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LA METÁFORA DEL "HOLOGRAMA SOCIAL".

http://home.dsoc.uevora.pt/~eje/hologramasocial.html

Pablo Navarro, Universidad de Oviedo, España


pnavarro@netcom.es

La noción de complejidad no admite una aproximación simple. Las realidades


complejas son tanto proceso como resultado, mecanismos generativos
subyacentes al igual que producto manifiesto de los mismos. En este artículo
trataremos de uno de esos mecanismos generadores de complejidad, el modelo
de organización holográfico: una forma de organización en la que, como se
verá, las partes que componen una determinada realidad contienen información
acerca de la totalidad de la misma y, por ello, son en cierto modo capaces de
constituir tal realidad autónomamente, cada una por su cuenta.

La holografía es, en su sentido originario, un procedimiento de fotografía sin


lente ideado en los años cuarenta por el ingeniero Dennis Gabor (Pribram, K.
H. y Martín Ramírez, J., 1980). Mediante tal procedimiento es posible generar
imágenes tridimensionales de objetos físicos a partir de la impresión, en una
placa fotográfica, de los patrones de interferencia entre dos haces de luz
coherente (monocromática y en fase): uno que ilumina directamente la placa y
otro que resulta reflejado por el objeto. Estos patrones de interferencia
plasmados en la placa constituyen el holograma que codifica la información
necesaria para reconstruir la imagen en tres dimensiones del objeto original. La
reconstrucción se realiza iluminando la placa con un haz de luz idéntico al que
la impresionó directamente.
Los cuatro rasgos tal vez más fascinantes de la técnica holográfica son, en
primer lugar, la transformación de la representación bidimensional del objeto
inscrita en el holograma, en una imagen tridimensional que reproduce la entera
apariencia de ese objeto. En un holograma (del griego holos, total, y gramma,
inscripción o dibujo) se halla presente, codificada en dos dimensiones, una
información en cierto modo completa de las características espaciales del objeto
representado. En segundo lugar, resulta llamativo el hecho de que esa
información recogida en el holograma no guarde ninguna similitud aparente con
la imagen que a partir de ella se genera. Visto con luz natural (incoherente), un
holograma tiene el aspecto de una placa fotográfica semivelada, en la que
apenas pueden distinguirse ciertas rayas más o menos concéntricas.

Una tercera y sorprendente diferencia entre una fotografía normal y un


holograma, reside en el modo como la información se halla distribuida en uno
y otro caso. En una fotografía, cada parte de la misma representa una parte
específica del objeto que representa. En un holograma, por el contrario, cada
parte cada región del mismo contiene información sobre la totalidad del
correspondiente objeto. Así, mientras que una fotografía rasgada por la mitad
sólo suministra información sobre la mitad del objeto que reproduce, cada uno
de los fragmentos de un holograma roto sigue conteniendo información sobre
todo el objeto holografiado si bien esa información es menos nítida cuanto
menor es el fragmento en cuestión. Por último, un cuarto aspecto de la
holografía relacionado con el anterior y digno de ser resaltado es el papel
constitutivo que en esta técnica juega la relación entre las partes del holograma.
Cada parte mínimamente extensa de un holograma posee una información
global acerca del objeto representado. Pero es precisamente la interacción entre
esas partes la que permite reconstruir visualmente ese objeto con claridad.
Considerados desde un punto de vista general, estos cuatro rasgos de la
holografía pueden concebirse como otros tantos principios organizadores de esa
realidad abstracta que llamamos información. En primer término, la relación
entre el holograma y la reconstruida imagen tridimensional del objeto
ejemplifica un principio de emergencia: determinada información codificada en
un cierto nivel de realidad, puede resultar constitutiva, en un contexto adecuado,
de entidades pertenecientes a un nivel de realidad superior, irreductible al
primero. Segundo, la codificación de la información acerca de un objeto
emergente, tal y como se materializa en ese nivel de realidad subyacente al
mismo en el "plano generativo" correspondiente al holograma, no tiene por qué
resultar isomorfa respecto al modo como esa información se encarna y
manifiesta en el dominio emergente el objeto visualmente reconstruido. Cabe
denominar principio de transducción informacional a esta pauta de
organización de la información.

En tercer lugar, el estilo holográfico de organización de la información


establece una peculiar relación entre las partes de un todo y esa misma totalidad.
Una relación por la que las partes codifican de algún modo o, con mayor
precisión, poseen modelos generativos de la totalidad en la que se incluyen.
Puede darse el nombre de principio del todo en las partes a esta sutil relación
de inclusión mutua, dinámica y generativa, entre la totalidad y los elementos
subyacentes que la componen. Por último, y como ya se ha apuntado, las partes
de un holograma constituyen la referida totalidad, como realidad emergente, a
partir de esa codificación propia de esos modelos generativos en ellas presentes,
pero también de manera cooperativa, por medio de procesos de interacción entre
las mismas. Se trataría de un principio de constitución interactiva según el cual
es justamente a través de las interacciones de las partes que componen el
llamado 'plano generativo', como se crea el objeto emergente codificado en esas
partes.

Más allá de su concreción tecnológica originaria como holograma fotográfico u


óptico, la noción de holograma parece capturar, siquiera sea de forma
metafórica, un principio de organización general que estaría presente en muy
diversos dominios de lo real. Así, por ejemplo, un organismo pluricelular tiene
un estilo de organización en cierto modo análogo al holográfico (Morin, E.,
1986): a partir de un determinado genotipo que cumpliría una función
equivalente a la de la placa que contiene el holograma se genera una realidad
emergente, el fenotipo de ese organismo. Un fenotipo cuyas características no
guardan una relación de isomorfía, al menos manifiesta, con la realidad
subyacente que lo produce el referido genotipo.

Obsérvese, además, que ese genotipo está presente como genoma en cada una
de las células de las partes constitutivas básicas del organismo pluricelular en
cuestión. De modo que cada una de las células de un organismo pluricelular
codifica en el genoma que contiene, la información en principio necesaria para
constituir ese entero organismo. Y, efectivamente, esas células constituyen -
producen y reproducen la totalidad emergente de tal organismo de manera
conjunta, a través de complejos procesos de interacción bioquímica -
equivalentes a los "patrones de interferencia" materializados en el holograma.
Esta organización del organismo pluricelular como "holograma biológico" sería
el fundamento de la aparición en el mundo de la vida de dominios de realidad
claramente emergentes, como formas de conducta complejas y fenómenos
mentales.
Contemplada desde un punto de vista máximamente general, es posible
emparentar la idea de holograma con la noción matemática de "autosimilaridad"
(Gleick, J., 1987). Un objeto es autosimilar cuando exhibe la misma o parecida
estructura en cualquiera de sus escalas de descripción. Esta peculiaridad es
característica de los llamados "objetos fractales", como el conjunto de
Mandelbrot (Mandelbrot, B., 1975). Por su parte, la noción de "autosimilaridad"
puede entenderse como una versión matemática de las ideas de
"autorreflexividad" y "autorreferencia" (Bartlett, S. y Suber, P., 1987). Según
se ha sugerido, un holograma, óptico o biológico, es en cierta forma un objeto
autosimilar, esencialmente redundante, en uno al menos de sus niveles de
descripción. De ahí que pueda concebirse también como un objeto
autorreflexivo y autorreferente: pues ese nivel autosimilar, de un modo u otro,
"se refiere a sí mismo", se autorrefleja, al propio tiempo que "representa" el
objeto que genera como totalidad emergente.

Conviene apuntar, de pasada, que la idea de holograma se ha aplicado también


en otros ámbitos científicos por ejemplo, para modelizar la dinámica de los
procesos neurales en el cerebro (Pribram, K. H. y Martín Ramírez, J., 1980).
Por otro lado, la idea de objeto fractal está siendo utilizada en áreas de
conocimiento muy diversas, incluida la cosmología, donde ciertas teorías la
emplean como elemento conceptual básico para describir la estructura del
universo en su conjunto (Linde, A., 1994; Martínez, V. J. y otros, 1995).

En el campo de las ciencias sociales, la noción de holograma ha sido utilizada


como metáfora ilustrativa de fenómenos sociales por Jesús Ibáñez y Edgar
Morin y, posteriormente, por el autor de este artículo. El concepto de holograma
es, como se ha visto, complejo, y su empleo metafórico admite múltiples
facetas. Así, Ibáñez utiliza la distinción entre luz coherente y luz incoherente
para expresar las diferencias existentes entre las imágenes de la realidad social
generadas, respectivamente, por los métodos de investigación "distributivos"
básicamente, la encuesta estadística y "estructurales" como el grupo de
discusión.

«Entre ambos modos de muestreo (estadístico y estructural) hay una


diferencia comparable a la que existe entre un fotograma (obtenido por
reflexión de una iluminación incoherente, como la luz solar en la que las
radiaciones no están en fase) y un holograma (obtenido por reflexión de
una iluminación coherente, como la del "láser" en la que todas las
radiaciones están en fase); cada parte del fotograma contiene información
sobre una parte del objeto (si se parte por la mitad, queda toda la
información de la mitad correspondiente del objeto); cada parte del
holograma contiene información sobre todo el objeto (si se parte por la
mitad, queda una información sobre todo el objeto la mitad de definida).
En la encuesta estadística cada unidad de información es independiente
de las demás (por eso hay que unirlas después con el cemento lógico del
análisis estadístico) como la luz incoherente; en el "grupo de discusión",
en cambio, obtenemos un discurso que está estructurado como la luz
coherente» (Ibáñez, J., 1979, pp. 264-265).

Todo parece indicar, en efecto, que en determinados contextos los actores


sociales humanos muestran una capacidad congénita para poner sus
percepciones sociales "en fase", para captar la "longitud de onda" de la situación
de interacción que enfrentan y, así, para "entrar en resonancia" unos con otros.
Pero si tal cosa resulta posible, es porque cada uno de esos actores dispone de
un acervo de "patrones de resonancia interactiva" que le permite elegir la
longitud de onda adecuada a cada situación y, de este modo, comunicarse y
desplegar su acción social en una compleja red de expectativas recíprocas. La
actualización de la referida capacidad para "entrar en sintonía" o "en fase", a
través de la evocación de los acervos más o menos similares de "patrones de
resonancia interactiva" que poseen los participantes en el "grupo de discusión"
sería, según parece dar a entender Ibáñez, el objetivo de esta técnica de
investigación social. La importación por Ibáñez de la metáfora holográfica al
terreno de la teoría sociológica ha sugerido desarrollos ulteriores (Navarro, P.,
1994), que intentan ampliar y precisar su potencial explicativo en este campo.

En esa línea, es posible asumir como hipótesis de trabajo la afirmación general


de que las realidades sociales propias de nuestra especie se estructuran según
un estilo de organización afín al holográfico. Y ello, en varios sentidos. En
primer lugar, las sociedades humanas se constituyen básicamente en dos niveles
de realidad: un nivel subyacente, generativo, "genotípico", y un nivel
emergente, "fenotípico", producido a partir del anterior. Los elementos
constitutivos del primer nivel son los sujetos individuales como realidades de
conciencia. El segundo nivel el "fenotípico" no es otro que el aspecto macro-
objetivo de las realidades sociales humanas la facticidad misma de lo social.
Nos encontramos aquí con una versión indudablemente sui generis del
"principio de emergencia" ya comentado.

En segundo lugar, el tipo de información que determina la estructura de las


sociedades humanas en su "plano generativo" constituido por las conciencias
individuales, no guarda necesariamente una relación de isomorfía con la clase
de información que estructura el dominio emergente de esas sociedades su
aspecto macro-objetivo. Es más, no sólo no se da una isomorfía manifiesta entre
ambos niveles de realidad, sino que uno y otro pertenecen, prima facie, a
dominios ontológicos distintos subjetivo el primero, "objetivo" el segundo. El
"principio de transducción informacional", al que se hizo referencia más arriba,
también es en este caso un principio de transducción ontológica.

Además, las realidades sociales humanas se caracterizan por estar compuestas


por unidades los sujetos individuales que están en posesión de modelos
dinámicos, generativos y, en cierto modo, completos, de esas mismas
realidades. Cada miembro de una sociedad dispone de un modelo propio,
idiosincrásico y que se produce y reproduce a sí mismo constantemente de esa
sociedad en la que habita. Una sociedad que no es, en el 'plano generativo', sino
el conjunto de esos modelos. Se trata de "principio del todo en las partes"
característico, como se vio, del modo de organización holográfico. Por último,
las sociedades humanas se organizan según un "principio de constitución
interactiva". Aquello que las constituye en el "plano generativo" es justamente
la interacción entre sus partes componentes los sujetos individuales. Y esta
interacción es también lo que en última instancia determina los rasgos típicos
de esas sociedades en el plano "macro-objetivo" emergente. Este plano "macro-
objetivo" se limita a transducir, en un ámbito de realidad propio, diferenciado
de ahí su carácter emergente la dinámica del dominio interactivo que lo
subtiende.

Sin embargo, y a pesar de todo lo dicho, todavía no se ha hecho adecuada


referencia a la propiedad más peculiar y significativa del "holograma social".
Es una doble propiedad, que diferencia radicalmente las sociedades humanas de
otras realidades organizadas también de forma holográfica, y que convierte al
holograma social en un objeto mucho más complejo que sus análogos ópticos,
neurales o biológicos. Se trata, por un lado, de lo que se llamará el plegamiento
del "plano emergente" sobre el "plano generativo" y, por otro, del carácter
ultraholográfico de ambos. En las realidades sociales humanas, el "plano
generativo" las conciencias de los sujetos individuales no se limita a determinar
de manera subyacente el "plano emergente" los aspectos "macro-objetivos" de
lo social.

Ese 'plano generativo' incluye asimismo representaciones explícitas de la


emergencia que él mismo genera del propio dominio "macro-objetivo". Es
como si, en las sociedades humanas, el fenotipo que en cierto modo incluye el
genotipo que lo constituye estuviera, a su vez, explícitamente incluido en ese
genotipo. Para decirlo en términos tal vez más familiares: en las realidades
sociales humanas, el dominio macrosocial no es simplemente producto del
ámbito microsocial, sino que también anida explícitamente en este ámbito. Y
lo hace a través de las representaciones idiosincrásicas y más o menos
elaboradas que las conciencias de los sujetos individuales engendran
espontáneamente acerca de ese dominio. Esta nidificación mutua del genotipo
y el fenotipo social o, si se prefiere, esta reflexividad entre los niveles macro y
micro, actúa como una poderosísima fuente de complejidad, y está en el origen
del impresionante potencial de cambio de las sociedades humanas sobre todo
de las modernas (Lamo de Espinosa, E., 1990).

Además, el referido plegamiento reflexivo de los niveles generativo y


emergente, micro y macro, tiene, como ya se ha apuntado, un carácter
"ultraholográfico". Es decir, puede nidificarse indefinidamente, en sucesivos
niveles recursivos, en cualquiera de los puntos de las conciencias del holograma
social. Esta propiedad se instrumenta por medio de las capacidades auto- y
heterorreflexivas de la conciencia humana: yo puedo imaginar el modo como
alter concibe la realidad social, tanto a nivel micro en relación con una situación
concreta de interacción como macro. Pero puedo representarme asimismo el
modo como alter imagina las correspondientes concepciones de un segundo
alter, y también el modo como alter imagina que este segundo alter imagina, a
su vez, las de un tercero, etc.

Esta capacidad, específicamente humana y potencialmente infinita, de


representación recursivamente transconsciente, no funciona sólo en sentido
transitivo, sino también de manera propiamente reflexiva: yo puedo imaginarme
la forma como alter concibe mis propias concepciones acerca de la realidad
social o acerca de cualquier otra realidad. Se trata de una capacidad que cabe
denominar, con cierta propiedad, "ultraholográfica": en cada parte en el seno de
cada conciencia individual no sólo es posible representar el todo, sino también
una pluralidad de partes cada una de las cuales puede, a su vez y en sucesivos
niveles recursivos, representarse ese todo.

Esta facultad ultraholográfica de la conciencia humana está en el origen de la


complejidad característica del modo de acción propio de nuestra especie, de la
agencia. Es asimismo el mecanismo hiperreflexivo que subtiende la
constitución de las realidades sociales humanas, y que explica tanto la
exuberancia estructural de las mismas como su fabuloso potencial de cambio en
definitiva, su riqueza morfogenética (Navarro, P., 1996). La noción de
"holograma social" corre el riesgo de ser radicalmente malentendida si la
relación a la que alude entre las partes y el todo se interpreta de manera trivial
y, en cierto modo, invertida: como una relación de copia o mímesis.

La idea de holograma social propone aproximadamente lo contrario de lo que


suele asumir cierta tradición, tal vez dominante, del pensamiento sociológico.
A saber, que "la sociedad" es, en esencia, una realidad subsistente por encima
de los individuos, en la forma de una "conciencia colectiva" -sistema de normas,
cultura, ideología, etc. Y que los sujetos sociales asumirían la condición de
agentes sociales, y se definirían como tales, meramente a partir de la
"interiorización" y "reproducción" de esa realidad externa y superior a ellos.
Desde el punto de vista holográfico, las "partes" no mimetizan el todo social,
sino que lo constituyen: del mismo modo que el genotipo de un organismo no
es una "copia" de su fenotipo, sino su "original", las conciencias de los sujetos
individuales no son imitaciones en miniatura de lo que a fin de cuentas es su
producto emergente -el "orden social"-, sino causa del mismo. En realidad, y
debido a la reflexión característica de los niveles macro y micro, no hay un todo
social, sino tantas versiones del mismo como sujetos individuales que lo
postulan.

El holograma social que tiende a constituir el mecanismo hiperreflexivo de la


conciencia humana es sin embargo, a un tiempo, necesario e imposible. Es
necesario porque no podemos dejar de construirlo imaginariamente en el curso
de nuestra acción social como no podemos actuar sin asumir el postulado de
nuestra libertad. Necesitamos creer que podemos entender a los demás para
actuar socialmente con sentido, y la puesta en ejecución de esa creencia coincide
con la constitución reflexiva de nuestro propio holograma social individual.
Mas esa creencia nuestra resulta irremediablemente defraudada, y por tanto su
ejecución se revela tarde o temprano imposible: el intento de reproducir
reflexivamente las conciencias ajenas fracasa siempre, en una u otra medida, y
nuestro imaginario holograma debe ser una y otra vez reconstruido, como un
castillo de naipes permanentemente rehecho y destinado siempre a derrumbarse
de nuevo.

¿Cómo surge el aludido aspecto "macro-objetivo" de lo social, a partir de ese


mecanismo de socialidad reflexivamente holográfico que es propio del ser
humano? En este punto, la paradoja es notable: pues tal aspecto "macro-
objetivo" no surge de ese mecanismo, sino precisamente de las limitaciones
intrínsecas del mismo. El factor que causa la emergencia de los aspectos
reificados de la vida social cada vez más potentes y abarcadores en las
sociedades modernas no es la reproducción de la intencionalidad de los agentes
sociales en la conciencia de cada uno de esos agentes, sino los procesos
dedisipación de esa intencionalidad en el proceso mismo de la interacción entre
tales agentes. Pues esa disipación intencional es un fenómeno creativo, que en
lugar de conducir a un incremento global del desorden de la sociedad, origina
la aparición de nuevas estructuras no sometidas directamente al control
reflexivo de las conciencias de los agentes que inducen con su acción la
emergencia de esas estructuras. En efecto, estas estructuras son, por su forma
de constituirse a partir no de la intención de los agentes sociales, sino de las
consecuencias inopinadas y a menudo indeseadas de esa intención, auténticas
estructuras disipativas intencionales capaces de controlar la acción de los
individuos a través de la propia opacidad que les da origen (Navarro, P., 1996).

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