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¿Filosofía

del Placer
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Ernesto ßark

L La Moral Social; ΙΓ Placeres Altrtiistas


III, La Nueva Fe

MADRID
Biblioteca Get*minai
LIBE. BE ESCRITORES Y ARTISTAS
Calle de Alcalá, 18.
1907
JOSE ORTEGA Y GASSET
BIBLIOTECA
Ν.·- 22fiä__
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O B R A S ])EL MISMO AUTOR

POLÍTICA, SOCIAL
I. E L I N T E R N A C I O N A L I S M O ; I I . E L S O C I A L I S M O

P O S I T I V O ; I I I , L A R E V O L U C I Ó N S O C I A L ; I V . L A R E V O L U -

C I Ó N Y E L A R T E ; V . E S T A D Í S T I C A S O C I A L ;

VI. FILOSOFÍA D E L PLACER.

MODERNISMO
EL A L M A E S P A Ñ O L A
NICOLÁS SALMERÓN
RUSSLAND'S CULTURBEDEUTUNG
DEUTSCHLANDS WELTSTELLUNG
SPANIEN N U D PORTUGAL
LA RU'SIA L I B R E
ALBORADA.-LA INVISIBLE.-AURORA BOREAL

JiL· G M E R A L £XTQUE Y EL· P R O B L E M A I>K KSPAÄA


RECUERDOS BOHEMIOS
ETC. ETC. ETC.
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La felicidad es el fin consciente ó inconsciente de


toda actividad; el egoísmo es la ley necesaria de todos
los seres y de esta raíz crece también el altruismo, aun-
que le hayan querido embellecer para cubrir su origen
y hacer olvidar el fondo negro del corazón humano. Los
egipcios cubrían por esto la imagen de Sais con un velo,
y tenían razón en esconder la verdad ante los ojos de los
necios, porque es espantosa y petrifica-
Al fin ha llegado la humanidad á la madurez, tal vez
á la decrepitud, y los misterios se divulgan en la plaza
pública; ya nadie cree en la moral impuesta por un
Dios y con sanciones penales en este ó en otro mundo;
son cuentos de niños repetidos tan sólo por embaucado-
res inocentes que no se han hecho cargo del cambio so-
brevenido, creyendo que están todavía en la Edad Media.
La moral de hoy es el resultado de las relaciones sociales
de los individuos, la garantía del interés individual
contra las violencias de los demás, un contrato tácito
entre todos para proteger á cada uno, y la moral, así
transformada de divina en social, es por consiguiente
la base de la dicha de cada uno, la condición sin la
cual el individuo sería víctima del egoísmo de los de-
más y necesariamente la introducción ele toda filosofía
del placer.
Parte integrante de la moral social forma la higiene
sockd y que formula los deberes de la sociedad con res-
pecto á las consecuencias desastrosas de los males socia-
les sobre la dicha del individuo; en particular combate
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el alcoholismo, la escrófula, la tuberculosis y demás
enfermedades cuyos efectos en las generaciones siguien-
tes siembran la tristeza y la desesperación en el alma
de millones de desgraciados condenados al nacer á la
desdicha. La miseria, las condiciones antihigiénicas de
las minas, de los talleres y de las fábricas entran en este
importantísimo capítulo de la moral social, deberes so-
ciales que no ha sabido formular ni la moral cristiana
ni la de religión alguna. ¿Y hay todavía quien discuta
la inmensa superioridad de nuestra moral sobre la de
Jesús, Confucio, Mahoma y Buda?
El campo es inmenso y no puedo hacer más que
apuntar lo más esencial, como tampoco puedo dar un
tratado completo de psicología positiva para fundamen-
tar debidamente la psicología de los placeres altruistas.
Todavía está la psicología en las nubes teológicas ó me-
tafísicas, y la positiva del porvenir va abriéndose paso
muy paulatinamente.
Tras infinitos siglos de oscurantismo, en que las tris-
tes consolaciones de una fúnebre religión de ultratum-
ba era la filosofía de placer de la humanidad europea,
entramos en una época de tranquilo goce de las con-
quistas de la civilización. La tierra es nuestro cielo, y
esta vida terrenal nos parece suficiente y á veces sobra-
do campo de actividad para nuestros anhelos.
No es una mera coincidencia que los reformadores de
la vida social llegaron casi todos á formular una síntesis
filosófica, pues la filosofía es el capítulo final de la so-
ciología. Sin embargo, sólo ahora, cuando la humani-
dad ha alcanzado las alturas de su desarrollo, cuando
ya vamos dominando las fuerzas de la naturaleza y, ha-
biendo vencido la ciencia, la justicia y la fraternidad,
empiezan á sustituir en todo el universo á la lúgubre
trinidad antigua, ahora ya puede pensarse en una cien-
cia del placer que abarque todas las escalas de los sen-
timientos agradables y concluya con la filosofía del
dolor y la de la muerte, que es como la tragedia la vil-
tima y más sublime manifestación del arte, el postrer
hermoso capítulo de la vida.
O ma chère douleur ó délicieuse souffrance, exclama Al-
5—
ireclo -de Musset, el poeta femenino que había encontra-
do en el dolor una fuente de placeres, como la encuen-
tran ios mártires de tocias las.religiones, Son manifes-
taciones patológicas que llenan tal vez la mitad de la
historia de la humanidad. Goethe, el optimista olímpi-
co, lo llamó Ja delicia de la melancolía, die Wonne der
Wchmnth, y Chateaubriand y Becker l-θ dedicaron gran
parte de su vida, así como Enrique Heine y los mejo-
res poetas, hasta que llega en Leoparcli, Larra, Pushkin,
Espronceda y Lermon tof á su última consecuencia prác-
tica, el suicidio, la renuncia espontánea á la vida y el
eterno confundirse con la Nada, .la Nirvana, que tam
bien puede significar el Todo, Dios, ia Naturaleza.
¿Dónde está la línea divisoria entre aquellas regiones
etéreas de la filosofía extramunclana del destino del
hombre, la existencia espiritual y las regiones de la poe-
sía? Tampoco es posible marear las fronteras de la filo-
sofía del dolor y de la patología de los sentimientos y las
pasiones, como· lo demuestran las obras de Ribot, Féré,
Dürkheim y otros patólogos y sociólogos. Inmenso es
«1 terreno bajo el punto cíe vista médico-fisiológico, con
sus extremos patológicos de enfermedades mentales, pa-
tología de gustos y afectos y los misteriosos problemas
explorados apenas por la psiquiatría contemporánea
que se confunde con la criminalogía? ¿Y el terrible his-
terismo con sus guerras religiosas y misticismos lú-
gubres cuyos desvarios han enlutado la vida de gran-
des naciones y entristecen la existencia de millones de
familias?
Volúmenes extensosapenaspodrían agotar estas mate-
rias oscura?, pues aún estamos en los principios del es-
tudio de las esfinges que nos presentan los indiscutible?
casos de doble personalidad y otras excentricidades que
denominamos problemas del ocultismo y cayos es-
pectros exigen imperiosamente su puesto en una-filoso-
fía del placer que penetre hasta los repliegues más re-
cónditos de la vida humana.
Por sublime que sea la poesía del Bel morir, más gran// ,ο^Ο^
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ele y humana es la ele vivir una vida hermosa endemé'-;' ft
cida por los tesoros que nos brincia la tierra y lasíífjj
If

BIBLIOTECA,
—6 —
quezas de amor que ensancha nuestro corazón. La vida
moderna es más intensa en goces y placeres que la de
las épocas juveniles de la humanidad, la de Grecia y
de Roma. Parece que el viejo globo ha alcanzado la di-
chosa edad donde se acaba de doblar la cumbre de la
vida, lleno de experiencia é iluminado aún por los re-
flejos crepusculares de los ideales y apasionamientos de
la juventud.
Inmensamente dolorosa ha sido la larga peregrina»
ción del hombre desde la esclavitud de la naturaleza, y
la ignorancia del salvaje hasta las tenebrosas ignomi-
nias de las épocas dominadas por teocracias, monar-
quías y plutocracias. El concepto de aquel mundo de
tinieblas reflejan las obras literarias y el arte, y ¡cuan
pobre y triste es esta herencia de siglos! Algunas esca-
sas lumbreras en Grecia y Roma y después un chisbo-
roteo alegre en la Italia del Renacimiento, hasta que,
al fin, despierta la humanidad bajo la clara luz del
criticismo de Hume, Locke, Leibnitz, Descartes y
Kant, y por primera vez intentan Hegel, Schopenhauer
y Augusto Comte presentar una concepción filosófica
del mundo desligada de toda impureza teológica, sin
poderse librar del todo de las reminiscencias del pasado
que empañan la clara visión de estos grandes pensado-
res, hasta el punto de que el más grande de ellos, el hu-
morista de Fránkfort, podía perderse en e] laberinto del
pesimismo, cuyas malezas espesas cubren las orillas
del Ganges exhalando los olores penetrantes de la flor
de-Lotus, que embriagan la inteligencia humana.
Este libro resume y tal vez corona la obra de toda
una vida de luchas por la emancipación de los pueblos;
es la flor que se abre cuando el árbol llega á su madu-
rez. No es una telaraña de teoría enrevesada, de metafí-
sicas nebulosas, sino una filosofía vivida y experimen-
tada; á cada concepto corresponden imágenes perfecta-
mente claras y reales y cada frase es la síntesis de una
amplia visión de la vida.

Efrnesto Bat*k.
Madrid.
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Incalculables desgracias trajo el error filosófico délos


pensadores ele Grecia y Roma. El sensualismo de los
epicúreos, su culto á los placeres groseros de los senti-
dos, minaba aquella hermosa civilización haciéndola
impotente para resistir á la invasión de los bárbaros,
cuyo rudo vigor venció á los debilitados sibaritas; y so-
bre las ruinas de la filosofía clásica de Platón y Aristó-
teles se levantaba el espectro descarnado del esplritua-
lismo cristiano sepultando á Europa en una noche
quince veces secular.
No vieroa al individuo en su necesaria relación con
la familia, la patria y la humanidad, al átomo que sin
estos círculos de intereses altruistas perecería lastimo-
samente, sino al individuo superhombre, al ya fuerte y
satisfecho en el egoísta aislamiento para el cual el mun-
do que le rodea sólo existe en cuanto puede contribuir al
goce de sus sentidos.
¿Evitará nuestra época aquel error? ¿Hay bárbaros
acechando para arrojarse sobre la Atenas y Roma de hoy
y otra superstición religiosa, tan funesta y obscuran-
tista como la cristiana, amenaza quemar las bibliote-
cas y abrasar al fuego lento de otra Inquisición á los
hombres que piensan libremente? ¿Estaría reservada á
la pobre humanidad una decadencia tan triste bajo el
yugo del fanatismo y de la ignorancia? ¿Sería el pasado
ana hermosa primavera y fuera verdad que el género
humano haya alcanzado la decrepitud eenil y que la Tie-
rra enfriada y débilmente calentada por los rayos del
—s—
sol, se aproximará á la muerte, á las resiones del eterno
hielo?
Un grosero sensualismo domina impúdicamente las
naciones menos contagiadas aún por los efluvios sensua-
les que emana París y la brutalidad del advenedizo enri-
quecido por la audacia ele los yankees, padecen del vi-
rus tal vez no menos ponzoñoso del píutocratismo y
esta vergüenza de nuestra civilización ha llegado á im-
ponerse tanto que el emperador de la culta y espiritual
Alemania, la Grecia moderna donde los bienes ideales
hallaron siempre templos llenos de devotos, y de la mo-
derna Roma, Inglaterra, cuyos crímenes de avara 3^ sa-
tánica ambición han espiado los Shakespeare, Milton,
Bul wer, Dickens, Carryle, Byron y Longfellow, dignos
rivales de Virgilio, Tácito, Marcial, Lucanoy Lucrecio,
se han envilecido hasta el punto de servir el capital
alemán é inglés para esclavizar á los griegos y armenios
bajo el yugo de los turcos y á los heroicos boers y á la
desgraciada India.
Contra estos peligros se levantan dos corrientes po-
derosísimas: la ciencia, cuya manifestación más eleva-
da es la filosofía y la sociología, y la inmensa aspiración
de solidaridad nacida en los abismos de las sociedades
y á cuyo arranque aplastante no podrán resistir las ca-
denas de oro que amenazan esclavizar y envilecer otra
vez los pueblos resucitados á la civilización; pero este
arranque no está sin mezcla de peligrosos factores de em -
brutecimien to, pues tal vez les sucederá como á los bár-
baros que trajeron á la coriompida Roma su vigor sin
ser capaces cíe resistir á las pérfidas armas del oscuran-
tismo místico que les subyugó finalmente,
¿Sabrá conservar su carácter científico la regeneración
social, ó tienen razón los jesuítas, que esperan del cata-
clismo proletario la resurrección de su tenebrosa Ciudad
de Dios?
Indiscutiblemente, se identifica hoy la filosofía mo-
derna con el movimiento social ν las inteligencias más
excelsas en las aulas son los guías de los regeneradores
en las fábricas y los talleres. Hegel era el maestro de
Bakunin, Proudhon y Marx, y Kropotkin, Reclus,
— o—
Jaurès, Tolstoy y la inmensa falange de los apóstoles
del socialismo, son educados en el positivismo contem-
poráneo de Kant, Compte, Stuart-Mill y Spencer.
La personalidad más eminente de los filósofos con-
temporáneos de Alemania, Guillermo Wundt, demues-
tra que este gran país ha vencido definitivamente las
nieblas teológicas y metafísicas y que ha entrado en el
período positivo, Su obra monumental pone el fun-
damento á la moral social, derrumbando las inocenta-
das de la «razón práctica» de Kant, tan donosamente
ridiculizadas por Schopenhauer como vestigio vergon-
zante del decálogo de los hebreos del antiguo testa-
mento.
El famoso fundador de la psicología fisiológica reco-
noce que los conceptos morales son un producto nece-
sario del desarrollo social y, por consiguiente, sujetos á
variaciones según la época, el país, la raza, las influen-
cias topográficas y climitológicas, etc. No reconoce ya
una moral absoluta, sino exclusivamente la moral re-
lativa, social.
Otro pensador no menos grande, el filósofo más no-
table de la-Francia contemporánea, Guyau, subraya
las mismas ideas de su colega germánico escribiendo,
al tratar de las influencias de la herencia y la educa-
ción, que «el principio de todo desequilibrio fuese qui-
zás moral y social: la .mayoría de los espíritus desequi-
librados carecen de sentimientos altruistas. La educación
y sugestión hubieran podido restablecer el equilibrio
interior desarrollando sus sentimientos. Moralizando á
la gente se establecería el equilibrio no tan sólo en su
conducta, sino también en su inteligencia y en lo más
profundo de su. alma; y este equilibrio es al mismo
tiempo armonía con los demás, sociabilidad».
Las dos eminencias citadas son lo? tipos representa-
tivos de sus naciones respectivas y caracterizan amplias
corrientes, cuyos caudales fértiles apoyarían la victoria
del concepto de mundo antisensualista é idealista en
cuanto á lo social por que abogamos. Por ahí van los
Hipólito Taine, Ernesto Renan, Ilibofc, y por ahi iban
- 10 -
los grandes pensadores, Balzac, Víctor Hugo y la George
Sand.
El célebre profesor de Leipzig es el portaestandarte
de la antigua tradición alemana, que ha sido momen-
táneamente oscurecida por las brutalidades del milita-
rismo prusiano y lag manías del desequilibrado coro-
nado, cuyos talentos indiscutibles no dejan de dismi-
nuir los terribles peligros que representa su desmedida
ambición para la nación alemana, la paz del mundo y el
desarrollo sano de las ideáis y los sentimientos de nues-
tra época. Las locuras de un individuo pueden ser bien
funestas á la humanidad. Napoleón I hizo perder gran
parte de las ventajas que la humanidad hubiera podido
obtener, por los nobles entusiasmos desplegados por la
gran revolución francesa.
El problema social no se limita á ser una «cuestión
de estómago» de los proletarios, como se lo figuran los
miopes sectarios de los «partidos obreros». «Quien com-
prende los signos de los tiempos, dice el filósofo Ludwig
Stein de Berna en su hermosa obra La cuestión social bajo
la luz de la filosofía. (Stuttgart, 1897), entiende que se
trata de la lucha por un nuevo contenido de la vida, de
una filosofía social. No hay que olvidar que al lado de
los problemas económicos encierra la cuestión social
problemas religiosos, morales, pedagógicos, filosófico-
jurídicos y estéticos, complicando la solución y hacién-
dola imposible. De todas las ciencias debemos buscar el
material·; y los representantes de la filosofía están obli-
gados á contribuir á la solución. Los primeros ensayos
para formular el problema social han sido hechos preci-
samente por filósofos (Saint Simón). El problema social
es más difícil de resolver de lo que muchos creen, por-
que se complica con los más altos pióblemas religiosos
y morales de la humanidad. No es sólo la emancipa-
ción del equivocadamente llamado cuarto estado, que
sólo es el abecedario del socialismo. Para que el socia-
lismo represente el progreso, debe saturarse de elemen-
tos puramente religiosos (no de dogmas de iglesia) y
morales; será ético ó no será>. El pensador alemán
— J l -

exige,con razón, que el socialismo sea el ideal, la «nue-


va fe» de la humanidad.
Dilícil sería citar un nombre ilustre del socialismo
que no fuera celebrado también como filósofo: Saint
Simón y Pierre Lerroux son filósofos, La Humanidad
(1840) de este último es tan profundo como Heráclito de
Lassalle, y hasta Mars y Bakunin habíanse inspirado
en las aulas de la filosofía, como más tarde During y el
autor de E¿ dolor universal, Sebastián Faure y Pedro Law-
rof, el jefe del colectivismo metafísico de Rusia. \
todos ellos son optimistas en oposición consciente al pe-
simismo cristiano, que representa la decadencia, el cles-
mayarde la humanidad y la victoria de la barbarie sobre
la civilización griego-romana. La invasión del budismo
marchitó la hermosa filosofía griega y el socialismo
moderno se opone conscientemente al neo-budismo ele
Schopenhauer, afirmando el optimismo clásico, sano y
hermoso. El socialismo es el renacimiento del clasicis-
mo y continúa la obra del cUig%&ñmüu de Kaíael y Miguel
Angel.
No ee trata del estrecho sectarismo de un Marx ó
Proudhon, sino de una irresistible corriente civilizado-
ra que arrastra consigo todo lo que se le oponga. Difícil
es, naturalmente, á los contemporáneos discernir lo
epencial de lo accidental y no confundir los elementos
puramente destructivos, negativos, con los reconstruc-
tores, los creadores.
Desequilibrados egoístas como Nordau y Nietsche
coinciden con las almas nobles y grandes como Tolstoi,
TuTgueñef, Séverine y Vogüe censurando la sociedad ac-
tual. «Mentira en la forma y en el corazón, como se ex-
presa el último de los citados, mentira en pensamientos
y en palabras, mentira literaria y política, mentira de
falsas glorias, de falsos talentos, de falso dinero, de fal-
sos nombres, de falsas opiniones y de falsos amores;
mentira de todo y hasta de lo mejor, del arte, de la idea,
del sentimiento, del bien público; porque ya no se les
da un fin por sí mismo, sino se les rebaja para servir
únicamente como medios del reclamo y del lucro.»
¿Qné socialista pudiera atacar más rudamente al orden
social de hoy? Otro de nuestros aliados del campo opues-
to, Le Bon, exclama: «Odio y envidia en las capas pro-
fundas; indiferencia, egoísmo y culto excesivo ele la ri-
queza en las capas directoras; pesimismo en los pensa-
dores, tales son las tendencias generales modernas.
Bien sólida debe ser una sociedad para resistir á tales
causas de disolución. »
¡Y este desgraciado combate el socialismo, en cuyo
cauce fecundo engrandece y madura la nueva concep-
ción ética de la humanidad!
Constantemente transformándose está la moral social
á menudo en contradicción con la moral de hoy par-
ticular, y Gabriel Tarde presenta su opinión sobre este
conflicto en su obra «La transformación del poder»
(París, 1899) al ahogar por la primera: «Un hombre de
Estado ayuda al progreso de la moral aparentando des-
conocerla, siempre que su manera de obrar tuviese por
efecto, ai generalizarse, de ensanchar ó profundizar el
campo social, aumentar la esfera de la simpatía y de lo
solidaridad. Es, al contrario, moralmente retrógada
cuando la generalización de su acción tuviera por con-
secuencia la reducción de aquella esfera social. » La so-
lidaridad es el ideal moderno ν la medida de la moraíi-
dad es el bien colectivo, tan distinto de la moral cris-
tiana.
Coincide con el criterio del metafísico Tarde el liber-
tario Sebastián Faure, que formula, como sigue, el fun-
damento de la moral social, que no necesita la sanción
de Dios alguno, y cuya síntesis en la práctica es la fór-
mula de Jesús'· el Amor: «La conciencia no es más que
«un conjunto ele asociaciones de ideas, y por consiguien-
te de costumbres, agrupadas alrededor de un centro»
que varía con la época, el medio, la edad, la situación
social de cada individuo; que, por tanto, hablar de mo-
ral, de aspiraciones, de temores de felicitaciones y re-
proches de la conciencia,, es reconocer con Taine, el
filósofo académico muerto recientemente, que «].a virtud
y el vicio son dos productos como el azúcar y el vitrio-
lo» pues que la conciencia en sí no es más que un efecto
variable por esencia, y no una causa fija, inmutable.
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Con esas palabras abstractas, «principios, deber, con-
ciencia», especie de dogmas morales tan caras á las es-
cuelas metafísicas de todos los países, es con las que
han arrullado nuestra niñez, y confieso que sólo á costa
de luchar se llega á desembarazarse de ese Jules-Simonis-
mi obscuro y peligroso »
Otro libertario, Reclus, expone la moral altruista so-
cial oponiéndola á la estrecha y en el fondo repugnante-
mente egoísta moral cristiana. «La antigua fe que los
rezagados nos predican todavía, desaparece detrás de
nosotros como una niebla: en vano quiere acomodarse al
progreso del siglo, «beatificar» aquellos á quienes antes
quemaba, haciéndose evolucionista, republicana y hasta
socialista; ya no corresponde á las exigencias del hom-
bre moderno: la bola de plomo de milagros y dogmas
que arrastra tras sí, impide su marcha, y su moral, que
es en sustancia la de la resignación y de un pesimismo
consolado por lejanas esperanzas, no puede medirse con
la moral puramente humana que desarrolla las energías
en toda su plenitud. Así se aleja la religión, y compren-
do la palabra en el sentido noble de arrebato y amor
hacia un ideal superior, más y más del misterio y de lo
desconocido para ocuparse de los seres del mundo cono-
cido ó sea de la humanidad. ¿Pierde por esto en profun-
didad, intensidad y poder de abnegación? ¿Es aquel
quien se sacrifica gratuitamente sin esperanza de recom-
pensa inferior á aquel quien se castiga ó se sacrifica A
las obras buenas por su «salvación»?
«Los escritores de la antigüedad nos han dejado ad-
mirables tratados de moral y de filosofía sobre la educa-
ción del hombre que sabe buscar la sabiduría y á ja vez
la felicidad dominando sus pasiones, corrigiendo su ca-
rácter, elevando sus ideas y disminuyendo sus necesi-
dades. Tales palabras de Lucrecio, Zenon, Epicteto, Sé-
neca y hasta Horacio, son inmortales, que se repetirán
de generación á generación y que contribuirán á enalte-
cer el ideal humano y el valer de los individuos. Pero
hoy ya no se trata más de esta obra puramente personal
del heroísmo estoico, se trata de conquistar por la educa-
ción y la solidaridad parala sociedad entera lo que nues-
— 14 —
tros antecesores buscaban para el individuo sólo; la hu-
manidad tiene que constituirse en su conciencia moral
orientándose con energía y método hacia su felicidad, ó
sea hacia el funcionamiento normal de su libertad, ¿Ko
es suficiente esta inmensa obra para abarcar todas las
energías, todos los afectos y todo el poder intelectual y
moral de cada uno de nosotros? ¿Pero podremos alcanzar
esta dicha? Aquí se presenta la cuestión social en toda
su amplitud, porque el pan sólo no satisface á los di-
chosos, necesitan también el libre desarrollo de 3a indi-
vidualidad en condiciones de igualdad con los otros
hombres sin mando ni servidumbre. »
¡Qué bella unión entre la verdad, la moral, lo bello y
la dicha! Así comprendida es ser dichoso ser virtuoso,
sabio y amante de la hermosura.
Otro fundador de la moral científica que surge de los
hechos sin acordarse para nada de los conceptos metan -
sicos y teológicos que extraviaron al mismo Kant, es
Guyau, cuyas obras «La moral ele Epicuro y sus rela-
ciones con las doctrinas contemporáneas», «La religión
del porvenir», «La moral inglesa contemporánea», «Los
problemas de la estética contemporánea>, «Bosquejo de
una moral sin obligación ni sanción», «El arte bajo el
punto cíe vista sociológico», y «Educación y herencia»,
han hecho una verdadera revolución filosófica. Su siste-
ma moral se resume en la última obra, en los párrafos
siguientes, que indican los tres grados del desarrollo del
instinto moral:
1.° Impulso mecánico que sólo aparece momentá-
neamente en la consciencia para traducirse en ella en
ciegas inclinaciones ν sentimientos no razonados.
2.° Impulso impedido sin ser destruido que tiene la
tendencia por esto mismo ele invadir la consciencia y de
traducirse sin cesar en ella en sentimiento y de producir
una obsesión dtiradera.
3.° Idea-fuerza. El sentimiento moral al reunir al-
rededor suvo un número creciente de. sentimientos y de
ideas, se hace no tan sólo un centro de emociones, sino
un objeto de consciencia refleja. Entonces nace la obli-
gación: es una especie ele obsesión razonada, una obsesión
„ i O -

que la razón fortalece en lugar de disolver, Apoderarse


de la consciencia de deberes morales, es apoderarse de la
consciencia de poderes interiores y superiores que se des-
arrollan en nosotros empujándonos á obrar, de ideas que
tienden á realizarse por su fuerza propia, de sentimientos
que por su misma evolución tienden á socializarse, á im-
pïegnarse de toda la sensibilidad existente en la humanidad
y en el progreso,
«La obligación moral es, en una palabra, la doble
consciencia: 1.°, del poder y de la fecundidad de ideas-
fuerzas superiores que se aproximan á lo universal;
2.°, de la resistencia de las inclinaciones contrarias y
egoístas. La tendencia de la vida al máximum ele inten-
sidad y de expansión es la voluntad elemental; los fenó-
menos de impulsión irresistible, de simple obsesión du-
radera, en fin, la obligación moral, son el resultado de
los conflictos ó de las armonías de esta voluntad elemen-
tal con todas las otras inclinaciones del alma humana.
No hay otra solución ele estos conflictos que la investi-
gación y el reconocimiento de la inclinación normal
que encierra en nosotros más auxiliares, que se ha aso-
ciado al mayor número de nuestras otras inclinaciones
duraderas, y que nos envuelve de este modo con los más
apretados lazos- En otras palabras, es la investigación
de la inclinación más compleja y á la vez mis persistente.
Pues estos caracteres pertenecen á la inclinación hacia lo
universal. La acción moral es, pues, como el sonido que
despierta en nosotros las vibraciones más armoniosas y á
la vez más duraderas y ricas,»
La consecuencia práctica de esta profunda definición
resume Guyauen la frase: «Una moral positiva y cien-
tífica solo puede mandar al individuo: desarrolla tu
vida en todas las direcciones, sea un individuo lo más
rico posible en energía intensiva y extensiva; por esto
sea el ser más social y más sociable.»
Uno de los problemas más discutidos, la abnegación,
el martirio, la negación del yo, explica el autor como
derivación del placer del peligro: «el peligro afrontado
por sí ó por otros, temeridad ó abnegación, no es una
pura negación del «yOÍ y de la vida personal: es la vida mis •
— 16 —
ma llevada hasta lo sublime, Lo sublime en la moral y
la estética parece al principio en contradicción con el
orden que constituye más propiamente la belleza; pero
esto es sólo una contradicción superficial: lo sublime
tiene las mismas raíces que lo bello, y la intensidad de
sentimientos que supone no impide una cierta raciona-
lidad interior». Schopenhauer percibe en los actos de
abnegación la renuncia de la voluntad de vivir según
su ascetismo budista. Abandonando estas alturas meta-
físicas se hallarán móviles y explicaciones mucho más
«humanas»: el soldado va á la batalla por fuerza para
no ser fusilado como desertor; un obrero se arroja tras
otro al pozo que tragó al primero, ó por instinto de imi-
tación, ó sencillamente por ignorar el peligro, ó, en fin,
bajo la impresión del momento por irreflexión; una ma-
dre se arroja tras su hijo al agua empujada porel instinto
maternal. Quitad el velo de la ilusión, y la mayor parte
de sacrificios sublimes dejarán de realizarse; la reflexión
los destruye, la razón se impone á los sentimientos y á
los nervios.
Si Spencer cree.con los libertarios que los hombres
del porvenir librarán batallas por gozar el privilegio de
sacrificar su vida, nosotros creemos, al contrario, en el
creciente dominio del «egoísmo razonable> sobre los
sentimientos. El hombre del porvenir será más calmoso
y racional porque tendrá mayor conciencia de sí y de los
móviles que determinan sus acciones. Decir con Guy au
que la sangre de los mártires «ha fecundado el porve-
nir», es muy bonito y poético, pero poco verdad. ¿Qué
surcos han fertilizado los mil mártires, víctimas de la
Inquisición, que durante tres siglos han sido inmolados
anualmente en holocausto á la barbarie clerical y á la
ambición de la Eoma papal? Miguel Servet hubiera ser-
vido más á la ciencia si continuara sus estudios fisioló-
gicos en lugar de entregarse al fanático Zwingli. Lu tero
ha hecho muy bien en huir á los perseguidores papales
é imperiales escondiéndose en la Wartburg para apro-
vechar el tiempo traduciendo la Biblia. Mucho me temo
que el porvenir se encogerá de hombros compasivamen-
te leyendo estos inútiles sacrificios de energías huma-
— 17 -

nas. Ni Confucio, ni Buda, ni, menos aún Mahoma,


eran mártires, y sin embargo sus religiones lian pros-
perado más que la de Jesús.
Ali, Guy au se pone en buen terreno al exclamar con
respecto al suicidio: «Hay que sentirlo de que la sociedad
no trata ele transformar lo más posible los suicidios en
abnegación de la vida. Se debiera ofrecer siempre cierto
número de empresas peligrosas á los desilusionados de
la vida.» Bravo, implícitamente significaría esto legali-
zar el suicidio, teoría que recomendaré en el capítulo
próximo y que indiqué al hablar del concepto artístico
que puede llegar á la «obligación estética» de] suicidio
para terminar una vida rica y hermosa por una escena
final de sublime poesía, en lugar de apagarse pobremen-
te quedando reducida tal vez á la existencia vegetal de
un anciano imbécil. «Sin ser irracional, decimos con el
autor, puede sacrificarse á veces la totalidad de la exis-
tencia por uno de estos momentos grandes de intensi-
dad ele la vida que valen la serie posible de años, como
se puede preferir un sólo verso á todo un poema. »
Creación esencialmente inglesa, ha pecado el utilita-
rismo ele Behtham, Mili y Spencer, por un racionalis-
mo frío, calculador, que no hacía justicia al factor sen-
timiento é imaginación en las acciones humanas. Dra-
per, Buckle, Lecky, Morley, pertenecen áesta corriente:
3a razón, la ciencia es el hilo rojo que ven por tóelas par-
tes en la historia de la humanidad, mientras que apenas
aperciben el desarrollo de los sentimientos y de la parte
estética, del arte. Guyau ha continuado la corriente, cuyo
punto ele partida hay que buscar en Epicuro, sinteti-
zándola bajo la influencia de la sociología moderna. Así
ha creado la verdadera Moral sooial. "La moral nace por
la socieelad ν no tiene existencia fuera de ella. «La vida
es como el fuego, se conserva sólo comunicándose. Esto
se refiere á la inteligencia lo mismo que al cuerpo;
tan imposible es encerrar la inteligencia en sí misma
como la llama; están hechas para desprender rayos de
luz. La sensibilidad tiene la misma fuerza ele expan-
sión: es preciso compartir nuestra alegría y nuestro
dolor. Todo nuestro ser es sociable: la vida no conoce las
2
— 18 —
clasificaciones ν divisiones absolutas de los lógicos y
metafísicos: no puede ser completamente egoísta aun-
que lo quisiera. Somos accesibles por todas partes: inva-
didos é invasores. Es por la ley fundamental biológica:
la vida no e$ sólo nutrición, sino producción y fecundidad.
Vivir es lo mismo gastar como adquirir. De la creciente
fusión de las sensibilidades y del carácter siempre más
sociable de los placeres elevados, resulta una especie de
deber ó necesidad superior que nos une natural y racio-
nalmente con los demás. En virtud de la evolución se
ensanchan nuestros placeres haciéndose más y más im-
personales; no podemos gozar en nuestro «yo> como en
una isla aislada: el ambiente al cual nos adaptamos
cada día más, es la sociedad humana, y no podemos »er
felices fuera de eete-ambiente ni respirar otro aire. La
felicidad puramente egoísta de ciertos epicúreos es una
quimera,una abstracción, una imposibilidad: los verda-
deros placeres humanos son todos más ó menos sociales.
En lugar de ser una verdadera afirmación de sí mismo,
es el egoísmo puro: una mutilación de sí mismo. Hay así
en nuestra actividad, inteligencia y sensibilidad, una
presión que se ejerce en el sentido altruista, tina fuerza
de expansión tan poderosa como la que obra sobre los
astros: hecha consciente de en poder, esta fuerza ge llama
deber. Este tesoro de espontaneidad natural es la vida,
que al mismo tiempo cree la riqueza moral,»
* *
Dentro de la moral social caben los grandes actos de
abnegación, el sacrificio de la vida por los semejantes
por puro altruismo. Los santos nuestros son infinita-
mente superiores á los pobres egoístas del calendario
cristiano, que morían por la dicha eterna de su pobre
«yo», el individuo, este átomo risible de la luz -astral,
si, en efecto, existe el espíritu como fluido eterno.
Mucho se ha discutido y desbarratado sobre el va] or
moral del tiranicidio, y siempre se repiten los mismos
lugares comunes contra él. El gran Schiller cortó el
nudo declarándolo no tan sólo un derecho, sino un de-
ber idealizando la mítica figura de Guillermo Tell, el
prototipo de Jos Caserío, Angiolillo y Artal.
- 10 —
Dejemos al lector que juzgue imparciaîmente, dés*
pues de haber leído con atención las hermosas frases
que el gran corazón de la señora de Séverine dedica al
problema en su célebre artículo dirigido á las mujeres
francesas.
«Cuando Bruto eliminó á Tarquino, porque la ador-
midera desafía arrogantemente á la multitud, porque
su cáliz vierte demasiado veneno mortal, perversos in-
somnios en el corazón de los ciudadanos, no hace más
que imitar á sus precursores; sigue la senda de los hé-
roes griegos, hebreos y egipcios, glorificados en los pa-
piros ó en marmóreas estatuas, bajo el puro cielo de
Atenas,
»Por mucho que uno se remonte en la historia, en-
frente del que ostenta la diadema, surge el que esgrime
el puñal.
»¿Por qué"?
»Aquí el problema se detiene, enredándose en el la-
berinto de la casuística. El evangelio mismo, tiene
para tocios los gustos. El dice» y con razón: «No mata-
rás»—lo cual nos parece á nosotras, las mujeres, como
la suprema moral—; pero, casi á renglón seguido, agre-
ga el correctivo que ha formulado así el poeta*.
»Quien á hierro mata, á hierro muere«
»¿Cómo pensar entonces?
»Judit es venerada por su pueblo; Carlota sigue sien-
do «el aogel exterminado!·». Con poco que cambie el
régimen, aquella cuya cabeza fué cortada con gran apa-
rato en plaza publica, será justificada primero, y des-
pués erigida en estatua. Se hacen investigaciones y se
escriben libros en los que aparece el desinterés personal
que originó su acto. Los niños leen, escuchan, se forman
un carácter «romano», como se decía otras veces... y, si
no echan mano al cuchillo, por lo menos contemplan
sin espanto al que lo recoge y lo eleva. ¡El mismo mo-
vimiento automático, dibujando la misma sombra so-
bre el muro de la historial
»¡El hacha del verdugo, que decapita á Carlos I, la
cuchilla del patíbulo, que guillotina á Luis XVI, y el
— 20 —
estilete que brilla en la mano de los «justicieros», no
son mávS que una misma, cosa en el fondo.
«He puesto á la cabeza del presente artículo el verse*
famoso en que Hugo aconsejaba (digámoslo con fran-
queza) la ejecución de Napoleón III.
Hay otra opinión, que será curioso poner en para*
Jelo con la anterior: la de madame (Javaignae. la viuda
del convencional, madre del general que fué tan impla-
cable con \QS> insurrectos de Junio y del republicano
Godefroid,
En sus Memoriasy curiosas por más de un titulo, he
aquí, en efecto, lo que se puede leer:
«Se esfuerzan vanamente los que se empeñan en ha-
cer del regicidio un homicidio aparte, como mil veces
más criminal que el otro, cuando en realidad no es otra
cosa más que el sólo recurso posible del derecho contra
la opresión. »
«Me parece muy natural que los que se colocan por
encima ele las leyes se hallen, precisamente por eso
mismo» puestos fuera de la ley, y que con ellos uhóten-
ga derecho á hacerse justicia' por sí mismo, ya que ía
sociedad se niega à ello. »
«JBil que hubiera matado á Carlos IX, cuando se ha-
llaba dispuesto á ordenar la Saint Barthélémy, y que al
hacerlo así hubiese sabido era á costa de su propia vida»
aun cuando- se la quitaran en el patíbulo como á un
criminal, ¿dejaría por eso de ser un mártir que se sa-
crificaba por su país y por Ja humanidad? Sobre esto
ella concuerda con Luis XVIII, tan misericordioso con
los regicidas que le habían proporcionado un trono. Y
á esa misma escuela precisamente pertenecía la víctima
de hoy; ese rey Humberto que, filosóficamente, califica-
ba dicho peligro de «percances del oficio».
«Y es que, dueño de Italia, estaba imbuido en la tra-
dición latina; recordándole cada piedra del palacio,
cada atrio del templo y cada grada del altar, que el ti-
ranicidio había contribuido por la federación de lasaras
y la complicidad de las represalias, á crear esa unidad
de la cual se encontraba él beneficiado.
¡Como base de sus cimientos, el Quirinal tiene toda
21

la sangre vertida ele los principillos despóticos; de los


Farnesios, ele los Borgias y de los'Mediéis!
Indudablemente debía recordar también la proclama
mazziniana que su ministro Crispí, entonces .conspira-
dor, había contribuido á redactar y repartir.
En dicho documento se trataba del rey de Ñapóles.
«Considerando que el homicidio político no es un de-
lito, y mucho menos cuando se trata de deshacerse de
mi enemigo que tiene en su mano medios poderosos y
que puede, de un modo ó de otro, hacer imposible la
emancipación de un pueblo grande y generoso; consi-
derando que Fernando de Ñapóles es el enemigo más
encarnizado de la independencia italiana y de la liber-
tad de su pueblo;
«Se aprueba la resolución siguiente, que deberá ser
publicada por todos los medios posibles en el reino de
Ñapóles: «8e ofrece una recompensa de cien mil duca-
dos á aquel ó aquellos que libren á Italia de dicho tira-
no; y como en las arcas del comité no hay más que
65.000, los 35.000 restantes serán cubiertos por sus-
cripción . »
Recordaría que Argesilao Milano, el primero que se
aventuró áintentar realizar tal aspiración, no fué afor-
tunado en su empresa, y en ella perdió la vida; siendo
después, en memoria y en efigie, objeto de la más com-
pleta rehabilitación; tanto, que el mismo Crispí pudo
decir en la tribuna parlamentaria, hablando de esa ten-
tativa de regicidio:
«Ese acto audaz no habrá ningún patriota que lo cen-
sure» ; proponiendo que el tesoro italiano pasara una
pensión á la familia del ejecutado.
También podía evocar igualmente, Humberto de Sa-
boya, la inscripción qué lleva gloriosamente sobre su
escudo una casa de Plaisance. Ella fué grabada hace
cuatro años, é inaugurada con el mayor entusiasmo
para la edificación del pueblo.
He aquí el texto:
«Al atravesar Plaisance, antes de pisar el libro suelo
piamontés, Félix Orsini pasó la noche del 5 de Abril
de 1856 en esta casa de Eduardo Guglielmitti, seguro
— 22 —
asilo de los refugiados italianos, para ϊτ desde allí á
cumplir, en las orillas del Sena, ese juramento terrible
que expió sobre el cadalso, condenado por los tribuna-
les, pero san tincado por el amor á la patria.»
La reciente absolución de Arredondo—acompaña-
da de felicitaciones — debió haber conturbado su es-
píritu.
En fin, penetrando .más profundamente todavía en
los arcanos del destino, ilumkiado por esos resplando-
res que la suerte concede algunas veces á los que van á
desaparecer, tal vez también al pronunciar estas pala-
bras de una verdad profunda—«la consecuencia de la
profesión »—había medido el rey ele Italia el peso y el
precio de sus prerogativas opuestas á los deberes, á las
obligaciones de la masa. {Cuántos privilegios; pero
cuántas responsabilidades también 1
]En dirección á él, sobre su cabeza, es donde debía
forjarse el rayo! jA él le corresponde, eomo reyf pagar
por el hambre del pueblo la sangre derramada, las tor-
turas de la prisión, las lágrimas de las viudas y las im-
precaciones de los cautivos. Y por los gritos de las be-
llas señoritas de Milán, inclinadas sobre sus balcones,
señalando con sus dedos finos y ensortijados, los pechos
descarnados de los trabajadores, de los que se rebelan
contra la miseria, y gritándole á los soldados con una
sonrisa lanzada eómó una flor:
«¡Afinad la puntería y tirad bien!»
«Ño matarás»... Sí; esa es la verdadera moral, laúni-
ea buena. ¿Pero no sería de desear también que en sus
relaciones con la carne de cañón, de trabajo y de placer;
eon todo el rebaño humano, en fin, agobiado bajo su
férreo yugo, los señores soberanos empezarau dando ei
ejemplo?
La escuela alemana de Carlos Marx afirma que el ca-
pitalismo acabará en breve de acaparar toda la riqueza
del mundo y entonces bastará un pequeño esfuerzo
para quitar de en medio estos emperadores del oro para
realizar el ideal del colectivismo marxista.
Bíxtensamenté y con un cúmulo de datos estadísticos
he demostrado en mi libro SOCÍ<ZIÍ$MO positivo lo ilusorio
- L'3 —

de estas esperanzas: la perfidia del capitalismo está tra-


bajando con éxito en interesar á millones de proletarios
en el régimen actual por medio de las llamadas leyes
sociales que en el fondo se parecen todas en querer su-
jetar ai obrero por unos despreciables mendrugos que
se le arroja. Así hay en Alemania siete (!¡) millones de
«asegurados» gracias ala criminal comedia de Bismark
y Compañía y en Francia siguen el mismo camino.
Estos «asegurados» contra la vejez, etc., son interesa-
dos en el estado social presente y desempeñan el papel
de perros de presa contra la revolución como en España
y en todas partes lo desempeña el proletariado de las
clase» medias, los dependientes de toda clase, los emplea -
dillos oficiales y privados y el enjambre de intelectuales
que trabajan por sueldos irrisorios en los bufetes de los
caciques y oligarcas, las redacciones de periódicos, los
colegios ele directores negociantes, etc., etc.
Son proletarios con los vicios y las aspiraciones de ex-
plotadores; unos cuantos se enriquecen y esto basta paia
que el resto siga prestando servicios de lacayo, lamien-
do la mano de los explotadores y dispuesto á defenderlos
contra nosotros á sangre y fuego.
Queda, pues, únicamente la fuerza, puesto que sólo
soñadores y poetas creerán ya llegar auna transforma-
ción radical necesaria por medio de la evolución parla-
mentaria y cosas parecidas.
Pero, ¿cómovencer á los ejércitos cuya misión va sien-
do por todas partes la de ser una policía que ametralla á
las masas obreras?
fíace poco explicaba El Ejército Español en un ar-
tículo bien razonado que pronto ya no servirán ios
Maüssers contra los proletarios porque estos aprenden á
manejar las substancias explosivas de una fuerza des-
tructora tan terrible que unos cuantos hombres decidi-
dos pueden tener á raya á todo un ejército.
Sin embargo, ni en Rusia, ni en Irlanda se ha aplica-
do este novísimo procedimiento y los socialistas france-
ses siguen preparándose á las barricadas comprando fu-
siles en previsión de la huelga general. Desde luego
puede decirse que las antiguas revoluciones, por barrica-
— 24 —
das ν fusiles están definitivamente desacreditadas por-
que significarían el inútil sacrificio ante un armamen-
to muy superior al del pueblo indisciplinado y sin cos-
tumbre de matar.
Como procedimiento especialmente socialista se ha
querido presentarla llamada «propagan da por el hecho».
No existe tal especialidad porque ha sido imitación de
los irlandeses y de los nihilistas rusos cuya lucha no es
socialista sino la eterna protesta contra el absolutismo
en la cual toman parte todos los hombres que anhelan
la libertad.
Tampoco es nuevo el duelo individual entre los re-
presentantes de ambos campos, los Czolgosh, Angioli-
11o, Bresci, Caserío, etc., contra los Mac-Kinley, Cáno-
vas, Humberto y Car not. El órgano de Canalejas ha re-
conocido la eficacia de esta lucha que hace temblar á los
poderosos ensoberbecidos y los inclina á pensar en ali-
viar la miseria del pueblo proletario.
Con esto hemos vuelto á los siglos de la Edad Media,
donde se dirimían las contiendas de dos ejércitos por el
combate de sus jefes. Sin duda alguna es un progreso;
en lugar de morir millares, sólo se exponen unos pocos.
Pero nada tiene esto que ver con ios crímenes repug-
nantes del malvado que tira la bomba, empujada por el
salvaje instinto de matar. Sólo y únicamente las cúspi-
des de la injusticia social pon los responsables; ¿qué
tiene que ver el pobre soldado que muere de hambre y
de la fiebre, por ejemplo, en la traición de Cuba y Fili-
pinas?
Las salvajadas de Ravachol y Salvador pertenecen
sencilla y plenamente al Código penal ordinario y no
tienen nada que ver con la noble guerra humanitaria
que el socialismo hace contra la tiranía capitalista.
Bien sabido es que el jesuitismo y la reacción están
interesados en presentárnoslos como'salvajes que hacen
del crimen un arma, y por desgracia hay entre los mis-
mos anarquistas gentes, que inconscientemente favore-
cen estos designios. La ignorancia y el odio ciego que
inspiran á estos desgraciados, les hacen instrumentos
insconscientes del jesuitismo y el partido debe cuidar
— 25 —
mucho en desautorizarles ó echarles de su seno para
que no lo desacrediten.
La «propaganda por el hecho» no tiene nada que ver
con el crimen común de un loco con instintos de bruto;
los Salvador y Ravaehol son criminales y los anarquis-
tas que los enaltecen son agentes insconscientes ó cons-
cientes del jesuitismo que trata de sacar partido del peli-
gro socialista para que la burguesía estúpida busque re-
fugio en los brazos del clericalismo.
Todos los socialistas debemos cuidar muy mucho de
no dar pretexto al enemigo para calumniar nuestros
ideales con apariencia de razón. Si acudimos á la fuer-
za, es sólo para repeler la fuerza, pero nunca se puede
atentar en nombre del socialismo, ni de ninguna de sus
escuelas, contra personas que no tienen responsabilidad
alguna en los crímenes que comete el estado social á que,
ellas están sujetos por Ja misma fuerza como lo somos
nosotros.
Contra las mistificaciones del «Socialismo conserva-
dor», de Bismarck, León XIII y demás interesados á
echar agua al vino fuerte y vigoroso de este gigantesco
movimiento emancipador hay que protestar, asi como
contra los sociólogos del campo liberal que buscan
igualmente á ponerse al frente de los «batallones prole-
tarios» para abrirse las puertas del gobierno, como en
España le sucede á muchos.
El socialismo quiere la supremacía del trabajo sobre
el capital, la abolición del salario, resto de la esclavi-
tud. En este sentido es socialista D. Nicolás Salmerón,
quien ha exigido repetidas veces la subordinación del
capital al trabajo.
Socialistas son los comunistas anarquistas y los co-
lectivistas, y estos se subdividen en Marxistae que quie-
ren organizar toda la industria colectivamente, y los co-
lectivistas positivos que la limitamos sólo à los artícu-
los de primera necesidad, que por su carácter se prestan
á la explotación colectiva.
En nada atacamos la propiedad individual que reco-
nocen los colectivistas de ambas corrientes. Lo mismo
está equivocado Schaffte (Irrealizabüidad del Socialismo,
1885), al afirmar que las excentricidades feministas
de Bebel y los ensueños metafísicos de Büchner y otros
principios secundarios religiosos ó políticos atañen la
esencia del Socialismo que es y será la abolición del sa-
lario y el reinado del trabajo.
Como nota divertida, véase el concepto que se ha for-
mado el cerebro financiero y sociológico de la monar-
quía, Villaverde, del socialismo atacándonos de pesi-
mistas y egoístas cuando nuestrosfilósofosterminan sus
estudios con un tratado de eudemonismo, de filosofía
del placer, y de moral social ó altruista.
«Con razón decía el ilustre Moreno Nieto en su admi-
rable discurso sobre el problema social (1879 en el Ate-
neo) que ese régimen consiste en negar la individuali-
dad ({como los socialistas libertarios!, ¡qué atrocidad!),
y con ella la propiedad y la familia, en borrar toda dis-
tinción y cuanto represente unidades sustantivas é in-
dependientes, que tiene, en suma, su filiación filosófica
en el positivismo y va llevado de su mano á la moral pe-
simista con todas sus tristezas, sus monstruosidades y
sus desesperaciones, filosofía y moral sin cielo, sin luz,
sin esperanza, cuya condenación, repetida siempre con
formas nuevas de vibrante amargura por aquel maestro
de la crítica filosófica, solía traer á su luminosa palabra,
que tantas veces centelleó en esa Academia (de Jurispru-
dencia), la frase de piedad sublime con que el genio de
Santa Teresa de Jesús compadeció los tormentos del
ángel caído: ¡el desgraciado no puede amar!»
¡Cuánta ignorancia en un sólo párrafo de todo un
presidente de ministros que padecía España!
Faltan caracteres, hombres de bronce vigorosos y po-
tentes, entre los españoles contemporáneos; hay algo in-
deciso y difuso en todos, escasa idealidad y menos toda-
vía temperamento de acción poderosa, perseverante y
concentrada. Constantemente se imponen á los bríos al-
truistas, al entusiasmo por los ideales y á la compasión
que sienten por los miseros que sufren las injusticias so-
ciales, móviles pequeños, consideraciones de amor pro-
pio y del avance en la carrera y casi todos toman parte
en la política movidos por estos impulsos personalísimos
— 27 —
mezquinos. Los más nobles son todavía los políticos-ar-
tistas, los enamorados de ia bella frase y de las posturas
gallardas y que ven en los vaivenes de la agitación polí-
tica una especie de juego divertidísimo de ajedrez.
Blasco, Lerroux, Soriano, Barriobero, Melquíades Alva-
rez y hasta Salmerón no son más que artiitas, el arte es
el móvil de su actividad y como á artistas es justo que se
les aplauda,
¿Tenemos el derecho de pedir más? Realmente no
abunda nuestra época en parte alguna por generosa, al-
truista y abnegada: vivimos en un período repugnante
del desarrollo humano, donde la grosera cuestión del esto-
'mago hace acallar los problemas más nobles que agita-
ban épocas anteriores. Las luchas de Strauss y Renán
por la nueva fé de la ciencia, las de Taine, Spencer,
Stuart-Mill, Littré, por el predominio del saber sobre la
religión, las de los románticos por nuevas formas poéti-
cos, todas eran más nobles é ideales que las de nuestros
días, que no pueden menos que reflejar esta base grosera
sobre la cual gira la vida pública de nuestra genera-
ción.
Espronceda despreciaba su carrera por los ideales re-
publicanos y su odio al clericalismo imprimió á sus poe-
sías aquel tintefilosóficoque les cerraba para las prove-
chosas admiraciones oficiales; nuestros talentos amol-
dan sus ímpetus revolucionarios á las necesidades del
estómago y sus oposicioues contra los gobiernos tienen
siempre algo de oposiciones de Su Majestad, posturas
artísticas de escasísima sinceridad que engañan al vulgo
y resultan útiles para el bufete ó la carrera de catedrá-
tico, marino ó ingeniero. Espronceda tiró dos pesetas.al
Tajo para entrar en Lisboa sin estorbo; nuestros Espron-
cedas contemporáneos no hubieran entrado en Lisboa
sin una infinidad de recomendaciones que les permiti-
rían explotar là cualidad de emigrado.
Sebastián Paure, el ex-dependiente de comercio, viaja
en calidad de predicador ambulante vendiendo el espe-
cífico anarquista, y cuando ha cosechado bastante vuel-
ve á París para vivir tranquilo del fruto de su «traba-
jo.» Un cajero, administrador y dos cobradores le acom-
— 28 —
pañan al simpático autor del «Dolor universal», y to-
dos son bien alimentados y bien pagados por el apóstol
del anarquismo. Al lado de este modelo de propaganda
altruista son nuestras celebridades portentos de desin-
terés y decoro: á veces se extravían algunos miles de
pesetas en tales viajes de propaganda, y los buenos co-
rre! igion arios de provincias tienen que sufrir con re-
signación una pequeña sangría y hasta es posible que
Moret y otros ministros de Gobernación aprovechados
paguen del fondo de las calamidades tales viajes «revolu-
cionarios» para desviar las acometibilidades de los co-
rreligionarios imprudentes que pudieran fácilmente
comprometer á los jefes ele la terrible hidra roja y des-
hacer la impresión de que el pueblo de Madrid adora
en sus reyes.
Tampoco faltan entre la generación en autos aquellos
clásicos revolucionarios-tapones cuya misión es quedar al
frente de las masas de rebeldes para contenerlos en mo-
mentos dados, avisar á tiempo al Gobierno de lo que
amenaza y á veces simular alguna intentona cuando
conviene á la monarquía ó á influyentes círculos burse-
tiles. Hay jefaturas y cacicatos «revolucionarios» que
son concedidos á tales tapones, y con tristeza apercibi-
mos que hombres ele verdadera valía están inutilizados
para los grandes fines del porvenir por este sencillísimo
medio de comprar las voluntades. Así son muros de
contensión hombres á quienes el vulgo cree precisa-
mente las columnas de la futura regeneración, justifi-
cando ele este modo el por qué nosotros combatimos
siempre á todos los jefes permanentes y unipersonales.
A este mundo decadente que parece reflejar la frial-
dad creciente del globo, donde los jóvenes nacen viejos
y donde el cálculo enfría los más generosos entusiasmos
juveniles, arroja la noble luchadora Séverine aquellas
frases, y el siempre joven Alfredo Calderón las subraya
exclamando:
«No soy anarquista; pero cuando recorro las páginas
de la historia y contemplo la serie inacabable de exce-
sos, violencias, crímenes y atentados que la pasión, la
envidia, la ambición, el odio, la soberbia, disfrazados
- 29 -
de razón de Estado, perpetraran en todos los tiempos;
las conquistas bárbaras, las represiones sangrientas, las
guerras devastadoras, los asesinatos políticos, los regí-
menes de opresión, las persecuciones, las proscripcio-
nes, los patíbulos, las hogueras, me pregunto con asom-
bro cómo las sociedades humanas han podido sobrevivir
á la repetición incesante de atrocidades tamañas, y me
asalta la duda de si no será el poder el peor de los ene-
migos del derecho y la autoridad tirana más que tutora
de los rebaños que apacenta.
»No soy anarquista; pero ante el espectáculo de la so-
ciedad, tal como la ha formado la historia: institucio-
nes anacrónicas y absurdas viviendo de la velocidad
adquirida; la dirección común puesta en manos de los
más audaces ó. afortunados; el palo como supremo re-
sorte de gobierno, la fuerza de todos ejercida por algu-
nos que son de hecho por ello, pese á todos los conven-
cionalismos democráticos, dueños y señores de los de-
más; la razón otorgada siempre al más fuerte; la ley del
embudo erigida en Constitución interna; la educación
transformada en un medio de formación de los espíri-
tus para adaptarlos al ambiente; el sentimiento religio-
so convertido en monopolio de una Iglesia que hace de
él su negocio y adora á Dios pane lucrando; la riqueza
otorgada por el azar, adquirida por el demérito, consa-
grada á mantener el ocio y el vicio; el amor prisionero,
como en estrecha cárcel,en el matrimonio indisoluble...
dudo si la civilización no habrá sufrido extravío; si la
humanidad no habrá hecho, como dicen los franceses,
falsa ruta, y si no sería más fácil que corregir organi-
zación tan defectuosa hacer de todo tabla rasa y em-
prender de nueva planta la inmensa labor de los siglos.
»No soy anarquista; pero en presencia de ese Leviatan
que se llama el Estado, con su Constitución, sus leyes,
sus códigos, sus poderes, sus partidos, sus órdenes, su
presupuesto; con su administración, su burocracia, su
fuerza, sus tribunales, sus prisiones, sus cadalsos y sus
verdugos, todo ello tan poderoso para el mal, todo para
el bien tan impotente; en presencia de esa institución
que tiene por lema el derecho y por práctica la violen-
- 50 —
cia; que no persuade, que no amonesta, que no ampara,
que no defiende, pero que impone, cohibe, reprime, cas-
tiga; en presencia de ese monstruo que devora todos los
años mil millones para mantener á sus parásitos, y no
da en cambio instrucción, ni protección, ni sosiego, ni
paz, ni gloria, ni justicia, ni pan; que roba el voto al
ciudadano y luego le zampa en la cárcel; que despoja al
contribuyente y luego le fusila, doy en pensar qué es lo
que podría perder la sociedad con verse amputar al rape
tan disforme y horrendo pólipo.
»No soy anarquista... es decir, nunca creí que lo fue-
ra. Pero bien considerado todo y hecho examen de con-
ciencia, acaso resulte que era un anarquista sin sa-
berlo.»
El humanitario y cariñoso filósofo concluye su con-
fesión anarquista contestando á Francisco Silvela,
Maura y demás admiradores de la política del Maüser:
«Si la norma de la vida es la fuerza, ¿por qué no em-
pleará la suya? Si la vida no tiene otro fin que el placer
ni otra pauta que el interés, ¿por qué renunciará á su
monopolio el poseedor ó subordinará el despos eíclo su
apetito? Spencer puede repudiar á Vaillant como discí
pulo. ¿Qué importa? Vailîant sabía mejor que Spencer
quién era su maestro.
»No pretendemos reincidir en el añejo yerro de juzgar
la verdad de las doctrinas por la índole de sus conse-
cuencias. La ciencia es guía de la práctica, y no la prác-
tica de la ciencia. Pero si el pensamiento humano no
logra romper la coyunda de los hechos, si no alcanza á
engendrar una doctrina razonada y razonable sobre la
transcendencia de la vida, si lo invisible no explica lo
visible y el futuro no justifica lo presente, si no hay for-
ma de penetrar en el enigma inefable de las cosas y des-
pejar el aparente absurso de la realidad, fuerza nos será
asistir al derrumbamiento de todo el edificio moral
construido por los siglos y reconocer la vanidad de to-
das las nociones de bien y de mal, de virtud y de vicio,
de justicia y ele iniquidad que la labor incesante de la
historia ha grabado tan hondamente en la conciencia.
Y en la absoluta imposibilidad de retrogradar, de retro-
— 31 -
ceder, de volver á la infancia, de levantar de su tumlre
las convicciones extinguidas y las creencias muertas, de
rehacer con fragmentos de ruinas una fe real, verdade-
ra, fecunda, eficaz, capaz de satisfacer la mente y diri-
gir la vida, el porvenir moral de la humanidad aparece
á nuestros ojos sumido en densas nieblas precursoras
de tormentas apocalípticas.»
# *
jNo matarás!... y á pesar de las prescripciones del
Evangelio están preparando los países más cultos una
horrenda matanza, donde tres millones de alemanes
lucharán contra otros tantos franceses apoyados tal vez
por quinientos mil españoles y la inmensa escuadra in-
glesa.
La lucha guerrera sigue todavía desgarrando las en-
trañas de la pobre humanidad y hay aún «filósofos»
que predican la guerra como factor civilizador para es-
timular el progreso y acercar los pueblos, amen de ser-
vir de panacea tonificante para despertar las naciones
decadentes.
Siempre han avivado los tiranos los instintos bruta-
les de los subditos por guerras de pillaje, y hoy cuenta
el semi-absolutismo en Alemania y Rusia para conti-
nuar su régimen, en primer lugar con estas espansio-
nes «educativas» y la criminal Gran Bretaña sigue
imitando á la Roma de los Césares imponiéndose por la
fuerza y aniquilando los boers que se atrevían á opo-
nerse á su imperio,
¡Que esta maldita pasión de dominación y lucro en-
gendre conflictos, como la guerra ruso-japonesa que
destruyen los pies de barro de los colosos! {Que la sed
de Chamberlain por los diamantes del Transvaal haya
dado ocasión á que el mundo pudiese convencerse de que
el poder de los mares ele Inglaterra reposa sobre una
gigantesca mistificación y que se derrumbará en la pri-
mer«·», guerra con una gran potencia europea, como el
prestigio de Rusia cayó en las llanuras de la Mancl-
churia!
Pero por esto no podemos dejar ele maldecir á aque-
__ 32
lias matanzas e r i m i η a 1 e s. don de medio millón d e
rusos y otros -tantos japoneses han quedado muertos ó
heridos y los dos países respectivos agotados econumí-
camen para largo3 años. ¡Ah, infame Albión! Ha con-
seguido qoe se destrocen los dos pueblos que podían ha-
cerla sombra en el extremo Oriente, como tal vez conse-
guirá que Alemania y Francia se aniquilen de igual
modo para que ella siga dominando los mares. Para esto
excitó la vanidad loca del desequilibrado Delcassé pro-
metiéndole cien mil hombres que desembarcarían en
Schleswig-Holstein cogiendo á los alemanes por la espal-
da. jCien mil, como si una gota pudiera hacer algo con-
tra el Océano de los tres ó cinco millones de alemanes!
Con estas salvedades y siempre maldiciendo las ambi-
ciones de reyes y emperadores y la avaricia de la nación,
bandido por excelencia, se puede saludar las guerras en
general y las colonizadoras en particular como «chispas
del incendio civilizador», según la gráfica frase del
autor del «Socialismo individualista», Felipe Trigo,
Pero, ¿no es horroroso que las naciones cultas del
siglo xx no sepan conquistar ¡Dará la civilización las
regiones incultas y los pueblos semi-bárbaros, sin arro-
yos de sangre y sin destrozarse á sí misma«?
¿No se condensará la protesta de la humanidad, can-
sada de tantos horrores que se cometen en nombre dei
progreso y de la civilización, en un huracán irresistible
que barre las fortalezas que hoy amenazan la muerte
en las fronteras de pueblo á pueblo, que sepulte en lös
abismos de los mares los navios de guerra y que haga
caer de la frente de las tres docenas de reyes las coronas
que durante siglos han desprendido siniestros rayos de
destrucción?
¿No es tiempo ya que entremos en la plenitud de los
tiempos y que el mandato «No matarás» se imponga
en todo el universo transformado en una inmensa fra-
ternidad?
La pobre existencia de cada uno depende así por mil
lazos de los acontecimientos mundiales; el egoísta que
quiere desprenderse de toda solidaridad con sus seme-
jantes, se encuentra mezclado en los vaivenes de la po-
— 33 —
iítica internacional; la filosofía del placer encuentra su
base sólida é indispensable en la política social que
abraza las múltiples manifestaciones de la vida de la
humanidad.
Nadie puede sustraerse á la solidaridad que une á los
mil quinientos habitantes del globo. El pobre mushík
ruso tiene que protestar contra la tiranía de los czares
que le lleva á una muerte sin gloria é inútil y el obrero,
que riega con el sudor de su frente las llanuras de An-
dalucía , tiene que protestar contra las indecorosas mo-
jigangas cortesanas que tienden á endiosar á un joven
dándole el absurdo privilegio ele disponer de la vida ele
diez y ocho millones de españoles comprometiéndoles en
alianzas y pactos que tal vez lleven al matadero á un
millón de desgraciados y destruyeran el bienestar y quizás
la independencia de toda la nación.
Un deber sagrado de la filosofía es abrir las concien-
cias para que se forme una consciencia universal que
rija los destinos del género humano. Todos y cada uno
somos solidarios con el mushik ruso, el fellah de Egip-
to y el culi de China y arrastramos tras nosotros las
consecuencias de su esclavitud, miseria é ignorancia, y
todos y cada uno estamos obligados á tomar parte en la
labor de la misteriosa Invisible internacional, la frater-
nidad de todos los guías intelectuales, hoy inconsciente
y mañana consciente, que trabaja en libertar á la huma-
nidad de sus seculares esclavitudes.
Tres enemigos aún formidables por haber extendido
sus tentáculos de pólipos por encima de toda la Tierra,
tiene que vencer aquella noble Invisible para dejar el
terreno abonado para la semilla del porvenir: la cons-
piración de los Reyes de Oro que ha encontrado un
nuevo sostén en los millardarios yankees que esclaviza-
ban las Filipinas y las Antillas para extender sus nego-
cios; la Internacional Negra dirigida desde Roma (véase
el tomo I de la Política Social) y todavía un baluarte y
punto de concentración importante de fuerzas dañinas
al bienestar humano; y por fin, el terrible pólipo de la
Gran Bretaña que está clavando sus fauces en las en-
trañas de Africa desde Egipto y el Africa del Sur en
3
— 34 -
las de Asia, desangrando á los malhadados indios y ex-
plotando á todos los pueblos del mundo por su comer-
cio, sus empréstitos y su diplomacia sostenida por 3a
armada que tiene secuestrados los mares todos, desde el
mar del Norte y el Mediterráneo hasta el Atlántico y el
Océano del mar Pacífico.
Hasta que estos pólipos yazcan vencidos por tierra, no
habrá paz y salud para la pobre humanidad y los hom-
bres de buena voluntad tienen que unir sus esfuerzos á
los de la Invisible para que los mil quinientos conciu-
dadanos del mundo respiren libremente y sean felices,
*
* *

Los santos de nuestra Moral son los grandes bienhe-


chores de la humanidad, los sabios, artistas, inventores
y los héroes que han defendido el progreso desde el cam-
po de batalla, la barricada ó la tribuna, el libro y el
periódico.
Con un encogimiento de hombros contemplamos al
lado de estos santos del altruismo á los santos del egoís-
mo de la moral cristiana cuyo rastro por la historia está
señalado por un profánelo surco de sangre humana ver-
tida en terribles guerras y crueles luchas religiosas entre
hermanos de la misma familia.
La moral jesuíta es la última palabra de la de Cristo
fakificada por Koma y la han pintado en sus aberracio-
nes repulsivas historiadores y poetas, hasta el admirable
Mirbeau en nuestros días.
«La obra más interesante de este .»ran artista batalla-
dor, es, sin duda, su obra anticlerical, dice Rodrigo So-
riano combatiendo la moral dominante durante siglos
en España. Sebastián Roch, el famoso libro de Mirbeau,
no es solamente un primor artístico, superior al crue-
lísimo Jardín de los suplicios y al repulsivo Diario de uva
criada; es símbolo del reconcentrado rencor extendido
por el mundo contra la Compañía de Jesús. Alcanzó
gran popularidad, porque condensa en su vibrante ca-
tálogo indignaciones de varios siglos de lucha.
«Sebastián Rock no es un personaje novelesco, como
Pantoja no es un pea sonaja teatral. Roch es el fruto de la
— 35 —
educación contra natura, capaz de castrar generaciones
por la mayor gloria de Dios, aniquiladora de la fecun-
da labor del Hacedor.
«El gran turco, que derrama en sus serrallos simien-
te de eunucos, no hace menos daño al cuerpo que la
educación clerical al alma. Los hijos de Loyola que por
aquí gastamos no se atreven á castrar la virilidad; cas-
tran algo más importante que ésta en 3a vida de los
pueblos: la inteligencia.
«La educación jesuítica parece un sombrero férreo al
que se ajusta el humano cerebro, sujetándole á medida.
Los discípulos han de moldearse forzosamente en un
sistema: sus almas secas deben conservarse entre las
hojas del Breviario; sus corazones se pudren; la espon-
taneidad juvenil parece pecado; la hipocresía es un sis-
tema; la nobleza del carácter parece delito. Crían, pues,
generaciones de idiotas presumidos ó de papagayos sa-
bihondos, de lindos efevos que ostentan la raya partida
hasta el arranque del pescuezo, ó de infames refinados,
capaces de vender su alma si la tuvieran á Lucifer, ves-
tido de usurero.
«El más sazonado fruto que producen los jesuítas es
el de sus enemigos educados por ellos. Aprenden su as-
tucia para combatirlos y se acuerdan de su ciencia
para olvidarla. ¡Oh Voltaire, oh Mariano de Cavial
«Esa educación sirve de pretexto á Mirbeau para tra-
zar su admirable Sebastián Roch. El héroe del libro pe-
netra por las oscuridades de un colegio jesuítico; pierde
allí su dignidad sufriendo las humillaciones más rui-
nes, hasta his del pudor; su alma candida y noble pro-
testa, pero los jesuítas la secan; su cerebro siente inmen-
sa ansia de libertad, pero el arado jesuítico pasa por él
su hierro para marcar el surco. En esa suprema lucha-
entre la humana libertad y la castración jesuítica, ter-
mina venciendo al fin la independencia del hombre.
Sebastián rompe con los Loyolas, ama á una mujer, pe-
lea en los campos de batalla, se regenera y respira la
vida del aire libre... Mirbeau no ha pintado á Francia
en su admirable libro; pintó á Duestra España de cuer-
po ent.:ro. »
—— ,jO

¿Qué frutos podía sazonar una civilización basada


sobre una moral tan repugnante? Por ahí hay que bus-
car las raíces de las desgracias nacionales de España,
porque la nación española, ó mejor dicho sus desdicha-
dos gobiernos, han sostenido más tiempo que ningún
otro país el concepto cristiano y hasta sus hombres ele
Estado más radicales como Canalejas, se ufanan de su
catolicismo, y Melquíades Alvarez habla de las bendicio-
nes que trae, mientras que el obispo ele Tuy declara sin
embajes que las leyes de la sociedad no existen para el
católico si las cree injustas e inconveniente el cumplirlas.
En la bandera de la moral social está inscrita la fra-
ternidad ele los pueblos para que marchen unidos hacia
su dicha; pero este cosmopolitismo no está reñido con
el patriotismo, sino al contrario: la dicha común exige
individualidades fuertes nacionales. Como internacio-
nalistas somos admiradores ele España, y en nombre de
los ideales nuevos pedimos que despierte de su sueño,
porque su voz es necesaria en la sinfonía del universo.
En favor ele España hablan quinientos años ele sentir
y pensar originalísimos del alma española cristalizados
en su literatura, las canciones populares, las leyendas y
tradiciones y, sobre tocio, el gran monumento graníteo:
su lengua, esta maravilla de hermosura viril, flexibili-
dad y riqueza de expresión. Es la herencia admirable
que levanta al pueblo español de la llanura gris de su de-
cadencia contemporánea y la señala para siempre un
puesto de honor en el areópago de los pueblos direc-
tives.
«El amor por nuestra lengua está inseparablemente
unido con el sentimiento de admiración y gratitud que
sentimos por nuestros antepasados que nos transmitie-
ron aquel inmenso tesoro de sabiduría y belleza, la glo-
ria de Italia, el honor ele nuestro nombre en el mundo,
exclama Amicis en su monumental obra sobre la len ·
gua italiana, y continúa: la queremos por haberla la-
brado, enriquecido y form ado como herencia sagrada mi-
llones y más millones de seres de nuestra sangre, cuyos
pensamientos expresa durante siglos y cuyas vidas for-
man nuestra historia y cuyo reino nuestra grandeza.
- 37 -
La amamos porque está saturada del fondo del alma de
nuestro sentimiento, se confunde con nuestras ideas
hasta su manantial más íntimo y no es solamen-
te forma, sonido y .color, sino la sustancia misma
de nuestro pensar. La amamos porque es nuestra nodri-
za intelectual, el aliento de nuestra inteligencia y de
nuestra alma, la expresión de lo más íntimamente pro-
pió de nuestro carácter nacional, la imagen más viva y
fiel y quizás la misma naturaleza de nuestra raza. La
amamos porque es el vínculo más sólido de la unidad
de nuestro pueblo, el ser de nuestro pasado, la voz ele
nuestro porvenir, no sólo el verbo, sino la esencia del
alma de la patria. »
Nunca he leído una concepción tan profunda y sen-
tida que abarcara toda la magnitud del problema de la
lengua madre y que los españoles deben grabar en sus
corazones, porque la patria chica que les ha dejado la
traición de 1898 es sólo una parte pequeña de la heren-
cia española, de la gigantesca alma mater que busca su
unidad como la buscaron y hallaron los italianos y los
alemanes y como la hallará también seguramente Es-
paña, U España cuya alma flota sobre las llanuras de
las Americas del Sur y sobre las cordilleras de Méjico y
que aún encuentra un eco cariñoso en las islas Filipi-
nas donde la lengua de Cervantes, Calderón, Lope, Es-
pronceda, Becker y Castelar despierta admiración y ca-
riño.
¿Qué hace la generación actual para ser digna de ten
augusto legado? ¿Comprende su responsabilidad ante el
porvenir? ¿Se afana en robustecer este ligamen miste-
rioso que une á los hombres que hablan y admiran la
sublime lengua castellana?
«Las palabras de la lengua madre, acaba Amicis su
plegaria patriótica, tienen un sonido que parece encie-
rra una segunda significación oculta que sería imposible
expresar; su armonía despierta en nosotros infinitos re-
cuerdos de sensaciones, lugares y de figuras humanas, de
voces y acentos conocidos de vivos y muertos queridos, y
de pensamientos, imágenes y versos de maestros inmor-
tales transformados en nuestro espírituy nuestra sangre;
— 38 —
es 3a música de nuestros afectos, de nuestro dolor y de
nuestra alegría, del amor á la patria, llena de misterio-
sas fuerzas y dulzuras que tal vez no salen hacia nuestros
labios pero que vibran y germinan en lo más recóndito
de nuestra alma como virtud secreta de nuestra natura-
leza. La amamos también por esto; es la voz de nuestro
corazón y la luz de nuestra conciencia. »
Las corrientes modernistas en el arte dan una impor-
tancia extraordinaria al :lenguaje y esto nos concilia con
muchos decadentismos que llevan consigo sus cauda-
les. D'Anunzío, Verlaine, Darío Ruben y en parte Dl·
centa, aunque sin los decadentismos de los demás mo-
dernistas de luenga melena, Benavente, Ganivet son
nombres que dan al movimiento una importancia pare-
cida al romanticismo de los Hugo, Scott, Heine, Es-
pronceda, Leopardi y Musset. Es esta corriente un arro-
yo del modernismo poderoso filosófico que se opone en
todas las esferas al cristianismo oponiendo la ciencia á
la religión revelada y la reorganización científica á la
anarquía actual del orden social defendida por la cons-
piración de las monarquías y ]as Iglesias contra los pue-
blos.
Las fuerzas más poderosas del modernismo son la
prensa, el arte y el sufragio universal. Las últimas so-
luciones del espíritu humano encuentran inmediato
eco en la prensa y de-igual manera son los parlamentos
el eco susceptible á reflejar tocias las aspiraciones colec-
tivas. jQué importancia tiene el arte como reflejo del
sentir y pensar de una época, como con seien cia del alma
colectiva!
Entre las artes ha quedado reducida la escultura casi
á una reminiscencia arcaica de la antigüedad; hasta
como arte monumental ha perdido su importancia; un
libro bueno es un monumento más duradero ν más
eficaz para perpetrar la memoria de un gran hombre
que todas las estatuas del mundo. La pintura ya no es
más que un hermoso ramo del arte decorativo, un em-
bellecimiento de la casa, desde que la fe religiosa no le-
vanta más sus imágenes dando transcendencia á las
obras de un Rafael, Miguela η gel ó Correggio. Las le-
— 39 —
tras en todas sus formas, drama, poesía lírica, novela,
periodismo, esta última forma del arte moderno, llevan
la hegemonía como artes que influyen en la vida mo-
derna cual factores poderosos del progreso.
La prensa como género de arte ocupa en la actuali-
dad lugar preeminente, inmediatamente después del
arte dramático, ó tal vez antes. Hasta el estilo breve y
conciso del periodismo tiene valor artístico, y el mismo
Juan Valera reconoce que «quien escribe á escape, á no
ser en raro momento de inspiración feliz, peca siempre
de verboso, ya que para encerrar con claridad y orden
muchos conceptos en pocas frases, se requieren mayor
tiempo y trabajo que para escribir difusamente. No lo
recuerdo bien, pero creo que es de Talleyrand de quien
se cuenta que compuso un despacho muy largo, y como
alguien le advirtiese y le censurase de que lo era, Ta-
lleyrand dio por excusa que no había tenido tiempo
para componerle más corto.» Y con respecto al primer
periodista quien como tal entró en la Academia Espa-
ñola, añade el autor de Pepita Jiménez: «En cuanto á
esta Real Academia, apartada de las luchas políticas y
capaz de imparcial rectitud por colocarse en la región
serena del arte puro, entiendo yo que recibe con agrado
en su seno al buen escritor, sea ó no periodista, consi-
derando el periódico como medio de publicación de
toda obra literaria y no como género especial de litera-
tura. Lo que examina y juzga la Academia es el valer
del escrito, prescindiendo de su extensión y de la ma-
nera con que está publicado, ya en hojas sueltas, ya des-
de luego en un libro, ya primero en las hojas sueltas y
en el libro más tarde. En el caso presente, reconoce la
Real Academia en un periodista lo que en otras ocasio-
nes ha reconocido en el poeta lírico, en el autor dramá-
tico, en el orador político, en el novelista ó en alguien
dedicado al estudio de esta ó de aquella ciencia: el es-
mero, el tino, el buen gusto, la inspiración y el arte
con que se maneja nuestro hermoso idioma, en la con-
servación de cuya pureza castiza se emplea esta Real
Academia, sin oponerse, sino legitimando el aumento
-40 -
del antiguo heredado caudal con cuanto de lo reciente-
mente adquirido no le afea ni le vicia. »
Tanto más hay que agradecer esta calurosa bienveni-
da del arte periodístico en la Academia, en cuanto que
Valera es el verdadero jefe intelectual del retrogradis-
mo y reaccionarismo español, y no hay nada que odien
los estimables obscurantistas como á la Prensa.
Al hablar de la juventud intelectual española dijo
el citado Valera la enormidad siguiente contra los
ideales modernos por excelencia, las de la Justicia So-
cial, cuya generosidad han tenido que aplaudir hasta
los Papas y los Emperadores: «Hasta las doctrinas mal-
sanas y los propósitos inasequibles en lo social y eco-
nómico que tuvieron especulativamente mucho cíe in-
genioso, después de traídos á la práctica con abomina-
ble éxito nada dan de sí. en lo teórico que pueda
compararse á las obras de Saint Simón, Owens, Fau-
rier, Gäbet, Luis Blanc y Prouclhon, tan admiíado
y remedado a q u í en otros días. En la práctica,
sólo en motines y en huelgas, en asesinatos y en bombas de
dinamita, advierto yo los horribles vestigios de la inge-
niosidad y de la pasada grandeza especulativa.
»Paréceme, pues, que no hay mejor ocasión que la
presente para que pensemos por nosotros y no imite·
mosá nadie.»
¡IL estas simplezas escribe en pleno siglo xx la emi-
nencia que con la carlista Pardo Bazán y eí panegirista
de la Inquisición, Menénclez y Pelayo, representa la in-
discutible trinidad de 3a España oficial! ¿Y todavía se
extrañaron los españoles que el mundo civilizado aplau-
dió á los yankees cuando estos libertaron del yugo de
frailes y gobiernos frailunos á los desgraciados filipinos
y á los habitantes de Cuba y Puerto Rico?
El pobre Valera ño puede comprender que la corrien-
te social moderna es inmensamente más altruista y, por
consecuencia, más noble y generosa que la del cristia-
nismo de hace dos mil años.
Con Fernández Flórez entró el periodismo triunfal-
mente en la corporación oficial como género especial y
reconocido clel arte. Los demás académicos periodistas
_ 41 -
lo erante** aecidens los González Bravo, Cándido Noce-
dal, Ríos Rosas, Toreno Cañete, Castelar, Cánovas, Va-
lera, Echegaray, Sellés, Alar con, Núñez de Arce, Benot,
Pidal, Campoamor, Pérez Galdós, Balaguer; el primero
quien lo ex&per se era el ingenioso redactor de El Liberal,
«No es liberalidad de la Academia, añade otro privi-
legiado del periodismo, Julio Burell.,Es justicia. El pe-
riodismo es un género literario; pero el escritor periodis-
ta que acierta con la expresión bella, es una cosa aparte:
lo es por el medio en que produce y.se mueve; lo es por-
que ni didáctico, ni docente, ni dramático, ni poético,
ni tribunicio, ha de alcanzar, sin embargo, para no ser
un simple trasegador de prosa, una expresión sensible-
mente artística...
«Pocos como Fernanflor Kan ennoblecido, gentilizado
por modo más fino y constante el habla y la forma perio-
dísticas.
«Flexible, sutil, ingenioso, elegante siempre, con de-
licadezas de temperamento que suponen toda una psico-
logía, la crónica volandera conviértese bajo su pluma
en una obra literaria redonda, proporcionada y perfec-
ta. La cuartilla sale de su mano realizando el milagro ele
las mariposas: gusano y crisálida son de pronto alas que
vuelan y colores que deslumbran. »
Y Luis Siboni añade: «Con su pluma ha tenido el
acierto de ir despojando, prenda por prenda, de sus ar-
caicas vestiduras, al periodismo doctrinal, amanerado,
casero y egoísta cíe la primera mitad de este siglo, y lo
ha vestido con el ropaje ligero y vistoso que hoy osten-
ta, y que tan simpático le hace á las multitudes.
«Y diré más: diré que él sólo, precursor ele tantos
otros periodistas, es el que ha tenido el arte, gracias á
la magia de su retórica, de generalizar la cultura por
tomas diarias, conquistando para el periódico á los d i -
sipados de las clases elevadas, á los hombres ele nego-
cios, que nunca leyeron más que sus libros de caja; á
las familias modestas, que antes matábanla noche ago-
tando los lances del tute en derredor de la clásica cami-
lla; á los as tures que dormitan sobre el pescante de un
— 42 —
simón, y hasta á esa golfería desdichada que acude á la
taberna para olvidar sus penas.
«Fernández Flórez, humanizando, si es lícito decir
esto, la prosa periodística, ha dado al mas potente im-
pulso de la mecánica á las rotativas y arrojado semilla
abundantísima de civilización en miles de cerebros que
eran otros tantos eriales. »
Así es; el periodismo es esencialmente arte y arte so-
cial, es el agente más activo del modernismo, de la re-
volución contra todo lo muerto, del progreso contra la
estancamiento.
Pero el periodismo es aún mucho más: es la cons-
ciencia colectiva de las naciones y de la humanidad.
Gabriel Tarde reconoce que «La prensa ha creado el
poder del número disminuyendo el del carácter, si no de
la inteligencia. Al mismo tiempo ha suprimido las con-
diciones que hacían posible el poder absoluto de los go-
bernantes. La prensa hace nacional, europeo, cósmico,
cualquier asunto local que antes hubiera quedado, á pe-
sar de su importancia, desconocido más allá dé una es-
fera reducida. Nacionalizar poco á poco é internacionalizar
siempre más el. espíritu público ha sido la obra del pe-
riodismo. Sus informaciones son realmente impulsos
casi irresistibles. Los parlamentos europeos están, gra-
cias á la prensa, en contacto continuo é instantáneo,
en viva relación de acción y de reacción recíproca con
la opinión, ya no tan sólo de una gran ciudad, sino de
todo el pais, del cual es un espejo y una de las mani-
festaciones y excitaciones principales. En lugar de
hacer justaponerse los espíritus locales distintos, les
hace compenetrarse de las expresiones múltiples y de
las facetas variadas del mismo espíritu nacional. El
sufragio universal y la omnipotencia de las mayorías
parlamentarias sólo han sido posible por la acción pro-
longada y acumulada de la prensa, condición sine qua
non de una gran democracia niveladora. Para terminar
con el papel social de la prensa, ¿no debemos sobre todo
á los grandes progresos de la prensa periódica la limi-
tación más clara y amplia, el sentido nuevo y más
acentuado de las nacionalidades que caracteriza poli-
— 43 —
ticamente nuestra época contemporánea? ¿No ha sido
ella la que ha aumentado á la vez con nuestros interna-
cionalismos nuestro nacionalismo que parece su nega-
ción y que es su complemento? Si el nacionalismo ha
sustituido la lealtad á los reyes ¿no corresponde el
honor por esta nueva forma de patriotismo á aquella
misma fuerza terrible y fecunda? El sentimiento nacional
ha sido vivificado por el periodismo; dos rayos deslumbra-
dores y eficaces de los periódicos se detienen en las fron-
teras del idioma en que están escritos. La existencia
nacional atestiguan las literaturas; pero los periódicos
son los que excitan la vida nacional, que engendran los
movimientos de unidad de espíritu y de las voluntades
en sus fluctuaciones grandiosas de cada día.»
Emilio Zola ha indicado la influencia del trabajo
periodístico sobre el estilo del escritor y artista; tal vez
mayor y más útil es la influencia sobre las ideas de
los autores, Goethe y Schiller eran periodistas, publi-
caron hace cien años la célebre revista Moras (Die Hören)
y Lessing publicaba su dramaturgia en un periódico
de Hamburgo como críticas del momento. Heine era
corresponsal literario y político de periódicos de Ale-
mania desde París. Dicen ta ha sido toda su vida perio-
dista y sus libros en prosa son colecciones de artículos
periodísticos. Pereda y Pérez Galdós serían menos pesa-
dos y presuntuosos como autores si hubieran pasado du-
rante muchos años por la severa disciplina del periodis-
mo, que permite muchas cosas salvo la pedantería
y el género aburrido. La Pardo Bazán conserva su gra-
cejo y la vivacidad de su dicción en gran parte por se-
guir sus brillantes campañas de publicista. La misma
receta recomiendo á Menéndez y Pelayo y todo nuestro
Olympo literario. El periodismo les coloca otra vez en
contacto con la humanidad de los mortales y les hace
perder un poco de sus humos olímpicos. Entonces volve-
rán á encontrar el contacto con la generación actual y
se colmarán los abismos que les separan ahora del pre-
sente y del porvenir.
Este alejamiento de los dioses del olimpo explica que
por todas partes vemos surgir gente nueva, en Alemania,
- 44 -
Noruega, Inglaterra, Italia, Francia y España. Es la
protesta de una generación que siente ideales nuevos,
contra un pasado que se niega á declararse vencido que-
riendo convertir las tumbas en moradas habitables.
Donde los viejos defienden sus posiciones negando el si-
tio á que tienen derecho los jóvenes, se levantan las pro-
testas -violentas como las eme ahora hacen extremecerse
las letras y la vicia política de Jos pueblos ele Europa.
La gente nueva de hace cincuenta años, los Enrique
Heine, Leopardi, Musset, Southey, Shelling, Pushkin,
Espronceda, Laube y otros era revolucionaria en litera-
tura y política;, su eco eran torbellinos que barrían en
1848 los tronos europeos. La gente nueva de los Mir-
beau, Cladel, Zola, Dicenta, Benavente, d'Anunzio,
Verga, Capuana, Blasco Ibáñez, Wilde, Bahr, de Stern,
Tolstoi, Nekrassof, es también revolucionaria en litera-
tura y política y ha escrito en su bandera la hermosa
frase: Revolución Social.
Enfermo y abatido, pudo Enrique Heine contemplar
el espectáculo de la revolución de 1848 en París. ¿Verán
realizado su ideal los hombres precursores de hoy diri-
giendo ellos mismos las masas populares? ¿Les quedará
reservada la misma suerte que á los Leopardi y Es-
pronceda, que murieron envueltos en las tinieblas de la
reacción, que en espesas nubes cubiían á Italia y Espa-
ñaV Con razón dice Fernán flor que «el periodista de hoy
es hombre nuevo, buscador ele novedades, cree en la no-
vedad. Las tendencias del redactor literario al uso, son
avanzadísimas: ya no en burgués, sino anarquista. Tanto
es así, que yo soy un periodista viejo, no sólo por mis
años, sino por mis ideas... Dentro de la literatura pe-
riodística soy un solitario». Pero ¿clónele está la obra de
destrucción ele los antiguos ídolos literarios que nos
hace prever el simpático D. Isidoro ele parte de aquellos
publicistas anarquistas? ¿Dónele están las terneras de
oro que han destruido y cuyo culto han prohibido y
dónele están los imitadores ele Jesús que con el látigo
de la crítica hayan expulsado del templo del arte á ios
mercaderes que profanan la cas?a de Dios?
- 45 —
Los apóstoles del evangelio nuevo no queremos des-
truir nada; decimos, con Jesús, que los muertos entie-
rren á sus muertos y que nuestra misión no es de des-
truir sino de construir, edificar el gran edificio de la
humanidad feliz.
Hasta las guerras tienen que servirnos en nuestra
obra de amor: el inicuo despojo consumado por los
yankees contra España, ha despertado entre los descen-
dientes de Washington la conciencia y se aprestan á
combatir al capitalismo de los aventureros Morgant
Pierpont y demás imperialistas y la débâcle de Cuba y
las Filipinas ha sido el epitafio ele la reacción, de la mo-
narquía y del clericalismo en la Península. Rusia se ha
despertado á nueva vida como Francia en 1870, por los
rugidos de los cañones y hasta la vencedora Japón ha
aprendido que tiene que realizar una hermosa misión
civilizadora haciendo libre las Indias del yugo británi-
co y arrastrando á China al torbellino del progreso eu-
ropeo.
No nos asuntan estas oleadas gigantescas ni tememos
por las conquistas de la civilización. De los celos inter-
nacionales y las rivalidades de razas surgirá la Huma-
nidad unida por el lazo del Parlamento Universal.
,«Celos, sí, exclamad intemacionalista Felipe Trigo;
distintos ideales; desacuerdo entre las naciones; enemis-
tad mortal;—todo lo cual no quita que haya en el fondo
de cada una la palpitación del mismo anhelo incons-
ciente: la conquista, la expansión civilizadora. Sutilíce-
se un poco, y no costará trabajo ver cómo lo que parece
mezquina rivalidad de egoísmos colectivos, engendra
efectos-de un altruismo universal admirable.
»Ahora, por ejemplo, la actitud de Inglaterra ante la
guerra ruso-japonesa, ha exacerbado toáoslos egoísmos
nacionales. Ninguno de los demás Estados deja de temer
por sí mismo las consecuencias de la anulación de Rusia,
que rompería sin duda el equilibrio europeo. Y esto es sa-
ludable, porque el equilibrio europeo, impuesto al parecer
por el egoísmo de los reyes que se pudiesen quedar sin
trono, significa en la transcendencia humana el con-
cierto de los fuertes de la tierra para no gastar sus fuer-
— 46 —
zas en casi inútiles luchas entre ellos, reservándolas ín-
tegras y mancomunadas para el acordado reparto de to-
das las demás naciones semibárbaras ν de todos ios
territorios salvajes.
»La Europa fuerte, los Estados Unidos, e] Japón (que
surge de pronto coloso entre los colosos), sin reparos de
raza ni de historia, se contemplan y discuten y prepa-
ran el reparto dicho. Sólo por malas inteligencias en él,
llegan como actualmente, entre sí, á la guerra,—que
las demás "naciones poderosas tienen interés en limitar
ó que secundarán al fin para.acelerar el reparto. Pero
éste es inevitable, de todos modos, y será completo en
breve período de años; grítanlo así los formidables
aprestos de la paz armada, «guerra pacífica á puñados
de oro», según frase de Bismark; di celo así la atención
de las potencias á Turquía, á Marruecos, á la China...
únicos grandes territorios serni-bárbaros que se conser-
van nacionalmente independientes por inercia históri-
ca. .. ; dícelo así el cuidado de ias grandes potencias en
no dejar surgir nuevas pequeñas naciones florecientes
que, como ei Transvaal, pudiesen pronto formar obs-
táculos no despreciables al rápido reparto de toda el
Africa interior, va bordeada de amenazadoras colonias
como centinelas avanzados del militar federativo impe-
rialismo...; dícelo así el afán de Norte América ν Ale-
mania por crearse junto á Inglaterra y Francia y Rusia
y el Japón intereses insulares para el reparto de Ocea-
nia, y el ansia de Italia por radicarse en Abisinia, y la
obsesión general por el Indostán, por la Indochina, por
los protectorados á Persia y al Egipto... Y todo, en
suma, no significa otra cosa que una toma de posicio-
nes y de acuerdos para el reparto del Globo por la civi-
lización vestida de pacífico guerrero, y todo en fin quie-
re indicar que el día del principio del reparto será poco
menos que la víspera del reparto concluido. Entonces
podrá el zar Nicolás II (¡quién sabe si él mismo!) re-
unir otra conferencia de La Haya con más probabilida-
des ele que le hagan caso.
»Pues bien, digo que estamos en los preparativos del
reparto. Por eso no hace mal Maura en querer guardar-
— 47 —
ge de salpicaduras, — coaa fácil, relativamente, desde el
momento en que para el interés de las potencias bástale
á una nación ofrecerse como elemento no despreciable
de la ponderación de fuerzas.
»Es lo que no ven aquellos que creen inútil todo ar-
mamento de una nación desde que no puede presentar
por sí sola un ejército y una escuadra superiores á los
de las más fuertes. ¿À qué, si sólo se trata de poder >cer
útiles entre los fuertes contra los absolutamente insig-
nificantes?
»He aquí cómo se acorta el tiempo de un modo racio-
nal en lo referente al imperio legal de la civilización
por la Tierra entera.
»La obra de la educación, para transformar en efec-
tiva la acción legal civilizante, quizá es más fácil toda-
vía. Despreocupadas las naciones de grandes conflictos
exteriores, se encontrarán con que ha icio al mismo
tiempo creciendo en cada una el conñicto interior del
trabajo. Las huelgas generales (ya ensayadas en Barce-
lona), transformadas en semi-revoluciones obreras por
su simple extensión, convencerán pronto á los gobier-
nos de cuan poco les servirán sus ejércitos contra ellas.
Poco á poco, ó mucho á mucho, irán transformando la
violencia revolucionaria en franca evolución llena de
concesiones económicas y educativas (como ya hace In-
glaterra con sus obreros, y principalmente en Austra-
lia); y desde el día en que lleguen á palparse las venta-
jas positivas de la educación, cada taberna actual será
una escuela.
»Desde entonces, el tácito común objetivo de los go-
biernos, como es hoy insconscientemente civilizar á los
salvajes de fuera, será el de civilizar á los salvajes de
dentro de la civilización. Y á partir de tal propósito,
que ya se fragua y condensa en todas las sociedades (1),
no es preciso aducir en pro de la velocidad educadora
más que dos consideraciones: una, que el Japón sólo ha
empleado treinta años en levantar su progreso desde la

(1;· Yéase en las estadísticas la increíble diferencia entre el n ú -


mero de analfabetos de la Alemania de 1870 á la Alemania actual.
— 48 -
altura de la China á las alturas europeas; otra, que si
yeinte años bastan para transformar á un niño en in-
geniero, deben bastar con más razón para transformar
en simples ciudadanos á todos los niños de una nueva
generación en cuanto así lo quiera la generación ante-
cedente.»
¿No hay en estas aspiraciones una moral grande y
fortificante? Todos debemos cooperar en estos hermosos
fines y en primer lugar son los sacerdotes de este nuevo
lazo, esta nueva religión, los pensadores, maestros, es-
critores, artistas y luchadores por el progreso. Cada ad-
quisición de la ciencia es una piedra para el templo de
la dicha humana y cada obra de arte nos hace conmo-
ver el corazón de compasión ó de admiración. Dante y
Newton son los moralizadores y bienhechores más gran-
des de la historia.
Que se luche en las barricadas, desde el estudio del
sabio ó el taller del artista, siempre merece aplauso y
gratitud el esfuerzo altruista. Cada libro, cada periódico
que defiende el arte, la ciencia y el progreso, son pie-
dras del camino hacia la felicidad humana.
Los primeros libros publicamos bajo el estímulo de
la ambición; nos alaga salir de la oscura masa anónima
y nos embriaga la gloria, tener nuestra personalidad
propia y la esperanza de perdurar más allá de nuestra
vida, tal vez pertenecer á 3os pocos inmortales cuya si-
lueta pasa silenciosamente á través de los siglos.
Más tarde viene el deseo de convencer á los demás y
realizar las ideas crecidas y amamantadas durante lar-
gos años de estudios y anhelos. Las obras puramente
subjetivas hacen lugar á campañas de resultados posi-
tivos, los ensueños se transforman en íealidades para
que algunos años después vuelvan otra vez los ensue-
ños, pero en la forma melancólica de recuerdos de las
horas felices del pasado y las esperanzas vagas de perpe-
trar á la· eternidad algo de nuestros ideales y tal vez un
reflejo de nuestra personalidad.
\Y qué vanos me parecen entonces los volúmenes in-
numerables de nuestros polígrafos, gramófonos como
Menéndez y Pelayo, Pérez Galdósy mil otros! ¡Como si
— 49 —
la posteridad y hasta los amigos y aduladores contempo-
ráneos tuvieran tiempo para leer su prosa interminable!
Hasta un Zola, Hugo y Tai ne quedan reducidos ¿i
unos cuantos libros que. quedan. Autores prolijos de la
antigüedad han desaparecido con sus numerosos volú-
menes, mientras que Salusto nos encanta con sa Cata-
lina y Yugurta y Virgilio con sus bucólicas, geórgicas y
su Eneida. ^
Quisiera imprimir en el alma de todos las hermosas
frases de Guy au : «A los literatos no menos que á los
filósofos conviene aplicar el precepto por excelencia de
la moral: amaos los unos á los otros. Después de todo,
si la caridad es un deber con respecto al hombre, ¿por
qué no lo seria con respecto á sus obras, en las que ha
dejado lo mejor que ha creído sentir en sí? Indican
estas el supremo esfuerzo de su personalidad para luchar
contra la muerte. El libro escrito, por imperfecto que
sea, es siempre una de las expresiones más elevadas viel
eterno querer vivir, y bajo este concepto es siempre res·
petable. Guarda durante algún tiempo esa cosa indefini-
ble, tan fragil y tan profunda, el acento de la persona,
lo que mejor llega al corazón de cualquiera que sabe
amar. El pensamiento humano, como la individualidad
misma de un ser, necesita ser amado para ser compren-
dido... el libro amigo es como un ojo abierto que ni la
misma muerte cierra, y en el cual se hace siempre visi-
ble, en un rayo de luz, el pensamiento más profundo de
un ser humano.»
Y el libro de un amigo impresiona infinitamente
más que el de un desconocido, porque es una conversa-
ción íntima donde penetramos en los repliegues más es-
condidos de su corazón. De otra parte, gana un autor á
veces amigos íntimos y esto es tal vez la mayor satisfac-
ción y recompensa que podemos obtener por nuestros
esfuerzos.
Las aspiraciones nobles conservan nuestra vida, la
labor abnegada por la dicha de los demás nos rejuvene-
ce. Ser bueno es el elixir de vida de eterna juventud. El
egoísta envejece y su rostro se llena de arrugas prematu-
ras. Por esto son los genios siempre jóvenes y alegres.
i
- 50 -
¡Alma Joven! He ahí el secreto de la juventud de los
Goethe, Newton, Kant, Hugo y nuestro admirable
Eduardo Benot. Sería una obra útilísima escribir las
biografías de los grandes hombres de la humanidad;
sería instructivo y un estímulo y una consolación para
millares de personas descorazonadas por su excesiva mo-
destia .
El autor del primer drama célebre ruso, «Tristeza por
tener Inteligencia», Griboyedof, bosquejó su obra á la
edad de diecisiete años para concluirla al fin de su corta
vida. ¿No es un estímulo para perseverar? ¿No es una
prueba de que una obra corta y reducidaen tamaño puede
labrar la inmortalidad? ¿No le sucede también á Juan
Valera que su Pepita Jiménez le asegura á la eternidad
cuando sus críticas á la vez con el doctor Faustino estarán
ya olvidadas?
i Alma Joven! Aspirando hacia un ideal conservan ios
genios su eterna lozanía j avenil. Goethe parecía siempre
un niño en sus arrebatos de entusiasmo y Newton había
conservado á los ochenta años el afán de saber y
aprender.
¿Qué ideal más hermoso que hacer el bien de sus se-
mejantes? ¿No hay en el cumplimiento de los deberes
sociales una fuente inagotable de placeres? Ensanchan-
do nuestro corazón, interesándonos y tomando parte en
todo, hallamos tantas satisfacciones altruistas que nos
veremos recompensados con creces.
Así se conserva joven el alma, y el alma joven conser-
va también joven al cuerpo porque la mayor parte de
las gentes envejecen más pronto en su alma, su espíri-
tu, que físicamente. Quedar idealista, saber soñar, sa-
ber reir de corazón, conserva joven. El elixir de juven-
tud más poderoso es la alegría, la dicha. Bulwer pre-
senta en su curiosísima novela «Historia Extraña» cómo
el espíritu viejo se conservaba en una persona cuyo
cuerpo fué rejuvenecido por el misterioso elixir de vida
del cual sueñan todos los tiempos.
-51 -
El elixir consiste en conservarse los ideales, el alma
joven.

Nunca se puede hablar bastante de las letras y de la


prensa, que juntas forman la conciencia de la humani-
dad, y los lectores comprenderán por qué me ocupo
.aquí tan detenidamente de los problemas que les ata-
ñan. Además existe una solidaridad tan estrecha entre
todos los habitantes del globo, é importa mucho que
el nexo intelectual que les une como por una gigantesca
red de nervios cerebrales, esté lo más perfecto posible.
¿Duda alguien de aquella solidaridad real y efectiva?
Que se recuerde cómo Jaurès, desde Humanité destruyó
la siniestra intriga de Delcassé que ya había provocado
los preparativos de la guerra en Junio de 1905 y cómo
ha labrado con su pluma la derrota financiera del ab-
solutismo ruso, impidiendo que los capitalistas france-
ses añadan nuevas cantidades á los diez y siete mil mi-
llones que ya han adelantado al imperio moscovita.
¿No hay aquí aquel nexo entre el obrero de la aldea
rusa y el palacio del millonario francés en París? ¿No
puede destruirse también por la pluma la esclavitud de
los trescientos millones que obedecen en India á la
Gran Bretaña?
La prensa, los pensadores crean mundos nuevos de
belleza y justicia. Sus ensueños parecen al principio
quimeras de locos, hasta que el soplo creador les trans-
forma en hermosas realidades.
«Para el genio propiamente creador, dice Guyau, la
vida real, en medio de la que se encuentra, no es sino
un accidente entre las formas de la vida posible, que él
alcanza en una especie de visión interna... El genio se
ocupa ele las posibilidades aún más que de las realidades;
está cohibido en el mundo real como lo estaría un ser
que, habiendo vivido hasta entonces, en un espacio de
cuatro dimensiones, se viese obligado á vivir en un es-
pacio de tres dimensiones. Así el genio trata siempre
de ir más allá de la realidad, y no nos quejamos de ello;
- 52 -
el idealismo en este caso, lejos de ser un mal, es más
bien el carácter mismo del genio; solamente que es nece-
sario que el ideal concebido, hasta cuando no pertenece
á lo real con que nos codeamos diariamente, no sa]ga
de la serie de posibles que entrevemos; todo consiste en
eso. Se reconoce el verdadero genio en que es bastante
amplio para vivir fuera de lo real, y bastante lógico
para no errar jamás del lado de lo posible, χ
Pero el inspirador del genio es siempre el amor, un
alma grande: «La imaginación no funciona y no orga-
niza las imágenes en un todo viviente, si no es bajo el
influjo de un sentimiento dominante, de una inclina-
ción, de un amor... En nuestra opinión, el genio artís-
tico y poético es una forma extraordinariamente inten-
sa de la simpatía y de la sociabilidad, que no puede sa-
tisfacerse sino creando un mundo nuevo, ν un mundo
de seres vivos. El genio es una facultad de amar que,
como todo verdadero amor, tiende enérgicamente á la
fecundidad y á la creación de la vida. »
Amar... compartir los sufrimientos y aliviarlos era
el constante anhelo de Heine y Leopardi, Esproncéela y
Pushkin, Musset y Longfellow.
«jPobre trabajadora parisiensel ¡Pobres trabajadores
de la tierra toda!... exclama Dicenta contestando á
Gómez Carrillo, quien le dedicaba un precioso estudio
de la vida de París en prueba de sentimiento por la pér-
dida de su madre. Vuestras desventuras, vuestras des-
gracias, son las grandes desgracias y las grandes des-
venturas que existen. La muerte total es una ley de
Naturaleza. La muerte viva, la que vosotros padecéis, es
un crimen, una injusticia enorme, una infamia...
» | Luchar 1... ¡ Combatir !... ¿ Por quién?... ¿Por qué?...
;Y yo lo preguntaba!.., jY yo quería cruzarme de bra-
zos y hundirme en los egoísmos de mi tristeza! No.
Descansen los muertos en paz. Hay que luchar, hay
que combatir por los vivo?. ¿Qué importa la familia de
sangre, comparada con la inmensa familia humana
que sufre, que padece, que reclama su redención con
voces de súplica unas veces y otras con gritos de
odio?...
— 53 —
«Hay que luchar por ella; es necesario combatir por
ella, para que su dolor se trueque en dicha y su aspira-
ción en derecho reconocido. Es más noble y más varo-
nil combatir por los hermanos vivos que llorar por las
madres muertas.»
Instructivo en alto grado es estudiar la campaña quo
la reacción organiza contra la prensa: pocas encíclicas de
León XIII dejan de tener su párrafo contra «la prensa
mala» y el emperador de Alemania Guillermo II em-
pezó su reinado reprochando á los ediles de Berlin de
no haber enseñado ductilidad á los periodistas berline-
ses, y expulsando á varios periodistas extranjeros. Su
primo Nicolás II se hizo célebre echando de Peters-
burgo al corresponsal del Tunes (Mayo 1903) para que
no haya testigo independiente de las brutalidades de
sus sátrapos.
Nada tiene que ver la virulenta diatriba de Balzac
por la cual se vengaba el gran artista contra la conspi-
ración del silencio de la prensa de París. Sus «Ilusiones
perdidas» no van contra el periodismo sino únicamente
contra, sus abusos, la confabulación de las plumas me-
dianas para humillar á un rival de talento ó el chantage
que ha florecido siempre desde Marcial y Are tino hasta
nuestros simpáticos críticos que se ablandan por algu-
nos billetes del Banco.
Para juzgar á la prensa se necesita un alto grado ele
cultura y elevación de carácter; las pasiones personales
siempre estarán en contradicción con este representante
de intereses generales, y lo es el periódico más insigni-
ficante que tiene vida propia, porque sólo con esta con-
dición puede existir.
Entre los reproches tiene mayor fundamento el de
estar mal informada; pero la culpa no la tiene el perió-
dico, sino el público, que con informes apasionados
quiere extraviar á la opinión pública, ó que no sabe
apoyar eficazmente los esfuerzos de la prensa. Ni los
hombres públicos ni los gobiernos han comprendido
aún la importancia de este factor, y rara vez saben tra-
tarlo con la atención debida. Federico III, el difunto
emperador de Alemania, era una hermosa excepción
-54 —
digna de ser imitada: en una recepción quedaron los
publicistas relegados por los palaciegos á un rincón,
donde no podían ver ni oír nada.—«Ustedes, dijo á
éstos, no son tan importantes como aquellos señores,
sin los cuales el mundo ni siquiera sabria lo que hace-
mos y decimos aquí.» Y obligó á los periodistas á ocu-
par los primeros sitios.
Más frecuente es la manera de tratar á los periodistas
como la célebre Constituyente de Francia en 1790, que
colocaba á la prensa en tan mal estado, que ésta protes-
tó en una petición á la Cámara, y como no se la hiciera
caso, se vio obligada á hacer una huelga en toda regla.
Cuestiones de etiqueta como las mencionadas, son
inevitables tratándose de un poder nuevo en las socie-
dades modernas, y la prensa debe observar la actitud
altiva de un Napoleón I frente á las Cortes de la Europa
tradicional.
En este sentido debe resolverse también la cuestión
de competencia suscitada por Andrés Mellado, de si los
publicistas tienen derecho en España á los puestos ad-
ministrativos y políticos que suponen práctica en los
asuntos públicos y conocimientos especiales que sólo se
adquieren por los trabajos periodísticos ó "en las oficinas
públicas. Sería una obra útilísima entrelazar la prensa
con la administración. Los publicistas de cierta edad
son por derecho propio funcionarios j)úblicos de gran
valía. Quince ó veinte años de publicismo valen más
para este fin que el título de abogado. El auto τ de la
mejor obra publicada sobre la prensa, el Profesor de la
Universidad de Leipzig, Wuttke, afirma también que
los periodistas notables son los mejores candidatos para
diputados, altos funcionarios públicos y Ministros (1),
y hay que esperar que en este sentido determinarán las
(1) La obra de Enrique Wtitke (la tercera edición en 1875,14'> pá-
ginas), se titula: La prensa alemana y el origen de la opinión pública. El di-
putado Hahn pidió en las Cortes bávaras que se diesen pensiones
nacionales á los escritores beneméritos, y el jefe del Gobierno, Lutz,
se declaró en principio conforme. La pensión al célebre Zorrilla e&
•an ejemplo digno de imitaeión.
— 55 —
Cortes españolas, contando el servicio prestado en la
prensa al país como equivalente al de servicios presta-
dos como funcionarios públicos, para la calificación de
puestos oficiales como el de Gobernadores, secretarios
ele gobierno, senadores vitalicios, etc. Tanto el país
como el prestigio de la prensa ganarían con esta re-
forma.
A los detractores de la prensa contesta el célebre Ta-
lleyrand, diciendo que la opinión pública es más inte-
ligente que Voltaire y más poderosa que Napoleón; y
Palmerston dijo que la prensa es en la actualidad el
único factor progresivo de la política. Carry le, el titánico
pensador, va más allá y llega ya casi á la apoteosis de la
prensa,.diciendo que los escritores son «los verdaderos
maestros modernos, y que el libro y el periódico son en
realidad nuestra Universidad, nuestra iglesia y nuestro
Parlamento*. Célebre es la brillante comparación cié Cas-
telar entre la Atenas antigua y las ciudades modernas
para concluir que el alma de la civilización actual es el
periódico, la prensa, la máquina de imprimir. Destru-
yendo el periódico, se vuelve á la vida pastoral, al idilio
Se hace dos mil años. Los periódicos son la conciencia
ele la humanidad, tal vez la más admirable expresión
de la solidaridad ν fraternidad universal. ¡Y estas Uni-
versidades, iglesias y Parlamentos modernos son ataca-
dos y criticados con saña porque sus salas espaciosas
tienen quizá uno ú otro corredor estrecho ó un pasillo
oscuro! Un Pompeyo Gener, cuyo nombre suena favo-
rablemente como propagador de los ideales humanita-
rios, tiene la imprudencia de escribir unos estudios so-
bre la prenda diaria, repitiendo los lugares comunes de
que el periódico quita los lectores á la obra seria, que
«los periódicos de información son verdaderos agentes
de perversión pública,» y que el contagio de ideas peli-
grosas se comunica por la prensa, citaudo las epidemias
cíe suicidas, regicidas, etc.
Lo-de la perversión pública no es culpa del periódico,
sino de los lectores, que exigen, por ejemplo, que los
publicistas se sacrifiquen ante los altares de Venus; y si
el crítico español hubiera extendido el círculo de su ho-
— 56 —
rizonte intelectual desde París á Londres y Berlin, hu-
biera visto que no es mérito ele la prensa alemana é in-
glesa, por evitar la más mínima alusión pornográfica,
mientras que los periódicos de París no pudieían soste-
nerse sin quemar .incienso ante aquellos altares.
Ko menos fundado es ei reproche de que el artículo
del periódico sustituye á la obra seria y acostumbre á
los lectores á la superficialidad. Esta afirmación prueba
el desconocimiento completo de la gran revolución rea-
lizada por la prensa periódica en la literatura.
Si Gener prestara su atención á los problemas econó-
micos sociales haría, como los autores alemanes Mehring
(Capital y Prensa, Berlin, 1891) y Harden (Berlin 1892),
lo han hecho una obra meritoria protestando contra la
intrusión del capitalismo en la prensa.
Su misión es difundirlos conocimientos, acelerar las
pulsaciones de la vida intelectual y disminuir las dis-
tancias del espacio y del tiempo. La exposición fácil,
comprendida por todo el mundo, y la «actualidad» ele
los asuntos tratados, son, por consiguiente, condiciones
fundamentales; pero éstas no están en contradicción
con la exactitud de ios conocimientos y la profundidad
del criterio. Ai contrario, dice Zola con razón, «que los
trabajos periodísticos hacen claro, preciso y condensado
el estilo del escritor», y sin duda alguna estarían la filo-
sofía y ciencia alemanas más conocidas en el mundo, si
los sabios hubieran pasado aquel aprendizaje de publi-
cista que obliga á concretar los pensamientos clara y
sencillamente, y á no perderse en divagaciones y am-
pliñeciones superfinas. Igual aprendizaje recomiendo á
todos los novelistas y sabios, porque favorecería á mu-
chos libro« voluminosos el reducirlos á folletos ó á ar-
tículos de revistas. ¡Cuántos in octavos redacta un sabio
moderno para decirnos lo que Tácito nos dijo sobre
Alemania en un folletito! La facilidad de los medios
modernos de reproducción tipográfica ha llevado á abu-
sos enormes de tinta, papel y tiempo precioso de los lec-
tores y de los mismos escritores, que creen preciso im-
poner al público por el peso de kilo de sus productos in-
telectuales. La grafomanía es un vicio modernísimo.
- 57 —
Referente á las epidemias de suicidios, regicidios, etcé-
tera, nóvale decir nacía sino poner enfrente de ellas los
contagios y sugestiones nobles y sublimes, aquellas explo-
siones hermosas de patriotismo, abnegación y de heroís-
mo en las guerras, aquel entusiasmo inspirado por los
ideales humanitarios y por el progreso y la libertad, y
aquellas virtudes divinas manifestadas en las desgracias,
ora para aliviar los estragos del hambre y ele la carestía,
ora para salvar á ciudades y comarcas del peligro de en-
fermedades crueles, ora para hacer olvidar las tristezas
que se anidan en las ruinas nacidas de incendios ó inun-
daciones. Gracias á la prensa, que entra en el hogar mo-
destísimo, llega el óbolo del trabajador de París á aliviar
las angustias del labrador de Murcia, y el comerciante
de Chicago puede enviar al pobre indio que se muere de
hambre el pedazo de pan que necesita para esperar la co-
secha próxima.
Me complazco en citar en apoyo mío. y á favor de la
prensa las hermosas frases de Julio Burell. Los periodis-
tas de talento arrojan puñados de pellas al ávido públi-
co, que á veces ni siquiera sabe apreciar que el artículo
«de actualidad», motivado por cualquier Cicilio que
mata á su bienhechor, vale más que muchos volúmenes
de prosa pretenciosa firmada por un nombre célebre.
«No me atrevería yo á negar la influencia de la letra
de molde, dice Burelí, y en general de todo cuanto pueda
suponer resonancia y notoriedad en cierto género de
crímenes: los anarquistas demostrativos, los «propagan-
distas por el hecho» han denunciado desde el primer
momento sus pruritos de nombradla. A toda costa han
Juchado por dar â conocer en las vistas de sus procesos
manifiestos, declaraciones, estudios, testamentos doctri-
nales. Han rechazado constantemente la austera fórmu-
la de Sieyes. Nada de la «muerte sin frases.» Ya con la
cabeza bajo la guillotina ó con el cuello atenazado por
el verdugo, Ravachol, Henry, Caserío y Angiolillo se
han revuelto con desesperación para dejar en una pala-
bra última un recuerdo fácilmente trasmisible. Bresci,
el regicida italiano, reducido á una completa incomuni-
cación con el mundo; tan muerto y tan borrado de la
—58-
humanidad, en su prisión, como lo está ahora en su
tumba, pugnó hasta lo último por exteriorizar su agonía:
con la propia sangre escribe en la pared de su horrenda
celda un riero testimonio de su rencor angustioso...
»Son esos, caracteres históricos, comunes al llamado
crimen político, no desmentidos ni aun en el clasicismo
de Bruto. En la hora más crítica no olvidó éste que era
un gran orador y que podía escucharlo la historia, —
Cuando el general Don Diego de León dio la voz de man-
do á los soldados que habían de fusilarlo y exclamó gol-
peándose el pecho:—Tirad aquí, al corazón,—alentó en
él, sin duda, el valiente espíritu de «3a primera lanza del
reino»; pero ¿es que en aquella altivez sobrehumana no
había algo brindado á la posteridad y á la poesía? Al re-
coger Pastor Díaz, en elegía hermosísima, la terrible
frase del héroe vencido, la «letra de molde» es piadosa-
mente perspicaz. De la palabra de muerte saca un epita-
fio luminoso: el resplandor de gloria entrevisto por el
soldado en su caída.
»La preocupación de la posteridad, el orgullo del
nombre, el afán de saltar sobre los bardales deí aprisco,
el horror al rebaño, estímulos eternos son de todo movi-
miento original en el alma humana. El sabio, impasi-
ble, ve cómo la manzana cae á plomo del árbol, y abs-
traído de cuanto le rodea, del jardín como elemento
poético, del cielo como dispensador de luz y de alegría,
entra en sí mismo y convierte en ciencia el fruto des-
prendido, definiendo la ley de gravedad. Pero después
ya cuida de decir á la gente:—el que observó la caída de
la manzana se llama Newton.—No, ni la ciencia pura
se libra del mal de la historia. Sólo la pura santidad,
solo un santo como el de Asís pierde las flores de su es-
píritu pronunciando discursos inflamados de elocuencia
y de amor á las fieras del bosque y á los pájaros del
cielo. En cambio, la misma ardiente caridad ele Santa
Teresa no vence del demonio literario qué todo gran es-
critor lleva dentro. Al escribir Las Moradas y las Excla-
maciones aquel demonio hubo de hablarle más de una
vez al oído.—Ciertas cimas del arte no se escalan sin
saberlo. Cas telar lo sabía acaso demasiado y al acabar
— 59 —
de producir el calofrío de lo sublime describiendo el fu-
silamiento de Maximiliano sonríe satisfecho... Este es
el exceso; pero, en definitiva, ¿qué gusano de luz no ha
soñado con transformarse en estrella?
»Lo que resueltamente niego es la intervención del
*yo romántico», con sus aspiraciones á la admiración y
á la fama en crímenes como el último perpetrado en la-
calle de Fuencarral. Ni en ese crimen, ni en ninguno
de su figura y estilo muéstrase un sentimiento extraño
y superior á la baja y primitiva codicia del hombre la-
custre ó del hombre de las cavernas.
«Tú tienes lo que yo necesito; te lo robo y te mato.»
La civilización con sus influencias múltiples (una de
ellas la prensa), qué puede poner en esa forma bestial y
rudimentaria del delito? ¿Qué sutilezas, qué vanidades,
qué matices, qué laberinto de psicología hay en un
hecho, después de todo, tan grosero y tan material
como el derrumbamiento ele la torre de San Marcos?»
La prensa es la manifestación más sublime de la soli-
daridad humana, es el distintivo más important«· de
las ventajas de la civilización moderna sobre la an-
tigua.
En Alemania, Inglaterra, Rusia y los Estados Uni-
dos de América hacer viajes al extranjero forma parte
integrante de la educación, como sucedía en la antigua
Roma, donde los jóvenes de las familias influyentes
principiaron su carrera pública en las provincias. Sería
un estudio curioso para apreciar la influencia poderosí-
sima que estos viajes han ejercido en los hombres pú-
blicos antiguos y modernos. El gran Mirabeau aprendió
•prudencia y práctica en las cosas públicas, estudiando
i as instituciones de Alemania (1) y la superioridad de
los hombres ole Estado ingleses, es en gran parte fruto

(1) Su obra admirable De la monarchie prussienne sous Frédéric le


Grand (Londres, 1787, cuatro vols.), enseña hoy aún mejor lo que es
Alemania, que todas las demás obras j u n t a s sobre aquel país escritas
por extx*anjoros. Mirabeau celebra el espíritu de libertad que reina
e,n Alemania, y elogia grandemente sus instituciones federales, que
favorecen el arte, las letras y el progroso. Para comprender lo que
- 60 -
de sus viajes de estudio; uno de los más importantes
íactores en el desarrollo de las naciones, ha sido el rau-
dal de conocimientos prácticos que los emigrados poli
ticos han llevado á su patria tras largas peregrinaciones
en el extranjero, donde la vida les enseñaba el arte ele
gobernar, y donde, abrumados en la tristeza y la mise-
ria, vieron por primera vez quizá las cosas públicas á
través del prisma de las necesidades y amarguras.
Salvo los viajes frivolos de la sociedad española paia
malversar el fruto del sudor del pueblo en París ó en
los baños de moda, donde sólo puede estudiarse el li-
bertinaje y el juego de azar, no hay costumbre en E s -
paña de visitar otros países.
Para apreciar en lo que vale el bien de su propia pa-
tria ,.espreciso poderla comparar con otros países, y
tanto los pesimismos exagerados como los pomposos
elogios, desaparecerán en aquellas comparaciones. De
ahí se explica el pesimismo ó el amor propio exagera-
dos que en general he observado en los españoles al re-
ferirse á España. En cuanto á la prensa española, ó se
exageran sus defectos o se desconocen sus virtudes, con-
secuencia del carácter especial del país, y se dirigen
verbal mente y en letras de molde lecetas para curarla,
que son verdaderas patentes de ignorancia y ligereza.
Ora se ]a acusa de ser demasiado personal y no repre*
sentar las corrientes generales de 3a nación, ora se la
critica por su atraso en cuanto á despachos telegráficos
y al anuncio; se la llama corrompida, y hasta hay quien
reeiama contra el excesivo número de periódicos, etcé-
tera, «te.
Por desgracia, tienen razón las acusaciones contra
la prensa de haber envenenado la vicia pública por la
calumnia sistemática. América del Norte ν Francia

era la Europa centrai antes de la Revolución francesa, y para con-


vencerse de que éáfca ha entorpecido «1 desarrollo progresivo de Eu-
ropa, recomiendo esta obra del g r a n tribuno, cuya resurrección e n ·
i r i a r i a muchos entusiasmos ciegos ê hijos de la ignorancia resp etto
á la Revolución, bien o&racfcerizada por Taine al cumpararla al de
•..triwn tremens de un borracho.
- 61 -
han llegado hasta el extremo de que los hombres hon-
rados se niegan á tomar parte en la vida pública para
no ser víctimas de las más viles calumnias. Al adver-
sario en ideas ó intereses, se envilece por ser adversario
con el aplauso de los «sujos», y á los partidarios se
calumnia por rivalidad personal ó por temor que pue-
dan hacerse más oídos en el partido. Hay directores
ele periódicos famosos tristemente por sus campañas de
difamación contra todos los hombres de honor y de ta-
lento de su propio partido; porque creen así conservar-
se los jefes y quedar en el usufructo de las ventajas que
pueda haber. Por el miserable pedazo de pan se insul-
tan los portaestandartes de ideales nobles, dando un
espectáculo que debe desacreditar á los ideales mismos
ante el público.
No hay hombre honrado ni conciencia recta y con-
secuente que no haya sido insultado y calumniado en
público por menguados móviles. Los débiles se retiran
descorazonados á la vida particular, los fuertes y gran-
des de corazón persisten en servir á su país desprecian»
do las calumnias y compadeciendo á los calumniado-
res por tener que envilecerse para vivir pobremente.
En España aún estamos relativamente bien, pero urge
tomar medidas contra este cáncer del periodismo esta-
bleciendo tribunales ele honor y exigiendo que cada es-
critor público presente como los militares, su hoja de
servicios á la representación legítima de la profesión.
El octavo Congreso internacional de la Prensa en Ber-
na (Julio 1902), se ha ocupado del problema y ha vo-
tado en principio en favor de la organización de tribu-
nales nacionales y de uno internacional con el fin de
dignificar la prensa y contribuir á que se desarrolle el
compañerismo entre periodistas. En España debiera
tomar la iniciativa la Sociedad de la Prensa, y creo fácil
el éxito puesto que los adversarios más fieros en política
suelen tratarse aquí con la cortesía de compañeros, salvo
tal vez los extremos, los neos y algunos anarquistas
que llaman á todos los poli ticos «trailla de golfos y gra-
nujas» y que están excluidos, naturalmente, de la pren-
sa decente.
— 6S —
El público tiene por estos apasionamientos sectarios
una justificada desconfianza contra los periódicos de
partido que yejetan sólo por grandes sacrificios pecunia-
rios de los jefes ó gracias al fondo ele las «calamidades»
si son gubernamentales. Los diarios deben reflejar gran-
des corrientes y abrir sus columnas á los hombres cuyas
opiniones están dentro de la corriente respectiva. Los
semanarios y revistas mensuales pueden aer órganos de
determinados grupos, pero también ellos son tanto más
útiles para la propaganda de los ideales cuanto más
abarcan toda la corriente de ideas afines al partido. De
todas 3as publicaciones hay que exigir sinceridad: lla-
marse órgano del modernismo y pretender seguir las
huellas de «Germinal» y después propagar la monar-
quía y servir de gancho para lleva.r á la « gente nueva» á
las Instituciones, es sencillamente una estafa como lo es
si un comerciante vende por oro de ley una pulsera de
dublé. La tendencia general de los lectores es contraria
á los periódicos de partido que pertenecen al pasado;
hoy queremos buena información y que los jefes escri-
ban bajo su firma si tienen que decir algo, como sucede
en todas partes y especialmente en Francia, donde cada
uno lucha con viscera abierta y donde la gente se reiría
á mandíbula batiente de los semidioses que se envuelven
en un misterioso silencio.
Los publicistas de raza ni quieren servir de cabeza de
turco para nadie ,ni rebajan la profesión sirviendo de
testaferro á cualquier ministro de Gobernación ó caci-
que: Fernando Soldevilla ha enviado á Moret la dimi-
sión porque no quería maltratar con jesuítica doblez á
los obreros granadinos como se lo pidió el comediante
de las reformas sociales, y Julio Burell dejó el bastón
de mando protestando con la bella frase: «Salvando to-
dos los respetos, ni puedo ni debo esperar la termina-
ción de un expediente, para que la verdad resplandezca.
Jamás la verdad será hallada entre las vueltas y revuel-
tas de los folios burocráticos, y para su defensa y enalte-
cimiento, mi bastón de gobernador sirve muy poco, y,
en cambio, mi pluma de escritor acaso sirva todavía. »
¡Ah, la prensa corrompida! exclama el montón de
- 63 -
ignorantes. Si hay corrupción, que se la busque en la
empresa, porque la miseria ele los escritores es igual en
todas partes; los autores serios que quieren elevar al pú-
blico, se mueren de hambre; los vulgares que lisonjean
al mob, se hacen ricos; hasta Zola ha tenido que sazonar
sus obras con un poco de pornografía para hacerse po-
pular. Los grandes escritores alemanes son á la vez em-
pleados como Gokf riecl Keller y Teodoro Storm ; Teodo-
ro Fontane era redactor con cincuenta duros al mes en
un gran diario de Berlin. El gran dramático Juan
Schlaf, autor de «Maestro Holze>, se volvió loco de mi-
seria. Súdermann, Gerhard Hauptmann, y Blumen-
thal son los únicos que ganan regular en el tea tror pero
tampoco han ganado más de cien mil marcos por pieza.
Spielhagen gana hasta dieciseis mil francos por novela.
Los redactores son un poco mejor pagados en Francia,
Alemania é Inglaterra que en España, y varían desde
veinte duros al mes hasta seis mil al año, paga de obispo
y casi de ministro.
Nunca pudo Schopenhauer ganar algo por sus admi-
rables libros, y Stendhal había vendido en once años
diecisiete ejemplares de su novela que debía hacer una
revolución en el arte, y el gran Carlyle buscaba en vano
un editor por su Semis resartus en 183U, y sólo cuando
su «Revolución Francesa> despertó la atención en 1837,
pudo publicarlo el año siguiente y entonces obtuvo un
éxito colosal. El interés del asunto atrae al principio y
después consigue el nombre del autor atraer á los edi-
tores y al público. El autor tenía ya cuarenta y tres
años cuando, al fin, había «llegado» á hacerse entender.
Con sesenta y tres años empezó todavía la voluminosa
biografía de Federico II, su obra de senectud. Esto sirva
de consolación á los autores jóvenes y viejos que no en-
cuentran editor. Tal vez son también Carlyles y Scho-
penhauer á quienes el negocio no puede comprender..
En todos los países existe una lucha terrible del libro
contra la prensa diaria y las resistas. La creo fértil. La
crisis del libro en Francia se explica, sobre todo, por el
aumento de valor que se da á las literaturas alemana,
inglesa, española, italiana y hasta rusa. Ya hay varias
— 64 —
naciones lumière en el mundo quo amortiguan el brillo
de París. También es notorio que ios doscientos editores
parisienses editan excesivamente y que el público se
cansa de leer tanta nulidad. Macmarión dice que, á pe-
sar de todo, rechaza cada día diez volúmenes ineditables.
¡Qué producción excesiva! Y los periódicos franceses
pecan más aún que los de España, por cultivar con pre-
ferencia el crimen ó la política de actualidad.
¡Áb, la prensa mata el libro! Sí, y con razón,los libros
inútiles, los del momento; pero ¿no ganamos mucho si
los autores mediocres concentran sus ideas en un artícu-
lo de periódico en lugar de estirar el mismo asunto en
trescientas páginas?
Con motivo del Congreso de libreros ingleses ele Agos-
to 1906 en Londres, se ha discutido mucho el problema
de la excesiva producción de novelas y en general se dis-
tinguieron los editores británicos por una estrechen de
horizontes asombrosa. Solución: que se dificulte el acce-
so á ios autores aplicando una censura más severa y
prohibiéndose que los autores publiquen las obras por
su propia cuenta.
i Los buenos negociantes! [Se atreven los horteras
á imponerse como críticos al genial
¿Quién es suficiente autoridad para juzgar de si un
libro es digno de ser publicado? ¿No hemos visto caer en
extraños errores á críticos tan célebres como Saint-Beuve,
Clarín y tantos otros? Y si un autor tiene fe en su estre-
lla, ¿por qué prohibir que gaste su dinero dande trabajo
á cajistas, encuadernadores y libreros?
I Nada de cortapisas! El libro más modesto sirve para
algo, salvo los que sólo explotan la pornografía, que de-
ben quemarse, y en último término no debe olvidarse
que los grandes autores han alcanzado las alturas ensa-
yándose en producciones menos perfectas.
Al contrario, debemos hacer que escribir libros sea el
deleite predilecto de todos, porque no hay nada que instru-
ya, estimule y haga amar las letras, la ciencia y el arte
tanto como ejercerlas prácticamente. iQue asi se aumen-
ta la dificultad de llegar á los pocos genios! ¿Y qué im-
porta? La lucha en la competencia les fortalece: George
- 65 -
Meredith tuvo que luchar treinta y Tomás Hardy vein ·
te años para conseguir la notoriedad ó gloria; pero las as-
perezas del camino fortifican el carácter del. caminante
y le obligan á perfeccionar su obra para que sobresalga
ele la oleada inmensa de libros que salen de las impren-
tas contemporáneas.
También se crea así una atmósfera literaria y cientí-
fica porque, si bien los poetas sólo gozan leyendo sus
propios versos, los novelistas suelen leer mucho porque
cada novela, y aun la más superficial, encierra mucha
observación y reflexión.
[Puera las trabas! Cuantos genios grandes se han en-
sayado en obras medianas donde su ingenio ha crecido
y donde llegaba á su conciencia. El mismo Balzac ha
publicado al principio pésimas novelas de entregas, los
horribles misterios de Marsella de Emilio Zola, son
igualmente famosos por lo mediocre y los ensayos cíe
Blasco iDáñez tampoco pueden compararse con «La Ma-
ja Desnuda».
El genio crece, y trabajando, recibe conciencia de sí
mismo. Poner trabas á los principiantes, sería may fre-
cuentemente oponerse ά que nazca un talento.
La única voz de alerta debe ser la del crítico razona-
ble y cariñoso cuyos consejos deben ser tan bien fun-
damentados, que los autores y los lectores acepten su
fallo con agradecimiento y provecho. Pero, ¿dónde hay
tales críticos? Ni siquiera Saint-Beuve, Leasing, Dobro-
liubof y Belinsky lo eran, porque nunca podían des-
pojarse de todo apasionamiento que mermaba tanto la
autoridad del admirable Clarín.
Cuan pocos dejan tras sí un monumento: además de
genio, hay que tener perseverancia y duración. Goethe
hubiera quedado olvidado si hubiese muerto después de
escribir sus primeras producciones. Pero hay el peligro
de escribir demasiado en perjuicio de la cualidad, como
sucedió á Castelar, Dumas padre y ahora á Galdós,
Tolstoi y Zola.
Imponer por el bloque de las obras sin caer en la pro·
ligidad, es muy difícil. Dicenta se gasta como Saint·
Beuve, en la moneda de cobre de los artículos de perió»
δ
áicoñ, ν ambos no tendrán la pretensión une las viru-
tas d? su labor tengan larga vida. «.Juan José» salvará
tal vez todo el bagage literario del naufragio. «Pepita
Jiménez» será la bandera que cubrirá la mercancía toda
de Valern,
La suene es mucho: «La cabana del tío Saín» no
consiguió sacar de la obscuridad lo? otros libros de la
famosa yankce, mientras «Electra» ha sido un barniz
precioso para, renovar el género* de Pérez Galdós, y el
hombre tenía mucha razón desde el punto de vista de
libiero de rechazar el banquete monstruo cuando el
gobernador lo amenazaba de prohibir las representa-
ciones.
En España hemos llegado por la fuerza de las cosas
ácjue los'autores sólo escriban por verdadera vocación,
porque tan niel pagan loa editores, que nadie escribie-
ra por tales honorarios. Más aún, muchísimos autores
costean sus ediciones hasta, el punto de haberse visto
impulsado á unirse y sostener la librería do la Asocia-
ción de Escritores y Artistas, que les hace absolutamen-
te independientes de tocia clase de intermediarios con
los lectores compradores.
La baratura fabulosa de los libros de á una peseta y
menos, de firmas de primer orden y de actualidad, es
un fenómeno que ios demás países deben envidiaré imi-
tar á España. Es un estímulo de cultura de gran efica-
cia»'y no puede alabarse lo suficientemente. Es el ideal
ele propaganda por el libro y de rechazo liberta al escri-
tor y las letras de la esclavitud del dinero, porque con
estos precios económicos se retiran ios que escriben por
negocio y sólo quedan los verdaderos sacerdotes, los es-
critores de vocación dispuestos á hacer toda clase de sa-
crificios para ejercer el sublime sacerdocio ele escritor.
La conciencia universal y el pensamiento del siglo
m cristaliza asi en la literatura española penetrando en
los cerebros del pueblo y esto explica el por qué están
las masas populares aquí más modernas que ni siquiera
en Francia ó Alemania.
Con razón dice Zola en su estudio: «El dinero en la
literatura» que «el escritor parásito de los siglos CIMFÍCOS
ci. explica sobre toao por la cuestión de dinero*. Así r.cr
».•»•.iban psnsiones del rey ó de algún magna to: JNlalh^r
be, 1.000 escudos; Corneille, «primer poeta dramático
del mundo», 2.000 libras; Moliere, 1.000 ídem: Raci-
ne, 800 ídem; Chapelain, cobra 3.000 ídem y se llama
modestamente en la lista «el poeta más grandevo ja-
mas ha existido». La escritora muy cursi, Madame Gen-
iis, pide en 1814 de Talleyrand, ana pensión de 1.200
francos, Con la sencillez de las cifras destruye Zola las
ilusiones de nuestros escritores con respecto á Francia y
las ganancias de sus autores; lo corriente es que el autor
cobra 50 céntimos por tomo vendido, ó sea 500 franco,«
gobre una edición de 1.000 ejemplares; sólo cuatro ó
cinco ejemplos hay durante los cincuenta últimos años
de una edición de 80.000; «pronto se acaba contar los
pocos autores que viven de sus libros.» Tampoco son
bien pagados los redactores: hace cuarenta años eran 200
francos al mes una buena paga» «Él periodismo mata
aquellos que deben ser matados. » «Eugenio Sue, Dumas
j Hugo hau hecho macho dinero por el libro, George
Sand"" vi vía al principio pintando cuadrifcos al óleo, y
de^pués podía vivir decentemente por su pluma.
Más aún, las grandes ganancias corrompen los lite-
ratos y la literatura: el exceso del dinero es tan envile-
cedor como la miseria, en el término medio está la vir-
tud. La poesía, como las artes y la ciencia en general,
deben ejercerse por amor desinteresado y sólo entonces
se llega á las alturas (1).

(3) Las tiradas dala.« obra» de Zola·, según nota facilita«!* à lu


prensa de París el editor Lacroix» fueron las siguientes:
«La fortune dos Bougons», 35.000ejemplares; *<La Curée^ 47.000;
«Le ventre de Paris», 43.000: «La Ooxiqnete de Plassane^ 38.000; «La
faute de l'abbé Mouret», 52.000; «Son Excelle™» E u g e n s Bougon»,
32.000 «L*Assommoir», 142.000; «Une page d'amour», 91.000: «Nana*
I9S.Ô0Û; «Pot Bouille», 9SL00G; «An Bonlieur des (James». Τα.000; «La
jois de Vivre», 54.0.)0; «Grermin&l», UÛ.00,); «LOeuvre-, tíO.000: «La
Terre», 129.000; «Le Eève». 110.000; «La bête humaine*, 99.000; «L'Ar-
gent», 86,000; «La Débâcle», 202.OOO5 y «Le dectenr Pascal *, flC.QOO.
~ (33 -
Hasta los adversarios como Menéndez y Pelayo, no
pueden desconocer que Hugo es, «bajo ciertos aspectos.
el poeta más grande que Francia ha producido», «Pen-
sador superficial, enamorado de antítesis y de fórmulas
huecas, perpetuo y elocuente repetidor de todos los lu-
gares comunes de los diversos partidos en que militó,
y además productor incansable en un tiempo y en una
nación en que toda literatura anda revuelta con un poco de
charlatanismo y de mdustria, iué, con todo eso, una dé-
las criaturas más extraordinarias que Dios ha enviado
al mundo poético; pero su fuerza nació principalmente
de su retórica. Yo juzgaré siempre mal del discernimien-
to crítico de quien le tenga por an Shakespeare ó por un
Dante, pero en su género me parece, no sólo el primero,
sino el único, un coloso literario, la encarnación más
asombrosa, y potente de la retórica en el arte.»
Schopenhauer tiene sin duda razón al culpar los ho-
norarios y los derechos del autor contra la reproducción
por la ruina de la literatura. Ni Dante, ni Homero co-
braron honorarios, y creo si los cobraran hubieran es-
crito infinitamente más lato... razones editoriales expli-
can la desesperante longitud pedestre del estilo de Pé-
rez Galdós y en parte de la Pardo Bazán, sin mencionar
ios dioses menores de nuestro Parnaso. El filósofo de
Franckfort cree que la cortesía meliflua de nuestros
críticos y revisteros hacia los corifeos consacrados es
nociva y absolutamente improcedente. ¡ Cuanto más
alto, más dura debe ser la crítica!
Entiendo que con cuarenta años ee llega á la concien-
cia del camino que se debe, seguir y de la obra que el
sino le ha encomendado. No como Emilio Zola, amon-
tonando páginas tras páginas, tomos tras tomos, sino

Do «Las tres ciudades», «Lourdes», «Rome» y «París», ee tiraron


149.0C0·, 100.C00, y SB.LO0 ej omplfc res; de «Los cuatro evangelios»
$4. 0) de «Fécondité» y 77.000 de «Travail',
Durante los últimos anos había ganado Zola en la venta de sus
obras tres millones de francos.
P.>eos días antes de morir terminó y entregó al compositor Bru.
neau el libreto de ana ópera tibnlada «L'Efant Roy».
- 09 -
al contrario, sondeando cuidadosamente del fárrago de
Jas obras ya hechas ó proyectadas, aquellas que prome-
ten más y que mejor pudieran resistir á los embates
del tiempo. Cada página debe someterse á una correc-
ción esmeradísima, y cada idea y cada imagen debe pro-
fundizarse y moldearse para llegar á la perfección si
es posible. Prefiero Balzac que corrigió treinta veces
la frase, á Zola quien nunca quería leer nada de sus pro-
pios escritos por encontrarlos defectuosos é insufi-
cientes.
Así creo que todos 3os libros del autor ele .Pean ch- Cha-
grin serán leídos cuando hasta Germinal sólo será citado
como curiosidad histórica en las polémicas literarias.
«La historia literaria del siglo xix en España—dice
Meneadez y Pelnyo— está mal sabida y mal entendida
por casi todos, y además llena de injusticias y de olvi-
dos que es preciso reparar. No parece sino que la cerca-
nía de los objetos engaña los ojos y extravía el juicio de
los contemporáneos. Vivimos sin conoce-Dios irnos á otros,
vor lo 'mismo que nada creemos conocer mejor. Una sarta ele
"nombres, invariablemente los mismos, han adquirido,
no se sabe por qué, el valor de tipos representativos ele
la cultura española moderna, y fuera de ese catálogo ó
canon (que no es el de Alejandría), no hay redención
pant nadie... » Mucho debe extrañar esto en boca del jefe
del pensamiento reaccionario español, quien con sus
amigos es una de las «celebridades aparatosas y rim-
bombante?, que llenan con sus nombres las columnas
de la prensa periódica.» ¡Ah, la prensa es la culpable,
siempre la prensa!
Hace poco murió en Viena uno de los más afortuna-
dos empresarios de periódicos, cuya influencia corrup-
tora en la prensa austriaca será difícil negar. El señor
Zank fué el fundador de La Prensa (existe también La
Prensa Libre) y del Diario, de Viena, y dejó muchos mi-
llones de florines. La conversación siguiente le caracte-
riza: —«Regente, ¿es Tiziano nuestro anunciador?»—
«No,» era la contestación á esta pregunta sorprendente.
—«Entonces no comprendo por qué se le hizo tanto re-
clamo en el folletín.» Su ideal era un periódico donde
c;;da iínea, hasta la sección parlamentaria, fuera paga-
da como anuncio ó reclamo.
La prensa de ]a América anglosajona está, corrompí-
disima por el reclamo y el negocio, y lo atestiguan nu-
merosos palacios suntuosos en París, Londres, Berlín,
Yiona y Petersburgo, El tipo del publicista que se deja
pí.íiar cada suelto ó despacho, no es por cierto español,
be: ría por completo imposible que la prensa española
favoreciera el robo y la explotación sin pudor que en
Francia llevan á cabo las grandes Compañías y Socieda-
des, é imposible sería aquí que la prensa aconsejase al
pobre que entregue sus modestos ahorros á Empresas
como la del canal de Panamá, presentando esta espe-
culación grandiosa y sublime, pero arriesgada como co-
locación segura para los ahorros pequeños.
Dos defectos de la prensa deben corregirse necesaria-
mente: que no sea libel de difamación y venal. Lo
primero se remedia instituyendo tribunales de honor
que castiguen efectivamente y restablezcan la reputa-
ción empañada por plumas infames. Delicadísima es la
tarea, pues se trata del honor en sus múltiples aspectos
y tal vez podrán servir de punto de partida los tribuna-
lee de militares, aristócratas, etc., porque cada profesión
tiene un honor especial que debe ser respetado.
Naturalmente, será algunas vece? muy difícil encon-
trar la finísima línea divisoria entre la crítica permitida
.y la insinuación calumniosa del periodista chantagista
ó del mouchard deseoso á& destruir la reputación de un
político de valía ó simplemente de un sectario ó un ca-
rácter atribilario que dirige sus dardos contra un ene-
migo imaginario.
Más difícil todavía será combatir la venalidad de los
periódicos empresas ó de periodistas codiciosos. Lo más
segurosería exigir que el Consejo de .Redacción lo compon-
gan hombres de intachable crédito público; pero ¿quién
juzgará respectoálarespetabilidaddeun escritor?Lo pue-
de ser un Echegaray ó Castelar y en su sombra pueden
vegetar toda clase de culebras y culebrones que se nu-
tren del fondo de los reptiles del ministerio de la Go-
bernación. Zorrilla era un hombre de gran honradez,
tMniñit ¡, _j_ O P

pero ®n su eombïa jugaban, en la Boiga eon la vida de


los revolucionarios, León XIII ha protegido con su res-
petabilidad y con Ja de Ja silla pontifical á era pregas
tan carias que resultaron después pillerías de primo car-
talo que arrojaron á la rnina*millares de familias.
Ko estamos del todo mal; nuestros chantajistas son
pobres diablos que se contentan con poco, á veces con
un modesto destinito. Bastaría descentralizar la direc-
ción de los periódicos para quitarles el carácter persona-
lísimo que hoy tienen, pues no conviene que problemas
importantes de todo género dependan de un joven á
veces que no puede abarcar su transcendencia. Así me
he encontrado que Cristobal de Castro rechazó mi pro-
testa en España NUÙVH contra las calumnias ele Antonio
Cortón dirigidas á la noble sombra de Espronceda, y
Leopoldo Borneo hiüo lo mismo dejando sin defensa en
La Correspondencia á Juan Prim acusado de venal por
Emilio Olli vier en sus Memorias recién publicadas.
Ml Fais no m ha querido hacer eco de Ja exigencia de
que las obras del gran Balzac entren triunfalmente en
ios Institutos, y así pudiera citar muchos casos verda-
deramente asombrosos. Una junta directiva de redac-
ción en lugar del omnipotente director, resolvería fácil-
mente ei problema. Los hombres serios colaborarán en-
tonces espontáneamente, porque hoy les es natural-
mente muy difícil hacer antesala y lisonjear á los di-
rectores cuyas relevantes dotes a veces sólo conocen las
empresas respectivas... conste que hay excepciones.
Entre los ciento treinta escritores que recibían en con -
cepto ele auxilio pensiones de la Caja de socorro mutua
por 3a Sociedad parisién Les Gens de Lettres, figuraba el
nombre de Fernando Lesseps, el empresario millona-
rio. Campañas como las de determinados periódicos de
primera importancia que hemos visto en España, ó
contra ciertas Compañías industriales, ó contra abusos
•administrativos y judiciales, son en Francia muy raras,
á lo fumo se levanta uno ú otro órgano de poca impor-
tancia, para después callarse como por encanto.
Curiosísimo es, en efecto, lo que Balzac dice del ori-
gen y carácter del chantage. «El chantage es una inven-
— 72 —
ción de la prensa inglesa importada recientemente en
Francia (1825 á 45). Los chanteurs son gentes colocadas
así que disponen de los periódicos. Nunca se sospecha de
un director ele periódico, ni redactor en jefe de tener su
mano en ei chantage. Para esto son los Giroudeau, los
Felippe Brideau. Estos bravi van á buscar á un hom-
bre que no quiere, per ciertas razones, que se ocupen
de él. Macha gente tiene sobre su conciencia picadillos
más ó menos originales. Hay muchas fortunas sospe-
chosas en París alcanzadas por vías más ó menos lega-
les, frecuentemente por maniobras criminales y quo
darían pretexto á deliciosas anécdotas como la gendar-
mería de Fouehé, que rodeaba á los espías del jefe de
policía quien iba á coger á Jos impresores clandestinos
protegidos por el ministro, no estando en el secreto de
la fabricación de los falsos billetes del Banco inglés;
después la historia de los diamanteb del príncipe Gala-
thione, el asunto Maubeuil, la herencia Pombreton, et-
cétera. El chanjeur se ha procurado algunas pieza?, un
documento importante y pide una entrevista al hombre
enriquecido. Si éste no da una cantidad cualquiera, 3e
ensena el chanteur la prensa, dispuesta á quitar el velo
del secreto. El hombre, rico tiene miedo ν paea. El £>Ό1-
pe está dado. Usted se entrega á alguna operación peli-
grosa, que puede sucumbir poruña serie ele artículos:
se os suelta un chanteur quien os propone el rescate de
los artículos. Hay ministros á quienes se envía chan-
teurs y que estipulan con ellos que el periódico atacará
sus actos políticos y no su persona ó que entregan su
persona y piden gracias por su querida... En el. si-
glo xvni donde el periodismo estaba todavía en pañales,
se hizo el chantage por medio de libelos, cuya destruc-
ción era comparada por los favoritos y los grandes se-
ñores. El inventor del chantage es Aretino, un hombre
muy grande de Italia, quien se impuso á los reyes
como en nuestros días tal periódico se impuro á los
actores. Siempre que vieras la prensa rabiosamente
detrás de gente poderosa, sepa que ahí van de enmedio
cuentas negadas por servicios que no se han querido
- 73 -
prestar. Este chantage respecto á la vida privada temen
lo más los ricos ingleses, y entra por mucho en las en-
tradas de la prensa británica, infinitamente más depra-
vada- que la nuestra. ¡Somos niños! En Inglaterra se
compra una carta comprometedora por cinco ó ßeis
mil francos para venderla otra vez».
En Inglaterra tiene la prensa mayor independencia;
do cuando en cuando levanta la voz de alerta contra la
inmoralidad de las clases directoras, como la Fall Mall
G-asette contra el tráfico do doncellas, contra el abandono
de i a marina, etc.; pero no puede librarse de la influen-
cia avasalladora y corruptora del capitalismo.
Aquella fiera altivez, rasgo característico del carácter
nacional español, y el alejamiento relativo del capita-
lismo, explican Ja independencia de la prensa españo-
la. Jai parlamentarismo, ei orden judicial y social mo-
derno y Ja pre α sa como poder constitutivo en ia socie­
dad , pueden ciar rebultados felices donde el espíritu de
asociación haya llegado á gran desarrollo. Este defecto
se hace sentir en la escasez de periódicos profesionales
y especialistas que abundan en Alemania, Inglaterra y
los Estados Unidos, y que florecen apoyados por asocia-
ciones que necesitan representantes y 'defensores, son
el medio más seguro de que ios adelantos industriales
y científicos lleguen á ser dominio de todos en breve
tiempo.
Una ligera estadística comparativa prueba que falta
mucho para q¡ie Jíspaña esté al nivel de otros países,
pues en los Estados Unidos se publica, por término me-
dio, un periódico ó revista por cada 4.000 habitantes,
en Alemania por cada 10.000 y en Francia por cada
12.000, mientras en España sólo por cada 16.000, iiu-
sia figura con 100.000 habitantes por cada publicación
periódica.
Véase con qué entusiasmo canta las glorias de la
prensa su representante tal ves más célebre, el incom-
parable director del Vieux Cwdaliert Camilo Des-
moulins:
«¿En qué se distingue la república de la monarquía?
En una sola cosa: la libertad de hablar y de escribir.
— 74 -
Dad la libertad de la prensa â Monona ?/ hwûana. Moscou
será roía república. Asi es que, ä pe-sur de Luis XVI, ios
dos bando? derechos y deludo el gobierno,conspirador y
realista, sólo la libertad de la prensa nos ha llevado
como por la mano, hasta el 10 de Agosto, y hadm%uni-
baclo una monarquía de quince siglos casi sin efusión
de sangre.
¿Cuál es el mejor atrincheramiento de los pueblos
libres contra las invasiones del despotismo? Es la liber-
tad de la prensa.
¿Y después, el mejor? La 1 ibevtad de k prensa,
¿Y después, el mejor? Es aún la libertad de la prensa,
Todo esto lo sabíamos nosotros desde el 14 de Julio;
es el alfabeto de la infancia de las repúblicas; y Bailiy
mismo, á pesar de su aristocracia, era sobre este punto
más republicano que nosotros.
Be cita su máxima: «La publicidad es la salva-guardia
del pueblo».
Esta comparación debería avergonzarnos.
¿Quién no ve que la libertad de escribir es el terror
de los pillos, de los ambiciosos y de los déspotas; pero
que no arrastra consigo ningún i o con veniente para la
salvación del pueblo?
Decir que esta libertad es peligrosa paia la república,
es tan estúpido como decir que la belle'/a tenu.' mirarse
en un espejo.
Se tiene ó no se tiene razón; en una palabra: se m
justo, virtuoso, patriota, etc., ó no se es.
Si hay errores, se enmiendan, y para esto es necesario
que un periódico oe los muestre; pero si sois virtuosos,
<jqué teméis de algunos números que hablan contra la
injusticia, los vicios y la tiranía? No es ese vuestro
espejo.
Antes de Bailiy, Montesquieu, un presidente de mon-
terilla, había profesado el mismo principio: que no
puede haber república sin La libertad de hablar y de
escribir.
Desde que los cleeemviros hubieron insinuado una de
las leyes que habían llevado de la Grecia, contra 3a
calumnia y sus autores, su proyecto de anonadar la
libertad y perpetuarse en el deeemvirato, fué descu-
bierto. FLIPS nunca estos tiranos han dejado de juzgar,
para hacerle perecer bajo pretexto de calumnia, á cual-
quiera que les disgustaba. De la misma manera, el día
que Octavio, cuatrocientos años después hizo revivir
esta lev de los decern vi ros. contra los escritos ν las
palabras, é hizo de ella un artículo adicional á la ley
Julia, sobre los crímenes de lesa majestad, se puede
decir que la libertad romana rindió el último suspi-
ro. En una palabra, el alma de las repúblicas, su
pulso, su respiración, si se quiere hablar así, el soplo,
por el cual se reconoce que la libertad vive aún, es
la franqueza de discurso. Yed en Roma que, esclusa de
invectivas, suelta Cicerón para ahogar en su infamia á
Yerres, Clodius, Pisón y Antonio. ¡Qué catarata de
injurias cae sobre estos criminales desde lo alto de la
tribunal»
El «especialismo» hace la prensa mas sustancial, y
las eminencias de la nación se sirven de ella como in-
termedio más adecuado para comunicar sus pensamien-
tos y los resultado* de sus estudios y observaciones. No
hay snbio, hombre público ó literato alemán, inglés ó
francés de importancia que no tenga una publicación
donde colabore continuamente, y conocido es que Bis-
marck fué colaborador del KiaderadaUch, una revista
festiva de Berlín, y publicaba artículos escritos por
él en la Gaceta Universal del Norte> asi como Glads-
tone, Fawcett, Bright, Beaconsfield y otros ministros
ingleses, suelen publicar estudios anónimos en las re-
vistas del país, y Gambettay otro3 publicistas franceses
é italianos pasaron directamente de la redacción á la
Presidencia del Consejo de Mi lustros como Combes y
Clemenceau. Todos estos hombres públicos se hacen so-
lidarios con las opiniones de los órganos reconocidos
como suyos, como lo han hecho de igual modo el señor
Moret y el general Cassola en las Cortes españolas, in-
sultar y desmentir â la prensa es el previlegio de 1. s
Maura y compañía obscurantista.
Chateaubriand, en sus Memorias de ultratumba, dedica
al periodista Armand Carrel sentidas frates de respeto
- - 10 -

y admiración, y el gran tribuno español, Antonio Ríos


liosas, eleva el trabajo del publicista á la altura del his-
toriador. «Es el periodismo, exclama, si se me permite
la frase la historia á la menuda: es la narración fresca,
espontánea, impremeditada, fragmentaria, diaria, con
que se teje luego y compone la historia posterior, la ver-
dadera historia. Y cuando el periodista, actor y escritor
á la vez, sin abandonar, porque no es posible, el punto
de vista desde el cual observa los acontecimientos, sin
deponer el. criterio individual y partidario con que los
juzga en la sustancia, respeta la verdad y rinde culto á
la justicia, y en la forma guarda el decoro, dibuja y
pinta hábilmente, y t ene vigor y estilo, entonces, so-
brándole en movimiento y color lo que le falta de refle-
xión síntesis é imparcialidad, puede levantar su cró-
nica hasta LA DIGNIDAD DE LA HISTORIA.»
Bien decía Ríos Rosas, que la prensa es y debe ser
ador á la vez en los acontecimientos cuya crónica escri-
be; debe apoyar ios esfuerzos de los hombres públicos y
auxiliar á la Administración ν ά la justicia; debo lie-
var á la conciencia ele la nación todo lo que inseoneien-
temente busca el verbo y tiende á desarrollarse en aspi-
raciones nobles y deseos justificados. Y cuando los
hombres públicos faltan á sus deberes ó siguen derrote-
ros en contradicción con los intereses nacionales ó con
las corrientes de la opinión pública, la prensa está lla-
mada á protestar enérgicamente, y sus órganos deben
convertirse en faro luminoso quo les guíe. Ejemplos
hermosos de esta misión sublime han dado los periódi-
cos en todas partes, aunque sus campañas se olviden.
El órgano oficioso del omnipotente príncipe ele Bis-
marck, la Gaceta Ψ· ('.'olorria, combatió ruciamente la po-
lítica rusónla de su inspirador, aconsejando á los capi-
talistas alemanes vender el papel ruso.
Con este motivo escribió el periódico la afirmación
viril que debiera guiar los actos de la prensa. «El error
fundamental de nuestros adversarios (entre ellos el ór-
gano oficial de Bismarck) consiste en la creencia de que
la misión de la prensa era tan sólo reflejar fielmente los
acontecimientos políticos. Nosotros, al contrario, no
— 77 —

creemos que el sitio de la prensa es únicamente la bu-


taca cómoda en el teatro que representa el mundo ente-
ro, sino que debe luchar lanzándose audazmente en la
corriente del movimiento político. La colaboración ver-
dadera de la nación en sus grandes destinos, se realiza
con mucha mayor exactitud y eficacia por medio del
periodismo, tan susceptible de las más pequeñas varia-
ciones del sentir y pensar nacional, que por el mecanis-
mo pesado y burdo del parlamentarismo, que sólo es
capaz ele corresponde]· á móviles muy poderosas, y muy
de tarde en tarde cumple esta misión. Los grandes y
bien dirigidos periódicos tienen el deber patriótico de
presentarse como poderes de la patria, de juzgar los
acontecimientos desde el punto de vista de los intereses
patrios, difundir en el interior y exterior conceptos
exactos respecto á la política del país, extirpar las preo-
cupaciones y errores ele* toda clase, y, finalmente, in-
fluir sobre los centros directores del Gobierno y del
país.»
Que no se exija demasiado de la pureza de carácter de
los periodistas que pueden alegar en su defensa lo pre-
cario que es su posición pecuniaria. Pero por esto no
hay que condenar la prensa como institución. Que el
sacerdote esté manchado de impurezas humanas, que
incurre en pecados mortales, sin que por esto pueda
acusarse á los sacerdotes en general. El notable escritor
austríaco Sacher-Masoch, llega hasta creer que «la crí-
tica moderna <s siempre, ó un reclamo, ó una polémi-
ca, y opina que «la prensa nunca puede perjudicar de
otro modo sino por el silencio; pero tampoco así, por-
que la competencia entre los periódicos hace que el es-
critor, ignorado intencionadamente por unos, es por
este motivo elogiado por los periódicos rivales; que lo
que importa al artista es1 que su nombre suene frecuen-
temente, y de esto se encargan con mayor eficacia los
enemigos que los amigos (1).» Las conjuraciones de si-
(1) Saclier Mas<y h- Sobre el valor de la crítica, Leipzig, 1873,- Con»
tien« muchas observaciones ingeniosas, aunque en general algo
apasionadas.
lcncio han fracasado siempre con ludibrio de los eon-
jurados, pecadores cobardee y traidores contra el espíri-
tu santo del genio, y eí entusiasmo, detenido aríincial-
itiente, rompe después los diques con doble vehemencia.
y ocurre que 3as gotas que hubieran sido absorbidas
paulatinamente, caen entonces reunidas por el dique
cual torrente poderoso que arrastra consigo todo lo que
se opone á su marcha victoriosa. Los errores mismos de
un feehopenhaucr, ó Zola, «ignorados» por los filósofos
y literatos oficiales durante mucho tiempo, llegaron de
este modo á aumentar el empuje de su victoria defi-
nitiva.
«Una obra de arte es tanto más admirable cuanto
más ideas y emociones personales despierta en nosotros,
cuanto más sugestiva es, dice Guy au. El gran arte es el
que consigue agrupar en torno déla representación que
nos ofrece el mayor numero posible de representaciones
complementarias, en torno ele la nota principal el ma-
yor número de notas armónicas. Pero no todos los es-
píritus son susceptibles hasta el mismo grado de vibrar
al contacto ele la obra de arte, de experimentar la tota-
lidad de las emociones que puede producir; de ahí la
misión del crítico; el crítico debe reforzar todas las no-
tas armónicas, poner de relieve todos los colores comple-
mentarios para hacerlos sensibles á todos. El crítico
ideal es aquel hombre á quien la obra de arte sugiere
más ideas y emociones que á los demás.Es el que perma-
nece menos pasivo ante la obra de arte y descubre en
ella más cosas. En otros.términos, el crítico por exce-
lencia es aquel que sabe admirar mejor lo que hay de
bello, y que puede enseñar á admirarlo mejor.»
La crítica más duradera busca el libro; y los artículos
de Lessing, Saint-Beuve y Zola son reimprimidos ele-
vándose así la obra periodística á la altura del documen-
to histórico.
Hay mucha diferencia entre las influencias de la
prensa diaria y de los libros y folletos. Los periódicos
adquieren cada día más el carácter de mera información
y la propaganda de ideas queda casi exclusivamente en-
comendada á las revistas semanales ö mensuales y so-
bro todo ν con la mu vor eficacia û ]os folle cos ν libros.
Quien ha tenido ocasjóii Ί « comparar la eficacia de
estas diferente* n> armera? de propaganda, comprenderá
el alejamiento de los escritores independiente« y muy
nersonales ν orißinales de la prensa diaria ν la pivieren-
cía <[ue dan á ios folletos y más aún al libro.
El artículo meior uensado de mi diario deia sien.'.pie
una huella muy superficial en ios lectores; se lee con
rapidez y esparcido entre mil noticias dispersas ιμνν dis­
traen la atención, mientras que se lee un libro con
muy otra disposición de ánimo y la atención se con-
centra especialmente durante cierto tiempo en el asunto
de que se trata. Hasta la forma manejable del libro le
da una superioridad indiscutible: colocado en elegante
tomo en la biblioteca fija constantemente la mirada é
invita á la lectura. Las personas menos afectas á la lec-
tura ojean en ratos de aburrimiento libros que de este
modo se imponen á su inteligencia operando á veces re-
voluciones inconscientes en su manera dépensai".
Así se esfuerzan las sociedades bíblicas en obligar á
las familias de conservai* la biblia, porque saben el po-
der que ejerce un libro, y Í03 propagandistas de ideales
progresivos deben imitar y procurar que libros sinté-
ticos de autores de autoridad ocupen la pequeña biblio-
teca casera del pueblo y ele las clases medias. La pu-
blicación ele bibliotecas populares económicas es un
factor de propagnnda de primer orden y debe ocupar
la preferente atención de los partidos "democráticos.
Unos cuantos millares de buenos libros son mejores
propagandistas que muchos oradores, cuyos discursos
se lleva el viento.
Una modestia ν dignidad mal entendidas sería el no
utilizar tocios los medios que ofrece la prensa moderna
á la propaganda de las ideas, abandonándolas para los
charlatanes y oradores. Los hombres son banderas y un
deber del entusiasta por un ideal es procurar á su perso-
na el prestigio mayor posible, porque así sirve á la
idea que «e levanta gracias á este prestigio. Bismarck
ha demostrado cómo debe servirse de la prensa para-
que éste apoyara grandes fines. La prensa es una palan*
..- 80 -
ea poderosísima de que hay que servirse, so pena de
verla en manos indignas llevando Ά abismo los países
que no hayan sabido organizar la publicidad á la altura
ele la época, para que sea la quinatesencia de la inteli-
gencia y c'e ias aspiraciones generosas ele una nación.
La Iglesia exige de los sacerdotes el gran sacrificio
del celibato, y algo parecido exige la sociedad de los
literatos, colocándoles en condiciones económicas ver-
gonzosas, que casi hacen imposible que la prensa y la
crítica literaria cumplan su hermosa y sublime misión.
Se impone á estos sacerdotes en lugar de la abstinencia,
la miseria. El gran historiador Carlyle dice bien que es
preciso que la miseria aleje del sacerdocio literario á los
que no son dignos para esta vocación, y con mayor
razón dice el poeta alemán Bürger, que sólo puede
comprender los graneles problemas del corazón humano
y de la humanidad quien haya pasado por amarguras.
vSin embargo, la sociedad moderna comete un crimen
grave por no saber proteger y apoyar debidamente á los
sacerdotes modernos que celebran misa ante los alteres
de los ideales, y sin los cuales el edificio social ya hu-
biera caído en ruinas. Es preciso que la sociedad se
penetre del peligro que le amenaza sin estos sacerdotes
que sacrifican el bien y la felicidad propia para los
bienes ideales de sus prójimos.
La sociedad cristiana comprendía el valor ele los
bienes espirituales y creaba los conventos y las iglesias
para que hubiera personas exclusivamente dedicadas á
guardar el fuego santo de los altares. La sociedad mo-
derna se burla de aquel socialismo cristiano, sin que su
egoísmo sin consideraciones, ni entrañas, ni cerebro,
hubiera sabido poner un dique contra aquel materialis-
mo feroz que nos recuerda las orgías de Nerón y que
quizás derribará el edificio artificial y mentiroso de la
sociedad moderna.
Nunca podrá evitarse que las relaciones de amistad,
la igualdad de opiniones políticas ó estéticas y la comu-
nidad de los mismos adversarios influyan un poco en
el ánimo del crítico, y sólo debe ser severamente cri-
ticado cuando lleva á que el crítico se hace el des·
— 81 —
«liten .lido respecto á talentos respetables que no perte-
necen á su bandería favorecida. Para ser un literato
grande no basta el talento, es preciso tener carácter,
dignidad, independencia y amor á la verdad y á la
justicia, cualidades raras que se de. arrollan por cos-
tumbres y usos literarios q'.ï^ hacen la crítica litera-
ria independiente de 3as condiciones personales do los
críticos. En los países alemanes es costumbre que la
sección bibliográlica menciono todas Lis publicaciones
que se manden á un periódico, y no puedo ocurrir que
los editores se quejen, con raxon, de que se pierdan
infinidad de ejemplares dn recensión en las redaccio-
nes de España, sin que se les haya dedicado una linea
siquiera. Diarios de importancia emplean cada semana
una ó dos columnas de á 160 líneas, en reproducir los
títulos de las publicaciones remitidas; de modo que,
muiaíii mutandis, los periódicos de mayor circulación en
España estarían obligados á sacrificar, para idéntico fin,
alo sumo, un fis cincuenta ó sesenta líneas, pues mien-
tras que se escriben al año siete ú ocho mil libros en alo-
man, sólo mil y pico aparecen en castellano.
No deja de tener importancia ν hav que hallar una
tí L » 1

solución para este problema, porque una literatura sin


crítica es un cuadro hermoso sin luz que lo ilumine.
Entre los gritos de Casnnclra contra los abusos que
pudiera cometer e-te nuevo poder cuya existencia reco-
nocen tocios, se oyen algunas proposiciones de reforma,
como las de Tarde y Bighele, que piden que los publi-
cistas firmen sus artículos. «Todas las leyes contra los
abusos de la prensa, dice el último, quedarían sin efica-
cia mientras que los publicistas no comprendan mejor
las grandes responsabilidades ele su misión.» Sin em-
bargo, el sociólogo italiano reconoce que es la aristocra-
cia que mayores títulos tiene hoy para reinar y Marx
Nordau declara que la prensa e.-» la forma más elegante,
eficaz y móvil de la soberanía del pueblo en las democra-
cias modernas. Bien es que muchos artículos sean fir-
mados por sus autores, pero con esto no se resolverá el
problema: tal vez se conseguirá más si los consejos de
redacción sustituyeran al director actual como reepon-
6
— S2 —
sables unte el público. En último lugar tenenio : que
vulver Λ los tribunales de buenas costumbres do Ι ¡ν? ci a
y Roma y rnsgai' las leyes actúale? sobre caiuuiui;*. in-
jurias, evo., dejando á estos jurados en ulen*.? poder de
imponer ^j. casdgo que cada c¿;so especial requiere m-
ji'ún les dieu- lu CO11CÍ6L10Í:;, pública, R' comiendo Lus
ideas do i-ZcLuar-1-: <.le Hartmann, qi'dsn ¿-3¡ rib..; d;:îeui~
damoviCe ¡sobre :".:·. a.·: mue, :aepo¡ eLnao Ü.Í muy impor-
tante, pvi"'v,Uí- c- preciso aiaiai iu-invasión «Ib ciiliiiiinias
que envinen:: nuestra vid:-, pública y aleja de ella ios
mejores elementos de la sociedad.
De iodos modos, es ja publicidad ol mejor remedio
couura Ls vicio¡> .>· la prensa: ahora ya comprenden
muchos hombres -pálmeos que les conviene acallar tod¿)
clase di- maledicencias presentando ante el público su
vida privada y publica con la mayor diafanidad posible.
¿Por qué no imitamos á los militares exigiendo á todo
literato ó politic; - π aoja de servicio? ¡Cuánto ha gana-
do ci Si*. Canalejas contestando uiara y precisamente á
las calumnias que le envolvían como protendido abo-
gado do la duquesa de Osuna: Mucho antes debía haber
dejado publicar su biografía, donde constaba que ni ha-
bla sido ral abogado ducal ni obtenido el palacio en pago
de honorarios. Por muy pocos sacrificios podemos te-
nor de este modo fuentes verídicas para juzgar á los
hombres públicos. Yo he predicado con el ejemplo,
dando los datos necesarios á mi amigo Maceta, para el
bosquejo biográfico publicado en 1895 en respuesta alas
patrañas propaladas por adversarios políticos.
Las sanas 3' buenas costumbres litera: ias favorecen
tanto á ios lectores y escritores corno á los intereses de
la nación, que dele procurar con empeño tener una
Prensa digna y recelosa de su independencia. Produce
una profunda perturbación moral que ios literatos emi-
nentes .se ven obligados á buscar Jr¡ protección de los
políticos ó piden en las oñcinas oficiales ó particulares
el sustento. El mal que padecen las letras tiene su raíz
en la situación"deplorable económica del literato, cuya
profesión no está reconocida como tal por la sociedad.
8in embargo, ya hay literatos empañólos indépendantes
como el tipo del literato alemán, francés, iiv>iéfï, ameri-
cano, italiano 3' ha-coa meo, qu*5 todo ir. espora, de ?u
piunm, y oue coa eiia conquista prestigio social, inde·
pendencia económica y ¿loria, y si ios .Príncipes le ofre-
cen tí pale* y hoí-vr&i palaciegos, ios rechaza indigna-
do, como atentatorio a su majestad d\' e.-c-iior. Asi lo
hizo el célobi'e noveiisia Gusiavo Freyba^, cuyas obrab
han contribuido á hacer popular ά la casa de Hohenzo--
llern, declarando públicamente «.mees indiano nara
una persona ae méritos propios acopiar UÍ.UL.¿Ó nobilia-
rios que le despojan de la independencia de criterio, y á
veces la firmeza ue carácter.» Esta altivez noble puede
existir donde el literato y la sociedad, están igualmente
penetrados del sacerdocio sublime fiel publicista y es-
critor.
Con satisfacción hago constar eon la imparcialidad
de un cosmopolita que llama «su casa» los países ale-
manes, rusos, franceses y españoles, que la Prensa es-
pañola está, bajo todos los conceptos, á la altura de ios
demás países.
Una mirada al Figaro, Tem^e ó los periódicos alema-
nes, basta para convencerse de que se distingue íavora*
ble-mente por cierta templanza ele estilo, que tal vez
p-rjudica la causa defendida, porque es preciso que
las cosas feas sean llamadas con su nombre para que
desaparezcan. Esta templanza es hija natural de la socia-
bilidad clel carácter nacional y lleva en la vida social á
tolerancias no siempre justificadas, Sin embargo, es fo-
mentada también por cierto diletantismo que aún do-
mina en la Prensa española y que se asusta de acometer
al adversario, por carecer de fe en su propia causa.
Lejos de hacerme eco de las quejas contra el persona-
lismo, que es la nota característica ele la Prensa españo-
la, la creo indispensable, ciadas las circunstancias en
que se encuentra el país y dado el carácter español. Más
que comenten generales, reñeja opiniones do determi-
nadas personalidades, resultando así cierto exclusivis-
mo y estrechez de horizontes. Por otra parte, se facilita
así á las personas vigorosas romper los diques conven-
cionales y plantear soluciones nuevas y originales. Aqui
— 84 —

no hay autoridades que se constituyan en jerarquías


aeepóticas; en pocos años hemos visto crecer de Ja nada
prestigio? nuevos y eclipsarse la estrella de antiguos.
Todo fluctúa aquí más rápidamente que en otros paí-
ses, donde un Ministro dirige décadas enteras la políni-
ca de su país y ios periódicos conservan el prestigio du-
rante generaciones. A 3a Prensa española distingue el
ataque airoso, el chiste Miz, la anécdota intencionada,
la polémica variada, cualidades que en su fascinadora
totalidad no se encuentran en ninguna parte tan bien
desarrolladas como aquí.
Uno de tantos errores es la creencia de que el telégra-
fo fuera siempre un adelanto en la Prensa. Sn Alema-
nia é Inglaterra está formándose una reacción contra el
abuso del telégrafo, que favorece la superficialidad y
manejos ilícitos de agiotistas. El despacho telegráfico no
podrá nunca reemplazar á la correspondencia concien-
zuda, bien meditada, como la fotografía no suplirá al
pintor. El mercantilismo inglés y americano se impu-
sieron por algún tiempo á la Prensa europea, y sólo
puedo felicitar á la Prensa española ele no haber imita-
do ciegamente aquella moda, De igual modo correspon-
den á España los pequeños periódicos bien e?crit£s¿ ba-
talladores, y-á 3a vez indisciplinables; periódicos tan
pesados y dé influencia abrumadora como las grandes
empresas alemanas, rusas, inglesas ó francesas, ejerci-
tarían aquí un despotismo insoportable matando tocia
iniciativa y originalidad individual. Para los lectores
resulta lo mismo leer un periódico grande extranjero ó
clos ó tres periódicos españoles de diferente carácter,
para estar al tanto de las cuestiones corrientes.
Aquel personalismo, refractario á la asociación, expli-
ca también el atraso del periodismo como profesión es-
pecial. Mucho hace la Asociación ele Ja Prensa de Ma-
drid, pero todavía falta á los periodistas el orgullo de
clase y el afán de perfeccionar las condiciones materia-
les y morales de su estado, como lo hacen los publicis-
tas en otros países. Al ingenioso Aureliano Scholl, en
París, le ofrecieron el acta de diputado, y no de indo-
cumentado, y lo rechazó con indignación; pues dijo
Só —

que un escritor con estilo y personalidad propios, se re-


bajaría á ser simple diputado. Pérez Galdós se sintió
orgulloso de redactar una Memoria para cieita solemni-
dad parlamentaria. El publicista Paul Lindau, confi-
dente del difunto Federico l í i , no lia dejado nunca de
ser director de su Revista, y ni siquiera le habrá pasado
por la mente pretender una cartera pora hacer feliz á
[as colonias del Imperio germánico, corno Núñez de
Àrce y Lessing rechazó la cátedra de Konigsberga al
lado de la de Kaut por no querer leer el panegírico al
rey que el cargo exigía, según la costumbre. Ni Alar-
cón, ni Núñez de Arce, ni Menéndez y Pelayo, tenían
ó tienen estos escrúpulos; viven tan satisfechos bajo la so-
sombra del Manzanillo de los gobiernos.
En todos los centros intelectuales alemanes, Berlín,
Viena (1), Francfort, Munich ν otros, ha ν colee ti vida-
des que eficazmente apoyan y protegen á los publicis-
tas, ν 3a ejran «Sociedad de escritores alemanes,» cuvos
socios se encuentran diseminados por todo el globo, tie­
ne su Itevista especial, su Caja de socorros mutuos y
oficinas literarias, que intervienen para colocar Ice ma­
nuscritos ν buscar colocaciones. En Viena, se ha or era-
nizado recientemente una sociedad cooperativa edito­
rial para librar al literato de la esclavitud de editores
ignorantes é informales. En España es una tal edito-
rial absolutamente indispensable puesto que aquí no
existen verdaderamente editores.
Lo mismo hav que decir de la «Société des 2'ens de
lettres,» de París, y, en parte, de la «Sociedad ele auto-
res,» de Londres al lado de la cual se han constituido
las Sociedades de publicistas « Press Association, »
«Newspaper Press Found» y «Press Club» (2).
Hay aspiraciones modernas que sólo en una prensa

(1) Leí Concordia por si sola posee u n capital de m á s de dos m i l l o -


nes fie francos, xm millón menos qtie la célebre Sociedad parisién
que representa á loa literatos de Francia.

(2) Curioso <:8 el eiisayo del Sr. David Anderson, en Londres


quien ha abíerí.0 un colegio superior para periodistas, dotxr7e se e n -
."•..>

bien organizada encuentran un eco poderoso. La prensa


española debe dar la mano á los hermano?? de las Re-
públicas americanas y á la prensa elf1 las demás nacio-
nes de Europa, á fin ele realizar hermosos ideales sn un
campo vasto y grande y que sólo quedan indicadas por
pertenecer á ios sueños del porvenir. Qae ;aadie la teme
porque.nunca podrá abusar de su poder; recibe la san-
ción del pueblo y refleja la opinión soberana.
La luz no puede crear sombras; pero donde vegetan
reptiles, les .pone á la vista aumentados y aie ados. ¡Ay
del culpable que 3a provoca! For eso una pluma bien
cortada es un arma más temible que las arbitrariedades
judiciales, administrativas y gubernamentales. Napo-
león I temía más á la señora ele Stael que á 100.000 ba-
yonetas. El rival moderno del gran italiano, Bismarck,
ha comprendido cuánto mejor le prepara las grandes
batallas la prensa que la miope diplomacia histórica.
Se servia de los periódicos para amenazar álos france-
ses, acariciar á sus aliados italianos y sembrar cizaña
donde lo necesitaba. Mientras que la diplomacia histórica
durmió en paz el sueño de la Santa Alianza, presintió
el corresponsal parisién de La Qacta Universal, de Mu-
nich, Enrique Héine, aproximarse la revolución de
1830.
La juventud que no sabe imponerse en la prensa y
por ella á la opinión, no es Gente Nueva; es la ambi-
ción y la vanidad propias de jóvenes con el corazón
viejo y el cerebro seco. Los que tienen algo que decir
encuentran la tiibuna y el auditorio con tal que saben
esperar su momento; y ei genio verdad tiene -paciencia.
seña á dirigir un periódico ó revista, ba^pr interviews, «to. Los h o -
norai ios son quinientos duros por a ñ o . H:iy qu<·. combatir, sin em-
bargo, los «exámenes» para periodistas en L ^ r ^ r e s . i-orque el p e r i T
disrn^ conoce sólo una condición: el W e n t o y una autoridad: el pú-
blico. Pedir geografía é historia para la admisión al periodismo, es
ridículo y propio de los ingleses. Poco valer deben tener los publi-
cistas »nglo-sajones ruando se figuran que unos cuantos elementos
'de eftonomia política, efe, podría elevar el nivel de la clase,
A los libros alemanes ya citados, n a y que « n a d i r el excelente O/-/-
lendario parπ literatos de J . Kürschner, que contiene las t'irecciorif F.
los títulos de obrns y algunos datos biográficos de todos los catorce
mil y pico de escritores y publicistas alemanes, la lista de las redac-
ciones principales y de los editores, asi como una copia de la l e g i -
— S7 —
Los impacientes son ambiciosos que confunden su sed
de aplausos con el genio. Al genio mueve siempre un
gran corazón que late por los grandes problemas de la
humanidad.
No tienen el derecho los «nuevos» de disculpar su
inactividad diciendo que no quieren écriai' de sus po-
siciones violentamente á los viejos que ahora ocupan
los puestos. Cada época tiene sus especiales problemas
qu3 resolver, y el genio sabe aprovecharse de los ele-
mentos gastados del pasado inspirándoles el nuevo es-
píritu, Así lo hizo Cromwell, Napoleón I y Bismarck.
«El genio cree un nuevo ambiente, dice Ludwig Stein
en su obra La cuestión social bajo la lus de la filosofía.
Siendo él mismo el producto de 3a época anterior, posee,
sin embargo, la fuerza impulsiva y dominadora quepe-
.netra con la mirada los elementos del antiguo ambien-
te apercibiendo sus insuficiencias ó defectos. El genio
reforma^ ó sea, crea de nuevo estos mismos elementos
combinándoles felizmente y produce así un ambiente
indicando nuevos rumbos á las generaciones venide-
ras. »

El antiguo concepto del matrimonio como institu-


ción divina de una parte y de otra, como grosero insti-
tuto de procreación, es hoy absolutamente insostenible.
Los dioses protectores de las virtudes conyugales, han

1 Ación l i t e r a r i a v i g e n t e en los países en q u e se h a b l a a l e m á n . O t r a


o b r a i n d i s p e n s a b l e k t o d a r e d a c c i o n e s 1·> Alemania literaria de A. H i n -
r i c h s e n . one c o n t i e n e l a s s i l u e t a s ó a u t o b i o g r a f í a s de g r a n p a r t e de
l i t e r a t o s del paí«. y pu«de l l a m a r s e fm hoja d e s e r v i c i o s d o n d e c o n « -
t a n las obras, l a s e m p r e s a s d o n d e t r a b a j a r o n , 1«s ideas q u e a p o y a -
ron, etc.. en. ^ a t o s »ecos, ein c o m e n t a r i o s n i elogio» i n o p o r t u n o s .
L i b r o s i n g l e s e s s o b r e e s t a m a t e r i a , h a y pocos: m e n c i o n a r e m o s l a s
Ouejfis de ¡os escritores, y la o b r a de M o r r i s K o l l i s , La literatura y el
fondo d" vensionrs. p u b l i c a d « por l a Sociedad de a u t o r e s m e n c i o n a d a .
L a Tm?ma colectividad p r e p a r a l a s obras: El reconocimiento de la pro-
yiiedrid titernrin por el Parlamento La vocación literaria, Los métodos de pu-
blienfión. y la o b r a Historia de la Société des cens de lettres, p o r el secre-
t a r i o de la Sociedad i n g l e s a , M r . S. S q u i r e S p r i g g e .
- 88 -
desertado el Olimpo y la sociedad actual no tiene inte-
rés alguno en el aumento excesivo de la población; al
contrario, desdo Maithus y demás economistas moder-
nos, tenemos más bien un exceso de proligidad aun-
que los patrioteros en Francia pongan el grito al cielo
contra la escasa fertilidad de los matrimonios france-
ses y aunque los estadísticos europeos nos amenacen con
una inundación de los fecundísimos chinos.
Nada obliga hoy á casarse, y quien lo hace sabe bien
y debe saber los deberes que contrae con respecto á su
mujer y á sus hijos, Por infame juzgamos al tísico ó ve-
néreo que inculca el virus contagioso á su familia y no
tardarán mucho las leyes en obligar á los cónyuges á
un reconocimiento médico antes de casarse.
Es tan inmensa la responsabilidad del matrimonio,
que la moral del porvenir tiene que ocuparse muy dete-
nidamente ele los deberes entre ios cónyugues y de los.
padres á los hijos, ele los hijos á los padres y de los her-
manos entre sí.
Entonces se contraerá el gravísimo compromiso con
la conciencia plena de lo que se hace, y no como hoy,,
en la mayoría de los casos, como consecuencia ele un
capricho ó ele una locura de amor; y bien sabidos ;·οη los
terribles castigos que á veces transforman la vida de
tóela una familia en un constante y eterno infierno.
Contra los arrebatos y peligros ele este amor fulmina
Sebastián Faure, el poeta del Dolor Univei*sai, la si-
guiente catilinaria que debe meditar el soltero lo mismo
que el ya casado:
«Verdad es que, aunque fuera la simple legislación
de un idilio comenzado 3^ seguido en virtud del amor
únicamente, no tendiía el matrimonio menos infaustas
consecuencias.
Que sea por conveniencia ó por inclinación, más tar-
de ó más temprano, sígnenle disoluciones llenas de
amargura, pesares acerbos. Los matrimonios el« conve-
niencia constituyen una verdadera locura unida á una
inmoralidad patente, y los mismos matrimonios por
amor no son menos locos y culpables, pues éstos como
aquéllos consagran compromisos insensatos, en con-
— 8θ —

tradicción absoluta con nuestra naturaleza mudable, in-


constante , caprichosa.
No se puede responder del corazón como no se puede
responder de la salud. Nuestro yo se transforma sin ce-
sar; nunca somos idénticos á nosotros mismos; cada
año, cada día, cada minuto, lleva á nuestra individua-
lidad imperceptibles pero reale? modificaciones, ¿y no
estaría fuera de razón garantizar seriamente la fijeza de
nuestros sentimientos, que, después de todo no son mas
que manifestaciones espeeiides de esta individualidad
mudable? (1). No puede haber, por el contrario, un
sentimiento más versátil uue el amor; ν si es verdad
que nos domina durante largos años, no es menos cier-
to crue su objeto varía con frecuencia.
La naturaleza no.sabría plegarse á las rígidas exigen-
cias de un contrato de larga duración. La novedad,
atractiva siempre, nos seduce con lo desconocido lleno
ele seductoras promesas. Sa ama toda la vida, el tiempo
blanquea la cabeza, se aclaran los cabellos, se arrúgala
cara y el corazón permanece joven; no lo niego; pero no
se ama á los treinta con la poes/a y los lirismos entu-
siastas de los veinte años; no se ama á ios cincuenta con
el ímpetu apasionado de los treinta y cinco. La ñor di-
vina del amor perfuma toda nuestra existencia, no cabe
cl-udn; pero no son los rayos de las mismas pupilas las
que la abren y es muy raro que sean los dedos queridos
de la misma encantadora los que la cojan cada vez que
brota. Nada mata el amor más seguramente que el ma-
trimonio. La certeza de la posesión par una parte, y por
otra la obligación de la vida común, lo en ven-;, an muy
pronto.
El deseo no se alimenta más que de la variedad, y la
pasión sólo vive del deseo. Pero el matrimonio es para
el deseo algo como una condena á muerte; lo despoetiza
y monotoniza todo. Las palpitaciones del corazón en las
primeras citas son reemplazadas para la mujer casada
por el temor ele dejai quemar el asado y para el marido
por el temor de llegar tarde y el fastidio de dejar á los
amigos del café ó de otro sitio.
— 90 —

Entre esposos las conversaciones recaen faltas de en-


canto sobre los criados, los negocios, el cuarto, los niños,
la*? compra-, las cuentas que hay que pagar, loque hay
que hacer. La mujer, como si ya no necesitase agradar,
se descuida y pierde en su casa esa sal y pimienta de 1.a
coquetería natural que. tan bien sienta á ios encantos
femeninos; el marido, no teniendo ya que ocultar sus
cuidados, no disimula su mal humor, ν de novio era-
lantc y atento se convierte en marido brusco y huraño;
y si por la tarde el señor se acuerda aún alguna vez de
los juramentos de amor que en otro tiempo salían á bor-
botones de sus labios tiernos, ardientes, sedientos de
besos, recita sin fervor su plegaria, á la que se une la
señora como mujer que tiene el deber de prestarse á lo
que de ella puede exigirse. La indiferencia primero, la
saciedad después, el disgusto, en fin, se desliza en sus
frases, besos, caricias y abrazos, á las mismas horas y en
el mismo escenario.»
Hasta ahora no han conseguido resultados decisivos
las tendencias libertarias del amor libre. Paul Robin t
el propagandista de mayor talento de esta corriente,
quiere sustituir el matrimonio y la familia de hoy por
el amor libre y la libre maternidad. Que la mujer quede
libre de amarj' pero que sepa prevenir al fruto del amor:
«la base y suposición del amor libre—dice—es la liber-
tad de la maternidad. La mujer debe tener la ciencia y
el poder de ser madre cuando lo habrá resuelto tras ma-
dura reflexión. Una joven hace mal ele casarse, alienan-
do la poca libertad que posee. Que quede el más tiempo
que pueda dueña de sí misma, y que elija libremente á
sus compañeros, pues no desobedece á ninguna Jey ra-
cional teniendo los amantes que quiera, mientras que
comete una gran falta contra la verdadera moral crean -

(1) Véase cómo domine Lamartine el corazón humano: «un ins-


trumento que no tiene el mismo número ni la nvsma fiase de cuer-
das en todos los pechos y en el que pueden hallarse eternamente n o .
tas nuevas que añadir á 'a gama infinita de sentimientos y cánticos
de la nreación.»
— 91 —

do hijos, cuyo sostén y cuya educación no estén asegu-


rados. La ciencia la dá los medios ele ser madre sólo
cuando 3o quiere. La libertad ele Ja maternidad es la
condición indispensable de la libertad del amor.»
Robin croe y en España defiende-con mucho talento
Felipe Tripo la teoría, que la mujer debe entrar en el
matrimonio, naturalmente siempre disoluble, experi-
mentada, como el hombre:· «Si encuentra, después de
pocas ó muchas experiencia?, un compañero con el cual
crea poder pasar una larga vida feliz estando identifica-
da en cultura y gustos, que se asocie con él definitiva-
mente si quiere, y este compañero amado y definitiva-
mente elegido que realiza su ideal soñado, no tendrá
necesidad de ser obligado á concurrir con la madre con
todas sus fuerzas al sostén y á la educación de los hijos
comunes queridos. Y si, por desgracia, los amantes se
hayan equivocado, si los separan incompatibilidades de
carácter, no seguirá al amor el odio y el horror, sino la
amistad, ó al menos la estimación, y el hombre honra-
do no dejará de contribuir materialmente al sostén ele
los frutos de sus antiguos amores.»
Muy superficial como solución del problema del amor
es este sistema; ni satisface en cuanto los hijos cuya
educación pide la cooperación amorosa del padre con la
madre, ni es una solución en las actuales condiciones
económicas, ni dice al fin nada á las aspiraciones idea-
les del amor cantado por todos los poetas de la huma-
nidad.
¡Primer amor! Todos los anhelos de la juventud con-
centrados durante años en una inmensa fuerza eléctrica
latente, se descargan de una vez; y tan poderosa es la
corriente, que su efecto dura toda una vida si el objeto
del amor es de cualquier modo digno de este gran é úni-
co sentimiento. Los afectos, por sinceros que sean, que
siguen al amor primero, nunca podrán igualarse, por-
que ya no reúnen los rayos de idealidad de toda la ju-
ventud, son como los últimos estellos al lejano horizonte
de una tempestad que ha pasado.
Dichoso aquel que tiene la suerte de poder adorar toda
una larga vida la mujer en que se concentraron por
— 92 -
primera vez sus anhelos de amor. Pocos llevan al altar
la mujer que por primera vez amaron y poquísimas son
las hijas de Eva que saben conservar ante su esposo la
santidad que las hace dignas de ser veneradas como.
diosas ante el altar.
Ko cabe duda que el concepto actual de la mujer como
cosa, objeto de lujo y de placer ó de explotación por el
rrabajo doméstico, no puede sostenerse ante la nueva
moral.
¿Por dónde irán las corrientes? ¿Habrá unidad de
criterio, ó predominarán criterios eclécticos según las
razas ó edades de las.persona?? ¿Habrá naciones políga-
mas y monógamas y tal vez polianclros? ¿Be preferirá
al matrimonio ideal platónico desde los albores de la
vida amorosa ó sólo como final cuando las tempestades
de las pasiones juveniles se hayan calmado?
A nosotros parece ya ahora los conflictos «trágicos» ele
los mejores artistas infantiles y hasta necios é imbéci-
les. Ni nos parece serio el puntillo ele «honor» satiriza-
do por Schopenhauer con mucho gracejo como peluca
ridicula de la barbarie feudal, menos aún nos parece
digno y respetable la cobarde y lacayuna «lealtad» y
«fidelidad» hacia los bandidos que ciñen coronas y has-
ta estúpidos nos parecen los actos de desesperación por
los prejuicios absurdos con respecto al amor.
¡Qué inocente es el desenlace que Tolstoi da á su
novela Ana Carénina! La ingeniosa protagonista, escri-
tora y muy cuita, se suicida por vergüenza de vivir en
matrimonio «morgamático» con el noble Vronsky,
quien le arrebató ele las garras de un viejo libidinoso
el cual se imaginaba tener el derecho de martirizar su es-
posa porque ésta se casó con él en la inexperiencia de
Ja juventud. Y esta tontería comete uno de los artistas
más grandes· ¿Qué harán los d-ti menor um gentium.?
En lugar del suicidio, era aquí en su lugar que los
protagonistas abandonaran un país bárbaro donde no
hay facilidades para el divorcio, puesto que eran gente
rica. Ana y Vronsky debían educar su hijo «natural»
fuera de Rusia, ν Tolstoi debía concluir su sermón
evangélico maldiciendo al absolutismo maldito de los
— 93 —

zares que provoca á cada paso conflictos absurdos cu-


yas consecuencias son frecuentemente el crimen ó la
desgracia de personas nobles que debían ser felices.
Fuente de placeres altruistas más sublimes y sol vivi-
ficador ele 3a mora,! social, ha sido rebajado el matrimo-
nio por el cristianismo hasta el nivel en que hoy so en-
cuentra ele «prostitución jurarla» como lo llama Paolo
Mantegazza en su hermosa «Fisiología del amor». El
cristianismo con sus conventos, el celibato eclesiástico
y el culto á la virginidad, y de otra parte el capitalismo
que todo lo convierte en vil objeto de mercería, han
prostituido el matrimonio y 3a familia, y sólo la nueva,
fe del socialismo puede salvarlos del abismo en que
han caído. «El pacto nupcial es la mayor parte de Jas
veces hoy, dice Mantegazza, un matrimonio de talegas
y blasones en la clase alta; una fábrica de proletarios
en grande escala en ins clases bajas. EL matrimonio es
hoy una de las más fecundas fuentes de desgracias; un
lento veneno que deshace 3a felicidad doméstica, 3a mo-
ralidad de na pueblo, el desarrollo de las fuerzas eco-
nómicas de un país. El matrimonio es con frecuencia
una ¡Dátente de corso que proporciona á la mujer la li-
bre irresponsabilidad, y ai hombre una impune poli-
gamia; es una máscara hipócrita de virtud, con 3a cual
se cubre e3 vicio de la sociedad moderna; es un salvo-
conducto que justifica todo contrabando de fidelidad,
todo perjurio, toda traición; os una bandera que suce-
sivamente ampara un mercado de esclavos domésticos,
ó un cambio ele fáciles injurias ó una bigamia tolerada
con envidiable longanimidad por ofensores y ofendidos.
El matrimonio en 3a sociedad moderna es la más
cruel, la más despiadada parodia de la fe, del juramen-
to y de la eternidad.»
Para evitar estos males, propone el ¿autor italiano:
«El matrimonio debe ser una.libre, una libérrima elec-
ción, tanto por parte de la mujer como por la del hom-
bre; debe ser la elección de las elecciones, la elección
tipo. ¡Libertad! Libertad al contraer el pacto como
para disolverlo. La conciencia de ser libre es una de
las mayores necesidades del hombre social; la concien-
- η —
cía de la libertad es la que nos da el valor del-sacrificio
y del heroísmo; mientras que un pacto quo nos liga
eternamente y sin participación alguna de nuestra vo-
luntad, quita mucho de dignidad y de mérito á la fide-
lidad. Cuanto más adelantamos en el camino cM pro-
greso y de la civilización, más sensible se hace nuestra
cerviz á tocia clase de yugo, y aun rodeado ésta de guir-
naldas de rosas y adornado de tsrcionelo. siempre ofen-
de la dignidad humana.»
Con el título La Moral Social, publica el profesor de
Derecho de la Universidad de Ginebra, Bridel, una re-
vista dedicada á propagar la nueva tendencia. Entre los
problemas que trata la revista, ocupa el feminismo
lugar preferente siendo uno de los movimientos más
importantes del siglo, según Federico Passy, «del cual
dependerá en gran parte el porvenir del mundo.» La
condición privada y pública de la mujer, el matrimo-
nio y el celibato, sus luchas por la igualdad con el hom-
bre ante la ley y en la competencia económica, todo esto
son problemas de esencial importancia para la política
social, además del aspecto religioso puesto que la igno-
rancia de la mujer y su natural sentimentalismo la
han hecho la palanca del fanatismo religioso en todos
los tiempos. En España halla esta corriente un eco po-
deroso y recientes son las campañas brillantes de doña
Carmen de Burgos Seguí en favor de sus compañeras
esclavizadas.
El abandono en que tenemos á la mujer se venga;
nos paga por mil disgustos como esposa conspirando
con la iglesia contra la civilización, ó las vengadoras
arrojan el veneno de la prostitución emponzoñando la-
vida en sus fuentes.
Con vivos colores describe doña Concepción Arenal
en su curioso libro «La mujer del porvenir», las conse-
cuencias de la ignorancia y ociosidad de la mujer: « Vie-
nen á comprometer la paz doméstica, ó por lo menos á
hacer menos grato el hogar. El tedio, cuyos efectos son
tristes, aunque la causa pase desapercibida. Las vanida-
des pueriles y los despilfarros, que son su consecuencia.
Las genialidades Indómitas, no tenidas á raya por las
— 95 —
facultades más nobles que se debilitan en la inercia, El
ocio intelectual, que exalta la imaginación, que quiere
dar cuerpo á fantasmas soñados y forja amantes quimé-
ricos de ensueños que no pueden realizar los maridos.
La lucha, en íin, LÍO dos personas que ven las cosas de
muy distinta manara. »
Pide la célebre ahogadora del feminismo que la mu-
jer ejerza,todas las profesiones, de abogado, méaico, et-
cétera, salvo la de i ucz, Dará que no tetina true iirmar
sentencias aflictivas y la de aut,-rilad por no sentarla
la coacción. «Tampoco quisiéramos para ella derechos
políticos ni parte alguna activa sn la política,» Esto es
una inconsecuencia y un resabio reaccionario, y ade-
más reveía un concepto menguado de la política.
Entre los azotes que castigan á la humanidad por no
saber elevar á la muí er ν desterrar la miseria, ocupa la
prostitución uno de ios primeros lugares con su séqui-
to, la sífilis, el envenenamiento del matrimonio, ν mu ν
à menudo la embriaguez y el crimen, puesto que los lu-
panares son á menudo antros de ladrones y escenarios
de homicidios. La prostituta por lujuria ó vanidad, es la
excepción; es la querida del plutócrata, la amante del
HDortmm, es una Venus que sacrifica ante los altares del
amor libre; es tal vez una joven de familia acomodada,
una seducida por un amante sin conciencia; y algunas
veces es la gran dama cínica que se burla de las preocu-
paciones del mundo. La prostitución dorada se confun-
de con el amor libre: en Francia toma la forma del
menage á trois donde el amante paga las alhajas y los
ramilletes y ayuda al esposo á sobrellevar el peso del
matrimonio; las actrices están obligadas al amor libre,
por la esclavitud d¿ las toilettes que les exigen los em-
presarios, y en algunos países por la explotación cínica
de agentes y directores de teatros. Hay países donde las
maestras están igualmente obligadas á ceder á las exi-
gencias de los alcaldes que les pagan sus miserables ha-
beres. Todos los talleres y fábricas del mundo donde
trabajan mujeres y mandan hombres son antesalas del
burdeí, por la brutal imposición chl dinero.
— 96 —
Balzac afirma esto cínicamente en su famoso cálculo
sobre las «ovejas blancas del redil previlegiado á donde
. todos los lobos quieren entrar» y que son las 500,000
'mujeres de diez y ocho á cuarenta años de Francia per-
tenecientes á las clases acomodadas y ricas, y expuestas
al adulterio, El aristócrata y ultra-católico monárquico
no cuenta con los nuevo millones «parías hembras» ,
porque en ellas no «sueña el alma en el amor tantos
goces intelectuales como placeres físicos»; estas aldea-
nas, obreras y artesanas, le sirven sólo como pedestal
para dar realce á las «ovejas blancas que temen al ma-
trimonio porque hace perder el talle, y si tienen hijos
los ocultan cuando están criados». Otras 500.000 mu-
jeres de diez y ocho á cuarenta años pone enla sección de
«las hijas de Baal que producen el placer de gente poco
delicada: entre ellas clasificaremos hasta, sin temor que
pudieran corromperse juntas á las mujeres entreteni-
das, las modistas, las damas de mostrador (!!), las re-
vendedoras, las actrices (!!), las cantantes, las jóvenes
de la Opera, las coristas, las criadas-queridas, las cria-
das de servir, etc. La mayor parte de estas criaturas ex-
citan las pasiones, pero 3o encuentran indecoroso de
avisar al notario, al alcalde, al sacerdote y á todo un
mundo de gente que se ríen, el día y el momento en que
se entregan á su amante. Su sistema, justamente censu-
rado por una sociedad religiosa, tiene la ventaja de no
obligarles para nada con los hombres, la lista civil de la
alcaldía, ni la justicia. Como no ofenden á ningún ju-
ramento público, no pertenecen estas mujeres á una
obra exclusivamente consagrada al matrimonio legíti-
mo.» Los individuos de la «Sociedad de padres de fami-
lia» dirán con desprecio que esto sucede en Francia,
pero en España... Balzac completa el cuadro con la
sentencia: «cuando una dama no tiene una amiga bas-
tante íntima para ayudarla en deshacerse del amor ma-
rital, es la doncella el último recurso que raras veces
deja de producir el efecto que espera. » (Véase la clásica
obra de Mirbeau sobre la doncella de servir.)
La prostitución es la caricatura grosera, y repugnante
del amor sexual, que debiera ser abundante fuente de
— 97 -
placeres puros y manantial inagotable de nobles delei-
tes altruistas. En un régimen social bien ordenado no
debe haber prostitución alguna y la sociedad no recono-
cerá la prostitución como institución legal. La mujer
encontrará el pan por su trabajo sin necesidad de ven-
der sus caricias para comer. Lo que no será posible evi-
tar, por 3a eterna flaqueza humana, será la citada pros-
titución dorada, hija de la lujuria, vanidad y holganza;
siempre habrá jóvenes con tan vehemente inclinación á
estos vicios, que se aprovecharán de los caprichos y de
la sensualidad de los hombres para vivir de su juventud
y belleza.
¿Puede y debe prohibirse esta prostitución que se con-
funde imperceptiblemente con el amor libre? La ley no
puede nada en este delicado asunto, la sanción de la
opinión de los demás es la única norma y ésta indica
ahora ya con bastante claridad la tendencia del porve-
nir. No todas las personas cifran su dicha en el matri-
monio, hay infinidad de hombres y mujeres que por
idiosincrasia, desengaños amorosos, ó por querer con-
servar todas sus energías y pensamientos á un arte,
ciencia, ó lo que sea, no quieren fundar familia. La so-
ciedad íes censura por egoístas á los solterones, pero les
reconoce el derecho de vivir solos, más aún, les perdona
fácilmente los amoríos, salvo los casos de inmoralidad
manifiesta que es el concubinato del cual hayan resul-
tado hijos, y por los hijos exige, con razón, la legaliza-
ción del matrimonio de hecho. ¿Por qué negaría la so-
ciedad las mismas libertades à una mujer decidida á
quedarse soltera? Puede compadecerla por no haber en-
contrado al hombre que la haga feliz, pero no podrá exi-
girla el sacrificio de castidad que hoy exige por tradi-
ción y porque la religión lo impone.
Siendo el estado de matrimonio una vocación que se
elige libremente sin imposición de nadie, dejarán de
contraerse muchísimos matrimonios, tal vez la mitad
de los de hoy, que sólo obedecían á cálculos de interés
económico ó al deseo de la mujer de adquirir la liber-
tacl y estimación en la sociedad que hoy se niega á una
polterona. No hay que hacerse ilusiones, Francia es una
7
- 98 -
prueba de que el progreso ele civilización disminuye los
matrimonios, y tampoco serán estímulo al himeneo las
consideraciones expuestas en el capítulo pasado y rela-
cionadas con la victoria de la civilización europea sobre
la de Jas otras razas. Todo el creciente altruismo no bas-
tará á contrabalancear el peso de los deberes y compro-
miso de esposos y padres, y el Estado, ó sea la sociedad,
tendrá que hacer lo que en Francia sucede, estimular el
movimiento de población por medio de primas para ma-
trimonios muy fértiles, estipendios para ayudarles, et-
cétera, etc. Por ahí vendrá mu ν natural ν sen enlamen-
te la solución del problema que Mal thus quiso resolver
inicuamente prohibiendo y dificultando el matrimonio
á los pobres, y que todavía preocupa á muchos econo-
mistas.
Prévost ha tocado en su no, vela «Medio-Vírgenes» el
delicadísimo problema de la virtud genuinamente fe-
menina de castidad. Siempre ha habido mucha hipo-
cresía en este punto: él. jus primae, noctis ha existido y ha
sido practicado en favor del propietario feudal y se prac-
tica hoy por todos los feudales plutócratas; las pobla-
ciones grandes y las comarcas fabriles son notorias por
la disolución de las costumbres; pocas mujeres se casan
entre las clases trabajadoras que no hayan pagado el
tributo de jus primae noctis al capitalismo en cualquier
forma; las clases directoras usan y abusan hoy del mis-
mo derecho como en la edad media con la diferencia
que entonces figuraba en los códigos, y hoy se practica
cantando psalmos y dándose golpes de pecho. La virgen
pura é inmaculada quedará siempre el ideal del hombre
que piensa fundar familia; sin embargo, habrá tal vez
más hombres que hoy dispuestos á transigir con casar-
se con una «viuda», ó sea una mujer que ya conoce el
amor. En general hay hoy mismo en los países más
cultos costumbres muy encontradas con los conceptos
que profesamos sobre la virginidad femenina: en Gali-
cia, Asturias, el centro de Francia y muchas comarcas de
Alemania existe la «prueba», y los jóvenes «prueban»
con el consentimiento de ambas respectivas familias;
η algunas partes tiene la «prueba» el fin de asegurar la
— 99 -
descendencia, y esta consideración pesa en general mu-
cho en las prácticas eróticas, de tal modo, que en algu-
nos países tiene una soltera la seguridad de hallar ma-
rido cuando ya ha tenido un hijo. Algunas americanas
excéntricas quieren introducir matrimonios por un
tiempo"determinado en que los cónyuges podrán expe-
rimentar si sus caracteres congenian y si la atracción
física es duradera.
Sin atrevernos á querer indagar las soluciones del
porvenir, puede afirmarse que las relaciones amorosas
entre los sexos experimentarán una profunda revolu-
ción bajo la influencia de la moral social y de las con-
diciones económicas. En general perderá su actual ex-
clusiva importancia el acto fisiológico, que como tai
será considerado, como una función del cuerpo igual-
mente natural y necesaria al hombre adulto como de
cierto modo á la mujer. La higiene y la ciencia médi-
ca sustituirán los consejos de la religión y del maestro de
moral, y el amor conyugal se basará, sobre todo, en la
afinidad de caracteres y gustos, en el amor «divino» y no
tan sólo el amor «profano», que tal vez quedará" más li-
bre é independiente bajo la influencia de una filosofía
del placer, que sabe cuanto entran en la vivacidad de
lös placeres, elementos artísticos, la variación, la trans-
formación de gustos, según la edad,' etc., etc. Habrá
más verdad y sinceridad en las relaciones entre los di-
ferentes sexos. Los poetas idealistas y románticos queda-
rán tal vez algo antiguados, pero tampoco prosperaría
Balzac con su «Fisiología del Matrimonio». Pero segu-
ramente habrá infinitamente menos delitos y crímenes
por amor y celos ó entre cónyuges.

Entre los numerosos sociólogos y en particular crimi-


nalistas, que han escrito aobre la influencia de la mise-
ria sobre la moralidad, recomiendo al concienzudo Pe-
dro Dorado Montero, en España, y á la célebre escuela
— 100 —

positivista italiana, cuyos datos y generalizaciones hay


que aceptar, sin embargo, con gran precaución,, sobre
todo los de Lombrosoy Garrofalo. Muy instructivos son
los libros de Vaccaro: «La lucha por la existencia y sus
electos en la humanidad» (Roma 1886) y «.Génesis y
funciones de las leyes penales, investigaciones socioló-
gicas» (Roma 1889); Tarde: «Problemas de Criminali-
dad» (París 1898); Oettingen: «Estadista Moral»; H. Se-
cretan: «La sociedad y la moral»; Colajanni: «La socio-
logía criminal» (dos vol. Roma 1890, contra la teoría de
Lombroso, del criminal-nato y sus bárbaras consecuen-
cias); Letourneau·" «La evolución del matrimonio, de la
propiedad, etc.»; Henry Joly: «La Francia criminal»;
Ziegler: «La cuestión social es una cuestión moral»;
Dürkheim: «El suicidio»; Las Conferencias sobre «Mo-
ral social» del Colegio libre de ciencias sociales de Pa-
rís, publicadas en 1899; la Etica de Wundt; y por fin,
la gran obra de Eduardo de Bartmann: «Fenomenolo-
gía de la conciencia moral», donde hay un arsenal de
curiosísimos datos sobre la influencia de la miseria so-
bre la moral. El celebrado jefe socialista y profesor de
economía política de la Universidad de. Milano, Felipe
Turati, ha tratado el problema profundamente en su li-
bro: «El crimen y la cuestión social» (Milano 1883).
Lombroso y F rrrero han publicado una muy discutida
obra sobre «La mujer criminal y la prostituta», y en su
libro dedos tomos «El hombre criminal», trata Lom-
broso del criminal-na to, del toco moral, del epiléptico,
del criminal loco, del criminal de ocasión y del de
pasión.
Conformes están todos los sabios citados en condenar
la organización actual de la sociedad; Pedro Dorado
Montero hace suyas las frases de Vaccaro. «La presente
organización social produce la regeneración física, inte-
lectual y moral de los individuos: la moral porque los
favorecidos por la fortuna, en lugar de emplearla en
ayudar á sus semejantes y en honradas empresas, se
sirven de ella para cometer toda clase de desafueros y
torpezas, y los desheredados necesitan ser verdaderos hé-
roes para resistir á las tentaciones de la maldad. Lain-
— 101 —
felicidad hace malos á los hombres, y, como es bien sa-
bido, los dolores que nos manda la naturaleza agrian
bastante menos nuestro carácter que los que proceden
ele la sociedad.» Y contra la brutal teoría de Lombroso
pidiendo la destrucción de los «criminales-natos», y que
tanto gusta á los desequilibrados *upsrhombres de Niets·
che, y partidarios, que se figuran haber sacado la quinta
esencia de Darwin y Spencer, dice el digno catedrático
de Salamanca, en nombre ele la moral social, cuyas le-
yes no deben castigar sino remediar el mal y corregir al
clelincuente: «Los favorecidos por la fortuna deben so-
portar con longanimidad los males y daños que causan
á la sociedad la imprevisión, el vicio y la corrupción de
los miserables; el socorrer y ayudar á los débiles y á
303 miserables, más que un acto de filantropía, es un
acto de rigurosa justicia social. Los que aconsejan, en
nombre de la selección natural que se les abandone á
sus propias fuerzas, á fin de que desaparezcan más pron-
to de la tierra, deberían probar queactualmente, en las
naciones civilizadas, son efectivamente los mejores
aquellos que prosperan y gozan de los puestos sociales
más elevados.»
De su presumida moralidad y virtud nos reimos los
que con el sabio de Salamanca reconocemos que «la in-
tervención de la libertad del arbitrio en la producción de
nuestros actos, es un puro espejismo, una ilusión del es-
píritu»; tal beatona encopetada que mira con desprecio
á la pobre «buscona», hubiera caído igualmente si fue-
se pobre y sin el apoyo de la familia, Ferri, uno de los
defensores ele las exageraciones antropológicas de la cri-
minalog/a de la tendencia italiana, reconoce «que de los
factores sociales depende principalmente el alza y la baja
de la criminalidad en una larga serie de años. \ tan
cierto es esto que, mientras los delitos mayores, espe-
cialmente contra las persona?, que son las que predo-
minantemente representan la delincuencia congenita y
por enagenación mental, ofrecen una constancia de rit-
mo verdaderamente extraordinaria, con pequeños au-
mentos ó disminuciones, el movimiento general de la
criminalielad adquiere, por el contrario, su fisonomía
— 1.02 -

de aquellos pequeños pero numerosos delitos contra la


propiedad, las personas, el orden público, los cuales tie-
nen, más que ningún otro, índole ocasional, y en tal
concepto dependen más directamente del ambiente so-
cial.»
También Dorado Montero está conforme con Lacas-
Síigne, quien afirma «que las sociedades tienen los cri-
minales que se merecen» y exige que los criminalista
estudien con mayor detenimiento estos factores sociales.
Los socialistas creemos con Colajanni, y hasta en parte
Tarde, Oettingen y Ferri, que la mayor parte de los de-
litos de carácter antropológico, ó sea degeneración etc.,
pueden i educirse también á los delitos sociales, porque
sabido es la influencia degeneradora de la miseria en
los hijos desde el raquitismo hasta los efectos ele la en-
vidia en niños hambrientos ante el espectáculo de sus
compañeros ricos, desde la embriaguez en el momento
de concepción del hijo hasta las terribles consecuencias
del alcoholismo.
Con el nuevo concepto ole moralidad derrumba como
casucho viejo y carcomido todo el ignominioso edificio
ele la Justicia histórica con sus jueces de horca y cu-
chillo, sus patíbulos, sus calabozos inmundos y sus có-
digos, encrucijadas de piratería de leguleyos y poli-
ticastros.
El «buen juez Magnaud», en Francia, ha impuesto
por sus semillas sentencias un nuevo criterio, y desde
luego son considerados gran parte de los delitos y crí-
menes culpas colectivas de la sociedad y los «crimina-
les», más bien por desgraciados, víctimas irresponsables
ele la culpa, de todos.
JL.

Uno, ele los mejores cerebros y caracteres más nobles


de la decadente Es Daña de hov, José María Escuder.
dedicaba á este lúgubre problema varios estudios, cuya
síntesis concentra en la conclusión siguiente que los
moralistas y legisladores deben meditar muy mucho, si
quieren educar el alma de su nación, y con profusión
cíe detalles, he tratado exponer un plan de educación
nacional en mi libro El Alma Española, libro preparado
y discutido en reuniones públicas ya hace cinco años,
— 103 —
ν cuyo título, por cierto, ha servido para los desahogos
-ele unos cuantos intelectuales modernísimos que se per-
mitían plagiario para atraer lectores á su revista deca-
dentista eon ribetes ele jesuíta. J'.o falsifican todo y tra-
tan de rebajarlo todo al nivel ele su insignificancia in-
telectual y su bajeza moral, estos «esputos de la sociedad
tísica», como Dicenta llama a los intelectuales que des·
dn la prensa apoyan el régimen acíual y queman incien-
nso ante los altares de los Maaras y Segismundos que
•personifican el rebajamiento de la España, contempo-
ránea.
'Refiriéndose al pasado tétrico ele la tradición ele autos
de fe, dice Escucler respecto á España:
«Eli crimen, tiene hondas raices en la Historia. Viene
el germen en la defectuosa moral católica que tiende á
aniquilar la voluntad y obscurecer la inteligencia.
»Esta semilla engendra esas organizaciones morbosas,
histéricas, místicas, sonámbulas, epilépticas, santas y
locas, que transmiten sus perturbaciones mentales á sus
sucesores.
»Se hace endémico en los países sin voluntad, sin
energía, sin carácter, en los que la decadencia se marca
por la pérdida ele la voluntad nacional, la postración
ante ídolos de barro clorado, la sumisión pasiva, la ca-
rencia de propia iniciativa, el servilismo en la copia,
los reculones reaccionarios, la falta ele maestros, y el
exceso ele curas y frailes; regiones en los que reaparecen
por una suerte ele atavismo todas las formas pasadas del
mal, y donde el hombre parece empeñado en retroceder
á sus antecesores salvajes.
»En estas naciones donde el sistema penitenciario
lejos de curar contagia y lejos de correjir es causa ele
perversión y enseñanza de criminales, y para los que la
pena ele muerte constituye un espectáculo como las co-
rdelas de toros y una enservanza pública á matar ,con
pausa; Jejos de ser fácil el tratamiento patológico so-
cial, exige detenido estudio, conocimiento previo de la
clpiencia y sus causas, y sin aplicar sistemas hechos en
otros países, ni imitarles poniéndoles en caricatura,
~ 101 —
podráse quizá tras tiempo y paciencia, por raodio de
una sabia higiene social, largamente »sostenida, cambiar
el. alma de nuestro pueblo, por la herencia de pesados
siglos, viciada.
' »He aquí indicados, á más de los dichos, algunos
o.ros remedios:
»Llenar la inteligencia de verdades físicas; despertar
la energía de la voluntad, dar potencia ai alma y vigor
al cuerpo; ir estrechando el círculo religioso y ensan-
chando el moral; hacer caracteres ó permitir que se ha-
gan sin desterrarlos al extranjero; dar campo á la espe-
cialidad, premiar al que aporta una idea no deportán-
dolo ni encarcelándolo; aislar el crimen; estrechar los
focos, pero sin matar al delincuente: favorecer el ma-
trimonio, desenvolver la familia, dificultando el celiba-
to y recargando sobre los célibes una contribución para
expósitos; cargar más los consumos sobre alcoholes, de
modo que se exporte mucho y se beba poco; disipar la
superstición ele que vale más la oración que la voluntad
y el trabajo; no pagar á gente que enseña al pueblo á
creer milagros; suprimir toros, frailes, galleras y taber-
nas; dar acción, campo, lucha, empresas al genio patrio
para que renazca en él la vitalidad no extinguida á pe-
sar de las dolorosas pruebas que en su marcha histórica
ha sufrido.»
Educar el corazón, ennoblecer los sentimientos é ilus-
trar las inteligencias y después, y esto es también muy
esencial, mejorar la existencia material del pueblo, con
mejorar sus condiciones económicas, se moralizará más
que con todos los sermone-; y catecismos. El afán de
riquezas engendra hoy infinidad de crímenes que des-
aparecerían por la reorganización social á que aspiran
las. escuelas socialistas, y cuya infiuencia moral llevaría
una apreciación diferente del factor dinero y la eleva-
ción délos bienes altruistas, ideales, en la evaluación de
los elementos de la dicha.
¡Cuánto más dichoso era Sócrates que todos los Roths-
child? del mundo! La sociedad del porvenir tendrá más
aspirantes á la dicha de Sócrates y será, por lo tanto,
— 105 -
mucho más feliz que la actual admiradora del becerro
de oro.
Entre los bienes cuyo valor crecerá, ocupará la esti-
mación pública muy otro papel que sucede ahora don-
de malvados notorios ciñen las coronas, y asesinos y la-
drones ocupan los puestos de «honor» de las naciones.
Como Dante arrojaba al infierno á reyes, papas y pode-
rosos, también arrojará al desprecio, al pillori, la socie-
dad moralizada de mañana, á casi todos de los festeja-
dos ahora por la ignorancia y los cómplices de sus crí-
menes.
«Yo Acuso» y «A la barn-·», será el estigma que cu-
brirá las frentes de muchos grandes criminales tasados
ahora por hombres honrados, pues un mal patriota no es
solo el traidor que entrega los planos de 3a fortaleza al
enemigo, sino también el jefe de un partido que apro-
vecha para sus ambiciones y su medxor las fuerzas que
sus correligionarios le han confiado, para llevarles á la
regeneración del país. Un criminal no es solo el des-
graciado que roba al viajero en la carretera, sino el mal
amigo que paga los beneficios con ingratitud y tal vez
con desdenes y odios. El punible no es sólo el que qui-
ta la vida al prójimo, sino más punible es aquél que le
quita la dicha sembrando la cizaña en su familia ó en-
tre sus amigos y robándole la honra por viles intrigas
y calumnias.
¿Hallará la moral social medios para castigar y reme-
diar á estos crímenes perpetrados hoy casi siempre im -
pun emente? ¿Será la fuerza coercitiva de la conciencia
colectiva suficiente para evitarlos, ó sería necesario crear
tribunales de costumbres dónde se castigara al hijo in-
grato, como los egipcios, que le creyeron digno á la pena
de muerte?
Mucho, muchísimo hará una educación consciente
de los sentimientos por la admiración de los grandes
ejemplos de virtudes, y al arte está reservado un impor-
tante papel en esta educación moral. La enseñanza de
la historia en forma biográfica, es otro factor, y la ad-
miración y el cariño que debemos manifestar por los
buenos, más aún que por el talento, será el premio más
noble de la virtud.
I

La ciencia ha destruido las ilusiones de la dicha eter-


na del paraíso que debía indemnizar á los desgracia-
dos en esta vida y darlos valor para soportarla, y que
al mismo tiempo recompensaba las obras buenas que en
la tierra no hallaban reconocimiento. Estas leyendas
infantiles ya no son necesarias desde que esta misma
ciencia va haciendo de la tierra el Edén, el paraíso te-
rrestre, donde hallamos suficiente felicidad para estar
satisfechos como las flores que florecen y marchitan sin
otros fines transcendentales.
¿No es bastante el haber vivido y gozado?
La vida sana y equilibrada, la manifestación de nues-
tras naturales actividades del cuerpo y d¿l alma, es en
sí un placer. En vano quieren convencernos Schopen-
hauer y sus discípulos que vivir es anhelar algo, sufrir
el eterno deseo de algo que falta, la «voluntad» eterna-
mente hambrienta. Una existencia sana y ordenada es
como la vida de un árbol que crece bajo los impulsos
del sol, florece, da los frutos á su sazón para después mo-
rir. Hay que ver la tranquila satisfacción que se extien -
de sobre el rostro de la mayor parte de los fallecidos,
para comprender que la muerte misma no es un dolor,
sino un fenómeno natural á que nuestra fantasía so-
breexcitada presta horrores imaginarios.
La psicología fisiológica moderna, hadado la impor-
tancia necesaria á los fenómenos y estados fisiológicos
— 108 —
del individuo en la filosofía del placer. Schopenhauer
y Hartmann, al hablar del dolor, estudiaban sobre tocio
el llamado alma. Uno de los discípulos de Wundt, Sergi,
dice en su libro Dolore e Placeré, storia naturale dei senti-
menti (Milano 1894): «Los sentimientos del dolor y del
placer no tienen su origen donde se desarrolla el pensa-
miento; son alteraciones de las funciones de la vida or-
gánica que se hacen conscientes por las vías cerebrales
dominadas por un centro encefálico; centro de origen
de los nervios que regalan las funciones vitales, el bul-
bo. Este bulbo es el centro del placer y del dolor, provo-
cado por un estímulo orgánico en cualquier parte del
cuerpo, sea externa ó interna; ó provocado por percep-
ciones, ideas, pensamientos. Todo sentimiento, de cual-
quier carácter que fuera, se refiere á un centró emocio-
nal común, situado en la médula prolongada de donde
salen las excitaciones que modifican la vida orgánica,
principiando por el corazón y la respiración. Las for-
mas que resulten de ésto, son los sentimientos. El ce-
rebro, como órgano de las funciones mentales, participa
de dos maneras en los sentimientos: como causa de ex-
citación por medio de las ideas, y como medio de hacer
consciente todas las perturbaciones de la vida orgánica
que es la base física de los sentimientos.»
Entre los sentimientos los hay en el individuo benéfi-
cos para los demás ó perniciosos, ó al fin indiferentes, la
filosofía del placer enseña á desarrollar y estimular los
primeros y reprimir lo mejor posible los segundos; es un
egoísmo bien entendido que, basado en la solidaridad,
se transforma en altruismo. Hipólito Taine dice que
uno de los sentimientos más poderosos, el resorte que
hace benéfico y útil al individuo á sus semejantes, es la
facultad de amar: «Amar significa tener por fin la di-
cha de otro, subordinante á él, sacrificarse por su bien.
Este es el carácter benéfico por excelencia y ocupa el
primer lugar en la escala moral. Su aspecto nos con-
mueve, cualquiera que sea su forma, generosidad, hu-
manidad, dulzura, ternura, bondad nativa; nuestra
simpatía se conmueve en su presencia, cualquiera que
sea el fin que persigue; sea que constituye el amor pro-
— 109 -
píamente dicho, el entregarse completamente de ana
persona humana á otra de diferente sexo y la misión de
dos vidas confundidas en una sólo; sea que se refiere á
los multiples afectos de familia, la de k s padres á los
hijos, ó la del hermano á la hermana; sea que produce
la fuerte amistad, la perfecta confianza, la fidelidad mu-
tua de dos hombres que no están unidos entre sí por la
sangre. Cuanto más vasto sean sus fines, más hermoso
le encontramos. Su bondad se aumenta con el grupo á
que se aplica. Por esto reservamos nuestra más alta ad-
miración en la historia y en la vida para aquéllos actos
de abnegación realizados en favor ele intereses genera-
les, por el patriotismo como en tiempos de Aníbal en
Boma, y en los de Temístocles en Atenas, en Francia
en 1792 y en Alemania en 1813; por el gran sentimien-
to de la caridad universal que lleva á los misioneros
budistas ó cristianos á los pueblos bárbaros; por el celo
apasionado que ha sostenido á tantos inventores des-
interesados y que ha suscitado en el arte, la ciencia, la
filosofía, la vida práctica, todas las obras é instituciones
bellas y útiles; por todas estas virtudes superiores, que
bajo el nombre de probidad, justicia, honor, abnega-
ción, subordinación á alguna idea elevada, desarrollo
de lá civilización humana, ν de los cuales han dado los
estoicos y Marco Aurelio en primer lugar el precepto y
el ejemplo.»
[Qué hermosamente está hermanada la moral social
más sublime con la filosofía del placer del nuevo cre-
do! Pierre Leroux ha escrito un ingenioso estudio «En-
sayo sobre la felicidad», que más tarde publicaba como
introducción á su gran libro «La Humanidad», donde
se opone á los ensueños de la dicha absoluta recomen-
dando buscar la felicidad en los goces morales intelec-
tuales, como lo hicieroQ Epicúreo y Zeno en oposición
á'los groseros «hedonistas» Arístipo y otros contra los
cuales se opuso el primer pesimista clásico Hegesias
quien fué seguido más tarde por los neo-platonistas, los
budistas del cristianismo. Los trovadores, ñor hermosa
de la civilización hispano-árabe, vencieron con sus
mandolinas la noche del fanatismo católico; Petrarca,
- î 10 —
Boccaccio y el brillante renacimiento italiano del si-
glo xiv prepararon el optimismo de la filosofía del pla-
cer de la actualidad, «Cansancio y desprecio del mundo,
dice Ludwig Stein en su obra "La cuestión social bajo la
luz de U filosofía, eran siempre las tristes señales de ci-
vilizaeiones decadentes y sus manifestaciones místicas,
su fe hipnótica hacia la otra vida, se parecen al rubor
del tísico que anuncia la proximidad de la muerte.»
El mismo portaestandarte del pesimismo moderno,
Schopenhauer, ha expuesto en sus admirables libros una
verdadera filosofía del placer, basada en los goces idea-
les de la ciencia, el arte, la gloria, la soledad y tal vez el
desprecio del mundo, porque él gozaba mucho de este
placer cuya fuente es el orgullo, ó sea el anhelo ele glo-
ria que, al no-verse satisfecho, se transforma en despre-
cio ele la misma humanidad cuyo aplauso se busca con
exagerado afán. «Los placeres más elevados, los más
variados y más duraderos son los del espíritu, por falsa
que puecía ser durante la juventud nuestra opinión en
este punto, y estos placeres dependen sobre todo de la
fuerza intelectual. Ésf pues, fácil ver claramente: cuán-
to depende nuestro bienestar de lo que somos, de nuestra
individualidad, mientras que no se tiene en cuenta las
más de las veces sino que lo que tenemos y lo que repre-
sentamos..*
»Que lo subjetivo y continúa Schopenhauer, es incompa-
rablemente más esencial á nuestra felicidad que lo objeti-
vo, fe confirma en todo; por el hambre que es el mejor
cocinero; por el viejo, que mira con indiferencia la dio-
sa que el joven idolatra; y en la cúspide, la vida del
hombre de genio y del santo. La salud aventaja de tal
modo á los bienes exteriores, que; en verdad, un men-
digo de buen aspecto, es más feliz que un rey enfermo.
Un temperamento calmoso y alegre, proveniente de una
salud perfecta y de una feliz organización; una razón
lúcida, viva, penetrante y justa; una voluntad modera-
da y dulce y, como resultado una buena conciencia; ved
las ventajas que ningún rango, ninguna riqueza pue-
den reemplazar. Lo que un hombre es en sí mismo, lo
quç le acompaña en la soledad y lo que nadie podría
- lu -
darle ni. quitarle, es evidentemente más esencial para él
que todo lo que puede poseer ó lo que puede ser á los
ojos ágenos. Un hombre de talento; en la soledad más absolu-
ta, halla en sus propias ideas y en su propia fantasía con qué
divertirse agradablemente, mientras que el ser limitado
verá variar sin cesar las fiestas, los espectáculos, los pa-
seos y las distracciones, sin llegar á desterrar el aburri-
miento que le devora. Un buen carácter, moderado y
dulce, podrá estar contento en la indigencia, mientras
que tocias las riquezas no podrán satisfacer á un carác-
ter avariento, envidioso y malvado. En cuanto al hom-
bre permanentemente dotado de una individualidad ex-
traordinaria, inteleetualmente superior, puede prescindir de
la mayor parte de las alegrías á que el mundo aspira gene*
ralmfcnte; antes bien, no son para él más que un fardo,
»Sócrates, á la vista de objetos de lujo expuestos para
la venta, exclamaba: « ¡Cuántas cosas hay que no ne-
cesito.»
»Así, la condición primera y más esencial parm la feli-
cidad en L· pida, es h que somos; es nuestra persm&Uaaâ.yy
Sin embargo, el yo no es suficiente para la dicha, el
gran pensador construye su filosofía sobre la anchábase
del altruismo y en sus fuentes han bebido los Spencer
y Mili, al fundar la moral sin sanción y obligación, la
moral positivista. Léase las profundas observaciones su-
yas sobre el amor, ]a amistad, el patriotismo y los in-
mensos goces que nos proporcionan el arte y las cien-
cias.
Intimamente relacionadas con el arte son las dulces
expansiones del amor sexual y la moral en sus múlti-
ples aspectos de sentimientos altruistas; porque el arte
es ilusión y el amor sexual y el altruismo en sus mani-
festaciones más sublimes son efectos de nobles ilusio ·
nes. Tat wm así) ó sea, «esto eres tú», es la profunda
síntesis de la moral de los Hindus y de su filósofo con-
temporáneo Arturo Schopenhauer; el concepto pan teísta
de la unidad de todos los seres, coincide en sus resulta -
dos prácticos con el misticismo cristiano de la fraterni-
dad humana en Dios y con la filosofía positivista que
en el arte y el sentimiento altruista encuentra la uni·
— 112 —

dad, iia:ernidad ó solidaridad de tocio lo creado, exten-


diéndole el cariño más allá de la humanidad, al reino
animal, como lo predican varios filósofos místicos y lo
practicaba San Francisco de Asís, este poeta ele gran co-
razón comparable sólo con el sublime artista Jesús, cu-
yas parábolas— y no importa si existió Jesús bajo el
punto de vista histórico, ó si solo era un mito como Ho-
mero— pertenecen á las obras ele arte más perfectas que
admirarán los siglos. Al perfeccionar desde la infancia
por una sabía pedagogía las capacidades artísticas y re-
finando la percepción estética, se creará una raza dotada
de una sensibilidad moral admirable, que no podrá
ver el dolor sin extremecimientos y sin acudir á reme-
diarlo.
Sin embargo, una filosofía del placer tiene que abar-
car todos los goces para ser aplicable como guía de la
vida práctica, y sobre todo debe estudiar en su conjunto
el eterno problema de la mujer, del amor, del matrimo-
nio y de la familia, problemas todos dificilísimos y tan
complicados que entrañan la solución de casi tocios Ice
demás problemas de la existencia humana.

Con la ruda sinceridad del médico ha descorrido Fe-


lipe Trigo el velo de las mentiras convencionales que
cubre tantas infamias cometidas por los guardadores
del pudor y las sacerdotisas de la virtud, en esta hipó-
crita y gazmoña sociedad.
«El amor, dice el autor de Las Inyenuasy resume tocias
las simpatías humanas con una tendencia imborrable:
se constituye de las ternuras emocionales del cariño ma-
ternal, de las serenas complacencias infinitas de 3a
amistad intelectiva é inegoísta y de las atracciones más
poderosas de lo3 orgánicos instintos. Por eso reflexiva é
impulsivamente un hombre abandona á sus amigos y
á su madre por una amante, con igual violencia que
suele separarle ele ella al fin el desengaño y la amargura
- 113 -

para volverlo al limitado consuelo de la madre y los


aminos. Profundícese: la ansiedad fué bien definida:
una ansiedad, una violenta necesidad de compendiar
todos los cariños en el de un ser; el desengaño no es me-
nos noble, un desaliento, casi una vergüenza de no ha-
ber encontrado grande en la adorada más que la satis-
facción del bruto. Es ia ley electiva de afinidades: una
atracción, en engaño de ellas., y una repulsión con re·
torno de las menos á Lis más. Ello indica que el amor
humano es predominantemente intelectual y afectivo.
Todo el humorismo de la poesía moderna lo dice bien
con su doloroso ensueño de la mujer ideal, suprasensi-
bilizada, superintelectualizada... ó por lo menos intelec-
tualizada en el medio nivel de los hombres inteligen -
tes... (por ahora).
»Pero ¿qué culpa cabe al amor si la sociedad educa á
las mujeres para costureras y para madres?... El con-
trasentido de la sociedad entra en las zonas de lo cómico
insensato. Al amor se le quiere hacer amable la virtud,
lo artificioso, lo falso tal vez,— cuando él ama la vida.
Y Ja virtud, en efecto, está socialmente amasada de mie-
dos, de hipocresías y de ignorancias.
»De todo eso; porque la virtudes el candor sublima-
do, y el candor perfecto es el desconocimiento total de la
vida y de las cosas. Pero enseguida á la candorosa aban-
donada á su inocencia, se la llamo, estúpida. ¡La iniqui-
dad es tal, que la humanidad del porvenir tendrá que
horrorizarse de cómo hemos tratado los hombres actua-
les á nuestras madres, á nuestras hermanas, á nuestras
hijas!
»El amor, digno del porvenir, será posible en cuanto
se eduque ala mujer y se la restituya igual libertad (abso-
lutamente igual) que al hombre. La libertad no implica
libertinaje, y cada mujer podrá armonizar la suya con
su religión ó su increencia, con su temperamento.»
Horrorizar, esta es la palabra; debemos horrorizarnos
y avergonzarnos por no protestar constantemente contra
las infamias y los crímenes que la sociedad actual co-
meta con nuestras hijas, esposas y madres
s
- 114 —
Loor á Francia y al noble Naquet que van al trente
del movimiento de dignificación de la mujer, cuyo pri-
mer paso es transformar el concepto que tenemos de la,
mujer y que nos obliga á darle la libertad de que goza el
hombre. Indispensable de todo punto es el divorcio que
la hace libre y que santifica y moraliza el matrimonio y
la vida de familia. Libre debe ser el lazo de amor, de
otro modo se convierte en terrible cadena del presidio.
«Por cierto, dice Naquet quien introdujo en 1876 el di-
vorcio en Francia, las preocupaciones que las religiones
y las costumbres han acumulado contra la iibertación del
amor, único medio de moralizar la unión de los sexos,
se erigirán como obstáculos temibles ante los reforma-
dores, y habrá necesidad de rudos esfuerzos para que
nuestras Cámaras de 1900 sean tan liberales ν tan libivs
como lo era la de 1792 y la Convención..
«Pero no dudo en el triunfo final del divorcio calcada
sobre la ley de 1792 porque la verdad se impone más
pronto ó más tarde. La disolución del matrimonio debe
ser el derecho absoluto cuando lo reclamen los cónyu-
ges ó euando lo pida persistentemente uno de ellos; fuera de
esto no hay más que esclavitud é inmoralidad.»
Ah, amor libre, exclaman los hipócritas y los timo-
ratos se asustan ante las consecuencias que esta libertad
pudiera traer á los cónyuges y á los hijos. Efectivamen-
te, es el. asunto del amor l¿heríado de capital interés para
todos porque pocos, poquísimos encuentran enseguida
aquel complemento de su ser de que habla Platón en su
célebre símil que ha. presentado el amor platónico para
todos los tiempos, como ideal de la unión de dos seres
de diferentes sexos.
Para el vulgo, que abraza á casi todo el mundo, es el
amor libre sinónimo de desenfreno sensual, prostitu-
ción y cosas parecidas, cuando en realidad noes nada
más que la protesta contra el amor subyugado hoy pur
toda clase de preocupaciones ofensivas á la dignidad fíe-
la mujer y por leyes absurdas, reminiscencias de épocas
del desarrollo humano donde la fuerza bruta, el ma-1¡<>
fuerte, predominaba sobre la hembra débil subyugando-
- 115 —
]a y esclavizándola, corno los zulús esclavizan á las ne-
g-;as por tener .menos fuerza.
Sin borrar estas huellas de barbarie de nues tros Códi-
gos, de nuestras costumbres y de nuestros sen r i mientes,
no conseguiremos progreso alguno porque la mujer es-
clava nos impedirá Ja marcha; hay que resolver este
problema antes de construir los otros compartimientos
del edificio social del porvenir.-Los hombres precursores
deben demostrar por netos de que son libres: es célebre
el casamiento ele las hijas del libertario Elíseo Reclus, el
gran geógrafo: casamiento sin ceremonias religiosas, un
matrimonio ideal consagrado por el. amor libre como
único lazo.
Más radical presenta el gran economista ruso, Chcr-
nj chef sky, el problema en su famosa novela de propa-
ganda: «¿Qué hacer?» En la ciudad comunista cuya vi-
da íntima describe, se rf unen por las noches después de
las faenas del día los ciudadanos para dedicarse al arte
y á las nobles expansiones del espíritu, teatro, músi-
ca, etc., etc. De cuando en cuando desaparecen parejas
enamoradas entre el follaje que adorna Ja hermosa sala
de recreo para reaparecer después y continuar con redo-
blado entusiasmo dedicados á deleitar á los demás con
su talento. En efecto, entre los revolucionarios rusos ha
habido .grupos que practicaban este atrevido ideal del
maestro, pero la mayoría ele ios llamados «nihilistas»
están casados y practican la monogamia con mucho ri-
gor como Kropotkin, Plejanov y otros.
Realmente no existe contradición alguna entre el
ideal ele Chernichefsky y la monogamia con tal de que
en ambos casos sea el amor completamente libre, sin
coerción, únicamente efecto de la atracción sexual. ¿Ex-
cluye este amor libre en sus dos manifestaciones los
lazos ele amor místico eterno de un Dante á Beatrice ó
Romeo á Julia1? No, de ninguna manera; los matrimo-
nios «cimentados para la eternidad en el cielo», serán
siempre el ideal sublime ele las almas sensibles y poéti-
cas, ν las "jóvenes románticas soñarán como ahora con
encontrar este complemento eterno de su alma. Promis-
cuidad para la generali dael y matrimonio ideal para los
— 116 —
elegidos, serán tal vez las fórmulas del amor del porve-
nir. Ya ahora se borran siempre más las preocupaciones
antiguas que se oponen á la práctica de la primera de las
fórmulas y en particular avanzan en este sentido nues-
tra« clases «directoras» y la demi monde del arte. La socio-
logía no puede imponer su veto, sino al contrario, en*
ouontra razonable que no dejen de gozar las dulzuras
dül amor aquellas personas que no tienen vocación ni
virtudes para la vida de familia y que liarían desgracia-
da la esposa y más desgraciados aún los hijos si los tu-
vieran. La familia como institución indispensable para
Ja procreación, pertenece al pasado, desde que Mal thus
predicó los pretendidos peligros que amenazan á la hu-
manidad por el exceso de población. El amor libre en su
primera forma parece más bien una solución del pro-
blema de Malthus; y tal vez marcha también en esto
Fransia al frente cíe la civilización, pese á las lamenta-
ciones de los patrioteros y de los moralistas trasnocha-
dos. Es lo propio del progreso de la civilización que
transforma los sentidos que al salvaje sólo sirven para
la conservación de su existencia y de la raza, en fuentes
inagotables de placer y ¿quién se atreve á negar que el
amor libre pudiera proporcionar á la humanidad deli-
cias hoy sólo compren4bl.es á la fantasía poderosa de
los espíritus privilegiados? ¿No pudiera ser esto un lazo
del más puro idealismo que uniera místicamente á la
humanidad?
Lejos de mi querer negar las aspiraciones justificadas
de una parte del movimiento feminista tan poderoso en
Francia, Inglaterra, América del Norte y Rusia. La
igualdad ante el derecho no puede y debe negársela á la
mujer; la mujer debe tener el derecho de votar y ser vo-
tada, como lo exige Stuart-Mill, y en Austria, América
del Norte y en el famoso mir comunal ruso, gozan las
mujeres este derecho como «jefas» de familia, con los
mejores resultados.
También hay que abrirlas de par en par las aulas de
las Universidades y el foro y la tribuna del parlamento
deben tener representantes del sexo femenino, para que
la mujer enriquezca la vida del derecho por su sensibi-
— 117 —

lidad superior y generosa. Que la madre sea igual al pa-


dre en el consejo de familia, y que mujeres-doctoras con-
duelen á los enfermos con su dulzura y lleven la medi-
cina de las enfermedades de mujeres y niños á mayor al-
tura, puesto que traen para este ramo de la ciencia con-
diciones especiales
Pero todo esto que pedimos los modernistas, no tiene
nada que ver con las extravagancias del feminismo ala
jaoda, al cual combate mi querido amigo Eduardo Za-
inacois con sal ático al escribir:
«Ko. es necesario analizar el libro de Julio Bois, ni
otros varios escritos en idéntico sentido, para compren-
der quo el movimiento feminista se ha iniciado eon
mucho vigor, y que no tardará en producir sus frutos:
los paladines de la nueva idea creen que el libre exa-
men lia desterrado de las sociedades el principio reli-
gioso; que el hombre, sin. fe y pin freno, corre al placer
y á la muerte, y sostienen que 3a mujer cmwioipada será
la milagrosa panacea que conjure, tantos desastres.
»Hasta el presente, la lucha entre ambos sexos sólo
se ha declarado francamente en New-York, París, Niza,
Menton., y otros pueblos cosmopolitas; pero es de su-
poner que no tardará en propagarse.
»Todo lo anuncia, las sutiles psicologías de Paul
Bourget; los cuadros de costumbres parisinas descritas
por Marcel Prévost en Yînjçnes á medias, el más popular,
de sus libros; Jas obras de Andrés Theuriet y efe otros
muchos autores, y el gran numéro de publicaciones ga-
lantes consagradas á excitar la gastada sensualidad del
público, indican la profunda degeneración, la relaja-
ción incurable del público francés. Y así como los aten-
tados anarquistas son las r-xplosiones brutales de un
dolor prolongado á través de mucha? generaciones de
desheredados que mueren en la miseria., asi la escanda-
losa faga de la princesa Caramay-Obimay con el bohe-
mio tvigo, y otros hechos extraordinarios que. están en
la memoria de todos, acusan un desarreglo en la pasión
amorosa, resultado lógico del estado nevropático que
una civilización roiinndn y algo decadente, determina
en lo> fatigados cerebros déla generación actual.
— HS -

»Los principios defendidos por la escuela feminista


han caído en el seno de una sociedad que recibe coa
agasajo tocio lo nuevo: las mujeres y muchos escritores
afeminados, luchan por la independencia absoluta del
sexo débil, y si la ola no se detiene, el triunfo de la
mujer anime hada es i o mínente.
»Mas... acuérdense nuestras hermosas adversarias,
< [lie el día en. que la ley y la costumbre borren las dife-
rencias que hoy separan á los dos sexos, habrá termina-
do también el imperio de la belleza, y la galantería
masculina: irán de igual á igual, de enemigo á enemi-
go, y entonces... ¡ay de ellas!... que son más débiles y
menos atrevidas que nosotros,
»Este siglo, al morir, lleva en sus entrañas la gran
revolución social que ha de conmover al siglo xx; en
esta crisis política la mujer intervendrá como impor-
tantísimo factor, tal vez como redentora; pero sólo un
caso de atavismo puede redimirla del precipicio á que
inconscientemente 3a arrastran sus favorecedores; es
preciso que torne á ser la dueña tímida y recogida del
hogar, para que la desmoralización no envenene el seno
d<* la familia.
»La mujer descrita por Julio Bois, es un ideal bas«
tarde, una virgen ele barro: Ja mujer que monta bici-
cletas, doma caballos, discute en ios Ateneos, frecuenta
los Hospitales, habla en los Congresos, y rueda por ta-
bernas y redacciones de periódicos, no es 3a redención
de la humanidad futura: es ¡elabismo!...»
Conste que no excluímos el foro, el Ateneo, la sala
de disección, ni la tribuna del parlamento á la mujer,
sino que pedimos que las leyes les abran todas estas
carreras. Pero una cosa es dejar à las mujeres excepcio-
nales, á las Stael-HoJstein, Angelica Kaufmann, Pár-
elo Bazán y Concepción Arenal, que ayuden al hombre
en su hermosa marcha hacia el progreso, y muy otra
cosa es encauzar la educación de las mujeres en general
hacia esta orientación, como lo pide el feminismo de-
cadentista que combatimos con Zamacois, y que es un
signo de decaimiento en las naciones donde ha logrado
importancia.
- 1 H) —

La filosofea del amor modernista pide que el matri-


monio deje de ser un lazo opresivo, sino que la volun-
tad de uno de los cónyuges basta para disolverlo, y que
practique el amor libre quien no tenga vocación para
la vida matrimonial.
Uno ele ios más curiosos tipos del internacionalismo,
Teobaldo Nieva, olvidado y menospreciado en España,
ha publicado on libro extravagante que contiene parra-
íos notables sobre el amor y refleja bien las aspiracio-
nes de la corriente más avanzada del socialismo (1).
«Mientras la mujer esté en lo general atenida á que
el hombre provea á todas sus necesidades, será siempre
su pupila, estará siempre á él supeditada, y la unión
de los dos sexos, á más de cimentarse en el interés y en
el cálculo, no tendrá la' base propia fisiológica, ni será
en el fondo otra cosa que una barraganería... La mujer,
sin embargo, os un organismo, aunque distinto del
hombre, que se mueve y siente como él por sí y para sí,
y por más que estos dos sexos contrarios se complemen-
tan, cada uno de ellos tiene dentro de sus diferentes
organismos las mismas aspiraciones de libertad, inde-
pendencia y bienestar, esto es, los impulsos natura-
les...
»La compañera del porvenir es laque se ha elegido por
Ja rt.tracción irresistible, ó sea por los lazos de la volun-
tad libre, la que se ha avenido, sin consultar más que
su inclinación, su gusto y las inspiraciones de su con-
ciencia, sin necesidad de extrañas imposiciones, jura-
mentos, votos, formalidades ni con tratos—solo que esto
en nuestro sistema económico no es posible por la pro-
genie, que no tiene la garantía social que en el colecti-
vismo gozaría por naturaleza—, la que se ha avenido,
decimos, ele motu propio, por las necesidades tiernas y
sensibles <^ m organismo, á endulzar nuestías amargu-
ras, á cautivar nuestras caricias ν á estrecharnos en la

(1) Se titula öl libro: Qutnicn de la Cuestión Social, ó sea organismo


<'i«Îiiifico de la Bovolación. Pruebas de·'acidas de la ley n a t u m l de
]«,« ii*n* arárq*aico-<*oU(itivÍs*tas, Madrid, 1S86, pág. 810 y XXX.YI» El
p» bro Teobaldo murió en el H< spi&ul Provincial d» Madrid.
— 120 —

correspondencia mutua de laa inefables delicias del


amor y de la familia.
»Lazos de tan delicada ternura é intimidad; lazos ían
cordiafoncnie materiales, digámoslo así, requieren por base
insustituible la libertad y la siranatía s&xxial πιάν aie-
na á la de la amistad, por ejemplo, pero muy gern bin ri-
te ν que también coincide en la misma base de libertad;
pero que ha de ser desinteresada y pura de toda ni im
egoísta para que sea verdadera y sólida, como el mismo
enlace sexual, como toda unión amorosa. Mientras esas
basts uo se rompan, alteren ó relujen, los lazos de la
unión serán indisolubles, ds lo contrario, no podrán y no
deberán serlo en efecto.»
Al legislador, corresponde transformar la legislación
actual en consonancia con estos princios de la filosofía
del amor y, sobretodo, deberá la legislación seguir el
progreso ya emprendido con la institución del divorcio,
la abolición de toda diferencia legra! entre hrjos legales
y «naturales». La costumbre, esta eterna é inagotable
fuente ele las leyes, debe guiar al legislador en esta de-
Hcadisima cuestión y sobre la oostum bre deben cl<j su
parte influir constante y poderosísimamente los pensa-
dores y artistas, y, sobre todo, éstos; porque en su cerebro
privilegiado, inspirados por las revelaciones d-rJ genio ó
como lo llamen los cristianos del «Espíritu ön η ίο», se
refleja el universo de la manera más armoniosa y per-
fecta uniendo en una suprema armonía ja inteligencia,
el sentimiento y la fantasía.
Los ensueños más etéreos del romanticismo del amor
son realidades para la filosofía positiva, porque son
sentimientos é latas· fuerzas-} destruirlos sería un crimen,
puesto que se destroiría un riquísimo manan tin! de
placeres. Credo guía absurdum esty es la eterna respuesta
del corazón que anhela el ideal cuando la razón quiere
destruirnos el paraíso. Eterno es el anhelo humano ha-
cia el ideal y la mujer quedará eternamente su personi-
ficación, sin la cual nos parecería árida la tierra.
Eterna sacerdotisa del amor e*; la mujer, por este ca-
rácter de Venus una fuente inagotable de moralidad y
de belleza: «El instinto sexual sería el último refugia
— 12L —

del sentido de- lo bello—dice Alfred Fouillée al hablar


del utilitarismo invasor de nuestra época, é impedirá
que se agote la fuente de la generosidad impidiendo que
se sequen á la vez ías fuentes de la vida. Mientras que
haya enamorados y quien mire las estrellas de la noche,
habrá también madres, como las leonas que se dejan
matar para defender sus cachorros, y existirá una fuer-
za capaz de levantar nuestro ser sobre el esróísmo de la
vida. No fon 3asvesta3.es únicamente lasque entretie-
nen ej. fuego sagrado, el fuego del amor, Jo son sobre
todo los amantes y las madres. La mujer es la sexuali-
dad encarnada en la belleza para suavizar y seducir al
hombre; es la gracia, el amor, la fecundidad, la mater-
nidad, la caridad, la inocencia, ola bondad;
TJûe larme en dit plus que vous ncpouvzn dire;
la mujer es el alma de la humanidad cuya cabeza es ei
homure ν la humanidad subsistirá mientras eue esta
alma late. »
A igual resultado llega desde otro punto de partida
M. Guy au en su «Ensayo de una Moral sin obligación,
ni sanción» (París 1896); ai decir: «La sexualidad viene
una importancia capital en la vida moral; sin ella ape-
ras existiría la sociedad. Se ha observado hace mucho
tiempo que las solteronas, los solterones y los snucos, son
ordinariamonie más egoístas; su centro ha quedado
siempre en su más profundo yo sin oscilar jamás. Tam-
bién los niños son egoístas: aun no tienen un sobrante
de vida nnra gastarlo. Con la pubertad se transforma su
carácter: el joven tiene todos ios entusiasmos, está dis-
p u s o á tocio« ios sacrificios: vive demasiado para vivir
solo para si. La época de la generación es también la de
la generosidad. El. viejo, -al contrario, tiene la tendencia
á volver ai egoísmo. Las mismas tendencias tienen los
enfermos; "cuando las fuentes de la vida brotan menos
interna?, se produce en todo el ser la necesidad de eco-
nomizar, de guardarse para sí mismo.
Una. organización armónica de humanidad, sabrá
abrir á to·;?as las.aptitudes un vasto campo ele actividad,
provechosa para la dicha de la especie humana. Moltke
y la escuela brutal alemana que vo en la guerra una
«institución divina» que seria eternamente necesaria
para estimular las energías de las naciones, recibe del
humanitario Ileclus una merecida lección:. «Parece pro-
pio de la naturaleza humana que en el periodo de la sa-
via creciente, de la fuerza excesiva y del amor apasiona-
do se manifiestan los jóvenes en todo su brillo por actos
de fuerza, de sacrificio y deabnegaciou. ¡Que la aproba-
ción pública les anime y que ninguna acción les parez-
ca demasiado elevada para su buena voluntad' Que se
haga el llamamiento á su dignidad y todos corresponde-
rán. Durante la guerra americana dijeron las jóvenes
del colegio ele Ober]in á los jóvenes: «¡partid á la luehni »
y los mil y ciento estudiantes partieron, ni uno sin nie-
ra quedó. ¡Cuánto pudiera conseguirse por estas fuer-
zas prodigiosamente creadas por el entusiasmo! Cuando
los jóvenes no tendrán más el ignoble dinero para co-
rromper en su fuente misma todos sus ambiciones de
obrar bien; cuando aspiren francamente hacia su ideal
sin tener que despreciarse á sí y su obra; cuando el
aplauso de todos los excite á la abnegación, ¿qué empre-
sa será ta π "atrevida que les· hiciese retroceder? fei se les
pedirá ir al Polo Ártico ó Antartico, irán; explorar la
mar en submarinos y hacer ei mapa de los abismos, lo
harán; transformar en casi todos Jos puntos de agua del
desierto, será para ello*1 un jueço. ¿Hacer un noviciado
de viajes, exploraciones y estudios? M trabajo se confun-
dirá con dplaar. Si se trata de pasar los años entre Ja
adolescencia y la vida de familia en la educación de
niños y la cura de enfermos, tendremos millones de
maestros y enfermeros que sustituirán con ventaja, los
millones de soldados ocupados ahora en preparar sus ar-
mas para matarse mutuamente.»
¿Poca por fantástico el noble pensador? No hay nada
de imposible en aquel atractivo cuadro de la sociedad
futura. En efecto, es una gran fuerza el amor, y creo
en los misterios d<*l amor como lo pintan los poetas, y
sólo este amor irresistible y misterioso debe justificar
el matrimonio porque su base son los fluidos hoy aún
obscuros de la naturaleza humana, las afinidades de
— i^.;i -

temperamento y tal vez deî estado fisiológico que son lo


permanente en el hombre y la mujer, y que pueden
desarrollarse con los años pero no variar por completo.
Esta atracción sensual es la fuente que renueva cons-
tantemente los cariños ele los cónyuges aunque sus ca-
racteres Jes predispongan á la discordia. Pero, es preci-
so que la fidelidad ele ambos esposos garantice los efec-
tos harm on i osos de aquellas afinidades sensuales. La
fidelidad es la noble guardadora del amor conyugal. La
verdad es la base del matrimonio, y el.engaño, el adul-
terio, su muerte.
El gran realista y pintor de la corrupción parisién,
Balzac, pone en boca del bohemio aristócrata La Pala-
ferine, la definición del amor siguiente que confirma lo
dicho: o, No hay dos amores en la vida de an hombre;
sólo hay uno, profundo como el mar, pero sin riberas.
Este amor cae sobre todas las edades como la gracia de
Dios cayó sobre San Pablo. Se puede llegar hasta sesen-
ta años sin haberlo experimentado. Tal vez es este amor
según la exnresión ele Enrique Heine, la secreta enfer-
meâstd del corazón, una combinación del sentimiento de
lo infinito que es en nosotros y del bello ideal que se
revela bajo una forma visible. Este amor, en fin, abraza
la criatura y á la vez la creación. Mientras que no se
trata de este gran poema, sólo se puede tratar en broma
de los amores que deben concluir haciendo de ellos lo
que en la" literatura son las poesías ligeras comparadas
al poema épico. »Triste testimonio contra el carácter
francés es que en toda la magnífica galería de retratos
al natural del gran novelista, no ee encuentra tal vez
ninsruno de ^stos poemas épicos, como la Carlota de
Werther, la Beatrice de Dante, la Julieta, Desdémona
y Ofelia de Shakespeare, ó, en fin, la pobre aldeana
que busca su prometido en los antros de la peste, de
Manzoni, Teresa de Espronceda y Evangeline de Long-
fellow.
D^Gde el punto de vista de la filosofía del amor, pue-
de sintetizarse la histor'a del género humano en la idea-
lización elel amor, la espiritualización de Ins brutalida-
des del instinto que fertiliza las cualidades psíquicas
— 124 —
más nobles de la naturaleza, y teje una corona de in·
comparable belleza sobre la cabeza del eterno Adán
que se une con su Eva ante el altar del amor, sea san-
tificado por el murmullo de la selva y ei cielo estrellado
ó por las preces de sacerdotes que quieran domar aquel
sublime instinto bajo la disciplina de un dogma.
La civilización ascendiente hace bajar la balanza del
amor psíquico-idealizando el instinto n.-iológico y muy
errónea pedagogía es la de algunos naturalistas que
quitan el sutil polvo da la inocencia del. alma de las jó-
venes. ¡Que ei. futuro esposo sea el revelador ele ios mis-
terios genéticos'
Prematuros amores son seguidos por una ρ rem atura-
decadencia: nuestro? "jóvenes deben dedicar sus orí me-
ros entusiasmos á obras altruistas, ai arte ó juegos hi-
giénicos, la política, la educación popular para entrar
en el templo de Venus con la madurez del cuerpo y del
alma necesaria para comprender el sublime misterio
del amor que ha ocupado las eœner.->clones del pasado
y ocupará los poetas y pensadores del porvenir.
Muy pequeño es querer disminuir la grandeza ue este
problema ante el problema social que actualmente está
á la orden del día y que por esto parece más importante
á los miopes que solo ven lo muy cercano.
Que el socialismo de los pobres ole espíritu que sólo
ven en él una cuestión de estómago, se reduzca á pedir
el hartazgo; nuestros correligionario« van mucho más
allá y abarcan con sus anhelos prof éticos los problemas
más etéreos de la humanidad, los del amor, del arte y
de las aspiraciones ultramundanas hacia una existencia
ideal más allá de los límites de la vida.
Insuficientes y contagiados por el capitalismo corrup-
tor son los escritores modernos que Lian establecido una
especie de filosofía del amor como Balzac, í.ialihus,
Mantecazza y hasta el más profundo Schopenhauer, cou
su famoso animal pont coitnm triste, cuya inexactitud
pueden atestiguar teclas las personas de sana constitu-
ción. Maníegazza, sin embargo, siente á veces el amor
ideal: «Amar una hora, es de todo animal; amor un día,
es de todo hombre; amar tocia la vida, es de ios ándeles;
— 125 —
amar toda la vida y á una sola criatura, es de les
dioses.»
Con fino sentido de la realidad ha tratado Eugène
Fourniéreen su libro Idealismo socialista (París, 1899),
el delicado problema del amor: «Influida por una he-
rencia cincuenta veces secular, goza la mujer ahora
menos el placer físico que el hombre, No se puede pre-
tender que esto será siempre así bajo nuevas influencias
de la educación y de costumbres; esta diferencia entre
la aptitud voluptuosa de los sexos no sólo se disminuye-
ra, sino desaparecerá por completo. Por su más cons-
tante preocupación por las cosas de amor ha impuesto
la mujer al hombre los adornos estéticos ν morales que
han hecho del amor un sentimiento que no se limita
más á la brutal aproximación física de los sexos. Esta
preciosa adquisición es la flor de la vida de relaciones,
flor demasiado frecuentemente envenenada nor las men-
tiras y la duplicidad en una época donde el amor sólo
es un negoeio del pan cuotidiano, ó la satisfacción de
una vanidad, ó el resultado de un deseo puramente fí-
sico. La sociedad futura debe cultivar el amor preciosa-
mente, embellecerlo, enriquecerle y multiplicarlo, y es
seguro que se marchitaría pronto si el libertinaje amo-
roso sustituyera la noble y casta libertad de aquellos
que se unen no tan sólo para el delicioso momento
fisiológico, sino para multiplicar juntos las alegrías y
clieminuir los dolores que les reserva la vida. »
Entre los defensores del matrimonio ideal figura el
gran Balzac. Quejándose de su mala fortuna de haber
encontrado una vez en la vida su ideal femenino, pero
que este ideal tenía veintidós años más que él, escribe:
«La pasión sin límites que abrasa mi alma no ha en-
contrado su pasto. ¿Pudiera yo hallarla ahora cuando
veo pasar el tiempo á galope? Mi vida quedaría sin sa-
tisfacción, lo siento amargamente. No hay gloria que
valga, hay que resignarse. Mi vida es desierta. Le falta
lo que he anhelado y por lo cual he hecho los mayores
sacrificios y que no vendrá á buscarme, y sobre lo c u a l ^ ' ^ j o ^ ^ p v
ya no puedo contar más. Lo digo matemáticamente βψ'^ "^ \
3a poesía de las quejas dolorosas que vo pudiera levari- x
-~19 ^

f -f
>*x
— 126 -

tar basta-la altura de las lamentaciones de Job; pero el


hecho existe. Tal vez no me faltarían aventuras si
quiero repiesentar el papel del hombre de buena suer-
te, pero esto me produce aseo. La naturaleza me ha hecho
po-r.el amor único. Fuera de esto no comprendo nada.
Soy un Quijote desconocido. Tengo amistades íntimas.
Madame Carreaud, en Berry, es una bella alma; pero 3a
amistad no sustituye el amor, el amor de todos los días,
de todas las horas, que hace encontrar placeres infini-
tos en oír cada momento los pasos, la voz, un crugir de
vestido en ]a habitación, lo que he tenido, aunque im-
perfectamente, varias veces en los diez años últimos.
Añádese á esto que tengo un horror profundo por la
gente joven; porque aprecio más la belleza desarrollada
que la que se desarrollará para convencerse cuan difícil
es resolver el problema». Balzac creía que el divorcio
er:ι «la única institución que podía hacer dichosos los
matrimonios. Hay 9n París 40.000 matrimonios casa-
dos sobre su palabra, sin contrato religioso ó civil, y
estos son los mejores, porque cada uno teme Ja pérdida-
Hay tiranías que se soportan en la juventud y que más
tarde son intolerables. He conocido una mujer adora-
ble quien esperaba la edad de cuarenta y cinco años y
el casamiento de sus hijas para separarse amistosamente
de su marido, habiéndolo aplazaao hasta este momento
donde nadie podía sosp char nada.» El amor debe ser
libre para llegar á su apoteosis ideal y para ser libre de-
ben destruirse las cadenas de la lev ν de las costumbres
que hov le esclavizan.
Charles Riebet dice en su estudio sobre el «Amor»:
«Es completamente imposible comparar los sentimien­
tos que animan á dos esposos—, «obre todo, después de
los primeros meses de vivir juntos-con la pasión de dos
amantes. Ni siquiera intentamos una comparación ri-
dicula. El amor no es superior ni inferior al matrimo-
nio: es otra cosa. El ardor y el entusiasmo se sustituyen
por otros sentimientos menos vivos, p?ro más profun-
dos. Aquel amor de los primeros días que invadía todo,
no puede durar; era un fuego de paja y se apaga tanto
más pronto cuanto más ardía. Al contrario, por el ma-
— 127 —
trimonio crecen con los años la ternura, la estimación,
la confianza entre los esposos. Después viene la costum-
bre que pesa de un peso tan irresistible sobre nuestras
ideas y nuestros gustos. ¡Y cuántos sentimientos com-
plejos encierra la ternura conyugal! La comunidad de
los intereses, la educación .de los hijos, todas diversas
consideraciones que acaban por hacer del matrimonio,
ó sea de Ja unión social del hombre y la mujer, la base
misma ele toda sociedad civilizada.
El célebre Bjornstcin-Bjornson ha escrito un curioso
libro titulado: «Monogamia y poligamia» (París 1897);
Félix Remo: «La igualdad d"e sexos en Inglateira» (Pa-
rís i895); Interesantes observaciones sobre el asunto en-
cuéntranse en las «Memorias del conde Tolstov» (París
1885); Cenac-Moncaut: * Historia del amor en 3a anti-
güedad»; Garlos Gide. «Sobre 3a condición privada de
la mujer»; E. Légouvé: «Historia moral de las mu-
jeres».
Los adversarios del matrimonio como Chernicheveky
en «¿Qué hacer?», no han presentado hasta ahora más
que aforismos más ó menos ingeniosos contra las ab-
surdas imposiciones de la religión que se opone al ma-
trimonio libre combatiendo el divorcio que es la garan-
tía de la dicha conyugal como lo dice Balzac, con gran
verdad.
Ni Reclus, ni Teobaldo Nieva, el anarquista español
de mucha originalidad de pensamiento, son en princi-
pio adversarios suyos sino piden sólo que el matrimo-
nio sea libre. Muchas censuras contra el matrimonio y
la familia son hijas de un pesimismo injusto que de su
parte es el efecto de un idealismo romántico que exige
demasiado y que por esto no estará "nunca conforme con
la realidad. ¿No es un pesimismo de esta clase que hace
exclamar la grotesca Soledad Gustavo?: «Hov el hombre
ama á todo el mundo más que á la madre de sus hijos y
la mujer ama á todos los hombres más que al hombre
propio».
Con su profundidad de siempre describe Balzac en
«El contrato de matrimonio» el desarrollo de este pesi-
mismo: «Todo es engaño entre dos seres que van á aso-
— 128 —

ciarse; pero el engaño es inocente, involuntario. Cada


uno de los jóvenes se muestra necesariamente bajo una
luz favorable; los dos luchan quien finge mejor y con-
ciben por ai mismo del otro una idea favorable que más
tarde no puede corresponder á la realidad, porque la
vida verdadera, como los clías atmosféricos, se compone
de muchos más momentos grises y toncos que parecen
cubrir de sombras la naturalc/a que de períodos donde
el sol brilla y los campo? se regocijan. Los jóvenes no
ven más que los días hermosos. Más tarde atribuyen al
matrimonio las desgracias propias cíe la vicia, porque
hay en los hombres una tendon cía ele buscar la causa
de sus miserias en las cosas ó en los seres que le están
más cercanos.» Entre los admirables consejos del ini-
mitable conocedor del corazón femenino para conservar
la dicha conyugal, citaré algunos: «Hay pocas almas en
que el amor, resiste á la omnipresencia, este milagro co-
rresponde sólo á Dios.» En verdad, vale para toda clase
de relaciones, «no aburrir», debiera ser el undécimo
mandamiento.
Otra verdad que pocas mujeres comprenden, porque
la presunción por sus atractivos físicos les hace ciegas,
es: «Cuando dos seres no tienen' más que el sentimien-
to para ir hasta el fin ele la existencia, pronto habrán
agotado los recursos y viene la indiferencia, la saciedad,
la antipatía. Marchitos los sentimientos, ¿qué enton-
ces?» Balzac no pide mujeres sabias que sepan discutir
sobre Aristóteles y Kant ó que vayan con su marido al
mitin, quiere sólo que tome interés por su vida ideal
que para todos los hombres es su vida verdadera, que
trata de apasionarse ó al menos simpatizar con los pro-
yectos y especulaciones de su esposo. «Si tu marido
cree en tí, lo puedes todo. Para inspirarle esta religión,
debes persuadirle de que le coniprendes. Y no pienses que es
cosa fácil: una mujer puede siempre hacer creer á un
hombre que le ama, pero más difícil es hacerle confesar
que está comprendido. » La mujer, para conservar su po-
der sobre su esposo como hembra, debe saber ser su
amiga, y esto lo saben ser muy pocas mujeres.
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Pero las virtuosísimas esposas que desprecian las pre-


ciosas é inocentes artes de la coquetería con su marido,
al momento que la conquista esté sellada ante el sacer-
dote, harán bien en estudiar á Balzac y ver qué atracti-
vo ejerce sobre los hombres una sonrisa graciosa y ale-
gre aunque fuese de una doncella ó modista: «¡Oh, des-
pués de diez años de matrimonio encontrar bajo su te-
cho y ver á todas horas una joven de dieciséis á die-
ciocho años, fresca, vestida con coquetería, cuyos tesoros
de belleza parecen desafiarle á usted, Guya expresión
candida tiene atractivos irresistibles, cuyos ojos, baja-
dos al suelo, os temen; cuya mirada tímida os tienta, y
para quien el lecho conyugal no tiene secretos, puesto
que es á la vez virgen y sabia! ¿Cómo puede quedar un
hombie frío, como San Antonio, ante una magia tan
poderosa, y tener el valor de quedar fiel á los buenos
principios repiesentados por una mujer desdeñosa cuyo
rostro es severo, cuyas maneras son ariscas, y que casi
siempre se niega á su amor? ¿Qué marido estoico resiste
á-tanto fuego y á tanto hielo?... Donde vos apercibís
una nueva cosecha de placeres, la joven inocente aper-
cibe rentas, y vuestra mujer...» Balzac cree, y el hom-
bre habla de Francia, que la mujer recobra su libertad
por aquel «pacto tácito amistoso de familia» entre el
marido, la esposa y la doncella. En España no se estila
esa clase de libertad; las matronas de casas ricas suelen
buscar, doncellas guapas y jóvenes sólo cuando tienen
hijos á quienes quieren evitar los peligros que les ame-
naza el burdel. \\ \ Y, viva la moralidad de las elases di-
rectoras!!!
El gran psicólogo llama al pudor «la conciencia del
cuerpo» y le atribuye una decisiva influencia sobre la
felicidad matrimonial: «La con ciencia dirige nuestros
sentimientos y los menores actos de nuestro pensa-
miento hacia el bien moral y el pudor preside á los mo-
vimientos exteriores. Un pudor extremo es una de las
condiciones de la vitalidad del matrimonio y el impu-
dor le disuelve.»
Aunque deplazca á los poetas é idealistas y á todos
los «jóvenes» de ambos sexos de diez y ocho á cuarenta
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años, creo que el amor sexual perderá mucho de su im-
portancia actual como factor preponderante de la filoso-
fía del placer Después de los cuarenta años buscamos
en la mu i er más bien á la arnica que á la amante, ν con
sesenta nos extrañara us cómo liemos gastado los mejo-
res años de nuestra vida por esta ilusión.
«La Naturaleza nos interroga constantemente, deja
Balzac decir al anciano, sobre nuestras verdaderas nece-
sidades; ν al contrario se niega absolutamente á los ex»
cesos que nuestra imaginación solicita algunas veces en
e3 amor, que es pues la última de nuestras necesidades
y la única cuyo olvido no produce perturbación alguna
en la economía del cuerpo. El amor es un lujo social
como los encajes y los diamantes. Examinándolo como
sentimiento, encontramos: el placer y la pasión. Ana-
lizamos el placer. Los afectos humanos descansan sobre
dos principios: la atracción y la aversión. La atracción
es el sentimiento general por las cosas que adulan nues-
tro instinto de conservación; la aversión es el ejercicio
de este mismo instinto que nos advierte que una cosa
puede serle perjudicial. Todo lo que agita poderosamen-
te nuestro organismo dándonos una conciencia más inü·
ma de nuestra existencia es el placer. Se compone del deseo
y de la dificultad y del goce de cualquier cosa. El pla-
cer es un elemento único del cua] son las pasiones mo-
dificaciones más ó menos vivas; así excluye ordinaria-
mente siempre un placer al otro. Bl amor es el placer me-
nos vivo y menos duradero. ¿Adonde coloca usted el pla-
cer del amor? ¿Será la posesión de un hermoso cuerpo?.,.
Con dinero adquiere usted en una noche odaliscas ad-
mirables; pero después de un mes se habrá amortiguado
y cansado el sentimiento tal vez para siempre. ¿Es tal
vez otra cosa? ¿Amáis á una mujer porque está puesta
con elegancia, es rica y tiene coche y crédito?... Enton-
ces no lo llamáis amor, porque es vanidad, avaricia,
egoísmo. Si la amáis por su ingenio... entonces obede-
céis tal vez á un sentimiento literario...
«Pues bien, el amor es la última y la más despreciable
de las pasiones: promete todo y no cumple riada. ¡ Ah,
habladme de la venganza, del odio, de la avaricia, del
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fuego, de la ambición, del fanatismo!... Aquellas pasio-
nes tienen algo de viril, son imperecederas y provocan
cada día sacrificios que el amor provoca sólo por jac-
tancia. » ^ ^
A medida que avanza la cultura no sólo se idealiza el
amor sexual, sino ias relaciones entre los cónyuges ad-
quieren el nuevo lazo de la amistad; la esclava se hace
la amiga y compañera predilecta del antiguo señor y
tanto más estrecha se hace la amistad, cuanto más se re-
lajan los lazos de la esclavitud femenina, bajo el influjo
de las costumbres de la vida moderna.
Los grandes peligros cimentaron las famosas amista-
des de que nos habla la historia, y hoy todavía son las
amistades más entrañables entre compañeros de gue-
rra, de aventuras, de viajes y de toda clase de hazañas
arriesgadas. Entre bandidos, ladrones y vagabundos,
hay ejemplos célebres de amistad. Balzac lo ha pintado
en su admirable Vautrin. Así también se explica la
amistad entre los niños y entre jóvenes; amistades que
duran hasta que duran las aventuras y picardías de la
juventud.
Servicios importantes son los más sólidos lazos de
amistad y así se explican muchas relaciones íntimas en-
tre personas separadas por abismos. Buscamos en el ami-
go un punto seguro y fijo de apoyo en el oleage ensorde-
cedor de la vida y si en una hora de peligro hemos ha-
llado este apoyo, nos alaga creer quesera nuestro amigo
por toda la vida hasta que amargos desengaños nos con-
vencen á veces de la ilusión y apercibimos que estamos
separados profundamente en sentimientos, ideas y aspi-
raciones de quien creíamos por largos años nuestro me-
jor amigo.
¡Por toda la vida, amigos eternos! jQué bello ideal y
cuan pocos lo alcanzan! ¿No sería mejor construir este
edificio eterno sobre la base eterna por su naturaleza, que
es el amor conyugal, entre padres é hijos y entrs parien-
tes en general?
Una sana filosofía de vida tiene que insistir mucho
sobre ésto y, en efecto, parece característico que los pa-
dres é hijos empiezan á considerarse siempre más como
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amigos, gracias á la desaparición del factor «autoridad»


de la educación moderna. Igualmente sucederá lo mis-
mo entre los cónyuges cuando la igualdad completa
haya emancipado á la mujer.
Un razonable determinismo basado en estudios psi-
cológicos y tal vez frenológicos, unirá íntimamente á
los miembros ele la misma familia que se estimarán
mutuamente, comprendiendo que todas son variaciones
del mismo tema fundamental. ¡Cuántos hermanos se
odian hoy y el motivo es el orgullo ú otra calidad que
poseen en común! Las ilusiones del libre albedrío en-
gendran reproches y odios, porque se acusa de malvado
al desgraciado que ha nacido con determinados defectos,
que le obligan á ser y hacer lo que es y hace. Si com-
prendiéramos la psicología de nuestiOsJprojimos, dejare-
mos de odiarles; el odio se sustituirá por una caridad,
no sentimental cristiana, sino del filósofo prçf (indamen-
te altruista, para quien no existen malvados sino des-
graciados.
Con la satisfecha superficialidad del snobismo inglés
ha escrito John Lubbbock un libro famoso sobre los
Pleasures of Life; y como buen anglo-sajón no deja de
dar extraordinaria importancia á los placeres inferiores
del estómago, no olvidando el dormir y beber bien des-
pués de haberse dedicado al sport de gimnasia y viajes;
y Spencer comulga con su paisano en que lo más nece-
sario para ser feliz, es un bolsillo bien repleto y una sa-
lud de buen boxer dispuesto á comerse algunos* kilos de
«bifsteaks» crudos. Ambos epicúreos á la inglesa reco-
nocen, sin embargo, que los goces más íntimos y dura-
deros son los de carácter altruista, don-de el individuo
és feliz al hacer la felicidad de su esposa, sus hijos, ami-
gos, conciudadanos y en fin donde contribuye al bien
de la humanidad.
No cabe duda, el gran problema para todos, el pro-
blema por excelencia es el del amor y del matrimonio, y
quien intenta huir al matrimonio, se encontrará pron-
to en los múltiples conflictos con tanta gracia descritos
por Alarcón en la novela «El buey suelto...» Su solución
satisfactoria se impone, además, como necesidad pe-
- 133 —

rentoria de moralidad social: la corrupción de costum-


bres es cada día más peligrosa, la santidad del hogar
está expuesta á naufragar sino se remedia el mal y sólo
por el matrimonio se resolverá el dificilísimo problema
acertadamente planteado por el movimiento feminista.
La mujer debe ser la sacerdotisa del hogar, la base
sólida de la familia ν la alegría ν consolación del hom-
bre. Lab mujeres nacidas para hetáreas, ó sin vocación
para el matrimonio, son excepciones. Cada hombre de-
be saber lo que desea ele su futura compañera de vida;
las inclinaeioneß en las jóvenes «on ordinariamente tan
manifiestas, que es fácil adivinarlas; los cuatro ca-
racteres o tipos principales, se destacan con claridad.
La mujer destinada á dirigir con perfección su casa, la
«piesiclenta» nata domina sin saberlo por todas partes
y se recomienda á los hombres que buscan en su esposa
un ministro autónomo de «gobernación» que les quita
gran parte de los cuidados clomesticos. Quien desea una
buena madre de sus hijos, la buscará entre las mujeres
de profundo sentimiento que ordinariamente prefieren
el retiro del hogar á los teatros, paseos y tertulias; raras
veces servirán para «ministro»; para ellas se concentra
la vicia en sus hijos: el instinto de madre prevalece so·
bre el de la hembra·esposa; son leonas que defienden su
prole con heroísmo admirable; son, en regla general,
religiosas, peroraras veces devotas.
Estos dos tipos predominan en el mundo femenino,
el primero en Alemania, Francia é Inglaterra, con su
predominio correspondiente de la razón, de la cabeza; y
el segundo en España é Italia, donde manda el corazón.
Cada uno de estos tipos tiene inclinación hacia otro tipo;
así, por ejemplo, hay en las inglesas la tendencia á la
esposa araiga que es el tercer tipo principal, y en la
francesa la inclinación hacia la »-sposa amante que es el
cuarto de los tipos principales. La esposa amiga, la
compañera del marido que le acompaña en las reunio-
nes políticas y científicas, se encuentra encarnada con
mayor perfección en la rasa y se inclina según las cir-
cunstancias, ó el carácter de cada una, al tipo madre ó
al tipo amante ó, al fin, al tipo «presidenta», que es
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más raro. La inglesa es, sobre todo, «presidenta», pero


con grandísimas tendencias al tipo de madre, mientras
que la española é italiana tienen una hermosa tenden-
cia á conservar algo de la lozanía y coquetería, amorosa
de la amante, asemejándose en esto á la francesa, aun-
que haya gran diferencia en el mismo carácter de las
tendencias amorosas, siendo la francesa más consciente
on su sensualidad y la italiana suavemente sentimental
mientras que en la española predominan los apasiona-
mientos poderosamente dramáticos como en las sonatas
de Bethoven. Balzac ha presentado el tipo de la mujer
española como tal vez ningún artista español, en la Ma-
dame Claes, la esposa del sabio Baltasar que olvida la
realidad en busca de lo absoluto .
Sin embargo, el amor puede influir poderosamente
sobre una mujer: «Cuando dos personas se aman bas-
tante, para que cada día les sea el primero de su pasión,
dice Balzac, hay en esta fecunda dicha fenómenos que
cambian todas las condiciones de la vida», pero no sería
prudente confiar demasiado en la magia del amor, sino
más bien en la influencia de la costumbre que hace con
los años de una joven esencialmente «amante» una ex-
celente madre ó una «presidenta» de primo ¿artello. Más
difícil es educar una «amiga» ó una «amante» cuando
la naturaleza no haya dotado la mujer con estas calida-
des especiales que son como el aroma que desprenden
las flores y que dan á la vida dei hombre calor y poesía.
Este calor de la amistad es el encanto de los matrimo-
nios de veinte y más años y sustituye con ventaja tal
vez las pasiones amorosas de la juventud, Baucis y Fi-
lemon son el ideal de estos matrimonios vetustos en la
antigüedad; Stuart y Mill era ele esta manera unido con
la señora Tailor, con quien se casó después déla muerte
del marido, y estas son las relaciones predilectas de pen-
sadores y artistas de cierta edad madura donde la vida
intelectual-usa sobre la de las pasiones.
Son pocas las mujeres bellas que se inclinan á esta,
clase de relaciones donde las calidades del alma preva-
lecen. Balzac recuerda la frase del Evangelio · Bienaven-
turadas las imperfecta» porque â eÜm pertenece &l reino del
— 135 —
amo t'y y añade: «Por cierto, la belleza debe ser una des-
gracia para una mujer porque esta flor pasagera entra
demasiado como factor en los sentimientos que inspi-
ra; pero el amor que hace experimentar ó que demues-
tra una mujer desheredada de las frágiles ventajas que
buscan ios hijos de Adán, es el amor verdadero, la pa-
sión verdaderamente misteriosa, un abrazo ardiente de
las almas, un sentimiento que nunca tiene su desenga-
ño. Esta mujer tiene gracias ignoradas del mundo de
cuya vigilancia se sustrae; es bella y tiene demasiado
gloria en hacer olvidar sus imperfecciones para no lo-
grarlo siempre. Los amores más célebres en la historia,
eran casi todos inspirados por mujeres á quiénes el vul-
go hubiera encontrado defectos. Cleopatra, Juana de Ña-
póles, Diana de Poitiers, la señorita de Vailiére, la se-
ñorita de Pompadour, en fin, la mayor parte de ÍES
mujeres que el amor ha hecho célebres, no carecen de
imperfecciones y defectos mientras que la mayor parte
de las mujeres cuya belleza se nos cita como perfecta,
han visto concluir sus amores desgraciadamente. Esta
aparente contradicción debe tener su cau-a. ¿Es qué el
hombre vive tal vez más por el sentimiento que por el
placer? ¿Tal vea tienen los encantos meramente físicos
de una bella mujer límites mientras que el encanto
esencialmente moral de una mujer de belleza mediana
es ilimitado?»
Las mujeres-amigas, las compañeras de la vida ideal
del hombre, no sufrirán como aquella Margarita de
Claes, de Balzac, los celos terribles de la esposa por el
ideal artístico, científico, político, ó solamente una es-
peculación comercial ó industrial del marido, celos que
explican y están en el fondo de tantos disgustos matri-
moniales y que son la causa de lo que se ha llamado el
«poder embrutecedor» de la mujer en las familias, y en
particular en España é Italia, cuyas mujeres tienen
fama de celosas. ¿Quién no conoce ilustres ejemplos en
cuyo hogar se repite la trágica lucha de los celos de una
mujer por los ideales de su marido» descrita de mano
maestra por Balzac en la «Investigación del Absoluto»?:
«Esta mujer dichosa durante quince años y cuyos celos
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no se habían nunca despertado, encontraba ele repente
que al parecer ya no significaba nada en el corazón don-
de antes reinaba. Española de origen, se agitaba el sen-
timiento de mujer española en ella al descubrir una riva
en | la Ciencia que la arrebata su marido; los tormentos
de los celos la devoraban el corazón y renovaron el ar-
dor de su amor. ¿Pero qué hacer contra la Ciencia?
¿Cómo combatir su poder incesante, tiránico y crecien-
te? ¿Cómo matar una rival invisible?... ¿Cómo puede
luchar una mujer cuyo poder está limitado por la natu-
raleza, contra una idea cuyos goces son infinitos y cuyos
atr activos siempre nuevos? ¿Qué intentar contra la co-
quetería de las ideas que se refrescan, y renacen más
bellas en las dificultades arrastrando tan lejos del mun-
do á un hombre que olvida hasta sus afectos más que-
ridos?»
El gravísimo problema encuentra en teoría y en prác-
tica solución diferente, según las razae, climas, estada
de civilización y hasta temperamento individual. El
poema lírico titulado «El Amor», ele Michelet, donde se
exalta el matrimonio idealizando la mujer como solo
está permitido á un poeta, no es la expresión ele Francia
sino un eco de Alemania, donde su autor pasaba su ju-
ventud y una protesta del escaso valor que en su patria
se da á esta institución. Francia habla por boca de Bal-
zac, y Rusia, en parte, en las obras de Pushkin, Evgue-
nyi Oneguin, Chernich'evsky's. ¿Quehacer?, y l.?.s ele
Tolstoi y Turgueñef. Las poesías árabes reflejan la ar-
áis nte sensualidad de los haremos del Oriente y lo poco
que sabemos ele la vida amorosa de la japonesa y china
no nos permite formar un juicio sobre materia tan ele·
licada. ¿ \ la mujer española?
Interesante sería fijar con precisión el ideal del amor
y del matrimonio del alma española. ¿Se manifiesta en
las canciones populares influidas por la poesía árabe ó
la encontramos en Becquer, Espronceda, Nunez de Arce,
Campoamor, ó en fin, en los dramas de Echegaray y las
novelas de Alarcón, Valera, Gaidó.*, Pereda y la Pirdo·
Bazán? No cabe duda que la influencia germánica ha.
quedndo impresa en España más profundamente que-
— 137 -
en Francia, donde la vivacidad del temperamento galo
se asimilaba pronto los elementos teutones. Como los ger-
manos, son los españoles esencialmente monógamos, la
promiscuidad como la qdiere Chernichevski, no está de-
fendida por nadie y hasta al amor libre se reduce casi en
los más radicales, á nada más que al matrimonio civil
disoluble por la voluntad tan sola de los dos cónyuges,
ó s^a alo que hoy ya casi existe en Francia y los países
protestantes. Francisco Gómez refleja tal vez mejor que
nadie el sentir español -obre este problema:
«Es el matrimonio, dice, la unión voluntaria del va-
rón y la mujer para constituir, mediante su mutuo
complemento, ana personalidad superior y cumplir en
íntima union fados los fines de la vida. No se limita,
por tanto, el objeto de esta institución fundamental hu-
mana á la realización de un fin particular cualquiera,
ora sea corporal, oraespiritird, sino que abraza la vida
tocia, á la manera como la oposición sexual que en el
matrimonio se resuelve, se extiende también á la per-
sonalidad individual entera, por más que luego com-
prenda determinados fines, tales como la procreación y
educación de los hijos, el mutuo auxilio, etc.» Sin em-
barco, Giner reconoce necesario el divorcio cuando los
fines del matrimonio no puedan cumplirse, pero no
entra en los problemas psicológicos respecto á las perso-
nas que no quieren casarse, pero que tampoco aceptan
el crimen contra la naturaleza que es la abstensión,
Giner oree como Michelet, que la gran poesía épica es
la regla, y se equívoca, porque aquellos amores subli-
mes pon las excepciones, y la mayoría inmensa se satis-
facen con amores de ocasión que debieran disolverse
con la misma facilidad con que se contraen, porque
sólo se hace sacrificios cuando exists un amor prof un-
ció. Los idealismos apocalípticos son bien en el arte, en
filosofía y sociología resultan reñidos con la realidad,
Las excepciones no deben servir de norma para fundar
sobre ellas leyes y sistemas.
— 133 —
Para vivir feliz·, será bien no fiarse demasiado en loa.
goces que brinda la mujer y ios hijos: lósanos ejercen
una influencia bien triste y niveladora sobre los senti-
mientos, Dante dejaría ele soñar de su Beatrice si tuvie-
ra de ella una docena de hijos que le distraen cuando $u
fantasía vaga en los espacios infinitos de la poesía. La
fragranté ñor de azahar se transforma en un limón que
á veces suele ser agrio. La señora de Sócrates, doña
Xantipe, noes la única mujer que vierte un jarro de
agua sobre su esposa para que abandone sus ensueños
filosóficos y se dedique á la parroquia cl° su taller de es-
cultura. Chateaubriand tenía Ja suerte de tener una
mujer que le adoraba, y Edgar Quine* había hecho de
la suya un excelente secretario; lo corriente es, sin em-
bargo, la esposa de Heine, Matilde, que al ver las coro-
nas y· las necrologías que hablaron ele Enrique, excla-
mó admirada: ¡Nunca creyera que fuese tan célebre! Y
respecto á los hijos hay tal vez desen ganos mayores: mi
padre tenía veintidós hijos, y murió sólo leyendo en la
soledad á Goethe, Shakespeare y Rousseau, que eran sus
amigos más fieles. Como á él ocurre á la mayor parte de
los padres que sacrifican los mejores años de su vida á
sus hijos, y harán bien en no contar para nada con su
gratitud para no encontrarse engañado. Cuando Cáno-
vas comprendió que su política había fracasado, buscó
consuelo en el matrimonio, no antes, é igualmente dijo
Quizot, queïosgoces ele familia L» satisfacían masque
los de ]a vida pública cuando la Revolución de 18-18 le
había obligado á retirarse al Cánovas francés para que
se dedicara á justificar su igualmente funesta influen-
cia sobre su patria.
Los que han llegado á la cumbre de la vida, darán
razón al incomparable Schopenhauer, al solterón nunca
arrepentido,·de que los goces del espíritu son más dura*
deros y llenan más el alma del hombre. El arte consis-
te de saber entremezclar los goces de toda clase tan ar-
mónicamente, que nos queden siempre esperanzas de
nuevos goces con tal de que no les aplazeamos demasia-
do y no nos suceda como al aficionado de frutas, que se
abstenía de oomerlas para gozar más tiempo en la espe-
._ 139 —
ranza hasta que las encontró por dentro podridas. Ma-
chos goces son propios del momento y de la edâd: que
la juventud, sacrifique ante los altares de Venus, pero
que no olvide preparar ios más constantes placeres de la
vejez, la gloria, la ambición política y científica, y sobre
todo los del arte y la ciencia que nos brindan sus teso-
ros de dicha sólo cuando hemos alcanzado cierta per-
fección y altura.
Magist raímente festeja Balzac en Peau de Ghayrin, los
goces que nos proporciona la ciencia y que se asemejan
mucho á los de las bellas artes y más aún á la célebre
descripción de Fónélon de la existencia de los espíritus
buenos en la eterna luz que dimana de Júpiter ó á los
goces de los bienaventurados del Cielo de Dante Con la
pérdida de las energías sensuales avanza con los años
la importancia da estos bienes espirituales hasta que el
hombre perfecto llega á la contemplación del sabio don-
de se confunden la ciencia con el arte y la religión es-
piritual de ia unidad de todos los espíritus en la gran
conciencia humana. Estudiando â Platon ó Kant, nos
parece como si nuestro espíritu se confundiese con el
suyo, admirando las obras de Rafael ó Correggio, nos
parecen hermanos ó amigos íntimos aquellos artistas
incomparables.
Sebastián Faure siente este goce espiritual al enume-
rar orgulloso las riquezas científicas que posee la huma-
nidad y el resultado de su aplicación para la vida: «Los
geómetras y matemáticos de las generaciones preceden-
tes, los Müller, Copo-mico, Vie te, Galileo, Kepler, Des-
cartes, Pascal, Boy Je, Newton, Leibnitz, Euler, d'Alem-
bert, de La] an de, Lagrange, Halley, Monge, Laplace,
Leverrier, han dejado continuadores numerosísimos de
su obra, y en casi todos los puntos del globo se alzan
observatorios provistos de aparatos de una precisión,
una sensibilidad y una potencia incomparables. Los
Toricelli, los Réaumur, Herschell, Gaivam, Volta, Am-
pere, Oersted, Sehwerger, Faraday, Morse, De la Rive,
Froment, Clarke, Rumkorff, Biot, Franklin, Arago,"
han abierto á los físicos de nuestra época perspectivas
infinitas. Bentiríanse extrañamente emocionados y pro-
— 140

fundamente dichosos ios Lavoisier, Cavendish, Priestley,


Scheele, Liebig, Davy, Stahl, Bergman, Gay Lussac,
Thénard, Robertson, si les fuera dado entrar en esos la-
boratorios maravillosos en que hoy trabajan los que tie-
nen en su mano el cetro de la química.
»¿Qué dirían los Guy ele la Brosse, los Tournefort, la
dinastía de los cinco Jussieu, los Buffon, Daubenton,
Lacépéde, Latteille, Linneo, Hall er, Adamson, Saussu-
re, Cuviez*, Lamarck, Esteban é Isidoro Geoffroy-Saint-
Hüaire, si tuvieran la dicha de recorrer nuestros mu-
seos, nuestras galerías de historia natural, donde reinan
sus dignos sucesores? ¿Y los Bichat, los Broussais, Ca-
banis, DestuU de Tracy, Maine de Biran, Dupuytren,
Nelaton, Alejandro de Humboldt, Flourens, Claudio
Bernard, si en nuestras clínicas, hospitales, facultades,
academias, pudieran ellos darse cuenta del brillo presti-
gioso con que lucen las ciencias que les fueron tan ca-
ras: la fisiología, la anatomía comparada, la biología, la
medicina, la cirugía, la higiene? ¿Qué dirían los Bacon,
los Hobbes, Descartes, Spinoza, Locke, Liebnitz, Mon-
tesquieu, Condillac, Helvecio, d'Holbach, Kant, Volney
y aquella pléyade ele filósofos de principios del siglo:
los Cousin, ios A. Comte, los Jouffroy, si viesen la filo-
sofía desembarazada al fin de las fórmulas que la rete.
nían cautiva, de los métodos que retrasaban ó despin-
taban su marcha, de la estrechez de espíritu que ca-
racterizaba á lo^ adepto- do la ortodoxia, ¿qué dirían?
»¿Cuál, en fin, sería la sorpresa de los primeros in-
vestigadores de la ciencia social y de la economía polí-
tica ν hasta de lo-; que vivieron en el transcurso de este
siglo: de los Saint-Simon, Fourier, Roberto Owen,
A. Comte, Cabet, Collins, Pecqueur, Vidal, Proudhon,
y los J. B. Say, los Adam Smith, Ricardo, Sismondi,
Michel Chevalier, Da η oyer, Blanqui, Beiitham, Bastiat,
si viesen el ancho puerto que ha tomado la sociología
en las esferas políticas y las preocupaciones del espíritu
humano, si pudieran conocer los trabajos interesantísi-
mos formados por Karl Mars, Engels, Lassalle, Tcher-
nichewski, Spencer, Bakunin, Enrique George, Emilio
de Laveleve, Guillermo de Graef, Agathon de Pother,
Hl —
Federico Borde, César de Peape, Hector Denis, Elíseo
Reclus, Benito Malón, Chirac, Kropotkin, Grave, Mala-
to y Molinari, Federico Passy, Courcelle Seneuii, Pablo
Leroy-Beaulieu, Carlos G-ide, Morosti, Le Play?
»Profunda fué la erudición délos grandes filósofos'y
enciclopedistas del siglo último: Voltaire, Diderot, Mon-
tesquieu, d'Àlembert, J. J. Rousseau, Condoreet; es
cierto. ¿Pero qué son sus trabajos comparados con esos
monumentos de los que han echado las bases ó conti-
núan la edificación, los Herschell, los Bouille, los Li-
ttré, los Flammarion, los Larousse?
»Nuestro haber científico es inmenso, nuestro tesoro
artístico no lo es menos. El lenguaje articulado se en-
riquece gradualmente; las lenguas modernas, dulces,
¡sonoras, halagüeñas, musicales, expresan nuestras ideas
é impresiones coa una precisión, una claridad y un
acierto notables. La conversación tiene un encanto con-
movedor; todas las galas del ingenio, las creaciones de
la imaginación y los matices del sentimiento se tradu-
cen en una palabra, ya vibrante, ya delicada, que turba,
que halaga, que impresiona. De lo alto de la cátedra y
la tribuna retumba la elocuencia grandiosa, doblando
las cabezas con el peso del encanto y los corazones con
el de la emoción. La república de las letras cuenta en
toda nación millones de ciudadanos. El hálito poético
hincha en ella los pechos; inflaman los corazones las
pasiones generosas; los cinceladores de frases persiguen
obstinadamente el decir mejor; las perlas y brillantes
del pensamiento aparecen admirablemente engastadas
por la estética en líneas armoniosas y exquisitos contor-
nos. El teatro tiende á despojarse de todo el aparato an-
tiguo; el gusto del público no acepta la trama y los gol-
pes de efecto de los dramaturgos antiguos; públicos nu-
merosos representando el mosaico de las posiciones so-
ciales, pelean de entusiasmo cuando la escena reprodu-
ce situaciones verdaderas y resuenan las quejas, las in-
dignaciones, los odios y los amores verdaderamente hu-
manos, creados, cantados ó llorados en un lenguaje
bien rimado, ardiente, abundante y límpido.
»Una mise en scene esmerada, decoraciones lujosas
- 142 -
completan la ilusión y acentúan el atractivo de esos-es-
pectáculos en nuestros corazones y se llenan de fuertes
emociones, nuestros ojos de lágrimas ó nuestras gargan-
tas do risas. Hay teatros en todas partes y por millares
se cuentan también los artistas líricos y dramáticos.»
'Qué las mujeres no acusen á la ciencia, ni menos aún
odien los ideales por los cuales olvidan los hombres al-
gunas veces llegar á la hora de cenar; peores pasiones
que la ciencia y los ideales políticos son el. juego, el vino
y otras á que suelen entregarse los hombres -vulgares.
Mejor y más fácilmente vencerán al peligroso rival par-
ticipando en los entusiasmos de su esposo transformán-
dose en la Beatrice ideal que indicaba, á Dante las eter-
nas bellezas del Paraíso. La.comunidad de aspiraciones
al-principio fingida de parte de la mujer, será pronto
sincera y la esposa adquirirá un poder sobre su marido
que cada día aumentará, IL η lugar de buscar amigos en
cafés, clubs y tertulias para cambiar las impresiones,
para obtener conciencia y claridad sobre los aconteci-
mientos que 3e preocupan, verá el hombre su mejor
amigo que mejor le comprende y cuyos intereses coinci-
den en absoluto con los suyos, en la compañera de su
vida, su esposa. Tal vez se equivoca Lubbock al dar tan
preferente importancia á la amistad entre hombres en
su famoso libro «Los placeres de la vida», que por lo
demás peca por una superficialidad y suficiencia genui-
namente inglesas que cree resueltos los problemas déla
vida por un bolsillo bien repleto.
. Un inmenso terreno se abre para la pedagogía que
comprende cada día más que su único fin es educar para
hacer hombres felices, desarrollando en cada individuo
las calidades que más contribuyen á la felicidad.
Tal vez está la educación inglesa y alemana en el buen
camino al unir los muchachos con las jóvenes, porque
así aprenden ambos ¡sexos considerarse mutuamente
como suplemento, aunque se cimente los sentimientos
ele amistad y compañerismo á costa de la atracción se-
xual. Entre la absurda pedagogía cristiana y la moder-
na, hay abismos que en España parecen todavía inson-
dables.
— 143 —

La amistad, el cariño, el compañerismo, deben susti-


tuiré], principio de autoridad, base de la educación actual;
la observación concreta de las cosas prepara la inteligen-
cia de las reglas y leyes generales; la educación debe ser
un placer y no una corvada parala juventud, los cole-
gios debon ser «gimnasios» donde se ejercite la inteli-
gencia y se inspiren los sentimientos nobles en lugar
ele tormentos que embrutecen al espíritu y amortiguan
el cuerpo, La enseñanza, los años de la juventud deben
ser un placer de que se recuerda el hombre con grata
gatisfación. Así lo enseña el nuevo arte pedagógico en
cuya frente está toda la escuela'positiva desde Herbert
Spencer hasta Pestalozzi y Rousseau, que son nuestros
precursores en el siglo pasado (1).
No tan sólo hacer un placer de ios estudios del niño
que son su trabajo, la ciencia social tiene el fin de trans-
formar en placer todo trabajo, hasta los más rudos y hoy
despreciados, El Estado no tiene otro fin para nos-otros
que ser «un instrumento que le sirve á desembarazar-
se de los obstáculos naturales, un medio ele ensanchar
el campo de su actividad, de desarrollar su autonomía
y aumentar sus fuerzas, para reducir al mínimum el
tiempo necesario á la producción de los objetos de prime-
ra necesidad haeiendo del trabajo un placer en lugar de
una carga.» (Magalhaes Lima: «La Obra Internacional»,
París 1898, y Jean Grave: «La sociedad futura»). Que
toda la humanidad tenga por lema la hermosa defini-
ción de la dicha que da el generoso propagandista por-
tugués: «Una vida de noble actividad», insnirada por
la solidaridad que es «la concentración de todos los es-
fuerzos para el bien supremo de todos». La fatídica ma-
ledicción del Dios de la'Biblia, que quiso castigar al
hombre obligándole al trabajo, pierde su fuerza; la
ciencia ha hecho al hombre libre de todas las supersti-

(1; Véase además de las obras de Spencer, la obra de Bain: «La


ciencia de la educación» y Fotiillee: «La enseñanza bajo el punto de
Tista nacional.»
- 144 —
ciones y amo de las energías de la naturaleza que deja
trabajar por sí.

¿Por qué negar que entre las malas pasiones hay al-
gunas solo comparables al veneno embriagador del opio?
Schopenhauer dedica al odio todo un capítulo extenso,
y vuelve en varios libros á su asunto predilecto. Entre
las tristezas que trae consigo la vejez, cita la muerte de
sus adversarios cuya rabia ya no podía contemplar por
sus éxitos. El epigrama es también la daga florentina
con que hiere á sus adversarios. Casi todos los escrito-
res célebres satíricos lisonjean estos sentimientos inno-
bles y hasta Dante se venga colocando á sus enemigos al
purgatorio ó al infierno. Quevedo y Heine, serán eterna-
mente admirados por su ma]a lengua, ó sea pluma, y
Tallayrand y Bismarck quedarán célebres por sus epi-
gramas. Rochefort ya cae en lo nauseabundo forman-
do escuela en Francia, que por desgracia encuentra eco
entre algunos desequilibrados en España.
La venganza es el placer de los dioses del Olimpo y
de los publicistas: D. Pedro, ex-emperador del Brasil,
les llamó en un célebre artículo tigres dormidos, que
tras años de espiar, le atesta la herida mortal al enemi-
go. Balzac pone en boca del periodista Vernou, la cínica
frase: «somos traficantes de frases y vivimos de nuestro
comercio. » Al gran novelista había tratado mal la pren-
sa de París, ó le quería matar por el silencio ó le ataca-
ba con desprecio, y él se vengó escribiendo su novela
«Ilusiones Perdidas», que es un libelo contra la prensa,
lo mejor que se ha escrito contra ella.
«Uno de los secretos placeres más vivos de los perio-
distas, dice, es de hacer epigramas, pulimentar la lá-
— 145 —

mina fría que hallará su vaina en el corazón de la víc-


tima y de adornar con esculturas la manga de la daga.
El público admira el ingenioso trabajo de la puñalada
sin ver la malicia, porque ignora que el acero del chis-
te de venganza se agita''bajo el acierto del amor propio
herido mil "veces. Este placer horrible, sombrío y solita-
rio gozado sin testigos, es como un duelo con un ausen-
te, matado á distancia con una pluma; como si el pe-
riodista tuviera el poder fantástico acordado á los que
poseen el talismán de los cuentos árabes. El epigrama
es el espíritu del odio, del odio que nace de todas las
malas pasiones del hombre, como el amor concentra to*
das las buenas cualidades. Así también no hay persona
que no tuviera ingenio al vengarse por la misma razón
como no hay á quien el amor deje de ofrecer goces. A
pesar de la facilidad y vulgaridad de este ingenio se le
acoge siempre gustoso en Francia.» Y en todas partes,
por desgracia, podemos añadir. La epigramo-manía es
un vicio como la grafomanía, que con el progreso
aumentará hasta lo incomensurable, porque reúne la
maldad con el arte y el arte es el amo del porvenir.
De todos modos peca la prensa menos por este vicio
que su predecesor bajo el ancien régime ó sea las conver-
saciones de los salones que antiguamente sustituyeron
á los periódicos. Maliciosas insinuaciones envueltas en
ingeniosos epigramas, provocaban la caída de un favori-
to. Hoy ya no dependen las cosas públicas de tan frivo-
los factores pero todavía es un poder el chiste que desde
el despacho del leader ó la mesa de café, se desliza al pe-
riódico satírico y se esparce tanto más pronto cuanto más
hiere. Los placeres que 1103 producen las malevolencias,
son desgraciadamente también la base de la mayor par-
te de las conversaciones de tertulias, sea políticas, sea
puramente de sociedad. Intrigar contra el rival, inven-
tar chismes y relacionar datos que por sí sólo no dieen
nada y maliciosamente interpretados pueden dar pábu-
lo á la calumnia, son la atracción más viva de la casi
totalidad de las reuniones. La ociosidad y falta de cari-
dad, son los dos defectos causantes del mal.
10

Fuentes inagotables de gocss altruistas nos brincia y
más aún nos brindará la conversación, el cambio cíe
opiniones cuyo único fin es gozar, distraerse. Participa
mucho del arte, es la oratoria en.diálogo. «Las disen-
siones parlamentarias—dice Gabriel Tarde—parecen, y
aún esto solo aparentemente, escapar ή la ley de la pro­
gresiva cortesía y suavidad de costumbres: parece que en
nuestros Estados modernos se refugian los fermentos de
discordia en los parlamentos como en su último asilo.
Se puede afirmar que el porvenir nos encantará por una
conversación tranquila y dulce, llena de cortesía y ame-
nidad.»
¡Ojalá! que tenga razón ei simpático sabio de la ley de
imitación y de oposición. Por desgracia hay que temer
que el espíritu de oposición se estenderá á la vez que los
sentimientos altruistas. Una mujer bella tiene por este
sólo hecho en casi todas las demás mujeres enemigas.
Un hombre inteligente, probo, y aplicado puede contar
con enemistades irreconciliables. El caso Drevfus. en
Francia, ha sido un terrible ejemplo de esta triste rea-
lidad. En la vida política vemos algo parecido: la ma-
yoría de los grupos ó fracciones se forman por odio á
otra fracción ó contra alguna persona que sobresale por
alguna calidad. Eternamente habrá zapateros que vota-
rán contra Arístides solo porque les aburre oir alabar
M.mpre su rectitud y. sus virtudes. Boy por hoy esta-
mos aún tan distantes del ideal de Tarde, que los hom-
bres serios y sinceros huyen del trato social lo más que
pueden, abandonando el campo á los intrigantes y á los
vanidosos que se creen graneles hombreo si sus contertu-
lios del café ó del club les aplauden.
S tua r Mill tiene el mismo concepto pesimista: «Cuan-
do ha pasado la edad de una vanidad pueril, no se quie-
re ver más que á muy pocas personas. La sociedad, en
general, es una cosa tan insípida, aun para Las personas
que contribuyen á que sea así, que si no se deja uno
morir, no es seguramente por el placer que ella procura.
Como tola discusión sería sobre temas en que defieren
las opiniones, pasa por ser efecto de mala educación, y
como la falta de sociabilidad de los ingleses (pero los
— 147 -

franceses son cargantes por su eterno esprit afectado y


rebuscado), les impide cultivar el arte de hablar sabro-
samente sobre pequeneces, arte en que demostraban
tanta superioridad los franceses del pasado siglo, el úni-
co atractivo que la sociedad ofrece á las personas que no
ocupan los más altos lugares, es la esperanza de encon-
trar en ella un apoyo que los permita subir más; pero
un espíritu que se eleva sobre lo vulgar de las ideas y
de los sentimientos, si no se vale de la sociedad para los
fines que se propone, no es posible que encuentre en ella
el menor atractivo, Hoy la mayor parte de las personas
de inteligencia superior, mantienen con la sociedad re-
laciones tan poco frecuentes y continuadas, que resulta
lo mismo que si se retirasen de ella. Las personas de
gran mérito que obran de diferente manera, disminu-
yen constantemente. Sin ocuparme del tiempo que pier-
den en ello, diré que el nivel de sus sentimientos se rebaja
y acaban por profesar con menos fe aquellas opiniones
sobre las cuales tienen que guardar secreto ante la so-
ciedad que frecuentan. Llegan á considerar como im-
practicables sus más elevadas aspiraciones, ó al menos
como si, lejos de poderse realizar, fuesen visiones qui-
méricas ó teorías abstractas. Y si más felicss que otros,
conservan la integridad de sus principios superiores,
tornan insensiblemente, por respeto á Jas personas y á
las cosas de su tiempo, las maneras de sentir y juzgar
que les procuran las simpatías del mundo que irecuenr
tan. Una persona de gran inteligencia no debe entra -
nunca en una sociedad que no se ocupa ele las cosas del
espíritu á menos que entre como un apóstol; de ese mo-
do podría hacerlo sin que peligrase la elevación de sus
sentimientos.» Herbert Spenser piensa como Mili, y se
alejaba sistemáticamente de todas las exhibiciones, sea
tertulias, sea reuniones científicas, academias y con-
gresos.
No debemos olvidar que estos pensadores y apóstoles
son exepoiones que más bien confirman la regla: la con-
versación es para la mayoría de las gentes una fuente
inagotable de instrucción y de placeres de muy legítimo
cuño altruista. Es verdad que deben sustituirse lo más
— 148 —
posible los factores deletéreos citados por elementos al-
truistas y, sobre todo, en la atractiva forma del arte, de-
clamación de versos y dramas, discusión de ios proble-
mas de actualidad en ciencia, filosofía, política, arte y
vida social, y, sobre todo, música, que es el arte social
por excelencia que une con un lazo de armonías á las
personas de más encontradas ideas. También á los pen-
sadores solitarios es el trato social constante con perso-
nas de otras ocupaciones que las suyas, indispensable
para no perder el contacto con la realidad y, sobre todo,
para no caer en el abismo del excepticismo y pesimismo
que oprime fácilmente el corazón de los que sacrifican
su existencia á los grandes ideales de la humanidad.
«Los placeres que no tienen nada de impersonal tam-
poco son duradero?, dice Guy au en su obra El Arte bajo
el puntó de vista sociológico, confirmando lo dicho en sus
Problemas de Estética contemporánea] el placer que tuviese
al contrario, un carácter completamente universal, se-
ría eterno. En la negación del egoísmo, negación com-
patible con la expansión de la vida misma, que debe
buscar 3a estética y la moral lo que no perecerá.» La
ciencia, las artes, nos producen placeres infimtarnente
más duraderos que los sentidos materiales. «Camina-
mos hacia una época donde se retira y se rechaza siem-
pre más el egoísmo—dice el mismo filósofo—hasta que
ya no se le reconoce. En aquella época ideal ya no po-
drá el ser gozar solitario, su placer será un concierto
donde el placer de otros entrará necesariamente... El
yo es para la psicología contemporánea ana ilusión; no
hay personalidad separada de la sociedad; estamos com-
puestos de una infinidad de seres y pequeñas conscien-
cias ó estados de conciencia, de modo que se puede de-
cir que el placer egoísta es una ilusión; mi placer no
existe sin el placer de otros; yo siento que toda la socie-
dad colabora en él más ó menos, desde la pequeña so-
ciedad que me rodea, mi familia, hasta la gran socie-
dad en que vivo.»
Cuan profundo y á la vez cuan exacto: los modernos
somos esencialmente seres sociales, y todo lo que tiende
— 149 —
á favorecer la corriente altruista social debe estinrn-
larse y aplaudirse.
«Bajo el punto de vista moral—dice Tarde—lucha la
conversación continuamente v, á menudo, con éxito
contra el egoísmo y contra la inclinación de ir en busca
de fines completamente individuales; labra la corriente
opuesta á esta teleología individual llevándola á la te-
leología social, en cuyo favor acredita ilusiones saluda-
bles ó mentiraö convencionales por la alabanza y la cen-
sura distribuidas á propósito y esparcidas como un con-
tagio. Por la mutua penetración de los espíritus y de
las almas, contribuye á hacer germinar 3* progresar la
psicología, ya no precisamente individual, sino, sobre
todo, social y moral. Bajo el punto de vista estético en-
gendra 3a co"ts'sia: primero, por la adulación unilateral
y después mutuaíizada; tiene la tendencia de poner de
acuerdo los juicios del gusto y á lo largo llega á elaborar
así un arte poético, ua código de estética, soberanamen-
te obedecido en cada época yen cada país. Trabaja, pues,
poderosamente á la obra de la civilización cuyas prime-
ras condiciones son la cortesía y el arte.»
La sociabilidad creciente no está en contradicción con
la filosofía de la soledad de Zimmermann y Schopen-
hauer. Los hombres solitarios suelen ser Jos contertulios
más agradables cuando dejan libre curso al desbordar
de sus sentimientos. La soledad hace profundo y co-
munica á los caracteres generosos una suprema caridad
con las debilidades humanas. En las solitarias medita-
ciones se nos revelan los móviles de las acciones huma-
nas, las ingratitudes y los desengaños de toda clase nos
hacen indulgentes que tal vez es el «último grado del
desprecio», como lo cree Balzac, y que es la base de todo
pesimismo y cuya filosofía resume Goethe' al decir del
hombre que es un «monstruo de barro y fuego.»
Hay que huir de estos abismos refugiándose á las ar-
monías del arte, de la ciencia ó del trato con niños ó
jóvenes. Los hombres de cierta edad se rejuvenecen al
ver los optimismos y las ilusiones juveniles que nos
- 150 —
contagian irresistiblemente y nos invitan á tomar parte
en la gran comedia humana
Grauf lieber Freund, ist alle Theorie
Und grün des Lebens goldner Batim,
dice Mefistófeles al estudiante; efectivamente, la teoría
es triste y gris, sólo la vida, la existencia real es el ár-
bol eternamente verde que satisface nuestros anhelos.
Para vencer los do3 terribles enemigos de la humani-
dad del porvenir, el pesimismo y el scepticismo, reco-
mienda Guyau la acción: «La acción en una obra deter-
minada y hasta cierto punto próxima. Querer hacer el
bien, no al mundo ó á la humanidad entera, sino á per-
sonas determinadas; aliviar una miseria nresente, qui-
tar á alguien un peso del alma, un sufrimiento; en esto
no hay engaño: se sabe lo que se hace, se sabe que el fim
merecerá los esfuerzos, no en el sentido de que el resul-
tado obtenido tendrá una importancia considerable en
el conjunto de las cosas, sino en el sentido de que hay
seguramente un resultado, y un resultado bueno y que
la acción no se pierde en lo infinito como una nubecula
en el éter azul. Aliviar un sufrimiento, es un fin satis-
factorio para ser humano. Se cambia una parte infinite-
simal de la totalidad del dolor en el universo. La compa-
sión queda y es inherente al corazón huinano y vibra
en sus más profundos instintos, la compasión nos en-
ternece hasta cuando la justicia puramente racional y
la caridad unlversalizada parecen á veces perder sus fun-
damentos. Hasta dudando se puede amar; hasta en la
noche intelectual que nos impide perseguir un fin leja*
no, puede tenderse la mano á aquél que llora á vuestros
pies.»
i El placer en el dolor! Todo un libro se pudiera escri-
bir eobre esta aparente contradicción, y, sin embargo, es
todo el contenido de la vida de muchas mujeres que más
profundamente penetran en los secretos de la existencia.
Balzac es maestro de esta psicología rafinada: Eugenia
Grandet, la consine Bette y aquélla admirable dama es-
pañola en la Investigación del Absoluto. También el
— 151 —
père Goriot es uno deestos tipos trágicos. A estos se unen
los que sufren el «mal de la humanidad», el λΥύΗχοΗ-
merz: «El verdadero pesimismo es en el fondo el anhelo
del infinito, dice Guyau, la profunda desesperación es la
esperanza infinita; por ser infinita é inextinguible, se
transforma en desesperación. Sufrir se hace así una se-
ñal de superioridad. El único ser que habla y piensa,
es también el único que llora. Un poeta dijo: «El ideal
germina en ios que sufren», ¿no da el ideal que hace
germinar el sufrimiento moral, la plena conciencia de
sus dolores?
«En efecto, ciertos dolores son una señal de superio-
ridad: no todo el mundo puede sufrir así. Las grande«
aimas con el corazón desgarrado, se parecen ai pájaro
herido con la flecha en lo más alto de su vuelo: profiere
un grito que llena el firmamento, j muriendo vuela to-
davía en los espacios. Leopard i, Heine ó Lenau, no hu-
bieran cambiado probablemente contra goces muy vivos
estos momento de angustia en que han compuesto sus
más hermosos cantos. Dante sufría cuanto puede su-
frirse de compasión cuando escribió sus versos sobre
Francesca de Rimini: ¿quién de nosotros no quisiera
experimentar un sufrimiento parecido? Hay opresiones
de corazón infinitamente dulces. Hay puntos donde el
dolor y el placer agudo parecen confundirse: los espas-
mos de la agonía y los del amor, no son sin analogía; el
corazón se enternece con la alegría como en el dolor.
Los sufrimientos fecundos están acompañados de goces
inefables; parecen á los sollozos que, trasladados en mú-
sica, suspiran armonías. Sufrir y producir, significa
sentir en sí un poder nuevo despertado por el dolor;
como la Aurora de Miguel-Angel que abre sus oye al
llanto, parecemos ver la luz sólo á través de nuestras lá-
grimas; sí, pero esta luz de los días tristes, ^ siempre
una luz, vale la pena de haberla contemplado.»
— 152 —
Hay una infinidad de detalles que influyen decisiva*
mente en uuestra felicidad y cuya importancia á veces-
comprendemos después de largos años. Lo que puede
llamarse «mundología» está expuesto bastante bien en
los manuales de cortesía, desde el admirable Knigge
hasta las últimas ediciones del «arte de ser amado» y
aforismos de sabiduría están dispersos en todos los libros
buenos desde la Biblia hasta los proverbios clásicos de
Sancho Panza y su primo simpático, el viejo cura de
Balzac que asazona las prescripciones evangélicas por la
sabiduría más práctica popular.
Séame permitido entrelazar aquí sin pretensión al-
guna las observaciones que una larga experiencia me
ha dictado y que arrojaran alguna luz sobre problemas
de mayor transcendencia que está en la raíz de muchas
cosas apreciadas por futilezas del vulgo que no com-
prende que todo está en todo.
Estos aforismos no tienen lazo aparente entre sí, les
une la concepción filosófica común y serán una modes-
ta ofrenda que como los Parerga y Paratipómena de »Scho-
penhauer, explican puntos obscuros de la doctrina ó
continúan una serie de reflexiones bosquejadas en otras
partes.

¡Terrible problema el de la herencia! Mírasele bajo el


tétrico aspecto del pecado original del cristianismo o
como * síntesis obscura de herencia acumulada en los
individuos y naciones», como Eduardo de Hartmann en
su filosofía de io inconsciente, ó al fin, desde eL punto
de vista médico-fisiológico y frenológico, siempre en-
cierra tremendas responsabilidades para los padres que
ven repetidos en sus hijos los defectos de su carácter. El
único lenitivo es la esperanza en un renacimiento, una
segunda existencia bajo la influencia de la filosofía y el
amor,
Ningún psicólogo puede negar este renacimiento que
tan predominante papel juega en las conversiones mi-
- 153 -
lagrosas del cristianismo y que es la dominación de las
pasiones é inclinaciones por una doctrina religiosa ó
filosófica que transforma todo el ser y pensar del indi-
viduo. A veces renace una persona á otra vida por algún
acontecimiento que produce en ella una impresión fuer-
te. Así renació Saulo al ir de Damasco á Jerusalén y
Lutero se hizo el reformador bajo la impresión de un
rayo que casi le mató.
Gracias á este renacer desaparece la maldición de la
herencia, el espíritu santo de la razón y del amor borra
el pecado original. Los Raimundo Lulio y Francisco de
Asís, se transforman de calaveras viciosos en santos de
abnegación y caridad.
Lo que han conseguido la filosofía y la^ religiones del
pasado ¿lo dejará de conseguir la nueva fe de la solida-

A las mujeres que traicionan á su marido por vani-


dad ó por aburrimiento, que suelen ser móviles muy
frecuentes en los adulterios «elegantes», r-comiendo la
lectura del Monsieur de Cahors de Octavio Feuillet. Ma-
dame Lesean de es el prototipo de las esposas ingratas y
merece bien el siguiente sermón que su seductor la di-
rige después de haberla poseído: «Las mujeres que caen,
sépalo usted bien, no tienen jueces más severos que sus
cómplices. Así, yo... ¿qué quiere usted que yo pensai a
de usted? Yo conozco á su marido desde su infancia...
I por su desgracia y mi vergüenza! No hay una gota de
sangre en sus venas que no fuera consagrada á usted...
ni un esfuerzo durante el día ni una vigilia velada tras
las labores que no fuera por usted; todo el bienestar de
usted está hecho de sus sacrificios... jTodas vuestras
alegrías son el fruto de sus fatigas! ¡Esto es él para us-
ted!... \ o , usted ha visto mi nombre en un periódico,
me ha visto usted pasar á caballo por su ventana... nada
más... ¡Y esto basta para que usted me entregue en un
momento toda la vida suya, toda su dicha, todo su ho-
nor con la honra vuestra! Pues bien, el ocioso... el li-
— 154 —
bertino como yo, quien abusará de vuestra vanidad y
debilidad, y quien después le dice que os estima, mien-
te. Y si usted cree que os amará al menos, os engaña
también... Y después, las mujeres como usted, no sir-
ven para amores perversos como los nuestros..: su en"
canto consiste en la honradez, y si la pierden, pierden
todo... Las mujeres honradas son torpes para nuestras
embriagueces malsanas... Sus arreba tos son pueriles...
Su desorden es hasta ridículo.»
No sé si todas las Magdalenas se suicidan como la
señora Lescande, después de un Sermón de esta clase...

No hay que exagerar la influencia de la opinión age-


na, como lo hacen Spencer y muchos socialistas radica-
les; porque si bien es un gran estímulo á la moral no
deja de ser una fuente de disgustos. «Las más de las ve-
ces — dice Schopenhauer — nuestras preocupaciones,
nuestros pesares, nuestros cuidados, cóleras, inquietu-
des, esfuerzos, etc., tienen casi completamente en cuen-
ta la opinión agena, y son absurdas. La envidia y el
odio parten igualmente, en gran parte, de la misma
raíz. Nada evidentemente, contribuirla más á nuestra
felicidad, compuesta principalmente de tranquilidad de
espíritu y de contento, que limitar el poderío de este
móvil, rebajarle á un grado que la razón pueda justifi-
car (al i/so, por ejemplo), y arrancar así de nuestras car-
nes esa espina que las desgarra.»
¿No se celebra ía independencia de las preocupaciones
vulgares como una virtud de espíritus superiores? «La
influencia bienhechora de una vida retirada—contimia
el gran filósofo, sobre nuestra tranquilidad de espíritu
y sobre nuestra satisfacción, proviene, en gran parte,
de que nos sustrae á la obligación de vivir bajo las mi-
radas de los demás, y, por tanto, nos liberta de la pre-
ocupación incesante de su opinión posible.»
Llámala el gran pesimista una locura cuyos tres reto-
ños son: la ambición, la vanidad y el orgullo. Con el
— 155 —

progreso intelectual se disminuyen, sin duela, estas tres


cualidades basadas en un error de imaginación. Los sa-
bios no son vanidosos, ni orgullosos; su ambición se
transforma en amor á la gloria y sólo en cuanto que la
gloria es manifestación del cariño y de la gratitud de los
demás, por servicios prestados á la humanidad ó una
parte determinada de ella, ciudad, comarca ó patria.

Para la sociología positiva, Comte, Letourneau, Spen-


cer, Mill, Wundt, Dürkheim y otros, es el centro de
íock esta ciencia el individuo y su dicha; este es el pun-
to de partida de toda sociedad y el fin de ella no es otro
que garantizar y potenciar el bienestar individual. El
egoísmo es la base del altruismo, déla moral social. El
último de los' citados escribe: «A la vez que finalista de
explicación, es el método generalmente seguido por los
sociólogos esencialmente psicológico. Las dos tendencias
son solidarias. En efecto, si la sociedad no es más que
un sistema de medios instituido por los hombres en
vista de ciertos fines, estos fines no pueden ser oíros que
individuales; porque sólo podían existir antes de la so-
ciedad individuos. Del individuo emanan, por consi-
guiente las ideas y las necesidades que han determinado
la formación de las sociedades; y si todo viene de él,
debe explicarse necesariamente todo por él. Además, no
hay otra cosa en la sociedad que conciencias particula-
res; en ellas se encuentra, pues, la fuente de toda la
evolución social. Las leyes sociológicas no podrán ser,
por consiguiente, nada más qne un corolario de ins le-
yes generales de la psicología; la suprema explicación
de la vida colectiva consistirá en hacer ver cómo deriva
de la naturaleza humana en general, sea que Felá de-
duce directamente sin anterior observación, sea después
de haberla observado.» Pero, entiéndase bien, el yo es
sólo la baue de todo hecho social; porque el individuo
social está sometido de sa parte á las influencias socia-
les, y así dice Dürkheim que «la función de un hecho
social debe buscarse siempre en la relación que tiene
- 156 -
con algún fin social.» De ahí resulta que el egoísmo del
individuo primitivo lleva al hombre, social á la abnega-
ción y al sacrificio por su patria, ó por la humanidad.
Así definido el origen de la moral como resultado de
relaciones sociales, se comprenderá que esta moral se
desarrollará á medida con el progreso de las sociedades.
Guillermo Ferrero dice que « la última análisis del pro-
greso moral es la repugnancia sismpre mayor de causar do-
lor á los seres con que vivimos.» Esel Tatwamasi, esto
eres tú, de los hindus como lo dice Schopenhauer, la
identificación del yo con el mundo que nos rodea.
«El sentido moral se perfecciona, continúa Ferrero,
cuando la hwhapor la vida se. hace más fácil y menos en-
carnizada; porque la repugnancia de infligir dolor bajo
todas sus formas, se disminuye. Las costumbres se sua-
vizan, y entre los miembros de una sociedad se hacen
más intensos todos los sentimientos benévolos » Y el
fino observador añade: «Nuestia repugnancia de infli-
gir un dolor a u n otro ser, es tanto más grande, cuanto
más nos parece bajo el punto de vista físico y moral...
Así es mayor la simpatía entre los miembros de la mis-
ma ch.se.»
Mejorar el estado social de la sociedad, significa, por
lo tanto, moralizarla, hacerla mejor. La revolución so-
cial traerá tras sí una hermosa revolución moral.

Bien que lo quisiera negar la pretensión humana,


somos, sobre todo, descendientes de la animalidad, los
placeres groseros comunes á los demás animales, son el
fundamento de nuestra dicha. «En tesis general, dice
el profundo observador Schopenhauer, nuestra natura-
leza animal es la base de nuestro ser, y, por consiguien-
te, también de nuestra felicidad. Lo esencial para el
bienestar es, pues, ! a salud, y luego, los medios necesa-
rios á nuestro mantenimiento, y, por consiguiente, una
existencia Ubre de cuidados. El honor, el esplendor, la
grandeza, la gloria, sea cualquiera el valor que sa la atri-
buya, no pueden entrar en concurrencia con estos bie-
— 157 —

nes esenciales ni reemplazarlos; antes al contrario, lle-


gado el caso, no se vacilará un instante en cambiarles
por los otros. Será, pues, muy útil á nuestra felicidad,
conocer á tiempo este hecho tan sencillo, que cada uno
vive ante todo, y efectivamente en su propia piel y no
en la opinión del prójimo, y que entonces, naturalmen-
te, nuestra condición real y persona!, tal como se deter-
mina por la salud, el temperamento, las facultades in
telectuales, ei sueldo, la mujer, los hijos, la habitación-,
etcétera, es cien veces más importante á nuestra dicha
que lo que agrada á los demás hacer de nosotros. La ilu-
sión contraria hace infeliz.»

«Tener gloria y juventud á lavez, es demasiado para


un mortal, dice Sehopenhauer. Nuestra existencia es
tan pobre, que sus bienes deben ser repartidos con mu-
cha equidad. La juventud tiene bastante riqueza propia
y puede contentarse con ella. En la vejez, cuando ale-
grías y placeres han muerto, como los árboles durante
el invierno, es cuando el árbol de la gloria retoña como
una planta de invierno; se puede aún comparar la glo-
ria á esas frutas tardías que se desarrollan durante el
estío, pero que sólo en invierno se comen. No hay con-
suelo más hermoso para el viejo que ver toda la fuerza
de sus verdes años incorporarse á sus obras que, másf e-
lices que él, no envejecerán.» Pero loque hace dichoso
al hombre grande, no es la gloria, sino «su nobleza]ma,
la riqueza de su inteligencia, que impresa en sus obras
suscitará la admiración de los tiempos futuios», el
aplauso de los demás es necesario porque «toda supe-
rioridad adquiere la plena conciencia de sí misma sólo
por la gloria. »

La vida de los hombres modernos es demasiado des -


coyuntada, le falta unidad, idea directora y meta. Tan-
- 160 —
el bienestar de la patria, ó sencillamente por poder y
riquezas.
Carnedgy, el célebre filántropo y millonario yankee-
escocés, habla en sus curiosos libros ciel plaeer que pro-
porcionan ios grandes negocios con el mismo entusias-
mo como el Sieur Guillaume, el dueño pañero del al-
macén del «gato que pelotea» en la preciosa novela de
Balzac.
Emilio Zola expone con igual maestría en el tipo del
gran especulador Siccard, la grandeza de las empresas
comerciales é industriales.
Hay en todo esto mucho de altruismo mezclado con el
orgullo, la vanidad y la pasión por el oro, y de igual
modo son las agitaciones políticas no sin un profundo
sentimiento de amor al prójimo.
El agitador popular siente un extremecimiento de pla-
cer al incendiar las pasiones por los ideales que él cree
justos y beneficiosos en el mar arrebatado del auditorio
que sigue su arenga. A Valbert, el famoso crítico reac-
cionario, le parecen estos sentimientos ó goces inferna-
les del orgullo «que llevan al hombre obscuro á ser el
anónimo héroe de una revolución popular. No sólo le
asegura el número la impunidad—continúa Valbert—
sino su voluntad crece y su existencia se agranda. El
alma de la muchedumbre ha entrado en su raquítica
personalidad y se siente multiplicado. »
¿No hay aquí algo maravilloso de un poder místico
que arrebata las colectividades á actos de heroísmo de
que sería incapaz cada individuo aislado? ¿No es esto el
Espíritu Santo de la solidaridad que inspiraba á los
apóstoles?
El pensador reaccionario lo censura con frases acer-
bas: «Para hacerbe ver y oir tienen los humildes necesi-
dad de transformarse en muchedumbre. Es el único
medio que poseen de hacer hablar de ellos; así tienen
sus jornadas célebres y figuran en la historia obtenien-
do su parte de gloria en este mundo. »
— 161 —

Mucho ha hecho la ciencia médica determinando


con más ó menos claridad los límites de la locura.
Sin embarco, en la aplicación de estos resultados fal-
ta aún muchísimo que hacer: inmenso es el número
de las personas atacadas de locura en sus formas de
monomanía é histeria, que no están sujetas al trata-
miento curativo, y cuyos desvíos de sentimientos y
actos volitivos ocasionan la desgracia de los enfer-
mos mismos y de sus familias, y que se conoce muchas
veces, no antes que hayan encontrado una triste ma-
nifestación ante los Tribunales de justicia ó acabado
con el suicidio.
El avaro Grandet, de Balzac, y casi todos los tipos
de Zola, desde el vesánico Siccard hasta la línfóma-
na Nana, y gran parte de los protagonistas de novelas
y dramas ele todos los tiempos, entran en ésta catego-
ría. Falstaf, es un alcoholizado; Shylock, un mono-
maníaco; Hamlet, un hipocóndrico, y Ofelia, enfer-
ma de locura erótica igualmente como el Werther de
Goethe. El histerismo de los santos, y sobre tocio las
santas, es bien conocido, y las alucinaciones tienen.
nn lugar preeminente en la historia de las religiones,
desde los milagros de Jesús hasta la vida de Loyola,
y Lutero, quien se defendió contra el diávolo tirán-
dole el tintero encima, cuya huella negra se enseña
hoy todavía en la Wartburg á los admiradores del
gran agustino rebelde.
¿Quién no se recuerda con horror de la locura con-
tagiosa del histerismo religioso de las Cruzadas en la
Edad Media, que acababan con el sacriñcio de miles
de niños que querían ir á la tumba de Cristo, y de las
diez mil vírgenes que peregrinaban de Alemania ha-
cia la Tierra Santa? La misma enfermedad religiosa
arrojaba á los españoles á las guerras civiles carlis-
tas, y animaba á los rusos para precipitarse hacia
Constantinopla en innumerables guerras, con el fin
de colocar la cruz ortodoxa sobre la cúpula de la San-
ta Sofía.
Jacinto Octavio Picón describe en «El Enemigo», y
Pérez Galdós en «Dona Perfecta», los estragos que la
locura religiosa ocasiona en los hogares españoles, y
Federico Eubio ha descrito en un famoso artículo lo
que puede el histerismo de una mujer, cuando encuen-
tra hombres débiles que se dejan subyugar, esclavi-
11
— 162 -
zar y envilecer; y e] artículo se refiere á una famosa
demi-mondaine, esposa de un célebre personaje de la
política y gran orador y jurisconsulto.
La inmensa mayoría de las mujeres españolas son
histéricas y de carácter erótico-religioso con prefe-
rencia, y así se explica la influencia hipnótica cleL
confesionario con su cuchicheo místico, su clarobscu-
ro saturado de misterio y sus tentaciones de mentira,
disimulo é intriga, que tanto alagan á las desgracia-
das enfermas de esta clase.
«Mentís como una histérica», es un proverbio fran-
cés. ¡Cuántas historias de celos, envidias, intrigas y
calumnias que han encontrado su enlace ante el juez,
tienen por origen la histeria! Hay madres desgracia-
das que persiguen con un odio salvaje á su marido y
hasta á sus propios hijos, y que deben ser tratadas
por un médico inteligente, mientras que hoy las cu-
bre con la reprobación horrorizada la ignorancia del
"vulgo, que ve perversión moral, donde la ciencia sólo
apercibe estados patológicos de pobres enfermos.
íCuántas desgraciadas van á la prisión y al patíbu-
lo, que debían haber sido tratadas en enfermerías y
casas de locos !
El asunto es tau grave y tan poco explorado, que
me limito ahora con haberlo indicado. ¿No entra
en el terreno de la locura mono maníaca toda inclina-
ción que por cualquier circunstancia haya llegado á
imponerse momentáneamente á todas las demás,
arrojando al individuo á acciones de que después se
arrepiente cuando aquella circunstancia haya des-
aparecido?
¿No es la. embriaguez otro estado de locura, y tal
vez lo es también el erotismo del enamorado, mono-
maniático de los encantos de la mujer codiciada que
desaparece, como la locura del sediento en el desier-
to con el trago de agua que se le da?

Fuentes de inapreciables placeres es la gratitud, la


roca sólida de la solidaridad, sobre la cual reposa la
sociedad; el.imperativo categórico de Kant no es otra
cosa que esta solidaridad altruista, mirado desde el
— 163 —
punto de vista metafísico con su resto de teolo-
gismo.
Los padres é hijos, amigos, correligionarios, etcéte-
ra, etc., están unidos por la gratitud; sin ella queda-
ría destruida la familia y la sociedad, y el concepto
hermoso de hacer el bien como imperativo absoluto
surge de la fe en la gratitud. La pobre aldeana da su
último pedazo de pan al soldado extasiado de tanta
abnegación: «¡así lo harían otras madres con su hijo,
que luchaba en Cuba!» El egoísmo bien entendido
acaba con hacer siempre e^ bien cuándo y donde se
pueda, eregiclo en regla de conducta de todos, es el
fundamento de la dicha.
Más aún, hacer el bien por costumbre llega á ser
una segunda naturaleza, y el bueno goza de los pla-
ceres de los demás. Quien no nace con esta hermosa
benerolencia, la adquirirá educándose por los prin-
pios de esta filosofía altruista, y podrá llegar á iden-
tificarse con lös que le rodean.
¿Ko gozamos con la risa encantadora de un niño?
Por qué no debiéramos ensanchar nuestro yo, identi-
ficándonos con nuestros semejantes. Eso eres tú, tat
warn asi, dicen los indios budistas y lo mismo decimos
nosotros, sin dar á la frase el concepto místico.
Lástima grande que el neo-budhista Schopenhauer
haya caído de la altura de aquella moral sublime á
las miserias de su vanidad ofendida por las injusti-
cias de los contemporáneos y el silencio de sus riva-
les. ¡Cifrar tanta dicha en la envidia de sus enemigos
por el triunfo y la gloria de su filosofía!
Carlyle dijo, con razón, que el hombre verdadera-
mente superior sabe esperar pacientemente la hora
de la victoria sobre la envidia y la indiferencia; es
una roca sólida que espera con majestuosa calma que
el reflujo haga resaltar su cúspide por encima de las
aguas. La única impaciencia é inquietud pudiera
sentir cuando circunstancias adversas le impidan
realizar su misión, ver impotente cómo sus ideas que
pudieran.contribuir á la dicha,humana, queden obs-
curecidas y. desconocidas. Entonces tiene razón de
quejarse del silencio, hijo de la conspiración, de la
envidia é ignorancia.
Ah, entonces es el deber protestar contra las trabas
que encuentra la verdad, y entonces son necesarias
— 164 —
todas las armas de la ruidosa polémica, del ataque
violento y de la agitación revolucionaria. Quien se
calla en cobarde y egoísta resignación, es un malva-
do, un egoísta, indigno de llevarla antorcha del pro-
greso, y en lugar de gloria y laureles, deben prodi-
gársele los reproches más acerbos como reos de omi-
sión. Tan asesino es quien no da la mano salvadora
al náufrago, como el bandido que mata en la encru-
cijada.
Los hombres todos, y los talentos en primer lugar,,
tienen que pagar su deuda de gratitud á las genera-
ciones precedentes, cuya labor ha elevado los monu-
mentos de la civilización, en cuya sombra descansa-
mos ahora. Debemos enseñar historia á nuestros hijos
para que sean agradecidos hacia sus padres y hacia
la humanidad, y entonces comprenderán que ellos-
tambien debe vi contribuir al acerbo común, para que
el desprecio de la posteridad no les persiga.
Así, cumplido el deber hacia la familia, los amigos,,
la patria y la humanidad, podemos esperar plácida-
mente la hora de la última despedida, y tenemos el
derecho de transformar también la muerte, que la
ignorancia y la estulticia han querido presentarnos-
corno tétrico espectro rodeado de infiernos y castigos
horrorosos, en un acto digno del hombre, la última
manifestación de su soberana inteligencia y fin no-
ble de una vida noble.
II bel morir no es solo un derecho de que supieron
gozar los Petronio, Séneca y las actrices his téricas, que
huyen de pesares amorosos, asfixiándose en un lecho-
de flores, y será reconocido como un deber de digni-
dad human a; porque es indigno del hombre, dueño del
mundo y de su destino, emancipado de las tinieblas-
de la ignorancia y de las cadenas de tronos y altares
y amo de su vida, que muera como cualquier ser irra-
cional, por agotamiento de fuerzas y desgaste del or-
ganismo, en medio de dolores innecesarios y degra-
dantes. También el último acto de nuestra vida debe
ser una obra de arte grande y elevada. La filosofía
transforma los estertores de la muerte en, momentos-
sublimes de amor, que debe ser este último adiós.
— 165 —
Ε) buen jaez Magnaud está predicando cada día
desde su sitial justiciero, que de muchos delitos no
hay que culpar á los desgraciados que los cometen,
sino al absurdo y criminal orden social que les pro-
voca. Se va comprendiendo cada día más que las re-
formas sociales que pedimos llevarían tras sí una
profunda revolución moral.
Hay que libertar á la humanidad del modre de los
siglos, incrustado en las costumbres y las leyes. Cada
capa de explotadores ha dejado sus infamias en for-
ma de un código de leyes y costumbres. Los pieles
rojas veneran al que haya cortado mayor número de
escalpelos, y entre bandidos, es el rey el más atrevi-
do, cruel y sanguin aro. Nuestros Rotschild, Gould y
Pierpont, son tan venerables para el vulgo de hoy,
como lo eran Changuis-Chau y Napoleón, el asesino
de siete millones, víctimas de su ambición, á la eter-
na estulticia humana.
El gran al borear de la Revolución francesa era un
hermoso instante de emancipamos del modre. La de-
claración de los derechos del hombre, inalienables é
indiscutibles, era un rayo que iluminaba las tinie-
blas seculares. Al principio se creía que se trataba
sólo de imitar el constitucionalismo de Inglaterra,
esta mentira colosal del país más fariseo é hipócrita
del mundo, pero, al fin, comprendieron hasta los es-
píritus retrógrados, como Tocqueville, que la recons-
trucción irá hasta los fundamentos de la sociedad, y
que no se ha hecho nada más que empezar.
Pieza tras pieza, derrumba el edificio de infamias
muchas veces seculares, y bajo el lema ¡Libertad, fra-
ternidad é igualdad!, estamos combatiendo por una
transformación completa, para hacer al hombre libre
políticamente, intelectualmente, religiosamente y
económicamente, destruyendo, no tan sólo las Basti-
llas políticas, sino las del pensamiento, y, sobre todo,
la Bastilla de la explotación económica, los abusos de
la propiedad en su actual organización, con sus leyes
hereditarias y monopolios absurdos, leyes que, cual
enfermedades contagiosas, pasan de generación en
generación, según la célebre frase de Goethe en el
prólogo del Fausto, y nos hacen maldecir del orden
social establecido, que es la fuente inagotable de ma-
les y desgracias.
— 166 —
Estamos como ante las ciudades sepultadas Pompe-
y a y Herculano: debajo de las capas de cenizas bro-
ta á la luz una vida exuberante, la juventud alegré
y risueña de la humanidad.
Hacer libre al hombre es el problema; devolverle
la libertad del paraíso; y entre las cadenas, es tal vez.
hoy la más terrible la de la explotación del trabajo·
en'nombre de la civilización y del progreso, que se
nos presentan como Estado, con su séquito de ejérci-
tos, policía, tribunales, cárceles y presidios, y cuyo
verdadero fin es, por desgracia, mantener la explo-
tación de millones y millones por unos cuantos afor-
tunados, osados ó criminales.
Todos sufrimos por estas injusticias, y esta protes-
ta general se va condensando en el grito, cada día
más. ensordecedor de reivindicaciones. Volver á la
libertad del hombre original, es el verdadero conte-
nido de la revolución social que germina en los pue-
blos civilizados de hoy.

Inmenso es el campo que la filosofía del placer ofre-


ce á la educación de los sentimientos y á la compren-
sión reflexiva de los problemas de la vida, porque
quien todo comprende, perdona todo. Ante el Dios,
como se lo presentan los creyentes, no puede haber-
malvados, sino tínicamente extraviados, ignorantes.,
desgraciados.
¿No son desgraciados, con quienes debemos tener
misericordia, los orgullosos por una posición, tal vez
adquirida por mil bajezas ó crímenes, ó por riquezas,,
manchadas probablemente por las lágrimas de milla-
res de hambrientos expoliados?
Mas pena les producirá su orgullo que placer; y
Dante les colocaría seguramente en el Infierno entre
los martirizados por el terrible «dolor del bien ajeno.»
De otra parte, es bien justo que los ricos no provo-
quen demasiado la envidia de la miseria desespera-
da; y bien ligero es el historiador que recrimina los
excesos naturales de los esclavos y hambrientos, su-
blevados en huracán revolucionario contra los opre-
sores y explotadores.
Hasta el gran Hipólito Taine es injusto contra.
— 167 —
estas multitudes: «El repentino poder supremo y la
licencia de matar impunemente—dice,—son vicios de-
masiado fuertes para la naturaleza humana.» Pero
si hay entre las masas asesinos-locos, ¿no son tal vez
hijos*del alcoholismo, la degenerescencia hereditaria
de generaciones de miserables famélicos, tuberculo-
sos, raquíticos y escrofulosos? ¿No son crímenes cuya
responsabilidad corresponde á la organización horro-
rosa de nuestra sociedad actual?
Que unos cuantos locos contagian á todo un pueblo,
arrebatándole á crímenes colectivos, nos enseña la
historia de las revoluciones que casi todos son horren-
dos despiltarros de energías y preciosas vidas huma-
nas, amén de locas destrucciones de haciendas y bie-
nes de toda clase.
«Como el alcohol—dice Yalbert, el famoso crítico
de la Revue de 9 Deux Mondes,—es el contagio de las
muchedumbres apasionadas, un veneno, y este vene-
no produce á la vez una disminución y una exalta-
ción enfermiza de la personalidad humana; se cree
todo permitido y se es incapaz de resistir á sí mismo.»
¿Y son estas muchedumbres realm ente tan crimina-
les? ¿No son tal vez los ejecutores de la justicia, des-
preciada y hollada por siglos de injusticia? ¿No tie-
nen más razón los teólogos al ver en ellas la ira de
su Dios vengador?
El estudio y la ciencia pueden disminuir mucho-
las desgracias colectivas en las naciones, y de igual
modo pueden contribuir infinitamente á la dicha in-
dividual; quien comprende las leyes psicológicas, n o
se extrañará de muchas debilidades molestas; y un
frenólogo toma como cosas naturales lo que indigna
al no iniciado en esta difícil ciencia; y un médico, al
fin, hallará el orig'en de muchas rarezas, impertinen-
cias y vicios, en defectos orgánicos del organismo:
un estómago mal funcionando, enfermedad de ríño-
nes, del hígado, etc.
¡Qué mal andamos todavía en estas ciencias, y
cuan pocose ha hecho para hacerlas fértiles, poniendo
sus resultados al alcance de todos por medio de socie-
dades de estudios psíquicos, educativos, frenológicos,.
etc.! ¿Cuándo comprenderán los sabios que su ciencia
está muerta hasta que no se aplica para el bien y l a
dicha del género humano?
— 168 —
Si el saber nos hace feliz, la educación modifica las
inclinaciones desgraciadas, efectos de la herencia, de
las influencias del ambiente ó de otras causas toda-
vía desconocidas.
No basta instruir, hay que educar, y la educación
más importante se da cada uno cuando llega á la
eda4 de la razón, ó la vida nos la da con sus doloro-
sos desencantos y sus tristes lecciones de la experien-
cia; y entre lo mucho que hay que enseñar, ocupa
tal vez el lugar de preferencia la gratitud, esta vir-
tud de las virtudes, madre fértil que engendra infi-
nitos beneficios, y que une en un lazo indisoluble
los miembros de ía familia y los amigos, los pueblos
entre sí, y las generaciones del pasado con las pre-
sentes y las venideras.
¿Qué rayo celeste ilumina al artista, pensador y sa-
bio, cuando la inspiración divina le ha dictado obras
inmortales? Es el sol de la gratitud de la humanidad
venidera, que se refleja en sus ojos deslumhrados, y
la gloria en su sentido sublime y grande, no es otra
cosa que el presentimiento de la gratitud futura.
Correggio y Knfael eran dichosos en la seguridad
de esta gratitud, y la satisfacción igual alegra la
existencia de tantos artistas, inventores ' y bienhe-
chores, cuyo martirio no sería llevadero sin este pre-
sentimiento. Beethoven sentía vibrar en su alma los
entusiasmos agradecidos de los millones de admira-
dores que han encontrado la dicha indecible por su
música divina.
Así, creo que los hombres inmortales son los más
felices y no necesitan las míseras recompensas en
oro que algunos de sus admiradores piden para ellos.
Schopenhauer no habrá envidiado el poder de Napo-
león I, ni Spinoza, cortando cristales en un pobre
taller de Amsterdam, habrá envidiado las riquezas de
los Fúcar, los Rotschild, de entonces. Ser grande y
bueno, es sinónimo de ser feliz.

Transformar el trabajo en placer; quitar la maldi-


ción que el cristianismo arroja al trabajo como casti-
go de pecado original: «comerás el pan con el sudor
de tu frente»; hacer del trabajo uno de los más her-
— 169 —
mosos placeres altruistas, es uno de los más nobles
triunfos de la filosofía del placer.
Condición primera es que una educación bien diri-
gida, haga que cada uno elija la profesión que mejor
se adapte á sus peculiares condiciones innatas de ca-
rácter, de inteligencia y del ser fideo, y que la socie-
dad, presente á todos sus miembros una existencia
agradable, para que el trabajo sea más deseado y con
gusto aceptado, lastre que sostenga con mayor 'equi-
librio y tranquilidad el barco de nuestra vida, y no
una carrera horrorosa que petrifica los sentimientos
y srca el alma y los jugos vitales del cuerpo por ex-
cesivo y repúgname, como sucede hoy á la inmensa
mayoría de los hombres, verdaderos esclavos del tra-
bajo.
Seducido á ocho horas, perderá el trabajo manual
gran parte de lo odioso y erabrutecedor que tiene
ahora, y poco á poco, conseguiremos reducir las horas
de la jornada normal á seis, y también estos traba-
jos podrán facilitarse y amenizarse mucho por una
racional aplicación de las máquinas, que deben en-
cargarse de toda labor pesada y exclusivamente au-
tomática.
Ahora y a apercíbese cada día más cómo se borran
las fronteras entre el trabajo manual é intelectual;
del. mecánico al ingeniero hay una graduación infi-
nita que borra las distinciones, resto de las diferen-
cias de clases y de estados, del feudalismo y de la es-
clavitud. El pedagogo será entonces el guía que diri-
ja los destinos inspirado por las múltiples ciencias
que nos ilustran, respecto á la dificilísima adivinación
de los caracteres, y los padres estudiarán sus hijos
desde la cuna, para escudriñar los talentos latentes
que puedan atesorar, porque tal vez hay en cada in-
dividuo una notabilidad, si se sabe descubrir las ca-
pacidades innatas y desarrollarlas.
Obra fértil para la sociedad y útilísima á los hijos,
proporciona á la vez indecibles goces álos padres,
<iomo el jardinero goza al ver florecer las plantas que
siembra y riega, y cuyo perfeccionamiento fomenta
por sabias combinaciones de matización de colores,
•cuyo resultado son las bellísimas rosas desarrolladas
durante siglos de cultura inteligente de jardinero»
«cuidadosos.
— 170 —
Cada profesión tiene sus encantos para los que na-
cen para ella: un Napoleón gozaba viendo morir mi-
llares y millares de la flor de los pueblos que le sir-
vieron de pedestal, y los jesuítas gozan en tejer sus
intrigas, como el boxer se extremeee ele placer al ver
caer al adversario, ó el torero hundiendo hasta el
pomo la espada en el cuello del toro. Nunca tal vez
se borrará del tocio el fondo brutal de la Naturaleza
humana; la raíz animalesca la une con ella, pero la
educación podrá transformar los instintos hoy des-
tructores y fatales, desviando las energías en cauces
donde sirvan á la sociedad. Los Napoleones, jesuítas,
boxers y toreros, podrán ejercer sus inclinaciones fe-
roces y" dañinas contra los enemigos de la civiliza-
ción, íos monstruos del centro d e África y d e las
regiones polares y los bríos aventureros y guerrreros
de'la juventud, podrán servir para empresas arries-
gadas y peligrosas.
Nada ele reprimir inclinaciones y pasiones, domar
arrebatos y predicar abnegaciones, mortificaciones
de la personalidad y exigir humildad y mansedum-
bre. Al contrario, hacen falta caracteres indómitos,
voluntades de h i e r r o , individualidades confiadas
en su poder. La prudencia sólo es recomendable por-
que nos' enseña á medir nuestras fuerzas y evitar el
fracaso ante obstáculos insuperables. La modestia de-
be ser sólo el fruto de la experiencia, que sabe la re-
lación de nuestras fuerzas con las de los demás.
Donde el dinero,ganar yposeer riquezas, es el eje de ;
la actividad humana, como en nuestra desquiciada
sociedad de hoy, va todo al revés, sin comprensión
de la vida, ni filosofía alguna; un caos sin rayo de luz;
que alumbrara las tinieblas.
El equilibrio vendrá por la gran transformación
social, inspirada por la filosofía del placer, y otra vez
se sentirá la humanidad satisfecha y feliz, como la
fué en Grecia, cuya hermosa armonía iluminaba las
cúspides de la civilización romana y del Renacimien-
to italiano del siglo xvi. Las artes, el genio, tienen
que decir la última palabra, porque toda filosofía tie-
ne su suprema sanción en una vida rica y artística-
mente bella.
— 171 —
Pensar otra vez ios pensamientos de los grandes sa-
bios,es sumergirse en el pan-espíritu de la humanidad
y comunicar con los efluvios de la Luz Central. Igual-
mente comunica y comulga con esta esencia divina y
espiritual, quien se abandona al puro goce del Arte.
La Ciencia y el Arte resumen la religión del porve-
nir, y los sabios y artistas, son .los sacerdotes ele la-
humanidad venidera.
Dichoso aquel que enriquece con alguna nueva
verdad el acerbo común, ó que crea alguna obra de
arte, de valor duradero. Hay que excusar por esto á-
los que sacrifican los demás bienes por esta dicha ex-
traordinaria y su aspiración les hace felices, porque
presienten la eternidad.
Beethoven con tocias sus tristezas, y Spinoza en su
humilde vida, son los mortales más "felices; su alma
reluce bajo la gloria radiante de 3a Luz Central, y en
ella vibran suavemente las vibraciones de la eter-
nidad.
Para adquirir el gusto en los libros grandes, nos
a y u d a mucho la conversación . L o s artistas cíe la
causerie, los franceses, son la nación más literaria del
mundo, donde se lee y se aprecia mejor á los escrito-
res y á las obras literarias.
Saber conversar con agrado ^r á la vez instruir y
elevar los ánimos, es un arte eminentemente altruis-
ta y merece la atención de los pedagogos, padres, y
de todos los hombres cultos. La palabra bien hablada
es un poder y un vehículo de solidaridad de primera
magnitud. Edmundo ele Amicis reconoce en su clási-
ca obra U Idioma Gentile la importancia ele la pala-
bra y de las bellas frases: «Muchos no logran hacerse
camino en el mundo, por la falta de facultades co-
municativas, y esto es también aplicable á los que
carecen de elocuencia natural, y,£obre todo, á aque-
llos que se expresan confusos, inseguros y en lengua-
je incorrecto. ¡Cuántos graves perjuicios ó graneles
ventajas nos vienen de un pensamiento ó sentimienta
desafortunamente expresado, no siendo comprendida
por este defecto de forma, la verdadera situación é
imposible que ésta penetre en el ánimo de la persona
á que nos dirigimos! ¡Cuántos conocimientos y cuán-
tas ideas quedan para siempre ocultos, materia infor-
— 172 —
me y sin valor, por faltarles á su poseedor el don de
comunicarse l->
«Se dice que el hombre vale por lo que sabe; pero
en gran parte vale en cuanto sabe exteriorizar lo que.
sabe, y esto ahora más que antes por las necesidades
.crecientes de comunicarse las ideas por la prensa, las
reuniones públicas y bis asociacioLe^. La palabra no
v-s sólo un adorno intelectual, sino un arma en la lu-
cha por la existencia, fuerza y libertad del espíritu y
llave de los corazones y de las conciencias, en fin, un
instrumento del trabajo y de la dicha.»
Muy abandonada está la educación respecto á esta
importantísima palanca del bienestar. Montaigne di-
ce que sus ideas le vienen escribiendo; con más pro-
piedad puede decirse que las ideas vienen hablando,
discurriendo, cambiando impresiones. Nuestras con-
versaciones toman más y más el carácter telegráfico
y hay ya pocas personas que saben exponer eon cla-
ridad y hermosura una idea compleja, y menos aun
que saben escuchar con tranquilidad y contestar
.después con método y calma.
A los escritores recomiendo antes de llenar cuarti-
llas s ">porificar sobre un asunto, discutirlo con per-
sonas inteligentes que saben discurrir. Gran parte de
sus juicios erróneos se desvanecerá y habrán apren-
dido á ver el problema desde diferentes puntos de
vista. ¡Cuánto ganarían la sociabilidad y las amista-
des en general, si siguiéramos estas instrucciones!
Entre los muchos libros sobre los placeres de la
vida, se distingue el de Lubbock: «El mundo sería
mejor y más alegre, dice, si nuestros maestros insis-
tieran en el debar de la felicidad, c m el mismo em-
peño como en la felicidad del deber; porque debiéra-
mos ser lo más alegre posible, puesto que la manera
más eficaz para contribuir á la dicha de los demás,
es que seamos nosotros mismos felices... Un amigo
* legre y contento, es como un día de sol que esparce
sus rayos sobre todo lo que le rodea*.
Para alcanzar la dicha completa, recomienda tam-
bién este filósofo el altruismo: «Al separarnos de los
intereses de ios que nos rodean, dejando de simpati-
zar con sus sufrimientos, también renunciamos de
compartir su dicha y perdemos mucho más que ga-
- 173 —
namos. La armazón del frío egoísmo nos excluye de
los más grandes y puros goces de la vida».
Ahora para hacer agradable el trato social, es in-
dispensable que sepamos comunicar nuestros senti-
mientos y nuestras idea?. Infinidad de disgustos y
roces con amigos y conocidos, son hijos de mal en-
tendidos, porque no nos tomamos el trabajo de ex-
plicarnos, y, sobre todo, de matizar y detallar y pro-
fundizar los asuntos. De otra parte, aprenderíamos
nosotros mismos mucho en estas exposiciones, que
son una especie de confesión.
A los esposos recomiendo ser muy esplícitos con
sus caras mitades; enseñando, aprenderán; verán los
problemas desde el punto de vista de una mujer, y
esto sólo ya vale haber hablado una hora.
El mismo inglés se ocupa muy extensamente del
aburrimiento; este azote de los egoístas con que los
dioses castigan á los hombres sin corazón, y que en
el filósofo del pesimismo, y recientemente en la ñloso-
fía del egoísmo de Nietzsche, ha hallado la encarna-
ción más perfecta. Sólo los egoís as son pesimistas.
Si Proudhón escribió la «filosofía de la Miseria»,
Schopenhauer nos ha dejado una verdadera «filosofía
del Tedio, del Aburrimiento».
Parece que el vacío del espíritu de los ociosos ricos,
es más insaciable que el estómago de los pobres.
G-oethe reconoce que las aspiraciones humanas os-
cilan entre satisfacer las necesidades materiales del
estómago, y vencer el tedio, el aburrimiento.
«Que no se le crea cosa baladí, dice Schopenhauer,
porque concluye á llevar á su víctima á la desespe-
ración. Es el que arroja á los hombres los unos en
brazos de los otros, á pesar de que se odian cordial-
mente; crea la sociabilidad, y contra él construye el
Estado constituciones, teatros, jardines públicos, etc.,
como si se tratara de cualquier calamidad general,
como el hambre ó la peste. Panem et circenses, pide
la humanidad eternamente. El hambre es el azote
conístante de las clases bajas y el aburrimiento el de
las altas».
Los libertarios oponen al tedio el trabajo como
deber social, y el economista Hertzka, de Viena, ha
calculado que una hora y media de trabajo diario de
todos los ciudadanos, basta para hacer la labor que
— 174 —
hoy hace la humanidad donde una parte holgazanea.
Para escapar al tedio, llegaríamos tal vez al ideal de
Ivropotkín y Proudhón; y una vez satisfecho el estó-
mago, podríamos resolver el problema más difícil del
derecho á la dicha; porque ¿no tienen todos los niños
el derecho al cariño paterna], y todos los jóvenes, y
más aiín tocias las mujeres, un sacrosanto derecho al
amor? ¿No es un crimen dejar que marchite su juven-
tud sin que hayan gozado las delicias pasionales del
amor divino y profano?
¿Cuándo satisfará la sociedad el derecho á la dicha?
Por ahora, nos parece un milagro que y a no haya
pobres que mueran de hambre. 4- los que duden de
que una organización racional del trabajo satisfará
con suma facilidad lo necesario para todos, citaré las
frases del citado austríaco:
«He investigado cuánto tiempo y trabajo sería ne-
cesario para producir, con la maquinaria moderna,
todo lo necesario para la vida de 22 millones de ha-
bitantes de la nación austriaca. Para toda la produc-
ción agrícola se necesitarán 10.500.000 hectáreas de
tierra de agricultura y 3 millones de pastoreo. Supuse
después que se edificara una casa de cinco piezas
para cada familia, y encontré que todas las indus-
trias, agricultura, arquitectura, construcción, harina,
azúcar, carbón, hierro, vestidos y productos quími-
cos requieren 615.006 personas, empleadas once horas
por día durante trescientos días del año, para satis-
facer todas las necesidades imaginables de los 22 mi-
llones de habitantes.
»Esos 615.000 trabajadores, son solamente el 12,3 por
100 de la población apta para el trabajo, excluyendo
todas las mujeres y todas las personas menores de
diez y seis años y mayores de cincuenta.
»Si en lugar de 615.000 hombres trabajaran los 5
millones de hombres aptos para el trabajo, sólo nece-
sitarían trabajar 36,9 días, del año para producir todo
lo necesario para .el sostenimiento de la población de
Austria. Pero si los 5 millones trabajaran todo el año,
es decir, trescientos días, como probablemente ten-
drían que hacerlo para tener provisión fresca de to-
das clases, cada cual trabajaría sólo una hora 22,5
minutos por día.
»Para producir, además, los artículos de lujo, se
— 175 -
necesitaría en números redondos, un millón de hom-
bres, elegidos como y a se ha dicho, es decir, el 20 por
100 de todos los aptos para el trabajo, no contando
entre éstos ni á las mujeres ni á los menores de diez
y seis y mayores de cincuenta».
El aburrimiento, el hastío llega al sport poético en
Byron, Heine y miles de blasés modernistas, y el pla-
cer del dolor alcanza su apogeo en los locos suicidas,
y los sátiros que torturan á la mujer en el momento
del éxtasis amoroso, ó se dejan atormentar, ó, al fin,
asesinan la víctima como el siniestro Jack, el destri-
pados
En este capítulo entran las mujeres histéricas, que
gozan por el dolor, las esposas que están desgracia-
das porque su marido disfruta una constante salad, y
ellas gozarían tanto por cuidarles en la cabecera. Y
©uántas histéricas desesperan á los que las rodean,
por los mil padecimientos reales ó imaginados d e q u e
sufren, y que creen que las h icen inmensamente «in-
teresantes», «etéreas», mientras que resultan ridicu-
las é insoportables en su manía vanidosa.
Lo mejor es desnudar en todo su egoísmo refinado
á estos «mártires». Los hastiados son egoístas, el has-
tío, el Weltschmerz, el dolor por la humanidad, es
efecto del egoísmo, que no ha querido concentrar el
corazón en ninguno de los grandes placeres al-
truistas.
¿No es este ideal hermoso?
Inmensamente superior á la moral cristiana está la
moral por la solidaridad, que lleva al patriotismo, al
heroísmo cívico y militar que muere por la patria, y
que tiene el gran concepto del deber social hacia los
desheredados.
El talento, el rico, el poderoso, tienen deberes hacia
su país, hacia la humanidad; y los artistas más gene-
rosos, han erigido en sus obras altares piadosos á esta
virtud. Zola, Tolstoi, Sudermann, Ibsen, son los gran-
rabinos de la nueva religión, y en España ejercen
este noble sacerdocio Bicenta, Blasco Ibáñez, y entre
las mujeres, el gran corazón de Carmen de Burgos Se-
guí, sacerdotisa de la moral altruista de singular mé-
rito, y hermana de sentimientos de la admirable Geor-
ge Sand, la bella Aurora Dupin, en cuyo arte huma-
nitario se reflejan las visiones de pobreza y aesespe-
— 176 —
ración que atormentaron á su madre, vendedora de
pájaros en Milano, y á quien salvó de la miseria el
joven Dupin, ayudante de campo del general Dupont,
del ejéreito de Napoleón.
Como Moisés, educado en el palacio de los Farao-
nes, no olvidaba el desgraciado pueblo judío, despre-
ciado y esclavizado, de cuyas entrañas había salido,,
así se recordaba la graciosa George Sand de su origen
modesto proletario, y toda su vida era un esfuerza
continuo para llevar al pueblo desheredado al país de
promisión.Ella es la verdadera fundadora del arte so-
cial, la consoladora de los entristecidos, que hoy aun
inspira toda aquella inmensa corriente del arte que
trabaja por redimir á los esclavos modernos.
Véase cómo juzga la «turba de vándalos» de la
reacción á la novela social de George Sand, Sue y
otros: «Corifeos de la turba de vándalos, dice Menén-
dez y Pelayo, que en pos de Dumas inundó el folle-
tín, no ya sólo con novelas pseudo históricas que ησ
solían tener más grave mal que enseñar historia falsa
á los que nunca habían de aprender la verdadera,
sino con informes engendrados socialistas y con bes-
tiales (!!!) y malsanas representaciones de la vida ac-
tual, pintándola como paraíso de todas las concupis-
cencias. Moralistas de los menos rígidos dieron la voz
de alarma contra esa literatura demagógica y enca-
nallada (!!!), que desde 1840 á 1848 fué una excitación
continua y violenta á todas las malas pasiones que
hierven en el populacho (¡oh, humildad y fraternidad
cristianas!) de las grandes capitales. La novela de
propaganda socialista apenas pertenece al arte (¡iípor
ejemplo, «Germinal» y «Travail», apenas son arte, se-
gún el pontífice neo!!!), pero ha tenido acción eficaz
en la historia de las convulsiones morales de nuestra
siglo, y es imposible dejar de mencionarla como sig-
no de los tiempos.» jAsí escriben los católicos la histo-
ria de las ideas estéticas! Y este mismo calumniador
del socialismo habla pocas líneas antes del «ideal ge-
neroso y quimérico de la reforma social >. El buen se-
ñor no ha visto todavía claro á través de la venda de
sus preocupaciones neas; tal vez le sucedería aquí
como le sucedió con Heine, al cual ataca al principia
para ensalzarlo después, y retractarse en todo lo an-
tes dicho.
— 177 —
Las generaciones venideras se asombrarán cómo
un frailuco de tan supinos alcances podía conseguir
ser festejado por la España de hoy como el verbo de
la ciencia española. Para consolarnos le pongo al hin-
chado Menéndez y Pelayo un digno espejo en otro
neo festejado en Italia, con la misma falta de crite-
rio. ¡Espejismos del patriotismo extraviado!
Digna del barón Garófalo es la frase estúpida y
presuntuosa: «Aborrezco á las muchedumbres de to-
das las clases», y para comprender la estulticie de este
aristócrata, que equivocadamente ha confundido la
ciencia con sus perros y caballos, hay que leer las
simplezas que dice en su libro «La Superstición So-
cialista», donde mata al cadáver del socialismo mar-
xista, sepultado y a hace tiempo por los socialistas
mismos.
Como cualquier luisito de España, pide el barón
italiano mucha religión: «Se ha llegado en Italia á
suprimir la enseñanza de lo que llamaba «Historia
Sagrada», haciendo incomprensible así, diez siglos de
arte y de literatura que se alimentaron de recuerdos
bíblicos. > Ah, para que los niños sepan explicar los
santos en los cuadros de Rafael, tienen que estudiar
mitologías ridiculas y repugnantes. ¿Por qué no piden
también que sean educados en el culto á Júpiter y
Venus, puesto que el arte griego vale bastante más
que el de Italia? Bismarck ha dicho que las gentes
más tontas son los sabios, y al leer aquellas sandeces
de Garófalo, estoy tentado de creerlo. Sin embargo,
el odio anti-socialista del noble barón surge de su in-
moralidad y egoísmo atroz que se atreve de aborre-
cer, él, el cristiano, á las muchedumbres que le la-
bran los campos y le construyen la casa. ¡Qué pre-
suntuoso é ingrato!
Tales «glorias» de la ciencia moderna, cuyo ideal es
la sopa del convento, la Inquisición y el derecho de
pernada, son seres dañinos, plantas venenosas, ver-
güenza de nuestra civilización, que todavía puede en-
gendrar monstruos de instintos tan perversos. Hay
que despertar la conciencia pública para que estos
reflejos de épocas tenebrosas no la contagien con su
veneno
¿Qué hay que pensar del criterio de una intelectua-
lidad que los eleva labrándoles el pedestal de glorias-
12
— 178 —
nacionales? Seguramente, ni en Francia, ni en Ale-
mania ó Inglaterra pudieron levantar la cabeza obs^
curantistas como el autor de los Heterodoxos.
Si los intelectuales españoles son tardíos en apoyar
la cultura popular y se retraen de la vida política en
un egoísmo suicida, y en parte hijo de la presunción,
demostraron una desmedida impaciencia en hacer
méritos ante aquel dispensador de favores literarios,
el cacique máximo de la literatura oficial, Menendez
y Pelayo. Ni El Pais ni El Liberal habían querido
protestar contra la elevación á la presidencia de la
Academia Española, á pesar de que les hice presente
el ridículo bochornoso en que dejaría á la España de
hoy, cuando tendrá que hablar, como cabeza visible,
de las letras patrias, en el Centenario de la Indepen-
dencia. ¿Brindaría, como en el de Calderón, por la
España Inquisitorial?
¡Tendría gracia que los Catrovido, Vicenti, Grand-
montagne, Cavia, Dicenta, Moróte, Baroja, Fuente,
París, Zamacois, Soriano, Argente, Zozaya, Albornoz,
Villanueva (Francisco), Ginard, Escuder y Salmerón
y García hayan encaramado al portavoz del más re-
pugnante y criminal obscurantismo,para que vomite,
en nombre de la intelectualidad española, maldicio-
nes contra la civilización moderna!
Entre los ilusos y miopes, faltaba el nombre de Al-
fredo Calderón, y explico esta excepción, como un
voto de censura contra aquellos instrumentos incons-
cientes del bochorno de su patria.
Y se permiten llamar á Menendez y Pelayo «indis-
cutible» y «por encima de toda discusión». Firmar un
Dicenta, París y Vicenti, críticos agudos é indepen-
dientes, aquella inocencia, prueba una vez más la
absoluta falta de carácter de esta generación floja,
que vive al día, sin tener conciencia de sus actos. ¿No
era indispensable que Menendez y Pelayo arremetie-
ra- con toda la vehemencia del neo contra la Consti-
tución de Cádiz, hija de la Independencia? ¿Qué cara
pondrían aquellos radicales, si el admirador de la In-
quisición entonara otra vez ante el universo, reunido
para el centenario, el himno á la barbarie?
Con severa energía juzga el cervantista Ramón
León Maínez las audacias frailunas del indiscutible
Menendez y Pelayo:
— 179 —
«INFAME DIATRIBA es esa obra, en la que un sec-
tario del error y de las rutinas tradicionales, ampara-
do con los parciales elogios de dos fanatizados, re-
trógrados furibundos, D. Vicente de la Fuente y don
Aureliano Fernández Guerra, vomitaba anatemas y
dicterios contra personalidades insignes que habían
sabido sacrificarse en España por las doctrinas libe-
rales. Es esa obra (bay que decirlo) un montón de
improperios, de mala fe, de juicios desatinados, de
pareceres absurdos, de ridiculas sutilezas escolásti-
cas, de lugares comunes grotescos, de inexactitudes
históricas, de pérfidas insinuaciones despectivas, de
vanidosos alardes de un dómine engreído, que quiere
supeditarlo todo á las estrechas fórmulas de su erudi-
ción aparatosa, y muchas veces indigesta y vana, sin
que la razón y la crítica puedan hacerle comprender
nunca la sublime labor de inteligencias superiores á
la suya...
No era posible que la augusta figura de Pí y Mar-
gall dejase de aparecer en la lista de los censurados.
Pero empleó el sectario de las farsas hieráticas cadu-
cas, Menéndez y Pelayo, tonos tan atrevidos é imper-
tinentes, que indignan á toda persona que con recti-
titud piense y con sensatez y sin pasión dictamine.
Para muestra de su pobre raciocinar, voy á leer
un párrafo de su destartalada refutación á los escri-
tos de Pí:
«El Sr. Pí publicó (dice) en 1851 una sujpuesta Histo-
ria de la Pintura Española, cuyo primer volumen,
eon ser en tamaño de folio, no alcanza más que hasta
los fines del siglo xv... De los restantes tomos nos pri-
vó la parca ingrata, porque escandalizados varios
obispos, suscriptores de la obra, de las inauditas he-
rejías que en ella leyeron, comenzaron á excomul-
garla y á prohibir la lectura en sus respectivas dió-
cesis, con lo cual el gobierno abrió los ojos y embar-
gó ó quemó la mayor parte de la edición, prohibien-
do que se continuara. De la parte estética de esta His-
toria, en otra parte hablaré. Pero la estética es lo de
menos en un libro donde el autor, asiendo ia ocasión
por los cabellos, y hasta olvidando que hay pintura
en el mundo, ha encajado toda la Historia de la Edad
Media, y principalmente del cristianismo.»
— 180 —
¿Es esto crítica? ¿Tiene esto siquiera sentido co-
mún?...
Aparte de la ligereza de censurar á un autor por no
haber podido explanar toda su total idea en un pri-
mer tomo preliminar de su general pensamiento, es-
soberanamente ridículo querer quitar también im-
portancia con pueriles reparos á lo que dejó escrito
sobre el cristianismo en la obra citada, y después en
Reacción y Revolución, magnífico tratado de filosofía,
páginas hermosas de un eminente pensador español,
modelo imperecedero por la alteza de las ideas y la
profundo y original de la enseñanza.
¿Puede darse síntesis más clara del cristianismo-
bastardeado y falsificado por el lucro sacerdotal—que
fué el principal objeto del autor—; que la contenida
en estas magníficas palabras de Pí?:
«Jesucristo formuló el principio; pero sin aplicarlo
de una manera precisa, ni hacer de él todas las apli-
caciones de que era susceptible. Más sentimentalista
que razonador, emitió Jesucristo, aisladas y sin or-
den, sus ideas: no sistematizó su doctrina. Profirió,.
para colmo de desgracia, palabras entre sí contradic-
torias, cuya explicación, después de haber provoca-
do largos' debates, nos ha conducido á la organiza-
ción social más opuesta al Evangelio. Nada definió,
nada determinó, nada organizó, y hoy, después de
diez y nueve siglos, su caridad está reducida á la li-
mosna, su comunión á una ceremonia religiosa, su
humildad y su igualdad á una MENTIRA.»
Pero, ¿cómo había de comprender estas supremas
verdades el pobre sectario jesuítico, cuando sig'ue
creyendo, según sus propias palabras, que «sólo la
Iglesia, columna de la verdad, permanece firme y
entera en medio del general naufragio», lo cual está
terminantemente desmentido por los hechos históri-
cos, cuando el Papado mismo se está hundiendo, en
estos instantes, y cuando todos los embelecos quedan
al descubierto y. se destruyen por la bendita labor de
la Ciencia?
¡Y es el sectario Menéndez y Pe-layo. el.que quiere
enseñar el camino del acierto y de la cordura al sa-
bio D. .Francisco Pí y Margall!. ¡Y es ese señor endio^
sado, sin nociones de alta indagación científica, el
que dijo que la reforma sólo fué una fase de la bar-
— 181 —
barie germánica, lo cual no es más, sin perdón sea
dicho, que una solemne atrocidad; una estolidez je-
suítica. Quien tan desatinadamente piensa, no com-
prende la universal grandeza, utilidad y bienes so-
ciales que ha realizado la obra más civilizadora de la
Historia. Con toda su vanidad de erudito, Menéndez
piensa en esto al nivel de cualquier reaccionario ado-
cenado.»
¡Utilidad y bienes sociales! Debían dirigir el pensa-
miento del sabio, pero por desgracia no inspiran á la
ciencia «cristiana». Si Hipócrates exigía del médico
que sea sobre todo hombre honrado, también lo debe-
mos pedir de todos nuestros sabios antes de elevarles
al pináculo de la gloria. A G-arrófalo y Lombroso he
censurado por inmorales, por faltos de conciencia
(Estadística Social), y véase cómo se unen los des-
viados psiquistas con el neo sin conciencia, quien
firmará, sin titubear, las estupideces lombrosianas:
«Mientras todos los hombres cuerdos odian lo nue-
vo (iill), sólo los locos, medio locos, moralmente locos
y criminales natos, tienen una especial predilección
por lo ftuevo.» Para Menéndez y Pelayo son también
los reformadores, desde los Gracos á Danton, Lutero
y Mendizábal á Castelar y Salmerón, locos y crimi-
nales natos, i i Vaya unos sabios y una ciencia!!
Son las mismas ligerezas y faltas de entereza que
hicieron ir á buscar reyes extranjeros á Prim, que
daban al traste con la República de 1873, que nos
llevó al desastre de Cuba y Filipinas, y que ha trans-
formado al 25 de Marzo de 1903, en el principio de
una indigna superchería. Son artistas de primer or-
den, escritores, periodistas, oradores admirables; pero
no tienen carácter; falta en ellos el hombre.
Son hijos de dos mundos encontrados: á veces diri-
gen sus miradas al porvenir, y admiran, con su gran
corazón .de artista, las visiones de la humanidad
nueva, y después, deslumhrados por esta visión,
vuelven su vista hacia detrás, y quedan petrificados
como las hijas de Lot, en la leyenda hebrea del An-
tiguo Testamento.
Su desequibrio es propio de las épocas de transi-
ción, y encuentra algo parecido en los individuos
que, por los vaivenes de la vida moderna, nacen en
tierra extraña ó viven largos años en países de otra
— 182 —
nacionalidad, y se transforman en cosmopolitas è
intemacionalistas, de sentimientos é ideas.
No todos llegan á la síntesis que abraza en amoro-
so cariño á dos ó más pueblos, hasta llegar al más»
puro amor al género humano.
Misioneros del humanitarismo cosmopolita, son es-
tos individuos de razas diferentes. Pertenecen á va-
rias naciones, y no pueden compartir las preocupa-
ciones de ninguna; aunque tampoco participan, por
lo general, de algunas de las virtudes que son el an-
verso de aquéllas. El sabio alemán Ammon, afirma*
en su curioso libro «Selección natural», que estos in-
dividuos carecen de la unidad de carácter, que son
desequilibrados sin voluntad γ sentimientos fuertes
que den equilibrio y continuidad á sus vidas. El
desequilibrio llegaría hasta la locura en algunos ca-
sos. No pudiendo amar á una sola familia ó nación,
se limitan al fin á concentrar su alma en sí mismo, y
el cosmopolita le transforma en egoísta.
En efecto; el escritor alemán tendría razón, si la
Humanidad, como tal, no representara un digno ob-
jeto de cariño y admiración capaz á llenar el alma
del hombre mejor dotado de sentimientos nobles, y si
esta nueva fe humanitaria no satisficiera más á los co-
razones grandes que el amor al rincón donde nacimos.
Los obscurantistas, como Ammon, son tan incapa-
ces á admirar á un Bakounini ó Herzen, como nos-
otros á tener simpatías á un feudal antediluviano-
alemán ó inglés.
Todas las esferas de la vida moderna reflejan
aquellas dolorosas antinomias propias de los cre-
púsculos de mundos nuevos. No se puede negar que
el discípulo de Charcot, Levillain, tiene razón en cul-
par también al arte moderno, por su tendencia des-
equilibrada y su carácter general que favorece la
neurastenia. «La música moderna, sobre todo, más
frecuentemente sabia y rebuscada, posee, además de-
que su estudio y su interpretación exige una tensión
intelectual verdadera y á veces excesiva, gracias á
sus múltiples y ruidosas combinaciones armónicas, la,
propiedad desgraciada de enervar y cansar dema-
siado á los nerviosos y neuropáticos; constituye,.,
en estas condiciones, una nueva causa de fatiga y
agotamiento».
— 183 —
El médico sabe el peligro que corren estas plantas
enfermizas de nuestras grandes capitales, al ver en
el teatro escenas extravagantes de locura, histerismo,
epilepsia, y en la prensa extensas descripciones de
crímenes y suicidios. La sugestión produce en estas
naturalezas débiles verdaderas epidemias, parecidas
á las locuras místicas de la Edad Media, con sus bai ·
les epilépticos y sus endemoniados.
De ahí á la locura, es sólo un paso que han fran-
queado muchos. «Por sus irregularidades, el exceso
de su ambición, dice Mathieu {Neurasthénie, París
1892), refiriéndose á estos desequilibrados de nues-
tra civilización desequilibrada, sus deseos insacia-
bles, la debilidad ó la incoherencia de sus sentimien-
tos afectivos y morales, llegan algunos de ellos más
ó menos cerca á la frontera de la locura ó de la ano-
malía mental, sin que por esto, sin embargo, se pueda
decir que la hayan alcanzado ó ido más allá. Otros
tienen una tendencia al cansancio y á la depresión,
después de períodos de confianza y arrebato, que les
aproximan á los neurasténicos. Otros todavía tienen
dolores reumatoides, jaqueca y la cefalia facial. Son
particularmente sensibles á las substancias tóxicas r
al alcohol, al tabaco..., pero hay que temer que sus
descendientes franqueen realmente los umbrales de
la degeneración».
Pero no hay que exagerar tampoco: pase que se
llame á Rousseau y Voltaire neurasténicos; el primero
tenía todos los característicos de un desequilibrado;
pero el segundo no lo es tan sguramente, puesto que su
vida es de un equilibrio admirable, y sus insomnios
y nerviosidades se explican por su temperamento
nervioso, sanguíneo, y tal vez por el excesivo uso del
café y té. Absolutamente injustificado es colocar en-
tre los neurasténicos á genios como Napoleón I, Só-
crates, Garibaldi, Robespierre y Lutero.
Entre lo» españoles notables, son Espronceda y Zo-
rrilla tipos bien equilibrados, mientras que Larra y
Dicen ta pertenecen á los g e n i o s desequilibrados,,
como Alfredo Musset, Heine, Leopardi y Pushkin.
Los pesimismos que llevaban á Fígaro al suicidio,
eran propios de un neurasténico, y enDicenta parece
la neurastenia una predisposición hereditaria desarro-
llada por su vida problemática y el exceso de ana-
— 184 —
creónfcicas distracciones. Su madre era una dama de
fino intelectualismo y gustos literarios; las excentri-
cidades tiene Dicenta de su padre, oficial de caballe-
ría, raro y desequilibrado, que murió loco por un ac-
cidente traumático.
¿Y qué? ¿No son las extravagancias de estos genios
las consecuencias indispensables de las circunstan-
cias en que la sociedad actual coloca á la inmensa
mayoría de ios hombres, y por cuyos inconvenientes
sufren naturalmente los talentos más que el montón
anónimo, porque su cerebro, más finamente organi-
zado, refleja con mayor fidelidad el caos social en que
vivimos?
Grandes son, en efecto, los inconvenientes del desor-
den social, la desorganización anárquica de nuestra
sociedad; los más susceptibles, los intelectuales y ar-
tistas, sufren en primer lugar, y vegetan en un estado
de decaimiento y tristeza. Weltschmerz lo llamaron
los alemanes contemporáneos de Heine; hoy se lo cla-
sifican los médicos entre los neurasténicos, neuropáti-
cos y neuróticos.
«La vida social de nuestros días lleva á la neuro-
sis—escribe Mathieu en su curioso estudio sobre la
neurastenia.—Se trabaja con exceso para crearse una
posición. Se pasan exámenes y oposiciones y se afa-
na para ganar dinero, para hacerse un nombre y
eclipsar á sus rivales. Hasta se hacen excesos bajo el
pretexto del placer y del reposo. Este excesivo traba-
jo (surménage) se acumula de generación á genera-
ción, y los individuos absolutamente sanos, son cada
día más raros, de modo que el estado neuropático
puede resultar lo característico del temperamento de
familias enteras y de toda una raza. Así son tan fre-
cuentes las enfermedades nerviosas y la neurastenia
entre los judíos, los americanos y las altas clases de
Eusia.»
El afán al dinero se venga, en los ja dios y yan-
kees y en la aristocracia rusa, al pueblo explotado
por estos zánganos, que se ríen de la sabia fórmula
de Kant de las tres ocho horas, y toda la civilización,
orientada é inspirada por este desequilibrio y esta
neurosis de nuestra época, es necesariamente enfer-
miza é insana.
Hasta los remedios que se presentan tienen que re-
— 185
sentirse necesariamente del mal de la época, y así,
debemos acoger ce η cuidado hasta las predicaciones
del evangelio social de los Tolstoi, Marx, Saint-Simon
y Proudhon, que todos tienen un grano de locura.
«Las ideas morales del socialismo han quedado in­
fantiles y perfectamente burguesas—dice Camilo
Manclair en su hermoso estudio sobre La obra social
del arte moderno.—Se deja á la clase media nutrir al
pueblo con melodramas y folletines cuya morales
siempre la de la misma clase y donde no hay noción
alguna nueva... El socialismo no es sólo una evolu-
ción política, sino económica y moral, y, por lo tanto,
es indispensable para transformar el partido del es-
tómago en partido que piensa crear el alma socia-
lista... El gran error del marxismo ha sido el haber
pensado como burgués con respecto á los artistas y
los ideólogos, dando así al socialismo una reputación
de pesadez, grosería espiritual y mediocridad de
alma, que nunca debía haber tenido, y que le ha ale-
jado las naturalezas líricas, entusiastas y nerviosas...
Muchos intelectuales han ido directamente al anar-
quismo, únicamente para satisfacción de su sensibili-
dad nerviosa; su anarquismo es la poesía del socia-
lismo..., es una especie de emancipación personal
previa de los individuos llamados á formar en las
filas del socialismo futuro, una forma de necesidad
de reforma moral que el marxismo fingía no admitir.»

¡Arte sano y grande! Basta ya de reflejos de la mi-


seria del pasado; la humanidad busca en el arte un
reflejo de su felicidad y grandezas futuras.
«Con demasiada frecuencia adorna el arte, con los
colores brillantes de au paleta, á los criminales y de-
generados, excitando la emoción del público á favor
de seres, dignos de lástima sin duda, pero menos dig-
nos de piadosa simpatía que una infinidad de des-
graciados que conservan la honradez, á pesar de la
miseria, del hambre aguda y del hambre crónica,
dice Enrique Ferri.
«En medio de las borrascas más espantosas del
alma, permanecen fieles estos desdichados, al senti-
miento humano y social, para el que toda violencia
— 186 -
es repugnante, y, si acaso, su única rebelión, su pro-
testa suprema, es el suicidio,
»El arte ha glorificado bastante á los criminales,
ya es razón que proyecte su luz sobre los desgracia-
dos, y en efecto, comienza á despuntar la aurora de
esta evolución.
>En el teatro y en la novela hemos visto innumera-
bles criminales, violentos, espantosos, de miseria físi-
ca y moral, ó bien perversos y astutos con ayecta co-
bardía.
»Si durante mucho tiempo la libre concurrencia y
el egoísmo sin entrañas han infiltrado en el corazón
y en el cerebro de los hombres el virus de la violen-
cia, durante mucho tiempo también han sido glorifi-
cados ó suprimidos violentamente los violentos, según
que eran útiles ó perjudiciales á los intereses de clase
(Napoleón III fué proclamado emperador. Orsini fué
guillotinado), y el arte, nacido en ese medio social,
debía proyectar fatalmente sus rasgos esplendentes
sobre la figura del criminal.
»Pero una nueva conciencia colectiva se forma, y el
mundo se orienta hacia una moral, distinta de la fuer-
za, cuyo resultado es siempre infecundo y brutal para
el individuo como para la colectividad.
»El alma del mundo rechaza á los violentos y com-
padece á las víctimas; y la multitud, el coro anónimo
de la tragedia griega, ha pasado á ser el protagonista
en el drama grandioso de la historia cívica.
¿La conciencia humana se interesa por otros perso-
najes, y el arte, reflejo de la vida, seguirá el mismo
impulso necesariamente.
»Algunos espíritus desequilibrados ó presuntuosos
imaginan que pueden vivir solos en la glorificación
del yo, como Max Stirner; en una aristocracia inte-
lectual de decadentes ó de superhombres como Nietz*
che. La sociedad, pasado el primer momento de sor-
presa, opone la burla como reacción del sentido hu-
mano y social contra tales aberraciones' de vanidosos
degenerados.
»La multitud, la multitud: en ella está la fuente de
las inspiraciones, de las luchas, de las esperanzas del
arte.
»La multitud, pálida, hambrienta, sucia, grosera,
pervertida; pero sencilla, laboriosa,, altruista sin sa-
— 187
berlo, y buena, humanitaria, tan pronto como un rayo
de luz penetra en los antros húmedos, en las cavernas
fangosas donde miles de seres, semejantes nuestros,
yacen amontonados. El pueblo dé las ciudades y el
del campo, el pueblo miserable, del cual, en los adul-
tos, .se corrompen todas las fibras del cuerpo y del
alma; en las mujeres se envenena el manantial de la
santa maternidad, y los niños ignoran las alegrías de
su edad, y todos sufren envilecidos, abandonados,
olvidados: legión anónima condenada á la cruz san-
grienta de un trabajo de ilotas.
»Esos miserables, esos esclavos, han inspirado El
heredero, del pintor Ρ akin; el Proximus tuus, de Orsi;
las Reflexiones de un hambriento, de Longoni; Nues­
tros esclavos, de Ghidoni; El Ángelus, de Millet; las
poesías de Rajpirardi, las de Gorradino? las de Ada
Negri, los últimos cuentos de Amicis, los dramas de
Antona-Traversi y los de Hauptman.
»Y el arte, que gracias á La Cabana de Tom, de Mis
Stowe, y á los cuentos áeTourgioenieff, dio impulso de-
cisivo á la conciencia colectiva contra las abomina-
ciones de la esclavitud legal en América y en Eusia;
el arte, que por La casa de los muertos, de DostÖ«
zewsky, provocó la indignación del mundo civilizado
contra las infamias de la esclavitud política; el arte
dará á la sociedad futura (prevista por cuantos estu-
dian ansiosos la evolución social) la fuerza de un sen-
timiento colectivo para combatir la esclavitud econó-
mica, origen y base de toda esclavitud.
»Entonces, inspirándose en las verdades de la cien-
cia antropológica y de la psiquiatría, nos defendere-
mos sin odio de los criminales, de los locos, de los de-
generados; pero no olvidaremos por ellos la piedad y
la justicia debidas á los que, sin hacer padecer á los
otros, padecen solos en lenta y secular agonía la te-
rrible condenación al dolor.»
No debe extrañar que á las masas hambrientas se
presente el evangelio social como un hartazgo esto-
macal. Al árabe, sediento en el desierto, todo se le
vuelven oasis con palmeras al borde de una fuente.
La clásica comida que Zola describe en LAssomoir,
es una imagen de lo que serían mañana las masas,
si pudieran realizar su aspiración, y no censuremos
por este materialismo grosero, sino procuremos sal-
— 188 —
var de la avalancha de brutales apetitos, los tesoros
ideales acumulados por nuestra civilización, que se
destruirían, al derrumbarse ésta, como al derrumbar-
se el imperio romano, quedaron sepultadas las gran-
dezas de aquella civilización clásica.
Procuremos que las ciencias y las artes penetren
en las masas populares, para que éstas las respeten el
día de la suprema liquidación, y que las muchedum-
bres no destruyan los mármoles y los palacios como
vestigios de la esclavitud y corrupción, imitando á
las hordas de fanáticos, que, bajo la dirección de los
obispos cristianos, saquearon los tesoros de arte y
ciencia de la pagana Boma en los comienzos del cris-
tianismo.
Las democracias deben cuidar muy mucho de no
imitar las falsas civilizaciones con sus mentirosas
cortesías y elegancias, sino substituirlas por una afa-
bilidad que emana del alma, y un gusto artístico que
sabe embellecerlo todo, sin hueras y convencionales
mentiras. El arte, en todas sus manifestaciones y
aplicaciones, sería en la sociedad futura la palanca
más poderosa de la actividad; en la pedagogía, la
aplicaríamos según el método gráfico de Froebel,
para que los niños admirasen los grandes hombres y
las grandes epopeyas populares en los retratos, bus-
tos y documentos, y en cuadros históricos como los
de las «Escuelas de Atenas» y otras creaciones in-
mortales de Rafael en el Vaticano, ó los grandiosos
cuadros históricos de Guillermo Kaulbars, en el Mu-
seo Nacional de Berlín, donde los niños comprende-
rán de una mirada la barbarie temblé de las guerras
en la «Batalla de Atila», la significación de la Refor-
ma, sus principales actores, etc., etc. La historia de
las bellas artes enseñará á las inteligencias infantiles,
de una manera deliciosa, lo esencial de la historia
universal.
«El arte es una extensión por el sentimiento, que
anima todo, de la sociabilidad hacia todos los seres
de la naturaleza, y hasta á los seres concebidos como
más allá de la naturaleza, ó en fin, á los seres ficticios
creados por la imaginación humana»; dice Guyau
en su admirable obra postuma «El Arte bajo el punto
de vista sociológico», fei en todos los tiempos ha sido
el espejo fiel de la vida y del desarrollo de un pue-
189 -
bio, en la actualidad tiene una misión más grande:
es ser la conciencia de la humanidad, que nos revelé
sus defectos y enfermedades, y que prepare de este
modo las reformas del hombre de Estado y del soció-
logo. Los grandes artistas, son á la vez los vates, lot
profetas, que presienten las aspiraciones del porve-
nir, reflejándolas en sus obras é indicando el camino
que debe seguir el progreso.
Las grandes armonías del arte moderno, se adivina
en las obras de unos cuantos escogidos como Goethe,
Balzac, y tal vez Víctor Hugo, aunque en este último
se refleja todavía «el alma moderna con sus altera-
ciones, disparates, enfermedades, y, de cierto modo,
hipertrofias de sentimientos y de facultades», como
dice Hipólito Taine, porque á nuestra época falta el
equilibrio clásico, y, por consecuencia, la sublime
grandeza de los griegos y de un Shakespeare ó
Goethe.
Las grandes transformaciones debidas á los progre-
sos de la maquinaria que han cambiado por completo
las condiciones de la industria, del comercio y del
trabajo, en general, han revuelto profundamente el
mundo estético, y los artistas inspirados de hoy, están
buscando la expresión artística de la revolución so-
cial que se opera ante nuestra vista. «El arte tradu-
ce la vida, continúa Taine, en su admirable Filo-
sofía del Arte; el talento y el gusto del pintor, cam-
bian al mismo tiempo y en el mismo sentido, como
las costumbres y los sentimientos del público.
«Como cada revolución geológica profunda engen-
dra otra fauna y flora, de igual manera engendra
cada gran transformación de la sociedad y del espí-
ritu sus propias figuras ideales. Un gran cambio en
las condiciones humanas lleva tras sí paulatinamen-
te un cambio correspondiente en las concepciones
humanas. Después del descubrimiento de las Indias y
de América; después de la invención de la imprenta
y de la multiplicación de los libros; después de la
restauración de la antigüedad clásica y la reforma
de Lutero, ya no podía quedar monacal y mística la
idea del mundo. El ensueño melancólico, delicado
del alma que suspira por la patria celeste y entrega
humildemente la conducta á la autoridad de una
iglesia sin discutirla, hace lugar al libre examen del
— 190 —
espíritu alimentado de tantas nuevas ideas, y desapa-
recía delante del espectáculo admirable de este mun-
do real, que el hombre principiaba á comprender y
á conquistar. El espíritu se ha librado de la antigua
tutela, y el pueblo, la burguesía, los artesanos, los
comerciantes, todos comienzan á razonar por sí mis-
mo sobre las cosas de la moral y de la salud. La ori-
ginalidad individual depende de la vida social, y
ésta relaciona las facultades inventivas del artista
con las energías activas de la nación.»
Lo que el gran Renacimiento bosquejaba en Italia
en el siglo xvr tiene que extender sobre la humani-
dad entera el arte moderno: su carácter distintivo es
la universalidad. Conscientemente debemos conti-
nuar la inmortal obra de Rafael, Correggio, Miguel
Angel, quienes de su parte no hacían más que conti-
nuar con más amplios horizontes la obra de los grie-
gos. El arte internacional moderno debe ser la cons-
ciente continuación del arte griego y del Renacimien-
to, debe volver á la humanidad la placidez sublime
de los dioses del Olimpo, que sólo puede desarrollar-
se como hermosa flor de una humanidad satisfecha.
Además de universal, ya no griego, ni italiano, ni
francés ó inglés, sino humano, debe ser el arte social
equilibrado y reflejo de una sociedad armónicamen-
te organizada.Los atormentados artistas del dolor,los
Dante, Shakespeare, Heine y Balzac deben revelar-
nos los abismos del corazón humano y de las miserias
sociales-, pero nuestro ideal debemos buscar en Gre-
cia é Italia.
«¡Oh, griegos, griegos, sois niños!»—dijo un sacer-
dote egipcio—Y Taine añade: «En efecto, ellos juga-
ban con la vida y con todas las cosas graves de la
vida, con la religión y los dioses, con la política y el
Estado, con la filosofía y la verdad.»
Por esto eran los artistas más grandes del mundo.
Tenían la encantadora libertad del espíritu, la abun-
dancia de la alegría inventiva, la graciosa embria-
guez de imaginación, y, sobre todo, aquella civiliza-
ción respiraba un equilibrio graníteo, la salud del
alma y la perfección del cuerpo, que completaba
la belleza adquirida de la expresión por la belleza
esencial del objeto. Estos son los rasgos distintivos de
todo su arte.
— 191 —
»Una mirada comparativa de su literatura con la
del Oriente, de la Edad Media y de los tiempos mo-
dernos; una lectura de Homero comparada con la Di-
vina Comedia, el Fausto ó las epopeyas indias; un
estudio de su prosa comparada con toda otra prosa
de cualquier otro siglo ú otro país, os convencería
pronto. Al lado de su estilo literario es todo otro, esti-
lo enfático, pesado, inexacto y forzado; al lado de
sus tipos morales, es todo otro tipo exagerado, triste
y malsano; al lado de sus cuadros poéticos y orato-
rios, es todo cuadro que no les imita, sin proporción,
mal unido, dislocado por la obra que contiene.»
Aquella civilización equilibrada de Grecia, nau-
fragó en los abismos obscuros de la noche del cristia-
nismo; gozar de la vida ya era pecado; la carne her-
mosa era el diablo, y el placer era criminal. Un
mundo de odios y espectros abominables, donde sólo
dos figuras, el Papa y el Emperador, representaban
el poder y la dignidad humanas; el resto eran escla-
vos, siervos ó lacayos.
El pesimismo embrutecedor del fraile, roía aquel
mundo como gusano c^ue destruye el árbol podrido.
«Una vez en este camino, podía dominar la religión
del dolor, el cristianismo interpretando la Biblia,
como lo hubiera hecho un bolardo encontrando otra
vez al Cristo eterno, presente hoy como antes tan
vivo en una cueva ó una venta de Holanda, como
bajo el sol de Jerusalén, el consolador y curador de
los miserables, sólo capaz de salvarles porque es tan
pobre y todavía más triste que ellos. Rembrandt ha
sentido la compasión invadir su alma; al lado de otros
que parecen pintores de la aristocracia, es él el pue-
blo, es, al menos, el más humano de todos; sus más
anchas simpatías abrazan más profundamente la na-
turaleza; ninguna fealdad le repugna, ninguna nece-
sidad de alegría ó de nobleza le disimula la verdad;
porque libre de toda traba y guiado por la sensibili-
dad excesiva de sus órganos, ha podido representar
en el hombre, no sólo el cuerpo general y el tipo abs-
tracto, que son suficientes al arte clásico, sino ade-
más las particularidades y las profundidades del in-
dividuo, las complicaciones infinitas é indefinibles
de la persona moral, toda esta impresión variable
que concentra en un momento sobre un rostro la bis-
— 192 -
toria entera de.un alma y que únicamente Shakes-
peare ha visto con tan prodigiosa lucidez. En esto es
el artista más original de los modernos, y se en-
cuentra en uno de los extremos de la cadena, en cuyo
otro extremo están los griegos; todos los otros maes-
tros, florentinos, venecianos y flamencos, están entre
ellos, y cuando nuestra sensibilidad sobreexcitada,
nuestra curiosidad encarnizada en buscar los matices
diferentes, nuestro implacable anhelo por la verdad
y nuestra adivinación de las tendencias elevadas y
bajas de la naturaleza humana buscan precursores y
maestros, son Rembrandt y Shakespeare, los que Bal-
zac y Delacroix pudieron encontrar».
Siempre más profundo f aé el abismo entre el arte y
el pueblo; los grandes artistas como Goethe, Schiller,
Molière, Alñeri, Milton, pierden casi por completo el
contacto con las masas populares, ó lo más se sirven
de ellas para enaltecer las luchas de los reyes ó de
las personas situadas en las cáspides de la sociedad.
Hasta el coloso Shakespeare sólo ve en el desgraciado
ueblo nada más que un arsenal para sus entreactos
ufos, y^ Manzoni se aprovecha de él para que en sus
desgracias y tristezas se reflejen las costumbres de la
aristocracia italiana de los siglos χ ν y χ vi. La Revo­
lución francesa restableció el valor del pueblo bajo,
y desde su terrible mené takel se respeta al pueblo.
Pero todavía pasan generaciones, porque llámeselo
capitalismo ó como se quiera, es siempre el factor
corruptor que roe la sociedad del Imperio, contagia
á la Restauración y sumerge en su fango al reino de
Luis Felipe, derrumbado por la revolución socialista
de 1848. Las novelas de Balzac, son tratados de socio-
logía, y Emilio Zola, el libertario en política, deter-
minista y anticatólico, se llama con orgullo discípulo
del rancio monárquico católico.
Si en cada artista grande hay un filósofo y un hom-
bre de Estado, si Dante y Goethe eran políticos y Mil-
ton el secretario de Cromwell, menos aún puede ne-
garse que las eminencias del arte social deben reunir
estas tres cualidades superiores de las facultades hu-
manas: filósofo, artista y hombre de Estado. Platon
era el gran artista, además de escribir «La Repúbli-
ca» y disertar sobre filosofía; Goethe era ministro-pre-
sidente de Weimar y precursor de la teoría' de la;
- 193 -
transformación; Chateaubriand hizo un ministro de
Negocios Extranjeros mediano, pero no sin originali-
dad, como su colega inglés y novelista Beakonsfíeld. Si
Balzac hubiera querido mezclarse en el fangoso pan-
tano, que era la política de su tiempo, tal vez se hu-
biese distinguido como Zola por alguno de estos actos
deslumbradores que sólo ocurren á los privilegiados
del arte. ¿Quién negará á Proudhon dotes de filósofo
y artista? Sucede naturalmente que esta trinidad su-
blime de facultades no encuentra el aliciente para
desarrollarse en cada caso, y que en regla general
quedan latentes las de filósofo y político en los gran-
des artistas. Rubens era un hábil negociador diplo-
mático, y Mirabeau un gran artista y pensador; es
claro que en la Fl andes del siglo xvn no podía des-
arrollarse un Bismarck, ni era la atmósfera de la Re-
volución á propósito para el desarrollo de los talentos
de artista delgran tribuno.
El arte social elige esta brillante conjunción de ca-
lidades, cada una por sí raras y sublimes, y que Tai-
ne caracteriza con su precisión admirable: «El filóso-
fo y el sabio se distinguen por la observación y la
memoria exactas del detalle, unidas á la rápida adi-
vinación de las leyes generales, y á la prudencia me-
ticulosa que somete toda suposición á la inspección de
las verificaciones prolongadas y metódicas. El hom-
bre de Estado y de negocios tiene el tacto de piloto,
siempre alerta y siempre seguro, la tenacidad del sen-
tido común, la acomodación incesante del espíritu
con las variaciones de las cosas, una especie de balan-
ce interior dispuesto á medir todas las fuerzas circun-
vecinas, una imaginación limitada y reducida á las
invenciones prácticas, el instinto imperturbable de lo
posible y de lo real. El artista tiene la sensibilidad
delicada, la simpatía vibrante, la reproducción inter-
na é involuntaria de las cosas, la rápida y original
comprensión de su carácter dominante y de todas las
armonías acompañantes».
Arrebatos del momento, gritos de protesta contra
las iniquidades dominantes, están las obras del arte
social impregnadas de los apasionamientos de su épo-
ca, y las generaciones posteriores apenas las com-
prenden, porque tienen nuevos problemas que re-
solver.
13
— 194 —
Así van perdiendo el interés las obras de Eugenio
Sue y las de George Sand, y pronto habrán quedado
fuera de actualidad las de Emilio Zola, Tolstoi, Gorki
y nuestros Blasco Ibáñezy Dicenta, pero su acción be-
néfica queda, han conmovido, consolado y han con-
tribuido al progreso.
Célebres é instructivas, sobre todo, son las novelas
sociales de Zola «Germinal» y «Trabajo» y casi toda
su gran obra literaria; George Eekhud, «El cielo pati-
bulario* y «Mis comuniones»; J. H. Rosny, «Almas
perdidas» y «El bilateral; Paul Adam, «Misterio de
de las muchedumbres»; Jules Lermaître intentó pin-
tar el interesante tipo de Luisa Michel en Andotía
Lutanief de su novela «Los reyes»; el librero Eibalta
de Bourget, en «Cosmópolis» es revolucionario gari-
baldiano y Francis O'Kent de Prévost, en «La confe-
sión de un amante», es un trasnochado de 1848; Al-
fonso Baudet ha presentado en Lupniak, Sofía Cas -
tagnaroff y Sonia de Wassilief, tipos rusos que no
llegan á la realidad imponente de un Souvarin, tipo
exacto de los nihilistas de 1860 á 80, y que yo he co*
nocido en Ginebra personalmente; Henry Bérenger,
«El esfuerzo»; Víctor Barracandi, «Con el fuego»;
George Darien, «El ladrón»; Camille Mauclair, «El
sol de los muertos», «El oriente virgen» y «Las ma-
dres sociales»; Paul Adam, * Cartas de Malasia», «Los
corazones útiles» y «La esencia del sol»'; Maurice Ba-
rrèSj «El enemigo de las leyes»; los hermanos Mar-
gueritte han escrito obras de fibra, tratando con pre-
ferencia el problema feminista, y en España merece
atención la obra concienzuda de Baroja; además de
los maestros ya citados, Dicenta y Blasco Ibáñez,
cayo «El Intruso», «La Horda», «La Catedral» y «La
Barraca», son cuadros admirables de protesta revo-
lucionaria,
A Dicenta se ha hecho justicia como autor dramá-
tico y cronista insuperable de vigor, conceptos origi-
nales y profundos, y estilo brillante y sugestivo; tal
vez merece igual admiración como poeta en verso.
La poesía «El Andamio», pertenece á lo más hermoso
de este género, y no puedo resistir á la tentación de
reproducirlo, porque respira un espíritu de generosi-
dad grande, propio de este tratado de moral social.
Es la maldición sentida de todo un mundo de iniqui-
— 195 —
dades é injusticias y una valiente profecía del día de
la redención. Al lado de este cuadro, bañado del sol
meridional, parece tosca y casi mezquina la célebre
canción de la camisa de Hood, que tan gráficamente
pinta el infierno social de los pobres de Inglaterra.
Contra la resignación mendicante del vate inglés,
arroja Dicenta el desafío del luchador valiente y
libre, al rostro á esta sociedad infame é hipócrita:
Sobre el tablón, sustento de su vida
y amenaza perpetua de su muerte,
la blusa por el aire sacudida,
igual que su existencia por la suerte,
el albañil emprende su faena,
y alegre, joven, con el alma llena
de esperanzas y amor, suda y se afana,
entonando un cantar que al cielo sube,
envuelto en una nube
de cal, que dora el sol de la mañana.
Un día y otro, desde aquellos años
que son tan cortos y huyen tan de prisa,
en que no tienen voz los desengaños
y que saben las lágrimas á risa,
rué aquel tablón su anhelo más querido.
El aprendiz que á él sube ya ha vencido,
ya es un hombre de obrero consagrado.
Allí el bautismo del trabajo se halla,
como está el del soldado
en el sangriento horror de la batalla.
Hasta á él llega por fin; á él reunido
su historia entera se halla; aquel madero
es toda su fortuna; el compañero
constante de las luchas de su vida;
firme sobre él prosigue su tarea;
la blanca blusa en el espacio ondea;
tras de un combate formidable y duro
cede el tapial del músculo al empuje,
y oscilando en el muro,
el hombre canta y el tablado cruje.
Canta, pero tal vez en sus canciones
hay vibraciones de clarín de guerra,
ecos sordos de ahogadas maldiciones
contra los poderosos de la tierra.
Tal vez al contemplar desde la altura
— 196 —
de aquella tabla rota é insegura
la multitud que goza y se divierte,
sienta brotar del fondo de su pecho
apetitos de muerte
y oleadas de rabia y de despecho.
Tal vez llegue á pensar que en la morada
donde dejó pedazos de su vida,
por él piedra tras piedra levantada,
por él golpe tras golpe construida,
habitará el burgués, el caballero
que tiene por insulto y por ultraje,
el que roce la blusa del obrero
el satinado paño de su traje.
Tal vez lo piense, y al pensarlo cante,
haciendo del cantar grito de guerra,
y queriendo decir con arrogante
ΎΟΖ á los poderosos de la tierra:
Desde esta humilde tabla os desafío;
miradme bien, vuestro edificio es mío;
mío desde el remate hasta la planta;
mío porque mi mano lo construye,
y esta mano es la mano que levanta,
pero es también !a mano que destruye.
¿No valen estos versos más para despertar los pue-
blos endormecidos que todos los di- cursos de los polí-
ticos al uso, de las componendas vergonzosas? El arte
social es la palanca revolucionaria más temible y po-
derosa.
Al hablar Jules Lemaître de la presentación de la
Vida de Bohemia, de Murger, en el teatro t de la Co-
media, protesta contra estos tipos «revolucionarios»,
porque «el verdadero revolucionario se viste como
todo el mundo, lleva una vida austera y retirada, tra-
baja quince horas al día é inventa una filosofía, ó es
un loco qae mata y se sacrifica para reorganizar el
mundo.» Una obra artística que impresiona, produce
efectos revolucionarios, á veces más duraderos que
barricadas y batallas en las calles. La pluma es más
poderosa que todos los cañones.
¡Qué hermosas y exactas son las visiones de los
hermanos Marius y Ary Leblond con respecto al arte
social!: «Poco á poco se une el sentido social al senti-
do animal reconquistado. Los modernos adquieren
— 197 —
una sensibilidad altruista una y vasta. La belleza,
hoy ya mucho menos lineal, sino más bien intelec-
tual, será social; aún no es posible detallar cómo,
pero se ve que las expresiones exclusivamente inte-
lectuales nos conmueven mucho. menos que en el si-
glo xviii, pareciéndonos menos estéticas que las figu-
guras de militantes y utopistas, Una educación so-
cial, todavía informe, desarrollará este sentido nuevo.
La enseñanza artística obligatoria, indicada por el
programa de Ravaisson, fecundará esta instrucción
social. La virtud educadora del arte ha sido descono-
cida: las Universidades populares empiezan sólo á
darla valor. Como el progreso reduce el trabajo uti-
litario, queda todo el día libre al culto amistoso de
las obras de la belleza, y los museos serán populares,
serán Casas del Pueblo. Entonces será el arte aristo-
crático y popular á la vez.»
Sublimes virtudes como la caridad y la compasión
tienen su raíz en una imaginación viva, porque los
sufrimientos de los demás recuerdan en nosotros las
imágenes ó sentimientos de sufrimientos padecidos.
Educando la imaginación y la memoria, se educa y
aumenta la sensibilidad, los sentimientos, la morali-
dad. Así se comprende la inmensa fuerza del arte
bajo el punto de vista de la moralidad. El arte social
será la gran palanca del ennoblecimiento de la huma-
nidad.
«La falta de simpatía—dice Ribot al estudiar la
memoria afectiva,—no es frecuentemente en muchas
personas nada más que la imposibilidad de revivir
los recuerdos de los males que han padecido, y, por
consecuencia, de resentidos en otros.»
Inmensos y luminosos horizontes se abren al peda-
gogo, al hombre, de Estado y á todos los que toman
parte directa ó indirectamente en la gran obra de
educación de la juventud y del pueblo. El arte es el
aliado omnipoderoso de su labor generosa, y el pro-
greso indica á todos los senderos que deben seguir.

Nella contemplazione dette cose $ta la calma serena


e il piacere della vita, escribe Leonardo da Vinci al
ocaso de su riquísima existencia de pensador y ar-
— 198 —
tista, que hizo exclamar al Vasari, el periodista bió-
grafo difícil á la admiración incondicional, que pare-
cía uríincarnazione della divi^itá sulla terra.
¡Contemplación serena! Sólo el filósofo y el artista
llegan á ella; son el puro cristal en que el mundo se
refleja, la conciencia del universo que busca un mo-
mento de reposo del eterno devenir. En la santa con-
templación acaba el sabio del budhismo la vida y
toda obra de arte, sobre la cual el genio ha impreso
sus caracteres indelebles, es una contemplación déla
creación, la conciencia cristalizada de la idea que
rige el universo é inspira la materia.
Tocos, poquísimos son los grandes hombres sobre
cuyos hombros se levanta el progreso, y menos aún
aquéllos cuyas obras quedan desafiando el moho de
los tiempos: la historia es un inmenso cementerio cu-
bierto de hojas secas de las ilusiones marchitas de las
generaciones, y entre cuyo ramaje amarillo se levan-
tan unos cuantos monumentos que, en gratitud á la
posteridad, sigue adornando con siempre nuevas co-
ronas de laurel y madreselva.
Los grandes sabios quedan olvidados; su persona se
desvanece, y apenas refieren su nombre las historias
leídas por los especialistae de algún ramo del saber,
mientras que las verdades que hallaron, siguen ferti-
lizando los campos de la actividad humana. Más tris-
te suele ser el sino de los grandes guerreros, reyes y
hombres de Estado; generaciones posteriores les men-
cionan á casi todos con el odio y la reprobación de
una mentalidad diferente y de un estado de civiliza-
ción ante el cual parece barbarie que antes fué admi-
rada. ¿No nos parecen Changuis-Khan, Cortés, Na-
poleón y Bismarck perfectos bandidos, criminales que
asesinaron á millares de víctimas inocentes, movidos
por la avaricia y ambición?
Y para que ellos vivan en la posteridad, hacía falta
que un artista les de la consagración de la eternidad;
¿qué sería de Troya y su bella Helena, si Homero no
les hubiera eternizado? Sería una obscura aldea semi-
salvaje, saqueada por otra tribu de bandidos medio
desnudos, á causa de unos vulgares amoríos menos
sugestivos que los amoríos de cualquier gran duque
de la corte de los zares.
Si el universo ha encontrado en el cerebro humano
— 199 —
una conciencia, un reflejo donde se reproduce el in-
menso y misterioso devenir eterno, el cerebro del ar-
tista-filósofo, de un Platón, Dante, Shakespeare, Goe-
the, Schiller, Leopardi, Espronceda, Campoamor, Bal-
zac, es lo más grande y perfecto de la creación.
No cabe dudar que también han sido los más dicho-
sos del mundo, han gozado con mayor intensidad
que los demás·, un momento de inspiración divina
vale tanto como los goces de una larga vida de los
mortales ordinarios.
Schopenhauer en su estrecha ciudad alemana, y
Spinoza en su taller de cristales de Amsterdam, eran
felices. ¡Cuánto más felices no habrán sido los filóso-
fos que además de grandes pensadores eran inspira-
dos artistas, como Ricardo Wagner, Balzac, Beetho-
ven, y entre los contemporáneos Renan, Taine, Zola
y Echegaray!
Tal vez nos produce mayores goces, entre todas las
artes, la música, por su carácter etéreo, impondera-
ble, γ los músicos son quizás por esto los artistas más
privilegiados por la diosa felicidad.
Vibraciones de armonías del infinito, ecos misterio-
sos del fluido astral, es la música; el arte que con ma-
yor poder conmueve el alma y nos produce los goces
más sublimes de la contemplación artística.
Musik ist höhere Offenbarung
Als alle Weisheit und Philosophie,
escribió Beethowen. Sí, efectivamente, la música es
tina revelación más elevada que toda ciencia y filo-
sofía. Al estudiar la historia del desarrollo musical
de la humanidad, se refleja tal vez la tragedia más
hermosa y conmovedora del eterno Tántalo humano.
En su vida llevan los grandes músicos un encanto
especial, algo indeciblemente melancólico como la
sonata del claro de luna ó la serenata de Schubert, y
parece que su vida resuena como una armonía inde-
finida cual el último acorde de una canción de Schu-
mann ó el nocturno de Chopin, que nos conmueve-
corno ecos del mundo de los espíritus.
Cuan superficial resulta hoy la definición de Rous-
seau: el arte de combinar los sonidos de una manera
agradable al oido. ¡Un pasatiempo de niños! Los.
eternamente clásicos griegos hacían la música la.
— ;200 —
base de toda educación, y Platón, Aristóteles y Plu-
tarco, nos han dejado páginas reveladoras de la más
profunda inteligencia musical.
¡Qué lástima que aquellas revelaciones se han per-
dido en la noche veinte veces secular del cristianis-
mo! Pálidos reflejos se encuentran tal vez en la mú-
sica sagrada del canto llano y gregoriano, hasta que
Bach, Händel, Gluck y Beathowen, hallan de nuevo
la inspira 'ion del anhelo musical que tal vez había
ya encontrado su expresión en aquella feliz juven-
tud del género humano.
Lo más profundo é ingenioso sobre el genio ha escri-
to el filósofo, que con Platón, creo es el pensador más
grande de la humanidad. La manía de persecuciones
de que sufría, impide á Schopenhauer de gozar del
todo de su inmenso y talento; demuestra cómo pueden
desvirtuar pequeños defectos, el brillo de las cuali-
dades más brillantes. Así sirvió al filósofo del pesi-
mismo su genio para escrudiñar las sombras del co-
razón humano y las tinieblas de la existencia.
Apenas apercibe el goce que el genio creador sien-
te al dar vida á nuevos mundos, el éxtasis embria-
gador del artista ante su obra, del sabio ante el des-
cubrimiento nuevo, del pensador ante la solución del
roblema, cuyo enigma le atormentaba durante años;
chopenhauer siente con vengativa ironía el aguijón
de la envidia que le había perseguido, y dirige sus
dardos contra el vulgo ignorante, cuya ignorancia
misma es irresponsable: «El genio puede quedar, aun
después de haber ya demostrado su grandeza, un rey
ignorado entre sus propios subditos; porque sólo los
cerebros privilegiados pueden gozar verdaderamente
las obras suyas, y para discernirlas al principio
cuando todavía no están impuestas por la autoridad
de la celebridad, hay que poseer una notable supe
rioridad intelectual. Los tontos y pequeños aplauden
con sinceridad sólo lo necio y mezquino; si aceptan
las obras de espíritus grandes, es como imposición
del respeto, de la autoridad consagrada. Un imbécil
encuentra la tertulia de otro imbécil infinitamente
más agradable que la de todos los grandes ingenios
reunidos. Cada uno aplaude el eco de sus propios
pensamientos, el espejo de su propia inteligencia.
Contra el genio se confabulan todos, los necios en una
— 201 —
tácita conjuración del silencio, inspirada por la envi-
dia. El talento es un crimen de alta traición contra
la majestad de la tontería, y muy á menudo véncela
estupidez, porque el genio es sincero, ingenuo, inca-
paz á comprender toda la mezquindad y vileza de
las almas pequeñas.
Así se defiende el hombre superior contra la envi-
dia por su modestia, que no debe confundirse con la
conciencia de la nulidad de los pobres de espíritu á
quienes con razón se aplica el dicho de Cervantes:
«ruin sea el que por ruin se tiene».
Las mujeres guapas huyen de la envidia de las de
su sexo, eligiendo como amigas á las más feas; los
hombres de talento no tienen otro recurso que la sole-
dad, adonde se refugian los Schopenhauer, Kant,
Emerson, Beethowen, Miguel Angel y Leonardo da
Vinci; y si desean cambiar impresiones, se refugian
en la conversación sublime con los grandes espíritus
de todos los tiempos, sus amigos y compañeros ín-
timos.
Un deber de educación popular es hacer accesible
al pueblo las obras de los grandes genios en arte,
ciencias y poesía. Ya que no podemos dotar cada al-
dea de un museo y de una biblioteca, debemos inten-
tar, al.menos, que en cada, casa haya una pequeña
biblioteca de libros selectos* que sean, como las lam-
parillas ante los aitares, focos de luz del espíritu hu-
mano.
En este sentido he empezado una campaña en fa-
vor de ediciones populares de las obras de Castelar y
Pí y Margall, y no descansaré hasta que consiga que
algunos millares de obras de estos dos propagadores
de ideas progresivas estén esparcidas por todas
partes.
Cada nación tiene, ó debiera tener sus autores po-
pulares que forman la biblioteca doméstica del hogar
pobre, y cuya lectura inicia á los hijos en los proble-
mas de la vida. Así tiene Alemania sus grandes poe-
tas: Lessing, el librepensador; Schiller, el republica-
no, cantor, del tiranocidio, cuyo «Guillermo Tell», es
prohibido del teatro imperial de G-uillermo II, y Goe-
the, el Júpiter griego, que sonríe olímpicamente al
contemplar las necedades del mundo.
¡Qué escuela fortalecedora para el espíritu y el ca-
— 202 -
rácter! Ahí está la verdadera grandeza de Alemania.
Francia tiene sus Voltaire, Victor Hugo, Balzac y
Zola y, sobre todo, su grandiosa epopeya. îa Revolu-
ción. Italia adora en Dante, Leopardi y Manzoni, é
Inglaterra en sus.Shakespeare, Byron y Scott. ¿Por
qué no tieae también el pueblo español sus lares que
le inspiren como aquellos grandes poetas? ¿Serían
suficientes la socarronería burlona de Sancho y los
idealismos de Quijote?
Espronceda y Becker empiezan ya á entrar en las
chozas españolas, y Galdós y Campoamor se asoman
por sus umbrales; pero su influencia educativa no es,
ni por mucho, tan intensa como la de los alemanes
citados. Hay que fortalecerla por las obras de nues-
tros grandes pensadores políticos Castelar y Pí, que,
además de incomparables propagandistas, son artis-
tas, poetas inimitables.
Modernicemos la atmósfera que respira el pueblo,
llevando hacia sus hogares, en ediciones económicas,
las obras de estos maestros de la democracia espa-
ñola.
Que nuestros hijos aprendan á amar los ideales del
progreso en la «Historia del Movimiento Republica-
no en Europa>, de Castelar, y que nuestras mujeres
é hijas ensanchen su alma leyendo su hermosa «Ga-
lería Histórica de Mujeres Célebres» y sus sentidas
novelas «El Suspiro del iVIozo«, «Historia de un Cora-
zón», «Fra Felippo Lippi» y «Tragedias de la His-
toria».
Los «Recuercos de Italia», la «Vida de Byron», «La
Redención del Esclavo», «El Ocaso de la Libertad» y
las obras históricas sobre Lucano, los primeros siglos
del cristianismo y la Reforma religiosa, deben ser la
Bibia popul-ar, donde nuestra democracia aprenda á
ver las cosas del presente desde el punto .de vista de
la filosofía, porque Castelar es en sus obras históricas
un profundo filósofo sintético y un poeta inspiradísi-
mo; y el pueblo necesita conceptos sintéticos, amplios,
cosmopolitas,- el contacto con el aliento íntimo, que
hace del horroroso vaivén de los acontecimientos del
pasado una Comedia Divina que nos instruye y eleva
á las regiones sublimes de la belleza y de la verdad.
¿Quién no leyera otras mil vecös aquel célebre ar-
tículo «El Rasgo», del cual surgió la noche de San
- 203 —
Daniel de 1865, quitándole á Castelar la cátedra y
preparando la Revolución de 1868? Hasta la «Formu-
la del Progreso» de 1867, es hoy todavía la refutación
más acabada de los extravíos del socialismo marxis-
ta y una reivindicación de los eternos derechos indi-
viduales, puestos en peligro por los ciegos imitadores
del gran solista alemán.
La generación nueva tiene en las obras de Castelar
un espléndido eco del ocaso de la democracia espa-
ñola, y comprenderá mejor los errores del presente
cuando conozca bien aquel pasado. Hoy todavía tie-
nen actualidad los discursos célebres contra Mante-
rola y algunos republicanos que aplauden á Moret,
harían bien en estudiar lo anatemas que Castelar
fulminaba contra la Monarquía, y que renovaba al
borde de la tumba, tras un desmamo de desaliento
bien comprensible en un poeta, quien por su natu-
raleza suele impresionable y se deja desalentar por
la presión del ambiente.
La estulticie de la crítica adversa ha combatido las
admirables síntesis de Castelar discutiendo detalles
nimios, como si los inmortales cuadros históricos de
Rafael en la Capilla Sixtina tuvieran el fin de repro
ducir con exactitud los guijarros del camino. Caste-
lar da la filosofía, la poesía, la esencia de la historia,
como lo ha hecho Carlyle en Inglaterra, yambos son
en su género gigantes, cuyo predecesor era Tácito.
Hasta los errores de estos vates son instructivos y en-
señan más que toda la pedestre poligrafía de un gra-
fómano como Menéadez y Pelayo.
¿Y qué decir en encomio de las hermosas, castizas
y profundas obras de Pí y Margall que ya no se haya
dicho mil veces? La Historia General de América no
puede ignorar quién se ocupa del pasado de aquel
Continente, y sus «Luchas de Nuestros Días» refleja la
quinta esencia del pensar y sentir de toda una gene-
ración. Las nacionalidades quedará un monumento de
sana doctrina democrática, porque los mismos parti-
darios de la dictadura, en circunstancias determina-
das, no dejamos de reconocer que las autonomías mu-
nicipales y nacionales son el eje de la historia de los
pueblos y el ideal hacia dónde aspira la humanidad,
La idea de publicar el grandioso monumento de las
obras de Pí y Castelar en ediciones populares, ha sido
— 204 —
aceptado con un aplauso tan unánime, que no tarda-
rá en realizarse. No basta erigirles un monumento en
el Buen Ketiro y en el cementerio; menguado recuer-
do quedaría de aquellos cerebros, si sus obras, que son
su alma, no hablaran constantemente al pueblo, po-
niéndose en contacto místico con el alma española de
que son, con Espronceda, la más hermosa encarna-
ción.
Cando los admiradores de Herbert Spencer querían
que sus restos descansen en la abadía de Westmins-
ter, el panteón de los ingleses, se opuso la necedad y
el sectarismo de los sacerdotes anglicanos, porque el
filósofo no había sido creyente, y el mismo Wallace,
gloria de Jas ciencias, reconoció que la mejor manera
de honrarle era publicar sus obras en una edición ac-
cesible al pueblo. Los monumentos en bronce ó már-
mol han perdido su significación desde que la vani-
dad y los estómagos agradecidos han abusado de
ellos, y no sólo en España se levantan estatuas de los
Elduayen, Sagasta, Alfonso XII, Cánovas y ttctti
cuanti de calamidades nacionales, sino lo mismo su-
cede en Francia y Yankilandia. Éossini se burlaba
donosamente de la estatuamanía cuando una comi-
sión de sus entusiastas iba á verle. Intentó en vano
quitarles la idea; pero insistieron, porque era tan her-
moso que se le admirara en la plaza pública, y, ade-
más, ya estaba la cantidad recaudada...
.—Os haré una proposición—contestó el gracioso mú-
sico—: me dais la mitad de la suma, la otra la repar-
tís entre los pobres, y me comprometeré á presentar-
me todas las semanas el día del mercado en la plaza
de la villa para que mis conciudadanos puedan
verme.
La manía de las estatuas es una de tantas imitacio-
nes grotescas de la antigüe α ad. En el clinii de Italia,
pasen los monumentos en aire libre; pero cubiertos de
nieve me da mucha lástima verles á Cervantes y Mu-
rilío, y parece que me invitan llevarles á una habita-
ción abrigada. Infinitamente más propio es rendirles
homenaje publicando sus obras y reproduciendo sus
retratos, ya que la litografía moderna hace prodigios
de perfección y economía. En último caso, reco-
miendo una buena oleognifía de tamaño natural, que
sería un hermoso adorno, y una galería de retratos
— 205 —
de los grandes homares de todos los tiempos y países,
honraría el palacio más suntuoso.
¿Y por qué no tendría el ciudadano más pobre su
galería de antecesores espirituales, como la tienen las
casas aristocráticas con sus retratos de guerreros y
cortesanos?
Que nadie crea que al genio hicieran falta estos sig-
nos exteriores de admiración y gratitud; en su gran-
deza misma encuentra la mayor satisfacción; es un
mundo que se basta en su sublime unidad; es un blo-
que de granito que tiene el punto de gravitación en
sí mismo.
Felix quipotuit rerum cognoscere causas, dice Vir-
gilio, y bpinoza aconseja igualmente pensar en la en-
cadenación necesaria de las cosas para tranquilizar-
nos. Comprender las causas de las desgracias, nos
consuela. Al filósofo no extraña nada, ni se indigna
y desespera de nada: prevé todo y recibe la muerte
misma como á un amigo hace tiempo esperado que
le trae el reposo eterno, y casi siempre, al fin y al
cabo, deseado, porque aun la vida más hermosa y
rica, aburre; la comedia más divertida, cansa, y hasta
creo que los dioses del Olimpo intrigaban tanto entre
sí, porque estaban ya cansados del néctar ^ de la
ambrosía.
¡Toujours perdrix! El píllete coronado de Fernan-
do VII tenía razón, y explica la perfecta tontería de
la idea del Paraíso. Los santos se volverían diablos,
por aburrimiento.
Esta sublime sencillez que distingue al genio y se
manifiesta en el completo equilibrio de su vida, le
hace también justo y cariñoso en sus juicios sobre co-
sas y personas. Las grandes alturas dan grandes
horizontes.
Con admirable honradez científica reconoce Kro-
po.tkin que ha recibido la inspiración, para su bella
obra «Entre-Ayuda», que rectifica las exageraciones
del darwinismo con su brutal glorificación de la lu-
cha y del más fuerte, del profesor Kessler, de Livo-
nia, quien celebraba en 1880 una conferencia en Pe-
tersburgo sobre «La ley de apoyo mutuo entre los
animales.» Cita después á Goethe, que adivinaba esta
hermosa ley «que resolvía muchos enigmas», como
dijo en 1827 á Echermanu, y hace justicia á Espinas,
— 206 —
Lanessau y Büchner, que le prepararon el camino.
La victoria de Kropotkin sobre Huxley es completa,
j celebramos que este famoso darwinista haya pro-
vocado la hermosa obra del filósofo anarquista, como
refutación del libro «Struggle for existence and its
bearings spon Man».
Que los grandes genios no teman que la humani-
dad les olvida, aunque .sus descubrimientos y las ver-
dades que han hallado se hayan ya divulgado y sean
propiedad común de todos, siempre volvemos á las
fuentes con piadosa veneración; siempre se les reve-
renciará con gratitud; y aunque nos haga sonreír la
«Política» de Aristóteles y la «Política Positiva» de
Augusto Compte algunas veces, no dejaremos nunca
de reconocerles nuestros maestros, sin la enseñanza
en los cuales no hubiera sido posible construir el
vasto edificio de la política social, quo abrazara to-
das las manifestaciones de la compleja civilización
moderna.
Nuestra veneración y gratitud no será menos por
saber que cada hombre grande no es más que un foco
que concentra mejor que otros la luz de una época, y
que el paso hacia adelante que da de cada uno es real-
mente muy pequeño. Kant es el foco de los rayos de
luz de Hume, Locke y Descartes, y tal vez le ha dado
la reputación que goza la perseverancia con que ha
reunido, en un conjunto sistemático, las ideas disper-
sas de su siglo, favoreciéndole para esta labor de sín-
tesis su larga vida y su cualidad de profesor de Uni-
versidad.
Tampoco debe disminuir nuestro fervor por los
genios los casos de extraña ironía de la historia, don-
de un insignificante Amérigo Vespuccio se vea eter-
nizado, dando el nombre al continente descubierto
por Colón, y donde un pobre cómico de la legua, Gui-
llermo Shakespeare de Stratford, un bohemio borra-
cho, que en sus viejos días ejerce la profesión de
prestamista, se calce con la gloria de ser autor de las
obras inmortales del Conde de Eutland, según Bleib-
treu, ó del canciller Bacon, según otros críticos lite-
rarios de valía. El autor de aquellas obras hallaba
tanta dicha en su propio talento, que ni siquiera que-
ría que el mundo le conociera.
Ossip-Louriè, dice que hay un estado de dicha en
— 207
que el individuo ha conseguido la meta de sus aspi-
raciones ideales, y esta dicha pueden alcanzar sólo
los espíritus superiores. Los inferiores saben conten-
tarse con la satisfacción de los placeres más ó menos
materiales.
Así se distinguen los elegidos, sea moralmente ó
intelectualmente; porque la grandeza del alma puede
manifestarse por la hermosura moral, intelectual, ar-
tística ó de otros modos. En las escuelas deben ense-
ñarse á la juventud las vidas de estos bienhechores
de la humanidad, para estimular las ambiciones ju-
veniles .
¿No tiene razón Carlyle de calificar la historia «una
mina inagotable de biografías»? Y si es así, ¿por qué
no se enseña á la juventud las biografías de los gran-
des hombres, en los cuales se reflejan las épocas más
importantes, puesto que en esta forma concreta les se-
ría más atractiva y comprensiva? El método biográ-
fico es el más exacto y filosófico, y pedagógicamente,
el más útil.
Pero estos héroes no deben ser los del vulgo, los re-
yes y emperadores. Un Kant y Newton transforman
el mundo más profundamente que un Federico I y
Napoleón I, y Goethe influye más sobre su país que
un Moltke.
Hay que discernir, sin embargo, con mucho cuida-
do á los charlatanes de los genios, sobre todo tratán-
dose de los tiempos modernos y de contemporáneos.
Es tan fácil tomar un asno que berrea mueho, por un
león. Los yankees ó ingleses son artistas insuperables
del reclamo.
Un famoso ejemplo del egoísmo excéntrico inglés es
la vida y la filosofía de Herbert Spencer, descrita por
él mismo (An Autobiography, II vol., London 1904.)
Era el hastío que le puso la pluma en la mano. Sin el
calor de hijos ni parientes, sin entusiasmo por las ar-
tes ni por la lectura, representaba una máquina de
ideas. Para él no valían la pena ser vistas las obras
de Correggio, Rubens y Rafael, y jactándose de afi-
cionado á la pintura y la música, despreció las com-
posiciones de Mozart j Wagner. Se creía tan grande,
que ningún autor podía decirle nada.
¿Es uno de los elegidos de la humanidad ó sólo
un ejemplo clásico del hombre hábil, que sabe cons-
— 20S —

truirse fama y gloria universales artificialmente?


Balzac reprocha á Fedora, la bella rusa, «el deseo
de parecer original que nos persigue á todos*, y real-
mente no es mala esta aspiración, porque nos hace
formar un carácter, salir de la nada, ser personas, in-
dividuos. La escala termina con el genio, la quinta
esencia del individuo.
Pero también hay en aquella ambición el deseo de
conservar nuestro yo perecedero, y así se transforma
en una aspiración altruista: sobrevivir por nuestras
obras, nuestros pensamientos, ser eternos en la me-
moria de los demás cuando nuestro polvo se esparce
sobre las llanuras, y cuando ya hemos vuelto á la ma-
dre Naturaleza.
Imposible de todas luces es atribuir al genio cua-
lidades intelectuales, imaginativas, ó de carácter
esencialmente diferentes de las de los meros aficio-
nados.
Muchos aficionados tienen el genio latente en sí, y
no lo desarrollan porque las circunstancias no les fa-
vorecen. De todos modos, queda indiscutible que el
genio nace con las predisposiciones para un arte de-
terminado, y á veces es la resultante de generaciones
de trabajos encaminados á crear la notabilidad.
Así hay naciones predispuestas para los estudios
científicos, como los alemanes, ó para el arte en todas
sus manifestaciones, como los italianos; la oratoria
sagrada y profana encuentra un ambiente favorable
en España, y el talento de comerciante se desarrolla
preferentemente en Inglaterra, aunque el judío que-
da el tipo por excelencia de la especulación mercan-
til y bursátil. Del mismo principio hereditario y de
adaptación para funciones determinadas derivan las
ventajas de la costumbre antigua de que las profe-
siones se heredaban del padre al hijo, quien respira-
ba desde la niñez el ambiente propio de cada profe-
sión. Muchos secretos profesionales y habilidades se
transmitían de este modo mejor que hoy por los libros
y universidades.
Entre pueblos de antigua civilización se puede es-
tudiar un instinto estético que se hereda y que distin-
gue familias, ciudades y hasta naciones. El público
de cualquier ópera en Italia prorumpe en protestas
generales á la menor desentonación, que un público
— 209 —
inglés ó francés ni siquiera apercibe. Guj^au, el verda-
dero fundador de la moral y estética sociales, escribe
sobre esta obligación que el caudal heredado ejerce
sobre el individuo y que aumenta con la educación y
con el progreso. «El instinto estético lleva al artista á
buscar las bellas formas, á obrar según orden y me-
dida, á concluir todo lo que hace, y se aproxima mu-
cho á las inclinaciones morales, pudiendo, como ellas,
dar nacimiento á un cierto sentimiento de obligación
rudimentario; el artista se siente interiormente obli-
ado á producir, á crear obras armoniosas; una falta
e gusto le choca tan vivamente, como muchas con-
ciencias vulgares por una falta de comportamiento;
experimenta sin cesar con respecto á formas, colores
y sonidos, este doble sentimiento de indignación y ad-
miración que se pudiera creer resei*vado á los juicios
morales. El artesano mismo, el buen obrero, trabaja
con satisfacción, ama su trabajo, no puede dejarlo sin
concluir, sin repasar y retocar su obra. Este instinto
se encuentra hasta en los pájaros que construyen su
nido, y brilla con poder extraordinario en ciertos tem-
peramentos de artista; puede dar lugar, al desarro-
llarse, á una obligación estética análoga á la obliga-
ción moral; pero el instinto estético está sólo indirec-
tamente unido á la propagación de la especie: por esto
no se ha generalizado bastante y no ha adquirido una
intensidad suficiente. Sólo donde se relaciona con la
selección sexual, tiene una importancia verdadera; en
las relaciones de sexo tiene el gusto estético algo de
lazo moral »
Recomiendo las soberbias observaciones sobre la
moda y las mujeres de Arturo Schopenhauer en «Pa-
rerga y Paralipómena», y e n el curioso libro de su
discípulo y continuador Eduardo de Hartmann «Fe-
nomenología de la conciencia moral».
No debemos reprochar á los artistas su desorden
moral y la anestesia de sentimientos, que es tan fre-
cuente en ellos. Musset compara al poeta con el péli-
can, que desgarra su propia carne para alimentar
sus hijos. Así también nutre el artista sus obras, los
hijos de su alma, con la propia sangre suya. No im-
porta que el artista sea grande ó pequeño, célebre ù
obscuro, si siente vocación, y si no es tan sólo la va-
nidad que le lleva hacia el arte, es artista. El sobran-
u
— 210 —
te de sus lágrimas y de sus alegrías, de sus sufrimien-
tos y entusiasmos, no comunica al amigo, á la esposa,
á los seres queridos que le rodean, sino á menudo les
cristaliza en sus versos, sus novelas, sus lienzos, su
instrumento musical. Son sonámbulos que ignoran
lo que ocurre alrededor de ellos. ¿Qué significa el
llanto de un hijo enfermo, si hay tantos niños que su-
fren hambre, frío y enfermedad? ¿Qué les importa la
tristeza de una madre, si hay millares de madres que
esperan la consolación? Por lo mucho que les debe 3 a
sociedad, sería justo que juzgue con benevolencia
estos desvarios. Los Kant y Schopenhauer /no tenían
hijos, y nadie se lo reprochaba. ¿Cuándo haremos
justicia á los Heine, Voltaire, Shelley y Byron?
«Tener carácter, significa, según Guyau, confor-
mar su conducta á ciertas reglas empíricas ó teóricas,
a ciertas ideaseuerzas, buenas ó malas, pero que in-
troducen siempre la armonía y la belleza á la vez con
un valor moral. Tener carácter, es experimentar un
impulso bastante fuerte y regular en su fuerza, para
subordinar todos los demás impulsos.» El carácter,
para que le aplaudamos y le admiremos, debe tener
como base de sus aspiraciones, fines altruistas, por-
que, dé lo contrario, es odioso el aventurero como
Napoleón I, ó un gran criminal, ó, al fin, el desequili-
brado, el Nietsche, más ó menos aclamado por otros
egoístas desequilibrados.
Extraños errores cometen hombres como Taine, ex-
traviados por la exageración del factor ambiente,
circunatancias, estado social y económico, el mate-
rialismo en el concepto del progreso. Taine y Carlos
Marx pecan por el mismo error de no apreciar en
toda su importancia la influencia abrumadora de la
personalidad, del factor individuo, carácter.
«Si Cromwell no se hubiera encontrado en medio
de la Eevolución de Inglaterra, probablemente hu-
biera continuado la vida que llevaba hasta la edad
de cuarenta años, con su familia y en su comarca, pro-
pietario granjero, magistrado municipal, puritano
severo, ocupado con sus abonos, sus ganados, sus ni-
ños y sus escrúpulos de conciencia—dice Hypolito
Taine en su interesante obra sobre el Arte, y conti-
núa:—Eetrocédase la Revolución francesa por tres
— 211 —
años, y Mirabeau hubiera sido nada más que un no-
ble déclassé, aventurero y vividor.»
¡Qué extraña error en un pensador tan profundo!
Los Cromwell y Mirabeau imprimen á las revolucio-
nes su sello personal, y casi siempre son ellos que las
hacen estallar. Mirabeau agitaba durante largos
años, hizo conscientes los elementos de protesta, les
encauzaba y les lanzaba hacia fines concretos, en
parte ya propagados por otros grandes caracteres,
Voltaire, Rousseau y Diderot. Sin esta labor cons-
ciente de los grandes hombres, faltan los focos que
concentran las energías, y éstas se gastan inútil-
mente.
¿Qué hubiese sido de la Revolución si Mirabeau la
hubiera dirigido, en lugar de caer sin briíjula en ma-
nos de los espíritus movidos por las circunstancias é
incapaces á colocarse encima de ellas dominándolas
y dirigiéndolas?
Inglaterra tenía la gran suerte que su Revolución
fué dirigida hasta el fin por uno de estos grandes ge-
nios de la humanidad, y la de Francia fracasó, arras-
trando las crueldades inútiles de 1793, las locas gue-
rras de conquista de Napoleón y la reacción de 1815
hasta 1848 tras de sí, por haberse muerto Mirabeau y
por la desgracia de no encontrar un continuador de
aquel gran hombre.
Bismarck fué el guía de la Revolución alemana,
fracasada en 1848 por no bailar un gran carácter que
hubiera realizado el sueño de la República Germáni-
ca, y los horizontes de Krautjunker (noble patán)
han quedado característicos á la creación del gran ser-
vil, y el desgraciado pueblo alenián tiene que bacer
otra vez una Revolución para completar aquella obra
defectuosa. Si Lassille hubiera vivido, tal vez que-
dara Alemania grande y libre ya hace treinta años,
modelo para los pueblos del universo de una trans ·
formación social, científicamente realizada por un
pueblo sabio, sin pérdidas lamentables, ni trastornos
destructores de las revoluciones.
El talento sabe esperar pacientemente su hora, dice
Carlyle: años tras años trabaja en silencioso reco-
gimiento, seguro que la hora vendrá donde la nación
ó la humanidad le necesita. Esta modestia sublime y
esta tranquila fe en su gran destino, esta sencillez
— 212 -
con que se prepara para su obra de gigante, es lo ca-
racterístico del genio, y le distingue de la vanidad de
los que buscan el aplauso ó el lucro y los honores.
Bacon trabajaba así, desconocido del vulgo, y dos
siglos después de su muerte, le alcanzó la celebridad.
Lessíng, Goethe, Schiller, labraban su gran obra de
regenerar su nación, preparándola para encargarse
de ser el pueblo clásico entre los grandes pueblos,
guías de los tiempos modernos, pueblo que es el cen-
tro del pensamiento humano en la época actual, como
Grecia lo era hace dos mil años.
«Cuanto más trabajemos, menos expuestos estamos
á la tristeza. Escribiendo un libro, dice Zimmermann,
en su precioso Jíbro sobre la soledad, se disipa el mal
humor. A veces se coge la pluma en un momento de
tristeza, y cuando se la deja, el corazón ha recobra-
do su serenidad.» Es el efecto de la «concentrabili-
dad»; esta virtud que los frenólogos reconocen como
don innato de los hombres privilegiados. «Hagamos
que nuestro principal objeto sea proponemos desde
luego un fin dado en la vida, continúa el citado filó-
sofo, y aprendamos á dominar las circunstancias que
puedan torcer nuestra voluntad. Prescribiéndose un
objeto determinado, se resiste al peligro de perder el
tiempo y la vida». Sin embargo, esta concentración
de la actividad, debe aprenderse desde la juventud,
y uno de los objetos del estudio de todo buen peda-
gogo, es dirigir y concentrar las voluntades y aspi-
raciones hasta el fin determinado, que es la vocación
de la existencia de cada uno.
¡Pero cuan pocos encuentran al fin, después de lar-
g*as vacilaciones é infructuosos tanteos, su verdadera
vocación!
Que cada uno coopere honrada y modestamente á
aumentar el bienestar, la dicha de los demás, y el
fruto de esta labor altruista, será su felicidad propia.
Todos somos llamados, aunque pocos, poquísimos es-
cogidos para entrar en el Parnaso de los espíritus di-
rectores del género humano, y las artes nos servirán
á todos como guías y consoladores, y entre ellas· tal
vez nos impresionará, más que ninguna otra, la más
etérea, la más ideal, de la cual dijo Beethowen, el
gran pensador y músico más sublime, concentrando
la síntesis de su vida en la frase: «la música es una
— 213 —
revelación má3 elevada, que toda sabiduría y filoso-
fía». Los antiguos comprendieron la significación de
la música; Pitágoras dice: «que fortalece el carácter
y nos acerca á la divinidad»; Aristóteles reconoce
que «liberta el alma de las pasiones», y Platón la
llama «la precursora que prepara al hombre para la
filosofía». El estético más celebrado de los filósofos
del arte, D. Teodoro Vischer, da á la música mayor
importancia que los antiguos, y dice, como Beetho-
wen: «Es el ideal mismo, el alma de todas las artes,
revelado al hombre; el secreto de todas las formas,
una divinación de las leyes del universo, y á la vez
el ideal diluido; la música tiene todo y nada; es ob-
jetivo é ideal; un manantial de goces puros y subli-
mes, que parece anhelar la manifestación clara y
distinta de la voz humana, para descifrarnos los eter-
nos enigmas del universo».
I Eco de las armonías infinitas! «Lengua de los ge-
nios, exclama Herder, que va directamente al alma,
hablándonos del espíritu de la creación», y G-oethe,
reconoce que «la música expresa, con mayor intensi-
dad, la dignidad del arte, porque no tiene materia
que impidiera que su forma y contenido lleguen á la
más sublime y noble expresión». Para el gran Bee-
thowen, era la música la religión más sublime que
une el corazón humano con la divinidad, como nin-
guna de las religiones positivas, creaciones pobres y
mezquinas de vanidades y pasiones humanas.
^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ N ^

III

«Sin extraviarse demasiado en el reino de la Utopia,


puede presentarse ante la vista de los hombres de hoy
un estado social muy diferente del actual; un medio
ambiente donde la verdad demostrada reinaría sin
disputa, donde todos trabajarían sin intenciones avie-
sas y sin temor de extender el dominio de la verdad.
La utilidad social definido científicamente, sería de
guía y regla al legislador y al moralista.
Si esta sociedad sale una vez del limbo, reconocerá
las leyes de la evolución y se practicará en ella cons-
ciente y voluntariamente la selección del más fuerte,
del mejor y del más inteligente. De tal modo serán
organizadas las cosas que las probabilidades del éxi-
to serán iguales para todos los concurrentes al princi-
pio de la carrera de la vida.
La educación é instrucción, científicamente combi-
nadas para desarrollar al hombre bajo el concepto fí-
sico, moral é intelectual, serán ofrecidas á todos los
individuos, para que aquél que quiera suba hasta los
escalones más elevados de la sociedad.
Habrá desigualdad en esta nueva sociedad; pero
la desigualdad racional, basada sobre la diferencia
de las aptitudes y facultades.
La influencia, el poder, hasta la fortuna, serán re-
gladas según el grado de desarrollo que el individuo
alcance. Al principiar la vida, habrá igualdad; al
terminarla, habrá desigualdades; porque para durar
y progresar á medida de lo posible, es indispensable
— 216 —
que una sociedad sea dirigida por los mejores y los
más inteligentes de sus miembros.
Habrá, pues, una jerarquía social, pero una jerar-
quía razonable y justa, basada sobre el valer perso-
nal y probado, por consiguiente indiscutido é indis-
cutible.
De esta edad de oro caminará el progreso con velo-
cidadprogresiva é incompensible á nuestra actual so-
ciedad anárquica; y el hombre, á la vez más dichoso
y poderoso, establecerá su imperio sobre la natu-
raleza . »
Nada tengo que añadir á esta admirable síntesis,
que el célebre antropologista Charles Letourneau, hace
de la sociedad del porvenir.
En frente á esta perspectiva hermosa, presentamos
un retrato de la sociedad actual, pintado á mano
maestra por SebastiánFaure, en «ElDolor Universal»:
«Por más que para buscar un hombre feliz cojo la
linterna de Diógenes, en ninguna parte lo encuentro,
ni entre los patronos, ni entre los obreros, ni entre los
propietarios, ni entre los pobres, ni entre los instrui-
dos, ni entre los ignorantes, ni entre los directores, ni
entre los dirigidos.
»Los males no son en todas partes de la misma na-
turaleza. Los que roen á los dé arriba, no son los
mismos que matan á los de abajo- las llagas están,
aquí en el estómago, allí en el cerebro, más allá en
el corazón; unos sufren, sobre todo, en la periferia,
otros en el centro. En los capítulos siguientes, vere-
mos si esos males deben ser atribuidos á una causa
única, ó si conviene hacerlas proceder de causas di-
ferentes.
»Por ahora, basta dejar sentado que á cualquier
dado que se mire, á lo alto ó á lo lejos, no se encuen-
tra más que dolor. Cien veces, mil veces he oído decir
en reuniones públicas, que con el poder y la riqueza
tienen los grandes aseguradas las felicidades todas,
implícitamente,al menos:,en esta opinión se inspiran
todas las re vindicaciones socialistas. -Oradores y pu-
blicistas, paréceme que se engañan: el sufrimiento
está en todas partes; visita el palacio como la morada
del pobre; más se presenta bajo aspectos que cambian
á cada instante, y á través de sus incesantes emigra-
ciones se metamorfesea hasta lo infinito.
— 217 —
»La vida no es más que un prolongado martirio
desde el vaguido del niño, hasta el postrer suspiro
del moribundo; el tormento liga la cuna con la fosa;
la alegría de vivir no es más que una frase. Disgusto
inmenso se apodera de la Humanidad: «La vida es
»tonta, dicen unos, y no merécela pena de que se ha-
»gan tantos esfuerzos por conservarla!—¿A. qué vivir,
»dicen otros, si ha de ser para sufrir sin ce?ar?»
»Bostezan los primeros paseando por todas parte3
su aspecto aburrido, melancólico ó lúgubre; gimen
los otros arrastrando su esqueleto harapiento y ma-
gullado.
»Shopenhauer impera: «La existencia es un mal, el
»mundo es la historia natural del dolor; toda vida es
»sufrimiento», y el autor de la «Filosofía de lo incons-
ciente», el célebre Hartmann, triunfa: «La vida es y
»no puede ser más que sufrimiento, el único remedio
»está en el aniquilamiento del globo y de sus habi-
tantes, por la ciencia humana conscientemente diri-
»gida á este objeto». Y ambos augures del pesimismo
dejan oír su horrible risa sardónica. ¡Viva Hartmann,
viva Schopenhauer!...
»¿Serán verdad las palabras del Evanlegio: «La di-
cha no es de este mundo?* ¿Será la tierra un valle de
lágrimas?
»El furioso aquilón doblega con su aliento podero-
so, los árboles de la selva, los grandes y los pequeños,
la encina y la caña. Así sopla sobre la tierra un vien-
to de miseria material, intelectual y moral que abate
las cabezas todas; la de los grandes como las de los
chicos, las de los poderosos como las de los débiles,
las frentes altivas como las humildes. El martinete-
pilón del sufrimiento aplasta generaciones, sin dete-
nerse jamás; el cáncer del dolor extiende en la huma-
nidadsus llagas cada vez más horribles.»
Oíganse, después de este suspiro generoso, á los ad-
versarios del socialismo, los Vogüé, θ-arófalo, el cé-
lebre autor de la «Superstición socialista*, Lombro-
so, Nordau, Tarde y Le Bon, que protestan contra la
nueva fe, reconociéndola, sin embargo, por tal.
Este último, exclama en su «Psicología del Socia-
lismo» (París, 1899): «Para comprender la fuerza ac-
tual del socialismo, hay que estudiarlo, sobre todo,
— 218 —
como una creencia; entonces se hará constar que re-
posa sobre bases psicológicas muy fuertes. La histo-
ria de todas ]as creencias, de las creencias religiosas,
sobre todo, demuestra suficientemente que su éxito
ha consistido á menudo del todo independiente de la
parte de verdad ó error que poseyeran.
Bajo el punto de vista de su porvenir, como creen-
cias religiosas, poseen las nuevas concepciones socia-
les innegables elementos de éxito. La nueva doctrina
responde perfectamente á las necesidades y esperan-
zas actuales. Aparece en el.momento preciso donde
acaban de morir las creencias religiosas y sociales de
nuestros padres, y está dispuesta á recoger la heren-
cia de sus promesas. Sólo su nombre es una palabra
mágica, que sintetiza nuestros ensueños y esperanzas
como el paraíso antiguo.
La nueva religión que constituye el socialismo, en-
tra en la fase donde la propaganda se hace por após-
toles. A estos apóstoles principian á unirse algunos
mártires, que constituyen un nuevo elemento de éxi-
to. Después de las últimas ejecuciones de anarquistas
en París, ha tenido que intervenir la policía para im-
pedir los piadosos pelerinajes á la tumba de los már-
tires, y la venta de su imagen rodeada de toda clase
de atributos religiosos. El fetichismo es el más antl·
guó de los cultos, y será tal vez el último. El pueblo
necesita siempre algunos fetiches para encarnar sus
ensueños, sus deseos y sus odios. Así se propagan los
dogmas, y.ninguna razón podrá luchar contra ellos.
Su fuerza es invencible, porque se apoya sobre la
«desesperante» imbecilidad de las muchedumbres,, y
sobre la eterna ilusión de la dicha, cuyo fantasma
lleva á los hombres impidiéndoles á apercibir las ba-
rreras de lo imposible, entre sus deseos y sus en-
s-ueños».
Abstracción hecha de los denuestes que bien le pu-
diéramos devolver con creces, nos importa hacer
constar que nuestros adversarios reconocen la inmi-
nencia de nuestra victoria definitiva. Importa ahora
definir claramente el Ideal de la nueva fe, y los do-
cumentos más fehacientes son las palabras textuales
de los pensadares del socialismo que voy á reprodu-
cir, añadiendo lo menos posible mis observaciones
personales para que. el cuadro resulte fiel al natural
— 219 -
Presintiendo los estremecimientos de la Revolución
de 1&48, dirigió Michelet, pocos momentos antes de
aquel movimiento, sus conferencias «A los Estudian-
tes» de París, donde se queja del abandono en que los
hombres de la gran Revolución francesa habían de-
jado las escuelas, la juventud: «nuestros legisladores,
dice, vieron en la educación un suplemento de las le-
yes, abandonándolas ai fin de la Revolución, cuando
la educación era lo primero con que debieran haber
principiado». Reclus, el gran geógrafo, sigue los con-
sejos de su maestro; incansable es este anciano en
arengar á los jóvenes, y en particular á la juventud
universitaria.
Su folleto dirigido á ella, explica los ideales que
animan y que debieran animar á los futuros directo-
res de Financia. Dignas de estudio son las frases del
sabio propagandista, para que los jóvenes y los viejos
en España se fijen en ellas.
¡El nuevo ideal, la nueva fe! ¡Quién se atrevería á
reducir en pocas palabras el progreso indefinido de
la ciencia contemporánea! ¿Quién sabrá dar el nom-
bre á todo un mundo nuevo de sentimientos é ideales?
Reclus lo interna y exclama:
«Si la palabra Ideal tiene verdaderamente un sen-
tido, no es bastante ver en ello sencillamente el deseo
de lo mejor, el anhelo languideciente de la dicha, un
vago y melancólico deseo de un mundo menos odioso
que lo es nuestra sociedad contemporánea, sino hay
que darla un valor preciso, determinar en la plenitud
de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad el ob-
jeto de nuestras incesantes aspiraciones. ¿Cuál es este
ïdeal?
»Para los unos consiste en volver resueltamente
hacia atrás la infancia de las sociedades, en renegar
de la ciencia, en posternarse de nuevo delante un Si-
nai tronante bajo la mirada de un Moisés temido, in-
térprete soberano de las leyes divinas. A este ideal de
obediencia y renuncia perfectas oponen los anarquis-
tas (ó sea socialistas-libertarios en oposición á los so-
cialistas-autoritarios) otro ideal de libertad completa
del individuo y del funcionamiento espontáneo de la
sociedad por la supresión del privilegio y del capri-
cho gubernamental, por la destrucción del monopolio
— 220 —
de propiedad, por el respeto mutuo y la observancia
razonada de las leyes naturales.
»Entre estos dos ideales no hay término medio: con-
servatismo y moderantismo; liberalismo, progresismo
y hasta socialismo autoritario no son más que políti-
cas de compromiso, imaginadas para volver atrás ó
para navegar tímidamente hacia un porvenir de li-
bertad. Pero para el conjunto de las evoluciones sólo
puede haber dos términos: el anonadamiento en Dios,
ó la perfecta liberación del hombre, hecho su propio
amo.
»Estudiemos únicamente este último término, hacia
el cual se dirigen consciente ó inconscientemente to-
dos ios jóvenes, todos aquellos que sienten en sí una
poderosa savia de vida. ¿Pero cómo se dirigen hacia
él? Los inconscientes predominan; se dejan ir, empu-
jados por el azar, profesando al menos en sus pala-
bras un excepticismo, aunque estén inspirados por
mejores instintos.
»Importa ante todo librarles ylibrarnos á nosotros, á
la vez, de esta fraseología enervante. ¿Con qué porve-
nir hay que contar si es verdad que no hubiera nada
nuevo bajo el sol, á pesar de los mil contrastes apa-
rentes; que las luchas entre los hombres serían siem-
pre conflictos de fuerzas brutales y que siempre de·
ben sucumbir inevitablemente los débiles? ¿Para qué
entonces nos sirve predicar una sociedad mejor don-
de todos tendrán pan, libertad y justicia? Nuestras
palabras serían sólo sonoridades momentáneas, y el
sabio debiera limitarse á comer, beber y amar, como
lo ha dicho Ecclesiasto hace más de dos mil años, re-
pitiéndolo desde entonces bajo todas las formas tan-
tos poetas y poetastros. Sería la filosofía suprema de
tomar la vida como viene, y cuando se nos presenta
acompañada de un cortejo demasiado penoso de difi-
cultades y molestias, sería lo mejor ponerla un térmi-
no: una pequeña bala, una gotita de veneno, y la pe-
sada broma de la existencia tendría su fin.
»Sin duda, entre los jóvenes es el suicidio raro; pero
la manera de pensar que le justifica, es demasiado
frecuente, y hay, además, mil maneras de dejarse
morir sin el grosero espectáculo de la sangre. Lo más
cómodo es renunciar á -la voluntad de saber, á la
amarga curiosidad de buscar lo desconocido; se aban-
— 221 —
dona á la corriente; se aceptan las opiniones hechas,
repitiéndolas por costumbre; se desprecia todo esfuer-
zo, irritándose contra toda audacia; ya que la vuelta
á la antigua fe es imposible, puesto que no se puede
resucitar el pasado, se hace como si aun se pertenece
al «rebaño de los fieles»; se habla con unción de las
virtudes teológicas; se practica la gazmoñería co-
rriente, sin fuerza y sin voluntad de buscar la ver-
dad; se cae en una baja hipocresía, y se llega pronto
al fin deseado, que es el anonadamiento de las cuali-
dades viriles. Es la verdadera muerte; y aunque la
otra muerte venga más pronto ó más tarde, sepulta
en el féretro un objeto que ya hace tiempo era ca-
dáver.
»Pero, por decididos que sean los pesimistas y los
vividores, aperciben el cambio que se prepara, como
en un navio que hiende las olas agitadas, sienten los
estremecimientos de la armazón, los quejidos de la
masa vibrante que les lleva, y, á pesar de sí, se hacen
eco de las sacudidas. Como una sombra gigantesca se
proyecta el porvenir sobre su presente: la cuestión
social, ó como antes lo dijeron despreciativamente,
las «questiones sociales» se presentan ante ellos y exi-
gen una solución. El nuevo orden de cosas hace tan-
to tiempo anunciado, se prepara á nacer, y ante este
problema, cuya solución será el punto de partida de
la era humana por excelencia, caen todos los demás
problemas en una insignificancia perfecta.
»Hay, entre las palabras atribuidas al Cristo legen-
dario, una, que las gentes devotas y bien alimenta-
das citan con unción particular: «Habrá siempre po-
bres entre nosotros». Pero de abajo se levanta una
voz: «¿Por qué habrá siempre pobres?» Y en todos
los que sienten, piensan y razonan resuena el eco:
«¿Por qué?»
»Hasta ahora se creía, en efecto, que no había sufi-
ciencia de pan y que era necesario disputarlo de los
demás, como los puercos se lo disputan ante la pocil-
ga. Esto se creía, y aun se lo lee hoy, en lenguaje
frío y correcto, en las obras de economía política.
Pero en la actualidad se sabe que las espigas crecen
en número suficiente para dar el pan á todos. La cruel
lucha material es, pues, inútil, y bastaría un acuer-
do para dar el pan á todos. Desde el momento que
— 222 —
esta convicción habrá conquistado las inteligencias,
¿creéis que continuará la lucha insensata, desde lue-
go innecesaria? La verdad matemática se impone, y
el mundo se transforma- Dejaremos de oir la voz do-
lorida, el continuo lamento que se levanta desde los
abismos, imposibilitando todo trabajo alegre: * [Falta
pan; falta pan!»
»Así comprendemos nosotros el eje de la'historia:
todas las vicisitudes, todas las revoluciones de los si-
glos pasados han tenido, bajo mil apariencias diver-
sas, una causa única: la falta de pan. ¡Y esta causa
eterna de discusiones y de obras va á desaparecer!
Llegamos al momento crítico de la vida social, donde
el mundo dará una vuelta por su eje. Por coi tas que
sean nuestras vidas, en comparación con las lentas
evoluciones de la humanidad, muchos de entrs nos-
otros asistirán tal vez al gran cambio; y todos lo po-
demos apercibir si prestamos atención á las señales
precursoras. ¡Y en este momento histórico se aburren
los jóvenes desilusionados del porvenir, y piensan
divertirse á muerte exclamando: no vale la pena de
vivir!
»Y, sin embargo, parece tan natural que toda la ju-
ventud, con el entusiasmo propio de la edad, se pre-
cipite hacia las cosas nuevas, acechando el porvenir
que se prepara. Recuérdese aquellos tiempos heroicos
de las sociedades estudiantiles {Burschenschaften) de
Alemania, cuando se trataba de derrumbar la tiranía
de Napoleón í, y después las de las Universidades
francesas hacia el fin de la Restauración, y en los
años que precedieron la Revolución de 1848.
»Entonces eran los estudiantes mucho menos nu-
merosos que hoy, pero parece que en la historia de
sus países representaban muy otro papel; se arroja-
ron en todos los movimientos del romanticismo, del
republicanismo y del socialismo; no podían pensar
siquiera que había sociedades más abiertas que las
suyas á todas las ideas nuevas. No era esto sólo la
efervescencia del ensueño, la superabundancia de
energías elementales ó la exhibición teatral en frente
al ciudadano filistino.
»¡Cuántos de ellos supieron morir ó sufrir, en las
prisiones! ¡Cuántos también, penetrados de una idea
directora, se hacían los apóstoles de una fe social re-
— 223 -
novadora, sacrificando fortuna, posición y carrera
lucrativa!
»Cuando el Saint-Simonismo y el Fourierismo esta-
ban aún en el verbor de la juventud, se precipitaban
los estudiantes para llenar las filas de aquellos revo-
lucionarios del pensamiento, afrontando las calum-
nias, las persecuciones y los calabozos.
»El ejército actual de los estudiantes europeos
aunque crecido hasta cerca de cien mil jóvenes, ejer-
ce en el mundo de las ideas una influencia mucho
menor de la de sus antecesores. Sólo por centenares,
y ya no por millares, cuéntase la juventud escolar
que, bajo diversos nombres, se agrupa en sociedades
fervientes del progreso social, dejando al segundo
lugar sus intereses personales.
»¿Cómo se explica esta prudencia conservadora de
los jóvenes, en desacuerdo completo con el movimien-
to del siglo?
¿Los mismos profesores suyos lo señalan, pero tal
es el engranaje social, que el mecanismo universita-
rio se conserva fatal mente con todas las consecuencias:
cierto es que desde el primer día de colegio se falsea
la vida normal del individuo.
»¡Qué decir de una educación que lleva el peligro
en sí de lastimar la espina dorsal, disminuir la agu-
dez de la vista; pervertir las inclinaciones y debili-
tar la virilidad! ¿No consigue lo contrario de lo que
siempre fué el fin principal de la educación: la fuer-
za, la gracia y la belleza?
»Los indios de América y los indígenas de Austra-
lia, preferían, como los antiguos griegos, una vida de
aire libre para su juventud; de carreras y de ejerci-
cios, que les transformaban en hombres hábiles, dis-
puestos, y resplandecientes de vigor. Entre nosotros,
los jóvenes con ma^or esmero educados, suelen ser
las muestras más tristes de debilidad muscular. La
estadística medical afirma que más de la mitad de
los jóvenes sabios de los colegios superiores, están
imposibilitados para llevar una vida de fatigas; de
cada tres jóvenes son dos inválidos, y entre los que
han perdido la salud, hay tantos que ni siquiera tie-
nen la ventaja de guardar intacto su mecanismo ce-
rebral, que funciona penosamente, habiéndoselo can-
sado por excesos.
— 221 —
»Sin duda alguna pueden citarse numerosos casos
de hombres con una constitución robusta, con vigor y
habilidad de sus miembros, y al mismo tiempo con
claridad y flexibilidad de inteligencia; pero estos ca-
sos constituyen la excepción y no la regla; no se lo
deben á las condiciones ordinarias de la educación,
sino casi siempre á los privilegios individuales que
gozan como afortunados. Las víctimas de la educa-
ción se dividen en dos grupos naturales: los volup-
tuosos que se agotan y esterilizan por el vicio, y el
excepticismo, y algunos raros jóvenes delicados que
conservan la llama del ideal en el corazón y quieren
perfeccionarla.
»Si la educación de la familia y de las universida-
des desarrolla al niño y al joven sin respetar el equi-
librio normal de su ser, dejándole ver la calle y el
campo sólo á través de rejas, si le agota y empobrece
físicamente, ¿qué hace de su carácter?
»|Ay, las costumbres no lo han permitido hasta
ahora, que se respeta la individualidad en el niüo
como Ja de un ser igual en el porvenir, y tal vez de
un ser superior por su desarrollo intelectual y moral.
Son raros ios padres que ven en su hijo un ser cuyas
ideas y cuya voluntad están llamadas á crecer de
una manera original, y raro es el pedagogo que no
busca dictar á sus discípulos sus opiniones, su moral
particular, y no trate de facilitar su tarea imponién-
dole la obediencia.
»Por cierto, la instrucción que recibe la juventud
nos asusta con razón, pero mucho más temible es el
movimiento económico de las sociedades.
»(?A qué fin van encaminados por la fuerza de las
cosas, todos, jóvenes y viejos? ¿Qué es el ideal vul-
gar y común de aquellos que se dejan llevar por la
corriente?
«El viejo Quizot lo proclamó hace mucho tiempo,
con el cinismo de los hombres austeros: «¡Enrique-
ceos; enriqueceos!» Los estudiantes saben que acu-
ñarán moneda con sus diplomas: «La ciencia es dine-
ro»; pueden decir por sí, ó repetirlo en alta voz en
momentos de expansión».
Si estas palabras del gran libertario pudieran ser
sospechosas para algunos, que oigan los consejos que
da á la juventud eí catedrático de la Universidad de
— 225 —
ideas moderadas, Ernesto La visse: «No limitéis vues-
tros estudios á los libros. Ningún libro tiene la fuerza
instructiva de la observación y de la vida. La vida
entre el pueblo, porque en él encontráis lo qae falta
á la clase media: la energía moral, la gran voluntad,,
la fuerza para obrar y para sufrir. Los que sufren
atraviesan el tiempo valiente y pacientemente; son
los únicos que conocen los misterios déla vida. Si no
conocéis realmente seres y familias para quienes la
vida es una batalla empezada cada mañana de nue-
vo y frecuentemente perdida, si no mezcláis vuestra
existencia á alguna otra incierta y azarosa, os priváis
de conocer la vida como es, de oir las lecciones vigo-
rosas de la moral vivida y el llamamiento directo á la
humana simpatía, esta fuente viva de la acción.
>Pero no sólo Ja educación del corazón hay que pe-
dir del pueblo. Vivís en un cierto estado de civiliza-
ción resumido en algunas fórmulas, cuyo conjunto
representa vuestra concepción de la vida y vuestra
sabiduría. Pero ¿de dónde vienen las civilizaciones?
Una fuerza oculta obra contra la fórmula escrita;
pide otra más ancha, más humana. No conoce su tex-
to, pero la desea, y si nadie la encuentra, nace como
Sansón, derrumbando las columnas que se caen sobre
la mesa de los que festejaban y que creyeron en la
antigua fórmula que les parecía la belleza definitiva.
La observación de las masas profundas descubre el
porvenir que avanza; nuestra sabiduría de hombres
cultos no es toda la sabiduría. Hay una sabiduría
instintiva, la rectitud del instinto natural, la inspira-
ción popular, la experiencia práctica de aquellos que
trabajan y llevan el mayor peso de la vida.»
iQué hermosa coincidencia con las palabras de Je-
sús, que también apelaba de la sabiduría de los fari-
seos á la sencilla intuición del pueblo!
A los excépticos que no creen en la unión del pue-
blo y de la inteligencia, dice el noble idealista: «La
democracia nuestra reconoce el «derecho de los débi-
les», y éstos han dejado de ser mudos. Todo un Códi-
go de leyes nuevas atestigua el progreso de la justi-
cia social, Sí; pero ¿la concordia, el amor? ¡Oh, cuan
lejos estamos todavía! Jóvenes, podéis trabajar en
unir las partes separadas de nuestra sociedad; así
aprenderéis la vida del trabajador, sus necesidades
15
— 226 —
y sus miserias, y las ideas de justicia social se desta-
carán en vosotros con mayor claridad. Vuestra inter-
vención disipará ios mal "entendidos, y tal vez odios
y quimeras peligrosísimas que germinan en cerebros
obscuros. Una vez ei hielo roto os creerá gustoso el
pueblo, porque tiene un respeto inato á aquel quien
estudia. Cada uno de vosotros puede hacer mucho
bien y mucho mal. La suma de vuestras acciones ais-
ladas, buenas ó malas, constará en los destinos de
nuestro país.»
Parécese oir á un agitador socialista, ir entre el
pueblo, mezclarse entre los desheredados, entre los
humildes é ignorantes para saber las soluciones de
los arduos problemas de los tiempos presentes.
Aprender la ciencia social en la vida misma, estu-
diar las necesidades del pueblo y acudir á los que su-
fren para llevarles el apoyo de la ciencia, no signifi-
ca la adulación baja al snob, y no quiere decir que las
masas desheredadas enseñarán la sociología á los sa-
bios, sino significa iVnicamente que los sabios deben
estar en contacto constante con el pueblo, porque ios
Estados democráticos están basados sobre la voluntad
de las mayorías, y si no queremos vernos arrastrados
á locas quimeras, es preciso que estas masas reinan-
tes estén satisfechas con el orden social existente, es
preciso que las clases «directoras» eviten los trastor-
nos de un pueblo desesperado, capaz á toda clase de
excesos, dirigido por gente sin conciencia que nunca
faltan en las grandes" conmociones populares y que
suelen instigar al pueblo á los actos de venganza que
llevan tras Sí la reacción ó la dictadura.
En Francia ha perdido la juventud de las Universi-
dades la influencia política que tenía en 1830, donde
destituyó una dinastía. Ya en 1848 eran los agitado-
res hombres, y apenas se distinguieron los estudian-
tes en algunas barricadas. La perniciosa «lucha de
clases» predicada por Marx ha alejado en toda Euro-
pa la juventud inteligente del movimiento revolucio-
nario, desde luego ya esencialmente socialista. Con
<il creciente descrédito del marxismo vuelven las co-
rrientes de atracción misteriosa entre juventud y pue-
blo, y en Francia, España é Italia está organizándose
unac órnente en este sentido que promete transformar
completamente el carácter del movimiento socialista f
— 227 -
quitándole los resabios de sectarismo y de egoísmo de
clase. Pedro Dorado Montero ha reflejado este movi-
miento en Italia, que principia á extenderse también
á las Universidades españolas, en su interesante libro
«El positivismo en la Ciencia jurídica y social italia-
na». (Madrid 1891.)
Característico- á la mayor parte de los profesores es
cierta pedantería, el afán de sistematizarlo todo, en-
contrar «fórmulas», inventar teorías nuevas que de-
fienden con gran aparato de sabiduría de poco peso,
porque revela casi siempre mucha lectura y escaso
criterio y más escasa originalidad, y last nof least el
ridículo magister dixit, calidades propias ai profeso-
rado que explican la circunstancia que Marx ha en-
contrado en las Universidades italianas y españolas
varios partidarios, por ser el socialismo pedante y
autoritario por excelencia. Tanto más hay que esti-
mar que la tendencia opuesta libertaria tenga su re-
presentación en el citado profesor de Salamanca,
cuya actividad é influencia sobre la juventud es tal
vez tan grande que la de Francisco Giner, quien,
por cierto, también se inclina más bien á la tenden-
cia libertaria, declarada criminal por la imbecilidad
de los Gobiernos de la Restauración.
«La tendencia déla nueva Filosofía ideo-naturalis-
ta, como la llama Cavagnari, es la de constituir una
sociedad en que la libertad impere, una sociedad en
que todas las relaciones sean contractuales (el pacto
de Pí prestado de Proudhon). Lo cual en nada se
opone á que la sociedad sea un organismo y á que se
rija por leyes inviolables; pues la libertad que.se pide
y se desea no es el arbitrio individual caprichoso,
sino el libre desenvolvimiento de las facultades de
cada uno en su propio campo y esfera, el desempeño
de la función que, en la obra común, está á cada cual
asignada, sin que los otros se lo impidan ni le estor-
ben: el ejercicio, en suma, de una libertad dirigida
por la razón en el cumplimiento del fin propio de
cada uno. En la sociedad ideal—continúa Dorado
Montero, apoyándose en palabras de Fouillée,—cir-
cula é irradia un mismo pensamiento de unos à otros;
el sentimiento de uno es el de todos; cada uno, ha-
ciendo lo que quiere, hace lo que quieren los otros;
siendo, por tanto, libre y segura á la vez la armonía
— 228 —
de las voluntades unidas por un contrato recíproco.»
¿No es el ideal· del catedrático español idéntico con
el de Reclus, Fouillée, Lavisse? ¿No hay ya un lazo
ideal que une las diferentes naciones y que sólo hay
que fortalecer para que el ideal se transforme en rea-
lidad? Es una Internacional invisible de pensadores
generosos. «El ideal que todos nos proponemos en la
vida social es el ideal de la justicia, de la libertad,
del Derecho, ele la fraternidad. Cuanto más la socie-
dad avanza y la civilización crece, tanto más desea-
mos el imperio de la justicia, el imperio de la liber-
tad y del Derecho. Son los más salvajes los pueblos
que sustituyen el Derecho libremente realizado, el
orden adquirido por la fuerza; son más civilizadas
las naciones cuando sus miembros ejecutan volunta-
riamente y por deber lo que, á no ser así, se les exi-
giría por la coacción. Solo que aquí ocurre la duda
de si la constitución de la sociedad como un organis-
mo voluntario es una cosa realizable, ó es más bien,
un idea]. A lo que se nos contesta que es cierta-
mente un ideal, pero un ideal realizable, pues, en
caso contrario, sería una quimera, y entre una y otra
hay- esenciales diferencias. La quimera es estéril,
como los monstruos que, no pudiendo nacer, no pue-
den tampoco procrear·, el ideal es fecundo, como las
concepciones creadoras del poeta, del artista, del filó-
sofo, que pueden hacer surgir un mundo enteramente
nuevo de ideas, de sentimientos, de voluntades. El
ideal que todas las ciencias deben tener presente,
más que las demás las ciencias sociales y políticas,
como ciencias prácticas que son, pues no ñay prácti-
ca sin ideal.»
¿No es más hermosa esta concepción de vida que la
pobre concepción teológica cristiana? ¿No es esta filo-
sofía social digna de ser enseñada en los Institutos
y las Universidades, en lugar del bárbaro galimatías
que ahora se enseña bajo el título de Filosofía, Psico-
logía, etc., etc.? José Carie, de la Uuiversídad de Tu-
rin, ha querido fundar esta nueva ciencia como dis-
ciplina especial, y Dorado Montero lo aprueba; ¿poi-
qué no han presentado entonces un plan y un progra-
ma en que los hombres políticos pudieran inspirarse?
En cuanto á la Eepública Social en España, no deja-
ría de realizar esta fértilísima revolución en la ense-
— 229 —
ñanza, y no sería imposible que, andando los tiem-
pos, se pondría España al lado de los demás países
de primer orden en las ciencias sociales, y tal vez
hasta emprendería rumbos originales, como los ita-
lianos en Derecho y Psiquiatría.
Los socialistas más apegados al autoritarismo, que
son los marxistas, tienen en el fondo el mismo ideal
de libertad y humanitarismo. Uno de líos, Jean Jau-
rès, filósofo notable y orador célebre, exclama:
«Para los socialistas, es el valor de cada institución
proporcionado al individuo humano. El individuo
que afirma su voluntad de liberarse, de vivir, de cre-
cer, y que, desde luego, da virtud y vida á las insti-
tuciones y á 1RS ideas. Él individuo humano es la me-
dida de todo: de la patria, la familia, la propiedad,
la humanidad, y de Dios. Esto es la lógica revolucio-
naría, el socialismo. Pero esta exaltación del indivi-
duo, fin supremo del movimiento histórico, no es con-
traria ni al ideal, ni á la solidaridad, ni siquiera al
sacrificio. ¿Qué ideal más alto que hacer entrar á
todos los hombres en la propiedad, la ciencia y la li-
bertad, ó sea en la vida?
»Por la primera vez, desde el origen de la Historia,
está llamada la humanidad entera, en todos sus indi-
viduos y en todos sus átomos, para gozar de la pro-
piedad y de la libertad, de la luz y de la alegría.
»Pero, se nos dirá: al llegará lo más alto y al no
ver nada encima de sí, caerá el individuo en el aba-
timiento y la tristeza. Primero, se verá siempre en-
cima de sí á sí mismo ; siempre podrá aspirar á mayor
fuerza, pensamiento y amor. Precisamente por estar
libre de toda obligación impuesta y toda explotación,
pensará sin cesar en desarrollarse, en enaltecerse y
poner en juego todas sus energías. Cuando los hom-
bres ya no podrán gastar su fuerza, divertir su orgu-
llo y alimentar su concupiscencia para dominar y
oprimir los demás, tendrán que manifestarse perfec-
cionando sus propias facultades; como los cristianos
se apasionaban en escudriñar χ depurar su vida in­
terna, se apasionará la humanidad socialista en au-
mentar el valer humano. Pero no se encerrará en sí
misma. Proclamar el valor supremo del individuo hu-
mano, significa refrenar el egoísmo invasor de los
fuertes; no significa decretar el egoísmo universal.
— 230 —
»Al contrario; al saber el individuo que su valor no
le viene de la fortuna, ni de su nacimiento, ni de una
investidura religiosa, sino de su título de hombre, es
á la humanidad que respetará en sí mismo. Siendo
nada más que un ínfimo y fragil ejemplar, querrá
amar y servir á la hamanidad entera en sus múlti-
ples manifestaciones, en su desarrollo ilimitado. Nin-
guna fuerza exterior le obligará en su conciencia,
pero él mismo franqueará sus límites propios para
vivir una vida más amplia y gozar hasta la suprema
alegría del sacrificio.
»En nuestra sociedad, destrozada de antagonismos
mortales, no es posible elsacrificio. Las pretendidas
abnegaciones de las clases privilegiadas, ya sólo son
mentiras, porque tienen miedo, y su caridad es un
cálculo de seguro. Las clases oprimidas ya no cono-
cen más el sacrificio, desde que no creen al derecho
superior, en la superior belleza de los poderes directo-
res. La guerra social llegada á la conciencia aguda,
ha suprimido el sacrificio. Al contrario, en la gran
paz socialista adquirirá verdaderamente conciencia
de sí el hombre, dándose á los que bascan y sufren,
y cuyo espíritu se inquieta y cuyo corazón está
afligido.
»Vivir en los demás es la vida más elevada, porgue
cuando hemos franqueado nuestros propios límites
por un acto de libertad, ya no les encontramos, y lo
infinito se abre ante nuestra vista. Aristóteles dijo,
que el mayor beneficio de la propiedad, es que nos
permita dar. Así, cuando todos se poseerán á sí mis-
mo, será dulce para muchos de hacer de sí mismo un
don. ¿Para quién? Para la humanidad grande que
sufre, que está cansada y lleva en sí unt pesada he-
rencia de bestialidad, de instintos groseros, de inte-
ligencias obscuras, de corazones llenos de odios, de
voluntades cobardes, y á quien hay que animar, en-
señar, apaciguar sin cesar, para que sea digna de sí
misma y para que la tierra sea en el espacio un nú-
cleo de luz, fuerza y dulzura.
»Y más allá, á la humanidad se asociará el hombre
libre al universo. La era del socialismo será una gran
revelación religiosa. ¡Qaé prodigio que la humanidad
salida del planeta obscuro y brutal, haya podido ele-
varse al fin á la justicia y á la claridad; que por la
— 231 —
evolución de la naturaleza, el hombre se haya le-
vantado por encima de esta misma naturaleza, por
encima de la violencia, y que del choque de las fuer-
zas y de los instintos, haya brotado la armonía délas
voluntades! Y cómo no se preguntaría el hombre ¿si
no hay en el fondo de las cosas un misterio de unidad
y de dulzura, y si el mundo no tiene un sentido trans-
cendental?
»La religión es una concepción viva y general del
universo, que en lugar de guiar á algunos espíritus y
á prestarse á algunos juegos de especulación, con-
mueve durante todo ese periodo de la historia, toda
una parte de la raza humana. Parece que la humani-
dad ha tomado posición del mundo. Para que un.gran
sistema religioso surja, hay necesidad de la fusión de
un gran movimiento intelectual y un gran movi-
miento social. Mañana, librada la humanidad por el
socialismo y reconciliada consigo misma, tendrá con-
ciencia de su viva unidad con la unidad del mundo,
y podrá apercibir, interpretando á la luz de su vic-
toria, la obscura revolución délas fuerzas, formas y
seres, como en un gran ensueño común de tocias sus
energías intelectuales, la organización progresiva del
universo, la ampliación indefinida de la conciencia y
el triunfo del espíritu. La revolución de justicia y de
bondad realizada por esta parte de la naturaleza que
ayer era la humanidad, será un llamamiento y una
señal á la naturaleza misma. ¿Por qué no tuviera la
aspiración de salir de lo inconsciente y del desorden,
puesto que ha podido llegar en la humanidad á la
conciencia, la luz y la paz? Así dejará caer la huma-
nidad desde lo alto de su victoria de justicia, á lo más
profundo de los abismos una palabra de esperanza,
oyendo sabir hacia sí el eco del anhelo universal,
lleno de presentimientos de dicha*
Curioso es ver la influencia del neo-misticismo
indio de Schopenhauer y Hartmann reflejarse en este
claro cerebro latino. Jaurès ha escrito libros notables
sobre la filosofía alemana, y ha sido contagiado evi-
dentemente. Schopenhauer habla con mucho ingenio-
de las contradicciones entre la claridad de inteligen-
cia y la superficialidad de carácter de los franceses,
que explica la facilidad con que se dejan arrastrar
por visiones, que su razón no aprueba. Son débiles y
— 232 -
buscan consuelo que hoy todavía no encuentran, ni
en los goces altruistas, ni en las sublimes bellezas de
la filosofía, ni tampoco en las delicias más humanas
de las artes.

Mucha ignorancia y más aún, apasionamiento, se


manifiestan en juzgar el valor moral del cristianis-
mo, ó mejor dicho, del Evangelio, pues no puede ha-
cerse responsable al altruista poeta Jesús, por los
horrores y crímenes cometidos en su nombre.
La escena de Canaan caracteriza el exclusivismo
sectario del reformador ebreo. ¿Quién es mi madre,
y quiénes son mis hermanos? pregunta, y extendien-
4o la mano hacia sus discípulos, contesta: Todo aquel
que hiciese la voluntad de mi Padre, que está en los
cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre.
Así lo practican los jesuítas y todos los devotos; su
egoísmo ultramundano guía sus actos y les hace co-
meter verdaderas infamias hacia sus padres. Su
•maestro les enseña la ingratitud de hijo.
Cuan diferente obra el fundador del budismo, su
primer deber es hacia sus padres, y Edwin Arnold
pone en su boca los hermosos versos:
Let no man miss to render reverence
To those who lend him life, whereby come means
To live and die no more, but safe attain
Blissful Nirvana, if ye Keep the Law,
Purging past wrongs and adding nought thereto,
^.Complete in love and lovely charities.
(La Luz de Asia.)
El dios budista es inmensamente superior á Cristo, y
comprende y practica mejor la esencia de toda Reli-
gión, que significa unir (religio), y es lo mismo que
hoy llamamos solidaridad, entre'aide; según Kropot-
kín, mutualidad, altruismo. Ha sido siempre el anhe-
lo del hombre, comunicar con los demás, el instinto
social, la aspiración altruista, la ampliación del indi-
viduo y la extensión de su yo más allá de los límites
del tiempo y del espacio.
A-sí encierra la religión siempre la concepción de
— sis —
la moral, los ensueños de la vida más allá y las espe-
ranzas de volver á verse en una otra vida. Esta reli-
gión es eterna y cada época trata de despojarla de
las impurezas de la ignorancia y de las maldades del
pasado.
Nuestra religión del altruismo y de la humanidad,
es en el fondo lo mismo que la de los antiguos egip-
cios, sólo despojada de las supersticiones de la época
y sin la explotación de la casta sacerdotal.
Los judíos y mahometanos tienen razón en despre-
ciar al cristianismo, como idolatría pagana, donde el
Olimpo está sustituido por la trinidad y los santos, la
Venus por la Virgen, etc. El monoteísmo grandioso
de Jehová, es en el fondo el monismo de la ciencia
moderna.
Soñadores inocentes me parecen los que piensan
que haya posibilidad de armonizar el cristianismo
con la ciencia. Lo único que debemos hacer es no des-
pertar el fanatismo dormido, para que las supersti-
ciones religiosas del pasado mueran poco á poco.
Para las almas soñadoras místicas y dirigidas á pen-
sar en los problemas metafísicos, hay que dejar los
poéticos ensueños espirituales, como los presenta
Jb'lamarión, tan hermosamente en su novela Estella.
Con razón exige Unamuno que los españoles apli-
quen una absoluta sinceridad al problema religioso,
que aquí reviste una gravedad extraordinaria por
varias razones que he expuesto detenidam ente en El
Alma Española:
«Yp he protestado y seguiré protestando contra esa
mentira de que haya tantas personas qae no creen
en casi ninguno de los dogmas de la Iglesia católica
ni practican su culto, y cuando se ven compelidps en
público á hacer declaraciones, se confiesan católicos.
Esto debe acabar.
»Y créame que si todos los hombres públicos y to-
dos los diarios que se saben no católicos lo dijeran
abiertamente, habríamos todos ganado mucho. En
cierta ocasión en que mi amig•> y paisano Bueno, me
dirigió un escrito hablando del Cristo, se me rogó
por el director del diario en que apareciera—uno de
los diarios de gran circulación—que no contestase. Y
es que se paede escribir cosas más ó menos picantes
y hasta pornográficas, proposiciones anarquistas ó
— 23á —
volterianas, pero no se puede hablar del Cristo en un
tono que suene á las gentes á cristiano no católico,
»Si todos los hombres públicos españoles que no se
sienten católicos lo confesaran, llegado el caso de ha-
cerlo, desaparecería ese error—síes queno mentira—
de que España es un país católico.
»Descontados los niños, las mujeres y la enorme
masa rural, que no tiene clara conciencia de su espí-
ritu religioso, entre las personas que han seguido es-
tudios y han procurado escudriñar sus creencias, no
creo que pueda decirse que la mayoría se sienta, en
su fuero interno, sinceramente católica. Los unos
creen que creen, sin creer de verdad; los otros quie-
ren creer, sin lograrlo; los más no quieren pensar en
ello, y, en resumen, son pocos los que de veras creen.
Y si se extendiera más el conocimiento del dogma,
feerían menos aún.
»La cuestión que en España empieza á plantearse
es religiosa, y no clerical. Lo mismo ha sucedido en
Francia Todos hablan de Combes, de Wal deck-Rous-
seau, de Brlsson, de Clemenceau, y pocos saben que
toda esa labor política no habría podido llevarse á
cabo si el claro secular francés no estuviese, en su
mejor parte, en la más ilustrada, ganado por la obra
profunda ó íntima del venerable y doctísimo abate
Loisy, que ha incorporado á la corriente católica la
obra de Renan y de Augusto Sabatier, los cuales, á
su vez, recogieron el fruto de la labor bíblico-exegé-
tica de los alemanes. El abate Loisy, seguido por
otros doctos eclesiásticos, de una parte, y la tradición
protestante, de otra, han hecho en Francia tanto, por
lo menos, yo creo que mucho más, que la tradición
• iel enciclopedismo, que es casi la única que aquí se
conoce. Rousseau, que provenía de Cal vino; Renan T
<le la exegesis protestante alemana, han hecho más
que Voltaire.
»Y aquí, ¿hay algo de esto? Observe con qué com-
placencia suelen decir los católicos que en España, ei
que no lo es, no es nada. Saben bien que poco mal
les puede venir de ese liberalismo huero, traducción
política del huero librepensamiento, que jura por
Haeekel ó por otro tal, que sonríe desdeñosamente de
los que sentimos anhelos de otra vida—estemos ó no
convencidos racionalmente de ella,—é ignora lo hon
-235 —
do de la evolución religiosa de la humanidad. Nietzs-
che, pongo por caso, resulta en España un elemento
de reacción católica.
Decía en la carta que usted reprodujo, que en Es
paña no habrá verdadera libertad de conciencia,
mientras no pueda un ciudadano español llegar a u n
ministerio, y á un ministerio de Gabinete conserva-
dor inclusive, sin jurar el cargo. Y no por falta de
lealtad hacíala Monarquía, sino porque sus creencias
se lo impidan. Puede ser judío, y no querer jurar
por loa Evangelios; y puede ser cristiano, y no sentir,
con los cuáqueros, que el Cristo prohibió en absoluto
el juramento, como se ve en Mateo V, 33 y 34, y en
otros pasajes evangélicos, donde no se lee el añadido
ese Catecismo, que dice: «sin justicia y sin nece-
sidad».
Ahora mismo, con motivo de 3a circular del señor
ministro de Gracia y Justicia sobre el matrimonio
civil, se oyen las cosas más peregrinas. Y la cosa es
ciara. Para el Estado no debe haber sino el matrimo-
nio civil que surta efectos civiles. ¿A qué viene eso
de querer exigir de los contrayentes la previa decla-
ración de no ser católicos? Supongamos que lo sean,
y aun siéndolo, no quieran casarse si no civilmente.
¿Que pecan? Ellos incurrirán en la pena que el peca-
do tenga, pero no es razón para que el PJstado se en-
trometa. ¿Que el matrimonio civil es un concubinato?
¿Y es que hay acaso ley civil que pene el simple con-
cubinato? Se dirá que el Estado autoriza y sanciona
un pecado. No; el Estado sanciona un contrato civil,
é ignora lo demás. Tanto valdría pretender que se
prohibiese por ley servir en los restaurants carne y
pescado en día dé vigilia, ú obligar á los ciudadanos
que no declaren previamente no ser católicos, á oir
misa entera todos los domingos y fiestas de guardar.
Lo cual, mirado desde un punto de vista estrictamen-
te religioso, es una.impiedad».
«La Iglesia debería ser la primera en rechazar el
que se quiera obligar por ley civil á que ningún fiel
católico cumpla con los mandamientos de ella Y, en
vez de esto, hay príncipe de esa Iglesia que descubre
todo el fondo ole repugnante hipocresía en que vivi-
mos al decir que hay muchos que no creyendo ni
— 236 —
cumpliendo, jamás se resolrerán á hacer pública de-
claración de ello. ¿Qué es esto sino pedir que sigan la
farsa y el embuste?
»Es—se dice—que aunqu* dicen no creer, y acaso
crean que no creen, y no cumplan, en el fbndo con-
servan las creencias de su niñez. Falso de toda false
dad. Es que viven en vergonzosa servidumbre de sus
mujeres; es que se degradan por eso que se llama la
paz del hogar.
»Hay que confesar, sin embargo, que ese triste es-
tado de vergonzosa hipocresía, sé debe muchas veces
á que perdieron una supuesta fe para no cobrar otra.
Y sin una fe no se hace nada.
»Vendrá á España esa otra fe, sea la que fuere?
Nadie puede afirmarlo ni negarlo; mas, desde luego,
cabe aseverar que desde algún tiempo acá, empiezan
á sentirse conmovidas las entrañas religiosas de nues-
tro pueblo, y no menos en los clérigos que en los se-
glares. La reforma, la revolución acaso, anda por
dentro.
»Sintonías de ello son de una parte la libertad, cada
día mayor, con que puede expresarse públicamente,
sea cual fuere su posición, quien se sienta con valor
para ello, sin correr riesgo alguno mientras no falte
á la ley, y de otra la singular manera de necedad y
de insidia con que la Prensa que se llama por anto-
nomasia católica, la buena Prensa, la Prensa de la
ñoñez y la ramplonería, cuando ao de la zafia grose-
ría, responde á este estado de cosas.
»Se reunirán las Cortes, acudirán á ellas los repre-
sentantes de esta Nación que se dice católica, repre-
sentantes, por lo tanto, de los católicos españoles, y
se tratará de cómo deca entenderse nuestro Gobierno
con el Vaticano, como P*Í los católicos españoles que
siguen la voz del Papa fueran otros que los católicos
españoles representados en un Parlamento, de cuya
mayoría sale el Gobierno.
Créame, mi buen amigo, que da grima toda esta
serie de grotescas antinomias y de ridículos conflic-
tos que surgen de un estado de mentira».
Admirablemente dicho; España está ante una pro
funda crisis religiosa, pero religiosa en el sentido de
filosofía, de concepto de mundo, Weltanschauung,
como dicen los alemanes, porque el concepto cristia-
— 237 —
no está irrevocablemente perdido y nose puede vi-
vir á lo largo sin aquel lazo religión, que une á los
hombres entre sí y los conceptos de cada individuo
dándoles una base, la unidad, lo que forma la esen-
cia del carácter.
Kropotkin basa la moral anarquista sobre la uti-
lidad para la reproducción de la raza, y dice respecto
las religiones la graciosa verdad: «La ley y la reli-
gión han predicado también lo moral: simplemente
para cubrir la mercancía, la escamotean en prove-
cho del conquistador, del explotador ó del sacerdote.
¿Cómo hubieran podido sostenerse de otro modo?
Echando por el borde la ley, la religión y la autori-
dad/ vuelve la humanidad en la posesión del puro
principio de la moral».
Este carácter, la unidad, falta á toda esta genera-
ción de tránsito de dos mundos, y este vacío llena-
rá la filosofía que es la religión, la fe nueva.
«Hay verdades superiores en la tierra, hay senti-
mientos superiores en la vida, dice Flamarión en el
citado libro. La felicidad de contemplar el univer-
so, estudiar la naturaleza, siéntese en los otros mun-
dos del mismo modo que en el nuestro, y la ciencia
reina allí como aquí. El amor, vencedor de la muer-
te, se perpetúa en las sucesivas existencias y conti-
núa brillando mucho más allá de la tierra con luz
inextinguible. La vida terrestre pasa como una
sombra.
»Las religiones han respondido á las aspiraciones
de nuestras almas, cada una según su época y con su
ignorancia. Nacidas y desenvueltas antes del descu-
brimiento de la verdad astronómica, de la inmensi-
dad de los cielos, de la insignificancia de nuestro
planeta, han creído que la tierra y el hombre eran el
centro y el objeto de la creación, y hánse edificado
sobre este error fundamental. No han podido más que
preparar la verdadera religión, que será más eleva-
da, más vasta, más pura que los antiguos sistemas, y
en perfecto acuerdo con la ciencia y la razón.
»Jesús no ha sido sino un precursor.
»Si hubiese venido al mundo después de Capérnico
y de Galileo, puede que nos hubiera verdaderamente
abierto el cielo. A medida que el saber aumenta so-
bre nuestro planeta, la religión se esclarecerá y se
— 238—-
desenvolverá. Grandes espíritus surgirán en el por-
venir, para el progreso de la humanidad. No hay más
que una verdad; la verdad astronómica, la realidad
universal de los mundos y de los seres. La religión
del porvenir será la religión de la ciencia; reunirá en
su seno todos los seres pensadores; será la misma so-
bre la tierra, sobre Marte y sobre todos los mundos
habitados. Eafaei y Stella lo saben hoy».
Las mismas perspectivas poéticas y consoladoras
para las almas soñadoras abre Juan Jaurès en nom-
bre del socialismo, saliendo de los estrechos moldes
del materialismo histórico y filosófico de Marx, quien
estaba tan absorto en la contemplación de la lucha
económica, que no alcanzaba el esplritualismo senti-
do que se desprende de los conceptos de su discípulo:
«Nuestra interpretación de la historia será materia-
lista con Marx, y mística con Michelet. Las manifes-
taciones de la vida del espíritu, nos permiten presen-
tir la gran vida ardiente y libre de la humanidad
comunista, que emancipada de todo vasallaje, se
apropiará el universo por la ciencia, la acción y el
pensamiento. Es como el primer estremecimiento
que, en la selva humana, no mueve más que algunas
hojas, pero que anuncia los grandes soplos próximos
y las grandes conmociones. La vida económica ha
sido el fondo y resorte de la historia humana; pero á
través de la sucesión de las formas sociales, el hom-
bre, fuerza pensadora, aspira á la vida cumplida del
pensamiento, á la comunión ardiente del espíritu in-
quieto, ávido de unidad y del misterioso universo.
Decía el gran místico de Alejandría: «las altas olas
del mar han levantado mi barco, y he podido ver el
sol naciente cuando surgía de las olas». Del mismo
modo, las vastas olas de la revolución económica, le-
vantarán la barca humana·para que el hombre, po-
bre pescador, cansado de un largo trabajo nocturno,
salude desde más arriba la primera claridad crepuscu-
lar, la luz primera del espíritu que se nos va á apa-
recer». (Historia Socialista, 1789-1900.)
Bien diferentes son estas aspiraciones del esplritua-
lismo poético de Jaurès, del esplritualismo lúgubre
que ha sepultado durante casi dos mil anos la huma-
nidad europea en un siniestro infierno, enterrando
vivas, generaciones tras generaciones, y engañando-
— 239 —
las con el espejismo de la otra vida, para que se dejen
atormentar y explotar en esta existencia.
Al fin, el sueño terrible, la pesadilla cristiana se ha
desvanecido ante la ciencia y la civilización, pera
aun se mueven las fatídicas sombras de aquel pasado
maldito amenazando la paz de las familias y el des-
arrollo pacífico de los pueblos por sus intrigas infa-
mes, y España es el país predilecto sobre el cual se
afana la araña negra á extender sus redes mortí-
feras.
Los católicos
1
del universo se casan y se divorcian,
sin importar es nada los cómicos aspavientos de Roma·,
sólo en España es pecado mortal, y el exdiscípulo deJ
clerical Colegio Español de Bolonia, el conde de Ro-
manones, se ha visto insultado soezmente por los
obispos de su país, acaudillados por el de Tuy. Digno
de perpetuar en las hojas más perennes que las del
diario, son las frases que con este motivo dedica la
admirable pluma de Roberto Castrovido, desde M
País, bajo el título «Pastoral de dos filos». Refleja un
estado psicológico de España, muy curioso.
«Peligrosísima arma la que imprudentemente blan-
den los obispos de Santander, Palencia, Osma, Vito-
ria y León, y el arzobispo de Β argos—dice el diario
republicano.
»No enderezan exclusivamente su pastoral contra
la Real orden de Romanones, sino contra toda la po­
lítica liberal y contra las leyes que en lo futuro pue-
dan promulgarse. Se pasan de listos estos señores pre-
î ados.
»Se aplica, dicen, a la Iglesia la libertad en un em-
budo, dándole á ella lo estrecho y lo ancho á los ex-
plosivos. Y después de aprovechar el morralismo, lo
cultivan y propagan al amenazar al Estado con re-
cordar á los fieles que hay disposiciones que no obli-
aan. ¿Qué es esto sino un caso parcial de anarquía?
Si ciertas leyes no obligan á los fieles, tales otras no
obligarán á los impíos; doctrina que, de prevalecer,
convertiría España en un país sin autoridad posible,
en una acracia. He aquí los pulpitos convertidos en
tribunas de club y en cátedras de anarquismo. A3
tratar de herir al liberalismo se han causado esos
obispos un chichón tamaño á una mitra.
»Más profunda y grave herida se causan legiti-
— 240 —
mando la agitación anticlerical y antifraiiuna y fo-
mentando ¡ellos, los pastores!, el egoísmo y la irreli-
giosidad.
»Con una torpeza inaudita, rayana en la incons-
ciencia, plagian estos apóstoles de una religión espi-
ritual, la frase célebre del excéptico y doctrinario
Posada Herrera: «¿Qué pedazo de pan—preguntaba
aquel asturiano de ñno ingenio y grandes orejas-
dais al pueblo con esos derechos?» (aludiendo á los
individuales). Y los prelados de la arcbidiócesis de
Burgos escriben:
«El pueblo, exceletísimo señor, está abito de liber-
»tades y hambriento de pan, quiere paz y tranquili-
d a d para curar las heridas que le produjeron los
»recientes desastres coloniales, ocasionados principal-
»mente por los que pretenden distraer con supuestos
»problemas y cuestiones religiosas la atención públi-
»ca, á fin de que no se fije en la magnitud y respon-
»sabilidades de aquélla inmensa catástrofe nacional;
»quiere que los gobernantes, más que consignarle en
»las columnas de la Gaceta, derechos de que no ha de
»hacer uso, se ocupen en evitar que para encontrar
» traba j@ y no morirse de hambre le sea preciso huir
»en masa á los países extranjeros.»
»Pero, señores prelados, ¿no fué el maestro, vuestro
divino maestro quien dijo que no sólo de pan vive el
hombre?
»El odio al liberalismo os hace perder la memoria.
Menos mal, si no perdierais también el juicio y hasta
el instinto de conservación. Porque si aconsejáis que
se rehuya de principios y se atienda á lo material,
¿con qué derecho os vais á oponer al materialismo en
lo sucesivo? Vuestros fieles repetirán ahora vuestras
palabras diciendo: ¡venga pan, y dejadnos de liber-
tad!; pero bien pronto, cuando se encuentren sin li-
bertad y sin pan, os dirán á vosotros, amenazadores
y lógicos: estamos ahitos de religión, dadnos pan.
Y como no se lo deis, ellos se lo tomarán, arrancán-
doos del dedo el anillo, del pecho la cruz, de la mano
el báculo, de la cabeza la mitra; y como esto no les
baste, ¡estamos ahitos de moral, venga pan!, seguirán
gritando, y despojarán de sus alhajas á las vírgenes,
y saquearán los templos, y desamortizarán los bienes
celesiástieos, y exigirán al Estado que no os pague,
— 241 —
para tener ellos pan, y matarán, como matan las abe-
jas á los zánganos, á los frailes y á las monjas.»
Así es indudablemente: la Iglesia es incompatible
con la vida moderna; cada día más se convencen
hasta los más tardíos de esta verdad fundamental.
Perdidos están ios pueblos que se agarran en suicida
ceguera al cadáver de la fe antigua; se quedan petri-
ficados como las hijas de LotU que se volvían para
contemplar las llamas que devoraron Sodoma y Go-
morra.
Para que renazca España, para que la feliz Bética
vuelva á brillar en el esplendor de los tiempos roma-
nos y árabes, es preciso que la sombra negra des-
aparezca y que el amor á la vida sustituya al pesi-
mismo cristiano que 'destruye en germen toda civili-
zación.
Es absolutamente necesario que los guías de la na-
ción, los Echegaray, Galdós, Salmerón, Azcárate,
Giner, Lozano, Nakens, Blasco Ibáñez, Dicenta,
Unamuno, Canalejas, Maura, Moret, Cajal, Costa, y
unos pocos más que se destacan del rebaño dócil, sa-
cudan de sí la herencia africana del pesimismo cris-
tiano y del quietismo apático al progreso que esti-
mula constantemente al terrible Sancho Panza, el
eterno enemigo y burlador de todo anhelo ideal, el
verdadero espejo del pueblo español, el Sancho que
sólo se convirtió en quijotesco aventurero en América
y Asia para recoger el oro de los Incas y Aztecas,
cuya tradición se conservaba todavía ahora en Fili-
pinas, donde los indígenas recibieron á los vireyes
ó gobernadores del archipiélago con la famosa ban-
deja de oro, símbolo ignominioso de las relaciones de
España con sus colonias.
Dificilísima es la tarea de inculcar progrèsibilidad
é idealidad en los cerebros educados hace siglos al
obscurantismo y al egoísmo embrutecedor del fraile.
Esta es la gran misión de la educación nacional; no
sólo hay que cerrar con doble llave el sepulcro del
Cid, sino quemar el «Libro Rey» que predica la más
ignominiosa filosofía que pueblo alguno pueda oir sin
envilecer y empequeñecer. Hay que sustituirlo por los
etéreos idealismos de Dante y Schiller, y de toda esta
noble atmósfera ideal que respiran las letras italia-
nas y alemanas y cuya influencia educadora es infi-
16
— 212 —
nítidamente más saludable que la de los Cervantes y
de toda la literatura española que revela un talento
artístico inmenso, pero cuya filosofía es árida como
el suelo africano y asiático, como su origen de donde
ha nacido.
Hay postraciones seculares que pueden sacudir
"únicamente reactivos muy fuertes, y así lo creen ob-
servadores discretos, como Francisco Silvela, reco-
mendando al enfermo sin pulso, á la vez con su co-
rreligionario Antonio Maura, una revolución hecha
brutalmente. ¿Pero quién podrá hacerla?
Puesto que las clases directoras no han dado prue-
bas de enmienda desde la terrible débâcle de 1893. no
queda ya nadie más que el pueblo, porque del ejér-
cito qué consintió que los traidores de Cuba y Filipi-
nas la envilecieran, sin protestar y sin castigarles, no
podrá esperarse mucho.
Acabaron, al parecer, los Riego, Espartero y Prim,
con el desgraciado Vil laca ai pa, y hoy es el ejército
español, según la gráfica expresión del general Wey-
ler, «un establecimiento de beneficencia», un pretex-
to para repartir doscientos millones de pesetas cada
año entre paniaguados y deudos.
Nunca ha servido para defender al país; ni en 1808,
ni contra los cien mil hijos de San Luis en 1823, ni al
fin contra los yankees; lo único para que le aprove-
chan los gobiernos, es para defenderles contra el pue-
blo, como guardia negra. Un ejército que se resigna
á tan menguado papel, no podrá aspirar á regenerar
su patria; lo más que puede dar de sí es de cuando
en cuando algún caudillo ambicioso que se hace eco
de la protesta general y se niega á seguir desempe-
ñando su papel de carcelero ó verdugo de su nación.
Todo tiene su apogeo y su decadencia: el ejército
español ha tenido páginas de gloria eu las luchas
contra el clericalismo y el absolutismo. Aquellos
tiempos pasaron y no hay indicio alguno de que sa-
brá ponerse al lado del pueblo en la gran contienda
por la regeneración.
En Rusia se han negado regimientos enteros á tirar
contra las masas inermes; aquí no ha haoido protesta
alguna; únicamente referían los periódicos que el
general Luque se había indignado por el malísimo
pan que los propietarios de Andalucía daban á los
— 243 -
militares que les labraron la tierra, acuchillando á
los obreros declarados en huelga, y un periódico mi-
litar se quejaba de que los panaderos de Madrid pa-
garon la jornada de los soldados que sustituyeron á
los huelguistas, con tan sólo una peseta, en lugar de
darles todo el jornal que les correspondía. Estos la-
mentos no han salido jamás del estrecho molde de re-
quemores platónicos de mamelucos preocupados de
no regañar con sus sultanes.
«Yo tengo fe en el porvenir espiritual de España—
diceGanivet en el «Idearium>.—En esto soy acaso exa-
geradamente optimista. Nuestro engrandecimiento
material nunca nos llevaría á obscurecer el pasado;
nuestro florecimiento intelectual convertirá el siglo de
oro de nuestras artes en una simple anunciación de
este siglo de oro que yo confío ha de venir. Porque en
nuestros trabajos tendremos de nuestra parte una
fuerza hoy desconocida, que vive en estado latente
en nuestra nación... Esta fuerza misteriosa está en
nosotros; y aunque hasta ahora no se ha dejado ver,
nos acompaña y nos vigila: hoy es acción desconcer-
tada y débil; mañana será calor y luz, y hasta si se
quiere electricidad y magnetismo.»
No ha tenido tiempo Ganivet de formular las razo-
nes de su patriótico optimismo, y en su vida sosegada
y contemplativa, no ha creído un deber ineludible afi-
liarse al partido ó grupo que representara, según él,
la célula regeneradora de su patria. Si no se ha unido
á ninguno, cabe suponer que en ninguno ha visto al
Mesías. Peor librado ha resultado Joaquín Costa: se
adhiere, tras largas vacilaciones, al partido republi-
cano; acepta cargos importantes, desde los cuales
podía transformar España; y tras tres años de estéri-
les lamentaciones epistolarias, se retira de la polí-
tica, hastiado y desesperando de su patria y de sus
compatriotas, exclamando con negro é injusto pesi-
mismo:
«Ya la experiencia ha debido enseñarnos que quien
-deja las cosas para mañana, no las hace nunca. Jeho^
váh relegó su jubileo al último día de la semana cós-
mica, después que hubo trabajado los seis primeros
períodos en crear ó construir el Universo. ¿De veras
queremos? Pues no se hable más; dejémonos de ga-
llardetes y sinfonías, y á la obra: esto hemos debido
- 244 -
decirnos en las no infrecuentes ocasiones que nos ha
ofrecido el «Destino». Lo que hay es que no hemos
querido; y no hemos querido, porque faltaba en nos-
otros eso que es el alma motora del mundo: la volun-
tad, exclusivo lote de los pueblos vivos y despiertos,
que no fían sus adelantos, ó, lo que aquí es igual, su
existencia, á los panegíricos, á la percalina, á las lu-
minarias, á los brindis heroicos y al endecasílabo.
España es el país por excelencia de los Centenarios,
y nada más lógico, desde el punto en que quedó sin
pulso, en que se paralizó su Yida y dejó de hacer his-
toria. Nación muerta, no gusta de acompañarse más
que de los muertos.
»Llegará el Centenario, y todos, republicanos y
neutros, formaremos en el coro con los palaciegos y
golillas, sabihondos pseudo-clásicos y melenudos de
Juegos Florales, esgrimiendo el indignado yambo
contra Napoleón, mientras este país se despuebla ä
ojos vistas, trasladándose á la vertiente francesa de
la cordillera ó embarcándose para Argelia, arrojado
brutalmente por el knut del agente ejecutivo, el caci-
que sin sanción y la glosocracia sin alma. Una esta-
tua de sal con el rostro vuelto hacia la espalda, y tan
alta como la de la Libertad de Nueva York, podrá
servir de punto de cita á los celebrantes, al par que
de glorificación á los que hicieron de «las Españas»
otra corrompida y abrasada Pentápolis.
»Sí; el Centenario se celebrará, y será un grandioso
De profanáis en les funerales de un pueblo,»
«No he encontrado una sola zona, dice, fuera quizás
del arte pictórico, que no acuse en nosotros una mar*
cada inferioridad respecto de los demás pueblos euro-
peos, cuando no una franca y radical incapacidad;,
no he encontrado una sola de qae podamos mostrar-
nos, no diré orgullosos, pero ni medianamente satisfe-
chos. Desde aquel que fué nuestro siglo de oro, la de-
cadencia de España ha corrido uniforme, continua y
omnilateral. Su caída como Nación no ha sido un ac-
cidente pasajero, hijo de un concurso fortuito de
circunstancias, tal como todos los pueblos, aun los
más progresivos y mejor dotados, los han padecido
alguna vez: hemos caído por una causa permanente,
en más ó en menos constitucional; porque carecíamos
de condiciones para caminar al paso de las demás, y
— 24δ —
hasta para tenernos de pie. En esa exploración del
alma española, se me ha descubierto como carácter
nuestro espíritu hecho dogma, inerte, rígido, sin elas-
ticidad, incapaz de evolución y hasta de enmienda,
aferrado á lo antiguo como el molusco á la roca, que
retrocede cuando todo avanza, que pierde su territo-
rio cuando todos 3o acrecientan, que se deja invadir
y colonizar el solar propio, que deja indotados sus
servicios, sus adelantos, su existencia, sacrificándolo
todo á deudas y cargas de justicia, adscrita al pasa-
do, comida de muertos, sometida á un régimen de
neocracia. Ea el siglo xvi las Naciones europeas se
dividieron en dos bandos: á un Jado, el porvenir, la
Edad moderna del mundo, representada por Inglate-
rra, Italia, Alemania, Francia; al otro, el pasado, la
resistencia obstinada al progreso y á la vida nueva,
representado por España. Analizando nuestra vida
pasada y su continuación en la presente basta el día
de hoy, se nos brinda el raro fenómeno de un cuerpo
político que pone todos los ingredientes necesarios
(presupuesto, comicios, leyes, sanción, funcionarios,
etc.) para organizar una institución moderna, para
obtener un servicio moderno, sin que n r a vez le sal-
ga del matraz ni siquiera un servicio ó una institu-
ción medioeval, sin que ordinariamente le saiga otra
cosa que unas burbujas de gas ó un poco de ceniza.
Diríase que el cerebro de la Nación es positivamente
lo que dijo Macaulay, medioeval, y que no siéndolo
el ambiente que envuelve de puertas afuera de la
Nación, ni la necesidad—que es también moderna—
de satisfacerla, pierde aquél coordinación, no acierta
á educar y poner en. correspondencia el fin con el
me lio, y el iníeuto se frustra.
«Eu cada cadena de hechos, que se suceden y repi-
ten uno y otro si^lo con desesperante monotonía, es
lícito considerarla como manifestación de algo per-
manente, diría como expresión de una ley. Τ la con­
secuencia, al menos interina, que aquélla me sugiere,
es que con la cabeza que ha realizado tales obras, tan
desprovista de sentido político como hemos visto, es
absolutamente imposible formar una Nación moderna
del tipo de Francia, ae Inglaterra, de los Países Bajos,
de Alemania, de I03 Ε itados Unidos; β3 absolutamen­
te; imposible que España se redima por sí de su pasa-
— 246 —
do muerto, adquiera instituciones sociales y políticas
europeas, restablezca la continuidad de su historia,
rota, hace cuatro siglos, y vuelva á ser una categoría
internacional, entrando en la comunidad de los pue-
blos cultos y siendo otra vez colaboradora eficaz en
la obra del progreso.humano; que es fatal que Espa-
ña sucumba y sea arrastrada como China, como la
India, como Persia, como Egipto, como Argelia y
Marruecos, detritus de civilizaciones extinguidas, en
los torbellinos de nuestro siglo.»
Infinitamente más nobles son estos pesimismos hon-
rados que las hipócritas consolaciones que nos dan
los clericales, que ven en todos los males alguna sa-
biduría divina, y que felicitan al padre acongojado
por la muerte de'su hijo, con la necedad sin entrañas
d e q u e así es mejor para el ángel difunto, puesto que
no ha visto las maldades del mundo.
Vicente Santamaría y Paredes no se ruboriza de
escribir en su libro «La defensa del derecho de pro-
piedad y sus relaciones con el trabajo», la enormi-
dad: «Sensibles son ios males que afligen á la socie-
dad trabajadora. El mal existe, y f aera ocioso el ne-
garlo, teniendo, como todo, su razón de ser en el plan
providencial del mvndo. La posibilidad del mal es>
útil al hombre, siendo una condición de su mérito y
de su egoísmo». Así se resuelven todos los problemas
fácilmente..., desde la cómoda butaca y repLeto el es-
tómago. Así también habló el famoso crítico francés
Ferdinand Brunetière contra el socialismo y sus re-
presentantes en el arte. ¿Por qué no sería también un
«mal providencial» si se aplicara al bueno de Santa-
maría y Paredes cada semana cincuenta acotes en la»
Puerta del tíol para que se enternezcan las almas sen-
sibles? Por su indigna teoría de la miseria providen-
cial, se merece bien los azotes. ¡Vaya una sabiduría
á que ha llegado la filosofía de la miseria de estos
católicos!
En Kusia ha llegado la hora de las responsabilida-
des. Toda una literatura acusadora se dirige airada
contra el pasado. Los hijos son temiblemente severos
con los padres. ¿Y los españoles? ¿Paede la genera-
ción presente levantar la piedra contra las anteriores?"
Tampoco debe ser injusta; si eran románticos, es
que sólo así pudieron tener alientos para luchar con-
— 247 —

tra las inmensas dificultades que se les oponía. Sólo


románticos se atrevían a u n a lucha tan desigual, por-
que la generación positivista de hoy ni siquiera se
atrevería á emprenderla creyéndola imposible.
¡Si hoy nos tachan de visionarios á los que sacrifi-
camos el reposo, una celebridad barata y posiciones
por la Revolución Social, que es de mañana!
No olvidemos que la Unidad Católica era para casi
todos los españoles el dogma y la base de todo patrio-
tismo. En 1871, en las Cortes de Castelar, Martos,
Orense, Figueras, Salmerón, Pí y Margal!, pudo Cán-
dido Nocedal exclamar la enormidad: «¡Que los clé-
rigos han descolgado el venerando trabuco (¡¡!!)de
sus abuelos! Señores diputados, lo que es tradicional
en el clero español es morir cumpliendo con su deber
al lado de las camas de los apestados de la fiebre; y
cuando acaba de cumplir allí con su deber, defender
á la patria, predicando la fe de nuestros padres, que
es el alma de España (¡¡H); y por eso, si la pierde,
cae, como cuerpo muerto cae».
¡Cuánto fanatismo y cuántos crímenes encierra esta
frase del antiguo carlista y compañero del cura de
Santa Cruz, de Alcabón y del obispo de ía Seo de Ur-
gel! Hoy ya son imposibles las salvajadas de Cuenca,
y pocos contemporáneos saben lo que es el peligro de
vida que los de antaño afrontaron constantemente.
Inolvidable impresión me causaba la figura del
anciano Llano y Persi cuando, con setenta y seis
años de edad, aceptó la invitación de los radicales de
la Acción Democrática. Extraño contraste formaba
la elegancia de su traje y porte con la blusa de obre-
ro que predominaba, y recordaba aquellos aristócra-
tas Mirabeau y Lafayette, que dirigían las muche-
dumbres de París. Catorce veces ha Juchado este ar-
tista de la Revolución en las barricadas de Madrid,
sin desmayos jamás, y todavía está dispuesto á expo-
ner su vida por la libertad y el progreso.
¡Qué contraste triste con los caballeros andantes de
la Unión Nacional de los comerciantes, industriales y
agricultores! Después de un arranque malhumorado
de Vülaverde, se desvanecen los bríos, y todo el
mundo paga tranquilamente su contribución; el mis-
mo Costa tiene el percance de que un amigo oficioso
se encarga de esto, y tras incruenta lucha, y sin que
— 248 —
siquiera hayan ido á la cárcel, desmayan las ener-
gías, y pocos meses más tarde entra esta corriente en
el Gobierno del mismo Villaverde,
Con acento de sinceridad y profundo cariño excla-
mó Llano y Persi, ante el retrato de Ruíz Zorrilla:
«¡En vida fuiste mi jefe; muerto, sigues siéndolo!» Es
la lealtad de luchadores nobles que sabían ir á la
muerte con su jefe; la generación de hoy tiene tanta
vanidad, que reniega del vasallaje, porque cada uno
quiere ser jefe, γ nadie se satisface con ser modesto
vasallo.
Con melancolía veo desaparecer un mundo más ar-
tístico y poético que el actual: parece que con la
pérdida del calor de la tierra se enfrían también los
corazones. Siempre he sonreído de los sonadores op-
timistas que creen en un progreso constante como si
el firmamento, encima de sus cabezas, no Íes dijera
lo contrario; mundos enteros, constelaciones siderales
inmensas se apagan y se extinguen por falta de ca-
lor, y el hombre,' este mísero parásito del insignifi-
cante astro que á la soberbia ignorante parecía el
centro del Universo, y la razón de ser y el principio
de todo lo creado, se 'figura en necia presunción de
ser una excepción, la única excepción de la ley uni-
versal.
Ni son fábulas de niños, ni creencia de ignorantes
las leyendas de monstruos que antes poblaban los
maraes y los bosques, y la existencia de hombres gi-
gantes tampoco parece dudosa, cuando se piensa en
la flora y fauna monstruas que germinan en climas
más cálidos. El enfriamiento de la tierra explica y
lleva necesariamente tras sí la decadencia paulatioa
de la vida que produce hasta que el Globo terráqueo
quedará reducido á una inmensa bola de hielo, en
cuyas rendijas vejetará una raza de hombres pareci-
dos á los Japones y que habí ara n_ con admiración de
la humanidad de hoy, que les parecerá gigantesca,
como á los antiguos griegos parecían gigantes Pro-
meteo y Hércules.
Que la generación actual sea más positiva y prác-
tica que la anterior, en cuanto á la poesía y la gran-
deza épica, no cabe duda y tampoco que la genera-
ción que nos seguirá, nos llamará decadentes.
En una perspectiva no tan lejana como muchos
— 249 —
miopes creen, se extiende el cuadro ideal de un Parla-
mento universal, y silbase, su piedra fundamental,
ha sido puesta en el mes de Agosto de 1906 en la Con-
ferencia de Londres, célebre por la frase de Banner-
man: <LaDuma ha muerto; ¡viva la Dama!»
¡Qué extraña'ironía! Nelson moribundo y Welling-
ton y Blücher en el campo de batalla de' Waterloo,
son 'los dos cuadros que adornan la gran sala gótica
del Westminster donde se reunieron los representan-
tes de todas las naciones cultas, con el fin de cimen-
tar la paz y poner término á la barbarie de la guerra.
«Como los acontecimientos de Europa eran en parte
durante todo el siglo pasado consecuencias de la
proclamación de los derechos d e l hombre de la
Asamblea de Francia, tal vez no será demasiado atre-
vido preveer que la reunión de Londres extenderá,
•durante largos años, su acción benéfica sobre el siglo
presente, y señalará quizás el punto de partida de
un nuevo período de la política internacional».
Estas palabras, del diputado italiano Ferraris, co-
ronan los esfuerzos de los nobles pacifistas Federico
Passy, Stanhope (Lord Waardaíe), el presidente de la
Asamblea de 1906, y Randall Cremer, iniciadores
en 1889 del movimiento que secundaron los gobier-
nos, al principio por cortesía, y al fin, ya ha llegado
á ser el ideal práctico de millares de hombres de Es-
tado y políticos de todos los países, secundado por
millones de proletarios organizados y consientes que
saben que el Parlamento Internacional será el gran
regulador económico de la humanidad regenerada.
¿Y por qué este cambio completo de la actitud de In-
glaterra?
Porque ve perdido su predominio por la fuerza y
busca sostenerlo por el vigor de su comercio y su ca-
pital. No hay nada de idealismos, sino realismo,
egoísmo y habilidad propia de la * pérfida» Albión.
El capital y la iudustiii inglesa prefieren la compe-
tencia pacífica al riesgo de la guerra.
Por doquiera se desvanecen las sombras y surge la-
luz del bello Crepúsculo de la humanidad redimida
por la ciencia y la solidaridad y me parece despren-
derse de las inmensas llanuras de Castilla, en cuyo
centro se, levanta sombrío y ominoso el monumento
de piedra del fanatismo, el convento del Escorial, un
— 250 —
rumor vago, como el rugido ele las olas, de amenazas:
é imprecaciones; millares de sombras dirigen el gesta-
de odio y venganza contra aquella mole tétrica, sím-
bolo de los infortunios y las tristezas seculares de una
gran nación que ha pasado siglos tras siglos mirando^
extáticamente al cielo y renunciando sobre el cielo
de ultratumba la alegría, la dicha ele esta vida, y los
gestos de odio y ele venganza acabaron en un salva-
je frene-í, destruyendo aquel símbolo de maldiciones
y tinieblas que han convertido en una inmensa tum-
ba el país que debía ser el Eden de Europa.
España se encuentra abatida y triste, su alma opri-
men las sombras de su fatídico pasado, y un arrepen-
timiento inconsciente aun la estremece, arrepenti-
miento por haber dejado de gozar, de vivir, y un arre-
pentimiento por no haber arrojarlo de sí Ja terrible
mortaja fúnebre que impedía su respiración y opri-
mía su pecho. ¡Mil años perdidos en lúgubres triste-
zas en lugar de gozar la alegre y espléndida vida c^ue-
nos brinda con sus encantos]
¿Hay arrepentimiento más terrible?
Si existiera un Dios de la Justicia, ¿qué castigo me-
recerían los malvados que siglo tras siglo han enga-
ñado al pueblo español robándole la dicha de esta
tierra con risibles espejismos de fantásticos paraísos?'
Cuando el suelo bendito ele esta tierra fértil les brin-
daba todas las riquezas, cuando las ciudades de la
feliz Bética brillaban hace miL años con mayores es-
plendores que los descritos de mano maestra por Se-
bastián Faure, con respecto á las ciudades ricas y go-
zosas de boy; iqué maldición ele aquel Dios de la Jus-
ticia no merecerían los culpables que han convertida
este mismo Eden riente y feliz, en un infierno de po-
breza, donde el espectro'del hambre recorre las calles-
y plazas, y se anida hasta en las casas de los que vi-
ven con apariencias de ricos y hasta en los mismos pa-
lacios suntuosos!

***

Un estremecimiento de indecible goce ante un mun-


do mejor pasa por las conciencias, y hasta los defen-
sores de las injusticias pasadas tienen que confesar
— 251 —
que con las religiones que eran pnntales de todas las-
injusticias y sostenes de todas Jas infamias de un pa-
sado maldito, derrumbará también aquel la sociedad.
El príncipe ele Hohenlohe, antiguo canciller del im-
perio alemán, punto de aquella pirámide de ignomi-
nias, dice en sus famosas Memorias, que lian desnu-
dado á todos estos ridículos y abominables persona-
jes corona ios y lacayos engaionados ante ios ojos del
mundo indignado por tanta estupidez y vileza direc-
toras, que las ciencias naturales arrastran en su triun-
fo al abismo los restos de la antigua le: «¿No penetra-
rán estas verdades hacia las clases bajas?, pregunta,
y^ contesta: el derrumbamiento de las agradables ilu-
siones transcendentales bajo la acción de la ciencia
precipitará la catástrofe de ia estructure entera de la
modem a civilización. »
¡AL·, sí!, la humanidad está y a cansada de aquellas
mentiras transcendentales y anhela volver á quellos
ensueños religiosos de su infancia, donde se sentía una
con la gran Madre Naturaleza, cuyo contacto amo-
roso comunica aquel reposo y aquella calma majes-
tuosa que admiramos en los héroes de la anticua Gre-
cia y en los de los bosques eternos de Germania, y que
el poeta americano Longfellow nos hace admirar
como una evocación deliciosa de la infancia, en la in-
mensa grandeza de ías forestas virginales de Améri-
ca con sus grandiosos lagos y sus gigantescos ríos.
Es un mundo de sublimes encantos, á que volve-
mos tras la larga noche de supersticiones abomina-
bles. Goethe deja exclamar á Fausto que los espíritus
de la Naturaleza se nos revelan cuando les evocamos
con el corazón puro y el alma grande, dispuestos á
inspirarnos en sus divinas revelaciones.
Con estrépito y una carcajada del Universo de-
rrumban aquellos templos de la ignominia, y sus des-
consolados sacerdotes se reúnen en el Congreso de
las Religiones de Chicago queriendo engañar, por úl-
tima vez, por los ¿afeites de cortesana podrida, hacien-
do creer á los inocentes como Azcárate y los Tartu-
fos de la democracia como Melquíades Alvarez, los
eternos aliados de todos los Segismundos y oposición
siempre simpática de Su Majestad, aunque blasonen
de sinceros y puros, que el evangelio que les inspira
es y ha sido el amor, cuando todos ellos tienen su In-
— 252 —
quisición y sus Moloj, que volvieran su horrible san-
ta tarea en seguida que se les soltara sus manos de
verdugos.
Hay entre ellos poetas, como Ernesto Renán, cuya
bondad hace cubrir los abismos de hediondos críme-
nes por las flores de la poesía y del humanitarismo, y
¿por qué no oir estas voces consoladoras que nos en-
señan de ver las flores que brotaban en el arduo y
X_>enoso camino del pobre género humano, aunque se-
pamos que el ascenso era cruel y que las flores salían
escasas y raquíticas de entre abrojos espinosos, pie-
dras y árida arena? ¿Sería soportable la vida sin el
velo piadoso de la poesía, que nos hace olvidar las
tristezas y nos llene con siempre nuevos aromas el
pasado, el presente y el porvenir?
«Aceptando las utopias de su tiempo y de su raza,
trabajaba Jesús por la religión pura, sin prácticas ni
templos, ni sacerdotes: el criterio moral del hombre,
su conciencia jas ta el único poder en el mundo... No
despreciemos esta quimera, este fantástico reino del
Cielo, que ha sido siempre el ideal del cristianismo en
su larga carrera y que es el principio del gran instin-
to del porvenir que ha animado á todos los reforma-
dores, discípulos obstinados de la Apocalipsis, desde
Joaquín de Flora hasta los sectarios ácratas de nues-
tros días; días perturbados, donde Jesús no tiene
otros continuadores auténticos que los que parecen
repudiarle, y cuyos ensueños de reorganización ideal
de la sociedad tienen tanta analogía con las aspira-
ciones de las sectas cristianas primitivas, y que no
sou otra cosa que, de cierto modo, desarrollos, flore-
cimientos de la misma idea, una de las ramas del ár-
bol inmenso de que germinan todos los ideales del
porvenir, y de que el «Reino de Dio^» será eterna
mente el tronco y la raíz.
«Todas las revoluciones sociales de la humanidad,
continúa el correligionario de Tolstoi y Kropotkin,
tomarán su punto de partida de aquel sueño. Pero si
estas tent -i ti va s parten de un grosero materialismo,
queriendo fundar la dicha universal sobre^ medidas
políticas y económicas, como los «socialistas» de
nuestros días, quedarán infecundas hasta que se im-
pregnen del verdadero espíritu de Jesús, aquel idea-
lismo absoluto que gana la vida renunciándola...
— 253 —
¿Quién sabe si cl último térmiuo del progreso no dará
al alma, deseosa ele dicha y de compensaciones por
las tristezas de esta vida, la conciencia absoluta del
Universo, y en .esta conciencia el despertar de todo
lo. que ha vivido? El sueño de un millón de años no
es más largo que el de una hora. Jesús está seguro
de que la humanidad moral y virtuosa tendrá su re·
compensa, y que un día serán jueces y arbitros del
mundo los pobres hombres honrados, confundiéndose
el mundo ele los ricos y frivolos con sus egoísmos y
maldades. El evangelio de amor quedará eternamen-
te lleno de bellezas, y aquel ensueño sublime abraza
proféticamente en una grandiosa adivinación los más
diferentes órdenes ele la verdad »
Λ
Si la ciencia ha triunfado sobre las religiones posi­
tivas, tiene también que desvanecer las sombras que
para muchos rodean todavía la muerte con reflejos
lúgubres, tan siniestros, que entristecen gran parte
de su existencia.
Los conceptos religiosos de absurdos castigos é in-
fiernos de ultratumba, nublan la vista espiritual de
la inmensa mayoría de los contemporáneos, y eonta-
dísimos somos los que aspiramos á embellecer la
muerte para que sea la página postrera la más bella
y sublime de la vida.Pocos somos aún que reverencia-
mos en el templo, en cuyo clásico frontispicio están
inscritas las palabras: libel morir.
Siempre ha sido celebrada la muerte del héroe,
quien ala patria sacrifica su vida, y los cosmopolitas
que ya no nos entusiasmamos por las estrechas fron-
teras de una ciudad, provincia ó nación, no dejamos
de admirar aquel altruismo de civilizaciones primi-
tivas . Hoy admiramos más al héroe de la ciencia, al
médico que expone su vida en arriesgada experimen-
tación ó en el campo de batalla del hospital, salvan-
do á los enfermos de la muerte traidora.
Todavía no ha llegado la conciencia colectiva de
nuestra época á considerar el fin de la vida como uno
de los estadios naturales que se aplaza ó acelera, se-
gún la soberana voluntad de cada uno. Todavía pa-
rece la muerte como una imposición fatal, si no como
— 251 —
xm castigo ó un mal que expiara faltas y pecados ima-
ginarios que algunos partidarios del humorismo fú-
nebre hacen tornar su origen en la famosa man2ána
de Adam y la curiosidad femenina de Eva cruelmen-
te vengada por Dios, el símbolo ele todas las bonda-
des, por la maldición de todo el género humano.
Sacerdotes ignorantes y moralistas inocentes mal-
gastan el tiempo aun en escribir y perorar contra el
suicidio, basándose en razonamientos absurdos de
una mentalidad teológica. La única consideración
-seria es ]a de la utilidad y la pérdida de energías que
á la sociedad representa una vida, y tampoco vale
esta razón, porque la. sociedad no tiene el derecho de
exigir que yo siga vi viendo cuando la vicia ya no me
tuviera encantos. Los castigos del suicida son absur-
dos retoños del teologismo y deben desaparecer de
los códigos.
¿Y qué? ¿Debe estar condenado el hombre á morir
como el animal del desgaste de la máquina vital, sin
tener la deliberada determinación sobre su propio
destino? ¿Con qué derecho se exige que los viejos
días de un filósofo sean tal vez envilecidos por algu-
na de aquellas debilidades seniles que arrastran al
fango reputaciones de toda una vida de virtudes?
Notorio es que hombres morigerados llegan á ha-
cerse «viejos verdes», en avanzada edad, porque el
freno de la precautiviciad que les dirigía ha perdido
su eficacia por el desgaste de los años. Muy común es
el tipo del avaro anciano y triste es á un hombre que
toda una larga vida ha dado pruebas de altruismo,
pasar al ocaso de sus días â ser un maniático, un
Grandet, que sólo vive para el brillo del oro. Otros
ancianos vuelven á la animalidad por una voracidad
y gula de que nunca habían dado pruebas, y de igual
modo es triste ver caer en la chochez é imbecilidad a
una persona antes inteligente y genial.
Que no se venga con el gastado tópico de la cobar-
día del suicida; nadie tiene el derecho de exigir que
un enfermo continúe sufriendo dolores terribles ó
que un hastiado de la vida arrastre una existencia
molesta, cuando unos gramos de morfina, cirano ú
opio, concluyen fácilmente con los dolores físicos y
morales. Cobarde es sólo el padre que huye del com-
promiso de educar sus hijos ó proteger á su esposa;
— 255 —
pero nuestra desquiciada sociedad presenta casos
numerosos donde los padres se suicilan para facili-
t a r la vida á la familia, siquiera fuese dejándola un
seguro, ya que de otro modo no hallaron' medios de
servirla en la terrible lucha por la existencia de las
sociedades anárquicas de hoy.
Abogo por las organizaciones de sociedades, cuyo
fin es propagar ideas razonables sobre la muerte y
facilitar un Bel Morir á los que lo pidan. Quien haya
asistido á la manera ignominiosa como hoy exhalan
el último suspiro nuestros hijos y amigos, compren-
derá que es un deber de humanidad en fomentar
aquellas sociedades; poéticamente, como en un sue-
ño, sin violencias, ni angustias, debiéramos morir
rodeados de los que nos quieren, despidiéndonos de
la vida con la plácida tranquilidad de aquél que re-
posa después de las fatigas y alegrías de un día la-
borioso.
Sócrates, preparándose al gran viaje del cual na-
die vuelve, es tan atractivo y grande como el poeta
Petronio, ó al fin el noble patriota Rizal, asesinado
para la eterna vergüenza de la España clerical, por
Nozaleda y Polavieja, y cuyo postrer adiós pertene-
ce á las obras más bellas del universo y que honran
al pueblo donde han brotado.
iAdiós, Patria adorada, región del sol querida,
Perla del mar de Oriente, nuestro perdido edén!
A darte voy alegre la triste m ostia vida,
Si fuera más brillante, más fresca» más florida,
También por ti la diera, para tu solo bien.
En campos de batalla, luchando con delirio,
Otros te dan sus vidas, sin dudas, sin pensar;
El sitio nada importa: ciprés, laurel ó lirio,
Cadalso ó campo abierto, combate ó cruel martirio,
Lo mismo es, sí lo piden la Patria ó el hogar.
Yo muero cuaudo veo que el cielo se colora,
Y al fin anuncia el día tras lóbrego capuz;
Si grana necesitas para teñir tu aurora,
Yierte la sangre mía, derrámala en buen hora
Y dadla en un reflejo de tu naciente luz.
Mis sueños, cuando apenas muchacho adolescente,
Mis sueños, cuando joven ya lien® de vigor
Fueron el verte un día joya d.el mar de Oriente,
— 256 —
Secos los negros ojos, alta la tersa frente,
Sin ceño, sin arrugas, sin manchas de rubor.
Ensueño de mi vida, mi ardiente vivo anhelo:
Salud te grita el alma que pronto va á partir;
Salad ¡oh! que es hermoso caer por darte vuelo,
Morir por darte vida, morir bajo tu cielo
Y en tu encantada tierra la eternidad dormir.
Si sobre mi sepulcro vieres brotar un día
Entre la espesa hierba sencilla humilde ñor,
Acércala á tus labios, que es flor del alma mía
Y sienta yo en mi frente bajo la tumba fría
De tu ternura el soplo, de sa hálito el calor.
Deja á la luna verme con luz tranquila y suave;
Deja que el alba envíe su resplandor fugaz;
Deja gemir el viento con su murmullo gHve,
Y si desciende y posa sobre mi cruz un ave,
Deja que el ave entone un cántico de paz.
Deja que el sol, ardiendo, las lluvias evapore
Y al cielo tornen puras con mi clamor en pos;
Deja que un ser amigo mi fin temprano llore
Y en las serenas tardes, cuando por mí alguien ore,.
Ora también [oh Patria! por mi descanso á Dios.
Ora por todos cuantos se unieron sin ventara,
Por cuantos padecieron tormento sin igual,
Por nuestras pobres madres que gimen su amargura,.
Por huérfanos y viudas, por presos en tortura,
Y ora por ti, que vas tu redención final.
Y cuando en noche obscura se envuelva el cementerio-
Y sólo los que fueron estén en paz allí,
No turbes su reposo, no turbes el misterio;
Tal vez acordes oigas de cítara ó salterio:
Soy yo, querida Patria; yo, que te canto á ti.
Y cuando ya mi tumba, de todos olvidada,
No tenga cruz ni piedra que marque su lugar,
Cuando en la tierra sienta el golpe de la azada,
Entonces mis cenizas volviendo de la nada
Saldrán de mi sepulcro tas campos á alfombrar.
Entonces nada importa me pongas en olvido:
Tu atmósfera, tus campos, tus mares cruzaré;
Vibrante y limpia nota seré para tu oído,
Aroma, luz, colores, rumor, canto y gemido,
Constante repitiendo la esencia de mi fe.
Mi Patria idolatrada, dolor de mis dolores,
Querida Filipinas, adiós, por siempre, adiós,.
- 257 -
Ahí te lo dejo todo, mis padres, mis amores;
Voy á do no hay esclavos, verdugos ni opresores,
Donde la fe no mata, donde el que reina es Dios.
Adiós padres, hermanos, trozos clel alma mía,
Amigos de la infancia: en vuestro triste hogar
Dad gracias que descanso del fatigoso día.
Adiós, dulce extranjera, mi esposa, mi alegría,
Adiós, queridos seres: morir es descansar.
La concepción filosófica del mundo nos quita las
ilusiones de las religiones positivas, dándonos el
equilibrio de los dioses del Olimpo. ¿Cómo sentirlo?
¿No era un Goethe más dichoso con su paganismo
griego que el desequilibrado Chateaubriand con sus
vanidades y sus ilusiones? Los franceses son, en ge-
ral, poco predipuestos, á la calma olímpica: «Ëe-
signación y contemplación; la ciencia y la filoso-
fía de la ciencia llevan al concepto de la vida de
ciertos órdenes religiosos: escribe Emilio Faguet, con
respecto al estoico Taine. La ciencia sólo puede en-
señar al hombre, cuando no se engaña á sí mismo,
la pequenez del hombre y la vanidad de sus esfuer-
zos, llegando á las mismas conclusiones como la reli-
gión, menos la esperanza».
Así hablan espíritus débiles, afeminados; cuan di-
ferente del lenguaje serio y viril de David Strauss,
quien se declaraba cansado de la vida y deseoso de
que la comedia de la existencia, por todo lo atractiva
y hermosa que fuera una vez tenga un fin.
Como poesías consoladoras son bonitos y hasta su-
blimes los tejidos de filigrana metafísica, pero ca-
recen absolutamente de todo valor científico y llevan
consigo el peligro de servir de puente para alguna
nueva superstición religiosa, con sus fanatismos y sus
sacerdotes vividores y ambiciosos.
«Evidentemente—dice Eugenio Fournière—el sen-
timiento religioso se ha dispersado, ó más bien repar-
tido por un efecto de creciente análisis de nuestros
sentimientos y de la división de las funciones. La ne-
cesidad de explicarse el Universo se satisface hoy en
las investigaciones científicas; la necesidad de soli-
darizarse con sus semejantes sé satisface por la intro-
ducción del socialismo en la política; la necesidad de
mejorarse individualmente se satisface en las mani-
1?
— 258 —
festaciones del arte. ¿Por qué entonces intentar una
quimérica é inútil unidad ficticia? (una religión posi-
tiva). El alma humana es ahora el templo magnífico
donde todas las emociones benéficas cantarán la glo-
ria del hombre vencedor sobre las fatalidades, quien
vive desde luego una vicia completa, libre de todas
las restricciones materiales y de todos los terrores
morales. Al sacerdote-rey de antes, al sacerdote y al
rey de ayer, seguirá el ciudadano-dios, y en él se
unirá el poder y la libertad, el derecho y el deber,
en una unidad magnífica y armoniosa». Desconfiémo-
nos de las religiones, puesto que la inmensa mayoría
de la humanidad puede recaer fácilmente en los vi-
cios de su niñez ignorante, y el fanatismo religioso es
un tigre dormido, que no debemos provocar.
«El ideal moderno, en cuanto es ideal de emanci-
pación humana, no conoce ni sexos, ni razas, ni reli-
giones—exclama Magalhaes Lima al fin de su hermo-
so libro «La Obra Internacional».—El hombre trabaja
para ser feliz, y debe serlo. Pero la dicha de un indi-
viduo aislado sería sin objetivo. La dicha del hombre
individual comprende la dicha de la familia; y la di-
cha de la familia comprende, material y lógicamen-
te, la dicha de la humanidad.»
Sobre todo en España, hay que evitar todo lo que
favorezca el desarrollo del fanatismo religioso, sea
provocando las brutalidades inquisitoriales del cato-
licismo ó aplaudiendo ciertas charlatanerías de ca-
rácter manifiestamente religioso, aunque se presenten
boy con el antifaz del anticlericalismo. Las sectas
protestantes tienen tantos papas infalibles, cuantos
pastores explotan la credulidad de los demás, y los
españoles no deben olvidar nunca que su gran sabio
Miguel Servet fué quemado por el protestante Zwin-
gli, rabioso adversario de Roma. Todas las religiones
conducen á Boma, hay que decir parafraseando el
dicho popular. La tierra debe bastarnos; ya no nece-
sitamos religiones sobrenaturales.
Vivir por Un ideal, borrar el yo, identificándolo con
la humanidad, es propio de los Santos de todas las
épocas y tales santos poseen también la nueva reli-
gión del socialismo. «Hipnotizados por la creencia
que les subyuga—dice Le Bon en «Psycologia del
Socialismo>,—están dispuestos á todos los sacrificios
— 259 —
para propagarla, y acaban hasta por vivir sólo para
establecer el reinado de aquella fe. El estudio de
estos medio-alucinados pertenece á la patología men-
tal: pero ellos han representado siempre un inmenso
papel en el mundo. Se recluían, sobre todo, entre los
espíritus dotados del instinto religioso, cuya caracte-
rística es la necesidad de ser dominado por un ser ó
un credo cualquiera y sacrificarse para hacer triun-
far un objeto de adoración. Siendo un sentimiento
inconsciente, sobrevive al instinto religioso, natural-
mente, la creencia que le entretenía al principio. Los
apóstoles socialistas, maldiciendo ó renegando de las
viejas doctrinas cristianas, son espíritus eminente-
mente religiosos; la naturaleza de su fe ha cambiado,
pero ellos quedan dominados por todos los instintos
ancestrales" de su raza. La sociedad paradisiaca soña-
da por ellos está muy cerca del paraíso celeste de
nuestros padres».
De todos modos, sería este fanatismo religioso útil
para la humanidad, aunque sea un atavismo del pa-
sado, y, por esto, reprobado por nosotros.
La filosofía positiva no niega, ni afirma á Dios,
Spencer le llama el gran X, y Goethe el gran positi-
vista-panteista, ha dado la definición más hermosa en
la respuesta que Fausto dio á Margarita, que le pre-
guntaba asustada: ¿Tú no crees en Dios? «No inter-
pretes mal mis palabras, ángel mío. ¿Quién osaría
nombrarlo y decir: creo en él y lo conozco? ¿Quién se
atreverá nunca á exclamar: no creo en él? El que
todo lo posee, que todo lo contiene, ¿no te contiene á
ti y á mí y á él mismo? ¿No ves extenderse sobre
nuestras cabezas la bóveda del firmamento, dilatarse
aquí abajo la tierra y moverse los astros eternos con-
templándonos con amor? ¿No atraen tus ojos á los
míos y no afluye entonces toda nuestra vida al cere-
bro y al corazón? ¿Un misterio eterno, invisible á la
vez que visible, no atrae mi corazón hacia el tuyo?
Pues llena tu alma con este misterio, y cuando expe-
rimentes la felicidad suprema, pon á tu sentimiento
el nombre que quieras, llámale dicha, corazón, amor,
Dios. Lo que es yo no sé como llamarlo. El sentimien-
to lo es todo, los nombres no son sino vano ruido,
humo que obscurece la claridad del cielo.» Desde que
el criticismo de Kant ha demostrado los límites de la
— 260 -
inteligencia humana imposibilitada á conocer nunca
las cosas en sí, no podrá pensarse en definir mejor y
más humanamente el concepto de Dios.
Entiéndase bien, que esto no excluye concepciones
espirituales metafísicas, sueños poéticos de una mís-
tica comunidad de espíritus entre sí y entre las gene-
raciones presentes, futuras y pasadas. Se confundi-
rán tal vez las creencias espiritistas con un misticis-
mo ó esplritualismo que halague á los sentimientos
altruistas.
La religiosidad corriente es casi siempre, y espe-
cialmente en los países católicos, una protesta anti-
clerical, es la ley de la oposición de Gabriel Tarde,
y como tal oposición exagerada. «Ya no existe Cristo,
dice el profundo autor de «La Religión del porvenir»,
Guyau, que cada uno sea su propio Cristo, se una á
Dios como quiera y pueda, ó que le niegue; pero no
se debe creer que destruyendo lo religión revelada ó
el deber categórico se arrojará á la humanidad brus-
camente en el ateísmo y el excepticismo moral. No
puede haber en el orden intelectual revoluciones vio-
lentas y repentinas, sino evoluciones que se acentúan
con ios años; esta misma lentitud de los espíritus de
recorrer de un cabo al otro la cadena de los razona-
mientos , hace fracasar en el orden social las re-
voluciones demasiado bruscas. Tratándose de la es-
peculación pura, los hombres menos temibles y más
útiles son los más revolucionarios, cuyo pensamiento
es más audaz, pero en la práctica se engañan los revo-
lucionarios siempre por creer la verdad demasiado
sencilla, tienen demasiado confianza en sí y se figu-
ran que han encontrado y determinado el término del
progreso humano, mientras que lo propio del progre-
so es de no tener término, de llegar á los términos se-
ñalados sólo transformándoles, y de resolver los pro-
blemas sólo cambiándolas suposiciones dadas.
»Pararse obstinadamente en alguna doctrina, siem-
pre demasiado estrecha, resulta una quimera que
huye á vuestras manos; sólo no es quimera adelantar
siempre, buscar siempre y esperar siempre. La ver-
dad está en el movimiento, en la esperanza; no sin ra-
zón se ha propuesto como complemento de la moral
positiva crear una «filosofía de la esperanza» (Foui-
llée). Hay que saber esperar, la esperanza es la fuer-
— 261 —
za que nos levanta y nos hace progresar. ¡Poco es una
ilusión! ¿Quién lo sabe?»
¿Hacemos mal en levantar la bandera de la espe-
ranza ante la tumba? ¿Hacemos mal hablando de
poéticos ensueños, de existencias espirituales donde
se unen las almas que en la tierra se amaban y que
la muerte va á separar? ¿Por qué no embellecer los
últimos momentos de un moribundo querido con estas
consoladoras ilusiones?
La nueva fe daría una prueba de desconocer el co-
razón humano, si no supiera satisfacer estos anhelos,
como religión alguna honrará la memoria de los que
fueron, y como el «Año Cristiano» elevará altares á
los hombres meritorios por la humanidad. Cada día
leerá el jefe de la familia la vida de uno de estos bien-
hechores del género humano y los hijos se imbuirán
de los ideales nuevos, aspirando á imitar á los gran-
des ejemplos de aquellos héroes del pensamiento, del
arte, de la ciencia, de la acción, déla abnegación, los
grandes luchadores, inventores, sabios y artistas. Se
inspirarán en esta nueva religión de amor y solidari-
dad, y al pasar por su inteligencia cada año todo el
cielo de los.santos de la humanidad regenerada, pe-
netrarán siempre más en la grandeza de esta nueva
época de la humanidad.
¿Abandonaremos los ritos y las fiestas tan queridas
á los sentimientos del pueblo, ya que nos han acom-
pañado desde el nacimiento á la pubertad, desde el
matrimonio donde jurábamos amor eterno á la dulce
compañera, hasta la triste hora donde decíamos el
postrer adiós á un ser querido?
Los ritos y las fiestas que señalan las épocas trans-
cendentales de la vida, tienen sus raices indestructi-
bles en el corazón humano, y todas las religiones las
han respetado, llevando las formas tradicionales con
el espíritu nuevo de cada nueva creencia.
Así se conservan en las fiestas católicas de todos los
países ecos de las religiones pasadas, á pesar de todos
los anatemas de los zelotas y fanáticos. La nueva fe
conservará respetuosamente estos reverendos ecos
del pasado, los modernizará, los espiritualizará y sus-
tituirá algunos ritos por otros nuevos, y algunas fies-
tas por otras.
Camilo Desmoulins escribió desde la prisión á su
— 262 —
adorada Lucila, en vísperas de subir al cadalso, que
nunca había creído en una otra vida, pero que el de-
seo de volver á ver su esposa le hizo acariciar la es-
peranza en la inocente creencia de su niñez. Un mis-
terioso aliento de la eternidad debe haber consolado
suavemente á los nobles mártires de las Revoluciones,
que sacrificaban su vida por el progreso y la felici-
dad de la humanidad, saludándola con un postrero
i germinal! grito de esperanza y de redención. Es esta
misma poesía mística de indecible encanto que vibra
en &quél último adiós del gran poeta y pensador José
Rizal, al escribir pocos momentos antes de morir fusi-
lado, víctima inocente del odio de los frailes y de la
bajeza de un general cristiano, vergüenza eterna y
baldón de España y del ejército español y causante
principal con Nozaleda y la regente de la pérdida de
aquel emporio de riquezas que debía ser el patrimo-
nio abundante de los españoles fertilizando los ago-
tados campos de la vieja Europa.
Los librepensadores alemanes celebran con gran
religiosidad el bautismo, el matrimonio y la muerte,
y los Haeckel, Büchner, Spielhage, ofician de sacerdo-
tes de la nueva fe con mayor grandeza y dignidad
que pudiera hacerlo cualquier Papa en su tiara des-
de el altar mayor de San Pedro eñ Roma. El 1.° de
Mayo, la fiesta del pueblo obrero resucitado, queda-
rá sin duda la fiesta de la primavera de la humani-
dad despertada á la nueva vida. Renán está eviden-
temente equivocado cuando dice que «el cristianismo
seducía las almas elevadas por el atractivo de una
religión desprendida de toda forma exterior de cul-
to». Al contrario, para el vulgo, para los distraídos,
hacen falta ritos y fiestas que les recuerden los gran-
des problemas de la vida y de la humanidad, y tal
vez habrá necesidad de conservar el sermón y la
misa semanal, y la hermosa fiesta de la Comunión, la
cena, el banquete de amigos y correligionarios.
¡Qué panteísmo sublime donde se confunde el Uni-
verso en un místico abrazo! Es una oración fervorosa
parecida en sublimidad á la del gran hebreo Jesús,
pidiendo fuerzas en Jetsemaní para morir por su
ideal. Nunca podrá la superficialidad mundana des-
terrar este misticismo sublime que ensancha la per-
sonalidad humana, haciendo comulgar al individuo
— 263 —
con la eternidad y con las generaciones todas del gé-
nero humano. ¿Y qué importa que no es más que una
ilusión? En efecto; pero una ilusión que embriaga
¿no sintió Rizal al escribir aquellos inmortales ver-
sos, efluvios de cariño y entusiasmo de todas las al-
mas sensibles que lo leen y leerán? ¿No siente el ar-
tista en los momentos de inspiración un vibrar miste-
rioso alrededor suyo, como voces de almas congenia-
les que le saludan? ¿No es esto la platónica unión de
Dios, la Belleza y la Virtud, con la cual sueñan los
católicos?
Sin arte y poesía no valdría la pena de vivir. La
suprema síntesis de la filosofía del placer, es hacer
de la vida misma una bella obra de arte.
¿Serán estas poéticas concepciones panteístas, ó las
espiritualistas del cristianismo armonizadas con la
ciencia moderna, ó las del espiritismo de Flamarión,
la religión del porvenir?, ó ¿tendría razón el psicólo-
go del anarquista socialista, Hamon, en apercibir en
los ideales reformistas de los partidarios de Reclus,
Kropotkin y Sebastián Jb'aure, el germen de la nue-
va fe?
¿No es lo más probable que los ensueños y esperan-
zas de una otra vida de goces espirituales en el éter
infinito, que los cristianos llaman paraíso, consolarán
siempre á las almas poéticas y á/los desgraciados que
no hallaron su dicha y el anhelo á la nada, al Nírva-
no, al reposo eterno, en esta vida, demasiado corta y
efímera para la inmensa mayoría de las gentes que
mueren en la flor de los años llenos de ilusiones y
anhelos?
Nunca podrá la filosofía positiva y la ciencia com-
batir aquellas esperanzas ó ilusiones, norque esta ma-
teria va más allá de la inteligencia finita del hombre,
y el sabio se inclina en silencioso respeto, como se in
diñaron Kant y Spencer ante la inescrutable X, el
gran enigma del Universo, el misterio de los miste-
rios. El dominio de la fe y la ciencia moderna no
pretende otorgarse poderes que no tiene, respetando
esta armonía entre la ciencia y la fe nueva, que en
vano ha buscado el admirable filósofo jesuíta, el pa-
dre Mir, entre la ciencia y la fe antigua.
La nueva fe no viene para destruir nada que sea
hermoso y consolador: su buena nueva se dirige á
— 261 -
todos los que hoy sufren, y que tienen derecho á ser
dichosos y felices. No es una filosofía de groseros go-
ces sensuales, un egoísmo brutal parecido al concep-
to epicúrico que llevó al abismo la hermosa civiliza-
ción clásica, la juventud bella de la vieja Europa; al
contrario, el crepúsculo que se extiende sobre la hu-
manidad cult a, sera el alborear de un mundo mejor,
sólo y únicamente cuando la reorganización social
esté basada en un renacimiento prof ando filosófico,
una resurrección espiritual, un renacer en una nueva
atmósfera'purificada de los miasmas y la podredum-
bre de servidumbres, tinieblas y errores que han pe-
sado, cual losa de plomo, durante tantos años sobre
el alma humana.
¿Veremos al fin este inmenso y sublime crepúsculo
del hombre-dios, ó caerá la pobre humanidad en nue-
vas servidumbres y supersticiones, después de haber
soñado en vano en el reinado de la justicia, libertad
y dicha?
TX&JDTCZEl

Introducción. De la raíz del egoísmo surge el al-


truismo, base de la moral social; influencias patoló-
cas sobre las ideas y los sentimientos; el crepiísculo
de la humanidad.
La Moral social. Caída del mundo antiguo por la
sensualidad, página 7; El plutocratismo grosero de
noy, pág. 8; Filosofía positiva, Wundt, G-uyau, Tai-
ne, Ribot, pág. 9; El problema social es esencialmen-
te de filosofía moral, pág. 10; Optimismo filosófico y
corrupción plutocrática, Le Bon, Vogüe, Tarde, Fau-
re, Reclus, pág. 11; Ideas-Fuerzas, de Guy au, pág. 14;
Abnegación, el suicidio sublime, pag. 15; El senti-
miento, el arte y la moral como factores históricos,
Buckle, Draper, Spencer, Lecky, Morley, pág. 17;
Moral social de Guyau, placeres sociales, pág. 18.
El tiranicidio, Schiller, Séverine, el derecho contra
la opresión, pág. 19; La Revolución
2
social y los prole-
tarios intelectuales, v^S- -; Decadencia moral de
España, falta de caracteres, pág. 26; El materialismo
grosero, pág. 27; Profesías apocalípticas, de Alfredo
Calderón, pág. 28.
Crímenes colectivos, conflictos internacionales, pá-
gina 31; La solidaridad internacional y sus adversa-
rios: Roma, Inglaterra y el Capitalismo, pág. 33.
Los santos de la moral social y de la cristiana, pá-
gina 34; El alma española y el amor á la patria y á la
lengua madre, Edmondo de Amicis, pág. 36; Moder-
nismo literario, pág, 38; La prensa como género de
arte, pag. 39; Juan Valera obscurantista, pág. 40; El
periodismo en la Academia, Burell, Fernanflor, Sibo-
— 266 —
ni, pág. 41; La conciencia colectiva, Tarde, pág. 42;
La prensa y el estilo, Zola, pág. 43; Gente nueva,
Heine, Leo pardi, Dicenta, pág. 44; El evangelio nue-
vo es constructivo, el parlamento universal, la políti-
ca mundial, Felipe Trigo, pág. 45; La transcenden-
cia moral del libro, pág. 48; La crítica y la caridad,
pág\ 49; Alma joven, pág. 50.
Las letras y la prensa reflejan la conciencia huma-
na, pág. 51; El amor es el impulso del genio, Dicen-
ta, pág. 52; Reacción contra prensa, Guillermo II,
León XIII, pág. 53; Valor de la crítica, Wutke, Me-
llado, pág. 54; El periódico es la Universidad moder-
na, Carlyle, Gener reaccionario, pág. 55; Epidemias
de suicidios, regicidios, sugestión, Burell, pág. 57;
La calumnia y su remedio, pág. 60; Corrupción do-
rada, pág. 62; Lucha del libro contra la prensa, pági-
na 63; El genio es perseverante, grafomanía, charla-
tanismo, pornografía, pág. 67; La prensa española,
í>ág. 71; Glorias periodísticas, Stead, Camilo Desmou-
lins, Chateaubriand, Carrel, Ríos Rosas, pág. 73; Con-
juración del silencio, pág. 77; Sugestión del arte, Gu-
yau, pág. 78; La crítica y el libro, Carlyle, pág. 79;
Abusos de la prensa y los remedios, Sígnele, Ñordau,
Hartmann, pág. 81.
El matrimonio y el amor libre, pág. 87; La libre
maternidad, Robin, pág. 90; El primer amor, pág. 91;
Rebajamiento del matrimonio por el cristianismo y
la sociedad metalizada, Mantegazza. pág. 93; El fe-
minismo, Bridal, Passy, Burgos Seguí, Arenal, pági-
na 94; La demi-monde y sus consecuencias morales,
el amor libre, Dorado, Balzac, Mirbeau, pág. 95; La
mujer y el matrimonio del porvenir, pág. 97.
La moral destruida por la miseria, la criminalidad
y sus problemas, Vaccaro, Dorado Montero, Escu-
der, pág. 99; La educación de los sentimientos por la
reorganización social, pág. 104.
II. Placeres altruistas .—La ciencia destruye las
ilusiones del Eden, tras Schopenhauer vence el opti-
mismo, pág. 107. Dolores y placeres, Sergi, facultad
de amar, de Taine, pág. 108; El pesimismo es deca·
dencia, Stein, Schopenhauer, pág. 110; La individua-
lidad superior, la soledad, pág. 111.
Hipocresías convencionales, Felipe Trigo, pág. 112;
El divorcio, pág. 114; El amor libre, Chemichefsky,
— 267 —
Beclus, los artistas, pág\ 115; El feminismo, el voto de
la mujer,Stuart-Mill, Zamacois, pág. 116; El matrimo-
nio ideal, Teobaldo Nieva, Fouillée, pág\ 119; La se-
xualidad como fuente de moralidad y altruismo, Gu-
yau, pág. 121; Perspectivas del porvenir, pág. 122;
Amor ideal, Balzac, Manteg azza, idealización del
instinto fisiológico, pág. 123; La mujer de la sociedad
futura, Fourni ère. pág. 125; Pro feminismo, Balzac,
Eichet, pág*. 126; La esposa de hoy y de mañana, pá-
gina, 127; El amor sexual y los años, pág. 129; Amo-
res ideales, amistad, pág. 131; Placeres «positivos»,
Lubbock, pág. 132; La sacerdotisa del hogar y la he-
tárea, los cuatro tipos de la mujer, la «presidenta», la
madre, la arnica y la amante, pág. 133. Las mujeres
bellas, las mujeres amigas, pág. 135; El ideal feminis-
mo español, pág. 136.
Los desencantos del amor sexual, pág. 138; Goces
de la ciencia, de las artes, pág. 139; EL haber científi-
co de la humanidad, pág. 140; Rivalidad entre la mu-
jer y los gOces ideales, importancia de la pedagogía
para educar á labrar la dicha, pág. 142; Elfia.del Es-
tado, Magalhaes Lima, pág. 43.
Embriagueces del odio, Schopenhauer, Balzac, la.
daga florestina, pág. 144; Los peligros de la conver.
sación, la intriga, los goces de la sociabilidad, la cor
tesía, pág. 145; La ley de oposición, la envidia, des,
encanto de Stuart Mill del trato social, Spencer, e,
ridículo esprit, pág. 146; Placer é instrucción por e
trato social y la conversación, útil para los filósofos y
solitarios, pág. 147; El arte es por naturaleza social,
altruista, la sociabilidad del porvenir, pág. 148; La
acción altruista vence el pesimismo y el excepticis-
mo, pág. 150; El placer del dolor, el Weltschmerz,
pág. 151.
Aforismos de mundología. El abismo de responsa-
bilidades de la herencia, pág. 152; A las mujeres in-
fieles, pág. 153; La opinión ajena, la dicha exígela
independencia, la soledad, pág. 154; El individuo es
el centro de la sociedad y su dicha, el eje de la mo-
ral social, disminuyendo las asperezas de la lucha
social, se hace al hombre más bueno, más moral, pá-
gina 155; Los placeres materiales, Schopenhauer, pá-
gina 156; Gloria, juventud y vejez, pág. 157; Al hom-
bre moderno falta el equilibrio, la base granítea de
— 268 —
la filosofía, consuelos dulces, pág. 158; Feminismo,
pág. 159; Placeres de la lucha, en política, empresas
finan ieras, los apóstoles modernos, pág. 160; Psicolo-
gía de las masas, Yalbert, histerismo religioso, el cu-
chicheo del confesionario, pág. 161; La gratitud, fuen-
te de placeres, pág. 162; Trabajar por el progreso es
un deber de gratitud hacia el pasado, pág. 163; Il bel
morir, un deber, pág. 16-1; La transformación, social
llevará tras sí la révolución moral, Magnaud, pági-
na 165; Educación de sentimientos, las muchedum-
bres, Taine, Valbort, pág. 166; El trabajo debe ser un
placer, pág. 168; Ser genio, es ser feliz, Spinosa; Bee-
thoven, la conversación, el don de palabra, pág. 171;
El deber ele la felicidad, Lubbock, egoísmo, pesimis-
mo, Nietsche, pág.172; El derecho á la dicha, Hertzka
pág. 173; El hastío y sus poetas, Heine, Byron, pá-
gina 175; Necedades de Menéndez y Pelayo sobre el
evangelio social, pág. 176: ídem de Garófalo, página
177; Los radicales festejando al frailuco indiscutible,
León Mainez en defensa de Pí, pág. 178; Sandeces de
Lombroso, los reformadores son «locos», pág. 181;
Desequilibrios del arte moderno, Levillan, Mathieu,
Espronceda, Zorrilla, Larra, Dicenta, pág. 182; Arte
sano, Enrique Ferri y el arte.social, pág. 185; La edu-
cación artística del pueblo, pág. 188; Las grandes ar-
monías de Goethe, Balzac, Hugo; Taine sobre filoso-
fía del arte, pág. 189; Artista, filósofo y hombre de
Estado, la gran trinidad del genio, Dante, Goethe,
Platon, Balzac, Proudhon, ßubens, Mirabeau, pa-
gina 192; El interés de las obras patológicas es efí-
mero, Hood, Dicenta, pág. 191; Efecto moral del arte
soeial, pág. 196; La contemplación filosófica es la su-
prema dicha, Leonardo da Vinci, pág. 19r, El arte
musical es el eco de las vibraciones del infinito, pá-
gina 199; El arte popular, ediciones económicas de
las obras de Castelar y Pí, pág. 201; El equilibrio ca-
racteriza al genio, Kropotkin, Goethe, los grandes
focos del pensamiento humano, pág. 205; La educa-
ción debe preparar la dicha por un sabio estudio de
la profesión á que cada niño se dedicara, pág. 208; El
arte ennoblece los sentimientos, la obligación estéti-
ca, anestesia moral de los artistas, pág. 209; La fuerte
individualidad es el centro de la historia, pág. 210;
La música, armonías infinitas, pág. 212.
- 269 —
III. La Nueva Fe.— La sociedad del porvenir, se-
gxfti Letourneau, pág. 215, El caos horrible de hoy,
bebastián Faure, pág. 216; Le Bon sobre la fuerza de
la nueva fe, pág. 217; Michelet á los estudiantes, Re-
clus, pág. 219; Lavisse sobre Ja nueva fe social, pá-
gina 225; La misión de la juventud intelectual en Es-
paña, Francia, Italia, Dorado Montero, Giner, pá-
gina 226; Hacia el porvenir, Jaurès, pág. 229.
Valor moral del Evangelio, Jesús y Budha, pági-
na 232; Los anhelos de otra vida, monoteísmo, monis-
mo moderno, abismo entre la ciencia y el cristianis-
mo, pág. 233; Hipocresías españolas é incredulidad,
pág. 234; La crisis religiosa-filosófica de la España
de hoy, pág. 236; Conceptos de la moral anarquista
de Kropotkin, Flamarión, sobre la felicidad y lo pa-
sagero de la vida terrestre, pág. 237; El misticismo
humanitario de Jaurès, t ág. 238; La pesadilla cristia-
na se desvanece ante la ciencia, España es el último
refugio del obscurantismo, Castroviclo contra el cleri-
calismo sedicioso, pág. 239; La fe antigua es la muer-
te de las naciones, el deber de los guías intelectuales
de España de combatir la herencia africana, pág. 241;
La educación de España al progreso y á la felicidad,
¿quién la hará?, pág. 242; Esperanzas vagas de Ga-
nivet, pesimismos exagerados ele Costa, pág. 243; Ne-
cedades clericales, Santa María y Paredes, bendice
los males de los proletarios; hipocresía repugnante,
pág. 245; La generación ¡de hoy y la del vunerando
trabuco del cura, Llano y Persí, pág. 246; ¿6e enfrían
los corazones como el calor de la tierra?, la decaden-
cia humana, pág. 247; La unidad y solidaridad hu-
mana en el Parlamento Internacional, egoísmo de
Inglaterra para al >ogar por este ideal, pág. 24:8; El
crepúsculo de la humanidad redimida y feliz, pá-
gina 249.
El surgir del mundo nuevo de la catástrofe que se
aproxima, el príncipe Hohenlohe, pag. 249; Volva-
mos al culto de la Naturaleza, la bella Grecia, los
bosques de Germania y las forestas virginales de
América, pág. 250; Ernesto Renan cubriendo de rosas
el abismo del pasado humano, el ideal de Jesús es el
de los ácratas ele hoy, el idealismo vencedor, pági-
na 251.
La ciencia ha desvanecido las sombras religiosas y
— 270 —
desvanecerá también las de las preocupaciones de la
muerte, II bel Morir, pág. 252; El problema del suici-
dio, superioridad del hombre en fijar su fin, el deber
del suicidio por dignidad, pág. 253; La muerte ideal,
el equilibrio clásico de Goethe, Taine, Strauss, Kizal,
pág. 254; Al sacerdote-rey sigue el ciudadano-dios,
Fourniere, el ideal moderno de Magalhaes Lima, pá-
gina 257; Los santos modernos, pág. 258; La gran X de
Spencer, el dios de Goethe, dicha, corazón, amor, pá-
gina 259; La protesta irreligiosa es efecto de oposición
al fanatismo clerical, la religión del porvenir según
Guyau, pág. 260; Filosofía de la Esperanza, ilusiones
de ultratumba, el culto por los santos de la nueva fe,
pág. 261; El postrer adiós de Camilo Desmoulins, el
aliento de la eternidad, pág. 262; La religiosidad de
Haeckel, Büchner y Spielhagen, el 1.° de Mayo, fies-
ta de la resurrección de la humanidad libertada, pá-
gina 263; El místico panteísmo, la unión de Dios, la
Belleza y la Virtud, pág. 264; El enigma del Univer-
so, las armonías entre la ciencia y la fe nueva, pá-
gina 264,
Ei'TOtas.—Página 5, línea 8, Heine y Espronceda;
pág. 33, 1. 7, mil quinientos millones; pág. 34, id.; pá-
gina 48, 1. 4 de abajo, perpetuar, por perpetrar; ídem,
1. penúltima, grafómanos, por gramófonos; pág. 69,
1. 6, modelarse, por moldearse; pág. 88,1.11 de abajo,
continuación, por legislación; id., 1. 6 de abajo, des-
ilusiones, por disoluciones; pág. 134, 1. 9 de abajo,
Stuart-Mili, por Stuart y Mili; id., 1. 5 de abajo, pre-
domina por usa; pág. 144,1. 8, cuya rabia por sus éxi-
tos ya no podía contemplar; pág. 159,1. 20, Perofska-
ya, por Perefskaya; pág. 164,1. última, deben, por
debe; pág, 167,1. 2, son un vino, por son vicios; pági-
na 173,1. 10 de abajo, instituciones, por constitucio-
nes; pág. 182,1.19, se, por le; pág. 185,1. 7, Maclair,
por Man clair; pág. 187,1. penúltima, no las-, pág. 193,
1. 19, exige, por elige; pág. 197, 1. penúltima, en el
ocaso, por al ocaso; pág. 202, L 27, moro, por mozo.

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