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Universidad Nacional Autónoma de México

UNAM

Facultad de Filosofía y Letras

Licenciatura en Filosofía

SUA

Séptimo Semestre

Mat. Ar. De Filosofía de la ciancia

Profesora: Dra. Erika R. Lindig Cisneros


Filosofía de la ciencia y problemas del lenguaje I

Alumno: Alejandro Durán Jiménez

No. Cuenta: 88535731

Febrero de 2020
Una breve historia contiene más relato entre menos certera sea, y su misión es ante
todo contagiar al lector de ambiguas escenas acerca de la realidad, nada está más alejada de
la verdad que un continuo de palabras forzadas a deleitar el gusto ligero de un intelecto que
no se esfuerza en agradar más que al buen gusto estético. La historia se llena lentamente
con ideas contaminadas de alegría o de tristeza cuyo fin último es estimular el intelecto o la
razón. Un cuento es, sin duda, un engaño, pero no por ello falto de retórica. No
necesariamente un cuento carece de la habilidad en el uso de la palabra que pueda
convencer al lector de que aquello que se cuenta sea real, o que carezca de verdad ante el
inocente lector. Su inocencia viene de una falta total de entrenamiento en el arte de la
retórica, no puede, aunque deseara esforzarse en ello, identificar un buen argumento, su
falta de ejercicio en el uso lógico de las ideas le impide mirar la mentira hecha con sutil
habilidad por quien escribe el cuento, cuya intención es sin duda el engaño. Pretende hacer
creer como verdadero una sutil mentira, usa para ello el argumento fundado en falsas
imágenes, signos apasionantes que nublan con su belleza la mente del inocente lector. Este
hábil embaucador comprende, conoce y maneja con maestría los muchos elementos de un
buena retórica, es inteligente, y su agudeza de estilo llena el texto de enredos bien
elaborados, y uno a uno en orden desordenado a propósito, dan al lector la sensación de una
verdad imposible de negar, hace que el incauto caiga en la trampa.

La trampa está puesta, ahora falta que atrape al inocente lector, que a partir de su
ignorancia en retórica se cree palabra por palabra todo el cuento, ante sus ojos expuesto
como una indudable verdad. Tan es así el abuso de esa inocencia por parte del autor del
cuento, que daría, el lector su vida, y pondría su palabra en defensa de la tesis mostrada por
tan hábil engaño. Con perfecto manejo de la retórica es como el cuentista oculta ante la
mirada del incauto las mentiras, convirtiendo éstas en una verdad absoluta, de la que ya es
imposible dudar, otorgándole al ingenuo poder y licencia para utilizar los mismos
argumentos, y la misma retórica en favor del lector al instante en que se ve obligado a
defender ante un conocedor de la retórica y que afirma con sentido claro que ahí hay una
falsa tesis, provocando la indignación del inocente y obligándole con pasión a argüir su
defensa. Contundente será el diálogo retórico que usará el incauto en defensa de la tesis
falsa, pero que él cree como verdad absoluta, sin poder mirar sin el velo que cubre sus ojos
de la intensión abusiva del cuentista, que alegre se muda abandonando al lector en su lucha
por defender su tesis, no necesita permanecer, y mucho menos acompañar al lector en su
lectura, ni en la defensa de los argumentos mostrados, el mal está hecho, y la víctima ignora
que lo es. Esta inocente víctima del engaño retórico vive apasionadamente la verdad
mostrada por el engaño; tomará sin duda una postura acorazada e impenetrable ante nuevos
argumentos, surgidos de la necesidad de salvar estas almas perdidas en el engaño, pero el
daño por la herida es tan profundo y ha cicatrizado tan velozmente que ya no pueden
penetrar las medicinas que le curen; esas palabras compuesta en una misma retórica pero a
partir de verdades y no de mentiras. Pobre del lector ingenuo, que ha devorado una mentira
como si fuera verdad absoluta, y pobre de su alma contagiada de los mismos argumentos
que sostienen la mentira como verdadera.

Platón nos invita a reflexionar acerca de este tipo de instrumentos escritos, y nos
insta a ser cuidadosos en el uso adecuado de la retórica, porque si para él es verdad que la
escritura atenta contra la memoria y hace al hombre perezoso, o eso parece decir Sócrates
quien niega que el instrumento de la escritura sirva al hombre para hacerle más listo, al
contrario, un texto es un ser sin alma al que ya no es necesario tener a su creador para
interpelarle y de frete reclamar por su retórica. Nos advierte en le Fedro, en la lectura de la
carta sobre el amor que Lisias entrega a Fedro, y que éste al leérsela a Sócrates, provoca en
él el deseo hacer lo mismos, argumentar con una retórica, que sabe a mal hecha, y un
diálogo que a Diógenes le pareció escrito por un novato, sin embargo, no pudo escapar a su
deseo de mirar más de fondo, porque no contento con lo superficial del diálogo cree que
hay una belleza oculta a la vista en él, y piensa que Platón tenía perfectamente clara su
intención de mostrar a Fedro que Lisias era en ese texto un sofista, mago de la palabra
retórica con la que bien podría engañar al ingenuo lector, por ser éste ignorante del arte
retórico, y de sus elementos, convenciéndole de que eso es un caballo cuando en realidad es
un asno, sin que para ello deba tener de frente al asno, pues una vez mostradas las
cualidades del caballo, el lector termina por convencerse de que es una caballo, así mismo,
Lisias convence a Fedro de las pasiones del amor y de las penas que los amantes sufren. Así
mismo el cuento antes dicho convence al inocente de una mentira convertida en verdad ante
la mirada inocente de la víctima, que ya convencido defenderá con valor la tesis de quien
ha escrito el cuento1.

Pero el problema no es la retórica, ni siquiera lo era para Platón, o para Sócrates, al


contrario, él alagaba el correcto uso de la palabra escrita, seguro estaba que Lisias como
cualquier otro, filósofo como les llama en el diálogo, tenían claro el buen uso de la retórica
y que sus escritos debían de estar perfectamente plasmados en el papel. No podría creer que
alguien con la calidad de Lisias pudiera no escribir correctamente y entonces dejar por
escrito algo que careciera de una buena retórica, porque para él, lo escrito ya no permite la
interpelación del lector contra el autor del texto, y éste deberá de defenderse solo, ante la
mirada de quienes leen cada párrafo y cada palabra. Por ello se ve amenazado por un mal
escrito, y obliga a Fedro a leer una y otra vez el principio del texto que Lisias le ha
entregado, haciendo ver a Fedro la intensión del autor de haber iniciado con el final el
principio del texto, como si éste estuviese en desorden a propósito, como lo estuvo el
discurso de Sócrates sobre el amor, mismo tema que trataba Lisias y que pareciera que
Sócrates estuviese burlándose de Fedro con una conversación son orden. Porque para él era
importante mostrar a Fedro el valor de la retórica y lo delicado que es dejarla por escrito, ya
que un excelente escritor, un filósofo, sin duda usará con perfección el arte de la retórica
para plasmar por escrito todo y cada uno de sus argumentos, porque nunca duda de esa
obligación del quien ha de escribir. Y como esa no es la angustia de Sócrates, puesto que no
duda de las habilidades de los filósofos, a menos que sean sofistas, hábiles en el uso de la
retórica, y del engaño. Y sí, claro, esa es la preocupación de Sócrates en este diálogo de
Platón, el Fedro, mostrar que una buena retórica, ahora por escrito, puede ser usada con
oscuras intenciones. Mostrar una mentira como si fuese una verdad, un caballo por un asno,
un tesis falsa por una tesis verdadera.

1
El cuento al que hacemos mención no es otro que la novela de D. Brown “El código Da Vinci” en el que usa
elementos simbólicos en una retórica bien estructurada para convertir una tesis falsa en una verdad. Tanto
fue el impacto que a partir de su publicación, salieron obras completas con la intensión de mostrar a los
lectores las falsas argumentaciones usadas en la novela. Sin embargo el daño estaba hecho, los lectores
inocentes cayeron en el cuento y se creyeron la tesis.
Platón muestra ante la mirada de su querido Fedro cómo es sencillo poner una
mentira en el lugar donde debería de ir una verdad, con el uso de la retórica, que ya se ha
mostrado que ha de ser imposible de quien escribe no emplearla con elegancia y maestría.
De ello nace su preocupación, y dice que no es suficiente escribir bien, que basta con saber
usar el arte de la retórica, eso es obligado. Sin más bien que debe haber en quien escribe
algo más que una buena preparación, y grandes habilidades a lo hora de plasmar en papel
sus argumentos. Debe existir en el escritor de tales tesis un sentido de honradez. Quien
escribe debe tener, además de grandes habilidades, destreza y conocimiento en el arte de la
retórica, algo más.

Da a entender que el hombre que escribe, el que puede argumentar con habilidad
sobre casi cualquier cosa, ha de tener en su conducta actos buenos, mostrarse con
honestidad, siempre argumentando con la verdad, nunca deberá usar su habilidad en el arte
de la retórica para el engaño, puesto que puede ser usada ante el público en la plaza cuando
se busca decir algo de la polis, o en privado cuando se habla al amante, o en la caminata
cuando se conversa con el amigo. Siempre ha de usarse la retórica con el alma pura, libre
de intensión engañosa.

Es interesante ver que en nuestros tiempos a diferencia de los de platón, por la


distancia, o quizá esa distancia no sea tan grande, tenemos un uso del arte de la retórica
para convencer de la veracidad de tesis sin verdad, pero que por estar bien argumentadas
convencen a un jurado, a un pueblo o a un individuo. Hoy aprendemos ese arte con mucha
pasión, pero ya no nos preocupa si aquello que decimos es verdad o no, lo importante es
convencer retóricamente a quien nos lee o escucha, dejando en el papel un hilo de palabras
bien tejidas y que será difícil deshilar.

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