Está en la página 1de 3

La Historia de las Cartas

por Rubén Galán "Idu" el 17-06-2013

Prometía en el artículo anterior que haría una segunda parte dedicada al mundo de los naipes, del
que, evidentemente, nace nuestro juego favorito, el Magic. Y aquí está. Para leerlo aconsejo tener
a mano una baraja española (preferiblemente no de los chinos), porque haremos referencia a sus
ilustraciones, y así comprobaréis que lo que se dice es cierto.

Los inicios

No queda muy claro el momento en el que aparecieron las cartas en la vieja Europa, aunque las
primeras referencias las encontramos en los siglos XIV y XV. Sin embargo, es evidente que para
que hubiera naipes tenía que existir primero otra cosa: papel.

El papel actual está fabricado de fibras vegetales, fundamentalmente de celulosa, pero esto no era
así en la Edad Media. Aproximadamente desde el siglo XI ya se conocía en algunas zonas de
Europa (como Al-Ándalus, por ejemplo) una especie de papel primitivo hecho con seda y con ropas
viejas, triturado y prensado. Este papel, con algunos cambios, fue el que perduró hasta el siglo XIX,
hasta que el papel actual, con celulosa y productos químicos, lo sustituyó. Lo malo que tiene el
papel, y por eso no se conservan barajas medievales (la más antigua es una veneciana de finales
del siglo XV) es que se descompone con facilidad. El soporte que se solía usar para recoger
documentos importantes en la época era el pergamino, que no se pudría, pero era mucho más
costoso; demasiado para las cartas. He aquí una reproducción de unas cartas polacas del siglo XVI.

Hay varios tipos de barajas, aunque todas siguen el patrón de las 13 cartas y los 4 palos; la baraja
española, con el paso del tiempo, perdió las cartas 8 y 9 de cada palo. Los tipos de baraja más
conocidas son la baraja francesa (la de diamantes, corazones, picas y tréboles) y la española (oros,
copas, espadas y bastos), que se mantienen en la actualidad. Entraremos en la simbología de los
palos un poco más adelante, pero vamos adelantando que los de una baraja y otra están
relacionados entre sí.

En la baraja francesa tenemos el Rey, la Dama y el Valet (sota – sirviente) o, en su nomenclatura


inglesa, el King (K), la Queen (Q) y el Jack (J; de ahí el juego Blackjack). Algo menos conocido es que
estas cartas representan a personajes reales o literarios: así, el rey de corazones es Carlomagno; el
de diamantes, Julio César; el de picas, el rey David (el de Goliath); y el de tréboles, Alejandro
Magno. También las reinas y las sotas son personajes de este tipo: Judit, Raquel, Atenea, Lancelot,
Héctor, etc. En la baraja española, por su parte, no sólo no hay esa simbología, sino que en vez de
la dama nos encontramos con el caballo como figura de valor intermedio.

Las cartas en la Edad Moderna

Durante toda la Edad Moderna, las cartas supusieron una de las principales formas de ocio entre la
población, indistintamente de su posición; en la mayoría de los casos, con apuestas por el medio.
Gracias a la invención y expansión de la imprenta, los costes de producción bajaron muchísimo, y
por ello se multiplicaron. La baraja de cartas de rigor se convirtió en un elemento obligatorio de
cualquier taberna que se preciase, y las timbas de tute se convirtieron en tradición a lo largo y
ancho de Castilla. Sin embargo, los códigos de caballerosidad no estaban en vigor en la turbulenta
Edad Moderna, por lo que las trampas estaban a la orden del día. Por eso, para la baraja española,
se diseñó un sistema para intentar reducirlas: las “pintas”. Una pinta es algo malo, una
imperfección. Las cartas de la baraja española (y también francesa) representan la sociedad
estamental de Antiguo Régimen: oros – rey (es quien acuña); copas – clero (el cáliz sagrado);
espadas – nobleza (defienden a los demás); bastos – campesinos. Por ello, los palos tienen una
jerarquía en función del estamento al que representen. Por ello, los palos más “impuros” tendrán
más pintas. ¿Y qué son las pintas?. Coge de tu baraja española una carta de cada palo y míralas. Si
te fijas, la ilustración está encuadrada en un rectángulo que, en función del palo que sea, tendrá,
en su parte inferior y superior un número de agujeros, las pintas, de forma que solo con ver la
cantidad de ellos se puede identificar el palo en cuestión: 0 en los oros, 1 en las copas, 2 en las
espadas y 3 en los bastos.

Así, doblando simplemente la parte superior de la carta, viendo el pequeño número de la esquina
y el número de pintas, sabes qué carta tienes, y puedes mantenerla el tiempo necesario boca
abajo sobre la mesa. Fue un sistema que se diseñó en el siglo XVI para evitar que los mirones se
colocaran detrás y “cantaran” las manos a sus amiguitos. Ahorró mucha sangre en reyertas.

Además de las tabernas, había otra institución donde las barajas de cartas eran fundamentales, y
ésta es el ejército. En el volumen de gastos de los ejércitos europeos siempre había una partida
para barajas de cartas para la tropa, pagadas por el estado. Era algo muy sencillo: los nuevos
reclutas, en muchos casos, eran chavales de entre 16 y 20 años, que iban a un destino incierto
muertos de miedo, con una probabilidad altísima de morir en combate. Con cartas, ganas en
moral, en darles buenos momentos en ese infierno, y por lo tanto van a ser mucho más efectivos.
Cuando estudiaba esto en la carrera, el profesor nos enseñó una diapositiva alucinante al
respecto, pero no he conseguido encontrar nada parecido por Internet. Por lo visto, en el contexto
de la Guerra de los Siete Años (1756 – 1763), el estado francés no podía enviar a sus soldados en
Canadá sus pagas debido al bloqueo marítimo inglés. Por ello, los generales confiscaron todas las
barajas de cartas de las tropas y utilizaron las cartas como billetes improvisados, apuntando en
ellas una cantidad de dinero, con el que pagaron a la tropa. Sirvió como dinero de verdad, que se
podía usar para comprar productos en la colonia, puesto que, una vez llegara el dinero de Francia,
se canjearían las cartas por el valor que tuvieran. Curiosamente, las pocas cartas que se
conservaron de esta guerra valen ahora mismo mucho más que los francos del momento por su
escasez y su curiosidad coleccionista.

También podría gustarte