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Cecil Crane

Cecil Crane tan sólo tenía 24 años cuando fue referido. “Él vino la semana pasada para solicitar
una rinoplastia”, dijo el cirujano plástico en el teléfono, “pero su nariz a mi parecer se ve
perfecta.

Se lo dije, pero insistió en que había algo mal en ella. He visto antes a pacientes de este tipo si
los opero nunca quedan satisfechos. Es una demanda en potencia”.

Cuando Cecil apareció algunos días después, tenía la nariz más hermosa que el clínico había
visto jamás, excepto por una o dos estatuas griegas. “¿Qué es lo que parece estar mal en ella?”
“Temía que lo preguntara”, dijo Cecil. “Todo el mundo dice eso”.

“¿Pero usted no lo cree?”

“Bueno, me miran chistoso. Incluso en el trabajo—vendo trajes en Macy—en ocasiones siento


que los clientes se dan cuenta. Yo creo que es esta prominencia de aquí”.

Si se le miraba desde cierto ángulo, el área que Cecil señalaba insinuaba una convexidad
mínima. Se quejaba de que le había costado su novia, quien siempre le dijo que para ella se
veía bien. Cansada de que Cecil tratara de mirar su perfil en todos los espejos por los que
pasaba e insistiera todo el tiempo en una cirugía plástica, por fin se fue en búsqueda de pastos
más verdes.

Cecil se sentía infeliz, aunque no deprimido. Aceptaba que estaba convirtiendo su vida en un
caos, pero a pesar de eso había conservado sus intereses en la lectura y en ir al cine. Pensaba
que su interés en el sexo era bueno, aunque no había tenido oportunidad de probarlo desde
que lo abandonara su novia. Su apetito era bueno y su peso era más o menos promedio según
su talla.

El flujo de su pensamiento no mostraba anomalías; su contenido, de manera independiente a


la inquietud por su nariz, parecía ordinario. Incluso admitió que era posible que su nariz fuera
menos fea que lo que el temía, pero pensaba que eso era poco probable.

Cecil no podía decir exactamente en qué momento había comenzado su inquietud respecto de
su nariz. Pudiera haber ocurrido alrededor de la época en que comenzó a rasurarse. Recordaba
haber observado con frecuencia la silueta de su perfil, que había sido recortada en papel negro
durante unas vacaciones en la playa con su familia. Aunque muchos de sus parientes y amigos
habían señalado que tenía buen aspecto, algo le molestaba sobre la nariz. Un día había bajado
el recorte de la pared y, con unas tijeras, había tratado de mejorarlo. En pocos momentos, la
nariz yacía en pedazos en la mesa de la cocina, y Cecil fue castigado sin salir durante un mes.

“Sin duda espero que el cirujano plástico sea un mejor artista de lo que yo soy”, comentó.

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