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Elogios para

Las 7 llagas de Cristo


“Este es un poderoso libro de amor, perdón y sanidad a través de las llagas
de Cristo. Fred Hartley, al escribir este libro, nos obliga a caminar con
Jesús, y en cada paso nos permite mirarle de una manera distinta. Cada
testimonio revela la maravilla y el poder de nuestro Señor resucitado. Se
trata de un libro fascinante que no querrá dejar a un lado, una vez que
comience a leerlo”.
- Jamel Patterson, MD
“Fred Hartley siempre glorifica a Jesús con sus escritos. He tenido el
privilegio de leer varios de sus libros, y ahora surge este pequeño volumen
que se centra en la poderosa sanidad que ofrece nuestro Señor y Salvador,
¡Jesús! Vivo en un país que necesita sanidad, que necesita a Jesús. Nadie
puede sanar como Jesús, ya que su sanidad no es solo externa, sino
también interna. La sanidad que ofrece Jesús faculta a las personas para
que luego sean éstas las que sanen a las personas heridas a su alrededor.
Recomiendo este libro. Esta lectura formará parte de su vida y le animará
a ser un hombre o una mujer que sane a los demás”.
-Jack Sara
Presidente, Bethlehem Bible College
“Fred Hartley nos obliga a examinar las llagas de nuestro Salvador,
sabiendo que al enfrentar el dolor incomprensible de Jesús también
encontraremos su amor incomprensible.
Las 7 llagas de Cristo nos llevan a lo más profundo de su sufrimiento, para
que podamos encontrar a plenitud las alturas de su provisión. ‘Fuimos
sanados gracias a sus heridas”.
-Mike Scales
Presidente, Nyack College
“Como aficionado a la historia, me gusta siempre establecer nexos entre el
pasado y los acontecimientos actuales.
Las 7 llagas de Cristo son lo mío. Fred Hartley hace un trabajo magistral y
significativo de narrar el inmenso sufrimiento que experimentó Jesús
durante sus últimas horas y lo asocia con nuestro sufrimiento actual.
Hartley presenta pruebas positivas a los escépticos y cínicos a favor de la
existencia de una relación lógica con las heridas de Jesús, desde un punto
de vista médico moderno, en lo que se refiere a las experiencias de la vida
real de las personas. Este es un libro poderosamente conmovedor sobre el
vínculo máximo entre el sufrimiento y el perdón”.
-Bob Van Rensselaer
Esquire, Abogado
Las 7 llagas de Cristo por Fred A. Hartley III
© 2019 Todos los derechos de esta edición en español reservados por Asociación Editorial Buena
Semilla bajo su sello de Editorial Desafío.
Publicado originalmente por CLC Publications, P.O.Box 1449 Fort Washington, PA 19034 bajo el
título “The Seven Wounds of Christ" by Fred A. Hartley III, © copyright 2017 por Fred A.
Hartley III, USA.
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas son tomadas de la Santa Biblia, Nueva
Versión Internacional®. NIV®. Copyright © 1986, 1999, 2015 por la Sociedad Bíblica
Internacional. Las cursivas en las citas bíblicas corresponden al énfasis hecho por el autor.
Prohibida su reproducción total o parcial por sistemas de impresión, fotocopias, audiovisuales,
grabaciones o cualquier medio, menos citas breves, sin permiso por escrito del editor.
Traducción: Carlos Mauricio Páez García
Edición: María Inés Garzón
Diseño y Diagramación: Brenda Bustacara
Conversión digital: tribucreativos.com
Publicado y distribuido por Editorial Desafío
Cra. 28ª No. 64A-34, Bogotá, Colombia
Tel (571) 630 0100
E-mail: contacto@editorialdesafio.com
www.editorialdesafio.com
www.libreriadesafio.com
Categoría: Crecimiento Espiritual, Sanidad
ISBN: 978-958-737-160-4
Impreso en Colombia
Printed in Colombia
Dedicatoria
Dedico este libro
a mi comunidad de amigos que viven en el área metropolitana de
Atlanta,
nacidos en sesenta y cinco naciones
distintas del mundo,
que se convirtieron en mi familia, mi hogar,
conocido como la iglesia Lilburn Alliance Church.
¡Son un milagro!
Les amo y honro por muchas razones.
Me demuestran cada día,
a través de los matrimonios salvados,
las enfermedades curadas,
las adicciones conquistadas,
las identidades restauradas,
la culpa y vergüenza eliminadas
el auto-desprecio superado,
los legados familiares recuperados
y las vidas redimidas,
que realmente hay sanidad
en las 7 llagas de Cristo.
CONTENIDO
1. ¡Camine conmigo!:
Sus heridas, nuestra sanidad
2. El sudor de Jesús:
Renovemos nuestra voluntad
3. El rostro de Jesús:
Recuperemos nuestra identidad
4. La espalda de Jesús:
Recobremos nuestra salud
5. La cabeza de Jesús:
Rescatemos nuestra dignidad
6. Las manos de Jesús:
Restablezcamos nuestra productividad
7. Los pies de Jesús:
Restauremos nuestra autoridad
8. El costado de Jesús:
Redimamos nuestro corazón
9. Guía de estudio
en grupo
Prefacio

H e tenido el privilegio de colaborar durante muchos años con Fred


Hartley en el College of Prayer International (Colegio Internacional
de Oración) y facilitar reuniones de oración a nivel mundial. Vemos a
Dios obrar de formas milagrosas y sanadoras en todo el mundo. Los
ciegos ven, los cojos andan y los sordos escuchan por la presencia de
Cristo. Iniciamos movimientos de oración, para la gloria de Dios, en
pequeñas poblaciones y en los principales recintos del gobierno. Y las
personas nos comparten sus heridas profundas, causadas por los
familiares, la iglesia y los amigos en todos los lugares donde hemos
estado.
Fred le lleva al único lugar donde sus heridas pueden ser curadas. Creo
que nuestro sanador herido, el Señor Jesucristo, quiere usar este libro para
transformar sus heridas en triunfos, redimir su dolor y evitar que
desaproveche sus tristezas. La clave para su sanidad es su unión con
Cristo. Fred establece un vínculo fundamental que existe entre las heridas
de Jesús y el poder sanador que Él dispuso para sus heridas. El Espíritu
Santo hace realidad para usted la esencia de Jesús. La obra del Espíritu es
enamorarle con la belleza de Jesús y producir hermosura a partir de sus
cenizas. La mayoría de las veces, el Espíritu Santo evoca recuerdos
dolorosos de su pasado, cuando usted acude al Señor por sanidad. Los
recuerdos se aferran al dolor de las heridas. Si bien es útil lamentarse por
las heridas, nada es más poderoso que invitar a la presencia sanadora de
Jesús a los recuerdos y al dolor.
Asistí a una gran conferencia de jóvenes, y una adolescente me vino a
ver para que la ministrara. La joven respondió al evangelio, entregando su
vida a Cristo, y sus amigas estuvieron muy emocionadas por ella. Sin
embargo, empezó al día siguiente a perder el control de sí misma cuando
reaccionó a un mensaje sobre el poder que da el Espíritu Santo, a fin de
tener una vida piadosa y de servicio cristiano. Comenzó a experimentar
manifestaciones físicas extrañas y las reacciones emocionales de una
persona que fue abusada, por lo que acudió a mí en busca de ayuda. Me
sorprendió lo pálida y retraída que parecía diferente, cuando vi por
primera vez a esta joven. Sus ojos no tenían vida. No hacía contacto visual
directo con nadie y parecía estar tratando de escabullirse. Descubrí que
tenía unos quince años y que durante su segundo año de secundaria fue
víctima de una violación en grupo. Afloraron el dolor y el miedo a esa
terrible violación, cuando intentó rendir su vida a la plenitud del Espíritu
Santo. Se sentó frente a mí, quebrantada y asustada.
No hay palabras para hablar de tal herida, no hay respuestas fáciles. Le
pregunté si podíamos invitar a Jesús a sus heridas, a su dolor. Contestó que
sí. Comenzamos a orar y buscar juntos al Señor. Por voluntad propia evocó
nuevamente el recuerdo de la violación, solo que esta vez le permitió a
Jesús ministrar a su dolor. La observé mientras oraba con ella. Su frente
claramente indicaba por su movimiento que revivía ese horrible
acontecimiento. Compartió conmigo que no estaba sola, sino que Jesús la
tomó en sus brazos y le secaba las lágrimas. Su recuerdo y sus heridas
nunca serían iguales. Nunca más tendría que recordar esa violación sin ver
allí a Jesús, protegiéndola y abrazándola.
Le pregunté si le escuchó decir algo más. Respondió: “Sí. Me pide que
perdone a los que me hicieron eso”. Perdonó a los violadores en voz alta
conmigo, uno a uno, un nombre a la vez. Sabía que tendría que perdonarlos
por su propia sanidad y libertad, pero no le pedí que lo hiciera. Jesús se lo
pidió, y ella lo hizo. No fue la misma persona, cuando abrió los ojos. Jesús
le confirió, en solo unos instantes, una sanidad sustancial. Sus ojos eran
alegres y relucientes. Mantuvo su cabeza erguida y fue capaz de mirarme
directamente a los ojos con dignidad y libertad. El Espíritu Santo hizo
realidad la sanidad de Jesús, y quedó fascinada con su belleza.
Sumérjase intensamente en este libro. Posibilite el intercambio: su dolor
por la sanidad de Jesús. Permita que el Espíritu de Dios enamore su
corazón con la belleza de Jesús. Él es más real que su aflicción.
Dr. Mike Plunket
Profesor, Nyack College,
Seminario Teológico de la Alianza
Pastor principal, Iglesia Risen King Alliance
Prólogo
Z ona cero : El lugar en la superficie de la tierra por encima y por
debajo donde impacta una bomba nuclear. El punto central de una idea
con cambios acelerados o de actividad intensa.
La cruz de Cristo indica la zona cero para todo el género humano, a lo
largo de la historia de la humanidad. Los sufrimientos de Jesús, cuando Él
recorrió la Vía Dolorosa, el camino del dolor, hasta el lugar de su
crucifixión, formaron una explosión nuclear de proporciones épicas e
impactaron todo por encima de la cruz y por debajo de ella: la justicia y la
misericordia de Dios por encima, y las desesperadas heridas de la
humanidad por debajo. Recorreremos en este libro los lugares donde se
produjeron las 7 llagas de Cristo y descubriremos la obra explosiva de
Cristo que no destruye, sino que sana a las personas heridas, que han
sufrido un trato despiadado. La combinación de las heridas de Cristo
constituye el punto central de la redención que produce el cambio de vida
más acelerado y la más intensa actividad de sanidad en cualquier parte del
planeta.
Esta semana estoy precisamente en Jerusalén, mientras termino de editar
el libro. Me di cuenta de algo, mientras caminaba por las calles de la
Ciudad Vieja, que nunca había notado en mis viajes anteriores: los cínicos,
escépticos y buscadores están aquí, reunidos alrededor de las llagas de
Cristo. Y estaremos usted y yo entre ellos, a medida que recorramos este
libro. Caminaremos juntos por la calle conocida como la Vía Dolorosa, el
camino del dolor, a lo largo de estas páginas.
Reconozcámoslo: estamos heridos y nos desangramos. Cada uno de
nosotros hemos recorrido nuestra propia vía dolorosa y tenemos nuestras
propias formas de enfrentar el sufrimiento, aunque las heridas nos lleguen
de maneras despiadadas e inesperadas —ya sea de tipo financiero,
emocional, matrimonial, moral o físico—. Algunos de nosotros nos
rascamos obsesivamente las costras solo para hacerlas sangrar
nuevamente, mientras que otros tratamos de apartar la mirada en señal de
negación. Tal como escribió sabiamente C.S. Lewis: “El dolor insiste en
ser atendido. Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla a nuestra
conciencia, pero grita en nuestros dolores: que son el megáfono que Él usa
para despertar a un mundo sordo”. 1 Tenemos que enfrentarnos tarde o
temprano a la sinfonía, sin importar cuán mal suene. Las heridas requieren
atención.
Siempre es más fácil enfrentar nuestras heridas, cuando sabemos que hay
una cura. Las llagas de Jesús hacen justamente eso. Las heridas de Jesús
no son para las personas religiosas, sino para los heridos. No hay nada
religioso en la cruz. Jesús no fue crucificado en una iglesia entre dos
candelabros; Él fue clavado en una cruz que se interponía entre dos
ladrones. Por esta razón, este libro no es tanto para las personas religiosas
sino para aquellas que están dispuestas a afrontar sus heridas. Las palabras
del profeta hebreo Isaías explican bien la verdad sobre las heridas de Jesús
que tenían la intención de sanar las nuestras: “Ciertamente El cargó con
nuestras enfermedades / y soportó nuestros dolores... Él fue traspasado por
nuestras rebeliones, / y molido por nuestras iniquidades” 2 . Las heridas de
Jesús son nuestras heridas, y Sus heridas son para nuestra sanidad. De
alguna manera, nuestros caminos de dolor convergen con su camino de
dolor, mientras recorremos la Vía Dolorosa. ¡Pero no nos adelantemos!
Descubriremos nuestra sanidad a medida que avancemos un paso y una
herida a la vez.
No se equivoque: ¡la cruz es un escándalo! Incluso el predicador del
primer siglo, Pablo, dijo que predicó “a Cristo crucificado. Este mensaje
es motivo de tropiezo [skandalon ]”. 3 Un skandalon era un trozo de
madera móvil que servía de gatillo en una trampa. Era como un retoño de
árbol oculto y doblado que se usaba para atrapar las presas. Aquellos de
nosotros que alguna vez nos hemos sentido estafados, engañados y
escandalizados en la vida, descubriremos que contamos con un amigo que
es Jesús, quien fue víctima del mayor escándalo que alguno de nosotros se
pueda imaginar. No importa cuán profundas sean nuestras heridas o cuán
agudo sea nuestro dolor, las heridas de Jesús son más profundas.
Este libro nos llevará a un viaje paso a paso a lo largo de la Vía
Dolorosa, donde examinaremos cada una de las siete llagas de Jesús en los
lugares donde Él las recibió. Comenzaremos nuestra discusión sobre cada
llaga con una explicación médica de lo que Jesús experimentó. Sí, una
explicación científica realista. Primero queremos comprender cómo era
Jesús, como hombre del primer siglo, con el fin de mantener la objetividad
de nuestro estudio.
Cada capítulo contiene tres secciones. La primera se titula La entrega de
Cristo . Agrupamos con demasiada frecuencia las llagas de Cristo en un
solo incidente violento e injusto y, por lo tanto, perdemos el impacto más
amplio de su sufrimiento. En realidad, cada una de las heridas de Jesús
corresponde a una decisión voluntaria e individual de sometimiento por
parte de Cristo. Él se sometió voluntariamente a siete experiencias
distintas de dolor extraordinario, cada una con un propósito redentor
particular.
La segunda sección es Nuestra sanidad . Cada llaga de Cristo
corresponde a una herida suya y mía. Si bien Las 7 llagas de Cristo
reflejan la plenitud de su expiación, mirar a cada una de manera individual
nos ayudará a apreciar lo que Jesús hizo por nosotros y también a
apropiarnos de ello.
Terminaremos cada capítulo con la última sección, La sanidad en el
siglo XXI . Este apartado presenta una historia genuina y precisa de la vida
real, para ilustrar cómo las heridas de Jesús traen hoy en día sanidad. Se
nos dice en el último libro de la Biblia, cómo los seguidores de Jesús “lo
han vencido (al diablo) / por medio de la sangre del Cordero / y por el
mensaje del cual dieron testimonio; / no valoraron tanto su vida / como
para evitar la muerte”. 4 Las ocho historias de la vida real ilustran de
manera dramática que las heridas de Jesús nos ofrecen sanidad y victoria.
Dios quiere sanarnos, y Él también quiere que seamos vencedores.
Una persona ciertamente podría leer de seguido todas Las 7 llagas de
Cristo ; toma menos tiempo de lo que tarda ver una película completa. Sin
embargo, recomiendo leer este libro en poco más que una semana, un solo
capítulo diario. Dedique el tiempo necesario. Digiéralo. Déjelo que cale.
No solo lea, ¡medite! Al final del libro se incluyen preguntas de aplicación
grupal para facilitar la reflexión, si forma parte de un grupo de apoyo y
desea usar el libro para llevar a cabo un estimulante estudio de ocho
semanas de duración.
Expreso mi más profundo agradecimiento al escribir este libro a mi
mayor tesoro e inspiración, mi esposa, Sherry; a mi asistente
administrativa leal y eficiente, Heather Hatcher; a mi correctora de estilo,
Ann Miller, a mi editora, Becky English; a la directora editorial, Erika
Cobb, quien me respaldó en las buenas y en las malas; a los expertos en
historia y Biblia Josh Smith y Bill Hyer; a los especialistas en la ciencia
médica el Dr. Art Nitz, MD, (Ph.D., quien ha sido profesor de fisioterapia
durante treinta años en la Universidad de Kentucky); a Stephen Trinidad
(estudiante de cuarto año en la lista de honor de la Facultad de Medicina
de Icahn en Mount Sinai, en la ciudad de Nueva York); y a César
Castellanos por su corazón pastoral y libro inspirador Victoria por la
sangre , que exalta los beneficios de cada una de las llagas de Cristo. Y,
por último, estoy en deuda con Cristo y su maravilloso pueblo que se
congrega en la iglesia Lilburn Alliance Church, quienes me demuestran
cada día que existe verdaderamente sanidad en las 7 llagas de Cristo.
Escribir este libro fue indiscutiblemente uno de los mayores privilegios
de mi vida. Me hizo sentir menos como un erudito y más como el burro
que llevó a Jesús a Jerusalén. Si bien hice todo lo posible por comunicar
eficazmente el vigor de sus heridas, mi papel no es prácticamente nada en
comparación con lo que Cristo soportó al recibirlas.
1 C.S. Lewis, El problema del dolor (San Francisco: HarperOne, 1996), 91.
2 Isaías 53:4-5.
3 1 Corintios 1:23.
4 Apocalipsis 12:11.
1
¡Camine conmigo!:
Sus heridas, nuestra sanidad
Cuando los soldados crucificaron a Jesús, tomaron su manto y
lo partieron en cuatro partes, una para cada uno de ellos.
Tomaron también la túnica, la cual no tenía costura, sino que
era de una sola pieza, tejida de arriba abajo. —No la dividamos
—se dijeron unos a otros—. Echemos suertes para ver a quién
le toca.
Juan 19:23-24

L a Vía Dolorosa es una calle estrecha y bien transitada que atraviesa


la Ciudad Vieja de Jerusalén, como una cicatriz en la mejilla. Esta
modesta ruta comienza en el Jardín de Getsemaní, al pie del Monte de los
Olivos, penetra la Ciudad Vieja en la Puerta de los Leones, y continúa por
el Barrio Musulmán hacia el Barrio Cristiano, hasta llegar a la Iglesia del
Santo Sepulcro. Podría decirse que es la calle más visitada del mundo, a
pesar de que mide solo mil metros, o aproximadamente tres mil doscientos
ochenta pies.
La Vía Dolorosa significa en latín “camino de angustia”, “camino de
aflicción” o “camino de sufrimiento”, o simplemente, “camino del dolor”.
El camino está marcado por nueve estaciones del viacrucis; y existen
cinco estaciones adicionales dentro de la Iglesia del Santo Sepulcro. 5
Jesús recibió sus siete llagas, en esta Vía Dolorosa.
Demos un paseo. La Ciudad Vieja de Jerusalén es un hervidero de
actividad. Los vendedores ambulantes sacan sus estantes con mantos de
oración, camisetas y pipas de agua, mientras que otros exprimen un
delicioso jugo de granada. Un ciclomotor pasa a gran velocidad. Todos se
preparan para un gran día. El aire es vigorizante, el aroma del shawarma
recién asado despierta el apetito de la gente y la atmósfera vibra con una
fuerte cadencia de vitalidad. Va a ser otro día sensacional en la Ciudad
Vieja. No hay ciudad en la tierra como Jerusalén.
Nuestra caminata toma normalmente treinta minutos a una marcha
normal, unos pocos más de mil pasos, pero hoy pasaremos varias horas en
la Vía Dolorosa. Nuestro objetivo no es simplemente pasar del punto A al
punto B en un tiempo récord, sino familiarizarnos con los lugares
históricos donde se produjeron las llagas de Jesús y detenernos en los
puntos estratégicos. Queremos aprender lo que podamos sobre Jesús y sus
siete llagas, y afrontar algunas de nuestras propias heridas en el camino.

El lugar de la Calavera
Comenzamos nuestra caminata en la escena de la crucifixión de Jesús: el
Gólgota, conocido como “el lugar de la Calavera”, donde ahora se
encuentra la Iglesia del Santo Sepulcro. Aquí es donde termina la Vía
Dolorosa, pero debido a que en muchos sentidos es la zona cero, es
apropiado para nosotros comenzar aquí nuestra descripción del camino de
sufrimiento de Jesús.
Los templos formales de las iglesias siempre me hacen sentir incómodo.
La iglesia del Santo Sepulcro en la Ciudad Vieja de Jerusalén no es una
excepción, excepto por algo: este es el lugar exacto donde la mayoría de
los eruditos e historiadores nos dicen que Jesús fue crucificado. Se
encuentra justo afuera de las murallas originales que rodean la Ciudad
Santa. Se trata del lugar donde los criminales eran llevados para ser
ejecutados.
Soy empujado dentro de la iglesia, por el gentío de prácticamente todos
los países del mundo que esperan ver las piedras históricas exactas donde
Jesús fue crucificado. Mientras me acerco cada vez más, esforzándome
por mantener mi lugar en la fila, me impactan inicialmente los excesivos
símbolos religiosos: las llamativas cortinas aterciopeladas y los
candelabros chabacanos que hacen que la escena parezca menos un
santuario histórico y más como el departamento de iluminación de una
distribuidora minorista de equipamiento para el hogar. Pero luego veo lo
que esperaba: mis ojos se posan en las antiguas piedras que señalan el
lugar donde estuvo la cruz de Jesús. Descubrí, para mi gran deleite, que un
afloramiento considerable de piedra caliza se conserva bajo una gran
lámina protectora de plexiglás. Este lugar marca el punto donde se
derramó la mayor cantidad de la sangre de Jesús.
Algunos a mi alrededor se arrodillan. Muchos lloran. Tanto hombres
como mujeres miran con gran concentración, con la mirada puesta
fijamente sobre las piedras en las que Él murió. Las personas son
respetuosas, incluso muestran reverencia. Algunos toman fotos, pero el
momento es demasiado significativo, muy trascendental como para que
alguien lo menosprecie con una selfie . Todo el mundo parece tener el
mismo sentido: se trata más de Jesús que de alguien o de cualquier otra
cosa. He estado antes en este punto exacto una docena de veces, pero
nunca sentí lo mismo que hoy. Me embarga una emoción repentina,
después de haber pasado los últimos doce meses investigando
extensamente sobre las 7 llagas de Cristo, al darme cuenta que mi pasión,
mi sufrimiento, está íntimamente ligado al de Cristo. Parece como si yo
fuera el único aquí parado. Me siento unido con Dios en un nivel
inusualmente profundo, desde el punto de vista espiritual, intelectual y
emocional. Toda la importancia histórica del esperpento y el abuso físico
que sufrió Jesús parecen acercar simultáneamente mi corazón a Dios,
desde el momento en que mis ojos se fijaron en la piedra. Doy un suspiro.
Mis brazos caen muertos a los costados. Quedo boquiabierto. Me siento
abrumado, mientras permanezco mirando, al darme cuenta que las siete
llagas que sangraron en el cuerpo de Jesús son tan asequibles hoy para
usted y para mí, como lo fueron hace dos mil años para sus seguidores.
Exhalo lentamente con profunda gratitud. Sacudo mi cabeza y grito en voz
alta: “Dios mío, Dios mío, cuánto debes amarme para someter a tu Hijo a
tal hostilidad. ¡Y pensar que Tú lo hiciste por mí, por todos nosotros!”.
El objetivo de este breve libro es brindarle también, de una forma u otra,
un momento similar de aprecio profundo e incluso imponente por las 7
llagas de Cristo. Haré todo lo posible por ceñirme fielmente a los hechos
que conocemos de los documentos históricos; afortunadamente, fueron
registradas meticulosamente las últimas horas antes de que el cadáver de
Jesús fuera sepultado. Usted puede, sin embargo, sacar sus propias
conclusiones. Respeto su punto de vista, ya sea que usted fuese un
escéptico, cínico o buscador, y le invito a pensar objetivamente acerca de
la muerte de Jesús, a quien muchos llamamos el Cristo, el Ungido, el
Mesías.
Aunque muchas veces he pasado caminando por las piedras históricas
del Gólgota, algo nuevo me impacta esta vez. A mi alrededor hay
japoneses, filipinos, brasileños, europeos, árabes, nigerianos, cristianos,
judíos e incluso musulmanes, cada uno abriéndose paso cada vez más
cerca de las piedras exactas sobre las cuales hace dos mil años se derramó
la sangre de Jesús. La masa de gente que indaga se apretuja
incómodamente, apenas capaz de contener su entusiasmo por obtener una
mirada de primera mano de estas piedras históricas.
Me doy cuenta que miramos más que ruinas arqueológicas. He visitado,
como historiador, piedras antiguas y excavaciones arqueológicas en un
sinnúmero de lugares, pero ninguno de ellos ha generado este nivel de
furor. Lo que hace que estas piedras generen tanto entusiasmo es que todos
los que las observamos compartimos una cosa en común: todos somos
personas heridas que en busca de sanidad. Volveremos aquí, a estas
piedras, hacia el final de nuestro recorrido, para observarlas más de cerca,
pero por ahora debemos seguir avanzando.

La columna de flagelación
A solo cien metros del lugar de la ejecución de Jesús hay un yacimiento
de excavación poco conocido, a catorce metros bajo tierra. Giramos a la
izquierda por un angosto callejón sin señalización y bajamos tres tramos
de escaleras para ver una columna de azotes romana, descubierta
recientemente. La mayoría de los peregrinos pasan por delante de la
escalera y se pierden esta joya.

COLUMNA DE FLAGELACIÓN ROMANA


Nos paramos apretujados en la cámara de piedra poco iluminada,
alrededor de una antigua columna de flagelación romana que se erige en
medio de la cavidad y que data de hace dos mil años. Los criminales
fueron atados y brutalmente golpeados aquí con el flagelo. Un juego de
dados parecido a un tablero de ajedrez o de tablas reales muestra dónde
jugaban los soldados, a un costado, cincelado en el suelo de piedra. “Si
bien es imposible garantizar con un cien por ciento de precisión que este
es el lugar exacto donde Jesús fue brutalmente golpeado antes de la
crucifixión—explica nuestro experto en antigüedades—sin duda es
probable. Es sorprendentemente similar a la forma en que los documentos
antiguos describen la paliza de Cristo, con su columna de azotes y su
tablero de juego donde los soldados echaron suertes por la túnica de
Jesús”. La voz de nuestro guía hace eco a través del recinto de piedra
encerrado, mientras lee las palabras penetrantes de Isaías, el antiguo
profeta hebreo.

Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades


y soportó nuestros dolores,
pero nosotros lo consideramos herido,
golpeado por Dios, y humillado.
Él fue traspasado por nuestras rebeliones,
y molido por nuestras iniquidades;
sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz,
y gracias a sus heridas fuimos sanados.
Todos andábamos perdidos, como ovejas;
cada uno seguía su propio camino,
pero el Señor hizo recaer sobre él
la iniquidad de todos nosotros . 6
Cada palabra hace eco en la cámara de piedra en la que nos encontramos y
en lo más profundo de
nuestra alma. La palabra que más me llama la atención es “nuestros o
nuestras”: nuestras enfermedades, nuestros dolores, nuestras rebeliones,
nuestras iniquidades. Me doy cuenta de repente, ¡Jesús lo hizo todo por
nosotros! Sus heridas fueron por nuestras heridas. Luego me impactan las
palabras “gracias a sus heridas fuimos sanados”. Me digo a mí mismo:
¿En serio? ¿Las llagas de Cristo de alguna manera tienen todavía el poder
milagroso lo suficientemente potente como para tener hoy en día un gran
efecto de sanidad sobre mi preciosa hija, Andrea, que ahora mismo lucha
contra el cáncer de etapa IV?
Nuestro maestro sugiere, después de un minuto completo de silencio:
“Quiero que piense por un momento ahora mismo en las heridas en su
propia vida, en la vida de sus familiares, amigos, seres queridos. Tómese
uno o dos minutos de manera aislada antes de salir de este lugar y
reflexione sobre sus heridas. Aproveche esta oportunidad para enfrentar
sus propias heridas, miedos e inseguridades. Recuerde: gracias a sus
heridas fuimos sanados”.
Me siento abrumado por la emoción. Pienso una vez más como si fuera
el único presente. Corren lágrimas por mis mejillas, mientras le tomo la
mano a mi esposa. Se cruzan nuestras miradas y me doy cuenta que ella
también llora, al pensar en nuestra hija en Dallas que lucha contra un
linfoma difuso de células B grandes inoperable que se envolvió alrededor
de los principales vasos sanguíneos que rodean su corazón. Señor, ¿existe
aquí curación para nuestra preciosa hija, Andrea? ¿Le extenderás la
sanidad?
Al haber estudiado las 7 llagas de Cristo durante el último año, mi mente
recuerda fácilmente cada una, y reflexiono detenidamente: si Él fue
traspasado por nuestras rebeliones, esto debe significar que Él también fue
traspasado por mis rebeliones. Si Él fue molido por nuestras iniquidades,
mis iniquidades tienen que haber sido incluidas. Si sobre Él recayó el
castigo que nos trajo la paz, eso significa que también puede traerme paz,
¿no? Si gracias a Sus heridas, fuimos sanados, ¿podría eso significar que
mi preciosa hija, Andrea, está incluida?
Resulta evidente que Sherry y yo no somos los únicos que lloramos,
cuando miro a los demás en la cámara. Las lágrimas humedecen
prácticamente cada rostro. Me parece perfectamente lógico. Cada lágrima
está ligada a una herida del corazón muy real y personal: emocional,
moral, espiritual, matrimonial, financiera. George acaba de perder su
trabajo y lucha contra la herida de la autoestima. Le aterroriza su futuro.
Sharita se divorció el año pasado y, como madre soltera, lucha contra el
rechazo y la soledad. Helen reconoció recientemente que sufrió abusos
sexuales cuando era niña y pasó la mayor parte de su vida adulta luchando
contra la culpa, la vergüenza y el quebrantamiento sexual. Entiendo de
repente por qué millones de personas cada año, de prácticamente todos los
países del mundo, acuden en masa a Israel, y específicamente a la Vía
Dolorosa, el lugar del dolor y del sufrimiento de Cristo. Todos somos
personas heridas que visitamos los lugares donde ocurrieron las heridas de
Jesús.
Las heridas de Jesús son de manera real nuestras heridas. Es imposible
tener en cuenta con precisión las heridas históricas de Jesús sin reconocer
y abrazar por completo nuestras propias heridas. No solo las heridas de
Jesús son nuestras heridas, sino son nuestra sanidad. Isaías fue claro
cuando profetizó que nuestra sanidad vendría de las llagas de Cristo.
¡Jesús fue herido por nosotros! No solo nos compadecemos de las heridas
de Cristo o nos regocijamos de que Él se compadezca de las nuestras,
cuando reflexionamos sobre sus heridas; más bien encontramos nuestra
sanidad dentro de sus heridas. Jesús fue herido, para que sus heridas
pudieran sanar las nuestras.
Reconocer sus heridas va de la mano con reconocer las nuestras. Este
breve libro trata sobre el autodescubrimiento y el descubrimiento
histórico. Nos lleva a un viaje de regreso de dos mil años en el tiempo, y a
la vez nos lleva a un viaje profundo a nuestra propia alma. Leer este libro
sería una pérdida de tiempo, sin un viaje a ambos lugares. Las heridas nos
examinarán, a medida que examinemos las 7 llagas de Cristo. Estas tienen
una forma de meterse en el pellejo. Antes de que sepamos lo que sucedió,
las llagas de Cristo nos llevarán a la aguda realidad que Dios quiere
profundizar en nuestra vida. Muchas personas luchan con la negación,
cuando se trata de afrontar el quebrantamiento personal, las heridas
internas y el dolor emocional, porque se sienten desesperanzadas. No
tendremos esperanza, si solo nos fijamos en nuestras heridas. Sin
embargo, si miramos las llagas de Cristo, nuestra desesperanza comenzará
a desvanecerse y comenzará a aumentar la esperanza de la sanidad. Esta es
la razón por la cual el evangelio de Cristo se llama las buenas nuevas. Las
heridas de Jesús pueden convertirte en esperanza, y la esperanza es la
puerta para su sanidad.

El Jardín de Getsemaní
Salimos de la cámara subterránea que contiene la columna de flagelación
y llegamos después de una caminata de veinte minutos al jardín donde
Jesús recibió su primera herida. Getsemaní, el cual es un lugar que le
encantó a Jesús y donde en realidad comienza la Vía Dolorosa, es uno de
los pocos sitios a lo largo del camino del dolor, que conserva su belleza
natural original.
Muchos de los olivos que se encuentran hoy en día, con enormes troncos
de casi cinco metros de circunferencia, tienen en realidad dos mil años.
Jesús procesó aquí en el jardín muchos de los momentos que cambiaron su
vida, y este hermoso lugar también nos brinda la oportunidad de
reflexionar sobre lo que ya vimos y de prepararnos para lo que está por
venir.
LA VÍA DOLOROSA EN LA JERUSALÉN MODERNA
Tengo tres sugerencias, mientras repasemos este libro. Tenga esperanza .
Sin esperanza, es imposible para nosotros afrontar nuestras heridas.
Tendemos a correr y escondernos de nuestras heridas y debilidades, pero
no hay nada más esperanzador que saber que hay un Dios que nos ama
tanto que Él ya envió a su Hijo para ser herido con nuestras heridas.
Sea realista . No hay nada en la tierra más puro, real y visible que la cruz
donde murió Jesús. Él no tuvo nada que ocultar y no se guardó nada. Él
espera mucho de nosotros, si queremos encontrarle en la cruz. La mejor
definición de humildad que haya escuchado es la siguiente: la humildad es
la disposición de ser conocidos por lo que somos. Sin máscaras. Sin
encubrimientos. Sin pretensiones. Presentarnos tal como somos, con
heridas y todo. Cristo ya exhibió públicamente nuestro pecado y nuestra
vergüenza, cuando Él recibió nuestras heridas. No hay gato encerrado, de
modo que ya no tenemos que escondernos.
Profundice . No hay forma que Jesús permitiera que los clavos metálicos
penetraran sus muñecas y tobillos y que la lanza fuera clavada en su
costado, para tener simplemente una relación superficial con nosotros. Si
la cruz nos dice algo, es que Dios quiere profundizar. Así como las heridas
de Jesús le penetraron profundamente, Él quiere que su sanidad se
profundice en nosotros. El hecho que Jesús fuera herido es históricamente
irrefutable. Comprenderemos con todo detalle, por la gracia de Dios, antes
de que termine este libro, que es igualmente irrefutable que sus 7 llagas
nos puedan sanar hoy.

Un buscador en el siglo XXI


Michael era un hombre herido, con un corazón herido. Se sintió condenado
y lleno de vergüenza. Se trata del primero de ocho personas heridas que
presentaremos a lo largo de este libro. Se sintió perdido, aunque vivió en
la Ciudad Vieja de Jerusalén, el punto de encuentro de las tradiciones
religiosas del judaísmo, el cristianismo y el islamismo, y creció
escuchando argumentos a favor de cada una de estas religiones
importantes. Llegó a la Iglesia del Sepulcro, sin saber a dónde ir y con una
sensación de profunda desesperación. Fue la misma noche, de todas las
noches, que dio la casualidad que mi equipo y yo recorríamos las calles de
la Ciudad Vieja con un propósito en mente: hablar con las personas sobre
el amor de Jesús.
Michael nos dijo: “Vine aquí como mi último recurso. Estoy tan
deprimido que quiero morir. O Jesús me ayuda o...”. Se quebrantó. No fue
una coincidencia que estuviéramos allí para conocerlo. Quizás incluso más
relevante, fue que estábamos en el lugar exacto donde Cristo fue herido
por él. Michael buscaba respuestas, y es preciso decir que Dios lo estaba
buscando. Dos de los miembros de nuestro equipo miraron a Michael a los
ojos y sintieron su desesperación, soledad y vacío. Michael les contó su
historia; y esa noche, mientras se encontraban a tan solo unos metros del
lugar donde Cristo fue herido por primera vez, le contaron a Michael
acerca de las llagas de Cristo y luego lo guiaron en una oración. Michael
conoció esa noche, el amor de Dios, tal vez por primera vez en su vida.
Aprendió de primera mano que las llagas de Cristo son para nuestra
sanidad.

Hay amor en las heridas de Jesús. Si pasa por alto el amor, no entenderá
lo fundamental. El amor es lo que llevó a Jesús a la cruz y es lo que le dio
inicio al plan redentor de Dios. Tal vez haya escuchado antes las siguientes
palabras: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito,
para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. 7
Una vez más, Dios no busca una relación superficial con usted. Él le ama.
Él quiere profundizar con usted, tan profundo como las llagas de Cristo.
Ahora que obtuvimos una visión general de la Vía Dolorosa y
entendemos hacia dónde vamos, es hora que comencemos nuestro
recorrido. Empezaremos al pie del Monte de los Olivos, en el Jardín de
Getsemaní, a las afueras de la Ciudad Vieja.

Nota referencia Nº 1

La Vía Dolorosa es la senda que Jesús recorrió en el camino hacia


su crucifixión. El camino original comenzó en el jardín de
Getsemaní. Sin embargo, la ruta actual comienza en la Fortaleza
Antonia justo dentro de la Puerta de los Leones; la cual se
estableció en el siglo XVIII y está marcada con catorce estaciones
de la cruz (nueve en el camino y cinco en el interior de la Iglesia
del Santo Sepulcro):
Estación 1: Jesús es condenado a muerte delante de Pilato (aquí es
donde Jesús recibe las heridas segunda y tercera, en su rostro y
espalda). Estación 2: Jesús lleva su cruz. Estación 3: Jesús se cae
por primera vez. Estación 4: Jesús se encuentra con su madre.
Estación 5: Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz.
Estación 6: Una mujer limpia el rostro de Jesús. Estación 7: Jesús
cae por segunda vez. Estación 8: Jesús se encuentra con las mujeres
de Jerusalén. Estación 9: Jesús cae por tercera vez. Estación 10:
Jesús es despojado de sus vestiduras (aquí es donde Jesús recibe la
cuarta herida, en su cabeza). Estación 11: Jesús es crucificado (aquí
es donde Jesús recibe las heridas quinta y sexta, en sus manos y
pies). Estación 12: Jesús muere en la cruz (aquí es donde Jesús
recibe su séptima y última herida, en su costado). Estación 13: Se
prepara el cuerpo de Jesús para la sepultura. Estación 14: Jesús es
puesto en una tumba, de la cual resucitará tres días después.

5 Ver la nota al final del capítulo


6 Isaías 53:4-6.
7 Juan 3:16.
2
El sudor de Jesús:
Renovemos nuestra voluntad
Pero, como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor, y
su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra.
Lucas 22:44

H ematidrosis es un término médico utilizado para describir el


rompimiento de los vasos capilares que rodean las glándulas
sudoríparas. Si bien este fenómeno fisiológico no es común, tampoco es
extraño. Ocurre en momentos de estrés y ansiedad extremos, cuando el
cuerpo humano intenta sudar más rápido de lo normal, lo cual hace que los
vasos sanguíneos alrededor de las glándulas sudoríparas se revienten,
dando lugar a un color rosado rojizo en cada gota de sudor. El tejido
microscópico de la piel luego se rasga y segrega sangre y pigmento.
Los científicos médicos han documentado varios casos de hematidrosis.
Una jovencita traumatizada que tuvo una ansiedad extrema, durante la
guerra, sufrió hematidrosis cuando explotó el gas en una casa aledaña. En
otra ocasión, una monja católica amenazada por algunos soldados que
portaban espadas sufrió hematidrosis y sangró por cada parte de su
cuerpo. Terminó muriendo de ansiedad y hemorragia, pese a que sus
agresores nunca la tocaron. Recientemente, a fines del siglo pasado se han
documentado setenta y seis casos de hematidrosis.
Si bien el grado de pérdida de sangre por hematidrosis suele ser mínimo,
su aparición hace que la piel se vuelva excesivamente delicada, frágil y
sensible al tacto o a las fricciones. Esto es probablemente lo que le sucedió
a Jesús en el jardín de Getsemaní.
Nuestro viaje con Jesús por la Vía Dolorosa comienza en un jardín.
Imagínese un huerto de olivos bien cuidados, donde anidan las aves y
crecen las ardillas terrestres. Lo que culminaría quince horas después del
inicio de la caminata de Jesús, posiblemente el acto más inhumano de
injusticia en la historia de la humanidad, comenzó en este lugar sereno y
tranquilo, a solo mil metros del lugar de su crucifixión.
Este paraje tranquilo que Jesús tanto amó está ubicado al pie del Monte
de los Olivos. Él visitó con frecuencia este lugar aislado y pacífico para
despejar su mente, centrarse en sí mismo y orientarse antes de los
momentos más importantes de toma de decisiones. Él salió del aposento
alto, después de celebrar una cena de Pascua llena de acontecimientos con
sus discípulos, caminó casi un kilómetro por el valle de Cedrón, e ingresó a
este jardín tranquilo y encantador conocido como Getsemaní.

OLIVO EN EL JARDÍN DE GETSEMANÍ


El nombre “Getsemaní” significa literalmente “prensa de aceitunas” y se
deriva del vocablo hebreo gatshamanim . Este jardín sirvió como un molino
agrícola para extraer el aceite de oliva. Los agricultores del siglo primero
cosecharon sus olivos y luego llevaron sus costales de frutas ladera abajo
para ser procesados en una prensa de aceitunas. Sus frutas eran exprimidas
para convertirlas en aceite, una porción como líquido para lámparas y otra
como aceite de unción. La antigua prensa de aceitunas estaba hecha de muy
pocas, pero importantes, partes móviles. Estaba compuesta por una enorme
y maciza base de piedra; una piedra trituradora redonda, que pesaba varios
cientos de kilos; y la viga de madera insertada en el centro de la piedra
trituradora que servía de tracción a la persona o animal que giraba la piedra
alrededor de la circunferencia de la base de piedra para moler las aceitunas.
Sin embargo, la prensa de aceitunas de Getsemaní no molió aceitunas la
última noche que Jesús estuvo en el jardín. La pesada piedra trituradora
cilíndrica permanecía inmóvil. Se molieron esa noche la voluntad y la
determinación de Jesús. Este proceso no refinó aceite, sino refinó su
espíritu humano.

La entrega de Cristo
Cada llaga de Cristo corresponde a un acto de entrega de su voluntad.
Después de todo, Jesús les dijo explícitamente a sus discípulos: “entrego
mi vida para volver a recibirla. Nadie me la arrebata, sino que yo la entrego
por mi propia voluntad. Tengo autoridad para entregarla, y tengo también
autoridad para volver a recibirla. Este es el mandamiento que recibí de mi
Padre”. 8 Jesús les diría luego específicamente a sus enemigos que le
causaron sus heridas: “No tendrías ningún poder sobre mí si no se te
hubiera dado de arriba” 9 y “¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, y al
instante pondría a mi disposición más de doce batallones de ángeles?”. 10
Jesús entregó, con esta primera herida, su voluntad para ser molida, como
una pulposa aceituna madura, entre la espada y la pared.
Es significativo que el quebrantamiento de la voluntad de Jesús tuvo
lugar en la oración: “Padre mío, si no es posible evitar que yo beba este
trago amargo, hágase tu voluntad”. 11 Él oró de nuevo: “Padre, si quieres, no
me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la
tuya”. 12 Observe con qué frecuencia Jesús se refirió en esta breve oración a
la voluntad, ¡no menos de cuatro veces! La voluntad fue el tema
fundamental. No quería perderse su momento, como un atleta o guerrero.
Jesús dedicó cada día de sus treinta y tres años en la tierra, sometiéndose
intencionalmente a la voluntad de su Padre, Dios. Ahora quería terminar la
carrera y cumplir el propósito de su vida. El relato histórico nos
proporciona una descripción gráfica de la intensidad de la batalla de Jesús:
“como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor, y su sudor era
como gotas de sangre que caían a tierra”. 13 Fíjese en la sangre. Esta es la
primera mención de las gotas de sangre que manaron del cuerpo de Jesús.
La batalla que Jesús libró en el jardín fue someter su propia voluntad a la
voluntad de su Padre, y esta lucha causó la primera de sus siete heridas,
cuando Él sudó gotas de sangre.
Algunos escépticos han puesto en tela de juicio la exactitud o incluso la
posibilidad de este relato. Argumentan que los primeros escritores de los
Evangelios intentaron por todos los medios dramatizar la intensidad de la
lucha de Cristo. Sin embargo, en su esfuerzo por ser científicamente
objetivos, pasaron por alto la explicación científica de lo que ahora
sabemos que es la hematidrosis.
La pregunta más importante que debe plantearse es: ¿Por qué en primer
lugar estaba Jesús bajo un estrés tan intenso? ¿Por qué se reventaron sus
glándulas sudoríparas y se llenó de pigmentación sanguínea su sudoración?
La anticipación del tormento físico que soportaría durante las siguientes
quince horas, ciertamente explica una parte de su ansiedad extrema, pero
esa es solo una respuesta parcial. La razón más importante de su angustia
es que, contra todo pronóstico, Él eligió rendir su voluntad para lo
impensable: recibir en su propio cuerpo todas las heridas de la humanidad
entera, a lo largo de toda la historia. La idea de que se inyectara en su
sistema toda enfermedad, defecto, auto-desprecio, ansiedad, adicción,
orgullo, lujuria, arrogancia, violencia e injusticia era tan horrible que,
comprensiblemente, sangró prácticamente por todos los poros de su cuerpo.
Así como Jesús entregó su voluntad, Él también entregó su identidad
personal, su salud física, su dignidad, su productividad y su autoridad en
cada una de sus heridas consecutivas. Lo más atroz de todo fue que Él
entregó su intimidad y vínculo afectivo con Dios. Esta primera herida de
Jesús no fue infligida por una persona: fue causada al darse cuenta de todo
lo que enfrentaría hacia el mediodía del día siguiente. Esta herida
desencadenó todas las demás heridas. Jesús sangraría por siete partes
distintas y su viaje comenzó con la hematidrosis en las horas finales de su
vida.
La voluntad de Jesús fue molida aquí en la prensa de aceitunas de
Getsemaní, para producir aceite, muy similar al aceite de la unción. El
nombre inconfundible “Cristo” significa “Mesías” o “ungido”. Las antiguas
Escrituras judías prometieron que algún día el ungido vendría y anunciaría:
“El Espíritu del Señor omnipotente está sobre mí, / por cuanto me ha
ungido / para anunciar buenas nuevas a los pobres. / Me ha enviado a sanar
los corazones heridos, / a proclamar liberación a los cautivos / y libertad a
los prisioneros”. 14
Este mismo Jesús que elevó su plegaria de sumisión en el Jardín de
Getsemaní tomó el rollo de Isaías, tres años antes, en la sinagoga de
Nazaret y leyó estas mismas palabras. Luego, tras la lectura del pasaje, se
sentó en el trono de Moisés, en la sinagoga de Nazaret y anunció lo
siguiente, para gran sorpresa y asombro de su audiencia judía: “Hoy se
cumple esta Escritura en presencia de ustedes”. 15 Es imposible pasar por
alto el hecho de que Jesús, quien afirmó ser el Ungido prometido, estaba
siendo molido como aceitunas en la prensa de Getsemaní, como el aceite de
la unción.
Me viene a la mente Michael Phelps, el atleta de clase mundial, cuando
pensamos en hacer un esfuerzo supremo y consumir cada gota de energía.
Resulta fácil verlo parado en el podio de las medallas, recibiendo sus
premios, al ser el atleta olímpico más condecorado de todos los tiempos.
Podemos escuchar que se entona su himno nacional en el fondo mientras
rebosa de orgullo exuberante. Lo que pocas personas se detienen a
considerar son las innumerables horas de acondicionamiento que Phelps
dedicó antes de sus logros de talla mundial, que lo convirtieron
indiscutiblemente en el atleta olímpico más grande de todos los tiempos.
Trabajó como una bestia, cuando nadie lo observaba, antes de establecer
sus treinta y cuatro récords mundiales y ganar sus veintiocho medallas
olímpicas, incluyendo veintitrés de oro, siendo quince medallas más que
cualquier otro nadador en la historia, y ganar la mayoría de las medallas de
oro en eventos individuales (trece), y la mayoría de las medallas de oro en
un solo año (ocho en Beijing en el 2008). Con solo quince años de edad,
antes de asistir a sus primeros juegos olímpicos, se despertaba en la
madrugada y se dirigía a la piscina, mientras que la mayoría de los niños de
su edad todavía estaban profundamente dormidos. ¡Entrenaba entre cinco a
siete horas al día, seis días a la semana, nadando un mínimo de ochenta
kilómetros, o la enorme cantidad de cincuenta millas, cada semana durante
sus días de mayor intensidad de entrenamiento! 16 Y eso solo corresponde a
lo que hizo dentro de la piscina. Hizo además un entrenamiento exhaustivo
con pesas, que incluían sentadillas, flexiones, dominadas, levantamientos
de potencia, presión en la banca y otros. Y lo hizo todo esto, cuando nadie
lo estaba observando. Su corazón bombeó el doble de sangre que el varón
adulto promedio, debido a su rigurosa preparación. Michael sabía que
competía contra nadadores de casi la mitad de su edad, cuando se presentó
en Río, para su quinta aparición olímpica. Muchos analistas deportivos
cuestionaron su estado físico, pero Michael confió en su entrenamiento y
no dejó nada en su depósito de reservas. Si bien es sensacional el
entrenamiento de Michael Phelps, Cristo ejerció aún más fortaleza mental
en el Jardín de Getsemaní. Su firmeza y determinación superaron los
límites normales de un ser humano. Que yo sepa, Phelps nunca sudó gotas
de sangre. Lo que Phelps hizo en la piscina, cuando nadie lo estaba
mirando, es un reflejo de lo que hizo Cristo en el jardín. Sus sufrimientos le
prepararon para la batalla que estaba por venir, con lo terrible que fue para
Él en el jardín.
No nos debería sorprender que el único de los cuatro escritores de los
Evangelios que incluyó el relato médico de la hematidrosis fuera el único
médico del grupo: el Dr. Lucas.

Nuestra sanidad
Esta primera herida de Jesús corresponde a la primera herida de la
humanidad: la herida de nuestra voluntad. Esta herida se remonta al otro
jardín: el jardín del Edén. Fue en el Edén donde Adán y Eva, los primeros
dos representantes de la humanidad, fueron creados por un Dios Padre
amoroso y se les dio acceso directo a su presencia manifiesta. Caminaron
con Dios en el mejor momento del día y disfrutaron de la intimidad con su
creador. Recibieron pautas limitadas, pero específicas, para proteger la
intimidad de su relación amorosa con Él: “Puedes comer de todos los
árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no
deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás”. 17 Sin
embargo, en poco tiempo, violaron intencionalmente sus parámetros de
amor y decidieron desobedecer. Esta perversión de la voluntad distorsionó
y perjudicó la genética de su predisposición interna hacia Dios, y el
resultado fue catastrófico. Ahora todos somos personas heridas y
quebrantadas, debido a la rebelión de Adán y Eva. Nuestra voluntad nos
lleva con demasiada frecuencia a tomar decisiones egoístas,
autodestructivas, adictivas y auto-despreciables. Martín Lutero, el gran
reformador cristiano, tuvo la razón en su libro
La esclavitud de la voluntad , en el que explicó cómo la voluntad ha estado
esclavizada al mal, desde la desobediencia deliberada de Adán y Eva en el
jardín. Incluso el apóstol Pablo escribió con franqueza: “No hago lo que
quiero, sino lo que aborrezco”. 18 La mayoría de las personas honestas
pueden identificarse con la realidad de una voluntad herida.
No es coincidencia que la obra redentora de Jesús comenzara en un jardín.
Jesús puso en marcha en el jardín de Getsemaní todo el plan de redención,
mediante el cual revertiría la maldición que se puso en marcha en el jardín
del Edén. Si hemos de creer en la exactitud histórica de los primeros
escritores bíblicos, Adán y Eva desobedecieron en el primer jardín; y Cristo
obedeció, en el segundo jardín. Adán y Eva rechazaron en el Edén la copa
de la bendición; Cristo bebió en Getsemaní la copa de la maldición. Adán y
Eva quisieron ser como Dios en el Edén; Cristo eligió ser como nosotros,
en Getsemaní. Las dos
primeras personas desagradaron a Dios Padre en el Edén; Cristo agradó a
Dios Padre en Getsemaní. En cierto sentido, las primeras personas
arruinaron todo en el jardín del Edén; pero Cristo redimió todo en el jardín
de Getsemaní. Adán y Eva se alejaron de la presencia manifiesta de Dios en
el Edén; pero Cristo recuperó para nosotros la presencia manifiesta de Dios
en Getsemaní. La serpiente ganó en el Edén, pero la serpiente perdió en
Getsemaní.
La misión de Jesús era restablecer las bendiciones del primer jardín, y Él
comenzó apropiadamente ese proceso en otro jardín.
La batalla contra el bien y el mal se gana o se pierde con la voluntad. Si
Jesús va a hacer hoy algo fundamental en nosotros, Él debe comenzar el
proceso, influyendo en nuestra voluntad. Él puede cambiarnos, si Él puede
cambiar nuestra voluntad. El primer paso hacia nuestra redención es
reconocer que nuestra voluntad está en problemas. Si podemos adoptar la
realidad de nuestra voluntad y motivación retorcidas, nos convertiremos en
candidatos para la sanidad de Cristo.
La noticia increíblemente emocionante es la siguiente: porque Cristo
entregó su voluntad, Él puede redimir la nuestra. Así como Michael Phelps
soportó una preparación insoportable para obtener las medallas de oro para
su país, Cristo soportó pruebas insoportables en Getsemaní para obtener
nuestra sanidad y redención. Por esta razón, la Biblia nos hace una promesa
osada: “Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para
que se cumpla su buena voluntad”. 19 Hágase un favor y vuelva a leer estas
palabras esperanzadoras. Dios promete que Él puede cambiar nuestra
voluntad, para que podamos hacer ahora la voluntad divina. Él no solo
cambia nuestra voluntad, sino que Él cambia nuestra capacidad para hacer
su voluntad, porque Él produce en nosotros “tanto el querer como el hacer
para que se cumpla su buena voluntad”.
Esta es la historia de la redención, y comenzó en un jardín. Este es el
milagro de la herida de las glándulas sudoríparas de Jesús. Él entregó su
voluntad para transformar la nuestra y liberarla de la esclavitud del poder
del mal, haciendo posible que ahora obedezcamos a Dios.

La sanidad en el siglo XXI


Jack se convirtió en un adolescente enfadado, después de que sufrió un
trato duro e injusto por parte de los israelitas. Creció, de todos los lugares,
en la Vía Dolorosa, en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Los soldados israelíes
lo maltrataron despiadadamente, siendo un joven árabe de catorce años
viviendo en Israel, lo agarraron siendo un peatón inocente que no hacía más
que caminar por la calle, lo arrastraron a la cárcel, lo vendaron,
interrogaron, golpearon durante días, lo amenazaron y ... finalmente, lo
liberaron. Los soldados entraron una vez a la casa de su madre y
destruyeron todo lo que había dentro. Jack fue humillado. Estaba
enfurecido. Se descontroló. Comenzó a odiar a los judíos e israelitas. Dice,
rememorando ahora: “Tenía solo dieciséis años, pero esperaba el momento
de morir. Solo sabía que iba a morir por una noble causa: para que mi
pueblo pudiera ser libre”.
Jack era un completo ateo, no religioso, aunque nació en una familia
católica. Su abuelo le contó historias de la huida del genocidio turco en
1905, cuando un millón y medio de cristianos fueron brutalmente sacados
de sus casas y asesinados. Jack creció en una nube oscura de injusticia
racial, penurias y violencia.
Jack fue encarcelado siete veces por crímenes que nunca cometió. Un
encarcelamiento duró tres largos meses. Fue metido en celdas sucias con
numerosas personas que vivían con miedo y eran tratadas indignamente.
Fue golpeado con cinturones y cascos. Le vendaron los ojos, le abofetearon
con los puños y palmadas. Le causaron heridas físicas que provocaron odio,
frustración y rabia dentro de sí mismo.
Explicó en detalle: “Vi a mis amigos ser asesinados ante mis ojos. Vi el
dolor que sintieron mi madre y mi hermana y sabía que algo tenía que
cambiar. Aquí estaba yo, viviendo en la Vía Dolorosa, en la octava estación
de la cruz, donde Jesús levantó la mirada y dijo: ‘Hijas de Jerusalén, no
lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos’ y, sin embargo,
ni siquiera me habían presentado a Aquel que fue herido por mí. Me
encontraba buscando. Sabía que algo tenía que cambiar. Estaba
desesperado, en lo más profundo de mi corazón.
“Una noche fui con mis amigos, Yohanna y Haqib —prosiguió— y esa
noche me condujeron a Cristo. Aquel que recorrió el camino del
sufrimiento vino a mi casa para sanar mi alma doliente. Fue el 10 de agosto
de 1991 y Dios me cambió por dentro. Jesús me liberó de inmediato de las
drogas, y en un año, Dios me liberó del alcohol y de fumar dos paquetes de
cigarrillos diarios. Él cambió mi vida, porque cambió mi corazón y mi
voluntad”.
Al cabo de tres o cuatro meses, Jack estaba en una reunión de oración
donde le pusieron a formar pareja con un creyente judío mesiánico. El
hombre le dijo: “Jack, quiero que me perdones a mí y a mi gente por lo que
te hicieron. ¿Estás dispuesto a perdonarme?” La pregunta le cayó como una
bofetada. Jack se sorprendió rápidamente por la manera como le hervía el
odio en las venas. Sabía que, aunque quería perdonar al hombre y a toda la
nación de Israel, no podía hacerlo, o al menos eso pensaba. “De repente me
di cuenta—reflexionó Jack—que yo era el que necesitaba ser perdonado”.
El odio dentro de mi corazón todavía estaba vivo dentro de mí; me estaba
matando. Me arrepentí ese día y experimenté la liberación de mi odio
humano. Jesús cambió mi voluntad”. Jack continuó: “Dios usó a mis
hermanos y hermanas judíos para mi sanidad y liberación”.
Dios llenó del Espíritu Santo a Jack, cuando cumplió los veinte años, y el
joven comenzó a asistir al Bethlehem Bible College. El rector Bashar Awad
se convirtió en un padre espiritual para Jack. El hermano Andrew, conocido
públicamente como el “contrabandista de Dios”, también fue presentado a
Jack y se convirtió en un mentor en su vida. A Jack Sara finalmente le
pidieron que dirigiera la única iglesia evangélica en la Ciudad Vieja, la
Iglesia de la Alianza de Jerusalén. Hoy se desempeña como rector del
Bethlehem Bible College y es uno de los líderes cristianos más influyentes
en el Medio Oriente. Puede contactarlo por correo electrónico en
jack@bethbc.edu. A él le encantaría saber de usted.

La entrega que hace Jesús de su voluntad en el jardín de Getsemaní


comenzó el proceso de redención que restablece la voluntad de las personas
como Jack Sara. Su redención también comienza con su entrega. Jesús
entregó su voluntad por usted, para que pueda entregar su voluntad a Él. La
entrega de Jesús le invita a su entrega.
Pero seamos honestos: la entrega es aterradora. La idea de ceder el
control a otra persona parece, en el mejor de los casos, contradictoria.
Ciertamente necesitamos saber primero que podemos confiar
explícitamente en aquel a quien se nos pide que nos entreguemos. Por esta
razón, el apóstol Juan nos dice: “En esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo
para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados”.
20

No se pierda lo obvio, al considerar las llagas de Cristo: cada una de sus


heridas está llena de amor. Sus amorosas heridas le llaman. Las heridas de
sus glándulas sudoríparas le suplican que confíe en Él, y la sanidad de su
voluntad está en juego. A medida que reflexione al respecto, descubrirá
pronto que puede confiar en Él, porque ya demostró su amor por usted.
Jesús no vino tanto por las personas religiosas, sino por los heridos; y Él
quiere que sepa que Él está listo, dispuesto y capaz para sanar hoy su
voluntad.

8 Juan 10:17-18.
9 Juan 19:11.
10 Mateo 26:53.
11 Mateo 26:42.
12 Lucas 22:42.
13 Lucas 22:44.
14 Isaías 61: 1.
15 Lucas 4:21.
16 “Entrenamiento y dieta de Michael Phelps”, Muscle Prodigy,
29 de octubre de 2016, https://www.muscleprodigy.
com/michael-phelps-workout-and-diet.
17 Génesis 2:16-17.
18 Romanos 7:15.
19 Filipenses 2:13.
20 1 Juan 4:10.
3
El rostro de Jesús:
Recuperemos nuestra identidad
Le escupieron en el rostro y le dieron puñetazos. Otros lo
abofeteaban.
Mateo 26:67

E l cuerpo de un adulto tiene noventa y siete mil kilómetros de vasos


sanguíneos. Es difícil de imaginar, pero en realidad tenemos tantas
venas, arterias y vasos capilares en nuestro cuerpo, que si de alguna
manera se colocaran de punta a punta, se extenderían alrededor de la
Tierra, en el ecuador, dos veces y media.
La sangre en sí es sumamente compleja. Cuatro millones de glóbulos
rojos sacrifican su vida cada segundo, para que nuestro cuerpo funcione
de manera eficiente; y cuatro millones de nuevas células sanguíneas
saltan exactamente desde nuestra médula ósea cada segundo, para
continuar el proceso. Nuestras células sanguíneas cada minuto hacen un
circuito completo de regreso a nuestro corazón. Cada glóbulo rojo tiene
una vida útil de cuatro meses y da vueltas alrededor del cuerpo
aproximadamente doscientas mil veces. La purificación interna del cuerpo
es altamente sofisticada, y todo se lleva a cabo debido a la sangre.
Sin sangre, las toxinas se acumularían dentro de nuestro cuerpo, como
basura en las calles, ya que cada órgano corporal vierte constantemente
desechos tóxicos en el torrente sanguíneo: dióxido de carbono, urea y
ácido úrico; y recoge oxígeno y nutrientes frescos.
El corazón es un músculo de doscientos ochenta gramos que se contrae
cien mil veces al día. Bombea dos mil galones de sangre alrededor de
nuestro sistema circulatorio todos los días. Late dos mil quinientos
millones de veces y bombea el equivalente a sesenta mil millones de
galones de líquido sanguinolento en el transcurso de una vida, sin tomarse
aparentemente ningún descanso. Un bebé dentro del vientre presenta un
latido cardiaco débil solo tres semanas después de la concepción. El
corazón del bebé bombea el equivalente a siete galones por día a las
catorce semanas a partir de la concepción.
No vemos normalmente la sangre como un agente de limpieza, sino como
el causante de manchas. Usamos jabón, agua, desinfectante o detergente
para lavarnos lo más rápido posible, cuando tenemos las manos o la ropa
manchadas de sangre. Sin embargo, la medicina moderna nos dice lo que
se contrapone con el sentido común: que en lugar de mancharnos con la
sangre, en realidad somos lavados con la sangre. Esta explicación médica
del proceso de limpieza dentro de nuestro cuerpo físico es una imagen
notablemente precisa de una realidad espiritual similar y paralela: en
realidad, somos lavados internamente por la sangre de Jesús.
Avanzamos ahora desde el valle del jardín al templo judío donde Jesús
recibió su segunda herida, la llaga en su rostro. La tranquilidad del jardín
fue interrumpida por una guardia judía hostil y, aunque ocurrió de
madrugada, todo el lugar comentaba la noticia y los ánimos se caldearon.
Jesús ya no era un hombre libre. Él fue tratado como un animal rabioso o
una amenaza para la sociedad. ¡Tan pronto como Él entregó su voluntad,
todo el infierno pareció desatarse! Fue llevado al Templo donde un juicio
fingido fue de mal en peor; y pronto, los agentes del poder religioso le
gritaban a pleno pulmón, le daban puñetazos y le escupían en el rostro.
Luego llevaron a Jesús al palacio de Pilato, donde los romanos
continuaron la crueldad, destrozando aún más el rostro de Jesús.
Nuestro rostro representa nuestra identidad y dignidad. Perder la cara es
perder el respeto. Darle un puñetazo a alguien en la cara normalmente
manifiesta enojo. Abofetear a alguien en la cara muestra falta de respeto.
Golpear a alguien en la cara con ramas de madera es atormentador.
Escupirle a alguien en la cara muestra absoluto desprecio. Jesús
experimentó todo esto. Estos golpes en su rostro revelaron enojo, falta de
respeto, tortura y desprecio. Si bien el Dr. Lucas fue el único escritor de
los Evangelios que registró la primera herida en las glándulas sudoríparas
de Jesús,
todos los cuatro escritores de los Evangelios incluyeron su propia
perspectiva única sobre la segunda llaga de Cristo. Al igual que cuatro
camarógrafos que graban el mismo acontecimiento, cada uno con su
propio ángulo de cámara, cada uno de los cuatro escritores de los
Evangelios aportó una perspectiva distinta pero complementaria.
Estas heridas faciales de Jesús fueron causadas brutalmente en el Templo
por los judíos y poco después en el palacio de Pilato por los romanos.
Mateo afirma: “Entonces algunos [los judíos] le escupieron en el rostro y
le dieron puñetazos. Otros lo abofeteaban”. 21 Mateo continúa diciéndonos:
“Y (los romanos)le escupían, y con la caña le golpeaban la cabeza”. 22
Marcos escribe en su Evangelio: “Algunos (judíos) comenzaron a
escupirle; le vendaron los ojos y le daban puñetazos. —¡Profetiza! —le
gritaban. Los guardias también le daban bofetadas” 23 y continúa: “(Los
soldados romanos) lo golpeaban en la cabeza con una caña y le escupían.
Doblando la rodilla, le rendían homenaje”. 24 Lucas escribe: “Los hombres
que vigilaban a Jesús comenzaron a burlarse de él y a golpearlo”. 25 Y Juan
registra en su Evangelio: “uno de los guardias (de los judíos) que estaba
allí cerca le dio una bofetada”. 26 Juan escribe, más tarde: “¡Viva el rey de
los judíos! —le gritaban (los romanos), mientras se le acercaban para
abofetearlo”. 27 Podemos ver con claridad de alta definición, cuando lo
ponemos todo junto, que muchas veces, de distintas maneras, tanto judíos
como romanos escupieron en la cara a Jesús, lo abofetearon, le dieron
puñetazos y lo golpearon con palos, dejando moretones, cortaduras y
mucosidad en su rostro.

La entrega de Cristo
Como hemos tomado nota, cada llaga de Cristo corresponde a un acto
distinto de su entrega. Jesús realmente entregó su rostro con esta segunda
herida: su identidad.
Jesús sometió claramente su rostro para ser abofeteado, apuñeteado y
golpeado con cañas, porque decidió voluntariamente entregar su identidad.
El profeta Isaías escribió setecientos años antes en una declaración
profética: “Ofrecí. . . mis mejillas a los que me arrancaban la barba”. 28 Si
bien ninguno de los cuatro escritores de los Evangelios incluye algún
registro de que fuera arrancada la barba de Jesús, ciertamente incluyen
muchos ejemplos gráficos de otros golpes al rostro de Cristo. La entrega
de la identidad de Jesús en las horas finales de su vida, en realidad no fue
nada nuevo para Él: lo vivió durante treinta y tres años. Su padre José, ante
la noticia de que María estaba embarazada, no tenía idea al principio de
quién era este bebé y planeó deshacerse de Él en silencio. Jesús vivió en el
anonimato, después de su nacimiento, y solo algunas personas conocieron
su verdadera identidad. Prácticamente nadie, excepto en momentos poco
frecuentes y fugaces, ciertas personas reconocieron con precisión la
verdadera naturaleza de Jesús. Él ciertamente cumplió las palabras
proféticas de Isaías: “Despreciado y rechazado por los hombres. . . fue
despreciado, y no lo estimamos”. 29 Sin embargo, dado que judíos y
gentiles golpearon el rostro de Jesús, su tortura fue más allá de la falta de
reconocimiento de la verdadera identidad de Jesús. Cristo ahora no era
tanto una víctima de la confusión de identidad; Él fue más precisamente
una víctima del rechazo de la identidad. En la medida en que sabían quién
era, querían que desapareciera.
Comprenda la ironía del desprestigio de Jesús. Nadie merecía más
admiración, respeto y aprecio que Jesús. Nadie conocía su verdadera
identidad mejor que Jesús mismo. El rey David expresó esa identidad del
Señor mesiánico: “Una sola cosa le pido al Señor, / y es lo único que
persigo: / habitar en la casa del Señor / todos los días de mi vida, / para
contemplar la hermosura del Señor”. 30 Sin embargo, Cristo entregó
voluntariamente su identidad y recibió las heridas faciales de la falta de
respeto, la tortura y el desprecio extremos, pese a su belleza. El apóstol
Pablo describió con precisión la humillación de Cristo cuando escribió: “. .
. Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual
a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó
voluntariamente (se despojó de sí mismo)”. 31

Nuestra sanidad
Tal como se señaló anteriormente, cada llaga de Cristo corresponde a una
herida en nosotros. Esta herida en su rostro se correlaciona con nuestras
heridas de la falta de respeto, el desprecio y el auto-desprecio.
Todos luchamos con problemas de identidad. Los psicólogos han hablado
en tono autoritario, durante muchos años, de la estadística que el ochenta
por ciento de las mujeres están constantemente ansiosas y estresadas
acerca de su apariencia. La empresa de cosméticos Dove decidió
recientemente patrocinar un experimento social para probar su precisión.
Sus resultados se presentaron en un video de YouTube que fue visto por
cincuenta millones de personas durante la primera semana, y otros ciento
treinta millones lo han visto
desde entonces. Contrataron al artista forense del FBI Gil Zamora, quien
tiene más de tres mil bocetos criminales en su haber. Le pidieron que
dibujara dos bocetos de varias mujeres, sin ser visto. A Gil se le pidió
dibujar el primer boceto escuchando la forma en que las mujeres se
describían a sí mismas, y el segundo de acuerdo con la forma en que las
describió un extraño al azar.
Cada mujer recibió los dos dibujos, al final del experimento y los
resultados fueron impactantes. El dibujo extraído de la descripción del
completo extraño era prácticamente en todos los casos natural, realista y
preciso. Por otro lado, el dibujo extraído de la descripción propia de la
mujer era desagradable, distorsionado y exageraba demasiado un defecto
percibido en su apariencia. Zamora dijo: “Nunca imaginé cuán diferentes
serían las dos representaciones del boceto. Lo que me impacta son las
reacciones emocionales que tuvieron las mujeres cuando vieron los
bocetos compuestos uno al lado del otro. Creo que muchas de estas
mujeres valientes se dieron cuenta que tenían una percepción propia
distorsionada que afectó de manera significativa algunos aspectos de su
vida”. 32 Usted mismo puede ver el video de YouTube. Basta con buscar en
Google ‘Real Beauty Sketches’ (Esbozos de la Verdadera Belleza).
Si bien es ameno este experimento, la mayoría de nosotros no
necesitamos un vídeo de YouTube que nos recuerde la dosis insalubre de
nuestra baja autoestima. Restablecer nuestra autoestima e identidad forma
parte de la razón por la que Cristo vino y murió. Más específicamente, es
la razón por la que Cristo expuso su rostro a aquellos que lo escupieron,
abofetearon, apuñetearon y golpearon con palos. Él recibió sobre sí mismo
las heridas de nuestra dignidad maltratada y perdida de identidad.
Todos hemos padecido las heridas de la burla, la vergüenza, el ridículo,
el fracaso personal y la pérdida. Jesús fue desprestigiado para poder
redimir nuestro prestigio. Esto me impactó un día que visité a una familia
en un hospital infantil, cuyo hijo había sido diagnosticado con meningitis,
un diagnóstico que temen todos los padres. No estaba preparado para lo
que estaba a punto de encontrar. Cuando ingresé al hospital pasé junto a un
niño sin brazos. Cuando subí al ascensor apareció un niño con síndrome de
Down. Cuando salí del ascensor y miré a una habitación había un niño
gravemente quemado. De repente, mi mundo se vio trastornado. Pensé:
¿qué dignidad tienen estos niños? ¿Quién los ama y valora? Luego miré
hacia la habitación contigua y en la pared colgaba un gran cartel con
palabras escritas con crayones infantiles que nunca olvidaré.

¡SOY ALGUIEN,
PORQUE DIOS NO HACE BASURA !

Esas palabras me parecían que sobresalían con luces de neón.


Reorientaron mi perspectiva. Dios creó a estos niños como a todas las
personas. Aunque sus cuerpos fueron gravemente perjudicados, portaban
en todo caso la imagen de Dios en su interior. Dios dijo, desde el principio:
“Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza”. 33
Estos
pequeños, como todas las personas, eran valiosos.
El sello de la imagen de Dios está en las personas como el número de
chasís de un vehículo. Sin embargo, la gran diferencia radica en que, a
diferencia de un automóvil, somos completamente distintos a cualquier
otra persona; y nuestra alma, nuestro espíritu, es eterno. Por esta razón,
podemos decirle confiadamente a Dios las palabras del antiguo salmista:
“Tú creaste mis entrañas; / me formaste en el vientre de mi madre. / ¡Te
alabo porque soy una creación admirable! / ¡Tus obras son maravillosas, /
y esto lo sé muy bien!”. 34

La sanidad en el siglo XXI


Los signos vitales de Nick eran perfectos, cuando nació el 4 de
diciembre de 1982, en Melbourne, Australia. ¡Sus padres estaban muy
felices! Solo había una anormalidad notable: no tenía brazos ni piernas.
Los tres sonogramas realizados antes de su nacimiento no revelaron
ninguna complicación, por lo que no hubo ninguna advertencia ni
explicación médica.
Nick creció con un gran intelecto, a pesar de los evidentes desafíos. Fue
a la escuela y le fue bien académicamente. Sin embargo, uno solo puede
imaginar, la cantidad de intimidación que tuvo que soportar. Cuando tenía
diez años la burla se hizo tan severa que su autoestima se volvió añicos.
Vivió en la oscuridad de la depresión y la soledad, y se preguntó por qué
era tan diferente de sus compañeros de clase. Clamó a Dios: “¿Por qué me
hiciste de esta manera?”.
También se cuestionó a sí mismo: “¿Qué sentido tiene? ¿Por qué estoy
aquí?”. La adolescencia es dura para todos los jóvenes, pero para Nick los
problemas se agravaron. No se podía ocultar el hecho de que él no era
como sus compañeros. Unos cuantos niños crueles se atrevieron a llamarlo
“monstruo” y “extraterrestre”. Nick dice de esta vez: “Entré en crisis. Me
dolía el corazón. Estaba deprimido, agobiado con pensamientos negativos
y mi vida no tenía ningún sentido”. 35
Nick aprendió sobre Jesús y sus heridas a la edad de quince años, y
experimentó personalmente por primera vez el amor de Dios. Aprendió a
confiar en Dios e incluso le entregó su vida. Su oración pasó de quejarse
con Dios por sus necesidades físicas demasiado obvias a pedirle que lo
ayudara con dos discapacidades más profundas, que todos compartimos en
común: las discapacidades del pecado y la muerte.
Un conserje de la escuela le dijo, cuando Nick tenía diecisiete años, que
a pesar de sus limitaciones, algún día se convertiría en un orador público.
Por improbable que pareciera esta predicción en ese momento, tres meses
después, Nick contó la historia de su propia salvación espiritual frente a un
grupo de diez compañeros de clase. Se sintió bien. Pronto Nick se propuso
convertirse en un orador público.
Se graduó como contador público certificado y asesor financiero a la
edad de veintiún años. Se casó con Kanae Miyahara a los treinta años.
Nick y su esposa ahora tienen dos hijos. Predicó hace varios años a
trescientas cincuenta mil personas en un período de cinco días, y ochenta
mil de ellas entregaron su vida a Cristo. Nick había predicado para el 2013
a cuatrocientos cincuenta millones de personas, en veintiséis países
distintos. Se ha presentado ante once presidentes y nueve grupos de
congresistas. Aprendió a nadar, surfear y montar en monopatín. Cristo
perdió el rostro, para que Nick y el resto de nosotros podamos
recuperar nuestra verdadera identidad dada por Dios. Nick ahora se siente
cómodo consigo mismo, porque encontró su identidad en Cristo. Sabe que
es amado como Cristo, porque está en Él. Conserva hasta el día de hoy un
par de zapatos en su armario, porque todavía le pide a Dios un milagro. Es
un hecho real. Busque en Google “Nick Vujicic”, y aprenderá más sobre
este joven admirable e inspirador. Lo que hace posible la verdadera
historia de este hombre son las llagas de Cristo, específicamente las
heridas en el rostro de Jesús.
¿Cuál es su historia? ¿Acoso? ¿Soledad y depresión? ¿Inseguridad y
auto-desprecio? Estas son cosas profundas, pero como dijimos, Jesús no
fue herido para mantener una relación superficial con usted. Él quiere
profundizar con usted. Él quiere que se sincere con los lugares oscuros y
heridos de su vida. Y lo mejor de todo es que Él le ama. Tal como escribió
el apóstol Juan: “Nosotros amamos porque él [Jesús] nos amó primero”. 36
Esta es la esencia de la segunda herida de Jesús. Usted también puede
aprender de primera mano que cuando está en Cristo, Dios le ama como
Cristo. Si confía en Él, Cristo incluso puede enseñarle a amarse a sí
mismo, por lo que realmente es. Usted es la mejor versión de sí mismo en
Cristo.

21 Mateo 26:67.
22 Mateo 27:30.
23 Marcos 14:65.
24 Marcos 15:19.
25 Lucas 22:63.
26 Juan 18:22.
27 Juan 19:3.
28 Isaías 50:6.
29 Isaías 53:3.
30 Salmos 27:4.
31 Filipenses 2:5-7.
32 “Dove Real Beauty Sketches”, Dove US, 23 de septiembre de 2015,
https://www.dove.com/us/en/stories/campaigns/real-beauty-sketches.html.
33 Génesis 1:26.
34 Salmos 139:13-14.
35 Nick Vujicic, Una vida sin límites: Inspiración para vivir completamente feliz (Colorado
Springs: WaterBrook, 2012), viii.
36 1 Juan 4:19.
4
La espalda de Jesús:
Recobremos nuestra salud
Pilato tomó entonces a Jesús y mandó que lo azotaran.
Juan 19:1

L a flagelación, o la práctica de azotar, era un castigo vergonzoso. Un


látigo corto de cuero con clavos metálicos o huesos penetraba la capa
exterior de la piel de sus víctimas y literalmente hacía trizas la carne
humana en la espalda.
El término griego para “azote” 37 es phragelloo, que en latín se traduce
flagelo y significa “látigo”. Si bien los judíos azotaban a sus delincuentes
con una sanción de treinta y nueve latigazos, los romanos fueron más
desmesurados. Cuando se decretaba la ejecución de un criminal, el azote
romano era una tortura previa destinada a debilitar a la víctima a través
de la conmoción y la pérdida de sangre. Sin la flagelación, una víctima de
la crucifixión podría permanecer en la cruz por varios días. Sin embargo,
con la flagelación, una víctima moría en cuestión de horas.
El flagelo romano, o látigo de corta longitud, tenía una manija fuerte y
gruesa con tres tiras de cuero de ochenta y nueve centímetros en las que
se ataban pequeñas esferas de hierro o huesos de ovinos afilados y
dentados a diferentes intervalos. Los primeros golpes con el látigo abrían
la piel de la víctima y el tejido subcutáneo subyacente, desgarrando los
músculos para-espinales de la espalda, así como el músculo serrato
anterior, el trapecio y el dorsal ancho. Los azotes posteriores rasgaban los
músculos pectorales mayores y menores subyacentes a medida que los
cabos del látigo se enrollaban alrededor de la espalda y alcanzaban el
pecho. Una vez que estas capas eran destrozadas, los azotes repetitivos
podían atravesar las tres capas de los músculos intercostales, causando
laceraciones de los vasos superficiales y cutáneos del tronco. La pérdida
de sangre de la víctima era considerable, y la piel ensangrentada y
lacerada de la persona parecía literalmente carne desmenuzada.
Llegamos a la escena de la tercera llaga de Cristo: la herida de su
espalda, caminando por la Vía Dolorosa, el camino del dolor, desde el
palacio de Pilato, donde se decretó la muerte de Jesús. Descendemos una
vez más por el tramo de escaleras hasta la cámara de piedra, a catorce
metros bajo tierra, y nos reunimos alrededor de la columna de flagelación
romana, que es probablemente la ubicación histórica donde Jesús fuera
azotado. La flagelación romana fue una de las formas más horribles de
crueldad y tortura jamás inventadas. El acto violento perforaba el tejido
externo de la piel de una persona, hundiéndose en el tejido muscular y
rasgando la carne. Algunas personas piensan erróneamente que Cristo solo
recibió treinta y nueve latigazos. No es verdad. Si bien la costumbre judía
consistía en administrar no más de treinta y nueve azotes, la flagelación de
Cristo fue ejecutada por los romanos, quienes fueron mucho menos
refinados. El objetivo de los romanos no era simplemente castigar a sus
víctimas sino prepararlos para una muerte más rápida. Drenaron
intencionalmente la mayor cantidad posible de sangre y agotaron la vida
de la víctima, antes de la crucifixión, para que la persona muriera más
rápidamente.
También se cree incorrectamente que la flagelación se realizó solo en la
parte superior de la espalda o los hombros de Jesús. ¡No tuvo esa suerte!
La flagelación romana se realizó en toda la parte posterior de la persona
(incluso alrededor del pecho): la parte inferior del cuello, la parte superior
de la espalda, la parte posterior de los brazos, la parte inferior de la
espalda, las nalgas, los muslos, las pantorrillas y hasta los tobillos.

La entrega de Cristo
Estas heridas en la espalda de Cristo, como las otras, formaron parte de un
acto intencional de sumisión de parte suya. Representan la entrega de su
salud física. Isaías profetizó, setecientos años antes de la muerte de Cristo:
“Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban”. 38 Esto fue escrito mucho
antes de que el flagelo siquiera fuera inventado. Note la decisión
voluntaria que tomó Cristo: “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban”.
Cuando Cristo sometió voluntariamente su espalda para la flagelación fue
despiadado, grotesco, repugnante. Es imposible exagerar el tormento que
Jesús soportó en la columna de flagelación romana. La mayoría de
nosotros no podemos evitar hacer una mueca de dolor, cuando pensamos
en las tiras de cuero con sus dientes afilados envolviendo el cuerpo de
Jesús y lacerando su carne.
La fuerza de operaciones especiales de la Armada de los Estados Unidos,
conocidos habitualmente como Navy SEALs, utiliza como ejemplo el acto
de determinación de Jesús. Dos de sus militares más condecorados, Jocko
Willink y Leif Babin, escribieron un libro, Extreme Ownership
[Responsabilidad Extrema], en el que registraron los doce principios
rectores por los cuales opera la fuerza de operaciones especiales. Todos los
principios refuerzan el tema central que distingue a los Navy SEALs de
todos los demás reclutas en la milicia: la responsabilidad extrema. La
responsabilidad extrema significa que nadie suelta la pelota, señala con el
dedo, ni culpa a los demás. Más bien, todos se responsabilizan. Cada
miembro del grupo Navy SEAL asume el cien por ciento de la
responsabilidad no solo a título personal sino también para todos los
demás en su equipo. ¡Imagínese simplemente
servir en un equipo que realmente practique este principio! Nadie en toda
la historia asumió el cien por ciento de la responsabilidad por sí mismo y
sus compañeros de equipo, de la forma en que lo hizo Jesús.
FLAGELO ROMANO

Nuestra sanidad
Como hemos visto, cada llaga de Cristo corresponde a una herida en
nosotros. A medida que investigamos la gravedad de la tercera herida de
Jesús, la pregunta obvia que exige una respuesta es: ¿por qué? ¿Por qué
Cristo cedió la espalda a aquellos que le golpearon? ¿Cuál es el sentido de
la espantosa laceración en su espalda?
El profeta Isaías respondió a esta pregunta con una precisión
milimétrica: “Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades / y soportó
nuestros dolores” 39 , y “gracias a sus heridas [azotes/flagelación] fuimos
sanados”. 40 Estos versículos dejan claro que el azote de la espalda de
Cristo no solo fue para comprar el perdón por nuestros pecados, sino
también para obtener la sanidad de nuestras heridas físicas, enfermedades
y dolencias.
Algunos tratan de debatir esta idea, argumentando que Isaías 53 se
refiere a la sanidad espiritual en lugar de la física. ¡Un momento! Por lo
general, es mejor permitir que la Biblia se interprete a sí misma. Mateo
deja muy claro en su Evangelio que la profecía de Isaías de hecho hace
referencia a la sanidad física: “Al atardecer, le llevaron muchos. . . y (Él)
sanó a todos los enfermos. Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por
el profeta Isaías: «Él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros
dolores»”. 41 Esto significa que las innumerables heridas en la espalda de
Jesús corresponden a las innumerables heridas, enfermedades y dolencias
en nosotros. Cristo entregó su perfecta salud física para asumir la
responsabilidad extrema por nuestras enfermedades físicas. Él
específicamente asumió nuestras enfermedades cardíacas, hepáticas,
pulmonares, renales y mentales, así como cualquier otro tipo de
enfermedad física. Las migrañas, el autismo, las adicciones, la diabetes, la
escoliosis, el lupus, los cánceres, el trastorno bipolar, lo que se le ocurra,
Él lo asumió. Él ejerció una responsabilidad extrema.
La sanidad divina es un beneficio de la expiación de Cristo, que es tanto
para nosotros hoy en día, como lo fue durante el ministerio de Cristo hace
dos mil años. Estas heridas producidas por la flagelación fueron
efectuadas en el cuerpo físico de Jesús, y comprenden la sanidad de las
enfermedades y heridas en nuestro cuerpo físico. Tal como dice la Biblia:
“El cuerpo es. . . para el Señor, y el Señor para el cuerpo”. 42 No hay
necesidad de hacer la sanidad divina demasiado complicada.
La razón por la cual hay tanta confusión sobre la sanidad divina se debe
a que hay muchas corrientes de enseñanzas falsas sobre este tema.
Necesitamos aclarar que la sanidad divina no es la sanidad mental ni
metafísica, como la practica un maestro jedi con los juegos mentales.
Podemos repetir el mantra “No estoy enfermo, no estoy enfermo, no
estoy enfermo” todo lo que queramos, pero la repetición vacía no traerá la
sanidad divina. Tampoco se trata de la fuerza de voluntad, como si
pudiéramos exigir nuestra propia sanidad. Tampoco se da diciendo
suficientes oraciones, reuniendo suficiente fe ni recogiendo suficientes
firmas en una petición para conducir a Dios a un mágico punto decisivo.
No, la sanidad divina no es producto de nuestra mente, nuestra voluntad
ni siquiera de nuestra fe. La sanidad divina es producto de la obra de Dios
en Cristo. Jesús es quien soportó nuestros dolores y cargó con nuestras
enfermedades; y podemos ser sanados, solo por su flagelación. La
verdadera sanidad divina viene como resultado de las llagas de Cristo, la
sangre de Cristo, la vida de Cristo y la resurrección de Cristo. El apóstol
Pablo hizo énfasis en la sanidad de Jesús cuando escribió: “Y, si el Espíritu
de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el
mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus
cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes”. 43
Las llagas de Cristo además de darnos sanidad física antes de morir, con
el tiempo también devolverán la vida a los muertos. Cristo reunirá a cada
espíritu humano con su cuerpo físico resucitado, cuando Él regrese. Este
gran momento de la resurrección será una de las realidades más sublimes
de la victoria en la vida y también fue comprado por las llagas de Cristo.

La sanidad en el siglo XXI


Susana usaba gafas con lentes gruesos desde que tenía ocho años. Su mala
visión era degenerativa, debido a su astigmatismo y tuvo discapacidad
visual durante toda su vida adulta. Dependía de las gafas de lectura como
costurera y empleada en una tienda de telas. Esta era su única opción
correctiva, ya que vivía con un presupuesto ajustado, y era difícil para ella
vivir sin ellas. Un día sucedió lo impensable: ¡Susana rompió su único par
de anteojos de lectura! “¡Oh, no!”, dio un grito ahogado de asombro.
“¿Qué voy a hacer?” y entró en pánico. Sin el dinero para comprar otro
par, entró en crisis. Lo que empeoró las cosas fue que al no usar sus lentes,
le causó severos dolores de cabeza.
Susana le dijo a su hija, mientras estaba en la cocina: “Esta semana se
dañaron las gafas de mami. Necesitamos que Dios resuelva este problema,
para que yo pueda seguir trabajando”. Su hija, Tammy, le preguntó si Dios
podía sanar sus ojos, pero la incredulidad de Susana hizo que su mente
empezara a dar vueltas: ¿Cómo respondo esto sin devastar su fe? ¿Y qué si
Dios no responde su pequeña oración? No puedo imaginar que Dios sane
mis ojos, pero no quiero que se afecte la fe de mi hija. ¿Qué le diré a mi
hija cuando no esté sana? Eso fue todo lo que pudo pensar, pero Susana le
dijo en voz alta a su hija: “Dios puede proveer el dinero para unas gafas
nuevas y Él puede curar mis ojos con medicamentos y usando a los
doctores”.
Tammy respondió: “Pero mamá, ¿Dios no puede sanar tus ojos por su
cuenta?”.
“Bueno, sí, Él puede”, admitió Susana.
La pequeña Tammy intervino con una oración, antes de que pudiera
terminar la frase. Fue corta y concisa y fue notablemente directa al grano:
“Señor, sana los ojos de mamá, en el nombre de Jesús. ¡Amén!”. Tammy
dio media vuelta y salió de la cocina, antes de que Susana pudiera preparar
a su hija, para lo que ella consideraba una desilusión inevitable. Una
clienta necesitaba al día siguiente ayuda en la tienda de telas para leer la
letra muy pequeña en la parte posterior de un estampado de costura.
Susana miró la parte posterior del estampado y lo leyó sin dificultad
alguna. Quedó pasmada al instante. “Puedo ver. ¡Puedo leer
perfectamente!”.
Sintió gran humildad y asombro. Explicó: “Paré en seco. Recibí al
instante convicción por mi incredulidad. Mi hija exhibió una fe perfecta y
no creí ni por un momento que alguna vez sería sanada. Me preocupaba
más cómo iba a aconsejar a mi hija en medio de su decepción. Por
supuesto, sabía que Dios podía hacer cualquier cosa, pero nunca esperé
que Él me sanara. Ahora no. Así no. Y fue entonces cuando aprendí lo que
es acudir a Dios en oración con la fe como la de un niño”.
Si bien he sido testigo de literalmente miles de sanidades divinas,
seleccioné esta historia, no solo porque es médicamente verificable, sino
también porque muestra la mano amorosa y compasiva de Dios, que obra
en la vida de una familia preciosa. ¿Jesús sana automáticamente a todos?
Ciertamente no. Lo explicamos de la siguiente manera cuando oramos por
sanidad en nuestra iglesia: “No le prometemos la sanidad, pero le
prometemos a Jesús. Él le ama y Él es sanador. Vamos a pedirle que venga
y manifieste su amor por usted. Veamos qué podrá hacer”. La sanidad de
Susana ocurrió hace diez años, y ayer hablé con ella; y su vista aún está
perfecta. ¡Su nombre es Susana Jaruczyk, vive en Atlanta, Georgia, y hasta
el día de hoy, puede leer la letra pequeña!
¿Y qué de usted? ¿Migrañas, alergias o escoliosis? Jesús puede sanar hoy
cualquier enfermedad física que tenga. No puedo prometerle sanidad, pero
le prometo a Jesús, y Él es sanador.
Usted no va a querer dejar de aprovechar su sanidad, con todo lo que Él
sufrió por usted, para cargar con sus enfermedades. No dejará el
medicamento en el estante, si entra en una farmacia y sabe que este le
sanará. Se lo llevaría al empleado y lo compraría. ¡Lo mismo ocurre con la
sanidad divina! Puede apropiarse, por la gracia de Dios, de la cura. La
única diferencia es que cuando se acerca al mostrador para pagar, se dará
cuenta que Jesús es su médico y que, por su gran amor hacia usted, ya
pagó la totalidad de su medicamento. Puede confiar en Él. Jesús le ama y
Él hará lo que sea mejor.
37 Véase Mateo 27:26; Marcos 15:15.
38 Isaías 50:6.
39 Isaías 53:4.
40 Isaías 53:5.
41 Mateo 8:16-17.
42 1 Corintios 6:13.
43 Romanos 8:11.
5
La cabeza de Jesús:
Rescatemos nuestra dignidad
Le quitaron la ropa y le pusieron un manto de color escarlata.
Luego trenzaron una corona de espinas y se la colocaron en la
cabeza.
Mateo 27:28-29

E l sistema cardiovascular en la cabeza es uno de los sistemas más


sofisticados del cuerpo. Mientras que la sangre oxigenada es
transportada al cerebro por cuatro arterias principales, la sangre
desoxigenada es extraída de la cabeza por tres venas principales. Un
sistema sofisticado se ramifica para formar un laberinto externo de vasos
sanguíneos en las estructuras superficiales de la cabeza.
Doce pares principales de nervios llamados los nervios craneales que
controlan el olfato, la vista, la contracción de los músculos oculares, los
nervios sensoriales y motores de la cara y la cabeza, las expresiones
faciales, el oído y el equilibrio del oído interno, el gusto, el uso de la
lengua y la laringe y los movimientos del cuello y la garganta están todos
conectados al cerebro. Se comprometieron montones de terminaciones
nerviosas y todo un laberinto de vasos sanguíneos cuando las espinas
perforaron la piel alrededor de la circunferencia de la cabeza de Jesús.
Los soldados trenzaron una corona de espinas escarnecedora, cerca al
lugar de la columna de flagelación romana. 44 Tras la brutal flagelación de
Cristo, los soldados llevaron a Jesús al cuartel general del gobernador y lo
exhibieron frente a un batallón de unos quinientos hombres. Lo despojaron
de su ropa exterior, le colocaron una túnica sobre sus hombros destrozados
y le pusieron una corona de espinas horrorosamente puntiaguda en la
cabeza. 45 Estas espinas le causaron a Jesús su cuarta herida.
Los que estamos familiarizados con la historia de Jesús podemos dar por
sentada la corona de espinas, pensando que todos los que fueron
crucificados fueron coronados de esta manera. ¡Nada de eso! De hecho,
Jesús pudo haber sido el único en usar tal corona. Si bien los romanos
crucificaron a miles y azotaron a decenas de miles, a lo mejor solo le
colocaron la corona de espinas en la cabeza a una sola persona: Jesús.
Después de todo, Él era el único acusado burlonamente de ser el Rey de
los Judíos.
Los botánicos familiarizados con el follaje en el Medio Oriente han
sugerido que las espinas probablemente provienen del arbusto cambronera,
científicamente conocido como ziziphus spina-christi . El arbusto tiene
espinas que promedian los dos centímetros y medio de longitud, y son tan
fuertes como el acero. 46 Esta corona o yelmo, cubrió probablemente todo
el cuero cabelludo de Jesús. Los relatos de los evangelios indican que
Jesús continuó recibiendo golpes en la cabeza, incluso después de ser
azotado, y estos golpes habrían incrustado profundamente las espinas en
su frente sangrante, penetrando los músculos frontal y occipital. El
sangrado de Jesús debió ser intenso, debido a los numerosos lechos
arteriales y venosos que rodean la superficie del cuero cabelludo. Su dolor
debió ser indescriptible, por la densidad de los nervios superficiales.
Una corona es normalmente un símbolo distintivo de honor, gloria y
poder. Refleja el valor otorgado a quien la usa. Es fácil recordar coronas
impresionantes a lo largo de la historia. La República Checa posee la
corona de Bohemia, una corona de oro de veintidós quilates con un surtido
de casi cien joyas. Dinamarca tiene una corona de oro macizo que pesa
unos impresionantes tres kilogramos. Bulgaria tiene un conjunto elaborado
de coronas valoradas en diecisiete millones de dólares. Austria mantiene
sus joyas de la corona en el Tesoro Imperial de Viena, y esta corona
contiene un diamante de treinta y seis quilates que vale más de dieciséis
millones de dólares. La corona más cara de todas es propiedad de la reina
Isabel de Inglaterra, que tiene cinco rubíes, once esmeraldas, diecisiete
zafiros, trescientas perlas y unos asombrosos tres mil diamantes. La
corona más grande y más pesada fue usada por el rey Tupou IV,
gobernante de Tonga, el país más pequeño del mundo, en las islas del
Pacífico Sur. Su corona pesaba unos impresionantes doscientos nueve
kilogramos. Varios sirvientes fueron obligados a pararse a cada lado de la
cabeza del rey de Tonga, para evitar que la corona le rompiera el cuello.
Estas coronas opulentas contrastan absolutamente con la corona de
espinas de Cristo. Aunque Jesús pudo fácilmente haber usado una corona
de manera legítima, que habría hecho que todas las demás parecieran
brillantes de imitación y bisutería, esta no era su misión. Él no vino
simplemente para mostrar su gloria, sino para entregarla, a fin de que
podamos recuperar nuestra gloria perdida.

La entrega de Cristo
Cristo entregó su propia gloria, honor y dignidad, cuando Él fue coronado
con espinas. Nada más representa gráficamente la desgracia humana que
las espinas y los cardos, y en ninguna parte del cuerpo de Cristo las
espinas habrían creado un contraste más drástico con la belleza de Cristo
que en su hermosa cabeza.
Se trató de un espectáculo repugnante y espeluznante, cuando la
muchedumbre burlona coronó a Jesús con espinas. Solo piénselo, Jesús es,
después de todo, el Rey del cielo, el Rey de los judíos, el Rey de las
naciones, el Rey de la creación y el Rey de la gloria. Él es en realidad el
Hijo de Dios, el creador de todas las cosas, que vino a vivir en la tierra y,
sin embargo, fue ridiculizado y brutalizado por las mismas personas que
Él vino a redimir. Necesitamos retroceder miles de años en la historia,
para comprender mejor este paso particular de la rendición.
Dios le anunció a Adán, poco después de la caída del género humano:
“¡maldita será la tierra por tu culpa! / Con penosos trabajos comerás de
ella todos los días de tu vida. / La tierra te producirá cardos y espinas, / y
comerás hierbas silvestres”. 47 La fuente de espinas y cardos fue esta
maldición en la tierra, que vino de un acto de desobediencia. Los
irreverentes e irrespetuosos soldados romanos probablemente nunca
leyeron el libro del Génesis y nunca consideraron el vínculo entre las
espinas y el pecado de la humanidad. Sin duda no tenían la intención de
hacer un símbolo profético para colocar en la cabeza de Jesús. No
obstante, las espinas puestas en la cabeza de Cristo, en preparación para su
ejecución, no pudieron haber hecho una imagen más precisa de la
maldición de la tierra. La corona de espinas de Jesús fue una imagen viva,
cuando Cristo tomó todo el peso de las maldiciones de la humanidad caída
sobre sí mismo. Las espinas en la cabeza de Jesús crearon un anillo de
heridas punzantes en el cuero cabelludo de Jesús.
Como dato curioso, vale la pena estudiar sobre el Sudario de Turín en
este sentido. Mucha evidencia apunta a la gran posibilidad de que esta
pieza única de lino, preservada por la iglesia, a través de los siglos, bien
pudo ser la tela sin costura que se envolvió alrededor del cadáver
cercenado de Cristo y que permaneció en la tumba después de la
resurrección de Jesús. 48 Quizás uno de los argumentos más convincentes
para esto es que el sudario muestra las marcas de distintas heridas
punzantes alrededor de la frente de la silueta facial en la tela. Si bien estas
marcas no prueban rotundamente que el Sudario de Turín es el mismo lino
con el que se envolvió el cuerpo de Jesús, indican que muy bien pudo
serlo. Ciertamente aumenta la probabilidad, dado el hecho de que no
tenemos ningún registro conocido de una corona de espinas jamás
utilizada en otra víctima de la crucifixión.
Pilato emitió una declaración profética que ha resonado a través de los
tiempos: “¡Aquí tienen al hombre!” 49 , cuando Jesús vistió la
escarnecedora túnica púrpura y la deshonrosa corona de espinas. Sea lo
que sea que quiso decir con esto, el líder romano no pudo ser más exacto.
Jesús fue el hombre, el hombre representativo que encarnó las heridas de
toda la humanidad y cargó sobre su cabeza la deshonra y la vergüenza de
todos nosotros.
Nuestra sanidad
Esta cuarta herida de Jesús, la herida en su cabeza, corresponde a nuestra
propia autoestima perjudicada. El dolor que sentimos es a veces
intolerable cuando somos objeto de burla, subestima y menosprecio. Pocas
cosas en la vida perforan nuestra dignidad tan profundamente como los
insultos. Todos los hemos sentido. Estas heridas pueden llevarnos a
cualquiera de nosotros a auto-despreciarnos cuando se acumulan y se
infectan. Todos hemos sido heridos y todos necesitamos sanidad.
El poeta inglés John Milton escribió su poema épico de doce volúmenes
El paraíso perdido , en 1674. Contiene la enorme cantidad de diez mil
versos de poesía; que captan dramáticamente la lamentable situación de la
humanidad y el sufrimiento humano, siguiendo la historia bíblica de la
tragedia de Adán y Eva y su expulsión del jardín. Milton describe con
precisión los apuros de Adán y Eva: si bien nunca perdieron el amor de
Dios, ciertamente perdieron la presencia de Dios. Rescatar la relación con
la presencia de Dios es la esencia de la venida de Jesús.
Cristo entregó su honor para redimir nuestro honor. El salmista abrazó la
sanidad de su autoestima cuando clamó: “Pero tú, Señor, me rodeas cual
escudo; / tú eres mi gloria; ¡tú mantienes en alto mi cabeza!”. 50 La cabeza
de Cristo se inclinó avergonzada bajo la corona de espinas, para rescatar
nuestra honra y para que cada uno de nosotros le llame “el que mantiene
en alto mi cabeza”. Las espinas representan no solo la maldición sobre
cada uno de nosotros, sino también sobre la tierra y todo el universo
creado. La corona de espinas representó el hecho de que la expiación de
Cristo redimirá en el futuro tanto a las personas, como a toda la creación.
Cristo creará algún día un cielo completamente nuevo y una nueva tierra, y
el primer cielo y la primera tierra dejarán de existir 51 ; pero hoy en día,
todo el universo creado gime y cruje como un viejo barco en una tormenta.
El apóstol Pablo escribió: “Y no solo ella (la creación), sino también
nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos
interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es
decir, la redención de nuestro cuerpo”. 52 El gemido de la creación se ve en
todas partes, en la sociedad actual: a través de ISIS y el islamismo
yihadista militante, las amenazas nucleares de Irán y Corea del Norte, las
epidemias médicas del SIDA, el SARS, Ébola, Zika y muchas más. Pero
Cristo fue herido y obtuvo la sanidad para nosotros como individuos y
para toda la creación, y algún día, Él creará para sí mismo un nuevo cielo
y una nueva tierra.
El apóstol Pablo describió eficazmente el alcance completo de la
redención de Cristo.
Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación,
porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en
la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o
autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él. Él es
anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo
coherente. Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el
principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo el
primero. Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud y,
por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están
en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la
sangre que derramó en la cruz. 53

La sanidad en el siglo XXI


Christy es una mujer hermosa; pero cuando la conocimos, ella era todo
menos algo precisamente bonito. Estaba tumbada en el suelo, llorando
incontrolablemente, y ninguno de los que estábamos cerca de ella en el
auditorio sabíamos por qué. Me rogó su esposo Chip: “Necesitamos su
ayuda. ¿Me acompaña? Llevémosla a la sala del lado y veamos qué
podemos hacer”. Pronto nos enteramos de que Christy sufría de una fuerte
depresión.
Al mirar su vida, no tenía sentido que ella sufriera tan profundamente.
Christy creció en una pequeña ciudad con una familia amorosa. Se casó
con su mejor amigo y vivía una experiencia increíble con tres preciosos
hijos, una hermosa casa e incluso un lindo perro. Tenía todo lo que una
chica podía soñar, pero estaba en medio de una guerra emocional y
espiritual en lo más hondo de sí misma. Cuando era niña, se sentía
frecuentemente abrumada por el miedo y la soledad. Escuchaba una voz en
su cabeza que le decía que nunca sería lo suficientemente buena, fuerte ni
talentosa. Luchó contra el miedo. Conoció a Jesús a los catorce años y le
entregó su vida. Sin embargo, unas inseguridades pequeñas siguieron
volviendo sigilosamente a su vida. Sintió el rechazo y la desesperación.
Experimentó tremendos episodios de depresión posparto cuando ella y
Chip comenzaron a tener bebés. El miedo, la culpa y las inseguridades
inundaron su mente. No puede manejarlo. Debería estar feliz. Su familia
merece algo mejor. Pensamientos martirizantes inundaron su mente y la
acusaron despiadadamente. Christy eventualmente fue diagnosticada con
depresión clínica y pasó los siguientes diez años tomando medicamentos
para aliviar sus síntomas. La vida era un poco más tolerable, pero estaba
emocionalmente entumecida y aterrorizada por los efectos secundarios de
la medicación. Las medicinas ya no eran suficientes, después de tomarlas
por algún tiempo. El trastorno de ansiedad de Christy la dejó con tal
inseguridad y sentimientos de inferioridad que ni siquiera se sintió amada
por Dios. Se sentía triste, derrotada, aislada y sin esperanza.
Asistió un día en el 2012 al primer módulo de la Facultad de Oración en
Brandon, Mississippi. Christy hizo un reconocimiento sincero de su
corazón y su vida, durante un servicio público, con otras doscientas
personas y, por el amor de Dios y la gracia de Jesús, tomó la autoridad
sobre las fuerzas del mal que trataban de destruirla y rompió la maldición
que había vivido toda su vida. Esto comenzó un proceso redentor para
sanar su autoestima que continúa hasta el día de hoy. Christy dijo, al
describir la experiencia: “Tuve la esperanza, por primera vez, que podía
salir victoriosa a través de la obra sanadora y redentora de Jesús. Me
deshice de la excelencia religiosa y el disfraz de la perfección. Desde
entonces, he estado en un nuevo camino en la presencia de Jesús, donde
hay plenitud de gozo, paz y libertad”.
Christy es una obra en curso. Al igual que muchos de nosotros, su
sanidad llega un paso a la vez; y, afortunadamente, ella continúa poniendo
un pie delante del otro en la dirección correcta. Pero todo se debe a las
heridas de Jesús; particularmente, a la llaga en su cabeza. Jesús se despojó
de su propia dignidad, para rescatar la dignidad de Christy. Puede ver a
Christy Henderson contar su propia historia, visitando
http://pinelake.org/stories/a-war-in-my-soul/.
Christy me dijo ayer: “Ojalá pudiera decir que nunca tengo malos días,
pero eso no es cierto. Sin embargo, confío constantemente en el Espíritu
de Dios que me fortalece, protege y libra. Y Él es fiel”. Continuó: “Ahora
soy una vencedora. Soy libre. Sé que soy amada, y fui librada. Incluso mi
lengua fue librada. Puedo hablar a la vida de muchas mujeres. Dios me
dijo: “Christy, no eres una “don nadie”. Eres mi elegida. Eres importante”.
Las heridas tienden a definirnos. Las personas heridas hieren y las
sanadas sanan. Las personas odiadas odian y las amadas aman. Las
personas maldecidas maldicen y las bendecidas bendicen. Aquellos que
han sido heridos con frecuencia lastimarán a otros o incluso se lastimarán
a sí mismos. Dios quiere que sepa por experiencia que Él envió a Jesús,
para cargar con todas sus heridas y maldiciones. Él ahora quiere
concederle sus bendiciones. Jesús cargó específicamente las heridas de su
autoestima, para que usted pueda rescatar su verdadera dignidad en Cristo.
El apóstol Pablo escribió: “Dios demuestra su amor por nosotros en esto:
en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”. 54
Jesús fue herido por usted, cuando Él llevó su corona, a fin de mantenerle
en alto su cabeza. Christy lo aprendió por experiencia y usted también lo
puede lograr.
44 Véase Juan 19:1-2.
45 Véase Mateo 27:26-31; Marcos 15:16-20.
46 John Hutton Balfour, The Plants of the Bible (Londres: T.
Nelson and Sons, 1885), 128.
47 Génesis 3:17-18.
48 Véase Lucas 23:53. El sudario fue la tela principal enrollada alrededor del cuerpo de Cristo
después de la crucifixión. Fue una de dos o más telas usadas (véase Juan 20:6-7).
49 Juan 19:5.
50 Salmos 3:3.
51 Véase Apocalipsis 21:1.
52 Romanos 8:23.
53 Colosenses 1:15-20.
54 Romanos 5:8.
6
Las manos de Jesús:
Restablezcamos nuestra productividad
. . .Me han traspasado las manos y los pies.
Salmos 22:16

U n tercio de los nervios de la sensibilidad táctil del cuerpo entero


están en la mano. La sangre oxigenada fluye a través de dos arterias
subclavias que viajan a través de la muñeca. La red venosa dorsal de las
venas se extiende por la parte posterior de la mano y devuelve la sangre al
corazón para ser reoxigenada.
Tres grupos de nervios le sirven a la mano, incluidos el nervio cubital
que viaja a través del codo, o el “huesito de la risa”, y le sirve al dedo
anular y al meñique; el nervio radial que corre a través del tríceps y se
ramifica por la parte posterior de la mano comenzando en la muñeca; y el
nervio mediano que comienza en la parte superior del brazo y le sirve al
pulgar, al índice y al dedo corazón. Todos los nervios y vasos sanguíneos
viajan a través de la muñeca, donde Jesús recibió su quinta herida.
La investigación histórica de los relatos romanos estableció que durante
la práctica bárbara de la crucifixión, los clavos no se insertaron en las
palmas de las víctimas, ya que se habrían desgarrado entre los dedos al
soportar el peso del cuerpo humano, sino entre los huesos de la muñeca:
el radio y cúbito.
Llegamos al sitio llamado “el lugar de la Calavera” o Gólgota, cuando
salimos de la Ciudad Vieja, por una puerta en la muralla. Este es el lugar
exacto de la crucifixión y estaremos aquí para cada una de las heridas
finales de Jesús. Él fue escoltado fuera de las murallas de la ciudad para
ser ejecutado, porque la ley religiosa estipulaba que la ciudad santa de
Jerusalén no se podía profanar con la crucifixión. Ya le habían infligido
cuatro heridas brutales a Jesús, pero es aquí donde Él recibió sus tres
últimas heridas, las cuales comenzaron en sus manos.
Un soldado romano agarró los antebrazos de Jesús y los extendió a lo
largo de la parte superior de la cruz, casi como si clavara un insecto en una
vitrina o se preparara un animal para la disección en la clase de biología.
Fue horrible, abusivo, injusto e inconcebible. La grotesca práctica romana
de la muerte por crucifixión continuó mientras otro soldado agarró un
martillo viejo y un gran clavo similar a una barra de refuerzo de media
pulgada de grosor y lo atravesó por la muñeca de Jesús, en lo profundo del
madero que formaba la viga transversal. La otra muñeca de Cristo fue
insertada de la misma manera.

La entrega de Cristo

CLAVO ROMANO
Esta quinta llaga de Cristo corresponde a la rendición que hace Jesús de su
obra. Jesús le dijo a su Padre Dios en oración: “Yo te he glorificado en la
tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste”. 55 Él dijo en otra
ocasión: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su
obra”. 56 Continuaría diciendo desde la cruz: “Todo se ha cumplido”. 57 Pese
a la degradación abusiva del momento en que los soldados insertaron
cruelmente los clavos en las manos de Jesús, no pase por alto la idea
fundamental: Cristo se sometió voluntariamente a estos clavos. Tal como
Él ya había dicho: “. . .entrego mi vida. . .. Nadie me la arrebata”. 58
Debemos entender que estas manos que fueron perforadas eran las
manos amables, compasivas y sanadoras de Jesús. Estas manos tocaron y
sanaron a un hombre con un impedimento del habla. Otro día, se
atrevieron a tocar a un leproso intocable y lo sanaron. En otra ocasión,
estas manos tocaron a la suegra febril de Pedro y se sanó de inmediato.
Tocaron la mano de una hija muerta y resucitó. Estas manos tomaron la
mano de su amigo Pedro, que se hundía y le puso a salvo, cuando Jesús
caminó sobre la superficie del mar de Galilea. Otro día distinto, cuando un
ciego le pidió ayuda, Jesús escupió en el suelo, hizo barro y estas manos
sanadoras colocaron el barro sobre los ojos del hombre y lo sanaron. Jesús
extendió estas manos, cuando Él le dijo a la multitud: “Vengan a mí todos
ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso”. 59 Con sus
manos, Jesús tomó el pan, lo partió y dijo: “Tomen; esto es mi cuerpo”. 60
Estas manos sanaron a los enfermos, consolaron a los afligidos, levantaron
a los caídos, tocaron a los intocables y resucitaron a los muertos. Pero
ahora estas manos eran perforadas con clavos romanos, y la obra de Jesús,
su productividad, era sometida.

Nuestra sanidad
Esta quinta llaga de Cristo corresponde a la herida de nuestras propias
manos: la herida de la ineficacia o la improductividad.
Todos tenemos la voluntad de ser productivos, de lograr y dejar nuestra
huella. Para la mayoría de nosotros, nuestra ética laboral está
inseparablemente unida a nuestra autoestima y valía personal. Nuestro
corazón por lo general se alegra cuando nuestras manos son productivas.
Solo hay un problema: el vínculo entre nuestras manos y nuestro corazón
se perjudicó por nuestro propio fracaso, y el trabajo de nuestras manos se
volvió ineficaz e improductivo. Por lo tanto, con demasiada frecuencia,
nuestro corazón está insatisfecho. La decepción, el desaliento y la
depresión son el resultado.
Dios les dijo, en el comienzo, a las primeras personas en el jardín del
Edén: “. . . dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los
reptiles que se arrastran por el suelo”. 61 También estableció un límite
amoroso para proteger al hombre y a la mujer, diciendo: “Puedes comer de
todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del
mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás”. 62 Sin
embargo, no pasó mucho tiempo para que sus manos rompieran las reglas.
Agarraron, en sus manos, el fruto prohibido, y este acto demostró ser
mortal: Adán y Eva perdieron su productividad y, por lo tanto, su
satisfacción. Convirtieron el fértil jardín en un sueño roto. La humanidad
ha vivido, a partir de este momento histórico, con la realidad persistente
de que debemos mejorar.
Esta es precisamente la razón por la cual Cristo extendió sus manos
sobre la cruz, recibió los clavos en sus muñecas y entregó su
productividad. Con esta herida Él se relacionó con nuestra humanidad
retorcida. Se apoderó intencionalmente de esta maldición de nuestra
improductividad e insatisfacción, a fin de redimir la obra de nuestras
manos.
Admitámoslo, la mayoría de nosotros trabajamos duro. Tomamos en
serio el trabajo de nuestras manos y nuestras responsabilidades. Esto hace
difícil que abramos las manos y renunciemos al control. Cuando era un
padre joven aprendí una lección notable sobre la importancia de lo que
está en nuestras manos. Nuestro hijo de dieciocho meses de edad vino
corriendo hacia nosotros en la cocina con una enorme sonrisa en su rostro,
mientras levantaba su mano para mostrarnos el trofeo en su puño. Nos
horrorizamos al ver lo que sostenía: un gran cuchillo de trinchar, con una
hoja bien afilada. Sus pequeños dedos agarraban fuertemente la brillante
hoja. Mi esposa gritó. Sus deditos se apretaron aún más alrededor del filo,
cuando extendí mi mano para coger el cuchillo. Ambos entramos en
pánico. Lo que instantáneamente se convirtió en un juego para él, no era
cosa de risa para su madre ni para mí. Como su padre amoroso, tuve que
razonar con él y convencerlo que algún día podría sostener un cuchillo
como ese, pero no hoy. No estaba preparado. Necesitaba soltar el filo y
dármelo. ¡Utilicé desesperadamente cada habilidad de negociación
conocida por el hombre! En poco tiempo, soltó el cuchillo y se evitó la
crisis. No estoy seguro que mi hijo haya aprendido la lección, pero sin
duda yo sí: no deje abierto el cajón de los cuchillos, al alcance de un niño
pequeño.
Del mismo modo, todos nosotros de vez en cuando agarramos cosas
potencialmente peligrosas con nuestros puños apretados, cosas que pueden
ser esencialmente buenas pero, en el momento equivocado, también
pueden destruirnos si no estamos facultados para manejarlas. Estamos
hablando de cosas como nuestra carrera, nuestro propósito de vida y
nuestro destino. Nuestro Padre amoroso razona con nosotros e intenta
habitualmente convencernos que solo Él puede entrenarnos en estos
grandes momentos de la vida y redimir la obra de nuestras manos.

La sanidad en el siglo XXI


Allan estaba en crisis. Como dibujante profesional, se estableció como un
artista exitoso para Marvel Comics, pero su matrimonio y su familia
estaban al borde del desastre. Pensó: ¿Qué debo hacer? ¿A dónde me
dirijo? Se encontró sin esperanzas y buscando respuestas en lo que parecía
un universo vacío.
Dibujó al Hombre Araña, Hulk, el Sargento Fury y otra cantidad de
personajes de dibujos animados de superhéroes; pero no se sentía como un
superhéroe, en su vida personal. Si bien Allan ciertamente no era un
hombre religioso, en su desesperación hizo una llamada telefónica para
concretar una cita con alguien a quien le habían referido como un “buen
tipo y consejero cristiano”.
Ese día fue agitado. Allan le reveló su vida al consejero como un libro
abierto, y el consejero le ofreció una perspectiva bien fundamentada: “
Allan, me contaste tu historia, ahora necesito contarte la historia de
Jesús”. Tuvo lugar una transición, en los siguientes cuarenta y cinco
minutos, que cambió para siempre no solo la vida de Allan, sino también
la vida de los miembros de su familia, los miembros de su comunidad y de
cientos de miles de personas en todo el mundo.
“Allan, quiero presentarte a Jesús—comenzó el consejero—. Aunque
estoy seguro que has oído hablar de Él, estoy igualmente seguro que no lo
conoces. Verás, Allan, has tenido el control de tu vida; y según lo admites,
has causado estragos”. Allan asintió con la cabeza. “Jesús pagó la deuda
por tus pecados, cuando Él fue voluntariamente a la cruz; y en el proceso,
sus manos fueron perforadas, al renunciar al control de su propia obra. Sus
manos fueron heridas porque tus manos estaban heridas. Jesús ahora
quiere ser tu sanador herido. Jesús abandonó la obra de sus manos, cuando
Él eligió la cruz, pero lo hizo para redimir y restablecer el trabajo de tus
manos. Esto es lo que significa que Jesús sea verdaderamente tu Redentor.
Él eligió la cruz, donde Él entregó su productividad y recibió tu
improductividad”.
Tenía sentido para Allan.
Luego de una pausa pensativa, el consejero agregó: “Las buenas nuevas
de Jesús son que sus heridas ahora están sanas. De hecho, fueron sanadas y
sanan. Allan, las manos de Jesús también pueden curarte. Tú eres un
artista, pero también lo es Dios; de hecho, Él es el artista maestro y tú eres
como un lienzo en su caballete. Él quiere hacer de tu vida una obra
maestra. Solo hay un problema: debes dejar de luchar y de huir. Debes
someterte a Él y permitirle que termine el dibujo que está esbozando de tu
vida”.
Eso fue todo lo que necesitó. Allan se arrodilló allí, en la oficina del
consejero y elevó una oración a Dios de rendición, renuncia y confesión.
Intercambió los pedazos rotos de su vida por la presencia sanadora de
Cristo. Ese día nació una nueva vida.
Recibió a la semana una llamada telefónica de John Goldwater de Archie
Comics. Una importante compañía de dibujos animados contrató a Allan
por primera vez en su ilustre carrera. Comenzó a trabajar de inmediato. La
personalidad de los personajes de Archie concordaban perfectamente con
el sentido de humor alegre de Allan. Se convirtió en poco tiempo en uno
de los artistas más productivos y admirados. Fue uno de los únicos artistas
de Archie Comics que escribió e ilustró las historias.
La creatividad y la productividad de Allan pronto aumentaron. Se
levantaba temprano todas las mañanas, oraba al Señor en primer lugar por
la creatividad y la inspiración, escribía una historia antes del desayuno y la
preparaba y dibujaba a lápiz antes del mediodía. Allan incluía cada vez
más versículos bíblicos y principios cristianos en sus historias. Betty se
hizo cristiana en las historias de Allan, al igual que Archie. La gran Ethel,
que con frecuencia luchaba con su baja autoestima, encontró paz interior
por el hecho de que ella fue creada a la imagen de Dios. El jefe de Allan
nunca se quejó, porque su trabajo era divertido, sano y creativo. Pero una
vez más sonó el teléfono, cuando Betty, Veronica, Archie, Reggie, Moose y
Jughead se arrodillaron en una oración alrededor de una escena de un
pesebre, en un cómic navideño. “Allan —dijo el señor Goldwater, después
de leer la historia—¡estamos publicando cómics, no la Biblia! Su obra de
arte es superior y no queremos perderlo como artista, pero necesita
moderarla”. Le quedó claro.
Fleming H. Revell Company, una editorial cristiana, se acercó a Allan en
el curso de un mes, y se asoció con él. El Sr. Goldwater se alegró de
negociar el acuerdo de publicación. Allan escribió, dibujó y entintó más de
sesenta y cinco cómics cristianos, durante los siguientes veinte años, todos
publicados por Archie Comics bajo el sello Spire Christian Comic, los
cuales incluyen Archie’s One Way, David Crossers y The Crossblade de
David Wilkerson, Hello, I’m Johnny Cash y muchos otros. Se vendieron
varios millones de copias de algunos de ellos, convirtiendo los comics de
Allan en algunos de los comics más vendidos de la historia. Allan recibió
en 1980 el distinguido premio Ink Pot Award of Achievement , el máximo
galardón otorgado en la industria de los cómics.

Sé todo esto porque Allan Hartley fue mi padre, más conocido como Al
Hartley. Fui testigo de primera mano del cambio dramático y milagroso
que las llagas de Cristo provocaron en su vida. A mi papá le pidieron que
hablara en mi escuela secundaria sobre el tema: “Dibujos animados,
creatividad y Cristo” durante mi último año en Morristown, Nueva Jersey.
A mis amigos les encantó. Nunca olvidaré el mensaje que le dio a mis
compañeros ese día: cómo Jesús redimió la obra de sus manos.
Jesús le ama y Él está listo y dispuesto a redimirle de los errores pasados
y restablecer su productividad. Nunca conocerá la verdadera satisfacción,
hasta que no se curen las heridas de su corazón y sus manos. Dios sabe
cómo se siente hoy, independientemente de lo atroz que sea el dolor que
haya sentido por sus errores en el pasado. La palabra “atroz” se refiere a
algo que causa gran agonía y tormento. Viene de la raíz latina ex-cruciate ,
o “fuera de la cruz”. Jesús sufrió un dolor atroz en sus muñecas, para sanar
las heridas de sus manos de la improductividad y las heridas de su corazón
de la insatisfacción. Puede confiar en Él.

55 Juan 17:4.
56 Juan 4:34.
57 Juan 19:30.
58 Juan 10:17-18.
59 Mateo 11:28.
60 Marcos 14:22.
61 Génesis 1:28.
62 Génesis 2:16-17.
7
Los pies de Jesús:
Restauremos nuestra autoridad
. . .su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el
talón
Génesis 3:15

L a transfusión de sangre es un procedimiento médico seguro y de


rutina que puede salvar vidas. Es vital para ayudar a una persona a
evitar la anemia o la falta de suficiente sangre en momentos críticos de
cirugía, lesión, sangrado o enfermedad, o cuando el cuerpo es incapaz de
producir suficiente cantidad de su propia sangre, debido a alguna
anomalía. La transfusión normalmente se administra a través de una vía
intravenosa a un vaso sanguíneo.
Una persona dispuesta a ayudar dona sangre para el beneficio de otros.
Se realiza a veces la transfusión para complementar ciertos componentes
en la sangre de una persona con estos productos sanguíneos donados,
incluidos los glóbulos rojos, los glóbulos blancos, el plasma y las
plaquetas. Si bien los investigadores trabajan diligentemente para crear
sangre artificial, no se ha desarrollado hasta el momento un reemplazo
adecuado.
Cinco millones de transfusiones de sangre se administran cada año; la
mayoría funcionan bien, con muy pocas complicaciones, siempre y cuando
corresponda adecuadamente con el tipo de sangre. En términos simples,
cada persona tiene uno de los pocos posibles tipos de sangre: A, B, AB u
O. Si una persona tiene sangre de tipo A, es A positiva o A negativa. Es
esencial durante una transfusión que el tipo de sangre del donante
coincida con el del receptor. A la sangre tipo O se le llama donante
universal y es segura para prácticamente todas las personas. Se usa la
sangre tipo O, en las emergencias, cuando no hay tiempo para analizar el
tipo de sangre de un paciente.
El procedimiento médico común, seguro y que salva vidas de la
transfusión de sangre tiene un paralelo impresionante con una realidad
espiritual: todos necesitamos una transfusión interna de sangre moral y
espiritual; y Jesús es, para toda la humanidad, el donante universal.
Los soldados romanos que insertaron la barra metálica a través de las
muñecas de Jesús extendieron su pie izquierdo y lo presionaron hacia atrás
contra su pie derecho, con ambos pies extendidos y los dedos de los pies
hacia abajo, donde comenzó la crucifixión de Jesús, en “el lugar de la
Calavera”, por fuera de las puertas de la Ciudad Vieja. Insertaron
cruelmente un único clavo grande a través del arco del pie delantero y
hacia afuera del talón, a través del arco del pie derecho y hacia afuera del
talón y dentro del madero. Este clavo a través de la carne del talón de
Jesús en realidad le proporcionó la capacidad de soportar el peso de su
cuerpo, mientras colgaba de la viga de madera. Esta sexta herida de Jesús
completó el proceso tortuoso de su crucifixión.

La entrega de Cristo
Esta llaga de Cristo en sus pies corresponde al sometimiento intencional
de su autoridad, territorio y dominio. Lo que hace que esta sexta herida sea
tan extraordinaria es que estos son los mismos pies que literalmente
caminaron sobre el agua y ejercieron en sentido figurado la autoridad
sobre el diablo. Hay una razón para una herida tan insólita.
Miles de años antes, cuando Dios reprendió a la serpiente en el jardín, Él
le dijo: “Pondré enemistad entre tú y la mujer, / y entre tu simiente y la de
ella; / su simiente te aplastará la cabeza, / pero tú le morderás el talón”. 63
Esta es la primera promesa en la Biblia que nos dice que un mesías o
salvador vendría a rescatar a la humanidad de la maldición. Se nos da en
esta única oración una profecía notablemente clara sobre un niño, un
joven, para ser más preciso, que aplastaría la cabeza de la serpiente y, de
alguna manera, la serpiente al mismo tiempo le magullaría el talón al
joven. Esta oración también describe gráficamente la sexta llaga. El joven,
Jesús, sería herido en su talón, cuando fuera atravesado por el viejo clavo
romano y en el mismo instante, se destruirían el poder y la
autoridad de Satanás. La herida del talón del Mesías se cumplió en la cruz,
y la misma herida le dio simultáneamente un golpe mortal a la cabeza de
Satanás. El rey David escribió las siguientes palabras proféticas, mil años
antes del nacimiento de Jesús: “Como perros de presa, me han rodeado; /
me ha cercado una banda de malvados; / me han traspasado las manos y
los pies”. 64 El que tenía toda la autoridad, el dominio y el territorio
legítimos, aquel de quien se dijo: “Del Señor es la tierra y todo cuanto hay
en ella”, 65 es aquel que ahora entregó todo su territorio legítimo.

Nuestra sanidad
Si bien la quinta herida de Jesús en sus manos representó la maldición
sobre nuestra productividad, esta sexta herida a sus pies se relaciona con
nuestra renuncia a nuestra autoridad dada por Dios. Él dispuso que la
humanidad tuviera el dominio sobre la tierra, y la imagen en la Escritura
de autoridad se representa con tener cosas debajo de nuestros pies: “¿Qué
es el hombre, para que en él pienses? / ¿Qué es el ser humano, para que lo
tomes en cuenta? / Lo hiciste un poco menor que los ángeles, / y lo
coronaste de gloria y de honra; / ¡todo lo sometiste a su dominio!”. 66
La humanidad tiró la toalla. Manejamos torpemente el uso adecuado de
nuestro liderazgo, la mayordomía de nuestros recursos y nuestra autoridad
moral y espiritual.
Tal vez nada ilustra mejor la renuncia a la autoridad moral que la infame
decadencia del Imperio Romano. Pese a que Roma elevó los estándares
globales en el arte, el teatro, la literatura, la arquitectura, la riqueza, los
caminos, el transporte, el liderazgo y el gobierno, declinó a una gran
profundidad, debido a su depravación moral y espiritual.
Gladiador fue la película del año en el 2000, que ganó cinco premios
Óscar, incluyendo Mejor Película y Mejor Actor. Russell Crowe brilla en
su actuación destacada como Máximo, el héroe insospechado al que le
robaron su fama y su honra, cuya esposa e hijo fueron asesinados, y él se
convirtió en la humilde propiedad de los esclavistas. Sin embargo, contra
todo pronóstico, Máximo se defiende en este modesto lugar, no solo para
vengarse de sus enemigos, sino también para detener la creciente ola de
depravación inhumana en el Imperio Romano.
La película comienza con Máximo siendo el comandante de los ejércitos
del norte, el general de las legiones de Félix y siervo leal del verdadero
emperador, Marco Aurelio. Fue tratado por el emperador más como un
hijo que como un soldado. El emperador Marco
Aurelio luego es cruelmente traicionado y asesinado por su propio hijo,
Cómodo, quien luego se apodera injustamente del trono. Por celos, hace
todo lo que está a su alcance para destruir a Máximo. Las habilidades de
Máximo como un guerrero superior, aunque forzado a la esclavitud, le
hacen surgir a través de las filas y lo colocan en el centro del escenario del
enorme y rugiente Coliseo Romano. El gladiador hace tambalear a toda la
turba romana, en una escena espectacular, ya que casi acaba por sí solo
con todo el engaño romano en el Coliseo y derrota a todos los mejores
soldados de Roma. El Emperador Cómodo desciende de la tribuna y
camina hacia el piso de tierra del Coliseo, buscando una audiencia con el
gladiador, cuando la multitud anima al gladiador desconocido. El
emperador quiere saber su nombre. El gladiador anónimo, después de un
momento de vacilación, se da vuelta para enfrentar a su enemigo y dice
con valentía: “Mi nombre es Máximo Décimo Meridio”.
El nivel de testosterona de cada hombre en el teatro se dispara. Lo que
hace que esta escena sea más notable es que el gladiador, con la menor
autoridad, termina teniendo la mayor influencia. Puede que haya sido uno
de los hombres menos conocidos en Roma, pero él se conocía a sí mismo.
El emperador Cómodo, por otro lado (posiblemente la persona más
conocida en Roma) no conocía su verdadera identidad y, por lo tanto,
perdió su influencia. El enfrentamiento entre estas dos leyendas
emblemáticas es lo que llevó a esta película a proporciones épicas y la
convirtió quizás en la película “masculina” más popular de todos los
tiempos. Al menos por ese momento, Máximo no solo recuperó su honra
sino también restauró el nivel de decencia y puso fin temporalmente a la
violencia, la corrupción y la autodestrucción barbáricas del Coliseo y el
Imperio Romano.
Cristo también fue injustamente tratado por una cultura barbárica,
cuando Él ingresó a nuestro mundo. Él soportó la injusticia, fue vendido
como esclavo y tratado como un animal, pero Él nunca perdió de vista su
verdadera identidad. Contra viento y marea, Él cargó por sí solo con
nuestros males, violencia, corrupción y adicción a la autodestrucción. Él
se mantuvo en la autoridad de su verdadera identidad, para obtener la
sanidad y redención para nosotros. Se dice de Cristo, lo siguiente, después
de su resurrección y ascensión al cielo: “. . .todo lo sometiste a su
dominio” 67 , además: “Así dijo el Señor a mi Señor: / «Siéntate a mi
derecha / hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies»”. 68
Cada uno de nosotros hemos huido de nuestro dominio dado por Dios.
Pero Dios Padre ofrece restaurar nuestra autoridad en Cristo, pese a que
hemos retirado nuestra lealtad a Él. Dios nos invita a someternos a la
autoridad de Cristo, para que Él pueda restaurar nuestra autoridad. El
profeta Isaías describe esta autoridad restaurada: “Qué hermosos son,
sobre los montes, los pies del que trae buenas nuevas. . .”. 69 Iremos a
lugares que nunca hubiéramos soñado, cuando vivimos en nuestra
autoridad restaurada.
Es interesante que cuando Satanás tentó a Jesús, lo llevó a una montaña
alta, le mostró los reinos del mundo y le dijo: “Todo esto te daré si te
postras y me adoras”. 70 Esto fue un conflicto de dominio y territorio que
desafió la autoridad de Cristo. Él habría cedido su autoridad al enemigo, si
se hubiera sometido a esta tentación y se hubiera postrado ante Satanás, al
comienzo de su ministerio. Cristo derrotó a Satanás y recuperó toda su
legítima autoridad para sí mismo, y para usted y para mí también, dado
que resistió al enemigo y prefirió ceder su autoridad, en obediencia al
Padre, en la cruz. No es de extrañar que, antes de su crucifixión, Jesús
relacionara su propia muerte con la derrota de Satanás. Jesús dijo en una
oración: “El juicio de este mundo ha llegado ya, y el príncipe de este
mundo va a ser expulsado”. 71 Y Él dijo en la siguiente oración, con
respecto a su muerte en la cruz: “Pero yo, cuando sea levantado de la
tierra, atraeré a todos a mí mismo”. 72
Una de las realidades médicas más grotescas de la crucifixión es su
efecto sobre los pulmones de la víctima. Cuando la crucifixión cobra su
factura y debilita a todo el cuerpo, los pulmones comienzan a luchar por
cada respiro . Se le exige demasiado al diafragma, debido a la contorsión
del cuerpo que se inclina incómodamente hacia adelante y la fiebre del
tétanos que hace que los pulmones se llenen de líquido. Para respirar, la
parte superior de los muslos debe empujar las piernas hacia afuera para
aliviar el peso del cuerpo de los brazos y los hombros, dejando espacio en
la cavidad torácica para extraer oxígeno nuevo. El peso del cuerpo se
coloca entonces sobre el talón, que está firmemente fijado contra la cruz.
Jesús hizo presión repetidamente contra su talón para levantar el cuerpo, a
fin de sobrevivir, durante las últimas horas de vida. Arriba, abajo, respira;
arriba, abajo, respira, como una máquina de pilotaje, Jesús empujó su
talón cada vez con más fuerza, contra el clavo de soporte. Cada
movimiento ascendente de su cuerpo correspondía a un empuje hacia
abajo contra el peso de su talón, lo que indicaba más hematomas en su
talón y más aplastamiento de la cabeza de la serpiente. Cristo aplastó
realmente al mal y al Maligno bajo sus pies.
El apóstol Pablo describió con precisión la humillación y la redención de
Jesús.
...Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser
igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó
voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante
a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí
mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso
Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo
nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo
y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es
el Señor, para gloria de Dios Padre. 73

La sanidad en el siglo XXI


Ibrahim escuchó a un hombre musulmán junto a él, en una acalorada
discusión en su teléfono móvil, mientras estaba sentado en un café en
Jerusalén. Ibrahim no pudo evitar prestar atención a la conversación,
debido al alto volumen e intensidad de la conversación.
Cuando colgó, el hombre suspiró en voz alta: “¡Oh, cuánto odio a los
judíos!”. Ibrahim miró en dirección al hombre, sonrió y asintió con
empatía. “¡Permítame presentarme!”. Ibrahim agregó, cuando el hombre
lo miró a los ojos: “Puedo entender cómo se siente hacia los judíos; tengo
una historia inusual que creo que apreciará”. El hombre parecía intrigado,
de modo que Ibrahim continuó.
“Mi familia también fue víctima de una gran injusticia, primero de los
judíos y luego de los musulmanes.
Teníamos aquí en Israel una gran parcela de tierra, en una gran ciudad.
No solo cualquier terreno, era una excelente propiedad. Entonces, nos
vimos obligados a ceder nuestra propiedad al nuevo estado de Israel,
cuando nosotros, como árabes, fuimos desalojados de Palestina, en 1948.
Como sabe, no recibimos en absoluto ninguna compensación económica
de las Naciones Unidas. Pasamos de ser personas adineradas a refugiadas
sin hogar, así que huimos a un país árabe vecino”.
El joven musulmán escuchó con gran interés mientras Ibrahim continuó.
“Mi padre nunca nos dijo cuánto valía el terreno, porque sabía que nos
haría aún más amargados. Cuando nos volvimos refugiados no teníamos
absolutamente nada, pero esto fue solo el comienzo. Perdimos todo en
Israel, a manos de los judíos, pero ahora las cosas eran aún peores. Nos
convertimos en víctimas de una gran injusticia, opresión y racismo,
viviendo como cristianos en un país predominantemente musulmán. Fue
extremadamente doloroso.
“Me esforcé mucho en la escuela y llegué a ser el primero de mi clase;
sabía que la educación era mi única salida. Fui el número uno en la lista,
cuando Estados Unidos creó un programa para estudiantes de intercambio.
Hice la solicitud al programa, para convertirme en estudiante de
intercambio en los Estados Unidos a los dieciséis años. Se me prometió
una educación universitaria en un país donde sería respetado. Contaba con
este premio, al ser el estudiante estrella y mejor alumno de mi clase. El
rector incluso me garantizó que mi posición estaba reservada. Me aseguró
que mis notas eran mucho mejores que las de los demás y mis referencias
eran excelentes. No había forma que alguien se colara delante de mí esta
vez, o eso creía yo”.
El hombre musulmán preguntó: “Bien, entonces, ¿qué pasó?”.
Ibrahim concluyó su historia. “Cuando llegó el momento de otorgar el
premio y el estudiante ganador fue anunciado, su nombre era Muhammad.
¡Estaba furioso! Un musulmán me ganó, aunque académicamente yo era
mejor y todos estaban de acuerdo que, sin lugar a dudas, yo estaba más
calificado. Fue como si me clavaran un puñal el corazón. Quedé
devastado. La ira y el odio estallaron dentro de mí como un volcán. No
quise tener nada que ver con los musulmanes. Fui víctima de la opresión,
la segregación racial y la injusticia “.
“Lo entiendo”, asintió el musulmán.
Ibrahim le dijo entonces a su nuevo amigo: “Conocí unos años más
tarde, a un hombre que vivió aquí en Israel: su nombre es Jesús. ¿Tal vez
ha oído hablar de Él? Ibrahim esperó una sonrisa de su nuevo amigo y la
consiguió.
“Me enteré que Cristo sufrió dura e injustamente, para perdonarme por
unos crímenes mucho peores, de los que jamás han cometido contra mí:
me sentí abrumado. El amor de Jesús me cambió. Me vi obligado a
perdonar a quienes me maltrataron.
“Entonces, di un gran salto. Me bauticé el 10 de mayo en el Espíritu
Santo. El Espíritu Santo entró y me limpió con fuego. Quedé lleno hasta
rebosar del amor de Dios, y ese amor se volvió como un río en mi alma.
Supe de inmediato que no solo fui perdonado, sino que ahora estaba en un
río para conceder perdón. El perdón brotó de mi vida como un río que se
había desbordado. Mi depósito de perdón se llenó a rebosar; perdoné a los
judíos que se apoderaron de nuestro predio cuando era niño, y perdoné a
los musulmanes que aparentemente me arrebataron mi futuro. ¿Qué le
parece? El mismo día que fui bautizado en el Espíritu Santo, perdoné a los
judíos y a los musulmanes a la vez.
“Dios me llamó ese mismo día, a dedicar el resto de mi vida para servir
a los judíos y musulmanes. Me llamó a amarlos a todos, a todos en la
tierra, y desde ese momento he pasado toda mi vida sirviendo, amando y
perdonando tanto a judíos como a musulmanes por igual. ¿Por qué Dios
elegiría a un cristiano árabe palestino y lo enviaría a una misión a los
judíos y musulmanes? No puedo decírselo. ¡Se necesitó un milagro y así
ocurrió!”.
El hombre en la mesa del café miró a Ibrahim con los ojos muy abiertos
y dijo: “Nunca había escuchado una historia como esa”.
“¡Nunca había conocido a un Salvador como éste! —añadió Ibrahim sin
dudarlo—y le garantizo que todo lo que le digo ahora mismo es
absolutamente cierto. Es el milagro de ser inundado por el amor de
Cristo”.
Ibrahim Ayoub (no es su nombre real) 74 comparte cada año, con decenas
de miles de personas sobre las heridas sanadoras de Jesús a personas de
trasfondo cristiano, musulmán y judío. Camina en autoridad, porque se
sometió a la autoridad de Cristo. Es considerado hoy en día por muchos
como uno de los cristianos más influyentes en el Medio Oriente. Ibrahim
me dijo que después de la muerte de su padre en 1988, él y su familia se
enteraron que la propiedad que les expropiaron valía varios millones de
dólares. Pero Ibrahim luego explicó: “Eso no es nada comparado con el
tamaño de mi deuda moral y espiritual que Jesús pagó por mí. Él no solo
me perdonó; sus heridas me sanaron”.

Dios le creó para caminar en autoridad, pero la única forma de restaurar


su autoridad es sometiéndose a la autoridad de Dios. Y la única forma de
someterse a la autoridad de Dios es dándole el control de su vida.
La idea de ceder el control a otra persona es intimidante. Necesita algo
que obre dentro de usted que sea más fuerte que sus miedos, para lidiar
eficazmente con ellos. ¿Qué podría ser más fuerte que sus miedos? El
apóstol Juan nos dice: “. . . En el amor no hay temor, sino que el amor
perfecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha
sido perfeccionado en el amor”. 75 Los pies traspasados de Jesús deberían
ser suficientes para demostrarle de una vez por todas cuánto Él le ama.
Una vez que el amor de Cristo venza su miedo a perder el control y eche
fuera ese miedo, entonces estará en un lugar para ceder el control de su
vida a Él. Puede confiar en Él.

63 Génesis 3:15.
64 Salmos 22:16.
65 Salmos 24:1.
66 Hebreos 2:6-8; véase también Romanos 16:20.
67 Salmos 8:6.
68 Salmos 110:1.
69 Isaías 52:7.
70 Mateo 4:9.
71 Juan 12:31.
72 Juan 12:32.
73 Filipenses 2:6-11.
74 Este es el único cambio de nombre en todo el libro. El cambio fue esencial, para mantener la
integridad de la historia y preservar la seguridad de mi amigo.
75 1 Juan 4:18.
8
El costado de Jesús:
Redimamos nuestro corazón
. . . uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al
instante le brotó sangre y agua.
Juan 19:34

L a mayoría de los estudiantes de medicina, las enfermeras tituladas y


los camilleros del hospital tienen un momento decisivo durante su
entrenamiento cuando experimentan de primera mano que toda la vida
está en la sangre.
Se coloca a un paciente en la camilla y se le lleva a la sala de
emergencias. La piel del paciente se torna pálida, haciendo que parezca
más un maniquí que una persona. El cerebro sufre por falta de oxígeno,
los labios pierden su color natural y la piel parece arcilla seca. Es
prácticamente imposible tomar el pulso. Entonces llega una unidad de
sangre. Se fija en un atril metálico alto y el catéter se inserta con una
aguja en la vena de la persona. La bolsa se vacía rápidamente. Se agrega
una unidad de sangre y luego otra. Entonces ocurre el milagro. Las
mejillas empiezan a ponerse rosadas. Los labios se oscurecen. El paciente
luego exhala un primer aliento espasmódico. Los ojos de la persona
pestañean. El paciente entrecierra los ojos como si viese la luz por
primera vez. Pronto la persona recobra la consciencia: el muerto
despierta. La vida vuelve al cuerpo. Es nada menos que la resurrección.
Esto ilustra un principio médico básico: la vida está literalmente en la
sangre. Lo que ocurre prácticamente en las camillas de los hospitales
todos los días es una descripción detallada y precisa de una realidad
espiritual paralela. La vida se encuentra verdaderamente en la sangre, al
considerar la séptima herida de Jesús, en este caso, la sangre de Cristo.
Demasiadas personas en la actualidad se han distanciado trágica e
innecesariamente de la sangre de Cristo, porque creen que es elemental o
arcaica. Si alguna vez ha habido una generación en la historia que ha
entendido que la vida está en la sangre, debe ser la nuestra.
Los médicos nos dicen que hay entre cinco y seis litros de sangre en el
cuerpo humano, que representan el siete por ciento de la masa corporal de
una persona. Casi esta cantidad de sangre brotó del cuerpo de Jesús con
su séptima herida. Es difícil de entender cómo la primera herida, que
comenzó en las glándulas sudoríparas de Jesús en el jardín, conllevaría a
otras seis heridas por las cuales Jesús sangraría y eventualmente drenaría
cada gota de sangre de su red vascular.

LANZA ROMANA
La séptima y última herida de Cristo es la herida más profunda de todas.
La punta metálica de la lanza romana que fue introducida en el cuerpo de
Jesús no tenía menos de treinta centímetros de largo. La punta de la lanza
en realidad llegó hasta el pecho de Jesús y perforó su corazón, cuando
penetró su costado, se deslizó debajo de su caja torácica y traspasó el saco
pericárdico. Esta herida de Cristo, conocida históricamente como la llaga
en su costado, es en realidad la herida del corazón de Jesús. El corazón
está en el centro de lo que somos. Es el foco de nuestros afectos; el seno
de nuestra identidad; el lugar desde el cual distinguimos el bien del mal, lo
correcto de lo incorrecto y la protección de la amenaza. Si dañamos el
corazón, dañamos a la persona: la autoestima, la seguridad y la
importancia. Las heridas del corazón son profundas.
Tal vez hoy en día, nada revela las heridas del corazón de las personas de
forma más vívida que el hecho que nos convertimos rápidamente en una
generación plagada de trastornos de ansiedad y miedo crónico. Se realizó
recientemente un estudio de investigación entre dos mil doscientos niños
de once años de edad. Los hallazgos fueron impactantes. Prácticamente
todos estos estudiantes de sexto grado se sintieron presas de una
abrumadora sensación de pánico. Dos de cada cuatro tenían miedo de ir a
dormir. La mitad de ellos tenían miedo de salir. El estudio concluyó que
este aumento del miedo entre los estudiantes de la escuela media se debe
en parte a la televisión violenta y a los videojuegos sangrientos. Los
psicólogos dicen que el miedo los mantiene ocupados en el negocio.
Charles Mayo, fundador de la Clínica Mayo, dijo: “Nunca he conocido a
un hombre que muera por exceso de trabajo, pero sí muchos que mueren
de la duda”. 76

La entrega de Cristo
Esta séptima y última llaga de Cristo corresponde a su entrega del
corazón. La lanza clavada en el corazón físico de Jesús representa una
herida interna muy profunda que Él experimentó en lo más recóndito de su
corazón: la herida del rechazo, el miedo y la insignificancia. ¿Sintió Cristo
rechazo? Jesús sólo conoció lo que es la aceptación de su Padre; sin
embargo, cuando Él recibió esta herida física del corazón, Jesús
experimentó la herida del corazón del rechazo de varias maneras. Su
padrastro, José, quiso al comienzo de su vida rechazarlo y lo puso a un
lado en silencio. Ahora, en las horas finales de su vida, Jesús fue
traicionado por una persona cercana y completamente abandonado por sus
camaradas. Probó trágicamente la amargura del rechazo y pudo
identificarse con las palabras del profeta Isaías: “Despreciado y rechazado
por los hombres, / varón de dolores, hecho para el sufrimiento. / Todos
evitaban mirarlo...”. 77
¿Sintió Cristo miedo e inseguridad? Cristo no solo conoció la seguridad
con Dios; sin embargo, experimentó todas nuestras vulnerabilidades y
amenazas, al final de su vida. ¿Recuerda su hematidrosis o sudor de sangre
cuando clamaba a Dios en la agonía más profunda, durante la última noche
de su vida, en el jardín de Getsemaní? 78 Se nos dice que Él “ofreció
oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de
la muerte”. 79 Se dijo de Él que fue derramado como agua y que su corazón
se derritió como la cera en sus entrañas. 80
¿Cristo se sintió insignificante? Él vivió con una sensación profunda de
autoestima y significado; sin embargo, fue abandonado y desamparado
antes de su muerte. Cristo no experimentó nada más que una profunda
intimidad con el Padre; e incluso se nos dice que Él disfrutó los honores de
ser adorado por los ángeles. Pero en la hora más oscura de la cruz, en los
momentos antes de que se causara su séptima herida, Jesús sintió el
escalofriante aguijón del rechazo y gritó con absoluta angustia: “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. 81 Fue completamente
abandonado y Él lo supo.
Jesús nunca habría sometido a su alma a tales heridas del corazón sin
una buena causa. Su plan era poder brindarnos sanidad e inmunidad a
nuestras propias enfermedades del corazón. Él sabía que necesitaba recibir
estas enfermedades tóxicas del alma a fin de estar calificado para sanarnos
por transfusión de sangre.
El Dr. Claude Barlow fue un médico que invirtió toda su vida en el
trabajo humanitario en China y África, en la lucha contra las enfermedades
tropicales. Recibió su título de médico de la Universidad de Northwestern
en 1906 y recibió más tarde un título adicional en enfermedades tropicales
de la Universidad Johns Hopkins en 1929. Además de inglés, hablaba
árabe, alemán y chino. Recibió un certificado al mérito, del presidente
Harry Truman en 1948. El periódico Grand Rapids Press publicó un
artículo que documenta un método extraordinario utilizado por el Dr.
Barlow para encontrar una cura para la horrible enfermedad tropical
conocida como la fiebre del caracol o esquistosomiasis. El Grand Rapids
Press se refirió a ella como: “la enfermedad más extensa y más
paralizante conocida en el mundo. . . en los húmedos climas tropicales de
Oriente, África y América del Sur”. Ideó un plan, después de descubrir
esta enfermedad incurable y que surgieran todos los obstáculos para
encontrar una cura. Ingirió secretamente los parásitos chinos en su propio
cuerpo, se ingresó a sí mismo al hospital Johns Hopkins bajo el cuidado de
los mismos médicos de los cuales recibió su título de médico años atrás.
Pasó día y noche en el laboratorio mientras trataban su enfermedad.
Los médicos lo interrogaron: “¿Le contó a alguno de los otros
misioneros de lo que hizo?”.
“No”, respondió.
Le preguntaron: “¿Le contó a su esposa?”.
“No, no se lo dije a nadie; abordé un barco y vine a Estados Unidos”,
respondió Barlow.
Los parásitos tuvieron mucho tiempo para multiplicarse, durante los
varios meses en el océano. Pero el Dr. Barlow confió en el cuidado de los
médicos; y, en el proceso, no solo pudieron curar a Barlow, sino también
encontrar una cura para la enfermedad tropical. Esa cura ha salvado a
cientos de miles de vidas en todo el mundo y prácticamente se ha
erradicado la fiebre del caracol. 82
De la misma manera, Cristo sabía que la humanidad necesitaba la cura
para nuestras enfermedades incurables del corazón, a saber: el miedo, el
rechazo y la insignificancia, así que Él ideó un plan. Él mismo bebió estas
enfermedades del corazón por toda la humanidad en la cruz. Luego confió
en su Padre Dios para encontrar la cura, y ¡Dios lo hizo! Esta es la historia
de la redención. Este es el milagro de Cristo y su sangre.
Cristo murió, después de que se agotara hasta la última gota de su
corazón. Fue sepultado y resucitó de entre los muertos tres días más tarde.
Ahora hay una cura para todas nuestras enfermedades del corazón.
Nuestra sanidad
Esta séptima y última herida de Jesús coincide con nuestras heridas más
profundas de todas: las heridas del corazón. La Biblia dice lo siguiente, en
referencia a nuestras enfermedades del corazón: “Nada hay tan engañoso
como el corazón. No tiene remedio”. 83 Jesús mismo dijo: “Porque de
adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la
inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la
maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la
necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona”.
84
Podríamos también admitir que el género humano tiene problemas del
corazón. No es de extrañar que el pericardio de Cristo haya sido perforado,
teniendo en cuenta las heridas tan profundas en el corazón humano. Su
corazón fue herido para sanar nuestras heridas del corazón. Usted y yo
necesitamos una transfusión de sangre radical y rigurosa.
¿Ha sentido la herida del corazón por el rechazo? La sangre de Cristo
puede liberarle del rechazo y reemplazarlo con una aceptación
incondicional. Dios nos prometió: “Y ahora que hemos sido justificados
por su sangre, ¡con cuánta más razón, por medio de él, seremos salvados
del castigo de Dios!”. 85 Solo piénselo, usted puede ser completamente
justificado y aceptado, debido a la sangre de Cristo. La herida de su
corazón por el rechazo ahora puede ser sanada con la aceptación de Cristo.
¿Ha sentido los miedos martirizantes de la inseguridad? La sangre de
Cristo puede sanar sus miedos, ansiedades e inseguridades e impartirte
seguridad y protección. Dios nos promete: “Porque a Dios le agradó. . . por
medio de Él (Cristo), reconciliar consigo todas las cosas. . . haciendo la
paz mediante la sangre que derramó en la cruz”. 86 Va a tener paz con Dios
y paz interior, cuando se reconcilie con Él. El amor perfecto de Dios por
usted echará fuera todo temor de su corazón. 87 También puede estar a salvo
y seguro en Cristo.
¿Ha sentido la herida de la baja autoestima y el vacío corrosivo de la
insignificancia? La sangre de Cristo puede sanar su corazón de estos
sentimientos y reemplazarlos con una profunda conciencia de su
importancia propia. Usted es importante para Dios cuando está en Cristo.
La Biblia dice de Cristo: “. . . fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste
para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación”. 88
¡Qué imagen! ¡Qué promesa! ¡Qué realidad! A veces pensamos que las
religiones del mundo están geográficamente establecidas por regiones; por
ejemplo, creemos que el islam es para los habitantes del Medio Oriente, el
hinduismo para los indios y el budismo para los asiáticos surorientales.
Pero este es un planteamiento simplista y sin sentido. La sangre de Cristo
trasciende la geografía y redime a las personas de toda raza, lengua,
pueblo y nación. Las llagas de Cristo son para la sanidad de las naciones.
Jesús pronunció las siguientes palabras excepcionales, justo antes de
recibir su séptima herida: “Todo se ha cumplido”. El relato histórico lo
documenta de la siguiente manera: “Al probar Jesús el vinagre, dijo: ―
Todo se ha cumplido. Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu”. 89 La
palabra real que Jesús pronunció en arameo fue tetelestai . Era una palabra
comercial que técnicamente significaba “pagado en su totalidad”. Cuando
vaya a una empresa minorista de mejoramiento del hogar y compre una
gran cantidad de madera, conducirá su camioneta a la zona de carga, les
mostrará la factura marcada como “pagada en su totalidad” y recogerá sus
suministros.
De manera similar, Jesús pagó en la cruz la astronómica deuda moral y
espiritual que habíamos acumulado por todas nuestras decisiones
descabelladas, la rebeldía, el egoísmo, la soberbia, la culpa y la vergüenza;
y en un momento, con el derramamiento de su propia sangre pagó en su
totalidad la deuda completa. En definitiva, la relación de amor que Cristo
busca con usted no es simplemente por un tiempo sino por toda la
eternidad. Jesús desea establecer hoy una relación auténtica de amor con
usted que literalmente dure para siempre.
Es por eso que le llamamos el Salvador. Es por eso que sus siete llagas
sanan de manera inesperada a escépticos, cínicos y necesitados por igual.

La sanidad en el siglo XXI


Sonó el teléfono. Al escuchar el tono de la voz de su hijo, Donald supo al
instante que algo estaba muy mal. Las noticias que recibiría en los
próximos cinco minutos cambiarían la vida de Donald para siempre.
“Papá, has intentado durante años entender el origen de los problemas de
tu hija: sus heridas emocionales, trastornos alimenticios y depresión. Papá,
nunca quise decírtelo porque sabía que las noticias serían devastadoras.
Pero necesito contarte. Tu hija fue abusada sexualmente cuando era niña.
Fue víctima de un horrible crimen. Y papá, lamento tener que decirte
quién fue el agresor”. El hijo de Donald le dio la escalofriante noticia,
después de una larga pausa: “Papá, fue el abuelo. Tu padre abusó
sexualmente de tu hija”.
La noticia fue abrumadora, devastadora. Dejó a Donald con más
preguntas que respuestas. Caminaba con cojera. Se subió inmediatamente
a su automóvil y manejó cuatro horas para confrontar personalmente a su
padre, lo cual confirmó su peor pesadilla. Pero esto fue solo el comienzo.
Se enteró meses más tarde de la noticia igualmente devastadora, que su
padre había abusado sexualmente no solo de su hija, sino también de dos
de sus hijos.
Donald era muy consciente que, como cristiano, debía perdonar a su
padre, y lo hizo en su mente; pero nunca lo perdonó de corazón. No fue
hasta que estaba parado frente a un público hablando de la importancia del
perdón, que Dios le dijo: “¿Qué estás diciendo? ¿Cómo puedes predicar a
otros lo que nunca has hecho en tu propio corazón? Aún no has perdonado
a tu padre. ¡Realmente no!”.
Esas palabras literalmente hicieron caer a Donald de rodillas. Allí
estaba, frente a un gran grupo de personas, y lo único que podía hacer era
arrodillarse y sollozar incontrolablemente. Estaba temblando, sollozando,
sufriendo el impacto de la convicción de Dios en su propio corazón.
Donald negoció con Dios, mientras se arrodillaba frente al público. Se
dio cuenta de la paciencia que Dios tuvo con él a través de los años y el
perdón que Dios le mostró en la cruz de Cristo. El impacto interno de la
enormidad del amor de Dios por Donald pareció cambiar algo dentro de su
corazón. Pudo finalmente, cuando se recuperó y se puso de pie, explicar a
sus oyentes lo que acababa de suceder y la montaña de resentimiento,
amargura y falta de perdón que desaparecieron en ese momento de su
corazón. Ahora, años más tarde, Donald verdaderamente perdonó a su
padre de corazón. ¡El veneno de la falta de perdón fue drenado de su
sistema, y él está libre! ¡Realmente libre! Todo esto sucedió a causa de las
llagas amorosas de Cristo, particularmente la herida en el corazón de
Jesús, que reemplazó el resentimiento y la amargura que quedaron en el
interior de Donald. Ahora cuenta con un importante ministerio de sanidad,
perdón y liberación en todo el mundo.
Si ha estado recorriendo su propia vía dolorosa, quiero presentarle a
Aquel que lo precedió: Cristo, el sanador herido. Él tomó su enfermedad y
cargó con sus dolores. Y la mejor parte de todo es que Él le ama.
El único impedimento que causa la mayoría de los problemas del
corazón es la falta de perdón. ¿A quién tiene que perdonar en su vida: su
exesposo o exesposa, su padrastro abusivo, su madre dominante, su suegra,
la persona que pensó que era su mejor amigo o amiga? Si quiere que Dios
sane su corazón, quizás necesita permitirle que le libere de la falta de
perdón. El perdón le dice a alguien: “Renuncio a mi derecho a lastimarle,
aunque me haya lastimado”. Vivimos en un mundo que cree que el mayor
poder en la tierra es la falta de perdón, el resentimiento y la venganza.
Incorrecto. El mayor poder en la tierra es el perdón.
Como recordará, definimos en el prólogo la zona cero como “el lugar en
la superficie de la tierra por encima y por debajo donde impacta una
bomba nuclear”. Luego hicimos la observación a lo largo de la historia,
que la cruz de Cristo marca la zona cero para toda la humanidad. Comenzó
una revolución de perdón, sobre la cruz, ya que Dios Padre ahora puede
perdonar con justicia nuestros pecados, debido al pago que se hizo con el
sacrificio de la vida de Cristo, gracias a su sangre. Jesús expresó el
impacto de este sacrificio de tamaño nuclear, cuando Él declaró con sus
últimas palabras: “Todo se ha cumplido”. 90
Una revolución de perdón similar comenzó en la cruz. Aquellos que
reciben el sacrificio de la sangre del perdón de Cristo ahora pueden
extender el perdón a los demás. Cristo expresó el impacto de la revolución
del perdón en de la cruz, cuando declaró las palabras excepcionales:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. 91 Su vida cambiará una
vez que la explosión nuclear del perdón de Dios se libere en su corazón.
Luego puede recurrir a aquellos que le han herido y ofendido y expresar el
mismo tipo de perdón hacia ellos. La cruz es la fuente de la revolución del
perdón.
La razón por la que Cristo quiere sanar su corazón es porque quiere una
relación de amor con usted.
Las 7 llagas de Cristo, particularmente la herida de su corazón, deben
convencerlo que Dios quiere más de usted que simplemente una relación
superficial; Él quiere tener una relación profunda con usted. No necesita
mantenerse alejado de Dios: ¡Él le ama! Puede confiar en Él. Si las siete
llagas le dicen algo, le dicen de parte de Dios: “Te amo, he dado todo por
ti, estoy disponible para curarte y puedes confiar en mí”.
Cristo le invita hoy a profundizar más con Él, sin importar dónde esté
usted con Dios. Él está disponible para sanar su corazón.

76 Zig Ziglar, “Zig on. . . Worry”, Christian Post, 3 de diciembre de 2009, consultado el 15 de
diciembre de 2016, http://www.christianpost.com/news/42108/.
77 Isaías 53:3.
78 Véase Lucas 22:44.
79 Hebreos 5:7.
80 Véase Salmos 22:14.
81 Mateo 27:46.
82 Holmes, Susan y John F. Barlow, “Dr. Claude Heman Barlow 13 de octubre de 1876 - 8 de
octubre de 1969”, Dr. Claude Heman Barlow, consultado el 29 de mayo de 2017,
http://www.barlowgenealogy.com/EdmundofMalden /DrCHBarlow1.html
83 Jeremías 17:9.
84 Marcos 7:21-23.
85 Romanos 5:9.
86 Colosenses 1:19-20.
87 Véase 1 Juan 4:18.
88 Apocalipsis 5:9.
89 Juan 19:30.
90 Juan 19:30.
91 Lucas 23:34.
*
Guía de estudio
en grupo
L as siguientes preguntas de aplicación fueron concebidas en aras de su
beneficio. Corresponden a cada capítulo de este libro. Están
diseñadas para estimular la discusión, a la vez que ayudan a repasar el
contenido y hacer una aplicación personal.

Semana 1:
¡Camine conmigo!:
Sus heridas, nuestra sanidad

1. ¿Algún integrante del grupo ha estado en Jerusalén? ¿Recorrió la


Vía Dolorosa? ¿Cuál fue su experiencia?
2. ¿Cuál de los tres lugares de este capítulo le conmovió más: el
lugar de la Calavera, la columna de flagelación o el jardín de
Getsemaní?
3. El autor ofrece tres sugerencias al leer este libro: tener esperanza,
ser realista y profundizar. ¿Cuál de estas sugerencias le tocó la
fibra más sensible y por qué?
4. ¿Qué se entiende por la declaración: “Las heridas de Jesús son
nuestras heridas”?
5. ¿Qué significa la siguiente afirmación?: “Este breve libro trata
sobre el autodescubrimiento y el descubrimiento histórico”
6. Usando sus propias palabras, ¿cómo describiría a Michael, el
hombre que fue a la Iglesia del Santo Sepulcro como un último
esfuerzo desesperado? ¿Hay algo acerca de su historia con la que
se pueda identificar?

Semana 2:
El sudor de Jesús:
renovemos nuestra voluntad

1. Es difícil imaginar el nivel de estrés al que fue sometido Jesús


cuando experimentó la hematidrosis. ¿Qué factores contribuyeron
a este nivel de ansiedad?
2. ¿Por qué cree que a Jesús le encantaba el jardín de Getsemaní?
3. ¿Cuál es el significado del nombre “Getsemaní”? ¿Cuál es el
significado de este nombre en referencia a la pasión de Cristo?
4. Jesús sometió obviamente su voluntad a Dios en Getsemaní. Él
entregó su voluntad para sanar nuestra voluntad herida. ¿De qué
maneras se encuentra herida nuestra voluntad? Sea específico.
5. ¿Cómo es que el jardín de Getsemaní revierte la maldición del
jardín del Edén?
6. Describa en sus propias palabras a Jack, el joven árabe enfadado.
¿Qué cambio produjo Jesús en su vida?
7. ¿Por qué es aterrador e intimidante cederle el control a Dios?
¿Por qué es tan importante este sometimiento para que tengamos
una relación de amor con Dios?

Semana 3:
El rostro de Jesús:
recuperemos nuestra identidad

1. ¿Cuáles fueron sus pensamientos, cuando leyó el relato médico al


comienzo de este capítulo que hace la descripción de la forma
como somos realmente purificados internamente por la sangre?
2. Repasemos. Haga una lista de todas las formas específicas en que
se maltrató el rostro de Jesús.
3. ¿Qué representa el rostro que nos ayuda a entender exactamente
lo que Jesús entregó?
4. ¿Está de acuerdo en que la mayoría de las personas tienen
problemas con su propia autoestima? ¿Por qué lo dice?
5. ¿Qué asuntos inusuales tuvo que enfrentar Nick Vujicic? ¿Qué
dolor sintió? ¿Cómo el amor de Dios hizo una diferencia en su
vida?
6. Esta es una pregunta muy personal, pero ¿alguna vez ha sido
víctima del matoneo? ¿Alguna vez ha sentido soledad, depresión,
inseguridad o auto-desprecio? Si es así, ¿cómo responde a las
heridas en el rostro de Jesús?

Semana 4:
La espalda de Jesús:
recobremos nuestra salud

1. Las heridas en la espalda de Jesús son de lejos las más espantosas


de todas sus heridas. ¿Cómo se sintió, cuando leyó el relato de la
flagelación al principio del capítulo?
2. Cuando Jesús sometió la espalda, obviamente entregó su
bienestar físico. ¿Por qué Él haría tal cosa?
3. Haga que alguien del grupo lea en voz alta Isaías 53:3-6. Si bien
estas palabras fueron escritas cientos de años antes de que naciera
Jesús, ¿cómo se asemejan a lo que Jesús experimentó?
4. En sus propias palabras, ¿cómo explicaría la diferencia entre la
verdadera sanidad divina y otros enfoques de sanidad?
5. ¿Cuál fue su respuesta a la sanidad de los ojos de Susana? ¿Qué
piensa sobre su sanidad?
6. ¿Alguna vez ha experimentado la sanidad divina? Cuente su
historia.
7. Reflexione sobre la siguiente afirmación: “No le prometemos la
sanidad, pero le prometemos a Jesús. Él le ama, y Él es sanador”.

Semana 5:
La cabeza de Jesús:
rescatemos nuestra dignidad

1. Cuando pusieron la corona en la cabeza de Jesús, ¿qué


pretendieron expresar los soldados romanos?
2. ¿Cómo se imagina que se sintió Jesús cuando fue víctima de la
burla despiadada?
3. Dado que una corona es normalmente un símbolo de honor, ¿por
qué fue adecuado que Jesús usara la escarnecedora corona de
espinas?
4. Cuando Cristo llevó la corona de espinas, ¿qué fue lo que
entregó?
5. Seamos honestos: ¿de qué maneras se ha perjudicado su
autoestima? Sea específico.
6. Cuando lee la historia de Christy, ¿con qué se identifica? Sea
específico.
7. ¿Qué restauró Jesús en la vida de Christy?

Semana 6:
Las manos de Jesús:
restablezcamos nuestra productividad
1. El verdadero acto de crucifixión comenzó cuando se insertaron
los clavos en las muñecas de Jesús. ¿Qué fue lo que Jesús
obviamente entregó cuando sucedió esto?
2. Antes de que se causara la herida en sus manos, ¿de qué maneras
específicas las usó Jesús?
3. ¿De qué manera el acto de desobediencia en el jardín del Edén
afectó la productividad del género humano?
4. ¿Cuál es el vínculo entre la improductividad y la insatisfacción?
5. ¿Qué aprendemos del hijo pequeño del autor que cogió el cuchillo
de trinchar por el filo?
6. ¿A qué crisis se enfrentó Allan Hartley? ¿Alguno de ustedes
puede identificarse con él?
7. ¿Qué le restableció Jesús a Alllan Hartley?

Semana 7:
Los pies de Jesús:
restauremos nuestra autoridad

1. ¿Qué podemos aprender sobre nosotros mismos de la historia


sobre la transfusión de sangre al comienzo del capítulo? ¿Qué
podemos aprender sobre Jesús?
2. ¿Qué entregó Jesús, cuando Él fue herido en sus pies?
3. ¿Qué resulta significativo acerca de la declaración que hizo Dios
en el jardín del Edén?: “Pondré enemistad entre tú y la mujer, y
entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza,
pero tú le morderás el talón”1
4. ¿Qué principio importante se ilustra en la famosa película
Gladiador ? ¿Qué aprendemos de Máximo que nos recuerda a
Jesús?
5. ¿Qué dificultad experimentó Ibrahim? ¿Qué lección importante le
transmitió Ibrahim a su nuevo amigo musulmán?

Semana 8:
El costado de Jesús:
redimamos nuestro corazón

1. Cuando lee la explicación médica al comienzo de este capítulo


que muestra que la vida está en la sangre, ¿qué aprendió sobre la
sangre de Cristo,?
2. Esta herida final en el corazón ilustra cómo Jesús quiere sanarnos
en el núcleo de lo que somos. ¿Qué significa la siguiente
afirmación: “las heridas del corazón son profundas”?
3. ¿Por qué a la cruz se le llama la “zona cero”? ¿De qué manera
esta es una imagen adecuada?
4. El Dr. Claude Barlow bebió voluntariamente frascos que
contenían la enfermedad para someterse a unos médicos y
encontrar la cura. ¿Qué ilustra esta historia? ¿De qué manera
Jesús hizo algo similar?
5. De las tres heridas específicas del corazón que se identifican en
este capítulo: el rechazo, la inseguridad y la insignificancia,
¿cuáles ha experimentado en su propia vida? Vayamos al plano de
lo personal.
6. En concreto: ¿cómo puede Jesús sanar las heridas de nuestro
corazón? ¿Cómo sana nuestra inseguridad? ¿Nuestros miedos?
¿Nuestra sensación de insignificancia?
7. Describa lo que Donald debió sentir cuando se enteró que su
propio padre maltrató a sus hijos. ¿Qué hizo Jesús por Donald?
8. ¿Por qué es el perdón tan esencial entre nosotros y Dios? ¿Entre
nosotros y otras personas en nuestra vida?

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