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colección

ciencia que ladra...

Dirigida por Diego Golombek

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guillermo abramson
viaje a
las estrellas
de cómo (y con qué)
los hombres midieron el universo

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Abramson, Guillermo
Viaje a las estrellas . - 1a ed. - Buenos Aires : Siglo Veintiuno Editores,
2010.
128 p. : il. ; 19x14 cm. - (Ciencia que ladra... / dirigida por Diego
Golombek)

ISBN 978-987-629-133-0

1. Astronomía. I. Título

CDD 520

© 2010, Siglo Veintiuno Editores

Diseño de portada: Mariana Nemitz

isbn 978-987-629-133-0

Impreso en Grafinor // Lamadrid 1576, Villa Ballester,


en el mes de agosto de 2010

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en Argentina // Made in Argentina

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Índice

Este libro (y esta colección) 7

Agradecimientos 11

Acerca del autor 12

1. En el cielo las estrellas 15

2. La visión binocular 19
La paralaje estelar, 24.

3. La paralaje estelar podría existir 27


Ya los antiguos griegos…, 27. Un Sol enorme, 31. El Gran
compendio, 34. Fast forward hasta el Renacimiento, 36.
La revolución de las esferas, 37. El vikingo aficionado, 43.
Ver más lejos, 50.

4. ¡A medir la paralaje! 59
Un Leonardo del siglo XVII, 59. Una aberración inesperada,
63. De la música a los planetas, 71. El sur también existe, 77.

5. La victoria de la tecnología 81
De contador a astrónomo genial, 81. De artesano del vidrio a
óptico genial, 87. Los grandes telescopios de Fraunhofer, 93.
La medición de la paralaje estelar, 98.

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6 Viaje a las estrellas

6. El reino de las nebulosas 105


El espacio profundo, 105. Mens sana in corpore sano, 109.
Un universo en expansión, 114.

7. Nuestro lugar en el universo 117

Bibliografía 125

Fuentes de las figuras 127

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Este libro (y esta colección)

La búsqueda de estrellas continuó durante mucho tiempo.


Recorrí el espacio durante siglos, tocando cada una de las
estrellas con mi varita. (...) Estudiamos el cielo y aprendimos a
calcular el tiempo y el cambio de estaciones mirando las estre-
llas; les pusimos los nombres de nuestros héroes, de nuestros
alimentos y de nuestros instrumentos para conseguirlos,
de nuestras hazañas y aventuras.
A diferencia de otros animales, el hombre siempre ha contem-
plado las estrellas y ha creado dioses con su propia imagen
o con imágenes que inventaba.
Jack London, El vagabundo de las estrellas

Bitácora del capitán, Fecha Estelar 1512.2. En el tercer día de


nuestro mapeo de las estrellas, un inexplicable objeto cúbico
bloqueó el camino de nuestra nave. El señor Spock ordenó in-
mediatamente alerta general. El mapa de las estrellas no revela
ninguna indicación de planetas habitables cercanos.
Capitán Kirk, Viaje a las estrellas

En el principio fue la Tierra, y esos puntitos de luz en el


cielo nocturno. Y mirar hasta la tortícolis no podía sino generar
preguntas: dónde estamos, qué son esas luces, por qué hay pun-
tos que se mueven, cuán lejos está esa noche que nos inunda...
Preguntas que sin duda sacaron lo mejor de nosotros mismos: un
griego midiendo el diámetro de la Tierra con la sombra de un palo

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y asombrándose de lo enorme que era –unos 40 000 kilómetros,


mucho más de lo que ningún griego había imaginado recorrer en
su vida–. Tal vez el primer paso en la ciencia de las mediciones lo
haya dado efectivamente Eratóstenes, munido de soles, palos, som-
bras y muchas y muy buenas ideas. Pero... ¿más allá? ¿Cómo medir
la distancia a la Luna, a los planetas, a las estrellas?
Gracias a esa temprana (alrededor del año 250 a.C.) medición
de la circunferencia terrestre, otros astrónomos calcularon la dis-
tancia aproximada a nuestra querida Luna, nuevamente con las
complicadísimas herramientas consistentes en... ojos, ángulos y
sombras. Así se llegó a la conclusión de que la Luna estaría a unas
30 Tierras de distancia, la primerísima medición de una distancia
astronómica. Luego le tocó el turno al Sol y, aunque las medicio-
nes pioneras arrojaron datos poco precisos, ya estaba en marcha la
aventura de calcular la distancia a los soles lejanos.
Este libro cuenta nuestro particular viaje a las estrellas, la ob-
sesión de saber dónde estamos y cuán lejos se hallan nuestros ve-
cinos. Pero, ay, las estrellas están muy lejos (la más cercana, Alfa
Centauri, millones de veces más lejos que la Luna), tanto, que
un pequeño error de cálculo nos puede llevar a la otra punta del
universo. Así, astrónomos (¡y astrónomas!) debieron esforzarse
en medir ángulos y distancias con cada vez mayor precisión. En
las siguientes páginas, veremos una historia de este esfuerzo y esta
aventura fascinante.
Pero vale la pena detenerse también en otro aspecto de la histo-
ria: ¿qué hacen los científicos metiéndose con las estrellas, territo-
rio de poetas y de enamorados? Como diría Walt Whitman, “Mien-
tras escuchaba al docto astrónomo / mientras las demostraciones
y los números eran alineados en columnas ante mí, / sin razón
aparente me sentí de pronto fatigado y mareado, / hasta que me
levanté, salí sigilosamente y comencé a vagar / por el místico y hú-
medo aire nocturno, y, de vez en cuando, en absoluto silencio, le-
vantaba la vista hacia las estrellas”. ¿Qué tiene que hacer la ciencia
frente a tanta belleza? ¡Nada menos que entenderla! Comprender
la naturaleza no es privarla de su magia, todo lo contrario; imagi-

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Este libro (y esta colección) 9

nar esos miles de soles nocturnos (sólo una mínima muestra en el


vértigo de lo incontable) es una fuente inagotable de belleza, un
viaje que nunca termina.
Como diría el capitán Kirk, un viaje a donde ningún hombre (o
mujer) han llegado jamás.

Esta colección de divulgación científica está escrita por científicos


que creen que ya es hora de asomar la cabeza fuera del laboratorio
y contar las maravillas, grandezas y miserias de la profesión. Por-
que de eso se trata: de contar, de compartir un saber que, si sigue
encerrado, puede volverse inútil.
Ciencia que ladra… no muerde, sólo da señales de que cabalga.

diego golombek

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Agradecimientos

Agradezco a mis amigos y colegas que me ayudaron en la


celebración del Año Internacional de la Astronomía 2009 en
el Instituto Balseiro, y a todos los participantes, que con su
adhesión hicieron que haya valido la pena.
A Gabriela, además, por las interminables lecturas críticas del
manuscrito.

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Acerca del autor

Guillermo Abramson abramson@cab.cnea.gov.ar


Web: fisica.cab.cnea.gov.ar/estadistica/abramson

Nació en Buenos Aires en 1965. Tras comenzar sus estudios


de física en la Universidad de Buenos Aires los completó en
el Instituto Balseiro, en la ciudad de Bariloche, donde realizó
también su Doctorado en Física. Tras varios años de trabajo
posdoctoral en Italia y Alemania regresó a Bariloche, donde
actualmente ejerce como profesor del Instituto Balseiro e
Investigador Independiente del CONICET. Ha orientado su
carrera hacia el área interdisciplinaria a veces llamada pom-
posamente “Sistemas complejos”, en la que las herramientas
desarrolladas para el estudio de fenómenos físicos se aplican
a sistemas biológicos y sociales. Ha publicado alrededor de
cincuenta trabajos en revistas especializadas, y realizado
variadas contribuciones en conferencias y talleres, así como
numerosas visitas de trabajo a importantes laboratorios del
mundo. Aunque su carrera profesional ha tomado una direc-
ción distinta, mantiene viva la fascinación por el mundo de la
física y por la astronomía en particular, sobre todo en forma
de afición y de trabajo de divulgación. Una versión preliminar
de Viaje a las estrellas fue finalista del concurso internacional
Ciencia en Acción (España, 2009).

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A mi madre, Elda, y a la memoria de mi padre, Pablo;
ellos me alentaron en el camino de la ciencia.

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1. En el cielo las estrellas

Dos cosas llenan el ánimo de admiración y asombro, siempre


renovados y crecientes cuanto más persistentemente se
reflexiona sobre ellas: el cielo estrellado sobre mí
y la ley moral dentro de mí.
Immanuel Kant, Crítica de la razón práctica

En una noche despejada, sin Luna, lejos de las luces de


una gran ciudad, podemos ver varios miles de estrellas en el cielo.
Es uno de los espectáculos naturales más hermosos y está al alcan-
ce de todo el mundo, sin necesidad de viajar a lugares exóticos,
peligrosos ni lejanos. Miles de estrellas esparcidas en el cielo: una
visión que desde la noche de los tiempos ha sido fuente de asom-
bro e inspiración para la humanidad. La ciencia de la astronomía,
claro está, tiene su origen en esta fascinación por el cielo estrella-
do. Pero en realidad la astronomía es algo más que una ciencia. Es
una manera de comprender nuestro lugar en el universo.
Por tener un origen tan antiguo, tan elemental, la astronomía
se formula preguntas fundamentales sobre el mundo. De manera
que no es de extrañar el encanto que despierta y ha despertado a
lo largo de la historia, aun entre quienes no han recibido una edu-
cación formal en ciencias. ¿Qué son esas cosas que vemos brillar
en el cielo? ¿Qué es el Sol, y a dónde va durante la noche? ¿Cuán-
tas estrellas hay? ¿Por qué la Luna cambia de aspecto? ¿Qué son los
planetas y los cometas? ¿Hasta dónde llega el universo? ¿Cómo se
originó, y cómo terminará? ¿Cuál es nuestro rol en ese escenario
del universo? ¿Existen otros seres conscientes observando el uni-

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verso tal como lo hacemos nosotros? Algunas de estas preguntas


tienen respuestas sencillas. Otras, complicadas. Como en todas las
ciencias, muchas quedan aún por responder. Y, naturalmente, sur-
gen nuevos enigmas todo el tiempo.
Miles de estrellas. Muchos miles más si miramos con binoculares
o con un pequeño telescopio. Hoy sabemos, aun sin ser astrónomos
y quizás incluso de una manera un poco vaga, que están muy lejos…
muy, muy lejos. Nos han dicho que están tan lejos que no resulta
nada sencillo imaginarse la distancia. Y es realmente así: es difícil
formarse una imagen mental del abismo que nos separa de ellas. En
estos casos suele recurrirse a comparaciones de dudoso valor, pero
que parecen un recurso inevitable: si el Sol, esa inmensa esfera de
gas ardiente un millón de veces más grande que nuestra enorme Tie-
rra, tuviera el tamaño de un grano de arena, la estrella más cercana
(¡y tan sólo la más cercana!) sería otro grano de arena a 30 kilóme-
tros de distancia. Granos de arena a 30 kilómetros de distancia…
No deja de ser sorprendente –tratándose de objetos tan lejanos
y que existen en una escala de tiempo y de espacio tan distinta de
la humana– lo que la astronomía moderna sabe sobre las estrellas.
No se puede, por ejemplo, tomar muestras de ellas y llevarlas al
laboratorio para estudiarlas, ni observarlas a lo largo de sus exis-
tencias. Sin embargo, la comprensión que la ciencia ha alcanzado
acerca de todo lo relativo a las estrellas es enormemente exacta y
exitosa, sin duda uno de los grandes logros de nuestra civilización.
Sabemos cómo nacen y cómo se forman, junto con los planetas
que las acompañan, a partir de las nubes de gas y de polvo que
permean el espacio (a las que iluminan y esculpen con la intensa
radiación de sus años juveniles). Sabemos cómo y por qué brillan,
fusionando núcleos de átomos livianos en sus centros supercalien-
tes, un proceso en el que se crean núcleos más pesados y ener-
gía. Sabemos que algunas viven lentamente y se extinguen en paz
formando coloridas nebulosas llamadas “planetarias”. Otras, en
cambio, viven rápidamente y concluyen sus existencias de mane-
ra violenta y explosiva; es el caso de las supernovas. Todas acaban
devolviendo al espacio interestelar buena parte de la materia que

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En el cielo las estrellas 17

las formó, enriquecida con los nuevos elementos forjados en sus


hornos termonucleares. Material que contribuirá a la formación
de la siguiente generación de estrellas y sistemas planetarios.
Vale la pena reflexionar sobre este permanente reciclado de la
materia en la Galaxia, ya que es la misma de la que estamos hechos
nosotros: el calcio de nuestros huesos, el hierro en nuestra sangre,
el oxígeno que respiramos, el cloro en la clorofila de las plantas, el
oro de los anillos de bodas, todo, todo ha sido forjado en los hornos
termonucleares de generaciones de estrellas anteriores a nuestro
Sol. Tal vez sea ésta la contribución más valiosa de la astronomía del
siglo XX a nuestra cultura: adoptando una perspectiva adecuada
podemos llegar a comprender que somos el propio universo cono-
ciéndose a sí mismo.
Por otro lado, en años recientes la astronomía se ha convertido
en una fuente inagotable de imágenes hermosas y espectaculares,
que ejercen un encanto inmediato, tanto de las profundidades de
los cielos como de nuestro propio planeta visto desde el espacio.
Nos hemos acostumbrado a ver fotografías tomadas por los increí-
bles telescopios que existen en la actualidad, que capturan la luz
con espejos de 10 metros de diámetro y que corrigen las distor-
siones producidas por la atmósfera, o que directamente han sido
puestos en órbita. Los robots enviados a explorar los mundos de
nuestro sistema solar han convertido su estudio en una rama de la
geología y de la geografía, más que de la astronomía. Pero la visión
directa del cielo estrellado en una noche bien oscura sigue siendo
la más poderosa de las experiencias astronómicas.
En la historia que recorreremos, “nuestro lugar en el universo” es,
casi literalmente, el tema que nos convoca: la medición de la distan-
cia a las estrellas ha permitido establecer la posición de nuestro rin-
concito en la Galaxia en medio de nuestros vecinos estelares. Es una
historia interesante desde un punto de vista científico y tecnológico,
pero más aún desde el humano, por los personajes sorprendentes
que la habitan. Además, a lo largo de los siglos, el esfuerzo por lo-
grarlo dio lugar a una cantidad de descubrimientos colaterales que
tienen su propio interés.

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18 Viaje a las estrellas

En definitiva, como veremos, la carrera para medir la distancia


a las estrellas, que fue acelerándose hasta las primeras décadas del
siglo XIX, se convirtió en un problema tecnológico. La razón de
esta dificultad técnica fue simplemente la ya mencionada distancia
pasmosa a la que se encuentran, que resultó exceder en mucho las
expectativas de los astrónomos de generaciones anteriores. Y a pe-
sar de haber pasado casi dos siglos desde las primeras mediciones
exitosas, su relevamiento está muy lejos de haber finalizado. Es ló-
gico sentir cierta sorpresa al enterarse de este hecho. Por ejemplo,
recientemente la misión del satélite Hipparcos relevó por primera
vez las posiciones en el espacio de un centenar de miles de estre-
llas. De apenas un centenar de miles. Es evidente que la ilusión de
que los astrónomos saben dónde están las estrellas –el objeto de su
estudio, después de todo– dista mucho de la realidad.
¿Y más allá? Todas las estrellas que vemos forman parte de un
inmenso sistema que llamamos Vía Láctea, o simplemente Galaxia
(así, con ge mayúscula). Esa banda difusa que surca el cielo noc-
turno, invisible desde las ciudades pero prominente desde un sitio
oscuro, es la luz de sus centenares de miles de millones de estrellas,
lejanas y tenues, confundidas en una visión espectral. Más allá el
universo sigue, por supuesto. Miles de millones de galaxias como la
nuestra, hasta donde alcanza la vista de los más poderosos telesco-
pios. Cada una es un sistema comparable a nuestra Vía Láctea. Cada
una con sus centenares de miles de millones de estrellas. Digámoslo
de nuevo, porque no es fácil de asimilar: miles de millones de ga-
laxias, cada una con centenares de miles de millones de estrellas.
La distancia a esas estrellas, a esas galaxias –según se descubrió
en el siglo XX–, está desalentadoramente lejos de cualquier inten-
to de medición mediante métodos geométricos directos. De mane-
ra que el ingenio de los astrónomos fue desarrollando otros, muy
indirectos, encadenados entre sí para abarcar distancias progresi-
vamente más lejanas. De algunos de esos métodos nos ocuparemos
en los capítulos finales.
Vayamos entonces a nuestra historia.

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