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Su inicio en la literatura
Horacio Quiroga (Salto, 1878 – Buenos Aires, 1937) es definido por algunos
críticos como un hombre austero y taciturno, exiliado de su país por voluntad propia para
sumergirse en la soledad de la selva, donde permaneció gran parte de su vida. Se puede
decir que su carácter y su actitud tienen justificación, debido a lo difícil que fue su vida, con la
presencia constante de la muerte, esa sombra que lo acompaña, apagando la existencia de
sus seres queridos, sombra que muchas veces es solicitada por los mismos. Su padre
falleció en 1879, cuando el escritor contaba con unos pocos meses de edad, al dispararse
accidentalmente con la escopeta tras un día de caza. Su madre se casa por segunda vez, y
Quiroga desenvuelve un gran afecto por su padrastro, quien tras un derrame cerebral que lo
dejó inválido, se suicida con un disparo de escopeta en la boca, en el momento en que el
joven escritor, que contaba con diecisiete años, entraba a la habitación. No cabe dudas de
que esta experiencia trastornó su vida, contribuyendo a la formación del Quiroga huraño y
sombrío que conocemos.
Pero las experiencias que involucran la muerte de sus seres queridos no terminan
por ahí, pues otra de las situaciones traumáticas ocurre en 1902 cuando asesina sin querer a
su amigo y poeta Federico Ferrando, mientras examinaba el arma de fuego que iba a ser
utilizada en un duelo. El juicio al que fue sometido y su conciencia atormentada por lo que
sucedió, fueron los detonantes que lo llevaron a tomar la decisión de irse a vivir a Misiones,
donde permaneció en un principio solo, y posteriormente con Ana María Cirés, la madre de
sus dos primeros hijos Darío y Eglé. En 1915 su esposa también comete suicidio ingiriendo
una dosis de sublimado. Esta cadena de autoeliminaciones por parte de su familia tiene
continuación incluso después de la muerte de Quiroga, pues sus dos hijos también dieron fin
a sus propias vidas.
Desde el enfoque de la psicocrítica, se ha deducido que esta serie de fatalidades
que lo acompañaron a lo largo de su vida es uno de los motivos por el cual el escritor insiste
en la temática de la muerte, que abarca un gran porcentaje de sus relatos. Las causas que
provocan el fin de sus personajes generalmente son inesperadas, repentinas, brutales, e
incluso asesinatos. Alicia, la protagonista de El almohadón de plumas, agoniza lentamente
sin que nadie conozca el motivo, que es descubierto después de su muerte. Kassim en El
solitario asesina a su esposa, y lo mismo ocurre con Bertita, que es brutalmente ultimada por
sus tres hermanos idiotas en La gallina degollada.
Los personajes de sus obras no se imaginan que la muerte los espera, hasta que
son sorprendidos. Tal es el caso por ejemplo de Benincasa:
Y a un segundo esfuerzo para incorporarse, se le erizó el cabello de terror: no
había podido aún moverse. Ahora la sensación de plomo y el hormigueo subían
hasta la cintura. Durante un rato horror de morir allí, miserablemente solo, lejos de
su madre y sus amigos, le cohibió todo medio de defensa.
– ¡Voy a morir ahora!... ¡De aquí un rato voy a morir!... (Pág. 144).
Esta idea se relaciona con el ser humano en general, que piensa en la muerte
como un fenómeno tan lejano, pero que en realidad camina a nuestro lado. La negación y el
terror por parte de Benincasa representa al hombre en general y su temor por lo
desconocido, o su amor a la vida, o cualquiera que sea el motivo que provoque un recelo
ante lo que se pueda encontrar o no, más allá de la existencia.
Además de lo mencionado sobre su vida, no podemos olvidar que Quiroga fue
gran admirador y discípulo de Edgar Allan Poe. Por lo tanto la temática de la muerte, aparte
de reflejar los traumas del escritor uruguayo, es también una técnica tomada de su maestro,
quien en su Filosofía de la composición (1846), explica que la muerte es una temática
universal que puede causar cierto impacto y captar la atención de un publico en general, y no
solamente a un determinado grupo de lectores.
Pero en cuentos como La miel silvestre, A la deriva y Los mensú, la muerte tiene
un abordaje particular, muy influenciado por el escenario donde ocurre, que es la selva en
Misiones. A continuación, nos centraremos en el modo en que Quiroga presenta esta región
austera en sus tres cuentos, el modo en que retrata la naturaleza y el vínculo de los
personajes con la misma, sin dejar de mencionar las características de la narrativa
quiroguiana durante esta etapa.
El hombre y la selva
Para Podeley, labrador de madera [...] la vida del obraje no era dura [...]
Construyó con hojas de palmera su cobertizo [...] dio su nombre de cama a ocho
varas horizontales [...] Recomenzó, automáticamente, sus días de obraje:
silenciosos mates al levantarse [...] la exploración en descubierta de madera, el
desayuno a las ocho; harina, charque y grasa; [...] después, el almuerzo – esta
vez porotos y maíz flotante en la inevitable grasa –, para concluir de noche, tras
nueva lucha con las piezas de 8 por 30, con el yopará de mediodía (pág. 107).
Acaso viera también a su ex patrón, míster Douglad, y al recibidor del obraje [...]
pensaba entre tanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón
Douglad [...] Al recibidor de maderas de míster Douglad, Lorenzo Cubilla, lo había
conocido en Puerto Esperanza un Viernes Santo... ¿Viernes? Sí, o jueves... (Pág.
78).
Pero su deseo se ve frustrado debido a su ignorancia sobre la vida en dicha región, que
se acentúa mediante de la figura de su padrino, uno de los habitantes de Misiones, que lo
guía en este ambiente para él desconocido: – ¡Pero infeliz! No vas a poder dar un paso.
Sigue la picada si quieres... o mejor, deja esa arma y mañana te haré acompañar por un
peón (pág. 140).
Se puede decir que en lugar de cazar animales, estos al final lo cazan a él, como si la
naturaleza misma le hubiese tendido una trampa a modo de venganza por las atrocidades
que cometen muchos Benincasas contra ella, teniendo en cuenta que en la narrativa
quiroguiana, esta siempre se sale con la suya. El autor uruguayo retrata el paisaje natural no
como un locus amoenus, y sí como una amenaza para el hombre, una zona agresiva e
indiferente al sufrimiento del mismo. Un ejemplo de ello es la expresión los yacarés de la
orilla calentaban el paisaje (140). O bien, la aclaración que realiza el narrador al inicio del
relato: Las escapatorias llevan aquí en Misiones a límites imprevistos, y a ello arrastró a
Gabriel Benincasa... (pág. 139). Desde un principio el narrador nos advierte que sucederá
una fatalidad en esta provincia.
En el caso de Los mensú, no es la naturaleza específicamente la que menaza a
Cayetano y Podeley, y sí la persecución del capataz, y su deseo de asesinarlos. Los factores
que aterran a los dos mensú, son la muerte y la permanencia en la selva, de donde intentan
escapar. En realidad, el horror está presente en los tres relatos seleccionados, y es la
emoción que impulsa el intento de huír de este infierno natural.
Estos tres cuentos se asemejan a la tragedia, pues tanto Paulino como Benincasa y los
mensú luchan infructuosamente contra la muerte que les tiene deparada el destino. Como lo
hemos dicho anteriormente, se tratan de muertes inesperadas e indeseadas, pues los cuatro
personajes se niegan a enfrentarla, se sienten aterrados frente a este fenómeno. La única
excepción es Podeley, que si bien sobrevive, no logra escapar de su desempeño como peón
en la selva, sino que regresa a ella:
– ¡Por favor te pido! – lloriqueó ante el capitán –. ¡No me bajen en el Puerto X!
¡Me van a matar!...
[...]
Pero a los diez minutos de bajar a tierra estaba ya borracho con nueva contrata y
se encaminaba tambaleando a comprar extractos (115).
Lo mismo nos informa el narrador sobre Paulino: pero el hombre no quería morir... (76).
En el caso de Benincasa, la huída no se pudo concretar debido a la parálisis que le provocó
la miel silvestre, y respecto a Paulino, podemos decir que este personaje perdió su vida
tratando de buscar la cura del veneno fuera de su pueblo, quedando su cadáver a la deriva,
tal como lo sugiere el título. El paisaje que nos pinta Quiroga en estos tres cuentos, además
de su indiferencia y hostilidad, parece conformar un ambiente lúgubre, un paralelismo
psicocósmico visible, por ejemplo, cuando Paulino desembarca en el Paraná.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de
cien metros, encajonan fúnebremente el río [...] Adelante, a los costados, atrás,
siempre la eterna muralla lúgubre [...] El paisaje es agresivo y reina en él un
silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra
una majestad única (77).
De este modo, el río Paraná conforma una especie de ataúd donde descansa el
cadáver del protagonista. Se trata del mismo Paraná donde embarcan Cayetano y Podeley
para huír de la selva: Y la jangadilla, arrastrada a la deriva, entró en el Paraná (113). Y
también el mismo por donde llega Benincasa a la región: ...remontaba al Paraná hasta un
obraje, con sus famosos stormboot (140). La descripción del rio que realiza el narrador de los
mensú es bastante similar a la caracterización que mencionamos en a la deriva.
Sobre el río salvaje, encajonado en los lúgubres murallones del bosque, desierto
del más remoto ¡ay!, los dos hombres, sumergidos hasta la rodilla, derivaban
girando sobre sí mismos, detenidos un momento inmóviles ante un remolino,
siguiendo de nuevo, sosteniéndose apenas sobre las tacuaras casi sueltas que se
escapaban de sus pies, en una noche de tinta que no alcanzaba a romper sus
ojos desesperados (113).
Si bien el río para otros escritores representan la vida o el transcurso del tiempo, esta
figura para Quiroga es un símbolo de muerte. Otro fragmento de los mensú que ejemplifica
esta idea es la expresión tumba de agua (114).
También el crepúsculo momento del día presente en los tres relatos, es un símbolo que
anuncia la muerte de los protagonistas. En la miel silvestre, el narrador menciona el monte
crepuscular (142).
Por otro lado, el machete es un objeto recurrente en los relatos mencionados, que
puede asimilarse con la guadaña que utiliza la Parca para cortar el hilo de la vida, si bien los
personajes la utilizan como herramienta para defenderse de la agresión de la naturaleza, tal
como lo distinguimos en a la deriva – ...pero el machete cayó en el lomo, dislocándole las
vértebras (75) –, en la miel silvestre – Al día siguiente se fue al monte, esta vez con un
machete, pues había concluído por entender que tal utensilio le sería en el monte mucho
más útil que el fusil (142) – y en los mensú, cuando Podeley afirma: no tengo fuerza para mi
machete. En los tres casos, esta pertenencia de los personajes parece traicionarlos para
obedecer la voluntad del Destino.
A modo de conclusión
Bibliografía
FLORES, Ángel (1976). Aproximaciones a Horacio Quiroga. Monte Ávila Editores.
Caracas, Venezuela.
QUIROGA, HORACIO ([1917] 2010). Cuentos de amor de locura y de muerte. Plutón
Ediciones. Barcelona, España.
VISCA, Arturo S. Horacio Quiroga. Editorial Técnica. Montevideo, Uruguay