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CONSEJO EDITORIAL
LOS ENEMIGOS
DE ESPAÑA
Imagen del otro, conflictos bélicos
y disputas nacionales (siglos XVI-XX)
ÍNDICE
Págs.
SECCIÓN I
Los enemigos del Imperio (siglos XVI-XVIII)
SECCIÓN II
Los enemigos exteriores de la nación (siglos XIX-XX)
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Págs.
El «moro», decano de los enemigos exteriores de España:
una larga enemistad (siglos VIII-XXI) ................................. 165
por ELOY MARTÍN CORRALES.
La Iglesia y el Vaticano, enemigos de la España liberal ....... 183
por M.ª PILAR SALOMÓN CHÉLIZ.
El peligro viene del Norte: la larga enemistad de la España
conservadora a los Estados Unidos .................................. 207
por DANIEL FERNÁNDEZ DE MIGUEL.
Del ruso virtual al ruso real: el extranjero imaginado del na-
cionalismo franquista......................................................... 233
por XOSÉ M. NÚÑEZ SEIXAS.
SECCIÓN III
Los enemigos internos de la nación (siglos XIX-XX)
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RELACIÓN DE AUTORES
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INTRODUCCIÓN
LAS ESPAÑAS Y SUS ENEMIGOS
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3 Para una discusión del concepto de cultura de guerra, vid. A. PROST, «La gue-
rre de 1914 n’est pas perdue», Le Mouvement Social, 199 (2002), pp. 95-102, así
como S. AUDOIN-ROUZEAU y A. BECKER, 14-18, retrouver la guerre, París: Gallimard,
2000, y el volumen colectivo de J.-J. BECKER (ed.), Histoire culturelle de la Grande
Guerre, París: Armand Colin, 2005.
4 Vid. una reflexión reciente, desde el mundo historiográfico español, en J. CAS-
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QUETE y R. CRUZ (eds.), Políticas de la muerte. Usos y abusos del ritual fúnebre en la
Europa del siglo XX, Madrid: Los Libros de la Catarata, 2009.
5 Vid., por ejemplo, J. R. GILLIS (ed.), Commemorations. The Politics of Natio-
nal Identity, Princeton (N.J.): Princeton UP, 1994. Para el papel de los rituales con-
memorativos, véase igualmente el ya clásico P. CONNERTON, How Societies Remem-
ber, Cambridge (Mass.): Harvard UP, 1989.
6 Vid. U. ÖZKIRIMLI, Contemporary Debates on Nationalism. A Critical Engage-
tura Española, 1941 (reed. en El concepto de lo político: Texto de 1932 con un pró-
logo y tres corolarios, Madrid: Alianza, 1991).
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8 Ibídem, p. 111.
9 Vid. Las observaciones contenidas en F. SEVILLANO, Rojos. La imagen del ene-
migo en la guerra civil, Madrid: Alianza Editorial, 2007.
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II
En el caso español, como puede apreciarse a través de las di-
versas contribuciones de este volumen, se observa una continui-
dad más que notable de imágenes y discursos acerca de los ene-
migos de España como comunidad política y cultural. Una
continuidad que nace con los enemigos del rey y la religión, con-
tinúa con los adversarios de la nación y que se desdobla en ene-
migos externos e internos, categoría que deviene en un híbrido. La
divisoria entre enemigos históricos y nuevos adversarios, así, se ve
claramente relativizada. Al mismo tiempo, la diferenciación rígida
entre enemigos externos e internos pierde su razón de ser a medida
que los primeros se convierten en excusa para anatematizar y ex-
cluir de la comunidad a sectores de población u opinión interio-
res. El enemigo interno es un traidor por ser ajeno a la comunidad
imaginada y por servir a credos en última instancia foráneos13.
Al mismo tiempo, y si la división entre enemigo externo e in-
terno se torna problemática, incluso en coyunturas de invasión y
guerra exterior –como bien señala Andreas Stucki, por ejemplo, los
rebeldes cubanos eran «separatistas» de la nación, pero al mismo
tiempo contagios de una rebelión «de raza» surgida fuera de Cuba–,
es difícil el establecer barreras nítidas entre los enemigos del rey
y de la religión, entre el otro definido como un hereje y el otro cons-
truido desde la elaboración de una alteridad étnica. Así lo desta-
can Peer Schmidt para el caso de los luteranos «alemanizados» en
la propaganda hispánica, o Antonio Sáez Arance para los rebeldes
protestantes y flamencos. El enemigo puede tornarse en un otro
confesional o ideológico, cuyo carácter extraño se ve reforzado por
el argumento de su dependencia de un poder exterior. Así lo ilus-
tra el caso del anticlericalismo y la vinculación del catolicismo a
un poder externo, el Vaticano, según expone Pilar Salomón. Pero
12 Vid. F. MOLINA APARICIO, La tierra del martirio español. El País Vasco y Espa-
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Editora Nacional, 1944 y, del mismo autor, Historia del nacionalismo vasco, Ma-
drid: Editora Nacional, 1945.
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lica durante la guerra civil española, 1936-1939, Madrid: Marcial Pons, 2006; e ÍD.,
«Fighting for Spain? Patriotism, War Mobilization and Soldiers’ Motivations (1936-
1939)», en Martin BAUMEISTER y Stefanie SCHÜLER-SPRINGORUM (eds.), «If You Tole-
rate This…». The Spanish Civil War in the Age of Total War, Frankfurt a. M./Nueva
York: Campus, 2008, 47-73.
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SECCIÓN I
LA PRESENTACIÓN
DE LAS AMENAZAS EXTERIORES COMO SUSTENTO
DE LA MONARQUÍA HISPANA*
Ideologías de Imperio en España, Inglaterra y Francia (en los siglos XVI, XVII y XVIII),
Barcelona, Península, 1997 [1995], cap. 2.
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remite, entre una bibliografía infinita, a Aline GOOSENS, Les Inquisitions modernes
dans les Pays-Bas Meridionaux, 1520-1633, Bruselas, Éditions de l’Université de Bru-
xelles, 1997; Francisco BETHENCOURT, La Inquisición en la época moderna. España,
Portugal e Italia, siglos XVI-XIX, Móstoles, Akal, 1997 [1995]; Ricardo GARCÍA CÁRCEL y
Doris MORENO MARTÍNEZ, Inquisición: Historia Crítica, Madrid, Temas de Hoy, 2000.
3 La política de ayudas de Felipe II en el Imperio se puede seguir en Friedrich
EDELMAYER, Söldner und Pensionäre. Das Netzwerk Philippe II. In Heiligen Römis-
chen Reich, Viena, Verlag für Geschichte und Politik, Oldenbourg, Verlag für Ges-
chichte und Politik Manchen, 2002.
4 María José RODRÍGUEZ SALGADO, Felipe II, el «Paladín de la Cristiandad» y la
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llada en Bernard VINCENT y José Javier RUIZ IBÁÑEZ, Historia de España. Política y
Sociedad, siglos XVI y XVII, Madrid, Síntesis, 2007, cap. 4.
7 Es la idea que subyace en varios artículos de la década de 1980 que cristali-
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clásico por José María JOVER ZAMORA, 1635. Historia de una polémica y semblanza
de una generación, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 2004
[1949]; un trabajo que merece ser revisado integrando la explosión panfletaria de
los escritores castellanos, tanto con el contexto general de la reflexión sobre la ra-
zón de estado, como con la aparición de programas propagandísticos similares en
otros ámbitos de la Monarquía, sobre todo Flandes e Italia.
10 La situación en los Países Bajos en la década de 1640 se puede seguir en
África en la España de los siglos XVI y XVII: los caracteres de una hostilidad, Madrid,
CSIC, 1989; y el texto de Eloy Martín Corrales en este mismo volumen.
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blación e identidad en la frontera entre Francia y los Países Bajos (siglos XVI-XVII)»
presentado a Las Sociedades fronterizas del Mediterráneo al Atlántico (ss. XVI-XVII),
Casa de Velázquez, 2006, que será publicado en el 2009.
13 Una adaptación, y apropiación del discurso anterior, que se puede ver en los
miento, muestra cómo las autoridades regnícolas en su diálogo con el poder central
recalcaban la presencia de «turcos» en lugar de «moros» para dignificar y resaltar
la agresión que sufrían, y de paso, urgir a que llegaran las galeras lo antes posible,
vinculando la defensa de la costa con el mismísimo socorro de Viena; vid. La defen-
sa del imperio. Carlos V, Valencia y el Mediterráneo, Madrid, 2001, pp. 36-50 y 278-279.
15 El estudio de las culturas políticas locales, o de la percepción local de la cul-
tura política, es una de las líneas de trabajo más innovadoras del estudio sobre las
formas de integración territorial de la Monarquía hispánica, vid. Xavier GIL PUJOL,
«Del Estado a los lenguajes políticos, del centro de la periferia. Dos décadas de His-
toria política sobre la España de los siglos XVI y XVII», en José Manuel de Bernar-
do Ares (ed.), El Hispanismo Anglonorteamericano. Aportaciones, problemas y pers-
pectivas sobre Historia, Arte y Literatura españolas (siglos XVI-XVIII). Actas de la
I Conferencia Internacional ‘Hacia un nuevo Humanismo’, Córdoba, 9-14 de sep-
tiembre de 1997, Córdoba, CajaSur, 2001, pp. 883-919.
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16 José Jaime GARCÍA BERNAL, El fasto público en la España de los Austrias, Se-
mo volumen.
18 Ana DÍAZ SERRANO, «La figure de l’ennemi musulman dans les Indes occi-
dentales et orientales aux XVIe et XVIIe siècles», Siècles, 26 (2007), pp. 67-80.
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sentes en la corte y en la península desde finales del siglo XVI y que han atraído un
creciente interés por parte de la historiografía española reciente; una visión global
para el siglo XVII, con un completo aparato bibliográfíco, en el trabajo de Igor PÉ-
REZ TOSTADO, Irish Influence at the Court of Spain in the Seventeenth Century, Bod-
min, Tour Court Press, 2008, esp. cap. 4. Sobre el exilio musulmán en la Monar-
quía v. Beatriz ALONSO ACERO, Sultanes de Berbería en tierras de la cristiandad,
Barcelona Ediciones Bellaterra, 2006, pp. 243-260. También los franceses exiliados
al final de las guerras de religión intentaron, bien que con poco éxito, incidir en la
política española o, al menos, aportarle sus redes de contactos e información; Alain
HUGON, Au service du roi catholique. ‘Honorables ambassadeurs’ et ‘divins espions’.
Représentation diplomatique et service secret dans les relations hispano-françaises de
1598 à 1635, Madrid, Casa de Velázquez, 2004; Robert DESCIMON y José Javier RUIZ
IBÁÑEZ, Les ligueurs de l’exil. Le refuge catholique français après 1594, Champ Vallon,
Seyssel, 2005, cap. 3.
20 Por recuperar el título del meritorio libro de Raffele PUDDU, I nemici del re:
il racconto della guerra nella Spagna di Filippo II, Roma, Carocci, 2000.
21 Pablo FERNÁNDEZ ALBALADEJO, «El pensamiento político: perfil de una polí-
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una política española en los comienzos de la Edad Moderna», en José Ignacio FOR-
TEA PÉREZ (ed.), Imágenes de la diversidad: el mundo urbano en la Corona de Casti-
lla (ss. XVI-XVIII), Santander, Universidad de Cantabria/Asamblea Regional de Can-
tabria, 1997, pp. 103-127.
26 VINCENT y RUIZ IBÁÑEZ, Historia de España…, 2007, p. 226.
27 Esta identificación no fue exclusiva de los ámbitos propiamente hispánicos,
el propio Jean Boucher la evocaba para justificar la primacía de los monarcas ibé-
ricos.
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de Thomas SAILLY, Guidon et practicque espirituelle du soldat chrestien. Reveu & aug-
menté pour l’armee de sa Mte Catholique au Pays-Bas, Amberes, Imprenta Plantine-
nese, 1590.
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de la pintura veneciana en España (siglos XVI y XVII), Madrid, Nerea, 1994, pp. 58-60.
32 María José RODRÍGUEZ SALGADO, «Paz ruidosa, guerra sorda: Las relaciones
Manila, Barcelona, 2002, Acantilado, cap. 7 al 10, y Antonio CABEZAS, El siglo ibé-
rico del Japón: la presencia hispano-portuguesa en Japón (1543-1643), Valladolid,
Universidad de Valladolid, 1995.
34 Davide MAFFI, «Confesionalismo y razón de estado en la Edad Moderna. El
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una serie de príncipes celosos de la gloria del rey católico, sino los
elementos religiosos que estaban hiriendo y debilitando a la Cris-
tiandad. Esto es, que la solidaridad de credo constituía el elemen-
to determinante verdadera comunidad política en detrimento de
cualquier característica feudal, étnica o histórica. El enemigo no
era ya, no podía serlo, el francés, el inglés o el alemán; dado que
había aliados de todas estas naturalezas, sino la herejía que bus-
caba destruir a esos reinos. Este discurso dejó indiferentes a gran
parte de los miembros de la administración hispana que vieron con
recelo a unos aliados poco fiables y poco eficaces; pero sí fue muy
presente en la política activa de Felipe II en el final de su reinado
y sostuvo los deseos de expansión indirecta del rey y su entorno.
Por lo demás, hay que conceder que no era una concepción ex-
temporánea, ya que la solidaridad confesional había sido esgrimi-
da desde hacía décadas por las comunidades y potencias protes-
tantes, sobre todo calvinistas, a la hora de apoyar la acción de los
hugonotes en Francia, la implantación del régimen presbiteriano
en Escocia o la propia rebelión de los Países Bajos. Entre las bur-
guesías católicas de este último territorio35, en Italia o en la Pe-
nínsula Ibérica se podía identificar dicha solidaridad con la exis-
tencia de un complot contra la vieja Fe; algo que también sucedería,
en sentido inverso, desde los ámbitos reformados.
La situación de conflicto confesional se tradujo en un esfuer-
zo positivo por reidentificar a los enemigos europeos, un esfuerzo
que se construyó sobre dos bases: la caridad hacia quienes eran
perseguidos y la definición de los perseguidores como el verdade-
ro enemigo que amenazaba no sólo los territorios externos, sino
que, caso de triunfar allí, llevaría la guerra a los dominios del rey
católico. La función ilustrativa que tuvieron los martirologios36 se
completaba con la puesta en marcha de una propaganda activa ba-
sada en el teatro y las celebraciones. No se trató de un fenómeno
ni exclusivo ni original del mundo ibérico o de los dominios del
rey católico; una de las expresiones más contundentes al respecto
es el esfuerzo hecho por los más radicales de la Liga católica fran-
cesa por mostrar que el enemigo natural de Francia no era el es-
pañol sino la herejía, o, en el mejor de los casos, el inglés y el ale-
35 José Javier RUIZ IBÁÑEZ, «La Guerra Cristiana. Los medios y agentes de la
ciscano, actual catedral, de Cuernavaca con los frescos sobre los mártires japoneses.
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mán. A fin de cuentas, puestos a elegir más valía ser español, ale-
mán o italiano pero católico que hereje, ya que el humor natural
de los franceses era ser católicos37.
Este discurso no se puedo mantener en su práctica exterior más
allá de 1604-1609, cuando la Monarquía no sólo logró acuerdos di-
plomáticos con Inglaterra y las Provincias Unidas, sino que ni si-
quiera pudo salvaguardar la posición de los católicos en este últi-
mo territorio durante las negociaciones de la Tregua de los Doce
Años38. Aunque dejara de ser el principal motivo de actuación ex-
terior, y de categorización de los enemigos, lo cierto es que sub-
sistió durante mucho tiempo la idea de motivación confesional de
la política regia. Un anacronismo evidente tras 1635, pero que jus-
tificó la recepción continuada, aunque de ritmos diferentes, de los
exilios políticos que huían de tierras protestantes o del Norte de
África. Hay que recordar que las solidaridades confesionales se-
guían pesando mucho en la política europea mucho más tarde del
final de la Guerra de los Treinta Años. Se puede detectar sin difi-
cultad una reconfesionalización de la beligerancia continental des-
pués de 1685-1688 que estuvo muy presente, aunque no fue deter-
minante, en la formación de bloques militares a finales de siglo y
durante la Guerra de Sucesión Española. En este conflicto, se vol-
vieron a utilizar hacia la población peninsular las viejas antipatías
hacia la Reforma con el fin de movilizarla contra uno u otro ban-
do39. La eficacia de dichos discursos muestra cómo, pese a más de
medio siglo de haber pasado a segundo plano en la política inter-
nacional, éstas seguían contando con una importante audiencia en-
tre los castellanos y catalano-aragoneses-valencianos. Es bien sa-
bido que la defensa de la Fe iba a tener una larga duración en la
definición de la identidad política ibérica durante los dos siglos y
medio siguientes.
En el momento culminante de la Monarquía, al postularse que
la definición de amistad/enemistad residía en la homogeneidad re-
ligiosa, se actualizaba y reutilizaba toda la batería de afirmaciones
que tenía el enfrentamiento como consecuencia del pacto de los Habsburgo viene-
ses con las potencias protestantes, lo cual era en grande parte contradictorio con
la afirmación de continuidad con el reinado de Carlos II que mantenían al mismo
tiempo; por su parte, los austriacistas, ligaron la intervención francesa con una su-
puesta alianza con el Turco de Luis XIV; David GONZÁLEZ CRUZ, Guerra de religión
entre príncipes católicos. El discurso del cambio dinástico en España y América (1700-
1714), Madrid, Ministerio de Defensa, 2001, pp. 27-35.
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40 Resulta significativo que uno de los escritores que más claramente identifi-
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sia en una alianza indisociable que iba mucho más allá de los fre-
cuentes problemas puntuales que enfrentaban al rey católico con
el sumo pontífice. Esta concepción del mundo, por limitada o intui-
tiva que fuera, permitía identificar en el enemigo todas las cuali-
dades negativas que se habían depositado sobre los perseguidores
de la Iglesia desde la época clásica: poco fiables, traidores, concu-
piscentes, insaciables y pestíferos. La amenaza que se combatía era
a fin de cuentas la del pecado, por lo que en este combate místico
la demonización del contrario no era sólo una figura retórica sino
que se constituía en elemento medular del discurso. No es casual
si en plena crisis de la Monarquía, Felipe IV buscara en 1644 re-
forzar el patronazgo de Santiago Matamoros (una advocación por
lo demás singularmente ibérica y americana) con el de San Miguel,
general del ejército celeste.
El discurso de confrontación mítica iba a subyacer, con mayor
o menor potencia, en la concepción de las amenazas internas o ex-
ternas que pesaron sobre la Monarquía de los Habsburgo, pero no
iba a agotar la reflexión sobre la enemistad que se padecía. De he-
cho, ya se ha indicado cómo la preeminencia de ese discurso fue
limitada en el tiempo al menos en lo que se refiere a su conver-
sión en motor político exterior. Ya en el siglo XVII los reyes tuvie-
ron que sufrir la presencia de embajadores protestantes en su cor-
te42, comerciantes en sus puertos43 y, desde mediados de siglo, de
tropas reformadas en sus ejércitos de los Países Bajos44. Hubo que
buscar medios para coexistir con este enemigo en casa, pues si bien
ya no se mantenía la hostilidad (militar, judicial…) la vieja belige-
rancia, el temor a una contaminación religiosa y la propia afir-
mación de homogeneidad confesional hacían imposible la exis-
tencia de una verdadera convivencia entre comunidades. Vivir con
el enemigo fue un paso impuesto por la política real, sobre todo
ante el retorno de un rival más inmediato y amenazador: Francia.
La operación para identificar a este poderoso reino como la fuen-
te de enemistad y amenazas sobre la Monarquía se insertaba en
un tipo de reflexión diferente, dado que no había diferencia reli-
giosa.
vas de la corte de España desde el año 1600 en adelante…, Madrid, Real Academia
Matritense de heráldica y genealogía, 1991, p. 26.
43 Igor PÉREZ TOSTADO, «Marchands anglais en Espagne au XVIIe siècle: une
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glo XVII en relación con el derecho revelado se puede seguir en Marie-France RE-
NOUX ZAGAMÉ, Du droit de Dieu au droit de l’homme, París, PUF, 2003.
47 El término procede del título del famoso libro de Carlos García publicado
46
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48 En la práctica dicha amistad era vista como el medio para garantizar la exis-
Alonso de Vázquez dejó ir su pluma para expresar su opinión sobre sus aliados
franceses utilizando como excusa el conflicto de la guarnición española francesa
en París con «Un clérigo francés (que francés había de ser para ser un idiota e ig-
norante) como los que desta nacion andan derramados por España pidiendo li-
mosna con un diurno o breviario debajo del brazo, impreso antes del concilio de
Trento (porque jamas en Francia lo admitieron) y con tan pocas letras como se vie-
ron en este; predicó en una iglesia, a los 18 de agosto [de 1591], que la causa de
no haber dado la batalla al Bearnés ni socorrido Noyon era por no haber querido
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las naciones extranjeras que así llamaban a los soldados del ejército español [del
príncipe de Asculi, que estaba operando en ese momento en el norte de Francia],
porque sólo querían dar a entender lo que no hacian y entretenerse y que no aca-
be la guerra». Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnesio,
Madrid, 1880, 3 vol. III, p. 6.
52 La imagen del «francés» en el Siglo de Oro cuenta con una importante lite-
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blación e identidad en la frontera entre Francia y los Países Bajos (siglos XVI-XVII)»
presentado a Las Sociedades fronterizas del Mediterráneo al Atlántico (ss. XVI-XVII),
Casa de Velázquez, 2006, que será publicado en el 2009.
55 VERMEIR, En estado de guerra…, 2006, pp. 124-127.
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59 Una iconografía católica que iba más allá del propio mundo ibérico, como
se puede ver respecto al mundo católico inglés v. Anne DILLON, The Construction of
Martyrdom in the English Catholic Community, 1535-1603, Ashgate, Louth, 2002,
cap. 4 y 5.
60 AGS E 178, sn, 17 de enero de 1597, Bruselas, el padre Vicente de Zelandre
a Felipe II.
61 Especialmente significativo en La hora de todos y en otros escritos satíricos
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MURRO, «La Hora de todos y la geografía política de Quevedo», en Actas del X Con-
greso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Barcelona, PPU, 1992, pp.
841–847.
62 Sobre este grabado v. Víctor MÍNGUEZ, «Héroes clásicos y reyes héroes en el
Antiguo Régimen», Manuel CHUST, Víctor MÍNGUEZ y Germán CARRERAS DAMAS (eds.),
La construcción del héroe en España y México (1789-1847), Valencia, Universitat de
València, 2003, pp. 51-70, p. 66.
63 Sin duda la expresión más acertada de esta reflexión que imponía una ra-
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EL PROTESTANTE.
MARTIN LUTERO, EL LUTERANISMO
Y EL MUNDO GERMÁNICO
EN EL PENSAMIENTO E IMAGINARIO ESPAÑOLES
DE LA ÉPOCA MODERNA
PEER SCHMIDT*
Universidad de Erfurt
* Estando en pruebas este libro, nos llegó la triste noticia del fallecimiento del
profesor Peer Schmidt, acaecido el 26 de diciembre de 2009. Sirva la publicación
póstuma de su artículo como homenaje a su memoria y a su obra.
1 Marcelino MENÉNDEZ PELAYO, Historia de los heterodoxos españoles, aquí la
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tas, alumbrados y protestantes en la España de la primera mitad del siglo XVI, Mar-
cel BATAILLON, Erasmo y España. Estudios de Historia Espiritual. Reimpresión Mé-
xico, Fondo de Cultura Económica, 1996, véase Jaime CONTRERAS, «The impact of
protestantism in Spain, 1520-1600», en Stephen HALICZER (ed.), Inquisition and So-
ciety in Early Modern Europe. London, Croom Helm, 1986, pp. 47-63. Veáse re-
cientemente los exhaustivos estudios del historiador belga Werner THOMAS, La re-
presión del protestantismo en España, 1517-1648. Lovaina, Leuven UP, 2001, y del
mismo autor, Los protestantes y la Inquisición de España en tiempos de Reforma y
Contrarreforma. Lovaina, Leuven UP, 2001. Una breve sintesis en Irene NEW, «Die
spanische Inquisition und die Lutheraner im 16. Jahrhundert», Archiv für Refor-
mationsgeschichte, 90 (1999), pp. 289-320.
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cesos del siglo XVI», en María Cruz GARCÍA DE ENTERRÍA et al. (ed.), Las relaciones
de sucesos en España: 1500-1750: actas del primer Coloquio Internacional (Alcalá de
Henares, 8, 9 y 10 de junio de 1995), París, Publications de la Sorbonne/Alcalá de
Henares, Servivio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá, 1996, pp. 217-226.
8 Llama la atención, así, que el simposio hispano-alemán celebrado en Espa-
ña con motivo del 500 centenario del nacimiento de Martin Lutero en 1983 no con-
tiene ninguna aportación acerca de la percepción de Lutero en la Península Ibéri-
ca, cf. Dieter KONIECKI y Juan Manuel ALMARZA-MENICA (eds.), Martín Lutero,
1483-1983. Jornadas Hispano-Alemanas sobre la personalidad y la obra de Martin Lu-
tero en el V centenario de su nacimiento. Salamanca, Universidad Pontificia/Funda-
ción Friedrich Ebert, 1984. Como obras de autores españoles sobre Lutero cabe
señalar Ricardo GARCÍA VILLOSLADA, Martin Lutero, 2 vols. Madrid, La Editorial Ca-
tólica, 1973, así como Teofanes EGIDO (ed.), Martín Lutero, Obras, Salamanca, Sí-
gueme, 1977 (reimpresión en 2001), e ÍD., «Introducción a los factores epocales de
Lutero», en VV.AA., Actas del III Congreso Luterano-Católico sobre cuestiones de ecle-
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pp. 75-87, aquí p. 76; Augustin REDONDO, «Luther et l’Espagne de 1520 à 1536», Mé-
langes de la Casa de Velázquez, 1 (1965), pp. 111-165, aquí pp. 115-116.
12 Ludwig PFANDL, «Das spanische Lutherbild des 16. Jahrhunderts. Studien
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José Ignacio TELLECHEA IDÍGORAS, «La reacción española ante el luteranismo (1520-
1559)», Arbor, 79, n.os 307-308 (1971), pp. 5-19.
16 Francisco DE OSUNA, Ley de Amor y quarta parte del Abecedario espiritual
pp. 100-1.
18 Prudencio DE SANDOVAL, Historia del Emperador Carlos V, Madrid, La Ilus-
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20 GOÑI GAZTAMBIDE, «Lutero», pp. 76-78. Es llamativo que no nos fuese posible
localizar dichos textos en la Biblioteca Nacional de Madrid, lo cual arroja una luz
sobre su limitada circulación.
21 José GOÑI GAZTAMBIDE, «La imagen de Lutero en España: su evolución his-
Kirche. Ed. por Ulrich Horst, Heinz-Gerhard Justenhoven y Joachim Stüben. Stutt-
gart, Berlín, Colonia: Verlag W. Kohlhammer, 1995-97.
23 John E. LONGHURST, Luther and the Spanish Inquisition: the case of Diego de
Uceda, 1528-1529, Albuquerque, University of New Mexico, 1953; ÍD., «Los prime-
ros luteranos ingleses en España (1539). La inquisición en San Sebastián y Bilbao»,
Boletin de Estudios Históricos sobre San Sebastián, 1 (1967), pp. 13-32, aquí pp. 18
y 20, e ÍD., «Luther in Spain, 1520-1540», Proceedings of the American Philosophi-
cal Society, 103:1 (1959), pp. 66-93. Un eco de esa percepción en MENÉNDEZ PELA-
YO, Historia, p. 660: «El hacha fue Lutero, que vino a traer no la reforma, sino la
desolación; no la antigua disciplina, sino el cisma y la herejía: y que, lejos de corre-
gir ni reformar nada, autorizó con su ejemplo el romper los votos y el casamiento
de los clérigos y sancionó en una consulta, juntamente con Melanchton y Bucero,
la bigamia del landgrave de Hesse».
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tilla», Norba, 4 (1983), pp. 317-323. Cf. el juicio sobre la escasa importancia del lu-
teranismo en el movimento comunero en Ludlof PELIZAEUS, Dynamik der Macht.
Städtischer Widerstand und Konfliktbewältigung im Reich Karls V, Münster, Aschen-
dorff, 2007, p. 281.
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33 Vicente ÁLVAREZ, «Relación del camino y buen viaje que hizo el príncipe de
España Don Phelipe Nuestro Señor, año del nascimiento de nuestro salvador y re-
demptor Jesuchristo de 1548 años, que passó de España en Italia y fue por Ale-
mania hasta Flandres donde su padre el emperador y rey don Carlos nuestro señor
estava en la villa de Bruselas. 1551». Transcripción y edición por José María DE
FRANCISCO OLMOS y Paloma CUENCA MUÑOZ, en CALVETE DE ESTRELLA, El felicíssimo
viaje, pp. 597-681, aquí pp. 669-70.
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34 Ibídem, p. 671.
35 Ya en el siglo XIX se puede citar a Adolfo CASTRO Y ROSSI, La historia de los
protestantes españoles y de su persecución por Felipe II. Cádiz, Revista Medica, 1851.
(trad. alemana Sauerländer, Frankfurt, 1866). Ernst SCHÄFER, Beiträge zur Geschichte
des spanischen Protestantismus und der Inquisition im sechzehnten Jahrhundert. Gü-
tersloh, C. Bertelsmann, 1902, 3 vols. Una historia reciente, aunque de corte un tan-
to positivista, también en Jesús ALONSO BURGOS, El luteranismo en Castilla durante
el siglo XVI. Autos de fe de Valladolid de 21 de mayo y de 8 de octubre de 1559. San
Lorenzo de El Escorial, Swan, 1983.
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mador alemán. México, Fondo de Cultura Económica, 2008. Veáse también la bi-
bliografía en la nota 58.
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39 Robert SCRIBNER, For the Sake of the Simple Folk. Popular Propaganda for the
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Luis Andrés Murillo. Madrid, Castalia, 1978, tomo I, p. 451. De manera general so-
bre Cervantes, cf. BATAILLON, Erasmo y España, pp. 777-801.
41 SCHMIDT, Spanische Universalmonarchie, passim.
42 Guillén DE LA CARRERA, Manifiesto de España y Francia, Biblioteca Nacional
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45 Para una breve discusión crítica del concepto de confesionalización para Es-
paña, cf. Peer SCHMIDT, «Inquisitoren – Mystikerinnen – Aufklärer. Religion und Kul-
tur in Spanien zwischen Barock und Aufklärung», en Peter Claus HARTMANN (ed.),
Religion und Kultur im Europa des 17. und 18. Jahrhunderts. Frankfurt a. M. et al.,
Peter Lang, 2004, pp. 143-166. También los retratos religiosos de otros países eu-
ropeos, obra de historiadores germanófonos en ese volumen, cuestionan en mu-
chos casos la validez del concepto del concepto de confesionalización. Cf. también
Anton SCHINDLING, «Konfessionalisierung und Grenzen von Konfessionalisierbar-
keit», en Anton SCHINDLING y Walter ZIEGLER (eds.), Die Territorien des Reichs im
Zeitalter der Reformation und Konfessionalisierung. Land und Konfession 1500-1650.
Bd. 7: Bilanz–Forschungsperspektiven–Register, Münster, Aschendorff, 1997, pp. 9-44,
aquí pp. 12 y ss.
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Pensionäre: das Netzwerk Philipps II im Heiligen Römischen Reich, Viena, Verlag für
Geschichte und Politik, 2002, p. 218.
47 EDELMAYER, Söldner und Pensionäre, pp. 203-224.
48 THOMAS, La represión, esp. pp. 271-284.
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cias, dirigidas á promover los intereses de España, con los medios y fondos necesa-
rios para su plantificación [1760], Madrid, 1784 [4.ª ed.]. Sobre el interés español
por Europa, vid. Horst PIETSCHMANN, «Das ‘Proyecto económico’ von Bernardo
Ward. Zur Auslandsorientierung der bourbonischen Reformpolitik, en: Siegfried
JÜTTNER (ed.), Spanien und Europa im Zeichen der Aufklärung. Frankfurt/Main, Lang
Publishers, pp. 211-227.
50 María ANGULO EGEA, «La recepción en España de la imagen de Federico II –
cf. Alexandra GITTERMANN, Die Ökonomisierung des politischen Denkens. Neapel und
Spanien im Zeichen der Reformbewegungen des 18. Jahrhunderts unter der Herrschaft
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Karls III, Stuttgart, Franz Steiner Verlag, 2008, particularmente sobre las resisten-
cia a esta «nueva política» a partir del motín de Esquilache, pp. 235-259.
53 Javier HERRERO, Los orígenes del pensamiento reaccionario español, Madrid,
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y demás nuevas sectas convencidas de crimen de Estado contra los soberanos y sus
regalías, contra los magistrados y potestades legítimas. Madrid, 1773-76. Vgl. Javier
HERRERO, Los orígenes del pensamiento reaccionario español. Madrid, Alianza, 1988,
pp. 91-104.
58 ZEBALLOS, La falsa filsosofía, I, p. 103.
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hung ‘Lateinamerikas’ (c. 1808-c. 1860)», en Hans MEDICK y Peer SCHMIDT (eds.),
Luther zwischen den Kulturen. Zeitgenossenschaft – Weltwirkung. Göttingen, Van-
denhoeck und Ruprecht, 2004, pp. 141-163. ÍDEM, «Against ‘False Philosophy’: Bour-
bon Reforms and Counter-Enlightenment in New Spain under Charles III (1759-
1788)», en Renate PIEPER y Peer SCHMIDT (eds.), Latin America and the Atlantic
World – El mundo atlántico y América Latina (1500-1850). Essays in honor of Horst
Pietschmann, Viena/Colonia, Böhlau, 2005, pp. 137-156; ÍD., «Una vieja élite en un
nuevo marco político: El clero mexicano y el inicio del conservadurismo en la épo-
ca de las Revoluciones Atlánticas (1808-1821)», en Sandra KUNTZ FICKER y Horst
PIETSCHMANN (eds.), México y la economía atlántica (siglos XVIII-XX). México, El Co-
legio de México, 2006, pp. 67-105.
61 Ana BARRERO, «La libertad religiosa en la historia constitucional española»,
Revista Española de Derecho Constitucional, 61 (2001), pp. 131-185; Juan María LA-
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los sectores que abogaban por una mayor libertad religiosa fuesen
vinculados no sólo a los liberales, sino en particular un grupo que
simpatizaba con una filosofía de origen germánico: el krausismo.
A pesar del combate por una mayor tolerancia religiosa, el artícu-
lo 11 de la Constitución de 1876 estipulaba la tolerancia de otros
cultos (siempre que permanecieran en el ámbito privado), y tam-
bién reconocía la confesionalidad del Estado. A los intelectuales
que abogaron por una mayor apertura religiosa se les tildó inme-
diatamente de «anticlericales». Contra esta tendencia liberalizado-
ra se pronunció Marcelino Menéndez Pelayo a fines del siglo XIX
y comienzos del siglo XX, como ya hemos visto.
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EL JUDÍO EN ESPAÑA:
LA CONSTRUCCIÓN DE UN ESTEREOTIPO
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tisemitismo en la Corona de Castilla, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1985, p, 107 y ss.
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1996, p. 10.
15 Ibídem, p. 12.
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16 Albert A. SICROFF, Los estatutos de limpieza de sangre, Ed. Siglo XXI, Madrid,
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pañol en París, ese nuevo rey cristiano que hemos sacado del Co-
rán y de la Sinagoga y que sin nosotros sería todavía sarraceno o
judío»18. Ese tal judío o sarraceno era, obviamente, Felipe II.
La posición, pues, de De la Puente estaba condicionada por la
fuerza emocional del momento19; pero no fue el único, porque en
efecto, hubo un nutrido número de eclesiásticos y hombres de pen-
samiento y acción que frente al estereotipo antijudío mayoritario
expresaron un raciocino crítico. Crítico fue fray Hernando de Ta-
lavera cuando a finales del siglo XV pedía a las autoridades más
tiempo y más paciencia para conseguir la cristianización del judío
convertido; crítico fue también Furió Ceriól que, frente al mesia-
nismo político que dividía el mundo en buenos católicos y en ma-
los judíos, moros y herejes, argumentaba, dirigiéndose directa-
mente a Felipe II, que ni la afiliación religiosa ni la pertenencia
étnica determinaban ninguna conducta moral20.
Y tan crítico como Furió Ceriól fue el jesuita padre Mariana,
enemigo declarado de la discriminación racial, o el valiente domi-
nico fray Agustín de Salucio que se atrevió, en plena marejada de
la discriminación, a escribir un discurso muy crítico sobre las gra-
ves injusticias de los famosos estatutos21.
¿Cómo puede justificarse la segregación a causa de la sangre
se preguntaba, fray Agustín? Si los judíos fueron los culpables de
la crucifixión… ¿cómo negar entonces que fueron también ellos los
fundadores de la Iglesia primitiva? ¿No eran María, los apóstoles
y los primeros cristianos también judíos? Y críticos, en fin, hubo
muchos más; porque no se podían ocultar las evidencias: aquella
sociedad forzaba a muchos hombres y mujeres a vivir enmascara-
dos. Justo es reconocer que hubo algunos que optaron por arrojar
la máscara, pero eso conllevaba la elección del exilio, y no siem-
pre tal elección fue una solución.
Joseph Kaplan ha escrito que la diáspora de cristianos nuevos,
salidos de la península Ibérica hacia Ámsterdam y otras juderías
europeas, constituye «una de las mutaciones de identidad más fas-
cinante de la temprana Edad Moderna»22. Mutación, porque aque-
llos cristianos exilados nuevos, se tornaron en nuevos judíos en
18 Ibídem, p. 134.
19 Juan DE LA PUENTE, Conveniencia de dos Monarquías, Madrid, 1612, p. 85.
20 Furió CERIÓL, El consejo y el consejero de príncipes, Amberes, 1559, p. 178.
21 Fray Agustín DE SALUCIO, Discurso acerca de la justicia y buen gobierno de
España en los estatutos de limpieza de sangre, Madrid, 1588, citado en A. SICROF, op.
cit., p. 222.
22 Joseph KAPLAN, «La diáspora judia-española y portuguesa en el siglo XVII.
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23 Ibídem, p. 79.
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1 Sobre este tema hay una abundante bibliografía. Véase de José M.ª MORENO
pp. 15-21.
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5 Hoy Edirne.
6 Pero TAFUR, Andanzas y viajes de un hidalgo español. Madrid, Miraguano y
Polifemo, 1995, pp. 87-88.
7 Robert MANTRAN (dir.), o. c., p. 85.
8 A. PERDUSI, La caduta di Costantinopoli. Milán, L’eco del mondo, 1976.
9 Isabel RIQUER I PERMANYER (ed.), Poemes catalans sobre la caiguda de Cons-
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13 Sobre este tema véase de Francisco VEIGA, El Turco, diez siglos a las puertas
de Europa, Barcelona, Debate, 2006, o STANFORD y Ezel KURAL SHAW: History of the
Ottoman Empire and Modern Turkey. Vol. II, Reform, Revolution and Republic, the
rise of Modern Turkey 1808-1975. Cambridge University Press, 1977
14 La capital la trasladaron a Bratislava.
15 Abert MAS, o. c., vol. I, p. 18.
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16 Paralelamente los húngaros eligieron a Juan Zapolyaí, que contó con el be-
tra los turcos), y durante el asedio también escribió Eine Heerpredigt wider den Tür-
ken (Un sermón de campaña contra el turco). KUMRULAR, o. c., p. 115.
19 Ib., p. 163.
20 Ib., p. 164.
21 Xavier SELLÉS, «Carlos V, el primer cerco otomano de Viena y su repercu-
sión en la literatura hispana del siglo XVI», en Pablo MARTÍN ASUERO (ed.): España-
Turquía, del enfrentamiento al análisis mutuo. Estambul, Isis, 2003 p. 65.
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22 Ib., p. 76.
23 Ib., p. 75.
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27 Albert MAS, Les Turcs dans la Littérature Espagnole du Siècle d’Or, París,
CNRS, 1967, vol. I, p. 18. otro autor que ha tratado este tema es Miguel Angel TEI-
JERIRO FUENTES, Moros y turcos en la narrativa aúrea. Universidad de Extremadura,
1988.
28 Miguel Ángel DE BUNES IBARRA, «Guerra contra los turcos en los textos his-
católica entre los años 1520-1535 y el papel de los estados satélites. Estambul, Isis,
2003.
30 Sobre este tema véase de Bartolomé y Lucile BENNASSAR: Los cristianos de
Alá. La fascinante aventura de los renegados. Madrid, Nerea, 1989, y de Emilio SOLA:
Un Mediterráneo de piratas: Corsarios, renegados. Madrid, Tecnos, 1988.
31 Uno de los más conocidos es Martín de Acuña, a quién se le encargó la mi-
[siglos XVI y XVII]. El comercio con los «enemigos de la fe». Barcelona, Bellaterra, 2001.
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nero, p. 388.
35 Relación del cautiverio y libertad de Diego Galán. Diputación Provincial de
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tarse de Stephane YERÁSIMOS, Les voyageurs dans l’Empire Ottoman (XIVe-XVIe siècles)
bibliographie, itninérarires et inventaire des lieux habités, Ankara, Societé Turque d’-
Histoires, 1991; Jean EBERSOLT, Constantinople Byzantine et les Voyageurs du Levant,
París, Ernest Leroux, 1918 el capítulo III dedicado a los viajeros durante la segun-
da mitad del siglo XVI, pp. 93-115, y de Erhan AFIONCU, Osmanlı Tarihi Araştirma
Rehberi [Guía de estudios sobre la historia otomana antes del Tanzimat]. Estam-
bul, Yeditepe Yayınevi, 2007.
41 Albert MAS, o. c., vol. II, p. 327.
42 Ib., p. 312.
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sigue siendo el de Albert Mas, sobre la versión poética véase de José LÓPEZ DE TORO,
Los poetas de Lepanto, Madrid, CSIC, 1950.
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de John JAY ALLEN, pp. 455-456. El tema de Cervantes y su cautiverio ha sido tra-
tado por Emilio SOLA y José Javier DE LA PEÑA, Cervantes y la Berbería. Madrid, FCE,
1995.
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enfrentaban a los moros que, tras robar el Madero de la Cruz, este estaba en po-
sesión de su rey, el cual no era otro que el Sultán Turco Solimán, por lo que se en-
frentaban a él para recuperarlo. Los moros terminan por reconocer la supremacía
de la fe cristiana, abjuran y se bautizan. Al final todos se abrazan y entonan cán-
ticos a Dios y a la Virgen del Socorro, patrona de la villa. Fiestas con argumentos
similares tenían lugar en Cuzco, en el carnaval de Ouro en Bolivia y otros lugares
de Venezuela, Guatemala, Colombia y Ecuador. Constantino CONTRERAS, «Teatro fol-
klórico: una representación de moros y cristianos», en Estudios Filológicos, Uni-
versidad Austral de Chile, C. I, 1965, pp. 81-89. Agrdezco a Paulino Toledo esta re-
ferencia.
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Oriente al reencuentro con los sefardíes (1784-1918). Estambul, Isis, 2005, p. 29.
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1 Geoffrey PARKER, «Spain, her Enemies and the Revolt of the Netherlands,
1559-1648», Past and Present, 49 (1970), pp. 72-95, publicado en castellano en dos
traducciones distintas: como «España, sus enemigos y la rebelión de los Países Ba-
jos, 1559-1648», en John H. ELLIOTT (ed.), Poder y sociedad en la España de los Aus-
trias, Barcelona, Crítica, 1982, pp. 115-144, y como «España, sus enemigos y la re-
vuelta de los Países Bajos, 1559-1648», en el volumen recopilatorio de Geoffrey
PARKER, España y los Países Bajos, 1559-1659, Madrid, Rialp, 1986, pp. 17-51, con
el añadido de una breve introducción del autor.
119
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2 Geoffrey PARKER, The Grand Strategy of Philip II, New Haven, Yale UP, 1998
(versión castellana: La gran estrategia de Felipe II, Madrid, Alianza, 1998); ÍDEM, The
World is Not Enough: The Imperial Vision of Philip II of Spain, Waco (Texas), Bay-
lor UP, 2000.
3 Geoffrey PARKER, The Army of Flanders and the Spanish Road (1567-1659),
the Logistics of Spanish Victory and Defeat in the Low Countries’ Wars, Cambridge,
CUP, 1972 (versión castellana: El Ejército de Flandes y el Camino Español 1567-1659,
Madrid, Alianza Editorial, 1985); ÍDEM, «The Dutch Revolt and the Polarization of
the International Politics», Tijdschrift voor Geschiedenis, 39 (1976), pp. 429-444, in-
cluido en Geoffrey PARKER y L. SMITH (eds.), The General Crisis of the XVIIth Century,
Londres, Routledge, 1978, pp. 57-82, y traducido en ÍDEM, España y los Países Ba-
jos, 1559-1659, pp. 81-111; ÍDEM, The Dutch Revolt, Londres, Allen Lane 1977.
4 Geoffrey PARKER, España y la rebelión de Flandes, Madrid, Nerea, 1989.
5 Vid. al respecto Simon GROENVELD, «Image and Reality: The Historiography
of the Dutch Revolt against Philip II» (1984), en Hugo DE SCHEPPER y Peter J. A. N.
RIETBERGEN (eds.), España y Holanda. Ponencias de los coloquios hispano-holande-
ses de historiadores / Handelingen van de nederlands-spaanse historische colloquia,
120
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cultural de la nación belga vid. Hans-Joachim LOPE, «Zur Diskussion um die Iden-
tität der Belgier im Umfeld der Revolution von 1830», en Bernhard GIESEN (ed.),
Nationale und kulturelle Identität, Studien zur Entwicklung des kollektiven Bewuss-
tseins in der Neuzeit 1, Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 1991, pp. 426-450. Del mis-
mo autor, un caso ejemplar: «Gottfried von Bouillon und die Belgier des 19. Jahr-
hunderts», en Helmut BERDING (ed.), Mythos und Nation. Studien zur Entwicklung
des kollektiven Bewusstseins in der Neuzeit 3, Fráncfort del Meno, 1996, Suhrkamp,
pp. 185-197.
8 Ellen KROL, «Dutch», en Manfred BELLER y Joep LEERSSEN (eds.), Imagology,
pp. 142-145.
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gan a considerar a los Países Bajos, en el contexto de la revuelta contra Felipe II,
como ejemplo de un incipiente nacionalismo moderno. Vid. Hans-Ulrich WEHLER,
Nationalismus. Geschichte, Formen, Folgen, Múnich, Beck, 2001, pp. 18-19. Sobre
las distintas formas de propaganda vid. Pieter A. M. GEURTS, De Nederlandse Ops-
tand in de pamfletten 1566-1584, Nimega, Centrale Drukkerij, 1956; Daniel R. HORST,
De Opstand in zwart-wit. Propagandaprenten uit de Nederlandse Opstand (1566-1584),
Zutphen, Walburg Pers, 2003, así como los trabajos incluidos en el número mono-
gráfico de la revista De zeventiende eeuw (10/1 (1994)), dedicado al tema de la Re-
vuelta de los Países Bajos desde la perspectiva de la Historia Cultural.
12 Por ejemplo, el escritor holandés Cees Nooteboom, buen conocedor de la
123
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los Países Bajos, y ello sin excesiva diferenciación entre los diver-
sos estados surgidos de éstos. Pero esta presuposición se funda-
menta en buena parte en la proyección de los «demonios familia-
res» propios. En términos generales, es cierto que la Leyenda Negra
española ha servido durante un tiempo como seña de identidad na-
cional para belgas y holandeses13. Pero no lo es menos que sus efec-
tos inmediatos sobre las «imágenes del otro» resultan a estas altu-
ras casi inapreciables. En Bélgica, por ejemplo, un examen de los
manuales de historia utilizados en la enseñanza desde mediados
del siglo XIX muestra efectivamente cómo los acentos negativos su-
peran ampliamente a los positivos en cuanto a la caracterización
de la presencia española en los Países Bajos y, sobre todo, de su fi-
gura más señera, el Duque de Alba14. Sin embargo, esta insisten-
cia en los aspectos más polémicos de la relaciones hispano-fla-
mencas se concentra en las décadas inmediatamente posteriores a
la independencia del estado belga y queda muy matizada por el
trabajo de la historiografía y el hispanismo del siglo XX15. La anéc-
13 K. W. SWART, «The Black Legend during the Eighty Years War», en John
SELWYN BROMLEY y Ernst HEINRICH KOSSMANN (eds.), Britain and the Netherlands,
Volume V. Some Political Mythologies, Papers delivered to the Fifth Anglo-Dutch His-
torical Conference, La Haya, Nijhoff, 1975, pp. 36-55; Judith POLLMANN, «Eine na-
türliche Feindschaft: Ursprung und Funktion der schwarzen Legende über Spanien
in den Niederlanden, 1560-1581», en Franz BOSBACH (ed.), Feindbilder. Die Darste-
llung des Gegners in der politischen Publizistik des Mittelalters und der Neuzeit, Co-
lonia/Weimar/Viena, Böhlau, 1992, pp. 73-93; Werner THOMAS, «1492-1992: hero-
pleving van de ‘Zwarte Legende’»?, Onze Alma Mater, 46/4 (1992), pp. 394-414; Dirk
MACZKIEWITZ, Der niederländische Aufstand, pp. 256-264.
14 Acerca de la imagen del Duque de Alba en los Países Bajos meridionales vid.
Lieve BIEHELS, «El duque de Alba en la conciencia colectiva de los flamencos», Foro
Hispánico, 3 (1992), pp. 31-43.
15 Sobre la situación de partida vid. Jacobus WILHELMUS SMIT, «The Present
Position of Studies Regarding the Revolt of the Netherlands», en John SELWYN BROM-
LEY y Ernst HEINRICH KOSSMANN (eds.), Britain and the Netherlands, Volume I. Pa-
pers Delivered to the Oxford-Netherlands Historical Conference 1959, Londres, Chat-
to & Windus, 1960, pp. 11-28; Guido DE BRUIN, «De geschiedschrijving over de
Nederlandse Opstand», in: Historiografie sinds 1945, Utrecht/Amberes, 1983, pp. 48-
82; Groenveld, «Image and Reality«; A. F. MELLINK, «De Nederlandse Opstand in de
geschiedbeoefening door buitenlanders 1885-1985», Bijdragen en mededelingen be-
treffende de geschiedenis der Nederlanden, 100 (1985), pp. 606-617; Henk F. K. VAN
NIEROP, «De troon van Alva. Over de interpretatie van de Nederlandse Opstand»,
Bijdragen en mededelingen betreffende de geschiedenis der Nederlanden, 110 (1995),
pp. 205-223; Jan LECHNER, «L’image de l’Espagne aux Pays Bas, 1824-1945», en Hugo
DE SCHEPPER y Peter J. A. N. RIETBERGEN (eds.), España y Holanda, pp. 93-106, es-
pecialmente 104ss. Werner THOMAS, «La historiografia belga y el mundo hispáni-
co», en Robin LEFERE (ed.), Memorias para el futuro: I Congreso de Estudios Hispá-
nicos en el Benelux, Bruselas, Vrij Universiteit, 2005, pp. 159-183.
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gica. Una buena síntesis sobre el tema en Horst LADEMACHER, Nederland en Duits-
land. Opmerkingen over een moeizame relatie, Nimega, Faculteit der Letteren Ka-
tholieke Universiteit, 1995; ÍDEM, Die Niederlande. Politische Kultur zwischen
Individualität und Anpassung, Berlín, Propyläen, 1993, pp. 568-569, con una com-
paración implícita de de la situación mental y de las actitudes de la población ne-
erlandesa ante la represión alemana en el período 1940-1945 y la acción del Tri-
bunal de los Tumultos en tiempos del Duque de Alba.
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grafía nacionalista española del siglo XIX. A modo de ejemplo, vid. Antonio FERRER
DEL RÍO, Decadencia de España. Primera parte. Historia del levantamiento de las Co-
munidades de Castilla, 1520-1521, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Mellado,
1850, passim: los flamencos consideraban España como «su América» y trataron a
los españoles como «sus indios». Una buena introducción sobre los mecanismos de
competencia interfaccional de la Corte en los que se integraron los consejeros fla-
mencos de Carlos, en José MARTÍNEZ MILLÁN, «Las élites de poder durante el reina-
do de Carlos V a través de los miembros del Consejo de Inquisición (1516-1558)»,
Hispania, 48 (1988), pp. 103-167.
27 Vid. Dorothy MACBRIDE NORRIS, «Chaucer’s Pardoner’s Tale and Flanders»,
Publications of the Modern Language Association of America, 48/3 (1933), pp. 636-
641. Los versos de Chaucer dejan poco lugar a dudas sobre su antipatía por los fla-
mencos: «In Flanders, once, there was a company / Of young companions given to
folly, / Riot and gambling, brothels and taverns; / And, to the music of harps, lutes,
gitterns, / They danced and played at dice both day and night. / And ate also and
drank beyond their might» («En Flandes, había un grupo de jóvenes compañeros da-
dos a la locura, / El tumulto y el juego, los burdeles y tabernas; / Y, acompañados por
la música de arpas, laúdes y vihuelas, / Bailaban y jugaban a los dados día y noche. /
Y comían y bebían más allá de lo posible»).
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28 Vicente LÓPEZ, Relación del camino y buen viage que hizo el Príncipe de Es-
paña don Phelipe nuestro señor (Bruselas, 1551), citado aquí por la edición crítica
de M.-T. DOVILLÉE (Relation du beau voyage que fit aux Pays-Bas, en 1548, le prince
Philippe d’Espagne, Bruselas, Presses Académiques Européennes, 1964, pp. 123-
129); Cristóbal CALVETE DE ESTRELLA, El felicíssimo viaie del mvy alto y mvy pode-
roso príncipe don Philippe, hijo del emperador don Carlos Quinto Máximo, desde Es-
paña a sus tierras de la baxa Alemaña: con la descripción de todos los Estados de
Brabante y Flandes, Amberes, 1552; posteriormente Luigi GUICCIARDINI, Descrittione
di Lodovico Guicciardini patritio fiorentino di tutti i Paesi Bassi, altrimenti detti Ger-
mania inferiore, Amberes, 1567, citado aquí por la traducción francesa: Description
de touts les Pais-Bas, autrement appelés. la Germanie inférieure ou basse Allemagne,
Amberes, 1582, pp. 48-57. Edición española moderna del Viaje de Calvete, con di-
versos estudios y apéndices (entre otros, el texto de Álvarez), a cargo de Paloma
CUENCA: Juan Cristóbal CALVETE DE ESTRELLA, El felicíssimo viaje del muy alto y muy
poderoso Príncipe Don Phelippe, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración
de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2001.
29 Paradójicamente, la percepción de la diferencia confesional también podía
tener, según fuese la perspectiva, efectos radicalmente distintos sobre los estereo-
tipos. Desde Inglaterra, por ejemplo, y especialmente después del fracaso de la Ar-
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glo XVI: el erasmismo tardío de Felipe de la Torre», en La oposición política bajo los
Austrias, Barcelona, 1972, pp. 53-92.
33 Gustaaf JANSSENS, «Españoles y portugueses en los medios universitarios de
Lovaina (siglos XVI y XVII)», Foro Hispánico, 3 (1992), pp. 13-29, aquí 17.
34 Real Academia de la Historia, Proceso de Carranza, vol. IX, pp. 350-60, ci-
tado aquí por la edición de Tellechea Idígoras: vid. José Ignacio TELLECHEA IDÍGO-
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nando Alvarez de Toledo, Third Duke of Alba. 1507-1582, Berkeley, University of Ca-
lifornia Press, 1983, citado aquí por la traducción castellana: El Gran Duque de Alba.
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103-144.
38 MALTBY, El Gran Duque de Alba, p. 179.
39 Sobre las dimensiones de la represión vid. Gerhard GÜLDNER, Das Toleranz-
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rio del III duque de Alba don Fernando Álvarez de Toledo, Madrid, Real Academia de
la Historia, 1952, vol. 2, pp. 32-36.
42 Albert W. LOVETT, «Some Spanish Attitudes to the Netherlands 1572-1578»,
da, emendada y añadida en este ultima edicion hasta la fin del anno de ochenta, Pra-
ga, 1581.
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44 Antonio CARNERO, Historia de las gverras civiles qve ha avido en los Estados
de Flandes des del año 1559. hasta el de 1609. y las cavsas de la rebelión de dichos
estados, recopilada y escrita por el contador Antonio Carnero, que lo ha sido de los
exércitos de dichos Estados, Bruselas, 1625, publicado parcialmente en neerlandés
por Johan Brouwer, Kronieken van Spaansche soldaten uit het begin van den Tach-
tigjarigen Oorlog. Sobre el texto, vid. también Gustaaf JANSSENS, «De Historia de las
guerras civiles […] en Flandes y las causas de la rebelión de dichos estados van An-
tonio Carnero (1625)», De Zeventiende eeuw, 10/1 (1994), pp. 65-72.
45 Así, por ejemplo, el propio CORNEJO: Anton VAN DER LEM y Bahar TURKOGLU,
1661, Oxford, OUP, 1986; ÍDEM, The Dutch Republic: Its Rise, Greatness, and Fall,
1477-1806, Oxford, OUP, 1995.
136
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2 vols., edición revisada de Mario Góngora, Santiago de Chile, Ed. Andrés Bello,
1989.
49 Mario GÓNGORA, Ensayo histórico sobre la noción de estado en Chile en los
siglos XIX y XX, Santiago, Universitaria, 1981. Matización de este lugar común sobre
Chile en Alfredo JOCELYN-HOLT, Historia General de Chile, vol. 2: Los Césares perdi-
dos, Santiago de Chile, Editorial Sudamericana, 2004, pp. 209-228. Vid. también
Carlos LÁZARO ÁVILA, Las fronteras de América y los Flandes Indianos, Madrid, CSIC,
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1997, ampliando incluso la aplicación del concepto a otros casos de conflicto con
grupos étnicos en los márgenes del Imperio (chichimecas, chaqueños, chiriguanos
y pampas); otro ejemplo de traslación conceptual al ámbito colonial, en este caso
ya en clave de competencia entre imperios, en Clicie ADAO, «Chile holandés o Flan-
des indiano en la visión de Gaspar Barléu», en José Manuel SANTOS PÉREZ y Geor-
ge Félix CABRAL DE SOUZA (eds.), El desafío holandés al dominio ibérico en Brasil en
el siglo XVII, Salamanca, Universidad, 2006, pp. 237-254.
138
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SECCIÓN II
PEDRO RÚJULA
Universidad de Zaragoza
2008, p. 99.
3 Vid. Emilio LA PARRA, Manuel Godoy. La aventura del poder, Tusquets, Barce-
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ceses en España ponía de manifiesto una relación desigual. «La nation espagnole
face à Napoléon: résistance et collaboration», en Jean-Clément MARTIN, Napoléon
et l’Europe, Presses Universitaires de Rennes, Rennes, 2002, p. 153.
7 José GARCÍA DE LEÓN Y PIZARRO, Memorias, Centro de Estudios Políticos y
142
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Cambio de rumbo
Pero ¿cómo explicar de manera elocuente tan vertiginoso cam-
bio de actitud? La solución estaba en valerse de un chivo expiato-
rio, que en este caso ya estaba fabricado: Godoy, «el perverso Go-
doy, que abusando de la excesiva bondad de nuestro Rey Carlos IV,
se apropió en diez y ocho años de favor, los bienes de la Corona,
los intereses de los particulares, los empleos públicos, que distri-
buía infamemente, todos los títulos, los honores, y hasta el trata-
miento de Alteza, con las dignidades de Generalísimo y Almirante,
8 «Carta circular del real consejo de la Inquisición a los tribunales del Santo
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creación de esta Junta Suprema de Sevilla, que en nombre del Señor Fernando VII
gobierna los Reynos de Sevilla, Córdoba, Granda, y Jaén», Sevilla, 17 de junio de
1808. Demostración de la lealtad española: colección de proclamas, bandos, órdenes,
discursos, estados de ejército, y relaciones de batallas publicadas por las juntas de go-
bierno, o por algunos particulares en las actuales circunstancias, Imprenta de Re-
pullés, Madrid, 1808, t. I, pp. 100-101.
12 «Segonas coblas de lo fins ara succehit», recogida en Max CAHNER, Litera-
caso de Zaragoza en «Los años de los Sitios», estudio introductorio a Faustino Ca-
samayor, Años políticos e históricos de las cosas más particulares ocurridas en la Im-
perial, Augusta y Siempre Heroica Ciudad de Zaragoza. 1808-1809, Editorial Comu-
niter-Institución «Fernando el Católico», Zaragoza, 2008, pp. 13-28.
14 Véase, por ejemplo, la carta de la Junta Suprema de Gobierno dirigida al
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cia de que los franceses contaban con una enorme y eficaz ma-
quinaria a su servicio para el control de la opinión pública. Era
necesario hacer frente a las «falsedades y perpetuas contradiccio-
nes» esparcidas por «miserables autores» a través de los diarios del
mismo Madrid, desmentir a esos «charlatanes gaceteros franceses,
hasta su Monitor», y que se descubran en España y en Europa «sus
mentiras horribles y sus elogios venales»18.
Por otro lado, definir al enemigo operaba también en clave iden-
titaria. En aquel momento de confusión extrema y de enorme des-
concierto, la definición del otro se convirtió en una buena mane-
ra de construir por contraposición los argumentos y los principios
que caracterizaban al bando patriota. Cumplía, en tercer lugar, una
función ideológica, pues a través de su perfil en negativo fue po-
sible caracterizar los valores y principios que representaba el mo-
vimiento de resistencia. Y, finalmente, ya lo hemos anticipado, ser-
vía al objetivo político de apropiarse del movimiento por parte de
los sectores fernandinos pues, identificando a Godoy con el ene-
migo, echaba en manos de los partidarios de Fernando a todo el
país. La guerra iba a ser productiva para este grupo, deseable in-
cluso, porque de ella surgía el liderazgo indiscutible en el campo
español, el fortalecimiento de su posición por la necesidad de con-
vertirse en el referente de la guerra y, si llegaba la victoria, la po-
sibilidad de restaurar por la vía armada lo que se acababa de per-
der por la vía diplomática.
Fruto de la urgencia y de una finalidad eminentemente prácti-
ca19, la construcción del otro no contó ni con el tiempo ni con el
clima reflexivo necesarios para definir ideas, calcular estrategias y
propagar los nuevos mensajes en el cuerpo social. Nada de nuevos
mensajes, nada de nuevas estrategias y muy pocas ideas nuevas.
Para una ocasión como aquella resultaba mucho más práctico re-
currir al arcón de las viejas ideas ya formadas, difundidas e interio-
rizadas por el común de los habitantes de la monarquía20.
146
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ficultad de generar dinámicas a partir de nuevas ideas véase José ÁLVAREZ JUNCO,
Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Taurus, Madrid, 2001, p. 117.
21 La obra indispensable de referencia sobre esta guerra es Jean-René AYMES,
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Mentira y traición
Uno de los objetivos prioritarios de los primeros mensajes di-
rigidos a la población fue tratar de explicar qué es lo qué había su-
cedido para que los aliados de ayer fuesen hoy los peores enemi-
gos. Era preciso transmitir la idea de que acababa de producirse
un hecho trascendental que había transformado profundamente la
situación. Conscientes de que unos días antes los franceses habían
sido presentados como firmes aliados, había que esforzarse en co-
municar los motivos de ese cambio radical de actitud. La línea ar-
gumental se apoyaba en dos elementos: la mentira y la traición.
A través de la mentira podía justificarse el tiempo de la admi-
ración y la amistad con el emperador. «Y es verdad que hasta el
presente un gran número de españoles creían que Napoleón era
hombre de bien, ingenuo, amigo y consiguiente»25. Este, para con-
sumar el engaño, había hecho un uso perverso de los instrumen-
tos que permitían formar la opinión, pues «esparce diarios y libe-
los sediciosos para corromper la opinión pública, y en los cuales
protestando el respeto a las leyes y a la religión, atropella, burla,
insulta a las unas y a la otra»26. Había llegado a convertir en su
instrumento tanto la prensa española como la francesa –«calum-
nias y baldones esparcidos, tanto en el sedicioso Diario de Madrid,
como en otros periódicos franceses»–27, un control de lo impreso
que denunciaba una canción del momento y refiriéndose a Murat
decía: «Esparce mil papeles / De horrible seducción, / Y hace ver
con descaro / De su amo la traición»28.
El engaño despojaba el destronamiento de Fernando VII de
cualquier grandeza que permitiera compararlo con las conquistas
150
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t. I, p. 37.
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p. 171
37 Javier Herrero, señala que, en la voz de los predicadores, Napoleón apare-
ce como la encarnación del «mal absoluto». Los orígenes del pensamiento reaccio-
nario en España, Alianza Universidad, Madrid, 1988, p. 379.
153
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Francia y el ejército
Es esta última vertiente citada en el texto anterior, la del tira-
no, la que trató de subrayarse para poder establecer distinciones
entre Francia y Napoleón e intentar dividir las fuerzas del adver-
sario. Para ello, Francia se presentará también como otra víctima
de Napoleón. «La Francia salió ufana de la opresión monárquica,
y se presentó al mundo vestida de galas ensangrentadas, enarboló
la bandera de su libertad e igualad, y vino a ser en poco tiempo es-
clava de un déspota»39. Su economía estaba seriamente dañada por
la insaciable ambición del tirano. «Sabed que la guerra que ha sos-
tenido por tantos años ha debilitado en fin en gran manera a esta
nación. Que el despotismo y desmedida ambición de su tirano han
apurado sus riquezas y población. La agricultura está en manos de
las mujeres, y la miseria y la pobreza reinan en todo este Imperio,
que no puede ya sobrellevar las contribuciones excesivas de hom-
bres y de dinero, y en donde es general en todos los ánimos el des-
contento de su durísimo gobierno»40. La situación ha llegado a tal
154
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cit., t. I, p. 32.
42 Sevilla, 29 de mayo de 1808. Demostración de la lealtad española…, op. cit.,
t. I, p. 19.
43 Demostración de la lealtad española…, op. cit., t. II, p. 124.
44 Demostración de la lealtad española…, op. cit., t. I, p. 190
155
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t. I, p. 37-39
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157
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tos que tuvieron lugar en esta ciudad abierta durante los dos sitios que sostuvo en
1808 y 1809, Institución «Fernando el Católico», Zaragoza, 2009, p. 35.
53 «Murcianos», Murcia, 20 de junio de 1808. Demostración de la lealtad espa-
t. I, p. 37-39
158
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t. II, p. 27.
57 «Discurso de la suprema junta de Granada», julio de 1808. Demostración de
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Epílogo
Tras las derrotas francesas del Bruch, Bailén y Zaragoza, José I
tuvo que abandonar Madrid68. La respuesta patriótica había con-
seguido su objetivo. La construcción del enemigo se había revela-
do todo un éxito. La rapidez con la que había tenido que llevarse
a cabo el proceso no había afectado de manera sensible ni a la res-
puesta ni al resultado. El éxito principal residía en haber sabido
extraer los materiales de lo más profundo de la cultura política del
momento y combinarlos de manera conveniente para, a través de
144-5.
68 Como obras de referencia sobre el desarrollo militar de la guerra pueden
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da de los primeros días. No, porque la nueva ofensiva iba a ser más
contundente y duradera que la primera. Y no, porque invocar de
nuevo a la fuerza colectiva de la nación contra el enemigo exterior
no iba a ser posible durante mucho tiempo sin ofrecer a cambio
unas contrapartidas políticas que transformarían radicalmente el
escenario ideológico español de la guerra.
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2 Miguel Ángel BUNES IBARRA, La imagen de los musulmanes y del Norte de Afri-
ca en la España de los siglos XVI y XVII. Los caracteres de una hostilidad, Madrid:
CSIC,1989; Eloy MARTÍN CORRALES, La imagen del magrebí en España. Una perspec-
tiva histórica. Siglos XVI-XX, Barcelona: Bellaterra, 2002.
3 Mercedes GARCÍA-ARENAL y Miguel Ángel BUNES IBARRA, Los españoles en el
Norte de Africa. Siglos XV-XVIII, Madrid: Mapfre, 1992; Emilio SOLA CASTAÑO, Un Me-
diterráneo de piratas, corsarios, renegados y cautivos, Madrid: Tecnos, 1988, y Mi-
guel Ángel TEIJEIRO FUENTES, Moros y turcos en la literatura aúrea (El tema del cau-
tiverio), Cáceres: Universidad de Extremadura, 1987.
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(siglos XVI-XVIII). El comercio con los «enemigos de la fe», Barcelona: Bellaterra, 2001.
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7 C. R. PENNELL, Morocco since 1830: A History, Londres: Hurts & Co., 2000.
8 Eloy MARTÍN CORRALES, «El patriotismo liberal contra Marruecos (1814-1848).
Antecedentes de la Guerra de África de 1859-1860», Illes i Imperis. Estudis d’histò-
ria de les Societats en el món colonial i postcolonail, 7 (2004), pp. 11-44.
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los siglos XVIII y XIX», en Pablo MARTÍN ASUERO (ed.): España-Turquía. Del enfrenta-
miento al análisis mutuo. Actas de las I Jornadas de Historia organizada por el Ins-
tituto Cervantes de Estambul en la Universidad del Bósforo los días 31 de octubre y
1 y 2 de noviembre de 2002, Estambul: Ediciones Isis, 2003, pp. 253-70. Igualmen-
te, vid. nuestro artículo «El Hombre Enfermo de Europa en la literatura de cordel.
Una visión hispana del Imperio Otomano a lo largo del siglo XIX», Illes e Imperis.
Estudis d’història de les societats en el món colonial i postcolonial, 10/11(2008), pp.
133-52.
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pasa-Calpe, 1988.
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17 Alejandro GARCÍA GARCÍA, Historias del Sáhara, el mejor y el peor de los mun-
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cial, entre buena parte de los oficiales y jefes que habían tenido o
tenían responsabilidades políticas en la colonia (que incluso ha-
bían llegado a negociar con los independentistas saharauis). Sólo
así se comprende el «olvido» de tantos vehículos, armamento y mu-
nición española que, naturalmente, fue a parar a manos de los mi-
litantes del Polisario. Y que en el fuselaje del avión que llevó des-
de el Aaiun hasta Canarias a los últimos militares de la ex colonia
alguien (que no podía ser sino un militar) hubiera escrito «Viva el
Polisario».
Como resultado de lo anterior, la casi totalidad de la sociedad
española, con contadas excepciones, mostró claramente sus sim-
patías para con los saharauis, lo que equivalía casi tanto como a
mostrar antipatía por la postura marroquí18. En una España que,
laboriosamente, iba construyendo un sistema democrático, se es-
tableció una ecuación extremadamente simplista: saharaui igual a
libertad y democracia, marroquí igual a dictadura y despotismo19.
Por si lo anterior no fuera poco, los conflictos en torno a los
caladeros saharianos contribuyeron a enturbiar aun más las rela-
ciones entre España y Marruecos y a hacer aun más negativa la
imagen de los marroquíes. No debe sorprender (atendido que los
pescadores españoles llevaban faenando en la zona desde la Edad
Media) que se instara al gobierno español a denunciar el Acuerdo
Tripartito y se apoyara a los saharauis, así como que en algunas
de las manifestaciones de pescadores gallegos afectados por el
cierre de los caladeros saharianos por los marroquíes, surgieran
gritos que exigían al gobierno el envío de buques de guerra a los
caladeros saharianos. Coincidiendo con lo anterior, la intensifica-
ción de la reivindicación marroquí sobre Ceuta y Melilla, con cla-
ras alusiones también a las islas Canarias, contribuyó a deteriorar
la imagen de Marruecos en España (las alusiones caricaturescas a
la II Reconquista de la península, lideraba por Hassan II, menu-
dearon en la prensa del momento).
Las tensas relaciones hispano-marroquíes debidas a la desco-
lonización del Sáhara y a la actividad pesquera en los caladeros
saharianos, se solaparon temporalmente con las consecuencias de
las derrotas árabes frente a Israel en 1967 y 1973, con la espec-
tacular irrupción en Occidente del denominado «terrorismo ára-
be» y con las repercusiones de la primera crisis del petróleo (una
portada del semanario humorístico El Jueves, mostraba a un eu-
ropeo temblando a la hora de llenar el depósito de gasolina de su
vehículo al ser literalmente asaltado por un jeque árabe que esgri-
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LA IGLESIA Y EL VATICANO,
ENEMIGOS DE LA ESPAÑA LIBERAL
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2 La Tribuna del Pueblo, 6/9/1851, citado por Florencia PEYROU, Tribunos del
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7 Un bosquejo de los fraudes que las pasiones de los hombres han introducido
en nuestra santa religión, Palma de Mallorca, Miguel Domingo, 1813, p. 18. Citado
por Emilio LA PARRA, «Los inicios del anticlerical español…», p. 42. En la p. 44 se
mencionan las referencias del párrafo siguiente.
8 La primera cita procede de Cuenta de los millones que paga anualmente el
pueblo español por leyes y arbitrios religiosos, Málaga, Antonio Quinconzes, 1820,
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p. 12; las otras dos proceden de S. MIÑANO, Lamentos políticos de un Pobrecito Hol-
gazán, Madrid, 1820. Las tres citas, en Emilio LA PARRA, «Los inicios del anticleri-
cal español…», pp. 49-50.
9 Cita reproducida por Emilio LA PARRA, «Los inicios del anticlerical espa-
ñol…», p. 53. Los intentos de establecer una Iglesia hispana, relativamente inde-
pendiente de Roma, no prosperaron; véase Manuel REVUELTA GONZÁLEZ, La Iglesia
española en el siglo XIX. Desafíos y respuestas, Madrid, Universidad Pontificia Co-
millas, 2005, p. 27.
10 Antonio MOLINER PRADA, «Anticlericalismo y revolución liberal (1833-1874)»,
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p. 24.
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Quería así que el pueblo viera las diferencias entre «los pacífi-
cos religiosos liberales» y «esas hienas iracundas que sobre los en-
sangrentados escombros de su patria tratan de erigir el abomina-
ble trono del absolutismo». Otro artículo del mismo número
titulado «Religión y república» presentaba a esta como el gobier-
no basado en los principios de la religión verdadera. Siguiendo la
combinación de valores morales cristianos y de anticlericalismo tí-
pica del ideario demo-republicano de la época, afirmaba que la Re-
pública protegería la religión y sus ministros, con lo que contri-
buiría a la reconciliación nacional. Y como culpables de los
problemas de la sociedad española, señalaba a la monarquía: a los
reyes, calificados de fanáticos, y sus gobiernos14.
Hacia mediados del siglo XIX, diversos factores contribuirían a
que las críticas como potenciales enemigos de España dirigidas
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17 José ÁLVAREZ JUNCO, Mater Dolorosa…, pp. 392-402 y 417-431. Santos Juliá,
La Iglesia española en el siglo XIX…, pp. 96-97. Véanse también William J. CALLAHAN,
Iglesia, poder y sociedad en España, 1750-1874, Madrid, Nerea, 1989 y José Manuel
CUENCA TORIBIO, Sociología del episcopado español e hispanoamericano, Madrid, Pe-
gaso, 1986. Para el neocatolicismo, Begoña URIGÜEN, Orígenes y evolución de la de-
recha española: el neocatolicismo, Madrid, CSIC, 1986. De la centralización de la
Iglesia y su trascendencia para los conflictos Iglesia-Estado en Europa se ocupa
Christopher CLARK, «The New Catholicism and the European culture wars», en
Christopher CLARK y Wolfram KAISER (eds.), Culture Wars. Secular-Catholic Conflict
in Nineteenth-Century Europe, Cambridge, CUP, 2003, pp. 11-46.
191
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19 Florencia PEYROU, Tribunos del pueblo…, p. 282. En 1856 se oían estos ver-
sos en Ronda: «No quiero Reyes ni Reina / Ni Papa ni religión / Lo que quiero es
la República / y la disolución / ¡A las armas, valientes republicanos!», citados en
Clara E. Lida, Anarquismo y revolución en la España del siglo XIX, Madrid, Siglo XXI,
1972, p. 70.
20 San Antonio M.ª CLARET, Autobiografía, Barcelona, 1985, cita extraída del
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larizó a finales del reinado isabelino, sobre todo desde 1865 al hilo
de la publicación del Syllabus y del reconocimiento del Reino de
Italia por el gobierno español21. El anticlericalismo se recrudeció
en esos años y atacó el monopolio del clero sobre las conciencias,
el concordato, la unidad católica, las riquezas de la Iglesia, el po-
der temporal del Papa o la connivencia del Estado con los privile-
gios eclesiásticos. Las exigencias de libertad religiosa y de limitar
la influencia del clero al ámbito privado y espiritual culminaron
con la aprobación de la libertad de cultos en la Constitución de
1869, que acabó, aunque sólo por seis años, con la confesionali-
dad de la nación española.
García Cuesta; véase Manuel REVUELTA GONZÁLEZ, La Iglesia española en el siglo XIX…,
p. 58.
22 Gregorio DE LA FUENTE, «El enfrentamiento entre clericales y revoluciona-
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Lagüera y Menezo, Obispo de Osma, Madrid, M. Álvarez, 1869, pp. 109-110, citado
por Gregorio DE LA FUENTE, «El enfrentamiento entre clericales y…», pp. 147-148.
Actitudes de la Santa Sede y del clero ante el juramento de la Constitución, en An-
tonio MOLINER, «Anticlericalismo y revolución liberal…», pp. 115-116. Críticas al
respecto, en Alicia MIRA, Actitudes religiosas y modernización social…, p. 80. La re-
tórica antivaticana y la imagen de la Iglesia como institución no fiable desde las
perspectiva nacional se difundieron por Europa tras el Syllabus; véase Wolfram KAI-
SER, «‘Clericalism –that is our enemy!’: European anticlericalism and the culture
wars», en Christopher CLARK y Wolfram KAISER (eds.), Culture Wars…, pp. 62 y ss.
196
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TE,«El enfrentamiento entre clericales y…», pp. 142 y 148-149. Véase también An-
tonio MOLINER, «Anticlericalismo y revolución liberal…», pp. 111-114.
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José ÁLVAREZ JUNCO, Mater Dolorosa…, p. 443; y pp. 414-415 sobre la pri-
32
mera polémica.
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tidad nacional española republicana (1898-1936), Hispania Sacra, 110 (2002), pp.
485-498, donde desarrollo los argumentos de las páginas siguientes.
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to a otras citas del Sexenio que acusaban al clero de favorecer la ignorancia del
pueblo.
38 José ÁLVAREZ JUNCO, El emperador del Paralelo…, p. 250. Desarrollo esos es-
quemas de género en M.ª Pilar SALOMÓN, «Las mujeres en la cultura política repu-
blica: religión y anticlericalismo», Historia Social, 53 (2005), pp. 103-118. Para los
debates coetáneos en torno a la escuela laica, véase Manuel SUÁREZ CORTINA, «An-
ticlericalismo, religión y política en la Restauración», pp. 191-197.
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Para acabar con esa situación era necesario según los anticle-
ricales un Estado nacional fuerte, unido e independiente de toda
injerencia extraña al poder civil, sin concesiones ni dejaciones en
manos ajenas de facultades exclusivas de la soberanía que la na-
ción delegaba en el Estado. Desde estos presupuestos anticlerica-
les del nacionalismo español republicano se derivaron algunas con-
secuencias en su actitud ante el regionalismo. Se acusó en
ocasiones a la Iglesia de cuestionar la unidad nacional por el apo-
yo clerical a los nacionalismos emergentes vasco y catalán. En la
primera década del siglo los ataques afectaron principalmente al
catalanismo, en el que adivinaban la influencia del clericalismo dis-
puesto a agravar la decadencia de España. Tras 1931 la atención
se dirigió al llamado separatismo vasco. Los comentarios sobre las
apariciones de la Virgen en Ezquioga a principios de la República,
por ejemplo, insistían en vincularlas con una supuesta conspiración
clerical en el País Vasco. Por entonces, las denuncias periodísticas
sobre el interés clerical por los separatismos no reflejaban tanto
un temor al debilitamiento del Estado en sí, como una prevención
a que la supuesta amenaza clerical sobre la República se concre-
tara en una nueva guerra carlista41.
Argumentos como estos indicaban la pervivencia de antiguos
presupuestos anticlericales en la cultura política republicana de los
años treinta y en la visión de España que compartían los partida-
rios de la República. A pesar del acatamiento del régimen por la
Iglesia, resultaba difícil superar los recelos mutuos alimentados du-
rante décadas entre las culturas políticas que ambos (republica-
nismo y catolicismo militante) representaban. Entre los defenso-
res del nuevo régimen, esa desconfianza se plasmó, por ejemplo,
en la sospecha de que el clero podía constituir un serio riesgo para
la República, idea que se repetía ante cualquier prédica en el púl-
pito que se pudiera interpretar en un sentido político. Carlos Ma-
lato, por ejemplo, afirmó poco después de los sucesos de mayo de
1931: «El mayor peligro, que, desde ahora, parece amenazar a la
segunda república española es una almibarada infiltración del cle-
ro, que finge aliarse con ella para asesinarla con arreglo a sus tradi-
ciones». Las palabras de Lerroux en un mitin en Soria en agosto
de 1931 apuntaban en idéntica dirección: «Lo que no puede con-
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250. Santos Juliá, Historias de las dos Españas, pp. 258-260. La expresión entreco-
millada procede de La Revista Blanca, 28/2/1936, «Del momento político», de Fe-
derico URALES.
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lica durante la guerra civil española (1936-1939), Madrid, Marcial Pons, 2006, pp.
29-176; en p. 127 menciona la viñeta de ABC, 7/11/1936. Santos JULIÁ, Historias de
las dos Españas, pp. 260-274. Reproducciones de carteles en los que aparecía el cle-
ro, en Jordi CARULLA y Arnau CARULLA, La Guerra Civil en 2000 carteles, Barcelona,
Postermil, S.L., 1997, pp. 159, 240 y 290 (vol. I); pp. 396 y 519 (vol. II).
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2 Citado en Antonio FERRER DEL RÍO, «El conde de Aranda. Su dictamen sobre
la América española» (pp. 565-581), Revista española de ambos mundos, tomo III,
Madrid, 1865, p. 567.
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souri, Iowa, la zona de Minnesota al este del río Mississippi, Dakota del Norte, Da-
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kota del Sur, Nebraska, Oklahoma, la mayor parte de Kansas, zonas de Montana,
Wyoming, el territorio de Colorado al este de las montañas Rocosas y el del Lui-
siana al este del río Mississippi, con la ciudad de Nueva Orleans.
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5 Barry RUBIN y Judith COLP RUBIN, Hating America. A History, New York, Ox-
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La cuestión cubana
Durante la segunda mitad del siglo XIX, el eje principal de las
relaciones hispano-estadounidenses giró en torno a Cuba. La pre-
rals and Their Relations with Spanish America, London, University of Notre Dame
Press, 1971, p. 31.
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18 Ibíd., p. 67.
19 Ibíd., p. 67.
20 Gil GELPI Y FERRO, Situación de España y de sus posesiones de ultramar, su
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22Ibíd.
23Mark J. VAN AKEN, Pan-Hispanism: Its origin and Development to 1866, Ber-
keley, University of California Press, 1959, p. 71.
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raza, ante la República de los Estados Unidos del Norte, Cádiz, Imprenta de la Re-
vista Médica, 1859, p. 53.
25 Ibíd., pp. 20-21.
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por las que EE.UU. era más despreciado por estos sectores proce-
día de la amenaza del experimento democrático que representaba
ese país. Como años más tarde expondría el escritor Ramón Pérez
de Ayala, el modelo político norteamericano irrumpió en el mun-
do desafiando a las instituciones tradicionales de la vieja Europa
y su éxito y estabilidad fueron acentuando su capacidad de expor-
tación a otras naciones:
Las instituciones de los Estados Unidos, tanto en opinión de
sus naturales como de los extranjeros, son consideradas como de
mayor interés general que las de otras naciones, no menos fa-
mosas, del viejo mundo. Son instituciones de un tipo nuevo (…).
Representan un experimento democrático, de gobierno de mu-
chedumbres realizado en proporciones amplísimas, y que a todo
el que esté interesado en política le incumbe conocer. Y son to-
davía más que un experimento, por cuanto con mucho funda-
mento se supone que las instituciones norteamericanas son el ar-
quetipo hacia el cual, por una ley ineludible del destino, se ve
obligado a orientarse el resto del mundo civilizado, más pronto
o más tarde26.
julio de 1913.
27 El Pensamiento Español, Madrid, 6 de septiembre de 1862.
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28 Junto a Suiza, país que en el siglo XIX era también un referente para los re-
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37 Ibíd., p. 12.
38 Ibíd., p. 29.
39 Ibíd., p. 39.
40 Ibíd., pp. 73 y 101.
223
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Ibíd., p. 267.
41
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44 Juan VALERA, Los Estados Unidos contra España, Madrid, Librería de Fer-
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46Ibíd., p. 27.
47Barry RUBIN y Judith COLP RUBIN, Hating America. A History, New York, Ox-
ford University Press, 2004, p. 92.
48 El Siglo Futuro, Madrid, 17 de febrero de 1896. Citado en Isabel MARTÍN SÁN-
CHEZ, «La imagen de EE.UU. a través de El Siglo Futuro durante la I Guerra Mun-
dial» (pp. 115-139), en Carmen FLYS JUNQUERA y Juan E. CRUZ CABRERA (eds.), El
nuevo horizonte: España/Estados Unidos. El legado de 1848 y 1898 frente al nuevo
milenio, Alcalá de Henares, Universidad de Alcalá, 2001, p. 118.
226
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finales del siglo XIX y primera mitad del XX, influido por la popu-
laridad del darwinismo social.
El periodista Mariano de Cavia, en abril de 1896, iba a señalar
la pauta del discurso antiamericano de esta época. Tras afirmar
que en el Capitolio de Washington «toda brutal codicia y toda des-
enfrenada concupiscencia tienen su asiento», Mariano de Cavia en-
fatizaba la contraposición básica que separaba a los españoles de
los norteamericanos, sintetizada en el antagonismo entre el «ho-
nor» de los primeros y el «dinero», el materialismo, de los segundos:
Ese, que para los demás es un espantajo, es un dios para los
españoles, y se llama Honor.
Poderoso dios (…) es el dinero; más con ser tanta su fuerza,
tanto su poder, y tenerlo tan de su parte los riquísimos y egoístas
descendientes de los pobres y austeros puritanos, ni puede ni po-
drá abatir el firme y limpio altar que, no en las Bolsas, no en los
Bancos, no en los muelles, no en los graneros, no en las naves de
marranos, ha elevado todo buen español dentro de su pecho a esta
otra altísima y divina potencia que tantas y tantas veces le ha pres-
tado nueva y larga vida49.
8 de abril de 1896.
50 Ibíd.
227
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51 Sebastian BALFOUR, «The Lion and the Pig: Nationalism and National Iden-
Pan-Montojo (Coord.), Más se perdió en Cuba. España, 1898 y la crisis de fin de si-
glo, Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 405.
53 Citado en Javier MEMBA, «El racionamiento se ha acabado» (pp. 97-105), en
1952: Queda inaugurado este pantano, Madrid, Unidad Editorial, 2006, p. 99.
228
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abril de 1898.
229
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57Ibíd.
58Sermón del P. Calpena, en la catedral de Madrid, el 2 de mayo de 1898. Ci-
tado en José ÁLVAREZ JUNCO, El Emperador del Paralelo: Lerroux y la demagogia po-
pulista, Madrid, Alianza Editorial, 1990, p. 177.
59 Antonio DE PADUA, «Después de la derrota», La Lectura Dominical, Madrid,
21 de agosto de 1898. Citado en Agustín MARTÍNEZ DE LAS HERAS, «La guerra del 98
a través de los Artículos de fondo de La Lectura Dominical» (pp. 111-125), Historia
y comunicación social, 1998 (n.º 3). En el artículo de Martínez de las Heras se pue-
den encontrar diversos artículos antiamericanos de la revista católica.
230
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En conclusión
A lo largo del siglo XIX, los constantes conflictos que sacudie-
ron la relación hispano-norteamericana provocaron que se fuera
creando una imagen muy negativa de EE.UU. en una parte im-
portante de la sociedad española. La permanencia en el tiempo de
continuos problemas entre ambos países trajo como resultado la
percepción de EE.UU. como enemigo: «Este factor de “tiempo pro-
longado” hay que tenerlo en cuenta, porque un conflicto puntual
se esfuma, se olvida mucho mejor que una situación de constante
enfrentamiento que, al alargarse, parece corresponder a causas per-
manentes, a una enemistad casi natural»62.
En España, un país monárquico, donde la Iglesia Católica go-
zaba de amplios poderes, en definitiva una sociedad en la que el
conservadurismo contaba con mucha influencia, los prejuicios an-
tiamericanos se expandieron con eficacia. En el curso del siglo XIX,
de forma cada vez más creciente, fue desarrollándose, con el pro-
tagonismo indiscutible de los círculos conservadores del país, una
animadversión sistemática hacia EE.UU., hasta el punto de que
pasó a convertirse desde el punto de vista de estos sectores en uno
de los principales enemigos de la nación española. Mientras
EE.UU. encarnaba el materialismo, la democracia, la modernidad;
la España conservadora, con sus valores monárquicos, su catoli-
60 Agustín MARTÍNEZ DE LAS HERAS, «La guerra del 98 a través de los Artículos
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1 Vid. J. VALERA, Cartas desde Rusia, Madrid: Eds. Miraguano, 2005 [1857];
233
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2 Cf. L. WOLFF, Inventing Eastern Europe: The Map of Civilization on the Mind
of the Enlightenment, Stanford: Stanford UP, 1994; M. TODOROVA, Imagining the Bal-
kans, Nueva York: Oxford UP, 1997; F. B. SCHENK, «Mental Maps. Die Konstruktion
von geographischen Räumen in Europa seit der Aufklärung. Literaturbericht», Ges-
chichte und Gesellschaft, 28 (2002), 493-514.
3 J. AVILÉS FARRÉ, La Fe que vino de Rusia: La revolución bolchevique y los es-
234
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RÍAS, como Páginas eslavas. Cuentos y narraciones, Madrid: Imp. Artes Gráficas,
1912, así como desde principios de la década de 1920 por el ruso exiliado George
Portnoff, quien tradujo directamente al castellano a autores como Gorki o Andreiev.
Vid. en general los datos del mismo G. PORTNOFF, La literatura rusa en España, Nue-
va York: Instituto de las Españas en los Estados Unidos, 1932, y el estudio de G. E.
MEGWINOFF ANDREU, Recepción de la literatura rusa en España: 1889-1920, Madrid:
s. ed., s.f. [1977?].
6 Vid. R. CRUZ, «¡Luzbel vuelve al mundo! Las imágenes de la Rusia soviética
235
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litica nell’Italia del Novecento, Roma: Donzelli, 2005; P. SCOPPOLA, «Aspetti e mo-
menti dell’anticomunismo», en A. Ventrone (ed.), L’ossessione del nemico. Memorie
divise nella storia della Repubblica, Roma: Donzelli, 2006, 71-78.
9 Cf. en este aspecto el original análisis de Ch. KOLLER, Fremdherrschaft. Ein
ción bélica durante la Guerra Civil española, 1936-1939, Madrid: Marcial Pons, 2006,
177-271.
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1942, p. 289.
14 A. DE CASTRO ALBARRÁN, Guerra santa, el sentido católico del movimiento na-
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ge, 2, mayo 1937, s/p. Cf. también F. CAMBA, Madridgrado. Documental-Film, Ma-
drid: Ediciones Españolas, 1939.
22 «Radios rojas. ¡Habla Madriz!», La Trinchera, 1, 25-1-1937, p. 3; «El ‘man-
damás’ rojo. Veinte minutos con el general Kleber», La Ametralladora, 34, 19-9-1937,
s/p.
23 EL TEBIB ARRUMI, «Tal es nuestro empuje», en ÍD., El cerco de Madrid (Las
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Teatro Solís de Montevideo el día 24 de mayo de 1938, bajo los auspicios de la Insti-
tución Cultural Española del Uruguay, Buenos Aires: s. ed., 1938, 14 y 32-33.
25 Citado en E. ESPERABÉ DE ARTEAGA, La Guerra de Reconquista Española que
s/p; M. Somoza Polea, «Caballeros contra hordas. En Toledo cae el comunismo asiá-
tico», La Ametralladora, 37, 10-10-1937, s/p. Otro ejemplo fueron las noticias de
guerra del periódico falangista donostiarra Unidad a lo largo de los seis primeros
meses de 1937: constantemente, el enemigo es aludido como «rojo ruso», «ruso»,
junto a «marxista» o simplemente «rojo». Además, se anuncian capturas de dirigen-
tes «rusos» y se presenta toda toma de material del enemigo como específicamen-
te «ruso». Incluso dirigentes republicanos como Álvarez del Vayo son aludidos como
«rusos». A partir de mediados de 1937, sin embargo, se empieza a generalizar la
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denominación «rojo» para designar al contrario, sin que desaparezca del todo la
constante «rusificación» semántica del oponente.
28 M. KARL, Técnica del Komintern en España, Badajoz: Tip. «Gráfica Corpora-
cuenta días con el Ejército del Norte), Ávila: Imprenta Católica y Enc. de Sigirano
Díaz, 1938 [6.ª ed.], p. 223.
30 EL TEBIB ARRUMI, «¡Salvadas! Pero… ¿Y ellos?» [s.f., mayo de 1937], en ÍD.,
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32 I. GOMÁ TOMÁS, «El caso de España» [8-12-1936], en ÍD. (S. Galindo Herre-
ro, ed.), Pastorales de la Guerra de España, Madrid: Rialp, 1955, 43-71; J. VILLOT VI-
DAL, «Se desvanecen las sombras», Faro de Vigo, 3-9-1936, p. 1.
33 Vid. diversos ejemplos en L. MONTÁN, Bilbao Rojo y Bilbao nacional, Valla-
dolid: Santarén, s.f. [1937], pp. 11-12, o E. LÓPEZ SÁNCHEZ, Del frente de Asturias al
de Madrid pasando por el quirófano (Del Diario de un Combatiente), Lugo: Tip. La
Voz de la Verdad, 1939, 50-51.
34 J. A. BONET, ¡Simancas! Epopeya de los cuarteles de Gijón, Gijón: s. ed., 1939
Enc. del Montepío Diocesano, 1939, p. 252. Vid. también «Los rusos de Madrid se
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Imprenta Católica Sigirano Díaz, 1937, pp. 223-26; G. SALAYA, «De miliciano rojo a
soldado de Franco», La Ametralladora, 60, 20-3-1938, s/p.
46 F. MUÑOZ JIMÉNEZ, El Miliciano Remigio (Obra teatral cómico-dramática), Ba-
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nas? […]. ¿Por qué has encendido una guerra cruel y has lanza-
do a hermanos contra hermanos? […]. ¡Esta es tu obra, ruso!
Como español te puedo pedir cuentas47.
47 ADRO XAVIER [A. REY-STOLLE], Rojo y español, Bilbao: El Mensajero del Co-
113-23.
51 Cf. J. CERVERA GIL, Ya sabes mi paradero. La guerra civil a través de las car-
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la División Azul, cf. X. MORENO JULIÀ, La División Azul. Sangre española en Rusia,
1941-45, Barcelona: Crítica, 2004; W. Bowen, Spaniards and Nazi Germany: Colla-
boration in the New Order, Columbia: Missouri UP, 2000, y J. L. RODRÍGUEZ JIMÉNEZ,
De héroes e indeseables. La División Azul, Madrid, Espasa-Calpe, 2007.
55 Nos hemos acercado al tema en nuestros artículos «¿Eran los rusos culpa-
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[AGMAV], 2005/4/2.
57 Vid. las anotaciones de D. RIDRUEJO, Los Cuadernos de Rusia. Diario, Barce-
Faber, 2005.
60 F. RAMOS [G. ALONSO DEL REAL], División Azul, Madrid: Publicaciones Espa-
247
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62 O. BARTOV, The Eastern Front, 1941-45, German Troops and the Barbarisation
paña, n.º 18, 9-3-1942, p. 3 (patrulla soviética); n.º 36, 5-8-1942, p. 5 (prisioneros);
n.º 41, 10-9-1942, p. 3 (tanquista soviético); n.º 42, 30-9-1942, p. 3 (prisionero);
n.º 87, 3-10-1943, p. 4, o n.º 92, 7-11-1943, p. 4 (soldado). Sólo en el n.º 42, 30-9-1942,
p. 1, encontramos una caricaturización agresiva y subhumana del soldado soviéti-
co. Otra cosa son las frecuentes caricaturas de Stalin o del comunismo soviético,
con rasgos mongoloides o cadavéricos (por ejemplo, vid. la caricatura del n.º 92,
7-11-1943, p. 4, representando a Stalin y un colaborador); o bien las que evocan la
guerra civil española, con soldados soviéticos tocados con su peculiar gorro mili-
tar, en actitud de abusar de mujeres (vid. Hoja de Campaña, 94, 21-11-1943, p. 5).
65 «Crónica fácil. El prisionero», Hoja de Campaña, n.º 85, 19-9-1943, p. 1.
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24-4-1943, p. 5.
74 A. ANDÚJAR, «Nuestro ruski ha sido herido», Hoja de Campaña, n.º 79,
8-8-1943, p. 5.
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partir de la década de 1990. Vid., por ejemplo, J. M.ª SÁNCHEZ DIANA, Cabeza de puen-
te. Diario de un soldado de Hitler [1990], Alicante: García Hispán, 1993, pp. 110-14,
118, 138, 144 y 146; F. GARRIDO POLONIO y M. A. GARRIDO POLONIO, Nieve Roja. Es-
pañoles desaparecidos en el frente ruso, Madrid: Oberon, 2002, pp. 168-69.
76 Una excepción en R. ROYO [MASÍA], El sol y la nieve, Madrid: s. ed. [Talleres
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vograph, 1986, p. 12. Vid. también A. ESPINOSA POVEDA, ¡¡Teníamos razón!! Cuantos
luchamos contra el comunismo soviético, Madrid: Fundación División Azul, 1993,
pp. 27 y 460.
81 Así lo denunciaban las autoridades militares alemanas a mediados de 1942.
Vid. telegramas del Oberkommando des Heeres (mando supremo del Ejército de
Tierra) a Grupo de Ejércitos Norte, 20-5-1942, y telegrama del Comando Supremo
del 18 Ejército a Grupo de Ejércitos Norte, 12-6-1942 (BA-MA, RH 19III/493).
82 Cf. por ejemplo la carta del brigada canario Raimundo Sánchez Aladro a
Joaquina Cabero, 18-1-1943 (Museo del Pueblo de Asturias, Gijón, R. 6410, 16/15-3).
O el Diario de Operaciones e impresiones del Teniente Provisional Benjamín Arenales
En la Campaña de Rusia, diario inédito [1942] (Archivo particular de D. Carmelo
de las Heras, Madrid), p. 29 (entrada del 5 de junio de 1942) y p. 57 (entrada del
5 de agosto de 1942).
83 EL GAFAS DE LA TERCERA, «Carta a mi “paneñka” [sic]», en Hoja de Campa-
cía Hispán, 1991, pp. 162-63; García Luna, Las cartas, pp. 32 y 113.
85 «Al amparo paterno», en Hoja de Campaña, n.º 80, 15-8-1944, p. 3; J. M.ª
CASTAÑÓN, Diario de una aventura (con la División Azul en Rusia, 1941-1942), Gi-
jón: Fundación Dolores Medio, 1991, p. 128; M. PUENTE, Yo, muerto en Rusia (Me-
morias del alférez Ocañas), Madrid: Eds. del Movimiento, 1954, pp. 157-58; J. MI-
RALLES GÜILL, Tres días de guerra y otros relatos de la División Azul, Ibi: García Hispán,
1981, pp. 88-90.
251
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86 «Crónica fácil. «En la Calle del Pilar tiene usted su casa», Hoja de Campa-
p. 2; n.º 36, 5-8-1942, p. 5; n.º 38, 19-8-1942, p. 3; n.º 39, 26-8-1942, p. 7; n.º 50,
18-11-1942, p. 3; n.º 61, 31-3-1943, p. 5; n.º 64, 11-4-1943, p. 4.
89 RIDRUEJO: Cuadernos, pp. 172-73.
90 Vid., por ejemplo, «Lo que vimos en Rusia», Hoja de Campaña, n.º 68,
252
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23-5-1943, p. 3, y C. Lamela, «Yo era oficial del Zar», Hoja de Campaña, n.º 79,
8-8-1943, p. 1.
91 Juan ROMERO OSENDE, Diario de Operaciones. Campaña de Rusia, entrada del
253
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100 D. RIDRUEJO, Con fuego y con raíces. Casi unas memorias, Barcelona: Pla-
57-58.
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6-2-1943, p. 4.
105 S. M. C., «La morbosidad de la Rusia soviética», Hoja de Campaña, n.º 82,
5-9-1943, p. 3.
106 «La raza», Hoja de Campaña, n.º 88, 10-10-1943, p. 1.
107 G. G. R., «Los bolcheviques, la imprenta y la religión», Hoja de Campaña,
256
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108 Por ejemplo, PENELLA DE SILVA, «Reconquista del espíritu», Destino, 209,
Pueyo, 1944.
257
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Martín, 1950; ÍD., Rusia por dentro, Madrid: s. ed., 1951, e ÍD., La División Azul, pp.
50-57. Igualmente, GARCÍA LUNA, Las cartas, pp. 38-39 y 121.
115 Vid., por ejemplo, PUENTE, Yo, muerto en Rusia, pp. 88-89, 97 y 133-36;
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116 Cf., por ejemplo, el contraste entre la obra del policía, historiador aficio-
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119 Vid., por ejemplo, V. MAS, «Dos viajes a Rusia», Blau División, 537 (abril
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SECCIÓN III
ANDREAS STUCKI
Universidad de Berna
1 Josep M. FRADERA, «Why were Spain’s Special Overseas Laws Never Enac-
ted?», en Richard L. KAGAN y Geoffrey PARKER (eds.), Spain, Europe and the Atlan-
tic World. Essays in Honour of John H. Elliott, Cambridge, Cambridge UP, 1995, pp.
334-49.
2 Para la idea de la ‚recreación’ de España en Ultramar, cfr. Christopher
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pp. 675-94; Matt D. CHILDS, The 1812 Aponte Rebellion in Cuba and the Struggle
against Atlantic Slavery, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2006,
pp. 38-45, 88, 93 y 165; Robert L. PAQUETTE, Sugar is Made with Blood. The Cons-
piracy of La Escalera and the Conflict between Empires over Slavery in Cuba, Mid-
dletown, Wesleyan UP, 1988.
4 Ada FERRER, Insurgent Cuba. Race, Nation, and Revolution, 1868-1898, Cha-
pel Hill, The University of North Carolina Press, 1999, pp. 47-54.
271
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cias europeas y los EE.UU., aquél declaraba que la lucha había «to-
mado un carácter feroz de guerra de razas y de devastación» has-
ta entonces desconocidos. Claro está que ni uno solo de los «he-
chos salvajes» se atribuía a las tropas españolas. La persistencia
de la insurrección se debía, según esta descripción, a que «[l]a ma-
yoría de los rebeldes, negros y mulatos semisalvajes, no [tenían]
las necesidades de la civilización». En los extensos territorios del
Oriente cubano se mantenían los rebeldes de las viandas que «es-
pontáneamente produce aquel fértil suelo». De ahí «se arrojaron
para saquear e incendiar los ingenios y propiedades», así como
para «hostilizar» a las columnas españolas5.
Esta proclama oficial retomaba de forma más amplia el punto
de vista que compartía un grupo de militares comprometidos en
las luchas en Cuba. Para ellos, «el foco […] de la rebelión se com-
pon[ía] de negros y chinos». Se entiende que este enemigo inferior
no luchaba con valor, sino como una alimaña, «con toda clase
de […] asechanzas»6. Se reconocía en estas palabras la frustración
provocada por años de desafío armado por parte de un enemigo
ágil, muchas veces invisible, que atacaba preferentemente me-
diante emboscadas. Aquella frustración ante la falta de un adver-
sario tangible se descargó con frecuencia en forma de abusos con-
tra la población civil. Un «enemigo que no [dio] la cara nunca» a
los valientes soldados españoles podía estar en todas partes. Con
un contrincante que «asesina, incendia y comete toda clase de crí-
menes atroces» se justificaba el desbordamiento de la violencia7.
La idea de que en esta guerra los oponentes de España «no
[eran] enemigos políticos» contribuyó al empleo de recursos mili-
tares más severos. Contra adversarios considerados por los milita-
res como «seres depravados en quienes se [había] desarrollado un
odio de raza» no había otra solución que proceder enérgicamen-
te8. En palabras de Félix Echauz y Guinart, subinspector de sani-
dad de la armada y antiguo jefe de sanidad del Cuartel General del
Ejército del Centro, los cubanos eran «hijos bastardos» que vivían
en una «condición semisalvaje». Sus declaraciones no sólo se refe-
rían a los insurrectos, sino que eran también una expresión de des-
III vols., Madrid, Rojas, 1895-1898, vol. III, Madrid 1898, pp. 305-09.
6 Juan V. ESCALERA, Campaña de Cuba. Recuerdos de un soldado (1869 a 1875),
bre de 1870 el cargo de capitán general en Cuba, citado en: PIRALA, Anales, vol. II,
Madrid 1896, p. 46.
272
267-292 EnemiEspa-1C 1/6/10 09:44 Página 273
9 Félix DE ECHAUZ Y GUINART, Lo que se ha hecho y lo que hay que hacer en Cuba.
273
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274
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cinos del Cuartón de Jobosí solicitando se les permita trasladarse a sus respectivas
fincas para erradicar el brote de la epidemia extendida con la reconcentración de
familias», 6-II-1870, AGMM, U/C, Documentación de Cuba 5841.40.
21 Para la represión y abusos en nombre de la «integridad nacional», véase Al-
275
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2. Guerra fratricida
En los primeros años de la «Gran guerra» se habían constitui-
do de esta forma dos frentes principales. Uno con el ejército en las
zonas rurales de Oriente y el departamento central. Otro en las
principales ciudades de Occidente, donde los voluntarios lucharon
contra supuestos rebeldes y espías26.
Desde ciudades como La Habana o Puerto Príncipe se informó
de diferentes situaciones que revestían un carácter de guerra civil.
Antiguos amigos que fueron separados por la política derramaron
su sangre en las calles de las ciudades. Las «madres de Camagüey»
pidieron en un manifiesto: «¡Qué cese de una vez, por Dios, la lucha
fratricida que nos devora y que consume al país!»27. Generales
como el Conde de Valmaseda percibieron la guerra de Cuba como
una «lucha fratricida»; otros vieron en la fértil isla de Cuba la víc-
tima de una terrible guerra civil28. Son de destacar las palabras de
Pieltain, capitán general en Cuba de abril a octubre en 1873. En
sus memorias sostenía que el grito de Yara del 10 de octubre de 1868
equivalía a un «grito de guerra a muerte entre hermanos, que ve-
2.ª parte, exp. 641; Blanco a Ultramar, 19-III-1898, AGMM, U/C, Documentación de
Cuba 5741.1.
25 [Eliseo GIBERGA] Apuntes sobre la cuestión de Cuba por un autonomista, s.l.,
s.n., 1897, pp. 162 y 257 (nota 55). Ricardo BURGUETE, ¡La guerra! Cuba. Diario de
un testigo, Barcelona, Maucci, 1902, p. 153.
26 Eduardo TORRES-CUEVAS, Oscar LOYOLA, Enrique BUZNEGO y Gloria GARCÍA,
«La Revolución del 68. Fundamentos e inicio», en Historia de Cuba, 3 vols., La Ha-
bana, Editora política, 1996-1998, vol. 2: Las luchas por la independencia nacional
y las transformaciones estructurales, 1868-1898, ed. por el Instituto de Historia de
Cuba, La Habana 1996, pp. 1-55, aquí p. 36; Alfonso W. QUIROZ, «Implicit Costs of
Empire: Bureaucratic Corruption in Nineteenth-Century Cuba», Journal of Latin
American Studies, 35:3 (2003), pp. 473-511, aquí pp. 495-96.
27 PIRALA, Anales, vol. I, p. 390; para el manifiesto del 28-IV-1870 véase pp.
745-47.
28 Valmaseda a Alfonso XII, 9-II-1875, en: PIRALA, Anales, vol. III, p. 205; Ca-
lixto Bernal Soto, Vindicación. Cuestión de Cuba por un español cubano, Madrid,
Imprenta de Nicanor Pérez Zuloaga, 1871, p. 5.
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277
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35 [José Ramón BETANCOURT] Las dos banderas. Apuntes históricos sobre la in-
surrección de Cuba. Cartas al Excmo. Sr. Ministro de Ultramar. Soluciones para Cuba,
Sevilla, Est. Tip. del Círculo Liberal, 1870, p. 191.
36 [Giberga] Apuntes, pp. 105-06.
37 Dierk WALTER, «Asymmetrien in Imperialkriegen. Ein Beitrag zum Vers-
tändnis der [Zu]kunft des Krieges», Mittelweg 36, 17:1 (2008), pp. 14-52. Para una
aproximación al término, cf. Peter WALDMANN, «Civil War – Approaching a Tenuous
Term», en Heinrich W. KRUMWIEDER y Peter WALDMANN (eds.), Civil Wars: Conse-
quences and Possibilities for Regulation, Baden-Baden, Nomos, 2000, pp. 15-36.
38 Jordi MALUQUER DE MOTES, España en la crisis de 1898. De la Gran Depre-
sión a la modernización económica del siglo XX, Barcelona, Península, 1999, p. 35;
John L. TONE, «The Machete and the Liberation of Cuba», The Journal of Military
History, 62:1 (1998), pp. 7-28, esp. p. 24; Luis NAVARRO GARCÍA, «La guerra de Cuba,
un reto difícil», en Rafael M.ª MIEZA Y MIEG y Juan GRACIA CÁRCAMO (eds.), Haciendo
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Historia. Homenaje a M.ª Ángeles Larrea, Leioa, UPV, 2000, pp. 261-71; Louis A. PÉ-
REZ, «La guerra libertadora de los treinta años, 1868-1898: Research Prospects», en
Louis A. PÉREZ, Essays on Cuban History. Historiography and Research, Gainesville,
University Press of Floryda 1995, pp. 199-205, aquí p. 204; Carlos SAIZ CIDONCHA,
Guerrillas en Cuba y otros paises de Iberoamérica, Madrid, Editora Nacional, 1974,
p. 37.
39 Cfr. Adolfo JIMÉNEZ CASTELLANOS, Sistema para combatir las insurrecciones
len acompañar la cita con «sic», manifestando así su desacuerdo con esta visión.
Véase, por ejemplo, Fe IGLESIAS GARCÍA, «El costo demográfico de la guerra de in-
dependencia», Debates Americanos, 4 (1997), pp. 67-76, aquí p. 69.
42 Para una primera aproximación en términos de táctica y estrategia milita-
res, cf. GEOFFREY JENSEN, «The Spanish Army at War in the Nineteenth Century:
Counterinsurgency at Home and Abroad», en Wayne H. BOWEN y José E. ÁLVAREZ
(eds.), A Military History of Modern Spain. From the Napoleonic Era to the Interna-
tional War on Terror, Westport, Praeger Security Int., 2007, pp. 15-36.
279
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pronto, sin sangre y para siempre. Folleto político de actualidad, Madrid, Imprenta
de José María Pérez, 1873, pp. 3, 13 y 17-20.
46 Leopoldo BARRIOS CARRIÓN, Importancia de la historia de las campañas irre-
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47 John L. TONE, War and Genocide in Cuba. 1895-1898, Chapel Hill, The Uni-
versity of North Carolina Press, 2006, p. 156; Andreas STUCKI, «Weylers Söldner.
Guerillabekämpfung auf Kuba, 1868-1898», en Stig FÖRSTER, Christian JANSEN y
Günther KRONENBITTER (eds.), Rückkehr der Condottieri? Krieg und Militär zwischen
staatlichem Monopol und Privatisierung: Von der Antike bis zur Gegenwart, Pader-
born, Ferdinand Schöningh, 2010, pp. 223-235.
48 Santiago PASQUAL Y RUBIO, Abhandlungen über den Gebirgskrieg. Nach dem
Spanischen des D. Santiago Pasqual y Rubio, gew. Offizier vom Generalstabe Mina’s.
Durch kriegsgeschichtliche Beispiele vermehrt von H. Leemann, gew. Zweiter Sekretär
des schweiz. Militärdepartements, Zürich, Meyer & Zeller, 1858, pp. 23-25.
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Models Between Cuba, Spain and the United States», Illes i imperis, 2 (1999), pp.
191-220, aquí pp. 208-10; George W. AUXIER, «The Propaganda Activities of the Cu-
ban Junta in Precipitating the Spanish-American War, 1895-1898», The Spanish
American Historical Review, 19 (1939), pp. 286-305.
50 Aline HELG, Our Rightful Share. The Afro-Cuban Struggle for Equality, 1886-
1912, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 1995, p. 79.
51 Oílda HEVIA LAINER, «1895-1898: ¿Guerra racista o demagogia?», Debates
Americanos, 5-6 (1998), pp. 35-45; Helg, Rightful Share, pp. 80-83.
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jefe, ed. por María Teresa WEYLER, Barcelona, Ed. Destino, 2004, p. 216.
56 La Campana de Gràcia, 18-IV-1896; El Imparcial, 30-XII-1895, p. 3.
57 D. J. O’CONNOR, Representations of the Cuban and Philippine Insurrections on
the Spanish Stage, 1887-1898, Tempe, Bilingual Press, 2001, pp. 2, 60, 72-73; 116-
17. Pascual MARTÍNEZ MORENO, Un alcalde en la manigua, Murcia, Estb. tipográfico
El Magisterio, 1898.
58 Cfr. Carlos SERRANO, «Cuba: Los inicios de una guerra gráfica», en Consue-
lo NARANJO, Miguel A. PUIG-SAMPER y Luis Miguel GARCÍA MORA (eds.), La nación so-
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ñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante el 98, Aranjuez, Doce Calles, 1996, pp.
675-83.
59 Véase los números del 11-V-1895, 9-III-1895, 24-VIII-1897, 6-VI-1896,
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Campana como las hubo en la década de 1870. «Tal vez hubo be-
nevolencia calculada»62.
Uno de los hitos principales en la formación de la imagen del re-
belde estuvo determinado por la «invasión» del Occidente de Cuba
por el Ejército Libertador, tanto entre los militares como entre la
población civil de la isla. Entre los meses de octubre de 1895 y ene-
ro de 1896 el «Ejército Invasor» había llevado la llama de la revo-
lución desde los Mangos de Baraguá hasta Mantua, el extremo oc-
cidental de Pinar del Río. La guerra y la devastación habían llegado
al corazón económico de Cuba, a las provincias de Santa Clara,
Matanzas y La Habana. En el contexto de la invasión, se convirtió
en moneda corriente calificar a los patriotas de «hordas salvajes»
o «bandidos incendiarios»63.
La «invasión» cogió a muchos pueblos desprevenidos. El 22 de
enero de 1896 el Ejército Libertador pasó por Sabanilla del Enco-
mendador, un pueblo de la provincia de Matanzas. Unos días des-
pués, una joven del lugar compartió sus vivencias en una carta con
su madre. En ella contaba cómo los insurrectos hicieron su entra-
da en el poblado y, al ver que los voluntarios atrincherados en la
iglesia defendían a ultranza el anhelado botín de armas y muni-
ciones, se dedicaron al pillaje y a la quema de casas. Refiriéndose
a los robos y al asalto en general, Luisa narraba en su carta:
Pero éstos no fueron los insurrectos solos pues había cien ne-
gros y negras del pueblo robando con ellos […]. Los insurrectos
tuvieron como quince bajas sin contar como 25 negros y negras
del pueblo de los que andaban detrás de los insurrectos robando
y gritando Cuba libre. Frente a nuestra casa había ocho negros
muertos. Hay vieja, que cosa más terrible64.
tudios de Historia Social, 28-29 (1984), pp. 7-41, citas en pp. 26 y 27; M.ª Cruz
SEOANE, Historia del periodismo en España, vol. 2: El siglo XIX, Madrid, Alianza, 1983,
p. 315.
63 Véase, como ejemplo entre muchos, la carta del alcalde de Güira de Mele-
na, 19-II-1896 (AGMM, U/C, Capitanía General 4921) y la del alcalde interino de
Mantua, Francisco Bernales a Weyler, 7-VIII-1896 (Archivo Nacional de Cuba, Go-
bierno General, leg. 69, n.º 2923).
64 Luisa a su madre, 3-II-1896, AGMM, U/C, Capitanía General 3443. Para su
mayor legibilidad, las citas han sido modernizadas ligeramente en ortografía y pun-
tuación.
286
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4. Conclusiones
Tanto la Guerra de los Diez Años como la de 1895 fueron eleva-
das a conflictos de la civilización contra un enemigo salvaje, a una
«guerra de la barbarie contra la civilización»69. La evocación de la
civilización española figuraba como contrapunto a la tea incen-
bana de los treinta años, 1868-1898. Razón de su victoria, La Habana, Oficina del
Historiador de la Ciudad, 1952. Como contraste a la romántica revolucionaria: Fran-
cisco PÉREZ GUZMÁN, Radiografía del Ejército Libertador, 1895-1898, La Habana, Ed.
Ciencias Sociales, 2005, pp. 187-90.
68 Sobre las tensiones entre la dirección militar y civil, véase Aline HELG, «Sen-
de vencer, de acuerdo con las últimas disposiciones, s.l., 1896, pp. 1-2; Miguel Sua-
rez a Weyler [febrero], 1896, Archivo General Militar de Segovia, Personal Célebres,
Caja 174, exp. 5, carpeta 8 (copia digital en AGMM).
287
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70 Véase los telegramas en AHN, U/C 4944, 2.ª parte, exp. 42[9].
71 «Memoria sobre los trabajos de fortificación llevados a cabo en Pinar del
Río en la campaña del año 1895 al 98», Pinar del Río 29-VIII-1898, AGMM, U/C,
Documentación de Cuba 5815.2; Valeriano WEYLER, Mi Mando en Cuba (10 febrero
1896 a 31 octubre 1897). Historia militar y política de la última guerra separatista
durante dicho mando, 5 vols., Madrid, Rojas, 1910-1911, vol. 4, Madrid 1911, p. 398.
Cfr. también en esta línea Julio BURELL, «La campaña de Cuba y el general Wey-
ler», en Manuel Galeote, Los artículos de Julio Burell, Iznájar, Artes Gráficas El Cas-
tillo, 2008, pp. 177-79.
72 Informe sobre el Censo de Cuba 1899, ed. por el Departamento de la Guerra.
Oficina del Director del Censo de Cuba, Washington, Imprenta del Gobierno, 1900,
p. 77.
288
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73 Joseph SMITH, «The American Image of the Cuban Insurgents in 1898», Zeits-
SARDUY y Jean STUBBS (eds.), Afrocuba. An Anthology of Cuban Writing on Race, Po-
litics and Culture, Melbourne, Ocean Press, 1993, pp. 37-46. Philip S. FONER, Anto-
nio Maceo. The «Bronze Titan» of Cuba’s Struggle for Independence, New York,
Monthly Review Press, 1977, pp. 94 y 96.
75 Cfr. REBECCA J. SCOTT, Slave Emancipation in Cuba. The Transition to Free
Labor, 1860-1899, Princeton, Princeton UP, 1985, pp. 6-7 y 56-57; HELG, «Partici-
pación», p. 48; Michael ZEUSKE, «‘Los negros hicimos la independencia’: Aspectos
de la movilización en un hinterland cubano. Cienfuegos entre colonia y Repúbli-
ca», en Fernando MARTÍNEZ HEREDIA, Rebecca J. SCOTT y Orlando F. GARCÍA MARTÍ-
NEZ (eds.), Espacios, silencios y los sentidos de la libertad. Cuba entre 1878 y 1912,
La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2002, pp. 193-234.
76 Para paralelas con la guerra de África (1859-60) y referencias acerca de la
guerra civil cfr. los artículos de Eloy Martín Corrales y Francisco Sevillano Calero
en este volumen.
77 Para un profundo análisis cuantitativo: TONE, War and Genocide, pp. 193-224.
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78 Véase los telegramas en AHN, U/C 4942, 2.ª parte, exp. 382.
79 Armas a Blanco, 10 de marzo de 1898, AGMM, U/C, Documentación de Cuba
5809.
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nalism: a Scottish view of some rites, rigths, and wrongs», American Ethnologist,
vol. 23, n.º 4, 1996, p. 806. La «personalización» de la nación en sus pp. 801-802.
293
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3 Julio CARO BAROJA, El laberinto vasco, Madrid, Sarpe, 1987, pp. 70-72; Zig-
munt BAUMAN, La cultura como praxis, Barcelona, Paidós, 2002, pp. 38-39 y, espe-
cialmente, 52-53.
4 Philip SCHLESINGER, Media, State and Nation. Political Violence and Collective
294
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1. Bárbaros, 1868-1876
El que hasta tiempos muy recientes no haya habido en lengua
romance un nombre con el que concebir una comunidad política
compuesta por vascos refleja cómo, contra lo que se suele pensar,
la conciencia de singularidad vasca ha sido muy diferente en su
pasado que en el presente. Una realidad a la que no se da nombre,
sencillamente, no existe. No es inmediata a nosotros, no nos pro-
porciona conciencia. Eso no significa que bajo los términos de cán-
tabro, vizcaíno o vascongado no se hubiera incubado una identidad
colectiva embrionaria que encontró fundamento en la singularidad
étnica de estas poblaciones y su interesada asociación por intelec-
tuales al servicio de los poderes locales al autogobierno foral que
presidía la gestión del poder en esas provincias.
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293-324 EnemiEspa-2C 8/6/10 15:13 Página 296
6 Jean Pierre JESSENNE, Les campagnes françaises entre mythe et histoire, Ar-
mand Colin, Paris, 2006, pp. 32-35; THIESSE, La creation des identités nationales, pp.
159-160.
7 Antonio CÁNOVAS DEL CASTILLO, «Prólogo», en Miguel RODRÍGUEZ-FERRER, Los
beral y la construcción del Estado español, Siglo XXI, Madrid, 1996, pp. 262-264.;
Javier PÉREZ NÚÑEZ, «Autonomía y nacionalidad vasca. El debate sobre los fueros
vascos en el Senado en 1864», Studia Historica. Historia Contemporánea, XII, 1994,
p. 111-112. Ramón ORTIZ DE ZÁRATE y Mateo BENIGNO DE MORAZA, Vindicación de
los ataques a los Fueros de las Provincias Vascongadas insertos en el periódico La Na-
ción, Imprenta de La España, Madrid, 1852, p. 5.
296
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ría, años después, en este lugar común, comparando el número de batallones car-
listas vascos y castellanos y resaltando la mayor movilización vasca (cit. en La Paz,
24-6-1876).
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17-7-1876, p. 3151.
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prenta de T. Fortanet, 1876, pp. 230-232. Sin embargo, distinguía en sus acusacio-
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nes entre los patriotas liberales de las ciudades y los carlistas del campo, que eran
a los que endosaba todo tipo de calificativos negativos.
15 Francisco RUIZ DE LA PEÑA, Los vasco-navarros ante la España y los otros es-
pañoles. Tres capítulos y un epílogo, León, sin dato de imprenta, 1874, pp. 8-9, 11;
Manuel ORTIZ DE PINEDO, «Discurso preliminar» a Calatrava, La abolición de los fue-
ros vasco-navarros, pp. XVII-XVIII, XXXVI; El Correo Militar, 21-3-1876.
16 CALATRAVA, La abolición de los fueros vasco-navarros, p. 313, nota 2; Ortiz de
Pinedo, «Discurso preliminar», pp. VI-VII, abogaba por que «las Cámaras aprove-
chen la ocasión propicia que se les ofrece de (…) incorporar [las provincias vascas]
definitivamente a España; de fusionarlas en la Patria común».
17 Justo ZARAGOZA (firma como anónimo), Castellanos y Vascongados. Tratado
breve de una disputa y diferencia que hubo entre dos amigos, el uno castellano de
Burgos y el otro vascongado, en la villa del Potosí, reino del Perú, Imprenta a cargo
de Víctor Saiz, Madrid, 1876, p. 286.
18 El calificativo de «provincias rebeldes» fue utilizado ya en el Real Decreto
de 11-8-1875 (véase El Imparcial, 25-3-1876. A partir de ahí, fue retomado por pu-
blicistas y periodistas así como por senadores y diputados, íntimamente asociado
a la reivindicación de un castigo ejemplar. Por ello, la prensa antifuerista calificó
la reunión de varias comisiones de diputados antifueristas en mayo de 1876 como
una «empresa nacional» dado que era «una cuestión de honra para España el cas-
tigo de los rebeldes vasco-navarros» (La Paz, 17-5-1876, cursiva en el original).
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glo-americanos» contra los indios de las praderas. («Dos ideas felices», El Eco de
Navarra, 15-3-1876).
20 Pedro RUIZ DANA, Estudios sobre la guerra civil en el norte, de 1872 a 1876,
Madrid, Imprenta a cargo de J. J. de las Heras, 1876, pp. 199-200; El Diario Espa-
ñol, cit. en «Unión y patriotismo», El Imparcial, 2-4-1874. Según este último, el ejér-
cito debía someter al «país dos veces rebelde (…) contra el resto de la nación» (‘Un
liberal’ en «El país pintado por sí mismo», El Imparcial, 13-5-1876).
21 El Imparcial, 25-3-1876; Calatrava, La abolición de los fueros vasco-navarros,
p. 313, nota 2.
22 CALATRAVA, La abolición de los fueros vasco-navarros, p. 81, cursiva en el ori-
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2. Cavernícolas, 1931-1933
El debate parlamentario definitivo sobre los vascos trajo con-
sigo una forzada –y poco deseada por el Gobierno Cánovas– abo-
lición de los fueros, el 21 de julio de 1876. Esta abolición fue perci-
bida por las élites vascas como una consecuencia de la movilización
patriótica antivasca. Así la asumieron, desde una posición victi-
mista, sin que ésta alimentara ningún nacionalismo de respuesta
distinto del regionalista español que todas profesaban. Sin embar-
go, Sabino Arana confesaría años después el hondo pesar que en
su familia se vivió en esos tiempos, en el que la derrota carlista y
las multas económicas por participar en ese bando vencido arrui-
naron la economía familiar, y quedaron asociadas a la pérdida de
los fueros y a una cierta sensación de fin de un mundo, en la línea
de lo proclamado por El Cuartel Real en los últimos días de 1875.
Su vivencia infantil influyó, ya en la adolescencia, en la pérdida de
su «españolismo», mientras su entorno local se transformaba ace-
leradamente por efecto de la industrialización y urbanización. Fi-
nalmente, diez años más tarde de esa pérdida de la emoción es-
pañola, fundó el Partido Nacionalista Vasco, que reunió a todo tipo
de individuos, mayoritariamente jóvenes, unidos por una común
desafección con la idea de España, en la que incidía notablemen-
te su perspectiva de un mundo idealizado en quiebra así como una
general inquietud política de signo ultraderechista.
Se ha escrito mucho sobre el sentido confrontacional que Espa-
ña adquirió en la cultura del nacionalismo vasco, pero muy poco
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31-7-1931.
34 El Liberal, 12-7-1931.
35 C. RIVAS CHERIF, «La marcha de San Ignacio», El Sol, 11-8-1931.
36 La Traca, n.º 18, 21-8-1931.
37 Diputado de la Villa en Diario de Sesiones del Congreso, 13-8-1931, pp. 392-
308
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pp. 263-269.
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blican Spain, Madison, The University of Wisconsin Press, 2002, pp. 47-49, 56-57.
53 Diario de Sesiones del Congreso, 27-8-1931, p. 656.
54 Ibíd., 655.
55 Juan Pablo FUSI, El problema vasco en la II República, Madrid, Turner, 1979,
p. 80.
56 Jesús María de Leizaola en Diario de Sesiones del Congreso, 8-9-1931, p. 793.
313
293-324 EnemiEspa-2C 8/6/10 15:13 Página 314
Ethnicities, n.º 5 (1), 2005, p. 18; y GRAHAM, «Community, Nation and the State»,
p. 136.
60 Unamuno en El Liberal, 21-7-1931. Véanse, además, sus intervenciones en
p. 654.
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3. Separatistas, 1975-1981
De la misma forma que se ha dicho que ETA es un producto del
franquismo, también lo es el propio País Vasco en tanto que «pro-
blema político» de la democracia española actual. El nacionalismo
franquista vio en la erradicación del «separatismo» la única solu-
ción posible al «problema vasco». La represión fue moderada en
el plano social (y personal) pero intensa en el cultural, dado que
al ser llevada a cabo por un nacionalismo sobre otro, en forma de
imposición simbólica, afectó de forma singular a aquellos vascos
que tenían como identidad nacional la vasca. La agresiva política
nacionalizadora del «nuevo Estado» fue paralela a una no menos
agresiva represión física y política. El franquismo aplicó, además,
por primera vez, el repertorio represivo formulado en el pasado
por el nacionalismo liberal; incluso llegó a recuperar olvidadas
formulaciones disciplinarias, como atribuir a (algunas de) estas
provincias un carácter orgánico antipatriótico, calificándolas de
«traidoras» a la nación, como rezaba el decreto-ley de mayo de 1937
que suprimió, como represalia a su fidelidad republicana, el Con-
cierto Económico de Vizcaya y Guipúzcoa.
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Londres, Routledge, 2008, p. 193, y «The Politics of War Memory in Radical Bas-
que Nationalism», Ethnic and Racial Studies, vol. 32, n.º 4, 2009, pp. 659-678.
65 José Antonio GARMENDIA, Historia de ETA, San Sebastián, R & B, 1995, p.
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66 Begoña ARETXAGA, States of Terror, Reno, Center for Basque Studies, 2005,
de la extrema izquierda europea que ETA reproduce. Y es que ésta sólo reforzará
un mecanismo de comportamiento colectivo cuyo fundamento es nacionalista y que
se formó en estas dos primeras décadas de franquismo. En realidad, no digo nada
que no hayan advertido antes los citados Jauregui o Garmendia, o el propio Anto-
nio Elorza.
68 Archivo Linz de la Transición Española, documento R-66473, carta pública
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p. 4437.
70 Iru TALDEA, Euskadi. ¡No os importe matar!, San Sebastián, ediciones vas-
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p. 2183.
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FRANCISCO SEVILLANO
Universidad de Alicante
dial en Francia y Alemania, hay que citar las aportaciones reunidas en BECKER, J.-J.
(dir.), Histoire culturelle de la Grande Guerre, París, Armand Colin, 2005. La aten-
ción a tal concepto para el caso de la guerra civil española, incidiendo en la fuer-
za aglutinadora y movilizadora del nacionalismo, puede verse NÚÑEZ SEIXAS, X. M.,
¡Fuera el invasor! Nacionalismo y movilización bélica durante la guerra civil espa-
ñola (1936-1939), Madrid, Marcial Pons, 2006.
3 Sobre la conformación de la «cultura de guerra» respecto a la imagen este-
reotipada del enemigo en la guerra civil española, véase SEVILLANO, F., Rojos. La re-
presentación del enemigo en la guerra civil, Madrid, Alianza Editorial, 2007.
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nazi, véase WADDINGTON, L., «The Anti-Komintern and Nazi Anti-Bolshevik Propa-
ganda in the 1930s», Journal of Contemporary History, vol. 42 (4), 2007, pp. 573-594
y, de la misma autora, Hitler’s Crusade. Bolshevism and the Myth of the Internatio-
nal Jews Conspiracy, Londres, Tauris Academic Studies, 2008.
6 «La fusta del Komitern», La Gaceta Regional, 14 de enero de 1937.
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bía extendido las rivalidades internas «para que los españoles ex-
traviados no sólo luchen contra los españoles auténticos, sino para
que también se maten entre sí». El símil anterior de la explotación
esclavista daba paso, al final del artículo, a la denuncia de la ul-
trajante dominación colonial:
El Presidium de la I. C. alarga y endurece la guerra, arras-
trando a nuevos rebaños de senegaleses y cipayos de otros países
hacia el degolladero soviético. Sin embargo, todavía hay retrasa-
dos mentales o malvados que confían y creen en la plena sobe-
ranía o independencia de las Comunas rusas de Bilbao, Santan-
der, Málaga, Barcelona o Valencia. Por nuestra parte, no perdemos
ningún tiempo en convencer su estulticia, porque su maldad está
vencida. Tan sólo afirmaremos que si cualquier nación de Euro-
pa tratase a los hotentotes cual Moscú maneja y obliga a sus súb-
ditos de la ex España rusa, seguramente los hotentotes se rubo-
rizarían.
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Pero había que añadir algunas razones más que explicaban se-
mejante olor a «rojo»: la solidaridad de las chinches y las cucara-
chas con el marxismo:
De las primeras, especialmente, es posible afirmar que tuvie-
ron su paraíso en esos tres años, hasta el punto de que son esca-
sísimas –si hay alguna, porque no se han hecho estadísticas es-
crupulosamente severas– las casas que quedaron en Madrid libres
de esa plaga asquerosa. Si el marxismo sirve para asegurar la di-
cha de alguna comunidad, es la de las chinches. La chinche debe
ser su animal simbólico.
¿Qué es el marxismo? Un miserable que sube –para robar,
para matar, para ocupar un cargo que no entiende– por una es-
calera, y una chinche que baja por una pared. ¿Simpatizan por
una análoga tendencia sanguinaria? ¡Hay un nexo misterioso en-
tre las diferentes hediondeces? Sólo una respuesta puedo extraer
de mis cavilaciones: el marxista respeta a las chinches por un con-
fuso totemismo. La chinche es tabú para ellos como lo es el tigre
para algunas tribus indias o la serpiente para otras del África.
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Más grave era –en opinión de Francisco Casares– que los neta-
mente «nacionales», aquellos sobre los que no podía recaer duda,
pudieran proceder como «rojos». Ello sí tenía importancia, porque
«el rojo ideológico es, por lo pronto, un vencido. Y será, mañana,
un convencido. Pero el hombre de la España nacional, que no sabe
vivir con el espíritu que la hora impone, no es ni lo uno ni lo otro.
Y su actuación es la más perniciosa». ¿Qué actuaciones eran, así,
peligrosas? Por lo pronto –comentaba el firmante de este artículo
de opinión– la especulación, sin escrúpulos, para encarecer los pre-
cios de los productos:
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17 AZNAR, M., «La batalla del Ebro de una política nacional», ABC, 2 de no-
viembre de 1939.
18 FERNÁNDEZ FLÓREZ, W., «Unidad y disciplina», ABC, 5 de noviembre de 1939.
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ciembre de 1939.
20 SALAVERRÍA, J. M.ª, «El ruso», ABC, 20 de diciembre de 1939.
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Conclusión
La legitimación del «nuevo Estado» se fundamentó en la guerra:
por su origen en el enfrentamiento civil que estallara en España
en el verano de 1936; por su consolidación cuando la guerra in-
ternacional se extendió en Europa desde finales del verano de 1939.
Sólo en la guerra el agrupamiento político en función del amigo y
el enemigo alcanza su última consecuencia, adquiriendo la vida del
hombre su polaridad específicamente política21. El recalcamiento
de lo político con la violencia extrema en la guerra convierte al
enemigo en «enemigo absoluto»22. Y quizá sea ésta la distinción
propia de las guerras modernas; un distingo político, a través sobre
todo de la imagen del enemigo, que extrema la consideración clási-
ca de la guerra como prosecución de la política por otros medios23.
El discurso del «nuevo Estado», que se conformó a modo de
«cultura de guerra», se generó precisamente a partir de este recal-
camiento de lo político a través de la construcción de la imagen
del enemigo, el «rojo». Un discurso pertinaz y acusadamente anti-
comunista que se formó mediante pautas de extrañamiento, estig-
matización y desvelamiento del enemigo; que lo es por su condi-
ción, convicción y conducta. Discurso en el que fue deslizándose,
a tenor de las circunstancias, la propia imagen del enemigo: de ex-
terno –aunque español–, en plena guerra civil, a interno –aunqie
no rojo–, cuando la inmediata posguerra en España fue sacudida
por el estallido del conflicto bélico en Europa. Y siempre la pro-
paganda apuntó el peligro del bolchevismo, revolucionario, agre-
sivo, traicionero; instrumentalizando su amenaza para aglutinar la
comunidad política esencial de la «España nacional» frente a la
«anti-España».
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ÀNGEL DUARTE
Universitat de Girona
Consideraciones liminares
Los lugares comunes y los clisés a propósito de los catalanes
son antiguos, y en absoluto privativos del resto de los españoles.
Allí por donde han pasado, los catalanes han dejado huella. No sólo
en Madrid o en Sevilla ha sido efectivo el estereotipo del catalán.
De Grecia a Cuba, pasando por Buenos Aires o Ciudad de México,
el recuerdo del natural del antiguo Principado permanece en di-
chos y tópicos, y se proyecta en el tiempo hacia el presente1.
Es seguro que a medida que pasa el tiempo dichos clisés son
más desvaídos, pero persisten hasta hoy entre brumas y, en oca-
siones, se recuperan y adquieren nuevos usos y significados. En
buena parte de las ocasiones, ya sea en relación al almogávar o al
negrero, la imagen secular –tanto la extra como la intrapeninsu-
lar– está asociada al egoísmo, a la brutalidad, a la codicia y a la
explotación del trabajo o las vidas ajenas. Existe también, en la
América hispana y en no pocas regiones españolas, la contraima-
gen del comerciante honesto y laborioso, del tendero familiar y del
empresario afanoso que, sin perder el contacto con la patria chi-
ca, contribuye con su esfuerzo a generar riqueza en la tierra de
acogida. Son muchos los testimonios que podríamos situar en la
sència catalana a Cuba durant la primera meitat del segle XIX, Barcelona, Generali-
tat/Comissió Amèrica i Catalunya, 1992. Josep M. FRADERA, Gobernar colonias, Bar-
celona, Península, 1999; Catalunya i ultramar: poder i negoci a les colònies espanyoles
(1750-1914), Catàleg exposició maig de 1995-octubre de 1996, Drassanes de Bar-
celona, Àmbit Serveis Editorials, 1995. Enrique SOSA, Negreros catalanes y gadita-
nos en la trata cubana, 1827-1833, La Habana, Fundación Fernando Ortiz, 1998.
Eusebi AYENSA, «El record dels catalans en el folklore grec», L’Avenç, 213, abril 1997,
56-58.
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cio, fábricas y minas de España, tomo XXI, Madrid, D. Antonio Espinosa, 1792, 168.
3 M. Teresa PÉREZ PICAZO, Antoni SEGURA I LLORENÇ FERRER (eds.), Els catalans
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2007, 184.
5 La rebelión de Barcelona, 218b. Citado por María Soledad ARREDONDO, «Ar-
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El estereotipo y la política
Todo el cuerpo de imágenes del catalán se transforma en un
conjunto de argumentos para el combate político en el siglo XIX. El
factor clave para explicar el salto cualitativo será, obviamente, el
de la lenta emergencia del catalanismo. Los primeros catalanistas,
los que se asocian a la Renaixença, no eran, grosso modo, otra cosa
que los cultivadores de la memoria de las libertades patrias, los
apasionados por los rasgos idiosincrásicos y los mantenedores del
idioma catalán. Gente, por lo general, con vocación erudita que gus-
taban de autodefinirse como apolíticos. Lo eran en tanto que no
elaboraban programas de actuación política sino estrategias de lo
entre Espanya i França; epíleg de Robert Lafont, Barcelona, Quaderns Crema, 2006,
2 v.
8 Els Modernistes i el nacionalisme cultural (1881-1906), pròleg i antologia a
cura de Vicente Cacho Viu. Barcelona, La Magrana, 1984. Vicente CACHO VIU, El
Nacionalismo catalán como factor de modernización; prólogo de Albert Manent, Bar-
celona, Quaderns Crema, 1998.
9 GAZIEL, «Una bandera indeseable», La Vanguardia, 11 de abril de 1923, 4.
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10 El texto completo de Subirana, incluido en Calendari català del any 1865, es-
crit pels mes coneguts escriptors y poétas catalans, mallorquins y valencians, y col·le-
cionat y publicat per Francesc Pelayo Briz, Barcelona, Llibreteria de Estanislao Fe-
rrando Roca, 1864, 87-101. En Pere ANGUERA, Escrits polítics del segle XIX, t. I.
Catalanisme cultural, Vic, IUHJVV/Eumo, 1998, 49-62.
11 Enric UCELAY-DA CAL, «‘Ser y no ser’: la visión del españolismo desde la pers-
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del any 1883, Barcelona, 1883, 42-43. Citado por ANGUERA en Escrits polítics, 36-37.
14 ANGUERA, El català al segle XIX: de llengua del poble a llengua nacional, Bar-
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Balaguer, tomo I, Madrid, El Progreso Editorial, 1893, 13-18. Para las reediciones
en los años noventa, veáse GONZÁLEZ CALLEJA, «‘Bon cop de falç!’», 125. Fernando
VALLS TABERNER, Reafirmación espiritual de España, Madrid, Barcelona, Juventud,
1939, 131.
17 ABC, 21-X-1934. Citado en Arnau GONZÀLEZ I VILALTA y Gisela BOU I GARRI-
GA, La creació del mite Lluís Companys. El 6 d’octubre de 1934 i la defensa de Com-
panys per Ossorio y Gallardo, Barcelona, Base, 2007, 191-192. Arriba, 28 de marzo
de 1935.
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del siglo XIX», en J. MORENO LUZÓN (ed.), Construir España. Nacionalismo español
y procesos de nacionalización, Madrid, CEPC, 2007, 50.
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1955, 139.
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31 Carta recogida por GONZÁLEZ Y BOU, La creació del mite Lluís Companys,
354-356.
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Coda
La historia de España, y remito de nuevo a las palabras de Mo-
reno Luzón sobre 1919, se nos presenta como una sucesión de opor-
tunidades perdidas en el diálogo, entendimiento, articulación… de
la identidad catalana –convertida en vector de acción colectiva– en
el interior de la común unidad española. Lo que hemos planteado
tiene que ver con un interrogante. ¿En qué medida la percepción
que se tiene de los catalanes está condicionada por la incapacidad
de los catalanistas de explicarse? Sin duda los que hicieron esfuer-
zos en esta dirección fueron muchos: Enric Prat de la Riba, Fran-
cesc Cambó, Lluís Companys, Josep Tarradellas, Jordi Pujol… Se
encontraron, más allá de la pervivencia de un sustrato quevedia-
no, con una serie de problemas. La incapacidad de «los otros» por
asumir que un pueblo lleno de vida tiene todo el derecho del mun-
do a desbordarse y dar a conocer esa potencia; imponerla, si es el
caso, a quienes tienen alrededor. Ésta, hoy en día, ya no es la cues-
tión. No es de potencia, precisamente, de lo que Cataluña anda so-
brada.
También tuvieron que hacer frente a la incapacidad de «los
nuestros» por asumir el carácter español que tiene el catalanismo,
este nacionalismo de ser y no ser. España no sería una realidad ex-
traña, sino un territorio a potenciar, a hacer crecer, desde el culti-
vo de las propias «arrels». Demasiado complicado.
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