Está en la página 1de 69

Ni alta, ni baja, construye auténtica autoestima

Rubén Camacho Zumaquero


https://empoderamientohumano.com

Ni alta, ni baja, construye auténtica autoestima


Rubén Camacho Zumaquero ©
Escrito entre abril y mayo de 2020
https://empoderamientohumano.com

NI ALTA, NI BAJA,
CONSTRUYE AUTÉNTICA AUTOESTIMA
RUBÉN CAMACHO ZUMAQUERO
para los que, abstraídos en el momento,
nos enseñan a jugar

INDICE
Ni alta, ni baja
Una autoestima que funciona
El desarrollo personal como objeto de consumo
Autoestima y relaciones
Autoestima y trabajo
Autoestima y tú
Lo que hacemos: tres cosas que haces que construyen una
autoestima que no funciona
Detrás de todo está el miedo
Autoestima y ego - el mito del "amor propio"
14 características
Proceso de cambio

Ni alta, ni baja
"El pez que nada no se pregunta sobre el agua"

Una de las palabras que más decimos en nuestro día a día, en


conversaciones sobre nosotros mismos, los demás, nuestras
dificultades, sueños y anhelos, es autoestima. Es una palabra
que sale de nuestra boca y pensamientos como si
conociéramos todo su significado. ¿Con cuántas ideas,
conceptos o creencias sobre quiénes somos, qué necesitamos
o quiénes son y necesitan los demás vivimos cada día sin ser
conscientes de ello?
En principio, parece fácil: autoestima es tu propia relación
afectiva contigo. Lo solemos definir como una especie de "amor
propio" que rivaliza y se contradice en nuestras relaciones con
los demás. Un amor hacia uno, como si fuera una barrera o
muralla protectora que nos aislara de nuestros miedos e
inseguridades. Pero la autoestima no es eso. El "amor propio"
no es más que un amor centrado en un objeto, en este caso tú,
y el amor no entiende de objetos o posesiones.
Algunas de nuestras expresiones y pensamientos más
habituales son que tenemos "baja" autoestima porque no nos
atrevemos a construir lo que queremos o nos hace felices, o
incluso que hemos "perdido" nuestra autoestima a causa de
una relación conflictiva o de una ruptura. Todos esos conceptos
nos hacen pensar que la autoestima es algo que podemos
ganar o perder, que es fluctuante, e incluso que puede
depender de factores externos como las personas o
situaciones, de tal forma que nuestro bienestar queda perdido
en un mundo externo a ti que no puedes controlar y te hace
sentir como si corrieras tras de algo o alguien que parece ir
más deprisa que tú. Nada más lejos de la realidad.
Siempre he pensado que los psicólogos hemos cometido un
error a la hora de hablar de "alta" o "baja" autoestima. Ese error
se ha transformado en una bola de nieve, en un tsunami o
efecto mariposa que te ha traído hasta aquí. La autoestima no
es aquello que creemos, algo que pueda subir o bajar como un
ascensor, una forma de orgullo o vanidad, sino una forma de
vivir y ser que trae un mensaje para ti mucho más profundo de
lo que cualquier manual científico de psicología pueda decirte
(al menos, de todos los que estudiamos los psicólogos).
Este libro no tiene como objetivo guiarte, aconsejarte o definir
tu vida. Solo tú tienes la responsabilidad y la decisión para
tomar el rumbo que realmente necesitas. Este libro tampoco es
de autoayuda. La autoayuda, como tal, es una paradoja. Esto
se entiende muy bien con la fábula del ermitaño. Creo que casi
cualquier persona lo ha dicho alguna vez: "me encantaría ir a la
montaña, vivir solo o sola, sin tener problemas con nadie, con
mis animales o en la naturaleza". La paradoja del ermitaño o
ermitaña es que al principio siente mucha paz, ya que no tiene
a nadie con quien discutir. Finalmente, siente mucha tristeza...
porque tampoco tiene a nadie con quien discutir. La autoayuda
no puede ser posible porque te quedas a solas contigo, y en
una soledad absoluta, ¿cómo puedes saber si estás frente a ti
o a la máscara de tu ego, miedos e inseguridades? En muchas
ocasiones, la autoayuda funciona aparentemente porque te
dice justo lo que quieres y necesitas oír para validar tu mundo
personal, tu sistema de creencias, juicios y valores, y también
para depositar tu bienestar, nuevamente, en factores externos:
los culpables son los otros. Pero esto no funciona, no es útil a
largo plazo ni realmente te trae un aprendizaje. El ser humano
es un ser social que necesita de una compañía para reflejarse
y crecer, pero no una compañía que te guíe, oriente o
aconseje, sino una compañía limpia donde te reflejes, donde te
descubras y conozcas, y donde llegues a ese "eureka" que
cree el cambio en ti que posteriormente cambie lo que ves y
ocurre en tu vida.
A lo largo de nuestra vida nos identificamos cada vez más con
lo que creemos que somos: un nombre, una personalidad, un
carácter, unas ideas, unos talentos, unas necesidades. Nos
identificamos tanto que cerramos las puertas de las
posibilidades y nos cerramos en un mundo personal y a veces
contradictorio. Cuando profundizamos en quiénes realmente
somos, nos damos cuenta de que quizá no seamos un objeto,
una persona concreta, sino el resultado de las emociones que
sientes, y ante todo, una relación. Somos seres sociales,
emocionales, sensibles y vulnerables, inmersos en un mundo
de relaciones. Te relacionas contigo, con tus ideas, con tus
deseos y pensamientos, con los demás, con quienes te ponen
la vida fácil y con quienes te la ponen muy difícil, con una
sociedad, un mercado, unos objetivos profesionales, una
familia, una pareja con la que vives un constante tira y afloja o
una antigua pareja en la que aún piensas. Somos una relación
constante y el cambio solo tiene lugar cuando, gracias a esas
múltiples relaciones, decidimos reflejarnos en un espejo limpio,
nos descubrimos, profundizamos, valoramos lo que ocurre y
decidimos salir del círculo en el que llevamos quizá demasiado
tiempo dando vueltas.
El objetivo entonces de este libro es ese: acompañarte.
Acompañarte en un viaje de descubrimiento donde nos
preguntemos qué es realmente la autoestima y por qué la "alta"
o "baja" autoestima en realidad no funciona. Descubrir qué es,
de qué depende, cómo la construyes, y sobre todo, cómo
puedes edificar una autoestima que realmente funcione y te
lleve a ese lugar soñado que realmente te mereces. Un lugar
que no es más que tú, no solo o sola sino en el mundo, no sin
miedo o inseguridad, sino con aceptación y curiosidad e ilusión
por el misterio de qué va a ocurrir.
La autoestima no es lo que te separa de los otros sino lo que te
une. Lo vas a descubrir por tus propios medios en estas
páginas, que no son mis reflexiones ni opiniones sino el
resultado de acompañar como psicólogo y coach a docenas de
personas en los últimos 10 años en sus procesos de cambio
personal. Ese aprendizaje, que descubrimos en esos procesos
de cambio y que llevan a las personas a transformar aspectos
de su vida que parecían anclados, llega ahora a ti con este
primer paso.

"He visto a mi Señor por el ojo de mi corazón


Le pregunté: ¿quién eres tú?
Él me respondió: Tú"

Este poema es de Al-hallaj, un místico y poeta sufi y musulmán


que tuvo una vida de incesante búsqueda y un final trágico y
violento donde él no paraba de reír. Este poema es corto,
aparentemente conciso, pero esconde un gran misterio. Ahora,
al leerlo, lo has interpretado de una determinada manera.
Cuando termines este libro vas a poder leerlo de nuevo y
observarás si tu interpretación ha cambiado. Será una prueba
de tu cambio.
Los psicólogos hemos cometido un error y ese error se ha
generalizado hasta entrar en nuestro vocabulario. Llega
entonces el momento de retarnos para que el cambio necesario
comience a fraguarse, para salir de ese círculo en el que a
veces vivimos demasiado tiempo y construir un camino propio y
diferente.
La autoestima no es alta, ni baja, ni se aumenta, disminuye o
pierde. La autoestima, sencillamente, te funciona o no te
funciona, te hace feliz o no. Con este libro vas a aprender de
qué depende y cómo comenzar a conseguirlo. Este aprendizaje
no viene de mí ni de ningún otro libro, sino de las experiencias,
revelaciones y transformaciones que han vivido las personas
que he acompañado. Ahora, todo ese valor recae en ti. Hazte
preguntas, pero no te impacientes por obtener respuestas.
Valora desde el principio aquello que crees como una idea
inamovible. Y, sobre todo, ilusiónate. No con el mundo, ni con
las personas. Tampoco contigo. Ilusiónate con el misterio que
va a pasar a partir de ahora. Un misterio al que habitualmente
le tenemos miedo, pero con el que solo tenemos una
posibilidad: aprender a disfrutarlo.

Una autoestima que funciona


Los psicólogos, al principio, no sabemos nada o casi nada de la
autoestima. A medida que acompañamos a personas en sus
procesos de cambio nos encontramos con una encrucijada:
decidir que sabemos, o replantearlo todo desde un principio. En
mi caso, tomé la segunda decisión.
La autoestima es un concepto, una idea, un "constructo
psicológico" (como se suele decir en psicología), no una
conducta determinada que pueda ser observable. La
psicología, en su incesante lucha por estabilizarse como
ciencia y profesión y resultar prestigiosa, se ha centrado en
procesos prácticos y también fáciles de entender y ha
descuidado los detalles más sutiles y a la vez abstractos y
complejos. La psicología tiene multitud de utilidades para el ser
humano, su bienestar, vida social, profesional y educación,
pero resulta complejo ahondar en conceptos que, se intuye,
tienen poca aplicación práctica en el laboratorio. Es el caso de
la autoestima.
Los psicólogos solo sabemos de la autoestima lo que
estudiamos y luego aplicamos, y en muchas ocasiones es un
conocimiento superficial en el que no se profundiza o al que no
se cuestiona. De ahí, que muchos psicólogos continúen
hablando de alta o baja autoestima, o de ideas como
"aumentar" la autoestima. Son ideas que se utilizan porque las
personas las utilizan. Pero quizá aumentar esa forma de
relación que no está funcionando no sea la mejor idea.
Años después de licenciarme como psicólogo me formé en
coaching con un Máster universitario de dos años (antes de
que el coaching fuera tan popular y surgieran los negocios
exprés de formación superficial). En ese momento el coaching
era la herramienta práctica, profunda y poderosa que la
psicología había descuidado. Comencé a acompañar a las
primeras personas en sus procesos de cambio. Y todo fue una
sorpresa. Nada era como había pensado o como creía. La idea
que más cambió fue la de autoestima.
Esa agitación tuvo lugar, ante todo, con el proceso de Laura
(nombre cambiado de un proceso real). Laura había asistido a
psicólogos y más tarde a terapias, cursos y talleres. Había
probado las constelaciones familiares, el eneagrama, los
psicodramas, el psicoanálisis y leído todos los libros de
autoayuda conocidos en aquel momento. Sentía que, hiciera lo
que hiciera, nada iba a cambiar. Que todo continuaría igual.
Sabía, y así me lo dijo, que todos esos cursos y experiencias
en realidad solo era un nuevo modo de consumismo en
relación al desarrollo personal. Laura pensaba que el coaching
era exactamente lo mismo y no confiaba en su utilidad. Aún
así, decidió dar el paso. En mi caso, tampoco sabía que lo que
iba a ocurrir en ese proceso no sería coaching, ni ningún
nombre que suponga otra forma de entretenimiento o consumo
más.
En la primera sesión, Laura desprendía desconfianza. Se sentó
hacia atrás, con los brazos cruzados, postura incómoda y el
rostro desafiante. El coaching solo es una herramienta de
acompañamiento basada en la escucha activa (no juzgar al
otro, ni interpretarle, darle consejos o ideas, sino sencillamente
entender su mundo subjetivo), una formulación de preguntas
poderosas (para abrir el punto de vista) y un plan de acción
concreto para conseguir cambios. En realidad el coaching no
tiene absolutamente nada que ver con lo que desde hace casi
10 años predican todas esas personas que se hacen llamar
"coachs" por haber cursado una de esas experiencias
formativas de pocos meses. Yo tampoco sabía que el coaching,
en realidad, era solo un nombre. No es coaching, ni psicología,
ni terapia. Hoy día, tras todos estos años, no me gusta llamarlo
así. Sencillamente digo y escribo que es un proceso de cambio,
la persona es la protagonista y yo, como profesional, soy solo
una compañía (una compañía que te ayuda a verte como un
espejo en el que puedes reflejarte y que te apoya y acompaña
para conseguir cambios reales, profundos y certeros en tu
vida). Laura quiso probar porque el nombre se hizo popular,
pero no creía que ninguna herramienta pudiera hacer que su
situación cambiara. "Yo soy así" (repitió hasta en una docena
de veces en esa sesión).

Laura sentía, desde que era una niña, que necesitaba estar
con alguien para sentir seguridad. No veía un inicio para esa
necesidad. Siempre lo había sentido así. Había tenido ya más
de media docena de parejas y aún era joven. Su vida
profesional era estable y comprometida, sin altibajos. Vivía sola
y odiaba a los gatos. En el ámbito sentimental, necesitaba
tener pareja tanto como era su intensidad en las primeras fases
de la relación y como luego era su necesidad de terminarla.
Había medido que aproximadamente sus relaciones tenían una
fecha de caducidad: entre los tres y los seis meses. La relación
más duradera fue para ella la más dolorosa: sentía que estaba
pegada a esa persona y que no podía desprenderse de la
necesidad de estar con él a la vez que necesitaba
imperiosamente concluir esa relación sencillamente para
comenzar de nuevo con otra. Laura se confesó como una
adicta al enamoramiento pero incapaz de dejar de sentir miedo,
dependencia e inseguridad a medida que la relación avanzaba.
Lo que le daba seguridad terminaba por transformarse en una
catalizador para sus mayores miedos e inseguridades. Vivía así
y sentía que ella era así y que solo podía acostumbrarse a vivir
con ello. Yo no tenía soluciones para ella, salvo acompañarla e
intentarlo.
En muchas ocasiones pronunció la palabra autoestima según
tal y como la entendemos. Habló de baja autoestima, de que
perdía su autoestima cuando sentía que necesitaba estar en
una relación para ser feliz y sentirse segura, y que esa felicidad
era efímera y escurridiza. Sin embargo, pronunció mucho más
palabras como inseguridad y sobre todo dependencia. Laura
dependía de iniciar relaciones para sentirse segura, relaciones
que, más tarde, le generaban desánimo.
Este proceso es constante en nuestras vidas. Necesitamos de
un factor externo para alcanzar seguridad y vencer,
momentáneamente, esa sensación de temor y vulnerabilidad
que nos acecha. Sentimos las mismas sensaciones que Laura
cuando iniciamos un nuevo proyecto y no lo terminamos,
cuando las personas con las que estamos vinculadas nos
halagan (pareja, familiares, amistades) y en otra ocasión no
nos retribuyen, con las constantes notificaciones del
smartphone (que también nos mantienen en un constante
estímulo y vaivén de subidas, bajadas, caídas e impulsos).
Sentimos, en definitiva, que la vida es insegura y vulnerable y
que solo a través de los factores externos (un estatus, bienes
materiales, una imagen, o una determinada relación de pareja)
podemos vencer esa inseguridad. Pero esa estrategia no
termina por funcionar. En cuanto conseguimos el objeto o
situación que nos da seguridad, esa seguridad comienza a
marcharse como tierra mojada entre tus dedos. Cuando tu
bienestar depende de un factor externo nunca dura demasiado.
Laura y yo llegamos a un acuerdo. Íbamos a reformularlo todo
desde el principio. No se trataba de averiguar de dónde venía
el problema, cuál era el origen, de teorizar o de concluir que
era un factor de personalidad. Decidimos partir de cero,
descubrir qué es lo que Laura exactamente hacía para que su
bienestar dependiera tanto de esa situación, cómo reformularla
(entendiendo que el ser humano es un ser social, afectivo y
emocional, y en el ámbito de la pareja encuentra tanto sus
mayores dificultades como aprendizajes y satisfacciones), a
qué exactamente le tenía miedo, y sobre todo, qué es lo que
podíamos hacer de forma completamente diferente desde
ahora para que ese cambio poco a poco se generara en ella.
Ella tomó una decisión firme: sencillamente intentarlo,
comprometerse, ver qué pasaba. Sin pretensiones. Abierta a
averiguar qué ocurría si salía del círculo y desafiaba su propio
punto de vista. Su principal idea es que era ella así. ¿Qué es lo
que realmente "somos"?

Trata de contestar esta pregunta: ¿cuál es la diferencia entre el


verbo ser en su forma ser y en su forma estar?

No, no es una pregunta de sintaxis o gramática.


Esa pequeña diferencia puede significarlo todo. En esa primera
sesión, Laura usó el verbo ser en su forma ser en más de dos
docenas de ocasiones. Soy insegura, soy dependiente, soy
indecisa, soy enamoradiza, soy exigente, soy demandante, soy
insatisfecha. Usar el verbo ser en su forma ser es un modo de
identificación. Creemos que lo que sentimos, hacemos,
experimentamos y creemos, es lo que somos. Sin embargo, la
forma estar abre puertas. Ser triste es totalmente diferente a
estarlo. Uno de nuestros primeros acuerdos fue que Laura iba
a tratar de dejar de identificarse pero utilizando esta sencilla
práctica: cambiar la forma ser por la forma estar. Resultó
tremendamente difícil, pero a medida que pasaron los días
Laura fue cada vez más consciente de cuántas veces se
identificaba. Las puertas comenzaron a abrirse.
Lo que creemos que somos corresponde no a lo que realmente
somos, sino a cómo nos identificamos. Lo que experimentamos
corresponde, ante todo, no a una experiencia pasada, a una
personalidad, a un eneatipo o signo del zodiaco, o mucho
menos a un karma ancestral, sino a lo que hacemos. Nuestras
acciones, tan observables, reales como trascendentes,
construyen nuestra realidad. Laura se dio cuenta de todo lo que
hacía que le mantenía presa de ese estado, tanto en sus
acciones como en su comunicación. Laura había aprendido a
recibir bienestar a través de estímulos externos: una
valoración, un gesto, un resultado. La habían cuidado tanto que
el sobre cuidado se transformó en una cárcel. A consecuencia,
había aprendido a buscar esos estímulos externos en la
experiencia donde más se trascendía a sí misma: en una
relación de pareja. Todo lo que necesitaba llegaba en el
momento del encuentro, del enamoramiento, de la disolución
de sí mismas para pasar a formar parte de una unión. Luego,
llegaba la lucha de egos, y continuaba buscando su sustento
mediante exigencias, expectativas, comparaciones, juicios de
valor. Pero nada de eso funcionaba. El encuentro inicial
terminaba y comenzaba la disputa. Toda la experiencia estaba
alimentada por sus acciones, su comunicación, que a su vez
validaban a sus creencias y ante todo a sus emociones: miedo
al abandono, inseguridad ante el futuro, desidia y frustración
cuando sentía que el otro no le retribuía, y ante todo
indefensión: creer que nada va a cambiar porque el problema
forma parte de ti.
Pero el problema no estaba en ella, sino en la forma de
funcionar. Comenzamos a practicar pequeñas acciones
diferentes en relación a cómo se comunicaba (una mayor
escucha activa y una forma de comunicarse basada en la
aceptación y apertura), relacionaba y ante todo en cómo
construía su propio bienestar. Laura comenzó a conocerse.
Rescató valores que creía olvidados. Construyó otros. Pasaron
las semanas y se abrieron puertas que nunca había imaginado.
¿Quién soy? ¿Qué me hace feliz? ¿Qué es realmente
compartir con alguien? ¿Cuál es la diferencia entre lo que creo
que necesito y lo que realmente necesito?
Durante todo el proceso Laura no tuvo ninguna pareja. Cuando
el proceso terminó, pasaron meses y tampoco la tuvo. Más
tarde inició una relación que aún hoy día, años después,
continúa. Su proceso terminó, encontró una fuente inagotable
de bienestar en la propia construcción de su realidad y terminó
por adoptar a dos gatos con los que comenzó a convivir (a
pesar de no entender demasiado bien a un animal que rara vez
te retribuye salvo con su mera presencia). Lo que hizo diferente
fueron pequeñas acciones cotidianas pero que implicaban una
completa paradoja en su habitual visión de sí misma, las
parejas, las emociones y la vida. Su transformación no tuvo
absolutamente nada que ver con el "amor propio" (el amor
propio es un mito que veremos en el capítulo de la autoestima
y el ego). Tampoco tuvo que ver con encontrar su valor según
un modo de comparación con los demás. Sencillamente
abandonamos toda idea y comenzamos a construir.
Los psicólogos nos equivocamos a la hora de hablar de "alta" o
"baja" autoestima. Repetimos lo leído sin profundizar en su
significado. Los coachs lo hacen sin tener una base teórica y
experimental consistente y el resto de terapeutas que se basan
en teorías previas piensan en qué creen necesitar sus clientes.
La autoestima no es alta, ni baja, porque no es un ascensor ni
un vaivén de emociones y afecto. Tampoco es un amor que
gira entre tú y los otros y que se desequilibra. La autoestima no
es nada de eso.
La autoestima es una forma de relacionarte contigo, de verte y
concebirte, en base a la cual resulta tu relación con el mundo y
los demás. La autoestima no puede ser alta o baja, sino que te
funciona o no funciona. Te hace feliz, o no te hace feliz. ¿De
qué depende que tu autoestima funcione o no funciona? Del
lugar donde nace tu bienestar: si de factores internos o factores
externos.

Factores internos: lo que haces, cómo interpretas las


situaciones, cómo entiendes y gestionas tus emociones, lo que
das, entiendes y aceptas
Factores externos: lo que hacen los otros, lo que te dicen,
cómo se comportan, y cómo lo interpretas y lo que haces con
todo ello

Vivimos en una época y sociedad basada en el materialismo y,


por lo tanto, en el consumismo. Es una época de
transacciones, donde desde la niñez nos hemos acostumbrado
a constantes premios y castigos, y la psicología, la pedagogía o
la educación no es ajena a esto. Si tu bienestar ha terminado
dependiendo en mayor grado de factores externos, ahí,
exactamente ahí, es donde está el problema.
¿Qué ocurre cuando tu bienestar depende ante todo de
factores externos? (el comportamiento de los otros, si cumplen
o no tus expectativas, cómo te valoran, si el mundo funciona en
base a tus valores). Todo lo que ocurre fuera de ti es un
movimiento incontrolable. No podemos controlar a las
personas, ni lo que ocurre, ni la deriva del mundo. Que tu
bienestar dependa principalmente de factores externos solo
lleva a la frustración, con el tiempo a la ansiedad y a repetir
patrones, pero el problema no es la frustración ni la ansiedad,
sino el miedo a no sentirnos valorados por el mundo que
hemos acostumbrado a analizar y a ver como la fuente de
nuestro bienestar. Si tu bienestar está muy condicionado por
esos factores externos (lo que ocurre fuera de ti), implicará que
esa autoestima o forma de relación no funciona.
La autoestima, entonces, no es alta ni baja. De nada sirve
"subir" lo que no funciona (en muchas ocasiones subir o
aumentar la autoestima solo implica aumentar la vanidad o el
orgullo, en un proceso de desconocimiento de uno mismo que
nos transforma en seres individualistas e incluso egoístas).
Subir o bajar no es más que un modo de comparación. La
autoestima, sencillamente, se construye. Nacemos con una
autoestima que funciona perfectamente bien, la olvidamos, la
perdemos de vista, y un proceso de cambio consiste
precisamente en construir desde los cimientos lo que creemos
que hemos perdido.
Me imagino que te estarás haciendo esta pregunta: ¿cómo
hacer que todos esos factores externos no me afecten si
estamos rodeados por ello? Un factor externo, el
comportamiento del otro, siempre va a afectarte. Nos
influenciamos mutuamente y de esas experiencias llegan
aprendizajes, conocimientos, cuestionamientos, retos y
uniones. La clave no está en que no te afecte sino en que tu
bienestar no dependa, principalmente, del mundo exterior sino
de lo que haces en armonía con el mundo, de lo que creas
(para luego entregarlo y compartirlo), de equilibrar tu bienestar
propio a la vez que cuidas tu dimensión humana y social y te
vinculas con el mundo, ayudas y cuidas.

El proceso de Laura no fue fácil, ni tampoco difícil. Todo lo que


implica cambiar nos puede parecer difícil porque nos da miedo.
Resulta temible desafiar todo lo que conocemos y sentir que
nos hemos desnudado y que caminamos vulnerables. Lo
paradójico es que, cuando nos atrevemos y el cambio
comienza a producirse, resulta sencillo y nos preguntamos por
qué no lo hicimos antes.
Un proceso de cambio donde aprendas a construir una
autoestima que funcione, donde tu bienestar dependa
principalmente de ti, es solo un resultado de tu decisión,
compromiso y atrevimiento. Por supuesto, el mundo siempre va
a afectarte. Nos sentimos felices cuando el comportamiento de
los otros nos agrada. Pero no puede ser la fuente de tu
bienestar (y por lo tanto también de tu miedo) un factor que es
incontrolable, diferente, libre, que sigue su propio proceso y
tiene también sus propios valores y dificultades. Que tu
bienestar dependa principalmente de ti no implica que estás
solo o sola. Implica que construyes lo que te hace feliz y lo
compartes con los otros. Que no existe prioridad en ti ni en el
otro, sino hacia la entrega (que a veces puede ser solitaria o
compartida). Una entrega genuina, a lo que sabes, intuyes,
experimentas, que es bueno y hace bien. Una forma de
sabiduría que los animales y los niños y niñas tienen. Que tú
has tenido y que siempre tendrás.

En los próximos capítulos vamos a desgranar todo este


conocimiento poco a poco, hasta que te encuentres, descubras
qué falla y puedas dar el primer paso en ese proceso de
cambio. Vamos a profundizar en por qué hoy día nuestro
mundo moderno también enturbia al desarrollo personal y lo
termina por transformar en un negocio consumista, cómo tu
autoestima se relaciona contigo y con el mundo en distintos
contextos y experiencias (pareja, el trabajo, contigo), cuáles
son las tres acciones que puedes estar haciendo casi a diario
que hace que tu bienestar esté dependiendo de factores
externos, profundizar en qué es el miedo, el ego, y sobre todo,
cómo armonizar y construir una autoestima que te funcione no
solo ahora, sino para siempre (porque haya nacido de ti, de tus
raíces).

El desarrollo personal como


objeto de consumo
En el año 2012 había acompañado en sus procesos de cambio
a docenas de personas que vivían con una autoestima que no
les funcionaba. En ese tiempo el coaching estaba de moda
(aún era considerada una herramienta seria o sorprendente).
Parecía que todo estaba siguiendo un guión convencional. A
principios de ese año me hice una pregunta: si voy a
acompañar a personas en sus procesos de cambio, yo también
debo cambiar. Fue así como decidí hacer algo que me hacía
ilusión y a la vez me daba miedo: viajar a otros países, vivir la
experiencia migratoria, sin conocer a absolutamente nadie y sin
tener ningún tipo de contacto personal o de trabajo. Fue así
cómo subí a un avión y crucé el Atlántico. En Ecuador, en ese
mismo año, me sorprendí con las estanterías de las librerías.
No veías clásicos, ni libros de bolsillo ni de ficción, sino
docenas de libros de autoayuda, liberación financiera, pnl,
hágase rico, persuada a los demás, y, en definitiva, domine el
mundo para ser feliz. Si solo uno de esos libros funcionara,
todos los habríamos leído y los problemas del mundo se
habrían solucionado para siempre.

El desarrollo o crecimiento personal siempre ha existido. El ser


humano se encuentra a lo largo de su vida con procesos de
crisis personal que le llevan a determinadas preguntas. ¿Qué
es lo que realmente necesito? ¿A dónde me lleva mi visión
sobre lo que ocurre? ¿Qué es lo que realmente ocurre y me
lleva a esta situación? ¿Cómo puedo cambiarlo? Difícilmente
llegamos a la pregunta clave (que implica un proceso previo de
asimilación, auto descubrimiento, aceptación y compromiso):
¿y qué es lo que tendría que cambiar o desarrollarse en mí
para que todo lo demás cambiara?
Esas preguntas llevan a un proceso de cambio y
descubrimiento donde, gracias a tu propio cambio personal (en
tu forma de concebir lo que ocurre, relacionarte, comunicarte,
entender y gestionar tus emociones, construir una autoestima
que funcione, confiar y aceptar) cambia tu enfoque, visión,
creencias y valores. Si el cambio se da en ti, verás ese cambio
en todo lo demás. El gran error que cometemos con el
desarrollo o crecimiento personal es pensar que está siempre
ocurriendo, pero no es así. Lo que siempre está pasando es el
tiempo, la vida, las experiencias. El desarrollo o crecimiento
personal es algo que ocurre sí y solo sí tú haces algo diferente.
Aquí es cuando llegamos a una de las grandes claves del
cambio, el autoconocimiento, el bienestar y la conciencia: todo
cambio ocurre con la acción. Cuando actuamos de forma
diferente, nos hacemos más conscientes de lo que ocurre, lo
que sentimos, cómo lo gestionamos y qué interpretamos que
nos hace llegar una y otra vez a la misma experiencia (como
cuando aprendemos a montar en bicicleta nos hace más
conscientes de nuestras piernas y movimientos). Quedarnos en
el ámbito de la reflexión, la lectura, el deseo, es como encender
una vela y pedir que nos llegue la fortuna: no ocurrirá
absolutamente nada.
Estamos en una vida de acción. Actuamos, nos comunicamos,
nos aceptamos o rechazamos con acciones concretas. Es a
través de la acción cómo llega la conciencia, el
autoconocimiento, el aprendizaje y el cambio. Vivimos en una
constante dualidad o contradicción inexistente entre occidente
y oriente. Pensamos que occidente es una civilización de
acción y oriente es una cultura de reflexión y meditación. No
existe cultura, civilización o tradición que haya basado su
conocimiento y crecimiento en algo diferente a la acción. La
meditación es conectar con lo esencial, y la acción es la
herramienta a través de la cual construimos nuestra realidad.
Ambas herramientas son necesarias.
Nuestra sociedad moderna está plagada de objetos de
consumo que no nos movilizan hacia la acción. Cuando a
comienzos del siglo 20 comenzaron a publicarse los primeros
libros de autoayuda, solían estar relacionados con la libertad
financiera. Esos libros tenían un objetivo claro: plantearte cómo
exactamente debías vivir, pensar y actuar para conseguir los
resultados que el autor del libro o sus referentes habían
conseguido. Se trataba de presentarte un modelo, decirte que
ese y no otro era el ideal de desarrollo personal y libertad, y
persuadirte con un mensaje claro: imita y lo conseguirás. La
utilidad real de esos libros es la propaganda política, de unas
ideas o de un sistema económico o de vida determinado.
Vender la felicidad es un arma de doble filo. El mero hecho de
buscarla ya implica que la consideramos distante, de tal forma
que siempre se nos escapará, querremos más, y el proceso
parecerá no tener fin. Comenzaron las terapias alternativas, los
cursos, talleres y seminarios. El mecanismo era el mismo: te
muestran un modelo de felicidad, te dicen que lo continúes, que
lo imites, y te regalan una teoría previa que tú podrás aceptar o
no. Las teorías previas son muy variadas: "solo con esto
podrás ser feliz", "si te ocurre esto es por este motivo familiar",
"tu bienestar depende de este estatus", "las personas que se
comportan así son tóxicas y por lo tanto culpables".
Vivimos en una cultura materialista. Las distintas épocas que
nos preceden nos han llevado a ello: la ilustración, el desarrollo
industrial, luego el modernismo y la globalización. Se considera
que en este mundo existe un solo modelo verdadero y apto de
vida y progreso: el occidental; de esta forma, el resto del
mundo, culturas, tradiciones y formas de vida son opacadas si
no imitan a ese modelo. Lo mismo ocurre con lo que
entendemos como éxito o felicidad: ser feliz y tener éxito es
vivir la vida de una determinada manera y no de otra. Te dicen
que tu bienestar y crecimiento personal está ahí fuera, no
dentro. Te dicen que debes buscarlo, ansiarlo, y para
conseguirlo debes consumir sus productos: cursos, talleres,
sistemas de tres pasos e interminables y creativas ideas.
En realidad no existe ningún proceso ni de tres ni de 4 ó 5
pasos. Nada de eso funciona. El ser humano es complejo,
vulnerable, sensible, necesita vincularse, tomar decisiones,
ante todo conocerse y crecer. Ningún autoconocimiento es
posible si al sentirnos perdidos seguimos la llamada del
consumismo. Aunque el desarrollo personal siempre ha
existido, también están condicionados por la época en la que
vivimos.
Somos también un resultado de nuestro contexto. En una
barriada conflictiva de Los Ángeles unos psicólogos sociales
decidieron realizar un experimento. Aparcaron dos coches de
alta gama y en perfectas condiciones en dos calles diferentes,
ligeramente lejanas pero igualmente conflictivas. A la semana,
comprobaron que los dos coches estaban intactos. Incluyeron
entonces una diferencia: a uno de los coches, solo a uno, le
rompieron un faro con discreción, cuando nadie pasaba por allí.
A la semana volvieron a comprobar los resultados y esta vez
ocurrió algo sorprendente: el coche que estaba intacto
continuaba estándolo. Nadie se había sentido interesado por él.
Sin embargo, el coche que tenía un faro roto había sido
totalmente desmantelado por piezas.

En el momento de escribir este libro estamos en plena


pandemia por coronavirus (este libro ha sido escrito entre el
mes de abril y mayo del año 2020). La sociedad se ha
polarizado entre las personas que se quedaban en casa y
atacaban o increpaban a quienes no lo hacían, quienes se
ponían mascarilla, quienes no lo hacían, quienes estaban
siendo irresponsables en relación al desconfinamiento, y un
largo etc de enfrentamientos. El fenómeno es similar: si sales a
una calle semi desierta donde la gran mayoría de personas
usan mascarilla, terminarás por aceptar y normalizar la
mascarilla y la llevarás contigo. Si en otro lugar o momento un
grupo de personas se reúnen y no llevan mascarilla, el ser
humano termina también por adaptarse, normalizarlo, y
comenzará también a prescindir de la mascarilla y a reunirse.
Somos seres sociales, animales de imitación, adaptación y
asimilación. Nuestro contexto social termina por moldear
también nuestros valores, sistema de creencias, experiencias y
actitudes. Nuestro sistema insiste de forma incesante: la
felicidad está fuera, en el consumo, en la imitación del modelo
de vida que es feliz, en asistir al curso mágico del que todos
hablan, en identificarte o buscar tu bienestar en base a
necesidades ficticias y precisamente creada por ese sistema de
consumo.
Nos ocurre desde la niñez: vivimos en una cultura también de
transacciones. Por nuestro comportamiento llegan premios y
castigos, valoraciones o desvaloraciones, sentimos miedo e
inseguridad. No hay nada que nos dé más miedo que no sentir
afecto, no sentirnos queridos y valorados. Pero el problema no
es ese miedo o inseguridad sino la forma en la que lo entiendes
y gestionas. Es un miedo que, en definitiva, te hace buscar esa
valoración en el otro o en ti, pero siempre en base a criterios
externos que has recibido como una regla sólida e
incuestionable. La cultura de transacciones consiste en que
terminamos de ver el afecto y el bienestar también como una
transacción económica (una consecuencia lógica de vivir en un
sistema consumista). Hacemos y vivimos, entonces, por recibir
una retribución a cambio: valoración, afecto, o esa "autoestima"
que realmente no funciona por sí misma porque se compara,
exige, ansía, y deja su bienestar en manos de factores
externos que no podemos controlar.
Pero el desarrollo personal no es eso. En realidad, un proceso
de cambio no puede ser transformado en un objeto de
consumo, sino que un objeto de consumo lleva la máscara de
desarrollo personal o proceso de cambio. Un auténtico proceso
de cambio no consiste en buscar nada, ni en conseguir nada, ni
en cambiar el mundo, a las personas, en darnos palmadas en
la espalda, descubrir nuestra personalidad o identificarnos,
seguir un modelo o imitar a la persona de éxito. El desarrollo
personal consiste en preguntarte, en descubrir tu visión, en
volver a conectar contigo, y sobre todo en iniciar una serie de
acciones diferentes que te lleven a desarrollar o a hacer crecer
esa parte de ti que está dormida (la autoestima es un sistema,
una relación, aunque hemos olvidado cómo funciona).

Cada vez que decimos que alguien es tóxico, que alguien


aumenta o disminuye nuestra autoestima con sus acciones o
palabras, estamos depositando nuestra responsabilidad en el
otro y perdiéndonos en ese camino. El otro, el mundo, lo que
ocurre fuera, nos afecta pero no es la fuente de tu bienestar.
Una autoestima que funciona tampoco es una resistencia hacia
la conducta o palabras del otro, sino un modo de relación y
comportamiento donde te responsabilizas de ti, creas tu propio
bienestar, comunicas límites claros (en relación a lo que
quieres o no, necesitas o no) y aceptas el proceso del otro en
una muestra de confianza y agradecimiento.
Pocos poemas como el de Fritz Perls, médico y psicoanalista
considerado uno de los fundadores de la terapia Gestalt,
tuvieron tanta verdad en sus versos:

Yo soy Yo
Tú eres Tú
Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas
Tú no estás en este mundo para cumplir las mías.
Tú eres Tú
Yo soy Yo.
Si en algún momento o en algún punto nos encontramos
Será maravilloso
Si no, no puede remediarse.
Falto de amor a Mí mismo
Cuando en el intento de complacerte me traiciono.
Falto de amor a Ti
Cuando intento que seas como yo quiero
En vez de aceptarte como realmente eres.
Tú eres Tú y Yo soy Yo.”

Por esta razón la inmensa mayoría de veces que usamos la


palabra autoestima tiene un significado inadecuado y que no te
ayuda. El mundo nos afecta, nos impacta, nos hace
encontrarnos y aprender, pero no es la fuente principal de tu
bienestar. La fuente principal está en aquello que te lleva a
actuar y vivir de tal forma que te alineas con lo que realmente
sientes y quieres, en armonía con el otro y el mundo. Ese
sistema que no funciona es el que debes aprender a conocer
para luego realizar los ajustes adecuados. Nuestro sistema
moderno, basado en el consumismo y globalizado, nos lleva a
buscar ese bienestar fuera de ti para así sostener ese mismo
sistema basado en producir y crear necesidad. Pero ni el
sistema funciona, ni esa autoestima funciona. En los próximos
capítulos podrás dar los primeros pasos para salir del círculo y
que comience a funcionar para siempre.

Autoestima y relaciones
Los seres humanos encontramos en nuestras relaciones
afectivas, tanto sociales como especialmente familiares y sobre
de todo de pareja o con los hijos, las experiencias más
fascinantes y agradables de nuestra vida y también las
mayores dificultades, desacuerdos y crisis. En una relación nos
encontramos con el otro y profundizamos en nuestros mayores
miedos, deseos y dificultades. A lo largo de estos más de 10
años acompañando a personas en sus procesos de cambio
como psicólogo y coach, puedo asegurarte que, más allá de
iniciar un nuevo trabajo, emprender un proyecto, llegar a un
puesto directivo, migrar a otro país, incluso ir a la luna, nada,
pero nada, puede compararse a la dificultad y aprendizaje que
obtenemos en nuestras relaciones humanas.
Somos pura relación. A medida que crecemos y construimos
nuestra identidad (eso lo hacemos mediante identificaciones,
pensando y asimilando el pensamiento de "yo soy esto" o
"necesito esto" además de los juicios "esto es correcto y esto
es incorrecto") vamos construyendo la idea de que estamos
separados del resto. Cuando tenemos menos de tres años esa
separación no existe. Somos pura Unicidad y fluimos en el
mundo en una completa armonía y sumisión hacia lo que
ocurre. Lloramos lo necesario, nos reímos lo necesario, nos
enfadamos lo necesario y jugamos, descubrimos y amamos sin
medida. Algo ocurre cuando comenzamos a construir nuestra
identidad (un proceso que comienza a los tres años pero que
tiene su momento más drástico en la adolescencia, donde
construimos una identidad que, a veces, permanece pegado a
nuestro ser como una máscara durante demasiado tiempo).
Cuando somos adultos ya nos sentimos totalmente separados,
únicos, aislados, y ahí es donde el encuentro con el otro
supone una revelación y una especie de transformación.
En las relaciones, pero especialmente en la relación de pareja,
encontramos tres fases bien diferenciadas: la disolución, la
lucha de egos y el encuentro. La fase de la disolución es la que
nos resulta más interesante, trascendente y mágica, y es
fuente directa para todo lo que entendemos como
romanticismo. En una primera fase sentimos que nos
"disolvemos" en el otro. Para conectar con una persona de
forma profunda compartimos tanto de nuestra intimidad y
también vulnerabilidades, que disolvemos parte de nuestro ego
o máscara y aprendemos a fluir en el otro y con el otro. Nos
ilusionamos, nuestras emociones se agitan, encontramos el
sentido de la vida que parecía perdido. Pero esta fase no dura
demasiado tiempo. Estar totalmente disueltos resulta una
imprudencia en este mundo material, caduco, efímero, inseguro
y misterioso. La fase de la disolución nos ayuda a conectar y a
poder construir la relación.
La siguiente fase es la de la lucha de egos. Una vez
construimos la relación, volvemos a construirnos y nos
encontramos con un otro que es diferente, que vive según un
sistema de valores y creencias diferente, que tiene otras
necesidades, otros puntos de vista y costumbres. Incluso, tiene
otras rutinas y formas de expresar su afecto (que rara vez son
similares a las nuestras). Llega entonces la lucha de egos.
Sentimos miedo, porque descubrimos que en la disolución
mostramos nuestras vulnerabilidades, nos conectamos con
alguien y ahora estamos desprotegidos. Comienza así una
batalla sin cuartel que puede durar años a la vez que
disfrutamos de algunos momentos de conexión, paz y
encuentro. Esta fase es la más duradera en las relaciones y es
aquí donde terminamos por definir qué es para nosotros una
relación.
¿En qué consiste esa lucha de egos? En tratar de dominar al
otro para que cumpla nuestras expectativas y necesidades. Las
expectativas surgen como formas de miedo que se transforman
en exigencias y juicios de valor. Esta fase tiene una importancia
psicológica abrumadora: sirve para construir una nueva
identidad, que sea compatible con la persona con la que has
decidido unirte. Si en ese momento sabes construir una
autoestima que funciona y sabes entender y gestionar tus
emociones, esa lucha de egos llegará a su fin. No suele ser
así.

La lucha de egos te ayuda a ver tu ego, a identificarlo, a


analizarlo y también a compadecerte de él para finalmente
hacerlo dócil y sumiso. El ego no es tu enemigo sino tu
máscara: esa identidad ficticia que has construido desde los
tres años y que terminas por creer que eres tú.

¿Cómo se relaciona la autoestima con estas fases?

Cuando vivimos condicionados por nuestros miedos, que


implican que tu bienestar depende de factores externos que no
puedes controlar y por lo tanto te proteges (una autoestima que
funciona también tiene miedos, pero sabe entenderlos,
gestionarlos y no vive condicionada por ellos), no nos
atrevemos a iniciar relaciones que impliquen esa disolución.
Nuestras relaciones serán desde un principio ausentes,
demasiado intelectuales o basadas en acuerdos, como si una
relación consistiera en un modo de contrato materialista para
hacernos sentir seguridad. Una seguridad que, en realidad, no
puede ser perpetua (dominar al otro, controlarle, es el objetivo
del miedo).
Si nos atrevemos a vivir esa etapa de disolución, esa misma
disolución hará que anclemos nuestro bienestar al contacto con
el otro. Esa y no otra es la trampa de la fase de la disolución.
Nos ayuda a establecer la relación, a profundizar, a conectar y
a enamorarte, incluso a reinventar de forma absoluta tu vida,
pero te hace vivir nuevamente el engaño de que tu bienestar
está condicionado con una experiencia concreta y en base a un
objeto concreto (en este caso, la persona con la que
construyes esa relación). De este engaño surge la lucha de
egos de la posterior fase.
Los problemas de autoestima en las relaciones vienen
derivados del aprendizaje que hacemos en estas fases. Si no
sabemos entender y gestionar las emociones que surgen en la
etapa de la disolución, nos veremos abocados a depender del
otro, y las expectativas, exigencias, modos de control y juicios
llegan como herramientas de guerra para dominar y controlar.
Pero la autoestima no es eso. La autoestima, dentro de las
relaciones, se puede definir como tu capacidad para sentir y
generar afecto, un afecto que ha estado contigo siempre y que
encuentras en la capacidad para observar, agradecer, aceptar,
disfrutar y compartir. Una autoestima que funciona no es la de
la manida media naranja, pero tampoco la de la naranja
completa. No somos medias naranjas ni naranjas completas
porque ninguna fruta nos ayuda a definirnos (solo nos limita).
La media naranja te hace pensar que careces, y es totalmente
cierto que carecemos. Somos seres dependientes en esencia
(dependemos del aire, del alimento, de los vínculos, de la vida)
y totalmente vulnerables. Pero nuestro bienestar no está en el
otro, sino en la conexión y vinculación con los otros (no solo
con la pareja, sino con el mundo). Somos seres vulnerables,
emocionales y sociales. Necesitamos del otro para conocernos,
para reflejarnos, para aprender, para compartir, dar y recibir. Lo
pudiste leer hace unos párrafos: "somos pura relación".
Inspiramos y expiramos, y eso es una relación. Las olas se
contraen y expanden, y eso es una relación. Te relacionas
contigo, con tus pensamientos, con tus emociones, con el
mundo, con los contextos, con los demás, con las personas
que amas, y también con las personas que amas pero que
profundamente también temes. ¿Y quién es esa persona que
está entre todas esas relaciones? Quizá, nosotros, más que
una persona concreta, seamos realmente el fruto de esa
constante relación.
Una autoestima que funciona te ayuda a construir relaciones
donde tu bienestar depende de lo que creas, interpretas, haces
y compartes, en un estado de interdependencia donde dos
seres diferentes se unen, se disuelven, vuelven a construir una
identidad que les permite estar unidos, también discuten, pero
saben ante todo que su meta no es hacerse feliz (eso también
equivale a dejar tu bienestar en manos del otro) sino en
compartir la felicidad mutua que están creando y desarrollando.
En función de cómo construyas tu autoestima, tus relaciones
fluirán de una forma u otra. Podrá darte miedo disolverte, o
quizá tendrás la tendencia a disolverte y luego sentir mucho
miedo, o quizá te sientas ahora en esa cárcel que es la lucha
de egos. Nada de eso importa si construyes una autoestima
donde tu bienestar depende principalmente de ti. Desde ahí,
los egos no luchan sino que se ayudan a reconocerse, y ese es
el auténtico objetivo de una batalla honesta.

Queda una última fase en las relaciones: la fase del encuentro.


Es la fase que llega cuando, tras la lucha de egos, decidimos
enterrar al hacha de guerra. Nos encontramos con un otro, y la
pareja que creíamos conocer se transforma en una persona
nueva porque la miramos desde los ojos de la sorpresa, el
misterio, la curiosidad y la aceptación. Es la fase en la que dos
seres que se reconocen como vulnerables, se aceptan y
deciden compartir su existencia a pesar de las heridas que aún
escuecen. Se encuentran cada día como en un evento
sorprendente, donde todo puede ser nuevo. En esta fase, que
es la que realmente perdura, pueden existir momentos de
disolución y también de desencuentro. Pero nunca esos
momentos terminan por conquistar la raíz natural de la relación:
el encuentro de dos seres diferentes que han aprendido que es
a través de la diferencia cómo encontramos la vía natural para
amar.
Autoestima y trabajo
Gran parte del tiempo de nuestra vida lo dedicamos al trabajo.
En el trabajo podemos encontrar satisfacción, logro, desarrollo
y entusiasmo o, por el contrario, sentir que es una especie de
cárcel desagradable con la que nos enfrentamos cada día.
Nuestro actual mundo laboral en muchas ocasiones se torna
ficticio, ya que no satisface las necesidades reales del ser
humano en armonía con la naturaleza y con su propio
desarrollo, sino necesidades creadas y que nos perjudican. El
trabajo puede ser una vía para crear un servicio hacia la
comunidad o un lastre pesado. Tu forma de construir
autoestima hace que lo enfoques de una u otra forma.
Todo tipo de trabajo se puede resumir en estos cuadrantes: si
trabajas de forma solitaria o acompañada, si trabajas para otros
o tú construyes tu propio trabajo. Las cuatro posibles variantes
tienen sus dificultades. El trabajo solitario trae consigo
problemas de productividad, gestión del tiempo, cansancio,
estrés y desmotivación (más aún ahora que el teletrabajo, algo
que no nos han enseñado o ayudado a hacer, se hace cada
vez más frecuente debido a nuestro desarrollo tecnológico y a
la reciente pandemia relacionada con el coronavirus). El trabajo
con compañía suele traer dificultades en las relaciones, de
gestión de emociones (miedo, ira, estrés), también de
comunicación (miedo a decir no o a establecer límites). Sean
cuales sean los problemas, la relación con la autoestima es
máxima.
Tu autoestima define la forma en la que te ves, y por lo tanto, la
forma en la que te ves a ti interaccionando con el mundo.
Mirarte de una determinada forma ya implica un límite.
Compararte a lo bajo te hace sentirte inferior, y la comparación
a lo alto te traslada hacia una hipotética superioridad que tan
solo conlleva frustración y equívocos a largo plazo.

¿Qué ocurre si enfocamos nuestro trabajo con una autoestima


que no funciona?

Dentro del trabajo solitario, depender de factores externos para


generar bienestar hace que siempre analicemos el resultado,
nos frustre e incluso que temamos no conseguir los resultados
que necesitamos, motivo por el cual el miedo nos paraliza y no
terminamos de pasar a la acción. Este es el caso de miles de
personas con proyectos o emprendimientos que se paralizan,
los procrastinan, o, además, terminan por sentir frustración,
ansiedad y angustia ante los primeros resultados (que rara vez
son los esperados).

Dentro de un trabajo donde existen más relaciones personales


(con compañeros, compañeras, socios, usuarios, clientes,
alumnado, etc.), que tu autoestima no funcione y tu bienestar
dependa de factores externos hace que la ansiedad y el estrés
aumenten. No podemos controlar las discrepancias o
dificultades con los otros, y cuando la ira (que es la emoción
que trata de controlar a los demás) termina por resultar inútil le
cede el paso a la frustración, y con el tiempo al estrés, la
ansiedad y el desánimo.
Un trabajo no es más que un contexto en el cual nos
edificamos para generar un resultado, producto o servicio, que
ayuda a las personas y a la sociedad de una forma u otra. Lo
que ocurre dentro de tu trabajo es el resultado de la relación
entre tú y tu trabajo, y el estado en el que tú estás depende de
tu forma de construir tu autoestima. Así de sencillo.
Una forma muy sencilla de entender esta relación es con el
caso de Mario (nombre ficticio de un testimonio real, cuyo
protagonista quiso conservar su anonimato). Cuando Mario me
llamó para una sesión exploratoria me habló de mejorar su
fuerza de ventas. Trabajaba en bienes raíces y quería vender
más. Siempre que las personas son tan concretas y buscan
que les acompañe, en lugar de alegrarme termino por hacerme
muchas preguntas: ¿por qué no busca un curso de fuerza de
ventas? Las técnicas de ventas no son ningún misterio. Existen
hoy día centenas de artículos en Google donde encontrarás
todas las técnicas de venta que existen en todos los formatos y
contextos posibles. Pero lo que necesitaba Mario realmente no
era fuerza de ventas, y rara vez una persona necesita una
formación específica dentro de su ámbito laboral, sino trabajar
en los factores personales que les llevan a un resultado u otro,
a vivir unas experiencias u otras.
En esa primera sesión, Mario comenzó hablándome sobre sus
ventas. Vendía un millón de pesos (Mario era natural de un
país latinoamericano, donde trabajaba) y sentía que era
insuficiente. Sentía estrés y miedo por ser despedido, ya que
las relaciones con sus compañeros y jefes no era demasiado
cercana y amistosa. Al profundizar en qué había hecho hasta
ese momento para solucionar la situación, me habló de cierto
desánimo, miedo e incluso angustia. Mario tenía miedo de
intentar acercarse a la venta porque tenía miedo de las
personas. No necesitamos muchos más minutos más para,
pregunta a pregunta, descubrir que el problema de Mario no
estaba en el trabajo. Mario tampoco tenía demasiadas
relaciones sociales y mucho menos sentimentales. Sentía
miedo hacia las personas, se sentía vulnerable y para evitar ser
dañado trataba de aislarse del mundo tras una imagen huraña
y ciertamente resentida. Pero esa imagen, que era también la
que los demás podían percibir (ya que Mario la proyectaba de
forma constante) no era la que yo sentí en esa sesión. En esa
sesión Mario mostró su vulnerabilidad. Llegamos a la
conclusión de que el problema no estaba en las ventas, sino en
el miedo a las consecuencias si aumentaba sus relaciones
sociales y se involucraba con las personas. ¿De dónde venía
ese miedo?
Preguntarte por el origen del miedo es un tema tan fascinante
como misterioso y, probablemente, infructuoso. Sentimos
miedo porque es natural sentirlo. Porque protege nuestra vida.
El problema no es el miedo, sino cómo lo hemos aprendido a
entender y a gestionar. Mario era una persona de carácter
introvertido que había sufrido con sus vinculaciones personales
y sentimentales y había terminado por aprender que era muy
peligroso dejar su bienestar en manos de un factor externo que
no podía controlar, aunque precisamente esa vulnerabilidad es
la que nos hace humanos.
Mario propuso varias soluciones: llegar más temprano a la
oficina, aumentar su número de intentos de ventas al doble
cada semana, y, por supuesto, interaccionar más con sus
compañeros. Pero esas acciones diferentes eran débiles.
¿Para qué quería llegar más temprano a la oficina si eso le
haría una persona incluso menos productiva (la productividad
no es conseguir más, sino conseguir lo mismo o más en menos
tiempo y con menos esfuerzo). Profundizamos en los anhelos
de Mario, en lo que le gustaría vivir y sentir si ese miedo no se
hubiera transformado en una cadena pesada en su tobillo. Las
acciones de Mario, casi todas ellas, estaban profundamente
condicionadas por la posible respuesta que él interpretaba que
podía llegar por parte de los demás. Ante el miedo, se
paralizaba. ¿Qué es lo que hacía para paralizarse? No
conversar, tener el ceño fruncido, aislarse en casa. Esas eran
las acciones que alimentaban a su miedo y construían una
autoestima que no funciona.
Mario comenzó a trabajar con un plan de acción sencillo y con
el que estaba completamente comprometido. Todas las
acciones diferentes fueron propuestas suyas: iba a llegar una
hora más tarde a la oficina (así, tendría que ser mucho más
proactivo y dinámico), iba a aumentar al doble el número de
llamadas cada día, iba a interaccionar con sus compañeros y
compañeras al menos 3 veces al día en busca de ayuda y
distendimiento, iba a sonreír a cada persona con la que se
encontrara en la calle, en la cafetería o en cualquier lugar (esta
acción a Mario le parecía una locura sin sentido, pero se
comprometió con ella) y se iba a apuntar a clases de salsa, a
las que acudiría dos veces por semana.
El proceso continuó. La acción que más impacto causó en
Mario fue, precisamente, la de la sonrisa. Poco a poco
comenzó a sentirse más relajado, la comunicación en el trabajo
comenzó a ser más fluida, sus compañeros y compañeras
comenzaron a acercarse a él con el paso de los días y con
mayor frecuencia, y terminó por trabajar menos horas al día
con una productividad similar. Su ceño dejó de estar fruncido y
aunque la arruga se quedó en su frente, su rostro reflejaba otro
estado de ánimo. Todas esas acciones dependían de Mario:
interactuaba de forma proactiva, sonreía él, y en clases de
salsa, era él el que trataba de dar los pasos (según me dijo,
nunca lo consiguió del todo pero a la vez siempre fue divertido).
En las clases de salsa se sentía torpe al principio, y con el
tiempo, construyó un pequeño grupo de amistades con el cual
salir tras las clases.
En la última sesión, Mario me dijo que había cambiado su vida
y que se había dado cuenta que ese cambio lo había producido
él mismo. Ahora aceptaba la respuesta del otro, la asimilaba y
gestionaba lo mejor posible, pero sin paralizarse. Fue entonces
cuando le pregunté por las ventas. Todo había mejorado, pero
no había comprobado cuánto. Trató de hacer los números y me
dijo, tan sorprendido como yo: "Rubén, si todo continúa tal y
como ha ido en estos tres meses, terminaré el año facturando
seis millones de pesos".
El cambio de Mario fue desde su autoestima, la raíz de la cual
fluye toda relación. Porque la autoestima también es una
relación: entre lo que crees, ves, sientes, interpretas,
compartes y anhelas. Este caso puede servir tanto para
trabajos solitarios como en compañía, con compañeros o no,
con clientes o no, con jefes o no, con miedo a decir no o con
demasiado estrés y miedo. La solución está en ti y en tu propio
cambio personal, porque ante todo somos personas y esas
personas son las que van a trabajar.
De todas estas dificultades viene el tan temido "no puedo". Es
evidente que los seres humanos no podemos conseguirlo todo.
Una de las frases más populares en este mundo moderno
donde el marketing es un grueso envoltorio del desarrollo
personal (donde a veces no existe ningún regalo dentro de
valor) es "puedo conseguir todo lo que quiera con solo
proponérmelo". Esta frase ha creado en muchas personas una
especie de estado empoderado totalmente irrealista que con el
tiempo termina por generar frustración y especialmente
dificultades con las relaciones personales. No, no podemos
conseguirlo "todo" con solo proponerlo. Además de la
propuesta, es necesaria la acción, pero también es
imprescindible conocer nuestros límites y considerarlos. Los
límites existen, nos definen y forman parte de ti. No, no
podemos conseguirlo todo. Pero sí podemos conseguir más de
lo que estamos consiguiendo. Sí podemos cambiar ciertas
situaciones, dificultades y conflictos habituales si el cambio se
da en ti. Porque si tú eres tu propio cambio, cambia tu mirada,
tu enfoque, tu interpretación, acciones y reacciones.
Sea cual sea tu contexto y trabajo (si en soledad o con
personas, trabajando bajo una estructura o creando esa
estructura), los resultados y experiencias que consigues
depende también de cómo te ves y cómo te relacionas con lo
que existe y se mueve a tu alrededor. En todo proceso de
cambio profesional, la clave es siempre trabajar con las
habilidades personales. De nada sirven los cursos de
productividad o las claves mágicas de los emprendedores (que
en muchas ocasiones no existen). Solo se trata de qué
emociones te llevan a una u otra acción: si tu entusiasmo,
necesidad de descubrir, también tu prudencia, o tu miedo,
inseguridad, adrenalina o falta de prudencia.

Pensamos que las "corazonadas" son decisiones irracionales,


pero ¿qué hay de racional en tomar decisiones si no te
conoces lo suficiente y no sabes hasta qué punto tu forma de
entender y gestionar tus emociones te condicionan? En el
trabajo, eres tú creando, aportando y produciendo. En el
trabajo se despliegan también tus valores, tu sistema de
creencias, tu inteligencia, tus habilidades, y también tu corazón.
Esas corazonadas en realidad son la alineación armónica entre
tus emociones, talentos y enfoque. Si tu autoestima está de tu
lado y tu bienestar depende de ti, crearás situaciones que te
lleven a mejorar tus experiencias o resultados. Si tu bienestar
depende de factores externos, esperarás y te frustrarás con los
detalles, lo que ocurre o lo que no ocurre. Trata de responder
las preguntas con total honestidad:

¿Cuál es la situación laboral que en tu caso se repite con


frecuencia, te resulta desagradable y te gustaría cambiar?

¿Hasta qué punto lo que ocurre depende de ti?

¿Qué estás haciendo con los factores que no puedes


controlar?

¿Qué emociones sientes cuando tratas de controlar algún


factor externo?

¿Qué estás haciendo para cambiar esa situación?

¿Qué pudieras hacer de forma totalmente diferente para que la


situación cambie?

¿Cuáles son tus principales valores personales, que necesitas


aplicar en tu trabajo para que tu persona y trabajo estén
totalmente alineados?

¿Cómo pudieras incluir esos valores en tu trabajo?


Tus respuestas no son correctas o incorrectas, sino que te
ayudan a descubrir un poco más de ti. Trata de responderlas,
de ahondar en tus respuestas (prueba a responderlas ahora y
vuelve a hacerlo mañana o cuando pasen unos días y observa
si existen diferencias). Descubre cuál es esa pequeña acción
diferente que pone tu bienestar en ti a la vez que aceptas al
otro y al contexto (sin culparlo, juzgarlo o demonizarlo).

En el capítulo "Lo que hacemos" vamos a profundizar en tres


acciones muy habituales que solemos hacer y que nos influyen
para construir una autoestima que no funciona. Ahí vas a
encontrar algunas claves que te ayudarán a que la situación
mejore gracias a tu propio cambio.

Autoestima y tú
En todo momento estamos hablando de ti. El problema de la
autoestima no tiene absolutamente nada que ver con el mundo
exterior, y ese es precisamente el problema: que creemos que
es así.
Hace unos meses leí una noticia que me sorprendió y a la vez
preocupó. Quién sabe: quizá esa noticia fue la semilla para
escribir este libro. Deambulando entre artículos digitales, llegué
a uno de un diario deportivo. Un equipo muy importante de
España había perdido su partido semanal y múltiples críticas
llegaron a cada uno de los jugadores. Una de las esposas de
los jugadores publicó en sus redes sociales una muestra de
apoyo hacia su marido a través del texto de un popular "coach".
En inglés, coach significa entrenador y el coaching ha
terminado por visualizarse como una forma de motivación, guía
o asesoramiento, cuando cualquier tipo de influencia por parte
de un factor externo no deja de ser una interferencia en tu
propio proceso de cambio. Un coach no es un entrenador, sino
una compañía experta (coach proviene de "kocz" del idioma
húngaro, y quiere decir coche o carruaje de caballos, ya que un
proceso de coaching es como un viaje desde donde estás
hasta donde quieres y te mereces estar, y ese cambio se da en
ti, no en el mundo exterior).
Me detuve a leer el texto del famoso coach. Todas y cada una
de sus líneas depositaban tu bienestar en factores externos.
Cada línea, mensaje e impulso motivacional, por más que fuera
distinto, decía exactamente lo mismo: "no pierdas el tiempo con
personas que no te valoran".
En nuestro actual modelo de sociedad materialista y
consumista, sentimos una constante ansiedad por consumir y
recibir recompensas. A veces, la frustración que sentimos
cuando los factores externos (el mundo, las personas) no nos
retribuyen como queremos (a consecuencia de nuestros
miedos), hace que necesitemos de un apoyo que nos diga justo
lo que queremos oír. Ahí es cuando llega la poderosa y
gigantesca maquinaria del desarrollo personal pop. El mensaje
es claro: "ellos no te merecen". Nuevamente, dejamos nuestro
bienestar en factores externos: "tú eres genial, la culpa es del
otro".
Pero ese enfoque realmente no te ayuda porque es
sencillamente falso. En nuestras frustraciones no hay
culpables, ni méritos, ni valoraciones. La autoestima que no
funciona es la que se enfoca en un mundo externo que no
podemos controlar, y la que funciona es la que hace que tus
acciones estén orientadas a crear bienestar (y a compartirlo
con el mundo de forma armónica).

¿Por qué anclar tu bienestar en el mundo exterior no funciona?


En primer lugar, porque no puedes controlarlo. Todo lo que ves,
sea el comportamiento de las personas, la deriva del mundo,
incluso cómo se relacionan contigo las personas que quieres y
que te quieren, es algo totalmente incontrolable. Lo único que
podemos controlar o más bien gestionar (siempre existe algún
factor que hace que una acción no sea totalmente controlable)
son ciertos detalles de nuestro día a día, decisiones que tomas
en relación a ti.
Pero este motivo no debe llevarte a la resignación. La
resignación implica que entiendes que no puedes controlar al
mundo y a las personas, pero no terminar de aceptarlo.
Cuando lo aceptas, implica que no solo lo entiendes, sino que
lo aprecias y valoras. Pasas de vivir con la angustia y
frustración por querer controlar a disfrutar de la sorpresa que
es cada día. Dejamos de buscar seguridad en contra de
nuestra natural inseguridad para pasar a disfrutar de la
inseguridad de no saber qué ocurrirá y querer descubrirlo.
Abandonamos la idea de la invulnerabilidad y aceptamos
nuestra vulnerabilidad de forma incondicional.
Sin embargo, hay un motivo aún más poderoso. Centrar tu
bienestar en factores externos (algo que hacemos de forma
inconsciente) no solo no funciona porque no los puedes
controlar, sino porque realmente la raíz de todo lo que observas
en el mundo exterior es un absoluto misterio. No, no sabemos
por qué los demás tienen un determinado comportamiento, qué
les motiva, si te quieren, valoran o no, sencillamente porque no
estamos en el mundo subjetivo del otro. El otro es un misterio
por descubrir en el cual nos reflejamos, y tratar de analizar su
conducta e incluso pensar que la conoces te lleva a un camino
sin salida, donde una y otra vez se repiten las mismas
experiencias porque están condicionadas por tus
interpretaciones.
Los seres humanos somos un completo misterio para los
demás y aprender a vivir con ese misterio nos devuelve a
nuestro estado natural: de confianza. Pero confiar no implica
que crees que "todo va a salir bien". Decir "bien" es también
tener una expectativa (como vas a ver en el siguiente capítulo,
donde veremos las tres acciones clave que hacen que tu
bienestar esté dependiendo de factores externos y tu
autoestima no funcione). Si crees y quieres que todo va a salir
bien, ¿qué significa bien? Bien significa que estás valorando y
visualizando lo que necesitas y por lo tanto será frustrante ver
que la realidad es siempre contraria a lo deseado ("la vida es
eso que pasa mientras hacemos planes", cita de John Lennon).
Confiar implica que crees, aceptas y valoras que todo sale
como debe salir, y lo que ocurre, tal y como ocurre, es bueno y
adecuado porque ha seguido su proceso natural. Con esa
confianza, nacemos. Y es la misma confianza que vamos
perdiendo a medida que tenemos experiencias, nos
identificamos con lo que creemos que necesitamos, generamos
temores que no son útiles (pero que creemos reales) y
terminamos por depositar nuestro enfoque en el mundo exterior
hasta tal punto que tu bienestar y seguridad depende de él.
No sabes por qué los demás se comportan como lo hacen.
Solo puedes tratar de aceptarlo, entenderlo, empatizar y
comprender que forma parte de un proceso natural. No sabes
cómo te valoran, cómo te aprecian, cuánto te necesitan o no. A
veces, las personas sienten afecto pero lo demuestran tal y
como nosotros no sabemos recibirlo, sencillamente porque
nuestros valores y experiencias son otras. Esa es la vida:
encontrarnos constantemente con desafíos a nuestra propia
forma de verla, que nos enseña que ningún punto de vista es el
absoluto. Todas las resistencias que encuentres a esto es un
miedo que te avisa de que todo cambio es peligroso, porque
perderás esa seguridad que buscas tratando de controlar lo
incontrolable.
La autoestima, entonces, no tiene nada que ver con los otros.
Ni los otros pueden hacer que la pierdas, ni pueden disminuirla,
ni pueden aumentarla. Somos nosotros, a través del miedo, los
que dejamos nuestro bienestar en factores externos que no
podemos controlar y que vamos transformando en enemigos
en lugar de en lo que realmente son: los cómplices y
compañeros y compañeras de vida (que a veces nos lo ponen
fácil, a veces difícil, a veces nos dan afecto, en otras desprecio,
ayuda o muros) a través de los cuales nos conocemos, nos
encontramos y nos descubrimos.

La autoestima, en realidad, no es algo que tengas o no. La


autoestima es una relación. Todo en la vida es una relación. En
nuestra época materialista, que en realidad tiene un largo
comienzo (la construcción paulatina de nuestra civilización
occidental, ilustrada y moderna, comenzó hace varios siglos)
nos hace ver la vida en base a objetos. Nos sentimos como
seres separados, independientes, y vemos al otro como a un
extraño (por más que estemos cerca y deseemos unirnos). La
vida no es un cúmulo de objetos, sino la relación entre ellos. Tu
respiración es una relación: inspiras y expiras, y la relación
perdura. Te relacionas contigo, con el mundo, con las
personas, a través de emociones, ideas, sensaciones, anhelos.
La autoestima es una relación con quien crees que eres, y de
ahí, con el resto del mundo. Todo parte de ti y en ti está el
trabajo. Todo proceso de cambio se hace real si el cambio se
da en ti.
Nuestras relaciones también pueden ser complejas,
desagradables, y sufrir en ellas forman parte de un proceso
cotidiano e incluso fundamental. El sufrimiento que sentimos en
las relaciones con los otros nos lleva a una tendencia
disfuncional: pensar que es la relación, o el otro, el que
perjudica nuestra autoestima. Pero una autoestima que no
funciona no es solo la de una persona entregada, que da y se
permite vivir, sino también la de una persona que sabe
comunicar y establecer límites. Tu relación con los demás
depende de tu relación contigo, pero la vía directa de
autoconocimiento y aprendizaje es precisamente esa relación
con los demás (somos seres sociales, gregarios, y en el otro
descubrimos la experiencia del encuentro con uno mismo).

Existen tres reglas fundamentales para dar al otro desde una


autoestima que funciona:

1. Que des al otro porque realmente nace de ti


2. Que el otro te lo ha pedido o está dispuesto a recibirlo
3. Que ese dar no implica para ti una perjuicio

"Lo que te sobra en tu bolsillo no es tuyo". A la vez, cuando


queremos dar es porque nos sobra algo: un impulso que
necesita ser entregado. Pero si no se cumplen las otras dos
condiciones, no será una ayuda, sino un modo de coacción (si
no se cumple la segunda regla) o una pérdida de tu bienestar
(en el caso de que no se cumpla la tercera regla).
Tu bienestar nace en ti, está contigo. Solo se trata de no
ponerle límites. De que tu conducta fluya en base a lo que
necesitas y te edifica, des, y sepas gestionar ese miedo. El
mundo externo estará ahí para acompañarte, así como tú
acompañas al resto.

Lo sé, es difícil. A todas las personas nos resulta difícil. Y


siempre, en algún momento, tendemos a perdernos. Que esa
pérdida te lleve precisamente a ese proceso de cambio
personal donde te encuentres. En el próximo capítulo vas a dar
un paso de gigante. Hay tres cosas que haces que te impiden
construir una autoestima funcional. Conociéndolas y dejándolas
atrás, todo comenzará a funcionar de forma totalmente
diferente.

Lo que hacemos
3 cosas que haces que construyen
una autoestima que no funciona

La vida es un camino de acción. Nos relacionamos,


aprendemos, conectamos, creamos, nos enamoramos y
entramos en conflicto mediante acciones. La comunicación
también es una acción (conducta verbal). Vivimos en un mundo
material donde, a través de la acción, nos conocemos y
desarrollamos, no sabemos hacia qué plano o forma de existir
(queda en el corazón de cada uno intuirlo) pero sabemos que
la acción es el camino.
Todas las tradiciones espirituales, formas de filosofía (no solo
occidentales) y evidencias psicológicas apuntan hacia ello: tu
forma de comportarte es lo que define tu punto de vista,
sistema de creencias, emociones y forma de ver la vida.
También tu autoestima. El cambio, entonces, es solo posible
mediante la acción.
Vivimos también condicionados por nuestro contexto social. La
gran diferencia de esta época con cualquier otra es que ya no
vivimos en una cultura, según una tradición concreta, pueblo o
ciudad, sino en un mundo globalizado que impacta en nuestra
conciencia mediante las redes sociales. Es un mundo tan
inmenso que no podemos concebirlo y de forma constante nos
bombardean con información, ideas, creencias y puntos de
vista que nos condicionan. Por esta razón el desarrollo
personal también se ha transformado en una moda y objeto de
consumo. Nos dicen cuál es la vida que merece la pena ser
vivida, cuáles deben ser tus objetivos, qué debes conseguir
para conseguir esto u aquello y, por supuesto, te dicen que
"aumentar" tu autoestima siempre dependerá de una valoración
personal donde quedes por encima de otros. La gran mayoría
de enfoques de desarrollo o crecimiento personal que hoy día
existen son superfluos, materialistas y están enfocados a
llevarte hacia el consumo de un determinado estilo de vida,
productos o ideas preconcebidas.
Pero todo ese conocimiento es prestado. Salir del círculo en el
que te encuentras también implica que salgas de esa influencia
externa. No, no existen las personas "tóxicas" ni las relaciones
"tóxicas", sino sencillamente relaciones o personas con
dificultades a la hora de entender y gestionar sus emociones,
de tal forma que han aprendido a comportarse de una forma
disfuncional, tanto para sí como en relación al efecto que
puede tener sobre los demás. Ese desarrollo personal de venta
trata de hacerte ver que el problema está fuera, de tal forma
que acomodas tu sistema de creencias y permaneces en una
supuesta paz. Pero eso no es crecer, ni desafiarte, ni salir del
círculo, sino acostumbrarte a vivir dentro de él y pensar que
tienes la razón (más que un encuentro contigo, sería un
encuentro con tu ego, que siempre nos alivia y nos hace sentir
que estamos en lo correcto).
Una de las ideas más habituales es pensar que construir una
autoestima que te funcione, desarrollarte, crecer o superar tus
problemas implica que tomes una posición pasiva. Meditar,
respirar, reflexionar o sencillamente vivir de forma solitaria son
herramientas útiles e incluso imprescindibles. La meditación te
ayuda a conectar con lo único que realmente somos y tenemos
en común con cualquier persona y grado de la existencia (de
tal forma que percibimos la Unidad): respirar, una sucesión de
inhalaciones y expiraciones, un baile perpetuo. Respirar te
ayuda a llevar el aire a tu estómago, calmar tus emociones y
encontrar el equilibrio. La soledad te ayuda a conocerte, estar
contigo, conectar, descansar y también preguntarte. Sin
embargo, ninguna de estas acciones son por sí mismas el
único camino.

Volvamos al ejemplo del ermitaño:

"Un ermitaño o ermitaña que viva completamente solo al


principio siente una inmensa paz, ya que no tiene nadie con
quien discutir. Con el tiempo, siente tristeza... ya que no tiene
nadie con quien discutir".

El ser humano es un ser social, un ser de encuentro, de


contacto, de relación con el otro y sobre todo un ser de acción.
No somos piedras, ni siquiera árboles. Respiramos, sentimos,
pensamos, también nos movemos, actuamos, y es
precisamente mediante la acción cómo construimos nuestra
forma de vernos, de ver y de sentir. Todo lo que crees, sientes
e interpretas está profundamente anclado a tus acciones.
El psicólogo William James, en los albores de la psicología
científica, se hizo una pregunta curiosa cuya respuesta quizá te
parezca obvia: "los seres humanos... ¿lloramos porque
estamos tristes, o estamos tristes porque lloramos?
¿Cuál sería tu respuesta?

Entiendo que habrás respondido que lloramos porque estamos


tristes. William James quiso poner en prueba esta creencia,
investigó y experimentó. Después de mucho trabajo llegó a la
conclusión de que ambas respuestas son ciertas... pero "estar
triste porque lloramos" es incluso un poco más cierta.
Somos un resultado de nuestras acciones. Si ponemos un lápiz
entre nuestros dientes, con el paso del tiempo sentiremos un
poco más de relajación o incluso alegría. Al poner un lápiz
entre los dientes, estimulamos los músculos de las mejillas que
esbozan una sonrisa, tu cerebro lo sabe y te envía las
sustancias químicas y hormonales compatibles con esa acción.
Lo sabes: no es lo mismo salir a vivir el día con el ceño fruncido
que con una sonrisa. Tanto el mensaje que te transmites te
hace sentir diferente como diferente es la respuesta que
encuentras en los otros y que te retroalimenta. Esto no quiere
decir que una sonrisa o actitud positiva lo solucione todo. La
tristeza debe ser gestionada y por lo tanto expresada. Lo
importante aquí es que consideres la gran importancia que
tienen tus pequeñas acciones en la forma en la que te ves y
ves la vida y a los demás.
Tu autoestima está también construida en base a acciones.
Hay algo que haces, antes, durante y después de sentir que
tienes menos valor, con inseguridad, en una discusión o al ver
cómo un factor externo (la comunicación o acción de otra
persona) te afecta, que implica que nuevamente sientes esa
emoción y una autoestima disfuncional cuyo bienestar depende
de factores externos sigue funcionando.

¿Y qué es eso que haces antes, durante y después de sentirlo?

Pueden ser las acciones más pequeñas y sutiles del mundo.


Pero ahí, justo ahí, está el trabajo que tienes que hacer.
Cambiar tu vida implica que cambias tú, ya que tú y solo tú
eres quien la está viviendo tal y como es. Ese cambio no
depende de vivir un bigbang de cambios sino de activar una
pequeña chispa que, de forma sucesiva, cree múltiples
universos. Esa chispa es una acción diferente sobre lo que
sueles hacer, que implica que tu bienestar depende de ti,
empatizas, respetas el proceso del otro, pero te condiciona.

¿Qué es lo que hacemos que hace que tu bienestar dependa


tanto de factores externos?

Existen 3 pequeñas acciones que quizá estés haciendo casi a


diario y que mantienen, cada vez con más fuerza, tu bienestar
dependiente de los factores externos. Trata de reflexionar
sobre si haces esto, cómo lo haces, a qué te lleva y sobre todo
qué pasaría si no lo hicieras. Te vas a llevar una sorpresa.

Expectativas (y la posterior exigencia)

Construimos nuestra vida en base a expectativas. Una


expectativa es algo que esperas, en relación a ti pero sobre
todo en relación al mundo exterior. Esperamos un
comportamiento determinado de la pareja que valide nuestras
creencias sobre qué es o no amar, qué es o no cuidar, atender
o valorar. Esperamos un resultado determinado de un examen,
prueba, proyecto o resultados de un equipo de trabajo porque
así valoramos si hemos sido tenidos en cuenta, si nuestro
proyecto tiene futuro o si va a estrellarse contra el muro de la
ineficiencia. Esperamos, esperamos, pero no esperamos lo que
ocurre sino lo que queríamos que ocurriera.
Las expectativas son formas de valorar el futuro en base a lo
que entendemos que es seguro y necesario. Vivimos en un
mundo inseguro, impredecible y misterioso (incluso, vamos a
morir, y eso nos da aún más miedo porque nos enamoramos
de la vida en este mundo y nos aferramos a ella). Para tratar de
evitar esa angustia vital, tratamos de hacer el mundo lo más
seguro posible. ¿Cómo? Eligiendo qué tiene que ocurrir para
que se garantice nuestra seguridad. Todo ese proceso te lleva
a crear expectativas con las que defines y valoras el mundo: si
te quiere, si no te quieren, si merece la pena, si te valoran, si lo
que intentas va a funcionar o no, si tu cena será agradable o
una pesadilla porque el camarero no cumpla con tus
expectativas.
Una expectativa en realidad es algo sencillo. Una expectativa
es el deseo de que ocurra exactamente lo que quieres y
necesitas que ocurra. Una expectativa se formula así: "quiero
que esto suceda de esta determinada manera". Pero si quieres
que algo suceda de una determinada manera... es porque
tienes miedo a que no suceda.
Exacto. No hay mayor misterio. Si quieres que algo suceda de
una determinada manera, ese deseo implica que tienes miedo
a que no se cumpla, a que no suceda, a que la inseguridad
regrese y eso te hace sentir ira, necesidad de control o quizá
tristeza. Si las expectativas son una forma de esperar algo que
quieres porque te da miedo que no ocurra, quiere decir que las
expectativas están formuladas en base al miedo. ¿Y cuál es la
función del miedo? Proteger tu vida, y para proteger tu vida
necesitará validarse, aparecer, mostrarte los peligros y
paralizarte. Por esta razón las expectativas nunca se cumplen:
el mero hecho de que estén construidas en base al miedo las
hace imposibles de conseguir (el miedo siempre te mostrará el
peligro porque esa y no otra es su función... y lo sabes, el
miedo hace muy bien su trabajo).

¿A qué te llevan entonces tus expectativas?


La pregunta es literal. Trata de plantearte a qué te llevan tus
expectativas, qué es lo que intentas conseguir o demostrarte,
de qué forma tratas de conseguir seguridad, y sobre todo de
dónde nacen, es decir, qué es lo que temes que puede ocurrir,
motivo por el cual creas esa expectativa.
Tu expectativa en realidad no tiene nada que ver con el otro. El
otro solo está ahí, actuando, viviendo, sintiendo, aprendiendo,
desconociéndose, exactamente igual que tú. No estamos en
este mundo para cumplir las expectativas del otro porque
nuestros procesos son diferentes.
Responde ahora de forma concreta y donde quieras (un papel
mejor que hacerlo solo en tu cabeza): ¿a qué te llevan tus
expectativas?

¿Qué tratas de conseguir con tus expectativas?

¿Cuál es el resultado cuando no se cumplen?


¿Con qué probabilidad no se cumplen?

Finalmente... ¿Qué pasaría si no tuvieras ningún tipo de


expectativa?

Las expectativas están construidas en base al miedo, y el


miedo, por su valor tan fundamental como protector de tu vida,
siempre tenderá a validarse y a darte motivos para la parálisis.
¿Qué quiere decir que el miedo "tiende a validarse"? Que el
miedo tiene una función tan importante, como es la de proteger
tu vida, que siempre te mostrará señales de peligro para
cumplir con su función. Si tienes miedo a que te atropellen,
observarás los coches. Si tienes miedo a las ratas, escucharás
sonidos en la noche y pensarás que son ellas. Si tienes miedo
a no que te quiera o valoren, siempre verás detalles que
afirmen tu forma de pensar. El miedo siempre hará que la
expectativa no se cumpla, porque aquello que temes aparecerá
y lo podrás observar de una y mil formas. A veces, las
personas construimos nuestra seguridad en base a
expectativas. "Si no tengo expectativas... ¿qué podré esperar
de mí y de los demás? Sin expectativas, ¿cómo sé lo que
quiero, qué me gusta o encontraré mi propósito?".
Si las expectativas están construidas en base al miedo, todos
esos propósitos, seguridades y anhelos no son más que
resultados de ese miedo, que tratan de protegerte de un mundo
repleto de posibilidades horribles. Pero esas posibilidades son
solo tu interpretación, tu forma de valorar el mundo y sobre
todo la forma en la que tus miedos se proyectan.
¿Qué es lo que ocurre cuando tus expectativas no se cumplen?
Que tus expectativas no se cumplan forma parte de un proceso
lógico y natural. El miedo sobre el que están construidas se
valida y hace que no se cumplan. De tus expectativas y miedo
llegan las exigencias. Exigimos al otro, le forzamos, a veces le
asustamos o coaccionamos, con el objetivo de que esas
expectativas se cumplan y recibas seguridad. Pero una relación
saludable nunca se basa en la coacción (que implica tratar de
limitar libertad al otro, en la cual se basa su propio proceso de
vida). En una relación, personal, sentimental o incluso de
trabajo, existen límites claros que tenemos que exponer en
relación a qué queremos y qué no. Una exigencia es algo
diferente: es imponer un límite no a lo que tú consideras
necesario para una relación, sino un límite a la conducta del
otro sin que sea realmente necesario para la relación. Es un
límite, una exigencia, en relación a tus propios miedos. Cuando
tus expectativas se cumplen y eso te da seguridad gracias a
tus exigencias, a largo plazo creará un desgaste inevitable en
los otros. Dicho esto, ¿realmente te merece la pena vivir en
base a expectativas y exigencias?
Vivir sin expectativas no implica que no tienes rumbo. Vivir sin
expectativas te permite experimentar, descubrir, aceptar,
agradecer, aprender, empatizar, y permite ante todo que tu
bienestar dependa de ti y tus acciones. Te permite conectar con
el otro y con el mundo de forma genuina, honesta, como lo que
realmente somos: seres vulnerables que se encuentran para
conocerse a través del otro.
Tus propósitos tampoco vienen dados desde fuera: tu familia,
tu contexto o tus talentos. El propósito de vida es algo que
construyes y eliges tú en cada momento a través de tus
acciones y libertad. Las expectativas son totalmente
prescindibles.
Ya sabes de dónde viene: el miedo, el dichoso miedo. Pero el
problema no es el miedo, sino cómo entiendes y gestionas tu
miedo. El miedo, en sí mismo, solo es tu salvavidas. El
problema es creer estar ahogándote en una duna de arena.
Hay dos cosas más que solemos hacer, de forma muy
frecuente, y que hacen que tu bienestar dependa de factores
externos, construyendo así una autoestima que no funciona.

El más y el menos: comparaciones

Alejandro Magno o Alejandro el Grande fue rey de Macedonia y


uno de los mayores conquistadores que conoce la historia
humana. La sed de conquista de Alejandro y su capacidad
intelectual, estratégica y militar, le llevó a conquistar y dominar
a casi todas las civilizaciones conocidas por aquel entonces. La
voluntad de Alejandro Magno era olímpica... conquistaba
territorios, ciudades, recursos y personas, pero siempre quería
más, más y más.
Un día Alejandro Magno decidió llamar a un mago. La palabra
mago, tal y como la entendemos, nos hace pensar en una
persona que o hace magia o engaña. En realidad, ambos
fenómenos son el mismo. Un mago es en realidad un
ilusionista, una persona que te hace creer, con artimañas, que
algo imposible ha pasado. Este mago tenía una habilidad muy
especial: su capacidad intuitiva era tal que podía predecir el
futuro... pero tenía un talento oculto: también podía hacerte
preguntas que te enfrentaran a tu mayor temor. Alejandro
Magno le llamó porque no tenía ningún miedo, y le hizo la
pregunta clave, la pregunta cuya respuesta él y solo él tendría
que ejecutar como una realidad que mostrara su soberanía.
Cuando el mago llegó a los aposentos de Alejandro Magno, se
mostró servicial. Entonces Alejandro Magno le hizo la gran
pregunta: "¿Cómo puedo conquistar el mundo?"
El mago le dio una respuesta definitiva. Una respuesta basada
en estrategias militares, análisis de los otros territorios,
voluntad y paciencia. Alejandro Magno se sintió pletórico.
Luego, el mago mostró su segundo talento, el oculto. Le hizo
una pregunta tal que sumió a Alejandro Magno en una
profunda depresión.

"Vas a conquistar el mundo así, pero cuando lo conquistes...


¿Qué más vas a conquistar?"

No sabemos si este cuento es real o una leyenda, pero nos


sirve para entender las consecuencias que las comparaciones
traen a nuestra vida.

La primera pregunta para ti es: ¿entiendes por qué Alejandro


Magno se deprimió?

El deseo, anhelo o propósito, puede ayudarte a visualizar un


objetivo que le dé sentido a tu vida y te haga pasar a la acción.
Sin embargo, cuando ese objetivo depende de la conquista, y
no toda conquista es sobre territorios o civilizaciones (como en
el caso de Alejandro Magno) sino sobre el dominio de los
demás, nos encontramos con las comparaciones. Un más,
siempre conlleva otro más. Alejandro Magno descubrió que su
objetivo se relacionaba con un "más" que en realidad era
infinito. Cuando conquistara el mundo, no tendría "más" que
conquistar y su vida no tendría propósito. El "más", la
comparación, la había jugado una mala pasada. La única
conquista útil es sobre ti y tus miedos.
"Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor"

Las comparaciones funcionan en base al más y al menos, y


tanto el más y el menos, por su propia naturaleza como
números continuos, son infinitos. Siempre puede haber un más,
y siempre puede haber un menos. Puedes tener como objetivo
ser la persona "más" preparada, atractiva, valiosa o divertida
para alguien, pero siempre existirá una comparación en la que
seas menos y el más se eterniza.

¿Con qué sueles compararte?

¿Cuál es la comparación que, crees, condiciona más tu vida?

¿Cómo y con quién comparas a los demás?

¿A qué te llevan esas comparaciones?

Las comparaciones, más que odiosas, son absurdas. La


autoestima "alta" o "baja", que ya vimos que forman parte de la
misma realidad (una autoestima que no funciona, ya que deja
tu bienestar relegado a factores externos) siempre funcionan
en base a comparaciones. Cuando nos comparamos según un
"menos" (soy menos que), construimos lo que entendemos por
"baja" autoestima. Tu autoestima depende de comparaciones
donde te valoras como menos. Cuando te comparas según un
"más", construyes lo que entendemos por "alta" autoestima,
que en realidad no es más que una especie de vanidad, orgullo
o valoración personal basada en minusvalorar al otro (soy más
que, o "él no es suficiente", o "ella es menos que").
Las comparaciones siempre nos sirven para buscar
desperfectos en la vida. Encontramos defectos en los demás
porque los comparamos con otros modelos o nuestras propias
expectativas. Encontramos problemas en la pareja porque la
comparamos con un modelo que creemos superior, ya que
nosotros consideramos que necesitamos ese "más" que se
eterniza (en realidad, el desenamoramiento no llega antes de
ver esos problemas, sino que es una consecuencia natural de
nuestra tendencia a comparar). En el terreno laboral: vivimos
en base a la frustración o a la autoexigencia porque
consideramos que tenemos que hacer más, más y más rápido,
en base a comparaciones con modelos que han vivido un
proceso completamente diferente al nuestro.

Nuestra modelo de sociedad se basa también en las


comparaciones. Nos comparamos con modelos de belleza, de
éxito, de salud, de bienestar, de vida correcta y adecuada,
tanto en un sentido material como de imagen, fama o actitudes.
Algunas nuevos oficios, como los de "influencer", se basan en
crear modelos sociales a los cuales seguir y nuestra tendencia
a comparar hace el resto.
Todas las personas nos hemos comparado. Comenzamos a
hacerlo casi de forma inconsciente cuando a partir de los 7
años (antes de esa edad somos capaces de detectar las
diferencias pero no suponen en ningún sentido una amenaza
para nuestro propio ser) nuestras relaciones sociales
comienzan a definir la identidad. Nos comparamos con
personas, situaciones, actitudes, y terminamos por vivir una
vida prestada que nunca nos correspondió.
Pero cada ser humano es único. Cada ser humano ha vivido
una serie de procesos, experiencias, vivencias, situaciones,
que le ubican como una persona completamente diferente a los
demás. Lo que nos une no nos debe impedir ver nuestras
diferencias. Somos lo mismo: seres vulnerables, que sienten,
se conocen, crecen, aprenden y se superan. Pero todos y
todas somos diferentes. El proceso de uno es solo para uno y
no resulta para otra persona. Tratar de ponerte en los zapatos
de otra persona es un ejercicio de empatía que nos humaniza y
sensibiliza, pero tratar de vivir literalmente en esos zapatos,
sean cuales sean esos zapatos (incluso si es una persona con
aparentemente más bienestar, éxito social, riqueza y paz que
nosotros) nos resultaría un infierno por la mera razón de que no
lo comprenderíamos. No estamos en su proceso, en su vida,
en su situación, no hemos vivido lo que otras personas han
vivido para llegar a ese estado. Solo tenemos nuestra propia
vida y es la que merece la pena y debe ser vivida.

¿Para qué te sirven entonces las comparaciones?

La comparación tiene como única utilidad hacer que tu


bienestar dependa de factores externos que no puedes
controlar. Es una forma de mantenerte en una constante acción
hacia una imitación inútil que solo conlleva frustración y
ansiedad. Dificulta tus relaciones porque no ves al otro, sino
que solo ves la diferencia entre el otro y el modelo que utilizas
en tu comparación. No te ves a ti, porque también ves la
diferencia entre tú y el modelo que has elegido para
compararte.
Las comparaciones también se construyen en base al miedo.
Sentimos tanta inseguridad acerca de nosotros mismos que
buscamos el modelo adecuado fuera, y nos comparamos a
pesar de que el camino sea infinito. Pero el único modelo válido
eres tú. Con tus dificultades, talentos, situaciones, experiencias
y contextos. Aprender a mirarte con condescendencia, empatía
y aprecio por tu vulnerabilidad te ayudará a ver a los otros y al
mundo con la misma mirada.
Las expectativas llevan a las exigencias y a las comparaciones.
Las comparaciones son un modo de mantener nuestras
expectativas a flote. Tu miedo tiene una misión tan
extremadamente importante (proteger tu vida) que construirá
las expectativas más férreas y difíciles de superar para ti. Pero
el problema no es el miedo, sino la forma en la que entiendes y
gestionas tu miedo. Todas estas exigencias y comparaciones
llevan a una tercera herramienta que puedes estar haciendo a
diario que hacen que tu bienestar siga dependiendo de factores
externos y tu autoestima no funcione. Se trata de los juicios de
valor.

Juicios de valor

Cuando nacemos estamos totalmente integrados con el mundo


que conocemos. Lo observamos y descubrimos con apertura,
curiosidad y una extraña ilusión por el misterio. Con el tiempo,
el mundo se transforma en un lugar inseguro que no podemos
controlar. En lugar de seguir dejándonos llevar, perdemos la
inocencia y tratamos de darle una explicación a ese mundo en
base a nuestros propios criterios, sistema de creencias y
valoraciones. Así es cómo los juicios de valor condicionan
nuestra vida.
Un juicio de valor es una valoración que haces sobre los
demás, sobre ti o sobre lo que ocurre en términos de bueno,
malo, correcto o incorrecto, adecuado o inadecuado. Cuando
tenemos miedo y creamos expectativas en base a esos
miedos, utilizamos exigencias y comparaciones para mantener
esas expectativas. Los juicios de valor son nuestra respuesta
natural para definir el comportamiento de los demás y el mundo
y así tratar de acomodar lo que ocurre a nuestros propios
criterios. Es decir: los juicios de valor tienen como función
incluir todo lo que ocurre, todos los comportamientos, todos los
procesos, experiencias y vivencias, algo tan inmensamente
diverso, en algo tan particular como tu propia forma de pensar
y valorar. ¿Es eso posible?
Los juicios de valor o juicios sobre los demás no son más que
un testimonio sobre tus propias ideas y miedos. Cuando
juzgas, te das a conocer. Un juicio implica lo que consideras
correcto o incorrecto porque crees que debe ser así para
garantizar tu propia seguridad. Pero el mundo es amplio,
diverso, diferente, y el comportamiento de una persona puede
solo ser explicado por sí misma, no por un juicio diferente que
sigue unas leyes y necesidades totalmente diferentes.
Hacer juicios de valor nos sirve para acomodar y afianzar
nuestra forma de pensar. Son útiles para construir nuestra
identidad moral y de conducta pero, con el tiempo, terminan por
entrar en contradicción con las conductas de los demás. Y no
podemos controlar a los otros, ni nuestros juicios de valor
podrán definir cómo se comportan. Cada persona tiene un
proceso de vida tan particular que juzgarles o valorarles según
nuestros criterios o aprendizajes solo da como resultado un
conflicto. Al igual que la comparación: hemos comparado dos
modelos diferentes tratando de hacer válido solo uno de ellos.
Juzgar al otro también deposita tu bienestar en un factor
externo. Un juicio de valor te causa malestar, frustración, ira,
preocupación o incluso ansiedad. El juicio es el resultado
natural de acomodar el mundo a nuestros criterios. ¿Qué
pasaría si hiciéramos justo lo contrario?
Existe una resistencia muy habitual hacia esto: "si no hacemos
juicios, las personas pueden tener conductas perjudiciales o
directamente malas, tanto sobre sí mismos como sobre mí, y
eso me vulnera". Indudablemente existen los comportamientos
que crean bienestar propio y ayudan a los demás y los que son
claramente dañinos, maliciosos o disruptivos. Sin embargo, en
la gran mayoría de nuestros conflictos personales lo que nos
hace daño no es una conducta claramente maliciosa sino lo
que interpretamos como tal. Nuestra mente, con su sistema de
creencias y valores, siempre pequeño y tratando de definir y
entender la Realidad (en mayúscula porque no es la propia
sino la que no está a nuestro alcance) transformándola en una
"realidad" (ahora sí, en minúscula), valora la intención del otro,
la interpreta y nos lleva al malestar más por nuestra
interpretación que por la propia acción.
Imagina la siguiente situación: en una familia hay una persona
en silla de ruedas. Puede ser un abuelo, abuela, tío, tía, padre,
madre, hijo o hija. Un día, alguien le dice que se levante, que
se levante y ande, que ya está bien de estar todo el día
sentado o sentada. ¿Qué pensarías de la persona que dice
eso? Esa persona no ha visto la silla de ruedas, ni ese día ni en
días anteriores. No puede verla. Esa silla de ruedas es el
proceso personal de cada ser humano. No podemos ver la silla
del otro ni los motivos por los cuales se comporta como lo
hace. Lo único que podemos saber es que se comporta como
en ese momento puede y sobre todo sabe. Todo cambia, todo
puede cambiar, todo debe cambiar. Pero no es nuestro
propósito cambiar al otro, y nuestro juicio de valor no es más
que una intención encubierta por cambiarle.
¿Qué juicios de valor frecuentes realizas sobre los demás? ¿A
qué te lleva hacer juicios de valor? ¿Cómo te hacen sentir? Y
sobre todo, ¿qué pasaría si vives en base a tus valores, de
forma fiel, pero no realizas juicios de valor sobre los demás
sino que les aceptas, entiendes, empatizas a la vez que sabes
dejar claros tus límites (sobre cómo la conducta del otro de
afecta de forma directa y no quieres recibir ese impacto)?
Las expectativas, con sus posteriores exigencias, las
comparaciones y los juicios de valor son las tres conductas
principales que hacen que nuestro bienestar, una y otra vez y
como en una bola de nieve que se agranda, quede en manos
de factores externos que no podemos controlar, porque tu
bienestar depende principalmente de ti. Aunque los demás
quisieran cumplir constantemente con tus expectativas (y eso
implicaría que actúan de forma coaccionada, en base al
miedo), la propia expectativa haría que no tus necesidades no
se cumplieran. Porque debes ser tú quien las cree para luego
compartirla con el mundo en una celebración de crecimiento.
Eso es una autoestima que funciona. No se trata de amor
propio, sino de dejar de ver a uno y al otro como seres
separados, sino diferentes y a la vez formando parte de la
misma Unidad, que evoluciona junta, se comprende y
comparte.
Ahora has podido detectar qué solemos hacer para construir
una autoestima que no funciona. Pero, ¿cómo dejar de
hacerlo? Vivir sin expectativas, sin realizar comparaciones ni
juicios de valor parece fácil sobre el papel, pero se antoja muy
complejo conseguir un cambio tan extremo por el mero hecho
de desearlo. La clave está en la emoción que te lleva a hacerlo
una y otra vez: el miedo, la sensación de que si el mundo no te
corresponde, estarás perdido o perdida. Vamos a ver cómo una
autoestima que funciona o no está profundamente
condicionada por el miedo, y sobre todo, cómo aprender a
gestionarlo para que tus emociones sean un apoyo, no un
límite.

Detrás de todo está el miedo


Cada segundo del día sentimos emociones. Ahora, en este
preciso momento, estás viviendo y leyendo este libro en algún
tipo de estado emocional. Paz, tranquilidad, incertidumbre,
angustia, curiosidad, escepticismo. Quizá pienses que esas
palabras no se refieren a emociones de forma específica, pero
las emociones, así como ocurre con la autoestima, no son lo
que habitualmente creemos.
Para la psicología existen seis emociones básicas: alegría,
sorpresa, miedo, asco, ira y tristeza. Es curioso que solo una
de esas emociones sea agradable, otra neutra (la sorpresa) y
las otras cuatro desagradables. La psicología establece estas
seis emociones debido a los propios sesgos que incluyen sus
investigaciones: descubren que existen seis expresiones
faciales determinadas que suelen tener una correlación con
vías de comunicación o expresión neuronal también
determinadas. Pero la emoción no es algo que se pueda
clasificar, contener o categorizar, por más que sea una
intención de la psicología el tratar de concretarse como ciencia.
La ciencia es un método, de aprendizaje, curiosidad, prueba,
descubrimiento y análisis. Hagamos esto con las emociones.
Volvamos al principio: cada segundo del día sientes
emociones. Somos seres emocionales y estamos
constantemente emocionados. Hasta cuando soñamos
sentimos emociones que nos agitan, sea miedo o un profundo
júbilo que asociamos de forma única a la paz (esto es algo que
solo ocurre en sueños, no en nuestra vida "despierta").
Pudiéramos definir una emoción o estado emocional como un
estado de ánimo, también de energía, que incluye acciones,
pensamientos, actitudes, sensaciones, interpretaciones sobre
lo que está ocurriendo, y que nos movilizan hacia una acción o
reacción determinada.
Cuando sentimos miedo no necesariamente indica que existe
algún peligro en nuestra vida, sino que entiendes e interpretas
que existe un peligro. Las emociones, entonces, no solo
influyen en tu estado de ánimo, sino también en tus decisiones,
comportamientos, relaciones, forma de comunicarte, de pensar
y de contemplar la vida. Con tus emociones solo tienes dos
posibles caminos: ignorarlas (motivo por el cual esos miedos e
inseguridades terminarán por crecer, asentarse y condicionar tu
vida) o aprender a entenderlas y a gestionarlas (para que estén
de tu lado en lugar de en tu contra).
El gran problema con nuestras emociones no procede de ellas,
ya que todas las emociones son esenciales y necesarias. El
mero hecho de que sientas una emoción determinada implica
que ha nacido como una respuesta natural a tu forma de
relacionarte contigo y con el mundo. Sientes esa emoción por
lo que vives, interpretas, valoras, en base a tu sistema de
creencias y valores, también por cómo actúas. La emoción te
va una información de valor incalculable sobre ti, sobre tu
estado de consciencia, dificultades y necesidades de cambio y
desarrollo. La emoción nace porque es útil o porque quizá tú
crees que es útil (lo cual también tiene valor, ya que te ayuda a
conocerte). El auténtico problema con las emociones procede
de cómo las entendemos y gestionamos. Vivimos en una época
materialista que ha idolatrado lo que entendemos por raciocinio
y lógica, materialista y determinista. Pensamos que la emoción
es nuestra parte animal o irracional y la capacidad para ser
lógicos y racionales nos define como seres humanos.
¿Realmente somos tan racionales como pensamos? ¿Es la
emoción lo que nos iguala con el resto de animales?
Te invito a pensar en algo: racismo, machismo, sexismo,
xenofobia, clasismo. El ser humano vive con constantes
prejuicios sociales que no son una representación fiel de la
realidad, sino de nuestros propios miedos y dificultades. Intenta
recordar ahora todo lo que has querido hacer y no has hecho
solo porque tenías miedo a la reacción del otro. A sentir que tu
valor podía perderse, de tal forma que el miedo a la falta de
aceptación te conquistaba. O recuerda cuando en algún
momento has luchado por cubrir unas necesidades que en
realidad no eran reales sino basadas en el miedo, pesadas y
limitantes. No, el ser humano no es un ser racional por más
que tenga la capacidad de serlo. Pensar en "ser" equivale a
identificarte, a clasificarte, cuando en realidad somos seres
dinámicos y en constante cambio. Pensamos que nuestra
mente funciona en base a un algoritmo, como si fuera una
máquina de cálculo que consigue el resultado exacto, pero
desde la psicología sabemos que no es así. El ser humano
piensa en base a heurísticos, toma atajos para llegar al mejor
resultado posible con los recursos que tienes... y sí, en base a
tu actual estado emocional (a tus emociones, a cómo las
entiendes y gestionas).
No somos seres racionales, sino imperfectamente racionales.
Somos, ante todo, seres emocionales, constantemente
emocionados, y precisamente del hecho de no entender y
saber gestionar nuestras emociones proceden la gran mayoría
de nuestras dificultades, sesgos, errores y pensamientos
irracionales. Solo si colocas tu emoción como epicentro de tu
decisión y acción podrás vivir tal y como realmente quieres y
necesitas.
El miedo es la emoción que está detrás de todos tus problemas
de autoestima. El miedo es una emoción básica, necesaria,
porque protege tu vida y la de las personas que quieres. Cada
día, cuando tomo a mi hijo de la mano, no lo hago solo por
afecto. Le quiero, me gusta sentir su mano pequeña en la mía,
pero también la tomo por miedo. El miedo me ayuda a
protegerle cerca de la carretera y de una posible caída si
andamos en un terreno donde pueda hacerse daño. El miedo
es fundamental en tu vida, así que esa tan popular expresión
de "qué harías si no tuvieras miedo" solo tiene una respuesta
posible: morir en menos de cinco minutos. Perderíamos una
visión realista de la vida, cometeríamos alguna imprudencia y
todo terminaría. El problema no es el miedo, sino tener
demasiados miedos, a demasiadas situaciones. Miedos que,
realmente, no implican un peligro real para ti sino para tu ego y
tu forma de ver la vida.
La relación del miedo con la forma en la que construyes tu
autoestima es cercana, muy estrecha. El miedo es el
catalizador a través del cual construyes una autoestima que no
funciona, cuyo bienestar depende de factores externos. El
miedo a perder, al rechazo, a no sentirnos valorados, a la
soledad, nos hace destinar nuestros esfuerzos a adecuar la
conducta a lo que creemos que espera el otro. Pero el otro no
espera ni debe esperar nada más que un encuentro genuino
contigo. A veces, aprender a entender y a gestionar el miedo te
lleva a conductas tan diferentes que el resto del mundo se
sorprende y surgen conflictos. Es una oportunidad magnífica
para que las personas te conozcan tal y como realmente eres,
sepan qué sientes, qué necesitas y cómo pueden vincularse
contigo de forma más honesta.

¿Qué es lo que actualmente no estás haciendo a consecuencia


del miedo?

¿Qué estás ganando gracias a esos miedos?

¿Qué estás perdiendo?


¿Cuáles son tus miedos más importantes y que más te
condicionan?

Para construir una autoestima que te funcione solo hay un


único camino: entender el miedo, conocerlo, y saber
gestionarlo de forma funcional. Esto no implica que le ignoras
sino que le desobedeces. El ser humano nace sin ningún tipo
de miedo. Su autoestima le funciona, ya que vive en base a la
ilusión y el entusiasmo de estar en esta vida. Con el tiempo, el
miedo nos ayuda a tomar consciencia de nuestra vulnerabilidad
pero se excede en su trabajo. Es la única y principal barrera
entre tu bienestar y tu parálisis.
Salir del círculo no es dejar atrás al miedo. Es aprender a
educarlo y a hacerlo cada vez más pequeño.
Antes te pregunté qué es lo que actualmente no estás haciendo
a consecuencia del miedo. Responde ahora a estas preguntas.
Será el inicio de tu proceso de cambio:

¿Qué es lo que ahora harías si ese miedo no te condicionara


tanto?

¿Cómo te comportarías para crear bienestar por tus propios


medios?

¿Cómo lo compartirías con los demás?

Una de las palabras que más usamos hoy día y está tan
mitificada como la autoestima, es el famoso ego. En este libro
has podido leer esa palabra varias veces. Forma parte de
nuestro vocabulario y lo usamos de forma incesante: "tiene
demasiado ego", "el ego es mi enemigo". Pero el ego tampoco
es ninguna de esas cosas. Profundizando en lo que es
realmente el ego darás un salto de gigante, aunque ese salto
sea hacia tu interior.

Autoestima y ego
el mito del " amor propio"
Cuando Alejandro Magno le preguntó al mago cómo podía
conquistar el mundo, el mago le hizo una pregunta que le
sumió en una profunda depresión: "vas a conquistar el mundo
así, pero cuando lo conquistes, ¿qué más vas a conquistar?"
El mago no atacó a Alejandro Magno con esta pregunta, sino a
su ego. El ego es una de las palabras que más usamos en
nuestro día a día en relación al desarrollo personal (o a la
valoración que hacemos de los demás o de nosotros mismos) y
que a la vez menos entendemos. Hace apenas unas décadas
ni siquiera era una palabra común en nuestro vocabulario.
El ego, así como la autoestima, es una abstracción. No es algo
concreto que podamos ver, tocar o experimentar. Son como el
átomo: jamás sabremos de esa realidad tan pequeña que nos
forma y que en realidad somos nosotros, pero sabemos que
está ahí. El ser humano no vive para creer, sino que en base a
nuestras creencias, interpretaciones y formas de ver la vida,
definimos nuestra realidad y acciones. Ahí, justo ahí, es donde
entra en acción el ego.
El ego no es el enemigo de la autoestima que no te funciona.
La autoestima es la forma en la que te relacionas contigo, ves,
concibes, valoras, en un sentido tanto afectivo como de valores
e ideas, y en base a la cual ves y te relacionas con el mundo y
las personas. Esa autoestima funciona o no, te hace feliz o no.
Todo depende de dónde enfocas tu bienestar, gestionas tus
emociones y trabajas con tu visión de la vida, de ti, del mundo y
sobre todo de cuáles son tus acciones (la clave para todo
cambio). El ego no es un enemigo. El miedo tampoco lo es. No
existen enemigos reales en este camino, porque pensar en
enemigos nuevamente vuelve a enfocar nuestro bienestar en
factores externos. Céntrate solo en lo que ocurre dentro de ti y
encontrarás, si no respuestas, algunas preguntas que te
ayudaran a ir cambiando poco a poco lo que te ocurre hasta
que ese cambio se interiorice y forme parte de ti. El trabajo con
el ego es una parte esencial.
¿Qué es el ego? No es egoísmo, ni vanidad, ni ese tan popular
"amor propio". El ego es un mecanismo humano. No lo tienen
otros animales, ni lo necesitan. Cuando nacemos estamos en
un estado esencial, tan vacío de ideas, interpretaciones,
valores y miedos (al no tener lenguaje, no podemos crear una
visión del mundo), que nos sentimos completamente llenos.
Cuando somos niños y niñas no necesitamos de esas
creencias, valores o experiencias. Sencillamente vivimos, y
nuestra autoestima funciona de forma perfecta. Reímos,
lloramos y nos enfadamos lo necesario. No esperamos nada,
sino que recibimos y nos damos. Esto ocurre durante los
primeros años, hasta que comenzamos a construir una
identidad para tratar de encontrar nuestro propio lugar en el
mundo. Esa identidad comienza con un nombre, unos
apellidos, una madre y padre concretos, una situación, un
lenguaje, unos juguetes, un color, un número favorito, y luego
nos vamos identificando más y más hasta vernos totalmente
diferentes y especiales, y así, nos separamos de los otros. El
ego es el mecanismo humano mediante el cual nos
identificamos con lo que creemos que somos.
La psicología, en su necesidad por establecerse como ciencia y
compararse con otros ámbitos profesionales como la medicina,
se ha sentido vulnerable a la hora de trabajar con conceptos
tan necesarios pero abstractos y delicados como la autoestima
y el ego. Sin embargo, esos conceptos existen porque
sabemos que forman parte de nuestra psicología, de nuestra
forma de vivir y funcionar en definitiva. Lo que está oculto o no
se puede percibir no es inexistente, sino imperceptible. El ego
actúa así: como una máscara, como tu ropa, como una
personalidad con la que vives y te acomodas al mundo.
Gracias al ego vamos creando esa personalidad ficticia que en
realidad creemos que somos. El ego te identifica primero con
quien crees que eres, con tus diferencias, y finalmente te
identifica con tus miedos, con tus ideas, con tus valores, con
tus necesidades. Crees que eres ese miedo, que esa idea es la
correcta, que tenemos razón, que lo que necesitamos es una
necesidad real sin la cual no podemos vivir.

El ego es lo que nos identifica, lo que nos hace vivir con una
personalidad concreta, y a la vez, lo que nos limita. Pero no
podemos vivir esta vida sin esa máscara. El ego no es ningún
enemigo y considerar que lo es solo equivale a luchar contra un
fantasma. Tu ego, sencillamente, es tu carcasa, y tienes la
capacidad para conocerlo, para cuidarlo, también para
desobedecerlo, hasta que esa carcasa sea una prenda ligera
que te permita conectarte con lo esencial.

"He visto a mi Señor por el Ojo de mi corazón.


Le pregunté: ¿Quién eres Tú?
Él me dijo: Tú"

Este poema también habla del ego. Creemos que estamos


separados y vemos al otro como un contrario. Sin embargo, a
través del encuentro con el otro, nos encontramos. El ego,
entonces, no es tu miedo, sino identificarte con tu miedo. El
ego no tu dolor, sino creer que lo que ocurre es doloroso. El
ego tampoco es que te rechacen, no te cuiden o valoren, sino
creer que eso está realmente pasando. El ego es un
sobreprotector, que te hace creer que todo tu mundo es el
mundo, que tu punto de vista es la visión, que tu realidad es la
realidad, de tal forma que crees que lo que está ocurriendo
ocurre según tu visión. El ego es sutil, escurridizo, porque está
tan pegado a ti que se disfrazará para camuflarse. Si crees que
has derrotado a tu ego, el ego se disfrazará de orgullo. Si crees
que has trascendido, el ego se disfrazará de soberbia. Si crees
que comienzas a iluminarte, el ego se disfrazará de
iluminación. Es absolutamente imposible prescindir del ego (al
menos, mientras estemos en esta vida material).
Nuestro ego también nos lleva a otra idea moderna: el "amor
propio". El principal error que cometemos con nuestra
autoestima es cuando dejamos nuestro bienestar en manos de
factores externos, porque esperamos que el mundo o las
personas nos generen ese bienestar. Una vez que descubrimos
el error, el ego suele disfrazarse de éxito o de sabiduría. Ahí es
cuando llegamos a esa idea. Creemos que el principio del
bienestar es el amor propio, el amarse a uno mismo, como si
se tratara de una oposición al amor que hemos sentido que
teníamos por los demás.
Es otra idea del ego. Otro engaño que nos sirve como
ungüento para nuestras heridas y nos aísla de la realidad: que
somos seres vulnerables y que el amor o afecto no puede estar
vinculado a un objeto. Vinculamos el amor a objetos porque
nos identificamos con ellos. Tenemos miedo a perder nuestra
identidad y nos aferramos a lo que creemos que necesitamos:
primero objetos, luego personas y vínculos, y luego a nosotros
mismos. Así es cómo terminamos por vincular el amor o afecto
a las personas y luego, según la misma trampa, a nosotros
mismos, como un objeto más y continuando con el juego del
ego: la separación. Pero ningún amor, afecto o impulso noble
puede ser encadenado a un objeto (tampoco a ti). El amor o
afecto funciona sin objeto, sin foco. Está en las vinculaciones
que creamos, pero no son esas vinculaciones. Está en el
cuidado, con indiferencia de que sea hacia ti o hacia los
demás. También, el amor está en los límites que creamos para
preservar nuestra libertad y bienestar.
Algunas herramientas o acciones para aprender a identificar tu
ego y trascenderlo (esto implica que le conoces y tienes
consciencia de tu ego... en el momento en que creas que le
has vencido, se ha disfrazado de victoria).

- No te identifiques con lo que sientes, crees o valoras


- Intenta cambiar de tu forma de hablar el verbo ser en su
forma ser, por su forma estar (en lugar de "soy...", di "estoy...").
El verbo ser supone una identificación y cierra puertas. La
forma estar, las abre, porque implica temporalidad y por lo tanto
ausencia de identificación
- Cuando sientas miedo, ansiedad o frustración, observa qué
valoración estés haciendo sobre los demás, el mundo, el
pasado o el futuro. No hagas ninguna. Trata en ese momento
de encontrar una actividad que te haga feliz y donde tu
bienestar dependa solo de ti
- Da a los demás, no por miedo o por sentir valoración, sino por
el mero hecho de dar. Entregándote, también le envías un
mensaje al ego: no es necesaria tanta protección...
- Trata de no definirte (si esto te molesta, ahí tienes a tu ego,
rebelándose)
- Practica la escucha activa: cuando hables con alguien, no le
interrumpas, y tampoco le juzgues o interpretes esperando a
lanzar tu respuesta. Escucha de verdad, tratando de entender
qué siente el otro y qué piensa, sin hacer juicios de valor (esto
implica desobedecer a tu ego y hacerle más pequeño)
- Trata de liberarte de la idea de poseer. Nada de lo que está
en tu vida es realmente tuyo. Solo tienes la responsabilidad de
cuidar lo que usas o el vínculo que tienes con alguien, pero no
es una posesión
- Que tus palabras no estén centradas en juzgar o valorar al
otro. Muestra aceptación (aunque resulte difícil... la palabra,
una vez nace de tu boca, termina por construir tu realidad poco
a poco)
- Establece límites en relación a lo que no quieres y
comunícalos de forma clara y amable cuando alguna persona
los cruce
- Descubre cuáles son los hábitos a los que más te aferras
(comida, ropa, horarios, costumbres) y desafíalos. Haz algo
completamente diferente
- Considera al otro tal y como eres tú: un ser vulnerable. En
lugar de relacionarte con el otro de ego a ego, relaciónate con
el otro considerando su vulnerabilidad y aceptando sus
dificultades.
- No seas maestro o maestra. Sé solo aprendiz
- No critiques
- Trata de aislarte de conductas ajenas (en tu vida presencial o
en programas de televisión) que hagan todo lo contrario a esta
lista. La imitación más peligrosa es la que hacemos de forma
inconsciente, y todo lo que vemos u oímos, se procesa y
aprende
- Dale la razón a los demás como si se tratara de un juego
(aunque creas que no la tengan). Con el tiempo, te reirás (dar
la razón es una broma que le gastas a tu ego)
- No te critiques ni tampoco vanaglories. Mientras menos
hables de ti, mejor (que tu comunicación se centre en temas,
curiosidades, pensamientos, sentimientos, sensaciones, interés
por el otro... ahí, realmente, está la vida y estás tú; el resto son
estrategias del ego para identificarnos)
- Respeta al otro y no le coacciones
- Que nada impida que hagas lo que te hace feliz

Volvemos a escribir la definición dada sobre autoestima: "La


autoestima es la forma en la que te relacionas contigo, ves,
concibes, valoras, en un sentido tanto afectivo como de valores
e ideas, y en base a la cual ves y te relacionas con el mundo y
las personas"
¿Y qué es entonces el ego, además de un mecanismo
psicológico según el cual te identificas con quien crees que
eres, lo que crees, sientes o piensas? El ego es la forma en la
te relacionas contigo, ves, concibes, valores, en un sentido
afectivo como de valores e ideas, y en base a la cual ves y te
relacionas con el mundo y las personas. El ego es también u
máscara, tu visión. En un sentido profundo, ego y autoestima
son exactamente lo mismo y pueden compartir la misma
definición, ya que sus diferencias son superficiales. Ya sabes
entonces lo que es una autoestima que realmente funciona: no
la ausencia de ego, sino la capacidad para entender tu ego,
armonizarlo, también desobedecerlo, y vivir de la forma más
parecida a como lo hacías cuando eras un niño o niña.
No trates de aumentar tu autoestima. Intentar eso solo equivale
a aumentar tu ego, inflarte de valoraciones que, sutilmente, se
basan en comparaciones. La autoestima no se aumenta, ni se
disminuye, ni se puede perder porque no es algo que tengas
que ganar. La autoestima, sencillamente, te funciona o no te
funciona. Sé consciente de tu autoestima. Haz que tu bienestar
dependa de ti. Acepta, entiende, ríndete al mundo (sin permitir
que el factor externo te coaccione, supere tus límites o te reste
libertad). Porque rendirte al mundo no es rendirte a los demás,
sino dejar de luchar contra multitud de procesos que forman
parte de nuestro aprendizaje.
Rendirte es la acción y actitud más difícil de entender.
Pensamos que rendirte equivale a perder. Pensamos que
queramos en manos de los demás. Pero no es así. Rendirte
implica que dejas de luchar contra el mundo, de intentar
controlarlo, o incluso de tenerle miedo. Rendirte implica que
aceptas y te enfocas en crear bienestar y compartirlo.
Con tu ego solo puedes hacer lo mismo que con tu autoestima:
conocerlo, ser consciente, y tratar de encontrar un equilibrio, un
punto de apoyo, una estabilidad. Ser consciente de tus valores,
de tus deseos (que vengan realmente de tus propósitos, no por
miedo a perder), de tus talentos, también de tus
vulnerabilidades, y sencillamente armonizar esos aspectos y
que tu conducta, tu acción diaria, sea totalmente coherente con
ello.
Cuando sentimos malestar, angustia, frustración, incluso
tristeza, siempre es por el mismo motivo: existe una
incoherencia entre lo que hacemos y lo que deseamos, entre
nuestras actitudes y propósitos. En psicología llamamos a esto
disonancia cognitiva. Leon Festinger, un psicólogo social,
investigó este fenómeno y llegó a una conclusión clara que
cuenta con validez empírica (es decir, es una demostración
científica para la cual se tienen pruebas): que cuando el ser
humano se siente mal es debido a una incoherencia o
disonancia entre su conducta, actitudes y creencias, y que
nuestra mayor motivación nos lleva a tratar de reducir ese
malestar.
Esta definición incluye no solo un conocimiento, sino sabiduría,
ya que nos habla de nuestra naturaleza esencial: no necesitas
buscar bienestar. No tienes que buscarlo, no tienes que
recibirlo, el bienestar ya está ahí. Nacemos con bienestar. El
único problema es que lo perdemos al vivir en disonancia, y
nuestra propia naturaleza nos lleva a querer reducir el malestar.
Cuando lo conseguimos, el bienestar nuevamente está ahí, tal
y como siempre está nuestra respiración y los bombeos de
nuestro corazón.
¿Cómo conseguirlo? Armonizar tu autoestima es igual que
armonizar tu ego. Al ego no se le combate, ni se le culpa, ni se
le demoniza. Se trata de encontrar, como dice la canción, un
"centro de gravedad permanente". Que tus creencias, tus
actitudes y tus acciones, se armonicen, que seas consciente de
tu ego (qué crees, qué miedos tienes, qué valoras) pero no te
identifiques con él (tu ego es solo tu máscara, y quien
realmente eres es un misterio que tendrás que averiguar solo
cuando dejes de identificarte) y sobre todo, que tu conducta
esté orientada hacia lo que realmente quieres y necesitas, de
tal forma que vivas en bienestar y en armonía con el mundo.

Entonces, ¿quiénes somos? ¿Quién eres tú? Es la gran


pregunta, porque el ego es tan sutil que se disfraza y camufla
hasta pasar desapercibido. Solo existe una forma de saber
quién eres, que en realidad ya te he dicho: no te identifiques.
Con nada, con absolutamente nada. No eres un nombre, ni un
apellido, ni un signo del zodiaco, ni un género, ni un número del
eneagrama (el eneagrama es una herramienta de conocimiento
mística que consiste en identificar tu ego y trascenderlo, no en
identificarte con números y eneatipos, ya que su objetivo es
justo el contrario). Cuando no te identificas con nada, con
absolutamente nada, serás.
Aquí es donde llega una sugerencia que quizá te sorprenda. Tú
decides si lo tomas a lo dejas: no tengas como objetivo la
felicidad. La felicidad es una abstracción. Vivimos en el mundo
del consumismo y el materialismo, un modo de vida que
consiste en consumir para crear una necesidad y quedar
atrapados en ese círculo. La felicidad es otro objeto de
consumo. No es un estado permanente, ni un estatus, ni una
posesión o un modo de vida. Si buscas la felicidad, el mero
hecho de buscar hará que siempre la veas distante. Si existe
esa paradoja, entonces la felicidad no es un objetivo adecuado.
El objetivo adecuado no es disfrutar de la vida, sino vivirla.
Disfrutar de la vida también implica que ves distante esa
experiencia. El objetivo, sencillamente, es alinear tus acciones
con quien eres, lo que haces con lo que realmente quieres
(más allá del miedo) y sobre todo, que esa conducta y vida esté
también orientada a ofrecer y dar a los demás (es la mejor
herramienta para conocer y dominar a tu ego).
Existen 14 características fundamentales de esa autoestima
que funciona (también pudieras decir de "un ego que
funciona"). No se trata de observar cuáles tienes o no para
identificarte con ellas, sino saber cuáles tienes que desarrollar.
Así, sabrás cuáles son los pasos que debes dar en tu proceso
de cambio personal, siempre con el objetivo de que tu
bienestar dependa principalmente de ti y así poder compartirlo
con el mundo de forma equilibrada.

14 características
Los seres nacemos naturalmente vulnerables. Necesitamos la
protección de la madre, de su olor y cuidado, un poco más
tarde también reconocemos al padre y encontramos en nuestro
entorno la seguridad que nos permite continuar creciendo,
experimentando y conociendo. Eso continúa en los siguientes
meses. Nos despertamos y buscamos la seguridad en el otro.
Con el tiempo, comenzamos a mover el cuello, a caminar, y un
mundo dinámico se abre a nuestro paso. Recuerda la mirada
de un niño o niña cuando comienza a dar sus primeros pasos y
descubre el mundo. Está viendo, literalmente, el paraíso. En
esos momentos nuestro bienestar siempre depende de lo que
hacemos, aunque lo que nos dan también nos proporciona
felicidad. Un niño o niña de pocos meses o años disfruta de su
juego, de su descubrimiento y relaciones, no se compara, exige
o espera nada. Viven un presente intenso, donde la única
existencia es lo que ocurre aquí y ahora, de tal forma que ese
presente se eterniza y se transforma en una fuente inagotable
de alegría. Todo eso cambia cuando comenzamos a pensar
que estamos separados de los demás.

Cuando crecemos y comenzamos a diferenciarnos de los otros


surge un proceso llamado identificación. Nos identificamos con
características para construir una identidad y diferenciarnos de
los demás. Tenemos una madre concreta, un padre concreto,
somos de un sexo concreto, tenemos un nombre concreto. Nos
vamos, cada vez más, identificando y a la vez aislando. Así es
cómo se pierde el estado de "fitra" (una palabra del árabe que
significa "el estado o naturaleza esencial del ser humano", en la
que cual forma parte de la Unidad) y comenzamos a explorar la
relación con los demás como personas separadas. Surgen las
primeras experiencias desagradables, que interpretamos como
decepciones, dolor, miedo, luego juicios, expectativas,
exigencias y finalmente comparaciones. En los Evangelios
también se habla de "ser como niños para entrar en el Reino de
los cielos" (es una de las frases más conocidas) no haciendo
una proclama a la inocencia de los niños, sino declarando que
cuando vemos el mundo como una Unidad, tal y como lo ve un
niño, y dejamos de separar y diferenciar, la vida se transforma
de nuevo en ese paraíso que vimos cuando comenzamos a
andar.
Una persona que vive con una autoestima que le funciona tiene
estas 14 características. Ahora, no se trata de ver si las tienes
o no, de compararte o no, sino de construirlas. Estas 14
características son también 14 acciones. 14 llaves o claves
hacia tu bienestar.

Crean bienestar

El bienestar es una sensación agradable que tiene mucho más


que ver con la paz que con la alegría. Lo que nos da alegría
está relacionado con la ilusión, la risa, la sorpresa, el
descubrimiento. El bienestar está asociado con la paz que
percibimos al sentir que todo está bien y lo aceptamos. Ese
bienestar puede ser creado, mediante acciones concretas que
te hagan sentir bien porque están totalmente vinculadas con lo
que disfrutas, te hace sentir curiosidad y te hace crecer. El
éxito, en realidad, no es acumular o reflejar una imagen
determinada, sino algo tan sencillo como que "tus acciones
estén alineadas con tus propósitos". Si esperas que ese
bienestar llegue desde fuera no es más que una expectativa
eterna, creada por el miedo. Crea tu propio bienestar. ¿Qué
pudieras hacer, aquí y ahora, que te hiciera sentir bien por tus
propios medios? Intenta que sean acciones independientes,
que solo dependan de ti.

Entienden y empatizan con el otro

El mayor encuentro contigo tiene lugar en el otro. En el otro nos


reflejamos, encontramos una diferencia, un punto de vista
contrario, y en muchas ocasiones una lucha de egos. La lucha
de egos aparece porque nuestro miedo trata de imponer y
coaccionar. La autoestima, nuevamente, depende de lo que
ocurre fuera, lo analiza, espera y exige. Entender y empatizar
con el otro (incluso aunque no le entiendas) supone un ejercicio
de aceptación que te lleva hacia la paz y el bienestar. Entender
y empatizar no implica que toleras o que no estableces tus
límites, sino que respetas el proceso del otro y sientes
condescendencia por esa persona y proceso (condescendencia
no quiere decir "mirar por encima del hombro", sino salir de tu
ego, que es tu altar personal, "descender" hasta el lugar del
otro y situarte a su lado, como dos seres humanos que viven
procesos diferentes pero que tienen en común el estar viviendo
el suyo propio).

Disfrutan de la inseguridad

Tratar de conseguir seguridad en tu vida puede ser un objetivo


muy frustrante. La vida es pura inseguridad. ¿A qué se deben
la gran mayoría de los accidentes de tráfico? A un exceso de
seguridad. La inseguridad es honestidad, reconocer que no
sabes qué va a ocurrir y cómo vas a reaccionar. Contemplar
esa inseguridad con ilusión y curiosidad en lugar de con miedo
te ayuda a construir una autoestima que funciona. Una
inseguridad funcional te ayuda a desarrollar las capacidades
que necesitas para afrontar el futuro, no para huir de él.

Tienen objetivos propios

Cuando nuestros objetivos o propósitos no son propios sino


que están condicionados por el deseo de complacer a los
demás (tu familia, valores aprendidos, pareja, compañeros,
etc.) sentimos que nuestra vida no nos pertenece. El encuentro
con el otro es imprescindible para conocerte, empatizar y
desarrollar las habilidades de crecimiento personal más
importantes: amabilidad, respeto, empatía, ayuda. Sin
embargo, tus objetivos deben nacer única y exclusivamente de
ti. Romper con los patrones externos a la hora de guiarte,
condicionarte o incluso exigirte es necesario para construir una
autoestima que funcione.

Viven de forma proactiva

Vivir de forma proactiva no quiere decir que pasamos el día en


acción, sino que no esperamos a que los problemas o
necesidades nos aturdan. Una persona que construye una
autoestima funcional es proactiva porque disfruta de su
proactividad. La proactividad no es adelantarte a los
acontecimientos, sino aprovechar la primera oportunidad de
acción para crecer, disfrutar, aprender y dar a los demás.

Saben gestionar sus emociones

Cada segundo del día sentimos emociones. Somos seres


emocionales que no sienten emociones solo en los
acontecimientos más intensos sino que estamos
constantemente emocionados. Las emociones, entonces, no
solo te influyen en tu estado de ánimo sino en tu forma de
pensar, acciones, comunicación, decisiones, interpretación. La
inmensa mayoría de problemas con tu autoestima provienen de
no entender y no saber gestionar tus emociones. Si aprendes a
hacerlo, vivirás el proceso de cambio más profundo y revelador
de tu vida.

Se comunican de forma asertiva

Asertividad no es brusquedad o solo la capacidad para decir


no, sino la comunicación natural del ser humano. Es una
comunicación donde expresas tus anhelos, necesidades,
puntos de vista, siempre desde la amabilidad y el respeto hacia
el otro, así como tus límites, qué es lo que no quieres (en
relación a ti, no en relación a la conducta del otro) y te ayuda a
conectar con los demás de forma más honesta y profunda.
Cuando no nos comunicamos de forma asertiva no nos damos
a conocer, nos conquista el miedo y nuestro bienestar queda,
de nuevo, fuera de tu control.

Afrontan retos y los disfrutan

Un reto es una oportunidad para crecer. Disfrutar de la


experiencia de aprender y descubrir es algo inherente en el ser
humano. ¿Por qué a veces no disfrutamos de ello? Porque
hemos aprendido a sentir miedo sobre el posible resultado.
Nuevamente: las expectativas. Creemos que si todo sucede de
una determinada forma merecerá la pena, y ante la posibilidad
de un resultado diferente, lo evitamos. Afrontar retos es una
forma de construir autoestima. Retos, por supuesto, que
realmente puedas asimilar y que estén dentro de tus
posibilidades.

Disfrutan de su soledad

En el encuentro con el otro descubres tu ego y aprendes a


reconocerlo y a trascenderlo, pero en la soledad tienes también
un encuentro íntimo. Es un encuentro contigo. Evitar la soledad
es evitar el miedo, y si lo que te da miedo es evitado crecerá de
forma exponencial. La soledad es necesaria y, a medida que
esta ocurre, la autoestima funciona cada vez mejor.

Son organizadas y ordenadas (más o menos)

Me imagino que habrás leído muchos artículos que relacionan


el desorden con la genialidad. Son artículos sin ningún tipo de
evidencia o sustento científico que cada cierto tiempo se ponen
de moda. Vivimos una época tan dada al consumo digital que
cualquier artículo que tenga como intención valorar alguna
característica recibe miles o millones de clics. No, vivir de
forma desorganizada o desordenada no está "mal" (eso sería
hacer un juicio de valor) pero sí implica un aislamiento de cómo
gestionas tu entorno, recursos, el cuadro en el que te mueves,
en definitiva. La organización y orden es ante todo una acción
que reporta bienestar.

Son empáticas y solidarias

Somos seres sociales y el auténtico desarrollo personal llega


cuando creces, te superas y desarrollas de tal forma que
aportas más a los demás, entendiendo que eres un ser
individual y diferente pero conectado con los demás. Una
autoestima que funciona no es esa alta autoestima basada en
un concepto tan superfluo como el "amor propio" (que no es
más que reducir el amor, al condicionarlo a un objeto, seas tú u
otras personas). La solidaridad implica que te das al otro.
Dando, pierdes una parte de ti, pero lo que pierdes no es la
parte que eres, sino la parte que te sobra. Ser solidario y dar a
los demás es adelgazar en problemas, y muchos de nuestros
problemas (sino todos) consisten en que nos ensimismamos
demasiado en nosotros mismos y le damos demasiada
importancia personal a nuestras ideas, miedos o creencias.

Actúan de forma resiliente

Cuando pensamos en resiliencia (que es la capacidad para


sobreponernos a los problemas o dificultades), creemos que es
algo que tenemos, o no tenemos, o lo tenemos de forma "baja"
o "alta". Nuevamente, es una forma de comparación. La
resiliencia se crea. Se ejercita. Ante tus problemas y
dificultades, ¿hasta qué punto vas a enamorarte de ellos? El
problema o la dificultad es como un pasatiempo más. Tiene su
grado justo de aprendizaje y nos debe hacer avanzar, no
atascarnos.

Saben perdonar y perdonarse

El perdón es el arma más poderosa que existe contra el ego. El


ego vive en base al miedo y trata de hacerte creer que tus
ideas son las correctas y que el perdón es un arma peligrosa
porque te lleva hacia la vulnerabilidad. Y lo es, el perdón es
peligroso. Pero para el propio ego, que trata de defenderse. El
perdón no implica que olvidas, sino que eres capaz de
entender y empatizar con el otro hasta tal punto que vuestra
relación continúa sin rencor, miedo, orgullo o ira (aunque en
esa relación, igualmente, existan cambios).

Ven en el otro un encuentro

Las relaciones personales son un encuentro con nuestro ego. A


través del otro, aprendemos a reconocerlo, a disolverlo y a
conectar con nuestra parte más profunda, que es precisamente
la que encontramos de igual manera en el otro. El otro no es un
rival, no es un conflicto, no es una oportunidad para conseguir
seguridad, calmar tus miedos o saciar tus expectativas. El otro
es un encuentro genuino que debe ser celebrado.
El lugar donde estás ahora (no un lugar literal sino el estado en
el que estás en tu vida, la forma en la que te sientes,
interaccionas, interpretas y relacionas) depende de un conjunto
de aprendizajes muy extensos. Conseguir cambios en tu vida
solo es posible gracias a tu propio cambio personal. No
podemos cambiar a las personas, ni al mundo, ni siquiera es
necesario. El mundo y las personas siguen sus propios
procesos, tan necesarios como el tuyo. El cambio personal es
posible solo si te atreves a vivirlo. Voy a contarte cómo
funciona un proceso de cambio real donde ese cambio se
interiorice y se quede contigo para siempre.

Proceso de cambio
Todo lo que ahora te ocurre, sientes e interpretas, la forma en
la que te relacionas, creas bienestar y sientes que lo pierdes,
depende de tus acciones, puntos de vista y visión de la
realidad. Esa visión se ha construido poco a poco a lo largo de
los años y experiencias, es tu verdad, es la narración que te
mantiene estable en este misterio. Pero llega un momento
donde no te sirve. El miedo a andar y caer es útil cuando
damos los primeros pasos pero se transforma en inútil cuando
necesitas caminar y correr. Cuando llega ese momento es
necesario vivir un proceso de cambio.
Un proceso de cambio no es solo una reflexión, meditar, ver lo
que ocurre con otra perspectiva o respirar profundo. Son
estados y pequeñas acciones interesantes y necesarias pero
no implican por sí mismo que ese cambio se produzca. Ese
cambio se produce en ti mediante acciones diferentes,
totalmente diferentes a lo que sueles hacer, de tal forma que te
lleven hacia otras experiencias, resultados, puntos de vista y
formas de ver la realidad. Ese punto de vista se amplía, crece,
dejas de ver un río y pasas a ver el mar.

Toda revolución interior es un proceso de cambio y acciones.


Desde tu propio cambio cambiará todo lo demás, porque tu
visión habrá cambiado y tu autoestima será precisamente esa
visión, más limpia, más espontánea, más pura. Recuperarás al
menos en parte tu fitra, ese estado en el que estamos cuando
somos niños y niñas, pero con más experiencia, conocimiento y
sabiduría.
¿Cómo funciona un proceso de cambio? Se trata de vivir el
proceso según tres fases: primero, profundizas en qué es lo
que te lleva una y otra vez a vivir esas experiencias pero desde
tu responsabilidad. Es decir: ¿qué tendría que cambiar en ti
para conseguir el cambio que quieres y te mereces?
Esa parte de ti que debe crecer y desarrollarse es el mejor
objetivo posible. El cambio, el mero cambio, para formar parte
del incesante movimiento que es esta vida y experiencia.
Segundo: contar con un plan de acción. Algunas personas
creen que escribir un plan de acción es algo rígido y que es
más importante "fluir". Como psicólogo y coach, he
acompañado a personas de hasta 10 países diferentes en sus
procesos de cambio en la última década y solo existen unos
pocos universales para garantizar que consigas el cambio que
te mereces, y uno es este: sin plan de acción las
probabilidades son mínimas.
Fluir y un plan de acción no son incompatibles ni
contradictorios. De hecho, tanto el plan de acción como la
actitud de fluir son necesarias. Si quieres vivir ese proceso de
cambio necesitas saber cuáles son las acciones concretas que
desarrollan esa parte de ti que está dormida y necesita más
atención. El plan de acción no es rígido, sino flexible. Te ayuda
a salir del círculo, a hacer algo diferente, a pasar a construir en
lugar de esperar o exigir. Fluir es la actitud que te permite
aprender de esa experiencia, adaptarte y desarrollarte.
Y en tercer lugar: la compañía. Recuerda al ermitaño: "primero
siente paz, porque no tiene nadie con quien discutir. Luego
siente tristeza, porque no tiene nadie con quien discutir". El ser
humano es un ser social, la soledad es necesaria pero implica
un encuentro contigo y por lo tanto también con tus miedos y
con tu ego. El ego es escurridizo, sutil, y puede disfrazarse de
éxito, empoderamiento o cambio. La compañía necesaria no es
una compañía que te guíe, oriente o aconseje. Eso es algo
subjetivo y otro punto de vista más. Se trata de una compañía
limpia, que te acompañe como un espejo en el cual te reflejes,
te descubras, te apoyes y crezcas. Este es realmente el trabajo
de un psicólogo o de un coach.
Si has llegado hasta aquí es porque de verdad te importas. Voy
a hacerte una propuesta muy especial. Esta experiencia no
termina aquí. Si quieres, puedes escribirme un email a mi
correo personal, ruben@eyecoachs.com , donde me cuentes tu
situación, cuál es el cambio que te gustaría conseguir y sobre
todo para qué quieres conseguir ese cambio. Te contestaré lo
antes posible y, si quieres, podemos agendar una primera
sesión exploratoria gratuita para comenzar con tu proceso
(donde, al haber comprado este libro, tendrás una ayuda
especial). Solo tienes que escribir en el asunto "autoestima".

Recuerda el poema de Al-hallaj:

"He visto a mi Señor por el ojo de mi corazón.


Le pregunté: ¿quién eres Tú?
Él me contestó: Tú"

Este poema no quiere decir que tú seas tu dueño absoluto. Eso


implicaría poder, y el poder es otra herramienta del ego, que
funciona a través del miedo. El significado real del poema es
tan profundo que tendríamos que escribir miles de palabras
solo para descifrarlo. Ese poema dice que, si miras en tu
corazón tras haber sorteado todos tus miedos e inseguridades,
sentirás un vacío que hará posible que se llene de algo más.
De algo que está muy cerca pero no lo percibimos. De eso que
sentíamos al ser niños. De lo que nos hace estar en fitra.
Disolverse de quien crees que eres, temes y necesitas para ser
sencillamente a Ser. Ahí encontrarás la Fuente a través de la
cual construir una auténtica autoestima, no alta ni baja, sino
que realmente te funcione y te haga feliz.

Gracias por pensar en ti,


Rubén

empoderamientohumano.com

También podría gustarte