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Introducción

Para realizar el análisis literario de un texto perteneciente al género narrativo, es


imprescindible tener en cuenta los planos que lo componen, tales como narrador, tiempo,
espacio, personajes y trama. Si bien en una narración están integrados todos estos planos,
dependiendo del estatuto de creación del escritor, puede suceder que algunos se encuentren
mejor delimitados que otros. Tal es el caso de Horacio Quiroga quien, debido a sus
experiencias, enfatiza en sus cuentos el escenario en que se desarrolla la trama. En algunos
de ellos también predomina la caracterización de sus personajes, también estrechamente
vinculados con sus vivencias.
En obras como Cuentos de amor de locura y de muerte (1917) son dos los tipos
de escenarios que selecciona Quiroga para sus cuentos. El primero de ellos es el ambiente
urbano que se distingue en El almohadón de plumas, El solitario y La gallina degollada. Por
otro lado, un segundo espacio que se encuentra latente en esta colección de relatos es la
selva ubicada en la provincia de Misiones, Argentina, lugar que cautivió al escritor, quien
vivió de forma austera en contacto directo con el peligro.
El presente trabajo se enfocará en tres de los cuentos que transcurren en este
segundo escenario. Estos son A la deriva, La miel silvestre y Los mensú. Pero previo a este
abordaje, nos centraremos también en el contexto histórico en que vivió Quiroga, además de
mencionar sus datos biográfico más relevantes.

Su inicio en la literatura

El reconocimiento de Quiroga como escritor radica en el género narrativo. Incluso


la mayor parte de su obra se resume en colecciones de cuentos y novelas breves, entre ellos
Historia de un amor turbio (1908), el anteriormente mencionado Cuentos de amor de locura y
de muerte (1917), la colección infantil Cuentos de la selva (1918), Los desterrados (1926),
entre otros. Sin embargo, su carrera dentro de la literatura se inició con un poemario titulado
Los arrecifes de coral (1901), donde se enmarca su período de Modernismo. Su desempeño
como poeta ha recibido críticas sumamente negativas, si bien le sirvieron para introducirse
en el ámbito literario.
Formó parte de la conocida Generación del 900, un grupo de escritores uruguayos
vinculados por un período de tiempo determinado, siendo el mayor de ellos Javier de Viana
(1868) y la menor Delmira Agustini (1886). Los escritores que pertenecen a una generación
literaria, habitualmente comparten sus perspectivas sobre el momento histórico que viven, y
tienen ideologías en común, si bien en este caso existe una gran heterogeneidad entre los
integrantes, que van desde el positivismo y el abordaje a cuestiones filosóficas identificadas
en la obra de Rodó y C. Vaz Ferreira, hasta el Modernismo presente en las creaciones de J.
Herrera y Reissig – fundador de La torre de los Panoramas, donde se reunía con otros
poetas –, Roberto de las Carreras, Delmira Agustini y Horacio Quiroga – creador del
Consistorio del Gay Saber, tertulia donde el salteño compartía ideas concernientes a la
literatura con otros escritores, entre ellos su amigo Ferrando –. Lo que sí tienen en común los
integrantes de la Generación del 900, es que ninguno de ellos tuvo una formación
académica, eran todos autodidactas, con excepción de Carlos Vaz Ferreira que cursó la
Universidad.
Dentro de los acontecimientos históricos que corresponden a su país, se destacan
los avances científicos y tecnológicos durante los dos gobiernos de José Batlle y Ordóñez,
que provocaron la revolución entre el Partido Colorado liderado por el presidente, y el Partido
Blanco, encabezado por Aparicio Saravia, caudillo y defensor del hombre rural. Los
escritores modernistas mencionados se desvincularon de esta serie de acontecimientos
prefieriendo el exotismo, uno de los rasgos del movimiento creado por Rubén Darío. Por otro
lado, la Generación del 900 estaba conformada también por escritores política y socialmente
comprometidos, entre ellos Florencio Sánchez que se declaró anarquista y realizó en sus
textos fuertes denuncias a las injusticias sociales, Rodó que fue diputado del Partido
Colorado, y Javier de Viana que desempeñó el mismo rol, pero dentro del Partido Blanco.
Mientras estos escritores expresaban a través de sus textos sus preocupaciones y
opiniones sobre su entorno sociocultural, Quiroga se mantenía ausente mental y físicamente
del medio uruguayo. Fuertemente influenciado por el dandysmo, en el año 1900 reúne el
poco dinero que tiene para realizar el soñado viaje a París. Cabe destacar que en esta época
es considerado un dandy aquel que se viste y actúa de modo refinado y estrambótíco, con
actitudes de soberbia y egolatría, portador de vicios y gran derrochador de bienes. Quiroga
pagó caro por esta travesía y por el intento de adoptar este modo de vida proveniente de
Europa. Sus experiencias en la capital francesa no fueron nada agradables, y al poco tiempo
se vio en la necesidad de volver a su país sin nada en sus bolsillos.
La muerte, su compañera

Horacio Quiroga (Salto, 1878 – Buenos Aires, 1937) es definido por algunos
críticos como un hombre austero y taciturno, exiliado de su país por voluntad propia para
sumergirse en la soledad de la selva, donde permaneció gran parte de su vida. Se puede
decir que su carácter y su actitud tienen justificación, debido a lo difícil que fue su vida, con la
presencia constante de la muerte, esa sombra que lo acompaña, apagando la existencia de
sus seres queridos, sombra que muchas veces es solicitada por los mismos. Su padre
falleció en 1879, cuando el escritor contaba con unos pocos meses de edad, al dispararse
accidentalmente con la escopeta tras un día de caza. Su madre se casa por segunda vez, y
Quiroga desenvuelve un gran afecto por su padrastro, quien tras un derrame cerebral que lo
dejó inválido, se suicida con un disparo de escopeta en la boca, en el momento en que el
joven escritor, que contaba con diecisiete años, entraba a la habitación. No cabe dudas de
que esta experiencia trastornó su vida, contribuyendo a la formación del Quiroga huraño y
sombrío que conocemos.
Pero las experiencias que involucran la muerte de sus seres queridos no terminan
por ahí, pues otra de las situaciones traumáticas ocurre en 1902 cuando asesina sin querer a
su amigo y poeta Federico Ferrando, mientras examinaba el arma de fuego que iba a ser
utilizada en un duelo. El juicio al que fue sometido y su conciencia atormentada por lo que
sucedió, fueron los detonantes que lo llevaron a tomar la decisión de irse a vivir a Misiones,
donde permaneció en un principio solo, y posteriormente con Ana María Cirés, la madre de
sus dos primeros hijos Darío y Eglé. En 1915 su esposa también comete suicidio ingiriendo
una dosis de sublimado. Esta cadena de autoeliminaciones por parte de su familia tiene
continuación incluso después de la muerte de Quiroga, pues sus dos hijos también dieron fin
a sus propias vidas.
Desde el enfoque de la psicocrítica, se ha deducido que esta serie de fatalidades
que lo acompañaron a lo largo de su vida es uno de los motivos por el cual el escritor insiste
en la temática de la muerte, que abarca un gran porcentaje de sus relatos. Las causas que
provocan el fin de sus personajes generalmente son inesperadas, repentinas, brutales, e
incluso asesinatos. Alicia, la protagonista de El almohadón de plumas, agoniza lentamente
sin que nadie conozca el motivo, que es descubierto después de su muerte. Kassim en El
solitario asesina a su esposa, y lo mismo ocurre con Bertita, que es brutalmente ultimada por
sus tres hermanos idiotas en La gallina degollada.
Los personajes de sus obras no se imaginan que la muerte los espera, hasta que
son sorprendidos. Tal es el caso por ejemplo de Benincasa:
Y a un segundo esfuerzo para incorporarse, se le erizó el cabello de terror: no
había podido aún moverse. Ahora la sensación de plomo y el hormigueo subían
hasta la cintura. Durante un rato horror de morir allí, miserablemente solo, lejos de
su madre y sus amigos, le cohibió todo medio de defensa.
– ¡Voy a morir ahora!... ¡De aquí un rato voy a morir!... (Pág. 144).

Esta idea se relaciona con el ser humano en general, que piensa en la muerte
como un fenómeno tan lejano, pero que en realidad camina a nuestro lado. La negación y el
terror por parte de Benincasa representa al hombre en general y su temor por lo
desconocido, o su amor a la vida, o cualquiera que sea el motivo que provoque un recelo
ante lo que se pueda encontrar o no, más allá de la existencia.
Además de lo mencionado sobre su vida, no podemos olvidar que Quiroga fue
gran admirador y discípulo de Edgar Allan Poe. Por lo tanto la temática de la muerte, aparte
de reflejar los traumas del escritor uruguayo, es también una técnica tomada de su maestro,
quien en su Filosofía de la composición (1846), explica que la muerte es una temática
universal que puede causar cierto impacto y captar la atención de un publico en general, y no
solamente a un determinado grupo de lectores.
Pero en cuentos como La miel silvestre, A la deriva y Los mensú, la muerte tiene
un abordaje particular, muy influenciado por el escenario donde ocurre, que es la selva en
Misiones. A continuación, nos centraremos en el modo en que Quiroga presenta esta región
austera en sus tres cuentos, el modo en que retrata la naturaleza y el vínculo de los
personajes con la misma, sin dejar de mencionar las características de la narrativa
quiroguiana durante esta etapa.

El hombre y la selva

En 1903 Quiroga tiene su primer contacto con la región argentina de Misiones,


donde viaja como fotógrafo – una de las actividades que lo apasionaba – en una excursión a
las ruinas jesuíticas dirigida por el escritor Leopoldo Lugones. Dicha estadía no fue
permanente y sí en calidad de visitante, pues posteriormente regresa a la urbe para trabajar
como docente en el Instituto Normal, donde conoce a su esposa Ana M. Cirés.
Es en 1910 cuando se traslada definitivamente a este lugar que lo cautivó con su
belleza, y que contrasta inmensamente con su vida en París durante sus primeros años
como escritor. Según Rodríguez Monegal, es justamente este contraste entre la ciudad
europea y la selva lo que captó la atención de Quiroga, además de la adrenalina constante
provocada por los peligros que lo acechan, tales como animales depredadores o condiciones
climáticas que dificultan la supervivencia, por ejemplo la sequía. A partir de 1912 comenzó a
retratar en sus obras con mayor frecuencia las formas de vida y costumbres propias de este
lugar, algo que vemos nítidamente a través de sus personajes. En A la deriva, identificamos
a Paulino como un prototipo del hombre que habita este medio, así como Cayetano y
Podeley en Los Mensú, o el padrino de Benincasa en La miel silvestre.
Benincasa es en estos tres cuentos la excepción, el contraste entre el hombre
urbano que ignora los peligros de la vida salvaje, y quienes se acostumbraron a lidiar con las
vicisitudes de esta región. El narrador lo define como un muchacho pacífico, gordinflón y de
cara rosada, en razón de su excelente salud. En consecuencia, lo suficiente cuerdo para
preferir un té con leche y pastelitos a quién sabe qué fortuita e infernal comida del bosque
(pág. 140).
En contraposición, en Los Mensú, cuyo significado del término alude a los peones
que desempeñan su trabajo en la zona de Misiones, el narrador nos presenta otro tipo de
personajes: Flacos, despeinados, en calzoncillos, la camisa abierta en largos tajos,
descalzos como la mayoría, sucios como todos ellos, los dos mensú devoraban con los ojos
la capital del bosque... (pág. 103). Gustavo Luis Correa distingue en este cuento una especie
de denuncia social a las malas condiciones en que vivían estos peones, explotados por sus
patrones, arriesgando sus vidas por unos míseros pesos. Se trata de un compromiso social
visto por primera vez en la obra de Quiroga que deja entrever la conección que tuvo con la
selva, conección posiblemente jamás haya tenido en su país natal.
En los mensú tenemos la voz de un narrador omnisciente que nos retrata cómo es
la vida de un peón en la selva, a través de una breve descripción de la rutina de Podeley:

Para Podeley, labrador de madera [...] la vida del obraje no era dura [...]
Construyó con hojas de palmera su cobertizo [...] dio su nombre de cama a ocho
varas horizontales [...] Recomenzó, automáticamente, sus días de obraje:
silenciosos mates al levantarse [...] la exploración en descubierta de madera, el
desayuno a las ocho; harina, charque y grasa; [...] después, el almuerzo – esta
vez porotos y maíz flotante en la inevitable grasa –, para concluir de noche, tras
nueva lucha con las piezas de 8 por 30, con el yopará de mediodía (pág. 107).

El fragmento citado nos recuerda que también Quiroga construyó su propia


cabaña, y buscó de forma autónoma sus métodos de sobrevivencia.
Este vínculo entre peón y patrón también es levemente visible, o mejor dicho
apenas mencionado en A la deriva:

Acaso viera también a su ex patrón, míster Douglad, y al recibidor del obraje [...]
pensaba entre tanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón
Douglad [...] Al recibidor de maderas de míster Douglad, Lorenzo Cubilla, lo había
conocido en Puerto Esperanza un Viernes Santo... ¿Viernes? Sí, o jueves... (Pág.
78).

La diferencia entre ambos cuentos, es que en A la deriva no se percibe el sufrimiento


del trabajador del mismo modo que lo vemos en Los mensú.
En A la deriva también se distingue, desde el comienzo ex-abrupto, una disputa entre el
ser humano y la naturaleza, en el momento en que el hombre pisó algo blanduzco, y
enseguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse, con un juramento vio
una yararacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque (pág. 75). La situación
de Paulino se asemeja a episodios de la vida de Quiroga, quien más de una vez se vio
obligado a asesinar animales por necesidad, entre ellos serpientes letalmente peligrosas.
Esta actitud, según Annie Boule-Christouflou, ha provocado en el escritor un gran
remordimiento, pues Quiroga consideraba que todo ser vivo tenía igual derecho a la
existencia. La yararacusú que atacó a Paulino, simplemente activó sus mecanimos de
defensa ante una amenaza. La narrativa quiroguiana que adopta como escenario el ambiente
selvático, plantea al hombre como invasor, cuya intención, ya sea por necesidad o por
codicia, es explotar los recursos naturales para servirse de ellos. Por lo tanto, los animales
no hacen más que proteger su propiedad y sus vidas. De este modo, tanto el hombre como
el animal luchan por la sobrevivencia.
Algo similar ocurre en La miel silvestre. La diferencia es que Benincasa no busca la
subsistencia en Misiones, y sí aventurarse al peligro, proporcionar a su vida insulsa un toque
de adrenalina. El narrador nos informa esta intención del protagonista a través de un símil:
Así como el soltero que fue siempre juicioso cree de su deber, la víspera de sus
bodas, despedirse de la vida libre con una noche de orgía en compañía de sus
amigos, de igual modo Benincasa quiso honrar su vida aceitada con dos o tres
choques de vida intensa (pág. 140).

Pero su deseo se ve frustrado debido a su ignorancia sobre la vida en dicha región, que
se acentúa mediante de la figura de su padrino, uno de los habitantes de Misiones, que lo
guía en este ambiente para él desconocido: – ¡Pero infeliz! No vas a poder dar un paso.
Sigue la picada si quieres... o mejor, deja esa arma y mañana te haré acompañar por un
peón (pág. 140).
Se puede decir que en lugar de cazar animales, estos al final lo cazan a él, como si la
naturaleza misma le hubiese tendido una trampa a modo de venganza por las atrocidades
que cometen muchos Benincasas contra ella, teniendo en cuenta que en la narrativa
quiroguiana, esta siempre se sale con la suya. El autor uruguayo retrata el paisaje natural no
como un locus amoenus, y sí como una amenaza para el hombre, una zona agresiva e
indiferente al sufrimiento del mismo. Un ejemplo de ello es la expresión los yacarés de la
orilla calentaban el paisaje (140). O bien, la aclaración que realiza el narrador al inicio del
relato: Las escapatorias llevan aquí en Misiones a límites imprevistos, y a ello arrastró a
Gabriel Benincasa... (pág. 139). Desde un principio el narrador nos advierte que sucederá
una fatalidad en esta provincia.
En el caso de Los mensú, no es la naturaleza específicamente la que menaza a
Cayetano y Podeley, y sí la persecución del capataz, y su deseo de asesinarlos. Los factores
que aterran a los dos mensú, son la muerte y la permanencia en la selva, de donde intentan
escapar. En realidad, el horror está presente en los tres relatos seleccionados, y es la
emoción que impulsa el intento de huír de este infierno natural.
Estos tres cuentos se asemejan a la tragedia, pues tanto Paulino como Benincasa y los
mensú luchan infructuosamente contra la muerte que les tiene deparada el destino. Como lo
hemos dicho anteriormente, se tratan de muertes inesperadas e indeseadas, pues los cuatro
personajes se niegan a enfrentarla, se sienten aterrados frente a este fenómeno. La única
excepción es Podeley, que si bien sobrevive, no logra escapar de su desempeño como peón
en la selva, sino que regresa a ella:
– ¡Por favor te pido! – lloriqueó ante el capitán –. ¡No me bajen en el Puerto X!
¡Me van a matar!...
[...]
Pero a los diez minutos de bajar a tierra estaba ya borracho con nueva contrata y
se encaminaba tambaleando a comprar extractos (115).

Lo mismo nos informa el narrador sobre Paulino: pero el hombre no quería morir... (76).
En el caso de Benincasa, la huída no se pudo concretar debido a la parálisis que le provocó
la miel silvestre, y respecto a Paulino, podemos decir que este personaje perdió su vida
tratando de buscar la cura del veneno fuera de su pueblo, quedando su cadáver a la deriva,
tal como lo sugiere el título. El paisaje que nos pinta Quiroga en estos tres cuentos, además
de su indiferencia y hostilidad, parece conformar un ambiente lúgubre, un paralelismo
psicocósmico visible, por ejemplo, cuando Paulino desembarca en el Paraná.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de
cien metros, encajonan fúnebremente el río [...] Adelante, a los costados, atrás,
siempre la eterna muralla lúgubre [...] El paisaje es agresivo y reina en él un
silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra
una majestad única (77).

De este modo, el río Paraná conforma una especie de ataúd donde descansa el
cadáver del protagonista. Se trata del mismo Paraná donde embarcan Cayetano y Podeley
para huír de la selva: Y la jangadilla, arrastrada a la deriva, entró en el Paraná (113). Y
también el mismo por donde llega Benincasa a la región: ...remontaba al Paraná hasta un
obraje, con sus famosos stormboot (140). La descripción del rio que realiza el narrador de los
mensú es bastante similar a la caracterización que mencionamos en a la deriva.
Sobre el río salvaje, encajonado en los lúgubres murallones del bosque, desierto
del más remoto ¡ay!, los dos hombres, sumergidos hasta la rodilla, derivaban
girando sobre sí mismos, detenidos un momento inmóviles ante un remolino,
siguiendo de nuevo, sosteniéndose apenas sobre las tacuaras casi sueltas que se
escapaban de sus pies, en una noche de tinta que no alcanzaba a romper sus
ojos desesperados (113).

Si bien el río para otros escritores representan la vida o el transcurso del tiempo, esta
figura para Quiroga es un símbolo de muerte. Otro fragmento de los mensú que ejemplifica
esta idea es la expresión tumba de agua (114).
También el crepúsculo momento del día presente en los tres relatos, es un símbolo que
anuncia la muerte de los protagonistas. En la miel silvestre, el narrador menciona el monte
crepuscular (142).
Por otro lado, el machete es un objeto recurrente en los relatos mencionados, que
puede asimilarse con la guadaña que utiliza la Parca para cortar el hilo de la vida, si bien los
personajes la utilizan como herramienta para defenderse de la agresión de la naturaleza, tal
como lo distinguimos en a la deriva – ...pero el machete cayó en el lomo, dislocándole las
vértebras (75) –, en la miel silvestre – Al día siguiente se fue al monte, esta vez con un
machete, pues había concluído por entender que tal utensilio le sería en el monte mucho
más útil que el fusil (142) – y en los mensú, cuando Podeley afirma: no tengo fuerza para mi
machete. En los tres casos, esta pertenencia de los personajes parece traicionarlos para
obedecer la voluntad del Destino.

A modo de conclusión

Desde nuestra perspectiva, el período de la literatura de Quiroga dedicado a Misiones


es la más brillante, pues muestra al hombre en su estado más primitivo y más allá de ello,
busca plasmar la crueldad del mismo hacia la naturaleza, hipotetizando qué podría suceder
si esta tuviese la oportunidad de vengarse o más bien defenderse. De todos modos, lo que
plantea el autor en los tres cuentos seleccionados es predominantemente realista, donde se
introduce lo fantástico, entendido como aquello que provoca en los personajes terror o
desconcierto.
Esta etapa de su literatura también podría entenderse como una crítica al deterioro que
ha provocado el ser humano con su deseo de acelerar el proceso de urbanización y los
avances tecnológicos.

Bibliografía
FLORES, Ángel (1976). Aproximaciones a Horacio Quiroga. Monte Ávila Editores.
Caracas, Venezuela.
QUIROGA, HORACIO ([1917] 2010). Cuentos de amor de locura y de muerte. Plutón
Ediciones. Barcelona, España.
VISCA, Arturo S. Horacio Quiroga. Editorial Técnica. Montevideo, Uruguay

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