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El Quijote para la Generación del 98

Los profesores de Lengua Castellana y Literatura llevamos casi un siglo


explicando la generación del 98 como aquella que surgió a raíz del Desastre Colonial,
para intentar conseguir un nuevo orden social, todo ello desde la vertiente literaria
que cada miembro aclimató a su forma de expresión predilecta: el ensayo en
Unamuno, la novela en Baroja, la poesía en A. Machado y en el teatro en Valle Inclán.
Sin embargo, nunca fue una generación tan polémicamente llamada. Primero,
porque ninguno de sus miembros escribió ni un libro ni un folleto lamentando la
pérdida y la desaparición del imperio ultramarino; salvo algún artículo suelto para
cumplir el compromiso con el diario o la revista. Segundo, porque el “Manifiesto de los
Tres”, de 19011, al que se le da valor de partida de nacimiento de la generación del 98,
se había publicado tres años después de terminar la guerra de Cuba, y no fue la
derrota naval el motivo de su publicación, sino el dolor que sentían sus autores por
España, continuando con la tarea emprendida años antes por otros pensadores,
intelectuales y autores (M. Picavea, J. Costa, Ángel Ganivet). Tercero, porque todos
sus integrantes acabaron reconociendo lo desacertado del nombre incluso negando su
existencia, hasta el propio Azorín, que fue el que la inventó2.

Aunque Unamuno fue el primero que publicó un artículo en noviembre del 98,
recién terminada la guerra, en el que enjuiciaba la abúlica actitud del pueblo español,
quien “miraba con soberana indiferencia la pérdida de las colonias nacionales” 3; hubo
de esperar hasta 1916 para reconocer que el grupo fue “un movimiento de
personalismo –no de fulanismo- frenético”4. Y en 1918 remachó: “Sólo nos unían el
tiempo y el lugar, caso un común dolor: la angustia de no respirar en aquella España
que es la misma de hoy. El que partiéramos casi al mismo tiempo a raíz del desastre
colonial no quiere decir que lo hiciéramos de acuerdo”5. En cambio, Baroja fue tajante
desde el principio: “Yo siempre he afirmado que no creía que existiera una generación
del 98. El invento fue de Azorín, y aunque no me parece de mucha exactitud, no cabe
duda que tuvo un gran éxito”6. En efecto, si Azorín acuñó la designación, él mismo se
encargó de desmentirla después, tal y como aseveró en su famoso libro Clásicos y
Modernos: “La generación del 98, en suma, no ha hecho sino continuar el movimiento
ideológico de la generación anterior”.

1. Azorín, Pío Baroja y Ramiro de Maeztu, con el pseudónimo de “Los Tres”, firmaron el Manifiesto de 1901 en
la revista “Juventud” para “luchar a favor de la generación de un nuevo estado social de España”.
2. Fue Gabriel Maura en 1908 el primero que denominó “Generación del 98” al grupo. Azorín publicó en ABC
(febrero de 1913) cuatro artículos en los que desveló las claves de la generación del 98.
3. UNAMUNO, Miguel. “La vida es sueño. Reflexiones sobre la regeneración de España”, en El caballero de la
Triste Figura, Espasa-Calpe. Madrid. 1980. Págs. 109-110. 6ª ed.
4. id. “El Imparcial”. Madrid. 31- 1-1916
5. id. “La hermandad futura”, en Nuevo Mundo, Madrid, 1918.
6. BAROJA, Pío. Desde la última vuelta del camino. Memorias. El escritor según él y según los críticos. T.I. Caro
Raggio. Madrid. 1982. Págs. 157-170.

1
A pesar de que los propios protagonistas rechazaran su pertenencia al grupo,
de una u otra forma, a pesar de que no surgieron a raíz del Desastre Colonial y a pesar
de que la nómina fluctúe según el crítico de turno; la generación del 98 es un
concepto útil para la periodización literaria y su estudio didáctico, y es, sobre todo, un
rico y diverso grupo de escritores que tuvieron en común con el Modernismo su
oposición a la literatura realista de la Restauración y a su lenguaje grandilocuente, y su
aventura en una nueva forma de idealismo crítico para la regeneración de España y de
su imagen literaria, ya iniciada por escritores e intelectuales del período anterior.

Sin embargo, en lo que no cabe disensión es en admitir que podemos llamarla


la generación del Quijote, pues estos mismos escritores son los que publicaron libros y
artículos sobre don Quijote, al que escogieron como símbolo del afán reformador y
regeneracionista de la España que iniciaba el nuevo siglo. No fue disculpa la fecha,
1905, ni el Real Decreto del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes para la
conmemoración del Tercer Centenario (calendario festivo del 7 al 10 de mayo, lectura
obligatoria del Quijote en las escuelas, nuevo monumento a Cervantes y creación del
Instituto Cervantes en 1916). La costumbre de celebrar el natalicio de Cervantes o la
fecha de su muerte era ya una práctica social y cultural consolidada del siglo
precedente, pero la pérdida de las Indias Occidentales puso el énfasis en esta obra
literaria inmortal, crisol de la raza, la lengua y el alma nacional.

¿Representaba el Quijote el ideal de unificación patriótica, de héroe modélico


para la regeneración de un país abatido y confuso? ¿Solo la reanimación del espíritu
quijotesco podía alentar al pueblo español a la recuperación del lugar respetado que
un día ocupó en Europa? En esa línea se manifestaba el periodista Mariano de Cavia en
El Imparcial, en 1903, de quien varias iniciativas cuajaron en el Real Decreto
mencionado supra7.

“El Quijote es un libro tan grande que cada cual puede encontrar en él lo que le
dé la gana” renombrada frase del doctor Thebusssen (Mariano Pardo de Figueroa,
1880).

Miguel de Unamuno fue el primero en “quijotizarse” y el último en no dejar de


hacerlo. Componen el corpus cervantino del escritor treinta obras en total – desde
1895 hasta 1932- entre artículos, ensayos, novelas, prólogos y poemas. En tan vasta
trayectoria es lógica la evolución y aunque varios críticos coinciden en distinguir tres
etapas en la actitud de Unamuno frente a Cervantes y su obra, a nosotros nos interesa
7. Mariano de Cavia, “Post tenebras spero lucem” (El Imparcial, 2-12-1903), contestado por Maeztu al decir
que el Quijote era el libro de los viejos por lo que en modo alguno podía remontar el decaimiento de los
españoles: “Ante las fiestas del Quijote”, Alma española, 13 de diciembre de 1903 y también “El libro de los
viejos”, La Correspondencia de España, 12 de mayo de 1901. Para algunos, el artículo de Cavia no fue entendido
en su verdadero propósito, más acorde al afán de notoriedad o la provocación burlesca (A. March, “¿Solemnitat
Nacional?” en La Campana de Gracia, 6 de mayo de 1905, p.7) citado por Carme Riera, El Quijote desde el
nacionalismo catalán, en torno al Tercer Centenario, Barcelona, 2005, Destino, p. 70.

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destacar cómo enfrentó el autor la “religión nacional” que supuso para él el Quijote. A
la luz de los hechos ocurridos en España en la época de Unamuno, el Quijote es el
símbolo del espíritu nacional de gloria en el fracaso. En primer lugar, don Quijote
representa la lucha del agitador de las conciencias humanas que se hallan sumidas en
la mansedumbre estéril. La lucha no conlleva la victoria, pero asegura la vida (“Bien
podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será
imposible” II, 17).

En segundo lugar, sobre don Quijote proyecta Unamuno su afán de


inmortalidad. Nótese que no es el caballero andante el que muere, sino Alonso
Quijano (“…ya no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano” II, 74), porque
Don Quijote es inmortal, merced a su existencia transgresora de realidades. Su poética
de la locura lo ha convertido en mito, en símbolo del carácter heroico del español, que
sabe afrontar el ridículo y la burla y no arredrarse ante ellos.

En tercer lugar, don Quijote, en su amor por Dulcinea, representa el uso de la


gracia de Dios, el que nada tiene y todo lo puede. La fe por encima de la razón. Si como
escribe Unamuno, la vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los
que piensan, don Quijote es el símbolo de una existencia trágica.

Y, en cuarto y último lugar, don Quijote y Sancho representan el diálogo


socrático para hallar la verdad de nuestra existencia. Como dijo Unamuno “es el quicio
de la vida humana toda saber el hombre lo que quiere ser” 8. Al grito quijotesco de “Yo
sé quién soy” (I, 4 y 5), Unamuno construye la esencia del quijotismo contra el
racionalismo opresor que representa Sancho. En el episodio de los batanes, a la luz del
día (símbolo de la razón y de la ciencia), el escudero, que se había vaciado literalmente
de “miedo” en la noche, se mofa de la actitud del hidalgo que enmudece al comprobar
de dónde procedía el ruido. Pero don Quijote sigue siendo idéntico héroe que, ante la
oscuridad o la luz del día, mantiene la misma actitud de lucha frente a los peligros que
entraña una concepción solo materialista del hombre, la que encarna “el miedo
sanchopancesco”: el culto y la veneración al progreso en una concepción
unilateralmente materialista.

Antes de publicar La ruta de Don Quijote (1905), Azorín acababa de estrenar


pseudónimo, publicar dos novelas y era cronista parlamentario. El libro surgió cuando
Ortega le encomendó la misión de viajar a La Mancha para seguir el itinerario del
ingenioso hidalgo, y todo, dentro de los fastos del III Centenario. Con dos libros, lápiz,
notas, papel y acompañado de un revólver (siempre había alguna legua mala de
camino), Azorín emprendería el primero de los casi quince libros que como
8. Vida de don Quijote y Sancho. Ed. Cátedra. Madrid

3
cervantista publicó a lo largo de su vida. Las crónicas aparecidas en El Imparcial no
contienen una interpretación sobre el Quijote, sino más bien sobre el paisaje
manchego de 1905, y ni eso, tal vez sobre una particular reconstrucción histórico-
imaginativa del siglo XVI. La imagen de la aridez y la monotonía desesperante de la
llanura repetida hasta el infinito ayudó a forjar el tópico de la “Castilla miserable, ayer
dominadora”, en los versos de Machado.

Ramiro de Maeztu es otro ejemplo de viraje ideológico, desde el


regeneracionismo darwinista al catolicismo tradicionalista y de corte reaccionario.
Empezó su recorrido quijotesco en 1901 con un artículo titulado “El libro de los
viejos”, publicado en La Correspondencia de España, en el que tachaba al Quijote de
libro decadente, propio del espíritu de los pueblos viejos, y en el que instaba a los
españoles a dejar de ser quijotes. Por “decadente” entendía la empresa de obras
superiores a las fuerzas de las que las hace. Unía la circunstancia biográfica del autor
(58 años, carrera militar y política frustrada, fracasos literarios como poeta y como
dramaturgo, vida carcelaria…) con la histórico-política de España (todavía en el cénit
de su poder, pero agotada por siglos de lucha). Don Quijote es un símbolo bisémico de
España: sublime, como caballero cristiano, y ridículo, como vejete apedreado y
apaleado que lucha contra su propia invención de la realidad.

En su obra cumbre, Don Quijote, Don Juan y la Celestina, publicada en 1919,


utiliza estas tres figuras literarias simbólicas de lo español para formular su teoría de
los ideales nacionales. Don Quijote representa el amor, Don Juan; el poder y la
Celestina, el saber. Don Quijote dejará de ser ridículo cuando se vea reforzado por el
poder del trabajo y del dinero y el saber de Dios. Un modelo de caballero cristiano y
católico al frente del regeneracionismo político del país, un demócrata autocrático, un
Primo de Rivera, por ejemplo.

Precisamente a Maeztu dedicó Ortega sus Meditaciones del Quijote, un ensayo


que pretendía ser el contraargumento a las teorías de Unamuno en Vida de Don
Quijote y Sancho, pero que decepciona por lo poco que se habla del personaje y de su
autor. Ortega defiende aquí el Quijote como la definición de la personalidad española,
desde el punto de vista cultural y del arte castizo que representa, una suerte de
idealismo anclado en una tradición y una cultura científica que no merecen
continuidad. En su obra posterior, Meditación del Escorial, Ortega se vuelca en la
definición histórica del carácter nacional e hilvana los principales hechos del pasado
haciendo hincapié en la voluntad. Como el Escorial, don Quijote es esfuerzo puro, sin
ideas, un héroe poco inteligente. Sin embargo, Cervantes se da cuenta de hasta dónde
nos puede llevar la voluntad ciega y convierte su novela en una crítica del esfuerzo
puro que solo conduce al fracaso, la amargura y la melancolía. Ortega da un paso más
y usa al Quijote como símbolo del destino trágico y aciago escrito en el carácter del
pueblo español, un pueblo cuya alma es toda voluntad y esfuerzo ciego, sin dirección

4
alguna. Como vemos, Ortega se queda solo proponiendo esta cuando menos
extravagante tesis del inútil esfuerzo de los españoles en la realización de sus obras en
el pasado, que da como resultado la anómala historia de España, teñida de
arbitrariedades y fatalidad.

Unamuno y Azorín vetados para los Juegos Florales de 1916

Suspendidos los actos oficiales previstos por el gobierno de la nación para


conmemorar el III centenario de la muerte de Cervantes, debido a la Gran Guerra que
sumía a Europa y al mundo; la Junta Provincial de Sevilla y el Ateneo Sevillano
asumieron el protagonismo andaluz que correspondía a tan insigne efeméride. Ante
las opiniones vertidas por Unamuno y Azorín en torno al origen andaluz de los males
que aquejaban a la patria, de forma glosada: holgazanería, indolencia y pereza; y
Ortega y su “ideal vegetativo” característico del andaluz; el Ateneo invita
exclusivamente a intelectuales andaluces, venidos de todas las regiones, para ensalzar
al universal manco de Lepanto, alcalaíno de nacimiento, pero sevillano de adopción.

D. Manuel Siurot Rodríguez, el insigne paisano, vendrá a colmar y rebosar las


expectativas creadas acerca de la celebración andaluza del magno evento cervantino.

El Quijote en el discurso de Siurot

Entre las conferencias cervantinas pronunciadas en el Salón-Teatro Lloréns,


destacó con especial relevancia la de nuestro representante de la Andalucía
Occidental, el abogado, pedagogo y maestro de niños pobres, D. Manuel Siurot
Rodríguez. Sorprendió que un no profesional de la oratoria y menos conocido que sus
compañeros de proscenio (Gómez Ocaña y Blanca de los Ríos), lograse “a fuerza de
arte, de sabiduría y de alma, dar forma espiritual a las más espirituales ideas”9. Las
críticas vertidas en los periódicos de Huelva y Sevilla coinciden en subrayar la belleza y
originalidad tanto del punto de vista como de la forma y su elocución.

¿Se refería Siurot con La generación del Quijote a nuestra <<Generación del
98>>? En absoluto. Su novedad radica en reunir en una extensa y misma generación a
un puñado de nombres que forjaron la historia más brillante de nuestro país desde la
reina católica al propio Cervantes. Razón de semejanza: ser la reencarnación del
espíritu del caballero, el héroe del ideal patrio. Pero, no olvidemos que el objetivo
principal de las iniciativas cervantinas llevadas a cabo por la Junta Provincial del
Centenario y los actos de homenaje organizados por el Ateneo sevillano (tanto las
conferencias como los Juegos Florales), fue la restitución del honor español, que cabía
en suerte a la ciudad de Sevilla y a la región de Andalucía.

9. <<HONRANDO AL GLORIOSO MANCO DE LEPANTO>>, en El Correo de Andalucía, 16 de abril de 1916.

5
No en vano, todos los fastos celebrados en torno a la figura de Cervantes
tenían en común su “sevillanismo” en concreto y su “andalucismo” por extensión.
Cuna del Quijote, patria del escritor durante más de 25 años y escenario de muchas de
sus novelas ejemplares. Siurot no podía fallar a la cita.

Si para el ilustre pedagogo, la figura de Don Quijote es, en principio, un


<<compuesto de cuatro sustancias>>, podemos sintetizarlas en dos, tal y como
hicieron de un modo u otro, los escritores del 98. La cara y la cruz: el pasado glorioso y
el presente decadente. En Siurot, la idea se presenta con originalidad: grandeza de
España mientras vivimos el Quijote y decadencia, mientras lo escribimos.

El héroe vivo en el espíritu de varios personajes históricos del siglo XVI que
engrandecieron nuestra nación versus el héroe pintado por Cervantes a raíz de sus
heridas en Lepanto.

¿Qué tienen en común esos grandes de la Historia elegidos por nuestro paisano
para encarnar a Don Quijote en su cara esplendorosa? Muy sencillo, dos cosas: la fe y
su andalucismo. Nótese que las figuras escogidas y las escenas representadas se
resumen en estos cuatro nombres: Santa Fe, Santa María, San Francisco y Santiago.

Y llegan las explicaciones. En primer lugar, la de Santa Fe. La reina Isabel I, tras
el incendio del campamento real en julio de 1491 ante las murallas de Granada,
ordena levantar una población hecha en piedra que tomó el llamativo nombre de
Santa Fe; las célebres Capitulaciones de Santa Fe cerraron el dominio musulmán de la
península e inauguraron la era del catolicismo.

En segundo lugar, la de Santa María. La nao capitana de la expedición


colombina tiró por la borda la sedición que a punto estuvo de hacer naufragar el
descubrimiento de América y la conquista cristiana de las almas nativas. Por otro lado,
rendido homenaje de Siurot a sus paisanos, los navegantes onubenses, llegados a buen
puerto bajo la advocación de la Vera Cruz.

En tercer lugar, la de San Francisco. El cardenal Cisneros, quien sufragó con su


dinero la conquista de la plaza africana de Orán, entronizó a la Orden Franciscana en lo
más alto de la santidad y a la monarquía, en la recuperación de su perdida
preponderancia. España ora pro África.

Y en último lugar, la de Santiago. Patrón de Loja, población granadina a la que


fue a morir el Cid castellano hecho andaluz, el Gran Capitán. Defenestrado por el Rey
católico, aceptó ser alcaide de la ciudad granadina a cambio de soltar la Cruz de la
Orden de Santiago, para no desobedecer a su rey.

Conclusión: El Quijote vivo es el héroe cristiano andaluz, ya sea por nacimiento


o por convencimiento.

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Tampoco le falta al palmerino ni una de las cuatro cualidades del espíritu
andaluz con que nos retratara Miguel Herrero-García en sus Ideas estéticas de los
españoles del siglo XVII, estas son: arrogancia, sagacidad, locuacidad y exaltación
amorosa.

Veámoslo. Empecemos por la más evidente, la última. ¿Acaso no hay exaltación


amorosa en el recorrido patriótico por los principales hitos de la hegemonía española?
La arenga de Isabel I ante los muros de Granada provoca el grito enamorado del Gran
Capitán: <<¡Oh, señora mía Dulcinea de toda mi vida y de todo mi corazón!>> 11.

Qué abogado no es locuaz. <<Hambre, sed, miseria, enfermedades…la injuria


insolente, la procacidad intolerable, la mofa continua y el latigazo por
razonamiento>>12.

Qué mayor sagacidad que conferenciar sobre la figura literaria y moral del
Quijote para atreverse a presentar ante la sociedad sevillana de pro sus escuelas en
Huelva de niños pobres.

Finalicemos por la más discutible, la primera. En principio, no parecen casar


<<la bondad y el corazón de niño grande>>13 atribuidos al ilustre onubense con
aquella. Mas, no tratamos de analizar al hombre, sino al conferenciante y en esto, la
humildad es solo un tópico literario, como bien hemos visto ya.

Y ya solo nos resta por desentrañar el Quijote decadente, el héroe pintado;


que no es otro que el propio Cervantes, su autor. Un escritor, que a la altura de la
cincuentena, se atreve a escribir su autobiografía, cambiando algunos nombres. Se
llama Miguel pero se figura que es Ariosto escribiendo sobre Orlando; o lo que es lo
mismo, Cervantes creando al caballero manchego en cuya cabeza está la refinada
Italia -con su Arcadia feliz y sus aventuras náuticas- y la infausta Argel, desde la que el
soldado poeta ha aprendido a soportar la tribulación escribiéndole versos marianos a
todas las Vírgenes de España, incluida la Cinta y excluida la del Valle.

Un calamitoso periplo biográfico enmascarado por la risa, aprendida en la


ciudad de la Gracia14, Sevilla. Con una torre para mirar el horizonte y un espejo donde
mirarse a sí misma, el Guadalquivir y su paseo; del que lamenta Siurot que aún no
existiera en la época de Cervantes.

Cervantes vio y vivió en la Sevilla donde el sol empezaba a ponerse, y según


Siurot, impelido por la belleza mística que la ciudad ha destilado siempre, acrisoló su
espíritu enaltecedor y decadente en la figura quijotesca.

11. La Generación del Quijote, discurso de D. Manuel Siurot, en el Teatro Lloréns, 15 de abril de 1916.
12. Ídem.
13. <<MANUEL SIUROT>>, en el Diario de Huelva, 17 de abril de 1916.
14. Divagando por la Ciudad de la Gracia, José Mª Izquierdo. Ed. Andalucía, 1914.

7
Al final de su discurso, en la moraleja, Siurot reconoce que, aunque haya
pretendido encerrarla en las dos dimensiones, aparentemente contrapuestas, de
héroe vivo y héroe pintado -grandeza y capitulación-, don Quijote pertenece a una
tercera dimensión, transcendente y universal. Y desde esa esfera, vivificante y
enmendadora, la pluma de Siurot habrá servido para que bajo la espada del
formidable caballero todas las gentes de todas las naciones juremos la promesa de
construir un mundo mejor.

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