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Las memorias de Mamá Blanca

Éste libro ha significado para mí un crecimiento, una visita


a todas aquellas costumbres típicas de mi país que con
añoranza en mi corazón quedaron silenciadas, en un rincón,
fruto de tantas cosas, entre ellas, la situación actual que
nos somete a olvidar la inmensa riqueza cultural que
poseemos sin darnos cuenta.

Los primeros capítulos se me hicieron muy interesantes y


amenos, los disfruté mucho, pude reírme por la afabilidad de
ciertos personajes, lo identificada que me sentí en las
vivencias de estas niñas y de la narradora principal.

Se burlaba afectuosamente de todo porque su alma sabía


que la bondad y la alegría son el azúcar y la sal
indispensables para aderezar la vida. A cada cosa le
ponía sus dos granitos.

El modo en como está ambientado, las atmósferas relatadas,


pintadas con tanto esmero y exactitud, de aquellos tiempos y
épocas que Mamá Blanca guarda en sus recuerdos con tanto
fervor, me sacaron muchas sonrisas y una que otra lágrima
por la pérdida de algún personaje valiente.

Esta lectura me hizo recordar de alguna forma mi infancia,


porque al igual que ella, hubo un tiempo en que conquistar,
descubrir, vencer, soñar despiertos, ensuciarnos las
rodillas de barro, bañarnos en el río, patinar, comer y no
preocuparte por donde vas a conseguir más de ello, eran
nuestro pan de cada día. En la infancia, no hay sueño que un
niño no merezca, sueño imposible.

Sus piernas cortas y torcidas siempre en trato íntimo


con la tierra y el agua, siempre desnudas hasta la
rodilla, siempre salpicadas de barro, no daban
impresión de suciedad o descuido, ni podían inspirar
asco. ¿Son sucios los helechos que besa la corriente y
espolvorea la tierra? ¿Dan asco las raíces que se
arrastran al nivel del suelo entre el polvo hermano y
la lluvia santa?

Me gustó por la riqueza de su prosa, por lo identificada que


me sentí al notar sentimientos o experiencias anímicas que
se ven plasmadas en sus páginas. Parecían días infinitos,
como si nada en la vida importáse más que disfrutarla. Creo
que la niñez le debe eso a cada ser humano, y verlo
reflejado aquí, me da mucha paz, nostalgia, pero sobre todo
alegría. Porque fue como hacer un paseo por todos aquellos
lugares que me brindaron gozo y diversión, donde mi corazón
reposó con comodidad. Y el mundo, por donde lo vieramos, era
un lugar que nos ofrecía reposo y asiento para cumplir
nuestros deseos.

La personalidad de las niñas, me sacaba risas a cada rato,


las cosas que hacían, que tramaban, cómo su inocencia salía
a relucir a cada momento, pero también su aire campesino y
del monte.

El romanticismo implícito en todos lados, las viejas


costumbres, tradiciones, sumamente adorables, llenas de
pasión, de sinceridad, de esfuerzo pleno.

"Trabajandito" quería decir que trabajaba con gusto y


buena voluntad, pero sin mayores ventajas pecuniarias.

La bondad desinteresada. La necesidad de ayudar al prójimo,


a tu hermano.

De verdad que agradezco haberlo podido leer, y me siento


orgullosa de esta autora que representa una etapa de la vida
del venezolano de tan buena manera.

Tantos detalles, desde el hecho de que Blanca Nieves tuviése


el pelo liso y se sintiése desubicada al tener que llevarlo
rizado, hasta los capítulos de Vicente Cococho, me gustaron
muchísimo.

Nadie, ya lo han visto, le daba las gracias de nada.


¿Quién se acuerda de darle las gracias al sol porque
alumbra o al agua porque se deja beber?
Creo que esta novela es una joya de la literatura y me hace
sentir al mundo, a la naturaleza, a las personas, un lugar
tan hermoso donde vivir.

Y todos estos modimos que utilizamos, estas cosas nuestras,


que no podríamos explicar con veracidad de dónde surgieron,
a menos que las conozcamos, me hacen sentirme tan orgullosa
de ser venezolana. Como el sabor tan especial de una
hallaca, del guarapo de papelón. O la ceremonia del desayuno
con una arepa.

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