros. Si
la cruz nos dice algo, es que Dios quiere profundizar. Así como las heridas
de Jesús le penetraron profundamente, Él quiere que su sanidad se
profundice en nosotros. El hecho que Jesús fuera herido es históricamente
irrefutable. Comprenderemos con todo detalle, por la gracia de Dios, antes
de que termine este libro, que es igualmente irrefutable que sus 7 llagas
nos puedan sanar hoy.
Hay amor en las heridas de Jesús. Si pasa por alto el amor, no entenderá
lo fundamental. El amor es lo que llevó a Jesús a la cruz y es lo que le dio
inicio al plan redentor de Dios. Tal vez haya escuchado antes las siguientes
palabras: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito,
para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. 7
Una vez más, Dios no busca una relación superficial con usted. Él le ama.
Él quiere profundizar con usted, tan profundo como las llagas de Cristo.
Ahora que obtuvimos una visión general de la Vía Dolorosa y
entendemos hacia dónde vamos, es hora que comencemos nuestro
recorrido. Empezaremos al pie del Monte de los Olivos, en el Jardín de
Getsemaní, a las afueras de la Ciudad Vieja.
Nota referencia Nº 1
La entrega de Cristo
Cada llaga de Cristo corresponde a un acto de entrega de su voluntad.
Después de todo, Jesús les dijo explícitamente a sus discípulos: “entrego
mi vida para volver a recibirla. Nadie me la arrebata, sino que yo la entrego
por mi propia voluntad. Tengo autoridad para entregarla, y tengo también
autoridad para volver a recibirla. Este es el mandamiento que recibí de mi
Padre”. 8 Jesús les diría luego específicamente a sus enemigos que le
causaron sus heridas: “No tendrías ningún poder sobre mí si no se te
hubiera dado de arriba” 9 y “¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, y al
instante pondría a mi disposición más de doce batallones de ángeles?”. 10
Jesús entregó, con esta primera herida, su voluntad para ser molida, como
una pulposa aceituna madura, entre la espada y la pared.
Es significativo que el quebrantamiento de la voluntad de Jesús tuvo
lugar en la oración: “Padre mío, si no es posible evitar que yo beba este
trago amargo, hágase tu voluntad”. 11 Él oró de nuevo: “Padre, si quieres, no
me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la
tuya”. 12 Observe con qué frecuencia Jesús se refirió en esta breve oración a
la voluntad, ¡no menos de cuatro veces! La voluntad fue el tema
fundamental. No quería perderse su momento, como un atleta o guerrero.
Jesús dedicó cada día de sus treinta y tres años en la tierra, sometiéndose
intencionalmente a la voluntad de su Padre, Dios. Ahora quería terminar la
carrera y cumplir el propósito de su vida. El relato histórico nos
proporciona una descripción gráfica de la intensidad de la batalla de Jesús:
“como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor, y su sudor era
como gotas de sangre que caían a tierra”. 13 Fíjese en la sangre. Esta es la
primera mención de las gotas de sangre que manaron del cuerpo de Jesús.
La batalla que Jesús libró en el jardín fue someter su propia voluntad a la
voluntad de su Padre, y esta lucha causó la primera de sus siete heridas,
cuando Él sudó gotas de sangre.
Algunos escépticos han puesto en tela de juicio la exactitud o incluso la
posibilidad de este relato. Argumentan que los primeros escritores de los
Evangelios intentaron por todos los medios dramatizar la intensidad de la
lucha de Cristo. Sin embargo, en su esfuerzo por ser científicamente
objetivos, pasaron por alto la explicación científica de lo que ahora
sabemos que es la hematidrosis.
La pregunta más importante que debe plantearse es: ¿Por qué en primer
lugar estaba Jesús bajo un estrés tan intenso? ¿Por qué se reventaron sus
glándulas sudoríparas y se llenó de pigmentación sanguínea su sudoración?
La anticipación del tormento físico que soportaría durante las siguientes
quince horas, ciertamente explica una parte de su ansiedad extrema, pero
esa es solo una respuesta parcial. La razón más importante de su angustia
es que, contra todo pronóstico, Él eligió rendir su voluntad para lo
impensable: recibir en su propio cuerpo todas las heridas de la humanidad
entera, a lo largo de toda la historia. La idea de que se inyectara en su
sistema toda enfermedad, defecto, auto-desprecio, ansiedad, adicción,
orgullo, lujuria, arrogancia, violencia e injusticia era tan horrible que,
comprensiblemente, sangró prácticamente por todos los poros de su cuerpo.
Así como Jesús entregó su voluntad, Él también entregó su identidad
personal, su salud física, su dignidad, su productividad y su autoridad en
cada una de sus heridas consecutivas. Lo más atroz de todo fue que Él
entregó su intimidad y vínculo afectivo con Dios. Esta primera herida de
Jesús no fue infligida por una persona: fue causada al darse cuenta de todo
lo que enfrentaría hacia el mediodía del día siguiente. Esta herida
desencadenó todas las demás heridas. Jesús sangraría por siete partes
distintas y su viaje comenzó con la hematidrosis en las horas finales de su
vida.
La voluntad de Jesús fue molida aquí en la prensa de aceitunas de
Getsemaní, para producir aceite, muy similar al aceite de la unción. El
nombre inconfundible “Cristo” significa “Mesías” o “ungido”. Las antiguas
Escrituras judías prometieron que algún día el ungido vendría y anunciaría:
“El Espíritu del Señor omnipotente está sobre mí, / por cuanto me ha
ungido / para anunciar buenas nuevas a los pobres. / Me ha enviado a sanar
los corazones heridos, / a proclamar liberación a los cautivos / y libertad a
los prisioneros”. 14
Este mismo Jesús que elevó su plegaria de sumisión en el Jardín de
Getsemaní tomó el rollo de Isaías, tres años antes, en la sinagoga de
Nazaret y leyó estas mismas palabras. Luego, tras la lectura del pasaje, se
sentó en el trono de Moisés, en la sinagoga de Nazaret y anunció lo
siguiente, para gran sorpresa y asombro de su audiencia judía: “Hoy se
cumple esta Escritura en presencia de ustedes”. 15 Es imposible pasar por
alto el hecho de que Jesús, quien afirmó ser el Ungido prometido, estaba
siendo molido como aceitunas en la prensa de Getsemaní, como el aceite de
la unción.
Me viene a la mente Michael Phelps, el atleta de clase mundial, cuando
pensamos en hacer un esfuerzo supremo y consumir cada gota de energía.
Resulta fácil verlo parado en el podio de las medallas, recibiendo sus
premios, al ser el atleta olímpico más condecorado de todos los tiempos.
Podemos escuchar que se entona su himno nacional en el fondo mientras
rebosa de orgullo exuberante. Lo que pocas personas se detienen a
considerar son las innumerables horas de acondicionamiento que Phelps
dedicó antes de sus logros de talla mundial, que lo convirtieron
indiscutiblemente en el atleta olímpico más grande de todos los tiempos.
Trabajó como una bestia, cuando nadie lo observaba, antes de establecer
sus treinta y cuatro récords mundiales y ganar sus veintiocho medallas
olímpicas, incluyendo veintitrés de oro, siendo quince medallas más que
cualquier otro nadador en la historia, y ganar la mayoría de las medallas de
oro en eventos individuales (trece), y la mayoría de las medallas de oro en
un solo año (ocho en Beijing en el 2008). Con solo quince años de edad,
antes de asistir a sus primeros juegos olímpicos, se despertaba en la
madrugada y se dirigía a la piscina, mientras que la mayoría de los niños de
su edad todavía estaban profundamente dormidos. ¡Entrenaba entre cinco a
siete horas al día, seis días a la semana, nadando un mínimo de ochenta
kilómetros, o la enorme cantidad de cincuenta millas, cada semana durante
sus días de mayor intensidad de entrenamiento! 16 Y eso solo corresponde a
lo que hizo dentro de la piscina. Hizo además un entrenamiento exhaustivo
con pesas, que incluían sentadillas, flexiones, dominadas, levantamientos
de potencia, presión en la banca y otros. Y lo hizo todo esto, cuando nadie
lo estaba observando. Su corazón bombeó el doble de sangre que el varón
adulto promedio, debido a su rigurosa preparación. Michael sabía que
competía contra nadadores de casi la mitad de su edad, cuando se presentó
en Río, para su quinta aparición olímpica. Muchos analistas deportivos
cuestionaron su estado físico, pero Michael confió en su entrenamiento y
no dejó nada en su depósito de reservas. Si bien es sensacional el
entrenamiento de Michael Phelps, Cristo ejerció aún más fortaleza mental
en el Jardín de Getsemaní. Su firmeza y determinación superaron los
límites normales de un ser humano. Que yo sepa, Phelps nunca sudó gotas
de sangre. Lo que Phelps hizo en la piscina, cuando nadie lo estaba
mirando, es un reflejo de lo que hizo Cristo en el jardín. Sus sufrimientos le
prepararon para la batalla que estaba por venir, con lo terrible que fue para
Él en el jardín.
No nos debería sorprender que el único de los cuatro escritores de los
Evangelios que incluyó el relato médico de la hematidrosis fuera el único
médico del grupo: el Dr. Lucas.
Nuestra sanidad
Esta primera herida de Jesús corresponde a la primera herida de la
humanidad: la herida de nuestra voluntad. Esta herida se remonta al otro
jardín: el jardín del Edén. Fue en el Edén donde Adán y Eva, los primeros
dos representantes de la humanidad, fueron creados por un Dios Padre
amoroso y se les dio acceso directo a su presencia manifiesta. Caminaron
con Dios en el mejor momento del día y disfrutaron de la intimidad con su
creador. Recibieron pautas limitadas, pero específicas, para proteger la
intimidad de su relación amorosa con Él: “Puedes comer de todos los
árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no
deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás”. 17 Sin
embargo, en poco tiempo, violaron intencionalmente sus parámetros de
amor y decidieron desobedecer. Esta perversión de la voluntad distorsionó
y perjudicó la genética de su predisposición interna hacia Dios, y el
resultado fue catastrófico. Ahora todos somos personas heridas y
quebrantadas, debido a la rebelión de Adán y Eva. Nuestra voluntad nos
lleva con demasiada frecuencia a tomar decisiones egoístas,
autodestructivas, adictivas y auto-despreciables. Martín Lutero, el gran
reformador cristiano, tuvo la razón en su libro
La esclavitud de la voluntad , en el que explicó cómo la voluntad ha estado
esclavizada al mal, desde la desobediencia deliberada de Adán y Eva en el
jardín. Incluso el apóstol Pablo escribió con franqueza: “No hago lo que
quiero, sino lo que aborrezco”. 18 La mayoría de las personas honestas
pueden identificarse con la realidad de una voluntad herida.
No es coincidencia que la obra redentora de Jesús comenzara en un jardín.
Jesús puso en marcha en el jardín de Getsemaní todo el plan de redención,
mediante el cual revertiría la maldición que se puso en marcha en el jardín
del Edén. Si hemos de creer en la exactitud histórica de los primeros
escritores bíblicos, Adán y Eva desobedecieron en el primer jardín; y Cristo
obedeció, en el segundo jardín. Adán y Eva rechazaron en el Edén la copa
de la bendición; Cristo bebió en Getsemaní la copa de la maldición. Adán y
Eva quisieron ser como Dios en el Edén; Cristo eligió ser como nosotros,
en Getsemaní. Las dos
primeras personas desagradaron a Dios Padre en el Edén; Cristo agradó a
Dios Padre en Getsemaní. En cierto sentido, las primeras personas
arruinaron todo en el jardín del Edén; pero Cristo redimió todo en el jardín
de Getsemaní. Adán y Eva se alejaron de la presencia manifiesta de Dios en
el Edén; pero Cristo recuperó para nosotros la presencia manifiesta de Dios
en Getsemaní. La serpiente ganó en el Edén, pero la serpiente perdió en
Getsemaní.
La misión de Jesús era restablecer las bendiciones del primer jardín, y Él
comenzó apropiadamente ese proceso en otro jardín.
La batalla contra el bien y el mal se gana o se pierde con la voluntad. Si
Jesús va a hacer hoy algo fundamental en nosotros, Él debe comenzar el
proceso, influyendo en nuestra voluntad. Él puede cambiarnos, si Él puede
cambiar nuestra voluntad. El primer paso hacia nuestra redención es
reconocer que nuestra voluntad está en problemas. Si podemos adoptar la
realidad de nuestra voluntad y motivación retorcidas, nos convertiremos en
candidatos para la sanidad de Cristo.
La noticia increíblemente emocionante es la siguiente: porque Cristo
entregó su voluntad, Él puede redimir la nuestra. Así como Michael Phelps
soportó una preparación insoportable para obtener las medallas de oro para
su país, Cristo soportó pruebas insoportables en Getsemaní para obtener
nuestra sanidad y redención. Por esta razón, la Biblia nos hace una promesa
osada: “Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para
que se cumpla su buena voluntad”. 19 Hágase un favor y vuelva a leer estas
palabras esperanzadoras. Dios promete que Él puede cambiar nuestra
voluntad, para que podamos hacer ahora la voluntad divina. Él no solo
cambia nuestra voluntad, sino que Él cambia nuestra capacidad para hacer
su voluntad, porque Él produce en nosotros “tanto el querer como el hacer
para que se cumpla su buena voluntad”.
Esta es la historia de la redención, y comenzó en un jardín. Este es el
milagro de la herida de las glándulas sudoríparas de Jesús. Él entregó su
voluntad para transformar la nuestra y liberarla de la esclavitud del poder
del mal, haciendo posible que ahora obedezcamos a Dios.
8 Juan 10:17-18.
9 Juan 19:11.
10 Mateo 26:53.
11 Mateo 26:42.
12 Lucas 22:42.
13 Lucas 22:44.
14 Isaías 61: 1.
15 Lucas 4:21.
16 “Entrenamiento y dieta de Michael Phelps”, Muscle Prodigy,
29 de octubre de 2016, https://www.muscleprodigy.
com/michael-phelps-workout-and-diet.
17 Génesis 2:16-17.
18 Romanos 7:15.
19 Filipenses 2:13.
20 1 Juan 4:10.
3
El rostro de Jesús:
Recuperemos nuestra identidad
Le escupieron en el rostro y le dieron puñetazos. Otros lo
abofeteaban.
Mateo 26:67
La entrega de Cristo
Como hemos tomado nota, cada llaga de Cristo corresponde a un acto
distinto de su entrega. Jesús realmente entregó su rostro con esta segunda
herida: su identidad.
Jesús sometió claramente su rostro para ser abofeteado, apuñeteado y
golpeado con cañas, porque decidió voluntariamente entregar su identidad.
El profeta Isaías escribió setecientos años antes en una declaración
profética: “Ofrecí. . . mis mejillas a los que me arrancaban la barba”. 28 Si
bien ninguno de los cuatro escritores de los Evangelios incluye algún
registro de que fuera arrancada la barba de Jesús, ciertamente incluyen
muchos ejemplos gráficos de otros golpes al rostro de Cristo. La entrega
de la identidad de Jesús en las horas finales de su vida, en realidad no fue
nada nuevo para Él: lo vivió durante treinta y tres años. Su padre José, ante
la noticia de que María estaba embarazada, no tenía idea al principio de
quién era este bebé y planeó deshacerse de Él en silencio. Jesús vivió en el
anonimato, después de su nacimiento, y solo algunas personas conocieron
su verdadera identidad. Prácticamente nadie, excepto en momentos poco
frecuentes y fugaces, ciertas personas reconocieron con precisión la
verdadera naturaleza de Jesús. Él ciertamente cumplió las palabras
proféticas de Isaías: “Despreciado y rechazado por los hombres. . . fue
despreciado, y no lo estimamos”. 29 Sin embargo, dado que judíos y
gentiles golpearon el rostro de Jesús, su tortura fue más allá de la falta de
reconocimiento de la verdadera identidad de Jesús. Cristo ahora no era
tanto una víctima de la confusión de identidad; Él fue más precisamente
una víctima del rechazo de la identidad. En la medida en que sabían quién
era, querían que desapareciera.
Comprenda la ironía del desprestigio de Jesús. Nadie merecía más
admiración, respeto y aprecio que Jesús. Nadie conocía su verdadera
identidad mejor que Jesús mismo. El rey David expresó esa identidad del
Señor mesiánico: “Una sola cosa le pido al Señor, / y es lo único que
persigo: / habitar en la casa del Señor / todos los días de mi vida, / para
contemplar la hermosura del Señor”. 30 Sin embargo, Cristo entregó
voluntariamente su identidad y recibió las heridas faciales de la falta de
respeto, la tortura y el desprecio extremos, pese a su belleza. El apóstol
Pablo describió con precisión la humillación de Cristo cuando escribió: “. .
. Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual
a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó
voluntariamente (se despojó de sí mismo)”. 31
Nuestra sanidad
Tal como se señaló anteriormente, cada llaga de Cristo corresponde a una
herida en nosotros. Esta herida en su rostro se correlaciona con nuestras
heridas de la falta de respeto, el desprecio y el auto-desprecio.
Todos luchamos con problemas de identidad. Los psicólogos han hablado
en tono autoritario, durante muchos años, de la estadística que el ochenta
por ciento de las mujeres están constantemente ansiosas y estresadas
acerca de su apariencia. La empresa de cosméticos Dove decidió
recientemente patrocinar un experimento social para probar su precisión.
Sus resultados se presentaron en un video de YouTube que fue visto por
cincuenta millones de personas durante la primera semana, y otros ciento
treinta millones lo han visto
desde entonces. Contrataron al artista forense del FBI Gil Zamora, quien
tiene más de tres mil bocetos criminales en su haber. Le pidieron que
dibujara dos bocetos de varias mujeres, sin ser visto. A Gil se le pidió
dibujar el primer boceto escuchando la forma en que las mujeres se
describían a sí mismas, y el segundo de acuerdo con la forma en que las
describió un extraño al azar.
Cada mujer recibió los dos dibujos, al final del experimento y los
resultados fueron impactantes. El dibujo extraído de la descripción del
completo extraño era prácticamente en todos los casos natural, realista y
preciso. Por otro lado, el dibujo extraído de la descripción propia de la
mujer era desagradable, distorsionado y exageraba demasiado un defecto
percibido en su apariencia. Zamora dijo: “Nunca imaginé cuán diferentes
serían las dos representaciones del boceto. Lo que me impacta son las
reacciones emocionales que tuvieron las mujeres cuando vieron los
bocetos compuestos uno al lado del otro. Creo que muchas de estas
mujeres valientes se dieron cuenta que tenían una percepción propia
distorsionada que afectó de manera significativa algunos aspectos de su
vida”. 32 Usted mismo puede ver el video de YouTube. Basta con buscar en
Google ‘Real Beauty Sketches’ (Esbozos de la Verdadera Belleza).
Si bien es ameno este experimento, la mayoría de nosotros no
necesitamos un vídeo de YouTube que nos recuerde la dosis insalubre de
nuestra baja autoestima. Restablecer nuestra autoestima e identidad forma
parte de la razón por la que Cristo vino y murió. Más específicamente, es
la razón por la que Cristo expuso su rostro a aquellos que lo escupieron,
abofetearon, apuñetearon y golpearon con palos. Él recibió sobre sí mismo
las heridas de nuestra dignidad maltratada y perdida de identidad.
Todos hemos padecido las heridas de la burla, la vergüenza, el ridículo,
el fracaso personal y la pérdida. Jesús fue desprestigiado para poder
redimir nuestro prestigio. Esto me impactó un día que visité a una familia
en un hospital infantil, cuyo hijo había sido diagnosticado con meningitis,
un diagnóstico que temen todos los padres. No estaba preparado para lo
que estaba a punto de encontrar. Cuando ingresé al hospital pasé junto a un
niño sin brazos. Cuando subí al ascensor apareció un niño con síndrome de
Down. Cuando salí del ascensor y miré a una habitación había un niño
gravemente quemado. De repente, mi mundo se vio trastornado. Pensé:
¿qué dignidad tienen estos niños? ¿Quién los ama y valora? Luego miré
hacia la habitación contigua y en la pared colgaba un gran cartel con
palabras escritas con crayones infantiles que nunca olvidaré.
¡SOY ALGUIEN,
PORQUE DIOS NO HACE BASURA !
21 Mateo 26:67.
22 Mateo 27:30.
23 Marcos 14:65.
24 Marcos 15:19.
25 Lucas 22:63.
26 Juan 18:22.
27 Juan 19:3.
28 Isaías 50:6.
29 Isaías 53:3.
30 Salmos 27:4.
31 Filipenses 2:5-7.
32 “Dove Real Beauty Sketches”, Dove US, 23 de septiembre de 2015,
https://www.dove.com/us/en/stories/campaigns/real-beauty-sketches.html.
33 Génesis 1:26.
34 Salmos 139:13-14.
35 Nick Vujicic, Una vida sin límites: Inspiración para vivir completamente feliz (Colorado
Springs: WaterBrook, 2012), viii.
36 1 Juan 4:19.
4
La espalda de Jesús:
Recobremos nuestra salud
Pilato tomó entonces a Jesús y mandó que lo azotaran.
Juan 19:1
La entrega de Cristo
Estas heridas en la espalda de Cristo, como las otras, formaron parte de un
acto intencional de sumisión de parte suya. Representan la entrega de su
salud física. Isaías profetizó, setecientos años antes de la muerte de Cristo:
“Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban”. 38 Esto fue escrito mucho
antes de que el flagelo siquiera fuera inventado. Note la decisión
voluntaria que tomó Cristo: “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban”.
Cuando Cristo sometió voluntariamente su espalda para la flagelación fue
despiadado, grotesco, repugnante. Es imposible exagerar el tormento que
Jesús soportó en la columna de flagelación romana. La mayoría de
nosotros no podemos evitar hacer una mueca de dolor, cuando pensamos
en las tiras de cuero con sus dientes afilados envolviendo el cuerpo de
Jesús y lacerando su carne.
La fuerza de operaciones especiales de la Armada de los Estados Unidos,
conocidos habitualmente como Navy SEALs, utiliza como ejemplo el acto
de determinación de Jesús. Dos de sus militares más condecorados, Jocko
Willink y Leif Babin, escribieron un libro, Extreme Ownership
[Responsabilidad Extrema], en el que registraron los doce principios
rectores por los cuales opera la fuerza de operaciones especiales. Todos los
principios refuerzan el tema central que distingue a los Navy SEALs de
todos los demás reclutas en la milicia: la responsabilidad extrema. La
responsabilidad extrema significa que nadie suelta la pelota, señala con el
dedo, ni culpa a los demás. Más bien, todos se responsabilizan. Cada
miembro del grupo Navy SEAL asume el cien por ciento de la
responsabilidad no solo a título personal sino también para todos los
demás en su equipo. ¡Imagínese simplemente
servir en un equipo que realmente practique este principio! Nadie en toda
la historia asumió el cien por ciento de la responsabilidad por sí mismo y
sus compañeros de equipo, de la forma en que lo hizo Jesús.
FLAGELO ROMANO
Nuestra sanidad
Como hemos visto, cada llaga de Cristo corresponde a una herida en
nosotros. A medida que investigamos la gravedad de la tercera herida de
Jesús, la pregunta obvia que exige una respuesta es: ¿por qué? ¿Por qué
Cristo cedió la espalda a aquellos que le golpearon? ¿Cuál es el sentido de
la espantosa laceración en su espalda?
El profeta Isaías respondió a esta pregunta con una precisión
milimétrica: “Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades / y soportó
nuestros dolores” 39 , y “gracias a sus heridas [azotes/flagelación] fuimos
sanados”. 40 Estos versículos dejan claro que el azote de la espalda de
Cristo no solo fue para comprar el perdón por nuestros pecados, sino
también para obtener la sanidad de nuestras heridas físicas, enfermedades
y dolencias.
Algunos tratan de debatir esta idea, argumentando que Isaías 53 se
refiere a la sanidad espiritual en lugar de la física. ¡Un momento! Por lo
general, es mejor permitir que la Biblia se interprete a sí misma. Mateo
deja muy claro en su Evangelio que la profecía de Isaías de hecho hace
referencia a la sanidad física: “Al atardecer, le llevaron muchos. . . y (Él)
sanó a todos los enfermos. Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por
el profeta Isaías: «Él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros
dolores»”. 41 Esto significa que las innumerables heridas en la espalda de
Jesús corresponden a las innumerables heridas, enfermedades y dolencias
en nosotros. Cristo entregó su perfecta salud física para asumir la
responsabilidad extrema por nuestras enfermedades físicas. Él
específicamente asumió nuestras enfermedades cardíacas, hepáticas,
pulmonares, renales y mentales, así como cualquier otro tipo de
enfermedad física. Las migrañas, el autismo, las adicciones, la diabetes, la
escoliosis, el lupus, los cánceres, el trastorno bipolar, lo que se le ocurra,
Él lo asumió. Él ejerció una responsabilidad extrema.
La sanidad divina es un beneficio de la expiación de Cristo, que es tanto
para nosotros hoy en día, como lo fue durante el ministerio de Cristo hace
dos mil años. Estas heridas producidas por la flagelación fueron
efectuadas en el cuerpo físico de Jesús, y comprenden la sanidad de las
enfermedades y heridas en nuestro cuerpo físico. Tal como dice la Biblia:
“El cuerpo es. . . para el Señor, y el Señor para el cuerpo”. 42 No hay
necesidad de hacer la sanidad divina demasiado complicada.
La razón por la cual hay tanta confusión sobre la sanidad divina se debe
a que hay muchas corrientes de enseñanzas falsas sobre este tema.
Necesitamos aclarar que la sanidad divina no es la sanidad mental ni
metafísica, como la practica un maestro jedi con los juegos mentales.
Podemos repetir el mantra “No estoy enfermo, no estoy enfermo, no
estoy enfermo” todo lo que queramos, pero la repetición vacía no traerá la
sanidad divina. Tampoco se trata de la fuerza de voluntad, como si
pudiéramos exigir nuestra propia sanidad. Tampoco se da diciendo
suficientes oraciones, reuniendo suficiente fe ni recogiendo suficientes
firmas en una petición para conducir a Dios a un mágico punto decisivo.
No, la sanidad divina no es producto de nuestra mente, nuestra voluntad
ni siquiera de nuestra fe. La sanidad divina es producto de la obra de Dios
en Cristo. Jesús es quien soportó nuestros dolores y cargó con nuestras
enfermedades; y podemos ser sanados, solo por su flagelación. La
verdadera sanidad divina viene como resultado de las llagas de Cristo, la
sangre de Cristo, la vida de Cristo y la resurrección de Cristo. El apóstol
Pablo hizo énfasis en la sanidad de Jesús cuando escribió: “Y, si el Espíritu
de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el
mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus
cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes”. 43
Las llagas de Cristo además de darnos sanidad física antes de morir, con
el tiempo también devolverán la vida a los muertos. Cristo reunirá a cada
espíritu humano con su cuerpo físico resucitado, cuando Él regrese. Este
gran momento de la resurrección será una de las realidades más sublimes
de la victoria en la vida y también fue comprado por las llagas de Cristo.
La entrega de Cristo
Cristo entregó su propia gloria, honor y dignidad, cuando Él fue coronado
con espinas. Nada más representa gráficamente la desgracia humana que
las espinas y los cardos, y en ninguna parte del cuerpo de Cristo las
espinas habrían creado un contraste más drástico con la belleza de Cristo
que en su hermosa cabeza.
Se trató de un espectáculo repugnante y espeluznante, cuando la
muchedumbre burlona coronó a Jesús con espinas. Solo piénselo, Jesús es,
después de todo, el Rey del cielo, el Rey de los judíos, el Rey de las
naciones, el Rey de la creación y el Rey de la gloria. Él es en realidad el
Hijo de Dios, el creador de todas las cosas, que vino a vivir en la tierra y,
sin embargo, fue ridiculizado y brutalizado por las mismas personas que
Él vino a redimir. Necesitamos retroceder miles de años en la historia,
para comprender mejor este paso particular de la rendición.
Dios le anunció a Adán, poco después de la caída del género humano:
“¡maldita será la tierra por tu culpa! / Con penosos trabajos comerás de
ella todos los días de tu vida. / La tierra te producirá cardos y espinas, / y
comerás hierbas silvestres”. 47 La fuente de espinas y cardos fue esta
maldición en la tierra, que vino de un acto de desobediencia. Los
irreverentes e irrespetuosos soldados romanos probablemente nunca
leyeron el libro del Génesis y nunca consideraron el vínculo entre las
espinas y el pecado de la humanidad. Sin duda no tenían la intención de
hacer un símbolo profético para colocar en la cabeza de Jesús. No
obstante, las espinas puestas en la cabeza de Cristo, en preparación para su
ejecución, no pudieron haber hecho una imagen más precisa de la
maldición de la tierra. La corona de espinas de Jesús fue una imagen viva,
cuando Cristo tomó todo el peso de las maldiciones de la humanidad caída
sobre sí mismo. Las espinas en la cabeza de Jesús crearon un anillo de
heridas punzantes en el cuero cabelludo de Jesús.
Como dato curioso, vale la pena estudiar sobre el Sudario de Turín en
este sentido. Mucha evidencia apunta a la gran posibilidad de que esta
pieza única de lino, preservada por la iglesia, a través de los siglos, bien
pudo ser la tela sin costura que se envolvió alrededor del cadáver
cercenado de Cristo y que permaneció en la tumba después de la
resurrección de Jesús. 48 Quizás uno de los argumentos más convincentes
para esto es que el sudario muestra las marcas de distintas heridas
punzantes alrededor de la frente de la silueta facial en la tela. Si bien estas
marcas no prueban rotundamente que el Sudario de Turín es el mismo lino
con el que se envolvió el cuerpo de Jesús, indican que muy bien pudo
serlo. Ciertamente aumenta la probabilidad, dado el hecho de que no
tenemos ningún registro conocido de una corona de espinas jamás
utilizada en otra víctima de la crucifixión.
Pilato emitió una declaración profética que ha resonado a través de los
tiempos: “¡Aquí tienen al hombre!” 49 , cuando Jesús vistió la
escarnecedora túnica púrpura y la deshonrosa corona de espinas. Sea lo
que sea que quiso decir con esto, el líder romano no pudo ser más exacto.
Jesús fue el hombre, el hombre representativo que encarnó las heridas de
toda la humanidad y cargó sobre su cabeza la deshonra y la vergüenza de
todos nosotros.
Nuestra sanidad
Esta cuarta herida de Jesús, la herida en su cabeza, corresponde a nuestra
propia autoestima perjudicada. El dolor que sentimos es a veces
intolerable cuando somos objeto de burla, subestima y menosprecio. Pocas
cosas en la vida perforan nuestra dignidad tan profundamente como los
insultos. Todos los hemos sentido. Estas heridas pueden llevarnos a
cualquiera de nosotros a auto-despreciarnos cuando se acumulan y se
infectan. Todos hemos sido heridos y todos necesitamos sanidad.
El poeta inglés John Milton escribió su poema épico de doce volúmenes
El paraíso perdido , en 1674. Contiene la enorme cantidad de diez mil
versos de poesía; que captan dramáticamente la lamentable situación de la
humanidad y el sufrimiento humano, siguiendo la historia bíblica de la
tragedia de Adán y Eva y su expulsión del jardín. Milton describe con
precisión los apuros de Adán y Eva: si bien nunca perdieron el amor de
Dios, ciertamente perdieron la presencia de Dios. Rescatar la relación con
la presencia de Dios es la esencia de la venida de Jesús.
Cristo entregó su honor para redimir nuestro honor. El salmista abrazó la
sanidad de su autoestima cuando clamó: “Pero tú, Señor, me rodeas cual
escudo; / tú eres mi gloria; ¡tú mantienes en alto mi cabeza!”. 50 La cabeza
de Cristo se inclinó avergonzada bajo la corona de espinas, para rescatar
nuestra honra y para que cada uno de nosotros le llame “el que mantiene
en alto mi cabeza”. Las espinas representan no solo la maldición sobre
cada uno de nosotros, sino también sobre la tierra y todo el universo
creado. La corona de espinas representó el hecho de que la expiación de
Cristo redimirá en el futuro tanto a las personas, como a toda la creación.
Cristo creará algún día un cielo completamente nuevo y una nueva tierra, y
el primer cielo y la primera tierra dejarán de existir 51 ; pero hoy en día,
todo el universo creado gime y cruje como un viejo barco en una tormenta.
El apóstol Pablo escribió: “Y no solo ella (la creación), sino también
nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos
interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es
decir, la redención de nuestro cuerpo”. 52 El gemido de la creación se ve en
todas partes, en la sociedad actual: a través de ISIS y el islamismo
yihadista militante, las amenazas nucleares de Irán y Corea del Norte, las
epidemias médicas del SIDA, el SARS, Ébola, Zika y muchas más. Pero
Cristo fue herido y obtuvo la sanidad para nosotros como individuos y
para toda la creación, y algún día, Él creará para sí mismo un nuevo cielo
y una nueva tierra.
El apóstol Pablo describió eficazmente el alcance completo de la
redención de Cristo.
Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación,
porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en
la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o
autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él. Él es
anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo
coherente. Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el
principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo el
primero. Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud y,
por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están
en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la
sangre que derramó en la cruz. 53
La entrega de Cristo
CLAVO ROMANO
Esta quinta llaga de Cristo corresponde a la rendición que hace Jesús de su
obra. Jesús le dijo a su Padre Dios en oración: “Yo te he glorificado en la
tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste”. 55 Él dijo en otra
ocasión: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su
obra”. 56 Continuaría diciendo desde la cruz: “Todo se ha cumplido”. 57 Pese
a la degradación abusiva del momento en que los soldados insertaron
cruelmente los clavos en las manos de Jesús, no pase por alto la idea
fundamental: Cristo se sometió voluntariamente a estos clavos. Tal como
Él ya había dicho: “. . .entrego mi vida. . .. Nadie me la arrebata”. 58
Debemos entender que estas manos que fueron perforadas eran las
manos amables, compasivas y sanadoras de Jesús. Estas manos tocaron y
sanaron a un hombre con un impedimento del habla. Otro día, se
atrevieron a tocar a un leproso intocable y lo sanaron. En otra ocasión,
estas manos tocaron a la suegra febril de Pedro y se sanó de inmediato.
Tocaron la mano de una hija muerta y resucitó. Estas manos tomaron la
mano de su amigo Pedro, que se hundía y le puso a salvo, cuando Jesús
caminó sobre la superficie del mar de Galilea. Otro día distinto, cuando un
ciego le pidió ayuda, Jesús escupió en el suelo, hizo barro y estas manos
sanadoras colocaron el barro sobre los ojos del hombre y lo sanaron. Jesús
extendió estas manos, cuando Él le dijo a la multitud: “Vengan a mí todos
ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso”. 59 Con sus
manos, Jesús tomó el pan, lo partió y dijo: “Tomen; esto es mi cuerpo”. 60
Estas manos sanaron a los enfermos, consolaron a los afligidos, levantaron
a los caídos, tocaron a los intocables y resucitaron a los muertos. Pero
ahora estas manos eran perforadas con clavos romanos, y la obra de Jesús,
su productividad, era sometida.
Nuestra sanidad
Esta quinta llaga de Cristo corresponde a la herida de nuestras propias
manos: la herida de la ineficacia o la improductividad.
Todos tenemos la voluntad de ser productivos, de lograr y dejar nuestra
huella. Para la mayoría de nosotros, nuestra ética laboral está
inseparablemente unida a nuestra autoestima y valía personal. Nuestro
corazón por lo general se alegra cuando nuestras manos son productivas.
Solo hay un problema: el vínculo entre nuestras manos y nuestro corazón
se perjudicó por nuestro propio fracaso, y el trabajo de nuestras manos se
volvió ineficaz e improductivo. Por lo tanto, con demasiada frecuencia,
nuestro corazón está insatisfecho. La decepción, el desaliento y la
depresión son el resultado.
Dios les dijo, en el comienzo, a las primeras personas en el jardín del
Edén: “. . . dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los
reptiles que se arrastran por el suelo”. 61 También estableció un límite
amoroso para proteger al hombre y a la mujer, diciendo: “Puedes comer de
todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del
mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás”. 62 Sin
embargo, no pasó mucho tiempo para que sus manos rompieran las reglas.
Agarraron, en sus manos, el fruto prohibido, y este acto demostró ser
mortal: Adán y Eva perdieron su productividad y, por lo tanto, su
satisfacción. Convirtieron el fértil jardín en un sueño roto. La humanidad
ha vivido, a partir de este momento histórico, con la realidad persistente
de que debemos mejorar.
Esta es precisamente la razón por la cual Cristo extendió sus manos
sobre la cruz, recibió los clavos en sus muñecas y entregó su
productividad. Con esta herida Él se relacionó con nuestra humanidad
retorcida. Se apoderó intencionalmente de esta maldición de nuestra
improductividad e insatisfacción, a fin de redimir la obra de nuestras
manos.
Admitámoslo, la mayoría de nosotros trabajamos duro. Tomamos en
serio el trabajo de nuestras manos y nuestras responsabilidades. Esto hace
difícil que abramos las manos y renunciemos al control. Cuando era un
padre joven aprendí una lección notable sobre la importancia de lo que
está en nuestras manos. Nuestro hijo de dieciocho meses de edad vino
corriendo hacia nosotros en la cocina con una enorme sonrisa en su rostro,
mientras levantaba su mano para mostrarnos el trofeo en su puño. Nos
horrorizamos al ver lo que sostenía: un gran cuchillo de trinchar, con una
hoja bien afilada. Sus pequeños dedos agarraban fuertemente la brillante
hoja. Mi esposa gritó. Sus deditos se apretaron aún más alrededor del filo,
cuando extendí mi mano para coger el cuchillo. Ambos entramos en
pánico. Lo que instantáneamente se convirtió en un juego para él, no era
cosa de risa para su madre ni para mí. Como su padre amoroso, tuve que
razonar con él y convencerlo que algún día podría sostener un cuchillo
como ese, pero no hoy. No estaba preparado. Necesitaba soltar el filo y
dármelo. ¡Utilicé desesperadamente cada habilidad de negociación
conocida por el hombre! En poco tiempo, soltó el cuchillo y se evitó la
crisis. No estoy seguro que mi hijo haya aprendido la lección, pero sin
duda yo sí: no deje abierto el cajón de los cuchillos, al alcance de un niño
pequeño.
Del mismo modo, todos nosotros de vez en cuando agarramos cosas
potencialmente peligrosas con nuestros puños apretados, cosas que pueden
ser esencialmente buenas pero, en el momento equivocado, también
pueden destruirnos si no estamos facultados para manejarlas. Estamos
hablando de cosas como nuestra carrera, nuestro propósito de vida y
nuestro destino. Nuestro Padre amoroso razona con nosotros e intenta
habitualmente convencernos que solo Él puede entrenarnos en estos
grandes momentos de la vida y redimir la obra de nuestras manos.
Sé todo esto porque Allan Hartley fue mi padre, más conocido como Al
Hartley. Fui testigo de primera mano del cambio dramático y milagroso
que las llagas de Cristo provocaron en su vida. A mi papá le pidieron que
hablara en mi escuela secundaria sobre el tema: “Dibujos animados,
creatividad y Cristo” durante mi último año en Morristown, Nueva Jersey.
A mis amigos les encantó. Nunca olvidaré el mensaje que le dio a mis
compañeros ese día: cómo Jesús redimió la obra de sus manos.
Jesús le ama y Él está listo y dispuesto a redimirle de los errores pasados
y restablecer su productividad. Nunca conocerá la verdadera satisfacción,
hasta que no se curen las heridas de su corazón y sus manos. Dios sabe
cómo se siente hoy, independientemente de lo atroz que sea el dolor que
haya sentido por sus errores en el pasado. La palabra “atroz” se refiere a
algo que causa gran agonía y tormento. Viene de la raíz latina ex-cruciate ,
o “fuera de la cruz”. Jesús sufrió un dolor atroz en sus muñecas, para sanar
las heridas de sus manos de la improductividad y las heridas de su corazón
de la insatisfacción. Puede confiar en Él.
55 Juan 17:4.
56 Juan 4:34.
57 Juan 19:30.
58 Juan 10:17-18.
59 Mateo 11:28.
60 Marcos 14:22.
61 Génesis 1:28.
62 Génesis 2:16-17.
7
Los pies de Jesús:
Restauremos nuestra autoridad
. . .su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el
talón
Génesis 3:15
La entrega de Cristo
Esta llaga de Cristo en sus pies corresponde al sometimiento intencional
de su autoridad, territorio y dominio. Lo que hace que esta sexta herida sea
tan extraordinaria es que estos son los mismos pies que literalmente
caminaron sobre el agua y ejercieron en sentido figurado la autoridad
sobre el diablo. Hay una razón para una herida tan insólita.
Miles de años antes, cuando Dios reprendió a la serpiente en el jardín, Él
le dijo: “Pondré enemistad entre tú y la mujer, / y entre tu simiente y la de
ella; / su simiente te aplastará la cabeza, / pero tú le morderás el talón”. 63
Esta es la primera promesa en la Biblia que nos dice que un mesías o
salvador vendría a rescatar a la humanidad de la maldición. Se nos da en
esta única oración una profecía notablemente clara sobre un niño, un
joven, para ser más preciso, que aplastaría la cabeza de la serpiente y, de
alguna manera, la serpiente al mismo tiempo le magullaría el talón al
joven. Esta oración también describe gráficamente la sexta llaga. El joven,
Jesús, sería herido en su talón, cuando fuera atravesado por el viejo clavo
romano y en el mismo instante, se destruirían el poder y la
autoridad de Satanás. La herida del talón del Mesías se cumplió en la cruz,
y la misma herida le dio simultáneamente un golpe mortal a la cabeza de
Satanás. El rey David escribió las siguientes palabras proféticas, mil años
antes del nacimiento de Jesús: “Como perros de presa, me han rodeado; /
me ha cercado una banda de malvados; / me han traspasado las manos y
los pies”. 64 El que tenía toda la autoridad, el dominio y el territorio
legítimos, aquel de quien se dijo: “Del Señor es la tierra y todo cuanto hay
en ella”, 65 es aquel que ahora entregó todo su territorio legítimo.
Nuestra sanidad
Si bien la quinta herida de Jesús en sus manos representó la maldición
sobre nuestra productividad, esta sexta herida a sus pies se relaciona con
nuestra renuncia a nuestra autoridad dada por Dios. Él dispuso que la
humanidad tuviera el dominio sobre la tierra, y la imagen en la Escritura
de autoridad se representa con tener cosas debajo de nuestros pies: “¿Qué
es el hombre, para que en él pienses? / ¿Qué es el ser humano, para que lo
tomes en cuenta? / Lo hiciste un poco menor que los ángeles, / y lo
coronaste de gloria y de honra; / ¡todo lo sometiste a su dominio!”. 66
La humanidad tiró la toalla. Manejamos torpemente el uso adecuado de
nuestro liderazgo, la mayordomía de nuestros recursos y nuestra autoridad
moral y espiritual.
Tal vez nada ilustra mejor la renuncia a la autoridad moral que la infame
decadencia del Imperio Romano. Pese a que Roma elevó los estándares
globales en el arte, el teatro, la literatura, la arquitectura, la riqueza, los
caminos, el transporte, el liderazgo y el gobierno, declinó a una gran
profundidad, debido a su depravación moral y espiritual.
Gladiador fue la película del año en el 2000, que ganó cinco premios
Óscar, incluyendo Mejor Película y Mejor Actor. Russell Crowe brilla en
su actuación destacada como Máximo, el héroe insospechado al que le
robaron su fama y su honra, cuya esposa e hijo fueron asesinados, y él se
convirtió en la humilde propiedad de los esclavistas. Sin embargo, contra
todo pronóstico, Máximo se defiende en este modesto lugar, no solo para
vengarse de sus enemigos, sino también para detener la creciente ola de
depravación inhumana en el Imperio Romano.
La película comienza con Máximo siendo el comandante de los ejércitos
del norte, el general de las legiones de Félix y siervo leal del verdadero
emperador, Marco Aurelio. Fue tratado por el emperador más como un
hijo que como un soldado. El emperador Marco
Aurelio luego es cruelmente traicionado y asesinado por su propio hijo,
Cómodo, quien luego se apodera injustamente del trono. Por celos, hace
todo lo que está a su alcance para destruir a Máximo. Las habilidades de
Máximo como un guerrero superior, aunque forzado a la esclavitud, le
hacen surgir a través de las filas y lo colocan en el centro del escenario del
enorme y rugiente Coliseo Romano. El gladiador hace tambalear a toda la
turba romana, en una escena espectacular, ya que casi acaba por sí solo
con todo el engaño romano en el Coliseo y derrota a todos los mejores
soldados de Roma. El Emperador Cómodo desciende de la tribuna y
camina hacia el piso de tierra del Coliseo, buscando una audiencia con el
gladiador, cuando la multitud anima al gladiador desconocido. El
emperador quiere saber su nombre. El gladiador anónimo, después de un
momento de vacilación, se da vuelta para enfrentar a su enemigo y dice
con valentía: “Mi nombre es Máximo Décimo Meridio”.
El nivel de testosterona de cada hombre en el teatro se dispara. Lo que
hace que esta escena sea más notable es que el gladiador, con la menor
autoridad, termina teniendo la mayor influencia. Puede que haya sido uno
de los hombres menos conocidos en Roma, pero él se conocía a sí mismo.
El emperador Cómodo, por otro lado (posiblemente la persona más
conocida en Roma) no conocía su verdadera identidad y, por lo tanto,
perdió su influencia. El enfrentamiento entre estas dos leyendas
emblemáticas es lo que llevó a esta película a proporciones épicas y la
convirtió quizás en la película “masculina” más popular de todos los
tiempos. Al menos por ese momento, Máximo no solo recuperó su honra
sino también restauró el nivel de decencia y puso fin temporalmente a la
violencia, la corrupción y la autodestrucción barbáricas del Coliseo y el
Imperio Romano.
Cristo también fue injustamente tratado por una cultura barbárica,
cuando Él ingresó a nuestro mundo. Él soportó la injusticia, fue vendido
como esclavo y tratado como un animal, pero Él nunca perdió de vista su
verdadera identidad. Contra viento y marea, Él cargó por sí solo con
nuestros males, violencia, corrupción y adicción a la autodestrucción. Él
se mantuvo en la autoridad de su verdadera identidad, para obtener la
sanidad y redención para nosotros. Se dice de Cristo, lo siguiente, después
de su resurrección y ascensión al cielo: “. . .todo lo sometiste a su
dominio” 67 , además: “Así dijo el Señor a mi Señor: / «Siéntate a mi
derecha / hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies»”. 68
Cada uno de nosotros hemos huido de nuestro dominio dado por Dios.
Pero Dios Padre ofrece restaurar nuestra autoridad en Cristo, pese a que
hemos retirado nuestra lealtad a Él. Dios nos invita a someternos a la
autoridad de Cristo, para que Él pueda restaurar nuestra autoridad. El
profeta Isaías describe esta autoridad restaurada: “Qué hermosos son,
sobre los montes, los pies del que trae buenas nuevas. . .”. 69 Iremos a
lugares que nunca hubiéramos soñado, cuando vivimos en nuestra
autoridad restaurada.
Es interesante que cuando Satanás tentó a Jesús, lo llevó a una montaña
alta, le mostró los reinos del mundo y le dijo: “Todo esto te daré si te
postras y me adoras”. 70 Esto fue un conflicto de dominio y territorio que
desafió la autoridad de Cristo. Él habría cedido su autoridad al enemigo, si
se hubiera sometido a esta tentación y se hubiera postrado ante Satanás, al
comienzo de su ministerio. Cristo derrotó a Satanás y recuperó toda su
legítima autoridad para sí mismo, y para usted y para mí también, dado
que resistió al enemigo y prefirió ceder su autoridad, en obediencia al
Padre, en la cruz. No es de extrañar que, antes de su crucifixión, Jesús
relacionara su propia muerte con la derrota de Satanás. Jesús dijo en una
oración: “El juicio de este mundo ha llegado ya, y el príncipe de este
mundo va a ser expulsado”. 71 Y Él dijo en la siguiente oración, con
respecto a su muerte en la cruz: “Pero yo, cuando sea levantado de la
tierra, atraeré a todos a mí mismo”. 72
Una de las realidades médicas más grotescas de la crucifixión es su
efecto sobre los pulmones de la víctima. Cuando la crucifixión cobra su
factura y debilita a todo el cuerpo, los pulmones comienzan a luchar por
cada respiro . Se le exige demasiado al diafragma, debido a la contorsión
del cuerpo que se inclina incómodamente hacia adelante y la fiebre del
tétanos que hace que los pulmones se llenen de líquido. Para respirar, la
parte superior de los muslos debe empujar las piernas hacia afuera para
aliviar el peso del cuerpo de los brazos y los hombros, dejando espacio en
la cavidad torácica para extraer oxígeno nuevo. El peso del cuerpo se
coloca entonces sobre el talón, que está firmemente fijado contra la cruz.
Jesús hizo presión repetidamente contra su talón para levantar el cuerpo, a
fin de sobrevivir, durante las últimas horas de vida. Arriba, abajo, respira;
arriba, abajo, respira, como una máquina de pilotaje, Jesús empujó su
talón cada vez con más fuerza, contra el clavo de soporte. Cada
movimiento ascendente de su cuerpo correspondía a un empuje hacia
abajo contra el peso de su talón, lo que indicaba más hematomas en su
talón y más aplastamiento de la cabeza de la serpiente. Cristo aplastó
realmente al mal y al Maligno bajo sus pies.
El apóstol Pablo describió con precisión la humillación y la redención de
Jesús.
...Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser
igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó
voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante
a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí
mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso
Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo
nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo
y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es
el Señor, para gloria de Dios Padre. 73
63 Génesis 3:15.
64 Salmos 22:16.
65 Salmos 24:1.
66 Hebreos 2:6-8; véase también Romanos 16:20.
67 Salmos 8:6.
68 Salmos 110:1.
69 Isaías 52:7.
70 Mateo 4:9.
71 Juan 12:31.
72 Juan 12:32.
73 Filipenses 2:6-11.
74 Este es el único cambio de nombre en todo el libro. El cambio fue esencial, para mantener la
integridad de la historia y preservar la seguridad de mi amigo.
75 1 Juan 4:18.
8
El costado de Jesús:
Redimamos nuestro corazón
. . . uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al
instante le brotó sangre y agua.
Juan 19:34
LANZA ROMANA
La séptima y última herida de Cristo es la herida más profunda de todas.
La punta metálica de la lanza romana que fue introducida en el cuerpo de
Jesús no tenía menos de treinta centímetros de largo. La punta de la lanza
en realidad llegó hasta el pecho de Jesús y perforó su corazón, cuando
penetró su costado, se deslizó debajo de su caja torácica y traspasó el saco
pericárdico. Esta herida de Cristo, conocida históricamente como la llaga
en su costado, es en realidad la herida del corazón de Jesús. El corazón
está en el centro de lo que somos. Es el foco de nuestros afectos; el seno
de nuestra identidad; el lugar desde el cual distinguimos el bien del mal, lo
correcto de lo incorrecto y la protección de la amenaza. Si dañamos el
corazón, dañamos a la persona: la autoestima, la seguridad y la
importancia. Las heridas del corazón son profundas.
Tal vez hoy en día, nada revela las heridas del corazón de las personas de
forma más vívida que el hecho que nos convertimos rápidamente en una
generación plagada de trastornos de ansiedad y miedo crónico. Se realizó
recientemente un estudio de investigación entre dos mil doscientos niños
de once años de edad. Los hallazgos fueron impactantes. Prácticamente
todos estos estudiantes de sexto grado se sintieron presas de una
abrumadora sensación de pánico. Dos de cada cuatro tenían miedo de ir a
dormir. La mitad de ellos tenían miedo de salir. El estudio concluyó que
este aumento del miedo entre los estudiantes de la escuela media se debe
en parte a la televisión violenta y a los videojuegos sangrientos. Los
psicólogos dicen que el miedo los mantiene ocupados en el negocio.
Charles Mayo, fundador de la Clínica Mayo, dijo: “Nunca he conocido a
un hombre que muera por exceso de trabajo, pero sí muchos que mueren
de la duda”. 76
La entrega de Cristo
Esta séptima y última llaga de Cristo corresponde a su entrega del
corazón. La lanza clavada en el corazón físico de Jesús representa una
herida interna muy profunda que Él experimentó en lo más recóndito de su
corazón: la herida del rechazo, el miedo y la insignificancia. ¿Sintió Cristo
rechazo? Jesús sólo conoció lo que es la aceptación de su Padre; sin
embargo, cuando Él recibió esta herida física del corazón, Jesús
experimentó la herida del corazón del rechazo de varias maneras. Su
padrastro, José, quiso al comienzo de su vida rechazarlo y lo puso a un
lado en silencio. Ahora, en las horas finales de su vida, Jesús fue
traicionado por una persona cercana y completamente abandonado por sus
camaradas. Probó trágicamente la amargura del rechazo y pudo
identificarse con las palabras del profeta Isaías: “Despreciado y rechazado
por los hombres, / varón de dolores, hecho para el sufrimiento. / Todos
evitaban mirarlo...”. 77
¿Sintió Cristo miedo e inseguridad? Cristo no solo conoció la seguridad
con Dios; sin embargo, experimentó todas nuestras vulnerabilidades y
amenazas, al final de su vida. ¿Recuerda su hematidrosis o sudor de sangre
cuando clamaba a Dios en la agonía más profunda, durante la última noche
de su vida, en el jardín de Getsemaní? 78 Se nos dice que Él “ofreció
oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de
la muerte”. 79 Se dijo de Él que fue derramado como agua y que su corazón
se derritió como la cera en sus entrañas. 80
¿Cristo se sintió insignificante? Él vivió con una sensación profunda de
autoestima y significado; sin embargo, fue abandonado y desamparado
antes de su muerte. Cristo no experimentó nada más que una profunda
intimidad con el Padre; e incluso se nos dice que Él disfrutó los honores de
ser adorado por los ángeles. Pero en la hora más oscura de la cruz, en los
momentos antes de que se causara su séptima herida, Jesús sintió el
escalofriante aguijón del rechazo y gritó con absoluta angustia: “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. 81 Fue completamente
abandonado y Él lo supo.
Jesús nunca habría sometido a su alma a tales heridas del corazón sin
una buena causa. Su plan era poder brindarnos sanidad e inmunidad a
nuestras propias enfermedades del corazón. Él sabía que necesitaba recibir
estas enfermedades tóxicas del alma a fin de estar calificado para sanarnos
por transfusión de sangre.
El Dr. Claude Barlow fue un médico que invirtió toda su vida en el
trabajo humanitario en China y África, en la lucha contra las enfermedades
tropicales. Recibió su título de médico de la Universidad de Northwestern
en 1906 y recibió más tarde un título adicional en enfermedades tropicales
de la Universidad Johns Hopkins en 1929. Además de inglés, hablaba
árabe, alemán y chino. Recibió un certificado al mérito, del presidente
Harry Truman en 1948. El periódico Grand Rapids Press publicó un
artículo que documenta un método extraordinario utilizado por el Dr.
Barlow para encontrar una cura para la horrible enfermedad tropical
conocida como la fiebre del caracol o esquistosomiasis. El Grand Rapids
Press se refirió a ella como: “la enfermedad más extensa y más
paralizante conocida en el mundo. . . en los húmedos climas tropicales de
Oriente, África y América del Sur”. Ideó un plan, después de descubrir
esta enfermedad incurable y que surgieran todos los obstáculos para
encontrar una cura. Ingirió secretamente los parásitos chinos en su propio
cuerpo, se ingresó a sí mismo al hospital Johns Hopkins bajo el cuidado de
los mismos médicos de los cuales recibió su título de médico años atrás.
Pasó día y noche en el laboratorio mientras trataban su enfermedad.
Los médicos lo interrogaron: “¿Le contó a alguno de los otros
misioneros de lo que hizo?”.
“No”, respondió.
Le preguntaron: “¿Le contó a su esposa?”.
“No, no se lo dije a nadie; abordé un barco y vine a Estados Unidos”,
respondió Barlow.
Los parásitos tuvieron mucho tiempo para multiplicarse, durante los
varios meses en el océano. Pero el Dr. Barlow confió en el cuidado de los
médicos; y, en el proceso, no solo pudieron curar a Barlow, sino también
encontrar una cura para la enfermedad tropical. Esa cura ha salvado a
cientos de miles de vidas en todo el mundo y prácticamente se ha
erradicado la fiebre del caracol. 82
De la misma manera, Cristo sabía que la humanidad necesitaba la cura
para nuestras enfermedades incurables del corazón, a saber: el miedo, el
rechazo y la insignificancia, así que Él ideó un plan. Él mismo bebió estas
enfermedades del corazón por toda la humanidad en la cruz. Luego confió
en su Padre Dios para encontrar la cura, y ¡Dios lo hizo! Esta es la historia
de la redención. Este es el milagro de Cristo y su sangre.
Cristo murió, después de que se agotara hasta la última gota de su
corazón. Fue sepultado y resucitó de entre los muertos tres días más tarde.
Ahora hay una cura para todas nuestras enfermedades del corazón.
Nuestra sanidad
Esta séptima y última herida de Jesús coincide con nuestras heridas más
profundas de todas: las heridas del corazón. La Biblia dice lo siguiente, en
referencia a nuestras enfermedades del corazón: “Nada hay tan engañoso
como el corazón. No tiene remedio”. 83 Jesús mismo dijo: “Porque de
adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la
inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la
maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la
necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona”.
84
Podríamos también admitir que el género humano tiene problemas del
corazón. No es de extrañar que el pericardio de Cristo haya sido perforado,
teniendo en cuenta las heridas tan profundas en el corazón humano. Su
corazón fue herido para sanar nuestras heridas del corazón. Usted y yo
necesitamos una transfusión de sangre radical y rigurosa.
¿Ha sentido la herida del corazón por el rechazo? La sangre de Cristo
puede liberarle del rechazo y reemplazarlo con una aceptación
incondicional. Dios nos prometió: “Y ahora que hemos sido justificados
por su sangre, ¡con cuánta más razón, por medio de él, seremos salvados
del castigo de Dios!”. 85 Solo piénselo, usted puede ser completamente
justificado y aceptado, debido a la sangre de Cristo. La herida de su
corazón por el rechazo ahora puede ser sanada con la aceptación de Cristo.
¿Ha sentido los miedos martirizantes de la inseguridad? La sangre de
Cristo puede sanar sus miedos, ansiedades e inseguridades e impartirte
seguridad y protección. Dios nos promete: “Porque a Dios le agradó. . . por
medio de Él (Cristo), reconciliar consigo todas las cosas. . . haciendo la
paz mediante la sangre que derramó en la cruz”. 86 Va a tener paz con Dios
y paz interior, cuando se reconcilie con Él. El amor perfecto de Dios por
usted echará fuera todo temor de su corazón. 87 También puede estar a salvo
y seguro en Cristo.
¿Ha sentido la herida de la baja autoestima y el vacío corrosivo de la
insignificancia? La sangre de Cristo puede sanar su corazón de estos
sentimientos y reemplazarlos con una profunda conciencia de su
importancia propia. Usted es importante para Dios cuando está en Cristo.
La Biblia dice de Cristo: “. . . fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste
para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación”. 88
¡Qué imagen! ¡Qué promesa! ¡Qué realidad! A veces pensamos que las
religiones del mundo están geográficamente establecidas por regiones; por
ejemplo, creemos que el islam es para los habitantes del Medio Oriente, el
hinduismo para los indios y el budismo para los asiáticos surorientales.
Pero este es un planteamiento simplista y sin sentido. La sangre de Cristo
trasciende la geografía y redime a las personas de toda raza, lengua,
pueblo y nación. Las llagas de Cristo son para la sanidad de las naciones.
Jesús pronunció las siguientes palabras excepcionales, justo antes de
recibir su séptima herida: “Todo se ha cumplido”. El relato histórico lo
documenta de la siguiente manera: “Al probar Jesús el vinagre, dijo: ―
Todo se ha cumplido. Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu”. 89 La
palabra real que Jesús pronunció en arameo fue tetelestai . Era una palabra
comercial que técnicamente significaba “pagado en su totalidad”. Cuando
vaya a una empresa minorista de mejoramiento del hogar y compre una
gran cantidad de madera, conducirá su camioneta a la zona de carga, les
mostrará la factura marcada como “pagada en su totalidad” y recogerá sus
suministros.
De manera similar, Jesús pagó en la cruz la astronómica deuda moral y
espiritual que habíamos acumulado por todas nuestras decisiones
descabelladas, la rebeldía, el egoísmo, la soberbia, la culpa y la vergüenza;
y en un momento, con el derramamiento de su propia sangre pagó en su
totalidad la deuda completa. En definitiva, la relación de amor que Cristo
busca con usted no es simplemente por un tiempo sino por toda la
eternidad. Jesús desea establecer hoy una relación auténtica de amor con
usted que literalmente dure para siempre.
Es por eso que le llamamos el Salvador. Es por eso que sus siete llagas
sanan de manera inesperada a escépticos, cínicos y necesitados por igual.
76 Zig Ziglar, “Zig on. . . Worry”, Christian Post, 3 de diciembre de 2009, consultado el 15 de
diciembre de 2016, http://www.christianpost.com/news/42108/.
77 Isaías 53:3.
78 Véase Lucas 22:44.
79 Hebreos 5:7.
80 Véase Salmos 22:14.
81 Mateo 27:46.
82 Holmes, Susan y John F. Barlow, “Dr. Claude Heman Barlow 13 de octubre de 1876 - 8 de
octubre de 1969”, Dr. Claude Heman Barlow, consultado el 29 de mayo de 2017,
http://www.barlowgenealogy.com/EdmundofMalden /DrCHBarlow1.html
83 Jeremías 17:9.
84 Marcos 7:21-23.
85 Romanos 5:9.
86 Colosenses 1:19-20.
87 Véase 1 Juan 4:18.
88 Apocalipsis 5:9.
89 Juan 19:30.
90 Juan 19:30.
91 Lucas 23:34.
*
Guía de estudio
en grupo
L as siguientes preguntas de aplicación fueron concebidas en aras de su
beneficio. Corresponden a cada capítulo de este libro. Están
diseñadas para estimular la discusión, a la vez que ayudan a repasar el
contenido y hacer una aplicación personal.
Semana 1:
¡Camine conmigo!:
Sus heridas, nuestra sanidad
Semana 2:
El sudor de Jesús:
renovemos nuestra voluntad
Semana 3:
El rostro de Jesús:
recuperemos nuestra identidad
Semana 4:
La espalda de Jesús:
recobremos nuestra salud
Semana 5:
La cabeza de Jesús:
rescatemos nuestra dignidad
Semana 6:
Las manos de Jesús:
restablezcamos nuestra productividad
1. El verdadero acto de crucifixión comenzó cuando se insertaron
los clavos en las muñecas de Jesús. ¿Qué fue lo que Jesús
obviamente entregó cuando sucedió esto?
2. Antes de que se causara la herida en sus manos, ¿de qué maneras
específicas las usó Jesús?
3. ¿De qué manera el acto de desobediencia en el jardín del Edén
afectó la productividad del género humano?
4. ¿Cuál es el vínculo entre la improductividad y la insatisfacción?
5. ¿Qué aprendemos del hijo pequeño del autor que cogió el cuchillo
de trinchar por el filo?
6. ¿A qué crisis se enfrentó Allan Hartley? ¿Alguno de ustedes
puede identificarse con él?
7. ¿Qué le restableció Jesús a Alllan Hartley?
Semana 7:
Los pies de Jesús:
restauremos nuestra autoridad
Semana 8:
El costado de Jesús:
redimamos nuestro corazón