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NI ALTA, NI BAJA,
CONSTRUYE AUTÉNTICA AUTOESTIMA
RUBÉN CAMACHO ZUMAQUERO
para los que, abstraídos en el momento,
nos enseñan a jugar
INDICE
Ni alta, ni baja
Una autoestima que funciona
El desarrollo personal como objeto de consumo
Autoestima y relaciones
Autoestima y trabajo
Autoestima y tú
Lo que hacemos: tres cosas que haces que construyen una
autoestima que no funciona
Detrás de todo está el miedo
Autoestima y ego - el mito del "amor propio"
14 características
Proceso de cambio
Ni alta, ni baja
"El pez que nada no se pregunta sobre el agua"
Laura sentía, desde que era una niña, que necesitaba estar
con alguien para sentir seguridad. No veía un inicio para esa
necesidad. Siempre lo había sentido así. Había tenido ya más
de media docena de parejas y aún era joven. Su vida
profesional era estable y comprometida, sin altibajos. Vivía sola
y odiaba a los gatos. En el ámbito sentimental, necesitaba
tener pareja tanto como era su intensidad en las primeras fases
de la relación y como luego era su necesidad de terminarla.
Había medido que aproximadamente sus relaciones tenían una
fecha de caducidad: entre los tres y los seis meses. La relación
más duradera fue para ella la más dolorosa: sentía que estaba
pegada a esa persona y que no podía desprenderse de la
necesidad de estar con él a la vez que necesitaba
imperiosamente concluir esa relación sencillamente para
comenzar de nuevo con otra. Laura se confesó como una
adicta al enamoramiento pero incapaz de dejar de sentir miedo,
dependencia e inseguridad a medida que la relación avanzaba.
Lo que le daba seguridad terminaba por transformarse en una
catalizador para sus mayores miedos e inseguridades. Vivía así
y sentía que ella era así y que solo podía acostumbrarse a vivir
con ello. Yo no tenía soluciones para ella, salvo acompañarla e
intentarlo.
En muchas ocasiones pronunció la palabra autoestima según
tal y como la entendemos. Habló de baja autoestima, de que
perdía su autoestima cuando sentía que necesitaba estar en
una relación para ser feliz y sentirse segura, y que esa felicidad
era efímera y escurridiza. Sin embargo, pronunció mucho más
palabras como inseguridad y sobre todo dependencia. Laura
dependía de iniciar relaciones para sentirse segura, relaciones
que, más tarde, le generaban desánimo.
Este proceso es constante en nuestras vidas. Necesitamos de
un factor externo para alcanzar seguridad y vencer,
momentáneamente, esa sensación de temor y vulnerabilidad
que nos acecha. Sentimos las mismas sensaciones que Laura
cuando iniciamos un nuevo proyecto y no lo terminamos,
cuando las personas con las que estamos vinculadas nos
halagan (pareja, familiares, amistades) y en otra ocasión no
nos retribuyen, con las constantes notificaciones del
smartphone (que también nos mantienen en un constante
estímulo y vaivén de subidas, bajadas, caídas e impulsos).
Sentimos, en definitiva, que la vida es insegura y vulnerable y
que solo a través de los factores externos (un estatus, bienes
materiales, una imagen, o una determinada relación de pareja)
podemos vencer esa inseguridad. Pero esa estrategia no
termina por funcionar. En cuanto conseguimos el objeto o
situación que nos da seguridad, esa seguridad comienza a
marcharse como tierra mojada entre tus dedos. Cuando tu
bienestar depende de un factor externo nunca dura demasiado.
Laura y yo llegamos a un acuerdo. Íbamos a reformularlo todo
desde el principio. No se trataba de averiguar de dónde venía
el problema, cuál era el origen, de teorizar o de concluir que
era un factor de personalidad. Decidimos partir de cero,
descubrir qué es lo que Laura exactamente hacía para que su
bienestar dependiera tanto de esa situación, cómo reformularla
(entendiendo que el ser humano es un ser social, afectivo y
emocional, y en el ámbito de la pareja encuentra tanto sus
mayores dificultades como aprendizajes y satisfacciones), a
qué exactamente le tenía miedo, y sobre todo, qué es lo que
podíamos hacer de forma completamente diferente desde
ahora para que ese cambio poco a poco se generara en ella.
Ella tomó una decisión firme: sencillamente intentarlo,
comprometerse, ver qué pasaba. Sin pretensiones. Abierta a
averiguar qué ocurría si salía del círculo y desafiaba su propio
punto de vista. Su principal idea es que era ella así. ¿Qué es lo
que realmente "somos"?
Yo soy Yo
Tú eres Tú
Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas
Tú no estás en este mundo para cumplir las mías.
Tú eres Tú
Yo soy Yo.
Si en algún momento o en algún punto nos encontramos
Será maravilloso
Si no, no puede remediarse.
Falto de amor a Mí mismo
Cuando en el intento de complacerte me traiciono.
Falto de amor a Ti
Cuando intento que seas como yo quiero
En vez de aceptarte como realmente eres.
Tú eres Tú y Yo soy Yo.”
Autoestima y relaciones
Los seres humanos encontramos en nuestras relaciones
afectivas, tanto sociales como especialmente familiares y sobre
de todo de pareja o con los hijos, las experiencias más
fascinantes y agradables de nuestra vida y también las
mayores dificultades, desacuerdos y crisis. En una relación nos
encontramos con el otro y profundizamos en nuestros mayores
miedos, deseos y dificultades. A lo largo de estos más de 10
años acompañando a personas en sus procesos de cambio
como psicólogo y coach, puedo asegurarte que, más allá de
iniciar un nuevo trabajo, emprender un proyecto, llegar a un
puesto directivo, migrar a otro país, incluso ir a la luna, nada,
pero nada, puede compararse a la dificultad y aprendizaje que
obtenemos en nuestras relaciones humanas.
Somos pura relación. A medida que crecemos y construimos
nuestra identidad (eso lo hacemos mediante identificaciones,
pensando y asimilando el pensamiento de "yo soy esto" o
"necesito esto" además de los juicios "esto es correcto y esto
es incorrecto") vamos construyendo la idea de que estamos
separados del resto. Cuando tenemos menos de tres años esa
separación no existe. Somos pura Unicidad y fluimos en el
mundo en una completa armonía y sumisión hacia lo que
ocurre. Lloramos lo necesario, nos reímos lo necesario, nos
enfadamos lo necesario y jugamos, descubrimos y amamos sin
medida. Algo ocurre cuando comenzamos a construir nuestra
identidad (un proceso que comienza a los tres años pero que
tiene su momento más drástico en la adolescencia, donde
construimos una identidad que, a veces, permanece pegado a
nuestro ser como una máscara durante demasiado tiempo).
Cuando somos adultos ya nos sentimos totalmente separados,
únicos, aislados, y ahí es donde el encuentro con el otro
supone una revelación y una especie de transformación.
En las relaciones, pero especialmente en la relación de pareja,
encontramos tres fases bien diferenciadas: la disolución, la
lucha de egos y el encuentro. La fase de la disolución es la que
nos resulta más interesante, trascendente y mágica, y es
fuente directa para todo lo que entendemos como
romanticismo. En una primera fase sentimos que nos
"disolvemos" en el otro. Para conectar con una persona de
forma profunda compartimos tanto de nuestra intimidad y
también vulnerabilidades, que disolvemos parte de nuestro ego
o máscara y aprendemos a fluir en el otro y con el otro. Nos
ilusionamos, nuestras emociones se agitan, encontramos el
sentido de la vida que parecía perdido. Pero esta fase no dura
demasiado tiempo. Estar totalmente disueltos resulta una
imprudencia en este mundo material, caduco, efímero, inseguro
y misterioso. La fase de la disolución nos ayuda a conectar y a
poder construir la relación.
La siguiente fase es la de la lucha de egos. Una vez
construimos la relación, volvemos a construirnos y nos
encontramos con un otro que es diferente, que vive según un
sistema de valores y creencias diferente, que tiene otras
necesidades, otros puntos de vista y costumbres. Incluso, tiene
otras rutinas y formas de expresar su afecto (que rara vez son
similares a las nuestras). Llega entonces la lucha de egos.
Sentimos miedo, porque descubrimos que en la disolución
mostramos nuestras vulnerabilidades, nos conectamos con
alguien y ahora estamos desprotegidos. Comienza así una
batalla sin cuartel que puede durar años a la vez que
disfrutamos de algunos momentos de conexión, paz y
encuentro. Esta fase es la más duradera en las relaciones y es
aquí donde terminamos por definir qué es para nosotros una
relación.
¿En qué consiste esa lucha de egos? En tratar de dominar al
otro para que cumpla nuestras expectativas y necesidades. Las
expectativas surgen como formas de miedo que se transforman
en exigencias y juicios de valor. Esta fase tiene una importancia
psicológica abrumadora: sirve para construir una nueva
identidad, que sea compatible con la persona con la que has
decidido unirte. Si en ese momento sabes construir una
autoestima que funciona y sabes entender y gestionar tus
emociones, esa lucha de egos llegará a su fin. No suele ser
así.
Autoestima y tú
En todo momento estamos hablando de ti. El problema de la
autoestima no tiene absolutamente nada que ver con el mundo
exterior, y ese es precisamente el problema: que creemos que
es así.
Hace unos meses leí una noticia que me sorprendió y a la vez
preocupó. Quién sabe: quizá esa noticia fue la semilla para
escribir este libro. Deambulando entre artículos digitales, llegué
a uno de un diario deportivo. Un equipo muy importante de
España había perdido su partido semanal y múltiples críticas
llegaron a cada uno de los jugadores. Una de las esposas de
los jugadores publicó en sus redes sociales una muestra de
apoyo hacia su marido a través del texto de un popular "coach".
En inglés, coach significa entrenador y el coaching ha
terminado por visualizarse como una forma de motivación, guía
o asesoramiento, cuando cualquier tipo de influencia por parte
de un factor externo no deja de ser una interferencia en tu
propio proceso de cambio. Un coach no es un entrenador, sino
una compañía experta (coach proviene de "kocz" del idioma
húngaro, y quiere decir coche o carruaje de caballos, ya que un
proceso de coaching es como un viaje desde donde estás
hasta donde quieres y te mereces estar, y ese cambio se da en
ti, no en el mundo exterior).
Me detuve a leer el texto del famoso coach. Todas y cada una
de sus líneas depositaban tu bienestar en factores externos.
Cada línea, mensaje e impulso motivacional, por más que fuera
distinto, decía exactamente lo mismo: "no pierdas el tiempo con
personas que no te valoran".
En nuestro actual modelo de sociedad materialista y
consumista, sentimos una constante ansiedad por consumir y
recibir recompensas. A veces, la frustración que sentimos
cuando los factores externos (el mundo, las personas) no nos
retribuyen como queremos (a consecuencia de nuestros
miedos), hace que necesitemos de un apoyo que nos diga justo
lo que queremos oír. Ahí es cuando llega la poderosa y
gigantesca maquinaria del desarrollo personal pop. El mensaje
es claro: "ellos no te merecen". Nuevamente, dejamos nuestro
bienestar en factores externos: "tú eres genial, la culpa es del
otro".
Pero ese enfoque realmente no te ayuda porque es
sencillamente falso. En nuestras frustraciones no hay
culpables, ni méritos, ni valoraciones. La autoestima que no
funciona es la que se enfoca en un mundo externo que no
podemos controlar, y la que funciona es la que hace que tus
acciones estén orientadas a crear bienestar (y a compartirlo
con el mundo de forma armónica).
Lo que hacemos
3 cosas que haces que construyen
una autoestima que no funciona
Juicios de valor
Una de las palabras que más usamos hoy día y está tan
mitificada como la autoestima, es el famoso ego. En este libro
has podido leer esa palabra varias veces. Forma parte de
nuestro vocabulario y lo usamos de forma incesante: "tiene
demasiado ego", "el ego es mi enemigo". Pero el ego tampoco
es ninguna de esas cosas. Profundizando en lo que es
realmente el ego darás un salto de gigante, aunque ese salto
sea hacia tu interior.
Autoestima y ego
el mito del " amor propio"
Cuando Alejandro Magno le preguntó al mago cómo podía
conquistar el mundo, el mago le hizo una pregunta que le
sumió en una profunda depresión: "vas a conquistar el mundo
así, pero cuando lo conquistes, ¿qué más vas a conquistar?"
El mago no atacó a Alejandro Magno con esta pregunta, sino a
su ego. El ego es una de las palabras que más usamos en
nuestro día a día en relación al desarrollo personal (o a la
valoración que hacemos de los demás o de nosotros mismos) y
que a la vez menos entendemos. Hace apenas unas décadas
ni siquiera era una palabra común en nuestro vocabulario.
El ego, así como la autoestima, es una abstracción. No es algo
concreto que podamos ver, tocar o experimentar. Son como el
átomo: jamás sabremos de esa realidad tan pequeña que nos
forma y que en realidad somos nosotros, pero sabemos que
está ahí. El ser humano no vive para creer, sino que en base a
nuestras creencias, interpretaciones y formas de ver la vida,
definimos nuestra realidad y acciones. Ahí, justo ahí, es donde
entra en acción el ego.
El ego no es el enemigo de la autoestima que no te funciona.
La autoestima es la forma en la que te relacionas contigo, ves,
concibes, valoras, en un sentido tanto afectivo como de valores
e ideas, y en base a la cual ves y te relacionas con el mundo y
las personas. Esa autoestima funciona o no, te hace feliz o no.
Todo depende de dónde enfocas tu bienestar, gestionas tus
emociones y trabajas con tu visión de la vida, de ti, del mundo y
sobre todo de cuáles son tus acciones (la clave para todo
cambio). El ego no es un enemigo. El miedo tampoco lo es. No
existen enemigos reales en este camino, porque pensar en
enemigos nuevamente vuelve a enfocar nuestro bienestar en
factores externos. Céntrate solo en lo que ocurre dentro de ti y
encontrarás, si no respuestas, algunas preguntas que te
ayudaran a ir cambiando poco a poco lo que te ocurre hasta
que ese cambio se interiorice y forme parte de ti. El trabajo con
el ego es una parte esencial.
¿Qué es el ego? No es egoísmo, ni vanidad, ni ese tan popular
"amor propio". El ego es un mecanismo humano. No lo tienen
otros animales, ni lo necesitan. Cuando nacemos estamos en
un estado esencial, tan vacío de ideas, interpretaciones,
valores y miedos (al no tener lenguaje, no podemos crear una
visión del mundo), que nos sentimos completamente llenos.
Cuando somos niños y niñas no necesitamos de esas
creencias, valores o experiencias. Sencillamente vivimos, y
nuestra autoestima funciona de forma perfecta. Reímos,
lloramos y nos enfadamos lo necesario. No esperamos nada,
sino que recibimos y nos damos. Esto ocurre durante los
primeros años, hasta que comenzamos a construir una
identidad para tratar de encontrar nuestro propio lugar en el
mundo. Esa identidad comienza con un nombre, unos
apellidos, una madre y padre concretos, una situación, un
lenguaje, unos juguetes, un color, un número favorito, y luego
nos vamos identificando más y más hasta vernos totalmente
diferentes y especiales, y así, nos separamos de los otros. El
ego es el mecanismo humano mediante el cual nos
identificamos con lo que creemos que somos.
La psicología, en su necesidad por establecerse como ciencia y
compararse con otros ámbitos profesionales como la medicina,
se ha sentido vulnerable a la hora de trabajar con conceptos
tan necesarios pero abstractos y delicados como la autoestima
y el ego. Sin embargo, esos conceptos existen porque
sabemos que forman parte de nuestra psicología, de nuestra
forma de vivir y funcionar en definitiva. Lo que está oculto o no
se puede percibir no es inexistente, sino imperceptible. El ego
actúa así: como una máscara, como tu ropa, como una
personalidad con la que vives y te acomodas al mundo.
Gracias al ego vamos creando esa personalidad ficticia que en
realidad creemos que somos. El ego te identifica primero con
quien crees que eres, con tus diferencias, y finalmente te
identifica con tus miedos, con tus ideas, con tus valores, con
tus necesidades. Crees que eres ese miedo, que esa idea es la
correcta, que tenemos razón, que lo que necesitamos es una
necesidad real sin la cual no podemos vivir.
El ego es lo que nos identifica, lo que nos hace vivir con una
personalidad concreta, y a la vez, lo que nos limita. Pero no
podemos vivir esta vida sin esa máscara. El ego no es ningún
enemigo y considerar que lo es solo equivale a luchar contra un
fantasma. Tu ego, sencillamente, es tu carcasa, y tienes la
capacidad para conocerlo, para cuidarlo, también para
desobedecerlo, hasta que esa carcasa sea una prenda ligera
que te permita conectarte con lo esencial.
14 características
Los seres nacemos naturalmente vulnerables. Necesitamos la
protección de la madre, de su olor y cuidado, un poco más
tarde también reconocemos al padre y encontramos en nuestro
entorno la seguridad que nos permite continuar creciendo,
experimentando y conociendo. Eso continúa en los siguientes
meses. Nos despertamos y buscamos la seguridad en el otro.
Con el tiempo, comenzamos a mover el cuello, a caminar, y un
mundo dinámico se abre a nuestro paso. Recuerda la mirada
de un niño o niña cuando comienza a dar sus primeros pasos y
descubre el mundo. Está viendo, literalmente, el paraíso. En
esos momentos nuestro bienestar siempre depende de lo que
hacemos, aunque lo que nos dan también nos proporciona
felicidad. Un niño o niña de pocos meses o años disfruta de su
juego, de su descubrimiento y relaciones, no se compara, exige
o espera nada. Viven un presente intenso, donde la única
existencia es lo que ocurre aquí y ahora, de tal forma que ese
presente se eterniza y se transforma en una fuente inagotable
de alegría. Todo eso cambia cuando comenzamos a pensar
que estamos separados de los demás.
Crean bienestar
Disfrutan de la inseguridad
Disfrutan de su soledad
Proceso de cambio
Todo lo que ahora te ocurre, sientes e interpretas, la forma en
la que te relacionas, creas bienestar y sientes que lo pierdes,
depende de tus acciones, puntos de vista y visión de la
realidad. Esa visión se ha construido poco a poco a lo largo de
los años y experiencias, es tu verdad, es la narración que te
mantiene estable en este misterio. Pero llega un momento
donde no te sirve. El miedo a andar y caer es útil cuando
damos los primeros pasos pero se transforma en inútil cuando
necesitas caminar y correr. Cuando llega ese momento es
necesario vivir un proceso de cambio.
Un proceso de cambio no es solo una reflexión, meditar, ver lo
que ocurre con otra perspectiva o respirar profundo. Son
estados y pequeñas acciones interesantes y necesarias pero
no implican por sí mismo que ese cambio se produzca. Ese
cambio se produce en ti mediante acciones diferentes,
totalmente diferentes a lo que sueles hacer, de tal forma que te
lleven hacia otras experiencias, resultados, puntos de vista y
formas de ver la realidad. Ese punto de vista se amplía, crece,
dejas de ver un río y pasas a ver el mar.
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