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ALEJANDRO B. ROFMAN - LUIS A.

ROMERO

SISTEMA SOCIOECONÓMICO Y ESTRUCTURA


REGIONAL EN LA ARGENTINA

2. Segunda etapa: La producción de


Bienes primarios exportables (1852-1930)

Esta segunda etapa tiene una fecha de iniciación imprecisa, que corresponde a la aceleración y
el aumento de los cambios iniciados con la industrialización de los países centrales en la etapa
anterior, pero termina inequívocamente con la crisis mundial de 1930. En esta fecha, el desarrollo
capitalista de los países centrales, que había organizado la producción dentro de un sistema
integrado, sufre una brusca detención, que desorganiza las relaciones internacionales y revitaliza
los procesos de desarrollo que tienen lugar en el seno de las naciones periféricas.

1. El sistema internacional

A lo largo de este período, la producción industrial, que había afectado hasta mediados de siglo
a pocos países y a escasas ramas de la industria —básicamente la textil y la metalúrgica—, se
generalizó como modo de producción dominante en Europa occidental y en Estados Unidos,
afianzándose así el núcleo de los países centrales.

Las relaciones capitalistas de producción que presuponía este tipo de desarrollo se hicieron
extensivas también al sector agrícola.

En este contexto, la situación de las áreas marginales fue totalmente distinta a la de la etapa
anterior. El proceso de crecimiento económico que gestó la industrialización rebasó la frontera
de los países centrales y se proyectó hacia el resto del mundo. Estos países se convirtieron
decididamente en imperialistas; la concentración y centralización de la producción metropolitana
impuso la necesidad de organizar la economía mundial, incorporando al sistema económico
capitalista vastas regiones hasta entonces no ocupadas, muchas de las cuales eran incluso
desconocidas. Esta organización se basó en la especialización funcional de las distintas áreas y
en la división internacional del trabajo en función de las necesidades de los países centrales. 1

Uno de los cambios que acompañó al desarrollo industrial fue el aumento de población y/o el
traslado de grandes masas de la actividad agrícola a la producción industrial. Este proceso
provocó, aparte de los excedentes demográficos que necesitaban emigrar, un aumento en la
demanda de alimentos, que se unió a la acrecentada demanda de materias primas para la industria.
De ahí que fuera necesario para los países centrales organizar en la periferia economías primarias,
productoras de alimentos y materias primas para la exportación y consumidoras de las
manufacturas europeas. En función de estos cambios las áreas coloniales pasaron a ser
primordialmente productoras, quedando relegadas en su papel de mercados, hasta entonces
dominante. Ello determinará una nueva e importante función de las áreas coloniales: recibir las
inversiones de capitales de los países centrales. Las regiones más aptas para ser transformadas en
productoras de alimentos eran las ubicadas en las zonas más templadas, prefiriéndose los
“espacios vacíos”, donde no hubiera organizaciones productivas muy arraigadas. En esos casos,
los países centrales canalizaron hacia esas regiones los excedentes demográficos y los capitales
necesarios para comenzar la producción. Sobre la base de la circulación de productos primarios
de la periferia al centro y manufacturas de este a aquella, quedaron firmemente asentados los
intercambios internacionales —cuya magnitud aumentó varias veces respecto de la etapa
anterior—, posibilitados por la modernización, transformación y agilización de los transportes.

Estos dos aportes —población e inversiones— correspondían tanto a los requerimientos de


esas regiones para expandir su producción cuanto a las propias necesidades internas de los países
centrales, que trasladaban a la periferia las contradicciones surgidas del desarrollo capitalista.2 El
crecimiento demográfico del siglo XIX, que superó las posibilidades de absorción por las
economías centrales, se canalizó hacia aquellas regiones.

Los excedentes demográficos de los países centrales se volcaron —junto con los capitales—
hacia las regiones periféricas. Fueron fundamentalmente emigraciones de zonas dedicadas a la
agricultura en donde las invariables estructuras jurídicas, la tenencia de la tierra y la baja
productividad, que se reflejaban en bajos salarios o ingresos, constituían factores de expulsión de
la mano de obra en ellas ocupada. Las migraciones intercontinentales en la segunda mitad del
siglo XIX y comienzos del XX fueron de millones de personas.

El capital acumulado, que no encontraba ya áreas rendidoras de inversión en la metrópoli, halló


en la misma periferia, la solución a la tasa decreciente de la ganancia.3 En ese sentido, la expansión
imperialista no solo aseguró el dominio del mundo a los países capitalistas sino que evitó, además,
su propia destrucción interna.

Si bien este proceso conjuró los conflictos internos, acentuó en cambio el choque entre las
potencias imperialistas. El desarrollo capitalista trajo aparejado en los países centrales un proceso
de concentración y centralización económica que llevó a la integración de las distintas ramas de
la producción, el comercio y el financiamiento. El capitalismo monopolista condujo
necesariamente a una lucha por los mercados que implicaba algún tipo de dominación política
sobre las regiones periféricas. De ese modo, si en la primera parte de la etapa el dominio de
Inglaterra fue indiscutido, aparecieron hacia su fin nuevos competidores (Alemania y luego
Estados Unidos), siendo las regiones periféricas el campo de disputa. La Primera Guerra Mundial
sirvió para dirimir las supremacías y allanar el camino al crecimiento norteamericano.

Cuadro 1. Migraciones intercontinentales.


Emigración 1846-1932
Total de
Países y lugares de emigración emigrantes

Islas Británicas 18.020.000


Italia 10.092.000
Austria-Hungría 5.196.000
Alemania 4.889.000
España 4.563.000
Rusia 2.253.000
Portugal 1.805.000
Suecia 1.203.000
Noruega 854.000
Polonia (1920-32) 642.000
Francia 519.000
Dinamarca 387.000
Finlandia (1871-32) 371.000
Suiza 332.000
Holanda 224.000
Bélgica 193.000
Malta (1911-32) 63.000

Total Europa 51.696.000


Otros países
Indias Británicas 1.194.000
Cabo Verde (1901-27) 30.000
Japón 518.000
Santa Helena (1896-1924) 12.000

Total 53.450.000

Inmigración 1821-1932

Total de
Países y lugares de inmigración inmigrantes

Estados Unidos 32.344.000


Argentina (1856-1932) 6.405.000
Canadá 5.206.000
Brasil 4.431.000
Australia (1861-1932) 2.913.000
Indias Occidentales Británicas (1836-1932) 1.587.000
Cuba (1901-32) 857.000
Sudáfrica (1881-1932) 852.000
Uruguay (1832-1932) 713.000
Nueva Zelandia (1851-1932) 594.000
Mauritania (1836-1932) 573.000
México (1911-31) 226.000
Hawái (1911-31) 216.000
Fiji (1881-1931) 79.000
Guayana (1856-1931) 69.000
Guadalupe (1856-1924) 42.000
Nueva Caledonia (1896-1932) 32.000
Paraguay (1881-1931) 26.000
Filipinas (1911-29) 90.000
Terranova (1841-1924) 20.000
Seychelles (1901-32) 12.000

Total 59.187.000

Fuente: A. M. Saunders, Población mundial, México, 1939. Citado por R. Cortés Conde y E.
Gallo, La formación de la Argentina moderna, Buenos Aires, pág. 30.

2. El sistema nacional

La relación de la Argentina con los países centrales se modificó profundamente en esta etapa,
en la que se dio un acelerado crecimiento económico en función de las necesidades de los países
centrales. El crecimiento, inducido exteriormente, reveló un grado muy alto de integración de la
economía argentina al mercado mundial: la etapa puede caracterizarse por la presentación de una
frontera muy débil frente al sistema internacional de dominación. Sin embargo, la acción de los
factores externos fue reelaborada internamente por la peculiar configuración de la estructura de
dominación local. Para comprender su modo de actuar es necesario señalar primero algunos
aspectos de esa transformación económica.

2.1 La función económica

La incorporación de la Argentina al sistema mundial que se estructuraba, como productora de


materias primas alimenticias, se vio favorecida porque la región litoral, la más apta para ello, no
era una “zona vacía” y ya tenía orientada su producción hacia la actividad agropecuaria; solo
fueron necesarias algunas adaptaciones que, aunque modificaron profundamente su fisonomía,
acentuaron en definitiva muchas tendencias ya perfiladas.

Para realizar esa adaptación, la Argentina recibió del exterior, como ya se vio, importantes
contingentes de inmigrantes y gran cantidad de capitales. Los inmigrantes, provenientes en su
mayoría de las penínsulas ibérica e itálica, se instalaron masivamente en el Litoral y en particular
en los centros urbanos portuarios. La política restrictiva adoptada para la entrega de tierras
fiscales —entre las que se contaban especialmente aquellas ganadas a los indios— dificultó su
radicación en las zonas rurales, acentuándose el predominio de

Los latifundios, otro de los rasgos heredados del período anterior. Las inversiones extranjeras —
fundamentalmente británicas— no se dirigieron a la actividad productiva directa, que quedó a
cargo de inversores locales, sino a la creación de una infraestructura de transporte (ferrocarriles
y puertos), al control del sistema de comercialización y al financiamiento del Estado nacional;
estas tareas, por su magnitud, estaban fuera del alcance de los inversores locales.

La acción de las inversiones locales y extranjeras, así como el eficaz funcionamiento del
Estado, permitieron una rápida expansión de la producción litoral. La colonización agrícola en
Santa Fe y Entre Ríos, el desarrollo de la producción lanera en Buenos Aires, las transformaciones
que provocó la aparición del frigorífico y el desarrollo de la agricultura fueron las grandes etapas
del desarrollo de esta producción primaria. Simultáneamente, el crecimiento de los centros
urbanos, producido tanto por la concentración de actividades terciarias como por la instalación
de plantas de elaboración primaria, y acentuado por la ya mencionada política de tierras, estimuló
el desarrollo de una industria manufacturera que empezó a sustituir algunas importaciones.

Esta expansión sostenida de la producción se tradujo en un constante incremento del comercio


externo y una modificación de las relaciones con la metrópoli. Con saldos favorables en la balanza
comercial, la Argentina pudo eliminar el déficit de la balanza de pagos, cuyos saldos negativos
en la etapa anterior debían ser en parte reinvertidos en el país. El control británico de los
transportes y la comercialización externa y los mismos préstamos que recibía el Estado se
tradujeron en un estrechamiento de las relaciones financieras y en una gran sensibilidad local a
las fluctuaciones cíclicas metropolitanas, tal como ocurrió en la crisis de 1857, 1874 y 1890.

La región donde se realizaron plenamente estas transformaciones fue la del Litoral, cuya
extensión territorial se amplió, tanto por el avance de la frontera indígena como por la
incorporación de Entre Ríos y el sur de Córdoba. El crecimiento hizo que los desequilibrios
existentes en Litoral e Interior se acentuaran. Sin embargo, se produjeron dos variantes con
respecto a la situación anterior: el aumento de las importaciones y el establecimiento de la red
ferroviaria acercaron los mercados del Interior a Buenos Aires, modificando la situación de
dispersión del mercado nacional existente hacia el comienzo de la etapa. Las regiones de Cuyo,
Corrientes y el Noroeste, vinculadas hasta entonces con los mercados de Chile, Brasil y Bolivia
respectivamente, se acercaron a Buenos Aires, en cuanto a las importaciones primero y a las
exportaciones después. Por otra parte, en el Interior surgieron dos regiones de agricultura
moderna, que produjeron para el mercado nacional en condiciones que analizaremos más adelante
y que constituyeron los únicos casos, en esta etapa, de modernización agrícola en el Interior.

2.2. El sistema de dominación

El proceso de expansión económica descripto fue conducido por la oligarquía terrateniente; la


consolidación de la hegemonía interna y la adaptación a la estructura internacional de dominación
le permitió convertirse en intermediaria entre los estímulos externos y el sistema nacional, en el
que conservó el control del proceso productivo directo. Consolidado el dominio interno y
modernizado el aparato estatal, el proceso de crecimiento económico movilizó a nuevos grupos
sociales —las clases medias— que se incorporaron al sistema de dominación dentro de los marcos
fijados por la oligarquía.

a. La consolidación del sistema nacional de dominación

Las características básicas de la oligarquía terrateniente se conformaron en la etapa anterior,


cuando la expansión ganadera dio origen al sector empresarial agrario. Esta comprobación —que
señala la existencia de un importante elemento de arrastre— refuerza la hipótesis de que la
Argentina no era un “espacio vacío”.4 Cuando se inició el proceso de expansión, la oligarquía lo
condujo de modo tal que las bases de su hegemonía —la posesión de la tierra— no se vieran
alteradas; la expansión se realizó al ritmo de la progresiva conquista y ocupación de nuevos
territorios, que fueron entregados por el Estado a precios muy bajos, a los que ya entonces eran
grandes propietarios. El mismo carácter militar de la ocupación evitó que pequeños colonos se
apropiaran de ella, como hubiera ocurrido en el caso de una frontera abierta, creando una amplia
clase de pequeños y medianos propietarios.5 Esta instrumentalización del poder político que hizo
la oligarquía se completó, desde 1880 y hasta la crisis de 1890, con la sostenida inflación del
valor de los bienes raíces a causa de la especulación, que impidió que las tierras escaparan del
control de los que ya las tenían.6

Los excedentes originados en la expansión agropecuaria fueron así canalizados por la


oligarquía, que logró mantenerse cerrada y acrecentar su poder interno. Su eficacia fue mayor en
la medida que logró superar las divisiones dentro de la clase, que la habían enfrentado en la etapa
anterior, consolidándose un sistema nacional de dominación en el que quedaron claramente
delimitados los grupos hegemónicos. Esta progresiva cohesión interna se fue logrando a través
de distintas etapas:

a. Durante el período 1852-62 la división del Estado argentino en dos sectores enfrentados —
Buenos Aires y la Confederación— parecía indicar que aún se prolongaban las luchas anteriores,
agravadas por el aumento del poder del Litoral no porteño, que era capaz de discutir con Buenos
Aires la hegemonía nacional. Esa situación terminó con la victoria de Mitre en Pavón y la
posterior reunificación.

b. Las primeras presidencias (1862-80) correspondieron a una etapa de consolidación del poder
del Estado nacional, el cual, no obstante, debió combatir aún fuertes focos de resistencia, no solo
por los levantamientos de los caudillos provinciales sino también por la revolución mitrista de
1874 y los conflictos surgidos en torno de la federalización de Buenos Aires. Sin embargo, se dio
para entonces un principio de entendimiento entre los sectores provinciales y el gobierno nacional
(acuerdo Sarmiento-Urquiza), que se reforzó a partir de 1880.

c. Luego de resolver el problema de la capital, Roca logró articular los distintos grupos locales
en una agrupación política, el Partido Autonomista Nacional, que aseguró la continuidad y la
canalización de las tensiones políticas internas de la oligarquía dentro del marco legal durante
veinticinco años.7 Esa integración fue conducida por el sector más poderoso de la clase
terrateniente, el porteño, aunque comenzaba a hacerse sentir el peso creciente de sectores
recientemente incorporados al proceso de expansión económica del Litoral agropecuario, como
Córdoba, de donde surgieron Roca y Juárez Celman. La constitución de este nuevo bloque señaló
la decadencia definitiva de los sectores mercantiles de Buenos Aires, representados políticamente
por el mitrismo.

A través del Partido Autonomista Nacional la oligarquía terrateniente incorporó al sistema de


dominación, con un papel subordinado, a las oligarquías del Interior, cuya integración era
fundamental en el nuevo Estado nacional. Esa participación, que debía asegurar la tranquilidad
interior, le daba incluso a las oligarquías marginales un innegable peso político, sobre todo en los
cuerpos colegiados. Sobre esa base, los grupos del Interior —abandonada la hostilidad a Buenos
Aires— pudieron acogerse a los beneficios de la expansión económica del Litoral, actuando el
Estado como redistribuidor del ingreso nacional en beneficio de los sectores dominantes pero sin
alterar mayormente la situación de las provincias. El desarrollo de la burocracia estatal, en todos
sus niveles, permitió emplear a los tradicionales y permanentemente decadentes sectores
dominantes del Interior; muchos de ellos pudieron usar su influencia política para adquirir tierras
en el Litoral y participar de la expansión.8 Más adelante se analizará el caso especial de Tucumán
y Mendoza, cuya expansión puede incluirse en este proceso de integración de los sectores
dominantes del Interior.

b. La modernización institucional

La función de la oligarquía en el plano político fue organizar el Estado nacional de modo tal
que pudiera operar efectivamente sobre el proceso expansivo que se desarrollaba. Esta acción,
que acompañó a todo el proceso de modernización y racionalización de la actividad económica,
correspondió a un programa altamente coherente, iniciado en 1852 y acelerado luego de la
pacificación roquista de 1880.

a. El primer paso fue la consolidación de la unidad nacional, acabando con los particularismos
políticos locales y afirmando el poder del Estado. Esto demandó un proceso largo y conflictivo,
desde Caseros hasta la federalización de Buenos Aires en 1880, en el que se incluyó el acuerdo e
integración de las oligarquías mencionados antes y la eliminación de los núcleos de oposición
mediante el uso de la fuerza, tal como ocurrió con los caudillos luego de 1862. La unificación
política se produjo paralelamente al proceso de unificación económica y de conformación del
mercado interior. No hablamos ya, como en la etapa anterior, de poderes a nivel local, pues
quedaron subsumidos dentro del Estado.

b. La unificación se prolongó en la tarea de dotar al país de un armazón político-institucional


que comprendió básicamente la sanción de la Constitución y la creación de los poderes
nacionales, la obra codificadora y la organización del Estado.9 Este armazón fue el sostén del
orden interno y la garantía indispensable para la concurrencia de las inversiones exteriores.10
c. El Estado nacional se apoyó en la fuerza militar, garantía del mantenimiento del orden
interno. El Ejército permitió en primer lugar pacificar el país y acabar con la oposición de los
caudillos. Entre 1860 y 1880 se alzaron contra el Estado que buscaba consolidarse los López
Jordán en Entre Ríos, el Chacho Peñaloza en San Juan y Felipe Varela, caudillo norteño que actuó
especialmente en la zona cuyana. Estos dos últimos expresaban, con su acción, la difícil
adaptación de la región cuyana, que conoció una época de prosperidad entre 1840 y 1870 —
cuando anudó estrechas vinculaciones con Chile y la economía del Pacífico—, a las nuevas
condiciones creadas por los ferrocarriles, la reunificación del mercado interior y la nueva
hegemonía económica de Buenos Aires, que absorbía las economías periféricas. La acción de los
caudillos, anárquica y sin perspectivas, no podía en definitiva evitar ese proceso de incorporación
de la Argentina como economía primaria exportadora.

En segundo lugar, el Ejército sirvió para expandir y defender la frontera, ganando tierras a los
indios y asegurando el reparto de las mismas dentro de la clase dominante. Recordemos que el
sector militar insumió durante este período alrededor del 50 % del presupuesto del Estado.

d. El Estado actuó normalmente como intermediario de la inversión extranjera, que en buena


parte se canalizó a través de préstamos al mismo. 11 La política económica adoptada fue
sistemáticamente liberal, evitando cualquier tipo de interferencia en la actividad privada, excepto
en aquellos sectores que, por su carácter deficitario, no eran absorbidos por ningún inversor
privado. Recordemos, como ejemplo de esta actitud, que en 1889 el gobierno vendió el Ferrocarril
Oeste, que era de la provincia de Buenos Aires, aduciendo que, como daba ganancia, debía pasar
a manos privadas.12

e. Esta política liberal entronca con una concepción más general del Estado, de carácter
decididamente secular y moderno. La obra de modernización estatal incluyó importantes
realizaciones en la promoción de la educación, la laicización de algunas actividades
tradicionalmente eclesiásticas, como la misma educación, el Registro Civil, etc. El
funcionamiento del Estado todo fue modernizado siguiendo criterios de eficacia y agilidad, pero
manteniendo su control intacto en manos de los sectores tradicionales, que se resistieron a innovar
en este campo y ampliar la participación política.

f. La escasa participación política tenía que ver, fundamentalmente, con el carácter marginal
de los contingentes inmigratorios, para los que durante mucho tiempo fue indiferente la suerte del
país; en consecuencia, la lucha política que se producía, plagada de irregularidades, no era más
que la competencia entre las facciones de la propia oligarquía para adueñarse del poder. En
cambio, toda la clase dominante trató, como tarea política fundamental, de lograr un cierto
consenso del conjunto de la población para los valores y objetivos —es decir, para el programa—
de los grupos dirigentes. En un nivel, el periodismo y, dentro de un plan más general, la
educación, se organizaron para difundir entre la población esos valores —que se sintetizaban
admirablemente en la noción del progreso— y sobre todo para excluir a la Iglesia como posible
competidora dentro del ámbito de la sociedad civil. Ese sentido tuvo toda la legislación laica, que
buscaba, en definitiva, lograr el control por parte del Estado sobre una Iglesia a la que se quería
convertir en su intermediaria para la obtención del consenso en la sociedad civil.13
c. La integración al sistema internacional de dominación

Como se señala en la primera parte, toda estructura de poder tiene un carácter bipolar,
originándose por un lado en una relación de fuerzas de los sectores dominantes internos y por
otro en una alianza con el poder metropolitano. Para la etapa anterior habíamos señalado que a
un sistema nacional poco integrado correspondía una estructura de poder predominantemente
apoyada en las relaciones sociales internas y con cierta independencia respecto del sistema
internacional de poder.

En esta etapa la oligarquía gobernante recibía su poder tanto del control interno de la
producción como de su capacidad para negociar eficazmente con el exterior. 14 Sin embargo, su
función primordial se orientó en este último sentido y consistió en asegurar que el grueso del
excedente fuera remesado al exterior, quedando el productor local como último y modesto
eslabón en una larga cadena de beneficiarios.

Esta tendencia se acentuó en épocas de crisis, cuando la compresión del margen de beneficios
creó tensiones entre los productores locales y los socios externos. En estos casos, cuyo ejemplo
más acabado se halla en la crisis de 1890, el centro del poder pareció desplazarse de los
productores a los representantes locales de los centros mundiales de decisión (abogados,
financistas, intermediarios), surgiendo en los propios productores intentos de oposición a la
dependencia, obviamente estériles y sin perspectivas.15 El poder local asumió entonces
plenamente su papel de agente vehiculizador de las decisiones externas. Volviendo al ejemplo de
1890, en plena contracción y angustia financiera el presidente Pellegrini decidió que la primera
prioridad para el Estado era saldar los servicios de la deuda externa.

d. La incorporación de las clases medias

El crecimiento del sector primario exportador provocó una expansión económica global de la
sociedad. Esta se diversificó, apareciendo nuevos grupos, algunos de los cuales se incorporaron
al sistema de dominación. Tal fue la característica de la experiencia que la Argentina vivió con el
radicalismo.

La inmigración masiva modificó profundamente la estructura demográfica del país. 16 La


población se duplicó y hubo un fuerte predominio de extranjeros. Sin embargo, el efecto fue
distinto según las regiones; como ya se expresó, la población inmigrante se concentró
preferentemente en los centros urbanos del Litoral, acentuando aún más la tradicional separación
Interior-Litoral.

El cuadro 2 nos muestra la concentración de la corriente inmigratoria en el Litoral.

Cuadro 2. Distribución geográfica de la inmigración vía ultramar, 2a y 3a clase


(Porcentajes de inmigrantes radicados en cada una de las zonas del país).
Zonas 1861-70 1891-1900 1911-20

Capital 33 34 27
Litoral 62 58 58
Noroeste 3 3 4
Nordeste — 1 2
Resto del país 2 4 9

100 100 100

Fuente: G. Beyhaut, R. Cortés Conde y S. Torrado. Inmigración y desarrollo económico, Buenos


Aires, 1961.

A su vez, ello repercutió en la relación campo-ciudad en cuanto a lugar de residencia de la


población.

Cuadro 3. Población urbana y rural (distribución porcentual según los censos nacionales).

Año Urbana Rural

1869 28,6 71,4


1895 37,4 62,6
1914 52,7 47,3

Fuente: Censos Nacionales de 1869, 1895 y 1914.

Por otra parte, el desarrollo del sector primario modificó la estructura ocupacional. El
establecimiento del Estado nacional amplió el sector burocrático; este, de escasa significación en
la etapa anterior, creció, extendiéndose por todo el país. En los centros urbanos del Litoral se
concentraron las actividades secundarias y terciarias (manufacturas y servicios) en relación con
los efectos secundarios y derivados del proceso de inversión que se analizarán más adelante. 17 En
el sector rural, los intentos de colonización primero y el régimen de arrendamientos después,
crearon un amplio estrato intermedio, que escapó a la dicotomía estanciero-peón propia de la
etapa anterior.

En síntesis, estamos ante el proceso de expansión y diversificación de la sociedad y aparición


de las clases medias. Estas se caracterizaron por su heterogeneidad y por el carácter
marcadamente encontrado de sus objetivos últimos. Tenían, en cambio, un rasgo común: su
condición de marginales en un sistema político que mantenía todas las características
tradicionales —a pesar de la acción modernizadora que en otros campos desarrolló la
oligarquía— y que les vedaba totalmente la posibilidad de incorporación. Esta marginalidad, que
se mantenía también para los sectores bajos criollos, fue la fuente de numerosas tensiones y
conflictos, sobre todo cuando la expansión económica creó las condiciones para una movilidad
social que los rígidos parámetros de la sociedad oligárquica procuraban frenar. Las tensiones se
caracterizaron, entonces, por el intento de estos sectores de incorporarse a una sociedad que les
parecía legítima y llena de posibilidades, y cuyos fundamentos últimos no pretendían cambiar.
Así, la mayoría de los movimientos sociales y políticos de la etapa tuvieron estas características.

En la zona rural, la tensión creada por la superexplotación a que eran sometidos los
arrendatarios (que se analizará más adelante) no hizo crisis hasta que no se produjeron dificultades
reales en la expansión de la agricultura. El Grito de Alcorta, un movimiento de chacareros y
arrendatarios que no sumó a sus reivindicaciones la de los jornaleros pero que sí contó con la
adhesión de los grupos comerciales de la zona, procuraba incorporar a ese sector rural medio a la
organización social vigente en mejores condiciones y, como se ha señalado, representaba en
definitiva la última etapa de la incorporación del inmigrante a la sociedad, el momento en que
este cree que es importante luchar por mejorar su situación en un lugar que ha dejado de ser de
paso para convertirse en residencia definitiva.18

La misma tendencia a la incorporación predominó en la acción gremial del incipiente


movimiento obrero. Mientras la línea socialista intentaba incorporar a la clase obrera —en su
mayoría extranjera— a la vida política, afirmando que desde el Parlamento y mediante la sanción
de leyes sociales se iba a mejorar su condición, la línea sindicalista —escindida del socialismo—
manifestaba desconfianza hacia la acción política y sostenía que, a través de los sindicatos, a los
que consideraba el único medio de expresión y acción de los obreros, se podían lograr esas
mismas reformas. Socialistas y sindicalistas coincidieron en una actitud poco propicia a los
choques frontales con el régimen. Solo los anarquistas, que tuvieron extraordinaria vigencia en la
primera etapa del movimiento obrero, especialmente entre los sectores artesanales, se
manifestaron partidarios de la acción violenta y de la ruptura con el sistema, aunque sin elaborar
una metodología clara para lograr ese derrumbe que anunciaban como inminente.

Ni la protesta rural ni la protesta urbana se vincularon con el movimiento político de las clases
medias y, en el caso del socialismo, manifestaron siempre una decidida repulsa hacia el
radicalismo. Esos sectores de clase media expresaron sus reivindicaciones en el plano político, y
su programa, el de la Unión Cívica Radical, fue el del sufragio universal y la vigencia de la
Constitución. Movimiento esencialmente heterogéneo, unía a grupos de intereses encontrados,
que solo un programa que significara la posibilidad de la incorporación a la vida política podía
convocar. Las pocas veces que se intentó precisar en detalle las opiniones del partido en materia
económica y social, estallaron las divisiones y escisiones. Frente a una oligarquía que no se
resignaba a abandonar el control del aparato del Estado, la UCR libró un combate largo y paciente,
en el que se esforzó por limitar su lucha a la intransigencia y la abstención electoral. Pese a ser
respetuosa del orden legal, la UCR participó repetidas veces en movimientos revolucionarios,
pero su acción se caracterizó por un fair play que indicaba la poca disposición de los dirigentes
radicales a pasar de la mera presión moral. Luego de una obstinada resistencia, la oligarquía
comprendió que era más riesgoso tratar de mantener el control exclusivo del Estado que aceptar
la participación en el poder. La Ley Sáenz Peña, que concretó en 1912 el sufragio universal,
garantizaba de todos modos que los viejos sectores dominantes no desaparecerían por completo
de la escena política.19
El triunfo del radicalismo fue un importante paso adelante en la concreción de una Argentina
transformada y adaptada a las modalidades del sistema capitalista, pues significó la ampliación
del sistema de poder, la incorporación de vastos sectores y, en conjunto, la adaptación de la vida
política a las pautas de los países europeos. Esto no implicó, empero, una alteración real en los
fundamentos del poder. La oligarquía, que había visto desgastarse aceleradamente el consenso de
que gozó durante el fin del siglo, cedió el gobierno a un partido que contaba con amplio apoyo
popular pero que, por sus mismas características, no aspiraba a modificar los elementos básicos
del poder, que permanecieron en manos de los viejos sectores. Efectivamente, pese a su carácter
marcadamente popular y a su prédica anti oligárquica, el radicalismo no se propuso nunca, ni en
la práctica política ni siquiera en su programa, modificar los parámetros fundamentales de la
Argentina exportadora. Su acción de gobierno respetó los intereses agropecuarios; no se modificó
el latifundio ni se debilitó el poder de los frigoríficos; tampoco hubo tipo alguno de política de
promoción industrial, pese a que la Guerra Mundial creó condiciones reales objetivas que fueron
desaprovechadas. En algunos aspectos secundarios, como la posición internacional ante la guerra
o el avance norteamericano, y también en materia universitaria, pudo el gobierno radical adoptar
posiciones progresistas, mientras que los tibios intentos de nacionalismo económico, faltos de
proyecciones reales, fueron fácilmente frenados por los grupos tradicionales, que conservaban
buena parte del poder efectivo. Frente al movimiento obrero, el radicalismo debió sufrir la
contradicción entre su carácter popular y su falta de un programa alternativo. En los primeros
años se adoptó una política comprensiva, negociadora y paternalista, especialmente con los
trabajadores directamente ligados a la exportación (ferroviarios, marítimos y portuarios); el fin
de la recesión provocada por la guerra, con su alud de reclamos postergados, y la agitación
internacional de los años posteriores a la revolución soviética crearon una situación de agudo
conflicto. La actitud del gobierno radical ante las huelgas de 1917, la Semana Trágica y las
huelgas de la Patagonia de 1921 demostró que, en definitiva, el radicalismo debía adoptar la
clásica política represiva.

El radicalismo reunía, en equilibrio inestable y delicado, a grupos de la oligarquía —que


integraban la élite dirigente— y a sectores medios; durante el gobierno de Alvear ese equilibrio
se rompió. Al tiempo que se retrocedía en aquellos aspectos políticos en que el primer gobierno
radical había avanzado, se organizó desde la presidencia una tendencia antiyrigoyenista, de
carácter fuertemente oligárquico. En los últimos años pareció que el yrigoyenismo, vuelto al
poder después de un masivo y espectacular triunfo en 1928, evolucionaba en sus declaraciones
de principios hacia una posición más avanzada; pero, de todos modos, se mantenía en los hechos
dentro de los parámetros tradicionales. Solo la quiebra del sistema internacional en 1930 llevó a
la crisis definitiva de este sistema político y a la restauración de la oligarquía.

3. La configuración espacial

a. Las inversiones extranjeras

Desde mediados del siglo XIX la Argentina comenzó a ser receptora de un sostenido flujo de
capitales europeos, que se hizo más intenso en el período 1880-1914, decayó durante la Guerra
Mundial y reapareció en la década del veinte.
Cuadro 4. Inversiones extranjeras brutas en el período 1900 1914 (millones de pesos, año
1950).

Millones
Año de pesos

1901 1.260
1902 1.260
1903 1.260
1904 2.583*
1905 2.583
1906 2.583
1907 2.583
1908 3.276*
1909 3.276
1910 4.662*
1911 4.662
1912 4.725
1913 4.725
1914 4.910

Fuente: CEPAL, Análisis y proyecciones del desarrollo económico de la Argentina, México,


1957.

Como se señaló antes, esos capitales emigraron de la metrópoli empujados por la disminución
de la tasa de ganancia que había provocado la acumulación de capital.

Se advierte desde el principio una clara división de funciones entre la inversión extranjera y la
local, orientándose la primera hacia préstamos al Estado y creación de una infraestructura, y solo
secundariamente a la inversión directa, que quedó a cargo de inversores locales.

Durante el siglo XIX, esas inversiones provinieron fundamentalmente de Gran Bretaña, que
hacia 1900 totalizaba 4/5 partes de la inversión extranjera. Posteriormente, la competencia
interimperialista se reflejó en la Argentina con la aparición de capitales alemanes y
norteamericanos; luego de la guerra, y hasta 1930, la influencia de estos últimos se acentuó,
pugnando con los británicos por el control de los frigoríficos. Los capitales alemanes invertidos
en la Argentina alcanzaban en 1918 la suma de 250 millones de dólares. Las principales empresas
alemanas radicadas en la Argentina fueron la Compañía Telegráfica y Telefónica del Plata, 1887,
la Brassarie Argentine Quilmes, 1889, y el Banco Alemán Transatlántico, 1893. En 1909 las
empresas alemanas tenían el monopolio de la electricidad y al estallar la guerra las inversiones
de ese origen alcanzaban aproximadamente a 500 millones de pesos moneda nacional. Estas se
reiniciaron a partir de 1920, y entre 1928 y 1930 crecieron y se afirmaron nuevamente. 20
Cuadro 5. Capitales extranjeros invertidos en la Argentina en 1926.

Millones de
Países dólares

Gran Bretaña 2.100


Estados Unidos 600
Francia 425
Alemania 375
Holanda 150
Bélgica 135
España 60
Suecia-Noruega 25
Italia 25
Otros 15

3.910

Fuente: V. Sommi, Los capitales alemanes en Argentina, Buenos Aires, 1949.

Muchas empresas norteamericanas se instalaron en la década del veinte. Las firmas más
conocidas son Standard Electric, General Electric, Chrysler, General Motors, IBM, Sylvania,
RCA Victor, Colgate-Palmolive, y se dedicaron con preferencia a la intermediación o el armado
de bienes de consumos importados, duraderos o no.

Las inversiones extranjeras se radicaron casi en su totalidad en la región pampeana, teniendo


la mayoría de ellas como objetivo final estimular la producción agropecuaria. Esta selección
obedeció, en primer lugar, a las aptitudes y recursos naturales de la región y a su ubicación cercana
a los puertos de salida. Además, como ya señalamos, fue decisivo el hecho de que ya tuviera su
producción orientada hacia las actividades agropecuarias, de modo que el proceso de inversión
sólo debió acentuar algunos rasgos ya existentes para acondicionar la región. Como ya se apuntó,
el Litoral se amplió considerablemente con respecto a la etapa anterior; la extensión de la frontera
y la expulsión del indio prolongaron sus límites hacia el sur y el norte, incorporándose a la región
pampeana Entre Ríos, el centro y sur de Santa Fe y el sur de Córdoba. Esta región naturalmente
apta no disponía de mano de obra suficiente, de modo que el primer requerimiento y el primer
sector donde se localizó la inversión de capital extranjero fue la inmigración. Esta llegó en una
primera etapa en virtud de los planes de colonización organizados por los gobiernos de Entre Ríos
y Santa Fe, que incluían la entrega de la tierra en propiedad a los colonos extranjeros. Las
compañías europeas de colonización tenían a su cargo la propaganda y búsqueda de candidatos,
su transporte, instalación y provisión de instrumentos y semillas. Esta corriente, poco numerosa,
tuvo una repercusión escasa fuera de la zona de las colinas; la transformación demográfica
decisiva se produjo a mediados de la década del setenta con la llegada masiva de contingentes
inmigratorios de las zonas mediterráneas, atraídos por las facilidades que otorgaba el gobierno
argentino para su desplazamiento. Pese a esto, la Ley Avellaneda de 1876, que establecía un
amplio fomento estatal a la inmigración, cerró prácticamente todos los caminos para la
apropiación de la tierra por el inmigrante.21 Aun así, hubo reticencias por parte de los
terratenientes para un empleo de la mano de obra que podría obligarlos a aumentar los gastos en
el rubro salarios. Solo con el desarrollo de la agricultura, asociada a la ganadería, y la
generalización de los arrendamientos, se llegó a un sistema que posibilitaba su utilización con
bajos costos.

El grueso de las inversiones británicas se orientó hacia los préstamos estatales, las cédulas
hipotecarias y los ferrocarriles y puertos, a través de los cuales las inversiones operaron
directamente sobre la producción.22

Las inversiones extranjeras controlaban también la comercialización y elaboración primaria —


a través de los intermediarios cerealistas y los frigoríficos—, así como las fuentes de
financiamiento. En Rosario —la segunda ciudad del país—, el puerto estaba adjudicado a
capitales franceses, que controlaban también la comercialización de cereales, mientras que el
capital inglés dominaba los ferrocarriles que desembocaban en el puerto y también el sistema
bancario.

En esta etapa se construyó prácticamente toda la red ferroviaria, que cubrió densamente la
región litoral, y se prolongó en ramas troncales por todo el país, siguiendo las rutas ya
estructuradas en la etapa anterior. Estas inversiones tuvieron dos tipos de efectos distintos. A
corto plazo los inversores ferroviarios obtuvieron importantes beneficios, tanto por las ganancias
que dejaba la explotación —que el gobierno garantizaba hasta el 7,12 % del capital, siendo las
ganancias oficialmente declaradas de alrededor del 5 %— cuanto por las concesiones de tierras
—enormemente valorizadas a partir de la existencia del ferrocarril— que obtuvieron las
compañías a los costados de las vías; no menor importancia tuvo el impulso que recibió la
industria ferroviaria inglesa. A mediano plazo, la red ferroviaria estimuló notablemente la
producción agropecuaria, posibilitando la colocación de los productos en los mercados y haciendo
rentable una actividad como la agricultura, que hasta entonces no había encontrado condiciones
favorables para desenvolverse. El ferrocarril orientó la producción en el sentido de las
necesidades de la metrópoli, pues a la influencia del trazado se sumó el utilizar sistemáticamente
la tarifa diferencial para alentar la producción primaria y desalentar las manufacturas. El trazado
de las vías benefició al Litoral, muchas de cuyas zonas, potencialmente aptas, estaban hasta
entonces fuera de explotación; la región agrícola del sur de Córdoba es un claro ejemplo. El
ferrocarril cubrió densamente zonas hasta entonces despobladas, y las estaciones, construidas
para realizar el embarque del cereal o el ganado, fueron el origen de gran parte de nuevos centros
urbanos de la pampa húmeda; tal fue el caso —entre muchos— del ferrocarril de Rosario a
Córdoba, sobre el cual surgieron los poblados agrícolas de Bell-Ville, Marcos Juárez, Villa María,
etc. El ferrocarril contribuyó también a consolidar la posición de Buenos Aires como centro
exportador-importador, sobre todo luego de la construcción del nuevo puerto y la centralización
de las líneas férreas, que le permitió desplazar a los puertos de Rosario y La Plata, hasta entonces
rivales.23
Los préstamos al Estado fueron utilizados para la realización de aquellas obras públicas que
por su carácter deficitario no podían ser emprendidas por los inversores extranjeros. 24 El grueso
de los gastos del Estado correspondió, sin embargo, a la creación y sostenimiento de la
administración y al mantenimiento del orden interno, condiciones indispensables para el
crecimiento económico que se estaba generando. Parte de los fondos se orientaron, a través de las
cédulas hipotecarias y los préstamos bancarios, a financiar la especulación en tierras de los
sectores localmente dominantes.

Como veremos, la tasa de los beneficios logrados por los inversores extranjeros era
sensiblemente inferior a la que obtenían los sectores locales con la especulación en tierras. Varias
causas explican esta división de funciones, que se mantuvo constante a lo largo de la etapa. En
primer lugar, los inversores locales no podían emprender ese inversiones básicas, que eran las
que valorizaban las tierras; para los extranjeros, la inversión —que dejaba una ganancia
relativamente alta, si pensamos en la saturación de capitales en el mercado europeo— cumplía la
doble función de estimular el desarrollo industrial metropolitano, especialmente en las empresas
ferroviarias, alentando al mismo tiempo un tipo de producción local que satisfacía las necesidades
de la metrópoli. Por otro lado, buena parte del capital provenía de pequeños ahorristas, para
quienes los títulos ferroviarios o las cédulas hipotecarias constituían la única forma de invertir en
los lejanos países periféricos.

Según señalamos, en definitiva, la inversión extranjera escoge la zona más apta, tanto por los
recursos naturales como por los humanos (y también por la tasa de ganancia prevista), y realiza
las inversiones en infraestructura que posibilitan el desarrollo de la producción primaria en esa
zona. Esta tarea está a cargo de los productores locales.

b. Las inversiones locales

La inversión de los sectores locales se orientó con preferencia a la adquisición y especulación


en tierras. Hasta 1880, el Estado expandió la frontera y la ocupó militarmente, permitiendo que
esta pasara a manos de los que ya eran terratenientes y evitando su dispersión entre muchos
pequeños propietarios. No solo quedó así asegurada la existencia del latifundio sino la
disponibilidad de una abundante mano de obra desocupada. Luego de 1880, las inversiones
ferroviarias, la colonización y la expansión de la producción hicieron de la tierra un valor de
especulación, cuya reventa dejaba altos márgenes de beneficio. Este tipo de inversión tenía la
ventaja de permitir rápidas ganancias y una acelerada capitalización; generalmente la actividad
especulativa se apoyaba en el sistema crediticio estatal, por medio de las cédulas hipotecarias.

Para lograr el crecimiento de la producción, la inversión en tierras estuvo acompañada por


inversiones de capital para la explotación rural: aguadas y molinos, mestizaje de razas ovinas
primero y bovinas después, alambrado de campos y, finalmente, praderas de alfalfa. Estas
inversiones tuvieron, empero, menos efectos que la ocupación de la tierra. Reacios a invertir el
excedente acumulado en un aumento de la tecnificación agrícola, los empresarios rurales
estimularon un tipo de agricultura extensiva y de muy baja productividad, cuyos resultados
dependían directamente de las áreas cultivadas. Esto fue muy claro cuando se detuvo el avance
de la frontera, que fue seguido de un estancamiento de la producción agropecuaria. 25

c. Las etapas de la producción

La producción del Litoral varió fundamentalmente a lo largo de esta etapa; las diversas formas
que asumió dependieron del desarrollo de las fuerzas productivas internas, las posibilidades
tecnológicas y el cambio de la composición de la demanda mundial. Esta estuvo en constante
aumento desde 1880 hasta 1914, estabilizándose después hasta la crisis de 1930. Los precios
internacionales, en cambio, fueron fluctuantes, e incluso la expansión ovina y la triguera se
realizaron con cotizaciones internacionales declinantes; los bajos costos locales permitieron
superar esta situación.

A partir de 1855, la lana suplanta al ganado vacuno y el tasajo y pasa al primer lugar como
rubro de exportación. Mientras que el aumento de los valores de exportación para el ganado
vacuno es entre 1853-63 y 1863-73 del 80 %, el aumento para los ovinos es del 700 y 300 %,
respectivamente.26 La expansión del ganado ovino se produce con grandes variaciones en precios
en el mercado mundial, con períodos de baja como el de la década del sesenta y el de los años
que van de 1875 a 1910, en que la lana argentina obtiene precios más bajos que la australiana. La
intensificación del refinamiento de los ganados tiende a contrarrestar estas condiciones adversas.
También la expansión cerealera se produce en momentos de baja de precios (1893-1894, por
ejemplo). No obstante, la expansión se mantiene, en virtud de los bajos costos de producción y
por el proceso de inflación de la moneda argentina, que no afecta a los productores.

Agotadas las perspectivas del cuero y el tasajo, cuya demanda se había estabilizado alrededor
de 1830 y luego comenzó a decaer, se produjo en el último período de la etapa anterior el
desarrollo de la cría de ovejas en la provincia de Buenos Aires. Esta explotación, en relación
directa con el desarrollo de la industria textil inglesa, ocupó progresivamente las mejores tierras
de la provincia de Buenos Aires, desplazando la oveja merina al ganado vacuno criollo. En este
período, las exportaciones de lana y de grasa alcanzaron los más altos valores e incrementaron el
volumen total de las exportaciones.

En Entre Ríos y Santa Fe se realizó la empresa colonizadora, aunque la falta de apoyo de los
propios empresarios contribuyó a su fracaso. El aumento rápido que experimentó el valor de la
tierra, a pesar de dicho fracaso, llevó a los empresarios a acabar con la experiencia colonizadora
y el reparto de tierras, que sin embargo dieron una fisonomía definitiva a una importante zona de
Entre Ríos y Santa Fe.

El perfeccionamiento de la cámara frigorífica, logrado hacia 1890, abrió a las carnes argentinas
la posibilidad de llegar al mercado europeo, introduciéndose, así profundos cambios en la
producción. La oveja merina fue reemplazada por la Lincoln al tiempo que el vacuno comenzó a
recuperar importancia, volviendo a ocupar los mejores pastos de Buenos Aires y desplazando al
lanar hacia el sur. La alta exigencia de calidad del frigorífico condujo al refinamiento en la cría
de ganado, desarrollándose el mestizaje e importándose las razas actuales. Se produjeron las
inversiones ya citadas y se difundió la técnica del pastoreo en praderas artificiales de alfalfa, que
repercutió sensiblemente en la agricultura. Por otra parte, las exigencias del frigorífico acentuaron
la división del trabajo, distinguiéndose el criador del invernador, encargado del engorde final del
animal antes de su utilización. La difusión de la técnica del enfriado, que requería suministros de
carnes más constantes y de mejor calidad, acentuó esta diferenciación, dando predominio
definitivo a los invernadores. Este predominio se liberó, gracias al ferrocarril, de las exigencias
geográficas, distribuyéndose las tierras de invernada a lo largo y a lo ancho de la pampa.

Se refleja el crecimiento del porcentaje de los productos agrícolas en el valor total de las
exportaciones argentinas. En el rubro de productos ganaderos se advierte la enorme importancia
de las lanas a fines del siglo XIX y aun a comienzos del siguiente. El ganado vacuno termina
desplazando a las lanas del primer lugar como consecuencia de la aplicación del sistema
del chilled beef.

La agricultura se desarrolló, desde 1880, directamente vinculada con esa expansión agrícola.
La necesidad de alfalfar los campos, unida a la poca tradición agrícola y a la escasez de la mano
de obra empleada hasta entonces obligó a los ganaderos a recurrir al trabajo de los inmigrantes.
El arrendatario recibía una parcela y la cultivaba durante tres años, con lino y trigo, entregándola
plantada con alfalfa al fin del período al ganadero.27 A partir de esta situación se produjo el intenso
desarrollo agrícola de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba. La abundante mano de obra
disponible, que con el sistema de arrendamiento prácticamente no significaba gastos, la
infraestructura ya montada y la posibilidad de un cultivo extensivo hicieron que los gastos de
inversión fueran muy bajos y las ganancias altísimas. Si bien la productividad era baja, las
extensiones cultivadas eran amplísimas y la Argentina se convirtió en 1914 en el tercer exportador
mundial de granos. Luego de 1920, las circunstancias del mercado mundial, el cese de la
explotación de nuevas tierras y el aumento del consumo interno llevaron a la tecnificación
agrícola.28

Cuadro 6. Valor de las exportaciones argentinas (porcentajes del total).

Productos 1899 1910 1919

Ganaderos 62 43 53
Animales vivos 5 1 1
Carnes 3 10 24
Cueros 13 11 9
Lanas 39 16 14
Otros 2 5 5
Agrícolas 35 53 42
Cereales y lino 32 50 39
Otros 3 3 3
Otros 3 4 5

Total 100 100 100


Fuente: H. Giberti, El desarrollo agrario argentino, pág. 28.

Las regiones del Interior no sufrieron mayores modificaciones en su estructura productiva, que
conservó sus rasgos tradicionales, perdurando incluso las antiguas formas de servicio doméstico
personal. El incremento de las importaciones concluyó definitivamente con algunas artesanías
que habían logrado sobrevivir hasta entonces; entre los censos de 1869 y 1895 han desaparecido
en el Interior los telares domésticos y la artesanía textil.

En este cuadro general hay dos excepciones, Tucumán y Mendoza, que constituyeron dos
islotes de agricultura moderna. Tanto el azúcar tucumano como la vid mendocina superaron la
limitada producción tradicional local y se expandieron, cubriendo todo el mercado interno. Las
fuertes inversiones —los ingenios, por ejemplo— para la elaboración de la materia prima se
justificaron en tanto valorizaban esa misma materia prima, quedando el proceso productivo bajo
control de los sectores locales dominantes. Sin embargo, esa expansión requirió el apoyo decidido
del Estado nacional. Los bancos nacionales suministraron los créditos para la adquisición de las
maquinarias tucumanas, desviando así parte del excedente acumulado para la capitalización de la
oligarquía tucumana. El Estado construyó el ferrocarril, indispensable para alcanzar el mercado
interno, especialmente el Litoral. Finalmente, la política proteccionista oficial, al excluir el azúcar
cubano, mucho más barato, permitió que la producción tucumana se desarrollara en condiciones
de rentabilidad. Esa política estatal solo puede analizarse en el marco de la necesidad —señalada
en el apartado anterior— de los sectores terratenientes del Litoral de lograr la hegemonía
incluyendo de algún modo a los grupos dominantes del Interior en los beneficios de la expansión
litoral y logrando con ello el apoyo político indispensable.29

d. Inversiones y apropiación del excedente

Los beneficios de la expansión, originados en la llanura litoraleña, se concentraban mediante


diversos mecanismos en el extranjero o en Buenos Aires, afectando diferencialmente a las zonas
de generación y recepción del excedente.

La parte principal de las ganancias era remesada al exterior bajo diversas formas: servicio de
la deuda externa del gobierno, remisión de utilidades de las empresas ferroviarias, frigoríficos,
pagos a compañías de transportes o seguros, etc. Otra parte del excedente se concentraba en los
puntos de vinculación de la producción local con el mercado externo; tal era el caso de Buenos
Aires y los demás puertos litorales. Esto se debía a diversos factores, algunos inmediatos y otros
derivados:

Cuadro 7. Inversiones anuales y rentabilidad de capitales extranjeros en empresas privadas,


1885-91
(Cédulas hipotecarias, ferrocarriles y otros rubros menores; pesos oro).

Año Capital Intereses


1885 13.543.000 5.563.000
1886 25.993.000 6.863.000
1887 106.950.000 14.996.000
1888 156.040.000 24.473.000
1889 122.805.000 29.300.000
1890 33.975.000 32.035.000
1891 5.736.000 23.486.000

Fuente: John Williams. El comercio internacional argentino en un régimen de papel moneda


inconvertible (1880-1890), Buenos Aires, 1965, págs. 20, 48, 51-52.

1. La posición del centro del poder administrativo —la Capital Federal—, hacia donde se
derivaba parte de los ingresos (impuestos, etcétera).

2. La ubicación en ese lugar de la cabecera de las líneas marítimas internacionales y el


desarrollo del puerto, construido con fondos estatales.

3. La ubicación, consecuentemente con lo anterior, de las terminales de las líneas férreas, cuya
política de concentración llevó al predominio del puerto de Buenos Aires sobre los demás.

4. La localización de los centros comercializadores de la producción. El caso de la agricultura


es muy típico. Hacia fines de siglo estaban instaladas las cuatro firmas acopiadoras que ejercían
un control monopólico del mercado y del crédito, fijando el precio que se pagaba a los agricultores
y controlando el financiamiento de la producción. Esto les permitió concentrar todos los
beneficios de la actividad agrícola.30

5. La instalación en los centros portuarios del Litoral (Buenos Aires, Rosario, Bahía Blanca,
etc.) de frigoríficos y molinos harineros, que efectuaban la elaboración primaria del producto,
fijando el precio al productor.

Estos factores, enunciados aquí esquemáticamente, pero cuyo entrelazamiento es complejo e


imbricado, muestran que si bien la actividad agropecuaria estaba en manos de empresarios locales
el grueso de las ganancias se concentraba en el sector exportador, controlado por el inversor
extranjero.

Cuadro 8. Inversiones de capital extranjero en la Argentina y servicios correspondientes a


1900-1914 (millones de pesos oro).

Total de Inversiones Servicios


Año extranjeras financieros

1900 1.160 58
1901 1.280 65
1902 1.400 72
1903 1.520 79
1904 1.640 86
1905 1.760 93
1906 1.880 100
1907 2.000 107
1908 2.120 114
1909 2.240 121
1910 2.490 136
1911 2.740 151
1912 2.990 168
1913 3.240 100
1914 3.372 140

Total de intereses y servicios pagados entre 1900 y 1914 1.650


Entre 1915 y 1920 890
Entre 1921 y 1929 1.488
Entre 1930 y 1931 344

Fuente: Walter Beveraggi Allende, El servicio del capital extranjero y el control de cambios,
1954, pág. 78 y sigs.

En efecto, aunque este no domina la totalidad del proceso económico, controla las actividades
claves del país: elaboración primaria, transporte, financiamiento, comercio exterior, a las que se
suman el transporte de ultramar y los seguros.

La desigual participación del sector local y del extranjero en las ganancias provocó, como vimos
antes, el surgimiento de oposiciones en épocas de contracción de las ganancias, pues los sectores
extranjeros tendían a descargar las pérdidas en los locales. La especialización y la actividad más
cercanas a la comercialización, como en el caso de los invernadores y criadores.

Estos factores caracterizan el proceso de dependencia externa y, consecuentemente, provocan un


fenómeno similar nivel interno. No solo se originó un fuerte desnivel productivo y de ingresos en
el Litoral con respecto al Interior sino que, dentro de la región litoral, los ingresos se concentraron
en un polo, que fue el puerto de Buenos Aires, que sólo debió competir con el otro gran puerto,
Rosario, cuyas características ya se señalaron.

e. La traslación de ingresos y la conformación de la red urbana

Las actividades señaladas en el apartado anterior determinaron la formación de una región de


altos ingresos, que actuó como polo de atracción para la localización de otras actividades; los
inversores con reducido horizonte de alternativas para adoptar decisiones actuaban así dentro del
marco creado por la situación antes analizada, reforzando sus efectos.
La política de tierras estimuló la concentración de masas inmigrantes en las ciudades litorales.
Esta concentración estuvo acentuada por otros factores, entre ellos las actividades de elaboración
primaria, los ferrocarriles, el puerto, que determinaron la localización de mano de obra en la
ciudad.

Se agregaron además las variadas actividades administrativas que la parte comercial y financiera
de la economía exportadora requería, y el propio aparato burocrático de la administración pública,
que creció a medida que el Estado aumentó su desarrollo. Se expandieron así los sectores
secundarios y terciarios, cuyo desarrollo no fue concomitante con un real crecimiento industrial,
proceso característico de las economías exportadoras. Este conjunto de actividades creó un
mercado potencial que estimuló la localización de inversiones en función de su demanda. Este
aspecto fue fundamental en la evolución regional, pues representó la aparición de un mecanismo
endógeno que actuó acentuando los factores exógenos y garantizando su circularidad.

Tuvo lugar así un desarrollo manufacturero incipiente, no solo en las actividades de elaboración
primaria para la exportación sino en las industrias alimentarias, la construcción, etc. La demanda
ya existente, la oferta de fuerza de trabajo proveniente de una inmigración no absorbida
totalmente y la dependencia de los insumos importados -entre ellos los combustibles- que
entraban por el puerto acentuaban la pauta de localización en los centros portuarios. El desarrollo
de la manufactura estuvo limitado por la competencia de productos europeos, cuya
introducción se vio favorecida tanto por la política librecambista como por la política crediticia
del gobierno, que no alentaba a las nacientes manufacturas. En tanto la política aduanera benefició
a los productos de lujo, se mantuvo para la industria local la posibilidad de llegar al sector de bajo
consumo, desarrollándose así una producción muy variada, de pequeñas empresas, sin capacidad
para crecer por encima de su modesto nivel. La Guerra Mundial, aunque creó las condiciones
favorables para un cierto desarrollo industrial que constituyera las importaciones, no pudo ser
aprovechada, pues la industria local tenía una organización muy débil y no pudo superar los
primeros problemas de abastecimiento. El período de la Guerra fue la recesión y la industria solo
comenzó a recuperarse hacía 1919.

f. El papel del Estado

Si bien el Estado actuó parcialmente en el proceso de inversión, cumplió importantes funciones


favorables a este, que ya han sido señaladas y solo resta recapitular:

a. Realizó la unificación y organización del Estado nacional, condición necesaria para la


localización de las inversiones extranjeras.

b. Aseguró el mantenimiento del orden interno.


c. Llevó a cabo la política de incorporación de tierras, que fue uno de los factores dinámicos del
crecimiento, asegurando su entrega en grandes extensiones al sector terrateniente.

d. Mantuvo una política monetaria y crediticia acorde con la necesidad de los grandes productores
agropecuarios, canalizando así el crédito externo.

e. Reorientó parte de los ingresos de la actividad agropecuaria hacia las regiones marginales, bajo
la forma de subsidios del gobierno central, mantenimiento de la administración, etc., garantizando
así el equilibrio del sistema nacional total.

f. Reorientó parte de los ingresos de la actividad agropecuaria hacia las regiones marginales, bajo
la forma de subsidios del gobierno central, mantenimiento de la administración, etc., garantizando
así el equilibrio del sistema aduanero, principal mecanismo para incorporar ingresos al agrario.
Es de destacar, al respecto, el efecto espacial de la política de inversión que el sector público
encaraba –aunque, en general de carácter supletorio- con los recursos fiscales, recaudados en
forma creciente a medida que se expandía el flujo exportador.

g- El papel del Estado inversor fue determinante como conformador del espacio. La política
adoptada durante el período, al respecto, fue en un todo compatible con la desarrollada por el
agente decisional privado. Deben destacarse la construcción del puerto Madero, en la Capital
federal, y el tendido de la primera línea ferroviaria, más tarde vendida a capitales ingleses.
Asimismo, construyó monumentales edificios públicos en las ciudades más importantes del país,
utilizando así el excedente económico generado en la imposición tributaria a la actividad
agroexportadora en gastos urbanos de carácter suntuario.

LA GUIA DE LECTURA TIENE COMO FINALIDAD AYUDAR CON LA


COMPRENSIÓN DEL TEXTO.
Acompañe la lectura del capítulo de Rofman-Romero con el texto “La República
Conservadora/El Régimen Político Oligárquico” que se encuentra en el blog de la cátedra.
NO ES UN TRABAJO PARA ENTREGAR. (El tema forma parte del trabajo práctico que
se les enviará oportunamente) Revisen siempre el cronograma de trabajo que se encuentra
en el blog.

1. ¿Qué características generales presentó la Segunda Revolución Industrial en Europa? ¿Qué


países participaron de ese proceso?
2. Explique la relación entre las áreas marginales del mundo (como Argentina) con los países
centrales donde se desarrolló la Segunda Revolución Industrial.

3. ¿Qué productos eran necesarios en los países industrializados? ¿Por qué? ¿Qué productos
producía Argentina?

4. A cambio de la venta de los productos primarios, ¿qué productos, inversiones, capitales, etc.,
traían los países industriales?
5. Explique la importancia de los siguientes aportes de los países metropolitanos: población e
inversiones.

6. Desarrolle las bases de la expansión imperialista, su objetivo y su límite.

7. La producción primaria argentina se vio favorecida por una serie de factores geográficos, ¿qué
ventajas tenía la zona Litoral y que tipo de producción tenía para integrarse al mercado
internacional? ; ¿Cómo se integraron las otras zonas del país? (Interior, Cuyo, etc.)

8. El proceso de expansión económica de este periodo en Argentina fue conducido por la oligarquía
terrateniente. ¿Cuáles fueron las características básicas de la oligarquía?, ¿cuáles fueron las bases
de su poder político y económico?

9. Explique la importancia del Partido Autonomista Nacional en la consolidación del poder político
de la oligarquía terrateniente y la conformación de un sistema de dominación.

10. Desarrolle en los ámbitos en que el Estado fue interviniendo (creación del ejército,
intermediario de la inversión extranjera, modernización institucional) como instrumento de la
oligarquía en su construcción de su hegemonía.

11. ¿Por qué afirman los autores que la oligarquía gobernante establece una alianza con el poder
metropolitano y con el sector dominante al interior del país?

12. Explique, según los autores, el origen económico y social de los sectores medios. Y las
consecuencias políticas del aumento de su poder político.

13. Desde mediados del siglo XIX la Argentina comenzó a ser receptora de un sostenido flujo de
capitales europeos, se hizo más intenso en el periodo 1880- 1914. ¿Cuál fue el origen de esas
inversiones? ¿En qué rubros se invirtieron?

14. Explique por qué la inversión británica privilegió los préstamos estatales, las cédulas
hipotecarias y los ferrocarriles.

15. Las inversiones locales estuvieron abocadas al crecimiento de la producción de explotación


rural y se privilegió según la zona y las etapas de producción. Explique y distinga las características
propias de la producción de lana, ganado vacuno y cereales.

16. ¿Cuál fue el papel del Estado en este proceso de inversión capitalista?

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