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Capitulo 12. Al Final de Las Llamas
Capitulo 12. Al Final de Las Llamas
CAPITULO 12
Bajé del coche y caminé con pasos rápidos al edificio viejo de departamentos
baratos, la zona era demasiado pobre y abandonada. Su sensación casi erizó
el vello de mis brazos.
Ante mis ojos me llevé la asquerosa escena de la mujer con la que me había
engañado Anthony colgando de una cuerda del techo y su cuello derramando
sangre porque antes de haberla colgado se habían encargado de cortarle los
tendones de su garganta y lo peor de todo es que tenía las comisuras de su
boca cortadas.
Ahogué un grito y cerré la puerta detrás de mí, rápidamente corrí hacia ella
dispuesta a ayudarle a pesar de saber que no había solución alguna en su
cuerpo sangrando y su boca cortada hasta la parte de sus mejillas.
—¡Por favor! ¡Dímelo! ¡No te vayas! Necesito saberlo... —Sabía que era
imposible pedirle aquello puesto su situación tan escalofriante, pero
necesitaba que me diera señal alguna de que aún podía hablar.
Le rogaba con mi mirada, pero sus ojos no me miraban en sí y no dejaba de
retorcerse ante la condena de la cuerda asfixiando su garganta rebanada.
—Na-nat... —susurró entrecortada, pero sin más dejó de retorcerse y sus ojos
casi saliéndose de las orbitas se quedaron fijos en la nada.
—¡Qué conmovedor!
Sonrió de lado ante mis palabras sin dejar de mecerse en la silla mecedora
mientras sus ojos me observaban fijamente con malignidad.
—Déjale claro a tu alemancito que dispare bien para la otra —me guiñó un ojo
sin dejar de sonreír como arpía.
—Pues al parecer sabía más que ustedes. ¿Por qué trataste de matarme
aquella vez con tu estúpida pistola?
—No te atrevas a llamarle así, cuidado con tus palabras —le corté fríamente.
—No sabía que ahora salías con viejos, Corinne, después de lo de Anthony me
he llevado la sorpresa de lo zorra en que te has convertido —susurró con voz
fría y divertida, sus ojos me observaban de arriba y abajo, había odio en ellos.
—Tócame y pagarás muy caro, zorrita —señaló con voz dura—. Ahora es feliz,
le he dibujado una sonrisa para que no luzca tan triste en su melancolía de
esperarte para contarte todo —volvió sus ojos al cadáver colgando detrás de
mi espalda, noté como jugaba con sus dedos con el cuchillo que había usado
seguramente para rebanar y cortarle la boca a la mujer—. Demasiado triste su
situación, ¿no crees? —Apartó los ojos del cadáver y volvió a mí—. Yo espero
ansiosa que corras con la misma suerte.
—Por cierto, zorrita, ¿estuvo rica la follada? —cuestionó alzando una de sus
cejas con maldad— ¿Realmente no quieres saber quién te folló? Eres una puta,
Corinne —se burló echándose a reír en lo alto—. Eres un ser dominante y
asqueroso, al verte lo único que pienso es que ya has tocado fondo.
Ella se echó a reír en lo alto sin dejar de mirarme de arriba y abajo mientras se
mecía en la silla, actos que solo acababan con mi poca paciencia.
—Pero bien que te gustó...
—Se lo merecía.
—Lo has arruinado todo, ¡lo has arruinado todo! —Casi jalé mis cabellos de la
desesperación en que estaba entrando al saber que ahora la única persona
que me haría saber lo que Anthony temía, estaba muerta con la boca cortada.
—Sufre querida, sufre porque es hora de que pagues cada uno de tus errores
—masculló.
Encajé con más fuerza el cuchillo en su carne que se cortó y sangró ante el
gran filo del arma.
Volví mis ojos a la mujer ahorcada y sentí pena porque ahora ya no sabría que
realmente iba a decirme y a lo que Anthony estaba empeñado en hacérmelo
saber con tanto empeño por medio de ella.
[...]
Ante mí estaba Seymour temblando de las manos y sus gafas cuadradas sobre
sus ojos decaídos.
Él alzó una ceja, pero asintió ante mis palabras suplicante y se hizo a un lado
para dejarme pasar, rápidamente bajamos las largas escalinatas que nos
llevarían a su consultorio; un consultorio privado.
—Ayer...
—Por favor, si vengo con usted es porque confío en que me brindará su ayuda
y que no se lo hará saber a nadie.
Él parpadeó un poco.
Asentí lentamente.
Parpedeé un poco.
—¡Ah! —Apreté los ojos con fuerza al sentir como penetraba la aguja y después
la sacaba sin suavidad alguna.
Drogada.
Dicho eso salió de la habitación tomando frascos y una carpeta donde fue
anotando ciertas palabras, cerré los ojos y me concentré en la inmensa
oscuridad.
Todo estaba siendo más claro y detallado, pero mi cabeza estaba pagando
dolosamente por aquellos recuerdos recuperándose lentamente dentro de mí
como si fuese un remolino de viento golpeándome con demasiada brutalidad.
Tayde.
Oscuridad atemorizante.
Samuel.
Ecos.
—¿Qué recordaste?
—Me temo que de alguna manera ingeriste Burundanga, mujer. Es una droga
capaz de hacerte perder la voluntad, se basa en no medir tus actos y te hace
imaginar cosas, Corinne. Comúnmente es usada en ladrones y violadores, el
problema es que no usaron lo suficiente para ti, sino que te dieron cierta dosis
que te hiciera perder la voluntad, pero no el uso de tu cerebro para procesar
todo aquello que dices pasó. En tu cuello está la marca de ella y quien la usa le
quedan ciertos puntos rojos en la zona de su piel, pero es más vista en el
cuello.
—Corinne, me temo que te han drogado y que tal vez no sea la primera vez.
Las palabras ahora que la droga no me había hecho creer que fueron
susurradas, comenzaron a rondar con fuerza en mi cabeza y esa vez sin
montaje alguno que mi cabeza me había hecho cree que había escuchado.
"Vuelve a mí..."
"Te extraño"
"Siempre te voy a amar"
—¡¿CÓMO PUDISTE ELLIOT?! PUTA MADRE, ¡¿POR QUÉ ME HICISTE ESO A MÍ?!
—La voz me temblaba debido a la rabia y la monstruosa manera en que estaba
gritando.
—No entiendo de que hablas... —su voz casi se debilitó y sus ojos color sol
resplandecían de miedo.