Está en la página 1de 323

1

Grupo TH

NanRebelle

Mila

Mar

¡Y no olvides comprar a los autores, sin ellos no


podríamos disfrutar de tan preciosas historias!

2
Sunset Cove Series #1

3
Es hora de volver a casa, Finn.

Han pasado siete años desde que Daniel Finley dejó su ciudad
natal en Florida por el ajetreo de la vida en la ciudad de Chicago.
Desde entonces, ha trabajado duro por su posición en el
prestigioso bufete de abogados Leighton & Associates, incluso cuando
esto ha causado distancia y aislamiento de su familia y amigos. Pero eso
está a punto de cambiar.
En su trigésimo cumpleaños, recibe la única cosa que nunca se
atrevió a esperar. Algo que le fue prometido años antes, una nota. Una
simple frase del hombre que nunca ha podido olvidar.

Seis palabras cambiarán para siempre el curso de sus vidas.

Brantley Hayes lo tiene todo. O eso cree él. Cuando tomó la


decisión de trabajar en Florida, su familia pensó que estaba loco. Pero,
después de años viviendo en la tranquila ciudad costera, finalmente
tiene sentido de comunidad. Se ha rodeado de amigos que son como de
la familia, tiene un trabajo que le encanta, y posee una espectacular
propiedad frente al mar que es su santuario.

4
Sin embargo, todavía se siente insatisfecho, como si le faltara una
pieza del rompecabezas, y sabe exactamente de qué pieza se trata. Por
impulso, sigue adelante con una promesa que hizo años antes. Una
promesa de llamar a casa a quien él envió lejos.

Nada es tan simple como parece.

Después de años de separación, los antiguos amantes se


reencuentran, pero Brantley no esperaba encontrar los altos muros que
ahora protegen el corazón de Daniel. Daniel puede no ser la misma
persona que era cuando se fue, pero sabe que el primer paso para sanar
es la nota en su mano.

5
Es hora de volver a casa, Finn.

LA MANO DE DANIEL FINLEY tembló al pasar su dedo por


encima de la F cursiva en el papel de pergamino crema.
Había estado mirando la nota durante los últimos veinte minutos,
desde que regresó de su juicio de media mañana. Fue entonces cuando
se encontró con el sobre que su asistente, Moira, había dejado en su
escritorio. El que se había burlado de él con su caligrafía familiar
después de haber sentado su trasero en su nueva silla de cuero.

Que me parta un rayo, pensó, aún no podía creer lo que veía. Pero
cuando tomó el ofensivo sobre y alineó el papel roto, supo que no estaba
equivocado. La letra clara y concisa en la esquina superior izquierda era
un regalo, y los conocidos rizos de la Y y la S del apellido lo confirmaron.
Se sentó en su silla y volvió a recoger la nota, releyendo las
palabras.

Es hora de volver a casa, Finn.

Jesús, María y el hijo de puta de José, realmente era de él.

6
Como si el sobre fuera una bomba a punto de estallar en lugar de
un trozo de papelería rasgado, lo puso cuidadosamente sobre su
escritorio. Luego arrugó la nota en su mano.
Mierda. No se esperaba esto. Había perdido la esperanza hace
varios años... Sin embargo, cuando sus dedos se apretaron alrededor del
papel, la esperanza, se dio cuenta, no era la única emoción que estaba
experimentando. Estaba siendo pisoteada por respuestas mucho más
dominantes… ira, molestia e incredulidad.

Esto es increíble. El puto descaro del tipo es increíble.


Su mirada se fijó en el calendario de su escritorio. Era el 9 de mayo.
Su trigésimo cumpleaños. Un día que parecía lejano para siempre,
cuando tenía veintidós años y abordaba un avión de Florida a Chicago.
Pero ahí estaba, y también una carta que no esperaba recibir.

Continuó mirando fijamente el sobre mientras los recuerdos


inundaban su mente. No podía creer que Brantley Hayes se hubiera
acercado a él después de todo este tiempo. Pensó que seguro que
seguiría adelante, se enrollaría con algún tipo rico y mocoso, y estaría
bebiendo mimosas en la playa. Pero no... No lo habría mandado llamar
si ese fuera el caso. Y eso era exactamente lo que hizo. El presuntuoso
bastardo había enviado por él.
Así que me quiere en casa, ¿no?

Entonces iría a casa, pensó Daniel mientras se mecía en su silla y


tocaba el brazalete de cuero que era un accesorio permanente alrededor
de su muñeca. Porque nada menos que el final abrupto del mundo le
impediría subir a un avión y rastrear al autor de esa nota.

7
Dos Semanas Después

TAN PRONTO COMO Daniel bajó del avión, la humedad que


cubría Florida le recordó por qué disfrutaba de las frescas noches de
Chicago. Luego, pensó en los inviernos espantosos y en los centímetros
de nieve que caían, y la humedad ya no parecía tan mala.
Tal vez.
Con una maldición murmurada, levantó su mochila sobre su
hombro y colocó su equipaje de mano hacia abajo antes de poner la
chaqueta de su traje sobre su brazo. Había cogido un taxi hasta O'Hare
después de haber terminado su último caso esa mañana temprano, y
había pensado que volar a la ciudad por la noche sería menos chocante
para su sistema que con el sol en su punto más alto. Sin embargo,
aparentemente, la hora de llegada no importaba. La humedad era
jodidamente opresiva incluso a las diez de la noche.
Mientras subía su maleta por el pasillo, se dijo una vez más que
volver a casa -o más bien a Sunset Cove- no debería ser una ocasión tan
temida. Pero, considerando que se había ido casi siete años antes y que
había sido horrible para mantenerse en contacto, no esperaba una fiesta
de bienvenida.
Cuando se mudó a Chicago, pensó que nunca se instalaría. Sin
embargo, eso no fue demasiado sorprendente, teniendo en cuenta que
no había querido ir en primer lugar. La Ciudad de los Vientos había
estado tan lejos de Florida que nunca se hubiera imaginado que podría
sentirse como en casa. Luego, como cada año había pasado, había

8
empezado a adaptarse a la vida de la ciudad y había empezado a
cambiar.
Había estudiado duro y trabajado más duro, y después de años de
muy pocas vacaciones y de luchar con uñas y dientes para conseguir
trabajo en uno de los bufetes de abogados más prestigiosos de la ciudad,
Leighton & Associates, finalmente era el abogado que había pasado toda
su formación adulta tratando de ser.
Ahora, ahí estaba, de vuelta donde todo había empezado.
Cuando entró en la terminal, maniobró su bolso hacia un lado para
poder tomar un momento para situarse. Cristo, su camisa ya estaba
pegada a su espalda, y se sentía como si sus pantalones de vestir
estuvieran moldeados a sus piernas de una manera que lo haría arrestar
si estuviera afuera.

Más vale que Katrina esté esperando, era todo lo que podía pensar
mientras se desabrochaba el segundo botón de su camisa y luego se
pasaba una mano por el pelo. Mierda, hay que acostumbrarse a esto.
Antes de que volviera a casa de la oficina ayer, decidió por
capricho cortarse el pelo. Al principio, sólo quería recortarse el pelo de
los hombros. Pero cuando se sentó frente al espejo y Stefan le preguntó:
—¿qué va a ser hoy, guapo? —nadie había estado más sorprendido de
lo que oyó—. Córtalo. Todo.

Así que ahí estaba, sudando como un cerdo, con un pelo corto y
raro al que aún no estaba acostumbrado, y su corazón se apresuraba al
pensar en ver al remitente de esa nota. Nunca se había sentido más como
el niño que fue que como un hombre adulto.
Un hombre exitoso y seguro de sí mismo, se recordó. Malditos
nervios.

9
Con su chaqueta sobre el asa de su maleta, caminó por el
aeropuerto hasta donde se suponía que Katrina, su hermana, se
encontraría con él en la zona exterior de recogida. Después de revisar su
teléfono por algún mensaje de -llegaré tarde-, pensó que debía llegar a
tiempo, ya que no tenía ningún mensaje.
Salió al sofocante aire nocturno y caminó hacia el lado de la
entrada principal para poder buscar su coche, pero no pudo ver el Spark
plateado de su hermana en ningún lugar entre los taxis y coches de la
ciudad que se alinean en la calle. Cuando miró su teléfono y frunció el
ceño, un penetrante silbido de lobo resonó por el aire nocturno.
De ninguna manera. No podía ser...
Cuando el silbido volvió a sonar, giró la cabeza a la izquierda y vio
a un tipo alto, bronceado y de buen cuerpo apoyado contra la pared de
ladrillos con una actitud de -no me jodas- si es que alguna vez había
visto una. Con el pelo castaño puntiagudo y un cigarrillo entre los labios,
lucía una camiseta sin mangas negra que mostraba sus brazos tatuados,
y pantalones cargo cortos de color verde cazador. Obviamente vestido
para el clima, a diferencia de Daniel.
Cuando el tipo se giró y se quitó el cigarrillo de la boca, los labios
de Daniel se curvaron en una sonrisa completa. Reconocería a ese
bastardo fornido en cualquier parte.
—Eres un hijo de puta muy elegante.
Derek Pearson apagó el cigarrillo en la suela de su chancleta y
luego se dirigió hacia él. Daniel se rio de la sonrisa arrogante en la boca
de su amigo mientras lo envolvía en esos brazos voluminosos y
palmeaba su espalda en un abrazo aplastante.
—Bueno, bueno, bueno —dijo Derek, dando un paso atrás y
vueltas detrás de él—. Mira quién ha vuelto por fin a casa. —Cuando se

10
detuvo frente a él, Derek se metió las manos en los bolsillos
balanceándose en sus talones—. Y brillante como un nuevo centavo. Un
bolso elegante, un traje elegante, y ese es un buen corte de pelo, Danny.
¿Cuánto te costó? ¿Cien dólares?
Daniel lo giró mientras agarraba el mango de su maleta. —150, si
quieres saberlo.
—¿Por un maldito corte de pelo? Los de ciudad están locos.
Aunque parezcas un anuncio ambulante de Esquire1 o algo así.
—¿Qué sabes tú de Esquire? —preguntó—. No es como que jamás
hayas leído.
—No, pero siempre te pillé masturbándote con los hombres
guapos entre las páginas cuando venía a hacer mis deberes. Dime,
¿alguna vez pudiste reutilizar una revista, o era una corrida y las
páginas quedaron pegadas?
—Maldito asqueroso. —Daniel se rio—. Siempre fui el que tenía
clase. Tú, por otro lado, no has cambiado nada.
—¿Esperabas que lo hiciera? —preguntó su amigo.
Y Daniel se sorprendió al darse cuenta de que tal vez no era el
mismo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó—. ¿Dónde está Katrina?


—No le creí cuando dijo que vendría a recogerte, así que me ofrecí.
Así que será mejor que empieces a ser amable conmigo o tú y tu corte de
cabello de 150 dólares irán a pie a casa.

—Sí, sí, lo que sea.


—Pensé que verías las cosas a mi manera.

1 Esquire: revista estadounidense dirigida al público masculino, con una gran tradición literaria, publicada cada mes por Hearst Corporation. Fue creada en 1933

11
—Bueno, al menos haz algo útil —dijo Daniel mientras recogía su
mochila y se la tiraba a Derek.
La agarró con una maldición y luego se la puso sobre el hombro.
—¿Qué demonios hay en esto? ¿Tu colección de gemelos?
—No uso gemelos en vacaciones. ¿Dónde has aparcado?
Mientras caminaban hacia el paso de peatones, Derek le echó un
vistazo. —Estoy en el estacionamiento C. ¿Crees que puedes llegar tan
lejos?
—No dejes que el traje te engañe. Puedo lucir fantástico a la
mañana siguiente.
—Claro que puedes. No parece que hayas visto un club desde que
te fuiste. Más bien cenas elegantes con clientela importante —se burló
Derek.
—Importante clientela que me llena los bolsillos de dinero, amigo
mío. Mientras tú... espera un segundo. ¿Qué es lo que haces de nuevo?
Oh, eso es correcto, decirle a la gente cómo hacer ejercicio.
Derek entrecerró los ojos, y luego sonrió. —Soy el dueño del
gimnasio donde le digo a la gente cómo hacer ejercicio, muchas gracias,
engreído de mierda. Me sorprende verte aquí parado, eso es todo. Sabes
que mi defecto emocional es el sarcasmo.
Riendo de buen humor, cruzaron la calle y la acera y entraron al
estacionamiento. Luego, mientras subían por la rampa, Derek volvió a
hablar. —Bien, dejémonos de tonterías. Te contactó, ¿no?
Daniel no preguntó a quién. Derek sabía todo sobre su pasado y la
razón por la que se había ido a estudiar sus dos últimos años de derecho
a Chicago. Así que Daniel simplemente dijo: —Sí.

12
Subieron la segunda rampa, y mientras lo seguía, arrastrando su
maleta, esperó a que Derek dijera algo más. Cuando no llegó nada,
refunfuñó mientras una gota de sudor rodaba por su frente.
—¿Por qué no tomamos el ascensor?
Derek le miró y se encogió de hombros. —Quería cabrearte.
—Por supuesto que sí —dijo Daniel cuando finalmente alcanzaron
el nivel C.
Pasaron varias filas de autos estacionados, y cuando se detuvieron
al lado de un negro y golpeado Jeep Wrangler, Derek tiró su mochila en
el asiento trasero y apoyó un hombro contra la puerta del lado del
pasajero.
Cruzó los brazos y estudió a Daniel con una mirada pensativa. —
Te lo mereces, sabes. Marchándote y nunca visitándonos. Quiero decir,
Jesús, Danny. Has estado fuera casi una década. Tengo arrugas
alrededor de los ojos que no estaban cuando te fuiste.
Daniel se burló de eso. Derek Pearson seguía siendo caliente como
el demonio, incluso con las líneas de risa alrededor de sus ojos. Los
hombres acudían en masa al tipo sin importar adónde iba. Era como
abejas para la miel. El chico malo con la actitud de -que te jodan si no te
gusta quien soy- nunca carecía de un compañero de cama si quería
uno… o dos.
Sin embargo, Daniel pronto se despejó. Se merecía la irritación de
Derek, y probablemente mucho más, porque se había ido. Había hecho
las maletas, subido a un avión y nunca miró atrás. Claro, había llamado
una o dos veces, y había enviado un correo electrónico, pero no era lo
mismo que sentarse y devolver los golpes con tu amigo. Su amigo que
parecía que quería patearte el culo hasta la semana que viene… y

13
probablemente también lo haría. Sí, esto iba a ser más difícil de lo que
pensaba.
—Entonces, ¿cuál es tu plan?
Cuando la ceja de Derek se arqueó expectante, Daniel se dio cuenta
de que... Carajo, no tenía una. Frunció el ceño, y Derek soltó una risa
odiosa mientras asintió hacia la maleta.
—Empecemos con eso. Dámela, ¿quieres?
Daniel empujó el asa de su equipaje de mano hacia abajo y luego
se lo pasó a su amigo. Una vez que estaba en el asiento trasero, se pasó
una mano por el cabello.
—No sé qué coño estoy haciendo aquí, Derek.
Derek le palmeó el hombro y guiñó un ojo. —Estás aquí para ver
qué quiere. ¿Verdad? Y para conseguir finalmente lo que quieres...

Mientras Derek le abría la puerta, Daniel sonrió con suficiencia. —


Ni siquiera sé lo que quiero.
La verdad era que nunca se había sentido tan inseguro en su vida,
y eso era decir algo. No es que él se lo haya dicho a nadie.
Derek se rio. —¿No? Bueno, eso no importa. Se va a morir cuando
te vea.
—Más le vale que no. Llamó a mi culo de vuelta aquí, así que mejor
que viva más allá de los primeros cinco minutos que me vea —dijo
Daniel mientras se subía al asiento.

Derek cerró la puerta y descansó contra la ventana abierta. Hizo


una rápida inspección de Daniel de pies a cabeza, y luego le dio una
sonrisa nacarada.

14
—Vale, así que puede que no muera, pero digamos esto. Si no
supiera de tu erección de hace una década por el tipo, el viaje a la casa
de tu madre ahora mismo sería mucho más difícil. Te ves jodidamente
sexy. Y lo que es más, esta vez, lo sabes. Esos elegantes pantalones que
están pegados a tu trasero como una segunda piel tampoco duelen. Todo
el paquete grita confianza... Y sí, no tiene ni idea de lo que le espera.

—Cállate. No te gustan las rubias, ¿recuerdas? Tuvimos esta


conversación sobre demasiados Corona y Coca-Cola, ¿o se te olvidó?

Derek rodeó el capó de su coche y se subió al asiento del


conductor. —No. Pero con el pelo corto así, se ve más oscuro que antes.
Incluso yo podría ir por eso.
Daniel puso los ojos en blanco y miró por la ventana mientras
empezaban a bajar por la rampa del estacionamiento, mucho más
cómodos con la mierda y el coqueteo que analizando sus emociones
reales. Derek podía manejarlo, pero mientras volaban por la autopista
hacia Sunset Cove, no estaba seguro de que estuviera preparado para lo
que iba a suceder en poco tiempo, y con quién. Así que decidió que lo
mejor que podía hacer era distraerse.
—Entonces, ¿por qué tu lamentable trasero se ofreció a venir a
buscarme?
—Estoy aquí por el entretenimiento…y los chismes.

—Qué amable de tu parte.


—Bueno, tienes que admitir que esto ha tardado mucho en llegar.
Quiero un asiento en primera fila.
—¿De esto? —preguntó Daniel—. Ni siquiera sé qué es esto. ¿Y
cuánta gente lo sabe?

15
Su amigo se movió en su asiento y miró de reojo en su dirección.
Cuándo vio a Daniel fijarlo con una mirada, se volvió a concentrar en el
camino.
—Sólo algunos de nosotros.
—Algunos de... ¿quiénes? Cómo lo sabría alguien más que yo y…
—Daniel se puso rígido en el asiento—. ¿Le dijo a la gente? ¿Te lo dijo?
—No —dijo Derek—. Bueno, en realidad no.
—¿No realmente? Qué carajo, Derek. O lo hizo o no. ¿Y desde
cuándo os movéis en los mismos círculos?
—No lo hacemos —dijo Derek—. Pero durante años, ha estado...
—Detente ahí. No quiero saber con quién se ha estado acostando.
Después de salir de la autopista, se detuvieron en un semáforo en
rojo y Derek miró a Daniel con una sonrisa devoraba mierda.
—Sí, lo sabes. Así que puedes rastrearlos y decirles que se vayan a
dar un paseo.
Daniel respondió a eso con un encogimiento de hombros. —¿Qué
me importa? Me envió lejos. No es que sea asunto mío. —Luego miró a
Derek.
—Cielos. Alguien está un poco irritable. No es necesario, sin
embargo. Todo lo que iba a decir es que, durante años, ha sido
escurridizo. Ese tipo en la escena, pero no realmente en ella. Nadie
puede inmovilizarlo. Nadie sale con él. ¿Y sabes por qué?

—No. Pero tengo la sensación de que te mueres por decírmelo. —


Luego hizo un gesto a la luz verde—. ¿Te vas a sentar ante la luz el resto
de la noche o me vas a llevar a casa?

16
—Deja de actuar como si lo que acabo de decir no pusiera tu
corazón y polla felices como la mierda. Puedes actuar como el jugador
que no se preocupa por los demás, pero sé lo mucho que significa para
ti.
Un coche hizo sonar la bocina detrás de ellos, y Derek levantó el
dedo medio mientras ponía el pie en el acelerador.
—Y estoy bastante seguro de que el sentimiento es mutuo. ¿Sabes
por qué no creo que tenga citas, Danny? Porque él también ha tenido
una erección por ti todo este tiempo.
Derek cogió el paquete de cigarrillos del salpicadero y se lo llevó
a la boca. Entonces tomó uno entre los labios, y mientras el coche giraba
a la izquierda, Daniel cogió el paquete y sacó el encendedor. Se lo ofreció
a su amigo, y mientras inhalaba, el cigarrillo se encendió.

—Pronto lo veremos, ¿no? —contestó, dejando caer el encendedor


en el paquete y tirándolo en la consola central.

—No hay nada que ver. Lo ha hecho, carajo. ¿Y sabes qué? Ha


tenido muchas ofertas. Ahora, no estoy diciendo que el tipo sea un
monje. Es un buen partido. Por supuesto que va a meter la polla en algo.
Pero seguro que no ha estado alardeando de una relación en la ciudad.
Mientras el viento los azotaba y Derek lo derribaba por la franja
principal, Daniel cerró los ojos y pensó en el hombre que estaba allí para
ver. El hombre con el que creía que pasaría el resto de su vida. El mismo
hombre que lo envió lejos.

17
DANIEL SE SENTÓ ENFRENTE DE BRANTLEY HAYES y
trató de darle sentido a las palabras que acababan de salir de su boca.
No podía haber dicho lo que pensaba que había dicho… ¿verdad?
—Sé que Chicago parece un mundo lejano, pero tiene algunas de
las más prestigiosas escuelas de derecho, Finn. Sería lo mejor...
La boca de Daniel se le abrió mientras Brantley continuaba con su
discurso sobre follar sólo sabía qué, y cuando finalmente llegó a su fin,
lo primero que salió de su boca fue: —¿quieres que me mude a Chicago?
Cuando Brantley se movió en su silla de cocina y tomó su mano,
la apartó. —Contéstame.
Brantley juntó sus manos y sacudió su cabeza. —No quiero que te
vayas.

—Pero crees que debería.


—Creo que sería una gran oportunidad.
—¿Y qué hay de nosotros?
Brantley cerró los ojos y frotó una mano sobre sus apretados
labios. Esa fue suficiente respuesta. Si se iba, no habría ningún ellos.
—No voy a ir.
—Finn…

—No. No quiero ir a una escuela de abogados elegante. Hay


muchas por aquí. Quiero quedarme contigo.

—Bueno, eso sería una estupidez —dijo Brantley, empujando la


mesa de la cocina tan fuerte que las patas de madera de la silla rasparon
a lo largo de los azulejos.

18
Se giró y caminó hacia el fregadero, donde apoyó las manos en el
mostrador de mármol. Tenía los hombros encogidos mientras
permanecía allí, y el corazón de Daniel tronó en su pecho.
¿Quería que Daniel se fuera? No, Brantley lo amaba...
—Mira —dijo Brantley en voz baja mientras lo miraba—. Esta sería
una oportunidad increíble para ti. Eres inteligente, ambicioso y muy
talentoso. No puedo pedirte que te quedes aquí...

—No me lo estás pidiendo —dijo Daniel mientras caminaba hacia


donde estaba Brantley. Puso una mano sobre su pecho y sonrió al
hombre que le fruncía el ceño—. Quiero estar aquí —le dijo, deslizando
sus manos sobre sus hombros para ponerlas alrededor de su cuello—.
No hay lugar donde preferiría estar.
—Finn. —Brantley suspiró, resignado a la derrota mientras sus
brazos rodeaban la cintura de Daniel.
—Sabes, mi nombre sonaría mucho mejor precedido por -oh Dios,
Finn-. —Daniel guiñó el ojo.
Brantley palmeó su culo. —Realmente necesitas pensarlo...
—Shhh —susurró Daniel contra sus labios—. No hay nada que
pensar. Sé lo que quiero, y no es en la malditamente fría Chicago.

Cuando mordió los labios de Brantley, sonrió y le dijo a Daniel: —


tienes una boca horriblemente sucia para un joven tan brillante.

—¿Yo?
—Sí —dijo Brantley con una mirada severa.

—Tal vez deberías castigarme.


—Tal vez deberías ir a hacer tu tarea.

19
Daniel le dio un beso rápido y se alejó. —Cielos. Qué duro,
profesor—. Puso los ojos en blanco, y mientras caminaba hacia la
entrada de arco que conducía a la sala de estar, miró hacia atrás por
encima de su hombro a tiempo para ver a Brantley sacando un
formulario de su bolsillo trasero y arrojarlo sobre el mostrador.
Sabía que Brantley sólo quería lo mejor para él. Pero no había
ninguna ecuación en la que dejarlo fuera a ella.

20
BRANTLEY HAYES FUE ACELERANDO su ritmo mientras se
entretejía entre las multitudes de estudiantes que se dirigían a sus
exámenes de último año.
Había estado enseñando en la Universidad de Florida Central
durante casi once años, y estaba en camino a la titularidad para el
próximo año si todo iba de acuerdo al plan. Eso significaba que tenía
que llegar a clase a tiempo y hacer todo según las reglas de aquí en
adelante. Así que necesitaba darse prisa.
Después de años de estudio y dedicación a su profesión, estaba
muy cerca de tener finalmente todo lo que quería y para lo que había
trabajado. Estaba justo ahí, a la vista, sentado en el horizonte. Lo único
que faltaba era la persona con la que quería compartirlo. Pero no
pensaría en eso, no hoy.
Después podría preocuparse por los arrepentimientos. Por la
noche, solo, cuando la oscuridad lo rodeaba y cerraba los ojos para
pensar en el hombre que dejó ir. Además, había enviado esa nota hace
semanas y no escuchó nada a cambio.
Así que eso fue todo.
Se acabó.
Terminado.
Hora de seguir adelante. Era obvio que él lo había hecho.
Era hora de reenfocarse.
Sin embargo, era más fácil decirlo que hacerlo cuando se trataba
de Daniel Finley.

21
No podía creer que este mes fuera el trigésimo cumpleaños de
Daniel. ¿Adónde se fue todo ese tiempo? No estaba seguro, pero se había
ido lentamente. Y año tras año, había pensado en acercarse al hombre.
Pero a medida que pasaba el tiempo, y Daniel no había regresado a casa,
una razón plausible parecía más difícil de precisar. Hasta este mes, en la
fecha de su cumpleaños, en que decidió ahora o nunca o terminar con
ello.
Tontamente, no había contado con el rechazo total que sentiría
cuando no escuchara nada. Se le había ocurrido cuando escribió que
Finn podría haber seguido adelante, y aunque esa posibilidad parecía
saludable y natural, una pequeña parte de él se había imaginado que
quizás le había estado esperando todos estos años también.
Sin embargo, después de días, y luego semanas, sin respuesta,
había quedado muy claro que el sueño al que se había aferrado no era
más que una ilusión.
Daniel había hecho exactamente lo que esperaba: se había ido a
Chicago, había terminado su licenciatura en derecho y, bueno, se había
quedado allí. No era exactamente lo que Brantley había esperado.
Pero era hora de enfocarse y tiempo de seguir adelante. Se había
extendido y fracasado, y ahora tenía que vivir con las consecuencias de
sus acciones. Incluso si habían sido bien intencionadas.
Se regañó mientras miraba su reloj. Cinco minutos para el primer
examen. Cuando llegó a la puerta de su habitación, hizo a un lado
mentalmente el recuerdo del estudiante alto y rubio que había conocido
ese primer día de su empleo escolar. Luego se prometió que después de
hoy, ya no se preguntaría dónde y qué estaba haciendo Daniel Finley.

22
BRANTLEY ABRIÓ LA PUERTA del pasillo oeste del edificio
de derecho y salió del aula temporal a la que su clase había sido
trasladada esta mañana.
Qué maldito desastre.
La mitad de los estudiantes no se habían presentado, y los que lo
habían logrado se habían retrasado veinte minutos. Pero no podía
culparlos. En el último minuto, su aula había sido cambiada y la
administración no había colocado una nota en la puerta hasta que
habían pasado diez minutos. De cualquier manera, no fue un gran
comienzo para su día, su semana o su carrera en la UCF.
Colocó su taza de café vacía sobre su carpeta de cuero y cerró la
puerta de su nueva aula. Al hacerlo, pensó que había oído un murmullo
de –mierda- detrás de él, así que se giró y vio la espalda de un joven que
estaba a punto de caminar por el pasillo.
—Disculpe —dijo, y los pies del tipo se congelaron en su sitio.
Probablemente pensó que le iban a dar una paliza por haber maldecido
delante de su profesor.
Poco a poco se giró hacia atrás para mirarle a la cara, y Brantley le
miró bien por primera vez.
Tenía una altura impresionante, eso seguro. Más alto que él por
unos centímetros, el chico tenía que medir al menos 1,88. Tenía el pelo
rubio hasta los hombros, actualmente colocado detrás de las orejas y el
tono de su piel hacía obvio que pasaba muchos días en las playas de
Florida.
Con chanclas, pantalones cortos de pizarra blanca con una raya
azul y una camiseta azul marino, era la personificación de un chico de
playa, exactamente lo contrario de Brantley y marcaba todas las
fantasías masculinas que Brantley tenía cuando se ponía caliente. Pero
no dejaría que se supiera esa información. No uno de sus alumnos.

23
—¿Puedo ayudarte? —preguntó, dándose cuenta que mientras
miraba rápidamente a su estudiante, este lo miraba con una mirada
descarada.
Cuando el tipo levantó la mirada para encontrar la suya, Brantley
tuvo que enseñarle la cara porque el color de sus ojos lo dejó estupefacto.
Eran marrones, seguro, pero con la forma en que el sol entraba en el
vestíbulo, se veían casi dorados.
Necesitando concentrarse en otra cosa que no fuera el llamativo
estudiante en el vacío pasillo, miró a la puerta, se ordenó que se centrara,
y luego apretó sus labios antes de volver a prestar atención al joven. —
¿Faltaste a clase?
—Sí, joder — murmuró el tipo, y luego hizo una mueca de dolor.
Brantley tuvo que morderse la mejilla para no reírse de su obvia
preocupación -y de su boca sucia- y luego se encogió de hombros.
—Lo siento. Sí, supongo que sí.
Brantley dio un paso adelante, cerrando la distancia entre ellos, y
se dio cuenta de la forma en que el hombre agarró un poco más fuerte la
correa de su mochila.
—Mira, normalmente soy duro cuando se trata de cosas como esta,
pero hoy ha sido un desastre colosal para todos. Siempre y cuando
llegues a tiempo mañana, esto no afectará tu asistencia. ¿De acuerdo?
Cuando no recibió una respuesta inmediata, se puso la taza debajo
del brazo y abrió la carpeta. —¿Cómo te llamas?
Eso pareció volver a poner en marcha el cerebro del tipo, porque
finalmente habló. —Daniel. Daniel Finley.
Brantley revisó la lista. Luego se detuvo junto al nombre y pasó la
punta de su dedo por él. —Ah, está bien. Daniel Finley. Un promedio
impresionante, jovencito. Bueno, como dije. Hoy fue un fracaso para

24
todos con el cambio de aula. Tienes un pase. Pero no llegues tarde
mañana.
Daniel levantó su bolso más arriba del hombro y asintió. —Sí, Sr...
—Hayes. Profesor Hayes.
—Correcto. Lo siento. Ha sido una mañana de mierda.
Brantley perdió la batalla esta vez cuando sus labios se movieron.
Cuando los ojos de Daniel cayeron sobre ellos, se dio cuenta de que
estaba bajo un escrutinio pesado e interesado.
Iba a tener que andar con cuidado alrededor de éste...
—Bueno, vamos a esperar una mejor mañana, Sr. Finley. Te veré a
las nueve en punto.
No esperó respuesta. En vez de eso, cerró su carpeta y se giró para
abrirse paso por el pasillo, necesitando un poco de distancia entre él y
su guapo y joven estudiante.

—¡FINN!
DANIEL RODÓ de lado en la cama de su infancia y puso la
almohada sobre su cabeza. Se había colado anoche, sin querer que su
madre armara un gran escándalo, y tenía la sensación de que los gritos
estaban a punto de aumentar ahora que había visto su bolso en el pasillo.
—¡Daniel Finley! Levántate ahora mismo y ven a saludar a tu
madre como Dios manda, ¿me oyes?
Se preguntó cuánto tiempo le quedaba hasta que ella abriera la
puerta de su habitación y le arrancara las sábanas como hacía cuando

25
era un niño. Pero no fue su madre la que abrió la puerta con el pie. Fue
su hermana pequeña.
—Buenos días, holgazán. Hora de despertarse.
Cuando Katrina entró y se sentó en el costado de su cama, le dio
una taza humeante de... —¿Café?
—Tal vez —dijo ella con una sonrisa pícara.
Sus rizos negros caían sobre sus hombros, y parecía que habían
visto las olas de la mañana; él no las vio. Ir a la playa al amanecer antes
de empezar el día. Tal vez desempolvaría una de sus viejas tablas e iría
con ella mañana.
Era curioso cómo cuando estaban de pie uno al lado del otro, la
gente rara vez adivinaba que eran parientes. Eran de colores tan
contrastados… oscuridad y claridad. Pero los dos habían compartido
una relación estrecha mientras crecían, teniendo en cuenta la diferencia
de nueve años entre ellos. Lo atribuyó al hecho de que habían perdido a
su padre a causa del cáncer sólo unos meses después de su segundo
cumpleaños. Y como una unidad, los tres -él, su madre y Katrina- habían
estado más cerca que la mayoría. Que era otra razón por la que había
sido tan difícil cuando decidió por primera vez irse.
—Si eso no es café para mí, será mejor que corras después de
despertarme tan temprano en mis primeras vacaciones en tres años.
—Mamá te despertó, y no es tan temprano. Y por cierto, ¿tres
años? Eso es patético.
Se empujó sobre su codo y le quitó la taza. —Eso es dedicación —
dijo, guiñándole el ojo—. Y eso fue cuando visitaste Chicago, ¿verdad?
—¿No puedes recordar? Qué bonito. —Puso los ojos en blanco y
se acercó para pasar sus dedos por las pequeñas puntas de su pelo—.
Esto es raro.
Le arrancó la mano. —Vete a la mierda.

26
—Treinta años y sigues siendo una boca sucia, por lo que veo.
—Veintiún años y sigues siendo una mocosa, por lo que veo.
—Sí, sí —dijo, y se levantó de la cama—. Esta mocosa pensó que
tal vez querrías saber que su profesor se molesta mucho cuando llegan
tarde a su clase. Y su examen empieza hoy a las... mmm... diez.
Con una sonrisa descarada, ella cerró la puerta, y él trató de
ignorar la forma en que su pulso se había acelerado al mencionarlo.
Trataría con Brantley Hayes a su manera. Sólo necesitaba que el café
hiciera efecto antes de decidir cómo sería eso.
—¡Finn!
Diablos.
Sabiendo que tarde o temprano tenía que enfrentar la música,
empujó las sábanas hacia atrás y colocó su taza en la mesa auxiliar.
Después de ponerse de pie, estiró los brazos sobre su cabeza y se vio en
el espejo de cuerpo entero en la parte de atrás de su puerta. Camiseta
blanca, pantalones cortos grises, y, mierda, su pelo realmente se veía un
poco raro, incluso para él. El corte le hizo parecer más... maduro.
Sofisticado, pensó mientras inclinaba la cabeza hacia un lado. Su madre
iba a enloquecer.
—¡Finn!
Más de lo que ya estaba.
Se dirigió por el estrecho pasillo de su casa de playa, el aire salado
del océano llenando sus pulmones con una profunda inhalación. Le
había encantado crecer junto al agua. Yendo a dormir con el sonido de
las olas estrellándose contra la orilla, y despertando con las gaviotas
graznando al amanecer. Allí había paz, y había ayudado a curar a su
familia después de que se había roto por la muerte de su padre.
Mientras doblaba la esquina de la pequeña cocina que daba al mar,
vio a su madre, de metro y medio, cantando y bailando al ritmo de –

27
Kokomo- mientras giraba los panqueques en la cocina. Apoyó su
hombro contra la puerta y la miró mientras se balanceaba por la cocina
al ritmo de la música.
Despreocupada y burbujeante, con su cabello rubio de playa
trenzado en la espalda y su veraniego vestido fluyendo alrededor de sus
rodillas. Era feliz allí, y se notaba. Entonces, cuando se dio la vuelta y lo
vio, su canto se detuvo abruptamente y su espátula se congeló en el aire.
—Daniel Finley —dijo, agitando el utensilio de cocina mientras
caminaba descalza por el piso de linóleo—. Eres un regalo para la vista,
jovencito.
Cuando lo alcanzó, la abrazó y suspiró mientras lo tomaba en los
suyos. Se había perdido esta parte de la casa. La familiaridad y la calidez
de aquellos que realmente lo amaban.
Luego le golpeó en el brazo con la espátula y le dijo: —y no me
refiero a ese horrible corte de pelo.
—No es horrible —dijo mientras ella se le escapaba de los brazos
y lo miraba.
—Pareces de ciudad.
Se acercó a la barra de desayuno, donde ella había preparado tres
platos, y recogió un puñado de uvas del frutero de vidrio soplado en
medio del mostrador.
—Soy de ciudad —le recordó antes de meterse una de las uvas en
la boca.
—¿Sí? Bueno, no me gusta. La ciudad se ha llevado a mi hijo y lo
ha hecho...
—¿Un hombre? —sugirió, con la lengua en la mejilla.
—No te hagas el listo conmigo —le advirtió, y volvió a la cocina.

28
—Vamos, mamá. No me digas que no estás orgullosa. Katrina dijo
que le dices a todo el mundo que tu hijo es un elegante abogado en la
gran ciudad.
—A tu hermana siempre le gustó contar historias.
—Y siempre dijiste que la mayoría de las historias tienen algo de
verdad.
Sacó la sartén de la cocina, deslizó los panqueques sobre la pila
que había hecho anteriormente y luego se la llevó. —No me cites mis
citas. Mantén ese tipo de charla para tus clientes.
—Sí, mamá —dijo, dándole su sonrisa más encantadora.
Colocó varios panqueques en su plato y luego apoyó su cadera
contra el mostrador.
—Has estado fuera demasiado tiempo, Finn —dijo en voz baja.
Sabía que se le venía encima, pero la forma en que su voz se
rompió hizo que su culpa se pudriera y su estómago se atascara.
Cuando decidió decir -al carajo con todo- y marcharse como
Brantley lo había animado tanto a hacer, se hizo una promesa: no miraría
hacia atrás, y seguro que no iba a volver. No hasta que estuviera bien y
listo. Y aún no estaba seguro de que lo estuviera.
—Pero ahora estás aquí y le dije a todo el mundo que tenía que
pasar esta noche a verte.
—Mamá —refunfuñó—. ¿Por qué hiciste eso?
—Porque la gente te ha echado de menos. Por eso.
Puso una cucharada de arándanos en sus panqueques y luego los
cortó y se los llevó a la boca. Fue entonces cuando su hermana decidió
hacer su entrada y deslizarse sobre el taburete a su lado. Mmm, tal vez
pueda…
—Pásame el jarabe, Finn.

29
Tomó el jarabe de arce y se lo entregó, y después de que Katrina
había vertido una cantidad asquerosa de la cosa dulce sobre sus
panqueques, los cortó, se los metió en la boca y luego le sonrió con toda
la mejilla llena.
—¿Qué? —preguntó a través de un bocado.
—Eso es asqueroso.
Masticó, tragó y luego apuñaló a las siguientes víctimas. —Déjame
adivinar. Te has convertido en un fanático de la salud que sólo come
ensaladas y bebe batidos de proteínas.
Puso los ojos en blanco y dio otro mordisco a sus panqueques.
Había estado tratando de decidir su curso de acción desde que regresó
a casa y, de manera bastante inesperada, su hermana le había dado una
idea.
—Oye, no salgas corriendo por la puerta, ¿de acuerdo? Necesito
darte algo antes de que vayas a tu examen de esta mañana.
Sus ojos azules parpadearon, y tuvo la sensación de que ella sabía
que todo lo que quería darle sería para su profesor puntual. Pequeña
mierda.
Mientras besaba la mejilla de su madre, ella lo abrazó por la
cintura y miró entre él y su hermana.
—Es genial tenerte en casa, Finn. Ha pasado mucho tiempo.
Ella tenía razón. Había estado fuera mucho tiempo, pero ahora
estaba allí, y era hora de conseguir lo que había venido a buscar.

30
CON UN CAFÉ en la mano y exámenes en la otra, Brantley cerró
la puerta de su oficina y se dirigió a su segunda clase del día. Había
tenido treinta minutos entre los exámenes programados, así que, si no
aprovechaba y tomaba un café ahora, sería un zombi para el almuerzo.
Había estado durmiendo como la mierda últimamente.
Silenciando un bostezo con su carpeta, comenzó a bostezar en
dirección a su aula. Acababa de girar en el pasillo oeste, dirigiéndose
hacia el otro extremo, cuando vio a Katrina Finley de pie fuera de la
clase. Como de costumbre, llevaba puestos sus auriculares de color rosa
brillante y estaba ocupada enviando mensajes de texto a alguien.
Cuando se acercó, una sonrisa partió los labios de ella y su corazón
sufrió un poco por el recuerdo de Daniel. En muchos sentidos, ella era
todo lo contrario a él, pero eso, su sonrisa, trajo a su mente el rostro del
hombre al que intentaba olvidar.
Jesús, ya basta. No va a volver.
Cuando se detuvo junto a ella, Katrina levantó la vista y se quitó
los auriculares de las orejas. La sonrisa que había tenido hace un minuto
se ensanchó, si era posible, y metió su teléfono en el bolsillo de su
chaqueta.
—Buenos días, Katrina.
—Hola, profesor Hayes.
—¿Estás lista para el fin de semana?
Pasó los dedos por su cabello y luego asintió. —Claro que sí. Hay
una fiesta en nuestra casa esta noche. Deberías venir.
Se rio, pensando que estaba bromeando, pero cuando se volvió
para abrir la puerta del aula, una mano cayó sobre su brazo. Mirándola,
soltó el pomo e inclinó la cabeza hacia un lado cuando le dio un trozo
de papel doblado. Frunció el ceño, confundido.

31
—De verdad, deberías estar allí esta noche —dijo y luego lo rodeó
para ir a clase.
Su mano tembló mientras miraba el papel entre sus dedos. No, no
hay forma de que esto sea de…
Caminó por el pasillo y lentamente desdobló el papel, y lo que vio
allí lo dejó sin aliento en su garganta.

Esta noche. A las ocho en punto. No llegues tarde.

ESA LETRA ERA INCONFUNDIBLE. Había leído


innumerables ensayos, exámenes e informes con el mismo garabato.
Daniel había vuelto a casa.
Realmente volvería a casa.
Y quería verle. Esta noche.
Trató de no leer demasiado en la nota, pero al doblarla y meterla
en su bolsillo, apenas pudo borrar la sonrisa de su cara.
Iba a ver a Daniel en menos de doce horas.
De repente, su día estaba mejorando.

32
—NO TE VAS a poner eso.
Brantley miró a Jordan, su colega y amigo, que estaba sentado en
el extremo de su cama. Lo dejó entrar hacía diez minutos, llenó una copa
de vino y le dijo que se entretuviese o le ayudara a elegir un traje
apropiado para…
—¿Hacer que un hombre diez años menor que tú quiera follarte
hasta reventarte las pelotas?
—Ahh no, no. Todavía no tengo cuarenta años —dijo Brantley—.
Así que técnicamente nueve. No me añadas años que no están ahí. Ya es
bastante malo que hayas cumplido 35 años.
—Eso es lo que obtienes por hacerte amigo de un genio. No es mi
culpa que fuera un niño prodigio.
Eso era cierto. No era culpa de Jordan. Tuvo una infancia muy
interesante. Una que lo había llevado a través de una educación rápida
y luego lo escupió por el otro lado como profesor a la edad de
veinticuatro años. El más joven en ser contratado en la UCF.
El hecho de que fuera cinco años menor que Brantley no era nada
nuevo, pero siempre había sido un poco doloroso para él. Y ahora, era
más evidente que nunca. Aquí estaba, acercándose a los cuarenta,
mientras su mejor amigo cumplía treinta y cinco años y Daniel acababa
de cumplir treinta.
Genial.
Se movió con la percha en las manos, luego la tiró a un lado y quitó
la corbata del cuello. Una vez que la tiró sobre el montón de camisas que

33
cubría una silla, agitó la cabeza. —Y gracias, por cierto. Has sido de
mucha ayuda.
—¿Qué? Ese es el objetivo de esta noche, ¿no?
—No —dijo mientras se desabrochaba la camisa a rayas que se
había puesto hacía un minuto. Se encogió de hombros y luego pasó a la
siguiente opción que había elegido. Dios, esto es ridículo.
Esta era al menos la décima camisa que se había probado, y
aunque seguía diciéndose que no se preocupara, no podía parar los
nervios excitados que le subían la adrenalina. Todavía no podía creer
que iba a ver a Daniel, su Finn, en poco más de dos horas.
Durante todo el día, había intentado no pensar demasiado en el
significado del regreso de Daniel. Pero esa parte esperanzadora de él, la
parte que había estado tratando de aplastar después de no haber
escuchado nada en respuesta a su nota, había florecido una vez más.
Trayendo consigo toda la promesa y posibilidad de nuevos comienzos.
Sin embargo, necesitaba detener eso. Necesitaba distraerse o se
volvería loco. No importa cómo fuera esta noche, Daniel estaba allí, y
cualquier cosa después de eso con la que pudiera lidiar.
¿Verdad? Cierto.
—No es así, Jordan.
Jordan tomó un sorbo de su Pinot Noir y se recostó sobre su codo.
—Claro que no lo es.
—No lo es.
—Claro, sólo digo. Ambos sabemos lo caliente que era Daniel
Finley en su día. Estoy seguro de que no pudo haber cambiado tanto.
Brantley se miró en el espejo y se fijó en los cambios en su reflejo.
Mentiría si dijera que no había pensado en cómo se vería Daniel, porque

34
estaba más que consciente de las líneas de la risa que arrugaban sus
propios ojos y…
—No pareces viejo —dijo Jordan detrás de él.
Ese comentario le valió una mirada mortal.
—¿Qué? Sé que eso es lo que estás pensando. —Se puso en marcha
hasta el borde de la cama, bajó el resto del vino y se puso de pie.
Cuando caminó hacia el armario, Brantley gimió mientras Jordan
se movía a través de las perchas.
—No. No. No. Oh, esto se vería bien en ti. —Se dio la vuelta
sosteniendo una camisa fucsia brillante.
No es realmente lo que Brantley tenía en mente para esta primera...
¿Qué diablos es esto, de todos modos? No es una cita. Era en la casa de
la madre de Daniel, por el amor de Dios.
Arrugó su nariz y agitó la cabeza. —No. Creo que quiero algo un
poco más... sutil. No nos encontraremos en el club Boyz.
—De acuerdo. Como quieras, entonces. —Jordan cogió una camisa
negra de la percha y un par de pantalones cortos y se los tiró—. Lo negro
y casual siempre te queda bien, aunque es una rara ocasión en la que lo
vemos. Esto le muestra que eres genial, calmado y...
—¿No te estás volviendo loco?
Jordan se le acercó y le cogió la cara entre las manos. —Deja de
enloquecer. Eres sexy. Eras sexy entonces, y eres jodidamente sexy
ahora. No me hagas decirlo más de una vez. Mi propia vanidad no lo
soportará.
—Por favor —dijo Brantley mientras miraba la aceitunada piel, los
labios llenos y los pómulos altos de Jordan. Su herencia holandesa y
mediterránea mantenía su piel lisa y le hacía parecer años más joven de
lo que era en realidad. Si no fuera un ser humano tan bondadoso, sería

35
fácil que le desagradara y envidiara—. Tienes más culo ahora que
cuando llegaste de Wyoming.
—Eso es porque decidí abrazar el ser luchador, rico e irresistible.
Una vez que lo hice, los hombres no pudieron resistirse. Ahora, ve a
vestirte. Te veré allí. Yo también recibí una invitación de la encantadora
Sra. Finley esta tarde.
Por supuesto que lo hizo.
Brantley tomó la ropa de su amigo y entró al baño para terminar
de prepararse. Tal vez Jordan tenía razón y se preocupaba por nada.
Daniel sabía quién era, había conocido toda la diferencia de edad entre
ellos, y eso nunca lo había detenido en el pasado.
Lo había hecho desconfiar muchísimo, pero ni una sola vez pareció
desconcertar a Daniel.

BRANTLEY MANTUVO UN discreto ojo en el último


estudiante que se retiraba por la mañana mientras el Sr. Finley bajaba
las escaleras hacia el frente de la clase. Habían transcurrido tres semanas
del semestre y le daba vergüenza admitir que cada día que pasaba, su
fascinación por el joven crecía.
Al principio, trató de convencerse de que era puramente
académico. El chico era listo. Había superado todos los exámenes
semanales, y Brantley era más que consciente de la forma en que lo veía
dar conferencias con ojos agudos e inteligentes que nunca se apartaban
de él.
Oh, Brantley estaba fascinado, de acuerdo, pero se aseguró de
decir al final de cada clase que no tenía nada que ver con la sonrisa

36
traviesa que Daniel le hacía a sus amigos o con la risa fácil que salía de
él en cualquier momento. Pero sabía que estaba mintiendo. Daniel era
posiblemente la persona más feliz que había conocido, y su alegría de
vivir iluminaba la habitación y a todos los que estaban en ella. Incluido
él.
Cuando Daniel se detuvo frente a él y dejó caer su papel sobre el
escritorio, Brantley lo reconoció con una mirada antes de volver a mirar
las notas que estaba revisando.
—¿Algún gran plan para este fin de semana, profesor?
La pregunta había sido tan inesperada que no pensó en callarse
antes de responder: —nada demasiado grande. Sólo salgo con unos
amigos. ¿Y tú?
Daniel le sonrió mientras empujaba sus brazos a través de los lazos
de su mochila, y Brantley no pudo evitar mirar su camisa mientras se
extendía a través de su ancho pecho.
—Voy a ir a la playa. Las olas están grandiosas en este momento.
—Ahh, te gusta el surf. Eso lo explica todo.
Cuando la boca de Daniel sonrió, el efecto fue encantador como el
infierno. El chico estaba buenísimo.
—¿Explica qué?
Enfadado por haber cometido un error tan estúpido, Brantley miró
a los papeles que tenía enfrente, esperando que Daniel recibiera el
mensaje y se fuera. No hubo suerte.
—¿Explica qué? —preguntó Daniel de nuevo.
Brantley suspiró y apoyó sus brazos en el escritorio mientras
estudiaba la atractiva cara de Daniel. —Eso explica tu cabello.
—Mi... oh —dijo Daniel, tocando los extremos—. ¿Te gusta?

37
Aturdido por la directa pregunta, Brantley se recostó en su silla y
luchó contra la sonrisa que se agitaba en las comisuras de sus labios. —
¿Si me gusta tu cabello?
—Sí.
—¿Importa? —Jesús, joder. Basta ya. Deja de coquetear con él.
Pero era demasiado tarde. Daniel puso sus manos sobre el
escritorio y se inclinó hacia adelante. Brantley apoyó el pie en el suelo,
empujando su silla hacia atrás.
—Podría...
—No. No, no podría —dijo mientras se ponía de pie, moviendo la
cabeza.
Daniel se enderezó y metió sus pulgares en las correas de su
mochila, sin duda para burlarse de él. Sus ojos eran demasiado
conocedores para alguien de su edad, y cuando le aguantaron más de lo
que era aceptable, el corazón de Brantley dio un par de saltos.
—¿Hay algo más, Sr. Finley?
—Dijiste que ibas a salir con amigos este fin de semana...
Mierda, ¿lo hice? —Sí, así es.
Mientras Daniel bajaba su pulgar por la correa izquierda de su
bolso, Brantley se amonestó por darse cuenta de cada pequeño
movimiento que hacía. Necesitaba controlarse, carajo.
—¿Alguno es más que un amigo?
Si no hubiera estado observando a Daniel tan de cerca, no habría
creído las palabras que acababan de salir de su boca. Pero lo había sido.
Y así lo dijo.
—No creo que eso sea asunto tuyo. Será mejor que te apures o
perderás tu próxima clase.

38
Satisfecho de que había despedido firmemente a Daniel, Brantley
se sentó e hizo una demostración de concentración en los libros que
estaban en su escritorio, y no se atrevió a mirar y ver si Daniel se había
ido esta vez o no. Brantley no estaba seguro de lo que haría si aún
estuviera allí.
Se levantó para ajustar su corbata, que de repente se sentía
demasiado apretada alrededor de su cuello, y con cada segundo que
pasaba sin comprobar conscientemente si estaba solo, juró que se estaba
volviendo más apretada.
—¿Profesor Hayes?
Su cabeza se agarró a su nombre, y cuando Daniel tuvo su
atención, continuó.
—¿Eres gay?
Los ojos de Brantley se abrieron de par en par, y se preguntó cómo
no se le había abierto la boca ante la pregunta contundente. —¿Disculpa?
—Te pregunté si eras...
—Oí lo que dijiste. Pero no veo por qué eso es asunto suyo. Debería
pensar antes de hablar, Sr. Finley. Soy tu profesor, y es hora de que te
vayas. Esta conversación ha terminado. —Abrió uno de los libros de su
escritorio y sacudió la cabeza. No podía creer la audacia del niño, ni el
hecho de que fuera tan directo. Mientras se sentaba allí, rechinando los
dientes en un esfuerzo por no mirar a su alumno, que aún estaba parado
frente a su escritorio, una gota de sudor corría por su cuello, y maldijo
el hecho de que sus nervios se estaban volviendo cada vez más fuertes.
—Sólo pregunté porque, bueno, también lo soy. Y pensé que sería
bueno tener a alguien con quien hablar.
Bueno, demonios. Brantley no podría culparlo por eso. El único
problema era... que hablar no era lo que se le ocurría cuando estaba cerca
de Daniel Finley.

39
Apretó sus manos sobre el escritorio y miró fijamente la cara
ansiosa que lo miraba. Daniel se veía agobiado con los dientes
mordiendo su labio inferior, y de repente se veía como el joven que era.
—¿Lo eres? —preguntó de nuevo, y no había manera de que
Brantley pudiera negar esa dudosa curiosidad.
—Sí, Daniel. Lo soy.
Mientras sus palabras se desviaban entre ellas, la boca de Daniel
se deslizó en una sonrisa. —Oh.
Brantley se rio de eso. No estaba seguro de lo que Daniel estaba
pensando en ese momento. Con la forma en que lo había estado mirando
antes, había pensado que, si lo admitía, se estaría defendiendo, o al
menos dando una buena muestra de defenderse, un pase no deseado.
Pero en vez de eso, Daniel parecía pensativo.
—¿Eso te molesta?
Daniel agitó la cabeza con firmeza. —No.
—¿Estás seguro? —preguntó Brantley, y la mirada que entró en los
ojos de Daniel entonces era tan caliente que pensó que podría
sobrecalentarse.
—Sí. Estoy muy seguro.
Oh, joder. De acuerdo. ¿A dónde diablos se fue el tipo nervioso?
En un momento, Daniel era muy torpe, y al siguiente, miraba a Brantley
como si quisiera quitarle la ropa y…
—Detente ahí mismo —dijo, y no estaba seguro de si se lo estaba
diciendo a sí mismo o a la contradicción que lo miraba con el
conocimiento recién descubierto—. Lo que sea que estés pensando, deja
de pensarlo.
—¿Por qué?

40
Sí, estaba jodido. Esa no era una palabra que usaba generalmente,
pero en este caso, estaba bien y realmente jodido. Debería haberse
quedado con el discurso de -ya está hecho-.
—Porque soy tu profesor.
—Esto no es el instituto. Soy un adulto.
Suspiró. —Eso puede ser verdad. Pero soy tu profesor y esta
conversación es inapropiada.
—¿Cómo? Sólo pregunté si eras gay y dijiste que sí. No veo cuál es
el problema.
Cuando Daniel le dirigió una sonrisa traviesa, Brantley supo que
era muy consciente de cuál era el problema.
—¡Fuera! —dijo, señalando la puerta—. Es hora de irse, Sr. Finley.
Esta vez, se aseguró de vigilar a Daniel para saber que realmente
se iba. Daniel se dirigió a la puerta, pero en el último minuto, se dio la
vuelta para mirarlo. No dispuesto a retroceder y mostrar debilidad,
Brantley mantuvo sus ojos en su estudiante mientras Daniel corría su
lengua a lo largo de su labio inferior.
—Deberías llamarme Finn. Todos los demás lo hacen.
Cristo. El chico iba a llevarlo a la tumba antes de tiempo, pero
maldición si no se reía ante su audacia.
—¡Fuera! —dijo de nuevo, y esta vez Daniel empujó la puerta y
desapareció en el pasillo.

DESPUÉS DE QUE DANIEL hubiera ido a la tienda de


comestibles de su madre, había dado la vuelta para recoger a su
hermana, que había estado sospechosamente callada durante todo el

41
viaje de vuelta a casa. De vez en cuando, la veía mirándole con una
sonrisa de satisfacción en la cara, sin duda debido a la nota que le había
entregado esa mañana. Sin embargo, había decidido ignorar la situación
en el coche, al igual que hizo con cualquier cosa que lo hiciera
sentir…vulnerable. Además, su relación o lo que sea que tuviera con
Brantley Hayes, estaba en lo más alto de la lista.
Para olvidarse de la noche que se avecinaba, había sido un buen
hijo y había pasado la tarde poniéndose al día con su madre. Le había
hablado de las mujeres con las que jugaba al golf todos los martes y
jueves y de cómo su hándicap había mejorado enormemente. La semana
pasada, había ganado un jamón. La vida en su pequeño pedazo de
paraíso era maravillosa, le aseguró.
Sin embargo, Daniel no era un tonto según los estándares de nadie,
y sabía que le había llevado un tiempo adaptarse cuando se fue a
estudiar a Chicago. Al principio ella no creía que él quería ir. Pero le dio
su bendición después de que le aseguró que eso era lo que él quería. Sin
embargo, no había sido fácil sentarse frente a ella e intentar convencerla
de que estaba entusiasmado con su futuro cuando, en el fondo, estaba
desgarrado por la idea de dejar atrás a Brantley. No es que hubiera
parecido molestar demasiado al profesor cuando cerró la puerta en la
cara de Daniel esa última vez.
Pero no había podido decírselo porque, junto con la razón por la
que quería terminar sus estudios en Chicago, su relación con Brantley
era el único secreto que le había ocultado.
Así que se había ido, tal como su ilustre profesor le había
aconsejado, y Daniel había estudiado, trabajado duro y hecho todo lo
que estaba en su poder para olvidar a Brantley. Eso había sido más fácil
decirlo que hacerlo, sin embargo, sin importar a cuántos hombres había
besado o llevado a casa por la noche, seguía comparándolos con el que
lo había enviado lejos.

42
Ahora, había vuelto, y no estaba seguro de poder superar el
resentimiento que sentía hacia Brantley. Hasta hoy, todavía no podía
perdonarlo por pensar que sabía lo que era mejor para él, y por
empujarlo a tomar una decisión que había cambiado sus vidas para
siempre.
Tenía preguntas a las que quería respuestas. Y se había dado dos
semanas para conseguirlas. Entonces, tal vez después de que se cansara
de Brantley Hayes, finalmente podría sacarlo de su sistema.
Tomó un trago de su cerveza y bajó media docena de escalones
hasta la arena, donde pateó sus chanclas a un lado del escalón inferior y
luego lentamente se dirigió hacia el agua.
Mientras los suaves granos de arena se movían bajo los pies, miró
hacia abajo por la larga extensión de la playa. Era aproximadamente una
hora antes del atardecer, y las parejas caminaban por la costa de la mano
mientras varios pescadores vadeaban en el agua hasta las pantorrillas
mientras arrojaban sus líneas en las olas.
Extrañaba este lugar. Eran momentos como estos, los momentos
tranquilos, cuando se daba cuenta de cuánto.
De vuelta en Chicago, la naturaleza competitiva de su trabajo y el
ajetreo de la vida en la ciudad hacían que una persona luchara por
sobresalir. Tuvo que ser agresivo para salir adelante. Pero cuando
regresaba aquí, ese mundo parecía existir en otro planeta por lo
emocionado que se sentía.
En Florida, recordaba quién había sido antes. Antes de que se
volviera cínico, endurecido y duro. Aquí, la gente recordaba al chico que
se reía al instante. El mismo chico que lavaba sus autos y vivía en la
playa todo el verano.
No conocían al hombre que había pasado años trabajando hasta el
cansancio para poder olvidar un corazón roto. No entenderían lo lejos

43
que había llegado o a los que había jodido, para olvidar al que lo había
roto… diablos, apenas lo hacía él.
Y ninguno habría creído jamás lo asustado que estaba de que la
única persona a la que había amado todo el tiempo nunca lo hubiera
amado realmente…
Cerró los ojos y tomó una bocanada de aire fresco.
Mierda, realmente no quería una gran noche esta noche. No quería
estar rodeado de amigos y familiares que lo miraban con preguntas y
juicio en sus ojos. Por su madre, sin embargo, se lo tragaría y pondría
una sonrisa alegre. Era lo menos que podía hacer, y tal vez, si tenía
suerte, Brantley se mostraría como le había ordenado. Pensó que había
una buena posibilidad, pero, aun así, no creía que fuera algo seguro
hasta que vio al profesor entrar por la puerta.
Intentó no pensar por qué había invitado a Brantley a la casa de su
infancia. De lo contrario, su único propósito de acorralarlo y dejarle
saber alto y claro que había vuelto para follar con él y sacarlo de su
sistema, parecería un plan con un desastre escrito por todas partes.

44
BRANTLEY MIRABA FIJAMENTE el camino que conducía a
la puerta principal de los Finley desde su coche. A lo largo de los años,
había estado en esta pequeña casa de playa en diferentes ocasiones. Sin
embargo, nunca había caminado por ese camino con los nervios que
actualmente le hacían querer hiperventilar.
Esto es estúpido, se dijo por millonésima vez. Sal del coche y entra.
No es como si Daniel fuera a verme y a saltarme delante de su madre o
de toda nuestra pequeña comunidad. Y, por la cantidad de autos y gente
caminando por la acera burlándose de él, dedujo que era exactamente a
quien Camille había invitado… a todos.
Cuando finalmente se desabrochó el cinturón de seguridad y abrió
la puerta de su coche, respiró con fuerza. Entonces cerró la puerta de un
portazo y se apoyó en ella, agarrando la botella de vino que había traído
con un agarre mortal.
Puedo hacer esto. Puedo entrar ahí, saludar a Camille y luego
buscar a su hijo, el hombre que…
—Buenas noches, profesor.
Miró hacia arriba y vio a Katrina caminando por el camino hacia
él. Llevaba un vestido de verano rojo, y sus rizos oscuros se
amontonaban sobre su cabeza en un desordenado peinado.
Cuando se detuvo delante de él, bromeó: —no pensé que tenías un
par de pantalones cortos, —mientras ella miraba sus piernas, lo que lo
impulsó a hacer lo mismo—. No vas a estar aquí toda la noche, ¿verdad?
—No, no —dijo, antes de decir una mentira descarada—. Acabo
de llegar. —Sí, hace quince minutos.

45
—Ahh, bien. Voy a buscar más alcohol para los nativos. Todo el
mundo está atrás. Sólo pasa por la puerta principal y por el pasillo.
Bueno, ya sabes dónde está.
Mientras se alejaba, estuvo cerca de preguntarle si necesitaba
ayuda. Pero luego miró por encima del hombro y sonrió.
—Finn te está esperando.
Antes de que pudiera tratar de formular cualquier tipo de
respuesta a eso, ella corrió a través de la calle hasta el auto plateado
estacionado junto a la acera.
Después de que se había ido, se dirigió a la acera. La gente estaba
charlando y molestaba en el porche delantero, y cuando varios de ellos
se detuvieron a saludar mientras pasaba, se recordó que debía respirar.
Cuando entró, se dio cuenta de lo que le rodeaba. Lo primero que
vio fue la foto en la mesa del vestíbulo. Era de Daniel en su toga y birrete
de graduación de la universidad, con el brazo alrededor de su hermana.
El joven de cara fresca que no había visto en años.
No estaba seguro de por qué, pero la idea de volver a ver a Daniel
lo tenía más nervioso de lo que había previsto. Siempre había pensado
que estaría entusiasmado con la reunión, y definitivamente lo estaba,
pero también había una aprensión subyacente que no podía precisar.
Sabiendo que tenía que terminar esta primera reunión, se ordenó
comenzar a actuar como el adulto que era. Así que se armó de valor y
caminó por el pasillo hacia la parte posterior de la casa. Era hora de
encontrar al hombre que había vuelto a casa con él.

46
DANIEL HABÍA ESTADO vigilando de cerca las puertas
correderas desde que la gente había comenzado a llegar hacía una hora,
y con cada persona que salía que no era Brantley, su ansiedad se elevaba
un poco.
Estaba tratando de jugar de maravilla mientras estaba con Derek
al pie de la escalera junto a una de las antorchas tiki que su madre le
había empujado a hundir en la arena antes. Pero estaba seguro de que
estaba fallando.
—Si no lo supiera mejor, me ofendería que no hayas estado
prestándome toda la atención en comparación con cualquier otra
persona no importante que ha cruzado la puerta trasera esta noche.
Arqueó una ceja cuando se volvió hacia su amigo. —Ofendido,
¿eh? Si no lo supiera mejor, pensaría que echas de menos mi cara bonita,
Pearson —dijo, levantando la corona y la coca cola a las que había
cambiado en un intento por calmar sus nervios.
Cuando Derek no dijo nada y se llevó a los labios el siempre
presente cigarrillo, Daniel se rio entre dientes. —Eso es algo así como...
dulce.
—Eres un idiota. Lo sabes, ¿no? —se rio Derek.
—Es posible que me lo hayan dicho una o tres veces.
—¿Oh sí? ¿Quién? ¿Amigos tuyos en el norte?
Los dos hombres que surgieron en la mente ciertamente no eran
sus amigos de ninguna manera. Sin embargo, estarían de acuerdo con la
evaluación de Derek de que era un idiota.
—No, no amigos.
—Amigos de mierda, ¿entonces?
Daniel hizo una mueca ante el recuerdo de intentar eso y luego
sacudió la cabeza para disipar la idea. —Definitivamente no.

47
Derek lo miró por un segundo, y luego sus labios se dividieron en
una sonrisa arrogante. —Oh… ya veo. Fuiste negado. Ay. ¿Fue eso lo
primero para ti, Danny?
—Deja de fantasear sobre mi vida sexual, ¿quieres? Además, mi
madre está allí.
Como si fuera una señal, su madre se volvió y les saludó con la
mano, tal como lo había hecho en una barbacoa de la tarde o en una de
sus fiestas de cumpleaños cuando eran niños.
Derek levantó una mano y le devolvió el saludo mientras decía en
voz baja, —No soy el que está aquí teniendo fantasías de mierda sobre
su antiguo profesor. No tiene ni idea de que estás esperando que llegue
para poder volver loco al pobre bastardo, ¿o sí?
Daniel vació el resto de su bebida y estaba a punto de decirle a
Derek que lo dejara, cuando Brantley Hayes finalmente entró por las
puertas corredizas y salió al balcón. Daniel bajó lentamente su brazo y
se alejó un paso de su amigo, quien discretamente se había deslizado de
nuevo entre la multitud, y mientras sus ojos se dirigían hacia arriba para
agarrar al hombre que le había llamado la atención, su corazón dio un
salto y su pene palpitó.
El profesor Hayes, vestido para el trabajo con suéteres y
pantalones de vestir, era innegablemente sexy. Pero Brantley Hayes,
relajado y casual, siempre había sido irresistible.
Mientras la gente se movía al alrededor, Daniel le pidió a Brantley
que lo mirara, deseando ese primer contacto visual. Y cuando finalmente
lo tuvo, la expresión casi hizo que Daniel se arrodillara.
La alegría que iluminaba los ojos de color inusual de Brantley era
evidente mientras lo miraba, pero fue el intenso enfoque y la
determinación de su mandíbula lo que hizo que Daniel estuviera a dos
pasos de subir las escaleras y arrastrarlo a su habitación.

48
Parecía que Brantley Hayes había recibido definitivamente su nota
esta mañana, y le estaba diciendo en términos inequívocos que
cualquiera que fuera la razón que lo hubiera traído de vuelta a casa,
estaba más que dispuesto a explorar lo que en ese momento estaba
resucitando entre ellos.
Daniel se negó a apartar la mirada del que lo observaba, y estaba
a punto de subir las escaleras cuando unos suaves dedos cayeron sobre
su brazo.
—¿Finn?
Brantley levantó su copa de vino ligeramente en reconocimiento y
luego dejó que sus ojos se movieran un poco más allá de su hombro.
Joder, ahora no. Ahora no, quería decir. Pero no lo hizo. En vez de
eso, alejó la mirada, imaginándose que rastrearía a ese hombre poco
después de haber tratado con lo que su madre necesitaba de él.
—Finn, hay alguien que quiere saludarte. Recuerdas a Kathy,
¿verdad? Su hijo está pensando en entrar en leyes el año que viene, y
quería saber lo que piensas de Chicago.
Fantástico, pensó mientras miraba hacia el balcón. Brantley estaba
ahora hablando con otro hombre que le daba la espalda, y no fue hasta
que ambos se volvieron hacia él que Daniel se dio cuenta exactamente
de quién era, el profesor Jordan Devaney.
—Están justo aquí —dijo su madre mientras lo arrastraba a través
de la bandada de gente que bebía y comía.
Varios de ellos le saludaron con la mano y le dijeron –bienvenido-
mientras pasaba por allí, pero no le importaba un carajo lo que dijera
nadie más que los dos hombres que le estaban observando.
Era obvio que era el tema de discusión por la feroz observación a
la que estaba siendo sometido. Brantley estaba hablando en voz baja con

49
su colega, cuyos ojos estaban rastreando audazmente a Daniel sin
ningún tipo de sutileza.
Cuando captó la mirada apreciativa del hombre, Daniel entrecerró
los ojos y luego miró a Brantley. Lo estaba observando con la misma
concentración, pero la reacción que Daniel tuvo con él fue
completamente diferente.
Quería toda esa atención. En una habitación. Solo.
Deslizó la lengua sobre su labio inferior y dejó que sus ojos se
detuvieran en cada centímetro que podía ver de Brantley. Las largas
piernas con las que una vez se entrelazó. El pelo oscuro, barrido por el
viento, que estaba cortado perfectamente alrededor de sus orejas, pero
lo suficientemente largo como para golpear el cuello de su camisa, y el
tono gris a través de él, y en sus sienes, que era nuevo. Nuevo y
totalmente sexy.
Cuando se conocieron, Daniel había pasado demasiadas horas
pensando y tratando de decidir de qué color eran los ojos de Brantley.
Al final, llegó a la conclusión de que todo dependía de la luz. Por el
momento, estaba demasiado lejos para verlo, pero pronto estaría lo
suficientemente cerca como para darse cuenta si eran del verde oscuro
en que se convertían cuando su profesor se despertaba, o de ese precioso
tono peridoto2 que eran a cualquier otra hora del día.
Ojos hermosos en una cara ya demasiado hermosa. Brantley Hayes
estaba en su propia clase cuando se trataba de hombres. Y joder, pensó
Daniel, seguía siendo el pináculo de la perfección ante sus ojos.
Desde la parte superior de su grueso cabello hasta las puntas de
sus mocasines italianos, era inteligente, elegante y sexy y en esos
pantalones cortos caqui y camisa con botones de lino negro, Daniel
quería tocar cada parte de su cuerpo.
Tocarlo, follarlo y luego olvidarlo.

2
Peridoto: Mineral silicato de magnesio y hierro, de color verde o amarillo y brillo vétreo que se halla en rocas volcánicas y formando parte de la peridotita

50
Cuando Daniel devolvió su atención sobre ambos hombres, el
amigo de Brantley se inclinó hacia él y le susurró algo que hizo que su
profesor levantara su copa de vino y la vaciara.
—Entonces, Daniel —dijo una voz desconocida por encima de su
hombro.
Suspiró con resignación. Cuanto más rápido hablara con este tipo
y su madre, más rápido podría localizar al que lo miraba desde el balcón.

—ESTÁS TAN JODIDO, profesor Hayes.


—¿Podrías bajar la voz? —murmuró Brantley antes de vaciar su
vaso y ver a Daniel alejarse de ellos.
No era que estuviera en desacuerdo con la observación de Jordan.
No quería que todos los demás a su alrededor conocieran su situación.
Cristo. El potente hombre que acababa de ser llevado por Camille
Finley no era de ninguna manera, ni forma el mismo joven que él
recordaba. Oh, no... Daniel Finley, mi Finn, había cambiado
definitivamente. Y maldición, si había estado nervioso antes, no podía
negar la forma en que su pulso latía ahora. Daniel se había convertido,
posiblemente, en el hombre más sexy que había visto en su vida.
Alto... sí.
Musculoso… sí.
Y ese cabello corto... Dios, sí.
¿Cuándo se lo hizo?
Generalmente, no era del tipo que se ponía débilmente de rodillas
por un tipo guapo, pero cuando su cerebro finalmente se puso al día y

51
se dio cuenta de que el hombre que lo miraba era Daniel... demonios, era
todo lo que podía hacer para no apoyarlo contra la barandilla.
Sin embargo, no había forma de confundir esos ojos ámbar, y
ciertamente no había forma de malinterpretar la forma hambrienta en
que lo habían devorado mientras permanecía paralizado junto a su
amigo.
El joven que se había ido hacía tantos años no se veía por ningún
lado. Oh, había indicios de él en el adulto seguro de sí mismo en la playa,
pero no mucho. La edad había ampliado todos los activos de Daniel al
máximo potencial, y esa mirada final que había dirigido a Brantley le
hizo más que agradecido por haber decidido usar la camisa suelta que
actualmente cubría su excitación.
Dios, necesito otro trago.
—Sí, está bien. Ahora entiendo totalmente tus nervios.
—No estás ayudando, Jordan. Ni un poquito.
—Lo siento. Pero cuando dijiste que había vuelto, pensé que
íbamos a ver al tipo de pelo largo y ojos de cachorro por ti. Pero maldita
sea, Brantley. —Jordan se rio mientras ambos se alejaban de la escena de
abajo—. Esos no eran ojos de cachorro. Eran ojos de fóllame si alguna
vez los he visto.
Brantley se ajustó el cuello de su camisa, a pesar de que tenía dos
botones abiertos y no lo necesitaba. Algunos hábitos no mueren. —
Joder.
—Maldición también, ¿eh? Estás en un estado. —Jordan se rio
mientras se inclinaba y golpeaba sus hombros—. Entiendo los nervios,
pero no el problema.
Cuando Brantley se giró, la ceja de su amigo se levantó.
—¿Qué? Es un adulto, uno muy sexy, pero sigue siendo un adulto.
También eres mayor de edad... así que, ¿cuál es el problema? ¿Además

52
del factor intimidación? Quiero decir, ooh chico, ese hombre es todo tipo
de intenso.
—No lo sé. Estaba nervioso antes por lo de la edad y cómo me veo,
y mierda, es tan… —Brantley se detuvo—. El problema es que él tiene
30 años y yo tengo...
—Treinta y nueve. ¿A quién le importa?
Uf, estaba siendo un idiota. Un idiota tímido e inseguro. Nunca
dudó de sí mismo, nunca jamás. Pero la última vez que estuvo cerca de
Daniel en cualquier tipo de capacidad, incluyendo una íntima, fue hace
años. No era tan tonto como para pensar que no había cambiado.
Ahora tenía hebras plateadas adornando su cabello, y unas pocas
en su pecho. Y aunque era un ávido corredor y se aseguraba de registrar
su kilometraje en la playa cada mañana, era muy consciente de que ya
no era tan joven como solía ser.
Aparentemente sus inseguridades no se extendían a su ansiosa
polla. No parecía importarle la edad que tuvieran él o Daniel. Desde la
primera vez que vio a Daniel, lo quiso.
—Necesito otro trago. Algo más fuerte que esto.
Jordan palmeó su espalda y sonrió. —Anímate, ¿quieres? Estaría
haciendo volteretas si alguien me mirara como él te miró.
Brantley no se molestó con una réplica. Estaba demasiado
ocupado tratando de dejar de lado el recuerdo de esa mirada para poder
tener su caprichosa polla bajo control. No le haría ningún bien
encontrarse con Camille en ese estado.
Entró por la puerta trasera corrediza y se dirigió a la cocina, donde
el fregadero se había convertido en dos cubos de hielo. Estaban apilados
en alto y tenían dos cucharas de plata metidas en los cubos.

53
Barbacoas en la playa. Siempre hacían sentir como si el verano
estuviera realmente allí, incluso si había pasado los últimos días algo
aislado.
Agarró uno de los vasos de plástico rojos de la encimera de la
cocina y luego alcanzó una cuchara. Mientras cavaba en el hielo con un
poco más de fuerza de la necesaria, miró por la ventana.
Atrapado en sus pensamientos, no escuchó a nadie detrás de él
hasta que alguien le preguntó: —¿Te importaría llenarme uno mientras
estás en ello?
Mientras la voz aterciopelada subía por su columna vertebral,
Brantley apretó los dedos alrededor de la cuchara. Sabía sin mirar a
quién pertenecía esa voz, pero eso no le impidió girar lentamente hacia
el hombre que ahora estaba sentado en el lado opuesto del mostrador.
Los brazos de Daniel descansaban casualmente sobre el mármol, y
Brantley se ordenó no extender la mano para tocarlo.
—Seguro —se las arregló para decir y estaba muy orgulloso de sí
mismo cuando tomó un segundo vaso y no le tembló la mano.
—Veo que recibiste mi nota —dijo Daniel.
Cuando Brantley miró fijamente a su alrededor, se obligó a tragar
y luego a hablar. —Veo que recibiste la mía.
—Lo hice.
Mientras la corta respuesta de Daniel se quedaba entre ellos,
Brantley colocó el vaso lleno de hielo.
—Te ves... diferente —dijo, y luego maldijo su propia maldita
lengua. No había querido decir eso. Quería decirle a Daniel algo
parecido a lo bien que se veía, que estaba encantado de hubiese vuelto,
pero no salió nada.
Cuando Daniel se deslizó del taburete y caminó, los ojos de
Brantley se dirigieron hacia la multitud reunida en el balcón antes de

54
volver a ver al hombre que se le acercaba. El hombre dentro del que se
había quedado dormido tantas veces que había perdido la cuenta.
—Muchas cosas han cambiado —le dijo Daniel antes de detenerse
y apoyar su cadera contra el mostrador, bloqueando efectivamente la
salida de Brantley de la cocina—. He cambiado. Pero me alegra
muchísimo ver que tú no lo has hecho.
—Oh Dios —susurró Brantley, incapaz de comprender que Daniel
estaba parado justo frente a él, a una distancia de contacto—. Finn…
—Me querías aquí —interrumpió Daniel, sacando un trozo de
papel de su bolsillo.
La mirada de Brantley se desplazó hacia el sobre que había
enviado hacía varias semanas mientras Daniel pasaba su dedo por el
borde del rectángulo. Su erección golpeó detrás de la cremallera de sus
pantalones cortos como si esos dedos lo estuvieran acariciando, y
cuando el lado de la boca de Daniel se convirtió en una sonrisa
arrogante, Brantley aclaró su garganta.
La tensión en el aire era espesa, y esta nueva arrogancia que Daniel
estaba lanzando era sexy y, como Jordan había señalado, intimidante.
—Me querías aquí —dijo Daniel otra vez—. Bueno, aquí estoy.
¿Ahora qué?
Si esa no fue la subestimación del siglo, Brantley no estaba seguro
de lo que era. Daniel estaba definitivamente allí en toda su gloria de 1.88
metros.
Tratando de ser casual, decidió quedarse con la verdad. De esa
forma, no se metería en problemas. —Te ves bien, Finn. —Esa... esa era
la verdad. Sólo un poco subestimada.
La sonrisa pícara que curvó la boca de Daniel hizo que Brantley
diera un paso atrás hasta que su trasero golpeó el mostrador.
—¿Sólo bien? —preguntó Daniel, tan casual como te plazca.

55
Brantley no pudo evitar la forma en que sus labios se movían ante
la actitud de Daniel. Cuando era joven, había sido arrogante de una
manera discreta. A los treinta años, estaba extremadamente consciente
de su atractivo, y con razón.
Era emocionante.
Era excitante.
Y estaba teniendo el efecto exacto que Daniel pretendía. Brantley
estaba duro como una roca y Daniel ni siquiera lo había tocado.
—Mejor que bien. Pero creo que ya lo sabes. —Su mirada se dirigió
otra vez hacia la puerta y luego hacia Daniel, que había dado otro paso
adelante. Dios, estaba tan cerca ahora.
—No importa lo que piense. Quiero saber lo que piensas.
—Creo que eres…
Daniel puso una mano en el fregadero detrás de él, acercándolos
lo suficiente para que, si Brantley se movía una fracción de centímetro,
pudiera besar al tipo.
—¿Te pongo nervioso?
Brantley giró la cabeza, y cuando sus ojos se encontraron, un
escalofrío corrió por su columna ante el deseo que se arremolinaba en
los dorados que lo mantenían en su lugar. —No, Finn. No me pones
nervioso.
Una de las cejas de Daniel se arqueó, y Brantley se sorprendió de
lo mucho que quería deslizar su dedo sobre ella.
—¿No?
—No.
—Entonces, ¿qué es? ¿Por qué sigues mirando las puertas?

56
Las miró de nuevo, pero cuando permanecieron sospechosamente
cerradas, volvió a mirar a Daniel. —¿Las cerraste?
—Sí. No quería que nuestra pequeña reunión fuera interrumpida.
Tampoco pensé que lo harías. Ahora, deja de evitar mi pregunta.
—No la estoy evitando. Te respondí.
—Lo hiciste. Pero qué tal si me dices la verdad. ¿Te estoy poniendo
nervioso?
La hostilidad subyacente en esas palabras provocó un pequeño
deslizamiento de inquietud cuando Brantley inclinó su cabeza y captó
los ojos de Daniel con una mirada directa y audaz. —¿Por qué? ¿Ese es
tu objetivo, Finn? ¿Es por eso que estás aquí?
Cuando la otra mano de Daniel cubrió sus dedos que sostenían la
taza, Brantley apenas detuvo el gemido que burbujeaba a la superficie.
Maldición, lo extrañó. Y extrañaba que lo tocara.
—No. Estoy aquí porque me dijiste que volviera a casa. Pero
ambos sabemos que no estaré en casa hasta que vuelva entre tus
sábanas, profesor.
Brantley perdió la batalla entonces, y el gemido que había estado
amenazando con escapar se escapó. Daniel arrancó la taza de sus manos
y la arrojó sobre el mostrador a su lado antes de encajonarle contra el
fregadero.
—Mierda. He echado de menos ese sonido —confesó Daniel, su
aliento áspero y bajo—. He soñado con ello demasiadas veces para
contarlo. Y mi objetivo, ya que preguntaste, es tener por fin lo que
siempre quise.
—¿Y eso es? —preguntó Brantley, negándose a dar marcha atrás.
—Tú. De todas las formas que imaginé tenerte. Y tengo un montón
de años de imaginación.

57
Brantley metió las manos en sus bolsillos para no agarrar al
hombre que se burlaba de él. Pero era difícil y muy tentador rendirse.
—Eso es bastante presuntuoso, ¿no? No nos hemos visto en...
—Siete años. Soy consciente del tiempo que ha pasado desde que
me enviaste lejos. Pero también soy consciente de la forma en que tus
mejillas se ruborizan y tus ojos se oscurecen cuando quieres desnudarte
conmigo.
Brantley mojó sus labios y dejó que su mirada bajara a la boca de
Daniel. Fue arrastrado hacia una línea firme que transmitía el indicio de
molestia que seguía escuchando, y mientras una parte de su cerebro
mostraba señales de advertencia, el lado que había esperado y que
quería que Daniel volviera a casa eligió ignorarla.
—Dime que no lo quieres —dijo Daniel—. Dime que no estás
pensando en todas las cosas que podría hacerte si esta casa no estuviera
llena a tope con la mitad del vecindario.
Brantley abrió la boca para hacer exactamente eso, pero luego la
volvió a cerrar. No había manera de que pudiera dejar de imaginarse
todas las cosas ilícitas a las que Daniel aludía. Sabiendo que necesitaba
hablar, o terminaría haciendo algo que no debía en la casa de la madre
de Daniel, dijo: —sólo están aquí para darte la bienvenida.
—Me importa un carajo si están aquí para darme un millón de
dólares. Quiero verte a ti. Solo.
Bueno, maldita sea. Si eso no le hacía maravillas a su ego, nada lo
haría.
—Vete a casa, profesor.
Las palabras sorprendieron momentáneamente a Brantley, pero
entonces vio el desafío en los ojos de Daniel, y el orden y la expectativa
de que haría lo que se le había dicho le hizo estremecerse hasta las
pelotas.

58
Bueno, ¿no habían cambiado las cosas? Daniel se había vuelto
mandón desde que se fue, y a Brantley aparentemente le encantaba.
—Vete a casa, y estaré allí en menos de una hora.

59
¡FINN! FINN, imbécil borracho. Espera un momento. No voy a
dejar que te vayas a casa solo.
Daniel se giró para enfrentarse a Derek, que corría por la playa
hacia él. Era el turno de su amigo para ser el caminante designado, pero
quería irse ahora.
Era unos dos meses después de su primer semestre, y habían sido
invitados a una fiesta en la playa en la casa de Bianca Smithson, una
chica con la que habían crecido. Las noches de los viernes eran notorias
para que los niños locales tuvieran fogatas y se emborracharan en la
playa, y aunque la casa de Bianca estaba a unos tres kilómetros de la
suya, Daniel estaba seguro de que podría encontrar su casa.
Tal vez.
—¡No te vayas así! ¿Irte? ¿Medio borracho?
Se detuvo y esperó a que su estúpido amigo lo alcanzara. Intentaba
recordarse a sí mismo que había sido amigo de Derek toda su vida, y
sólo porque había sido un imbécil hace diez minutos, no había necesidad
de decirle que...
Sí, qué demonios. —Vete a la mierda. No quiero hablar contigo.
—Auch, hombre. Vamos —dijo Derek cuando finalmente se puso
al día—. Mierda, caminas rápido para ser alguien que está medio
tropezando. Estaba conmocionado, ¿de acuerdo? Jesús, hombre. No
puedes decir esas mierdas y no esperar que reaccione.
Daniel frunció el ceño a su amigo y luego se dirigió al agua. No
estaba seguro de que Derek lo seguiría, pero debería haberlo sabido. El
tipo siempre había sido un maldito valiente.

60
—Ni siquiera actuaste tan sorprendido cuando te dije que era gay
—dijo, girando para enfrentar a su amigo.
—Ahh, eso no fue exactamente una noticia de última hora, genio.
Te pillé mirando fijamente a los mismos jugadores de fútbol que yo veía
en el instituto. Pero esto... Danny, esto es un titular de mierda. Tienes
una erección por el profesor Hayes. Maldita sea, caliente.
—Shhhh —dijo Daniel—. ¿Podrías bajar la maldita voz?
Derek hizo un espectáculo de mirar alrededor de la playa vacía. —
¿Por qué? ¿Tienes miedo de que los crustáceos te oigan?
Daniel le dio la vuelta.
—Sabes que vive cerca de aquí, ¿verdad?
—¿Quién?
—Nuestro profesor. Vive en algún lugar por aquí, más abajo. Me
lo he cruzado corriendo por las mañanas.
Daniel miró a lo largo de la playa como si fuera un pensamiento
equivocado y muy ebrio, corriendo por su mente. Luego se enfrentó a
Derek de nuevo.
—No —le dijo su amigo, metiendo la mano en su bolsillo trasero
para sacar un paquete de cigarrillos—. No estoy haciendo lo que se
supone que esa sonrisa encantadora me persuada a hacer.
Ignorando a su amigo, Daniel se acercó a él y le puso un brazo
alrededor de los hombros. —Es un hábito tan asqueroso.
—¿Sí? Bueno, no tienes espacio para juzgar. —Estás borracho por
los tragos de gelatina que estaban sirviendo, y ahora estás pensando en
acechar al Profesor Caliente.
—¡Ajá! ¿Ves? Incluso piensas que es sexy.
Derek se iluminó y levantó una ceja. —Sólo porque me parezca
sexy, no significa que quiera chuparle la polla

61
—Yo sí... —dijo Daniel, cerrando los ojos para imaginarlo.
—¡Sííí!... ¿qué tal si te guardas esa mierda para ti mismo. Podría
no ser tan bueno si le dices a todo el cuerpo estudiantil que quieres
follarte a tu profesor.
—Creo que le gusto —continuó Daniel como si Derek no hubiera
hablado.
—¿Al profesor Hayes?
—Pensé que no ibas a beber esta noche.
—No lo hice.
—Entonces sigue así, ¿quieres? Sí, profesor Hayes. Brantley,
¿sabías que se llama Brantley?
—No. Pero ese es un puto nombre pretencioso. No es de extrañar
que siempre esté con esas camisas de polo y suéteres. Probablemente
nació en uno.
—Creo que son calientes —dijo Daniel mientras caminaban por la
playa—. Es tan... tan…
—¿Viejo?
Empujó a Derek en el brazo y puso los ojos en blanco. —No es
viejo. Sólo tiene treinta y dos años.
—Maldita sea —se rio Derek—. Te has convertido en un acosador.
Su nombre, su edad... ¿Qué hay de su peso y altura?
—Jódete.
—No. No soy lo suficientemente mayor para ti. Además, no eres
mi tipo.
Daniel miró a su amigo. Recordó cuando decidió decirle a Derek
que era gay. Estaba tan asustado que casi se enferma esa semana por no
comer. Sin embargo, no había necesidad de preocuparse, porque en la

62
verdadera forma de Derek, se encogió de hombros, encendió un
cigarrillo, dijo que también lo era y luego le preguntó a Daniel si creía
que era sexy. Gilipollas vanidoso.
—Sí, sí —dijo, dejando de lado el comentario de Derek—. Es gay,
ya sabes.
Derek no dijo nada al principio, y luego ladeó la cabeza. —¿Cómo
lo sabes?
Demasiado borracho para censurarse, Daniel sonrió y dijo —Se lo
pregunté.
Cuando Derek abrió la boca, Daniel movió las cejas.
—No, carajo, no lo hiciste.
—Sí, lo hice. Y cuando le dije que yo también en su cara... Ahh,
joder. No puedo dejar de pensar en ello.
Derek agitó la cabeza. —No me digas. No voy a mentir, Danny.
Estoy jodidamente impresionado. Ver algo que quieres e ir a por ello.
Eso es, muchacho.
Comenzaron a caminar de nuevo, y Daniel miró las casas que se
alineaban en la playa. Había algunas bastantes caras entre las pequeñas
casas de dos dormitorios que habían estado allí durante años. Mientras
cavaba los dedos de los pies en la arena mojada y la marea rodaba, se
preguntaba cuál era la del profesor Hayes. El agua fría rodeaba sus
tobillos, y mientras caminaban en silencio, planeó su siguiente
movimiento.
Veinte minutos más tarde, se dirigían por las escaleras traseras de
la casa de Daniel cuando éste preguntó —¿Todavía necesitas un
compañero para correr por las mañanas?
Derek puso su mano sobre la barandilla de madera y se rio a
carcajadas. —Me pregunto qué te hizo querer sacar tu trasero de la cama
al amanecer.

63
—Quizá decidí que es hora de ponerme en forma.
—Mentira —se mofó Derek, empujando a Daniel para que cruzara
el balcón y llegara a la puerta corrediza—. Sólo quieres ver a Hayes. ¡Eh!,
no rasguñes mi espalda. He estado intentando que corras conmigo
durante meses.
Eso era cierto. Cada vez que preguntaba, Daniel se quejaba de que
las únicas buenas razones para levantarse de la cama tan temprano eran
las olas y el sexo. Había llegado el momento de añadir una tercera razón
a esa lista.
Profesor Brantley Hayes.

DANIEL BAJÓ por la playa y se detuvo fuera de la casa por la


que había sentido tanta curiosidad hacía tantos años.
La casa de la playa de Brantley. Era espectacular.
La estructura familiar lo llamó como lo había hecho desde la
primera vez que la vio. Haciéndole señas para que se acercara.
Las cortinas blancas del piso al techo estaban ondeando en la brisa,
así que Brantley debía haber abierto las puertas corredizas de cristal que
formaban toda la pared trasera de la casa. Una lámpara iluminaba la sala
de estar un poco más allá, y su suave resplandor le recordó su pasado y
le hizo palpitar el corazón en el pecho.
Los dos compartían tantos recuerdos. Eran desordenados y
complicados, no muy diferentes de ellos mismos, en realidad. Algunos
eran buenos, y otros dolorosos como el infierno, y muchos de ellos
habían tenido lugar más allá de esas cortinas, dentro de la casa de

64
Brantley. Y esta noche, Daniel pensaba mientras subía las escaleras, era
hora de sacarlos de la oscuridad y llevarlos de vuelta a la luz.

BRANTLEY SE PASEABA NERVIOSAMENTE de un lado a otro


en su sala de estar por lo que se sintió como la millonésima vez mientras
miraba el vasto cielo nocturno más allá de su puerta abierta.
Cada vez que el viento soplaba y las cortinas ondeaban, un rayo
de luz de luna se deslizaba dentro y le recordaba por qué había
comprado esta casa cuando se había mudado a la ciudad por primera
vez.
Era hermoso allí. Pintoresco durante el día y exquisito por la
noche. Era su posesión más preciada, y hasta el día de hoy, no podía
estar en ninguna de las habitaciones sin recordar a Daniel allí con él.
Se frotó una mano en la nuca cuando su mirada se posó sobre el
reloj de la pared. Habían pasado poco más de cincuenta minutos desde
que salió de la casa de los Finley, y con cada toque de la manecilla de
segundero, estaba empezando a creer que podría haber soñado con lo
que había ocurrido antes.
Daniel lo tenía nervioso, en más de un sentido. Desde sus palabras
y sus emociones volátiles hasta la mirada posesiva que había arrastrado
sobre su cuerpo, Daniel había logrado llevar a Brantley a un estado de
caos absoluto. No es una hazaña pequeña, considerando que nos
conocemos desde hace mucho tiempo.
Bueno, se conocían hacía mucho tiempo. Mucho había cambiado
desde…
—¿Puedo entrar?

65
Al oír la voz de Daniel, Brantley se volvió y lo vio de pie justo
afuera de su puerta, con sandalias en la mano. Todavía estaba vestido
con la camisa blanca y los pantalones cortos azul marino, pero la camisa
estaba completamente desabrochada, algo que Brantley agradeció que
Daniel no hubiera hecho hasta que salió de la casa de su madre, porque
diablos, se veía apetitoso.
—Sabes que nunca tienes que preguntar. Siempre eres bienvenido
aquí —dijo Brantley, y puso sus manos en el respaldo de su sofá de cuero
blanco.
Cuando Daniel entró, Brantley juró que el aire de su sala de estar
se cargó. Crujía y tarareaba a su alrededor, y no había pasado nada.
Brantley se tomó un momento para estudiar realmente al hombre
que ahora estaba de pie en su casa, y se sorprendió, como siempre, de lo
alto que era. Daniel tenía los hombros y el pecho anchos incluso cuando
se conocieron, lo que había atraído a Brantley desde el principio. Pero el
Daniel actualmente enfrente de él casi había duplicado su peso en tono
muscular. Donde antes era ancho y delgado, ahora era ancho y fuerte.
Algo de lo que Brantley era muy consciente, ya que no podía apartar los
ojos de la tira de piel desnuda que tenía en la frente.
—Ha pasado mucho tiempo desde entonces —dijo Daniel
mientras se inclinaba para colocar sus zapatos en la alfombra de
bienvenida.
—Lo ha hecho. Pero eso nunca cambiará, Finn.
A medida que Daniel se enderezaba, la emoción en sus ojos era
difícil de precisar, pero el conjunto cauteloso de sus hombros no lo era.
—¿Significa eso que estás soltero?
Brantley no pudo evitar reírse de eso. —Veo que vas directo al
grano.

66
—¿Qué clase de abogado sería si no pudiera hacer preguntas
directas?
—No muy bueno.
—Así es. Y soy el mejor en lo que hago. Deberías estar orgulloso,
porque eso tiene mucho que ver contigo. Tal vez todo. Pero no me
contestaste. Te has vuelto muy bueno esquivando preguntas.
Brantley se encogió de hombros y luego ofreció, —Tal vez nunca
preguntaste nada en el pasado que requiriera desorientación.
—Eso— dijo Daniel—, es probablemente cierto. Solías hacerme
sentir tan malhablado.
—¿Y ahora no lo hago? Bueno, eso es un asesino del ego.
Mientras Daniel caminaba por los pisos de madera, Brantley
nunca dejó que sus ojos se desviaran de él. —Confía en mí. Hay un
montón de cosas que me haces sentir que aumentarían tu ego. ¿Quieres
que los enumere?
Todavía no estaba muy seguro de cómo manejar esta versión de
Daniel, y cuando finalmente se detuvo, Brantley estaba agradecido de
que hubiera un sofá que no sólo los separara, sino que también cubriera
su creciente erección.
—Lo siento. Estoy teniendo problemas para entender lo mucho
que has cambiado —se oyó decir Brantley a sí mismo—. No esperaba
eso.
—¿Qué esperabas?
Brantley tomó los rígidos hombros del hombre que había conocido
y dijo: —no estoy seguro.
Mientras las palabras flotaban entre ellos, Daniel se dio la vuelta y
metió sus manos en los bolsillos de sus pantalones cortos. Brantley
aprovechó la oportunidad para mirarlo de pies a cabeza, y desterró el

67
loco deseo que tenía de acariciar esa tensa espalda. Era obvio que la
fricción entre ellos iba mucho más allá de lo físico, y que tendrían que
ocuparse de ello antes de que se sintiera cómodo haciendo otra cosa que
no fuera hablar.
—Siento que estés tan decepcionado.
Las palabras eran tan inexactas que sacaron a Brantley de sus
pensamientos.
—No —dijo, y sacudió la cabeza a pesar de que Daniel no podía
verlo.
Pero cuando Daniel se volvió para mirarlo a los ojos, no pudo
quedarse quieto más tiempo, y caminó alrededor del sofá hacia él. —
Nunca podrías decepcionarme.
Una rareza deplorable inclinó el labio de Daniel hacia el costado,
y por un momento, el joven que una vez fue, reapareció. —Estoy seguro
de que podría.
Brantley extendió la mano para tocar suavemente el bíceps de
Daniel, y cuando sus dedos rozaron el músculo de abajo, inhaló ante el
deseo que lo atravesó. Fue a bajar su brazo, y tal vez dar un paso atrás y
poner la tan necesaria distancia entre ellos, cuando Daniel sacó la mano
de su bolsillo y tomó la muñeca de Brantley.
Tiró de él hacia delante hasta que se tocaron los dedos de sus pies,
y sus brazos eran lo único que había entre ellos. Entonces los ojos serios
de Daniel miraron a Brantley y le preguntaron a quemarropa: —¿por
qué me enviaste esa carta?
Su corazón latía con fuerza, y Cristo, la actitud hosca que Daniel
había adoptado, le hizo querer esa boca de labios apretados encima de
la suya para poder besarla.
—Dime, Brantley.
Sin dudarlo, Brantley respondió: —tenía que enviarla.

68
Daniel agitó la cabeza, pero Brantley asintió.
—Tenías que saber que lo haría. Dije que lo haría. Necesitaba
saber...
—¿Saber qué?
—Necesitaba saber si te acordabas o si habías seguido adelante.
Cuando los dedos de Daniel se apretaron alrededor de la muñeca
de Brantley y se enfrentaron, podría jurar que escuchó ambos corazones
latir a un ritmo que coincidía con el silencio.
—No podía seguir adelante —dijo Daniel—. Te aseguraste de eso.
No importa lo que hice o con quién lo hice, siempre estuviste ahí.
Siempre lo recordé. No hay una sola cosa que haya olvidado.
El corazón de Brantley se rompió un poco con esa admisión.
No debería haber dolido tanto como lo hizo saber que Daniel había
estado con otros. Pero la realidad de que alguien más tocara al hombre
que lo estaba tocando era como una estaca en su corazón. Y, por la
mirada en los ojos de Daniel, no estaba cerca de haber terminado de
retorcer la hoja.

69
LOS RECUERDOS SON COSAS DIVERTIDAS, pensaba
Daniel mientras cerraba los ojos para bloquear la perfecta cara de
Brantley. Tenía tantos de él que a menudo se mezclaban, pero ese tono
tierno que había oído hacía un segundo tenía su irritación en un borde
precario.
Hubo un tiempo en que no quería nada más que Brantley le dijera
palabras como ésas. Sin embargo, mientras estaba allí parado, todo lo
que podía recordar era la última vez que estuvo en esta casa. La noche
en que le había suplicado que no...
—Finn…
—No —dijo, con la voz entrecortada. Apretó la mandíbula cuando
unos tímidos dedos le agarraron el bíceps, y se ordenó que no cediera.
Cuando esos mismos dedos bajaron por su brazo para tocar el suyo, su
resolución se escabulló.
—¿Podrías mirarme? ¿Por qué no nos sentamos? ¿Hablar un poco?
No, quería decir. Si lo hacía, entonces cualquier tipo de defensa
que tuviera en su lugar probablemente empezaría a fallar. Necesitaba
volver a por qué estaba allí. No era para momentos sentimentales o
conversaciones en profundidad. Podrían dar un paseo por el carril de
los recuerdos más tarde si decidiera quedarse más allá del fin de semana.
En este momento, tenía un objetivo, y lo había dejado bien claro en la
casa de su madre.
Quería a Brantley Hayes. Lo quería en sus términos. Y era hora de
hacerle saber exactamente cómo iba a ir esto.

70
Se dio la vuelta y cogió la camisa de Brantley. Retorciendo sus
dedos en la tela de lino para poder sostenerlo en su lugar, bajó su cabeza
y dijo contra los labios de Brantley: —no vine aquí para hablar, y no me
llamaste por mi ingeniosa conversación. Así que, ¿qué tal si dejamos de
actuar y hacemos lo que ambos queremos?
Cuando la boca de Brantley se abrió bajo la suya, Daniel coqueteó
con su lengua a lo largo de su labio superior y luego mordisqueó la
comisura de la boca.
—¿Recuerdas la primera vez que pusiste tu boca en la mía?
Las manos de Brantley se apoyaron en su pecho para estabilizarse.
—Sí.
—Yo también —dijo Daniel mientras deslizaba sus labios hasta la
oreja de Brantley. Cuando sus dedos se clavaron en su pecho, el pene de
Daniel se endureció. No podía estar seguro si era por lo que estaba
haciendo o por el recuerdo que les estaba haciendo revivir, pero no había
experimentado una respuesta sexual tan intensa desde que dejó a este
hombre hace tantos años.
—Dios, me hiciste trabajar por ese beso. Prácticamente te lo
suplicaba. Pero joder —dijo—. Valió la pena. Es mi orgasmo, ya sabes.
Nada me hace correrme tan rápido y duro como el recuerdo de nuestro
primer beso. —Luego pasó su lengua sobre el lóbulo de Brantley.
—Jesús, Finn.
—Exacto, pero eso no te va a pasar esta noche. Como hiciste
conmigo —prometió mientras apretaba sus labios contra el gris que
salpicaba todo el cabello en la sien de Brantley—. Es mi turno de hacerte
rogar.

71
DANIEL DESEMPOLVÓ la arena del escalón inferior y se sentó
a esperar a Derek para su carrera matutina. Habían pasado dos días
desde que accedió a despertarse al amanecer para hacer ejercicio con su
amigo. Y dos días desde que buscó, sin éxito, al profesor Brantley Hayes.
Mierda, tal vez esto no sea tan buena idea, pensó mientras se ponía
de pie y estiraba el cuello de un lado a otro. Apenas eran las cinco y
media y el sol ni siquiera había empezado a salir, pero la espesa
humedad ya tenía una gota de sudor formándose en su frente.
Cuando Derek finalmente apareció, se dirigió hacia su amigo.
Tenían clase a las ocho y media. Así que cuanto antes se quitaran esto
de encima, antes Daniel podría ducharse y pensar en cómo acercarse a
su profesor, ya que correr por la playa aparentemente no lo era.
—No estaba seguro de si vendrías hoy —dijo Derek mientras se
reunían en la dura arena que bordeaba la costa.
—Sí, bueno, me imaginé que lo mejor de tres, ¿no? Tal vez se tome
los fines de semana libres.
—O tal vez se fue el fin de semana... O estaba demasiado cansado
de la follada...
—Cállate.
Derek sonrió y pasó sus dedos por su corto pelo castaño. —Oye,
no sabemos lo que hace para divertirse.
—En serio, ¿podemos correr y terminar con esto? No quiero llegar
tarde esta mañana.
Cuando empezaron a bajar por la playa, Derek dijo: —más bien
quieres suficiente tiempo para prepararte para tu profesor.
—Sí... tal vez sí.
—Oh, sé que lo haces. Tienes que lavarte los mechones de Thor.

72
Daniel levantó la mano a la correa que tenía alrededor de su cola
de caballo corta y luego frunció el ceño a su amigo. —Otra vez, cállate
la boca y corre, ¿quieres? ¿Cómo puedes mover tanto la boca y hacer
ejercicio al mismo tiempo?
—Porque estoy en forma, Danny —dijo Derek mientras flexionaba
uno de sus brazos en una clásica pose de He-Man.
—Ahh, sí. Bueno, los cigarrillos te van a alcanzar y arruinar todo
tu trabajo duro si no los dejas ahora.
Derek frunció el ceño. —¿Qué fue eso de callarse?
Daniel sacudió la cabeza mientras continuaban corriendo uno al
lado del otro. Sabía que Derek odiaba cuando le daba mierda por fumar,
pero mientras tuviera aire en sus pulmones, continuaría tratando de
quitarle el hábito a su amigo. Un hábito que había adquirido de su padre
y de su inútil hermano.
Cuarenta minutos después, llegaron a su punto de viraje y
comenzaron a regresar a sus casas. El sudor se deslizó sobre el cuerpo
de Daniel ahora que se había quitado la camisa y la había metido en la
parte trasera de sus pantalones de gimnasia, y la quemadura de los
músculos de la pantorrilla confirmó lo fuera de forma que estaba.
Mientras volvían sobre sus pasos, Derek apenas se quedó sin aliento al
marcar el paso a su lado, y Daniel tuvo que admitir que eso lo hacía
sentir como un holgazán. Tanto que pensó que podría seguir con este
asunto, aunque sólo fuera para demostrarle a Derek que podía hacerlo.
Cuando estaban más cerca de casa, vio a un corredor que corría
hacia ellos. Cada paso que daba era uniforme y preciso, y la forma en
que sus piernas se tragaban la distancia como si no fuera ningún
esfuerzo demostraba que lo había estado haciendo toda su vida.
A medida que se acercaba, Daniel se quedó sin aliento ante la cara
familiar y el cabello oscuro que se enfocaba. Profesor Brantley Hayes.

73
Cuando finalmente se alcanzaron, aceptó todo lo que pudo,
mientras sugestionaba a su profesor a que lo mirara y mostrara alguna
señal de reconocimiento, o, si tenía suerte, de aprecio.
Llevaba pantalones cortos de gimnasia rojos y grises y camiseta
roja sin mangas, y cuando sus ojos finalmente chocaron para lo que
Daniel pensó que sería un saludo estándar para cualquier corredor que
pasara, el paso del profesor vaciló.
Gracias a Dios, pensó Daniel mientras reducía su velocidad a una
caminata rápida. Derek miró hacia él, y le ahorró a su amigo una mirada
antes de hacer un gesto para que continuara. Y, si Derek supiera lo que
es bueno para él, no se detendría.
Cuando su amigo vio que el profesor disminuía la velocidad, se
giró para sonreírle y Daniel quiso quitárselo de encima. Por suerte para
Derek, Daniel no quería que su profesor sospechara nada, así que lo dejó
ir. Pensó que le patearía el trasero más tarde.
Derek levantó la mano en un rápido saludo, y el profesor Hayes
devolvió el gesto como si lo hubieran hecho antes. Luego Derek
continuó con su carrera, sólo lo suficientemente lenta como para darse
la vuelta y trotar hacia atrás, para poder hacer su mejor imitación de
besar a una persona invisible.
Jesús, voy a matarlo.
—Daniel —dijo el profesor Hayes cuando finalmente se detuvo a
su lado—. No te he visto por aquí antes.
—Sí, lo sé —dijo Daniel mientras colocaba las manos sobre las
caderas y hacía un gesto a su amigo idiota, quien, gracias a Dios, se fue—
. Acabo de empezar con Derek. Ha estado encima de mí durante meses,
y parecía la única forma de callarlo.
El profesor miró a Derek por la playa y luego devolvió su atención
a Daniel. —Ahh, sí. Tu amigo.

74
Los labios de Daniel temblaron cuando se inclinó un poco para
decir: —es sólo un amigo.
Los ojos de su maestro se abrieron de par en par, luego se
recompuso y se rio. —No es asunto mío.
—¿Y si lo fuera?
El profesor Hayes pasó sus dedos por su cabello resbaladizo, y los
ojos de Daniel rastrearon su brazo. Se mordió el interior de la mejilla
para evitar gemir, pero mierda, quería lamer el aire marino salado del
bíceps del tipo y luego morder y acariciar con la boca para una
inhalación.
—No lo creo —dijo su profesor mientras se frotaba la misma mano
en la nuca y luego se giraba para caminar por la playa—. Disfruta el
resto de tu carrera, y te veré en clase. Este soy yo.
Los ojos de Daniel subieron por las escaleras privadas que
conducían a una hermosa casa que se extendía sobre la cima de las dunas
de arena. Era arquitectónicamente impresionante. Nunca habría
adivinado que era la casa del profesor la otra noche. Menos mal que no
había ido de puerta en puerta a llamar.
—Espera un minuto —gritó, y corrió detrás del hombre.
Hayes había llegado a la mitad de la escalera cuando se giró para
ver a Daniel subir detrás de él de dos en dos. Cuando se detuvo un
peldaño por debajo de él, los ojos del profesor Hayes deambulaban
sobre su pecho desnudo y Daniel puso sus manos sobre los pasamanos
para darle una mejor visión.
—¿Te importaría compartir un vaso de agua, tal vez? ¿O una
botella? —Sin embargo, su insubordinada tentativa de acercarse y
permanecer cerca del hombre no se le escapó al profesor, ya que subió
uno de los escalones.
—Una botella de agua, ¿eh?

75
—Sí. Hace calor aquí afuera.
El profesor levantó la frente y luego entrecerró los ojos en Daniel.
—Una botella de agua y después te vas.
Daniel asintió mientras su maestro corría el resto del camino por
las escaleras. El hombre tiene un culo fantástico, pensó mientras se
quedaba atrás. Los pantalones cortos rojos y grises se aferraban a él cada
vez que tomaba uno de los escalones. También tenía unas piernas muy
sexys. Formadas pantorrillas con un bonito pelaje de vello oscuro, y
Daniel sólo podía imaginar lo gruesos y firmes que eran sus muslos.
Cuando sus pies aterrizaron en las tablas de madera del balcón
trasero, Hayes caminó hacia el extremo izquierdo e insertó una llave en
la cerradura de las puertas corredizas. Mientras las abría deslizándolas,
Daniel quiso que su polla se mantuviera bajo control, porque no quería
otra cosa que seguir a su profesor dentro de esa casa, y tenía la sensación
de que, si lo atrapaban con una erección, se le negaría el acceso que tanto
deseaba.
Caminando hacia el profesor Hayes, trató de decidir su mejor
curso de acción. Cada vez que aludía a su interés, su profesor se reía, lo
ignoraba y actuaba como si no le hubiera molestado. Sin embargo, ¿la
mirada que Daniel había visto antes en sus ojos cuando vaciló en la
playa? Esa mirada había sido puro sexo.
Sexo caliente, sudoroso, con los dedos de los pies rizados. ¿Pero
cómo hacer para que Hayes lo admita? Esa era la parte difícil.
Cuando el profesor Hayes miró por encima de su hombro y sonrió,
Daniel se preguntó si su maestro se sentiría más cómodo si se volviera a
poner la camisa. Así que, mientras lo seguía a su casa, deslizó su camisa
sobre su cabeza. Sin embargo, se detuvo cuando sus pies aterrizaron en
la alfombra de bienvenida.
—Joder, esta casa es una locura.
El tipo tenía un gusto impecable y muy caro.

76
El profesor Hayes cogió una toalla que había estado colgando
sobre la parte posterior de un sillón reclinable de cuero blanco prístino
y se la pasó por la cara y el cabello antes de colgársela por el cuello.
—Sí, ese fue mi primer pensamiento también. Seguido de cerca por
-debo tenerla- —dijo mientras se quitaba los zapatos de correr—.
¿Necesitas una toalla?
Daniel sacudió la cabeza y levantó el dobladillo de su camisa para
limpiarse la cara. Entonces siguió el ejemplo de Hayes y se quitó los
zapatos antes de llegar hasta él. —Estoy bien. Pero yo… definitivamente
podría ir por esa botella de agua, si no te importa.
Una luz arrogante parpadeó en los ojos del profesor Hayes, y
Daniel se preguntó qué lo había provocado. ¿Quizás el hecho de que
estaba impresionado por su casa? Porque estaba más que impresionado,
casi sin palabras.
—La cocina está por aquí —dijo Hayes, pasando por debajo de la
entrada arqueada y desapareciendo dentro.
Daniel se tomó un momento para dejar que sus ojos vagaran por
la sala de estar. Dos palmeras en cada esquina de la habitación daban
paso a la cubierta, y las estrechas hojas verdes parecían crujientes y
limpias, con las cortinas blancas como telón de fondo. Había un televisor
en una pared y un bar de caoba en otra. En general, la habitación era
como algo sacado de la revista Architectural Digest. Los pisos de madera
tan pulidos que Daniel podía ver su puto reflejo.
—¿Vienes? —dijo Hayes desde la cocina.
—Sí —dijo Daniel, y luego siguió los pasos del profesor.
Esperaba encontrarlo en el fregadero o en la nevera, consiguiendo
una botella de agua para Daniel para poder patearle el trasero y enviarlo
a su casa. Lo que no esperaba era la mano que lo sacó, agarró su muñeca
y lo tiró a la izquierda.

77
Atrapado desprevenido, Daniel fue fácilmente maniobrado de
manera que su trasero fue presionado contra una encimera de mármol
y su profesor, oh mierda, lo estaba encajonando con una mano a cada
lado de su cintura.
Sin saber qué hacer con sus manos, las dejó caer a los costados, y
la madera fresca de los gabinetes de la cocina contra sus palmas fue casi
tan chocante como la expresión ardiente del profesor Hayes cuando
preguntó: —¿a qué estás jugando?
La mirada de Daniel se dirigió hacia la línea de popa de la boca del
profesor, y su aliento se quedó atrapado en la parte posterior de su
garganta. Dios, lo que no haría para probar esos labios.
—¿Daniel?
Parpadeó y volvió a llamar su atención sobre esos ojos verdes. —
Finn.
—¿Disculpa?
—Finn. Llámame Finn.
—Te hice una pregunta, Daniel. —La irritación subyacente a las
palabras fue disminuida por el rubor en los pómulos de Hayes.
Podría haber estado molesto por la persecución de Daniel, pero no
había duda de que le gustaba. De hecho, Daniel estaba casi seguro de
que entre la forma en que lo había mirado afuera, el calor en sus mejillas
ahora y la forma en que sus ojos se estaban oscureciendo, a su profesor
le encantaba que fuera el único foco de atención de Daniel. También
habría apostado que estaba tan duro como él.
—No estoy jugando.
—¿No? A mí me parece un juego.
—¿Por qué? Me gustan los hombres, y tú eres muy sexy. No hay
necesidad de juegos. —Sangre corría alrededor de su cabeza, haciendo

78
sonar sus oídos mientras se atrevía a poner sus manos en la cintura del
hombre que tenía delante. El profesor Hayes, sin embargo, se apresuró
a quitárselas.
—Soy nueve años mayor que tú.
Daniel no pudo evitar la forma en que sus labios se extendieron en
una sonrisa, porque eso significaba: —¿viste cuántos años tenía?
La boca del profesor Hayes se convirtió en una mueca apretada.
—No importa.
Sintiéndose más valiente que nunca después de haber aprendido
esa información, Daniel deslizó una de sus manos por la camisa de su
maestro y la colocó sobre sus costillas. —De alguna manera sí lo hace.
—No, no lo hace. Lo que sea que creas que puede pasar entre
nosotros, Daniel, no puede ser.
—Finn —le recordó suavemente a Hayes, y luego apretó los dedos
alrededor de la tela de la camisa bajo su palma—. Déjame besarte.
El profesor Hayes agarró su mano rebelde, deteniendo a Daniel en
su lugar mientras sus ojos se fijaban en la suya, y Daniel se maravilló
ante las oscuras pestañas que los rodeaban. Realmente era un hombre
extraordinariamente atractivo.
—Sólo una vez. Déjame besarte, y si...
—Deja de hablar —dijo Hayes, y levantó su otra mano para poder
sostener la barbilla de Daniel en su lugar.
Daniel hizo lo que se le había dicho, principalmente porque tenía
problemas para respirar con la boca tan cerca del profesor Hayes.
—Tienes que dejar de hablar. —Hayes agarró una botella de agua,
se la ofreció a Daniel y le dijo: —aquí tienes tu agua. Ahora, creo que
deberías irte.

79
Daniel tomó la botella de plástico y, cuando Hayes dio un paso
atrás, se enderezó y se alejó del mostrador. Volvió por el mismo camino
por el que había entrado, y en el último minuto, miró por encima del
hombro y preguntó: —¿qué tan cerca estabas de ceder?
El profesor Hayes lo miró fijamente, y Daniel pensó que era
bastante impresionante que sus ojos nunca salieran de los suyos,
considerando que ambos eran tan duros como el infierno.
En vez de eso, Hayes inclinó la cabeza hacia la puerta y dijo: —
tengo una clase a la que ir, y tú también. Que tengas un buen día, Sr.
Finley.
Luego salió de la cocina, y Daniel se quedó parado allí mirando el
perfecto culo de Hayes mientras desaparecía por el pasillo.

80
BRANTLEY PERCIBIÓ EL cambio en Daniel un segundo
demasiado tarde, y antes de que pudiera salir de su abrazo, Daniel lo
estaba alejando.
Por un minuto, se dejó arrastrar por el sensual señuelo y la
promesa de la boca de Daniel. Pero como la realidad de lo que estaban
a punto de hacer, Brantley sabía que no era la forma en que quería
comenzar este nuevo capítulo de lo que se convertirían.
El hombre atribulado que se frotaba una mano agitada sobre su
cara murmuró: —no puedo hacer esto.
Brantley se había imaginado que eso vendría. —Bien —dijo,
incapaz de poner en palabras lo que realmente quería decir. Algo así
como, pero no te vayas.
—No está bien —dijo Daniel mientras lo miraba con ira—. Debería
ser capaz sólo...
—¿Sólo? —dijo Brantley, esperando que lo que estaba pensando
no fuera lo que Daniel estaba a punto de decir.
—Sólo tomar lo que quiero y terminar con esto. Acabar con
nosotros.
Sí, eso era exactamente lo que no quería oír. Había sido tan
optimista cuando se enteró de que Daniel había vuelto. Pero con cada
minuto que pasaba y cuanto más hablaba con él, las cosas empezaban a
parecerse...
—¿Es por eso que volviste? ¿Para seguir adelante? ¿Para terminar
con esto? Porque estoy bastante seguro de que podrías haberlo hecho
con la misma eficacia desde donde vives, Finn.

81
Cuando la ira en su tono llegó a Daniel, la molestia que irradiaba
Brantley se amplificó. Pero eso fue una lástima. Le molestó mucho
pensar que Daniel había regresado para sacarlo de su vida. Y estaba muy
claro que la presión que había estado hirviendo a fuego lento bajo la
combustible lujuria acababa de explotar como un barril de pólvora.
—¿Por qué estás tan sorprendido? —dijo Daniel—. Terminaste con
nosotros hace años.
Brantley dio un paso atrás, con la boca abierta en shock. Daniel se
había ido en circunstancias difíciles, claro, pero nunca sospechó esto.
Esta... profunda, subyacente ira.
—No, Finn —dijo, atenuando su propia irritación—. Sabes que eso
no es verdad. Yo…
—Eso —interrumpió Daniel, señalando mientras daba un paso
adelante—. Ese es el problema. No tengo ni idea de lo que es verdad.
Antes y ahora. Dios, Brantley. Siete años. Hace siete años que no te veo
ni sé nada de ti, y en cuanto recibí tu nota, todo lo que me convenció de
que era mentira volvió a caer. —La mandíbula de Daniel se amontonó
donde la había cerrado, y apretó los puños.
—No todo estaba en tu cabeza —dijo Brantley—. Era real. Sucedió.
—Sin embargo, en un movimiento egoísta, tomaste la decisión de
que hubiera sido mejor si no lo hubiera hecho. —Cuando los ojos de
Daniel se encontraron con los de Brantley, la derrota y el rechazo que
este hombre confiado había estado escondiendo se hicieron evidentes.
Un silencio incómodo se instaló a su alrededor mientras estaban
allí parados, más cerca de lo que habían estado en años, pero más
distantes que nunca. Esta distancia emocional era mucho peor que la
física, que al menos podría haberse superado.
Brantley supo, justo entonces, que, si alguna vez iban a superar el
estancamiento en el que se encontraban, algo necesitaba dar.

82
—¿Finn?
Cuando Daniel sacudió la cabeza y miró hacia otro lado, lo intentó
de nuevo.
—¿Finn? ¿Es eso realmente lo que piensas?
—No sé qué pensar —dijo Daniel.
Entonces Brantley hizo algo que no había hecho desde la primera
vez que estuvieron en esta casa. Tomó la barbilla de Daniel entre los
dedos y lo miró directamente a los ojos.
—¿Qué es lo que quieres? Aquí y ahora, ¿qué quieres? ¿Quieres
llevarme a la cama y follarme hasta que puedas olvidarme? Entonces,
vamos. Me imagino que para el lunes por la mañana estarás bien,
¿verdad?
Los ojos de Daniel brillaron, pero Brantley mantuvo clavado al
hombre que estaba temblando de emoción.
—Ojalá fuera tan fácil.
—¿No lo es?
Daniel envolvió sus dedos alrededor de la muñeca de Brantley.
Luego se la quitó de la cara y lo tiró cerca. —Sabes que no lo es. Incluso
cuando me empujaste fuera de esa puerta y de tu vida, me quedé fuera,
esperando a que la abrieras de nuevo. Estaba tan seguro de que tú...
Brantley recordó. Se había sentado adentro con la espalda apoyada
en la puerta y escuchado a Daniel tratando de razonar con él durante
horas hasta que ya no había nada que escuchar, y cuando Daniel se había
ido, se rindió y dejó que su corazón se abriera y las lágrimas cayeran
libremente.
—Esto es tan jodido —le dijo Daniel—. Sabía que volver aquí sería
un error. Pero no pude evitarlo. Tenía que volver a verte. —Al darse

83
cuenta de lo que acababa de decir, Daniel controló sus rasgos y se fue a
darle la espalda.
Pero Brantley no tenía nada de eso. Tomó la cara de Daniel entre
sus manos y le preguntó: —¿hasta cuándo?
Los ojos de Daniel eran directos cuando encontraron los suyos. —
¿Qué?
Brantley cedió a la necesidad de suavizar sus pulgares en la
mandíbula de Daniel, y entonces preguntó de nuevo: —¿cuánto tiempo
vas a estar aquí?
Daniel levantó una mano a una de las muñecas de Brantley, y lo
sorprendió rodeándola suavemente. —Dos días... dos semanas... El
tiempo que sea necesario. Tenía algo de tiempo que me debía.
Brantley metió su mano en la de Daniel y pensó que le había
entrado un parpadeo de dolor en los ojos. Él puso eso ahí, y prometió
que haría lo que fuera necesario, incluso si eso significaba dejar ir a
Daniel, para removerlo.
—De acuerdo, entonces. Tomemos esto de día en día. Te pedí que
volvieras a casa, y dijiste que el único lugar al que realmente llamas
hogar es a través de esas puertas de allí.
Cuando Daniel miró más allá de su hombro y apretó los dedos,
Brantley pudo sentir la guerra entre el hombre que Daniel era ahora y el
que había sido el día que se fue.
—Quédate aquí —sugirió Brantley—. Aunque sea contigo en mi
habitación y yo en la de invitados. Te invité a casa porque te quiero aquí.
Las razones por las que viniste son tuyas. Tenemos que hablar de esto,
Finn. Necesito saber cómo puedo mejorarlo. Por favor... no lo dejes así.

84
DANIEL NO QUERÍA que su corazón sufriera como lo hizo
cuando miró a los ojos de Brantley, pero eso es exactamente lo que
estaba pasando.
Cada vez que hacía un movimiento, cada vez que se acercaba,
Brantley lo miraba de una manera que hacía que todas sus emociones
largamente reprimidas volvieran a la superficie. Era frustrante como la
mierda.
Estudió la dolorosamente familiar cara a pocos centímetros de la
suya. El rastrojo recubriendo su mandíbula también tenía esos nuevos
toques de plata, pero más allá de eso, Brantley Hayes se veía igual. Tan
sexy como la primera vez que Daniel lo vio. Sexo sofisticado. Así es
como siempre había pensado en su profesor. Hasta que se quitaba la
ropa, entonces apenas podía pensar.
—Me quedo con la de invitados —dijo Daniel. Los labios de
Brantley se curvaron, y Daniel se oyó preguntar—. ¿Cómo es posible
que seas más guapo ahora que entonces?
—¿Yo? —se rio Brantley—. Me tuviste cambiándome de ropa
durante casi una hora antes de venir a verte esta noche para que
consideraras mirarme de reojo.
Ese indicio de vulnerabilidad en un hombre que siempre había
estado tan seguro sacó a Daniel de su mal humor.
—Bueno, valió la pena —dijo—. No podía dejar de mirarte.
Pasaron varios segundos, y cuando Brantley metió las manos en
sus bolsillos, Daniel hizo lo mismo, pensando que probablemente era el
movimiento más sabio.
—Así que... —comenzó Brantley.
—Así que.
—No quiero asumirlo, pero supongo que tu madre todavía no...

85
—¿Sabe que me acostaba con mi profesor durante la universidad?
No, no pude encontrar la manera de decírselo.
Brantley asintió y frunció el ceño como cuando estaba
concentrado, y Daniel tuvo que luchar contra el impulso de acariciar su
pulgar a lo largo del surco entre sus ojos.
Sin saber del escrutinio bajo el que estaba, Brantley pasó un dedo
por la mandíbula de Daniel. —Cuando lo dices así, tiene un sonido
sórdido, ¿no?
—Creo que tiene un sonido jodidamente caliente, personalmente
—dijo Daniel, haciendo que los ojos de Brantley encontrasen los suyos—
. Pero tal vez sea porque yo era el que estaba en tu cama. —Barrió sus
ojos alrededor de la sala de estar—. Y en este sofá. Y, si la memoria no
me falla, cualquier otra superficie plana a la que me pudieras llevar.
—Finn —susurró Brantley, y fue a dar un paso adelante.
—No. No puedo dejar que me toques en este momento.
—Está bien. Me quedaré aquí—. Luego Brantley caminó detrás del
sofá, una vez más poniéndolo, y una distancia muy necesaria, entre
ellos.
Hombre inteligente. —Bien. Porque ambos sabemos que una vez
que me toques, no podré quitarte las manos de encima. Y necesito
encontrar una manera de no odiar, que quiero demasiado eso.
Brantley hizo una mueca de dolor. —Eso es.... Vaya. Finn, no tenía
ni idea. Quiero decir, sabía que estabas molesto el día que te fuiste, pero
supongo que asumí que habías decidido decir -a la mierda- y te fuiste a
terminar la universidad y divertirte.
—¿Divertirte? —preguntó Daniel—. ¿En serio? ¿Asumo que te
refieres a divertirte como si estuviera follando? ¿Eso es realmente lo que
pensaste de mí?
—Eras joven, Finn. Tan joven —dijo Brantley.

86
Una vez más, la ira de Daniel hirvió.
—Quería que experimentaras la vida, que supieras realmente lo
que querías...
—Sabía lo que quería —gritó, Daniel.
Cuando Brantley clavó sus dedos en el cojín del sofá, Daniel bajó
la voz. —No era tu decisión —susurró. Jesús, ¿a quién estaba
engañando? No podía quedarse allí. Necesitaba irse antes de hacer o
decir algo más.
Giró sobre sus talones y caminó hacia las puertas abiertas.
Recogiendo sus sandalias, estaba a punto de salir cuando escuchó su
nombre. Entonces miró hacia atrás, hacia donde Brantley permanecía de
pie detrás de su sofá, con los dedos todavía agarrando el cuero.
—¿Te veré mañana?
En vez de responder, Daniel hizo una pregunta por su cuenta. —
¿Cuántas noches en los últimos siete años has estado en la cama
preguntándote quién me tocaba?
La expresión rota que cruzó la cara de Brantley le dijo todo lo que
necesitaba saber, pero cuando no respondió, Daniel comenzó a bajar las
escaleras traseras.
—¡Finn!
Estaba a mitad de camino de la playa cuando vio a Brantley parado
en lo alto de las escaleras.
Las blancas cortinas se arremolinaban detrás de él en la brisa
mientras lo miraba.
—Cada noche. He pensado en ello todas las noches desde que te
fuiste.

87
EL SOL FILTRÁNDOSE a través de la ventana del dormitorio de
Daniel a la mañana siguiente lo hizo rodar de cara a la pared, como
cuando era niño. Se puso la almohada debajo de la cabeza y pensó en lo
de anoche y Brantley.
Mierda, ¿le había gritado al tipo y luego se fue sin siquiera un
beso? No era lo que tenía en mente al principio.
Bueno, tal vez se había imaginado unas cuantas peleas a gritos,
pero generalmente todas terminaban con Brantley debajo de él en una
cama y disculpándose por haber sido un idiota tan egoísta todos esos
años atrás. Nunca en sus fantasías de reunión había tenido a Brantley
Hayes al alcance, su boca lista para ser tomada, y entonces se volvía loco
por su pasado y le decía al sexy profesor que no lo tocara.
Hijo de puta.
Metió la mano debajo de la sábana y apretó una mano contra sus
calzoncillos, donde su erección matutina rogaba que lo soltaran, pero no
se iba a masturbar cuando el que realmente quería que lo hiciera estaba
en la playa.
Rodando hacia atrás, puso sus manos detrás de su cabeza y pensó
en su conversación con Brantley la noche anterior. ¿Realmente estaba
pensando en quedarse con él? ¿Cómo viviendo en su casa los próximos
días?
Cerró los ojos y se permitió pensar en ello por un momento. Vivir
con Brantley. Mierda, ahí mismo había fantasía inspiradora. No había
querido nada más en su día que despertar con Brantley envuelto a su
alrededor en alguna capacidad, y si era honesto, todavía quería eso. El
único problema era…

88
—Finn, ¿ya te levantaste?
Su madre.
La mejor manera de matar cualquier tipo de fantasía.
Empujando su sábana a un lado, se puso una camisa y se dirigió
hacia el vestíbulo, tal como lo había hecho el día anterior. Estaba
repasando una lista de excusas plausibles de por qué querría quedarse
en otro lugar que no fuera su casa con su familia en sus vacaciones,
cuando llegó a la vuelta de la esquina y vio al puto Brantley Hayes
sentado en el rincón de desayuno de su madre.
—Oh, bien. Ahí estás —dijo antes de que pudiera retroceder,
colarse en su cuarto y al menos revisarse el maldito cabello.
¿Qué demonios está haciendo aquí? Fue el único pensamiento que
se le pasó por la cabeza cuando Brantley se enfrentó a él. Maldita sea, si
su madre era una forma segura de matar cualquier tipo de fantasía, una
mirada de Brantley garantizaba una erección en cinco, cuatro, tres,
dos…
—Enseguida vuelvo.
Estaba más que consciente de que volver a su dormitorio no era la
acción de un hombre seguro de sí mismo, pero no estaba listo para
explicarle a su madre por qué sostenía una sartén sobre su ingle.
Cuando llegó a su habitación, cerró la puerta de golpe y se recostó
contra ella. Fue increíble que en el espacio de veinticuatro horas, se
sintiera como si tuviera diecinueve años de nuevo.
Miró su lamentable reflejo y se frunció el ceño. Su pelo corto era
un desastre sobre su cabeza, y su rastrojo de un día le daba una
apariencia descuidada que nunca hubiera querido que Brantley viera.
Al carajo con esta mierda, pensó mientras presionaba sus dedos
contra la frente. Contrólate, hombre. Tienes tipos comiendo de tu mano
en Chicago.

89
Bajando los brazos, se alejó de la puerta justo cuando tocaban en
la puerta. Por favor, no seas Brantley, pensó, porque no estaba seguro
de poder resistirse a cogerlo contra la puerta de su dormitorio...
—¿Finn?
Oh, gracias a Dios. Cuando abrió la puerta, su madre lo estaba
mirando.
—Hola, mamá.
—¿Estás bien? —preguntó, sus ojos del mismo color que los suyos,
escaneando su cara.
—Sí. No sabía que teníamos compañía. Eso es todo.
Pensó que había captado algo en sus ojos mientras lo acercaban,
pero luego ella se rio y ya no estaba.
—Oh, por favor. ¿El profesor Hayes?
Fue a abrir la boca, pero su madre le puso una mano en el pecho y
se detuvo.
—Es más como de la familia.
Trató de no entender más de lo que decía, pero mientras seguía
sujetando su mirada, él podría haber jurado que una gota de sudor
apareció en su frente bajo el escrutinio de ella.
—¿Hay algo que quieras decirme, Finn?
Dios, ¿cómo hace eso? ¿Hacerme sentir como un niño culpable en
cinco segundos? —No.
—¿No?
Luego le dio un poco de su propia medicina, pinchándola con su
mejor cara de abogado rudo. —¿Hay algo que creas que quiero decirte?

90
Palmeó su pecho. —Creo que sí, pero está bien. Sólo recuerda lo
buena que fui cuando me dijiste que eras gay. Siempre puedes hablar
conmigo, ¿de acuerdo?
— De acuerdo... —dijo, dejando a un lado el pensamiento de que
sabía más de lo que decía. No había manera. Ninguno.
—Mi Finn, siempre has sido un loco duro de romper.
—Se necesita uno para conocer a otro.
—Bueno, esta loca tiene que ir al supermercado, así que mejor
ponte algo de ropa. El profesor Hayes te está esperando en la cocina.
Mientras caminaba por el pasillo, le preguntó: —¿dijo lo que
quería?
Cuando le devolvió la mirada, sonrió. —Sí. A ti.
Esta vez, sabía que la expresión de su cara tenía que coincidir con
la sacudida de la conmoción que tenía su corazón latiendo, porque ella
sonrió y luego guiñó un ojo.
—Mejor que no lo hagas esperar, hijo. —Luego desapareció por la
puerta principal.
Así que me quiere a mí, ¿no? Aja. Entonces tal vez era hora de
darle a su profesor exactamente lo que estaba esperando.

BRANTLEY APENAS HABÍA pegado ojo después de que Daniel


lo había dejado anoche, y después de hablar con Jordan acerca de ello
largamente, él había conspirado.

91
Bueno, había bebido copiosas cantidades de vino y luego ideó una
forma que garantizara que Daniel no se desvanecería a la mañana
siguiente, apareciendo en su puerta.
Parecía brillante hace unos minutos, pero cuando Daniel había
salido con sus calzoncillos y una camiseta blanca, Brantley había estado
agradecido que Camille estuviera al otro lado de la encimera de la
cocina. Porque Daniel recién salido de la cama y despeinado era
demasiado sexy para su propio bien.
Se suponía que Brantley estaba pensando en cómo volver a la
buena voluntad de Daniel, pero cuando el hombre estaba allí de pie
medio vestido, demonios, era todo lo que podía hacer para no
perseguirlo por el pasillo hasta su dormitorio.
Cuando la puerta principal se cerró y la casa se sumergió en el
silencio, supo que Camille se había ido de compras el sábado por la
mañana. Se preguntó brevemente si Katrina también estaba en la casa,
pero no estaba dispuesto a ir a mirar. Iba a sentarse y esperar a que
Daniel volviera aquí, y luego discutirían, como los adultos maduros que
eran, lo que estaba pasando entre ellos.
Estaba decidido a seguir ese plan hasta que Daniel regresó a la
cocina vestido con pantalones largos de lino blanco y una camiseta polo
verde bosque. Obviamente se había despeinado el cabello con un
producto para que sobresaliera de una manera que pareciera
profesionalmente estilizada, y por primera vez Brantley notó una correa
de cuero que Daniel se había sujetado alrededor de su muñeca
izquierda. Eso era sexy. Tan malditamente sexy.
—¿Tienes por costumbre visitar las casas de sus estudiantes,
profesor?
Rastreó a Daniel a través de la cocina mientras se dirigía a la
nevera, y luego señaló: —ex-alumno.

92
Daniel inclinó la cabeza hacia él. —Estaba hablando de mi
hermana. —Y luego abrió la nevera y metió la mano dentro.
Cuando se enderezó y desenroscó la tapa del jugo de naranja para
tomar un sorbo, Brantley quedó hipnotizado hasta que Daniel bajó el
recipiente y se pasó la mano por la boca. Todo lo que había planeado
hablar se le fue de la cabeza en ese momento, y en vez de eso, fue
directamente a por lo que más deseaba.
—Ven y quédate conmigo. Un día, una semana, no me importa.
Sólo di que vendrás y te quedarás.
Daniel volvió a poner el jugo en el refrigerador antes de apoyar
sus manos en el mostrador. —Muy bien. Con una condición.
Brantley estaba seguro de que aceptaría cualquier cosa, pero no lo
hizo. Al menos trató de mantener una apariencia de frescura, y
preguntó: —¿cuál es?
—Ambos entendemos que es sólo por dos semanas. Y nadie va a
dormir en la maldita habitación de invitados.
El tono áspero en que se pronunció esa declaración había sido
diseñado para provocar y tentar, y así de rápido, Brantley se excitó.
—¿De acuerdo? —preguntó Daniel.
—Sólo para que quede claro...
—Si me quedo, nos quiero en tu cama. No en un puto sofá, ni un
maldito cuarto de huéspedes, ni un colchón inflable en el suelo. Ambos
somos adultos, y hemos compartido esa cama muchas veces antes.
Además, soy capaz de decir que no, como descubriste anoche. Como tú,
supongo.
No iba a decir que no a eso, así que inclinó la cabeza y aceptó. —
De acuerdo. Trato hecho.

93
Brantley extendió la mano para estrecharla, pero fiel al hombre en
que se había convertido Daniel, iba a hacer las cosas a su manera. Se
acercó al mostrador de la cocina hasta que Brantley tuvo que girar sobre
el taburete para vigilarlo. Cuando estaban enfrentados, Daniel se puso
entre las piernas de Brantley y una mano a cada lado de él como la noche
anterior, y sí... esa sola acción hizo que su pulso se acelerara y su polla
se endureciera.
—No quiero temblar con eso. Pero esta tarde, tendré el beso que
dejé pendiente anoche.
Brantley no podía apartar los ojos de los de Daniel, y antes de que
pudiera detenerse, preguntó: —¿a qué hora estarás allí?
—A las cinco —dijo Daniel mientras ponía sus labios contra la
mandíbula de Brantley y luego besaba a lo largo de ella.
Mierda. Necesitaba la boca de este hombre en la suya, y no estaba
seguro de que pudiera esperar hasta las cinco.
—¿Por qué a las cinco?
Cuando Daniel levantó la cabeza y entrecerró los ojos como si no
entendiera por qué preguntaba, Brantley retrocedió rápidamente.
—Correcto. No es asunto mío. —Luego puso una mano en el pecho
de Daniel y le dio un ligero empujón.
Cuando Daniel cedió, Brantley se paró y caminó hacia la puerta
trasera. Mientras la abría deslizándola, escuchó su nombre y se volvió
para ver los ojos de Daniel que se posaban sobre él.
—Estaré allí a las cinco. ¿Y Brantley?
—¿Mmm?
—No sé cuándo volverá Katrina esta mañana, que es la única
razón por la que estás saliendo por la puerta ahora mismo. Pero esta
tarde, voy a aceptar ese beso.

94
Dio un paso atrás, salió al balcón, pero mantuvo los ojos fijos en el
hombre que lo observaba. Entonces Daniel sonrió, y el corazón de
Brantley se estremeció.
—Hasta luego, profesor —dijo antes de irse a su dormitorio,
dejando a Brantley contando los minutos hasta las cinco y el beso que le
habían prometido.

ESA TARDE, DANIEL llevó el automóvil de su hermana a Total


Fitness de Pearson y se dirigió hacia la puerta de entrada. El
estacionamiento estaba abarrotado, pero eso no le sorprendió, teniendo
en cuenta a todos los guerreros de fin de semana que atacaban su propio
gimnasio en Chicago. Sin embargo, no estaba allí para hacer ejercicio.
No, estaba buscando…
—¡Danny!
Derek.
Apenas dos pasos a través de la puerta, Daniel lo vio parado detrás
de la recepción junto a una joven morena que sonrió cortésmente.
Caminó hacia ellos, y Derek se acercó a la esquina para estrecharle la
mano.
—¿Qué te trae por aquí? ¿Quieres hacer ejercicio mientras estás de
vacaciones? Eso sí que es dedicación. Solía hacer falta mucho soborno
para que hicieras algo parecido al ejercicio en el pasado.
—¿Parece que estoy aquí para hacer ejercicio?
Un ceño fruncido estropeaba la expresión de Derek que golpeaba
con los dedos sobre el mostrador. —No. Pareces un rico abogado de la
ciudad de vacaciones que va a recoger a un chico de la playa.

95
—Jesús, Derek —dijo Daniel mientras dirigía sus ojos a la morena,
que estaba un poco demasiado cerca de ellos—. ¿Puedo hablar contigo
en tu oficina un minuto?
—Claro —dijo Derek. Luego se abrió camino a través de los
pasillos de los equipos de pesas con hombres y mujeres sudando y
trabajando sus músculos al máximo de su potencial.
Cuando llegaron a una puerta en la parte trasera del gimnasio,
Derek la abrió y se dirigió –adentro- a la orilla arenosa de la playa.
—¿Esta es tu oficina? —dijo Daniel mientras escudriñaba los
kilómetros de arena dorada que se extendían hasta el baño blanco de las
estrelladas olas.
—No —dijo Derek mientras abría la puerta de un patio cerrado
unido a la parte trasera del gimnasio—. Esta es.
Daniel subió los dos escalones a la terraza de madera y luego cruzó
a un sofá que daba a varias ventanas que mostraban la vista perfecta del
rincón del mundo de Derek, y maldita sea si no tenía un poco de envidia.
Las palmeras se alineaban en un sendero por donde pasaba la
gente en patines, sin camisa y perfectamente bronceados. Los surfistas
corrían hacia el océano, y los turistas tomaban fotos de la parte de la
playa que Derek había reclamado como suya.
Daniel se sentó, y mientras su amigo tomaba dos botellas de agua
del refrigerador en el rincón más alejado, una genuina sonrisa partió sus
labios. Derek había hecho exactamente lo que había dicho que haría
cuando eran niños: ahorrar y comprar un gimnasio en la playa. Como
Muscle Beach en California.
—Qué, ¿no hay equipo de gimnasio afuera para que puedas ver a
los musculosos, calientes y engrasados hombres todo el día mientras te
esclavizas con el papeleo? Eso era parte del sueño, ¿no?

96
Derek le tiró una botella y guiñó el ojo. —Claramente no miraste a
tu izquierda cuando saliste por atrás.
Daniel giró su cabeza en esa dirección ahora, y con seguridad,
había hombres con diferentes grados de ropa, haciendo pesas.
—Bueno, fóllame. Realmente lo hiciste.
Derek se apoyó en el escritorio y abrió la botella. Después de tragar
la mitad de la botella, asintió. —Por supuesto que sí. No pensarás que
me he pasado todos estos años moviendo el culo para que no te sirva de
nada, ¿verdad?
Daniel no estaba seguro de lo que esperaba. Derek había
mencionado la apertura de su gimnasio hace un par de años, pero eso
fue todo. Aparentemente, había sido un gran éxito.
—Felicidades, hombre. Esta es una gran oficina.
—Sí, no está tan mal. Apuesto a que es casi tan buena como la tuya
en la gran ciudad.
—Tomaría tu oficina cualquier día.
Derek señaló a la playa con su botella y se encogió de hombros. —
Todo está bien, Danny. Sólo tienes que querer volver a casa.
Daniel se quedó callado, preguntándose si Derek se refería a algo
más que a la playa. Y si lo era, Daniel no estaba seguro de que estuviera
listo para ir allí todavía. Ya era bastante difícil preguntarle a Derek qué
hacer.
—¿Qué te trae por aquí? Si no es mi ascenso en 2999 membresías
al mes menos la cuota de inscripción para ti, entonces debe ser algo
igualmente innovador.
Daniel se rio de ese discurso de venta. —Qué amable de tu parte.
—Oye, siempre estoy pensando en mis amigos.

97
Puso los ojos en blanco. —Mmmm. Bueno, estoy aquí por un
consejo, en realidad.
—Un consejo, ¿eh? De acuerdo. Bueno, digo que se joda. Ese es mi
consejo.
—¿De verdad? —preguntó Daniel, moviendo la cabeza y dándose
cuenta de lo mucho que había extrañado a este loco bastardo—. Ni
siquiera he preguntado nada todavía.
—Lo sé, pero cuando se trata de Brantley Hayes, no hay nada más
que pueda computar contigo hasta que te saques esa parte de tu sistema.
Siempre fue así.
—No, no lo fue.
—Sí. Sí, lo fue. ¿Nuestro trabajo en la universidad te suena?
Dios, no había pensado en eso en años. —Esa fue tu idea, no la
mía.
—Por supuesto que fue idea mía. Éramos calientes, y sabía que nos
darían propinas increíbles. Y tenía razón, ¿no? Solíamos ganar un par de
cientos cada noche. Tú más que yo, con la forma en que solías mover el
culo en la pista de baile. Pero después de la noche en que Brantley
apareció, todos los demás podrían haber desaparecido del planeta. Tío,
eras como un perro con un hueso, o un perro con una erección.
—Sí, estaba allí, ¿recuerdas? Pero hay un pequeño problema en tu
plan: mi madre aún no lo sabe, así que, cómo puedo...
Derek se rio. Una profunda y estruendosa carcajada. —Estás
bromeando, ¿verdad?
Ahí estaba otra vez, esa sensación de fastidio que... —Ella sabe,
¿no es así?
—Ahh, sí. Estoy bastante seguro de que lo solucionó, Danny.

98
Daniel se arañó el costado de la cabeza. Bueno, joder. Eso era
diferente. Su madre sabía de él y del prof… Brantley, eh. ¿Y ahora qué?
—¿Te ayudé con tu pequeño problema?
Arrugó la nariz y terminó el resto del agua. —Ni siquiera
escuchaste mi pregunta original.
—¿Cuál era?
Se puso de pie, alineó su botella con la papelera verde de reciclaje
junto a la puerta, apuntó, y luego la lanzó, metiéndola de un solo golpe.
—¿Crees que debería ir y quedarme con él durante dos semanas?
Derek extendió sus manos delante y asintió mientras sonreía con
suficiencia. —A lo que te dije… ve y fóllatelo. También conocido como
mi versión del maldito sí. Lleva tu culo a su casa y haz lo que viniste a
hacer. Sea lo que sea eso.
Daniel suspiró y se dirigió a la puerta. —Sí, sí. De acuerdo. —
Luego miró a su amigo—. No trabajes demasiado.
Derek puso los pies sobre la mesita y se relajó. —No hay ninguna
posibilidad de que eso ocurra, Danny. Ni una oportunidad en el
infierno.

99
DANIEL VOLVIÓ a casa de su madre por la tarde. Cuando entró,
ella estaba poniendo los tomates en la nevera.
—Hola —dijo mientras dejaba caer las llaves de su hermana en el
banco y se inclinaba para darle un beso—. Pensé que habías ido a la
tienda antes.
Ella giró la mejilla hacia él, y cuando sus labios la encontraron, le
dijo: —no, acabo de salir. Pensé que podrías necesitar algo de privacidad
para, ya sabes... hablar.
Inclinó la cabeza hacia un lado y la miró. —¿Oh? Bueno, gracias.
—De nada —dijo ella, y luego puso una mano en su cadera—. ¿Y?
¿Cuándo te vas? — Sus ojos le brillaron.
Frunció el ceño. —¿Ir a dónde?
—No lo sé. Dímelo tú.
Sacó la lechuga de su bolsa de lona y se acercó a la nevera. Una vez
la puso en el cajón, le dio una sonrisa. —A casa de Brantley.
Su cara se iluminó al pasar junto a él con los plátanos. Entonces se
detuvo, levantó la vista y dijo: —gracias.
—¿Gracias?
—Sí. Por decírmelo finalmente.
—Ma… —empezó él.
—No, detente ahí mismo. No vamos a hacer eso.
—¿Hacer qué?

100
—Inventar excusas por qué no pensaste que podías decírmelo.
Pero ahora que lo sé, quiero saber una cosa.
Tragó y se preguntó si sería capaz de responder a lo que estaba a
punto de preguntarle. Dios, ¿y si pregunta cuándo empezó todo esto?
¿Y si se asustó de que Brantley fuera su profesor? ...bueno, ex-profesor.
—¿Desde cuándo lo amas?
Eso no era lo que había esperado.
—¿Eh? —No podía creer que le hubiera preguntado eso.
—¿Desde cuándo lo amas, Finn?
No podía negarse cuando usaba su nombre de esa manera, y
honestamente, estaba tan cansado de no decirle a nadie cómo se sentía
realmente que se dio por vencido. Se recostó contra los armarios de la
cocina y sacudió la cabeza.
—Se siente como un jodido por siempre.
Se acercó a él, se detuvo y tomó su mano en la de ella. —El
lenguaje, hijo. ¿Es él la razón por la que te fuiste?
Su boca se secó ante la compasión de sus ojos, y asintió, incapaz
de pensar en nada que decir.
—Y él es la razón por la que has vuelto, ¿no?
A eso, podía conseguir una respuesta. —Sí.
Soltando su mano, ella se movió a su lado y se apoyó contra los
armarios, tal como estaba él. Su cabeza apenas llegaba a su hombro, y
cuando él la miró y ella sonrió, el peso del mundo pareció desprenderse
de él.
—¿Desde cuándo lo sabes?
Levantó las cejas. —Sospeché a mitad de tu primer año de
universidad.

101
Eso lo tenía encima de ella. —¿Qué? No, no lo hiciste.
—Sí... hijo, lo hice. —Palmeó su brazo mientras trataba de
convencer a su cerebro que todo estaba bien—. Una madre sabe estas
cosas.
—Ahh...
—Está bien, déjame aclarar. No sabía que era tu profesor, pero
sabía que estabas saliendo con alguien. También sabía que estabas
intentando mantenerlo en secreto. Así que pensé que esperaría, y
eventualmente, cuando estuvieras listo, me lo dirías. No fue hasta que
te vi con él en una función que realmente lo supe.
Intentaba mantener la boca cerrada, pero, por la amplia sonrisa en
la cara de su madre, debía parecer tan acobardado como se sentía.
—Fue una reunión de la facultad en la casa del decano para los
mejores estudiantes. Recuerdo la forma en que los dos se pararon uno al
lado del otro y fueron tan cuidadosos de no tocarse, pero ambos
hablaron como si lo hubieran estado haciendo por años. Terminaban las
frases del otro como lo haría una pareja. Y Finn, no voy a mentir, me
asustó.
Fue a alejarse de ella, pero ella tomó su brazo, deteniéndolo.
—Me asusté porque pude ver cuánto lo admirabas. Y aunque eras
mayor de edad, no estaba segura de que supieras lo que hacías. Sabía
que si era con quien te habías estado reuniendo en secreto, entonces
realmente tenía el poder de herirte.
Apretó la mandíbula, negándose a pensar en el dolor que había
encerrado en su interior que su profesor había causado. No quería que
su madre viera eso.
—Y lo hizo de alguna manera, ¿no?
—Mamá... no es lo que piensas.

102
—¿Fue porque te dijo que fueras a Chicago?
—¿Podemos no hablar de esto? Fue hace mucho tiempo.
—Lo sé —dijo en voz baja—. Pero lo veo en tus ojos, hijo. Estás
enfadado. Cada vez que se menciona su nombre o está aquí, te pones...
irritable.
—Bueno, se lo merece —dijo bruscamente, y luego se alejó de ella.
Cuando estaba al otro lado de la habitación, miró hacia atrás.
Todavía estaba de pie junto a los armarios. —¿Lo hace? Tal vez
sólo estaba haciendo lo que creía que era mejor para ti.
Eso era exactamente lo que Brantley había pensado que estaba
haciendo, pero como siempre, Daniel seguía atorado en... -no era su
decisión... para tomar-. Y con eso, bajó a su cuarto a buscar su bolso.
Era hora de enfrentar esta cosa de frente.

CUANDO BRANTLEY LLEGÓ A CASA, se aseguró de


recogerla. El único problema con eso era que su casa estaba casi
inmaculada. Así era como le gustaba. Así que, después de treinta
minutos de arreglar las cosas, se quedó sentado y pensando en el que
acababa de invitar a su vida con un bloque de chocolate y una taza de
café, y todo lo que se le ocurría era: dolor de cabeza.
¿Qué diablos me estoy haciendo? Pensó por enésima vez varias
horas después. No es que Daniel no me haya dicho lo que viene a hacer
aquí. Sin embargo, lo invito a que se quede de todos modos. ¿Por qué?
Probablemente porque, en algún lugar de su mente, creía que podía...
¿Qué? ¿Cambiar su opinión? E incluso si lo hago, ¿entonces qué? Mi vida
está aquí, y la suya es…

103
Toc, toc, toc.
Dejó el último cuadrado de chocolate y miró el reloj. Eran las 4:45.
No creía que Daniel fuera el tipo de hombre que llegaba temprano,
especialmente esta nueva versión de él. Así que se puso de pie y se
dirigió a la puerta principal. Pero era Jordan de pie en su balcón
envolvente con una botella de vino en la mano levantada.
Brantley sacudió la cabeza. —Lo siento. No puedo.
—¿Qué? ¿No hay chismes sobre el vino? Me prometiste detalles.
—No tengo ningún detalle que dar. No se quedó, ¿recuerdas? Y
tengo una cita a las cinco en punto, así que tienes que irte.
La decepcionada mueca que frunció los labios de Jordan casi valió
la pena la discusión que Brantley y Daniel habían tenido la noche
anterior.
—No puedes hablar en serio ahora mismo. ¿Quién es más
importante que yo? Y no te atrevas a intentar mentirme, Hayes. Vi la
forma en que ese chico te miraba. Me merezco todos los detalles sucios.
Estaba a punto de abrir la boca y decirle a Jordan que explicaría
todo más tarde, pero justo cuando las palabras estaban a punto de salir,
Daniel caminó por el lado del porche y se detuvo directamente detrás
de su amigo.
Bueno, esto sería interesante. ¿Cuánto escuchó?
—Vamos a aclarar tu primer error, podemos… —dijo Daniel.
Jordan se giró para enfrentarle. Era más bajo que Daniel por más
de cinco centímetros, y por la sonrisa auto-satisfecha en los labios de
Daniel, estaba disfrutando mucho ese hecho.
—No es un niño. Y, en segundo lugar —dijo, sacando el vino de
los dedos de Jordan—, soy su cita de las cinco de la tarde. Pero deberías

104
volver mañana. Te prometo que tendrá muchos detalles sucios que darte
para entonces.
Cuando los ojos de Daniel se movieron más allá del yo tartamudo
de Jordan para encontrar los suyos, las rodillas de Brantley se
debilitaron y sus palmas comenzaron a sudar.
Cristo, esa mirada promete todo tipo de depravaciones.
Fiel a la personalidad de Jordan, se hizo a un lado e hizo un gesto
dramático que Daniel pasó, y sin darle una segunda mirada, Daniel
caminó hacia adelante y le entregó a Brantley la botella de vino.
—Buenas tardes.
—Buenas tardes —contestó, bastante satisfecho consigo mismo
por haber dicho tanto, considerando que hablar estaba ahora al final de
su lista de prioridades.
—Dile adiós ahora, Brantley.
Su polla palpitó ante la orden, y cuando miró a Jordan, estaba
ocupado abanicando su cara y diciendo: —llámame —mientras se
alejaba.
Volviendo su atención a Daniel, preguntó: —¿quieres entrar, Finn?
—Te dije lo que quería esta tarde. He venido a recogerlo.
Sabía exactamente lo que Daniel quería, porque también lo quería:
el beso que no se dieron la noche anterior. Y, mientras daba un paso atrás
y ponía el vino en la mesa de entrada, Daniel lo siguió.
—No trajiste una bolsa —señaló Brantley mientras Daniel seguía
avanzando.
—Lo hice —le dijo Daniel, y luego tomó su mano para acercar a
Brantley—. Sólo quería tener las manos libres cuando por fin te las
ponga encima.

105
—Dios, sí —murmuró Brantley, y Daniel finalmente bajó la cabeza
y tomó su boca.

DANIEL QUERÍA besar a Brantley por el resto de su vida.


Ese descubrimiento no era nada nuevo. Lo sabía desde el primer
beso que habían compartido, y volver a estar tan cerca de él sólo
solidificó que esa necesidad no había cambiado.
Llevó una mano a la parte posterior de la cabeza de Brantley para
mantenerlo quieto, y mientras pasaba suavemente su boca por encima
de sus labios, dijo: —no te hagas el tímido conmigo ahora, profesor —,
y luego acarició su lengua a lo largo de la costura de los labios de
Brantley.
Un gemido dejó al hombre que estaba probando, y mientras se
calibraban, la pesada respiración entre los dos era todo lo que se podía
oír. Brantley entonces dio un paso atrás para recostarse contra la pared
y tiró de la camisa de Daniel, urgiéndolo a que lo siguiera. Lo hizo sin
dudarlo, y movió sus caderas para poder balancear su erección sobre la
que podía sentir en los shorts de Brantley. Entonces tomó ese rostro
hermoso entre las manos y dijo: —dámelo. Quiero el beso que no me
diste anoche. El mismo que me fue negado cada día que estuve lejos de
ti. El beso de un hombre que me invitó a quedarme en su cama dos
semanas.
Bajó la cabeza, y justo cuando sus labios estaban a punto de
encontrarse, la mano en su pecho lo detuvo. Entrecerró los ojos y se
preguntó si Brantley estaba a punto de decir que no.

106
Sin embargo, eso no era lo que tenía en mente, ya que una lenta
sonrisa curvó los labios de Brantley y bajó la palma de su mano hasta el
trasero de Daniel, lo que lo acercó aún más.
—Te invité a quedarte en mi casa —dijo—. Tú te invitaste a mi
cama. Entre mis sábanas, si recuerdo.
—No te oí decir que no —respondió Daniel.
La sonrisa que curvó la boca de Brantley fue totalmente excitante.
Ambos sabían que nunca diría que no. Y ese toque de gallardía bajo todo
ese encanto educado hizo que le doliera la polla a Daniel. Dios, sus
delgados pantalones de lino no hacían nada para ocultar su excitación,
pero los pantalones cortos de Brantley... tendrían que irse a la mierda.
Más tarde.
Después.
Colocó las palmas en la pared, enjaulando a Brantley, y cuando
levantó la barbilla hacia él, Daniel finalmente aceptó el beso que se moría
por recibir.
Estaba desesperado e incontenible, y Brantley se separó de él en
un instante. Daniel metió la lengua en el interior en el segundo que tuvo
permiso, y cuando el sabor del hombre con el que había estado soñando
desde el día que lo dejó lo golpeó, Daniel apenas pudo contenerse.
Brantley sabía exactamente como lo recordaba: sal, moca y café.
Tres cosas que siempre iban de la mano con su profesor. La playa, su
café siempre presente, y el chocolate que siempre comía cuando estaba
nervioso, lo que claramente había sido esta noche.
Era la mezcla perfecta, más o menos una bebida en la lengua del
hombre, y era embriagador como el infierno para finalmente tenerlo de
nuevo en sus papilas gustativas.
Daniel puso sus caderas contra las de Brantley, y cuando las manos
en su trasero se flexionaron y lo arrastraron más cerca, metió un pie

107
entre sus piernas abiertas y los acercó tanto como dos cuerpos podían
estar mientras estaban completamente vestidos. No quería nada más
que meterle las manos en los pantalones a Brantley, pero era más que
consciente de por qué estaba allí, y si saltaban directamente a la parte
desnuda, entonces era poco probable que pudieran volver.
A regañadientes, levantó la boca y suspiró cuando el aliento de
Brantley le bañó los labios. —¿Quieres ayudarme a coger mi bolso?
Los dilatados ojos enfocados en los suyos hicieron sonreír a Daniel.
También lo hizo el hecho de que Brantley no pudiera hablar.
—¿Mi bolso? Ya sabes, con mi ropa dentro. Está en tu porche.
—No lo necesitas.
—¿Oh? ¿Así que voy a desfilar desnudo por tu casa de la playa?
Qué escandaloso.
Brantley tarareó y atrajo a Daniel hacia él para que pudiera frotar
su erección contra él.
Daniel inclinó la cabeza para poner la boca junto a la oreja. —
Tienes que dejarme ir.
—¿Por qué?
—Porque la próxima vez que nos besemos así, te quiero desnudo,
y creo que tenemos que hablar un poco antes de eso. ¿No es así?
—Entonces, ¿lo dices en serio? ¿Te vas a quedar? ¿Durante dos
semanas enteras?
—Sí, me quedaré. ¿Pero Brantley?
Brantley abrió los ojos, y Daniel retrocedió un paso. —Eso es todo
lo que es. Dos semanas. Y no digas que no te lo advertí.
—¿Advertirme? —preguntó Brantley mientras alisaba y pasaba
una mano por el cabello de Daniel.

108
—Sí. Sólo recuerda que no soy la misma persona que era cuando
me fui. Si lo entiendes, nos llevaremos bien.

109
—NO PUEDO CREER que me convencieras de hacer esto. —
Brantley miró a su nuevo amigo y colega, Jordan Devaney, y no por
primera vez se preguntó si el joven profesor era el mismo hombre con el
que trabajaba de lunes a viernes.
Después de mucha persuasión, los dos estaban haciendo cola ante
el Boyz, uno de los clubes gay más populares
No era un gran aficionado a los clubes, pero a juzgar por los
pantalones blancos de cuero y la camiseta de tirantes de color berenjena
que llevaba Jordan, estaba claro que no era su primer rodeo… una
descripción adecuada, ya que acababa de mudarse a la ciudad desde
Wyoming hace un mes.
—Oh, por favor. ¿Qué más vas a hacer un viernes por la noche?
¿Quedarte en casa y tejer un suéter nuevo?
—Sabes, no deberías burlarte de la gente cuando tú mismo tienes
algunas opciones extravagantes de ropa.
—Cariño, me veo precioso. No todo el mundo puede salir con
pantalones de cuero blancos. Ni siquiera finjas que no estás celoso.
No estaba equivocado. Si alguien podía llevar ese conjunto, era
Jordan.
—¿Cuándo se inauguró este lugar? —preguntó Brantley mientras
se inclinaba hacia un lado y miraba la fila de gente que flanqueaba el
edificio.
—Hace dos semanas. Me enteré a través de un amigo y luego lo
busqué en Internet. Tenían algunos videos publicados, y, bueno, eran
extremadamente tentadores.

110
Apuesto a que sí, pensó Brantley mientras sus ojos se fijaban en el
cuero, la lycra, las lentejuelas y el brillo que los hombres de todas las
edades se habían puesto, rociado sus cuerpos, o tenían un amigo que los
abrochaba con el cinturón. Todo para impresionar a un extraño que sin
duda esperaban encontrar dentro. Un deseo similar esperaba cumplir,
mientras miraba sus vaqueros y su camisa negra.
—Digamos que los 'bailarines' fueron suficientes para traerme
aquí en esta sauna vestido con mi cuero. Así que confía en mí, valdrá la
pena.
No tenía ninguna duda. Además, había pasado demasiado tiempo
desde que se había conectado, y estaba empezando a pensar que estaba
afectando a su cerebro, porque todo lo que parecía estar en su mente
últimamente era su estudiante. Daniel Finley.
—Tu única misión esta noche —dijo Jordan—, es olvidar que
trabajas como un profesor estirado durante la semana. Esta noche,
serás.... mmm. ¿Sexy y menos nerd?
—Disculpa —dijo Brantley—. Resulta que creo que estar bien
educado es sexy.
—Por supuesto que sí —dijo Jordan—. Pero no estás aquí para
recogerte, ¿verdad? Un semental que está listo para convertirte en un
orgasmo que derrite el cerebro va a pensar que un…doctor es mucho
más sexy.
Brantley puso los ojos en blanco mientras arrastraban los pies por
la línea. Cuando finalmente llegaron a la puerta y al… Jesús ese tipo es
enorme, portero con unos vaqueros negros y una camisa negra apretada,
Brantley esperó a que su cuerpo reaccionara.
Y… nada.
Maldita sea.

111
Los dejó pasar la cuerda roja, y cuando Brantley entró por la puerta
y el sonido de la música hizo estallar sus tímpanos, gritó por encima de
su hombro a Jordan: —¡a él no pareció importarle este profesor nerd!
—No dijiste nada. Eso no cuenta. Ahora, ponte en movimiento,
doctor.
Los ojos de Brantley se ajustaron lentamente a la invitante
oscuridad que le hacía señas como una invitación pecaminosa. A través
de la neblina de una máquina de humo, las luces estroboscópicas
pulsaron en el tiempo hasta que la fuerte palpitación golpeó en todo el
enorme club.
Barrió su mirada sobre los cuerpos que giraban ante él, y cuando
Jordan finalmente se detuvo a su lado, Brantley lo miró y sonrió.
Sí, esto era exactamente lo que necesitaba. Una noche para
perderse en la música, el alcohol, y los tíos buenos. O debería decir
chavales.
Jordan indicó que se dirigía al bar, y Brantley lo siguió, sus ojos
fijos en los hombres semidesnudos que golpeaban y molían en la pista
de baile. Descubrió que no podía esperar a salir de allí, pero tal vez
después de un par de tragos.
Mientras se dirigían hacia el repleto bar, vio a dos de los -
bailarines- a los que Jordan se había estado refiriendo al caminar hacia
las mesas altas a la izquierda de la pista de baile. Estaban vestidos con
los shorts más blancos y ajustados que jamás había visto. En realidad,
parecía como si hubieran sido pintados, y pensó que debía haber un
Dios, porque eso era todo lo que llevaban puesto.
Sí. De acuerdo, ha pasado demasiado tiempo desde que hice esto,
pensó.
Era el lugar exacto en el que podía encontrar un cuerpo caliente
para bailar e incluso besarse. Pero eso era todo. Ahí es donde se
detendría. Su tiempo de participar en aventuras de una noche quedó

112
atrás, y su trabajo era demasiado importante para cualquier tipo de
escándalo, sin importar lo caliente que pudiera ser, para volver y
morderle el trasero. Tanto literal como figuradamente.
Quitó los ojos de la pista de baile, y mientras volvía a buscar a
Jordan, sus ojos se posaron en uno de los bailarines que se inclinaba
sobre la barra, hablando con el camarero tatuado. El tipo se estaba
riendo de algo que el bailarín acababa de decir, y Brantley se encontró
admirando toda la piel que podía ver.
El bailarín no sólo tenía piernas largas y musculosas, que le
excitaban por sí solas, sino que sus pantalones cortos blancos delineaban
un trasero increíble. Lo que realmente lo estaba haciendo por Brantley,
sin embargo, lo que realmente le llamó la atención fue la espalda ancha,
el estiramiento desnudo de piel que se veía por encima de esos
diminutos shorts y la cola de caballo rubia atada a la nuca.
Parecía que había desarrollado una gran fijación. Menos mal que
vivo en una ciudad surfera.
Acababa de dar un paso más cerca, queriendo ver la cara del
hombre, cuando el bailarín se enderezó y se giró. Fue entonces cuando
sus pies se detuvieron abruptamente, porque el hombre que estaba
frente a él no era otro que el maldito Daniel Finley.
No debería haber sido tan chocante como lo fue verle, pero
chocante fue la única palabra que le vino a la mente. Junto con la santa
madre de Dios. El tipo estaba prácticamente desnudo, y cuando ese
pequeño factor golpeó el cerebro de Brantley junto con la reacción que
su polla estaba teniendo ante la expresión arrogante que cruzaba la cara
de su estudiante, Brantley no pudo hacer nada. Parecía que sus pies
habían olvidado cómo moverse.
Daniel, aparentemente, no tenía el mismo problema. Caminó hacia
adelante, se detuvo cuando estaban hombro con hombro, y lo saludó.
—Buenas noches, profesor Hayes. Te ves bien.

113
Mantén tus ojos en su cara, se ordenó Brantley mientras inclinaba
su cabeza hacia arriba y veía los labios de Daniel moviéndose.
—Hola, Daniel.
Daniel se inclinó, y Brantley se instruyó para no acobardarse. No
le des la ventaja. No te muevas, Hayes. Pero cuando Daniel puso su boca
en su oreja, a Brantley le costó mucho no alcanzarlo.
—Es Finn —dijo Daniel.
Brantley tragó y se giró para mirarlo a los ojos.
—Y estoy en el podio de la izquierda. Ya sabes, si quieres mirar
bien.
Brantley estaba seguro de que estaba a punto de decirle -ya me iba-
, pero no salió nada. Por el amor de Dios, era un adulto y este chico –de
acuerdo, no un chico- estaba, sí, se estaba alejando de él y a través de la
multitud de hombres cachondos que no estaban sólo apartándose de su
camino, sino comiéndoselo con los ojos, bailando y tratando de captar
su atención.
Mierda. ¿A quién creía Brantley que engañaba? Ni siquiera podía
apartar los ojos de la espalda y el culo de Daniel. ¿Cómo no iba a ver
cómo lo sacudía en un escenario?
—Ahh, veo que has visto algo que quieres...
—Es un estudiante mío —dijo Brantley, cortando a Jordan antes
de que pudiera empezar.
Jordan le dio dos tragos muy fuertes, y si alguna vez hubo tiempo
para recuperar algo de coraje era ahora. Bajó el primero, y mientras el
ardiente alcohol perseguía un camino por su garganta, miró a su amigo.
—¿Cuánto tiempo? —gritó Jordan sobre la música.

114
Brantley sacudió la cabeza. Jordan puso los ojos en blanco y señaló
al segundo trago. También lo vació, y luego entregaron sus vasos vacíos
a uno de los camareros que pasaba por allí.
—Ahora, de nuevo. ¿Cuánto tiempo has estado fantaseando con
tu estudiante?
Brantley se acercó al podio en el lado izquierdo de la pista de baile
justo cuando Daniel se subió a él. —No ha pasado nada.
—Pero quieres que...
Miró a su amigo y volvió a negar con la cabeza. Mientras una de
las cejas de Jordan se aproximaba a la línea del cabello, preguntó: —¿te
parezco estúpido?
Decidiendo que no responder era su mejor opción, Brantley
devolvió su atención a... Joder. Daniel estaba girando en el escenario con
un tipo musculoso. Una vez que superó esa observación, la forma en que
se movían las caderas de Daniel hizo que la sangre en el cerebro de
Brantley se moviera directamente al sur hacia su polla. Necesitaba salir
de ahí. Ahora.
—Tengo que irme.
Estaba comenzando a alejarse de su amigo cuando una mano le
apretó el brazo y lo hizo girar.
—Oye —le sonrió Jordan—. Vinimos a bailar con un extraño al
azar y relajarnos... así que hagámoslo. A menos que con el que quieres
bailar ya esté ocupado —dijo, dejando que sus ojos volvieran a subir al
podio.
Cuando el alcohol comenzó a relajar sus nervios, Brantley hizo un
trato consigo mismo. Podía hacer esto. Era un adulto, este club estaba
lleno, y no había razón por la que no pudiera salir a la pista de baile,
encontrar un cuerpo caliente y dispuesto, y pasar la noche bailando con

115
él. No era como si su sexualidad fuera un secreto, y Daniel había sabido
antes de esa noche que era gay... así que ¿por qué estaba huyendo?
Porque el tipo te da una erección y es inapropiado, le recordó su
conciencia.
Por muy preciso que fuera eso, iba a dejarlo a un lado por esta
noche. Y entonces un hombre de pelo oscuro de su estatura se detuvo
justo delante de él y dirigió su cabeza hacia la pista de baile. Sí, iba a ir
y relajarse con un extraño… este extraño.

—ASÍ QUE, ¿DÓNDE DEBERÍA poner mi equipaje?


Brantley se sacudió de su ensueño, y cuando sus ojos encontraron
los de Daniel, hizo un gesto hacia su habitación.
Mientras Daniel llevaba su maleta adentro, Brantley lo siguió a
través de la gran y espaciosa habitación y luego se apoyó en el marco de
la puerta. No podía creer cuánto había cambiado Daniel desde aquella
primera noche en Boyz. Parecía otra vida hace mucho tiempo. Pero
cuando se inclinó para poner la maleta en el suelo y sus pantalones de
lino se estiraron sobre su apretado trasero, Brantley se alegró al notar
que algunas cosas nunca cambiaban.
Atrapado en sus propias reflexiones, no se dio cuenta de que
Daniel se había enderezado y que le hizo una pregunta hasta que se
enfrentó a él.
—Lo siento… ¿qué fue eso?
—Te pregunté si te lo estabas pensando mejor. Tenías esa mirada
en tu cara.

116
Brantley empujó la puerta y se adentró más en la su habitación. —
¿Qué mirada es esa?
—Pensativo —dijo Daniel, metiendo las manos en los bolsillos—.
Así que, si has cambiado tu...
—No —se rio Brantley—. Eso no es definitivamente en lo que
estaba pensando.
—¿No?
—No. Estaba pensando en la primera noche que me besaste.
Los ojos de Daniel se abrieron de par en par, obviamente no
esperaba oír eso.
—¿Qué esperabas después de la forma en que prácticamente me
atacaste en el pasillo? No es que me sorprenda. Siempre has sido...
—Sé amable... —advirtió Daniel.
Brantley estaba extremadamente consciente de cómo este nuevo
lado de Daniel, el lado más nervioso, parecía tener una fiebre
instantánea en su sangre. —Sólo iba a decir que siempre has ido tras lo
que querías. Eres muy directo. Eso no ha cambiado, evidentemente.
—Evidentemente —estuvo de acuerdo Daniel. Luego bajó los ojos
sobre Brantley y añadió—. Tampoco tengo lo que quiero.
Brantley tartamudeó su acuerdo mientras caminaba hacia la
cómoda de su habitación y abrió una que había vaciado. —Puedes usar
esto si quieres.
—Gracias —dijo Daniel mientras tomaba varios pares de
pantalones cortos y camisas de su maleta. Después de colocarlas en el
cajón, lo cerró.
Entonces Brantley se oyó preguntando: —¿Todavía te gusta
bailar?

117
Daniel se agachó sobre su caso y luego miró por encima de su
hombro a Brantley. —A veces. ¿Y a ti?
—No he estado en años. Estoy un poco viejo para...
—¿Hablas en serio?
—No —dijo, tratando de imaginar ir a uno de esos clubes ahora, a
su edad.
—No eres viejo.
—Lo dice el sexy treintañero con el cuerpo y el cabello perfectos.
Mientras Daniel estaba de pie, arrojó la ropa en su mano sobre la
cama que ambos habían estado evitando. Luego se acercó y ahuecó el
costado del cuello a Brantley. Ni siquiera trató de resistirse cuando
Daniel lo empujó hacia adelante. En vez de eso, puso ambas manos
sobre el pecho de Daniel e inclinó su cabeza hacia arriba para
encontrarse con los ojos ardientes que lo miraban fijamente.
—Este treintañero no ha querido nada más que desnudarte desde
que te volvió a ver. Planeo recordarte cada minuto que estoy aquí que
eres tan sexy ahora como lo eras entonces. ¿Y Brantley? Esta vez, es bajo
mis condiciones, y te voy a dejar boquiabierto. Así que, cada vez que
mencionas tu edad como si fuera algún tipo de discapacidad, voy a
poner diez minutos en un puto reloj en algún lugar de esta casa y hacer
que esperes y pienses en ello hasta que te permita correrte. ¿Lo
entiendes?
Brantley lo entendió, de acuerdo, y también su pene. Daniel quería
el control entre ellos. Quería lo que no había tenido en ese entonces, y
Brantley estaba más que feliz de dárselo.
Pasó la lengua por sus labios, levantó la mano para tocar la de
Daniel y susurró: —lo entiendo.
Los labios de Daniel se doblaron contra sus dedos, y dijo: —dilo.

118
Brantley sabía que Daniel estaba recordando, la noche que
finalmente se rindió y besó a su estudiante.
—Bésame, Finn.

DANIEL EXAMINÓ A LA multitud en busca de su profesor


mientras movía sus caderas al ritmo sensual de la música. En la última
media hora, había visto al profesor Hayes con unos cuantos hombres
diferentes, cada uno de los cuales había querido apartar de su camino,
hasta que se dio cuenta de lo que estaba pasando.
Su maestro se estaba situando a propósito para que pudiera bailar
con el hombre con el que estaba mientras dejaba que sus ojos lo
encontraran, y era muy excitante saber que estaba observando que
Daniel apenas podía mantenerse decente.
Después de los dos primeros chicos, se convirtió en una especie
de juego entre ellos. Y sabía que el profesor estaba consciente, porque si
alguien se metía en su línea de visión, maniobraba para poder seguir
mirándole mientras su pareja de baile se ponía encima de él.
Sin embargo, de alguna manera, Daniel lo había perdido con el
último cambio, y era su turno de tomar un descanso de todos modos, así
que se bajó de su lugar y estaba a punto de dirigirse al bar cuando
encontró a su profesor entre la multitud.
Sabiendo que, si no lo hacía ahora, nunca lo haría, Daniel se abrió
paso a través de los cuerpos sudorosos, y cuando estuvo a poca
distancia, apretó su mano contra la muñeca del profesor Hayes.
Mientras miraba a Daniel, sus ojos se dirigieron a la mano que tenía
sobre él, y Daniel rápidamente quitó sus dedos.

119
La música estaba alta, y la única manera de que escuchara algo era
si se acercaban, así que dio un paso más hasta que el material de los
vaqueros del profesor Hayes estaba presionado contra sus piernas
desnudas. Chupó el labio inferior entre sus dientes y levantó la ceja,
desafiando a su maestro a hacer el siguiente movimiento, y una maldita
emoción corrió por su columna cuando dos manos cayeron sobre sus
caderas.
Recogiendo el ritmo, Daniel cerró los ojos y se meció contra el
hombre que ahora se movía con él. Las manos en su cintura se deslizaron
alrededor de su trasero y lo arrastraron hacia adentro, de modo que su
polla estaba ahora moliéndose contra la dura polla en los vaqueros de
su profesor. Entonces Daniel gimió, puso sus brazos alrededor del cuello
de Brantley y realmente comenzó a moverse.
Cada puta fantasía que había tenido con su profesor se le revolvía
en la cabeza mientras apoyaba sus caderas contra las que actualmente
estaban empujando con las suyas, y cuando abrió los ojos y encontró las
de su profesor, bajó la cabeza y susurró: —Finn... dilo.
Se atrevió a pasar su lengua por la oreja de su maestro, y sus
pelotas se apretaron cuando los dedos en su trasero se flexionaron y
prácticamente se deslizaron entre sus mejillas.
—Dilo —exigió de nuevo, queriendo escuchar a Brantley decir su
nombre, y más que consciente de que estaba a punto de mendigar.
Entonces, el profesor Hayes giró la cabeza e inclinó la cara hacia
arriba para trazar su lengua a lo largo de su mandíbula, y el aliento de
Daniel se alojó en algún lugar de su garganta.
Mierda, esto fue lo más caliente que había hecho en su vida, y su
profesor ni siquiera lo había besado todavía. Pero cuando esa boca
burlona encontró su oído, el profesor Hayes susurró: —bésame, Finn.
Nada ni nadie podría haberlo detenido.

120
DANIEL PROBÓ LOS LABIOS DE BRANTLEY cuando sus ojos
se cerraron y dejó que cada parte de la experiencia se apoderara de él.
El primer beso en el pasillo había sido como un ataque. Quería
devolverle la propiedad a Brantley antes de que siguieran adelante con
lo que fuera esto. Aunque sólo fuera por un día, una semana o dos,
quería dejar bien claro que mientras estaba en la cama de Brantley, nadie
más lo estaría.
Este beso, sin embargo, fue una experiencia totalmente diferente.
Los dedos de Brantley se deslizaron por su nuca y luego jugaron con su
cabello mientras Daniel enredaba su lengua con la suya. Cuando lo
chupaba, el gemido que salió de Brantley valió la pena cada segundo de
la forma en que lo devoraba.
Pasó una de sus manos por el grueso cabello de Brantley y luego
retorció sus dedos para tirar de él un poco hacia atrás. Cuando lo miraba
con los labios hinchados y los párpados pesados, Daniel le dijo: —sigues
siendo el hombre más sexy que he visto en mi vida. No lo dudes. Nunca
jamás. ¿De acuerdo?
Brantley asintió lentamente. —Mmmm. De acuerdo.
—Además, tampoco me veo igual. Quiero decir, mira este corte de
pelo, y todavía te gusto. —Mientras golpeaba su pelvis contra la de
Brantley, sonrió y luego lo soltó.
—Creo que parece muy… sofisticado.
—Mi madre cree que parezco de ciudad.
—Lo haces. Pero eso no es malo.
—Claro que no lo es —se rio Daniel.

121
—Bueno —dijo Brantley, dando un paso atrás muy necesario, —
¿tienes hambre?
—Joder, sí. Me muero de hambre.
—Y ahí está mi Finn.
Ese comentario hizo que la risa de Daniel llegara a un final
abrupto. Porque la verdad es que ya no era su Finn, ya no. Y era mejor
que los dos lo entendieran desde el principio y no intentaran engañarse
haciéndoles creer que esto podía ser otra cosa que lo que era.
Dos semanas. Y nada más.

122
BRANTLEY MALDIJO SU propia estupidez mientras
abandonaba casualmente su habitación y corría hacia la cocina.
¿En qué estaba pensando al decir eso? No tenía excusa. Bueno,
nada menos que el pequeño viaje por el carril de la memoria que se había
desdibujado con el presente y que tenía a su cerebro y sus emociones
retorcidas alrededor de ellos.
La expresión en la cara de Daniel cuando lo dijo, sin embargo...
Maldita sea. Había sido hermético y cerrado. Por fin habían empezado
a dar pasos adelante, y con un estúpido error, estaban justo donde
habían empezado. Pero Brantley no iba a dejar que le molestara, decidió
abrir la nevera y comprobar el contenido. Sí, claro.
No fue su culpa que así pensaba de Daniel. Siempre había sido su
Finn. Desde ese momento en el club, Daniel había sido suyo. Y cuando
lo vio la otra noche, todavía se sentía así.
Después de agarrar el queso Brie, unas uvas y una botella de
Chardonnay, cerró la puerta y se dedicó a cortar pequeños triángulos de
queso. Lo arregló todo en un plato con unas galletas saladas, tomó dos
copas de vino que colgaban debajo de uno de sus gabinetes, y luego lo
llevó todo en una bandeja hasta su balcón. Después de ponerla sobre la
mesa, se acercó a la barandilla que daba a la playa.
Necesitaba mantener la cabeza despejada durante las próximas
dos semanas. Una mente clara y un corazón cauteloso. Daniel le había
dicho directamente que era diferente. Le dijo que había cambiado, y
mientras que la química estaba obviamente todavía hirviendo a fuego
lento entre ellos, necesitaban superar tantas otras cargas antes de que
pudieran realmente disfrutarlo.

123
—Pensé que podría encontrarte aquí.
Cuando Brantley miró por encima de su hombro, Daniel estaba
saliendo al balcón. Se había puesto un par de gafas de sol de Aviador, y
mientras caminaba hacia él, Brantley pensó que nunca se había visto más
guapo.
Daniel se veía diferente, extremadamente diferente, y su madre
tenía razón cuando dijo que el elemento de la ciudad había dado forma
al hombre que se detenía a su lado. Pero con las gafas, los pantalones de
lino sueltos y la camisa, Brantley todavía veía al surfista rubio del que
se había enamorado por primera vez.
—Es relajante —dijo mientras devolvía la mirada a las olas.
—Es eso. A veces, cuando me acuesto en la cama por la noche y
los coches y camiones tocan sus bocinas en la calle, pienso en este lugar.
El sonido de las olas y el crujido de las cortinas con la brisa. ¿Recuerdas
cómo solías dormir con la ventana abierta?
Brantley sonrió y lo miró. —Por supuesto. Solías colarte todas las
noches.
—Oye, me dijiste que, si veía la luz encendida, era bienvenido.
Así lo había hecho.
—Y la luz nunca se apagó —le recordó Daniel—. No después de la
primera noche.
Brantley se enderezó contra la barandilla para mirar fijamente a su
casa. Había estado tan tranquilo durante años. Oh, tenía amigos todo el
tiempo, como Jordan, que era prácticamente de la familia. Y había tenido
relaciones ocasionales aquí y allá, pero nunca en su casa, siempre en la
de ellos. Nunca les había pedido que volvieran a su casa, porque la idea
de alguien en su cama que no fuera Finn... no le había parecido bien.
—¿Quieres un trago? —preguntó mientras se servía una copa de
vino.

124
—Estoy pensando que dos o tres podrían ayudar.
Se rio y luego le ofreció un vaso a Daniel. —No me digas que
Daniel Finley, el duro abogado de la ciudad, está nervioso.
—No nervioso, no.
—¿No?
—No.
—¿Entonces qué?
Daniel tomó un sorbo de su vino, y cuando lo bajó, dijo muy
seriamente. —Aún no lo sé.
Brantley se sentó en una de sus tumbonas y tomó una galleta y una
rebanada de queso. Se la metió en la boca, la masticó y luego hizo un
gesto a Daniel para que tomara la silla de enfrente. Cuando lo hizo... y
agarró una uva, la lanzó al aire y se la metió en la boca, Brantley sonrió
y preguntó: —¿puedo decirte lo feliz que estoy de tenerte aquí?
Mientras Daniel masticaba su comida, los ojos de Brantley se
dirigieron a sus labios llenos y observaron cómo se curvaban. No podía
ver detrás de esas gafas, pero sabía que los ojos de Daniel estaban sobre
él. Así como sabía que no importaba cuánto guardara su corazón, nunca
sería capaz de dejar de amar a este hombre de nuevo. Y la razón era
simple.
Nunca se había detenido en primer lugar.
—Sí, puedes decírmelo. ¿Y Brantley? —preguntó Daniel mientras
recogía otra uva.
—¿Sí?
—Voy a permitirme disfrutarlo.

125
DANIEL PUSO UNO de sus tobillos en sus rodillas y se llevó las
manos al estómago. El sol desaparecería pronto, y mientras empujaba
sus gafas sobre su cabeza, miró al hombre que miraba fijamente el día
que se desvanecía.
Era tranquilizador, apacible, mientras se sentaba con Brantley,
bebiendo vino y disfrutando de la vista. Pero fue más que la vista y el
alcohol lo que causó ese efecto. Era el mismo hombre. Siempre había
sido así.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que te tomaste unas
vacaciones? —preguntó Brantley, mientras buscaba el vino para llenar
su vaso.
—¿Por qué?
—No lo sé. Estas un poco...
—¿Sí? —dijo Daniel, desafiándolo a continuar y preguntándose a
dónde iba. ¿Tenso? ¿Altamente nervioso? ¿Arrogante?
Brantley sonrió entonces se encogió de hombros. —Más pálido de
lo que recordaba.
Daniel se rio de eso en voz alta. —¿Intentas decirme que necesito
broncearme?
—Bueno, no. Estaba pensando que probablemente pasas la mayor
parte del día en una oficina o en un tribunal.
—Tendrías razón. Ya han pasado unos cuantos años.
—¿Años?
—Sí. Años —dijo—. He estado en camino para un… ascenso, se
podría decir. Y la única manera de conseguirlo era dedicarle más tiempo
y esfuerzo que nadie. Deberías entender ese tipo de compromiso. Fue tu
último acto altruista el que me enseñó a tener tanta dedicación.

126
Un ceño fruncido estropeó la frente de Brantley y Daniel
inmediatamente quiso retractarse de sus palabras. Mierda.
—Supongo que hay más en ese comentario que el vago cumplido
en el que está envuelto.
Daniel se llevó su vaso a los labios y cerró la boca, eligiendo seguir
el viejo consejo: si no tienes nada bueno que decir...
—¿Finn?
—¿Mmm?
—Lo siento.
Mientras las dos palabras que había esperado tanto tiempo
escuchar flotaban entre ellos, no estaba seguro de qué decir.
Ahí estaban. Así de simple. Sin embargo, era tan complicado que
no tenía absolutamente nada que decir en respuesta.
Puso su vaso vacío sobre la mesa y se levantó. Brantley
permaneció sentado, pero lo miraba, y mientras los dos se miraban, todo
el tiempo y toda la distancia entre ellos se derretía. Era como si Daniel
fuera su yo más joven parado frente al hombre que le había robado el
corazón, y podía sentir que caía de nuevo.
Caminando entre las piernas de Brantley, puso sus manos en los
brazos de su silla y acercó su cara a la que le había perseguido cada
maldita hora. —Sé que lo sientes —susurró—. Ojalá fuera tan fácil.
Brantley cerró los ojos, y Daniel se maravilló de sus gruesas
pestañas.
—Voy a darme una ducha y a recostarme durante una hora más o
menos, si te parece bien. Estoy agotado.
Cuando Brantley abrió los ojos, asintió. —Por supuesto. Ya sabes
dónde está todo. Tal vez mañana podamos relajarnos, dejar que todo se
arregle un poco. Tengo algunos exámenes que calificar...

127
Daniel se puso en pie y dijo: —¿quieres que te ayude? Estoy seguro
de que recuerdo tus estrictas normas.
—Debería, Sr. Asistente. Los calificaste durante dos años.
—Bueno, ha pasado mucho tiempo. Pero si no estoy a la altura de
tus altos estándares, tal vez podrías reeducarme. O estaré más que feliz
de ver cómo los calificas.
Brantley se acomodó en su silla y cruzó los tobillos. —Eso suena
factible.
Al pasar junto a él hacia la puerta abierta, Daniel dijo por encima
de su hombro—¿Quién sabe? Tal vez me tumbaré y trabajaré en mi
bronceado de cuerpo entero.
Brantley se incorporó y se giró en su silla, y Daniel se aseguró de
llamar la atención y guiñar el ojo.
—Saldré pronto. No me extrañes demasiado —dijo mientras
desaparecía dentro.

CUANDO DANIEL salió de su vista, Brantley se puso de pie y le


dio una patada a sus sandalias. Necesitaba alejarse del hombre que
acababa de desaparecer dentro de su casa. Necesitaba unos minutos
para analizar lo que quería obtener de todo esto, porque por lo que podía
decir, si quería a Daniel para más de dos semanas de aventura, iba a
tener que hacer algún tipo de magia para atravesar las paredes que el
hombre tenía alrededor de su corazón.
Bajando las escaleras hacia la playa, se desabrochó la camisa. Dios,
realmente arruinó las cosas para ellos, ¿no? Y estaba arrepentido. Más
arrepentido que nunca de que las acciones que había emprendido con la

128
esperanza de ayudar al joven al que había amado, en realidad parecieran
destruir una parte de él.
Parándose en la orilla arenosa, se encogió de hombros de la camisa
y la tiró a los pies. Luego se desabrochó los pantalones cortos. A menudo
bajaba a nadar por la tarde para despejarse, y el océano le llamaba ahora.
Después de comprobar que no había nadie alrededor, dejó caer sus
pantalones cortos sobre la camisa y se metió en el agua con sus
calzoncillos. Mientras el agua fría chapoteaba en sus tobillos, clavó los
dedos de los pies en la arena húmeda y cerró los ojos, inclinando la cara
hacia arriba para respirar el aire salado.
¿Qué voy a hacer ahora? pensó mientras caminaba más profundo
en el agua. Mientras se arremolinaba alrededor de sus pantorrillas y
luego salpicaba contra sus rodillas, pensó en Daniel en su ducha. ¿Y en
qué está pensando?
Hubo un tiempo en el que había sabido con una mirada lo que
estaba en la mente de Daniel. Pero no ahora. El hombre cauteloso que
pasaba de caliente a frío en un abrir y cerrar de ojos lo hacía dudar de sí
mismo. Y odiaba eso.
Cuando estaba hasta la cintura, el océano lo empujó hacia adelante
mientras se retiraba. Respiró hondo, se sumergió y dejó que el agua fría
le bañara mientras la ola se estrellaba contra sus pies.
Cuando volvió a aparecer por el otro lado y se deslizó las manos
por el cabello, lo único que pensaba era lo mucho que le gustaba vivir
en la playa. Había sido uno de los mayores atractivos para aceptar el
trabajo en la UCF, y ahora no podía imaginar vivir en ningún otro lugar.
El hecho de que Daniel se había alejado de ella durante tanto tiempo aún
le volaba la cabeza.
Siete Años. Guau.

129
Cuando Daniel se fue por primera vez, Brantley esperaba que
fuera por dos o tres años, porque había ido allí para terminar su
licenciatura en derecho. Pero Brantley nunca sospechó que serían siete.
Daniel podría haber estado bromeando antes cuando le dijo a
Brantley que no le echara de menos, pero cuando las olas lo hundieron
y se dejó llevar en ese momento por la marea, pensó que nunca se habían
pronunciado palabras más verdaderas.

BRANTLEY BAJÓ las escaleras del segundo piso, donde acababa


de terminar su reunión matutina de la facultad. Miró su reloj, feliz de
ver que aún le quedaban veinte minutos para su primera clase. Su
primera clase con Daniel después de que prácticamente se tiró al tipo en
la pista de baile de Boyz.
Mierda. Eso sí que iba a complicar la vida. No había podido dejar
de pensar en el viernes desde que se había ido a casa y había pasado
demasiado tiempo en la ducha corriéndose pensando en ello.
Diablos, ¿quién podría culparme? Finn le había volado la cabeza.
No podía ni siquiera imaginar cómo se sentiría si lo hubiera follado…
No, basta, se reprendió cuando dobló la esquina y se dirigió hacia
su oficina, necesitando unos minutos para recuperarse.
Sin embargo, eso no estaba en la agenda, porque el objeto actual
de su obsesión lo estaba esperando en la puerta de su oficina.
A medida que se acercaba, se aseguró de enderezar los hombros.
Esta era exactamente la clase de situación que esperaba evitar al no tocar
a Daniel. Pero ahora que lo hizo, eso era todo en lo que podía pensar
mientras el joven, el accesorio permanente en su cabeza desde el viernes,

130
le dirigía una sonrisa que era tan brillante que prácticamente iluminó el
pasillo.
—Buenos días —dijo Daniel cuando Brantley se detuvo en su
puerta y sacó las llaves del bolsillo de sus pantalones.
Tratando de buscar la indiferencia, encontró la llave que estaba
buscando y se concentró mucho en insertarla en la cerradura. —Buenos
días, Daniel. —Por el rabillo del ojo, vio a Daniel subirse la bolsa por el
hombro.
—Oh, volvemos al Daniel, ¿verdad?
Levantó los ojos hacia los que se reían de Daniel y se aseguró de
poner sus labios en una línea firme y sin tonterías mientras asentía. —
Sí, Daniel, volvemos.
Una vez que la puerta se abrió, Brantley entró pensando que eso
sería el final de todo. Debería haberlo sabido mejor, sin embargo. Daniel
lo siguió a su oficina, y lo que usualmente se sentía como un buen
espacio para él fue repentinamente claustrofóbico.
—¿Necesitabas algo? —preguntó mientras se dirigía al otro lado
de su escritorio. Sí, algo entre ellos aparte de la tensión sexual que
palpitaba en el aire era bueno. ¿Ves? Puedo hacer esto.
—Sí. La respuesta a esa pregunta es definitivamente sí. Necesito
algo. O alguien. —Los ojos de Daniel eran audaces mientras se movían
sobre Brantley.
Se dijo que no se moviera para ajustarse la corbata. Pero esa sola
mirada le impedía respirar. —Creo que deberías ir a clase.
—Creo que deberías dejar de actuar como si no me hubieras
besado el viernes por la noche y hacer que prácticamente me arranque
la polla masturbándome todo el fin de semana.
—Daniel…

131
—Finn.
El tono hosco de su voz hizo que Brantley se cruzara de brazos en
un movimiento defensivo.
—De acuerdo. Finn. No creo que sea el momento ni el lugar
apropiado para discutir esto.
—Entonces dime una hora y un lugar donde sería.
Suspiró y pasó una mano por su cara antes de agarrarse la nuca.
—Eres tan jodidamente sexy.
Cuando las palabras de Daniel llegaron a sus oídos, no pudo evitar
devolver la mirada a los hambrientos ojos que lo miraban. Entonces
Brantley se escuchó reír. —Está bien, sí. Esta conversación debe suceder
más tarde. Aquí no. Los dos tenemos que ir a clase… —miró su reloj—,
en diez minutos.
—Más tarde, entonces. Dime dónde.
Metió las manos en los bolsillos de sus pantalones, y cuando los
ojos de Daniel bajaron a su ingle, Brantley se maldijo por haber llamado
la atención sobre su obvia erección. Sabiendo que necesitaba sacar a
Daniel de su oficina lo antes posible, dijo lo primero que se le ocurrió.
—Mi casa. Encenderé la luz cuando esté en casa.
Daniel buscó detrás de él la manija de la puerta, pero antes de irse,
le sonrió a Brantley de una manera que hizo que su corazón se derritiera.
—Muy bien. Será mejor que me dé prisa. Tengo una clase en… —Daniel
se detuvo e hizo una demostración de mirar el reloj que colgaba de la
pared de su oficina—. Ocho minutos. Lo veré allí, profesor. No me
extrañes demasiado.
Cuando Daniel salió de su oficina, Brantley finalmente soltó el
aliento que había estado aguantando. Luego se sentó en su silla y tiró
del cuello de su camisa, tratando de calmar sus nervios antes de tener

132
que enfrentarse a su clase, y al estudiante que acababa de invitar a su
casa esa misma noche.

133
DESPUÉS DE SU DUCHA, Daniel envolvió una toalla alrededor
de su cintura y se dirigió a la habitación de Brantley, donde había
desempacado y guardado su ropa antes. Se puso unos calzoncillos y
estaba a punto de meterse en la cama cuando se detuvo a punto de
resbalar entre las sábanas.
Al igual que el resto de su casa, la habitación de Brantley estaba
limpia. La dura madera de bambú se extendía hacia el interior de la
habitación, y en el centro había una cama de plataforma de gran tamaño
que fue empujada contra la pared trasera. El edredón blanco que yacía
encima del colchón siempre hacía que la cama fuera acogedora. Daniel
podía literalmente subir a la cama baja hasta el suelo, con los marcos de
madera, y en ese momento, se preguntó quién más se había subido a esa
cama y se había acostado en ella con Brantley. Y eso lo hizo retroceder.
El silencio en toda la casa le hizo saber que Brantley aún no había
entrado, y pensó que tal vez, como él, había necesitado algo de tiempo.
Un poco de espacio para pensar en todo lo que había pasado hoy y en lo
que iba a pasar a partir de ahora.
Decidiendo que se sentiría más cómodo sentado en la silla de
mimbre acolchada junto a la ventana, Daniel miró el cielo azul rosado y
quiso ser indulgente.
Dos semanas. Tenía dos semanas para resolver su problema... y
luego seguir adelante. Originalmente había regresado allí con la
intención de sacar a Brantley de su sistema. Pero estaba empezando a
darse cuenta de que, aunque había pasado años enfurecido, Brantley
creía que le había hecho un favor y le deseaba felicidad y éxito, y ¿cómo

134
podía seguir enfadado por ello? Incluso si el hombre lo había hecho de
la manera equivocada.
—¿Finn?
Daniel miró hacia la puerta del dormitorio, Brantley estaba allí de
pie, con el pelo mojado y despeinado, y su camisa parecía pegada a él.
Daniel sabía exactamente dónde había estado y qué había estado
haciendo.
Su tarde de natación.
El resplandor del atardecer era todavía suficiente para iluminar la
habitación, y cuando Daniel se puso de pie, Brantley vio lo poco que
llevaba puesto y se mojó los labios inconscientemente.
—No tenías que permanecer despierto. Sé que los últimos dos días
han tenido que ser agotadores —dijo, tirando sus sandalias al suelo,
justo al otro lado de la puerta.
Daniel caminó hacia él, y Brantley entró más lejos en la habitación,
dejando que sus ojos bajaran por su cuerpo antes de que se detuvieran
y fijasen en el tatuaje que seguía la parte inferior derecha del torso de
Daniel.
—Planeaba tomar una poderosa siesta. Pero no me atrevía a
meterme en la cama. No dejaba de pensar en quién podría haber estado
en ella desde que me fui.
La mirada de Brantley se dirigió a la suya, y cerró la distancia entre
ellos hasta que se paró en la alfombra blanca y lujosa. —Nadie.
—Vamos, Brantley. —Daniel agarró la cara y bajó la cabeza para
susurrar contra sus labios—. No me mientas.
Brantley rodeó las muñecas de Daniel y le arrancó las manos,
entrecerrando los ojos. —No estoy mintiendo. No he dicho que no haya
habido nadie. Pero nadie ha estado en esa cama. Esa es nuestra cama,
Finn.

135
Daniel miró por encima de su hombro el lugar donde había pasado
tantas noches y días. Luego se volvió hacia la persona con la que quería
acostarse y dijo suavemente: —fuiste a nadar.
Cuando Brantley asintió, Daniel tocó el botón superior de su
camisa mojada.
—Sí. Lo hice.
—Esta camisa debe ser muy incómoda, entonces —dijo soltando
el botón.
Mientras Brantley levantaba sus manos para ponerlas en sus
caderas, Daniel dio otro paso hacia él. Retuvo el gemido que quería
soltar cuando esos dedos fríos trazaron el elástico de sus calzoncillos
hasta el centro de su espalda. Luego acarició su nariz en el cabello
húmedo justo debajo de la oreja de Brantley y lo besó allí.
—Hueles como el océano.
Brantley inclinó su cabeza hacia un lado para darle un mejor
acceso, y no había manera de que Daniel no lo tomara. No pudo
resistirse a meter su lengua en el cuello de Brantley antes de morderle el
hombro. —También sabes a eso.
Los dedos en la parte baja de la espalda subieron por su columna,
entonces Brantley susurró su nombre como si fuera una oración, y
Daniel finalmente perdió la batalla para resistirse a él. Tomando cada
lado de la camisa de Brantley, empujó uno y luego el otro por sus brazos
hasta que se los clavó a los costados. Brantley inclinó su cara hacia la
suya, y Daniel bajó su cabeza para correr su lengua a lo largo de la
costura de sus labios.
El sabor salado del mar pareció desencadenar una explosión de
lujuria. Entonces Brantley gimió contra sus labios, y Daniel no pudo
evitar empujar su lengua profundamente para continuar su asalto.

136
Dios, esta era la tortura más dulce que podía ser. Entonces, ¿era el
cielo o el infierno? Lo más probable es que fuera el infierno, pensó,
porque las llamas que se abrían paso a través de su cuerpo sólo podían
haber sido el resultado de algo pecaminoso. Brantley estaba empujando
hacia adelante para acercarse a él, y Daniel soltó la camisa, dejándola
caer al suelo para finalmente poder tocar esa hermosa cara.
Mordió el labio inferior de Brantley mientras sus manos volvían a
sus caderas, y esta vez, cuando trazó sus dedos a su espalda, Brantley
los deslizó hacia abajo para tomar un puñado de su trasero.
Cuando sus cuerpos entraron en contacto, Daniel finalmente dejó
libre el gemido que había estado construyendo en él, y empujó su apenas
confinada erección contra el material húmedo de los pantalones cortos
de Brantley. Los dedos en su culo se flexionaron y le instaron a acercarse,
y su boca se curvó ante el familiar movimiento.
Las manos de nadie afectaron a Daniel de la manera en que lo
hacía las de este hombre, y le sorprendió que incluso después de todo
este tiempo separados, Brantley todavía tuviera el poder de
desenmarañarlo con un solo toque.
Arrancando su boca, Daniel dio un paso atrás y miró a los ojos de
párpados pesados que se concentraban en los suyos. Entonces metió los
dedos en sus calzoncillos, los bajó a la altura de la cintura y se los quitó
con audacia.
Pateando el trozo de algodón encima de la camisa de Brantley,
tomó el botón de los pantalones cortos de Brantley y lo soltó. Con los
ojos cerrados, lentamente bajó la cremallera y luego metió los dedos
dentro para eliminar los pantalones cortos y los calzoncillos mientras se
ponía de rodillas frente al hombre a quien todavía quería adorar.

EL PECHO DE BRANTLEY SE ELEVABA y bajaba mientras


miraba a Daniel.

137
Dios, no se había imaginado ni por un minuto que aquí era donde
la noche lo llevaría cuando regresara a la casa y cerrara las puertas con
llave. Esperaba encontrar a Daniel en la cama y muy posiblemente
dormido. En vez de eso, había estado sentado junto a la ventana en un
silencio meditabundo.
La natación de Brantley había aclarado un poco su mente, como
siempre. Pero tan pronto como Daniel se puso de pie y vio lo que llevaba
puesto o no, todos los pensamientos sanos y racionales se
desvanecieron.
Los 1,88 centímetros de Daniel en exhibición eran una vista que
dejaría a cualquiera sin habla, pero agrega esos apretados Calvin Klein
que acunaban sus pelotas como una palma caliente y Brantley había
olvidado cualquier otra cosa que no fuera acercarse lo suficiente como
para tocarlo. Sin embargo, nunca había esperado que Daniel se
arrodillara. Y nunca había imaginado la forma en que estaba pasando
sus manos reverentemente por la parte de atrás de sus muslos.
—Brantley —susurró Daniel mientras se inclinaba hacia adelante
para poner sus labios contra el hueso de la cadera de Brantley.
Incapaz de creer que esto estaba sucediendo realmente, casi tuvo
miedo de tocar al hombre arrodillado a sus pies, pero cuando Daniel
bajó su lengua por la V de su pierna para acariciar con su nariz la raíz
de su dolorido pene, Brantley ya no pudo mantener las manos alejadas
de él.
Pasó sus manos por el cabello de Daniel y se maravilló de la suave
textura mientras sus calientes labios rozaban la parte inferior de su
endurecida carne. Sus dedos se flexionaron en respuesta, apretando las
cortas hebras, y las manos en la parte trasera de sus muslos imitaban el
movimiento. Fue entonces cuando las palabras que le rompieron el
corazón flotaron por la habitación silenciosa.
—Quiero olvidar. Olvidar lo mucho que duele cuando no estoy
contigo. —Brantley levantó la cabeza de Daniel, y esos ojos anchos y

138
dorados encontraron los suyos mientras Daniel añadía: —ayúdame a
olvidar.
Brantley se quedó sin aliento ante la vulnerabilidad de esa
petición, y se encontró asintiendo mientras bajaba a horcajadas sobre los
muslos de Daniel. Mientras sus cuerpos se rozaban, Daniel tomó su boca
en un beso rápido, y antes de que Brantley supiera lo que estaba a punto
de hacer, se movió y lo puso de espaldas sobre la alfombra blanca.

DANIEL PLANTÓ SUS manos a cada lado de la cabeza de


Brantley y estudió la cara del hombre bajo él. Parecía como si hubiera
esperado todos los días desde que se fue para este momento exacto.
Entonces Brantley ensanchó las piernas, y no había forma de que Daniel
no fuera a aceptar esa invitación.
Acurrucando su polla contra la de Brantley, se maravilló de la
deliciosa sensación de lo familiar mientras aplastaba su boca contra la
hambrienta que le esperaba. Las piernas de Brantley le rodeaban la
cintura, y Daniel le clavó los dedos en el cabello húmedo mientras se
levantaba para acercarse aún más a él. Gruñó ansioso a la respuesta.
Joder, pensó. Necesito más de él.
Levantó la cabeza, sus labios curvados mientras Brantley
perseguía su boca.
—Diez minutos —dijo Daniel, y luego maldijo cuando Brantley
arqueó su cuerpo contra el suyo—. Te dije diez minutos por la referencia
de edad. Y una cosa que necesitas saber sobre el hombre en el que me he
convertido, profesor Hayes… —Puso la palma de la mano en el centro
del pecho de Brantley, y cuando se recostó contra la alfombra, Daniel lo
siguió para burlarse de su pezón con la punta de su lengua—. Es que me

139
gusta el control. Me gusta ser el que decide lo que hago en mi vida. Eso
también se extiende aquí, al dormitorio. ¿Funcionará para ti? —Brantley
asintió lentamente, pero por lo demás permaneció en silencio hasta que
Daniel le mordió el pezón y después agregó—. Además, soy un hombre
de palabra. Diez minutos. Son diez minutos.
Un frustrado sonido resonó por la habitación, pero las manos de
su pelo desaparecieron mientras Brantley las extendía sobre su cabeza.
Daniel tarareó en la parte de atrás de su garganta, y su polla palpitó ante
el permiso que se le estaba dando. Luego empezó a bajar por el cuerpo
de Brantley. Siguió el rastro de pelo a lo largo de su esternón hasta llegar
a su ombligo, donde lamió y chupó la sal de su piel. Luego tomó un
camino cálido y húmedo más abajo, el sabor de Brantley tan adictivo que
necesitaba más.
Cuando finalmente estuvo entre los muslos de Brantley, puso una
pierna y luego la otra sobre sus anchos hombros y se arrodilló,
inclinando el cuerpo de Brantley hacia él.
—Diablos, Finn —jadeó Brantley, bajando por el cuerpo de Daniel
para empuñar su polla.
Pero no estaba teniendo nada de eso. Quitó la mano de su camino,
pasó su lengua por la raíz del pene de Brantley y dijo: —mío. Mantén
tus manos en la alfombra.
Brantley le fulminó, pero hizo lo que le dijo, y Daniel le dio una
sonrisa salaz que provocó que Brantley moviera sus caderas hacia él.
Joder, sí, parecía que acababa de descubrir algo nuevo sobre su profesor.
A Brantley le gustaba recibir órdenes de él.
—Mantén las caderas quietas.
Los ojos de Brantley se iluminaron, y Daniel sonrió con suficiencia.
Sí, le gustó mucho. Tener a Brantley bajo su mando fue una combinación
embriagadora de volver a casa y un nuevo erotismo. Era viejo y nuevo,

140
y eso hizo que esta experiencia fuera una cosa... caliente como el
infierno.
Cuando habían estado juntos en el pasado, Brantley había sido el
más dominante de los dos. Había sido el que tenía la experiencia. El
profesor, el que hizo todas las reglas. Pero ahora, Daniel pensó mientras
daba vueltas a su tensa carne, elevándola hacia su boca… ahora todo eso
estaba a punto de cambiar.
Tomó a Brantley entre los labios y chupó la regordeta cabeza, y
cuando se elevó hacia él, Daniel sólo levantó los ojos, lo que tuvo a esas
rebeldes caderas congeladas en su lugar. Brantley apretó sus dientes
contra su labio inferior, y mientras Daniel bajaba sus ojos de vuelta a la
tarea, y luego sus labios sobre su polla hasta que golpeó la parte
posterior de su garganta, su nombre se desgarró de Brantley de la
manera más satisfactoria imaginable.
Sacándole la boca de encima, miró hacia el reloj de la pared y luego
besó el interior del muslo de Brantley. —Tienes cinco minutos más...
Los dedos de Brantley se clavaron en la alfombra, y Daniel no
pudo evitar la sonrisa en sus labios mientras mordisqueaba un camino
hasta sus bolas y luego succionó la tierna bolsa que se apretó contra el
cuerpo de Brantley.
—¿Cinco minutos para qué? —preguntó Brantley, su respiración
áspera.
Daniel metió sus dedos en el trasero que sostenía y luego colocó a
Brantley exactamente donde lo quería. —Cinco minutos para que
finalmente me des una de mis fantasías de todos los tiempos.
Los ojos de Brantley se oscurecieron, pero se las arregló para
preguntar —¿Cuál es?
Daniel sopló una cálida respiración sobre la tensa piel de Brantley,
y cuando se estremeció, Daniel le dio una sonrisa malvada.

141
—Vas a venir aquí y arrastrarte hasta mi regazo, como lo hiciste la
segunda vez que vine a tu casa. ¿Recuerdas eso, profesor? Estaba tan
nervioso que me dijiste que me fuera de nuevo, pero al mismo tiempo,
estaba tan excitado. Estaba decidido a hacer que te quebraras...
—Sí —gimió Brantley, y sus ojos se cerraron.
Daniel lamió el camino de regreso a la punta de la polla de
Brantley. —Todavía recuerdo exactamente lo que me dijiste mientras te
sentabas en mi regazo. ¿Puedes?
Brantley abrió los ojos y asintió.
—Pensé que lo harías —dijo Daniel, y luego se burló de él,
sumergiendo su lengua en la hendidura.
El tipo tenía un sabor increíble, exactamente como lo recordaba, y
de repente, su deseo de esperar se desvaneció. Bajó las piernas de
Brantley hasta la alfombra y luego buscó su muñeca, arrastrándolo hacia
arriba hasta que se puso a horcajadas sobre sus rodillas.
—Al carajo con esto. No voy a esperar —le dijo Daniel—. Incluso
los cuatro minutos que te quedan son demasiado largos. —Entonces
aplastó sus bocas juntas.

142
AL ATARDECER, Daniel se paró al pie de las escaleras que
conducían a la casa de su profesor y me preguntaba en qué se estaba
metiendo. Una suave luz iluminó el interior de la casa, y las palabras del
profesor Hayes de antes le llegaron de vuelta.
—Mi casa. Encenderé la luz cuando esté en casa.
Y, fiel a su palabra, el profesor había encendido la luz.
Se frotó las manos nerviosamente mientras intentaba controlar su
excitación. Se había recordado todo el camino para no tener esperanzas.
No tenía ni idea de lo que su profesor quería discutir con él, pero
esperaba que después del beso que se dieran el viernes pasado y de la
mirada que había puesto en su camino esa mañana, ambos estuvieran
finalmente en la misma página.
Subió las escaleras de dos en dos hasta la cima y cruzó la cubierta
hasta la puerta trasera tan rápido como sus pies lo llevaban. Cuando la
encontró abierta, como si el profesor le estuviera esperando, tuvo que
decirse que se calmara, porque eso... Eso es un puto pensamiento
caliente. Jesús. Sus palmas sudaban, y su polla estaba tan dura con la
idea de que el profesor Hayes estuviera adentro esperando que estaba
sorprendido de poder caminar.
Las cortinas estaban cerradas, pero giraban cada vez que la brisa
soplaba a través de ellas, y la anticipación de lo que vendría envió una
descarga de lujuria directamente a sus pelotas.
Cuidadosamente, arrastró el delgado material a un lado. Cuando
cruzó el umbral, como si fuera la primera vez que venía a la casa del
profesor, escudriñó la habitación en busca del dueño. El profesor Hayes
no estaba a la vista, pero la lámpara de la esquina estaba encendida y la

143
sala de estar estaba amortiguada por el suave resplandor de la singular
bombilla.
Daniel se quedó ahí parado, tratando de averiguar qué carajo
hacer a continuación, pero luego su maestro salió de la cocina. En ese
momento decidió que no le importaba si lo expulsaban de la clase o,
diablos, si lo echaban de la universidad. Valdría la pena seguir mirando
al hombre que tenía delante.
Vestido como antes, el profesor Hayes llevaba un suéter de polo
azul claro con el cuello vuelto, y se veía muy bien preparado para Nueva
Inglaterra. Escolástica en el norte del estado, porque nadie en Florida
sería sorprendido usando un suéter en esta época del año. Hacía
demasiado calor.
Daniel sonrió mientras su profesor caminaba alrededor del sofá y
luego le hizo un gesto para que entrara. Se quitó los zapatos y mantuvo
los ojos en los expectantes que lo miraban. Por Dios, sus ojos son de un
verde impresionante. A veces la luz, otras veces la oscuridad. Esta
noche, era difícil saber dónde estaba parado, y cuando finalmente se
sentó frente a Brantley, estaba demasiado callado para preguntar.
—Buenas noches, Finn.
Oh, joder. Sí. De acuerdo. Estaba acabado. Este tipo lo tenía tan
jodidamente cableado que también podría ofrecerse a sus pies, porque
el solo hecho de escuchar su nombre salir de esa boca sin rogar por ello
lo tenía a un pelo de distancia de suplicar por algo más.
—Profesor...
—Brantley.
Daniel tuvo que morderse el labio inferior para contener la sonrisa
triunfante que ansiaba extenderse por su boca.
—Cuando estás en esta casa, creo que ambos sabemos que no estás
pensando en mí como tu profesor.

144
Sabía el nombre de Brantley desde el momento en que se
conocieron, pero ser invitado a decirlo, usarlo y gritarlo, si se salía con
la suya, era una victoria en sí misma.
—Brantley —dijo Daniel, saboreando el sonido mientras se
relajaba en el cuero del sofá.
Brantley sacudió la cabeza mientras colocaba uno de sus tobillos
en su rodilla. —Sabes, la primera vez que te vi, me prometí que no te
tocaría...
Necesitó toda la fuerza de voluntad para no levantarse e ir hasta
donde Brantley estaba sentado, pero se las arregló para quedarse donde
estaba. No era que no quisiera estar cerca de él, pero el pelo castaño de
Brantley coqueteaba con su cuello, y se veía tan increíblemente sexy que
a Daniel le costaba bastante no tocarse. Si se acercara a él, entonces todo
habría terminado.
Brantley continuó hablando, pero todo lo que Daniel siguió
oyendo era tócate. Diablos, eso no era una gran sorpresa, sin embargo.
Tenía diecinueve años, era gay y estaba sentado frente al hombre más
sexy que había visto. Añade que Brantley era mayor y cada fantasía que
había tenido estaba ahí, envuelta en un suéter de polo y una maldita
corbata rosa.
—¿Finn?
—Sí —se las arregló para decir.
—¿Qué es lo que quieres de mí? Porque, honestamente, todo esto
es un poco... complicado. Quiero decir, ¿estás buscando un polvo
rápido?
Su garganta se secó ante la directa pregunta, y luego decidió, -a la
mierda- y se extendió para masajear su erección a través de sus
pantalones cortos. Dios, estaba duro. Tan jodidamente duro que estaba
cerca de ser doloroso.

145
Los ojos de Brantley se inclinaron hacia su mano, y Daniel se
aseguró de abrir sus piernas, permitiéndole ver todo.
—Te hice una pregunta, Finn.
Gimió profundamente cuando Brantley se puso de pie, y estaba
tan asustado que estaba a punto de marcharse cuando se quitó la camisa
y se incorporó diciendo: —quiero lo que tú quieras... quiero decir...
Cuando Brantley se detuvo frente a él y miró hacia abajo, Daniel
se tragó sus nervios y se obligó a hablar de nuevo.
—Lo quiero lento, rápido, como sea que quieras dármelo. Sólo
quiero poder tocarte. Pero estoy bastante seguro de que fui claro sobre
eso el viernes cuando tenía mi lengua en tu boca.
Brantley se rio. —Bueno, eso es directo.
—Eso parecía ser lo que querías. Y tú preguntaste.
—Eso hice —dijo, y luego sus ojos se movieron hacia la cremallera
de sus pantalones cortos.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Daniel, pensando que, a estas
alturas, no le quedaba nada que perder.
Cuando Brantley se lamió el labio inferior, Daniel tomó el botón
de sus pantalones y lo liberó. —¿Quieres esto?
Los ojos de Brantley se engancharon a los suyos y la mano de
Daniel se congeló en su lugar.
—Por favor, dime que has hecho esto antes.
—¿Esto? —preguntó—. ¿Cómo un striptease para mi profesor?
Brantley se frotó una mano sobre su cara. —No. Jesús. Cuando
dices que...

146
—Suena tan jodidamente caliente —dijo Daniel cuando sus dedos
comenzaron a moverse de nuevo. Agarró la cremallera de los pantalones
de Brantley y la bajó.
Los ojos de Brantley se centraron en el movimiento. Cuando se
desabrochó y pudo meter la mano dentro y debajo de sus apretados
calzoncillos, Daniel gimió ante el placer que sentía al tocarse finalmente.
—Finn.
Cuando su nombre se elevó por encima del zumbido de sangre en
sus oídos, vio a Brantley quitarse el suéter. Mierda, se va a desnudar
para mí. Si ese fuera el caso, no estaba seguro de cuánto tiempo podría
aguantar, porque sólo la idea de ver a Brantley desnudo lo acercaba al
orgasmo. La realidad, temía, podría hacer que este momento fuera
embarazoso.
Pero cuando el suéter fue tirado a un lado y Brantley se aflojó la
corbata, ahí fue donde se detuvo. Y luego sorprendió a Daniel,
acercándose más al sofá, entre sus piernas abiertas, donde preguntó de
nuevo: —¿has hecho esto antes? ¿Cómo en tener sexo?
Daniel asintió mientras miraba al hombre que ahora estaba
colocando una rodilla en la parte exterior de su muslo. Cuando se dio
cuenta de lo que estaba haciendo, Daniel cerró un poco las piernas para
que el maldito Brantley Hayes pudiera sentarse en su regazo.
Nunca en su imaginación más salvaje había pensado que este
escenario, con el que había fantaseado, ocurriría realmente. Entonces
Brantley tomó su barbilla con un apretón fuerte y mantuvo su cara
quieta.
—Bien —dijo, y antes de que Daniel pudiera siquiera parpadear,
la otra mano de Brantley estaba serpenteando entre ellos y deslizándose
debajo de sus calzoncillos—. Me deseas —dijo Brantley mientras sus
dedos calientes encontraban el doloroso pene de Daniel—. Entonces será

147
mejor que me lo enseñes. Pero que sepas que una vez que lo hagas, no
pienso perderte de vista hasta que termine contigo. ¿Lo entiendes?
Mientras Brantley subía su puño a lo largo de toda su polla, Daniel
cerró los ojos. Su cabeza cayó en el respaldo del sofá hasta que unos
labios calientes presionaron su oído y Brantley susurró: —si esto no es
lo que quieres...
—Lo es —dijo Daniel mientras abría los ojos y sacaba las manos
para agarrar las caderas de Brantley—. Más de lo que crees.

BRANTLEY MIRÓ A DANIEL A LOS OJOS mientras éste se


arrodillaba sobre su regazo. Sus palmas le acariciaban la espalda, y cada
vez que sus dedos se acercaban a su coxis, Daniel -el arrogante coqueto-
se burlaba de su hendidura lo suficiente como para hacer que propulsara
sus caderas hacia adelante, en un esfuerzo por aumentar la presión sobre
su polla.
Este Daniel estaba tan alejado del joven al que una vez se había
sentado a horcajadas que era casi irreal creer que era el mismo. La
experiencia y la confianza en sí mismo que Daniel estaba exudando
hacían que esto se sintiera tan nuevo. Estaba ordenando y controlando
con cada movimiento que hacía, y cada vez que daba una orden, que
Dios lo ayude, Brantley no quería hacer nada más que obedecer.
El pene de Daniel lloró sobre el suyo, y el lío entre los dos iba a ser
nada menos que espectacular para cuando todo esto terminara, pero el
infierno sagrado. Brantley no iba a detenerlo.
Recordaba muy bien la noche en que se sentó en el regazo de
Daniel y su precioso alumno se había follado el puño hasta que se corrió.

148
Y si eso era lo que Daniel quería de él ahora, estaba más que dispuesto
a dárselo.
Puso una mano sobre uno de los anchos hombros de Daniel y se
inclinó hacia atrás. Luego lamió la palma de su mano y se agachó para
envolverla alrededor de la polla de Daniel.
—Sí —dijo Daniel mientras Brantley bajaba los ojos y lo veía mover
las caderas, pasando la polla por el puño—. Hazlo.
Brantley no estaba seguro de lo que le pasaba entonces, pero era
como si la orden y la mirada codiciosa de Daniel lo hubieran hechizado,
porque no podía mover sus caderas lo suficientemente rápido.
Como si estuviera dentro de un agujero apretado en lugar de su
propio puño, Brantley aceleró el paso y comenzó a masturbarse para el
hombre que estaba observando ansiosamente cómo sus caderas se
movían hacia atrás y hacia adelante para complacerse.
Pero no fue hasta que Daniel encontró sus ojos y le dijo: —será
mejor que estés jodidamente seguro antes de correrte sobre mí, porque
¿Brantley? Esta vez, no planeo dejarte fuera de mi vista hasta que haya
terminado. ¿Lo entiendes? —Que explotó en un orgasmo que aturdió la
mente en ambos.
Su pasado y su presente chocaron espectacularmente, y mientras
colapsaban sobre la alfombra en una maraña de brazos y piernas,
Brantley se preguntó si alguna vez serían capaces de desenredarse lo
suficiente para encontrar un nuevo lugar donde empezar.

149
EN ALGÚN MOMENTO EN medio de la noche, Brantley había
despertado a Daniel y le había sugerido que se fueran a la cama. Desde
entonces, Daniel no había pegado ojo. Se había deslizado bajo las
sábanas y cerrado los ojos, pero el letargo que le había dado un par de
horas de respiro después de su... momento se había desvanecido. Ahora,
se quedó mirando el techo de bambú, pensando cuánto le encantaba ver
a Brantley perderse por él. Y cómo quería volver a verlo. Otra vez. Y
follar de nuevo.
Se giró y miró fijamente la pacífica cara en la almohada a su lado,
y su corazón dolió. Dios, era un tonto. Un tonto que pensó que podría
volver allí y mantener su corazón fuera de la maldita ecuación.
Incluso ahora, quería pasar sus dedos por encima de la mejilla
rasposa de Brantley para que abriese los ojos y lo mirara, pero cerró los
puños y los metió debajo de la almohada para calmar el impulso.
Necesitaba controlarse. Esto era temporal. Ese era el plan. Dos
semanas y luego se iría a casa. De vuelta a Chicago. De vuelta al trabajo
por el que había trabajado tan duro. De vuelta a la vida que Brantley
había orquestado para él.
Volviéndose hacia su lado, miró a la ventana por la que solía
arrastrarse durante el día y sonrió ante el recuerdo. Recordó la primera
vez que lo hizo y asustó a Brantley. Después de esa noche, sin embargo,
su profesor esperaría a que llegara. A veces, incluso se dormía antes de
llegar allí. Por lo general, eran las noches que pasaba estudiando en la
biblioteca, pero cada vez que entraba y despertaba a Brantley de su
sueño, se daba la vuelta y le sonreía de una manera que hacía girar todo
su puto mundo.

150
Mientras las sábanas crujían y el colchón se hundía, giró la cabeza,
pero los ojos de Brantley permanecieron cerrados. El pensamiento era
absurdo, pero Daniel odiaba el hecho de que el sueño le estaba robando
tiempo. Sin embargo, por otro lado, tenía miedo de lo que diría si
Brantley abría los ojos. Con la forma en que se sentía, no pondría nada
más allá de su cerebro irracional.
La verdad es que no quería pasar el tiempo con Brantley enfadado.
Si esta fuera la última vez que estuvieran juntos así, seguramente
encontraría la manera de dejar a un lado todo su pasado y disfrutar de
él. Había soñado con momentos como éste. Estar acostado en esta misma
cama con Brantley otra vez, y nunca en ninguno de esos escenarios se
enfadó. Entonces, ¿por qué no podía ser feliz?
Incorporándose, balanceó las piernas sobre el borde del colchón y
frotó sus manos sobre la cara. Se suponía que esto no iba a ser tan
complicado. Era el rey de las aventuras de una noche, por el amor de
Dios, y lo ha sido desde que dejó Florida. Había construido un muro tan
alto que nadie se había acercado a superarlo, pero de nuevo, nadie era
Brantley.
Daniel miró por encima de su hombro, pero esta vez sus ojos se
fijaron y se aferraron a los que lo perseguían en cada momento de su
vida y de su sueño.
—¿Te vas tan pronto?
Daniel agitó la cabeza mientras Brantley pasaba la palma de su
mano por encima de la sábana vacía, y luego se recostó a su lado. La
habitación permaneció en silencio, excepto por el suave golpeteo del
ventilador y su propio corazón latiendo mientras esperaba… por qué,
no estaba seguro.
—¿Podemos hacer una tregua?

151
Miró a Brantley y abrió la boca para hablar. Sin embargo, antes de
que pudieran salir las palabras, Brantley puso un dedo sobre los labios
de Daniel.
—No tenía ni idea de lo mucho que te lastimé en ese entonces.
Pensé que estaba ayudando.
Suavemente agarró la muñeca de Brantley y apartó la mano
mientras preguntaba: —¿decidiendo qué era lo mejor para mí?
—No quería que me guardaras rencor —admitió Brantley—. Pero,
al final, hice que me odiaras...
Mientras las palabras permanecían entre ellos, el dolor en la
expresión de Brantley desgarró a Daniel y llevó sus manos a su pecho.
—No te odio —dijo—. Nunca podría odiarte...
—¿Pero?
La única manera en que podía estar con Brantley era honesta, así
que mantuvo su mirada mientras le decía la brutal verdad. —Odio lo
que nos hiciste. Odio que hayas elegido cómo terminamos. Y odio que
hayas decidido que mi vida era mejor sin ti en ella.
Mientras los dedos de Brantley se clavaban en el pecho de Daniel,
sus ojos brillaron y su mejilla se apretó, como si estuviera tratando de
retener sus emociones, y Daniel se sintió como un imbécil. Abrió la boca
para disculparse, pero Brantley sacudió la cabeza. —Lo sé —dijo, y
levantó la mano. Se estremeció mientras pasaba sus dedos por la mejilla
de Daniel—. Soy un jodido idiota.
Incapaz de soportar que Brantley hablara así de sí mismo, Daniel
mordisqueó los dedos y susurró: —ya está hecho.
—Cierto. Pero…
—Shhh. Si quieres una tregua, entonces hagámosla y veamos
adónde vamos. No quiero estar enfadado contigo, y no importa lo

152
imprudente que sea, quiero pasar cada minuto que tengo contigo
disfrutándolos. ¿De acuerdo?

BRANTLEY TRATÓ DE pensar en cualquier palabra que pudiera


posiblemente expresar las emociones compitiendo por la supremacía,
pero no llegó nada. Así que cuando Daniel susurró: —date la vuelta—,
naturalmente lo hizo.
Mientras el pesado brazo de Daniel descendía alrededor de su
cintura y moldeaba su cuerpo a lo largo del suyo, Brantley trató de
disfrutar el momento. Pero no estaba convencido de que si el brazo de
Daniel no estuviera allí, no se rompería en un millón de pedazos.
No sólo se tambaleaba por la dura verdad de que había sido el
causante de esta corriente hostil entre ellos, sino que también era quien
inadvertidamente había colocado una distancia permanente entre ellos.
Daniel hablaba como si esta vez, estas dos semanas, fuera todo lo
que tendrían, y Brantley no estaba seguro de estar listo para aceptarlo.
No cuando se aferraba a la esperanza equivocada y a la creencia de que
se reunirían, se volverían a enamorar locamente y moverían el cielo y la
tierra -o por lo menos sus pertenencias personales- para estar juntos.
Parecía que la probabilidad de que eso ocurriera era mínima o nula, y
estaba empezando a entender que eso era lo más difícil de todo.
Si esto fuera realmente todo para ellos, entonces haría lo que
Daniel le pidiera. Tomaría cada día que pudiera y disfrutaría cada
centímetro del hombre hasta que volviera a salir de su vida para
siempre.

153
LA SIGUIENTE VEZ QUE DANIEL DESPERTÓ, el sol entraba por las
ventanas, y el cuerpo contra el suyo le hizo pensar que la decisión de
quedarse con Brantley había sido muy buena.
Enroscó su brazo alrededor de la cintura de Brantley, y cuando se
echó hacia atrás y presionó su trasero desnudo contra su erección
matutina, Daniel decidió que esta era una manera mucho mejor de pasar
el tiempo con este hombre que discutiendo.
Besándolo bajo la oreja, Daniel corrió una mano a lo largo de la
cadera de Brantley y murmuró: —buenos días.
Brantley giró la cabeza sobre la almohada. Cuando sus ojos se
encontraron y sus labios se abrieron para responder, Daniel no pudo
resistirse a tomar un beso. Presionó sus labios contra los de Brantley, e
inmediatamente metió su lengua en la boca, causando un gemido que
retumbó en la parte posterior de la garganta de Daniel.
Dios, lo quería. Quería rodarlo a su estómago y deslizarse dentro
de él. Pero no quería precipitarse. Quería que ambos estuvieran en el
correcto estado mental y después de anoche, no pensaba que fuera
ahora.
Así que, por el momento, se conformaría con besar, mmm, oh sí, a
Brantley Hayes hasta que estuviera… -Jesús, Finn- diciendo su nombre.
Lo soltó para que Brantley pudiera rodar a su espalda, y cuando
lo hizo, Daniel no perdió el tiempo al pasar por encima de él. No había
otro lugar en el planeta en el que prefiriera estar en este momento.
Mientras Brantley pasaba sus manos por encima de sus hombros
y luego hasta el pelo, le sonrió de una manera que hizo que Daniel
quisiera olvidar la espera y enterrar su polla dentro del hombre.
—Déjame adivinar. ¿Crees que mi pelo es raro?
—En realidad —dijo Brantley mientras lo tocaba—, estaba
pensando en lo sexy que es.

154
—Claro que sí. Lo corté literalmente el día antes de volar hasta
aquí.
Los dedos de Brantley se retorcieron en los hilos cortos de la parte
posterior de la cabeza de Daniel. —¿Lo hiciste?
—Mmmm. Así que es raro incluso para mí.
Brantley se rio. —Deja de decir eso. No es nada raro. Muestra tu
linda cara.
La boca de Daniel se abrió. — ¿Linda? Nadie me ha llamado lindo
en... años.
—¿Por qué? ¿Están ciegos los hombres de Chicago?
—No. Pero no soy muy cercano a la gente de allá arriba, supongo.
No me conocen como tú.
Algo triste apareció en los ojos de Brantley, pero desapareció antes
de que Daniel pudiera ponerle nombre, y una sonrisa curvó sus labios.
—En otras palabras, no saben que solías desfilar en pantalones
cortos tan cortos y ajustados que deberían haber sido ilegales. Diablos,
probablemente lo habrían sido si los hubieras usado afuera.
—No —dijo Daniel antes de morder los labios sonrientes de
Brantley—. No lo saben. Ni siquiera se lo creerían.
Brantley le acarició la nuca y frunció el ceño con profunda
contemplación. —¿Y no saben que solías abrillantar tu duro cuerpo y
sacudir tu culo toda la noche?
Daniel movió sus caderas sobre las de Brantley, y cuando gimió,
lo hizo de nuevo.
—No. No lo hacen.
—Siento lástima por ellos —dijo Brantley mientras inmovilizaba
sus piernas sobre la parte superior de las de Daniel y arqueaba sus
caderas. Luego guiñó el ojo.

155
La polla de Daniel latió aún más fuerte.
—Tienes un culo fantástico. Siempre lo has tenido. Tal vez
deberíamos buscar esos pantalones cortos. Por cierto, ¿cómo lo
mantienes en tan buena forma? ¿Todavía corres?
Cuando un pellizco picó una de sus nalgas, Daniel maldijo y se
alejó para ponerse de pie. Frotando su abusado trasero, volvió a mirar a
Brantley, que estaba estirado boca abajo sobre las sábanas. Y joder, si eso
no es una invitación por sí sola.
—Sí —dijo mientras se inclinaba para agarrar la esquina de la
sábana blanca y retirarla del hombre sexy—. Y sólo por eso, voy a hacer
que corras conmigo antes de que consigas algo de mí... ¿cómo era?
…fantástico trasero.
Brantley se puso de espaldas con un gemido. Su sonrojada polla
apareció, y Daniel mojó sus labios. Maldito infierno. Quería volver a
meterse en esa cama y lamerlo por todas partes, así que se obligó a mirar
la cara de Brantley. Pero el pelo revuelto y el rastrojo que cubría su
mandíbula a primera hora de la mañana no ayudaron a suprimir ese
impulso en absoluto.
—Tengo que decir, profesor, que soy un gran admirador de la
plata.
Brantley se mofó mientras se levantaba de la cama y fue a pasarle,
pero Daniel tomó su brazo y lo tiró hacia atrás, de modo que se
enfrentaron.
—Lo digo en serio. Me encanta en tus sienes y a lo largo de la línea
de tu mandíbula. Pero realmente me encanta en este lugar —dijo
mientras pasaba sus dedos sobre el vello del pecho de Brantley.
—Estoy seguro de que sí, pero para mí, es sólo un recordatorio de
que estoy... —Brantley se detuvo cuando se dio cuenta de la mirada
engreída en la cara de Daniel—. Eres astuto... lo hiciste a propósito, ¿no?

156
Daniel apretó sus labios contra la sien de Brantley, donde las
hebras de plata eran más visibles a través del cálido castaño, y susurró:
—sí, lo hice. Quería diez minutos más para atormentarte. Y no creas que
no esperaré a que tu próximo error añada diez más.
—¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres demasiado listo para
tu propio bien?
—En realidad, tuve un profesor que me dijo eso una vez. —Con
una sonrisa engreída, dejó que el brazo de Brantley se fuera y se dirigió
a la oficina para vestirse, o nunca saldrían por la puerta para correr.

A MEDIO CAMINO DE VUELTA A SU CASA, Brantley se dio


cuenta de que Daniel se había mantenido al día con su carrera a lo largo
de los años. Debió haber añadido pesas y quién demonios sabía qué más,
porque… maldición, Daniel era una masa de sudor y músculo mientras
Brantley encendía la playa a su lado.
Con el sol de la mañana golpeando a los dos, el sudor corría por el
cuello de Brantley, y cada vez que miraba a escondidas a Daniel, lo que
era más frecuente de lo que jamás admitiría, tenía que detenerse
físicamente para no agarrarlo y arrastrarlo al suelo.
Maldita sea, ¿cuándo me convertí en un colegial cachondo con una
sola cosa en la cabeza?
Normalmente tenía una apariencia de control. Pero desde que
salió al balcón de los Finley y vio por primera vez a Daniel, su libido
había vuelto a cuando se conocieron por primera vez.
Mirando furtivamente otra vez a su izquierda, sus ojos se posaron
sobre la camisa blanca sin mangas y los pantalones cortos rojos de

157
Daniel, y Brantley no podía perderse la transpiración que brillaba en sus
musculosos brazos y piernas. Se le dificultaba concentrarse en correr sin
tener una erección.
Cuando finalmente se detuvieron en la base de las escaleras que
conducían a la casa de Brantley, Daniel subió el dobladillo de su camisa
para limpiarse el sudor de la cara en un movimiento que recordaba a su
yo más joven. Pero el cuerpo bajo esa camisa se había convertido en
alguien que Brantley aún estaba conociendo. Era tan extraño tener una
mezcla de lo nuevo y lo familiar. Extraño, pero excitante.
—Estás mirándome con ojos muy serios.
Levantó los ojos y encontró a Daniel mirándolo con una ceja
levantada.
—No estás cambiando de opinión, ¿verdad?
Brantley sacudió la cabeza y luego subió las escaleras. —No.
Estaba pensando...
Brantley no estaba seguro de cómo lo sabía, pero tan seguro que
Daniel lo seguía de cerca que sus ojos estaban pegados a su trasero.
—Sobre...
Una vez que llegaron a la cima de las escaleras, cruzaron la puerta
trasera. Deslizándola, Brantley entró y estaba a punto de responder
cuando Daniel le cogió de los brazos para jalarlo contra él.
—¿No me lo vas a decir?
La erección que había estado tratando de evitar durante su carrera
finalmente se elevó al máximo mientras Daniel masajeaba su propia
polla contra la raja de su trasero.
—No —dijo Brantley mientras Daniel los llevaba más adentro de
la casa y los ponía contra una de sus paredes—. Creo que me lo guardaré
para mí.

158
—Me parece justo, pero no me importa cuando te digo que correr
contigo otra vez fue una maldita excitación. —Entonces Daniel susurró:
—manos arriba.
Brantley ni siquiera lo pensó dos veces antes de levantar las
manos, y Daniel le quitó la camisa y la tiró al suelo. Mientras una lengua
le hacía cosquillas en la nuca, Brantley alcanzó sus pantalones y agarró
su polla. El puño recorrió toda la longitud y cuando los dientes se le
clavaron en el hombro, empujó el culo hacia atrás.
—Joder, sí —dijo Daniel, y Brantley sintió que sus dedos se
deslizaban en la cintura de sus pantalones y los bajan por la cadera—.
Dime algo, Brantley —dijo en su oído mientras bajaba sus pantalones
por debajo del culo—. Sé que nunca he tenido el placer, pero ¿cuánto
tiempo ha pasado desde que alguien ha estado dentro de ti?
Oh, demonios. Había pasado un tiempo, eso era seguro. Y la idea
de que Daniel lo tomara de esa manera hizo que Brantley apretara su
puño alrededor de su polla para evitar correrse. Mierda. Si Daniel no
dejaba de hablar así, su momento de gloria terminaría antes de lo que
Brantley desearía.
¿Qué tenía Daniel que lo dominaba tanto? Nunca había sido capaz
de resolverlo y, en última instancia, por eso había cedido a sus
sentimientos en primer lugar. Porque cuando Daniel estaba cerca, era
como si cada nervio de su cuerpo cobrara vida. Nadie antes o después
le había hecho sentir así.
—Tengo que decirte que estoy tratando de tomarme esto con
calma, ya sabes, todo el asunto de dejar que nos sintamos cómodos una
vez más. Pero joder, es tan duro, tan jodidamente duro. Cuando todo en
lo que puedo pensar es en la primera vez que voy a deslizarme dentro
de ti y en lo profundo que tendré que ir para olvidar cómo era cuando
no era parte de ti.
Cuando Daniel bajó un dedo para burlarse de la parte superior de
su grieta, Brantley no tuvo ningún problema en imaginar al hombre que

159
estaba detrás de él follándolo sin sentido. De hecho, le costaba decidir
qué era lo que más quería: follar a Daniel o ser follado por él. Y justo
cuando estaba a punto de decírselo, el familiar sonido de una canción
pop alegre resonó por toda la casa.
Daniel se congeló con una mano en el culo y la boca contra la oreja
de Brantley. —Bueno, ese no es mi teléfono —dijo mientras levantaba su
palma y la presionaba entre los omóplatos de Brantley—. ¿Dónde está?
¿Qué? ¿Cómo se suponía que Brantley recordaría dónde estaba su
teléfono cuando su cerebro estaba ocupado pensando en Daniel
poniendo su polla donde tenía su dedo? Y, lo que es más importante,
¿por qué le importaría?
—¿Brantley? —dijo Daniel contra su oreja—. ¿Dónde está tu
teléfono?
Brantley mojó sus labios y cerró los ojos. Piensa, piensa. ¿Dónde
diablos lo dejé? —Mmm...
Mientras el himno del club continuaba en un repetido sonido, juró
que tan pronto como pudiera, encontraría su maldito teléfono y dirigiría
todas las llamadas al correo de voz después del segundo timbre.
—En el sofá... creo.
—Bien —dijo Daniel, y mientras se alejaba, Brantley casi gritó
frustrado. Iba a matar a Jordan, porque era exactamente quien estaba al
otro lado del tono de llamada.
Se subió los pantalones mientras Daniel caminaba hacia su sofá.
Cuando levantó el teléfono, sonrió a la pantalla y luego levantó esos
arrogantes ojos hacia Brantley, donde se desplomó contra la pared.
—Contaremos esto como tus diez minutos de tormento, ¿de
acuerdo? Puedes agradecerle a tu amigo por eso más tarde. —Entonces
Daniel apretó el botón de respuesta y se llevó el teléfono a la oreja—.

160
Jordan, qué amable de tu parte llamar. ¿O debería seguir llamándote
profesor Devaney? ¿Cómo estás esta mañana?

161
DANIEL NO PODÍA QUITAR sus ojos de Brantley mientras se
llevaba el teléfono a la oreja y contestaba. Estaba descansando contra la
pared, mirándolo con los ojos cargados de lujuria y una mano en sus
pantalones acariciándose.
—¿Daniel?
—¿Esperabas a alguien más? —le preguntó a Jordan, su ex
profesor y amigo de Brantley.
—Considerando que llamé al teléfono de Brantley, estoy seguro de
que sabes a quién esperaba.
Brantley estaba ahora bajando sus pantalones. Sí. Ahí está el
profesor audaz que recuerdo.
—Y eres lo suficientemente inteligente como para saber que, si no
contestaba, estaba ocupado… —Un estruendo salió de su garganta
cuando los pantalones de Brantley cayeron al suelo—, de otra manera.
—Escucha, mierdecilla...
Daniel no pudo evitar reírse del tono de Jordan. La ironía era
demasiado humorística para no encontrar ese comentario divertido.
Todos en la UCF sabían que Jordan Devaney era un niño prodigio, y eso
significaba que Daniel no era mucho más joven que su antiguo profesor
de historia. También podía recordar muy vívidamente lo nervioso que
se ponía Jordan en clase cuando estaba molesto. Así que casi podía
imaginárselo con las manos en las caderas y su barbilla levantándose de
una manera irritante.
—No me importa lo grande y elegante que seas como abogado en
Chicago. O lo ridículamente bien que has estado desde que te fuiste. Si

162
le haces daño, Daniel Finley, te cazaré y tendré tus perfectas bolas para
desayunar, ¿entendido?
Había varios cumplidos en alguna parte, pero Daniel estaba
demasiado ocupado tratando de mantener algo de sangre en su cabeza
mientras Brantley se paraba al otro lado de la habitación follando su
mano. Sus ojos estaban pegados a Daniel, y su cabello había caído hacia
adelante y se le pegaba a los lados de la cara mientras continuaba
masturbándose en medio de su sala de estar.
Daniel se agachó para ajustar su propia erección y luego volvió a
prestar atención a la voz al otro lado de la línea.
—¿Holaaa?
—Estoy aquí —se las arregló para decir, y cuando aclaró su
garganta, cogió la sonrisa a Brantley. Le había sonreído con una maldita
sonrisa. Y sus ojos codiciosos prácticamente le desafiaban a acercarse.
Ohhh, ¿así es cómo era? Bueno, dos pueden jugar este juego.
Caminó hacia atrás para pararse frente a Brantley y bajó la mirada hacia
la hinchada polla en su puño.
—Verás, Jordan, estaba tratando de encontrar una manera
educada de decirte que la única persona que tendrá mis pelotas para
desayunar es tu amigo. Pero está demasiado ocupado tratando de
hacerlas azules, así que ¿podemos tener esta conversación en,
digamos… cinco o diez minutos, después de que le enseñe a mi ex-
profesor a no poner a prueba mi paciencia?
—Bueno, discúlpame. No creciste para ser un engreído.
Daniel le arrancó las manos a Brantley y luego se hizo cargo del
trabajo de acariciarlo. Mientras los labios de su profesor se abrían,
Daniel dijo al teléfono —No tienes ni idea. Ahora, sé un buen amigo y
danos al menos diez minutos para terminar nuestro ejercicio matutino
antes de volver a llamar.

163
Con eso, colgó y aprisionó su boca contra la de Brantley.

BRANTLEY AGARRÓ LA CARA DE DANIEL y clavó su lengua


dentro de esos labios que hablan de problemas. Los dedos alrededor de
su polla se apretaron y luego empezaron a trabajar en él. Arriba y abajo,
esa diestra mano se movía, y no podía evitar follarla.
No estaba seguro de cómo había esperado a que Daniel cruzara
hacia él, pero cuando lo tomó de nuevo en sus manos, Brantley había
estado seguro de que iba a correr con Jordan justo al otro lado del
teléfono.
Entre el contoneo presumido, los arrogantes ojos y el tono de
mando que Daniel había usado, Brantley estaba sorprendido de no
haberse corrido en el momento en que fue amenazado con darle una
lección.
Maldita sea, se alegró de haber podido esperar. Daniel acababa de
deslizar el teléfono en su bolsillo y ahora estaba subiendo su muslo
izquierdo por la pierna de Brantley para poder aplastar su pelvis contra
él como si tuviera las pelotas dentro de él.
Brantley agarró con fuerza sus hombros y empujó sus caderas tan
duro como pudo contra Daniel, y cuando levantó la cabeza y dijo: —
córrete. Me estoy volviendo adicto a ver tu cara cuando te corres sobre
mí—, nada iba a detenerlo.
Se corrió en un lío pegajoso por todo el abdomen desnudo de
Daniel, y mientras su pierna fue lentamente bajada hasta el suelo, Daniel
se metió para presionar sus cuerpos en un delicioso y sucio masaje de
cuerpo.

164
Brantley aspiró una respiración ante el feroz deseo que
resplandecía en las profundidades de los ojos de Daniel. —Qué... —Se
detuvo cuando las manos de Daniel se dirigieron a la pared a cada lado
de su cabeza. Mierda, era tan abrumador así—. ¿Qué hay de ti? Ya son
dos veces.
—Créeme, lo sé. Pero creo que voy a esperar.
—¿Esperar? —preguntó Brantley.
—Sí. Quiero hacer algo que nunca pude hacer entonces...
—¿Y eso sería?
Daniel sonrió y Brantley pensó que sus rodillas podrían ceder. —
Quiero llevarte a cenar. Sorprendente, lo sé, pero parece lo caballeroso
que hay que hacer, ya que te tengo aquí desnudo. Es algo que nunca
hicimos cuando era tu estudiante. Y todo el tiempo que estemos
comiendo, sabrás que estoy sentado frente a ti, pensando en lo bien que
se sentirá cuando te traiga de vuelta aquí y finalmente entre en ti.
Brantley respiró temblorosamente, pero Daniel no había
terminado de solidificar su papel como si fuera su fantasía despierta,
porque entonces añadió en el tono más arrogante que Brantley había
oído jamás: —y te prometo que para entonces mi polla estará tan dura
por ti, profesor, que tendrás suerte si te dejo pasar por la puerta principal
y entrar en una cama antes de que te tenga.
Maldita sea, ese pequeño discurso tenía sus manos temblando y
su polla ya mostraba signos de interés, otra vez.
Cuando Daniel sacó el teléfono de su bolsillo y se lo ofreció a
Brantley, miró hacia abajo entre ellos y les preguntó: —¿excitado?
Brantley fue a tomar el teléfono y le dijo con la misma audacia: —
Ansioso.
Daniel no lo soltó de inmediato, sino que mantuvo los ojos fijos
mientras sonreía indecentemente. —¿Ansioso por qué parte?

165
Mientras tomaba el teléfono de las manos de Daniel, Brantley pasó
junto a él y se dirigió hacia la suite para ducharse. —Para ver si tu polla
está a la altura de esa boca sucia que aún tienes. Por ahora, sin embargo,
puedes usar la ducha principal para limpiarte. Pero Finn —gritó, y miró
hacia atrás para ver a Daniel observándolo—. No te pongas demasiado
limpio, ¿eh?

DESPUÉS DE UNA DUCHA Y UN AFEITADO, Daniel encontró


a Brantley sentado en la cubierta con una jarra de jugo de naranja, leche,
dos tazones y una caja de Honey Nut Cheerios. Ahh, su favorito. Tenía
que admitir que era agradable estar cerca de alguien que lo conocía casi
tan bien como él mismo.
Cogió un asiento y se sentó a la sombra de la sombrilla. Brantley
también estaba recién afeitado y recompuesto en perfectas condiciones.
Uno nunca hubiera sabido que el refinado hombre que estaba leyendo
el periódico había tenido relaciones con Daniel hasta que llegó al clímax
hace poco más de treinta minutos, y ese era un secreto que siempre le
había encantado conocer. Que podía hacer que Brantley Hayes pierda
su calma.
Eso nunca había envejecido, y aun así le emocionaba. Recordó
cómo se sentía cada vez que entraba en clase y veía a su profesor de pie
detrás del podio, dando una conferencia. Esa intensa excitación se
mezclaba con el orgullo, y sí, una dosis saludable de posesión, porque
sabía cómo era su maestro cuando llegaba a casa y se quitaba esos
pantalones de vestir hechos a medida y esos suéteres preppy3.
—Deja de mirarme fijamente y sírvete tus cereales, Finn.

3
Suéteres Preppy: El estilo Preppy tiene sus inicios en 1940 y era el look escolar de la élite norteamericana, siempre de acuerdo a las actividades de ese grupo: tenis, rugby, etc

166
—Me gusta mirarte fijamente —dijo Daniel mientras agarraba la
caja—. Siempre lo he hecho.
Brantley bajó una esquina del periódico y levantó una ceja. —Sí.
Me parece recordar esa preocupación tuya. Eso es lo que nos metió en
problemas la primera vez.
Mientras llenaba su tazón, Daniel guiñó el ojo y luego recogió la
leche. —No mientas. Esos eran mis pantalones cortos.
—Probablemente tengas razón. Realmente eran indecentes.
—Apuesto a que desearías que aún los tuviera, ¿no?
Brantley se mofó y volvió a leer. —Cállate y come, ¿sí?
Daniel se metió una cucharada de Cheerios en la boca, y cuando
Brantley cogió su zumo de naranja y tomó un sorbo, se acordó de
preguntar: —oh, ¿llamaste a Posh Spice4?
Brantley tosió y sonó como si se estuviera ahogando, pero se las
arregló para tragarse el zumo y luego preguntar: —¿quién?
Daniel movió las cejas y se recostó en su silla. —Profesor Jordan
Devaney, alias Posh Spice.
Mientras los ojos de Brantley se abrían de par en par, Daniel
terminó su bocado y luego señaló con su cuchara. —Así es como Derek
y yo lo llamábamos durante la universidad.
La mandíbula floja de Brantley era cómica mientras su boca se
movía como si estuviera tratando de formar palabras, pero no salía
nada.
—Ya sabes, la ropa llamativa, la actitud, ese impresionante
balanceo que tiene en las caderas.

4
Posh Spice: Especia sofisticada, elegante, etc

167
Finalmente, sobre su sorpresa, Brantley dobló el periódico y lo
colocó sobre la mesa. —¿Y me atrevo a preguntar cómo me llamabas?
Daniel se lamió el labio inferior y miró por encima de las gafas de
sol. —Oh, tenías muchos nombres en mi cabeza, pero ninguno que fuera
a compartir con Derek. De memoria, sin embargo, siempre se refirió a ti
como el Profesor Calentorro.
—No lo hizo.
—Sí. Lo hizo. —Daniel se recostó, terminó con su cereal y llevó su
jugo de naranja a los labios—. ¿Qué hay de vosotros? No me digas que
no hablaste de nosotros, porque no te creeré.
Brantley se encogió de hombros. —Puede que lo hayamos hecho.
—Mira —dijo Daniel—. Suéltalo.
—Solía llamar a Derek He-Man. Todavía lo hace.
—Bueno, ciertamente encaja con su línea de trabajo, pero no estoy
seguro de que le guste la comparación.
—No importa realmente. No es como si Jordan fuera a ser pillado
poniendo un pie en un gimnasio como el de Pearson. Es más, del tipo de
yoga que del tipo de banco de pesas. Aunque se ha quejado
recientemente que le gustaría tener abdominales como los de Ryan
Reynolds.
—¿Ves? Tal vez Jordan necesita un poco de Derek en él —dijo
Daniel con un guiño.
Cuando Brantley le tiró la servilleta, levantó las manos.
—Me refería en su vida, por supuesto.
—Por supuesto.
—Sabes... podría ser divertido para todos salir una noche.
—Ahh, no lo creo.

168
—¿Por qué? —preguntó Daniel.
Brantley arrugó la nariz. —Sólo que tenemos amigos muy
diferentes. Eso es todo.
—Hmm. ¿Estás seguro? ¿O es porque somos más jóvenes?
Brantley puso los ojos en blanco—. No, nada de eso. Lo juro.
—Bien. Me parece justo. Lo sabrás mejor que yo. Así que… —dijo
Daniel mientras golpeaba sus dedos sobre la mesa—. ¿Qué tienes que
hacer hoy?
—Tengo que calificar estos exámenes. La escuela se interrumpe
para las vacaciones al final de la semana que viene, y esto debe hacerse.
¿Puedes darme una hora o dos? ¿Está bien eso?
Daniel se puso de pie y desabrochó su camisa, y cuando estaba
completamente desabrochada, bajó a la tumbona de la playa junto a la
barandilla. Se acostó boca abajo, mirando a Brantley. Luego guiñó el ojo
y se quitó las gafas de sol.
—Eso está más que bien. Me voy a tumbar aquí a verte mientras
pienso en lo de después. ¿Está bien eso?
Brantley gruñó y sacó algunos exámenes de la bolsa de la mesa, la
misma que había estado llevando durante años. Y cuando lo miró,
Daniel captó la sonrisa que le había enamorado la primera mañana que
había despertado en la casa de Brantley Hayes.

DANIEL SONRIÓ mientras caminaba de puntillas por el balcón


que rodeaba la casa de Brantley hasta que llegó al lado donde estaba el
dormitorio del profesor. Habían pasado poco más de tres semanas desde

169
esa noche que tuvo el mejor orgasmo de su vida con mi maestro, y todas
las noches desde entonces, había estado viniendo a la casa de Brantley
después de estudiar y trepaba por la ventana del tipo. Su maldita
ventana, pensó con una sonrisa.
Recordó la primera noche que había terminado tarde y
prácticamente corrió por la playa, sólo para descubrir que todas las
puertas habían sido cerradas con llave. Pero esa luz, la misma que
Brantley le había dicho que dejaría encendida si estaba en casa, lo había
estado.
Tan silenciosamente como pudo, Daniel había caminado
alrededor del balcón hasta que encontró las tres ventanas rectangulares
con las cortinas entreabiertas y vio a su profesor dormido en la silla de
mimbre empujada en la esquina de la habitación.
Se veía jodidamente hermoso esa noche. Sus pies estaban
apoyados en una otomana a juego, y tenía un libro abierto en su regazo
sobre los pantalones de pijama de algodón ligero que llevaba puestos, y
Daniel se quedó allí por unos minutos sólo para verlo. Si no lo hubiera
invitado, podría haber sido espeluznante, pero cuando esos hermosos
ojos se abrieron para encontrarlo parado allí, una sonrisa se extendió
sobre la boca de Brantley que era tan impresionante que el corazón de
Daniel que casi se detiene.
Esa fue la noche en que se enamoró de Brantley Hayes. Y ahora,
su profesor dejaba la ventana abierta para que pudiera venir a él siempre
que pudiera. Esta noche no fue diferente.
Cuando Daniel llegó al dormitorio, abrió la ventana de un
empujón y entró. Vio a Brantley en la gran cama de plataforma y se
acercó. Mientras se quitaba los zapatos, miró al hombre que estaba
recostado contra su cabecera y se fijó en todos los detalles que pudo.
El libro siempre presente en el regazo de Brantley hizo sonreír a
Daniel. También lo hizo la sedosa línea de pelo que sobresalía por sus
pantalones de pijama. Daniel no podía contar el número de veces que

170
quiso pedirle que se los quitara, pero no había querido tentar a la suerte.
Todavía no podía creer que se le permitiera estar allí en primer lugar.
Pero ahí estaba.
Se quitó la camiseta y la tiró sobre la silla antes de quitarse los
pantalones y caminar por el costado de la cama, donde se subió y
arrodilló cuidadosamente, para no asustar al hombre que dormía.
Mientras el colchón se sumergía bajo su peso, Brantley abrió los
ojos y una lenta sonrisa curvó sus labios. Le tendió una mano, y cuando
Daniel metió la suya, cerró los ojos y saboreó el calor de ese toque. No
sólo la física, sino la conexión mucho más profunda que trajo consigo.
—Veo que vuelves a estudiar hasta tarde.
Daniel se puso de rodillas y bostezó. —Sí, pero lo logré.
—Mmmm. Qué dedicación —murmuró Brantley mientras movía
el libro de su regazo a la mesita de noche—. Debes estar cansado.
Daniel se deslizó junto a Brantley en la cama y se preguntó por qué
todo se sentía tan bien. Desde el momento en que conoció a su profesor,
sintió una conexión y la persiguió con la tenacidad de un bulldog. Pero
la abrumadora sensación de seguridad que sintió cuando Brantley
apagó la luz y lo abrazó fue lo que era tan inesperado.
No venía de un mal hogar. Tenía una familia fantástica. Una
madre cariñosa y una hermana que lo volvían loco. Pero Brantley...
llenaba algo dentro de Daniel que ni siquiera sabía que faltaba. Algo en
lo que no podía poner el dedo en la llaga.
—Estás muy callado esta noche. Normalmente, te arrastras hasta
aquí, me despiertas y no paras de hablar hasta que te duermes. ¿Estás
bien?
Daniel acarició su cara en el cabello oscuro debajo de la mejilla de
Brantley y luego besó una mancha sobre su corazón. —Sí. Sólo estoy

171
disfrutando esto. —Luego estiró su cuerpo a lo largo del costado del de
Brantley.
Se rio. —Para poder sentir.
—Eres tan cálido —dijo Daniel, trazando una línea a lo largo del
fino rastro de cabello que conducía al cordón de los pantalones de
Brantley—. ¿Podemos...?
Brantley levantó la cabeza para mirarlo, y Daniel coqueteó con el
lazo atado allí.
—¿Podemos qué?
Se aseguró de mantener los ojos en los de Brantley mientras tiraba
lentamente del final del lazo. —¿Podemos perder los pantalones esta
noche?
Cuando una de las manos de Brantley le acarició el cabello, Daniel
se arqueó y dejó que sus ojos se cerraran.
—Nada más. Sólo quiero sentirte contra mí. Desnudo y caliente.
—Aguantó la respiración, esperando a ver lo que Brantley haría o diría.
Pero no dijo nada. En vez de eso, levantó su otra mano para acunar su
cara, y Daniel descubrió exactamente lo que era sentirse amado.
No como hijo.
No como hermano.
No como amigo.
Sino amado de una manera que nunca antes había conocido. Como
hombre. Y este hombre lo hacía sentir como la mejor versión de todas
las personas que tenía que ser.
—Finn —dijo Brantley mientras rozaba sus labios con la parte
superior de los suyos—. Me matas.
Los dedos de Daniel se tambalearon un poco ante la intensidad de
esas palabras, y se preguntó si Brantley podía sentir cuánto se

172
preocupaba Daniel por él, a pesar de que había pasado tan poco tiempo.
Aflojó los pantalones y pasó los dedos por debajo de la cintura elástica
a medida que se acercaba.
—Entonces, ¿eso es un sí?
Brantley las enrolló sobre el colchón y dijo: —sí.
Cuando Brantley besó su camino por el cuello de Daniel y los
seguros dedos hicieron caer sus calzoncillos, Daniel gimió y levantó sus
caderas en un esfuerzo por apresurarse. Brantley levantó la cabeza y
sonrió, y Daniel no pudo evitar levantarse y recapturar esa boca. Metió
sus dedos dentro de la parte inferior del pijama de Brantley por encima
de las caderas, y cuando finalmente puso las manos en su culo, el sonido
que salió de su profesor sólo se podía describir como felicidad. Ese
gemido fue una felicidad total para sus oídos, así que lo apretó de nuevo,
y Brantley dejó caer su frente hasta el cuello.
—Dios, Finn. Déjame quitarme esto.
Daniel lo dejó ir a regañadientes, y ambos se quitaron la ropa, con
los ojos cerrados y su respiración laboriosa. Cuando finalmente
volvieron a estar juntos, cada centímetro de Brantley se alineó con
Daniel, y juró que podía sentir el pulso palpitar en la polla de Brantley
mientras se frotaba contra la suya. Acarició toda la piel desnuda de
Brantley, y cuando llegó a su trasero y lo apretó una vez más, Brantley
gruñó y se mordió el labio inferior.
—Nada más, ¿eh?
—Bueno, ¿qué esperabas? Soy joven y caliente, y te sientes
increíble. No puedo evitar… oh, carajo —dijo Daniel cuando Brantley
puso sus manos sobre la almohada junto a su cabeza y comenzó a rodar
lentamente.
Separó sus piernas, y mientras Brantley se acurrucaba entre ellas,
Daniel se ordenó que se relajara y disfrutara. No se trataba de sexo para

173
él; este momento se trataba de acercarse al hombre que ahora bajaba una
mano por su brazo.
—Eres tan hermoso, Finn. Un joven dios rubio de la playa con ojos
del color del cobre. No sé qué hice para merecerte, y Dios sabe que
debería decirte que te vayas, pero está claro que esa nave zarpó... —
Brantley puso su cabeza sobre el hombro de Daniel y le susurró: —te
quiero a ti. Y soy lo suficientemente egoísta como para retenerte
mientras me dejes.
Estaba en la punta de la lengua de Daniel decir –siempre- pero
pensó que podría asustar a Brantley. Así que, en vez de eso, envolvió
sus brazos alrededor de la cintura de Brantley y cerró los ojos. Cuando
el peso de Brantley lo cubrió, Daniel se fue a dormir seguro sabiendo
que si lo que acababa de decir era verdad, entonces Brantley sería suyo
para siempre.

174
BRANTLEY SE QUEDÓ MIRANDO su reflejo en el espejo del
dormitorio y se dijo que dejara de pensar demasiado. Basta de pensar
demasiado y preocuparse por las dos líneas que podía ver en su frente
y alrededor de su boca. Debería empezar a concentrarse en el hecho de
que el hombre que había querido volver a casa durante casi una década
lo estaba esperando en su sala de estar. La misma sala de estar que el
hombre lo había clavado en la pared de esta mañana. Mierda.
Miró su teléfono sobre la mesita de noche, y pensó en llamar a
Jordan por un minuto, pero dejó ese pensamiento a un lado porque
estaría atascado en el teléfono por mucho más tiempo del que quería.
Vamos, Hayes, pensó, dándose una última oportunidad. Tienes
esto. Eres el mismo hombre que eras entonces. Sólo que con más...
carácter. Y con eso, se forzó a salir por la puerta al pasillo.
Al doblar la esquina, vio a Daniel de pie en las puertas corredizas,
con las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones mientras miraba
el cielo nocturno. La lámpara estaba encendiendo un suave resplandor
alrededor de la habitación, y cuando Daniel lo oyó y se giró, Brantley
casi se traga la lengua.
Maldita sea. El hombre que estaba frente a él era familiar y un
completo extraño. Un extraño sexy, pero... guau.
Daniel siempre había sido hermoso, pero vestido con un ligero
traje gris y una camisa blanca con dos botones casualmente
desabrochados, miraba cada centímetro del abogado de éxito en el que
se había convertido. Era un lado que Brantley no había visto hasta este
mismo momento, y Daniel era tan apuesto que se quedó sin aliento.

175
La otra cosa que era nueva y excitante era ese maldito corte de
pelo. Brantley estaba tan acostumbrado a pensar en Daniel con el pelo
largo que siempre era un shock verle con el pelo corto.
Eso de ninguna manera hacía que Daniel se viera raro, como
parecía pensar. De hecho, el pelo corto de los costados sólo realzaba sus
pómulos y sus labios que Brantley siempre había disfrutado chupando
y mordiendo cada vez que tenía la oportunidad. Y las puntas más largas
en la parte superior, que habían sido labradas con algún producto, aún
tenían los reflejos rubios naturales, recordándole a Brantley que el
sofisticado hombre que estaba parado frente a él era el mismo Daniel
que conocía. Se dio cuenta de que había estado mirando y
probablemente necesitaba decir algo, pero honestamente, ¿cómo se
supone que debo pensar después de enfrentarme a todo eso?
Pareciendo entender su situación, Daniel cruzó la sala de estar, se
detuvo frente a Brantley y sacó una mano de su bolsillo para meter el
dedo en el cuello de su camisa. Fue entonces cuando Brantley volvió a
ver esa correa de cuero alrededor de la muñeca de Daniel, y no estaba
seguro por qué, pero también aumentó el factor sexual.
—¡Mírate! —Daniel fue al grano, inclinándose para poner su boca
en el oído de Brantley—, tan jodidamente guapo. Jesús, Brantley.
El fresco y agradable aroma de la colonia de Daniel hizo que
Brantley quisiera pasar su nariz a lo largo de su cuello, pero giró la
cabeza y en su lugar capturó los calientes ojos fijos en él.
—¿Cómo se supone que me sentaré frente a ti y comeré? —
preguntó Daniel.
Brantley pasó lentamente la lengua por su labio superior y luego
bajó los ojos hasta el cuello abierto de la camisa de Daniel. Quería besarlo
allí.
—Especialmente si sigues mirándome así.

176
Brantley levantó los ojos y finalmente encontró su voz. —No
puedo creer que estés aquí de verdad. Lo juro, a veces, creo que estoy
soñando.
La amplia risa que Daniel solía poner para una fotografía apareció
e hizo que le doliera el corazón.
—Te juro que no estás soñando. Esta noche no, profesor —dijo
Daniel mientras entrelazaba sus manos.
Aunque se suponía que las palabras eran un consuelo, golpeaban
con la misma fuerza que un mazo rompiendo cada uno de sus sueños.
Porque por muy buena que fuera esta ilusión, no era real.

DANIEL SENTIÓ el cambio en Brantley casi instantáneamente


cuando apartó sus ojos de los suyos e hizo la excusa de tener que
encontrar sus llaves. Estaba corriendo. Daniel había visto este
comportamiento en él antes, cuando persiguió a Brantley por primera
vez, y se preguntó qué había desencadenado la respuesta ahora.
Cuando lo vio por primera vez de pie en la sala de estar, Daniel se
tomó un minuto para disfrutarlo de verdad antes de acercarse a él.
Y joder, le había gustado lo que había visto.
Pantalones azul marino planchados y ajustados como los llevaba
siempre Brantley, y una camisa rosa claro metida en la cintura. Sus
mangas arremangadas eran muy sexys, y sí, había sido difícil para
Daniel quitarle las manos de encima cuando finalmente había estado lo
suficientemente cerca como para tocarlo.
Pero ahora... Ahora, Brantley estaba ocupado comprobando que
todas las puertas de la casa estaban cerradas, lo que era totalmente
distinto a él, considerando que era tan meticuloso en todo lo que hacía.
Cuando Brantley lo rozó para ir a la puerta corrediza, Daniel
finalmente le agarró el brazo y le preguntó: —¿qué pasa?

177
Brantley agitó la cabeza, a punto de negarlo. Pero Daniel llevó un
dedo a sus labios y le preguntó de nuevo: —¿qué pasa?
—Nada.
Entrecerró los ojos, pero lo dejó ir. —Bueno. Hazlo a tu manera.
Pero si hice algo...
—No, Finn. No fue… —Brantley bajó los ojos, poniendo fin a la
conversación.
Daniel reprimió la exigencia de que Brantley le dijera cuál era el
problema. Pero si Brantley no quería compartir, ¿quién era Daniel para
obligarlo? Cada uno estaba lidiando con sus propios problemas cuando
se trataba de ellos, y seguro que no estaba listo para exponer los suyos
todavía.
—Muy bien. Bueno, si la casa está a salvo de todos los ladrones
desenfrenados en este vecindario de alto crimen, ¿estás listo para irte?
Los labios de Brantley temblaron, y Daniel extendió la mano
mientras le apuntaba con su sonrisa más encantadora.
—Vamos, profesor. Déjame invitarte a cenar.

CUANDO LOS DOS llegaron a The Waterhouse, fueron llevados


a la cubierta que daba al océano. Para un domingo por la noche, el lugar
estaba muy concurrido, pero no fue una gran sorpresa teniendo en
cuenta que los estudiantes pronto estarían de vacaciones de verano y
que los turistas estaban empezando a llegar.
Mientras se acomodaban en sus asientos, el camarero tomó sus
pedidos de bebidas y luego los dejó para que miraran el menú. Brantley

178
no paraba de mirar a Daniel sobre su menú y la tercera vez que levantó
los ojos y Daniel lo atrapó, guiñó un ojo.
El calor se apoderó de las mejillas de Brantley como un maldito
adolescente mientras volvía a mirar a la selección de comida. ¿Qué
diablos me pasa? Daniel lo tenía actuando como una colegiala
enamorada, y todo ¿por qué se habían vestido bien y habían salido en
una cita?
No, no era sólo eso.
Era el restaurante que Daniel había elegido. Su restaurante
favorito de mariscos. Al que solían pedir todos los viernes para comer
en la playa. Fue la mirada en los ojos de Daniel cada vez que
encontraban la suya. Esa mirada directa que mantenía la promesa
ardiente desde la mañana y tenía una tendencia a desnudar a Brantley
dondequiera que estuviera de pie, o, en este caso, sentado. Y finalmente,
fue la forma en que Daniel estaba bajando su menú, inclinándose sobre
la mesa y lamiéndose los malditos labios lo que hizo que la piel de
Brantley se sintiera sobrecalentada.
—¿Estás bien?
Brantley tomó el agua de la mesa y se la llevó a los labios. Mientras
tomaba un sorbo, Daniel miró alrededor del restaurante.
—Estoy bien.
Cuando los ojos de Daniel volvieron a los suyos, levantó una ceja.
—¿Estás seguro? Escucha, si te incomoda que te vean conmigo...
Los ojos de Brantley se abrieron de par en par. Ese pensamiento
nunca se le había ocurrido. —Confía en mí —dijo, y luego se movió en
su asiento—. Ese no es el problema que tengo contigo.
Eso llamó la atención de Daniel, porque bajó los ojos sobre
Brantley de nuevo como si lo viera por primera vez, y se recostó con una
sonrisa. —Bien, entonces.

179
—No hay necesidad de ser presumido al respecto.
—¿Hablas en serio? Por supuesto que voy a ser presumido. He
estado sentado aquí desde que salimos de tu casa pensando que no
querías ser visto en público conmigo. Pero ese no es el problema,
¿verdad, Brantley? —Volviendo a inclinarse hacia adelante, Daniel bajó
la voz y preguntó: —¿cuánto estás disfrutando con todo esto?
Era una locura que sentarse en un restaurante con Daniel, ordenar
una comida y poder estar libremente juntos estaba teniendo tal efecto en
Brantley. Pero maldición... realmente lo era. Y demonios, no estaba por
encima de pensar lo que sabía que todo el mundo que miraba a Daniel
en ese momento tenía que estar pensando… su cita era caliente.
—Mucho.
Daniel miró su boca, y Brantley suspiró.
—¿Cuánto es mucho?
Estaba a punto de responder cuando el camarero se detuvo en la
mesa para tomar su orden. Daniel rápidamente le dijo que todavía
estaban decidiendo y que podría volver más tarde, sin dejar de mirarle.
Entonces preguntó de nuevo: —¿cuánto es mucho, Brantley?
Brantley aclaró su garganta con la precisión de un láser con la que
Daniel se enfocó en él. —Suficiente para alegrarme por la mesa y el largo
mantel que la cubre.
Daniel gimió profundamente en su garganta mientras
tamborileaba sus dedos sobre la mesa, y Brantley volvió a captar esa
correa de cuero en su muñeca.
—¿Cuándo la conseguiste? —preguntó antes de poder detenerse.
La mirada de Daniel se movió hacia el cuero, y tocó la parte más
ancha, que descansaba en la parte superior de su brazo, antes de mirar
a Brantley. —El día que me fui.

180
A medida que esa pequeña pieza de información flotaba entre
ellos, Brantley sintió que había algo más, pero también era lo
suficientemente inteligente como para no empujar cuando estaba claro
que Daniel no estaba listo para compartir. Por suerte para él, el camarero
reapareció.
Después de que ordenaron, decidió que era hora de empezar a
conocer al hombre de enfrente, y la mejor manera de hacerlo era hacer
algunas preguntas básicas. Preguntas que no se había atrevido a hacer
hasta ahora.
—Así que tengo que preguntar. ¿Te gusta vivir en Chicago?
Cuando los ojos de Daniel se fijaron en los suyos, Brantley se dijo
que no retrocediera. Tenía curiosidad por saber qué pensaba Daniel de
la ciudad.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad. Sé que piensas que deberíamos olvidar el resto del
mundo y nuestras vidas durante dos semanas, pero no puedo hacerlo.
Y no creo que tú tampoco puedas.
—Puedo intentarlo.
—¿De verdad? —repitió Brantley.
Cuando Daniel puso los ojos en blanco, levantó las cejas. Ahh, sí.
Ahí está mi Finn.
—Me gusta. Es totalmente diferente que aquí. Es ocupado y
exigente, y nunca te da la oportunidad de detenerte a pensar. Pero al
mismo tiempo, cuando llega el invierno y cae la nieve, hay momentos
en los que todo está en calma y todavía… en paz, casi. Y olvidas que la
locura de la ciudad es sólo un viaje en ascensor hasta la planta baja.
Brantley sonrió y asintió. —Sí. Era así donde crecí también. Me
encantaba ver caer la primera nevada.

181
—Sí. —Daniel se rio—. Es la tonelada de mierda que sigue y el
hielo que tienes que raspar del parabrisas de tu auto lo que podría
prescindir. Pero las vacaciones son agradables. Las luces y adornos en
toda esa nieve. Hay algo mágico en ello. Deberías verlo.
Brantley no se atrevió a responder cómo quería, porque, aunque
fue emitido como una invitación, difícilmente pensó que Daniel lo había
querido decir de esa manera.
—¿Y el trabajo? ¿Qué hay de tu trabajo?
Daniel se llevó el vaso a los labios y tomó un sorbo antes de bajarlo
de nuevo a la mesa. —Espera. ¿Quieres decir que no le pides a mi madre
actualizaciones semanales? Estoy destrozado.
—No, no lo estás. Eres arrogante, eso es lo que eres. Le pregunté a
tu madre una vez, y después de eso, cada vez que me veía, me ponía al
día.
Daniel asintió y tomó otro sorbo de su vino. —Sí. Eso es porque
sabe que solíamos dormir juntos.
El sorbo de vino que Brantley acababa de tomar se le atascó en la
garganta y tosió. —¿Qué quieres decir con que lo sabe? ¿Desde cuándo
lo sabe?
—Aparentemente desde la primera conferencia de estudiantes y
profesores, cuando no podía dejar de mirarte.
—Oh, joder.
Daniel chasqueó la lengua, y Brantley entrecerró los ojos.
—Qué lenguaje, profesor.
—¿Lenguaje? —dijo Brantley, moviendo la cabeza, horrorizado
por el hecho de que Daniel no podía dejar de reír—. Esa es la menor de
mis preocupaciones. ¿Qué debe pensar de mí? Oh, Dios mío. Estaba
sentado en su cocina el otro día y prácticamente me sedujiste allí.

182
—Guau, te lo estás tomando mucho peor que yo.
—¿Por qué? ¿Qué hiciste?
—Le dije que iba a empacar e irme a tu casa por dos semanas.
—¡Finn!
—¿Qué? Ambos somos adultos. Y los dos éramos adultos en ese
entonces también. Ella lo sabe.
Brantley se cubrió la cara con las manos, y cuando sintió el calor
que se le había subido a las mejillas, cerró los ojos. Maldito vino.
—Brantley.
Al negarse a abrir los ojos, trató de pensar en algo que pudiera
decir la próxima vez que viera a Camille Finley, porque siento mucho
haber tenido relaciones sexuales con su hijo, no parecía meterse en su
cabeza.
—Brantley.
El tono de Daniel tenía los ojos abiertos y enfocados en él, y el
deseo que se arremolinaba en sus ojos hizo que todo el pánico en la
mente de Brantley se evaporara.
—Lo que sea que estés pensando ahora mismo, detente.
Esas palabras sonaban tan familiares… eran sus palabras. Y qué
irónico era que Daniel las estuviera usando ahora, con él.
—No hiciste nada malo. En realidad, no hiciste nada en
absoluto. Te perseguí.
—Dejé que me atraparas.
—Mmm. Sí, lo hiciste. Y lo harás más tarde esta noche, ¿no?
Cuando sus ojos conectaron, Brantley se sintió perseguido de
nuevo. Entonces Daniel sonrió lenta y sensualmente y todo lo que pudo
haber hecho mal pareció desvanecerse.

183
Y él susurró: —sí.

DANIEL ESTABA SEGURO de que su salmón chamuscado


estaba delicioso, pero si alguien le hubiera preguntado qué más había
con su comida, no habría podido decírselo. Estaba demasiado
consumido por el hombre sentado frente a él como para hacer otra cosa
que no fuera cortar, levantar y masticar la comida de su plato.
La gente venía y se iba mientras comían a través de sus aperitivos
y entradas, y cuando el camarero reapareció y preguntó por el postre,
Brantley levantó la mano como si fuera a negarse.
—¿Hablas en serio? —preguntó Daniel—. ¿No vas a pedir postre?
¿Viste la carta cuando entramos?
Brantley asintió, pero luego palmeó su estómago. —Creo que he
tenido más que suficiente. De lo contrario, nuestra carrera matutina se
convertirá en treinta kilómetros.
Siguiendo sus ojos por el pecho de Brantley hasta donde
descansaba su mano, Daniel sacudió la cabeza. Luego miró al camarero.
—Nos encantaría ver el menú de postres.
El camarero sonrió y se fue a buscar los menús.
Daniel se inclinó sobre la mesa y dijo: —prometo trabajar muy bien
contigo cuando lleguemos a casa. Así que escoge algo del menú que
quieras en tu boca. O, mejor aún, elige algo que creas que me gustaría.
Porque cuando lleguemos a casa, mi lengua tendrá un sabor agradable
y largo.

184
Los párpados de Brantley bajaron a media asta, y el rubor que
cubría su cuello era tan jodidamente excitante que Daniel estaba a punto
de tomar su boca antes de que llegaran los menús de postres.
—¿Dónde está ese maldito camarero? —dijo mientras miraba a su
alrededor. Entonces lo vio corriendo hacia la mesa.
—Lo siento por eso.
Una vez que el joven les entregó los menús, Daniel escudriñó las
opciones, tal como lo hacía Brantley, y se concentró en una de sus
favoritas. Entonces encontró los ojos de Brantley y levantó una ceja.
Los labios de Brantley se estrujaron con una sonrisa de
conocimiento, y luego dirigió su atención al camarero. —Creo que me
gustaría el pastel de limón.
Oh, Jesús, sí. Gran plan, se dijo Daniel cuando recordó la primera
vez que comió pastel de limón con Brantley. Mientras el camarero lo
escribía y tomaba sus menús, Daniel vio la expresión de auto-
satisfacción en la cara de Brantley y supo que lo había hecho a propósito.
Joder, ese era el problema con los recuerdos tan calientes que
chamuscaron una marca permanente en el interior de tu cerebro. Nunca
podías escapar de ellos.
—¿Y para usted, señor?
Daniel se movió en su asiento y respondió: —voy a compartir el
suyo.
Brantley se burló de eso. —Si tienes suerte.
El camarero les sonrió y luego se excusó.
Daniel puso su mano sobre la de Brantley, y cuando la giró para
que sus dedos se alinearan, dijo: —planeo tener mucha suerte, y tú
también la tendrás.

185
Mientras Brantley entrelazaba sus dedos, Daniel los apretó
suavemente, y su pecho se apretó como si esos mismos dedos acabaran
de envolver su corazón.
Este hombre lo hacía más difícil con cada gesto, cada palabra, y
cada maldito recuerdo que venía inundando de nuevo para permanecer
desapegado, porque cuando se trataba de Brantley, Daniel sabía que no
había nadie a quien necesitara tener más cuidado. No sólo tenía el poder
de poner a Daniel de rodillas con una simple mirada, sino que también
tenía el poder de quebrarlo una vez que estuviera allí.
Cuando sus ojos chocaron con el hombre que lo miraba con
silenciosa intensidad, Daniel apartó ese pensamiento. Sabía a lo que se
había apuntado, y también Brantley.
—Bien, caballeros —dijo el camarero al llegar con un plato y dos
tenedores—. Aquí tienen. Que lo disfruten.
Mientras colocaba el postre entre ellos, Brantley soltó su mano y
Daniel levantó su tenedor.
Sí, puedo hacerlo, pensó. Todo lo que tenía que hacer era mantener
su corazón fuera de la ecuación.

186
BRANTLEY NUNCA había sido tan consciente de sus
movimientos como cuando caminaba por su balcón hacia su puerta
principal.
No se había molestado en ver si Daniel lo seguía, ya sabía que sí.
Pero cuando buscaba en su bolsillo las llaves y una mano cayó sobre su
cintura, se detuvo, y las llaves tintinearon cuando su brazo cayó a su
lado. Los labios de Daniel encontraron el lado del cuello de Brantley y
cuando sus dientes mordisquearon su mandíbula, suspiró.
Sabiendo que necesitaba abrir la puerta para entrar o arriesgarse a
una exposición indecente, se alejó de Daniel a regañadientes. Cuando
los dedos de su cintura se detuvieron antes de caer, saboreó el dulce
deslizamiento de los mismos.
Logró abrir la puerta antes de tirar las llaves en la mesa de entrada.
Luego estaba a punto de ir a la sala de estar, pero Daniel dijo su nombre.
Se detuvo en su pasillo y se dio la vuelta. Daniel estaba apoyado
en la puerta interior de madera. Sus piernas estaban cruzadas en los
tobillos, sus manos descansaban casualmente dentro de los bolsillos de
sus pantalones, y sus calientes ojos y sus sonrojadas mejillas le hacían
ver positivamente pecaminoso.
—Ven aquí.
Mierda. Su polla se puso dura al instante.
—Ven. Aquí. Brantley.
Estaba metido en muchos problemas. Sabía eso tan seguramente
como sabía que lo que estaba a punto de suceder en la próxima hora más

187
o menos lo iba a arruinar para cualquier otra persona en el planeta. Pero
eso no le impidió hacer lo que le habían dicho.
Sólo le tomó seis pasos estar de vuelta a una distancia de toque con
Daniel, y cuando una sonrisa hedonista apareció en su boca llena,
Brantley se estremeció.
—Más cerca —susurró Daniel, siendo el único sonido en la
silenciosa casa, a menos que contaran los latidos de sus corazones.
Mientras Brantley daba otro paso, Daniel descruzó sus piernas, se
enderezó contra la puerta y sacó las manos de sus bolsillos. Cada uno de
los movimientos era como un baile bien coreografiado diseñado para
sacar a Brantley de su siempre amada mente.
Levantó los ojos hacia los de color ámbar que estaban fijos en los
suyos y cuando Daniel torció el dedo, no tuvo que decir ni una palabra.
Brantley ya se estaba acercando. Se paró entre las piernas de Daniel, que
alcanzó sus caderas, tirando de él el resto del camino.
Oh, Dios... Dios. Este lado de Daniel es poderoso como el infierno,
pensó mientras ponía sus manos en el pecho de Daniel y las subía hasta
sus hombros y cuello. Luego las metió en el cabello. Cuando Daniel
arqueó la cabeza hacia un lado, disfrutando de la caricia sensual,
Brantley lo hizo de nuevo y retorció sus manos en las hebras más largas.
Las palmas en su cintura se deslizaron alrededor de su trasero, y
Daniel puso sus caderas hacia adelante, haciendo que Brantley gimiera
en respuesta.
Quería arrancarle la ropa a Daniel y tomarlo allí mismo, tal como
lo había hecho varias veces en el pasado. Pero este no era su programa
para correr, y cuando Daniel bajó la cabeza y le dijo: —antes de salir de
este pasillo, quiero sentir tus labios alrededor de mi polla. —Dejó claro
de quién era el programa. Y al diablo si no quiero eso también.
No había duda en la mente de Brantley de que sería un
participante dispuesto en cualquier cosa que Daniel pidiera. Lo que le

188
preocupaba, sin embargo, era que no sería capaz de aguantar y dejar
Daniel sea el que guíe. Pero lo intentaría. Demonios, apenas había
podido sentarse a cenar debido a su excitación. Porque, tenía que
admitirlo, este nuevo papel que estaba jugando en su relación era
emocionante. ¿Quién iba a decir que le gustaba que le dieran órdenes?
Eso era definitivamente nuevo. O tal vez fue sólo quien estaba dando las
órdenes.
—¿He mencionado que no puedo esperar a sentirte finalmente a
mi alrededor? —dijo Daniel—. Lo he imaginado muchas veces, pero no
creo que se vaya a acercar a lo que realmente se siente cuando me hunda
dentro de ti esa primera vez. ¿No estás de acuerdo?
Sí. Sí, Brantley realmente lo hacía y no tenía problemas en decirlo.
—Se va a sentir increíble —susurró—. Para ti y para mí.
Daniel acarició la camisa de Brantley con los dedos hasta el cuello.
Después lo agarró con fuerza entre los dedos y tiró de él para que los
labios de Brantley estuvieran a sólo un centímetro de los suyos, y las
rodillas de Brantley estuvieron a punto de doblarse.
—Mmm. Creo que tienes razón. Pero antes de eso, ¿sabes lo que
quiero ver, profesor?
La polla de Brantley golpeaba detrás de su cremallera en la
excitación que calentaban los ojos de Daniel, y no podía evitar clavar los
dedos en la sólida pared de músculo que tenía bajo su palma. Era la
única cosa, aparte del agarre de Daniel en su cuello, que lo mantenía de
pie. Se mojó los labios, y cuando la mirada de Daniel bajó para seguir el
movimiento de su lengua, se dio cuenta bastante rápido, pero quería
oírlo.
—¿Qué? —preguntó, y los ojos de Daniel volvieron a los suyos.
—De rodillas.
Sí. También quería eso.

189
Daniel bajó la cabeza al oído y susurró: —bájame los pantalones,
Brantley.
Con los ojos aún clavados el uno en el otro, Brantley arrastró la
mano que tenía en el pecho de Daniel hasta el botón de sus pantalones,
donde la otra ya estaba ocupada desabrochando el botón de esos
pantalones grises de sastre. Cuando lo desabrochó y estaba a punto de
bajar la cremallera, Daniel bajó la cabeza y rozó sus labios sobre la parte
superior de la suya.
Su cálido aliento entró en su boca, haciendo que Brantley quisiera
suplicarle para omitir la espera y sólo ir a su habitación. Pero entonces
Daniel se chupó el labio inferior y Brantley decidió que podía esperar si
eso significaba ser molestado y atormentado por su Finn.
Cuando su respiración se hizo dura y sus manos se agarraban a los
bordes de los pantalones de Daniel, le oyó decir: —arrodíllate, profesor.
Quiero verte en posición… ahora.
Y nada iba a impedir que le diera a este hombre lo que quería.

GRACIAS POR LA JODIDA puerta que estaba detrás de él


sosteniéndole el culo, porque cuando Brantley se arrodilló, Daniel casi
se cayó sobre el suyo para unirse a él.
En realidad, le estaba costando trabajo hacerse esperar, pero
cuando Brantley bajó lentamente la cremallera de sus pantalones, Daniel
decidió que mostraría un poco de paciencia sólo para poder deslizar su
polla entre los severos labios de su profesor.
Maldita sea, qué imagen hizo Brantley, arrodillado a sus pies.
Había visualizado este momento exacto en más de una ocasión a lo largo

190
de los años. Nada en sus fantasías, sin embargo, había estado a la altura
de su realidad actual.
—¿Brantley?
Cuando Brantley miró a Daniel, su corazón casi se le paró en el
pecho. El hombre era tan jodidamente hermoso. Y la plata en su cabello
y su rastrojo sólo realzaba sus impresionantes ojos y sus pestañas
oscuras.
—Gracias por pedir el pastel esta noche. Siempre ha sido uno de
mis favoritos. Sobre todo, porque siempre que lo como, me acuerdo de
la primera vez que me hiciste tuyo. Los picnics en tu cama siempre
fueron mis cosas favoritas los fines de semana. Ese en particular se
destaca.
Las mejillas de Brantley se sonrojaron, y Daniel sabía que estaba
recordando el momento tan vívidamente como él.
Habían tenido las ventanas abiertas, la brisa soplando sobre su piel
mientras Daniel trabajaba en su tarea y Brantley en su tarea escolar, y en
algún lugar entre chupar crema batida y la tarta ácida que le llenaba el
dedo, Daniel había terminado desnudo, debajo de Brantley, y tomado
de la manera más deliciosa imaginable. Su primera vez había sido nada
menos que perfecta.
Como el hombre que lo miraba fijamente.
—Quiero hacer eso contigo. Tomarte muy despacio. Una y otra vez
en tu cama. Tal como hiciste conmigo la primera vez —dijo, y luego le
tocó la barbilla a Brantley—. Pero lo primero es lo primero. Quítate la
camisa. Quiero verte.
Soltó la barbilla, y Brantley hizo lo que se le había ordenado.
Cuando finalmente se arrodilló a los pies de Daniel en sus pantalones
azul marino y nada más, Daniel bajó sus pantalones hasta los muslos, y
metió la mano dentro de sus calzoncillos blancos para empuñar su
dolorida erección.

191
Los labios de Brantley se abrieron y se levantó de rodillas, pero
Daniel sacudió la cabeza e indicó con la otra mano que debía volver a su
lugar de origen. Al hacerlo, Brantley fue a por el botón de sus propios
pantalones, pero Daniel fue más rápido también.
—Eh, eh. Quita las manos. ¿Qué tal si las pones a tu espalda de
momento?
Los ojos de Brantley se entrecerraron sobre él como si dijera… que
te jodan, y Daniel se aseguró de mantener sus labios en esa línea de…
no me enredes con la firma, que había adoptado a lo largo de los años,
una muy parecida a la de Brantley, que se había convertido en una obra
de arte.
—¿Le preocupa algo, profesor?
Daniel levantó una ceja cuando la mandíbula de Brantley se
apretó, y se negó a responder. Parecía que quería estrangularlo, pero
Daniel sabía que no era así. Brantley estaba frustrado. Frustrado y
excitado, si el abultamiento de sus pantalones era algo por lo que pasar.
Con tirones lentos y metódicos de su carne, Daniel dejó que sus
ojos se movieran desde el regazo de Brantley, sobre sus abdominales
desnudos hasta el pelo que cubría su pecho, y cuando finalmente llegó
a esa tensa cara, esos asombrosos ojos estaban enfocados en la mano que
había metido dentro de sus calzoncillos.
Usando su otra mano, Daniel deslizó su pulgar en el elástico y los
bajó por el muslo para que su polla finalmente estuviera libre y visible,
y con su atención todavía fijada en su pelvis, Brantley se mojó los labios
como si estuviera muriendo por probarlo.
Sin problema. De hecho, Daniel pensó mientras miraba el reloj que
colgaba de la pared, que eso era perfecto.
—¿Brantley?

192
Cuando los ojos de Brantley encontraron los suyos, Daniel no
pudo evitar correr su puño a lo largo de su pulsante longitud. Era un
puto espectáculo allá abajo. Escuchando cada palabra que Daniel decía
y, mejor aún, haciéndolo.
—Ven aquí...
Mientras esas dos palabras resonaban en el pasillo del hombre
arrodillado, Daniel apretó sus dedos alrededor de la raíz de su eje e hizo
un gesto a Brantley para que se acercara con su otra mano.
Esta vez, cuando Brantley se puso de rodillas, Daniel lo permitió.
Luego tomó la barbilla entre los dedos, inclinando ligeramente la cara
hacia arriba. Cuando los ojos de Brantley se oscurecieron y levantó sus
manos para equilibrarlas en sus muslos, una emoción bajó por la
columna vertebral de Daniel hasta sus pelotas.
—Abre la boca —dijo.
Los labios de Brantley se abrieron, y respiró hondo. Sí, quería
entrar ahí, ahora mismo. Con una mano sosteniendo esa hermosa cara
masculina en su lugar, usó la otra para dirigir la cabeza húmeda de su
polla a esos labios que esperaban.
Tan pronto como estuvo lo suficientemente cerca, Brantley pasó la
lengua por encima de su hendidura, y Daniel se mordió el labio tan
fuerte que probablemente había sacado sangre.
El gemido que se le escapó hizo que los ojos de Brantley se alzaran
hacia él, y cuando una sonrisa engreída y coqueta tiró de la esquina de
la boca de Brantley, Daniel emitió su orden final.
—Tienes cinco minutos, y luego eres mío. Ahora, chúpamela.

193
BRANTLEY TEMBLÓ ANTE LA ORDEN, pero sus dedos se
sobre los muslos de Daniel.
Dios, ¿cuándo le puso los dedos tan firmes en la barbilla para
arrastrarlo contra él con una orden directa? Fue tan excitante. Y nuevo,
pensó mientras golpeaba con su lengua la ancha cabeza de la engrosada
polla de Daniel.
—Maldito infierno… Brantley.
Esas palabras y ese tono eran familiares. A Brantley le encantaba
volver loco a Daniel antes de tomarlo. Había sido una de sus partes
favoritas de desnudarse con él. La forma en que Daniel se volvía loco
cada vez que intentaban algo que no había hecho antes. Y, mientras el
grueso pene de Daniel se deslizaba entre sus labios ahora, Brantley sabía
que los papeles esta noche definitivamente habían sido invertidos,
porque el hombre que estaba dirigiendo cada uno de sus movimientos
estaba empeñado en volverlo loco antes de que ambos se desnudaran.
—Jesús, sí... Ahí tienes —dijo Daniel, y luego empujó sus caderas
hacia adelante para estar lo más lejos posible.
Brantley cerró los ojos y succionó sus labios y boca con fuerza
alrededor de la polla de acero de Daniel. Las manos que coreografiaban
todo el acto se pusieron a un lado de su cabeza, y mientras Daniel pasaba
sus dedos por el cabello, Brantley deslizó las manos alrededor de las
piernas hasta el trasero, y Dios, el tipo tenía un buen trasero. Mientras
Daniel se retiraba, Brantley abrió los ojos y clavó sus dedos en las
desnudas y apretadas nalgas bajo las palmas de sus manos y tiró hacia
atrás para tragarlo de nuevo.
—Brantley, joder... —jadeó Daniel—. Joder.
Brantley continuó dándole vueltas, dejando que Daniel usara su
boca, y cuando pensó que iba a perder la cabeza justo en el medio de su
pasillo, las manos de Daniel se agarraron a un lado de su cabeza y lo

194
alejaron. Agarró sus brazos y lo levantó, y se puso de pie en un abrir y
cerrar de ojos para tomar esa exigente boca con la suya.
Tan pronto como sus labios se encontraron, las manos de Daniel
fueron al botón de sus pantalones y Brantley sonrió contra la impaciente
boca destruyendo la suya. Acunó la cara de Daniel y giró su cabeza para
obtener un sabor más profundo, y Daniel la tomó. Su lengua se metió
entre los labios de Brantley justo cuando las manos de Daniel se metían
dentro de sus pantalones y alrededor de su polla.
Brantley apretó los ojos y maldijo contra la boca de Daniel, y le
clavó los afilados dientes en el labio inferior, lo que hizo que sus ojos se
abrieran. Los de Daniel le devolvían el fuego mientras estiraba los dedos
a lo largo de su cuerpo y luego se echó hacia atrás muy lentamente. —
Me encanta hacerte maldecir. Es tan raro. Tan correcto, ¿no es así,
Brantley?
Dejó caer su cabeza hacia atrás, los labios de Daniel encontraron
su cuello, y besó su camino hasta la oreja de Brantley para susurrarle. —
Esta noche, voy a hacer que derribes las malditas paredes.
Cuando Daniel levantó la cabeza y quitó su mano de los
pantalones, habló con una voz tan baja y llena de malvadas promesas
que Brantley se preguntó de dónde vendría.
—Tu cama. Te quiero en ella… ahora mismo joder.

195
NO NECESITABA que se lo dijeran dos veces.
Brantley giró sobre sus talones y fue por el pasillo, pasando su
oficina hasta su habitación antes de que pensara demasiado en lo que
iba a hacer. Se detuvo justo dentro de la puerta, pero no estuvo solo
mucho tiempo. Daniel estaba detrás de él, con las manos en sus caderas
que lo empujaban más adentro.
—¿Tienes...?
—El mismo lugar donde siempre estuvieron —dijo, sabiendo
exactamente lo que Daniel había estado a punto de preguntar.
—¿Los condones también?
Miró por encima de su hombro y captó los ojos de Daniel. Sabía
que Daniel se refería al hecho de que había dicho que no había traído a
nadie allí, y era verdad. Los condones en su cajón de arriba eran una
nueva adición.
—Los compré el otro día.
Daniel levantó las cejas, y una sonrisa acarició su labio. —¿Y qué
día fue ese?
Brantley bajó su mirada a los labios de Daniel y no pudo evitar
lamerse los suyos. —La mañana que aceptaste venir y quedarte aquí.
Cuando un solo dedo trazó una línea provocativa por su columna,
le siguió un escalofrío, y también lo hizo la voz de Daniel.
—Ve a buscarlos.
—Te has vuelto bastante...

196
—¿Sí?
—Mandón.
Una luz arrogante chispeó los ojos en los suyos, y Daniel miró
hacia abajo, hacia la cremallera abierta de sus pantalones. Su erección ya
no estaba ni siquiera ligeramente oculta. Entonces Daniel lo rodeó y le
dijo: —creo que te gusta mucho.
Vio a Daniel pasearse a un lado de la cama, quitarse los zapatos y
luego los calcetines. Luego sus pantalones abiertos cayeron al suelo sin
preocuparse por nada en el mundo, y cuando se paró allí con su camisa
medio abotonada y sus apretados calzoncillos blancos, Brantley tuvo
problemas para recordar lo que se suponía que debía estar haciendo. No
fue sino hasta que la mirada de Daniel se elevó más allá de su hombro
hasta la cómoda detrás de él que lo recordó.
Cierto. Condones. Lubricante.
Sacudiendo la cabeza, se dio la vuelta para conseguir lo que
necesitaban y se dijo que se calmara.
Estabas revolcándote con el tipo anoche en la alfombra de tu
habitación. Pero no lo había tenido adentro, y con la forma en que Daniel
estaba observando cada uno de sus movimientos, Brantley no tenía
duda de que así era exactamente cómo iba a terminar esta noche, con esa
gruesa polla dentro de él. Y eso lo hizo titubear. Estaba tan excitado por
la idea que se sorprendió de que todavía pudiera caminar.
Después de conseguir lo que necesitaban, cerró el cajón y se giró
para encontrar a Daniel, desnudo desde la parte superior de su cabello
recién cortado hasta su tamaño de cuatro metros, parado directamente
detrás de él. Brantley recuperó el aliento cuando Daniel tomó la caja y la
botella de sus manos, las arrojó a la cama y luego puso ambas manos
sobre sus caderas.
—Es hora de perder los pantalones, ¿no crees? —dijo Daniel con
un guiño.

197
Antes de que Brantley tuviera la oportunidad de ver el glorioso
cuerpo frente a él, Daniel le estaba ayudando a deslizar sus pantalones
y calzoncillos hasta los tobillos. Una vez estaba tan desnudo como el
hombre enderezándose frente a él, Daniel buscó la parte de atrás de su
nuca y bajó la boca, y cualquier otro pensamiento que pudiera haber
salido volando por la maldita ventana.

OH SÍ, BRANTLEY besaba como nadie más, era todo lo que


Daniel podía pensar mientras los labios de Brantley se abrían bajo los
suyos y se acercaba lo suficiente como para que sus cuerpos estuvieran
golpeando y rozando.
Los llevó de regreso a la cama y Brantley fue con él. Cuando sus
pantorrillas golpearon la plataforma, rozó sus labios sobre los de
Brantley y dio el paso que necesitaba antes de girarlos y ambos cayeron
sobre el colchón con Brantley aterrizando exactamente donde Daniel lo
quería: sobre su espalda.
Se arrastró por encima de él, y las manos de Brantley le siguieron
por los costados hasta el culo. Colocando una mano a cada lado de su
cabeza, Daniel hizo rodar sus caderas, masajeando sus erecciones juntas
y los ojos de Brantley se cerraron. Sin embargo, no iba a tener nada de
eso. Quería la atención de este hombre. Quería que esos hermosos ojos
se concentraran en él. Así que cogió una de las manos de Brantley. Luego
la otra. Y entonces las inmovilizó junto a la cabeza en el colchón. Y sí,
eso captó la atención de Brantley muy rápido.
La ardiente mirada de Brantley sostuvo la suya mientras sus
piernas se envolvían alrededor de su cintura para que pudiera arquearse
y hacer más presión, y Daniel se la dio. Bajando todo su peso sobre él,

198
molió su polla arriba y abajo sobre la de Brantley de una manera que
tenía ambas respiraciones sonando rápidamente.
Brantley era tan perfecto bajo su mando que a Daniel le resultaba
difícil hacer otra cosa que no fuera mirar fijamente al hombre que ahora
cantaba su nombre. Pero maldición, quería estar dentro de él. Había
estado esperando demasiado tiempo, y quería sentir el cuerpo de
Brantley, caliente y apretado, a su alrededor.
Besó esos labios separados antes de incorporarse y arrodillarse y
sonrió ante el gemido de Brantley cuando se dio cuenta de que Daniel lo
estaba soltando. Tomó un condón de la caja, lo enrolló y luego tomó el
lubricante. Y cuando levantó la vista y encontró a Brantley mirándolo
con una mano alrededor de su polla, Daniel se aseguró de verter una
generosa cantidad a lo largo de la dura longitud que Brantley estaba
acariciando febrilmente.
Arrojando la botella a la cama, volvió a bajar sobre Brantley y casi
se pierde cuando se levantó de la almohada para volver a tomar los
labios de Daniel en un beso abrasador. Parecía que había terminado de
esperar.
Daniel serpenteó una mano entre ellos, y sin dudarlo, Brantley
separó sus piernas. Daniel pasó sus dedos resbaladizos por encima de
sus pelotas hasta la piel caliente debajo y luego deslizó sus dedos de
vuelta al apretado agujero entre las nalgas de Brantley. Mientras pasaba
la yema de su dedo por encima de él, Brantley dejó caer su cabeza en la
almohada y levantó las caderas en invitación. Entonces Daniel metió su
dedo dentro, dejándolo pasar por el anillo de músculo que le esperaba.
Los fieros ojos fijos en los suyos lo animaron a seguir adelante, así
que continuó trabajando metódicamente con uno, dos y luego tres dedos
dentro de Brantley hasta que estuvo jadeando y follándolos con todo lo
que tenía.

199
—Oh Dios... Finn... Finn. Necesito... —Se calló, pero Brantley tenía
una mano entre ellos, jalando y tirando de su pene llorón mientras
seguía trabajándole con los dedos.
—Sé lo que necesitas. Pero quiero que me lo digas. Quiero
escuchar la primera vez que lo digas.
Los ojos de Brantley habían cambiado de color, oscurecidos por la
excitación y lujuria que sentía. Ahora, eran de color verde oscuro y
estaban llenos de furia apasionada.
Daniel audazmente sostuvo esa mirada, extendió sus dedos
dentro del cuerpo de Brantley, y exigió una vez más: —dime, Brantley.
—A ti —dijo Brantley—. Quiero sentirte dentro de mí. Finalmente
llenándome. Te necesito… ahora.
Daniel sacó sus dedos y levantó las piernas de Brantley,
atrapándolas por debajo de las rodillas. Luego los empujó hacia su
pecho, y cuando la punta de su verga abrió el caliente y cómodo agujero
del cuerpo de Brantley, este agregó: —siempre te he necesitado, Finn.
Y Daniel perdió la cabeza.

BRANTLEY NO QUERÍA decir eso, pero antes de que se diera


cuenta, las palabras se le habían escapado y no estaba a punto de
retirarlas. Sin embargo, tan pronto como los ojos de Daniel se
iluminaron y entró en su interior, Brantley nunca estuvo más agradecido
por su boca desbocada. Porque ser tomado por Daniel por primera vez,
era nada menos que alterar su vida.
Cuando Daniel tocó fondo, se detuvo dónde estaba y miró hacia
abajo como si estuviera asombrado, y Brantley no pudo evitar extender

200
la mano y deslizarla sobre su cara y su cabello. Su polla latía, dolorida
por la liberación, y su cuerpo palpitaba alrededor de la profunda y
amplia intrusión de Daniel, hasta el punto de que no estaba seguro de
que alguna vez volverían a sentirse separados. Pero el apresurado
momento pasó de ardiente lujuria a apasionado asombro y a medida
que las emociones salieron a la superficie, vio la batalla peleando en los
ojos de Daniel.
Pero no había forma de que lo dejara ir ahora. Daniel lo había
querido bajo su mando, lo había exigido. Así que Brantley iba a usar
todo lo que estuviera en su poder para mantenerlo allí, en ese momento,
con él.
Se agachó y acarició su pene, y cuando los ojos de Daniel siguieron
el movimiento, sus caderas reaccionaron de la manera más primitiva.
Empezó a empujar.
—Sí... joder —dijo Brantley, la maldición que Daniel había querido
oír de su garganta cuando se retiró de su cuerpo y luego se lanzó hacia
adelante otra vez—. Ahh, Finn. Demonios. Hazlo otra vez.
Y lo hizo. Una y otra vez, Daniel entraba y salía mientras Brantley
miraba al hombre que amaría por el resto de su vida.
Cuando la enormidad de ese pensamiento se apoderó de él, se
agarró al brazo de Daniel y gimió. Luego apartó el pensamiento
mientras Daniel colocaba una mano junto a su cabeza, y Brantley era
libre de rodear su cintura con la pierna y empezar a retorcerse.
Se sentía tan condenadamente bien que no podía creer que hubiera
esperado tanto para tener a Daniel dentro de él. Todas las fantasías que
había tenido de él palidecían en comparación. Pero no fue hasta que
Daniel se apartó el pelo de la frente y presionó sus labios allí que el
clímax de Brantley lo golpeó. Agarró los bíceps de Daniel y se arqueó
para llevarlo tan profundo como pudo, y la calidez de su propio
orgasmo lo inundó mientras se corría por todo su estómago.

201
—Oh Dios, Brantley. Te sientes... Dios —susurró Daniel en el
cabello de Brantley mientras continuaba moviéndose dentro de él.
Entonces levantó la cabeza y se corrió, Brantley ensanchó las piernas.
Daniel se arrodilló, enrolló el condón y trabajó febrilmente su pene. La
vista era gloriosa, y también lo era el hombre.
Los músculos de los brazos de Daniel estaban saltando. Sus
caderas estaban bombeando, y cuando se levantó de rodillas y apuntó
su erección hacia la suya, Brantley no quería nada más que ver y sentir
como se le acercaba.
—Finn. Eres tan hermoso. ¿Cómo pude pasar siete años sin ti?
Cuando los ojos de Daniel encontraron los suyos, Brantley no
estaba seguro de que eso hubiera sido lo correcto. Pero eso fue puesto
pronto a descansar cuando Daniel apretó los dientes, dejó caer la cabeza
hacia atrás y se corrió. Y su nombre salió como una oración, o una
maldición, de esos labios llenos.
El silencio que los rodeaba, tan seguro como un capullo, bloqueaba
el resto del mundo. Porque, así había sido siempre con Finn, cuando los
dos estaban juntos de esta manera… desnudos, las almas desnudas… no
existía nada más.

MIENTRAS DORMÍAN en la oscuridad con la luz de la luna


deslizándose entre las cortinas, Daniel no pudo evitar la curva de sus
labios, porque, santo cielo, carajo, eso había sido incluso mejor de lo que
había imaginado, fantaseado o soñado que sería. Brantley seguía siendo
todo lo que quería en un hombre envuelto en un paquete perfecto.
Rodando hacia su lado, puso sus manos bajo su mejilla y vio que
Brantley miraba el techo. Pero, a diferencia de Daniel, fruncía el ceño.

202
—Esa es una expresión muy seria después de lo que acabamos de
hacer...
El surco entre las cejas de Brantley desapareció al girar su cabeza
sobre la almohada, reemplazada por una lenta y satisfecha sonrisa. —
Estaba pensando.
—Lo sé. Reconocería esa expresión en cualquier parte.
—Sin embargo, no conozco ninguna de las tuyas ahora.
—Ahh. Entonces, ¿soy misterioso? —dijo Daniel con una sonrisa.
—Bueno, esa la conozco. Siempre has sido arrogante.
Movió las cejas.
Brantley puso los ojos en blanco. —Lo que quiero decir es que te
has convertido en un hombre tan diferente del que se fue. Hay indicios
del Finn que conocí, pero esta versión... —Dejó que sus ojos se
detuvieran sobre Daniel. Cuando llegó a su cadera, donde su tatuaje
seguía una senda sobre su lado derecho y el hueso de la cadera, la
cogió—. Esta versión no me resulta tan familiar.
Mientras los dedos de Brantley trazaban suavemente el tatuaje,
Daniel se acercó más. —¿Qué quieres saber? —preguntó.
Cuando los ojos de Brantley encontraron los suyos, Daniel
mantuvo su mirada, permitiéndole ver cuán sincero era. En algún lugar
de las últimas horas, este hombre se había colado por la pared gigante
que había construido cuidadosamente. Y aunque era más que consciente
de que se estaba abriendo a un infierno de angustia, también era
consciente de que, si no lo hacía, el arrepentimiento sería un tipo peor
de tortura.
No podía recordar el número de noches que había pasado en la
cama y se imaginaba a Brantley acostado a su lado, como estaba ahora.
Sus ojos en los suyos, su mejilla apretada contra la almohada, la sábana
alrededor de sus caderas, pero por la mañana, siempre se había ido.

203
—Quiero saber sobre tu vida, Finn —susurró Brantley en la
noche—. ¿Estás contento? ¿Te gusta tu trabajo? ¿Tu casa? Y no te escudes
y pases de lado. Lo digo en serio.
Daniel se inclinó hacia atrás y puso las manos detrás de la cabeza.
Cerrando los ojos, pensó en su apartamento en Chicago. Su oficina en
Leighton & Associates. Y le hizo mirar al hombre que esperaba con
expectación.
—Sí. Soy feliz. —Pensó que había atrapado algo en la cara de
Brantley, pero se había ido antes de que pudiera preguntar sobre ello,
así que continuó—. Es diferente allí. Soy diferente allí. Juro que se siente
como si estuviera a un mundo de distancia. Como si hubiera dos
versiones de mí.
Brantley asintió. —Puedo entenderlo. Me siento así cuando visito
a mi familia en el norte.
—Sí —dijo Daniel, y se volvió hacia su lado—. No sé cómo
describirlo. Cuando estoy aquí, es muy relajado. Así que puedo
relajarme. Pero la ciudad... es una amante totalmente diferente. Es
agresiva. —Él guiñó el ojo.
Brantley se rio.
—Es despiadada a veces, y me hizo luchar por lo que quería.
—¿Y lo conseguiste? —preguntó Brantley.
Daniel no dudó. —Estoy jodidamente cerca.
—Por supuesto que sí. Siempre has sido tan increíblemente
brillante, por no hablar de tu determinación, así que no me sorprende
en lo más mínimo que te hayas adaptado tan bien a una gran ciudad.
—No siempre fue fácil —dijo mientras se acercaba y retiraba un
mechón de cabello de Brantley de la frente—. El primer año fue una
maldita agonía.

204
—Finn…
—No —interrumpió, tirando de su mano hacia atrás—. Déjame
decir esto. Durante mucho tiempo, desde que me fui, realmente, he
estado resentido contigo.
Brantley hizo una mueca de dolor ante esas palabras, pero Daniel
sabía que, si iba a poner todo de nuevo en orden para este hombre,
necesitaba ser honesto, y eso incluía decirle lo bueno y lo malo. Siempre
había sido así con ellos.
—Sentí que me quitaste todas mis opciones el día que me enviaste
lejos.
—Lo sé —susurró Brantley.
Y el dolor en esas dos palabras desgarró a Daniel de una manera
que no se había imaginado. Una vez pensó que sentiría inmensa
satisfacción al hacer que Brantley Hayes admitiera que había sido un
idiota egoísta ese día, pero ahora, todo lo que sentía era angustia.
—Pero no lo hiciste —dijo, y sabía que el asombro que cruzó la
cara de Brantley era reflejo del suyo—. No me malinterpretes. Lo que
hiciste... eso nunca se puede deshacer. Te arriesgaste mucho al alejarme,
o debería decir que me enviaste lejos. Tomaste una oportunidad que, al
final, cambió mi vida.
Brantley abrió la boca, pero Daniel puso un dedo sobre sus labios.
—Me diste el mejor y el peor regalo que podrías haberme dado.
Era a la vez egoísta y completamente desinteresado. Ahora lo veo. Pero
al mismo tiempo... —Pasó la yema de su dedo por el labio inferior de
Brantley y le dijo con más sinceridad de la que había sentido en años—,
odio que mi vida no esté cerca de la tuya.
Brantley tomó su muñeca y tiró de él, y Daniel se deslizó hacia el
lugar donde solía sentirse más seguro, estirado junto a Brantley, con la
cabeza apoyada en su pecho.

205
—Soñé contigo, sabes. Cada noche después de que te fuiste.
Las palabras eran tan suaves que Daniel casi creyó que las había
imaginado hasta que Brantley pasó una mano por la parte de atrás de su
cabello.
—Seguí viendo tu cara y escuchando tus palabras de ese día.
Levantó la cabeza para mirar a Brantley.
—Odio lo que te hice. Fue lo más difícil que he hecho en mi vida.
Y cada día, te extrañé como si fuera el primer día que te fuiste.
Daniel apretó los labios contra el pecho de Brantley y suspiró.
Hacía mucho tiempo que no sentía tanto consuelo en los brazos de otro.
En realidad, no lo había sentido desde el de este hombre. Luego
preguntó algo que había querido saber durante años.
—¿Por qué nunca me llamaste?
—¿Habrías contestado?
Daniel frunció el ceño. —Probablemente no.
—Exactamente.
—¿Querías hacerlo?
—Cada minuto de cada día.
Recostó la cabeza sobre el pecho de Brantley y escuchó el latido
constante de su corazón. Y mientras Daniel cerraba los ojos, no pudo
evitar susurrar: —no desaparezcas, ¿de acuerdo? —Y pensó que había
oído -no voy a ninguna parte- mientras se dormía.

206
LOS SIGUIENTES días pasaron de la misma manera que los dos
primeros. Los dos se habían acostumbrado a una rutina relajada,
pensaba Daniel mientras estaba en la terraza, bebiendo su café. Por la
mañana corría por la playa, durante el día descansaba en la terraza de
Brantley mientras este calificaba los exámenes y Daniel trabajaba en su
bronceado. Entonces las noches se extenderían, y con ellos, la intimidad
que ninguno estaba cuestionando.
Brantley estaba bañándose después de su carrera, y hoy, habían
decidido que sería una buena idea salir de la casa, probablemente.
Daniel pensó que podría serles útil salir y estar cerca de otras personas,
porque, como estaba yendo, estaba teniendo dificultades para querer
ver a alguien más mientras estaba allí, y eso lo dejaba sin aliento. No
quería apegarse. Eso no era parte del plan. Así que estar cerca de los
demás era una buena manera de distraerlo del atractivo que era Brantley
Hayes.
Vació su taza de café y se dirigió a tomar una ducha, pero entonces
sonó el teléfono. Al verlo donde lo había dejado la otra noche en la mesa
auxiliar, lo levantó y frunció el ceño ante el número de su oficina. Todas
sus llamadas deberían haber sido dirigidas a su correo de voz o
dispersadas entre quien estuviera disponible mientras estaba fuera. Por
el amor de Dios, no había tenido vacaciones en años. ¿Realmente no
podrían pasar sin él durante dos semanas?
Ladró al teléfono: —hola.
—Ahh. ¿Daniel? ¿Señor Finley?
Moira. Su asistente...

207
De acuerdo, bien, sabía que no lo llamaría a menos que fuera algo
crucial. Así que vagó hacia la puerta corredera mientras respondía: —
hola, Moira. Lo siento. ¿Cómo estás?
—Oh, no hay problema. Pero feliz por preguntar. Estoy muy bien.
Y tú también lo estarás en un minuto...
Se relajó por su humor jovial y se rio entre dientes. —¿Está bien?
Mientras no llames para darme malas noticias, estoy seguro de que lo
estaré. No estoy despedido por usar finalmente mi tiempo de
vacaciones, ¿verdad?
Ella se rio, y pudo imaginarla sonriéndole.
—Ahh, no. Realmente…
Oyó un crujido y tuvo la impresión de que se movía a un lugar
privado. Luego volvió a la línea.
—Es todo lo contrario.
Eso llamó su atención. ¿Lo contrario? No, no hay manera. No
mientras estaba de vacaciones.
—El Sr. Leighton tuvo una conferencia telefónica esta mañana con
la oficina de Nueva York, y cuando salió, circuló el memorando de que
en un par de semanas anunciarían a su nuevo socio y que era alguien de
casa. ¿No revisaste tu correo electrónico? Pensé que estarías llamando
esta mañana.
No, no lo había comprobado. Había estado demasiado
preocupado con Brantley incluso para pensar en el trabajo. De hecho, lo
había olvidado por completo, lo que parecía increíble ahora que estaba
parado allí con un corazón acelerado, ansioso por saber si era la persona
de la que su jefe estaba hablando.
—Un segundo. Voy a verificarlo.

208
Joder, joder. Bajó el teléfono de su oreja y revisó sus correos
electrónicos. Allí, en la parte superior de su bandeja de entrada, había
dos de Leighton & Associates. Uno de Moira y uno de Todd Leighton,
su jefe.
Su mano tembló mientras miraba el de Todd y respiró hondo. Este
correo tenía el poder de cambiar su vida. Había estado trabajando duro
para que le ofrecieran un puesto como socio. Con un solo clic en este
correo electrónico, sabría si todo había valido la pena o si estaría
buscando en otro lado.
Dios, esperaba que no. La única otra firma de abogados que
consideraría sería Mitchell & Madison, y de alguna manera no veía a
Logan Mitchell despidiéndose para contratarlo.
Ordenándose dejar de ser tan pusilánime, abrió y escaneó el
mensaje en su teléfono. Mientras las palabras aparecían y las leía una,
dos y una tercera vez, abrió su boca y luego la cerró con fuerza.
Santa mierda Santa puta mierda.
Le habían ofrecido el trabajo. Le habían ofrecido ser socio de
Leighton & Associates.
Vagamente escuchó a Moira diciendo su nombre a través del
teléfono, por lo que se lo llevó a la oreja. —Hola... Sí, ahh, Moira. Lo
siento. Sí, recibí un correo de Todd Leighton esta mañana.
—¿Y? —exigió en un susurro agudo.
—Y... es mejor que te prepares para esa agradable oficina de la
esquina.
Ella chilló tan fuerte que tuvo que apartar el teléfono de su oreja.
—¡Oh Dios mío! ¡Felicidades! —dijo mientras trataba de entender
lo que acababa de leer.
—Gracias —dijo.

209
—Guau… eso es increíble. Estoy tan feliz por ti.
—Gracias —repitió, sin poder creer realmente que esto estaba
pasando.
—Bueno, me encantaría hablar más, pero tengo que irme. Tengo
mucho trabajo que mi jefe de esclavos me dejó. Lo siento, que uno de los
socios dejó para mí.
Se rio, disfrutando el sonido de eso, y luego se despidió. Cuando
bajó el teléfono de su oreja, lo golpeó contra su pierna y no pudo evitar
que la ridícula sonrisa se extendiera por su rostro.
Lo había hecho. Lo había hecho de puta madre.
Tiró el teléfono en el sofá y caminó por el pasillo hasta el baño.
Brantley estaba saliendo de la ducha y Daniel sacudió la cabeza.
—¿Qué? —preguntó Brantley, sonriendo a la estúpida sonrisa que
Daniel seguía haciendo.
—Sólo estoy feliz, y quiero que vuelvas a la ducha conmigo.
Una de las cejas de Brantley se levantó. —¿Oh?
Daniel se quitó la camisa y los pantalones. Luego se adelantó,
instando a Brantley a que volviera a la ducha y asintió. —Sí, oh. Quiero
ducharme contigo —dijo, y luego plantó un beso en los labios húmedos
de Brantley—. Entonces creo que deberías llamar a Jordan y yo llamaré
a Derek. Dijiste que teníamos que salir de la casa y... ¿qué era? ¿Ver a
otras personas? Así que vamos a verlos. Tengo ganas de ir a bailar. Y me
apetece hacerlo contigo.
Brantley puso una mano en su pecho y apoyó la cara. —No lo sé,
Finn...
—Sí —dijo Daniel mientras abría el agua y lo besaba de nuevo—.
Tú, yo, música y baile. Será como en los viejos tiempos.

210
Mientras el agua caía sobre ellos, Brantley giró la cabeza hacia un
lado y suspiró. —Bueno, ¿cómo puedo resistirme a eso?
—No puedes —dijo Daniel, siguiendo sus labios a lo largo de su
cuello.
—¿Qué te pasa? —preguntó Brantley mientras se alejaba.
Daniel sonrió y quiso decírselo, pero algo en el último segundo lo
detuvo. No estaba seguro de cómo reaccionaría Brantley ante sus
noticias. ¿Estaría feliz por él o molesto? No estaba seguro, y estaba
molesto consigo mismo por preocuparse por lo que Brantley pensaría.
No eran una pareja. Se suponía que sólo iba a estar allí dos
semanas, y ahí estaba, preocupado por la opinión de Brantley. Diablos,
si acaso, debería estar encantado. Brantley, después de todo, había sido
una de las mayores influencias para llevarlo a donde estaba. Al final, sin
embargo, Daniel decidió esperar y decírselo en un momento diferente,
cuando lo hubiera confirmado por teléfono con Todd. Cuando él mismo
no se había recuperado de la información.
—Nada. Sólo creo que sería divertido.
—No sé... Jordan podría no estar cómodo en un club con dos de
sus ex-alumnos.
—¿En serio? Pensé que habías dicho que eso no le molestaba.
—Porque ya conoces al profesor Devaney. Digamos que Jordan es
un animal de diferentes lugares.
—Eh. Bueno, ¿y si no se lo decimos? Tú invita a Jordan a que se
reúna contigo y yo invitaré a Derek.
—Esto no terminará bien.
Daniel volvió a capturar los labios de Brantley y sorbió el agua que
se había reunido allí. —No me importa si es bonito. Mientras la noche

211
termine conmigo aquí en tu casa, preferiblemente dentro de ti, puede ser
tan desastre como quieras.
Brantley envolvió el cuello de Daniel con los brazos y asintió. —
Bien. Puedo aceptar esa forma de pensar, Sr. Finley.
—Bien. Ahora, déjame ensuciarte de nuevo para que tengas una
razón para estar aquí conmigo limpiándote.

MÁS TARDE, acordaron reunirse con sus amigos por separado,


así que no había manera de que salieran de la noche que Daniel parecía
decidido a tener.
Brantley no estaba seguro de lo que le había pasado antes, pero
Daniel había estado cerca de rebotar contra las paredes del baño hasta
que lo calmó. Prácticamente había estado vibrando con su emoción, y
Brantley estaba curioso sobre qué lo había provocado. Sin embargo, no
sentía que estaban en un lugar donde era asunto suyo a menos que
Daniel quisiera decírselo, así que lo había dejado de lado.
Fuera lo que fuera, tenía que ser bueno, porque Daniel había
estado muy ocupado con su paseo en la ducha. Y si quería ir a bailar
para sacar el resto de la adrenalina, ¿quién diablos era Brantley para
negarlo?
Lograr que Jordan vaya, sabiendo que Daniel y Derek estarían
allí... Bueno, esa sería una historia diferente.
Cuando entró en el pequeño café, vio a Jordan inmediatamente.
Ya estaba sentado en la terraza, bajo una de las sombrillas, sorbiendo su
habitual mimosa.

212
—Buenos días, Brantley —le saludó Elizabeth, su anfitriona
habitual.
—Buenos días, Elizabeth. Veo que ya está aquí.
—Claro que lo está. Por cierto, ordenó por ti. Dijo que necesitabas
un desayuno extra porque has estado haciendo una nueva rutina de
ejercicios.
Brantley iba a matarlo. Ese pensamiento se solidificó aún más
cuando Elizabeth le hizo un rápido repaso y le guiñó un ojo.
—Te ves muy bien. ¿Qué tipo de ejercicio has estado haciendo?
Pensó en la actividad de la ducha en la que había participado esa
mañana y se las arregló para decir: —sólo un poco de cardio extra.
Asintió. —Bueno, sea lo que sea, está funcionando. Te ves
fantástico. Definitivamente lo seguiría haciendo.
Apenas se detuvo de sacudir la cabeza ante el primer pensamiento
que entró en su mente, entonces sonrió y señaló en la dirección de
Jordan. —Bueno, mejor me acerco antes de que se pregunte dónde estoy.
—No hay problema. Su comida saldrá pronto.
—Gracias, Elizabeth.
Se abrió camino a través del bullicioso café, y cuando llegó a
Jordan, caminó alrededor de la mesa y sacó su silla para tomar asiento.
—¿Una nueva rutina de ejercicios? ¿En serio?
Jordan le dirigió sus ojos marrones y luego mostró una sonrisa no
tan inocente. —¿Me equivoco?
Cuando estuvo sentado y buscando la bebida que Jordan había
ordenado para él, Brantley sonrió.
—Mmmm. Exactamente. Ni siquiera lo intentes conmigo, Hayes.
Tienes toda esa... —Jordan levantó la palma de su mano y la agitó

213
delante de él—, vibración de recién follado. Además, te ves más relajado
de lo que te he visto en años, así que asumo que tu rutina de ejercicios
está funcionando bastante bien para ti.
Brantley se relajó en su silla y tomó un largo sorbo de su bebida.
—No pienses ni por un segundo que no vas a contar los detalles.
Intentó no reírse de su amigo. Pero siempre le pareció divertido
que cuanto más tiempo se quedaba callado, más nervioso se ponía
Jordan.
—Entonces, ¿cómo fue? ¿Mejor que cuando era pequeño?
—Nunca fue nada pequeño.
—De acuerdo, pero escúpelo. Porque el tipo que me dijo que me
perdiera, parecía que iba a tragarte entero. —Los ojos de Jordan
brillaban mientras se inclinaba sobre la mesa—. ¿Lo hizo? ¿Puede
tragarte entero?
—Jesús, ¿quieres controlarte?
—Lo siento —dijo, tocándose el pecho con los dedos. Nada
dramático—. ¿Pero lo viste?
—Sí —se rio Brantley—. Lo hice. De cerca y personalmente.
—Fanfarrón —dijo Jordan mientras llevaba la pajita en su mimosa
de vuelta a sus labios.
—Tú preguntaste —señaló Brantley cuando Elizabeth llegó con
sus órdenes.
Cuando lo dejó frente a ellos, sus ojos casi se le caen de la cabeza
ante el montón de comida en su plato. Luego los invitó a disfrutar y se
fue.
—Esto es suficiente para alimentar un ejército.

214
Jordan se recostó y desenvolvió su servilleta de alrededor de los
utensilios. —Estoy seguro de que te vendría bien la fuerza —dijo. Luego
dejó caer la vista en el bistec con huevos revueltos con queso cheddar y
tocino, patatas fritas caseras y dos tiras de bacón—. Aunque estoy
seguro de que no te faltan proteínas.
Brantley sacudió la cabeza mientras extendía su propia servilleta
sobre su regazo. —¿Has terminado?
Jordan frunció los labios mientras lo pensaba, y luego asintió. —
Sí. Creo que sí.
—Es bueno saberlo.
Jordan cortó su tortilla de espinaca y bacón y después de tomar
varios bocados se recostó y preguntó en serio: —bien... Entonces, ¿cómo
estás? ¿Realmente?
Brantley levantó una ceja y luego apoyó el brazo sobre la mesa. —
Estoy bien.
Jordan inclinó la cabeza hacia un lado.
—Estoy genial. De verdad. Más feliz de lo que puedo recordar
haber estado… en mucho tiempo.
Los ojos de Jordan se entrecerraron, y se inclinó hacia delante para
apuntar a Brantley con un tenedor. —No te atrevas a enamorarte de este
chico otra vez.
Brantley abrió la boca para negarlo, pero se encontró tropezando
con lo que habría sido una mentira. —Apenas es un niño. Sólo eres unos
pocos años mayor que él.
—No —dijo Jordan, agitando la cabeza con firmeza—. No,
Brantley. —Respiró y se recostó en su silla, su tenedor sonando en su
plato—. Tuvimos una discusión, ¿recuerdas? ¿La primera noche que fue
a tu casa y luego se fue? Me dijiste que tenía muy claras sus intenciones.
Dos semanas. En dos semanas se habrá ido. Y me dijiste...

215
—Sé lo que te dije, Jordan. Pero…
—Pero ¿qué? —preguntó—. ¿Tiene este tipo una polla mágica que
desconozco? Porque esa es la única razón por la que puedo empezar a
aceptar que te harías esto a ti mismo otra vez.
Brantley suspiró mientras cortaba un trozo de carne y se lo metía
en la boca con unos huevos. Cuando terminó, cerró los ojos y pensó en
la tierna forma en que Daniel lo había besado esa mañana, pero también
en el hecho de que Daniel le estaba ocultando algo. Tal vez estaba siendo
un idiota.
—Mira —dijo Jordan—. Sé que lo amas. Lo has amado desde que
te conozco. Pero esto... esto no terminará de la manera que quieres.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Brantley, sin querer creer u oír lo
que Jordan estaba diciendo, incluso si el pensamiento había estado en el
fondo de su propia mente.
—Los tipos como él no quieren sentar cabeza. No con tipos como
nosotros.
El veneno detrás de las palabras hizo que Brantley se detuviera.
Desde que conoció a Jordan, sólo lo había visto serio con un hombre, lo
que había durado alrededor de un año y luego terminó en una
exhibición muy dramática y pública. Pero eso no era lo que estaban
discutiendo ahora mismo, y Brantley no pudo evitar pensar que había
más en esa última declaración que lo que había en la superficie.
—¿Chicos como quién?
—Joven, guapo, impulsivo. No quieren establecerse con... estables
y estirados.
—Ahh, claro. Bueno, no estoy pensando en declararme.
—No, lo sé —dijo Jordan—. Lo siento. No quiero ser deprimente.
Sólo quiero que te cuides y te diviertas. Mereces divertirte, Brantley.

216
—Aunque lo esté, ¿qué has dicho? ¿Estirados? —Brantley buscó
su bebida y luego sonrió—. Estoy de acuerdo contigo. Quiero divertirme
un poco. Cielos. Por eso te llamé para que te reunieras conmigo esta
mañana.
—¿Oh? Pensé que me habías llamado para presumir.
Decidido a dejar de lado lo serio por el momento, Brantley se
encogió de hombros. —Eso también.
Jordan rodó los ojos. —Muy bien... suéltalo. ¿Qué pasa?
Brantley tocó la pajita por un segundo y luego preguntó —¿Cómo
te sentirías si sacaras los pantalones blancos de cuero?
Cuando Jordan abrió la boca, una gran sonrisa apareció en los
labios a Brantley. Luego tomó un sorbo de su bebida.
Cuando su amigo finalmente se puso bajo control, dijo: —no
juegues conmigo.
Jordan había estado tratando de llevarlo a un club durante…
bueno, mucho tiempo. ¿Y qué si Brantley no le estaba dando todos los
detalles? Lo averiguará muy pronto.
—Ni se me ocurriría.
Cuando una sonrisa descarada golpeó los labios de su amigo,
Brantley se rio.
—Vaya, profesor Hayes —dijo Jordan, pestañeando—. ¿Qué pudo
haberte hecho querer ir a un club otra vez?
No había necesidad de una respuesta. Jordan sabía exactamente
quién tenía a Brantley queriendo volver a su antigua guarida.
—¿Eso es un sí?
—Bueno, creo que ya no soy el dueño de esos pantalones blancos,
pero... cuenten conmigo —le dijo, y luego añadió un guiño—. En
realidad, es más probable que esa sea su línea, ¿verdad? Eh, sí… 'como

217
Flynn'. ¿O deberíamos decir Finn? Nunca una frase ha sido más
apropiada.
— Ya es suficiente. Cállate y come tu comida, ¿quieres?
—Sí, querido. Sólo dame la hora y el lugar y allí estaré.

218
A DANIEL le costaba mucho mantener sus manos alejadas de
Brantley mientras se sentaban en la parte trasera del coche que estaba
llevándolos hacia Boyz. Trató de pensar en la última vez que había
estado bailando, pero había pasado tanto tiempo que no podía recordar.
En los últimos meses, había estado tan ocupado trabajando que no
había sentido el deseo de pasar las noches en un club lleno de gente.
Pero no habría importado si sólo hubiera sido la semana pasada. El
hecho de que volviera a este club con este hombre tenía su adrenalina
aumentando de una manera que no había sentido en años.
Estaba deseando que llegara la noche. No sólo por el hombre
sentado a su lado, sino también porque era la primera vez que salía con
Derek desde que había vuelto, y qué mejor lugar para hacerlo que donde
solían trabajar.
Cuando lo sacó a relucir, su amigo se rio y, al estilo de Derek, le
preguntó: —¿tienes algo que no se te abotone hasta el cuello? No les
gustan los trajes de tres piezas en ese tipo de establecimientos.
Y aunque no estaba vestido con sus minúsculos shorts blancos de
la época, su camisa de cuello negro y sus vaqueros oscuros claramente
estaban teniendo el efecto deseado en el hombre que tenía a su lado.
Brantley no le había quitado los ojos o las manos de encima.
—Profesor, ¿podría dejar de mirarme como si quisieras follarme
aquí mismo en el coche? Me gustaría poder entrar en el club cuando
lleguemos.
—Mmm... ¿No te gusta cómo te miro?

219
—Ese no es ciertamente el problema. Sólo mantén tus ojos para ti
hasta que estemos dentro.
Brantley frunció los labios mientras tomaba las palabras de Daniel
bajo cuidadosa consideración y entonces sacudió la cabeza. —No.
La polla de Daniel se interesó de inmediato por el carácter
juguetón de los ojos de Brantley. —¿No?
—No. Durante años, te burlaste de mí en este maldito club.
Siempre mirándome.
—¿Yo? No te estaba obligando a estar allí. —Bajó la cabeza y besó
la sien de Brantley—. No podías mantenerte alejado.
Cuando Brantley giró la cabeza, el deseo en sus ojos hizo que
Daniel cerrara los puños para no alcanzarlo.
—Bueno, tenía que vigilar lo que era... —Brantley apretó sus
dientes contra su labio inferior para detener sus palabras. Pero Daniel
sabía exactamente lo que iba a decir y quería oírlo. Así que puso su boca
contra la de Brantley y susurró: —¿lo qué era tuyo?
—Sí —suspiró Brantley.
Daniel perdió la batalla para mantener sus manos lejos de él
entonces. Mantuvo la cara de Brantley quieta mientras sumergía su
lengua entre los labios para burlarse de él. Mientras los ojos de Brantley
se cerraban e inclinaba su cabeza para acercarse, Daniel trazó su lengua
a lo largo de su labio inferior y luego la chupó hasta que los dedos de su
muslo se flexionaron.
Cuando levantó la cabeza, la intensa expresión en los ojos de
Brantley era caliente y posesiva, y recordaba tanto al hombre que solía
requisarle todos sus pensamientos que el aliento de Daniel se alojaba en
algún lugar de la parte posterior de su garganta.
Mierda, el tipo todavía tiene esa mirada en forma de arte.

220
—En serio, tienes que dejar de mirarme así.
Cuando el auto se detuvo en la acera, los labios de Brantley se
retorcieron al costado. —Y yo dije que no. Fuera, Sr. Finley. Creo que
tenemos algunas personas nos están esperando.
Cuando Daniel se giró para mirar por la ventana donde Brantley
había hecho un gesto, vio al prof… Jordan de pie con la espalda contra
la pared y los brazos cruzados, mirando a Derek, que estaba a varios
metros de distancia de él con un jovencito moreno a medio vestir que lo
rodeaba por todos lados.
Daniel miró a Brantley y frunció el ceño. Cuando abrió la puerta
del coche y salieron, Jordan los vio inmediatamente, se empujó de la
pared y se dirigió hacia ellos. Con las manos apoyadas en las caderas y
los ojos entrecerrados, se detuvo frente a ellos y parecía que estaba a dos
segundos de estallar. Su cara tenía la misma sombra que la de un tomate
maduro, y cuando respiró profundamente, Daniel se preguntó si estaba
a punto de respirar fuego.
—Qué amable de vuestra parte que finalmente aparecieran.
—Lo siento. El tráfico… —comenzó Brantley, pero el brazo de
Jordan voló hacia arriba, con la palma levantada.
—Ahórratelo. No quiero oírlo. ¿No has olvidado mencionar algo
esta mañana en el desayuno, Brantley?
Al oír el tono agudo con el que Jordan había dicho el nombre de
Brantley, Daniel miró a Brantley, vio la forma en que se estaba
mordiendo el labio y supo que estaba haciendo todo lo posible para no
reírse.
—¿Quieres decir entre que ordenabas por mí y aprovechabas cada
oportunidad para burlarte de mí? No, no lo creo.
Derek estaba ahora frente a ellos, sin prestar atención al tipo que
colgaba de su musculoso brazo, y una sonrisa engreída curvó sus labios

221
mientras sus ojos seguían un camino ardiente por la parte de atrás del
furioso hombre.
Eh...
Jordan dio un paso adelante. Cuando estaba a punto de
enfrentarse a Brantley, preguntó: —¿no pensaste en mencionar que
alguien más vendría con nosotros esta noche?
Obviamente, Brantley tenía un deseo de morir cuando respondió:
—¿quién? Oh, ¿quieres decir Derek?
Si a alguien le hubiera salido vapor de los oídos, le habría pasado
a Jordan. Como fue, Daniel no se sorprendió en lo más mínimo cuando
Jordan cerró los puños, gruñó, y luego pateó, realmente, pateó con su
jodido pie.
—No esperes que entretenga a ese bárbaro esta noche. ¿Lo tienes?
Brantley levantó las manos para rendirse. —Lo tengo. No pensé
que sería un problema.
—Sí, lo pensaste —dijo Jordan—. De lo contrario, lo habrías
mencionado. —Finalmente, sobre su diatriba, se giró sobre sus talones y
marchó hacia la fila, pasando directamente a Derek, quien ahora estaba
observando el exagerado balanceo de las caderas del tipo.
Muy bien, ese fue un desarrollo interesante. Parecía como si Derek
quisiera un poco de picante en su vida.

BRANTLEY MIRÓ A DANIEL. Estaba mirando a su amigo, que


sacaba un paquete de cigarrillos de su bolsillo trasero y se alejaba en la
dirección opuesta a la de la multitud. Ambos tenían un pequeño trabajo

222
de investigación por delante, parecía, porque, aunque no era una
sorpresa para Jordan ser demasiado dramático en público, no era
normal que se marchara antes de haber visto las reacciones a su
actuación.
—Puede que quieras ir a ver a Derek —sugirió—. Parece que está
a punto de salir a la carretera.
Daniel lo miró y estuvo de acuerdo. —Sí... Todo eso fue bastante
inesperado. ¿Seguro que no sabes de qué se trata?
—No tengo ni idea. Pero creo que debería ir a buscar a Jordan antes
de que beba más de lo que pueda manejar. No querrás verlo de mal
humor después de varios tequilas.
Empezó a caminar hacia la puerta. Entonces, en el último segundo,
se detuvo y miró hacia Daniel, que lo estaba observando.
—Te alcanzaré en las mesas. Al final de la barra. ¿Y Finn?
Daniel levantó una ceja, y cuando el lado de su boca se movió, el
corazón de Brantley golpeó un poco más fuerte.
—Ya que te gusta tanto el número... tienes diez minutos. Entonces,
ve adentro. He esperado lo suficiente para estar así de cerca de ti otra
vez. Que me cuelguen si espero más que eso.
Antes de que Daniel pudiera responder, Brantley se dirigió a la
puerta.

—¡OYE! DEREK ESPERA —dijo Daniel mientras corría hacia su


amigo.

223
Derek miró por encima de su hombro y se llevó el cigarrillo a los
labios. —No, me voy a ir a casa. Será mejor que entres. Estoy seguro de
que tu novio te está esperando.
—Que te jodan —dijo Daniel mientras se detenía.
Derek estaba vestido esta noche con sus exclusivas botas de triple
hebilla, que estaban atadas al azar de una manera que decía que no le
importaba un carajo. Sus apretados pantalones negros y su chaleco
verde abierto eran las otras dos piezas de ropa que llevaba puestas.
También valía la pena notar que se había pintado las uñas de negro y
que tenía varias correas de cuero alrededor de la muñeca izquierda. De
anchos y tamaños diferentes.
El aspecto era efectivo como el infierno para asegurar la atención
de casi todos los hombres que lo veían. Entonces, agrega el bronceado,
los músculos y los tatuajes a lo largo de la parte superior de su pecho y
por sus brazos, y Derek se veía como un hijo de puta malvado.
—Sabes, aunque siempre he tenido curiosidad por saber cómo
sería eso... creo que pasaré de tu oferta, Danny. Esta noche, preferiría ser
el que folla.
Cuando Derek empezó a caminar de nuevo, obviamente decidido
a marcharse, Daniel extendió la mano y agarró su brazo. —¿Qué
demonios está pasando contigo?
—Nada.
—Mentira. Nunca dejarías pasar la oportunidad de conseguir un
culo, y eso es exactamente lo que estás haciendo.
—No estoy de humor.
—¿En serio? Porque seguro que luces como un hombre de humor.
—Sí, bueno, eso fue antes. Y dijiste que íbamos a celebrarlo. No me
di cuenta de que eso incluía a tu profesor y a su...

224
Agarrando a Derek, Daniel lo detuvo en el pasillo detrás del club.
—¿Y su qué? ¿Amigo? ¿Jordan? ¿Cuál es el problema con vosotros?
Derek tiró la colilla de su cigarrillo al suelo y la pisoteó bajo su
bota. —Es una princesa demasiado dramática, es el maldito problema.
Daniel sabía que debía parecer conmocionado, pero diablos, ni
siquiera sabía que estos dos se conocían y mucho menos que Derek
tendría una opinión tan intensa sobre el asunto. Estaba a punto de decir
algo más cuando Derek volvió a empezar.
—Quiero decir, ¿viste lo que llevaba puesto esta noche? Esos
pantalones estaban prácticamente pegados a su trasero. Podía ver su
maldito tanga desde donde estaba parado. También podría pegarse un
cartel en la frente que diga -¿quieres follar?-, ya terminé con esto.
—A diferencia de tu ropa que dice... ¿qué exactamente? —
preguntó Daniel, encontrando difícil evitar reírse.
Nunca hubiera imaginado que Derek estaría interesado en Jordan.
Pero la reacción que estaba teniendo ante el pequeño petardo de hombre
estaba diciendo todo y estaría condenado si no pensara que una pequeña
venganza era lo correcto.
—¿Y por qué te importa lo que lleva puesto?
—No lo sé.
—Sí. Eso es obvio.
—¿Sabes qué? ¿Por qué no cierras la boca?
—Tienes una maldita erección por Posh Spice. Admítelo.
Derek frunció tanto el ceño que Daniel se preguntó si le estaba
dando dolor de cabeza.
—No sabes de qué coño estás hablando. Has estado fuera siete
años, Finn. Muchos cambios.

225
—De acuerdo. Pero tú no. Eres exactamente igual. Y cuando
estabas tratando de encontrar una forma de decirme que te gustaba Bill
Samson, eras el mayor imbécil del planeta. Algo así como ahora.
Cruzó los brazos y esperó a que Derek se fuera, y cuando se dio
cuenta de que Daniel no iba a ir a ninguna parte, se recostó contra la
pared de ladrillos y dijo: —si te digo esto, tienes que llevártelo a tu
maldita tumba.
Daniel se volvió hacia él e hizo una cruz exagerada sobre su pecho.
—Palabra de explorador.
—Ese no es el símbolo correcto. Y no fuiste explorador.
—No, pero joder, ojalá lo hubiera sido. Todos esos viajes de
campamento donde te quedabas con ocho chicos a la vez...
—Jesús... te estás divirtiendo con esto, ¿no? ¿Has terminado? —
preguntó Derek.
Daniel sonrió. —Sí. Ya he terminado. Ahora, escúpelo. ¿Qué
demonios pasó entre tú y Devaney?

AL SEGUNDO EN QUE BRANTLEY ESTUVO DENTRO, el


ritmo de la música latía por todo el club y golpeaba a través de su
cuerpo. Se sentía como si hubiera sido transportado en el tiempo.
Entrecerró los ojos contra la oscuridad, tratando de ver a través de
la gente que estaba esparcida en la pista de baile y hacia el abarrotado
bar. Jesús, ¿por qué había escogido Jordan esta noche para huir y ser un
grano en el culo?

226
Entretejiéndose entre los cuerpos giratorios, escudriñó a los
hombres semidesnudos y se alegró de que los bailarines siguieran en los
podios con sus pantalones cortos.
Empujó más allá del aplastamiento inicial de los cuerpos con sólo
unos pocos toqueteos en el culo y uno muy bien… ahí estaba de nuevo...,
un tipo agresivo con pezones perforados, vestido con pantalones de
cuero negro. Trató de rodearlo, pero cada vez que esquivaba, el tipo se
movía delante de él. Perdiendo la paciencia mientras seguía buscando a
Jordan, estaba a punto de decirle al hombre que se apartara de su camino
cuando un brazo le rodeó la cintura y un par de labios cálidos y
familiares estaban contra su oreja.
—Te dejo solo menos de diez minutos y aquí estás, metiéndote en
todo tipo de problemas.
Su mano aterrizó encima de la de Daniel, y justo cuando Brantley
estaba a punto de decirle al tipo grande que estaba con él, se dio la vuelta
y su boca fue tomada en un beso que destruyó su cerebro.
No hubo una suave persuasión de labios. Las manos de Daniel
estaban en su cara, sosteniéndolo exactamente donde quería, y su lengua
estaba barriendo el interior de la boca de Brantley con la lengua más
erótica que había tenido desde... Mmmm. Esta mañana temprano en la
ducha. Maldita sea.
Bajó sus manos por la parte delantera del pecho sólido como una
roca de Daniel, y cuando llegó a sus caderas, metió sus dedos en la
cintura de sus pantalones y acarició allí la cálida piel. Daniel caminó
hacia adelante, moviéndolos hacia atrás a través de los cuerpos
moliéndose hacia la pista de baile, y de repente, Brantley se olvidó de
rastrear a Jordan. Era lo suficientemente mayor para cuidarse solo.
Además, oh... joder, las manos de Daniel habían encontrado su trasero,
y lo jaló para que estuviera todo contra él.
Brantley levantó sus brazos para envolverlos alrededor de su
cuello, y Daniel giró sus caderas, rozando la larga longitud de su

227
excitación íntimamente contra la de Brantley. El aire en el club era
espeso y cálido, y mientras el sudor descendía por la sien de Daniel hasta
su mandíbula, Brantley pasó su lengua a lo largo de la barba,
lamiéndolo.
Dios, sabe increíble, pensó mientras los ojos de Daniel se centraban
en los suyos. Pero fue más que eso lo que hizo que Daniel fuera
imposible de ignorar. Era todo sobre él. El pelo, la ropa, la forma en que
se movía en su contra. Y por suerte para mí, pensó Brantley, mi Finn no
ha olvidado cómo moverse. La forma en que el cuerpo de Daniel
mantenía el ritmo hacía que pareciera que la música corría por sus
venas. Siempre había sido así.
El latido era positivamente pecaminoso ya que palpitaba y pulsaba
de una manera que coincidía con cada nervio en el cuerpo de Brantley.
Quería estar lo más cerca posible de Daniel, y si la forma en que Daniel
había empujado su pierna entre las suyas era una indicación, estaba
claro que quería lo mismo.
Sólo habían bailado así una vez, la primera noche, en esa misma
pista de baile. Cada vez que Brantley había regresado después de eso,
había sido simplemente para ser el voyeur de su propio bailarín
personal. Había visto a Daniel sacudirse y molerse duro durante las
noches de los viernes y sábados, sabiendo que volvería a casa para
reunirse con él en su cama.
Había sido uno de los mejores juegos previos que los dos se
habían dado. Pero esta noche, no había una política de no intervención,
y cuando los dientes de Daniel se hundieron en el lóbulo de su oreja,
Brantley no trató de ocultar el gemido que se le escapó.
—Demonios, Brantley. Eres tan sexy.
Sus ojos encontraron los de Daniel, y la mirada allí fue suficiente
para convencer a Brantley de la sinceridad de sus palabras. También lo
eran las manos que corrían por su espalda para mantenerlo a ras con el

228
hombre determinado a probar su paciencia, sin mencionar su
autocontrol.
—Quiero sentir cada centímetro de ti contra mí —dijo Daniel
mientras ponía sus labios en su garganta. Besó a Brantley allí una vez y
luego añadió—, y dentro de mí otra vez.
Gracias. A ti. Dios, pensó Brantley mientras miraba a los atrevidos
ojos que miraban cada uno de sus movimientos. No había querido
presumir nada cuando él y Daniel finalmente se habían acostado juntos,
y puesto que Daniel había sido muy contundente con lo que quería,
Brantley le había dado lo que parecía anhelar: el control. Pero no podía
negar que había estado esperando esto. No había nada que quisiera más
que…
—¿Todavía quieres eso?
Metió una mano en el pelo de Daniel y tiró de él para bajarlo y que
pudiera poner su boca en su oreja. —Demasiado, joder.
—Me encanta hacerte maldecir —contestó Daniel.
Pero Brantley había terminado de hablar. Quería esa boca en la
suya. Así que cogió los labios de Daniel con los suyos, y lo besó tal como
lo había hecho la primera vez en la pista de baile.

JODER, DANIEL estuvo a punto de tomar el brazo de Brantley y


sacarlo del club y llevarlo a un taxi, Uber o a cualquier otro lugar donde
pudiera tenerlo desnudo, rápido.
Cuando siguió a Derek y volvió por primera vez a su antiguo lugar
de trabajo, la excitación y el subidón que experimentaba cada vez que
salía a bailar a la pista de Boyz se precipitó a través de su cuerpo. Y el

229
hecho de que estuviera allí con Brantley aumentó el factor sexual en un
doscientos por ciento.
La edad definitivamente había magnificado el atractivo sexual de
Brantley, y cuando vio a un tipo moviéndose sobre él, Daniel se había
disgustado. Una vez les encantó jugar al juego del gato y el ratón. Había
aumentado el momento en que terminaría en la casa de Brantley. En la
cama de Brantley. Con su profesor muy, muy dentro de él. Y fue ese
pensamiento lo que le hizo moverse, reclamando lo que era suyo, y
ahora deseando experimentar todo de nuevo.
Las manos de Brantley se deslizaron sobre su trasero y, al cambiar
la canción, apretó sus nalgas y retrocedió. —Vamos. Necesito un trago
y recuperar el control.
Mientras salían de la pista de baile, Daniel se quedó cerca. Una vez
que llegaron al bar y Brantley se acercó a él, Daniel se aseguró de
moverse directamente detrás de él, ajustando su polla a su apretado
trasero. Cuando Brantley miró por encima de su hombro, Daniel no
pudo evitar guiñarle el ojo.
—No te agaches delante de mí si no quieres este tipo de reacción.
—¿Quién dijo que no lo quería? Sólo iba a preguntarte si Derek
terminó yéndose. No tuve la oportunidad de hacerlo antes cuando...
—¿Te robé de ese rubio vestido de cuero? Lo siento. Tuve que
intervenir. Sé que te gustan los rubios.
Brantley se enfrentó a él y sonrió con suficiencia. —Me gusta un
rubio en particular.
Daniel miró a Brantley e indicó que el camarero se había detenido
detrás de ellos. Cuando Brantley se giró para ordenar, Daniel vio a
Derek en la esquina donde estaban las mesas. Tenía la espalda frente a
ellos y un brazo descansando en la mesa alta mientras se inclinaba para
hablar con alguien, y si Daniel tenía que adivinar, asumiría... Posh.
Derek se apartó a un lado, y seguro como la mierda, Jordan estaba

230
parado allí con los brazos cruzados y la cadera sobresaliendo mientras
miraba a Derek.
Así que no había estado fuera. Los dos definitivamente estaban
teniendo una conversación acalorada, si la mirada fulminante que
Jordan estaba disparando era una indicación.
—Así que se quedó. ¿Averiguaste qué está pasando con ellos? —
preguntó Brantley mientras le pasaba un trago a Daniel y señaló con una
inclinación de cabeza a los dos que estaban en el rincón.
Daniel tomó un sorbo de su Crown and coca cola y luego sonrió.
—Sí. Pero he jurado guardar el secreto, incluso de ti.
—¿Hablas en serio? Es mi mejor amigo.
—Lo sé. Así que sácale la verdad. Dios sabe que le gusta
chismorrear, hasta donde yo sé.
Brantley frunció el ceño al mirar atrás hacia los dos que seguían
discutiendo entre sí. —Si estás a punto de decir que se enrollaron,
olvídalo. Jordan me lo habría dicho, y míralos... Quiere matarlo.
Daniel apoyó sus dedos en la espalda de Brantley y tomó otro
sorbo de su bebida. —No voy a decirte nada. Así que… termina tu trago
y deja de intentar ser chismoso.
—Lo hicieron, ¿verdad?
Lamió una gota de alcohol que había caído sobre su pulgar y fingió
ignorancia. —No sé nada.
—Estás mintiendo.
—Eres tan sexy cuando tratas de ser estricto conmigo. Eso podría
haber funcionado una vez —besó a Brantley en los labios—, pero ese
tiempo ya pasó.
Ambos miraron hacia atrás a sus dos amigos justo cuando Derek
se inclinaba hacia adelante para decir algo en el oído de Jordan, y con la

231
forma en que los ojos de Jordan se volvieron redondos como platillos,
no había forma de saber lo que acababa de decir. La boca de Derek era
un maldito tren desbocado en un buen día. En un mal día, o cuando
estaba indignado, era... impredecible.
—Crees que deberíamos...
Antes de que Brantley pudiera terminar su frase, Jordan pasó por
delante de Derek y se dirigió hacia la abarrotada pista de baile, su cara
de un brillante tono escarlata.
—Estoy pensando que no. Son chicos grandes y lo solucionarán si
quieren —dijo Daniel antes de terminar su trago y pasárselo a un
camarero. Entonces tomó la mano de Brantley en la suya—. Además,
estoy aquí contigo. Y tengo cosas mucho mejores en mente que
cuidarlos. Entonces, ¿qué dice, profesor? ¿Listo para bailar un poco más?
—Oh, ¿así es como llamas a eso?
—Bueno... estaba siendo educado.
La sonrisa de Brantley fue respuesta suficiente cuando ambos
regresaron a la pista de baile para celebrar. También lo fue la respuesta
que escuchó detrás de él, que fue como música para sus oídos.
—No seas eso, Finn. No vuelvas a ser eso nunca.

232
CON UNA TOALLA debajo del brazo y gafas de sol posadas en
su nariz, Brantley bajó por las escaleras traseras de su casa a la mañana
siguiente y escaneó la playa en busca de... Sí, ahí está.
Daniel estaba varios metros a la izquierda y estirado de espaldas,
tomando el sol de la mañana. Aún no era abrasador, y una brisa se
deslizaba por el aire mientras Brantley caminaba hacia el relajado
hombre.
Había estado calificando exámenes antes y le dijo a Daniel que lo
dejara solo por una hora para poder trabajar y cuando salió por la puerta
con sus pantalones cortos azul pizarra y blanco, gafas de sol y nada más,
Brantley se había visto en apuros para esperar a ir a localizarlo.
Una vez que llegó a él, dejó caer un libro sobre la toalla, y Daniel
se puso de costado perezosamente. Había esparcido un poco de aceite
sobre su tonificado cuerpo, así que seguro que era algo para mirar.
—Ya era hora de que te unieras a mí —dijo mientras empujaba sus
gafas sobre su cabeza.
—Bueno, algunos tenemos que trabajar, ya sabes. —Brantley
desabrochó la camisa ligera de algodón que llevaba puesta, y los ojos de
Daniel siguieron los movimientos de sus manos.
—Oye, me merezco estas vacaciones. Además —dijo, señalando al
móvil tirado sobre la toalla—, soy fácilmente localizable si me necesitan.
Brantley enrolló su camisa y la colocó en la parte superior de su
toalla mientras se arrodillaba. Alcanzó el protector solar, pero Daniel
estaba justo ahí, cogiéndolo primero.

233
—No pienses ni por un minuto que me vas a privar de esto. Te
quedaste dormido cuando llegamos a casa anoche, así que te vas a dar
la vuelta —instruyó, y cuando Brantley lo hizo, Daniel subió detrás de
él y puso sus manos sobre sus hombros, haciendo una temblorosa
carrera por su columna—. Y me vas a dejar que te ponga las manos
encima.
Brantley inclinó su cabeza hacia atrás para que sus ojos pudieran
encontrar los de Daniel, y le sonrió.
—En nombre de la protección, por supuesto.
—Oh, por supuesto. —Riendo, Brantley se quedó dónde estaba
mientras Daniel le aplicaba el protector solar por todas partes.
Cuando terminó y ambos estaban acostados, Brantley se
sorprendió al sentir que los dedos de Daniel alcanzaron los suyos. Trató
de ignorar la forma en que ese simple gesto hizo que su corazón
retumbara, pero cuando los entrelazó, tal como solía hacer, no hubo
forma de detenerlo.
De repente, se sintió… optimista. Con la esperanza de que tal vez
Daniel estuviera viendo más de lo que había visto en las dos semanas
que había estado allí originalmente. Que tal vez estaba empezando a ver
lo bien que se llevaban el uno al otro.
Tal vez.
Cada día que pasaba, podía sentir que se enamoraba más fuerte, y
ya no era la idea de quién había sido Daniel… el hombre en el que se
había convertido le estaba robando el corazón. Este hombre sexy,
juguetón y seguro de sí mismo con el que se había reencontrado, tenía
su corazón firmemente agarrado, y Brantley no estaba seguro de que
sobreviviría cuando lo dejara ir.
—Estás muy callado ahora. ¿En qué estás pensando?

234
Girando la cabeza sobre la toalla, decidió ocuparse de eso cuando
llegara el momento. Por ahora, iba a disfrutar de Daniel y los días que
tenían por delante.
—Nada. Sólo relajándome. ¿Qué hay de ti? Pensé que te estarías
quedando dormido.
—No. Estaba tratando de decidir cómo decirte que mi madre
quiere que vayamos a cenar.
Brantley saltó como una caja de sorpresas. —¿Qué?
—Mi madre nos pidió que...
—No. De ninguna manera —dijo, sacudiendo la cabeza con
firmeza—. No hay forma de que vaya a casa de tu madre a cenar.
—¿Por qué no? —dijo Daniel mientras se incorporaba—. Has
estado en su casa muchas veces antes. Y será sólo ella y nosotros. Katrina
se ha ido con unos amigos. Celebrando sus finales.
—La palabra clave es antes. Antes de que supiera que sabía que yo
estaba...
—¿Durmiendo con su hijo?
Miró con ira a Daniel, y cuando mostró su encantadora sonrisa,
Brantley perdió su enfado, pero no su punto de vista.
—No es gracioso, Finn.
—No, tienes razón. Deberías evitarla por el resto de tu vida. No es
como si vivieras en un pueblo pequeño o algo así.
Sus labios se movieron hacia el sabelotodo que tenía enfrente. —
¿Estás disfrutando esto?
Daniel se inclinó hacia adelante y lo besó. —Un poco. Vamos. No
te va a linchar.
—¿Cómo lo sabes? Estuve viendo a su bebé en la universidad.

235
—Nooo... Estabas teniendo una relación con su hijo adulto.
—Que era mi estudiante. Dios, Finn. No importa si tenías
diecinueve o veinte años...
—Yo era las dos cosas.
—Todavía eras mi estudiante.
Daniel se recostó y se encogió de hombros. —Está bien. Le diré que
no.
Brantley se movió incómodo bajo la mirada de Daniel y luego
frunció el ceño. —Creo que es lo mejor. Es tan...
—¿Qué? ¿Crees que lo que hicimos entonces estuvo mal?
—No.
—¿Te avergüenzas de ello?
—No. Es sólo que...
—¿Sólo qué?
—¿Me dejas pensar un momento? —dijo.
Una de las cejas de Daniel se levantó.
—Lo siento.
—Oh, no lo sientas. Estás muy sexy cuando enloqueces.
—No estoy enloqueciendo
Daniel le agarró del brazo y se lo llevó a la espalda. —Sí, lo estás.
Brantley puso los ojos en blanco. —De acuerdo. Bien. Lo estoy.
¿Pero puedes culparme? He estado caminando por la ciudad pensando
que nadie lo sabía, y la única persona que lo sabía fue tu madre. Tu.
Madre. La señora con la que he tenido conversaciones sobre el futuro
educativo de su hijo e hija. La misma mujer que tropezaba conmigo en
el supermercado y me decía todo sobre el increíble trabajo de su hijo...

236
La sonrisa de Daniel se amplió hasta convertirse en una verdadera
sonrisa. —Mira. Te estaba contando todo esto cuando lo sabía. No te
odia, Brantley. Ni siquiera piensa mal de ti. De hecho, intentó
convencerme...
Cuando Daniel dejó de hablar, Brantley esperó, sospechando que
había más por venir.
—Trató de convencerme de que probablemente pensabas que
estabas haciendo lo correcto al alejarme.
Hizo una mueca de dolor y pasó sus dedos por el pelo de Daniel.
—¿Lo intentó?
—Bueno, eso fue cuando llegué aquí por primera vez. Estaba
bastante enfadado.
—Mmm... ¿Y ahora?
Daniel apoyó sus antebrazos a la altura de la cabeza en la toalla.
—Ahora, estoy justo donde estaba antes de irme.
—¿Y dónde es eso?
—Atrapado en ti —susurró contra el oído de Brantley—. Siempre
has sido tú.
Entonces Brantley supo que no había nada que no haría por Daniel
si se lo pedía, incluso cenar en casa de su madre.

DANIEL TRATÓ DE NO sobre analizar sus sentimientos


mientras estaba en el balcón, esperando a que Brantley terminara de
prepararse.

237
Sabía que Brantley veía esto como el maestro que se aprovechaba
de su estudiante. Pero los dos, y más que probable, mi madre, supiera
que no era el tipo de hombre que se habría aprovechado de nadie.
Brantley Hayes era la persona más cariñosa, genuina e inteligente
que Daniel había conocido, y la idea de que se avergonzara de sí mismo
o de cualquier parte de lo que habían compartido hizo que Daniel
frunciera el ceño.
Se había cambiado a unos pantalones de color caqui y a una camisa
de polo blanca, y la correa de cuero que era un accesorio permanente de
su muñeca le llamó cuando la miró fijamente. Pasó sus dedos por encima
de la ancha banda de arriba y cerró los ojos.
Mierda, realmente se había ido y complicado su maldita vida.
Pero, de nuevo, ¿esperaba algo más cuando se trataba de Brantley? Si
estaba siendo honesto consigo mismo, y pensaba que era hora de serlo,
entonces sabía desde el segundo en que abrió el sobre que si se subía a
un avión y volvía a casa, correría el riesgo de perder su corazón por este
hombre una y otra vez. Y estaba sucediendo, lo sabía. Sabía que las
señales eran tan claras como una luz de neón parpadeante que lo
iluminaba.
—¿Finn?
Se giró mientras Brantley caminaba hacia él con un par de
pantalones cortos y una camisa verde. Llevaba sandalias y sostenía dos
botellas de vino, y la mueca que apretaba sus labios hizo que Daniel se
acercara a él.
—¿Tu madre prefiere tinto o blanco?
—Sólo el hecho de que no esté en una caja es un gran paso
adelante. Amará cualquiera que elijas.
Brantley agitó la cabeza. —Eso no es de mucha ayuda.
—Sí, lo es. Dije que le gustará cualquiera de los dos.

238
—¡Uf!
Daniel se rio, y la mirada con la que Brantley lo miró debería
haberlo tenido muerto a sus pies.
—Me alegro de que esto sea tan divertido para ti.
Tocó sus dedos bajo la barbilla de Brantley y bajó su cabeza para
rozar sus labios. —Te juro que no me estoy riendo de ti, sino más bien
de la situación.
—¿Encuentras la situación divertida? ¿Cómo?
—Porque finalmente voy a llevar a un tipo a casa a conocer a mi
madre. Es gracioso cuando piensas en el hecho de que eres el único que
habría llevado a casa antes. Ha esperado toda su vida este momento. No
querrás robarle eso, ¿verdad?
Los ojos de Brantley se entrecerraron. —Sólo vamos a cenar,
¿verdad? ¿No vas a soltarme nada más?
—No. Sólo una cena.
—Una muy incómoda.
—Que al final, me llevarás a casa y a tu cama, donde podrás
descargar todas tus frustraciones conmigo.
—Oh, bien. Porque saber eso no hará que la cena sea aún más
incómoda, Finn. —Brantley puso los ojos en blanco—. Bien, llevaré las
dos.
—Todo va a estar bien.
—¿Lo estará?
Y, mientras las palabras rondaban entre ellos, Daniel se
preguntaba si Brantley estaba preguntando sobre la cena o algo mucho
más complejo. De cualquier manera, no estaba seguro de cómo
responder. Así que dio un paso atrás y extendió la mano.

239
—Vamos, profesor Hayes. Déjame llevarte a cenar a casa de mi
madre.

DANIEL LIMPIÓ SUS manos sobre los pantalones negros que su


madre había planchado para él y esperó a que se abriera la puerta
principal de la casa del decano.
—¿Podrías dejar de moverte? Estás muy guapo esta noche, Finn.
Miró a su madre, que estaba a su lado con una orgullosa sonrisa
en la cara, y todo en lo que podía pensar era en el hecho de que estaba a
punto de estar en una habitación con sus maestros, sus amigos, su madre
y el hombre con el que se acostaba cada noche. Oh, espera, sí, también
es uno de mis profesores.
Nunca antes había estado nervioso o aprensivo por estar cerca de
Brantley frente a otros, por lo que sólo podía atribuirlo a la presencia de
su madre. Realmente quería que a ella le gustara su profesor como su
profesor y, secretamente, como mucho más.
Cuando la puerta principal se abrió y el profesor Devaney los
saludó, Daniel trató de tragar más allá del nudo de nervios alojado en
su garganta. No era optimista, pero sospechaba que su profesor de
historia sabía más sobre él y Brantley que nadie. Aparte de Derek, por
supuesto.
—Buenas noches, Daniel. Sra. Finley. Bienvenidos.
—Muchas gracias. Es un placer estar aquí —dijo, extendiendo su
mano hacia el joven profesor, quien le mostró una sonrisa amistosa.
—El placer es nuestro, se lo aseguro.

240
Le soltó la mano y mientras entraba en la habitación, el profesor
Devaney tendió la mano a Daniel. La tomó. Luego su profesor de
historia se acercó y sonrió antes de inclinar la cabeza hacia la izquierda.
—El profesor Hayes está en la mesa de los entremeses. Sé que está
deseando conocerla, Sra. Finley. Daniel es uno de sus estudiantes
favoritos.
—Oh, sí —dijo su madre.
Entonces el profesor Devaney arqueó una ceja. Oh mierda. Sí, lo
sabe, de acuerdo.
—Daniel me ha hablado mucho de él. Le tiene en muy alta estima.
Soltando la mano de Daniel, el profesor Devaney se volvió hacia
su madre y los llevó al lado izquierdo de la habitación. —Estoy seguro
de que sí. Por favor, permíteme. Te mostraré el camino.
Daniel caminó detrás de los dos adultos y se ajustó la corbata.
Mierda, nunca había estado tan nervioso en su vida. Pero tan pronto
como vio la brillante sonrisa de Brantley y esos hermosos ojos, se relajó
y se sintió… reconfortado.
Este hombre lo alivió. Hizo que todo pareciera posible sólo por
estar cerca, y mientras su madre hablaba con su profesor de derecho,
Daniel se familiarizó fácilmente con Brantley mientras todos discutían
su año escolar, sus calificaciones y el futuro. Un futuro que estaba seguro
que incluiría a este hombre.

DOS HORAS Y tres botellas de vino, una cena completa de


mariscos con langosta, camarones y vieiras había sido devorada. Daniel
estaba de pie en la cocina con su madre, que se apoyaba en el mostrador

241
con su vaso de tinto en la mano, mirándolo de la forma en que sólo una
madre podía hacerlo, con ojos que todo lo sabían.
Brantley se había excusado para ir al baño, y su madre había
acorralado a Daniel en la cocina, donde estaba, sin duda, a punto de
interrogarlo. Sabía que se acercaba. Podía leer a su madre casi tan bien
como ella podía identificar sus estados de ánimo en una fracción de
segundo. Ella juraba que era un regalo, pero él pensaba que tenía más
que ver con ser demasiado entrometido en los asuntos de uno.
—¿Qué? —dijo finalmente mientras metía la mano en el fregadero
lleno de espuma, enjuagaba el plato y luego se lo pasaba para que lo
secara.
Bajó el vaso y se llevó el plato. —No me vengas con eso. Sabes
exactamente lo que estoy esperando. Es la primera vez que te veo a solas.
Se mofó cuando fue a por el siguiente plato. —No por falta de
intentos. ¿Podrías haber sido más obvia cuando llegamos aquí? -oh,
Finn, ¿creo que dejaste un par de calcetines en tu habitación?-
—¿Puedes culparme? Estuviste aquí todo el día y finalmente me
dijiste que habías vuelto por culpa del profes… Brantley. Y entonces te
fuiste y te mudaste con el tipo para tus vacaciones.
—Tú me dijiste que lo hiciera.
—Cierto. Pero ahora quiero detalles. ¿De lo que está pasando entre
vosotros? ¿Y por qué me ha llevado dos horas y cuatro copas de vino
conseguirte a solas?
—Probablemente porque está aterrorizado de que vayas a sacar
una escopeta para defender mi virtud. Ha tenido su mano en mi pierna
toda la noche como para mantenerme en el lugar.
—Auch —dijo con una sonrisa áspera—. Eso es algo adorable.
—Se avergonzaría de oírte decir eso.

242
—Bueno, no debería —dijo mientras colocaba el plato sobre la
mesa y le quitaba el siguiente—. Los dos... —Se detuvo como si tratara
de pensar en la palabra correcta para usar—. Encajan. ¿Tiene sentido?
Sí y eso era parte del problema. Siempre supo que encajaba con
Brantley. Pero lo había alejado, y Daniel había empezado su vida en otra
parte. Y no importaba lo bien que encajaran, sus mundos no lo hacían.
—Sí, así es. Siempre ha sido así. Desde el principio.
Cogió su vaso y tomó un sorbo antes de volver a colocarlo en el
mostrador. Cuando sus dedos tocaron su brazo, se giró para mirarla, y
la expresión en sus ojos era algo entre la alegría y la preocupación.
—No me mires así, mamá.
—¿Y cómo te estoy mirando?
Levantó una ceja. —Como si quisieras felicitarme por seguir mi
corazón mientras me adviertes que mire ese mismo corazón porque es
tierno y frágil.
Poniendo sus manos en sus caderas, frunció el ceño. —¿Y qué tiene
de malo todo eso?
—Nada de nada. Pero llegas demasiado tarde. Mi corazón ya está
involucrado, frágil o no. —Se calló cuando vio que la mirada de su
madre se había movido más allá de su hombro.
No tenía que dar la vuelta. Sabía exactamente quién había entrado
en la habitación. Enderezando los hombros y apretando la mandíbula,
puso los ojos en blanco cuando lo miró y le dijo: —lo siento.
—Sólo venía a ver si podía ayudar en algo.
La voz de Brantley era sorprendentemente firme, considerando lo
que acababa de encontrar en la conversación, y Daniel ordenó a sus pies
que se giraran. Date la vuelta y mira lo que está pensando. Pero su

243
cuerpo no le prestaba atención, porque no podía moverse.
Afortunadamente, su madre pareció entenderlo, y lo rodeó.
—Oh, no, no lo harás. Eres mi invitado. ¿Por qué no te sientas en
el taburete mientras terminamos de lavar los platos?
Daniel cerró los ojos por un momento y contó hacia atrás desde
diez. Entonces sus pies finalmente cooperaron. Brantley estaba sentado
en el mostrador de desayunos, con los brazos apoyados en la encimera.
—Entonces, Brantley —dijo, levantando las manos al aire y
dejando que golpearan los lados de las piernas como si hubiera dejado
de intentar ser educada—. Hablemos.
—De acuerdo. Hagámoslo.
—No me refiero a mis hijos y a lo buen estudiantes que son o han
sido o incluso cuán fantástico se ha vuelto este...
—Mamá —dijo Daniel.
Brantley se rio.
Oh, ahora se está divirtiendo. Por supuesto.
—No voy a matarte, por el amor de Dios. Su padre podría haberlo
hecho, pero, Dios lo tenga en su gloria, ya no está aquí para amenazarte.
Así que, por favor, relájate, ¿quieres?
—Oh, por el amor de Dios —murmuró Daniel y sacudió la
cabeza—. Mamá, olvídalo.
—No, Finn, está bien. De verdad. —Y la sonrisa de Brantley le dijo
que realmente lo estaba—. Creo que tu madre tiene todo el derecho a
preguntarme lo que quiera. Y estoy feliz de responder.
Cuando su mamá rodeó a Daniel y se cruzó de brazos, él gimió.
—¿Te parece bien, hijo?

244
—Bien. Termina con eso —dijo, y luego levantó los ojos hacia
Brantley—. Sólo recuerda, ha tomado cuatro copas de vino y yo obtengo
mi franqueza de ella.
—Es bueno saberlo —se rio Brantley.
Bueno, demonios. No está calmado y todo eso. ¿Qué pasó con el
nervioso y torpe de antes?
Su madre agarró la botella de vino, rellenó su vaso y luego señaló
el de Brantley.
Él se lo ofreció. —¿Por qué no? regresaremos caminando a casa.
—Tenga cuidado, profesor, o lo arrastraré a casa.
—Estoy bien, gracias. Sigue lavando los platos.
Daniel entrecerró los ojos, pero se rio mientras lo hacía.
—Muy bien, lo primero que tengo que preguntar es, ¿cómo te has
mezclado con este?
—Vaya, gracias, mamá.
Brantley levantó su vaso hasta los labios. —Estoy seguro de que es
consciente de que su hijo siempre ha sido bastante... tenaz.
Su madre gritó con una sonora risa. —Eso es quedarse corto.
—Sí, supongo que sí, pero me pareció la mejor manera de decir
que él…
Daniel se rio. —Sólo dilo, Brantley. Nada la va a conmocionar
ahora.
—Gracias por tu permiso, Finn —dijo Brantley, apuntando una
mirada hacia él.
—¿Qué? No lo es. Lo aceché un poco. Fin de la historia —dijo
Daniel, mirando a su madre mientras sacaba el tapón del fregadero.

245
—Finn me confió que era gay desde el principio cuando nos
conocimos. Intenté mantener la distancia... —Brantley levantó su vaso
hasta los labios, y esta vez, tomó un largo trago de su vino mientras
miraba a Daniel al otro lado de la habitación.
Fue entonces cuando su madre cruzó el mostrador donde la otra
mano de Brantley estaba descansando.
—Está bien, Brantley.
Los ojos de Brantley dejaron que los de Daniel se deslizaran hacia
los de su mamá, y lo que sea que vio en ellos debió haberle
tranquilizado, porque sus hombros se relajaron.
—No necesito todos los detalles. Cualquiera con dos ojos puede
ver que esto era más que una aventura barata entre un profesor y su
estudiante. Pude verlo incluso en ese entonces. De hecho, creo que
debería darte las gracias de alguna manera. Fuiste un gran factor en que
Finn lo hiciera tan bien en la universidad. Estaba más concentrado y
dedicado de lo que nunca lo había visto, y eso se debió en gran parte a
que quería pasar su tiempo contigo. Lo mantuviste... centrado.
Daniel agarró el paño de cocina del mostrador, y mientras se
limpiaba las manos, Brantley asintió.
—Nunca quise engañarla, señora...
—Oh, silencio. Soy Camille. Sólo quiero saber una cosa.
Brantley parecía preocupado mientras se enderezaba y se llevaba
la copa a los labios.
Tomó un sorbo y luego preguntó: —¿Te importa mi hijo?
Daniel tragó, y apenas podía oír por encima de su pulso. Confía en
que su madre se ocupe de lo esencial del asunto. Bueno, había advertido
a Brantley. No había sutileza en la casa Finley.

246
Pero fue la falta de sutileza de Brantley lo que llevó a Daniel a la
raíz cuando respondió —Nunca me ha importado nadie más.

247
DE CAMINO A CASA de los Finley era justo como Brantley había
sospechado que podría ser: tranquilo, reflexivo y lleno de palabras no
dichas.
Las olas corrían hacia la orilla mientras la luna brillaba en lo alto
del cielo, y mientras caminaban de la mano, pensó que estaba diciendo
que no se había sentido tan completo como entonces, con este hombre a
su lado.
Mirando a Daniel por el rabillo del ojo, vio que el viento le erizaba
el pelo y no pudo evitar detenerlo. Cuando se volvió hacia él, Brantley
se acercó y justo allí, en la perfección de la noche, acunó la cara de Daniel
y puso en el beso que le estaba dando cada gramo de amor que sentía.
No le importaba si era el primero en abrir su alma. No le importaba
entregar su corazón al hombre que lo estaba abrazando. Todo lo que le
importaba era acercarse lo más posible a Daniel, durante todo el tiempo
que pudiera.
Separó sus labios bajo los exigentes que pedían permiso, y gimió
cuando Daniel metió su lengua dentro para profundizar la conexión. El
momento era perfecto. El hombre era perfecto. Y mientras las olas
continuaban chocando y tronando como su corazón, Brantley pensó que
podía morir y habría tenido el momento más perfecto de su vida.
Cuando Daniel susurró contra su boca -llévame a casa-, vio que el
hombre del que se había enamorado años atrás se reflejaba en él.
—¿Estás seguro? —preguntó, necesitando la confirmación verbal
de que Daniel sabía lo que esto significaría para él. Que entendía que
esto no era una aventura rápida. Ya no más. Dos semanas, maldita sea.

248
Si Daniel estaba de acuerdo con esto, Brantley iba a hacer todo lo
que estuviera en su poder para imprimirse en el alma de este hombre.
—Nunca he querido nada más.
—¿Nunca?
La sonrisa que se deslizó por los labios de Daniel era a la vez
tímida y sensual, y era tan similar a la del joven que una vez había sido
que Brantley se inclinó hacia él para besarlo en la oreja.
—Entra conmigo —dijo. Entonces comenzó a caminar hacia atrás,
asegurándose de tomar la mano de Daniel y de arrastrarlo con él. El
deseo en esos dorados ojos se mezclaba con una embriagadora dosis de
asombro mientras seguía de cerca.

CUANDO DANIEL CAMINÓ hacia la habitación de Brantley y


abrió las ventanas, una emoción de anticipación se extendió por todo su
cuerpo mientras el viento se arremolinaba y atravesaba las cortinas.
No recordaba haber estado tan nervioso por tener sexo con alguien
desde… joder, desde que había estaba con este hombre.
Por lo general, cuando tenía el control, había elegido a sus
hombres en Chicago con cuidado, siempre asegurándose de que pudiera
mantener su corazón fuera de la ecuación. Sólo una vez había estado
tentado a ir en una dirección diferente, y eso le había conmocionado
incluso a él, considerando que involucraba a más de un hombre. Pero
cuanto más pensaba en ese incidente en particular, más empezaba a
darse cuenta de cuál había sido su atractivo. Era esa cercanía que
compartían, y tal vez el hecho de que el abogado de traje le había
recordado a él…

249
—¿Finn?
—¿Mmm? —respondió Daniel mientras Brantley se acercaba a él.
—¿Estás bien?
Cogiendo el botón de su camisa, asintió. —Lo estoy.
Cuando Brantley se detuvo frente a él, se hizo cargo de
desabrochar los botones. —¿Querías decir lo que dijiste en casa de tu
madre?
No tenía que preguntar qué parte. Daniel sabía a qué se refería
Brantley cuando metió su mano dentro de su camisa abierta.
—¿Tu corazón está involucrado?
Levantó su mano para cubrir la de Brantley, que estaba sobre su
corazón palpitante, y asintió. —Sí. Siempre lo ha estado.
Mientras Brantley besaba su mandíbula, Daniel cerró los ojos y
saboreó el tierno gesto.
—No sé qué estamos haciendo aquí, Finn. Pero he terminado de
fingir que tenerte aquí no es lo mejor que me ha pasado desde que te
fuiste.
Abriendo los ojos, Daniel encontró los de Brantley en los suyos.
Estaban llenos de todas las emociones reprimidas con las que había
estado luchando.
Aceptación, deseo, alegría y…
—Nunca dejé de amarte —dijo Brantley mientras levantaba sus
manos para acunar la cara de Daniel. Luego se inclinó y besó sus labios.
Daniel había anhelado este momento y, al mismo tiempo, lo temía.
La suave caricia envió una descarga directamente a su corazón y lo
devolvió a la vida. Porque justo ahí, mientras estaba en el dormitorio de
Brantley Hayes, se enamoró de nuevo.

250
Alcanzó la cintura de Brantley y lo acercó antes de enredar sus
dedos en los gruesos mechones de pelo en la parte posterior de su
cabeza. Mientras dejaba que los sentimientos que había estado negando
le bañaran, lo único que podía pensar era que todo estaba a punto de
cambiar. E incluso cuando ese pensamiento entró en su mente, Daniel se
rindió al hombre y a las emociones con las que había estado luchando
desde que llegó.
—Siempre te he amado.

BRANTLEY QUERÍA agarrar su pecho para asegurarse de que su


corazón no había salido de él. No estaba seguro de haber oído bien a
Daniel, pero con la forma en que lo miraba, no podía estar equivocado.
¿Podría?
Eligiendo no esperar y averiguarlo, dijo en la tranquila sala: —
desnúdate para mí, Finn.
Los ojos de Daniel buscaron los de Brantley mientras sacudía los
hombros. Se dejó caer sobre un rincón de la cama y luego se quitó los
pantalones y los calzoncillos. Mientras se enderezaba en toda su altura
frente a él, Brantley pensó que era realmente impresionante.
Como había estado en el exterior durante los días, la piel de Daniel
ahora tenía ese hermoso brillo dorado que siempre había tenido cuando
vivía aquí, y eso no hacía más que aumentar su atractivo. La barba que
cubría su mandíbula era de un rubio más oscuro y apagado que los
reflejos de su pelo, que se había aclarado con el sol. Era magnífico, y
Brantley quería estar lo más cerca posible de él.

251
Despojándose de su propia ropa, caminó a un lado de la cama y
Daniel se fue al otro. Mientras se subían al colchón, Brantley no pudo
evitar sentir que esto era lo que Daniel había querido decir. Justo ahí y
ahora, mientras se deslizaban entre las sábanas, se sentía como si
estuviera en casa. Aunque si Daniel estuviera sólo por este momento.
Cuando estaban acostados, uno frente al otro, Brantley pasó su
pulgar por el labio inferior de Daniel y le dijo: —me vas a romper el
corazón, ¿no es así?
El silencio de Daniel lo desgarró, incluso cuando Brantley
reconoció que la verdad no le impediría tomar lo que quería.
Mordiéndose el labio para retener la súplica de que Daniel se quedara
con él, Brantley asintió y bajó su boca a la de Daniel. Una lágrima rodó
por el rabillo de su ojo mientras besaba esos hermosos labios, y cuando
los abrió de nuevo, los de Daniel brillaban.
—Está bien —dijo Brantley, presionando su frente contra la de
Daniel mientras acariciaba su mejilla—. Te quiero de cualquier manera
que pueda tenerte. Por el tiempo que sea.
—Brantley…
—Shhh —susurró contra la boca de Daniel—. Déjame tenerte.

DANIEL RODÓ DE ESPALDAS, y mientras Brantley lo seguía


estirándose por encima de él, trató de mantener sus emociones bajo
control. Brantley estaba besando su camino a lo largo de su mandíbula
y por su cuello, y todo en lo que Daniel podía pensar era en la mirada
en su cara hace unos segundos.

252
Esa expresión había sido atormentada y dolorida, pero luego había
cambiado y se había transformado en completa adoración al besarlo y
jurar ser feliz con lo que Daniel pudiera dar.
No quería herir a Brantley ni romper su corazón, como tampoco
quería romper el suyo. Pero no veía otra forma de que esto pudiera
funcionar. Brantley estaba a sólo unos meses de conseguir la titularidad
de un trabajo por el que había trabajado toda su vida, y a Daniel le
acababan de ofrecer ser socio del bufete.
Sin embargo, cuando Daniel miró al hombre que estaba bajando
por su cuerpo, supo que, si Brantley se lo pedía… no. ¿En qué demonios
estaba pensando? Brantley no iba a hacer eso. Y no querría que lo
hiciera… no pensó.
¿Pero tiene que doler tanto?
Sabía lo que estaba pasando y se aseguró de que Brantley también
lo supiera. No había hecho ninguna promesa falsa. Pero eso no
importaba. Odiaba que fuera a lastimarlo. Odiaba que, una vez más, se
alejara de este hombre.
Cerrando los ojos, se ordenó disfrutar de esto hasta el final. Ser
codicioso y dejar que se lo trague todo y lo sumerja. Esa era la única
manera de que pudiera seguir adelante una vez saliera por el otro lado.
El recuerdo de tan dulce perfección.

253
—ASÍ QUE... sé que ha pasado un tiempo, y no estoy seguro de
que te interese, pero estaba pensando que podríamos enganchar el
kayak y dirigirnos a Lover's Key esta tarde. Si lo deseas —dijo Brantley
a la mañana siguiente mientras le daba a Daniel la mantequilla.
Daniel lo cogió y besó la boca que le sonreía. Una vez que extendió
la mantequilla sobre su tostada, tomó la botella de jalea de uva, su
favorita, y asintió. Lover's Key State Park… no había estado allí en años.
—Me encantaría ir. Con una condición —dijo con una sonrisa.
Luego cogió su café y tomó un sorbo de la cafeína que tanto necesitaba.
—¡Oh! De acuerdo. Déjamelo a mí.
Levantó la ceja y miró la taza. —Oh, te lo daré, de acuerdo, pero
cuando lleguemos a casa. Si hacemos eso en una playa pública,
podríamos ser arrestados. De verdad, profesor, muestra algo de
moderación.
—Eres muy gracioso, Sr. Finley —le dijo Brantley mientras se
apoyaba en el mostrador y cruzaba los tobillos—. ¿Cuál es tu condición?
—Estaba pensando en algo más parecido a... iré mientras podamos
tomar algo de comida y hacer un día y una noche de ello. Justo como
solíamos hacerlo. Me gusta la idea de volver a visitar el lugar donde me
profesaste por primera vez tu amor eterno.
Brantley se rio. —No recuerdo que fuera tan dramático.
—¿De verdad? —dijo Daniel mientras colocaba su taza en el
mostrador y cogía la de Brantley. Luego lo atrapó contra el
refrigerador—. ¿Cómo lo recuerdas?

254
Cuando Brantley puso sus manos sobre las caderas de Daniel y lo
acercó para que se ajustaran, se mordió el labio inferior y susurró contra
su boca: —recuerdo que pensaba que eras un alborotador total, y…
—¿Y?
—Y te amé más de lo que nunca pensé que fuera posible.
—Brantley. —Daniel suspiró contra sus labios—. Si pudiera...
Brantley sacudió la cabeza y le dio un beso rápido a Daniel en los
labios. —No. No hagas eso.
Daniel dio un paso atrás y pasó sus dedos por el brazo a Brantley.
—De acuerdo.
—Pongamos el kayak en el coche y vayamos para estar allí por la
tarde —sugirió Brantley, y lo rodeó.
Daniel tomó sus dedos, y cuando se miraron el uno al otro, el
mensaje fue claro. Disfrutarían del día. Disfrutarían de lo que tuviesen
en ese momento, tal como lo hicieron anoche, y luego, una vez que
Daniel se fue a casa, eso sería todo.
Al soltar la mano de Brantley, Daniel lo vio caminar a través del
arco de la cocina y se aferró al conocimiento de que al menos tendría
esto. Y planeaba hacer que cada minuto contara.

—DE ACUERDO, cuando dijiste que me estabas secuestrando, no


pensé que me ibas a llevar a un parque aislado para hacer cosas
perversas a mi pobre y desprevenido cuerpo, profesor.
Cuando Daniel miró a Brantley, que estaba sentado detrás del
volante, sonrió muy traviesamente e hizo que su profesor se riera entre

255
dientes. Hoy estaban celebrando una especie de aniversario. Habían
pasado dos años desde que Daniel había conseguido que Brantley lo
viera como algo más que... su estudiante.
—¿Es eso lo que hago?
Guiñó el ojo. —A veces. Si tengo suerte.
—Sí. Bueno, puedo ver lo traumatizado que estás por ello.
—Lo estoy. Es todo en lo que pienso. Despierto o dormido, no
puedo quitármelo de la cabeza. Es muy perjudicial para mi salud.
Brantley apartó los ojos de la carretera para mirar a Daniel. —Tú,
Sr. Finley, eres un mentiroso.
Daniel mostró una amplia sonrisa. —Tal vez. Pero funcionó.
Quería que me miraras.
—Coqueto.
—¿Y? ¿Tienes algún problema con eso?
Brantley puso su mano en el muslo de Daniel y apretó. —
Definitivamente no.
—Entonces, ¿a dónde me llevas?
—Pensé que podríamos ir en kayak a Lover's Key. ¿Has estado allí
antes?
—No. Pero parece un buen lugar —dijo Daniel mientras cubría la
mano de Brantley y la deslizaba por su muslo—. ¿Por qué se llama Llave
del Amante?
Brantley entró en un estacionamiento y detuvo el auto. —En
aquellos tiempos, la única forma de llegar a la isla era en barco, y los
amantes se escabullían para ir allí en busca de privacidad.
—Ohhh... este lugar me gusta cada vez más —dijo Daniel. Luego
se inclinó sobre el asiento para presionar los labios contra los de su

256
profesor. Cuando Brantley se rio y tomó su cara entre las manos, Daniel
gimió en protesta.
—Espera ahí —dijo Brantley cuando soltó su boca—. Ya no es
'privado', y tienes que comportarte.
—Bueno, ¿dónde está la diversión en eso?
—Fuera —dijo Brantley mientras empujaba a Daniel y señalaba la
puerta del auto.
—Bien, bien —refunfuñó Daniel, y se bajó del auto. Cuando cerró
la puerta y empezó a desatar el kayak, miró sobre el techo y dijo: —
admítelo. Me trajiste aquí para hacer cosas malas conmigo. ¿No lo
hiciste?
Brantley no contestó, pero el ligero tic al lado de sus labios lo
delató. —Sólo desata la parte delantera, Finn.
—Claro, profesor —dijo Daniel, y soltó la cuerda. Cuando estaba
colgando entre sus dedos, lo levantó y preguntó: —¿debería guardar
esto para más tarde?
Brantley gimió. —Este va a ser un día largo, ¿no?

BRANTLEY SE DIRIGIÓ A UN LUGAR VACÍO, y una vez que


los dos salieron del auto, Daniel se metió en el asiento trasero para
agarrar sus mochilas. Mientras las ponía sobre el capó, miró en dirección
a Brantley y comenzó a desatar el kayak.
—No puedo creer que aún tengas el mismo barco.
—¿Por qué no? Tiene... valor sentimental.

257
Daniel tarareó su acuerdo cuando terminaron de bajarlo del techo.
—¿Es eso cierto?
—Bueno, te aseguraste de eso personalizándolo.
Daniel pasó su dedo por encima de la inscripción que había tallado
con su navaja la primera vez que fueron allí. Cuando levantó la mirada,
Brantley se quedó sin aliento.
—Sigue siendo verdad, sabes.
—Para...
—¿Qué? Lo es. Y hasta venden botones con esa cita. Debería tener
cuidado, profesor, o podría ser demandado por violación de derechos
de autor.
Brantley cogió una de las mochilas y se la colgó del hombro. —
Creo que estás a salvo. No lo usabas en el contexto en el que lo decían.
Daniel agarró la segunda mochila y se la colgó. Luego cada uno
tomó un extremo del kayak de color amarillo brillante y se dirigieron a
través de la orilla arenosa hasta la rampa que conducía al estuario.
Una vez que lo habían puesto en el agua, Daniel pateó sus
sandalias y se agachó para empujarlas al final del bote. Cuando miró por
encima del hombro y atrapó a Brantley mirándole el culo, Daniel sonrió,
y Brantley no hizo ningún intento de ocultar su sonrisa.
Demonios, estaba bastante seguro de que Daniel sabía en ese
momento que le encantaba todo de él. ¿Qué le importaba si le pillaban
mirándole el culo?
—¿Va a entrar, profesor? o ¿quedarte ahí y mirarme todo el día?
—No es una mala manera de pasar la tarde.
Daniel se sacó la camisa sobre la cabeza antes de tirarla al bote. —
Me alegra oírlo. ¿Qué tal si te doy una mejor vista?

258
Brantley se negó a mirar hacia otro lado y, en su lugar, se acercó al
kayak y se quitó los zapatos. —No me oirás quejarme. —Sin embargo,
decidió dejarse la camisa puesta.
—¿No vas a disfrutar del sol hoy? —preguntó Daniel mientras
volvía su rostro hacia los cálidos rayos.
—Creo que estoy bien, pero me alegra que estés participando en
la actividad.
—Bueno, alguien me dijo que estaba pálido.
—Dije más pálido que de costumbre. Pero te has ocupado de eso
desde que llevas una semana tumbado prácticamente desnudo en mi
terraza.
Mientras empujaban el kayak en el agua y entraban en un
movimiento practicado, Daniel dijo: —me alegro de que te hayas dado
cuenta.
—Eres un poco difícil de ignorar —respondió Brantley mientras
remaban hacia el agua.
Y al igual que hicieron con todo lo demás, los dos se deslizaron de
nuevo a un ritmo fácil mientras se abrían camino a través de los
manglares a lo largo de los familiares cuatro kilómetros de sinuosas vías
fluviales.

—SABES, ES CORTÉS compartir —dijo Daniel mientras se


inclinaba sobre su toalla y le arrebataba la bolsa de patatas fritas de la
mano.

259
Brantley ladeó la cabeza y extendió la mano para recuperarla
después de que Daniel hubiera agarrado un puñado. —También es
cortés esperar a que alguien te ofrezca una.
Comiendo la bondad de la sal y el vinagre, Daniel sonrió alrededor
de su bocado. —Tomo lo que quiero, así que demándame.
—Es irónico pensar que, un día, podrías representar a un idiota
que le dijo eso a la persona equivocada.
—Sí, sí. ¿Me estás llamando idiota?
—Tal vez. Pero eres mi idiota, así que eso es todo —dijo Brantley
con un guiño. Luego mordió una patata.
—Eso estuvo bien —dijo Daniel mientras se recostaba, con los
codos apoyados en la toalla mientras el sol comenzaba a ponerse.
—Mmmm, lo fue —estuvo de acuerdo Brantley, y metió la mano
en la mochila para sacar dos botellas de agua. Le tiró una a Daniel, y
cuando la atrapó, abrió e inclinó hacia arriba para beber la mitad de la
botella de un solo trago, Brantley mantuvo sus ojos pegados a la
bronceada garganta y a la manzana de Adán de Daniel.
Cuando terminó y mirando a Brantley, Daniel hizo un gesto a la
navaja que yacía en la mochila entre ellos. Era parte del kit de
supervivencia de Brantley para cada vez que hacía algo al aire libre.
—¿Vas a ir allá, pescar un pez y destriparlo para mí como un
hombre de verdad?
El exagerado tono que usó Daniel hizo que la ceja de Brantley se
elevara.
—No —dijo—. Iba a abrir mi mochila, sacar los sándwiches de
mantequilla de maní y jalea que hice, y tal vez, si tienes suerte,
compartirlos contigo.

260
Riendo entre dientes, Daniel cogió la navaja y se puso de pie.
Mientras caminaba detrás de ellos, donde habían puesto el kayak en la
arena, se agachó y abrió la navaja. Pero antes de tocar la superficie, miró
a Brantley y le preguntó: —no te importa si dejo mi marca, ¿verdad?
Brantley estuvo cerca de decir que ya había dejado una
permanente sobre su corazón, pero sacudió la cabeza.
Daniel se volvió hacia lo que estaba a punto de hacer y empezó a
rascar algo en el interior del kayak donde se había sentado, en el frente.
Cuando terminó, se puso de pie y regresó al lugar donde Brantley aún
estaba sentado en su toalla. Cerrando la navaja, la tiró a la bolsa.
Entonces Daniel puso sus pies a cada lado de las piernas de Brantley y
se arrodilló de modo que estaba sentado sobre sus muslos.
—Ah, está bien. Por favor, siéntate —se rio Brantley.
—No me importa si lo hago.
Agarró las caderas de Daniel y lo empujó más arriba de su cuerpo
hasta que estuvo directamente sobre su ingle, con los brazos alrededor
de su cuello.
—¿Qué escribiste? —preguntó antes de morderle la mandíbula a
Daniel. Cuando se retorcía por encima de él, Brantley dijo de nuevo—.
¿Qué escribiste?
—Tal vez quiero que sea una sorpresa.
Brantley besó su camino hasta la oreja de Daniel y bajó una mano
para ponerla en el culo. —Dime, Finn…
Daniel estaba rechinando las caderas contra él, y el gemido que se
le escapó hizo que Brantley sonriera contra su mejilla.
—Ooh, debe ser algo bueno... —dijo, y luego los giró para que
Daniel estuviera de espaldas sobre la toalla y Brantley se inclinara sobre
él. Mientras daba un beso feroz a los labios separados de Daniel, se
arqueó contra él. Entonces volvió a preguntar: —¿qué escribiste?

261
—Dios, Brantley. Tócame.
—Te estoy tocando.
—Más…
—Dímelo primero.
Daniel estaba jadeando debajo de él. Entonces mostró esa sonrisa
coqueta y puso sus manos en acción. Daniel las deslizó hacia abajo para
agarrar el culo de Brantley y entonces se inclinó para chuparle el labio
inferior. Cuando terminó con sus bromas, dijo: —amo a mi maestro.
Brantley se calmó y entonces levantó la cabeza una fracción para
poder ver los ojos de Daniel.
—Eso es lo que escribí en tu barco. Bueno, hice un corazón en lugar
de la palabra amor, pero... realmente amo a mi maestro. Y espero que él
sienta lo mismo.
Brantley se tragó la enormidad de la verdad en los ojos de Daniel.
Daniel lo amaba, y no estaba seguro de qué hacer con eso, porque si
estaba bien o mal…
—Finn —dijo, moviendo la cabeza. Entonces puso su boca al oído
de Daniel y le confesó—. Yo también te amo, tanto que me duele el
corazón.
Esa era la verdad brutal. Porque mientras amaba a Daniel, estaba
más que consciente de que su vida estaba asentada allí y que este
hermoso joven tenía todo su futuro por delante. Un futuro que
probablemente se lo llevaría.
Pero Brantley no estaba listo para explorar esa realidad.
Al menos hoy no.

262
CUANDO LOS DOS arrastraron el kayak a la orilla, Daniel se
acercó a la parte delantera y tomó la mano de Brantley en la suya.
—Me encanta este lugar. Esta fue una gran idea. No lo he hecho
desde que me fui, así que apuesto a que me van a doler músculos que
apenas recuerdo tener.
—Lo dudo —dijo Brantley mientras sacaba uno de los paquetes
del barco y lo llevaba por encima del hombro. Luego se acercó para
conseguir el segundo.
Mientras Brantley se lo pasaba, Daniel no pudo evitar dar un paso
más cerca y robar un beso. Brantley abrió los labios y Daniel aceptó
inmediatamente la invitación. Una mano se agarró a su brazo desnudo,
y no pudo evitar tocar la fuerte mandíbula de Brantley.
El beso fue dulce y sin prisas, y le recordó exactamente por qué se
había enamorado de este hombre en primer lugar. Nadie lo conocía
como Brantley, y nadie lo conocería.
Cuando se alejó a regañadientes, una lenta sonrisa se deslizó por
los labios de Brantley y le preguntó: —¿almuerzo?
—Sí. Vamos a comer.
Dejaron caer el kayak a varios metros de la playa desde donde se
detuvieron y lo dejaron descansar cerca del mar que se balanceaba con
la brisa. Daniel tiró su bolso al suelo y recogió la manta que habían
empacado, y cuando se sentó en ella y palmeó el lugar entre sus piernas
levantadas, Brantley se acercó para sentarse allí con la espalda apoyada
contra su pecho.
Mientras se acomodaban, Daniel agarró la bolsa que estaba a su
lado y dijo: —déjame adivinar. ¿Mantequilla de maní?
Brantley miró hacia atrás con una sonrisa de satisfacción. —No
olvides la jalea.
—Sabes, tiene muy buena memoria, profesor Hayes.

263
Mientras Brantley miraba hacia la playa, dijo muy seriamente: —
sólo cuando se trata de ti.
—Ah, ¿sí?
—Sí.
Daniel puso sus labios sobre el hombro de Brantley y le preguntó:
—¿tratando de atraerme de vuelta con papas fritas y sándwiches de
mantequilla de maní y jalea?
—¿Funcionaría?
Cuando Brantley se retorció un poco para enfrentarlo, Daniel
sonrió. —estoy aquí, ¿no?
—¿Todo por los sándwiches? Y yo que pensaba que era la
compañía.
Puso a Brantley contra su cuerpo. —Confía en mí, esa es la razón
número uno por la que me tomé vacaciones, un avión y volé a través del
país. Por su compañía.
Había un silencio cómodo entre los dos, donde todo lo que se oía
eran las gaviotas mientras chillaban pidiendo sobras. Entonces Brantley
preguntó: —¿valió la pena?
Daniel puso sus brazos alrededor de los hombros de Brantley y
tomó cada detalle del momento. La calidez del hombre, la puesta de sol,
y la manera familiar en que su corazón se elevaba cada vez que Brantley
estaba cerca, y luego susurró: —hasta el último segundo.

264
LA PEOR PARTE de cualquier vacación era la rapidez con la que
pasaba. Antes de que Daniel se diera cuenta, se estaba despertando con
sólo una semana por delante.
La cama junto a él ya estaba vacía, pero eso no era chocante.
Brantley siempre se había levantado temprano, y con las mañanas en la
playa, ¿quién no lo haría?
Sentado, estiró los brazos sobre su cabeza y luego se puso de pie.
El sol ya se estaba filtrando a través de las cortinas mientras caminaba
hacia ellas para abrirlas. Los sonidos lejanos que sólo venían de la playa
le hacían cerrar los ojos y disfrutar de la relajante llamada de atención
que estaba tan lejos de su habitual alarma sonora en el oído.
—Buenos días. —Brantley entró al dormitorio vestido con
pantalones ajustados, una camisa perfectamente ajustada y una corbata.
Se dirigía a la escuela hoy.
—Sabes, me vas a malcriar con esto. Y cuando vuelva a casa, voy
a odiar hacer mi propio café.
Brantley hizo una mueca de dolor, y Daniel inmediatamente deseó
poder retractarse de sus palabras mientras alcanzaba la taza.
—Lo siento.
—No, está bien. Es la realidad, ¿verdad?
—Cierto —dijo, mirando por la ventana otra vez.
Cuando Brantley subió a su lado, golpeó juntos sus hombros. —Al
menos aún tenemos la semana. Tengo los exámenes finales hoy y luego

265
he terminado y podemos trabajar en lo que queremos hacer el resto de
tu estancia. ¿Suena bien?
Daniel pasó su lengua por el labio inferior y asintió. —Claro.
—De acuerdo. Bueno, me voy. —Brantley se incorporó para besar
su mejilla, donde dijo en voz baja—. Realmente está bien—. Mientras
bajaba una mano por su brazo y luego la apretaba.
—De acuerdo.
—¿Te veré en unas horas? ¿Crees que puedes divertirte hasta
entonces? —Brantley se colgó la bolsa en el hombro y sonrió con
suficiencia.
—Estoy seguro de que se me ocurrirá algo.
Cuando Brantley le puso los ojos encima, Daniel juró que lo sintió
como una caricia.
—Bueno, no hagas nada que sería más divertido con los dos. No
quiero perdérmelo.
Daniel levantó una ceja y luego hizo algo que Brantley siempre le
había hecho. Señaló a la puerta. —Es hora de que te vayas. Fuera,
profesor.
—Hasta pronto, Finn.
Cuando Brantley salió por la puerta, Daniel se volvió hacia la
ventana y tomó otro sorbo de su café. Lo había hecho exactamente como
le gustaba.
Maldición, me conoce bien.
Pensando que podría tumbarse en la cubierta antes de que el sol
se calentara demasiado, terminó su café y luego sacó algo de ropa para
el día. Justo cuando estaba a punto de salir, su teléfono sonó y gimió.
Normalmente, habría dejado que llegara a su buzón de voz, pero
con las noticias que había recibido la semana pasada, necesitaba

266
responder en caso de que hubiera actualizaciones sobre algo relacionado
con la asociación. Lo último que supo fue de Todd cuando llamó para
felicitarlo y decirle que esperaban que los otros dos socios, Harry
McNamara y Scott Ackerman, volaran desde Nueva York la semana
después de su regreso para reunirse y repasar todo.
Tomando el teléfono de la mesita de noche, reconoció el número
inmediatamente.
—Bueno, hola, Moira. ¿Cómo estás esta mañana?
—Muy bien, gracias, Daniel. Suenas feliz.
—Estoy feliz, muchas gracias. —Se rio de su observación—.
Disfrutando de la relajación que sólo la vida en la playa y la buena
compañía te pueden dar.
—Oh, apuesto a que sí. No he estado en una playa en... Dios, en
años.
—Es una maldita lástima. ¿Tu jefe no te da vacaciones?
—Ja. Ja. Mi jefe es maravilloso, pero es muy trabajador. Tal vez en
mis próximas vacaciones encuentre una playa y un hombre sexy con
quien acostarme.
Sonrió, pensando en lo maravillosa que había sido esta semana
mientras lo hacía. —Bueno, déjame decirte, ha sido una forma fantástica
de relajarse, eso seguro. Otra semana más y estaré listo para volver a la
rutina.
—Sobre eso... —dijo.
Frunció el ceño. —¿Sobre qué?
—La semana extra... el Sr. Leighton te necesita en casa pronto.
Seguro que no había oído bien. —¿Qué quieres decir con
temprano? —preguntó.

267
—Lo sé. Le expliqué que te quedaba una semana más, pero insiste.
El Sr. McNamara y el Sr. Ackerman vienen esta noche y quieren reunirse
contigo. Me dijo que te dijera que volvieras aquí a más tardar esta noche.
Sus palabras, no las mías.
Su mente estaba corriendo mientras frotaba su mano sobre su
frente y apretaba sus ojos para cerrarlos. No, no, no. Esto no puede estar
pasando. Ahora no. Ahora no, carajo.
—Pero me queda una semana. Me he ganado estas vacaciones, por
el amor de Dios.
—Lo sé —dijo, un tono de dolor en su voz—. Pero también te has
ganado ser socio.
Si hubiera sido en otro momento, habría dejado caer todo, se
habría subido al siguiente avión y habría salido de allí antes de que
pudiera terminar de hablar.
Pero no era otro momento.
Era su tiempo con Brantley.
Sus dos semanas. Sus únicas dos semanas.
Mierda.
—¿Cuánto tiempo van a estar allí? Seguro que puedo volver en un
día o dos.
—Llamaron a la reunión de mañana por la mañana. Te quiere en
un avión y de vuelta en Chicago esta noche.
—Joder.
Hubo un silencio total en el otro extremo, y cuando se dio cuenta
de lo extraño que todo este le parecía a Moira, que pensaba que estaría
un poco molesto, pero emocionado, se recuperó.

268
—Lo siento. No esperaba tener que interrumpir este viaje antes de
tiempo. Dile que estaré en casa esta noche. Y en la oficina —dijo, pero
las palabras sonaban distantes, como si las estuviesen diciendo un robot.
—Bien —dijo Moira en voz baja, sintiendo su estado de ánimo—.
¿Quieres que te reserve el vuelo? Hay uno a las 2:45, por lo que estarás
de vuelta en casa esta noche. ¿Funciona eso?
Como en una niebla, asintió, pero las palabras no salieron. Todo lo
que seguía viendo era la cara de Brantley y la sonrisa que le había dado
al irse antes.
—¿Daniel?
Mierda. —Sí. Está bien.
—Bien. Te enviaré la confirmación por correo electrónico y te veré
mañana.
No se molestó en responder mientras cortaba la llamada. Se quedó
ahí parado en medio de la habitación de Brantley aturdido y se preguntó
cómo demonios iba a decirle al hombre que acababa de salir que se iría
tan pronto como entrara por la puerta.

BRANTLEY se apresuró a recoger, subir a su auto y conducir a


casa tan pronto como terminó el examen final. Era una sensación
agradable ir a casa de alguien, y era aún más agradable que lo fuera para
Daniel.
Después de agarrar su bolso del asiento del pasajero, se lo colgó
del hombro mientras se bajaba del auto. Luego se dirigió a la puerta
principal. Había estado tratando de pensar en cosas que podrían hacer

269
una vez que llegara a casa, y había decidido ver si Daniel quería
conducir hasta la Pequeña Habana.
Tiró sus llaves sobre la mesa y luego caminó por el pasillo. Revisó
la cocina, donde dejó caer su bolso sobre el mostrador, y luego la sala de
estar, pero Daniel no estaba en ningún lugar a la vista. Cuando las
cortinas se movieron de la puerta que había abierto antes de irse, sonrió.
Pero cuando miró alrededor de las cortinas y escudriñó el patio, de
nuevo, no había nadie.
Frunciendo el ceño, se volvió hacia el pasillo que llevaba a su
habitación y se dirigió hacia allí. Era el único otro lugar... a menos que
Daniel hubiera ido a nadar. Pero al pasar por el baño abierto y entrar en
su habitación, Brantley encontró a Daniel sentado en su silla de mimbre,
vestido con pantalones de traje gris y una camisa blanca planchada. Sus
pies se ralentizaron ante la extraña elección de un traje para un día
relajante, pero luego sus ojos se posaron sobre la maleta junto a la silla.
Estaba llena, cerrada la cremallera y de pie verticalmente con el
mango medio extendido, y fue entonces cuando se congeló en su lugar.
No había dicho una palabra, pero como si lo sintiera, Daniel
levantó la cabeza, y los ojos que caían sobre él estaban distantes,
desprendidos. Esa expresión era con la que Daniel había llegado por
primera vez. No era la sonrisa fácil que había mostrado antes de partir
esta mañana, y Brantley sospechaba que lo que estaba a punto de llegar
no iba a aliviar el puño apretado alrededor de su corazón.
—Hola —dijo, necesitando saber qué demonios estaba pasando y
rápido, o probablemente se iba a desmoronar.
Daniel se puso de pie, e instantáneamente, los hombros rígidos, la
postura tensa y la línea dura de su mandíbula le dijeron a Brantley una
cosa: su tiempo había llegado a su fin. ¿Lo que no podía resolver era por
qué?
—Hola.

270
La corta y fría palabra lo puso automáticamente a la defensiva.
—¿Vas a alguna parte? —preguntó, echando un vistazo a la maleta
y luego a Daniel.
—Sí. Tengo que ir a casa.
—¿A Chicago?
—Sí.
—¿Hoy?
—Sí.
La palabra era definitiva, y estaba luchando por entender qué
demonios había pasado desde que se había ido.
—Pensé que aún te quedaba una semana...
—La tengo… la tenía —corrigió Daniel mientras le miraba a los
ojos.
Brantley quería gritarle que le contara más. —¿Pero ahora te vas?
—Sí.
—¿Cuándo?
Daniel miró el reloj que se había vuelto a poner y tragó. Mierda.
Brantley no quería escuchar esto, era seguro.
—Mi taxi estará aquí en unos diez minutos.
¿Diez minutos? Jesús, tan pronto. —¿Por qué? —preguntó
finalmente. No le importaba si Daniel parecía que quería vomitar.
Quería saber qué carajo había pasado—. ¿Hice algo...?
—No —dijo Daniel con absoluta firmeza.
Brantley entró más en la habitación y fue a alcanzarlo, pero Daniel
sacudió la cabeza y movió la mano. El rechazo fue un cuchillo afilado en
el corazón.

271
—Es trabajo. Tengo que volver para una reunión.
Brantley parpadeó varias veces y luego preguntó —¿Una reunión?
Estás de vacaciones. ¿No pueden tenerla sin ti?
—No.
—¿Por qué no? —preguntó.
—Porque es para aceptar a un socio nuevo.
Entrecerró los ojos, y cuando abrió la boca, Daniel ya estaba allí,
respondiendo a su pregunta no formulada.
—A mí. Me lo ofrecieron la semana pasada. Recibí una llamada de
la oficina, y luego mi jefe llamó para confirmarlo y…
—El día que salimos a celebrar —dijo Brantley, finalmente
uniendo todas las piezas.
—Sí. Pero yo... La reunión con los otros socios no se suponía que
iba a tener lugar hasta que llegara a casa.
—Dentro de una semana.
—Sí.
—Ya veo —dijo Brantley, girándose lentamente para salir de su
habitación. Cuando llegó a su puerta, se detuvo, miró a Daniel y trató
de prepararse mentalmente para lo que estaba a punto de suceder—.
Bueno, felicitaciones —dijo mientras Daniel tomaba el asa de la maleta
y caminaba hacia él.
Cuando estaban parados a sólo unos centímetros de distancia,
Daniel se acercó, pero esta vez, Brantley fue el que se alejó. No estaba
seguro de qué reacción le provocaría el toque de Daniel.
—Brantley…

272
—No lo hagas. No hagas eso. Estoy muy orgulloso de ti, Finn —
dijo, aunque no estaba seguro de cómo lo hacía con el nudo en la
garganta—. Esto es todo lo que podría haber esperado de ti.
¡Piii!, ¡Piii! Ahí estaba el taxi.
—Será mejor que te vayas —dijo, deseoso de mantener la calma
mientras los ojos de Daniel se posaban sobre él.
—Esto ha sido...
—Sí, lo sé —dijo, sin querer oírlo. Incapaz de hacerlo en este
momento.
Apretó la mandíbula y luchó contra las emociones que
amenazaban con quebrarlo. Ya había hecho esto antes, se despidió de
este hombre. Podría hacerlo de nuevo y sobrevivir, ¿verdad?
Cuando estaba claro que no iba a decir nada más, Daniel asintió y
caminó por el pasillo hasta la puerta principal, el único sonido era el
zumbido de la maleta.
Brantley salió de su dormitorio al pasillo para ver cómo se iba.
Mientras la distancia se extendía entre ellos, y la vieja herida se abría
como si fuera recién cortada, Brantley pensó que era un milagro que
siguiera de pie. Podría haber tenido algo que ver con la pared que lo
estaba sosteniendo, pero cuando Daniel abrió la puerta y miró hacia
atrás, se ordenó no desmoronarse. Si esta era la última vez que vería a
Daniel, entonces no quería que el hombre lo recordara quebrado.
Dios, esto era más difícil de lo que nunca pensó que sería. ¿Quién
sabía que el segundo corte sería aún más profundo que el primero?
Mientras Daniel sacaba su maleta por la puerta y la cerraba detrás
de él, Brantley bajó la mano de la pared y sintió como temblaba.
El silencio se tragó rápidamente su casa, y a él también, mientras
se tambaleaba hacia su puerta para cerrarla. Luego se dio la vuelta y se

273
deslizó hacia el suelo. El mismo lugar donde lloró por primera vez la
pérdida de Daniel Finley.

MIENTRAS EL taxi se alejaba de la casa de Brantley y conducía


hacia la carretera principal, Daniel se decía -mantén tus malditos ojos
hacia adelante, mantenlos hacia adelante-. Pero cuanto más lejos
conducía el coche, más difícil era quedarse quieto, y el temblor en sus
manos no se detenía.
Hace días que sabía que iba a ser difícil volver a salir después de
todo esto, pero pensó que tendría más tiempo para prepararse. Más
tiempo para superar el ímpetu del cuerpo, el placer que había perdido
dentro... Pero no. La realidad había llegado antes de lo que cualquiera
de ellos había esperado, y se trataba de matarlo porque la expresión en
los ojos de Brantley había sido tan jodidamente triste. Y ese era el último
recuerdo que Daniel tendría de él.
Apoyando la cabeza en el asiento, cerró los ojos y maldijo el hecho
de que estaba destinado a amar para siempre al único hombre que nunca
podría tener.
Todo de nuevo, iba a tener que olvidarlo.
Una vez más, iba a tener que dejar de buscarlo.
Y una vez más, iba a tener que reconstruir el muro que había
levantado, y que había derribado, en nombre de Brantley Hayes.

274
—CARIÑO, ESTOY EN CASA —dijo Daniel mientras caminaba
por la puerta trasera de Brantley y tiraba su bolso al suelo.
Los exámenes finales habían terminado, las cartas estaban
llegando de las facultades de derecho a las que se había postulado, y la
vida, en lo que a él concernía, era bastante asombrosa.
Ahora, si tan sólo pudiera encontrar...
—Ahh, aquí estás —dijo mientras entraba en la cocina.
Brantley estaba sentado en la mesa de su cocina. Cuando miró
hacia arriba, la tensión en su cara hizo que Daniel corriera hacia él.
—¿Estás bien? —preguntó mientras sacaba una silla y se sentaba,
mirando el trozo de papel que Brantley tenía en un agarre de muerte.
—Sí. Estoy bien.
Daniel puso una mano en su brazo e inclinó la cabeza hacia un
lado. —¿Estás seguro? Porque pareces... preocupado.
Brantley empujó su silla hacia atrás y se puso de pie, y Daniel se
giró para verlo pasear arriba y abajo, con el papel todavía en su mano.
Estaba empezando a enloquecer. ¿Está enfermo?
—Brantley, ¿qué pasa?
Brantley se detuvo al otro lado de la cocina y luego se giró para
enfrentarse a él. —Tienes que prometerme que no te enojarás.
Bueno, joder. Cada vez que alguien empezaba una frase así, nunca
terminaba bien, pero Daniel no podía pensar en una razón por la que se
enfadaría con Brantley. Habían estado juntos durante casi tres años y
medio, y lo conocía casi tan bien como a sí mismo. También tenían una
política de honestidad del cien por cien, así que lo que sea que Brantley
quisiera decirle, obviamente no podía ser tan malo, o ya habría oído
hablar de ello.

275
—Bien... —dijo Daniel, su estómago revuelto.
Brantley tocó la parte superior del trozo de papel en su mano antes
de ir y dárselo. Daniel lo cogió y le dio la vuelta. Todavía no había
quitado los ojos de Brantley, que ahora estaba volviendo a donde había
estado parado y pasando una mano agitada por su pelo.
—¿Qué es esto? —preguntó Daniel, finalmente mirando el papel
que tenía en la mano. Lo primero que vio fue: es un gran placer para
nosotros ofrecerle la admisión en la Facultad de Derecho de la
Universidad de Chicago... Y eso fue lo más lejos que llegó antes de que
continuara leyendo la misma línea una y otra vez.
Cuando finalmente se dio cuenta de lo que sostenía, miró al
hombre que se retorcía las manos y salió disparado de su asiento como
si un cohete acabara de explotar debajo de él. Mientras empujaba el
papel frente a él, su ira hirvió a la superficie.
Entonces volvió a preguntar: —¿qué es esto, Brantley?
—Finn, no te...
—¿Qué carajo es esto?
—Es... —Brantley levantó las manos—. Es una carta de aceptación
en la Universidad de...
—Lo sé —dijo Daniel, y caminó hasta que se puso directamente
frente a Brantley—. Lo que no entiendo es cómo coño me están
aceptando, ya que no lo solicité.
—Finn.
—No me digas Finn. Tuvimos esta conversación. Dije que no.
¿Pero lo enviaste de todos modos?
Brantley frotó una mano sobre su cara y luego la dejó caer a su
lado. —Sí. ¿De acuerdo? Joder, Daniel. Eres tan brillante. El estudiante
más inteligente que ha pasado por mis puertas en años, y no estaría

276
haciendo lo que creía que era mejor para ti si no te daba esta
oportunidad.
Daniel trató de mantener la calma, pero no pudo luchar contra el
dolor y la ira que se desataba en su interior, porque Brantley había ido a
sus espaldas y lo había hecho sin siquiera considerar lo que quería.
—¡No la quiero! —gritó, pegando el papel en el pecho de Brantley.
Fue a jalar su mano hacia atrás, pero Brantley fue demasiado rápido y
envolvió las manos alrededor de sus muñecas, tirando de él para que no
pudiera moverse.
—Finn —dijo de nuevo, pero esta vez, su voz era baja mientras
apoyaba su frente contra la de Daniel—. Son dos años. Dos años y luego
puedes hacer lo que quieras. Ven a casa, practica aquí, lo que quieras.
Pero te lo debes. Eres demasiado listo para dejar pasar la oportunidad
de que una de las escuelas más prestigiosas quiera que estudies con
ellos.
Daniel agitó la cabeza, las lágrimas salían de sus ojos. No quería
esto. No quería irse de aquí. Dejar a Brantley. Pero estaba alejándolo. Lo
había arreglado todo.
—No lo quiero —susurró de nuevo mientras una lágrima se le
escapaba y un escalofrío sacudía su cuerpo.
Brantley puso sus dedos debajo de la barbilla y levantó la cara para
que se miraran. —Tienes que hacer esto, Finn.
—Pero no quiero.
—Lo sé. Pero tienes que hacerlo de todos modos. Te escribiré, te lo
prometo. Y seguiré aquí cuando regreses —dijo Brantley mientras se
inclinaba hacia adelante y ponía los labios en su oreja—. Ve. Ve y sé
brillante.
Ya no había lucha contra las lágrimas, y cuando Daniel se alejó y
miró a Brantley, vio la determinación en su mandíbula y la delgada línea

277
de sus labios, igual que hace años cuando se conocieron por primera vez
y Brantley le había dicho que nunca serían más que maestro y
estudiante.
Qué equivocado estaba.
Entumecido, Daniel se alejó del extraño diciéndole que se fuera y,
como un zombi, se dirigió hacia la puerta principal, olvidando que había
tirado su bolso en la sala de estar. Cuando llegó, se dio la vuelta y
Brantley estaba justo detrás de él.
—¿Y si no voy? ¿Si me quedo?
Algo suave apareció en los ojos de Brantley, pero luego
desapareció y eran tan duros como el pedernal mientras alcanzaba a su
alrededor y abría la puerta. Cuando estaba abierta de par en par, miró a
Daniel. Luego dijo las únicas palabras que le habrían hecho marcharse.
—No quiero que...
—No me quieres... en otras palabras.
La mandíbula de Brantley se estremeció, pero permaneció en
silencio mientras se tambaleaba hacia atrás como si le hubieran
disparado en el corazón. Y mientras Daniel estaba allí en el umbral de
Brantley, lo vio cerrar lentamente la puerta con una mirada de dolor en
la cara, cortando su conexión.
Daniel no estaba seguro de cuánto tiempo estuvo allí, mirando la
puerta cerrada, que en ese momento se sentía tan impenetrable como el
hierro. Pero entonces, como si su cerebro finalmente se hubiera puesto
al día con lo que acababa de suceder, se acercó de nuevo a la puerta y
trató de girar la perilla. Cuando no se movió, la miró con desprecio,
cerró el puño y la golpeó.
—¡Brantley!
No hubo respuesta desde dentro mientras gritaba de nuevo y
golpeaba más fuerte.

278
—¡Brantley! No puedes hacernos esto —gritó mientras apoyaba la
frente en la puerta.
Su sangre corría alrededor de su cabeza, y la vena de su sien latía
mientras trataba de calmarse. Pero no sirvió de nada, mientras su
corazón martillaba dentro de su pecho y su respiración se aceleraba. La
ansiedad lo abrumó al darse cuenta de lo que Brantley estaba haciendo
exactamente. Lo estaba alejando, dejándolo fuera. Y Daniel no iba a
dejarle.
Inhalando profundamente, volvió a golpear, decidido a obtener
una reacción del hombre que de alguna manera sabía que estaba justo
detrás de la puerta. —¡Déjame entrar! —gritó—. Sé que puedes oírme,
Brantley. ¡Déjame volver a entrar! Déjame hablarte de esto. Tenemos que
hablar...
Mientras esperaba algún tipo de respuesta, los únicos sonidos eran
su pesada respiración y la forma en que sorbía las lágrimas que
amenazaban caer. Cuando estaba claro que Brantley no iba a abrir la
puerta, aplastó la palma de su mano contra la madera.
—No puedes hacer esto—, susurró.
Las lágrimas cayeron por su cara mientras se deslizaba por el suelo
con el estúpido trozo de papel en la mano. Lo agarró como si pudiera
matarlo, hacerlo desaparecer, mientras su corazón se rompía en el pecho
y se acurrucaba contra la puerta.
—No puedo hacer esto sin ti —dijo, sollozando, poniendo su mano
en la puerta—. No quiero...
Debió haber permanecido allí durante horas, hasta que el sol se
puso y le dolió todo el cuerpo por el dolor de partirse por la mitad.
Cuando el cielo nocturno se asentó a su alrededor, de alguna manera se
puso de pie, miró a la puerta y rompió la carta de aceptación en pedazos
antes de dejarla caer en el porche principal, jurando que nunca más lo
volvería a pisar.

279
Si Brantley Hayes quería que se fuera...
Entonces se iría de una puta vez.

280
BRANTLEY NO ESTABA SEGURO de cuánto tiempo estuvo
sentado en el suelo de su pasillo, pero gracias a Dios por la puerta detrás
de él, porque habría estado ahí tirado de no ser por eso.
Todavía no podía creer que Daniel se había ido.
Se ha ido de verdad.
Otra vez.
¿Qué demonios acababa de pasar? No tenía ni idea, pero el vacío
de su casa bostezó de par en par cuando finalmente se puso en pie y
caminó como un alma perdida. Y, esencialmente, eso es lo que era. Un
minuto, había estado conduciendo a casa, listo para pasar la mejor
semana de su vida con Daniel, y al siguiente... se había ido.
Brantley logró llegar a su dormitorio y a la ventana abierta, que
cerró con más fuerza de la necesaria. La cerró y se quedó allí con la mano
sobre el candado y los ojos cerrados.
Una especie de símbolo.
Si la mantenía cerrada y segura, entonces tal vez el joven que una
vez se había colado por ella y dentro de su corazón se quedaría afuera.
Pero era demasiado tarde. ¿A quién estaba engañando? Daniel ya
se había deslizado dentro de él otra vez, en corazón, cuerpo y alma.
Regresó y, en sólo unos días, lo reclamó en todos los sentidos… quizás
incluso más, porque Brantley no recordaba que esto doliera tanto la
primera vez.
Por otra parte, la primera vez había sido su decisión. Esta no lo
había sido. Y tal vez esto era el mejor karma.

281
Se enfrentó a la cama bien hecha en el centro de su habitación, y
nunca le había parecido tan grande, vacía y solitaria. Buscó por toda la
habitación en busca de señales de que los últimos días habían ocurrido
realmente. Que no lo había soñado todo.
Pero no había señales de Daniel.
Sin maleta en la esquina.
Sin camisa sobre el brazo de su silla de mimbre.
Y el cajón de su escritorio estaba ligeramente abierto, así que sabía
sin mirar que estaría tan vacío como esta habitación.
Era verdad. Daniel se había ido de verdad.
Caminando hacia la cama, se quitó los zapatos, queriendo
acostarse y tratar de olvidar todo lo que acababa de pasar. No fue hasta
que estuvo en el colchón que lo vio.
En la mesita de noche al lado de la cama de Daniel había una
correa de cuero. La misma correa que Daniel había usado todos los días
que estuvo allí. Estaba sobre un trozo de papel y Brantley trepó por
encima de la cama más rápido de lo que creía. Tropezó un poco, pero
cuando finalmente llegó, cogió el cuero y el papel y se recostó contra la
cabecera.
Metió el dedo en la correa y la llevó a su nariz. El fresco y limpio
aroma de Daniel se mezclaba con el cuero, y Brantley cerró los ojos.
Dios, ¿por qué me hice esto otra vez? pensó mientras la bajaba a
su regazo, y fue entonces cuando se dio cuenta de la escritura.
En la parte ancha de la piel que había quedado plana sobre la
muñeca de Daniel, se tallaron cuatro palabras. Mientras se conectaban
con el cerebro de Brantley y el recuerdo de Daniel diciéndole que lo
había hecho el día que se marchó hace todos esos años, Brantley no
estaba seguro de que su corazón pudiera soportar el golpe final. Porque

282
allí, rasguñadas en el cuero, estaban las palabras que también había
tallado en el kayak en tiempo pasado: amaba a mi profesor.
Se llevó un puño a la boca para contener el grito que amenazaba,
y arrugó el trozo de papel. Mientras el dolor se astillaba a través de él,
se desplomó en la cama y abrió la nota para leer lo que Daniel había
escrito allí. Fue entonces cuando finalmente dejó que la ola de dolor lo
llevara hacia abajo, y dejó que el papel cayera a la cama a su lado.
No necesitaba releer las palabras. Le perseguirían por el resto de
su vida.
Siempre lo haré.

DANIEL ABRIÓ la puerta de su condominio esa noche y arrastró


su maleta por el umbral. Eso fue todo lo que quiso traer antes de cerrar
la puerta con un portazo y quedarse allí. Se quedó ahí parado como un
maldito árbol arraigado en el lugar. No podía creer que había llegado a
casa, bueno, de vuelta aquí, dondequiera que estuviera ahora. Porque el
espacio inmaculado y bien amueblado en el que se sentía más cómodo
de repente se sentía completamente extraño.
Obligándose a entrar, al menos hasta el sofá, se quitó la chaqueta
y justo antes de apagar el teléfono, éste sonó. Se detuvo en su sala de
estar, gimió y luego contestó.
—Oye, imbécil. ¿Alguna vez has pensado en dar un aviso cuando
vas a dejar la ciudad?
—Derek, yo…
—Ahórratelo, ¿de acuerdo? Sabes, me estoy cansando de que te
vayas como si te importara un carajo cualquiera que viva aquí.

283
—No es...
—¿No es qué? ¿Así? Porque estoy bastante seguro de que lo es.
Tienes un móvil, ¿verdad? Sabes cómo usarlo, supongo, ya que te
molestaste en llamar a tu madre y decirle que te ibas. ¿Pero yo? No. No
merecía una llamada telefónica. Y te preguntas por qué no te digo una
mierda. Esta es la razón. Realmente eres la ciudad. Egoísta, arrogante y
un maldito imbécil. Espero que disfrutes Chicago, Danny.
Especialmente el frío invierno que viene hacia ti.
Estaba a punto de intentar explicarlo, pero antes de tener la
oportunidad, Derek colgó. Daniel presionó rellamada, pero fue directo
al buzón de voz, las tres veces. Mierda. Mi vida, pensó, y cayó en el sofá.
Era un maldito imbécil. Lo sabía. Durante unos días se había
engañado pensando que era alguien que una vez había sido: el hijo
cariñoso, el amigo divertido y el amante perfecto. Pero se había estado
engañando con ese pequeño mundo de fantasía. Ese no era él.
Este era él. El caro rascacielos. Los coches tocan las bocinas unos a
otros. La persona enojada gritándole al otro lado del teléfono. Sí, esto era
más su realidad. El resto había sido una bonita ilusión durante unos
días.
Apagando el teléfono, lo tiró a la mesa junto al sofá y cerró los ojos.
No quería hablar con nadie. Había contactado a Moira y a su madre tan
pronto como aterrizó, pero más allá de eso... no le importaba existir
fuera de las paredes de su condominio. Porque la verdad era que la
única persona con la que quería hablar probablemente nunca volvería a
hablarle y porque eso era demasiado difícil de entender, no encontró la
necesidad de hablar con nadie más.
Mientras estaba sentado allí, intentó averiguar por qué todo se
sentía tan definitivo y mucho más insoportable esta vez, y a medida que
pasaban los minutos y las horas y la noche oscura de Chicago se
apoderaba de la ciudad, se dio cuenta de ello.

284
Cuando se fue a estudiar, había decidido que, algún día,
encontraría al hombre que lo había enviado lejos y probaría que se había
convertido en algo... alguien. Pero ahora que había hecho eso, ahora que
le había mostrado a Brantley el hombre que era, ¿dónde lo dejaba eso?
Su vida estaba en Chicago. La de Brantley en Florida. No había
razón para encontrarlo, para probar nada. Brantley ya sabía todo lo que
necesitaba de él. Así que ahora, todo lo que quedaba era la posibilidad
de encontrarse cuando se fuera a casa para visitar a sus amigos y
familiares, y eso era lo diferente.
Eso era lo que lo estaba matando esta vez.
Porque, ¿cómo sobreviviría sabiendo que Brantley Hayes estaba
ahí fuera y no era suyo?

—¿ESTÁS LOCO DE REMATE? —exigió Jordan temprano a la


mañana siguiente cuando Brantley abrió la puerta principal.
Mientras Jordan lo rozaba y se dirigía a su cocina, Brantley lo
siguió. Llamó a Jordan más temprano esa mañana, después de decidir
que iba a hacer un pequeño viaje al norte. Y antes de que pudiera
explicarlo mejor, Jordan le había colgado y llamado a su puerta.
Cuando Brantley entró en la cocina, se apoyó en el marco de la
puerta y miró a su amigo, que estaba rebuscando en su nevera.
—Oh, vamos. Sé que tienes que tener al menos una. ¡Ajá!
Cuando se giró sosteniendo una botella de champán abierto y una
caja de jugo de naranja en sus manos, Brantley arrugó su nariz.
—No estoy realmente...

285
—Cállate. Me despertaste a la hora impía de las cuatro y media de
la mañana diciendo que no lo dejarías ir esta vez, y si estás a punto de ir
y hacer lo que creo, lo menos que puedes hacer es dejarme beber y
escucharte derramar tu corazón sangrante mientras empacas.
Rodó los ojos y agarró las copas de champán. Jordan hizo dos
mimosas en un tiempo récord, luego Brantley tomó la suya y se dirigió
a su habitación.
Cuando llegaron allí, Jordan se acercó a la silla de la esquina,
llevando no sólo su vaso sino también la botella de champán. Se sentó,
miró la maleta empacada y silbó. —Bueno, no me jodas. ¿De verdad
estás haciendo esto?
Brantley miró a su amigo justo cuando Jordan apoyaba los pies en
el taburete.
—Tengo que decir, profesor Hayes, que hay algo muy sexy en ti
ahora mismo.
—Oh, cállate.
—No. Lo digo en serio —dijo Jordan, y luego tomó un sorbo de su
bebida—. Empacando tus maletas para ir y perseguir a tu hombre. Eso
es sexy.
O loco, pensó Brantley, pero entonces sus ojos aterrizaron en la
correa de cuero en la mesita de noche.
—Bueno, esperemos que él lo vea de esa manera.
Jordan se levantó, bebió un sorbo, se acercó y sostuvo dos de las
corbatas de Brantley, comparándolas antes de darle la roja.
—Si ese mierdecilla no ve el gran movimiento que es esto, avísame
e iré a patearle personalmente su apretado trasero de Hugo Boss.
Brantley tomó la corbata de Jordan antes de doblarla y colocarla
en el estuche. —Hmm... vale. Ahora veo por qué te llaman Posh Spice.

286
—¿Qué? ¿Quién me llama así? —preguntó Jordan, sus ojos a punto
de salirse de su cara.
Brantley cerró la tapa del maletín y recogió su bebida. —Finn y
Derek. Por cierto, tienes que dar algunas explicaciones. ¿De qué trata
todo esto, profesor Devaney? ¿Derek Pearson? ¿Te has vuelto loco?
Con un giro dramático de sus ojos, Jordan se giró y caminó de
regreso a la silla. Se sentó y cruzó sus pies de nuevo en el taburete.
—Por supuesto que no podía mantener la boca cerrada. No estoy
seguro de por qué estoy sorprendido. Sin duda la abre de forma regular
para cualquier hombre que se lo pida.
—No me dijo nada. Y Finn me dijo que juró guardar el secreto. Así
que lo que sea que hayas hecho con el Sr. Pearson sigue siendo tu
pequeño y sucio secreto.
Cuando Jordan tosió con la bebida, Brantley sonrió con suficiencia.
No era frecuente que se aprovechara de su amigo. Jordan solía ser el
estrafalario, pero esa reacción... Oh, es reveladora.
—Así de sucio, ¿eh?
Cuando los ojos de Jordan encontraron los suyos, Brantley tuvo
su respuesta. Había mucho más en esa mirada de lo que decía su amigo.
—Me lo vas a contar todo cuando vuelva. ¿Me oyes?
Jordan frunció los labios y ladeó la cabeza. —¿Está seguro de que
vas a volver, profesor? No vas a subir ahí, enamorarte locamente,
fugarte y huir, ¿verdad?
—Bueno, ya he hecho uno de esos tres. Así que veamos qué dice
cuando llegue.
Jordan mostró una sonrisa cegadora. —Oh, por favor. Ese chico ha
estado loco por ti desde el día que lo conociste.

287
Brantley terminó su bebida y se encogió de hombros. —Las cosas
cambian.
—Confía en mí. Eso no ha cambiado. Ahora, apúrate. Si vamos al
aeropuerto, tenemos que empezar a movernos.
Cuando Jordan salió de la habitación, Brantley levantó la correa de
cuero, se la metió en el bolsillo y salió por la puerta. Era hora de ir a
buscar a su hombre.

288
DANIEL SE SENTÓ EN LA sala de conferencias de Leighton &
Associates y tiró de su corbata. No podía creer lo apretada y restrictiva
que se sentía esta mañana, pero después de una semana de no haber
usado una, se sentía como una soga alrededor de su cuello.
Intentaba recordar que estaba allí para atraer a los socios que
habían llegado de las oficinas de Nueva York, sin pensar en lo que
Brantley podría estar haciendo en ese momento.
—Daniel —lo saludó su jefe mientras entraba abotonando la
chaqueta de su traje—. Me alegro de que hayas podido volver esta
mañana.
Todd Leighton era un hombre alto y delgado, con el pelo fino y
gafas con montura de alambre. Siempre le había recordado a Daniel a
una caña que una fuerte brisa derribaría, pero se necesitaría más que eso
para derribar a este hombre. Era un abogado agresivo y despiadado que
no se andaba con rodeos cuando iba tras lo que quería, y había tomado
a Daniel bajo su protección cuando llegó a Chicago y se internó en sus
oficinas. Lo había preparado a su imagen y semejanza para este
momento.
Daniel se puso de pie y extendió la mano. —Por supuesto. No me
lo perdería.
Todd tomó su mano en un apretón de manos y palmeó su espalda.
—Lo sé. Lo sé. Odio sacarte de tus vacaciones, pero nada es tan
importante como este momento en tu vida, Daniel. Esto cambiará todo...
Mientras Todd continuaba hablando, Daniel mantuvo una oreja
sobre él, pero su mente estaba repitiendo su semana pasada. El primer
momento en que vio a Brantley. El momento en que se besaron por

289
primera vez en su salón. La noche que se fueron a bailar y cuando
caminaron a casa por la playa. En ese momento se dio cuenta de que aún
lo amaba...
En ese instante comprendió que este no era el momento que
cambiaría todo. Ya había tenido ese momento.
Lo tuvo en la cama de Brantley hace siete años y otra vez la última
noche, cuando lo llevó a su casa y adoró cada centímetro de su cuerpo.
—Bien —dijo Todd, y frotó las manos juntas—. Llegarán en unos
minutos. Voy a ir a buscar tu portafolio y a buscar a Suz para esos
malditos cafés. No vayas a ninguna parte.
Cuando Todd salió de la habitación, Daniel miró su móvil, y tal
como sospechaba, estaba en blanco. Sin mensajes nuevos, sin llamadas
perdidas... nada.
Bueno, ¿qué demonios esperaba? No le pedí que me llamara. Pero
qué carajo, deseaba que lo hiciera.
Mirando el reloj, frunció el ceño. Eran casi las nueve y media y ya
parecía como si hubiera estado despierto durante horas. ¿Era así como
iba a ser su vida a partir de ahora? ¿Sus días arrastrándose incluso
cuando tenía tanto que esperar? ¿O eventualmente se volvería más fácil?
Menos difícil de funcionar cuando estaba allí y su corazón en otro lugar.
La verdadera pregunta era, ¿quiero que sea así sea como funcione?
—¿Daniel? —Moira estaba de pie en la puerta con la cabeza dentro
y un brazo lleno de archivos—. Aquí están los casos que me dijeron que
sacara.
Mientras la miraba, todas las palabras que salían de su boca se
desvanecieron hasta que sólo pudo oír su corazón bombeando un
mensaje que había estado demasiado distraído para escuchar. La
realización lo golpeó con la fuerza de un camión Mack.
No quería estar ahí en absoluto.

290
—¿Daniel?
La agarró de los hombros y ladeó la cabeza, y cuando le sonrió,
ella levantó una ceja, aparentemente sorprendida por una expresión que
rara vez había visto en él antes.
—¿Te sientes bien?
—¿Sabes qué? Me siento fantástico. Pero tengo que irme.
—¿Irte? —gritó ella.
—Sí, irme. Lo siento, Moira, pero no vamos a tener esa oficina en
la esquina después de todo.
Al dar un paso a su alrededor, ella tocó su brazo y le sonrió.
—¿Daniel?
—¿Sí?
—¿Vale la pena? —preguntó ella.
Una de las razones por las que contrató a Moira fue porque no era
la tonta de nadie, y ahora mismo no fue una excepción.
—Vale más que esto.
Asintió y le apretó el brazo. —¿Entonces a qué estás esperando?
—Leighton se va a enojar —advirtió.
—¿Y qué? —dijo—. ¿Qué más hay de nuevo?
Inclinándose, la besó en la mejilla y susurró: —gracias. Volveré por
mis cosas… eventualmente. —Luego fue a su oficina, tomó su maletín y
se dirigió al ascensor.
Esto es una locura, pensó mientras entraba y bajaba al garaje. Pero
durante todo el descenso, no pudo quitar la ridícula sonrisa de su cara.
Puede que sea una locura, pero joder, nunca nada se había sentido tan
bien.

291
Al subir a su auto, pensó en todo lo que tenía que hacer una vez
que volviera al apartamento. Empacar, reservar un vuelo, alquilar un
coche…y, sin duda, llamar a su madre.
Estaban a punto de dar las diez cuando regresó a su apartamento.
Si tenía suerte, podía hacer las maletas, ir al aeropuerto y regresar a
Florida a más tardar esta noche.
Sacó las llaves del bolsillo de su pantalón mientras las puertas del
ascensor se abrían, y cuando salió al pasillo, se detuvo abruptamente.
Porque allí, de pie junto a su puerta, estaba…
—¿Brantley?

GARANTIZADO. Estoy cien por ciento loco, pensó Brantley por


enésima vez desde que embarcó en su vuelo a Chicago y luego tomó un
taxi a la dirección que Camille le había dado.
¿Qué le hizo pensar que podía subir a un avión y rastrear a Daniel?
No lo había invitado. Ni siquiera le había dicho que quería volver a
verlo. Pero... dejó esa nota atrás, y si había la menor posibilidad de que
lo viera, entonces…
—¿Brantley?
Cuando levantó la vista y vio a Daniel de pie frente a él,
inmaculado como siempre con un traje negro, una corbata azul y una
camisa blanca crujiente, lo primero que se le ocurrió fue: -este hombre
es todo lo que quiero-.
Las puertas del ascensor se cerraron tras él, y los ojos de Brantley
se dirigieron hacia el maletín al costado de Daniel. Miró cada centímetro

292
que el abogado Brantley había imaginado que llegaría a ser, y le
resultaba difícil no acudir a él.
Daniel hizo girar sus llaves alrededor de su dedo mientras se
acercaba y cuando Brantley permaneció en silencio, incapaz de pensar
en una sola cosa que decir, una sonrisa torcida apareció en la esquina de
la boca de Daniel.
—Bueno... esto es una sorpresa, profesor.
—Una buena, espero. —Brantley permaneció congelado en su
lugar.
Daniel se inclinó a su lado para deslizar la llave en la cerradura y
empujar la puerta para abrirla. Sosteniéndola con el pie, hizo un gesto
con la cabeza a Brantley para que entrara.
—Una muy buena. Ni siquiera preguntaré cómo me encontraste
—dijo Daniel.
Decidido a no dejar que se demorara, Brantley se adelantó. —
Nada me habría impedido seguirte la pista personalmente esta vez,
Finn. Ni una maldita cosa.
Los ojos de Daniel ardían en un oro ardiente que estaba tan
caliente que Brantley se sorprendió de no derretirse en el suelo. El aire a
su alrededor zumbaba de tensión, y Brantley estaba a punto de temblar
por su necesidad de tocarlo.
—Bien, entonces —dijo Daniel con una voz tan baja que Brantley
se alegró de estar lo suficientemente cerca como para leer sus labios—.
Después de ti.
Girándose antes de hacer algo como atacar a Daniel donde estaba
parado, Brantley pasó a su sala de estar. Un televisor grande estaba
montado en la pared entre dos sofás de felpa y una tumbona al final de
uno de ellos. Siempre le habían gustado mucho los libros de lectura, y
podía imaginarse acurrucándose allí arriba en una noche fría.

293
Estaba a punto de entrar más y echar un vistazo al lugar cuando
una mano tomó la suya y fue girado para enfrentar al hombre que lo
poseía.
Cuando vio el feroz deseo grabado en los planos del rostro de
Daniel, abrió la boca para hablar, pero Daniel levantó una mano para
detenerlo.
—Shhh —dijo Daniel mientras tocaba la boca de Brantley con
dedos temblorosos. Cuando Daniel los arrastró hacia abajo, separando
sus labios, Brantley suspiró y se acercó para agarrar el material de su
chaqueta de traje.
—Dios... no tienes ni idea de lo bueno que es verte —susurró
Daniel, caminando hacia atrás. Hacia atrás hasta que su espalda estaba
contra la pared. Daniel se acercó tanto que estaba totalmente alineado
con Brantley de pies a cabeza, y la mirada en su cara era tan potente que
las pelotas de Brantley se apretaron.
Daniel estaba en su elemento allí. Su casa, su mundo, su... todo. Y
de pie, vestido con pantalones cortos y una camiseta informal, Brantley
estaba muy fuera del suyo.
Con no más que una sonrisa y un gesto del dedo, Daniel podría
hacer que hiciera lo que quisiera, y si bien esa realización era aterradora,
también era emocionante como el infierno al que rendirse. Era suyo, y
Brantley nunca había estado tan seguro de eso como cuando Daniel
volvió a hablar.
—La primera palabra que quiero oír de tu boca es mi nombre
cuando lo gimas, lo grites o como carajo sea que necesites decirlo. Pero
quiero oírlo de tu lengua. Primero. Entonces podemos ir desde allí. ¿Está
bien contigo?
Cuando Daniel tocó el botón de sus pantalones cortos, Brantley
asintió. Sí. Dios, sí, eso estaba bien. Lo gritaría desde la azotea si eso es
lo que Daniel quería de él.

294
Brantley metió sus manos en la chaqueta de Daniel, y cuando llegó
a la parte superior de las solapas, fue como si le hubieran disparado con
adrenalina, porque de repente, no podía esperar para sacarlo de sus
ropas.
Agarrando cada lado del material, lo empujó primero de un
hombro, luego del otro, mientras Daniel se inclinaba hacia adelante para
capturar sus labios. Brantley gimió y dejó que se hundiera dentro sin
resistencia, la lengua de Daniel frotando sensualmente sobre la parte
superior de la suya mientras se quitaba la chaqueta que estaba a medio
camino en los brazos de Daniel y la arrojaba al suelo.
Daniel levantó la cabeza y soltó una sonrisa tan pecaminosa que
debería haber sido ilegal, y luego soltó el control que tenía sobre la
mandíbula de Brantley y bajó la mano, de modo que ahora ambos
estaban trabajando para quitarse los pantalones cortos.
Fueron desabrochados en menos de cinco segundos, luego estaban
alrededor de sus tobillos, y Brantley los pateó hacia un lado y alcanzó el
broche de plata de la hebilla del cinturón de Daniel.
Antes de que pudiera llegar muy lejos, Daniel estaba de vuelta,
devorando su boca como si fuera su última comida, y una de sus manos
estaba ahora acariciando su erección a través de su bóxer.
Brantley gimió, y su cabeza se estremeció al caer contra la pared.
En ese momento Daniel besó y chupó su camino hasta el cuello de su
camisa, donde levantó la cabeza y deslizó sus dedos dentro del elástico
de su bóxer.
Mierda, estaba ardiendo.
—Te voy a dejar completamente desnudo y en mi cama, donde he
soñado contigo demasiadas noches para contarlas.
Brantley apretó los ojos y se mordió el interior de la mejilla para
mantener su maldición. Pero cuando el cálido aliento de Daniel le cubrió
la oreja, Brantley perdió la batalla. —Joder.

295
—No... eso no es lo que pedí. Pero vamos a llevarte a mi
habitación para que puedas darme lo que quiero —dijo Daniel, y le
pellizcó el lóbulo. Luego se echó hacia atrás, se bajó los pantalones
tirándolos al suelo.
Vestido sólo con su camisa, corbata y esos calzoncillos tan sexys
como el demonio que Daniel vestía ahora, Brantley no pudo evitar
inclinarse y masturbarse con lo que estaba viendo. Nunca había querido
más a Daniel.
—Adelante. —Daniel inclinó la cabeza—. Y no te distraigas,
profesor. No tengo la maldita paciencia, y esta madera dura no es la
superficie en la que quieres que me suelte —dijo, siguiendo de cerca.
Brantley se giró al pasillo que Daniel había indicado y entró en una
habitación grande y de colores claros, muy parecida a la suya en su casa.
Las sábanas blancas cubrían una gran cama de marco alto con un
cabecero de aspecto pesado, y la ventana estaba cubierta con largas
cortinas blancas.
Cuando Daniel se detuvo detrás de él y sus manos aterrizaron en
su cintura, Brantley gimió ante la erección empujando su trasero.
—Esta habitación me recuerda a ti... Solía acostarme en esa cama
por la noche y soñar contigo. Pero hoy no —susurró Daniel, envolviendo
un brazo alrededor de su cintura para cerrar un puño alrededor de
Brantley y acariciarlo—. Hoy me toca la de verdad.
Brantley inclinó sus caderas hacia adelante. —Ahh, Jesús, Finn.
—Sí... ahí está —dijo Daniel, y lo trabajó de arriba a abajo de
nuevo—. Otra vez, Brantley. Dilo de nuevo
Brantley folló su dolorido pene a través del apretado puño que lo
rodeaba y le dio a Daniel lo que quería. —Finn... joder, necesito más.
—Sí... Más —estuvo de acuerdo Daniel, soltándolo para que se
parara frente a él y llevarlo más adentro de su cuarto.

296
UNA VEZ QUE DANIEL TENÍA A BRANTLEY junto a su cama,
lentamente se puso de rodillas y bajó sus calzoncillos. Todavía estaba
tratando de entender el hecho de que estaba frente a Brantley en su
habitación. Había estado empeñado en llegar a casa, empacar una
maleta y volar de regreso para rastrear a este hombre y decirle que no
podía pasar otro día sin él.
Pero cuando bajó del ascensor y vio a Brantley parado allí,
esperándolo en su puerta, todo lo que quería era arrancarle la ropa y
acercarse a él lo más humanamente posible, y eso era exactamente lo que
estaba a punto de hacer ahora.
Brantley se veía impresionante llevando sólo una camisa mientras
Daniel tiraba los calzoncillos a un lado y subía una mano por la parte de
atrás de la pantorrilla. El hombre había deslizado sus manos en su
cabello, donde se enrolló, y tiró de su cabeza para que Daniel lo mirara.
Y todo lo que podía pensar era, Dios, lo amo.
Continuó siguiendo el rastro de sus dedos detrás de la rodilla de
Brantley y luego más allá de su trasero. Luego besó la cara interna del
muslo de Brantley y empujó hacia adelante, mientras Daniel ahuecaba
sus nalgas y acercaba sus caderas. Con una lengua malvada, trazó la
parte inferior de su polla. Un siseo de aire dejó a Brantley y sus dedos se
flexionaron.
—Mmmm… —Le encantaba su olor, así que Daniel hundió su
nariz en el pelo corto que rodeaba la base de su eje antes de volver a
mover sus labios hasta la cabeza enrojecida. Chupó la punta, y cuando
los dedos de Brantley se aplastaron para acunar la parte posterior de su
cabeza empujándolo hacia abajo, Daniel cerró los ojos y se lo tragó.

297
—Finn... —gimió, y golpeó sus caderas hacia adelante mientras
apretaba sus dedos en el cabello.
Levantó la cabeza, quitando sus labios de la deliciosa polla de
Brantley, y se aseguró de sacar el líquido preseminal con su lengua de la
cabeza enrojecida. Luego bajó de nuevo.
—Oh... Joder, Finn.
Y nada había sonado más sexy que Brantley maldiciendo su
nombre.

BRANTLEY NO ESTABA SEGURO de que pudiera durar mucho


más con lo que Daniel le estaba haciendo. Tenía las piernas abiertas, las
manos de Daniel apretaban y se burlaban de su culo, y su caliente y
húmeda boca le chupaba las pelotas.
Los dedos en las nalgas se acercaron más a su acalorada grieta, y
estaba seguro de que si Daniel quería lo que creía que había dicho,
entonces tenía que parar o todo se iba a acabar.
Como si hubiera escuchado los pensamientos de Brantley, Daniel
levantó la cabeza, lo miró con una sonrisa ilícita y se puso de pie.
—Sube a la cama. Déjate la camisa —le dijo, y Brantley lo hizo sin
pensarlo dos veces, arrastrándose sobre sus manos y sus rodillas, y
Daniel estaba allí mismo, apiñado detrás de él.
Mientras Brantley se acostaba boca abajo, Daniel lo siguió. Luego
rodeó sus muñecas y las colocó sobre la cabeza de Brantley. Los puso
allí contra el colchón y frotó todo su cuerpo contra Brantley de una
manera que le hizo cerrar los ojos y volver a ese masaje corporal erótico.

298
—Venía a casa a empacar, sabes. Venía a buscar mis cosas y volar
a casa. Volar a casa contigo, para decirte que no iba a volver a irme sin
pelear.
Brantley giró la cabeza sobre la almohada para enfrentarlo.
Cuando sus ojos conectaron, vio la sinceridad allí, la verdad en las
palabras de Daniel, y en ese momento, perdió cada parte de sí mismo en
favor del hombre. Entonces Daniel bajó la cabeza y mordió sus labios.
—En vez de eso, me bajé del ascensor y te encontré. De pie en mi
puerta, esperándome. Bueno, te tengo ahora, ¿y sabes lo que quiero?
Quiero hundirme dentro de ti y olvidarme de lo solitaria que estaba esta
cama anoche, y luego quiero dormirme para poder despertarme y
hacerlo una y otra vez —dijo, puntuando sus palabras con el
deslizamiento de su polla a lo largo de la grieta de Brantley—. ¿Qué
piensas de eso?
Arrogancia. Eso era lo que Daniel tenía ahora en abundancia, y
estaba presionando cada botón que Brantley nunca supo que tenía.
Porque no quería hacer nada más que seguir todas las malditas órdenes.
—Sí —gimió cuando Daniel lo soltó y oyó un crujido.
—Quédate justo ahí.
Con las manos todavía en su sitio, y usando sólo su camisa,
Brantley agarró su mano izquierda con la derecha y esperó allí. La
habitación se sumergió en el silencio, excepto por su laboriosa
respiración y la de Daniel.
Su curiosidad casi lo venció hasta que sintió las palmas de Daniel
en sus caderas desnudas. Estaban abiertas de par en par mientras se
deslizaban por encima de su cintura, metiendo su camisa en sus costillas
en una caricia sensual que estuvo cerca de hacerle gritar y exigir más.
Pero entonces las manos de Daniel alisaron sus brazos para que pudiera
entrelazar sus dedos, y su gran cuerpo desnudo se movió detrás de
Brantley y la longitud cubierta de su polla rozó la raja de su culo.

299
Brantley gimió y presionó su frente contra la almohada, Daniel se
sentía increíble hundiéndolo en el colchón.
—Me encanta tenerte así. Es un maldito apuro. Tú debajo de mí.
Justo como se suponía que debías estar.
Brantley apretó sus dedos tan fuerte que pensó que podría
romperlos mientras empujaba sus caderas hacia abajo, apretándose
contra la cama que tenía debajo por algo de fricción. Entonces los dientes
se hundieron en su hombro y sus ojos se cerraron por todo el contacto
de cuerpo a cuerpo. Nunca quiso que el momento terminara, pero quería
más al mismo tiempo.
Daniel bajó una de sus manos a la parte baja de su espalda y
arrastró sus dedos en una ligera caricia a través de la sensible piel de
Brantley, haciéndolo estremecer.
—¿Me quieres, Brantley?
Dios... tanto, joder.
—Dime. Quiero oírte decirme que no puedes vivir sin mí.
Apretó los dientes y empuñó las manos. —Sí. Te amo. Se siente
como si te hubiera amado desde siempre, Finn.
Los dedos trazando una línea a lo largo de la parte baja de su
espalda empujaron su camino caliente y surcado de su trasero hacia
donde más lo quería Daniel, y cuando uno de esos dedos sondeó para
entrar, cerró los ojos y suspiró.
Daniel lo estiró lenta y metódicamente, y justo cuando Brantley
pensó que ya no aguantaba más, le oyó susurrar: —abre las piernas por
mí.
Automáticamente abrió las piernas y arqueó las caderas hacia
atrás. La gruesa cabeza de la polla de Daniel rozó su agujero, y una mano
cayó sobre su cadera mientras Daniel rozaba sus labios sobre su cuello,
haciéndolo gemir.

300
Mientras Daniel se balanceaba hacia adelante y empujaba para
entrar, besó la oreja de Brantley y apretó su otra mano sobre la parte
superior de sus dedos entrelazados, que todavía estaban levantados por
encima de su cabeza. —Asegúrate, Brantley... Porque no me voy a alejar
de ti otra vez. ¿Me oyes?
Brantley giró la cabeza, y cuando sus ojos se encontraron, supo que
esta vez se entendían. Finalmente, ambos estaban exactamente donde
tenían que estar, y mientras susurraba: —estoy seguro. —Daniel se
deslizó lentamente dentro de él, centímetro a centímetro, hasta que se
alojó completamente dentro del cuerpo de Brantley.
La mano sobre los puños de Brantley apretó y la de su cadera se
flexionó, y esa fue toda la advertencia que recibió antes de que Daniel
saliera de él y volviera a entrar.
—Finn —gimió mientras su cuerpo se ensanchaba alrededor de la
gruesa longitud de Daniel.
—Otra vez. Quiero oírlo de nuevo.
—Finn.
—Sí —gruñó Daniel, y soltó las manos de Brantley para
arrodillarse detrás de él. Tiró de él a sus manos y rodillas y se agarró con
firmeza a sus caderas antes de volver a entrar—. Otra vez.
Una y otra vez, se exigían mutuamente lo que necesitaban y
querían, y cuando se hizo imposible no tocarse, Brantley bajó una mano
y comenzó a trabajar su dolorida carne.
Daniel era despiadado en la forma en que lo tomó entonces, como
un hombre fuera de sus cabales para probar un punto, entonces se puso
encima y le preguntó al oído: —¿a quién he pertenecido siempre? ¿Con
quién debería estar siempre? —Brantley sabía exactamente cuál era el
punto.

301
—A mí, Finn. Eres mío y soy tuyo. Siempre —dijo, luego alcanzó
atrás y agarró el muslo de Daniel mientras tocaba fondo, se endureció
dentro de él y se corrió mientras gritaba su nombre.
Nunca en toda su vida lo habían tomado tan en serio, y cuando
cayó en el colchón debajo de él, Daniel lo siguió, todavía envuelto
alrededor de él, tal como había prometido que lo haría.
Y Brantley sabía que acababa de empezar.

302
VARIAS HORAS, una siesta y una ducha más tarde, Brantley le
había pedido a Daniel que lo sacara. Quería ver su ciudad, y después de
una cena tailandesa y un paseo por las concurridas calles, terminaron
enfrente de...
—¿The Popped Cherry? Eso suena interesante.
Daniel miró al otro lado de la calle hacia el concurrido bar que
Brantley estaba señalando. La gente estaba abriendo la puerta y
entrando mientras otros salían, y algo, no estaba muy seguro que, se le
metió en la mente de Daniel. ¿Por qué el lugar me resulta tan familiar?
Seguro que recordaba un lugar llamado The Popped Damn Cherry, pero
cuando Brantley miró a ambos lados y le devolvió la sonrisa, no estaba
dispuesto a decir que no.
Cuando subieron a la acera, miró la señal de la calle, y de nuevo,
había algo que le resultaba familiar.
—¿Vienes?
Daniel asintió, apartó sus pensamientos y alcanzó la puerta.
Manteniéndola abierta para Brantley, sonrió cuando este besó sus labios
y le dio las gracias, y mientras la puerta se cerraba detrás de ellos, Daniel
miró alrededor del bar.
Su primera evaluación desde fuera había sido acertada: el lugar
estaba repleto. Estaban parados en una plataforma elevada que tenía dos
escalones que conducían a la sala principal, que se extendía a un plano
abierto tanto a la izquierda como a la derecha, y un bar recorría toda la
longitud de la pared trasera. Los camareros trabajaban en la zona como
profesionales, y la música que sonaba en la parte superior la reconoció

303
como la banda Barcelona. Brantley enlazó sus dedos y lo arrastró más
adentro del lugar.
Mientras se abrían paso entre amigos, amantes y lo que parecían
compañeros de trabajo disfrutando de bebidas después del trabajo,
todos sonreían o reían mientras bebían y charlaban alrededor de las
mesas altas o se sentaban en las cabinas con amplios ventanales a cada
lado del establecimiento.
Daniel tenía que admitirlo. Era agradable.
Cuando finalmente llegaron al bar, Brantley enganchó dos
taburetes en el extremo de la barra.
—Cauteloso, profesor —dijo Daniel mientras tomaba la chaqueta
de Brantley y la suya poniéndolas sobre el mostrador.
—Puedo tomar una decisión rápida cuando sé que quiero algo.
Daniel se sentó a su lado y puso una mano en su muslo,
inclinándose para besar su mejilla. —Así que me acabo de enterar.
Cuando se retiró, Brantley sonrió y guiñó un ojo. Daniel se dio la
vuelta, a punto de tratar de llamar la atención del barman, cuando se fijó
en el hombre que estaba mirando hacia la parte de atrás de la barra.
Alto, de hombros anchos, con la cabeza llena de rizos, el tipo
estaba vestido de negro, hasta donde podía ver. No había nada
demasiado inusual en eso, pero no era eso lo que le había abierto la boca.
No, era el hombre que estaba a su lado con la mano que ahora se
movía hacia la cintura del barman. Daniel vio como sus dedos se movían
hacia adelante y hacia atrás en un gesto familiar mientras se reía de algo
que el barman acababa de decir.
Mierda, esto no puede estar pasándome a mí, pensó mientras
levantaba lentamente los ojos sobre el hombre, el mismo que ahora había
dado un paso más cerca del barman y estaba tan cerca que no podía ver
entre ellos.

304
El hombre también estaba vestido de negro, aunque mucho más
casualmente. Sus pantalones perfectamente ajustados y su suéter negro
de cuello en V eran tan inmaculados que Daniel sabía sólo de una
persona que se vestía de una manera tan pomposa incluso cuando
estaba de pie detrás de una barra. Y sí, maldita sea, conocía esas gafas
negras de hípster.
Antes de pensar en su siguiente movimiento, se volvió hacia
Brantley y tomó su mano. —Oye, ¿qué tal si nos vamos de aquí?
—¿Por qué? —preguntó Brantley—. Acabamos de llegar.
—Sí, lo sé —dijo Daniel, y entonces su mirada se volvió hacia atrás
para mirar a… sí, Jesucristo… Tate Morrison y...
—¿Finley? ¿Qué demonios haces aquí?
El maldito Logan Mitchell.

BRANTLEY SE GIRÓ Y vio que el barman que estaba de pie


frente a ellos tenía las manos apoyadas en la parte superior de la barra
y que el segundo hombre, que estaba de pie a su lado, tenía los ojos fijos
en Daniel como si quisiera matarlo.
Sin estar seguro de lo que estaba pasando, Brantley miró hacia
Daniel. Una de sus cejas se había levantado de manera arrogante, y
Brantley pensó que era revelador. Quienquiera que fueran estos
hombres, obviamente provocaron algo en Daniel, porque en una
fracción de segundo, el hombre despreocupado con el que había llegado
se había desvanecido.
—Lo siento, ¿no es esto un bar público? No vi ninguna señal afuera
que dijera lo contrario.

305
—Este es mi bar —dijo el tipo de pelo rizado, y el de las gafas se
acercó a su lado—. Y ya sabes lo que Logan quiere decir —añadió,
inclinándose sobre el mostrador—. Más vale que no estés aquí para
empezar ninguna mierda.
Bueno... Brantley pensó, ahora esto es interesante. Por primera
vez, tal vez, el calor hizo sonrojar el cuello y mejillas de Daniel antes de
que respondiera.
—Estoy aquí por la misma razón que todos los demás. Un trago,
eso es todo. ¿Y podrías dejar de gruñirme delante de mi cita? Lo estás
poniendo nervioso.
Los dos hombres miraron en la dirección de Brantley, que tenía
sus ojos fijos en ellos mientras le daban una mirada franca y
entrecerraban los ojos.
—A mí no me parece nervioso —dijo Gafas antes de volverse a
Daniel—. Y ambos sabemos que una cita no te ha detenido en el pasado.
—Oh, olvídalo, Mitchell. Eso fue hace casi un año. Te prometo que
no me he levantado tarde por la noche fantaseando con vosotros.
—Sabes, eres un verdadero...
—Escucha, odio interrumpir lo que sea que es esto —dijo
finalmente Brantley, y ambos hombres se volvieron hacia él—. Porque
Finn puede manejar a dos hombres en un bar sin sudar. Pero, ¿crees que
podría tomar un trago antes de que continúen con esta pelea de gallos?
Gafas perdió algo de vapor entonces, y su boca se abrió antes de
cerrarla y frunció el ceño. —Lo siento, ¿cómo te llamas? —preguntó,
estudiando a Brantley con penetrantes ojos azules. Ojos que no
vacilaron… ni una vez.
Pero eso no le molestó a Brantley. Tenía algunos años de
experiencia con este tipo, adivinaría y sabía cómo lidiar con profesores
estirados y también con decanos apretados, y le echó una mirada de

306
reojo a Daniel, que estaba de pie, luciendo como si quisiera matar a
abogados arrogantes. Podía manejar a este tipo demasiado confiado, sin
problemas. Aunque fuera ridículamente atractivo.
Con la mano extendida, Brantley se presentó. —Brantley Hayes.
¿Y tú eres?
El hombre bajó la mirada a la mano de Brantley. Luego se acercó
y la estrechó. —Logan Mitchell.
—Diría que es un placer conocerte, pero... aún estoy decidiendo.
Brantley tenía curiosidad por saber qué diría el tipo al respecto, y
cuando una de sus cejas oscuras se elevó y miró a Daniel, Brantley
decidió que era el momento de terminar con lo que sea que estuviera
sucediendo allí, de manera rápida y fácil.
Si Daniel había tenido algo con estos dos en el pasado, iba a hacer
saber quién era exactamente por todos los medios necesarios.
Empezando por este tipo. Soltando su mano, Brantley tomó su teléfono
y tocó casualmente los botones mientras hablaba.
—No sé qué está pasando aquí entre los tres. Y realmente no me
importa. Finn está conmigo. Yo elegí el lugar. Y todo lo que queremos
es un trago. ¿Crees que tu novio puede servirnos uno? ¿O debería
empezar a escribir una reseña en su sitio web?
La maldita sonrisa que cruzó la impresionante cara de Logan hizo
que Brantley se negara a dar marcha atrás. Entonces esa sonrisa se
convirtió en una genuinamente divertida cuando Logan miró a Daniel y
le preguntó: —Finn, ¿eh? ¿Probando un nuevo alias con el pelo y el
nombre? No me sorprende. Estoy seguro de que hay muchos que
quieren rastrearte y patearte el trasero. —Logan se rio y miró a su novio.
Los hombros de Daniel se relajaron un poco mientras ponía los
ojos en blanco y preguntaba —¿Nos vas a servir o nos vamos?

307
—Siéntate, Finn — ordenó el de pelo rizado—. Y dime qué estás
bebiendo. Lo menos que puedo hacer es servirte un trago, ya que
inadvertidamente ayudaste a abrir el bar.
Daniel frunció el ceño mientras tomaba el taburete una vez más.
—¿Qué quieres decir?
—El acuerdo —dijo el barman mientras su mirada se dirigía a
Brantley, obviamente sin querer entrar en detalles delante de un extraño.
—En realidad —dijo Logan de nuevo—, ¿qué tal si hacemos que
la noche sea interesante? Tengo unas horas que matar, y estoy seguro de
que Tate podrá tener a alguien que lo cubra. ¿Por qué no vienen conmigo
a una de las cabinas privadas y podemos... celebrar tu nuevo corte de
pelo?
—Vete a la mierda.
—Eso suena genial —dijo Brantley justo cuando Daniel lo maldijo.
No estaba seguro de por qué, pero quería saber un poco más sobre el
Daniel que estos dos conocían. Porque, aunque había tenido un vistazo
de él esos primeros días, todavía no estaba familiarizado con su abogado
de Chicago, y honestamente, era interesante y bastante divertido ver a
Daniel tan... molesto.
—Mmm… —dijo Logan—. Me parece recordar habértelo dicho
varias veces. Y aun así sigues apareciendo.
—¿Y ahora quieres sentarte y tomar una copa conmigo?
—Bueno, no tanto contigo... —dijo Logan, y luego miró a
Brantley—. Llámame curioso, pero soy lo suficientemente entrometido
para querer ver quién podría aguantarte por más de cinco minutos.
Brantley miró a Daniel, sabiendo que, si parecía incómodo en lo
más mínimo, se iría en un segundo. Pero en vez de eso, Daniel sonrió a
Logan con suficiencia y luego asintió.
—Suena interesante —dijo Brantley—. Tomaré un Chardonnay.

308
—Lo tengo. ¿Y tú? —preguntó Tate, volviéndose hacia Daniel—.
¿Qué es lo que quieres? Y mantengámoslo relacionado con la bebida,
¿eh?
Su tono fue menos hostil de lo que quería, pero aun así intrigó a
Brantley. Lo que sea que estos tres habían compartido o no, no había
terminado bien.
—Tomaré una Coca-Cola con Corona —dijo Daniel, y luego se
inclinó sobre la barra, y Brantley vio el brillo diabólico en sus ojos que
siempre adoptaba antes de decir algo particularmente antagónico—. No
te preocupes, Tate. Prometo comportarme mientras trabajas.
La ceja de Tate se levantó mientras cruzaba los brazos sobre su
pecho. —Ya sabes. No estoy particularmente preocupado. De hecho —
dijo, mirando entre Brantley y Logan, y luego de vuelta a Daniel—, todo
está empezando a tener un poco más de sentido para mí.
Brantley no tenía ni idea de qué demonios estaba hablando, pero
la sonrisa nacarada que cruzó los labios de Tate fue tan cegadora que era
difícil apartar la vista. Lo transformó de duro a guapo en un segundo, y
todo iba dirigido a Logan.
—Llévalos a la cabina y trata de comportarte, ¿quieres? Estaré allí
tan pronto como le dé las órdenes a Amelia.
Logan bajó una mano por la parte delantera del chaleco de Tate
hasta la cintura y luego lo tiró hacia delante por el cinturón. —No tardes
mucho.
Tate presionó sus labios contra los de Logan y mordió su labio
inferior y a Brantley le costó trabajo apartar los ojos de ellos. Entonces
Tate se volvió hacia él.
—Trata de no dejar que estos dos se maten entre sí hasta que
llegue, ¿quieres? Tienen el desagradable hábito de golpear cabezas.

309
Brantley asintió lentamente y se puso de pie. Cuando Daniel hizo
lo mismo, Brantley tomó su mano, y entonces Logan caminó hacia el
final de la barra y levantó el mostrador para pasar.
—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? Podemos irnos.
Daniel besó su sien y susurró: —no tengo miedo de Logan
Mitchell. Todo esto es bastante... irónico, en realidad. Cuando lo conocí
por primera vez, me recordó a alguien a quien le tengo mucho cariño.
Brantley se volvió para mirar a Daniel.
Pero se encogió de hombros. —¿Qué puedo decir? Mira sus
pantalones y suéteres perfectos. ¿El pelo oscuro? Me llamó la atención
por una razón muy específica, profesor.
—Ahh, así que su novio… Tate ¿no? Tenía razón —dijo Brantley
mientras caminaban hacia el hombre que los esperaba.
—Sí, pero ahora que los veo a los dos juntos...
Dios, Brantley no estaba seguro de querer la comparación. No era
ciego. Este tipo Logan era extremadamente guapo, y él era…
—Tú eres todo para mí. Eres sexy, sofisticado y tan jodidamente
sexy para mí. Sólo lo miré porque no estabas en la habitación y era el
segundo más cercano a lo que quería.
Brantley se inclinó hacia Daniel y besó su mandíbula. —¿Te
acostaste con ellos?
Daniel puso una mueca de dolor y agitó la cabeza. —No.
—¿Lo intentaste?
La mirada que cruzó la cara de Daniel no refutó la afirmación.
—Yo lo habría hecho.
Daniel se rio de eso. —Bueno, no es lo que esperaba.

310
Brantley envolvió un brazo alrededor de la cintura de Daniel y le
dijo en el oído: —¿qué? No soy ciego. O estúpido. Son sexis.
Daniel lo miró.
—Muy sexis —agregó Brantley—. Puedo ver el atractivo.
Aun riendo, Daniel sonrió. —Sí, bueno, eso fue hace mucho
tiempo. Pero luego me encontré con ellos de nuevo cuando ayudé a Tate
en un caso de lesiones personales. Eso fue todo lo que fue, sin embargo.
Brantley se detuvo, levantó la cabeza y supo que la pregunta
estaba en sus ojos porque Daniel bajó la cabeza y tomó su boca justo ahí,
en medio de la barra.
Brantley acunó el rostro de Daniel en sus manos, hundió su lengua
entre los labios y borró por completo todas las dudas y pensamientos de
su mente con alguien más que él.

311
DANIEL NO PODÍA RECORDAR que lo despertó y estaba muy
satisfecho. Tanto su cuerpo como su alma se sentían completos, y todo
tenía que ver con el hombre que se acercaba más a su lado.
No pudo evitar sonreír ante el recuerdo de cómo Brantley se había
ganado fácilmente a Logan y a Tate. ¿Quién iba a pensar que acabaría
jugando con esos dos por esta noche? Pero maldición, se había divertido
de verdad.
Después de rodar de lado para poder moldear su cuerpo al de
Brantley, envolvió los brazos alrededor de su cintura y empujó su nariz
dentro del cabello, acariciándole la oreja. —Hora de despertar —dijo
mientras empujaba sus caderas contra el trasero de Brantley.
El estruendo de risa que se le escapó le hizo saber a Daniel que
Brantley había estado dormitando, no durmiendo realmente.
—Ya estoy despierto.
—Ahh, así que has estado fingiendo...
Brantley se puso de espaldas y miró a Daniel con una lenta sonrisa.
—¿Fingiendo? Nunca tengo que fingir contigo, Finn. —Guiñó un ojo y
se explicó: —no podía dormir desde las cinco. Cuando todo el tráfico se
puso en marcha.
Daniel descansó sobre su codo mientras miraba el despeinado
cabello de Brantley. —Te lo dije. Bocinas, sirenas. Nómbralo y lo
escucharás. Bueno, si dejo la ventana abierta.
—Lo sé. Supongo que realmente estoy malcriado, despertando con
las olas.

312
—Mmm... sí —dijo Daniel, y le dio un beso—. No mucha gente
duerme con las ventanas y puertas abiertas al sonido del océano.
Brantley lo estudió cuidadosamente antes de decir, muy
seriamente. —Podrías.
—¿Podría?
Brantley asintió y se acercó para acariciar sus dedos a través de su
cabello. —O… yo comprar tapones para los oídos.
Daniel no pudo evitar la risa fuerte que se le escapó. —¿Es cierto?
—Mmmm.... Mientras pueda dormir a tu lado y despertarme allí,
podría adaptarme.
Daniel se extendió sobre la cima de Brantley, y cuando separó sus
piernas para acomodarlo, Daniel se asentó. —¿De verdad te mudarías
aquí? ¿Qué hay de tu trabajo? Estás a punto de conseguir un puesto fijo.
No puedo pedirte que renuncies a eso.
Brantley respiró hondo y pasó los dedos por su mandíbula. —Ese
es el punto. No preguntaste. Créeme, cuando envié la carta por primera
vez, sólo pensaba en lo increíble que sería si, por algún milagro,
volvieras a casa… volvieras a mí. Lo sé —dijo, sacudiendo su cabeza—.
Egoísta otra vez...
—No —interrumpió Daniel. Luego se inclinó para tocar sus labios
en la comisura de la boca de Brantley—. Extrañamente... romántico. Y
muy sexy.
Brantley se burló. —Claro. Por eso apareciste con un humor tan
romántico.
Daniel se rio y mordió el labio de Brantley. —Puede que me haya
llevado un poco de tiempo verlo de esa manera, pero lo hice. Y cuando
me fui…

313
—Lo sé —dijo Brantley—. A mí me pasó lo mismo. No fue hasta
que te fuiste que supe que haría cualquier cosa para tenerte para
siempre, Finn. Lo que sea. ¿Y qué tan estúpido sería si te dejara ir por un
trabajo? ¿Mío o tuyo? El trabajo no es lo que me hará a mí, a nosotros,
feliz...
Daniel estaba seguro de que Brantley podía sentir su corazón
latiendo a medida que latía a mil por hora contra su pecho, porque
cuando su profesor le sonreía así, no había nada en el mundo que no le
diera.
Daniel amaba a este hombre. Lo sabía hace siete años. Y no había
manera de que no estuviera dispuesto a hacer todo lo que estuviera en
su poder para estar con él y hacerlo feliz.
—Digamos, hipotéticamente, que ayer renuncié a mi trabajo...
¿Pensarías mal de mí?
Los ojos de Brantley se abrieron de par en par, y la mirada de su
cara estaba tan alejada de la suave que acababa de tener que los labios
de Daniel se movieron por el shock.
—No lo hiciste.
Daniel apretó los labios y asintió. —Me temo que lo hice.
—Por qué demonios...
—Shhh... —dijo, y luego volvió a tomar los labios de Brantley en
un beso lento y posesivo—. Te lo dije ayer. Iba de camino aquí para volar
a casa contigo.
—Sí, pero…
—Pero nada. Eso es lo que estaba haciendo. Viniendo para ir a
buscarte.
—Pero te encanta tu trabajo. Te ofrecieron una sociedad.
—Tú también... ahora mismo. ¿No lo hiciste?

314
Brantley abrió la boca y frunció el ceño hasta que se dio cuenta de
lo que acababa de decir. Entonces su cara se iluminó con una sonrisa
cegadora. —Sí. Sí, lo hice.
—Sé cuál preferiría.
Brantley acunó su cara, y entrecerró los ojos. —¿Hablas en serio?
Daniel tomó las manos de Brantley y las inmovilizó junto a la
cabeza en la cama. —¿Cuándo vas a entender que siempre has sido tú?
Desde el momento en que me llamaste en la escuela y me di la vuelta en
el pasillo, ya no pude evitarlo. Todo lo que hice, desde correr con Derek,
a estudiar como loco, a dejarte… fue todo por ti. —Sonrió contra la boca
besando la suya y luego levantó la cabeza—. Ahora, estoy haciendo esto
por mí. Porque todo lo que quiero, y lo que siempre he querido, era a ti.
Te amo, Brantley Hayes.

MIENTRAS MIRABA los ojos dorados de Daniel, Brantley no


podía creer que lo estaba escuchando bien. ¿Realmente acababa de decir
lo que Brantley pensaba?
—Te amo. ¿Y tú...?
—Shhh —interrumpió Brantley, pasando sus dedos por la frente
de Daniel y bajando por los lados de su cara hasta su boca sonriente. —
Déjame disfrutarlo.
Daniel levantó una ceja y balanceó su erección sobre la de Brantley.
—Puedo sentir lo mucho que lo estás disfrutando.
Con una carcajada, Brantley agarró el trasero de Daniel y lo hizo
rodar de espaldas. —No trates de distraerme, jovencito.

315
—Ohhh, me gusta eso —bromeó Daniel, y se inclinó hacia arriba
para morderle el labio.
—Por supuesto que sí, pervertido.
Daniel plantó los pies en la cama y levantó las caderas. —Hmm...
Entonces, ¿qué lección me va a enseñar hoy, profesor?
Mientras miraba fijamente al hermoso hombre que estaba debajo
de él, Brantley se preguntaba cómo había tenido tanta suerte de tenerlo
caminando en su vida dos veces.
—Voy a enseñarte lo mucho que te quiero. Todo lo que tienes que
hacer es recostarte y prestar mucha atención.
Mientras una sonrisa malvada acariciaba la boca de Daniel,
Brantley puso un beso sobre su bronceado pecho y luego cerró los ojos.
—Dime que esto es real —susurró.
Mientras los dedos pasaban por el cabello de Brantley y levantaba
la cabeza, Daniel miró hacia arriba con ojos brillantes y dijo: —es real.
Y Brantley no pudo evitar incorporarse y besar al hombre que
ahora lo abrazaba.
Mientras sus piernas se entrelazaban y sus labios se encontraban,
dejó que cada emoción que sentía subiera a la superficie.
Finalmente.
Les había llevado siete años encontrar el camino de vuelta entre
ellos. Y mientras yacían allí con la luz del sol danzando a través de la
ventana, Brantley pensó que cada agonizante año que había pasado
había valido la pena por este momento.
No había nada en su camino, nada que probarse entre ellos y al
recostar su cabeza para escuchar el corazón de Daniel, supo que este
hombre era todo para él.

316
Mientras sus ojos se cerraban bajo el perezoso sol de la mañana,
Daniel susurró: —ohhh... déjame contar las maneras en que amo a mi
maestro.
Y Brantley se rio contra su pecho y lo besó.
La vida, sabía, no podía ser mejor que esto.

317
Dos Meses Después

DANIEL ESTABA AFUERA PARADO en el balcón con la vista


en los corredores de la tarde corriendo a lo largo de la playa, respiró
profundamente el aire fresco y salado, y pensó, -la mejor decisión de mi
vida
Habían pasado dos meses desde que entró en su oficina de
Leighton & Associates y les entregó su renuncia oficial. Lo que también
significaba que habían pasado dos meses desde que lo habían instalado
en su nueva oficina en Florida: Leighton, Finley & Associates.
Todavía no podía creer que en lugar de echarle la bronca ese día,
Todd le había preguntado a Daniel cómo se sentiría al subir a bordo y
ayudarles a expandir su negocio hacia el sur. Ahh, muy jodidamente
feliz, muchas gracias. Ahora, allí estaba, el primer día en el trabajo en su
oficina con vista a una de las vistas más hermosas de Florida.
La más hermosa es la vista desde la casa de la playa de Brantley…
de Brantley y mía. Todavía no podía creer que estaba allí
permanentemente, y que Moira se había mudado con él. Parecía que se
había tomado en serio la idea de visitar la playa.
—Sabía que tu lujoso trasero terminaría aquí. No podía resistir el
sol, las olas y los cuerpos calientes desfilando por la playa todo el día sin
parar.
Daniel se volvió y vio a Derek caminando hacia él antes de pararse
junto a la barandilla.

318
—Ya era hora de que pasaras —dijo, mirando hacia la vista que
tenían delante.
—Te dije que no aparecería hasta que te disculparas conmigo.
Daniel puso los ojos en blanco y se giró hacia su amigo, a quien le
había dejado un mensaje de voz humillante. —Lo hice, hace dos meses.
—Sí, bueno, he estado ocupado.
—¿Haciendo qué? ¿Evitándome?
Derek se encogió de hombros. —Cosas de familia... Ya sabes cómo
es en casa de los Pearson. Y no te estaba evitando por así decirlo...
—¿Hay algo de lo que necesites hablar?
—No. Lo tengo todo bajo control.
—De acuerdo, pero si necesitas...
—Está todo genial, Finn. No te preocupes por eso.
—Está bien, está bien. Pero en cuanto a la rutina de evitar... te
refieres a la compañía que tengo, ¿verdad? Entonces, estás evitando a
Brantley, o…
—Digamos que creo que sería prudente si te visito aquí, por si
acaso hay algunos…
—¿Desafortunados roces? ¿De verdad no puedes estar en la
misma habitación que él? ¿Es tan malo?
—¿Qué puedo decir? Algunos hombres no pueden quitarme las
manos de encima.
Daniel se mofó y estaba a punto de responder cuando otra voz se
sumergió con una opinión similar a la suya.
—O algunos hombres quieren matarte con ellas.

319
Brantley, que se veía muy arreglado y pulido con sus pantalones
planchados y su camiseta tipo polo, debía venir directamente de la
escuela cuando entró por las puertas francesas y caminó directamente
hacia allí.
—Buenas tardes, profesor —dijo Daniel mientras Brantley le
abrazaba y le besaba la mejilla en un saludo familiar que hizo que el
corazón de Daniel golpeara y su polla se moviera. El tipo tenía control
total sobre ambos.
—Buenas tardes —dijo Brantley con una sonrisa. Luego se volvió
hacia Derek—. Sr. Pearson.
—¡Hola!, profesor.
—Puedes llamarme Brantley, ya sabes.
—Sí... Eso sería raro —dijo Derek riendo—. Especialmente
considerando que eras mi profesor y todo eso. Todavía me estoy
adaptando.
—No te ofendas —aseguró Daniel a Brantley. Luego le susurró al
oído: —algunos alumnos aprenden más despacio que otros.
—Vete a la mierda —refunfuñó Derek mientras se dirigía hacia las
puertas—. Os dejo a los dos para, ya sabes... bautizar la oficina o algo
así. No seas un extraño, Danny. Te vendría bien un poco de pesas en tu
vida.
Tomando la ofensa inmediata, Daniel miró hacia abajo a sus
brazos. —Y una mierda que podría.
—No... Pero sería bueno ver tu cara regularmente.
—Entonces deberías pasarte por la casa —sugirió Brantley con una
sonrisa.
Pero Derek hizo una mueca y sacudió la cabeza.
—¿Por qué no? También es la casa de Daniel...

320
Respondieron al unísono.
—No es nada.
—Es Jordan.
Brantley miró entre ellos. —¿Podría uno de vosotros por favor
decirme qué está pasando al respecto? Jordan no dirá una palabra. Lo
cual es totalmente diferente a él.
Derek le señaló con el dedo y le dijo: —lo prometiste.
—Lo sé. Lo sé.
Su amigo lo miró con tanta fuerza que Daniel no pudo evitar hacer
un dramático espectáculo de cerrar los labios con cremallera.
—No digas ni una palabra.
Brantley sacudió la cabeza. —No puede ser tan malo.
—Me voy ahora —anunció Derek—. Mantén la boca cerrada, Finn.
—Pero, ¿de qué le serviré entonces? —bromeó Daniel.
Derek se dio la vuelta y Salió furioso de la oficina.
Daniel hizo retroceder a Brantley entre sus piernas y lo besó,
mientras se apoyaba en la barandilla. Con el sol comenzando a ponerse
y las olas rompiendo detrás de ellos, cerró los ojos y pensó que la vida
tenía una forma divertida de darte exactamente lo que necesitabas.
Exactamente cuándo lo necesitabas.
—¿Brantley?
—Mmm.
Daniel bajó su boca a su oreja, la besó suavemente, y luego sonrió.
—Amo a mi profesor.

321
Brantley se volvió para mirarlo y tomó su boca en un dulce, dulce
beso. Cuando lo soltó, le hizo un guiño y le dio una palmadita en el
pecho. —Lo sé. Y él te ama —dijo.
Y esas seis palabras cambiaron para siempre el curso de su vida.

Fin

322
323

También podría gustarte