Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
[Era] una ciudad de rojo y negro como la cara pintada de un salvaje. Era una ciudad de
maquinaria y altas chimeneas, de las que salían interminables serpientes de humo que se
arrastraban constantemente y nunca se desenrollaban. Tenía un canal negro, y un río que
corría púrpura con un tinte maloliente, y grandes montones de edificios… donde los
pistones de la máquina de vapor trabajaban monótonamente arriba y abajo como la cabeza
de un elefante en un estado de locura melancólica. Contenía varias calles anchas, todas
muy parecidas entre sí, y muchas calles pequeñas aún más parecidas, habitadas por
personas igualmente parecidas entre sí, que entraban y salían a las mismas horas, con el
mismo sonido en las mismas aceras, para hacer el mismo trabajo, y a las que cada día era
igual que ayer y mañana, y cada año la contrapartida del anterior y del siguiente...
No se veía nada en Coketown, salvo lo que fuese rigurosamente productivo.1
En esta novela, el problema más generalizado del industrialismo no son las horas
de trabajo en las fábricas, los bajos salarios, el trabajo infantil, la maquinaria peligrosa, las
viviendas y vecindarios insalubres, la contaminación, el desempleo, el conflicto de clases,
los amos antipáticos o incluso el nexo del dinero. Muchos de estos se mencionan, pero el
problema más generalizado es, simplemente, el trabajo en sí mismo, en su invariabilidad
repetitiva. En Tiempos difíciles, el trabajo, monótono por sí mismo, hace a la gente infeliz.
A diferencia de los economistas políticos, Dickens no hace distinción entre trabajo y labor;
todos los esfuerzos tocados por el trabajo son igualmente desagradables.
Como gran parte de la prosa de Tiempos Difíciles, este párrafo clave lleva el punto
estilísticamente. Es una pieza melancólica de escritura y su melancolía está creada por el
laborioso tedio de los ritmos del párrafo. Además, la uniformidad del modelo de las
* “Hard Times and the Somaeconomics of Early Victorians”, en Catherine Gallagher, The Body Economic. Life, death
and Sensation in Political Economic and the Victorian Novel, Princeton, New Jersey, Princeton University Press, 2008,
pp. 62-85. Traducción de Emilio Bernini, para uso interno de docentes y estudiantes de Literatura del Siglo XIX.
Facultad de Filosofía y Letras. UBA. Segundo cuatrimestre de 2020. [Gallagher llama “somaeconomía” a un tipo de
trama propio de los textos orgánicos de economía política: “[…] las tramas somaeconómicas [son aquellas en las que]
sus narraciones de cómo el placer y el dolor, la felicidad y la infelicidad, el deseo y el agotamiento, estimulan la
actividad económica y son a su vez modificadas por ella” (p. 35). Gallagher diferencias las tramas somaeconómicas de
las “bioeconómicas” [bioecomic plot]: aquellas en las que “la economía hacer circular la Vida”. Véase el cap. 2 de Body
Economic, ibid, pp. 35-61.Nota E.B.]
1
Hard Times, eds. George Ford y Sylvere Monod (New York: W. W. Norton, 1966, 17). Todas las citas que siguen son
de esta edición, cuyos números de página estarán en el cuerpo del texto. [Sigo, en parte, modificándola, la traducción de
Armando Lázaro Ros, revisada por Fernando Galván: Tiempos difíciles, Madrid, Cátedra, 1994; así como la de José
Méndez Herrera, también modificándola: Tiempos difíciles, en Obras Completas IV, Madrid, Aguilar, 2003. Nota E.B.].
oraciones no es sólo un ejemplo de forma imitativa, aunque Dickens seguramente
utilizaba ese dispositivo en las construcciones gramaticales repetitivas (“It was”, “It was”,
“It had”, “It contained” ["Era", "Era", "Tenía", "Contenía"]) y en el asentamiento gradual de
la palabra “like” ["como"] para marcar de semejanzas "fantasiosas" (“like the painted face
of a savage”, “like the head of an elephant” ["como la cara pintada de un salvaje", "como la
cabeza de un elefante"] en un indicador de lo meramente iterativo: “like one another,” “like
one another,” “like one another” ["parecidas”, "parecidas", "parecidas"] (tres veces en una
oración). La prosa no sólo mimetiza la monotonía del ambiente, sino que también anuncia
que la novela es a la vez producto y productora del duro trabajo que parece criticar.
Tiempos difíciles crítica implacablemente con su prosa esforzada y en sus infelices (en
ambos sentidos de la palabra) alegorías. El duro trabajo no es sólo un atributo de la gente
en esta novela; es un modo de representación y un ángulo de visión sobre el mundo en
general.
Sin duda, Carlyle, el corista victoriano más influyente y entusiasta de los primeros
tiempos en elogio del trabajo duro, nunca afirmó que el disfrute fuera uno de sus efectos.
Mientras que la mayoría del coro, que consistía en voces de todas las clases,
denominaciones, profesiones y persuasiones políticas, cantaba sobre sus felices
consecuencias –la prosperidad, el bienestar y la autonomía que traería–, Carlyle
despreció ese cobarde eudemonismo: "¿No es cierto que toda la miseria, todo el Ateísmo,
como yo lo llamo, de los caminos del hombre, en estas generaciones, se ensombrece
para nosotros en esa indecible filosofía de vida suya: la pretensión de ser lo que llama
'feliz'?".6 Recomendando un "Principio de Mayor Nobleza" en lugar del "Principio de Mayor
Felicidad" del utilitarismo, exhorta a sus lectores a buscar el sufrimiento del trabajo:
Todo trabajo, incluso el de hilado de algodón, es noble; el trabajo es noble por sí solo: sea
eso dicho y afirmado una vez más. Y de la misma manera, también, toda dignidad es
dolorosa; una vida de comodidad no es para ningún hombre, ni para ningún dios. La vida
de todos los dioses se nos presenta como una sublime tristeza –entusiasmo de la batalla
infinita contra el trabajo infinito. Nuestra más alta religión se llama "Adoración del dolor"
(158).
3
Sybil or The Two Nations (London: Oxford University Press, 1970, 252).
4
Past and Present, introd. G. K. Chesterton (London: Oxford University Press, 1960, 206).
5
Sartor Resartus: the Life and Opinions of Herr Teufelsdrockh (London: Chapman and Hall, 1871, 136).
6
Past and Present, 159.
7
Para una breve y útil historia de la “felicidad” como el objetivo profesado de la ética y el acuerdo social, véase Darrin
M. McMahon, “From the Happiness of Virtue to the Virtue of Happiness: 400 B.C–A.D. 1780,” Daedalus 133, no. 2
Primavera, 2004: 5–17. Para discusiones filosóficas sobre las posiciones utilitaristas y eudemonistas, véase J. L. Cowan,
Pain and Pleasure: A Study in Philosophical Psychology (New York: St. Martin’s Press, 1968), y Elizabeth Telfer,
Happiness (London: MacMillan, 1980).
u obtengan satisfacción directamente del trabajo: "El deseo de trabajar por el trabajo –el
trabajo considerado como un fin, sin tener en cuenta ninguna otra cosa, es una especie
de deseo que parece apenas tener lugar en el corazón humano".8 Los que elogian el amor
a la riqueza, explica Bentham, dicen amar la "Industria"… y así es como, bajo otro
nombre, el deseo de riqueza ha sido provisto con una especie de carta de
recomendación, que bajo su propio nombre, no se podría haber tenido" (104). Para el
fundador del utilitarismo, el elogio del trabajo era mera palabrería e hipocresía. En su
opinión, además, el trabajo no era simplemente algo neutral, que se promovía
indebidamente a través del elogio. En el gran libro de contabilidad que tenía en mente,
donde equilibraba los dolores con los placeres para calcular la felicidad neta de cualquier
fenómeno, el trabajo se introducía automáticamente en la columna del dolor: "La aversión
–no el deseo– es la emoción, la única emoción, que el trabajo tomado en sí mismo está
capacitado para producir. De cualquier emoción como el amor o el deseo, la comodidad,
que es la negativa o la ausencia de trabajo, la comodidad, no el trabajo, es el objeto"
(104).
8
Deontology, Together with a Table of the Springs of Action, and the Article on Utilitarianism, ed. Amnon Goldworth
(Oxford: Clarendon Press, 1983, 104).
9
The Life of John Sterling, en Thomas Carlyle’s Works (London: Chapman and Hall, 1885, 4:50–51).
de su aparente anti-utilitarismo, Coleridge siguió siendo un hedonista, hundido en
"indolencias y codicias" (322). Coleridge no estaba a la altura de la tarea de sacar el
Principio de la Gran Felicidad de su dominio en la mente de los británicos porque lo
consintió en la conducta misma de su vida. Irónicamente, evitar el dolor produjo su propia
miseria final, demostrando ser no sólo innoble sino también autodestructivo,
¿Se perdió todo esto en Dickens cuando torció tan notoriamente la lógica del
benthamismo y del carlylismo de modo tal que atribuyó el evangelio del trabajo y el
desprecio por la felicidad del último al primero? ¿Se equivocó Dickens al no prestar
atención a los detalles de la controversia, como han afirmado varios comentaristas? En
1877, E. P. Whipple, por ejemplo, escribió que Dickens era inocente de cualquier
conocimiento de economía política o de utilitarismo, una opinión que ha sido secundada
por muchos.11 Pero, más que conformarse con una mera declaración de ignorancia,
debemos recordar también que entre la muerte de Bentham, en 1834 y la composición de
Tiempos Difíciles, en 1854, el utilitarismo sufrió cambios. Fundamentalmente, en las ideas
de Dickens debe haber sido central el hecho de que la pieza más importante de la
legislación utilitarista, la Nueva Ley de los Pobres (New Poor Law), que entró en vigor con
la muerte de Bentham, produjera miseria a propósito (como un freno a la falta de
previsión), por lo que el supuesto énfasis del radicalismo filosófico en el máximo placer
podría fácilmente haber parecido una cruel ironía. Para el satírico Dickens, siempre en
busca de la hipocresía, las ideas benthamitas sobre la felicidad sólo habrían hecho que
sus políticas punitivas parecieran más atrozmente crueles.
10
Past and Present, 161–62.
11
E. P. Whipple, “On the Economic Fallacies of Hard Times”, The Atlantic Monthly, 233, nº. 29 (1877): 353–59.
12
[El felicific calculus de Bentham es un algoritmo para calcular el grado de felicidad que causa una acción específica y
por lo tanto de rectitud moral. Forma parte del objetivo de tratar científicamente las normas morales. Se lo conoce como
cálculo utilitario o cálculo hedonista; la acción más correcta, la más ética, será la que dé un total más alto de puntos. Las
unidades de medida utilizadas en el felicific calculus se denominaban hedons y dolors. Véase, Jeremy Bentham, An
Introduction to the Principles of Morals and Legislation, London, 1789. Nota E. B.]
opuesto, el amor a la comodidad: ninguno de estos poderosos constituyentes de la
naturaleza humana son considerados dignos de un lugar entre las "Fuentes de la
Acción".13
"Y [Mr. M'Choakumchild] dijo, Ahora, este salón de clases es una Nación. Y en esta nación,
hay cincuenta millones de dinero. ¿No es una nación próspera? Chica número veinte, ¿no
es esta una nación próspera, y no estás en un estado próspero?"…
"Dije que no lo sabía. Pensé que no podía saber si era una nación próspera o no, y si
estaba en un estado próspero o no, a menos que supiera quién había conseguido el
dinero, y si algo de ello era mío. Pero eso no tuvo nada que ver. No estaba en las cifras en
absoluto”, dijo Sissy, enjugándose los ojos (44).
13
“Bentham”, Dissertations and Discussions: Political, Philosophical, and Historical (New York: Henry Holt and
Company, 1874, 1:385).
14
En su ensayo de 1863, “Utilitarismo”, Mill se esfuerza por defenderlo como el único principio moral coherente.
15
En su introducción al Bentham Political Thought (New York: Barnes and Noble, 1973), Bhikhu Parekh explica que
Bentham usó la frase de Priestly en 1776, pero luego la dejó por cuarenta años. Reaparece frecuentemente en sus
escritos entre 1816 y 1829, cuando quitó la frase "el mayor número". [Aunque la frase que Bentham le atribuye a
Priestley no se halló en sus textos, Bentham fue influido por The First Principles of Government and the Nature of
Political, Civility and Religious Liberty, de 1768, de Priestley. Bentham mismo atribuye la frase se atribuye al jurista
italiano Cesare Becaria, que la habría tomado del sensualista Helvétius. Pero está expresada en Francis Hutcheson, en
su Inquiry into the Origins of ours Ideas of Beauty and Virtue (1725) De hecho, prefigurando el felicific calculus de
Bentham, Hutcheson propone una “aritmética moral” para calcular las mejores consecuencias de una acción. Véase,
www.utilitariansm.com. Nota E.B.].
16
Una forma de ver las objeciones de Malthus a la teoría del valor de Smith y más tarde a la despreocupación de
Ricardo sobre el precio de las provisiones es que pensaba que la riqueza podría aumentar sin hacer más feliz a la
mayoría de la gente. Véase, Donald Winch, "Higher Maxims: Happiness versus Wealth in Malthus and Ricardo", en
That Noble Science of Politics: A Study in Nineteenth-Century Intellectual History, Stefan Collini, Donald Winch, John
Burrow eds. (Cambridge: Cambridge University Press, 1983, 63-89).
17
Bentham, Bentham’s Political Thought, 16–17.
su bienestar con el de alguna entidad corporativa, o, para usar los términos de Bentham,
por qué su interés propio debe ser "ilustrado"? Sissy se acerca aquí peligrosamente a
sonar como su supuesto contraste, el joven Bitzer, que enfrenta a Mr. Gradgrind con su
credo benthamita en el final de la novela:
Estoy seguro de que usted sabe que todo el sistema social es una cuestión de interés
propio. A lo que siempre se debe apelar es al interés propio de una persona. Es lo que
usted ha sostenido siempre. Así estamos constituidos. Aprendí ese catecismo cuando era
muy joven, señor, como usted sabe (218).
Bentham nunca planteó con éxito la brecha psicológica entre los cálculos
particulares y los generales, por lo que llegó a confiar en el gobierno para cerrarla. Los
legisladores, argumentó, deberían procurar que los intereses propios particulares tiendan
al bien general, ya que no convergen naturalmente. Dickens no necesita –y como
numerosos críticos de la novela han demostrado, no lo hace– llegar a su propia solución
de este dilema, sino que se conforma con exponer la intraducibilidad tanto de la
prosperidad agregada en la felicidad individual (Sissy) como del bienestar individual en el
bien general (Bitzer).
Y, sin embargo –Tiempos difíciles puede ser una indicación de esto– este tipo de
descargas parece haber fracasado, ya que dio la imagen de un esfuerzo para el que eran
requisitos la completa indiferencia moral y la supresión del sentimiento: ni la simpatía ni la
repugnancia, ni la reverencia ni la detestación disuadirán al economista político de
18
An Outline of Political Economy, with Appendices, en The Library of Economics (New York: Farrar and Rinehart,
1938, 2–3).
declarar "los hechos".19 "Ahora, lo que quiero es, Hechos. Enseñad a estos niños y niñas
nada más que hechos", exige Thomas Gradgrind en las palabras iniciales de Tiempos
difíciles, y aunque la siguiente frase –"En la vida sólo se desean hechos”– dice lo contrario
del punto de vista de Senior (esto es, se desea mucho más de lo que la economía política
puede proporcionar), la sátira de Dickens encuentra una garantía en la disposición del
economista político para disociar los hechos y los valores, en primer lugar. En Tiempos
difíciles, las ambiciones disminuidas de la ciencia, que, según Senior, debe "hacer caso
omiso de toda consideración de la felicidad o la virtud" (3), reducen ineluctablemente la
capacidad de sus practicantes para la comprensión humana, restringiendo su inteligencia
a esos estrechos límites.
Toda esta historia discursiva está hecha para trasladarnos a la década de 1850 y
para excusar a Dickens por no parecer darse cuenta de que los benthamitas, más que los
carlylianos, se suponía que se preocupaban por la felicidad. En los años treinta y
cuarenta, el eudemonismo parece haberse fugado de ambos campos. Carlyle se quejó,
distinguiéndose de Coleridge; y Nassau Senior, así como McCulloch, declararon su
irrelevancia para la economía política, distinguiéndose así de Bentham. Estos primeros
victorianos no participaron exactamente en la misma controversia que había ocupado a
sus predecesores inmediatos. El principio de la mayor felicidad era demasiado
insignificante para los propósitos de Carlyle y demasiado ambicioso para los de los
economistas políticos; estaba por debajo de Carlyle y más allá de Senior. Y así, por
razones opuestas, ambos volvieron irrelevante la cuestión de la felicidad.
19
Para una historia general de la separación entre hechos y valores en el discurso social británico, véase Mary Poovey,
A History of the Modern Fact: Problems of Knowledge in the Sciences of Wealth and Society (Chicago: University of
Chicago Press, 1998). Para una historia del concepto de hecho que enfatiza, como lo hace Senior en la cita, la necesidad
de ponderarlos e interpretarlos como un proceso legal, véase Barbara Shapiro, A Culture of Fact: England, 1550–1720
(Ithaca, N.Y.: Cornell University Press, 2000).
de la lectura, paralelamente a la economía del trabajo, no está impulsada por ninguna
expectativa de placer, y de allí que practique una economía afectiva en la que el impulso
de señalar el paso del tiempo se ha vuelto totalmente independiente de cualquier otro
objetivo.
20
[Economista escocés de la escuela de Ricardo que la autora estudia en el cap. 2 del libro. Nota E.B.]
21
En "Sísifo", el OED [Oxford English Dictionnary] cita a G. R. Porter, Bastiat’s Popular Fallacies (1846): "Rogamos
al lector que nos disculpe si, en adelante, designamos este sistema con el nombre de Sísifo"; y cita a Reade, Never Too
Late (1846), I, 231: "Los antiguos imaginaban torturas particularmente cuando se ocupaban de la naturaleza, la de Sísifo
a saber. . . Hemos hecho que el sisifismo sea vulgar".
22
El trabajo más informativo y mejor desarrollado sobre este tema es el de Paul Schlicke, Dickens and Popular
Entertainment (Londres: Allen y Unwin, 1985, 137-89). Schlicke sitúa el retrato del circo de Dickens en Tiempos
difíciles en los contextos tanto de los cambios en el entretenimiento popular en la Gran Bretaña del siglo XIX como de
"imaginación" y la "diversión"– tiende, en efecto, a anular los otros compromisos
ideológicos de la novela. Sin embargo, lo que no se ha notado es que la novela, en un
movimiento particularmente audaz, monta su defensa de la actividad imaginativa en el
propio territorio del enemigo, desarrollando así su propia razón de ser en términos
político-económicos.23 Aparentemente incapaz de validar la diversión por sí misma,
Tiempos difíciles representa la somaeconomía de la provisión de placer, y al hacerlo
retoma y trabaja dos de los conceptos cuya historia he estado rastreando: (1) la
expansión teórica de la categoría de trabajo [labor]; y (2) las implicaciones afectivas de la
teoría del valor-trabajo. La novela de Dickens imagina la melancólica confluencia de estas
dos ideas. Mientras que economistas políticos como McCulloch trataban esos conceptos
por separado, sin parecer darse cuenta de las implicaciones que tenían entre sí, Dickens
los unió narrativamente, y su novela es, en consecuencia, una visión profunda de los
paradójicos pronunciamientos de la disciplina sobre las sensaciones económicas.
la trayectoria de la carrera novelística y periodística de Dickens. Suscribe la idea recibida de que "Dickens presenta el
circo en oposición polar a las perversidades de la escuela y de la fábrica" (143), aunque advierte el aspecto comercial de
la empresa.
23
Se ha observado que la recomendación dickensiana del entretenimiento es una respuesta inadecuada a los problemas
de la sociedad industrial. Véase, por ejemplo, John Holloway, “Hard Times: A History and a Criticism”, en Dickens and
the Twentieth Century, ed. John Gross and Gabriel Pearson (London: Routledge and Kegan Paul, 1962, 159-74).
24
Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations (Oxford: Clarendon Press, 1976, 1:331).
25
Past and Present, especialmente libro 3, capítulo 8.
una forma normal de pensar sobre el tema). Aunque no da ejemplos de holgazanes,
insiste en que existen teóricamente, ya que cualquier continuo negativo-positivo debe
tener un punto cero. En suma, los críticos victorianos de la economía política parecen
haberse inspirado en, y haber sido desafiados por, el carácter inclusivo de la categoría de
trabajo, inspirados para llegar a sus propias redefiniciones idiosincrásicas y desafiados a
imponer algún orden moral en esta clasificación económica.
El gusto por los entretenimientos que se ofrecen tiene exactamente el mismo efecto en la
riqueza nacional que el gusto por el tabaco, el champán o cualquier otro lujo. Deseamos
estar presentes en sus exhibiciones; y, para conseguir la entrada, pagamos el precio o el
equivalente que ellos exigen por sus servicios. Pero este precio es… el resultado de la
industria. Y de ahí que los entretenimientos que estas personas se permiten –aunque
parezcan insignificantes para los cínicos y los soi-disant moralistas–, crean nuevos deseos,
y al hacerlo, necesariamente estimulan nuestra industria para procurar los medios para
gratificarlos. Por lo tanto, son incuestionablemente una causa de producción; y es muy
26
“A John Forster”, 12–14/8/1855, The Letters of Charles Dickens, eds. Madeline House, Graham Storey, Kathleen
Tillotson (New York: Oxford University Press, 1965, 7:687).
parecido a una perogrullada decir que lo que es una causa de producción debe ser
productivo.27
27
J. R. McCulloch, Principles of Political Economy (London: Ward, Lock, 1886, 215).
28
John Stuart Mill, Principles of Political Economy in Collected Works of John Stuart Mill (Toronto: University of
Toronto Press, 1963–91, 2:48).
29
Theories of Surplus Value, vol. 1 (Moscow: Progress Publishers, 1968, 157).
Tiempos difíciles está igualmente interesado en transformar a los que se dedican a
actividades de entretenimiento en trabajadores, aunque recomienda ostensiblemente que
sus trabajadores se diviertan. Convertir a los primeros en trabajadores en principio parece
un error de categoría de Gradgrind:
"Veamos, Cecilia Jupe: ¿qué es tu padre?" "Se dedica a la equitación, si le parece, señor".
Mr. Gradgrind frunció el ceño, e hizo un gesto con la mano rechazando esa objetable
profesión. "No queremos saber nada de eso aquí. No debe hablarnos de eso aquí. Tu
padre doma caballos, ¿no?". "Si le parece, señor, cuando pueden conseguir algo para
domar, doman los caballos en el escenario, señor". "No debe hablarnos aquí del escenario.
Muy bien, entonces. Describe a tu padre como un jinete. Me atrevo a decir que es un
médico de caballos enfermos". "Oh, sí, señor". "Muy bien, entonces. Es veterinario,
herrador y jinete" (2-3).
"Jupe [explica uno de ellos] no ha dado pie con bola muy seguido, últimamente."
"Que no ha dado… ¿qué?", preguntó Mr. Gradgrind…
"Anoche intentó cuatro veces la soga y no lo logró ni una sola", dijo Master
Kidderminster. “Tampoco dio pie con bola con las banderas y estuvo flojo en su
salto." "No hizo lo que debía hacer. Era corto en sus saltos y malo en sus caídas",
interpretó Mr. Childers. "¡Oh!" dijo Mr. Gradgrind, "eso es no dar pie con bola,
¿verdad?" (23).
Si tenemos presente que se pensaba que el trabajo producía valor no a pesar de,
sino por su displacer, podemos ver por qué Tiempos Difíciles debe penetrar en la dura
realidad del trabajo de los jinetes de circo, detrás de sus placenteras ilusiones. Como he
señalado en capítulos anteriores, la teoría del valor-trabajo puede parecer indiferente al
estado subjetivo del trabajador, pero sin embargo supone un cálculo en el que los dolores
de la producción se contraponen a los placeres de la remuneración y el consumo. Si el
trabajo fuera en sí mismo un placer, los cálculos económicos no estarían motivados; los
30
Otros han argumentado que los victorianos generalmente justificaban el juego en términos de trabajo. Por ejemplo,
Peter Bailey, en Leisure and Class in Victorian England (Nueva York: Methuen, 1987), aporta muchas pruebas de la
racionalización y la disciplina del juego en el período. Sin embargo, J. Jeffrey Franklin señala de manera convincente,
en Serious Play: The Cultural Form of the Nineteenth-Century Realist Novel (Philadelphia: University of Pennsylvania
Press, 1999), que los victorianos simplemente tenían un modelo de juego diferente al de sus antepasados. Ve la
teatralidad y la escritura de novelas como formas de "juego serio", pero desafortunadamente no trata las novelas de
Dickens. Como observa Jeffrey, si el siglo XIX tuvo dificultades con el juego, fue sin embargo el siglo en el que el
juego fue "puesto en discurso" (19) y en el que fue vinculado al arte y la cultura por personas como Schiller, Kant,
Nietzsche y Matthew Arnold, en una tradición que culminó en Homo Ludens: A Study of the Play-Element (1938) de J.
Huizinga.
productores no se preocuparían de ser eficientes o de registrar las horas de trabajo que
entran en un producto, porque el telos de la producción-placer se lograría en el hacer
mismo.
***
"Estoy loco en tres partes, y la cuarta es delirante, con perpetuo apuro en Tiempos
difíciles", escribió Dickens cuando se acercaba al final de la composición de la novela.
¿Podría el payaso triste y medio loco ser un emblema para algún entretenedor específico
que también frecuenta los márgenes de Tiempos Difíciles?32 En numerosas cartas de la
primera mitad de 1854, Dickens se queja de la severa carga de trabajo de su vida. Está
"aplastado" desde el principio del escrito (febrero de 1854), "aturdido por el trabajo"
mientras continúa (14 de julio de 1854), y "agotado" (17 de julio de 1854) al final. Incluso
los intentos de fuga tienen un espantoso propósito utilitarista: "Pero vayamos a algún
lugar, digamos al lugar público junto al Támesis, donde esos perros actores van por la
noche. Creo que el travesti puede serme útil y que puedo sacar algo de tal expedición"
(junio de 1854; énfasis añadido).
31
De las pruebas aportadas por Paul Schlicke se podría concluir que el payaso secretamente miserable ya era una figura
tradicional a principios del siglo XIX: "Los payasos son casi invariablemente descritos en su vida privada como el más
taciturno y sobrio de todos los actores, y John Ducrow, al igual que Jupe, tenía dos personajes totalmente distintos: el
juguetón chiflado del anillo que estaba destrozado por la enfermedad y murió prematuramente" (167).
32
En la edición crítica de Norton, la infelicidad del autor está registrada en las cartas que figuran como apéndice. Todas
las cartas que siguen, están citadas en 274-77.
Entre la locura de Newton y la pesadumbre de Dickens, parecería que, especialmente, el
trabajo creativo de los más grandes genios fue un trabajo "alienado", tanto en el sentido
arcaico de estar más allá de la voluntad y la razón como en el sentido más moderno de
ser coaccionado.
Antes del siglo XVIII, se imaginaba que el autor melancólico sufría de estrés
intelectual (la actividad intelectual aún no se identificaba como trabajo) y de demasiada
soledad. Se le aconsejaba que se dedicara al comercio con otros para no pensar en sus
propias necesidades. Pero la conversión de la autoría en un trabajo comercial
ampliamente reconocido (que tuvo lugar lentamente durante el siglo XVIII) y su posterior
transformación en un trabajo socialmente funcional, destruyeron este remedio. Para
Dickens la autoría seguía siendo fatigosa, pero como también era una empresa comercial
rodeada de una red de consideraciones sociales y económicas, la sociabilidad por sí
misma no podía servir de contrapeso. En efecto, el peso de la responsabilidad social y
comercial, la nueva laboriosidad de la autoría, se convirtió en una miseria añadida, no en
una fuerza compensatoria. En Tiempos difíciles, gracias a la deplorable ciencia, la
melancolía se democratiza y la enfermedad del autor se vuelve incurable.
33
John Hill, Hypochondriasis, A Practical Treatise, introd. G. S. Rousseau (Los Angeles: Williams Andrews Clark
Memorial Library, 1969, 6). Publicado por primera vez en 1766.
34
The Life of Charles Dickens (London: Chapman and Hall, 1874, 443).
presenta en esta novela como alguien que ha descubierto que, al tratar los temas de la
novela responde, no a las necesidades de su propia imaginación, sino a las de otros que
"deben ser entretenidos", y la omnipresente melancolía registra y resiste la imposición.
Alguna parte de este usualmente exuberante autor parece estar en huelga en Tiempos
difíciles, y sin embargo los mismos signos de su rebelión son una revelación sobre la
experiencia victoriana del trabajo.
***
Aunque esta no es una típica novela de Dickens, y Dickens está lejos de ser un
típico autor victoriano, sin embargo Tiempos difíciles nos permite medir la distancia entre
las premisas que los románticos compartían con los economistas políticos que criticaban y
las de los primeros victorianos. El eudemonismo de los discursos anteriores fue
abandonado por algunos de los escritores más influyentes de la época, lo que dificultó a
los economistas políticos o a sus adversarios afirmar que sabían mejor cómo hacer feliz a
la gente. Dickens, sin duda, no encontró ninguna alternativa al principio de la mayor
felicidad, y ciertamente no tuvo el estómago para seguir a Carlyle hasta los extremos de
su lógica, que se explican en el universalmente ofensivo ensayo "On the Negro Question”
[Sobre la cuestión de los negros] (1849).35 Allí, de acuerdo con su declaración de que lo
mejor que podemos hacer es buscar el sufrimiento a través del trabajo, el sabio llegó a
recomendar un sistema de esclavitud masiva. La predominancia de Carlyle sobre el
espíritu de muchos victorianos se quebró con la indicación de hasta adónde podía llevar
su desdén por la felicidad; y aunque Dickens dedicó la edición de un volumen de Tiempos
difíciles a Carlyle diez años después, claramente no suscribió el evangelio del trabajo.
Vemos a Dickens suspendido, más bien, entre querer reconocer la importancia de la
felicidad y no poder imaginar cómo podría proceder del trabajo.
No obstante, el culto victoriano al trabajo hizo también que la teoría del valor-
trabajo fuera prácticamente ineludible. Aquí podemos ver un movimiento que acerca a los
literatos a la economía política desde una perspectiva, pero que se aleja de los
economistas políticos clásicos desde otra. Los románticos fomentaron sueños utópicos de
individuos autónomos que pudieran mantener a sus familias con unas pocas horas de
trabajo al día; aunque tales visiones obviamente ignoraban la cuestión de cómo se podía
generar un excedente para sostener la vida intelectual, también parecían registrar la
suposición básica de los economistas políticos de que todo el mundo desea naturalmente
pasar el menor tiempo posible trabajando. Los escritores victorianos, sin embargo,
generalmente celebraban el aumento de la resistencia de sus compatriotas, y limitaban
sus críticas de las largas horas de trabajo a los casos de mujeres y niños. Como hemos
visto, Tiempos difíciles es una excepción instructiva a esta regla, pero no contradice del
todo el productivismo dominante de la época; simplemente lo desplaza a la persona del
autor, que se convierte en un héroe del sufrimiento.
35
El ensayo de Carlyle se publicó por primera vez en 1849, en Fraser’s Magazine for Town and Country, con el título
“Occasional Discourse on the Negro Question.” Solo cuando se volvió a publicar en un panfleto, en 1853, tuvo el título
“Occasional Discourse on the Nigger Question”. [Nigger es un término racista. Nota E.B.].
Cuando he comenzado un libro siempre he llevado un diario, dividido en semanas, y lo he
llevado durante el período que me he otorgado para la finalización del trabajo. Allí he
anotado, día a día, el número de páginas que escribí, de modo que si en algún momento
caía en la ociosidad durante un día o dos el registro de esa ociosidad ha estado ahí,
mirándome a la cara y exigiéndome un mayor trabajo, para que la deficiencia pueda ser
suplida.36
Tales medidas extremas eran inusuales; y había poco acuerdo sobre qué tipo de
trabajo se requería, pero era común enfatizar la virtud del autor que se ganaba el pan. Por
ejemplo, Marianne Evans, cuando todavía estaba por convertirse en George Eliot en
1856, contrastó, con reproche, las "damas novelistas" amateurs con las escritoras pobres
pero trabajadoras:
Hay algo tan antiséptico en el mero hecho saludable de trabajar por el pan, que no es
probable que la literatura femenina más basura y más podrida se haya producido en tales
circunstancias. “En todo trabajo hay beneficios"; pero las novelas tontas de las damas,
imaginamos, son menos el resultado del trabajo que de la ociosidad ocupada. 37
Más tarde, en la competencia por volverse autor, George Eliot informó que sus
libros iban muy despacio, a lo que Trollope contestó alegremente: "Sí, con un trabajo
imaginativo como el suyo es bastante natural; pero con mis cosas mecánicas, es un
asunto de pura industria. No es la cabeza la que lo hace, ¡es la cera del zapatero en el
asiento y el pegamento en mi silla!".38 En su autobiografía, sin embargo, indica que Eliot
podría haber producido más y mejores novelas si hubiera prodigado menos esfuerzo en
cada página: "Se esfuerza demasiado para hacer un trabajo que será excelente. Le falta
facilidad" (206). Por supuesto, lo que Trollope recomienda es la facilidad de estilo, la
capacidad de ocultar la lucha; y que él logró, presume, exigiéndose simplemente un cierto
número de páginas por día, sin esperar nunca la inspiración: "Para mí no sería más
absurdo que el zapatero esperase la inspiración, o el tendero el momento divino en que el
sebo se funde" (102). Pocos escritores victorianos siguieron el ejemplo de los románticos
al presentar su propio trabajo como un contraste inalienable con el trabajo forzado; y
habría sido muy poco acorde con el tono dominante describir sus obras, en los términos
de Shelley, como registros de "los momentos más felices de los hombres más felices". 39
Por supuesto, la descripción de Shelley no puede resumir la visión de los románticos
sobre la autoría, ya que tenían su propia versión de los peligros, pero rara vez se
centraron tan claramente como estos victorianos en el trabajo de la misma. La melancolía
del escritor implícita en Tiempos difíciles, por lo tanto, es excéntrica sólo en el sentido de
que permite que una autocomprensión común del autor victoriano se acerque
inusualmente a la experiencia del lector de la novela. La mayoría de las veces, como
Trollope insinúa, hicieron el truco del entretenedor, fingiendo aquello mismo que Bentham
contrastaba con el trabajo "cómodo".
36
An Autobiography (Berkeley: University of California Press, 1978, 100–101).
37
“Silly Novels by Lady Novelists,” en Essays of George Eliot, ed. Thomas Pinney (New York: Columbia University
Press, 1963, 323).
38
En “Anthony Trollope’s Place in Literature”, Forum 19 (mayo de 1895: 324–37). Frederic Harrison registra que el
intercambio comienza con la queja de Eliot: “ ‘Hay días y días enteros’, gemía, ‘en los que no puedo escribir una sola
línea’”.
39
Shelley’s Poetry and Prose, eds. Donald H. Reiman and Sharon B. Powers (New York: Norton, 1977, 504).
Finalmente, Tiempos difíciles da una perspectiva de la conexión entre el dolor y el
valor que no estaba totalmente disponible para los románticos pero que estaba en
consonancia con algunos desarrollos en la economía política durante los años 1830 y
1840. En la suposición, en gran parte no examinada, de la economía política –que el
trabajo productivo causa sufrimiento y, por lo tanto, sólo se nos exige por los duros
requerimientos de nuestra existencia física– la dirección precisa de la causalidad no se
había especificado: ¿una actividad es trabajo por ser dolorosa, o es dolorosa por ser
trabajo? Los economistas políticos, incluso los que evitaban el eudemonismo,
generalmente evitaban el tema proponiendo un estado primordial de pereza, una
"aversión natural al trabajo" benthamita, que hacía oneroso todo esfuerzo. Antes de que la
civilización estimule los deseos insaciables, la "necesidad", escribe McCulloch, primero
somete nuestra naturaleza y da "actividad a la indolencia". 40 Tiempos difíciles, sin
embargo, establece una dicotomía trabajo/diversión (no trabajo/comodidad), que varios
economistas políticos también consideraron brevemente como relacionada con el trabajo
productivo e improductivo. Pero al colapsar la misma dicotomía que construyó, Tiempos
difíciles abrió la definición de trabajo a un mayor escrutinio e implicó que cualquier
actividad realizada para ganarse la vida se vuelve dolorosa en virtud de su necesidad.
Cuando Marianne Evans, el proto George Eliot, afirma que hay algo "antiséptico"
en "trabajar por el pan", hace una afirmación relacionada con esto, pero añade un giro
más. La necesidad marca la diferencia entre el trabajo y la "ociosidad ocupada"; la
necesidad purga el producto de la infección de la "vanidad", una palabra que, para Eliot,
combina el egoísmo con la falta de objetivo. Escribir bajo la presión de la necesidad
somete al yo; realizar la misma actividad voluntariamente es una mera autocomplacencia.
Nada en el interior del acto de la autoría indica esta diferencia; de hecho, la ensayista
admite que se limita a imaginar la diferencia en las situaciones de autoría. Eliot parece
asumir, a la manera de Bentham, el intrínseco displacer del trabajo y el disfrute de la
ocupada ociosidad, si no, ¿por qué el primero sería una auto-renuncia y el segundo una
auto-indulgencia? Y sin embargo, redime el trabajo doloroso como "sano", mientras
condena los placenteros pero ociosos garabatos de las damas como "podridos", de modo
que las valencias somáticas moralizadas parecen invertidas: un cuerpo metafórico –el
cuerpo del público lector– se beneficia de la disciplina impuesta del trabajo pero se
descompone bajo la indulgencia de la ociosidad. Para Eliot, por lo tanto, el autor
trabajador también es compensado en sus dolores por una satisfactoria conciencia de
superioridad moral. En los capítulos siguientes tomaré una medida más completa de la
brecha entre Dickens y Eliot a este respecto, pero por el momento quisiera destacar la
similitud de sus puntos de vista en el decenio de 1850: ambos consideraron que la
división entre trabajo y ocio era contextual y presentaron el "poderoso sentimiento" del
autor (para utilizar la frase de Wordsworth), no como un "desbordamiento espontáneo",
sino como las sensaciones externamente provocadas por la vida económica.
40
McCulloch, Principles, 11–12.