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El Sendero de la revolución industrial.

Lic. Marcelo Colosimo

El hombre caminó por un estrecho camino, sin rumbo. Por primera vez había
roto las cadenas que lo condenaban a un destino de pobreza, pero no menos certero.
Llegó a la aldea, ahora transformada en un aglomerado pestilente, y se encontró con
otros como él. Y fue ahí donde ingresó en el futuro que le depararía la gran obra del
nuevo conocimiento. La factoría.

Es impensable creer que de esta manera transcurrieron los hechos que


desembocaron en la gran migración del hombre desde el campo a la ciudad,
desde el oscuro tiempo donde primaba los enunciados que lo constituían en un
ser sin reflexión, donde el mal anidaba fuera del ser y se lo combatía desde la
fe. Es sin duda una metáfora de como la humanidad inició, tal vez, la
transformación más profunda de su historia.
Las mutaciones ocurridas desde principio del siglo XVIII hasta mediados del
siglo XIX provocaron una mirada radical sobre el individuo. La revolución
francesa, en 1789, junto con la revolución industrial marcan el inicio de un
periplo aun inconcluso.
El conocimiento precientífico o místico que prevaleció en toda la era previa fue
descomponiéndose ante la influencia de los grandes pensadores, que desde el
siglo XV, e incluso con fuerte influencia de lo heredado en los pensadores
clásicos de la Grecia antigua dieron por finalizado una estructura social que se
había fundado en él.
No sólo fue la caída de un poder monárquico sino la novedosa forma de
concebir un mundo cuya organización no tiene como elemento fundante la
estratificación producto de la consanguinidad donde los hombres se
diferenciaban entre nobles y súbditos, plebe o siervo. Esta distinción no solo
organizaba la sociedad feudal, sino que inauguraba también una forma de
producción, con un sistema de apropiación del trabajo que iba a distinguirse del
trabajo esclavo y del futuro asalariado.
¿En qué consistía esta forma de organización? Por un lado, el noble,
dominador de los medios de producción, no propietario ya que este concepto
aparecerá justamente con su expulsión, y los siervos, productores de bienes en
una pseudo libertad que le permitía hacer uso del territorio y ser parte de los
bienes gestados. Pesaba sobre estos últimos un gran miedo que se alojaba
fuera de los límites donde el señor feudal había señalado, en la mayoría de los
casos con grandes murallas conectadas por puentes levadizos que permitían la
entrada y salida de los ejecitos feudales. El siervo estaba confinado a la
producción dentro de este territorio donde un representante del rey, un noble
con titulo de conde, marques o duque ejercía de amo protector, mediado por
una suerte de burocracia, ejercito y clero.
El miedo no solo estaba afuera de las murallas sino también en los castigos
divinos, al cual tenía acceso el mencionado noble, el señor feudal, el patrono,
que era quien lo representaba.
Ante tanta protección solo podía retribuirse con una acción que lo justifique.
Todo lo producido es para el señor feudal, quien sostiene su feudo con la
misma dedicación con la que los estados van a hacerlo en un futuro cercano.
Sin embargo, ese tributo al cual se entregaba el siervo lo iba a atar aún más a
las cadenas del aparato monárquico. Nada le era propio, ni su vida ni su
muerte. La miserabilidad mayor de la vida estaba anclada a ese supuesto
bienestar que le originaba la protección frente a los bárbaros y todo tipo de
enemigo, que supuestamente anidaba fuera de los límites.
Algo similar podemos encontrarlo externamente de la metrópoli. El mismo
sistema fue implementado en el nuevo continente, junto con la expansión
monárquica en América. El feudo pasó a llamarse virreinato o colonia, pero el
sistema de apropiación era similar. La figura de un representante del rey, en
este caso el virrey, junto con su sequito de administradores lograban establecer
un monopolio sobre los productores, que bien podían ser originarios o una
nueva condición que mezclaba nuevo y viejo continente: el criollo.
El impuesto, tributo o venta forzada de lo producido en los territorios
monárquicos eran apropiados sin mucho uso de la fuerza.
Con respecto a esto último, vale aclarar, que diversos autores se contradicen al
establecer si América fue la implementación de un orden feudal o si ya se
observaban rasgos del modo capitalista. Especialmente en América del Norte,
con la conquista inglesa, el componente capitalista podría hallarse mas cerca
de estas tesis. Sin embargo, más allá de las discusiones teóricas se intenta
destacar el carácter estructural de lo social que sin duda se impuso desde
Europa.
Es entonces donde podemos observar que la transformación comenzó mucho
tiempo atrás. No se manifestó con grandes enfrentamientos, pero si con un
quebranto en lo que vamos a llamar el conocimiento hegemónico.
El poder monárquico, capaz de apropiarse del producto ajeno, se basaba
principalmente en la legitimidad que se le otorgaba como representante de
Dios. Una delgada línea lo separaba entre lo sacro y lo profano. De un lado la
nobleza, que por ese motivo ocupaba un lugar privilegiado donde la mayoría de
las veces era justificada desde “el elegido” y por otro el pueblo, vil
representante del vulgo, de aquel que la distancia con lo sagrado era mediada
por el poder. De ahí el carácter hereditario de los nobles y su perpetuidad en el
poder.
Fue entonces el fin del miedo, lisonjeado por un recurso ilegitimo como el
tráfico de bienes producidos y vendidos por fuera del territorio feudal (o mejor
dicho por fuera de él) que comenzó a mellar un poder que se creía eterno. Tan
eterno como las divinidades con las que se asustaba al vulgo. Y fue tal vez esta
seguridad la que también cooperó para que el poder monárquico reaccionara
cuando ya la revolución le pisaba los pies.
En 1789 llegó la hora, de los minutos que habían empezado tiempo atrás, pero
que no pudieron resistir, y con gran ingenua capacidad, y fueron arrasados por
un nuevo componente social, producto de sí, pero desconocido hasta el
momento: la burguesía revolucionaria.
Este sector fue el encargado de generar los grandes cambios donde lo sagrado
pasó a ser lo verificable, donde los científicos ocuparían el lugar de los sabios y
los grandes emprendedores industriales el de los nobles.
Es en ese momento donde junto con las transformaciones políticas aparecen
nuevos conceptos. Entre otros el de propiedad, mencionado anteriormente.
Los dominios feudales, ahora sin privilegios estamentales, fueron apropiados
por la burguesía y velozmente parcelado para una nueva forma de dominio
llamado propiedad privada.
Las tierras dejaron su matiz comunal para convertirse en privada, ahora el
monarca se llama señor burgués o terrateniente, no genera temor, pero sí
expulsa a quienes alojados en sus territorios son excedente. Comienza
entonces la expulsión y el gran camino que al inicio de este texto
metaforizamos.
Para ello se precisó conciliar con una nueva manera de producir, en gran
escala y con la cooperación indispensable de la disciplina fabril. Hombres
libres ahora, sin el yugo originado en la diferenciación social que emanaba del
viejo régimen, pero sin la paternidad allí originada. El individuo, ahora todos
iguales ante la ley, tenia la libertad de vivir, pero también de morir. Podía elegir
entre ser un paria, un lumpen o un trabajador asalariado.
Por primera vez entonces aparece esta palabra, asalariado, que hoy nos
resulta tan cotidiana pero que sin duda significó un desconcierto entre quienes
por primera vez cobraban por producir, pero nada de eso producido le podía
ser propio.
Rememorando la película Tiempos Modernos de Chaplin (Modern Times,
largometraje de 1936 escrito y dirigido, por Charles Chaplin que fue también el
actor principal) podemos observar en tono de comedia el estupor del
protagonista al ingresar a los nuevos establecimientos fabriles. Esta película es
un reflejo de las condiciones desesperadas de las cuales era víctima un
empleado de la clase obrera donde primaba la eficiencia de la industrialización
y la producción en cadena. Chaplin demuestra con gran lucidez, entre muchas
cosas, la irrupción de un nuevo elemento que cobrará fuerza en este nuevo
estadio: el reloj.
El tiempo en la fábrica pasa a ser un elemento protagónico. Se produce en un
tiempo determinado, se ingresa a una hora establecida, se para cuando la
sirena de la fábrica lo indica, se almuerza al unísono. Todo como una gran
coreografía para individuos que jamás habían tenido un lazo estable con la
puntualidad y el ritmo preestablecido para la producción. Esta danza impone un
componente fundamental alrededor de la disciplina, ya no sacra sino
desprovista de todo componente religioso. Es la era de la organización.
Como decíamos anteriormente, el estupor del protagonista no debe haber
estado muy lejos del de los verdaderos actores de la revolución industrial. La
monotonía del trabajo, en largas jornadas, sin ningún tipo de cobertura ante la
explotación ni injerencia en las decisiones del plan de trabajo, hacían del
obrero de la revolución un nuevo objeto, una porción de la máquina. Entonces
se empezó a hablar de la objetivación del trabajo.
A esto se le suma las transformaciones que la migración, del campo a la
ciudad, provocó haciendo de pequeñas aldeas un compuesto urbano. Los
grandes establecimientos fabriles que se ubicaron en Manchester, Liverpool o
Parìs trajeron junto a ellos los barrios obreros, adaptaciones de viejos
caserones en grandes edificios que albergaban un número sobrepoblado de
familias.
No es difícil pensar, que un siglo después, la misma transformación llegó a
barrios locales de nuestra geografía. Avellaneda, La Boca, Barracas, Pompeya,
a principios del siglo XX tuvieron que reciclar sus viejas casas chorizos i
Si bien estas son producto de la llegada de la inmigración a Buenos Aires
fueron readaptadas, donde en el caso de La Boca (también Ensenada y otros
barrios) se les construyó pisos en altura duplicando su capacidad.
En un encuentro en una de esos caserones, rebautizados “conventillos” o
“convoy”, un viejo italiano narró su paso por él.

“Yo viví acá allá por los años cuarenta, habíamos llegado de Italia y mi
padre trabajaba en el puerto. Yo cuando grande trabajé en Alpargatas. ii En
esta pieza de conventillo llegamos a vivir mas de treinta personas. Éramos tres
familias por pieza y algunos dormían de noche y otros de día. Los chicos
apenas se levantaban salían al patio. Éramos muchos.”

El testimonio de este inmigrante nos hace pensar en las inclemencias


soportadas por la revolución industrial. No debe haber sido muy diferente en
Europa. Los problemas de hacinamiento fueron comunes a todas las regiones,
y la impronta sanitaria no tardó en llegar.
En 1870 se propaga una epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires iii que
replica lo sucedido en Europa con el cólera y viruela.
El testimonio culminó con algo aún peor:

“Lo peor no era dormir, nos arreglábamos. Lo más difícil era el baño.
Había dos baños para toda la vecindad. Para llegar a la fábrica a las seis tenías
que levantarte a las cuatro y esperar el turno”.iv

De más está decir que en esas condiciones la salud pública empieza a tomar
relevancia y es en ese momento donde los primeros médicos sanitaristas
toman importancia. Junto con ello llegaron las vacunas y las indicaciones que
distaban mucho de la idea de cuerpo y alma que se evidenciaba en el régimen
anterior. Ahora el cuerpo se enfrentaba a los virus y las bacterias. El enemigo
había tomado cuerpo.
Sin embargo, ese gran progreso donde la máquina y la tecnología comenzaba
un despegue inédito en la historia de la humanidad advertirá otra problemática
más y de mayor cuño: los conflictos de clase.
Los primeros años de la revolución industrial mostrará una prudente aceptación
por parte del sector productivo, a pesar de ello en pocos años comenzó a
mostrarse el malestar. Las largas jornadas de trabajo y la contratación de niños
y mujeres para tareas donde se precisaba determinados patrocinios, en un
contexto donde las legislaciones protectoras del trabajador aún no estaban
vigentes hicieron que los trabajadores comenzaran a organizarse en para
obtener beneficios que morigerara su padecer. Por primera vez aparecía la
contradicción de clases sociales.
Podemos entonces decir que la revolución industrial, proceso que se inicia en
Europa alrededor de 1720 y se extiende hasta nuestros días, fue una etapa de
gran expansión del trabajo y del mercado de consumo. Se inicia una aventura
ligada al progreso como nunca visto. Es el conocimiento científico donde se
cimentan sus ideas.
Al mismo tiempo la revolución francesa puso fin a un mundo de diferencias
basadas en la diferencia natural de los individuos. La Declaración de los
derechos del hombre y del ciudadano (en francés: Déclaration des droits de
l'homme et du citoyen), aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente
francesa el 26 de agosto de 1789, es uno de los documentos fundamentales de
la Revolución francesa (1789-1799) en cuanto a definir los derechos
personales y los de la comunidad, además de los universales. Influenciada por
la doctrina de los derechos naturales, los derechos del Hombre se entienden
como universales.
Es sin duda una nueva etapa, en todos los sentidos. Con grandes avances en
lo que hace a las libertades individuales, pero con muchas contradicciones
propias de la diferencia que se generó a partir de la distribución económica,
principalmente.
Hablamos antes de nuevas problemáticas vinculadas a la urbanización y la
forma que tomó la distribución de la población. Vale citar los grandes
problemas ocasionados a partir de ello y que se vinculan con la violencia social.
El delito, entendido como la acción que va en contra de lo establecido por la ley
y que es castigada por ella con una pena grave modificó su mirada
apareciendo principalmente el derecho restitutivo. Ya no es indispensable
reprimir, ahora habrá que lograr un mínimo de disciplina a partir de la coacción
que la norma, las instituciones y las relaciones sociales impondrán.
Esa norma muchas veces se veía amenazada por elementos que en el régimen
anterior no eran tenidos en cuenta. La no aceptación de las pautas de trabajo,
que no solo tenían que ver con el lugar de trabajo sino con las conductas por
fuera de él pero que alimentaban una estructura propicia. Por citar un ejemplo,
en Argentina existió la ley de vagos y mal entretenidos. Fue una ley de Entre
Ríos sancionada en 1860. Esa ley permitía al juez de paz, acompañado de la
fuerza pública, ingresar a las pulperías, bailes y otros lugares de diversión y
llevarse detenidos a todos los que no tenían trabajo ni residencia fija.
El alcoholismo aparece como una patología de tipo social, sin por esto pensar
que anteriormente no se consumía (muy por el contrario). Pero por primera vez,
este tipo de consumo no controlado afectaba a la nueva estructura social,
especialmente en lo que hace a al producción. Imaginemos a este nuevo
trabajador fabril, que sin que haga falta que este alcoholizado, solo con que sus
reflejos se vean afectados por una tormentosa noche previa puede detener o
lentificar todo el trabajo en serie de la fábrica.

Ante todas estas problemáticas, cotidianas para el hombre de hoy, pero


novedosas para la época reclamó una pronta respuesta. Esta no vendría ya del
pensamiento mágico sino desde el pensamiento científico. Se le solicitó a los
pensadores de la época reflexionar desde el lugar de la ciencia las soluciones
que acaben con la desorganización y todo aquello que atentara contra el
progreso que la revolución industrial estaba llevando adelante.
“El nacimiento de la sociología se plantea cuando ese nuevo orden ha
empezado a madurar, cuando se han generalizado ya las relaciones de
mercado y el liberalismo representativo, y en el interior de la flamante sociedad
aparecen nuevos conflictos, radicalmente distintos a los del pasado, producto
del industrialismo.”v
Será por esto que se conocerá a la sociología como la ciencia de la crisis que
intentará restablecer las pautas de una sociedad que empezaba a nacer.

i
La 'casa chorizo' es la terminología utilizada para denominar las construcciones de muchas de las
viviendas construidas en los desarrollos urbanos argentinos entre 1880 y 1930. Responde a la sucesión
de habitaciones iguales a lo largo de un eje longitudinal. Se ubica en la parcela descrita: estrecha (de
8,66m) y alargada (de dimensiones variables); en la mayoría de los casos en un terreno plano.
ii
Fábrica de lona y calzado que logró ampliar sus instalaciones hacia 1928, ocupando una manzana en
Barracas, zona sur de la ciudad de Buenos Aires. Esta planta comenzó a hacer calzado con suela de
caucho vulcanizado en la década de 1930 bajo la supervisión del ingeniero Luis Pastorino.
iii
La suscitada en ese año fue un desastre que mató aproximadamente al 8% de los porteños: en una
urbe donde normalmente el número de fallecimientos diarios no llegaba a 20, hubo días en los que
murieron más de 500 personas,3 y se pudo contabilizar un total aproximado de 14 000 muertos por esa
causa, la mayoría inmigrantes italianos, españoles, franceses y de otras partes de Europa.
https://es.wikipedia.org/wiki/Fiebre_amarilla_en_Buenos_Aires

iv
Testimonio brindado al autor por un vecino octogenario del barrio de La Boca en el año 2002.
v
Portantiero, Juan Carlos. El Origen de la Sociología. Los padres fundadores. LA SOCIOLOGÎA CLÀSICA:
Durkheim y Weber. Estudio Preliminar.

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