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colección

ciencia que ladra...

Dirigida por Diego Golombek


Calb, Diego
La ciencia del sueño (o amanecer de una noche agitada) //
Diego Calb y Ana Moreno.- 1ª ed.- Buenos Aires:
Siglo Veintiuno Editores, 2013.
128 p., il.; 19x14 cm.- (Ciencia que ladra... // dirigida por
Diego Golombek)

ISBN 978-987-629-354-9

1. Fisiología del Sueño. I. Moreno, Ana. II. Título


CDD 612.821

© 2013, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Ilustraciones de portada e interiores: Mariana Nemitz

Diseño de portada: Eugenia Lardiés

ISBN 978-987-629-354-9

Impreso en Elías Porter Talleres Gráficos // Plaza 1202,


Buenos Aires, en el mes de diciembre de 2013

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en Argentina // Made in Argentina
Índice

Sobre el Concurso Ciencia que ladra-LA NACION 7

Este libro (y esta colección) 9

Acerca de los autores 16

Agradecimientos 17

1. Ojos bien cerrados 19


Duérmete, mi niño, 21. En busca del tiempo perdido,
22. Lucha de titanes, 23. No me dejes caer, 25. Ojos
que no ven, pero se mueven... ¡y cómo!, 26. REM o
no REM, esa es la cuestión, 28. El maravilloso mundo
del dormir, 30. Hago una siestita y te lo resuelvo, 31

2. Mensajes ocultos, de­seos reprimidos,


descargas químicas, claves para ganar
la lotería... ¿en qué quedamos? 35
Más viejos que la Biblia, 37. De payés, bakus y otros
mediadores, 38. Guardianes del dormir, 39. Algunos
antecesores, 40. ¿El fin del reinado freudiano?, 42.
El sueño debe continuar, 43. Dormir, soñar, activar
(el sistema límbico), 44. Hobson y asociados
reloaded, 45. Y una pizca de sal, 47

3. Elige tu propia aventura (onírica) 49


Sueños a la carta, 51. ¡Despiértenme, por favor!, 52.
La yegua de la noche, 53. Los candidatos son..., 54.
Y el ganador es..., 56. La luz apagada les encendió
6 La ciencia del sueño

la creatividad, 57. Anoche soñé contigo, 58. Sueños


húmedos, 61. Levántate y anda, 62. Sexo en el
laboratorio (todo sea por el bien de la ciencia), 63.
Sueños en colores, 64

4. Dime con qué sueñas... 67


Cada uno en la suya, 69. Entre sociedades, 69. Ellas y
ellos, 71. ¿Sueños de perversión?, 72. Dulce espera,
¿dulces sueños?, 73. Mundos donde todo es posible,
74. Sueño libre de drogas, 75. Esquizofrenia, 76

5. Y los sueños... ¿sueños son? 77


Realidad o fantasía, 79. La pesadilla de Segismundo,
80. No lo soñé..., 81. Cuidadito con lo que decís, 82.
Sueños lúcidos: tomando el control, 83. Me lo dicen tus
ojos, 84. A entrenar se ha dicho, 85. Algunas pruebas
de lucidez, 86

6. Marcame el ritmo 89
Horarios preestablecidos, 91. Somos los dueños del
reloj, 92. Ritmo de la noche, 93. El eterno retorno
(del sueño), 94. El tiempo vuela, 94. Al este y al oeste
(pero sin jacarandá), 95. Sincronicemos los relojes,
97. La siesta, 97. Dormir mucho, poquito o nada, 98.
Mal humor matutino, 99

7. Del insomnio y otros demonios 101


La peste, 103. El libro del insomnio, 104. Células
demasiado activas, 105. Una fiel amiga nocturna,
105. Cambio de hábitos, 106. Otras ayuditas para
dormir, 107. ¿Durmiendo yo?, 108. Trastorno de
conducta del sueño REM, 109. Ruidos molestos,
110. Mucho más que un sonido, 111. Se hace
camino al dormir, 112. Ficciones y otras hierbas, 112

Anexo. Viaje alrededor del cerebro 115


Bibliografía comentada 117
Bibliografía consultada 119
Sobre el Concurso
Ciencia que ladra-LA NACION

En 2011, decidimos lanzar un concurso de divulgación


científica sin saber cuál sería la respuesta. El concurso fue un
éxito tanto por la proyección que tuvo como por la calidad
de los trabajos que se presentaron. La ciencia del sueño
resultó ganador de la edición 2013, en la que el jurado,
integrado por Nora Bär, Alberto Rojo, Pepe Estupinya y
Diego Golombek, evaluó ochenta ensayos provenientes de
la Argentina, España, Uruguay, El Salvador, Perú, Cuba,
México y los Estados Unidos.
No podemos dejar de agradecer a la Fundación OSDE, Dow
Argentina y el Conicet por su apoyo invalorable, y a los casi
cien autores que participaron por la originalidad y el alto nivel
de las obras, especialmente escritas para este premio.
El concurso sigue en marcha. Toda la información sobre
bases y condiciones se encuentra disponible en
<www.sigloxxieditores.com.ar> y en
<www.facebook.com/Cienciaqueladra>.

El editor
Este libro (y esta colección)

Y nunca voy a perder mis sueños,


que es el único tesoro que tengo.
Gustavo Cerati

We are the stuff that dreams are made of.


William Shakespeare

El sueño: la última frontera. Tal vez sea este uno de


los mayores misterios con que se enfrenta la ciencia y, también,
con que nos enfrentamos todos nosotros cada noche de nuestras
vidas.
¿Por qué dormimos? ¿Qué pasa con nuestro cerebro, nuestro
cuerpo, nuestra mente a lo largo de una noche de sueño? ¿Es
cierto que hay quienes pueden programar su reloj interno para
despertar a la hora deseada? ¿Hay gente más mañanera y otra
más noctámbula, o esos rótulos en realidad sirven como excu-
sas sociales? Tal vez lo más maravilloso del estudio del sueño
sea que muchos de los interrogantes aún no tienen respuesta
certera. Podríamos decir que dormimos para descansar, pero
si así fuera los trabajos más demandantes físicamente sin duda
deberían requerir más horas de sueño, y no es el caso. Es cierto
que hay diversas acciones que ocurren necesariamente durante
el sueño –la consolidación de memorias, la secreción de ciertas
hormonas–, pero la respuesta a esta pregunta básica aún nos es
esquiva. Sabemos, sí, que es un proceso vital: si deprivamos cró-
10 La ciencia del sueño

nicamente de sueño a un animal de laboratorio, muere en casi


el mismo tiempo que si lo privamos de alimento. Eso demuestra
que dormir es tan importante como comer. Y tampoco hay que
llegar a semejantes extremos: en términos generales, nuestra so-
ciedad está deprivada de sueño. Se calcula que dormimos de una
a dos horas menos que hace un siglo, pocas décadas después de
que un tal Edison nos robara las noches para siempre. Esa falta
se puede hacer sentir en el estado de ánimo, en la tasa de acci-
dentes, en las enfermedades urbanas.
Y también perdura otro gran misterio: los sueños, una ventana
hacia otro cerebro, hacia otra regulación del cuerpo, hacia otras
historias. Son algo tan fascinante que invitan a estudiarlos en el
laboratorio y, muy especialmente, en nuestro dormitorio, obser-
vando y recordando. Soñar no cuesta nada.
Como diría el príncipe de Dinamarca: morir, dormir, tal vez so-
ñar. Pero no, nada de eso. Dormir no es morir un poco, sino todo
lo contrario. Durante el sueño no se apaga el cerebro, sino que
se encienden áreas específicas que nos hacen dormir y hasta so-
ñar. Sabemos poco, muy poco, de lo que realmente sucede en
el sueño del hombre que soñaba (que, como todo Borges sabe,
en algún momento se despierta). Ya no es ese Hipnos o Somnus,
hermano de la muerte, que se conoció en la antigüedad. Por el
contrario, seguimos frecuentando a su hijo Morfeo como a un
dios muy activo, que debe encenderse para que descansemos en
sus brazos. Pero, por más que el sueño quiera escaparse, debe-
mos conocerlo y conocernos, tanto por la fascinación de saber
más como, en especial, para entender nuestro cuerpo, el reloj
que nos marca las horas y las importantísimas consecuencias de
no escucharlo.
Y si el sueño es un problema, allí viene la ciencia al rescate.
Ya Isaac Asimov imaginó para sus historias unos auriculares que
garantizaban un sueño perfecto y reparador en minutos. Los fár-
macos hipnóticos hacen dormir, claro, pero están muy lejos del
sueño real. Fieles lectores de ciencia ficción, los farmacólogos
también andan diseñando drogas para conciliar breves sueños
Este libro (y esta colección) 11

profundos. Pero es difícil engañar a la noche: como le dice fray


Lorenzo a los jóvenes amantes Romeo y Julieta, “el sueño nunca
miente”. ¿Cómo será un mundo en el que el sueño y la vigilia
sean casi voluntarias, y estén guardados en el botiquín? Por aho-
ra (y esperemos que por mucho tiempo), no hay nada más efec-
tivo que una buena cama y un reloj despertador en la mesa de
luz (o, mejor todavía, una ventana abierta al mundo).
Este libro es un viaje al comienzo y al fin de la noche (y de
la siesta, en algunos casos). Ana Moreno y Diego Calb (curiosa
mezcla de ciencia y literatura) se animaron a dormir y contarlo
y, en el camino, ganaron el primer premio del Concurso Ciencia
que Ladra. Al final de este viaje sabremos más... y dormiremos
mejor.

Esta colección de divulgación científica escrita por científicos


que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del la-
boratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la pro-
fesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber
que, si sigue encerrado, puede volverse inútil.
Ciencia que ladra... no muerde, sólo da señales de que cabalga.

Diego Golombek
A mis viejos, a mis hermanos y al amor de mi vida.
Diego

A Magda Casanova.
Ana
Nadie podrá resoñar tus sueños ni soñar los suyos
con tu propio estilo de soñar.
Fogwill
Acerca de los autores

Diego Calb diegoecalb@gmail.com

Nació en Buenos Aires en 1985. Es licenciado en Ciencias


Biológicas por la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Investigó sobre reproducción en el Instituto de Biología
y Medicina Experimental del Conicet y sobre cáncer
en el Instituto de Oncología Ángel H. Roffo de la UBA. En la
actualidad, se desempeña como docente de Ciencias
y de Biología y Química en distintos niveles educativos.
Además, tiene una columna quincenal de radio sobre temas
de divulgación científica.

Ana Moreno anainesmoreno@gmail.com

Nació en Misiones en 1983, pero se considera porteña de


alma. Es profesora en Letras por la UBA y desde 2004 se
dedica a la comunicación institucional. Dictó capacitaciones
sobre escritura en varias empresas y trabajó como redactora
para el diario La Nación y en diversas publicaciones
corporativas. Además, participó en proyectos editoriales del
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y de la Secretaría
de Programación para la Prevención de la Drogadicción
y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR). Actualmente,
es docente de Lengua y Literatura y redactora freelance.
Agradecimientos

Este libro surgió casi sin querer, en las charlas de pasillo


de la escuela donde trabajamos, en la ciudad de Buenos
Aires. Algunas sobre ciencia. Otras sobre la escritura. Y
otras tantas, sobre cómo escribir ciencia. Un día supimos
que Ciencia que ladra… y el diario La Nación abrían la
convocatoria de su concurso.
De pronto las charlas se transformaron en un proyecto y el
pasillo, en un ámbito que a los dos nos interesaba desde
hacía tiempo: la divulgación científica.
¿Por qué no?, dijimos. Entonces fue cuestión de animarse y
ponerse a trabajar. A investigar, a leer, a escribir, a corregir
y volver a empezar. Hasta que, muchos cafés y versiones
de por medio, llegamos a un primer borrador completo, algo
que ya parecía increíble.
Lo que vino después fue un sueño. Por eso, les
agradecemos a todos los que, de una manera u otra, nos
permitieron concretarlo:
Al equipo de Siglo XXI, por la confianza, el profesionalismo
y el entusiasmo.
A la Escuela Martín Buber, por sus pasillos y recreos.
A quienes leyeron los primeros textos y se tomaron el tiempo
para mejorarlos con sus comentarios.
A nuestras familias y a nuestros amigos, por su apoyo
permanente.
A Anouk, por ser mi hermosa compañera de vida y alentarme
a concretar mis fantasías.
A Martín Klappenbach, por sus aportes valiosísimos,
su paciencia, escucha, sensatez y fiel entrega.
A Najma, por su confianza.
A Laura A., por mostrarme la diferencia entre una idea
y un proyecto.
A Ana, por guiarme en la escritura.
A Diego, por invitarme a esta maravillosa locura.
A Vero Germain, por tanta pero tanta escucha.
A las indianas, por las risas hasta el dolor de panza.
A mis amigas de cancha, por los años de aguante.
1. Ojos bien cerrados

Dormir es distraerse del mundo.


Jorge Luis Borges
Duérmete, mi niño

Todos necesitamos dormir. O, al menos, todos los ani-


males. Los humanos podemos hacerlo boca arriba, boca abajo,
de costado, abrazados a la almohada o al compañero de cama,
con las piernas flexionadas... En fin, somos bastante creativos.
Pero si alguna vez quisiéramos innovar, contamos con los demás
integrantes del reino animal, que nos ofrecen un variado catálogo
de formas de reposo.
Los murciélagos, por ejemplo, duermen aproximadamente
diecinueve horas por día, y lo hacen colgados de las patas, “vien-
do tu panza al revés”, como bien dijo Luca Prodan.1 A más de
uno de nosotros nos darían ganas de vomitar, o al rato em-
pezaríamos a tener dolor de cabeza, pero parece que a estos
particulares mamíferos les gusta. Además, una de las ventajas de
esta posición es que les permite esconderse mejor y evitar que
los ataquen porque, a diferencia de otras criaturas voladoras, los
murciélagos no pueden correr para despegar. Así que, en caso de
peligro, con sólo dejarse caer ya pueden huir.
Otro animal con una forma de dormir bastante peculiar es la
jirafa, que lo hace de pie, con un ojo constantemente abierto,
mientras mueve las orejas de lado a lado. De esta manera, se
mantiene alerta por si a algún predador se le ocurre merodear la

1  Legendario cantante del grupo argentino de rock Sumo.


22 La ciencia del sueño

zona en busca de alimento de cuello largo. Quizá sea una forma


un poco estresante para dormir, pero sobre posiciones, no hay
nada escrito.
También el delfín encontró una forma de descansar sin poner
en riesgo su vida: cierra un ojo, silencia la mitad del cerebro y,
mientras tanto, ¡sigue nadando! Lo mismo hace el pato.
Las posiciones para dormir que encontramos en la naturaleza
son tan variadas que casi se podría escribir el Kama Sutra del
descanso, aunque por motivos más que obvios no tendría tanto
éxito como el original. Así que quienes se aburrieron de simple-
mente cerrar los ojos, o no encuentran una posición cómoda,
pueden intentar quedarse parados o usar solamente medio cere-
bro. Sin embargo, a menos que estuvieran en medio de la selva, y
los rondara algún predador, ese esfuerzo no tendría demasiado
sentido.
Por lo general, el sueño es muy ligero en las especies sin de-
fensa, como la gacela, y muy pesado en las que tienen pocos
enemigos naturales, o ninguno. Por eso cuando vemos a un león
casi siempre notamos que está durmiendo profundamente (ya
que para las tareas de la casa –o de la sabana– están las leonas).

En busca del tiempo perdido

Supongamos que dormimos un promedio de ocho horas por


día. Al mes, habremos dedicado alrededor de 240 horas a esta
actividad, lo que daría un total de 2920 al año. Si calculamos
llegar como mínimo a los 80 años, pasaríamos 233  600 horas
durmiendo, es decir, ¡más de 26 años!
Y en 26 años se pueden hacer muchísimas cosas. A esa edad,
por ejemplo, Maradona ganaba el segundo mundial para la Ar-
gentina, y arrancaba lágrimas con su jugada de barrilete cósmi-
co. Einstein publicó sus tres famosos artícu­los sobre la relativi-
dad en la revista Annalen der Physik und Chemie [Anales de Física
y Química]. Y Miguel Ángel ya había esculpido la Pietà, esa que
Ojos bien cerrados 23

nos maravilla cuando la vemos en el Vaticano. ¿Cómo puede ser


que dediquemos un tercio de nuestra vida a dormir, en lugar de
hacer esos viajes tan de­seados, de salir con amigos o disfrutar
interminables asados familiares?
Varios equipos científicos se hicieron la misma pregunta, tan
difícil de contestar y, aunque propusieron diversas teorías, si-
guen sin ponerse de acuerdo. En este sentido, la ciencia y la po-
lítica no son tan diferentes: casi siempre hay ideas contrapuestas
que avivan el debate. Todas suelen aportar un punto de vista
distinto y nos ayudan a entender mejor lo que sucede; en este
caso, por qué dormimos.

Lucha de titanes

En la década de 1970, el psicólogo estadounidense Wilse Webb


desarrolló la teoría de la conservación de la energía. En ella pos-
tula que dormimos en aquellos momentos del día en que es me-
nos eficiente buscar alimento. Entonces necesitamos y gastamos
menos energía, y nuestro metabolismo disminuye alrededor de
un 10%; es decir, nuestras células ya no trabajan a toda máquina.
Así, acumulamos reservas que podemos usar cuando verdadera-
mente las necesitemos.
Del otro lado del ring, la teoría restauradora o reparadora
afirma que mientras dormimos el cuerpo recarga las baterías y
se pone a punto. Uno de sus representantes es Ian Oswald, que
trabajó en el tema en la década de 1960; muchos lo consideran
el precursor de los estudios sobre el sueño en el Reino Unido.
Para corroborar esta hipótesis, los científicos se basaron en ex-
perimentos con animales de distintas especies a los que les impe-
dían dormir. Sin el descanso necesario, en unas semanas el siste-
ma inmune de estas criaturitas se debilitó paulatinamente hasta
que murieron. Aprovechamos para destacar el compromiso y la
generosidad de estos pobres bichos en pos del avance científico,
así que conste aquí nuestro reconocimiento para ellos.
24 La ciencia del sueño

Cuando descansamos, entra en juego otro factor: nuestro


cuerpo secreta la hormona de crecimiento que, entre otras co-
sas, repara los tejidos. Dicho de un modo más simple, es como
si el cuerpo fuera al taller mecánico todas las noches. En el ce-
rebro, mientras estamos despiertos, las neuronas (células del sis-
tema nervioso) producen adenosina, una sustancia que, al acu-
mularse, hace que nos sintamos cansados. Cuando nos metemos
entre las sábanas y cerramos los ojos, la adenosina se elimina
de a poco y por eso, al despertarnos, estamos bien fresquitos.
Entonces, dormir repararía los tejidos del cuerpo y nos quitaría
la sensación de cansancio. Algunas sustancias, como la cafeína,
bloquean la acción de este compuesto y por eso, cuando toma-
mos café, por ejemplo, nos mantenemos despiertos y en alerta.
En la tercera esquina del cuadrilátero (en las cuestiones cien-
tíficas no hay un límite de luchadores) vemos a la teoría de la
plasticidad neuronal, mucho más reciente, que plantea la posi-
bilidad de establecer nuevas conexiones entre las células del sis-
tema nervioso mientras dormimos. En otras palabras: se pueden
producir cambios en la estructura y organización del cerebro.
Como veremos más adelante, en varios institutos del mundo in-
vestigan de qué modo el dormir (o dejar de hacerlo) afecta el
aprendizaje y la memoria, tanto para poder incorporar nuevos
datos y procedimientos como para consolidar los que ya tene-
mos. Ojo: no vaya a ser que los adolescentes que adeuden un
examen de química se escuden en esta teoría para dedicarse a la
siesta y, en lugar de enfocarse en el estudio de la tabla periódica,
la dejen debajo de la almohada.
Por último, con menos entrenamiento y bastante vapuleada,
llega la teoría de la inactividad a ocupar la esquina libre del cua-
drilátero. Entre abucheos, sostiene que los animales que se que-
dan quietos durante la noche tienen menos probabilidad de ser
atacados porque no llaman la atención de los predadores. Sin em-
bargo, como bien dice el saber popular, “cocodrilo que duerme es
cartera”, así que es preferible estar alerta, para reaccionar rápido y
escapar, antes que eludir el peligro jugando a las estatuas.
Ojos bien cerrados 25

Más allá de quién logre dar el último golpe (o cómo se di-


vidan el ring a la hora de investigar), lo que sí se sabe es que
todos compartimos algunas cosas cuando apoyamos la cabeza en
la almohada.

No me dejes caer

Para analizar qué nos pasa mientras dormimos, los investiga-


dores se centraron en tres aspectos. Por un lado, para medir la
actividad cerebral realizaron electroencefalogramas (EEG): con
una pasta adhesiva, colocaron electrodos sobre el cuero cabellu-
do de amables voluntarios y los conectaron a una computado-
ra que registraba las señales eléctricas que producía el cerebro
mientras dormían. Al mismo tiempo, midieron el tono muscular
por medio de un electromiograma (EMG), procedimiento simi-
lar al anterior, pero que dispone los electrodos en múscu­los de
varias partes del cuerpo. Y por último registraron los movimien-
tos de los ojos con un electrooculograma (EOG), con perdón de
la palabra.
Después de varias mediciones o, mejor dicho, después de ana-
lizar un buen rato a los voluntarios (o, en términos más técnicos,
sujetos experimentales) que, llenos de cables, aceptaron hacer
una siestita en el laboratorio, los científicos descubrieron que,
cuando dormimos, atravesamos diferentes etapas que se repiten
cíclicamente a lo largo de la noche (o de la tarde, según los há-
bitos y costumbres de cada cual).
Cuando Lewis Carroll escribió su Alicia en el país de las maravi-
llas en 1865, difícilmente podía imaginar que desde el comienzo
de la obra describía con bastante precisión los diferentes mo-
mentos del dormir. Alicia sigue al extraño conejo con chaleco
que logra llamar su atención y, casi sin darse cuenta, comienza
a caer lentamente. Cae, cae y cae, hasta que siente que se queda
dormida y que empieza a soñar. Si quieren saber cómo sigue
la historia, lean la novela o vean alguna de las películas que la
26 La ciencia del sueño

reelaboraron. Tienen para elegir: desde la primera adaptación


para cine, de 1903, se estrenó una nueva versión más o menos
cada diez años.
Inspirados o no en el novelista y matemático inglés, los in-
vestigadores describieron de modo similar las fases del sueño.
Durante la primera etapa, podemos sentir que nos caemos.
Nuestros ojos se mueven más lento y los múscu­los de todo el
cuerpo se relajan. En la segunda, los ojos se detienen y las on-
das que emite nuestro cerebro se vuelven más lentas, aunque
muestran picos ocasionales de actividad. Durante este perío-
do, nuestro sueño es liviano: es más fácil que nos despierten,
y en muchos de esos casos llegamos a negar que estábamos
durmiendo.
Una vez que termina la caída, entramos en un sueño pro-
fundo. En la tercera y en la cuarta etapas es más difícil que nos
despierten y, si logran hacerlo, estaremos algo de­sorientados
y somnolientos. Como veremos en el último capítulo, en esos
momentos algunos de­safortunados salen a caminar un rato y
otros pueden recitar interesantes y reveladores monólogos.
Más tarde, nuestro sueño llega a una etapa muy particular, lla-
mada REM (sigla de rapid eye movement [movimientos oculares
rápidos]).2

Ojos que no ven, pero se mueven... ¡y cómo!

En la fase REM, los ojos hacen movimientos sacádicos (así lla-


man los que saben a los movimientos muy rápidos y abruptos)
y se activan muchas áreas de nuestro cerebro que en las etapas

2  En un planteo más inmediato, es justo decir que también se la llama


etapa MOR (adivinen por qué) o, en algunos casos, etapa de “sueño
rápido” (porque las ondas cerebrales se aceleran) o de “sueño
paradójico” (porque estamos dormidos pero algunas áreas del
cerebro parecen estar despiertas).
Ojos bien cerrados 27

anteriores estaban de capa caída, como algunas zonas relaciona-


das con la memoria y las emociones. En esta etapa también se
produce un tipo especial de ondas, similares a las del estado de
vigilia y en este momento es más probable que soñemos.
Este hallazgo de la fase REM sucedió allá por 1953 o, mejor di-
cho, acá nomás por 1953, y se lo debemos a dos científicos de la
Universidad de Chicago. En realidad, todo comenzó unos años
antes, cuando un doctor llamado Nathaniel Kleitman intentaba
dilucidar cómo dormimos, y publicó en 1939 un libro que marcó
la investigación sobre el tema: Sleep and Wakefulness [Sueño y vi-
gilia]. Pero Kleitman, como la mayoría de los científicos, no tra-
bajaba solo. Contaba con la ayuda de dos discípulos que pronto
demostraron ser tanto o más brillantes que su maestro: Eugene
Aserinsky y William Dement.
Aserinsky se pasaba horas y horas en el laboratorio y, de tanto
mirar a los sujetos que dormían ahí para colaborar con las inves-
tigaciones, notó que en un momento dado los párpados se les
movían muy rápido y que había cierta regularidad en la actividad
ocular. Comentó estos hallazgos con Dement que, con la ayuda
del EEG (y de despertar a los sujetos para preguntarles si estaban
soñando), demostró que estos movimientos se relacionaban con
la aparición de los sueños y propuso una caracterización de las
distintas etapas del dormir.
¿Y después del REM, hacia dónde vamos? Volvemos al comien-
zo, o casi: en lugar de caernos otra vez, pasamos directamente a
la segunda etapa. Todo esto sucede en el módico tiempo de un
partido de fútbol. Desde el momento en que cerramos los ojos
hasta que entramos en el maravilloso mundo REM, que nos abre
las puertas a dimensiones desconocidas, transcurren unos no-
venta minutos. Los detractores de uno de los mejores deportes
del mundo pueden aprovechar ese tiempo para soñar un poco,
en lugar de cuestionar nuestra pasión por ver a veintidós señores
corriendo detrás de una pelota.
Con el paso del tiempo, todo mejora (o empeora, según el
contenido de nuestras ensoñaciones). Cada fase REM es más
Ojos bien cerrados 29

un poquito por debajo de la que tenemos cuando estamos des-


piertos. En cambio, cuando entramos a la etapa REM, alcanza
su valor más bajo, y por eso empezamos a tironear de la colcha
para cubrirnos mejor. En este período clave del dormir también
respiramos de manera más rápida y errática.
Hay otras diferencias entre ambas instancias. En el sistema
cardiovascular, ocurren cambios en la presión sanguínea y en
el ritmo cardíaco: estas variables aumentan en distintos momen-
tos de la etapa REM y al despertarnos, y disminuyen en la etapa
NREM. Lo mismo ocurre con la actividad del sistema nervioso
simpático –un sistema que, más allá de la cantidad de chistes
que haga, nos mantiene en ese estado de lucha-huida que nos
permite estar más alerta, correr más rápido o tener más fuerza
en situaciones límite–.
Por otra parte, nuestro cerebro recibe menos flujo sanguíneo
durante el período NREM, pero en REM es similar al de cuando
estamos despiertos. Asimismo, ciertas regiones relacionadas con
las emociones y con el procesamiento visual reciben más canti-
dad de sangre durante la fase REM.
También nuestras hormonas se secretan de manera diferente
según el momento del día y las distintas etapas del dormir. Por
ejemplo, la hormona tiroidea se libera al anochecer; en cambio,
la de crecimiento lo hace unas horas después de que nos queda-
mos dormidos. Por este motivo, algunos relacionaron la baja es-
tatura con las interrupciones de la cuarta etapa del sueño (parte
del sueño profundo) producidas durante la infancia. Los petisos
ya tienen una pista de adónde ir a quejarse... y las abuelas ya tie-
nen una maravillosa excusa para mandar a los chicos a dormir.
En el momento en que soñamos, muchas variables de nuestro
cuerpo actúan de modo similar al de la vigilia, pero la naturaleza
nos evita inconvenientes innecesarios, porque los movimientos
del cuerpo se bloquean y no permiten que lo que creamos con
nuestra poderosa mente se exprese en el mundo real. De esta
manera, podemos soñar tranquilos que corremos una maratón
30 La ciencia del sueño

sin agotarnos o que protagonizamos Karate Kid sin riesgo de


lastimar a la persona que duerme con nosotros (o a nosotros
mismos).

El maravilloso mundo del dormir

Muchos podrían pensar que, cuando dormimos, nuestro cere-


bro simplemente se apaga. Esto tiene algo de cierto, porque hay
zonas que sí descansan, pero muchas otras trabajan más que
si estuviéramos despiertos. Como ya dijimos, las etapas REM y
NREM difieren en cuanto a las áreas cerebrales que se activan.3
Antes que nada, ¿cómo hacemos para dormirnos? Es muy sim-
ple: en nuestro fascinante y complejo cerebro, muchas zonas
cumplen distintas funciones y se comunican entre sí gracias a los
neurotransmisores, unas sustancias muy útiles producidas por las
neuronas y que transmiten mensajes entre ellas. Algunas son la
histamina, la orexina, el glutamato, la dopamina y la serotonina
que, entre otras tareas, se ocupan de mantenernos despiertos. En
la parte central del cerebro, el hipotálamo aloja diferentes cúmu-
los de neuronas, llamados núcleos, con distintas funciones especí-
ficas. Uno de ellos es el núcleo supraquiasmático, esencial para el
funcionamiento del reloj interno de los animales vertebrados (un
mecanismo muy especial que determina cómo actúa nuestro orga-
nismo en cada momento del día, según veremos en el capítulo 6).
Este núcleo se comunica con otra zona del hipotálamo: el área
preóptica ventrolateral, que se encarga de promover la etapa
NREM y de que cerremos los ojos para dormir. Para eso, inhibe
las señales de las partes del sistema nervioso central que intervie-
nen en la vigilia; por lo tanto, nos quedamos dormidos como si
nos arrullaran, pero de manera química.

3  Los interesados en conocer más detalles sobre esos procesos


pueden ver las imágenes incluidas en Anexo al final de este libro.
Ojos bien cerrados 31

Al dormir, la alternancia entre REM y NREM queda bajo el


control del sector ubicado entre el puente troncoencefálico y el
mesencéfalo (estructuras conectadas al cerebro, más o menos a
la altura del cuello), que activa o silencia otras zonas cerebrales.
Así, cuando dormimos, nuestra cabeza trabaja tanto más de lo
que podríamos creer. Además, toda esta actividad cerebral pue-
de ser útil para otras cosas.

Hago una siestita y te lo resuelvo

Como ya dijimos, necesitamos dormir para que nuestro cere-


bro descanse y ponga a punto sus funciones. Pero a la vez sería
muy peligroso perder por completo el contacto con el mundo
exterior: seríamos una presa muy fácil para cualquier predador
y, ya lo sabemos, la vida a veces también se trata de que no te
coman.
Para solucionar este problemita, nuestro sistema nervioso se
ocupa de que el cerebro descanse sin poner en riesgo nuestra
vida. Para muchos científicos, esta es una de las funciones de la
etapa REM del sueño. Durante esta fase, nuestro cerebro man-
tiene pre-ocupados el sistema motor, el sensorial y el emocional,
listos para actuar en caso de emergencia. Además, esta etapa
REM cumple otras funciones fisiológicas muy importantes para
nuestro organismo. En primer lugar, se ocupa de regular y man-
tener estable la temperatura cerebral. Pero también podemos
terminar de aprender cómo usar un telescopio o la partitura de
una canción.
Muchas veces, mientras nos vamos a dormir intentamos re-
cordar cómo hacer algo, y a la mañana siguiente, por arte de
magia REM, tenemos la respuesta. Por eso se cree que esta eta-
pa consolidaría la memoria no declarativa, una memoria cuyo
aprendizaje se produce de manera inconsciente y gracias a la
que aprendemos procedimientos como andar en bicicleta, a ma-
nejar o a tejer.
32 La ciencia del sueño

Con la intención de observar este fenómeno, algunos investi-


gadores hicieron un experimento: les pidieron a los participan-
tes que se tocaran el pulgar con cada uno de los dedos de la otra
mano y midieron cuánto tardaban en hacerlo. Luego analizaron
las etapas del sueño de los voluntarios y notaron que el período
REM duraba más. Al día siguiente, observaron que los individuos
tardaban menos tiempo en realizar la tarea.
Otro grupo de científicos observó que en esta fase reapare-
cen los mismos patrones de actividad cerebral que durante el
aprendizaje de la tarea procedimental, principalmente en el
cerebelo y en distintas zonas de la corteza cerebral, entre ellas,
la motora.
Pero, por suerte, no sólo memorizamos procedimientos. Tam-
bién podemos recordar la delantera de los sueños (nombre ati-
nado para este libro, si los hay) del Huracán campeón de 1973
e inmediatamente diremos “Houseman, Brindisi, Avallay, Babing-
ton y Larrosa”, casi sin pensar. “Casi”, porque en realidad, para
evocar estos nombres, debemos recurrir a una memoria llamada
declarativa, a la que se accede de manera consciente y que tam-
bién tiene su conexión con la fase REM.
Esta memoria depende principalmente del hipocampo, una
zona de nuestro cerebro fundamental cuando el aprendizaje está
relacionado con información del contexto y del espacio. Varios es-
tudios mostraron que esta estructura se activa cuando aprendemos
y en la etapa del sueño profundo posterior al aprendizaje. Además,
observaron que si despertaban a una persona antes de que ingresa-
ra en la etapa REM, perjudicaban su capacidad de adquirir nueva
información declarativa, como datos, fechas, nombres, etc.
Por otro lado, los investigadores notaron una manera de faci-
litar este tipo de aprendizaje: lo relacionaron con las emociones.
Precisamente, en otros experimentos verificaron que la fase REM
ayuda a consolidar la memoria declarativa siempre y cuando la
información contenga algún componente emotivo. Esto sucede-
ría porque durante esta etapa se activan las regiones límbicas y
paralímbicas de nuestro cerebro, que dirigen las emociones.
Ojos bien cerrados 33

Sin embargo, los expertos todavía no acordaron si dormir con-


solida este tipo de recuerdos cuando no están relacionados con
aspectos emotivos.
Muchas personas suelen memorizar datos asociándolos a imá-
genes que les resultan significativas. Existen cursos que, a partir
de esas asociaciones y otras técnicas, ayudan a tener una memo-
ria más eficiente. Eso sí, para que den resultado, después de las
clases hay que dormir bien (nada de salir a bailar ni de aprove-
char la happy hour de los bares porteños con los compañeros de
curso).4
Pero esta etapa REM también se caracteriza por algo particu-
larmente interesante: es nuestra puerta de entrada al mundo de
los sueños, el momento en que suceden esas particulares, colori-
das y creativas historias que los más afortunados suelen recordar
a la mañana siguiente. Un mundo muy particular, que involucra
elementos emocionales, de movimiento y de instinto, generados
en una maraña de neuronas. Y ese mundo merece un capítulo
aparte.

4  O donde se esté realizando el curso, que bares y happy hour hay en


todos lados.

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