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KODA

EL ALMA MAS NOBLE QUE CONOCERÉ


Al principio, no me gustaba mucho la idea de que llegara a casa, con sus pelos,

sus necesidades corporales y cuidados que requería. Luego fui convencido.

Llegó una bolita de pelo popocha con su colita larga y peluda, su pecho coloreado

de negro, y pelaje dorado bastante abundante. Entró y justo en el corredor dejo su

gracia. Oh, este perrito dije, convencido de que ya empezaba la responsabilidad

de educarlo, por decirlo de alguna manera.

Traía en su cuellito una cinta que decía: “no me abandones”.

Bastante juguetón, lleno de energía, mordelón; como a todos los perritos le

gustaba morder los zapatos y todo lo que estuviese en su rango de destrucción.

Una vez compré unos zapatos; el muy inquieto no hallo juguete más divertido que

esos (los zapatos). Bueno alcance a rescatarlos con un porcentaje de destrucción

moderado. Lo vi a los ojos y lo regañé, pero que más podía yo hacerle si sabía

que no podía dejar nada a su alcance. Luego hablaba de cómo casi los destruye,

y enseñaba con orgullo sus mordidas.

Con el tiempo, no mucho debo señalar, Se convirtió en el alma de la casa, era

como tener un bebe, con sus fechorías, travesuras, sus encantos. Bueno, todo no

podía ser tan maravilloso, también conllevaba gran responsabilidad: idas al

veterinario, vacunas, comida, juguetes, salidas al parque, no llegar a casa muy

tarde, entre otras. Me sentí un papá, orgulloso y privilegiado por tenerlo.

El sabia la hora a la que llegaba, era extremadamente inteligente; me esperaba en

la puerta ladrando, habrían la puerta y salía corriendo a encontrarme, me daba un


abrazo un mordisco y corríamos juntos a casa. Cuando estaba pequeño podía

competir con él, luego yo no era rival. Crece muy rápido, cabía en la palma de mi

mano y ahora debía cargarlo como un bebe gigante.

Koda fue la mayor felicidad que tuve en la vida y cuando por motivos de tiempo y

ocupaciones ya no podíamos cuidarlo lo dejamos con una familia muy buena que

lo cuidaría bien. Ese día fue uno de los peores, sentí que perdía un hijo, que un

pedazo de mi alma, el mejor se quedaba con él. Un nudo en la garganta, una gran

tristeza me inundó, lo mejor de mi vida se iba.

Cuando me enteré de su muerte, quise morirme, me sentí culpable. Me

preguntaba como las almas buenas se van tan pronto, quería visitarlo, saber cómo

estaba, si aún me recordaba, sacarlo a pasear, apostar carreras. Perderlo fue lo

más triste, lo amare hasta que mi corazón ya no lata. Dejo un vacío del tamaño de

mil cielos, pero del mismo grande ciento que te quiero. Sé que te volveré a

encontrar en esta vida o en otras, de distintas formas o en distintos cuerpos,

seremos amigos de nuevo, pero ya no te dejare ir.

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