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DIPLOMADO EN CIENCIAS PENALES.

2.1 Arquitectura penitenciaria anterior al siglo XIX.

Ideas preliminares

La arquitectura penitenciaria, esto es, la aplicación de nociones arquitectónicas de forma, espacio y función a la construcción de prisiones, surge de manera
definitiva durante la segunda mitad del siglo XVIII como coadyuvante de la reforma penal que se lleva a cabo en ese momento en Europa. Dicha disciplina
aparece también unida a la naciente concepción de Penitenciaría: un nuevo paradigma de reclusión en el que se busca el arrepentimiento del ofensor a
través del silencio, el aislamiento y la penitencia. Así, la arquitectura aplicada a las prisiones intenta, a través de esta nueva tipología carcelaria, materializar
las políticas públicas del período, enfocadas en humanizar las penas de privación de libertad; y al mismo tiempo, expresar de manera concreta los ingenios y
teorías de filósofos y filántropos, que desean aplicar nuevas técnicas de control y distribución dentro de los penales, con la intención de rehabilitar moral y
socialmente a los internos.

Con el tiempo, estos nuevos diseños en arquitectura se unen a distintas nociones sobre administración, seguridad, régimen de trabajo e higiene y pasan a
formar parte del cuerpo teórico-práctico conocido como Ciencia Penitenciaria. Este conjunto de ideas alcanza su mayor desarrollo en la primera mitad del
siglo XIX, aunque sus principios llegan hasta el día de hoy; por ejemplo, en los nuevos modelos concesionados de construcción y administración carcelaria
en Chile y el mundo. Por este motivo resulta de interés conocer los orígenes y características del movimiento de reforma carcelaria en Europa, que lleva al
surgimiento de la arquitectura penitenciaria y su relación con la investigación del delito y sus causas.

Contexto penal y carcelario en Europa.

Durante la primera mitad del siglo XVIII, la realidad penal europea es eminentemente punitiva: abundan los tormentos corporales provenientes de épocas
anteriores y la pena de muerte se alza como el castigo ejemplificador por excelencia. En Francia, por ejemplo, una ordenanza de 1670, que rige hasta la
Revolución de dicho país describe los principales castigos: la muerte, aplicar tormentos físicos sin necesidad de pruebas para obtener una confesión, el látigo
y los trabajos forzados.
La situación de los delincuentes en este periodo ha sido destacada de la siguiente manera: “Hasta fines del siglo XVIII se consideraba a los delincuentes
como malvados o degenerados, indignos de compasión y ayuda, y cuya eliminación, reclusión o muerte, era lo único que podía hacer la sociedad para evitar
los grandes daños que cometían. Las prisiones eran establecimientos de castigo, en cuyos calabozos, verdaderas pocilgas, se abandonaba a los
delincuentes, castigándolos corporalmente y se les daba escasa alimentación. Los condenados a trabajos forzados […] debían trabajar en galeras o en obras
públicas, en forma intensa.”

En este escenario destacan los suplicios o ejecuciones públicas, en los que la acción castigadora se realiza a manera de espectáculo o ceremonia y donde
en cierta manera se busca restituir el status quo que la sociedad o los monarcas han perdido a través del quebrantamiento de una ley o norma;  es decir, el
delito o crimen. Estos actos se ven potenciados por las nuevas tecnologías de castigo, como es el caso de la guillotina, que pretende ser un instrumento de
ejecución indoloro e igualitario, pero no deja de lado el sentido de la espectacularidad. Así, tales sanciones cumplían además el doble propósito de disuadir al
resto de la población de delinquir, mostrándoles las consecuencias de ese estilo de vida u acto.
También está presente la idea de la utilidad de los convictos, a través del provecho que el país o la comunidad podían obtener de su cuerpo o energía física:
trabajos forzados remando, construyendo en áreas públicas o limpiando caminos. De esta forma el transgresor podía dar algo a cambio a la sociedad y
expiar en cierta medida su culpa; ventajas que se pierden con la pena capital.

Por otro lado, la pena de privación de libertad se aplica a un amplio número de infractores, entre ellos vagabundos y deudores, pero todavía no se vislumbra
como un castigo ejemplificador; por consiguiente, las cárceles y presidios del periodo no cuentan con un modelo arquitectónico determinado, sino que más
bien se utilizan otros edificios que cumplan esta función: antiguos cuarteles, calabozos, posadas y monasterios, que en su mayoría comparten un diseño de
planta rectangular. De esta manera y ocultos de la sociedad, los establecimientos de reclusión se prestan para todo tipo de irregularidades y excesos de
brutalidad, producto de dos elementos primordiales: en primer lugar, no existen códigos o reglamentos que regulen tanto el desempeño de los funcionarios y
el tratamiento de los internos como el régimen interno de la prisión y su administración; y en segundo lugar, no existe un organismo o institución pública que
se preocupe de visitar estos establecimientos y mejorar la situación de los mismos. Esta situación lleva a que en las décadas de 1760 y 1770 se generen una
serie de críticas al sistema carcelario y legal europeo, propiciando con esto una reforma penal y penitenciaria universal.

 Las obras de los reformadores Cesare Beccaria.

Desde el área legal y penal, la obra Sobre los delitos y las penas del filósofo y jurista italiano Cesare Beccaria (1738-1794), publicada en 1764, produce un
gran impacto en la sociedad ilustrada europea al proponer una profunda reforma a los sistemas jurídicos de la época, caracterizados por su severidad y
arbitrariedad. En dicho texto, el autor propone que los procesos penales sean menos injustos, introduciendo distintos principios racionales; entre ellos, la
proporcionalidad entre un delito y su castigo. Este ideal sólo podía obtenerse a través de un respeto y entendimiento de las normas jurídicas, que representan
la voluntad de la colectividad y que son las únicas que pueden fijar las penas de los crímenes. Por lo tanto, los jueces no pueden aplicar penas distintas a las
señaladas por la ley, evitándose de esta manera la arbitrariedad y manteniendo la confianza del ciudadano en el proceso jurídico y el espíritu igualitario de las
leyes. Así, esta propuesta del autor italiano puede considerarse como un antecedente para los esfuerzos de codificación legal de finales del siglo XVIII.
El pensamiento de Beccaria queda de manifiesto al referirse al sentido último de la pena y sus características: “Para que todo castigo no sea un acto de
violencia ejercido por uno solo o por muchos contra un ciudadano, debe esencialmente ser público, pronto, necesario, proporcionado al delito, dictado por las
leyes y el menos riguroso posible, atendidas todas las circunstancias del caso.” De esta manera, la atrocidad de las penas y el ensañamiento con los
culpables se opone al bien común, ya que el propósito del castigo que impone una ley no es satisfacer el deseo de venganza de particulares ni del Estado,
sino más bien impedir que quien haya agraviado a la sociedad lo vuelva a hacer y disuadir a otros de delinquir; el autor destaca en estos términos: “Esta inútil
crueldad [la tortura], funesto instrumento del furor y el fanatismo, o de la debilidad de los tiranos ¿podrá adoptarse por un cuerpo político que, lejos de obrar
por pasión, no tiene otro objeto que reprimir aquellas en los hombres?”. Con esto, la función de la pena pasaría de un papel retributivo a uno preventivo y
disuasivo del acto de transgresión.
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Por lo tanto, sugerir la minimización de los tormentos físicos a los que se someten tanto acusados como sentenciados tiene un sentido lógico, debido a que la
utilización de la tortura no está ligada a bases racionales, sino más bien físicas, por cuanto está basada en la resistencia de la persona o su capacidad para
soportar el dolor. Es por esto que el filósofo italiano aboga por la utilización de medios racionales y científicos para determinar la culpabilidad o inocencia de
una persona en un proceso judicial; entre ellos las pruebas y los testigos, al tiempo que se opone a la utilización de la pena de muerte.

Junto a lo anterior, el autor del Tratado de los delitos y las penas argumenta que en un delito deben considerarse las dimensiones psicológicas y sociales que
han impulsado a la persona para cometerlo, ya que muchos de estos actos provienen de la desesperación y la miseria en que los individuos se encuentran.
Más aun, la sociedad debe hacerse responsable de estos actos, especialmente cuando no ha puesto cuidado en prevenir los delitos, a través de la
educación, la cultura y la propagación de la ciencia. Así, Beccaria replantea las bases del tratamiento de la delincuencia en el siglo XVIII, impulsando a que la
sociedad pase de un rol castigador y pasivo a un rol preventivo y activo.

John Howard.

En el campo de la filantropía y el humanismo destaca el trabajo del inglés John Howard (1726-1790) quien, a partir de 1773, y en su calidad de alguacil de la
localidad de Bedfordshire, realiza una serie de visitas a cárceles de Europa para conocer las condiciones en las que se encuentran los prisioneros. (11) En
estos viajes el autor es testigo de las prácticas comunes de la época en materia carcelaria; por ejemplo, que los prisioneros debieran pagarles a los
carceleros por su manutención y que, en el caso de no pagar, fueran retenidos por los guardianes incluso después de la fecha legal de su puesta en libertad,
hasta que cancelaran su deuda. También observa las deficientes instalaciones carcelarias de su tiempo: oscuros calabozos subterráneos, húmedos y sucios,
en los que se agrupan los prisioneros, sin hacer distinción de sexo, edad o situación procesal.
Howard comenta los inicios de su labor de la siguiente forma: “Lo que me impulsó a trabajar a favor de ellos [los presos] fue ver que algunos, a quienes el
veredicto del jurado había declarado inocentes; que algunos en quienes el gran jurado no había encontrado indicios de culpabilidad que permitiera
someterlos a juicio; que otros cuyos acusadores a fin de cuentas no se presentaron a declarar, tras permanecer detenidos durante meses, se les enviaba de
nuevo a la cárcel, donde seguirían encerrados mientras no pagasen cuotas diversas al carcelero, al empleado del juzgado, etcétera.”

Profundamente impactado por lo que ha visto en sus viajes, escribe en 1777 su obra El Estado de las prisiones en Inglaterra y Gales, en la que realiza una
serie de denuncias sobre la situación de las cárceles, abarcando desde las consideraciones administrativas y arquitectónicas, hasta aquellas relacionadas
con la higiene, la seguridad y la distribución de los internos en los establecimientos.
Por ejemplo, el autor se opone firmemente a la aplicación de torturas como forma de lograr la confesión de un acusado, sea este castigo aplicado
públicamente o en la oscuridad de un calabozo, argumentando que la reclusión y la pérdida de la libertad deberían considerarse como castigos suficientes.
Encontrándose en la prisión de Hannover, en Alemania, el autor inglés refiere que: “La execrable costumbre de dar tormento a los presos se practica aquí, en
un sótano donde se hallan los horrendos instrumentos de tortura […] Hace dos años, a uno de los reos se le aplicó dos veces el tormento denominado de
Osnabrück. En la última ocasión, al presentarle la tercera cuestión (cuando el verdugo ya le había arrancado el pelo de la cabeza y de otras partes del
cuerpo) confesó y fue ejecutado.”
Howard también es testigo de la poca preocupación que existe por separar a los internos según su situación procesal, sexo, edad o experiencia criminal. Así,
en las cárceles que visita todos los internos se encuentran mezclados: delincuentes que han sido sentenciados en materias penales comparten el espacio
con deudores y con acusados que se encuentran a la espera de sentencia. De la misma manera, hombres jóvenes y viejos comparten el espacio con mujeres
e incluso niños y tampoco se hace distinción entre delincuentes avezados y primerizos. Para el autor inglés esta práctica resulta perniciosa tanto para la
moral como para las costumbres de los reclusos: “Se encierra a los presos juntos, sin establecer ninguna distinción: deudores y malhechores, hombres y
mujeres, jóvenes delincuentes novatos y delincuentes empedernidos […] Durante el día en pocas cárceles se separa a los hombres y mujeres. En algunos
condados la cárcel también se utiliza como correccional; en otros, estos establecimientos están contiguos y comparten un mismo patio. En estos casos el
delincuente menor aprende mucho de los delincuentes envilecidos. Hay prisiones donde se ven chicos de 12 a 14 años escuchando atentamente los relatos
de aventuras, éxitos, estratagemas y evasiones por parte de criminales de gran experiencia y largo historial.”

Producto de lo anterior, el filántropo convertido en inspector de prisiones reflexiona sobre la necesidad de distribuir a los internos según su condición procesal
y penal, proponiendo para ello la separación en células; esto es, que cada interno disponga de su celda individual, separado de los demás prisioneros y que,
a través del silencio, la reflexión y la educación pedagógica y moral, se logre su rehabilitación. Se trata de una propuesta que tiene sus orígenes en las celdas
de los antiguos monasterios medievales y en las ideas religiosas sobre la necesidad de la introspección y los exámenes de conciencia como herramientas
para reconocer los errores que se han cometido y remediarlos. Para Howard se trata de una necesidad imperiosa, puesto que: “…es una verdadera atrocidad
destruir en las cárceles la moral, la salud y (como sucede a menudo) la vida de quien la justicia condena únicamente a trabajos forzados y corrección […] en
medio de la ociosidad y la inmundicia, padeciendo hambre y con compañeros ya muy influidos por esta educación.”
El instrumento para llevar a cabo estos ideales será la arquitectura, que a través de nuevos diseños y propuestas intenta plasmar materialmente los nuevos
conceptos en seguridad, administración, distribución e higiene.  La influencia del autor de El Estado de las prisiones en Inglaterra y Gales se percibe ya en
1779, cuando es llamado a participar en el Acta Parlamentaria sobre Establecimientos Penitenciarios de su país, que tiene por objetivo la construcción de
nuevos y modernos establecimientos penales e ir reemplazando, en muchos casos tipos de delito, la pena de muerte y la deportación por la reclusión. En
este momento Howard aprovecha para dar a conocer los lineamientos arquitectónicos y administrativos más ventajosos que ha observado en sus viajes,
incluyendo la idea de reclusión celular.
El filántropo inglés continuará posteriormente con su labor de visitar establecimientos carcelarios y denunciar las irregularidades que en ellas ocurren, pero
ahora extendiendo sus viajes por toda Europa. Así, en 1778 termina un periplo en el que visita los establecimientos carcelarios de Prusia y Austria. En 1780,
inspecciona las cárceles italianas; en 1781, recorre los establecimientos de Holanda y algunos de Dinamarca, Suecia y Rusia; y en 1783, arriba a las cárceles
de Portugal y España, pasando a su regreso a Inglaterra por Francia, Flandes y nuevamente por Holanda. De esta forma, el autor va dando cuenta de las
mejoras que encuentra en cada país y su posible aplicación a distintas realidades carcelarias.

Es así como a través de las nociones de Beccaria y Howard se va configurando una nueva concepción del castigo, en la que el encierro aparece cada vez
más como la mejor opción para rehabilitar a los delincuentes y reinsertarlos en el medio social. Surge de esta manera la Penitenciaría, un nuevo paradigma
de construcción, en el que se acentúa por una parte la responsabilidad de la sociedad con sus prisioneros y delincuentes; y por otra, el ideal de la penitencia
y el arrepentimiento como los caminos esenciales para superar el estigma del delito: “La prisión se convierte en un lugar de penitencia, a medio camino entre
el mundo de los pecadores o delincuentes y el hombre redimido, transformado en otro arrepentido.”
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Primeros esbozos en la arquitectura de prisiones.

La reforma penal y penitenciaria que impulsan los autores anteriormente señalados tiene quizás su mayor impacto en las propuestas para la creación de
nuevos establecimientos penales que ven la luz a finales del siglo XVIII y principios del XIX en Europa. Por esta época los diseños arquitectónicos aplicados
a prisiones comienzan a exhibir varias características: en primer lugar, como se ha destacado anteriormente, corresponden a la concretización de propuestas
en seguridad, inspección y distribución avanzadas por humanistas, filántropos y filósofos, entre ellos el mencionado John Howard. De esta manera los
autores de estos proyectos, en conjunto con arquitectos y dibujantes, combinan los ideales racionalistas del período en una expresión práctica: los edificios
penitenciarios. Otro ejemplo de este trabajo multidisciplinario es la obra del filósofo y jurista inglés Jeremy Bentham El Panóptico.
Además, y partir de la obra de John Howard, comienza un movimiento de producción de textos de arquitectura enfocados particularmente en la construcción
de establecimientos de reclusión. La importancia de estas obras es que van dando a conocer los principales lineamientos en cuanto a diseño, forma,
distribución espacial y función que permiten que la Penitenciaría aparezca como una tipología específica en los proyectos edilicios del periodo, diferenciada
de las construcciones de propósitos múltiples que se utilizaban hasta ese momento.

Por ejemplo, en una publicación de 1820 pueden encontrarse una serie de propuestas para la administración de establecimientos penitenciarios, entre las
que se destaca que: “Los mayores requisitos que una buena prisión debe poseer son los medios de seguridad, de inspección, de clasificación, de empleo
continuo de los internos, de entregar comida y abrigo, instrucción religiosa y moral, espacio para ejercicio y salubridad, separación y atención a los enfermos.”
Otro ejemplo de este tipo de trabajos es Remarks on the form and construction of Prisons: with aproppiate designs (Elementos sobre la forma y construcción
de prisiones: con diseños apropiados) publicado en 1826 y cuyo principal objetivo es servirle de guía a los arquitectos al momento de construir una prisión,
presentando las mejores experiencias del periodo sobre esta temática; y también puede mencionarse la obra del arquitecto francés Louis-Pierre Baltard,
Architectonographie des Prisons, que ve la luz en 1829. De esta manera se desarrolla cada vez más la idea de que las funciones que cumple una cárcel o
penitenciaría se verán beneficiadas u obstaculizadas por el diseño arquitectónico de la misma.
Unido a lo anterior, van surgiendo en diferentes países una serie de sociedades benéficas que tienen como objetivo promover la seguridad, la disciplina y las
nociones humanitarias del periodo en las cárceles. Una de ellas, por ejemplo, es la Philadelphia Society for Alleviating the Miseries of Public Prison (Sociedad
de Filadelfia para aliviar las Miserias de las Prisiones Públicas) fundada en 1787 y que pone en marcha la Penitenciaria de Eastern State, en Filadelfia,
Estados Unidos. La cuestión sobre la rehabilitación de los internos y el penitenciarismo cobra tal relevancia en la primera mitad del siglo XIX que muchos
gobiernos organizan verdaderas expediciones de carácter científico para visitar aquellas prisiones que se consideran como las más eficientes del periodo.
Entre estos viajeros, que en cierta manera imitan la labor de Howard en el siglo XVIII, se destacan los franceses Alexis de Tocqueville y Gustave de
Beaumont, que en 1831 viajan a Estados Unidos para estudiar su sistema penitenciario y evaluar su eventual aplicación en Francia, editando en 1833 su
obra Systéme pénitentiaire aux Etats-Unis et de son application en France (El sistema penitenciario de Estados Unidos y su aplicación en Francia); y también
el escritor y botánico español Ramón de la Sagra, quien en 1843 publica en Madrid su Atlas carcelario o colección de láminas de las principales cárceles de
Europa y América, luego de haber visitado los establecimientos penales de estos países. Con lo anterior, se aprecia la importancia que va adquiriendo el área
de la arquitectura penitenciaria, concebida como coadyuvante de la reforma penal y humanista de las prisiones.

Definiendo modelos.

Como ya se ha destacado, en la primera mitad del siglo XVIII no existe un modelo de construcción para prisiones individual y específico, sino que más bien
se utilizan edificios de planta rectangular u otros inmuebles que ya no cumplen su función original. Esta configuración intuitiva presenta, sin embargo, algunos
ejemplos interesantes, como la prisión de Gante, en Flandes, descrita en la obra de John Howard. Se trata de un edificio de planta octogonal, en el que se
han dispuesto las celdas de los internos rodeando un patio central, desde el cual los guardias podían realizar sus labores de vigilancia. Este establecimiento,
construido en 1773 por el arquitecto Montfesson, ha sido destacado como el catalizador de las preocupaciones arquitectónicas en las prisiones, tal como
destaca Norman Johnston: “Arquitectónicamente, Gante puede considerarse como la primera institución penal a gran escala en la que se hizo un esfuerzo
consiente por que la arquitectura ayudara a la filosofía del tratamiento. “A partir de esta visita, Howard destaca las cualidades de la inspección continua y
centralizada de los internos; esto es, que los vigilantes se preocupen en todo momento de cautelar la situación de los presos desde una posición central
ventajosa, que al mismo otorgue una visual panorámica del establecimiento. De esta forma la sociedad, a través de los guardias, pasaba a un rol activo en el
desarrollo reformador de los reos, dejando atrás las oscuras mazmorras del pasado: “La inspección constante se convertirá en la condición sine qua non de
un buen diseño y administración carcelarios, el mecanismo mediante el cual el ambiente de la prisión podía ser liberado de sus antiguos abusos y las
prisiones protegidas de la corrupción y los malos comportamientos.”
Pero no es hasta que se comienzan a producir textos en esta materia y a intercambiar ideas sobre las mejores propuestas de construcción, que la
arquitectura aplicada a prisiones genera dos modelos plenamente característicos. En primer lugar, se destaca el modelo radial, propuesto por el arquitecto
inglés John Haviland para la penitenciaria de Eastern State de Filadelfia. En este caso, el diseño consiste en siete edificios, donde se encuentran las celdas,
que convergen como radios o alas en una estructura circular central, desde el cual los guardias del recinto pueden realizan la vigilancia centralizada del
mismo. En este caso, los tres primeros radios que se construyen corresponden a edificios de un piso, con cuarenta celdas cada uno. Los cuatro siguientes
radios se construyen de dos pisos, y cada celda posee calefacción central, agua potable, un retrete y una abertura en su parte superior abovedada para dejar
entrar la luz. De esta manera se mejoraba ostensiblemente el orden, la limpieza y los regímenes de administración y seguridad internos del establecimiento.

El modelo radial se transforma rápidamente en una sensación, puesto que su disposición en radios facilita las labores de vigilancia y control de los internos,
además de fortalecer la idea de inspección y la seguridad de los funcionarios, al permitir que la vigilancia se realice desde la estructura circular central hacia
los radios o pasillos en cada edificio. Asimismo, como cada interno tiene su celda, los guardias pueden inspeccionarlos individualmente, a través de
pequeñas aberturas en las puertas de las celdas. Esto último también facilita las labores de separación y distribución de los internos, permitiendo que se
desarrollen programas específicos según tipo de delito o la situación de cada ofensor.

Países como Francia y España envían a arquitectos e investigadores para analizar el régimen y el diseño arquitectónico aplicado en la penitenciaría de
Eastern State. En 1837, se recomienda la implementación de este sistema en Gran Bretaña, ordenándose la construcción de la prisión de Pentonville, en
Barnsbury, Londres, la que es completada en 1842, con diseños del arquitecto Joshua Jebb.
El segundo diseño característico del periodo es el propuesto por el filósofo inglés Jeremy Bentham, en su obra El Panóptico, publicada en 1791. Si bien
nunca se construye un establecimiento con las mismas características que propone el autor, sus principios de inspección, control y vigilancia de los internos
se extienden universalmente por casi todas las construcciones penitenciarias del periodo. El Panóptico consiste en una construcción circular, en la que las
celdas de los internos se encuentran dispuestas en la circunferencia, divididas por tabiques que, a la manera de radios, confluyen angostándose hacia el
centro del edificio. En este punto se encuentra una torre en la que habitan los guardias, la que está equipada con diversos mecanismos e ingenios para evitar
que los presos puedan comprobar su real presencia. Así, el principal objetivo de este diseño es que los inspectores puedan vigilar sin ser vistos, y que la sola
idea de su presencia, que no puede ser comprobada por los convictos, genere en ellos una sensación de control y disuasión.
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El autor destaca su intención en estos términos: “Si fuéramos capaces de encontrar el modo de controlar todo lo que a cierto número de hombres les puede
suceder; de disponer de todo lo que les rodea a fin de causar en cada uno de ellos la impresión que quisiéramos producir; de cerciorarnos de sus
movimientos, de sus relaciones, de todas las circunstancias de su vida, de modo que nada pudiera escapar ni entorpecer el efecto deseado, es indudable
que un medio de esta índole sería un instrumento muy potente y ventajoso”.
Se trata, por lo tanto, de una expresión absoluta y extrema de las ideas de vigilancia e inspección que se venían desarrollando desde la segunda mitad del
siglo XVIII, en el que, gracias al diseño edilicio y los mecanismos ideados por el autor, se crea en los internos la sensación de estar siendo siempre
controlados, al punto que en aquellos momentos en que el inspector se ausente o cuando sean finalmente liberados y se integren al medio social, terminen
autocontrolándose. Michel Foucault destacará esta idea de la siguiente manera: “De ahí el efecto mayor del Panóptico: inducir en el detenido un estado
consiente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder. Hacer que la vigilancia sea permanente en sus efectos, incluso
si es discontinua en su acción.”
Con el paso del tiempo, los principios de vigilancia y seguridad que Bentham intenta transmitir a través de su Panóptico se convierten en una especie de
paradigma carcelario que cautiva a arquitectos, políticos y reformadores: “Las ideas [de Bentham] se volvieron muy influyentes. Aunque se construyeron
muchas prisiones con disposición central, algunas declarando ser Panópticas, con sólo una excepción [la de Edinburgh], ninguna lo fue. Les faltaba esa
asimetría total de poder que era una característica esencial. Los internos podían ver y escucharse entre ellos, podían ver a los inspectores, o había períodos
cuando podían escapar la vigilancia.” En el caso de las penitenciarías de conformación radial, esta asimetría total no está presente. Junto con esto, los
vigilantes deben acceder físicamente a cada celda, y por medio de una mirilla observar al recluso, repitiendo este proceso para cada celda, lo que se
diferencia totalmente de la idea central del Panóptico: poder observarlo todo desde una posición central, al tiempo que no se pueda devolver esa mirada.
Probablemente, la principal limitante del diseño de Bentham sea que la capacidad para internos en un establecimiento circular es inversamente proporcional
al poder de inspección; esto quiere decir que mientras más celdas se construyan, más debe agrandarse la circunferencia y, por lo tanto, alejarse
progresivamente de la torre de vigilancia. Por este motivo se privilegiaron en Europa y América los diseños carcelarios radiales, que en muchos casos podían
expandirse sin perder sus niveles de seguridad, puesto que en ellos prima la idea de las celdas individuales.

Sin embargo, cabe destacar que la propuesta de vigilancia tan completa del modelo de Bentham no podría conseguirse del todo en el modelo radial:
“Observe usted, que, si el punto más importante en este plano es que los individuos sometidos a vigilancia se sientan constantemente vigilados, o al menos
piensen las posibilidades de estarlo, de ningún modo es el único. Si lo fuera, esta misma ventaja se podría lograr o casi, con edificios de diferente forma. Lo
verdaderamente importante aquí es el hecho de que, durante la mayor parte posible del tiempo, cada individuo esté realmente bajo vigilancia.” Otro autor
destaca los siguiente: “Los varios países de Latinoamérica, hasta ahora, han construido pocas prisiones, con una o dos excepciones, con disposición central.
Estas primeras estructuras, usualmente construidas en, o cerca de, la capital, fueron casi siempre radiales, reflejando una influencia directa, ya sea de Norte
América, Gran Bretaña o Europa.” Esta idea es fundamental, ya que ilustra una de las principales diferencias entre el modelo Panóptico y el diseño radial
mencionado anteriormente; en este último, por la disposición de los edificios o calles en radios, los inspectores deben desplazarse por las galerías,
observando individualmente cada celda. En el Panóptico de Bentham, al menos en teoría, el inspector podría, al girarse en su torre, obtener una visión de
360º y vigilar a todos los internos, al mismo tiempo.
Es interesante también mencionar la influencia que estas nociones arquitectónicas adquieren en América del Sur, especialmente en la primera mitad del siglo
XIX, cuando muchos países, entre ellos Chile, se encuentran en pleno proceso de independencia y la reforma penitenciaria de Europa se percibe como un
ideal modernista: “El penólogo norteamericano Negley Teeters, al realizar una extensa gira por las penitenciarías de Sudamérica a mediados del siglo XX,
viendo que en varios países se designaban con ese nombre [Panópticos] las penitenciarías radiales (Bogotá, Quito, La Paz, Lima) afirmaba: “Pese a que
todas esas penitenciarias son llamadas, en la mayoría de los países, Panópticos, siguiendo la creación del fantástico alarde de Jeremy Bentham, en toda
Sudamérica no existe un panóptico real… desde la Penitenciaría de Santiago construida en 1843… hasta la de La Paz, terminada en 1896, encontramos la
clara influencia de la Penitenciaría de Filadelfia. Todas ellas son variantes arquitectónicas del divinamente inspirado sistema de los reformadores de
Filadelfia.”

Nuevas técnicas de investigación criminal.

La influencia de estos dos modelos arquitectónicos en el tratamiento penitenciario posibilita la introducción de una serie de técnicas que van transformando la
penitenciaría en una suerte de laboratorio conductual, en el que los presos se convierten en los sujetos de estudio. Así, desde finales del siglo XVIII, se
experimenta con diferentes sistemas de administración, entre ellos los llamados Filadélfico y de Auburn, en los que se van alterando los regímenes de trabajo
y las posibilidades de comunicación entre los internos; todo esto, con el objetivo de mejorar sus posibilidades de rehabilitación a través de la introspección y
el silencio, al tiempo que se intenta comprender mejor la mente y la disposición al crimen.
De esta manera, el surgimiento de la arquitectura penitenciaria como un área del saber específica, y la configuración misma del nuevo paradigma
penitenciario de la redención a través de la penitencia, abren el camino a un conjunto de nuevas técnicas de investigación de la delincuencia y los criminales.
En este sentido, los nuevos modelos de construcción radial y panóptica cumplen un papel esencial, puesto que posibilitan un mejor control y distribución de
los internos, al tiempo que se mantienen la seguridad del recinto y de quienes trabajan en él: “Las nuevas prisiones actuaron como catalizadoras de una
visión clínica, “científica”, de los problemas sociales, proveyeron del campo experimental para las nuevas ciencias del crimen y el castigo (criminología y
penología), y fueron pioneras en las intervenciones profesionales que redefinieron las relaciones entre el estado y las clases sociales inferiores.” Aparece
también, a mediados del siglo XIX, la impronta de la ciencia criminalística, que, a través de la antropometría, y luego la utilización de impresiones dactilares,
facilita las labores de filiación y clasificación de los internos; también, surge la escuela de criminología positivista, que intenta encontrar una tipología criminal
común a través de las características físicas y biológicas de los delincuentes.

Van apareciendo entonces, y asociadas a las prisiones, distintos departamentos de clasificación y estudio asociados a los delincuentes, todo lo que se hace
posible gracias a los nuevos diseños arquitectónicos. En Chile, por ejemplo, el Dr. Israel Drapkin crea en 1936 el Instituto de Criminología, ubicado dentro de
la Penitenciaría de Santiago; esta última construida en 1843 según el diseño radial de la Penitenciaría de Filadelfia, en Estados Unidos. El Dr. Drapkin
escribe: “…debemos agregar que la clínica criminológica, o sea, el estudio del delito, la clasificación del delincuente y la determinación de su índice de
peligrosidad, se hace dentro de los establecimientos penales o establecimientos de readaptación, como sería más adecuado llamarlos, en organismos
técnicos especiales, generalmente conocidos con el nombre de Institutos de Criminología.” Los métodos de investigación de estos organismos, que de
acuerdo al autor son los mismos que posee toda ciencia positiva, contemplan la utilización de fichas en las que se registran todos los antecedentes útiles
para el estudio de cada delincuente, entre ellos: particularidades y características del delito, antecedentes del delincuente, exámenes médicos y psicológicos
con especial énfasis en la posibilidad de enfermedades hereditarias- , examen antropológico tipo morfológico, cefálico y torácico del sujeto , y marcas o señas
características, entre otros. A través de lo anterior se puede apreciar el avance de la investigación criminal, que desde los aportes de Beccaria, Howard y
Bentham avanza en conjunto con el desarrollo arquitectónico de los penales, en una relación que se mantiene hasta hoy, pero que no ha sido estudiada a
cabalidad.
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Finalmente, podría argumentarse que en cierta forma las nociones de separación celular, distribución en clases y clasificación según condición procesal y
penal aparecen, al menos en los autores ilustrados como Bentham, como un intento de aplicar el rigor y la lógica científica al fenómeno social de la
delincuencia y la cárcel, como una panacea del poder restaurador de la racionalidad positiva frente al caos de las relaciones humanas; y en este sentido se
trata de una concepción en sintonía con el pensamiento de autores como Auguste Compte, que proponen que el mayor bienestar social e individual sólo
podría alcanzarse a través de las metodologías científicas, la experimentación y la investigación.

Sin embargo, la crítica moderna, particularmente en el filósofo Michel Foucault, ha visto en estos esfuerzos el reflejo de una sociedad cada vez más
normalizadora y disciplinante, en especial con aquellos que han transgredido alguna de sus reglas; y en los reformadores, a verdaderos Linneos de las
ciencias sociales: “…ordenamiento espacial de los hombres; taxonomía, espacio disciplinario de los seres naturales […] Bajo la forma de la taxonomía, tiene
como función caracterizar (y por consiguiente reducir las singularidades individuales) […] Es la condición primera para el control y el uso de un conjunto de
elementos distintos: la base para una microfísica de un poder que se podría llamar celular.”

Consideraciones finales.

La reforma penal que se produce en Europa a finales del S. XVIII se relaciona con una serie de sucesos históricos que llevan a un replanteamiento de los
sistemas punitivos de la época, eminentemente castigadores, autoritarios y desiguales, hacia una visión más humanista y democrática del derecho y de las
penas. Con este cambio se esperaba promover la dignidad del hombre y las posibilidades de regenerar a quienes han transgredido una norma jurídica; esto
último, con el objetivo de reincorporarlos a la sociedad como ciudadanos provechosos y útiles. Entre los hechos históricos que posibilitan este movimiento
reformador se puede mencionar la Revolución Francesa y el desarrollo del sistema legal de los Estados Unidos.
Pero el impacto de estas reformas no habría sido tan considerable de no haberse apoyado en nuevos modelos de construcción carcelaria, que resultan
instrumentales para la concretización de propuestas que hasta el momento permanecían solamente en el ámbito de las teorías filosóficas. Desde las ideas de
Beccaria y Howard, pasando por los proyectos de pensadores o arquitectos, se aprecia un profundo movimiento restaurador en el ámbito de las prisiones,
que con el paso del siglo abarca al delincuente y luego las causas de la criminalidad y su prevención. En este sentido es interesante destacar cómo la
preocupación por la cuestión de la delincuencia y la situación de las cárceles trasunta los distintos ámbitos de las sociedades de la época, ya que involucra a
pensadores ilustrados, humanistas, arquitectos y políticos. Y en el caso de la arquitectura, los modelos como el Panóptico se extienden incluso a otras áreas
de la comunidad, como los hospitales, las escuelas, las industrias y los sanatorios.

Por este motivo, analizar la historia de la relación entre las reformas del siglo XVIII y el surgimiento de la arquitectura penitenciaria, es analizar también el
nacimiento de los distintos programas y técnicas para el entendimiento del delincuente y el delito, movimiento que llega hasta nuestros días, a través de la
antropología, la sociología, la psicología, la criminología y la criminalística.

2.1.1 El Hospital de San Michelle.

En el siglo XVIII, es cuando se encuentra en Europa las dos primeras manifestaciones de establecimientos penitenciarios propiamente dichos, es decir, de
lugares construidos específicamente para servir de prisión. Los primeros fueron el hospicio de San Michele en Roma (Italia) en 1704 y la prisión de Gante
(Bélgica) en 1773. 

Edificio de San Michele fue diseñado para que fuera posible conciliar la separación nocturna de los presos y el trabajo en común diurno, y en la prisión de
Gante los distintos pisos se encontraban rodeados de una hilera de celdas, dormitorios, comedores, salas, almacenes y talleres en los que los presos
pudieran trabajar. El trabajo, que era de muy variada naturaleza (cardar, hilar, tejer, hacer zapatos, trajes, etc.), se efectuaba en común, permaneciendo cada
preso aislado en su celda durante la no

Clemente XI en el año 1703 hizo un ensayo de sistema penitenciario en el hospital de San Michele, formando una cárcel para niños delincuentes ajustada
al sistema celular con aislamiento e instrucción. Durante el antiguo Derecho las cárceles eran empleadas para recluir a los condenados donde éstos debían
cumplir sus penas. Así se erigió una en el centro de la Ciudad, en el Foro por el rey Anco Marcio (siglo VII AC) y más tarde fue ampliada por el rey Tulio
Hostilio (670-620 A.C.) y se llamó "Latomia" (Tullianium). Era una especie de subterráneo o lugar secreto que sirvió para poner freno como dice Cicerón, al
crecido número de delitos. El historiador romano Salustio Crispo describe este subterráneo diciendo que tenía más de cuatro metros de longitud.

El origen de la palabra “cárcel” lo encontramos del latín “coercendo” que viene a significar restringir o coartar, otros, piensan que su origen viene del hebreo
“carca”, que significaría meter una cosa. La palabra “prisión” proviene del vocablo latino “prehensio”, significando acción de retener. Sea como fuere, nuestro
concepto de cárcel es muy distinto al de otros tiempos, y es que entonces recibían también el nombre de mazmorras y calabozos.

En el 1704, se crea en Roma, el Hospicio de San Miguel, fundado por el Papa Clemente XI. Era también una casa de corrección de inválidos. Allí los reclusos
aprendían un oficio para trabajar en el día las puertas del Hospicio había un mensaje tallado en latín que traducido al español decía: es mejor someter con
disciplina a los buenos, que reprimir con penas a los malos. A pesar de su éxito inicial, el centro fue clausurado a finales del siglo XVIII.

2.1.2 La Prisión de Gante.

El sistema carcelario reformulado a partir del panoptismo tuvo una curiosa consecuencia pues con la idea de lograr reformar o resocializar o curar  al
individuo, ha logrado en realidad intensificar en muchos casos los comportamientos delictivos y sin embargo a pesar de su “ineficiencia” ha mantenido su
vigencia. Existe un abrumador consenso en el mundo jurídico en torno al fracaso de la prisión como ámbito de reeducación. Este fracaso lleva a pensar que
lo no dicho del sistema, lo no confesado pueda tener un peso mayor que lo declarado a la hora de implementarlo. La sociedad moderna no logra gestar una
instancia superadora desde el punto de vista ético ni pragmático, aunque supuestamente lo ha intentado por ejemplo por medio de la declarada
“medicalización” positivista del derecho penal en el siglo XX.
DIPLOMADO EN CIENCIAS PENALES.

Se diseñó a partir de fines del siglo XVIII una arquitectura de la vigilancia con un ojo siempre controlando, combinando la supervisión moral y social en un
espacio cerrado que de por sí no representa las condiciones sociales en las cuales luego se deba reinsertar el condenado. Sin embargo, asistimos en el
capitalismo y en la sociedad posmoderna a un creciente panoptismo de la sociedad en donde se difumina el deslinde entre lo público y lo privado y se
demanda el control de nuestras vidas en general en función de conservar nuestra seguridad. La prisión es para M. Foucault la imagen de la sociedad, su
imagen invertida, transformada en amenaza, como proyecto de transformación de los individuos, el fracasado proyecto de transformar “delincuentes” en
gente “honesta” por medio del padecimiento carcelario.

Foucault rastrea la génesis del panoptismo en el filósofo inglés Jeremy Bentham nacido en Londres en 1748, quien formuló su primera ley de la ética,
llamada principio de interés según el cual el hombre se rige siempre por sus propios intereses, los cuales aparecen al buscar el placer y procurar eludir el
dolor. Este principio de interés debe entenderse como principio de la felicidad que procura buscar la mayor cantidad de felicidad para la mayor cantidad de
individuos. J. Bentham (1748-1832) impugnaba los principios políticos del contractualismo considerando al pacto como una ficción. En el marco de este
utilitarismo, hedonista, anticontractualista es que formula la concepción del panoptismo. En una seria de cartas escritas desde Rusia en 1787 describe los
nuevos principios de la construcción por medio del cual las personas en prisiones, fábricas, lazaretos, hospitales, escuelas, etc., son mantenidas bajo
vigilancia. Inspirado por una obra ingenieril de su hermano Samuel Bentham (1757-1831) quién se había trasladado a Rusia trabajando al servicio del
Príncipe Potemkin y de Catalina la Grande, entiende que es posible diseñar una arquitectura funcional a la idea panóptica para vigilar a las personas mientras
se educan, trabajan, se curan, son tratadas por enfermedades mentales o son encarceladas. Como adelantamos estos edificios deben ser circulares, con
celdas individuales, ocupando el inspector vigilante una posición central, lo cual requiere una mínima dotación que pueda ver sin ser vista con una reducción
sustancial de los costos dato significativo para el economista.
DIPLOMADO EN CIENCIAS PENALES.
Bentham aclara en la V Carta acerca de los puntos esenciales del plan, que la forma circular no es absolutamente esencial, por lo cual la geometría radial de
la cárcel de Ushuaia no siendo circular contiene sin embargo muchos elementos del panóptico. El filósofo inglés pretendía que las personas vigiladas
sintieran la presencia de la vigilancia en forma continua por medio de la omnipresencia del inspector logrando con este confinamiento custodiado el castigo y
la reeducación del condenado. El sistema propuesto demanda la casi total visibilidad de los individuos para la mirada centralizada. Las ideas de Bentham
contaba con algunos antecedentes como el caso del École Militaire de Paris construido en base al diseño de Ange Jacques Gabriel (1698-1782) bajo el
reinado de Louis XV obra que se inició en 1751 y en la cual algunos atisban elementos de panóptico sobre todo en los dormitorios de los cadetes y otro
ejemplo muy notable es la prisión de Gante en Bélgica reconstruida en 1773-1775 siendo la primera prisión de tipo radial con planta octogonal y patio central
de donde radiaban los pabellones. Una arquitectura que pretende facilitar la apropiación de los actos de los individuos por la autoridad, desde una posición
central en torno a la cual están las celdas alineadas tal como se observa en la imagen.

Ciudad de Gante.

La concepción antropológica de Bentham lo hace definir al hombre como un ser que anhela la felicidad, que hace prevalecer la propia estimación o la auto
preferencia en su obrar. Encuentra una propensión en la naturaleza humana, por la cual, con motivo de cada acto que ejecuta se ve inclinado a seguir la
línea de conducta que le brinde la máxima felicidad, siendo según su perspectiva la única causa eficiente de la acción, el interés individual. La existencia
misma de la especie dice Bentham, depende del establecido y casi ininterrumpido hábito de la auto preferencia. “Todos los alicientes son expectativas de
placer o de dolor. La fuerza con la que actúan todas estas expectativas sobre los sentimientos humanos varían según que difieran en: intensidad, duración,
certidumbre y proximidad. Estos son los cuatro elementos de valor que constituyen y miden la fuerza comparativa de todos los motivos humanos” nos dice J.
Bentham en la “La psicología del hombre moderno”. Cuando Bentham escribió el “Panopticon or the Inspection House” propiciaba una construcción que
permitiera inspeccionar, o sea vigilar a los internos. Lo notable es que la presentaba como una nueva idea sobre los principios de la construcción aplicable a
toda persona sujeta a inspección no sólo en las cárceles sino también en fábricas, lazaretos, hospitales, manicomios, escuelas, etc. Principios arquitectónicos
aplicables como adelantamos en forma indistinta a la educación, salud, castigo, etc., en donde a los individuos sólo se les podría permitir una tenue pantalla
por una consideración hacia su pudor, o sea viviendo ante el constante ojo vigilante de la autoridad considerando necesario que el vigilado sienta esa
vigilancia permanente con la omnipresencia del vigilador. La prisión es diseñada como un lugar de custodia y de labor, donde se aplica el confinamiento, el
castigo, la pretendida reforma del condenado y el trabajo productivo, donde los presos obran con la convicción de estar permanentemente vigilados, modelo
adoptado en gran medida para el presidio de Ushuaia.
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2.1.3 Benthan y el panóptico.


Carta del Señor Jeremy Bentham al Señor J. PH. Garran, Diputado

Ante la Asamblea Nacional.

Dover street, Londres, a 25 de noviembre de 1791

Por la próxima diligencia, me tomaré la libertad, señor, de mandaros el libro inglés titulado: el Panóptico, prometido en mi primera carta del actual. Remito
adjunto el resumen de dicha obra, que un amigo ha hecho en francés. Desearía obsequiarlo a la Asamblea para que allí se leyera, en el caso de que os
pareciese interesante; en fin, lo confío a vuestro juicio; y si tenéis algunos consejos que darme sobre este asunto, los aprovecharé con reconocimiento. En
cuanto al proyecto de que se trata, la convicción más íntima, sostenida por la opinión unánime de los que han tenido conocimiento de ello, me ha decidido a
no desatender nada para lograr su introducción. Francia, de todos los países aquel en donde una idea nueva se perdona más fácilmente con tal de que sea
útil, Francia, hacia la cual todas las miradas se dirigen y de la que se esperan modelos para todos los sectores de la administración, es el país que parece
prometer al proyecto que os envío su mejor oportunidad. ¿Os interesaría saber, señor, hasta qué punto ha llegado mi convencimiento sobre la importancia de
ese plan de reforma y sobre los grandes éxitos que de él pueden esperarse? Permítaseme construir una prisión con ese modelo, y yo seré carcelero de ella.
Veréis en dicha memoria que este carcelero no pide ningún salario y nada costará a la nación. Cuando más pienso en ello, más me parece que tal proyecto
es de aquellos cuya primera ejecución debería estar en manos de su inventor. Si en vuestro país se piensa lo mismo a este respecto, quizá no se vería con
malos ojos mi fantasía. Sea cual fuere la decisión, mi libro contiene las instrucciones más necesarias para quien de ello se encargase; y como dice ese
preceptor de príncipe, del cual habla Fontenelle, me he esforzado al máximo para volverme inútil.

PANOPTIQUE.

Señores: Si encontráramos una manera de controlar todo lo que a cierto número de hombres les puede ocurrir; de disponer de todo lo que esté en su
derredor, a fin de causar en cada uno de ellos la impresión que se quiera producir; de cercioramos de sus movimientos, de sus reacciones, de todas las
circunstancias de su vida, de modo que nada pudiera escapar ni entorpecer el efecto deseado, es indudable que en medio de esta índole sería un
instrumento muy enérgico y muy útil, que los gobiernos podrían aplicar a diferentes propósitos de la más alta importancia. La educación, por ejemplo, no es
sino el resultado de todas las circunstancias a las cuales un niño está expuesto. Cuidar de la educación de un hombre es cuidar de todas sus acciones; es
colocarlo en una posición en la cual se pueda influir sobre él como se desea, por la selección de objetos con los cuales se le rodea y por las ideas que en él
se siembran. Pero, ¿cómo un solo hombre puede bastarse para vigilar perfectamente a un gran número de individuos? Y aún ¿cómo un gran número de
individuos podría vigilar perfectamente a uno solo? Si admitimos, y no es para menos, una sucesión de personas que se releven, ya no hay unidad en sus
instrucciones ni continuación en sus métodos. Habrá, pues, que convenir fácilmente que una idea tan útil como nueva sería la que diese a un solo hombre un
poder de vigilancia que, hasta ahora, ha sobrepasado las fuerzas reunidas de un gran número de personas. Este es el problema que el señor Bentham cree
haber resuelto por medio de la aplicación sostenida de un principio muy sencillo. Y entre tantos establecimientos a los cuales podría aplicarse ese principio
más o menos ventajosamente, las prisiones le han parecido que merecen captar primero la atención del legislador. Importancia, variedad y dificultad son las
razones de esta preferencia. Para realizar la aplicación sucesiva de tal principio a todos los otros establecimientos, no se tendría más que despojarlo de
algunas de las precauciones que él exige. Introducir una reforma completa en las prisiones; cerciorarse de la buena conducta actual y de la enmienda de los
reos; determinar la salud, la limpieza, el orden, la industria en esos alojamientos hasta ahora infectados de corrupción moral y física; fortificar la seguridad
pública, disminuyendo el gasto en vez de aumentarlo, y todo esto con una simple idea de arquitectura, tal es el objeto de su obra. El resumen que vamos a
someter a la consideración de ustedes está sacado del original inglés que no ha sido todavía hecho público, y será suficiente para que se pueda juzgar sobre
la naturaleza y eficacia de los medios que se empleen en él. ¿Qué debe ser una prisión? La permanencia en un sitio donde se priva de la libertad a individuos
que han abusado de ella, para prevenir nuevos crímenes de su parte y para disuadir a otros mediante el terror del ejemplo. Es, además, una casa de
corrección en donde hay que proponerse reformar las costumbres de los individuos detenidos, a fin de que su regreso a la libertad no sea una desgracia, ni
para la sociedad ni para ellos mismos. Los más grandes rigores de las cárceles, los grilletes, los calabozos, sólo se emplean para asegurar a los prisioneros.
En cuanto a la reforma, por lo general se la ha descuidado, ya sea por una total indiferencia, ya sea por la desesperación en lograrla. Algunas tentativas de
esa índole no han resultado felices. Algunos proyectos fueron abandonados por requerir inversiones considerables. Las prisiones han sido hasta ahora
lugares infectos y horribles, escuelas de todos los crímenes y amontonamiento de todas las miserias, lugares que sólo podían ser visitados con temblor,
porque un acto humanitario era algunas veces castigado con la muerte, y cuyas iniquidades serían aún consumadas en un profundo misterio si el generoso
Howard, muerto como mártir tras haber vivido como apóstol, no hubiese despertado la atención pública hacia la suerte de esos desdichados, abandonados a
todo tipo de corrupciones por la despreocupación de los gobiernos. ¿Cómo establecer un nuevo orden de cosas? ¿Cómo asegurarse, una vez establecido,
de que no degenere? La inspección: he ahí el único principio para establecer el orden y para conservarlo; pero una inspección de un nuevo género, que
acelera la imaginación antes que excitar los sentidos; que pone a centenares de hombres bajo la dependencia de uno solo, dando a este solo hombre una
especie de presencia universal en el recinto de su dominio.

Construcción del Panóptico.

Una penitenciaría de acuerdo con el plano que a ustedes se propone sería un edificio circular, o más bien dos edificios encajados uno en otro. Los aposentos
de los presos formarían el edificio de la circunferencia con una altura de seis pisos. Se les puede representar como celdas abiertas del lado interior, porque
un enrejado de hierro poco macizo las expone por entero a la vista. Una galería en cada piso establece la comunicación; cada celda tiene una puerta que da
a dicha galería. Una torre ocupa el centro: es la vivienda de los inspectores; pero la torre sólo tiene tres pisos porque están dispuestos de modo que cada uno
domine en pleno dos pisos de celdas. A su vez, la torre de inspección está circundada por una galería cubierta con una celosía transparente, la cual permite
que la mirada del inspector penetre en el interior de las celdas y que le impide ser visto, de manera que con una ojeada ve la tercera parte de sus presos y, al
moverse en un reducido espacio, puede ver a todos en un minuto. Pero, aunque estuviese ausente, la idea de su presencia es tan eficaz como la presencia
misma. Unos tubos de hojalata van de la torre de inspección a cada celda, de modo que el inspector, sin ningún esfuerzo de la voz, sin moverse, puede
avisar a los presos, dirigir sus trabajos y hacerles sentir su vigilancia. Entre la torre y las celdas debe haber un espacio vacío un pozo circular que impida a
los encarcelados efectuar cualquier atentado contra los inspectores. El conjunto de este edificio es como una colmena de la cual cada celda es visible desde
un punto central. El inspector invisible reina como un espíritu; pero ese espíritu puede, en caso necesario, dar inmediatamente la prueba de una presencia
real. Esa prisión se llamará panóptico, para expresar en una sola palabra su ventaja esencial: la facultad de ver, con sólo una ojeada, todo lo que allí ocurre.
Ventajas esenciales del Panóptico.
DIPLOMADO EN CIENCIAS PENALES.

La ventaja fundamental del panóptico es tan evidente, que existe el peligro de volverlo poco inteligible al quererlo demostrar. El hecho de permanecer
constantemente bajo la mirada de un inspector es perder, en efecto, la fuerza para obrar mal y casi la idea de desearlo. Una de las grandes ventajas
colaterales de este plan es la de poner a los subinspectores, a los subalternos de todo tipo, bajo la misma inspección que a los presos: no puede ocurrir nada
entre ellos que no sea visto por el inspector en jefe. En las cárceles ordinarias, un preso vejad9 por sus guardias no tiene ningún medio para recurrir a sus
superiores; si se le tiene olvidado o se le oprime, debe sufrir; pero, en el panóptico, la mirada del jefe está en todas partes; no cabe la tiranía subalterna ni las
vejaciones secretas. Los prisioneros, por su lado, no pueden insultar ni ofender a los guardias. Las faltas recíprocas son evitadas y, en la misma proporción,
los castigos se hacen escasos. Y eso no es todo: el principio panóptico facilita en extremo el deber de los inspectores de orden superior: magistrados y
jueces. En el estado actual de las penitenciarías, sólo con gran repugnancia ellos llevan a cabo una función tan contrastante con la limpieza, el gusto, la
elegancia de su vida ordinaria. En los mejores planos elaborados hasta hoy, donde los presos están distribuidos en un gran número de aposentos, es
necesario que un magistrado se los haga abrir uno tras otro, que se ponga en contacto con cada habitante, que les repita las mismas preguntas, que pase
días para ver superficialmente a algunos centenares de presidiarios; más, en el panóptico no hay necesidad de abrir las celdas, están todas abiertas ante sus
ojos. Una causa de repugnancia muy natural, para la visita de las prisiones, es la infección v la fetidez de esas moradas; de suerte que cuanto más necesario
sería visitarlas, más se las rehúye; cuanto más funestas son para sus habitantes, menos esperanzas tienen de obtener algún alivio; en cambio, en una
penitenciaría construida conforme a este principio, ya no hay repugnancia ni peligro. ¿De dónde podría originarse infección? ¿Cómo podría persistir? Se verá
más adelante que puede implantarse en ella tanta limpieza como la que existe en los barcos del capitán Cook o en las casas holandesas. Observen además
que, en las otras prisiones, la visita de un magistrado, por más inesperada, por más rápida que sea en sus movimientos, da suficiente tiempo como para
disimular el verdadero estado de las cosas. Mientras él examina una parte, se arregla otra; se dispone de tiempo para prevenir; amenazar a los presos y
dictarles las respuestas que deben dar. En el panóptico, en el instante mismo en que el magistrado llega, la escena entera se desenvuelve ante su vista.
Habrá también curiosos, viajeros, amigos o familiares de los presos, conocidos del inspector y de otros oficiales de la prisión que, animados todos por
motivos diferentes, vendrán a reforzar el principio saludable de la inspección y vigilarán a los jefes, del mismo modo como los jefes vigilan a todos sus
subalternos. Esa gran corriente del público perfeccionará todos los establecimientos sometidos a su vigilancia y penetración.

Detalles sobre el Panóptico.

La obra inglesa pormenoriza todos los detalles necesarios para la construcción del panóptico. El autor se entregó a infinitas búsquedas sobre todos los
grados de perfeccionamiento que era posible dar a un edificio de tal índole. Consultó a arquitectos; aprovechó todas las experiencias de los hospitales; nada
desatendió para adaptar a su plano los inventos más recientes, con absoluta independencia de que la unidad del panóptico y su forma particular hubieran
propiciado desarrollos totalmente nuevos de varios principios arquitectónicos y de economía. Pero esta parte de la obra, que abarca un volumen, no se presta
a un resumen. No es por esos detalles que debe juzgarse el plano del panóptico. Si se aprueba el princípio9 fundamental, se estará en seguida de acuerdo
con los medios de ejecución. Sin embargo, de ese volumen entresacaremos algunas observaciones sueltas que ayuden a captar toda la utilidad que se
puede obtener de este nuevo sistema. El primer punto es la seguridad del edificio contra las maquinaciones internas y contra los ataques hostiles del exterior.
La seguridad interior está perfectamente establecida, ya sea por el mismo principio de la inspección, ya sea por la forma de las celdas, y también por la
estrechez de los pasajes, y mil precauciones absolutamente nuevas que deben quitar la idea a los presos de una posible infección o de cualquier proyecto de
fuga. No se elaboran proyectos cuando no se vislumbra ninguna posibilidad de llevarlos a cabo; los hombres se adaptan naturalmente a su situación, y un
sometimiento forzado conduce poco a poco a una obediencia maquinal.

La seguridad del exterior está garantizada por un tipo de fortificación que da a esa plaza toda la fuerza que debe oponer a una revuelta momentánea y a un
movimiento popular; sin hacer de ella una fortaleza peligrosa, es capaz de resistir todo, salvo el cañón. Los detalles son tantos que es necesario remitir al
texto original; sin embargo, debemos señalar aquí una nueva idea. Enfrente de la entrada del panóptico habrá, a lo largo del gran camino, un muro de
protección que servirá de refugio para todos los que quieran guarecerse, en caso de ataque a la prisión, y salir sin mezclarse en esa hostilidad. De modo que,
al defender la casa, ya no se correría el riesgo de una matanza desconsiderada, ni de imponer penas al inocente junto con el culpable, porque sólo los
malintencionados cruzarían la avenida separada del público por ese muro de protección. Además, se reitera que esa prisión no será nunca atacada,
precisamente porque no hay esperanzas de éxito en el embate. La humanidad quiere evitar esos hostigamientos, haciéndolos impracticables; la crueldad se
une a la imprudencia cuando se implementan instrumentos de justicia tan débiles aparentemente que invitan a los destructores a una audacia criminal. El
plano de la capilla sólo podría ser bien captado por medio de una extensa descripción. Baste decir aquí que la torre de los inspectores sufre, los domingos,
una metamorfosis por la abertura de las galerías, y que se transforma en capilla donde se recibe al público. Sin salir de sus celdas, los presos pueden ver y
oír al sacerdote que oficia. El autor responde a una objeción que se le ha hecho: que al exponer así a los encarcelados ante las mira-das de todo el mundo se
les insensibilizaba a la vergüenza y que de ese modo se perjudicaría el objetivo de la reforma moral. Esa objeción puede no ser de tanto peso como parece a
primera vista, porque la atención de los espectadores, dispersa entre todos los presos, no se concentra individualmente en ninguno. Además, encerrados en
sus ccl-das, acierta distancia, pensaran mas en el espectáculo que tienen ante sus ojos que en aquel cuyo objeté son ellos mismos. Y, por cierto, nada más
fácil que enmascararlos. Se expondrá a la vergüenza el crimen en abstracto, mientras que el delincuente quedará protegido. Respecto a los presos, la
humillación no será la punta desgarradora; en cuanto a los espectadores, la impresión de tal espectáculo será más bien reforzada que languidecida. Una
escena de esa naturaleza, sin acentuaría con tonalidades demasiado oscuras, es de tal carácter que impresionaría la imaginación y serviría poderosamente
al gran objetivo del ejemplo. Sería un teatro moral cuyas representaciones grabarían el terror del crimen. Es muy singular que la más horrible de las
instituciones presenta al respecto un modelo excelente. La inquisición, con sus solemnes procesiones, sus hábitos emblemáticos, sus aterradoras
decoraciones, había encontrado el verdadero secreto de conmover la imaginación y de hablar al alma. En un buen comité de leyes penales, el personaje más
esencial es aquel que está encargado de combinar el efecto teatral. Regresando al panóptico, no hay que olvidar que es la única ocasión en que los presos
deberán encontrarse con los ojos del público. En cualquier otro momento, los visitantes serán invisibles como los inspectores, y así no debe temerse que los
presos se acostumbren a desafiar las miradas y se tornen insensibles a la vergüenza. Una capilla pública es de máxima importancia en una penitenciaría
destinada al ejemplo; es además un medio infalible para asegurar la observación de todos los reglamentos relativos a la limpieza, a la salud y a la buena
administración del panóptico. La selección de los materiales para la construcción es tal que ofrece la mayor seguridad contra el peligro de un incendio: el
fierro, en todas partes donde se le pueda utilizar; nada de madera; el suelo de las celdas, si es de piedra o de ladrillo, debe estar recubierto de yeso, a fin de
que no haya intersticios donde se acumulen inmundicias ni gérmenes de enfermedades y, además, porque es incombustible. Howard, sin saber qué decisión
tomar para descartar inconvenientes, no quiere ventanas en las celdas, debido a que la perspectiva del campo distrae del trabajo a los presos; sólo deja una
abertura en lo alto, inaccesible a su vista, con un contraviento de madera para desviar la nieve y la lluvia. En absoluto les permite fuego, por los peligros a los
que quedaría expuesta la prisión, y cree atender la diferencia de las estaciones con la diferencia de la ropa. En el panóptico se multiplican las ventanas, ya
que con tantas precauciones no se teme la evasión de los presos y porque, incluso si se evadieran ante la mirada de los inspectores, tendrían aún que salvar
afuera una multitud de obstáculos muy poderosos. La multiplicación de las ventanas no sólo es un alivio necesario en el cautiverio, sino también en medio de
la salud y de industria, ya que existen muchos tipos de trabajo que requieren mucha luz y que es forzoso abandonarlos si no es posible sustraerse a las
variaciones del tiempo, lo cual se deja resentir necesariamente bajo una abertura hecha en lo alto de la celda. Quitar a un hombre su libertad no significa
condenarlo a padecer frío, ni a respirar un aire fétido. Las estufas utilizadas para calentar las prisiones tendrían varios inconvenientes, señalados en la obra
inglesa. Pero con un costo mínimo, se puede hacer que por las celdas pasen unos tubos que sean conductores de calor y, al mismo tiempo, sirven para
renovar el aire.

DIPLOMADO EN CIENCIAS PENALES.

Esta precaución, dictada por humanidad, se ajusta también a la economía, pues los presos podrán continuar sus labores sin interrupción. Otros tubos pueden
distribuir agua en todas las celdas. Se ahorrará mucho trabajo al servicio doméstico, y los presos no estarán expuestos a padecer por la negligencia o la
malicia de un oficial de prisión. Terminaremos aquí el extracto de esas observaciones generales sobre la construcción del panóptico. ¿Sería preciso traducir
todo para demostrar que la preocupación del autor se extendió a una multitud de objetos desdeñados? imposibles de tener en cuenta en las prisiones
ordinarias. El gran problema es dar a la aplicación del principio panóptico el grado de perfección de que es susceptible. Para eso es necesario lograr que
pueda extenderse a cada individuo entre los presos, a cada instante de su vida, y el autor las ha dado todas. Esta parte concierne cierra. Tal problema exige
una gran variedad de soluciones; y el autor las ha dado todas. Esta parte concierne sobre todo a los arquitectos, pero la administración interior de una casa
de esta índole es de la total incumbencia de los legisladores. Es el tema de la segunda parte de esta memoria.

Sobre la administración del Panóptico.

La administración de las penitenciarías es uno de los asuntos acerca de los cuales es muy difícil conciliar opiniones, pues cada hombre, según sus diferentes
disposiciones, prescribe distintas medidas de severidad o de indulgencia. Hay quienes se olvidan de que un preso, recluido por sus delitos, es un ser
sensible; otros sólo piensan en que su estado es un castigo; unos. quisieran quitarle todos esos pequeños placeres que pueden mitigar su miseria, mientras
que otros proclaman la inhumanidad de esa disciplina penitencial en todos sus aspectos. Voy a plantear algunos principios fundamentales que,
desgraciadamente, en su aplicación dejan todavía un campo demasiado amplio a la incertidumbre y a las opiniones contrarias, pero que tienen, al menos, la
ventaja de aclarar la cuestión y de poner a las personas que discuten en disposición de entenderse. Antes que nada, es necesario recordar siquiera
someramente los objetivos que toda institución de esa índole debe proponerse: desviar la imitación de los crímenes por el ejemplo del castigo; prevenir las
ofensas de los presos durante su cautiverio; mantener la decencia entre ellos, conservar su salud y la limpieza que es parte de ella; impedir su evasión;
proveerlos de medios de subsistencia para cuando salgan libres; darles las instrucciones necesarias, hacerles adquirir hábitos virtuosos, preservarlos de todo
maltratamiento ilegítimo; procurarles el bienestar que amerita su estado, sin ir contra la finalidad del castigo; y, en suma, obtener todo esto con medios
económicos, con una administración que busque el éxito, con normas de subordinación interna, que pongan a todos los empleados bajo la dirección de un
jefe y a este mismo jefe bajo los ojos del público; tales son los diferentes objetivos que se deben proponer en el establecimiento de una prisión. Los proyectos
pecan todos de exceso de severidad o de exceso de indulgencia, o de una exageración en los gastos, que lleva todo al fracaso. Las tres normas siguientes
serán de gran utilidad para evitar esos diferentes errores.

Normas de benevolencia.

La condición ordinaria de un preso condenado a trabajos forzados por largo tiempo no debe ir acompañada de sufrimientos corporales nocivos o peligrosos
para su salud o su vida.

Normas de severidad.

Salvo las consideraciones debidas a la vida, a la salud y al bienestar físico, un preso, que pasa por ese género de sufrimiento debido a faltas cometidas casi
siempre sólo por individuos de la clase más pobre, no debe gozar de condiciones mejores que las de los individuos de su misma clase que viven en un
estado de inocencia y de libertad.

Normas de economía.

Salvo lo relativo a la vida, a la salud, al bienestar físico, a la instrucción necesaria, a los ingresos futuros de los presos, la economía debe constituir una
consideración de primer orden en todo lo que concierne a la administración. Ningún gasto público debe ser admitido; ni rechazado ningún beneficio, por
motivos de severidad o de indulgencia. La norma de benevolencia está fundada en las más sólidas razones. Los rigores que afectan la vida y la salud de los
presos, encerrados en la incomunicación de una cárcel, son contraproducentes para el principal objetivo de las penas legales, que es el ejemplo. Por otra
parte, Como esos rigores se prolongan durante un largo periodo, la prisión se transforma en una pena más rigurosa que Otras penas, las cuales, según la
intención de la ley, deben ser más severas. Así, debido a una alteración de la justicia, unos hombres menos culpables que otros se encuentran condenados a
un castigo mayor. Y, finalmente, como esos rigores acortan la vida, equivalen a una pena capital, aunque no lleven este nombre. Luego, si el poder ejecutivo
arriesga la vida de los presos con severidades que el legislador no autoriza, comete un verdadero homicidio; pero si el legislador autoriza esas severidades,
resulta que no condena a un hombre a muerte y, sin embargo, lo hace morir, no por medio del tormento de un instante sino del suplicio horrible que dura a
veces varios años. Resulta, además, que esos presos no están castigados respecto a la enormidad de sus culpas, sino en lo relativo a su fuerza más o
menos grande, a sus facultades de resistir más o menos los rigores del tratamiento al que se les somete. La norma de severidad no es menos esencial; un
encarcelamiento que ofreciera a los culpables una mejor situación de la que tenían en su condición ordinaria en el estado de inocencia sería una tentación
para los hombres débiles y desdichados, o por lo menos no tendría él carácter de castigo que debe espantar a quien caiga en la tentación de cometer un
crimen. La norma de economía, siempre importante en sí, lo es mucho más en un sistema donde se ha querido superar la principal objeción que se ha hecho
a la reforma de las prisiones; es decir, el gasto excesivo. Era necesario demostrar que el sistema actual añadía, a todas esas ventajas. la de una economía
superior. Mas, ¿cómo garantizar la economía? Por los mismos medios que la logran en un taller, en una fábrica. Los establecimientos públicos están sujetos
a ser desatendidos o explotados; los establecimientos particulares prosperan bajo el cuidado del interés personal: es necesario, pues, confiar a la vigilancia
del interés personal la economía de las penitenciarías. Este estudio es esencial y pide una explicación detallada. No es posible escoger más que entre dos
tipos de administración: administración por contrato o administración de confianza. La administración por contrato es la de un hombre que trata con el
gobierno, que se encarga de los presos mediante el pago de tanto por cabeza, y que emplea su tiempo y su industria en beneficio personal, como hace un
operario con sus aprendices. La administración de confianza es la de un individuo único, o de un comité, que sufraga los gastos del establecimiento a costa
del público y que entrega al erario los productos del trabajo de los encarcelados. Para decidirse en la elección de estos dos medios bastaría, según parece,
con plantear las preguntas siguientes: ¿de quién hay que esperar más celo y vigilancia en la dirección de un establecimiento de esa naturaleza?, ¿de quién
tiene mucho interés en el éxito o del que tiene poco?, ¿del que comparte las pérdidas, así como los beneficios, o del que tiene los beneficios sin las
pérdidas?, ¿de aquel cuyas ganancias serán siempre proporcionales a su buena conducta, o del que está siempre seguro del mismo emolumento, tanto si
administra bien como mal? La economía tiene dos grandes enemigos: el peculado y la negligencia. Una administración de confianza está expuesta tanto a
uno corno a otro; pero una administración por contrato hace improbable la negligencia e imposible el peculado. No se está diciendo que unos administradores
desinteresados jamás cumplirían bien las tareas de esos puestos: el amor al poder, a la novedad, a la reputación, el espíritu público, la benevolencia son
motivos que pueden alimentar su celo e inspirarles vigilancia. Pero, ¿acaso el contratista no puede estar también animado con esos diversos principios?,
¿podría la responsabilidad de un nuevo motivo destruir la influencia de los demás? El amor al poder puede adormecerse; el interés pecuniario no descansa
nunca.
DIPLOMADO EN CIENCIAS PENALES.
El espíritu público se entorpece, la novedad se esfuma; pero el interés pecuniario se enardece con la edad. Debemos admitir que los administradores
desinteresados no serán nunca culpables ni de peculado ni de burdas negligencias. Sin embargo, ¿podrán ellos tensar todos los resortes de la economía y
del trabajo con la misma fuerza que un hombre personalmente interesado en el éxito de su empresa? Bueno y malo son términos de comparación. Y aunque
usted vea su administración floreciente y productiva, no puede saber qué epíteto se merece, mientras no la haya visto en manos interesadas: este es su
verdadero criterio. Puede ser buena comparada con lo que fue, aunque sea mala comparada con lo que puede ser. Eso no es todo. Los administradores
desinteresados, es decir, los que tienen, como el contratista, los beneficios de la casa, gozan sin embargo de un salario, cumplan o no con su deber. Ahora
bien, un salario es un gran motivo para colocarse, pero no es un motivo para desempeñar asiduamente las funciones; por el contrario, debilita el lazo que
debe existir entre el interés y el deber. Cuanto más considerable es el salario, tanto más pone al hombre por encima de su puesto, más, lo proyecta en medio
de los placeres mundanos y más lo hastía de una atención que le parece servil v meticulosa; y si el salario es bastante elevado, el funcionario público busca
primero a un empleado, a un representante que haga todo el trabajo, de modo que ya no se trata de lo que usted da al jefe, sino de lo que el jefe da a su
subdelegado, aquel que hace andar el trabajo. El propio salario, en proporción a su cuantía, tiene una funesta tendencia a sólo dejar la elección de los
puestos entre los hombres más incapaces. Los puestos ricamente dotados son presa de intrigantes acreditados: los hijos mimados de la fortuna, que son, no
los cortesanos sino los pajes de los ministros y de cada ministro, cuyo mérito está en su opulencia, mientras que su título está en sus necesidades, y cuyo
orgullo se encuentra por encima de la aplicación de los negocios en tanto que sus capacidades están por debajo. Sin duda se encontrarán administradores
que quieran servir desinteresadamente por el honor y el bien común; pero, aunque lo puedan hacer mejor que los asalariados, lo harán menos bien que un
empresario. Amar el poder y la autoridad de un puesto no siempre es amar el cansancio v las dificultades, e incluso amar las funciones mientras tengan el
brillo de la novedad no es una garantía de que se las seguirá amando cuando la novedad esté desgastada. Por otra parte, donde el celo del interés no existe,
suele carecer de actividad la industria. Pero la gran objeción en contra de los administradores gratuitos es que cuanto más un hombre está seguro de obtener
la confianza, menos se esfuerza por merecerla. La envidia en el alma del gobierno; la transparencia de la administración, por decirlo de algún modo, es la
única seguridad duradera; más, aun la transparencia no basta si no hay observadores curiosos para examinarlo todo con atención. Fijémonos en el
empresario por contrato: cada cual le espía con celosa desconfianza; todos lo miran como a un agente sospechoso a quien hay que vigilar muy de cerca, por
temor a que tiranice u oprima a los presos. Todas sus faltas serán exageradas; todos sus errores serán puestos a la luz del día; en cambio el administrador
gratuito, encantado con su propia generosidad, espera de todo el mundo una estimación casi ciega, una deferencia casi ilimitada. Desde lo alto de sus
virtudes, parece decir al público "que un hombre como él, que sirve desinteresadamente, que desprecia el dinero, tiene derecho a la confianza, a las
consideraciones; que se le ofendería con sospechas; y que, si se digna rendir sus cuentas, es una acción supererogatoria a la que nada le obliga más que su
honor. El público piensa como él; y si alguien osa revelar los abusos, las negligencias, las vejaciones de esa generosa administración, no habrá sino un
clamor de indignación contra él. En cuanto a los inconvenientes de una administración confiada a varias personas, son conocidos por todos cuantos tienen
alguna experiencia. La multiplicidad de gerentes destruye la unidad del plan, causa una perenne fluctuación en las medidas, conduce a la discordia y, tras
una larga y penosa lucha entre los asociados, el más fuerte o el más obstinado queda dueño del campo de batalla. Si el poder tiene posibilidades de
dividirse, los administradores se las arreglan para quedar cada uno soberano en su departamento. Así como la Naturaleza repara los errores de un médico,
así un contrato tácito corrige el vicio de la ley en un Comité de administración. Después de todo esto, el público, siempre apasionado por la virtud y la
generosidad en teoría, que preferiría perder cincuenta mil libras por negligencia antes que ver a un hombre ganar mil por peculado, no tardaría en proclamar
que el plan de poner a los presos entre las manos de un empresario es un plan inhumano, una usura bárbara; que a esos desdichados se les expone a todos
los maltratos que pueden resultar de la codicia de un dirigente cuyo interés es darles mala comida e imponerles trabajos excesivos. Esto es lo que se dirá sin
examen. Y con todo ese bello lenguaje humanitario, los presos han sido hasta ahora los más infelices de todos los seres: el caso es que se limitan a elaborar
reglamentos, y que tales reglamentos serán siempre en vano hasta que se encuentre el medio para identificar el interés de los presos con el de quien los
gobierne, y solo se llegará al éxito con una administración por contrato. Los seguros sobre la vida de los hombres son un bello invento que se puede aplicar a
numerosos usos, pero sobre todo en caso de que se trate de unir el interés de un hombre con la conservación de muchos. Supongamos trescientos presos;
según el cálculo medio de las edades, tomando en cuenta las circunstancias particulares de los habitantes de una prisión, se deduce, por ejemplo, que morirá
uno de cada veinte por año; luego, si al empresario se le dieran diez libras esterlinas por cada hombre que deba morir, es decir, en nuestra suposición actual,
ascendería a 1 50 libras esterlinas, pero con la condición de que a fin de año él pague diez libras esterlinas por cada individuo que haya perdido, ya sea por
muerte, ya sea por evasión. Puede usted duplicar esa suma a fin de aumentar la influencia de su interés; y si él se encuentra más rico a fin de año, si efectúa,
de algún modo, una economía de la vida humana, ¿qué dinero podría usted deplorar menos que aquel por el cual podría adquirir la conservación y el
bienestar de varios hombres? "No me fío", dice el autor, "de ese único medio, cualquiera que sea su real energía apoyada en un interés fácil de calcular". La
publicidad es la mejor de todas las garantías.

Esta prisión construida sobre el principio panóptico es transparente, abierta a todo el mundo; basta una mirada para verla por entero. Cada uno puede juzgar
por sí mismo si el empresario llena las condiciones de su puesto, y no tiene favores que esperar, porque el público, siempre más inclinado hacia la lástima
que hacia el rigor, encontrará más dignos de atención los lamentos de los presos que las razones del empresario. Para aumentar la fuerza de esa sanción
deberá poner de manifiesto todas sus cuentas, todos los procedimientos, todos los pormenores de su administración; en una palabra, toda la historia de
prisión. Dicho informe será rendido bajo juramento, y sometido a un examen contradictorio. Pero, a fin de alejar de él todo interés pecuniario que podría
inducirle a disimular, es necesario que su puesto le sea asegurado de manera vitalicia, a reserva normal de -su buena conducta, pues no sería prudente ni
justo obligarlo a publicar todos sus medios de lucro, y utilizarlos en contra de él; ya sea para aumentar el precio de su contrato, ya sea para llamar a otros
competidores. Bien se ve que, si los términos de esos contratos son al principio desventajosos, irán mejorándose para el gobierno a medida que el interés
particular haya perfeccionado tales empresas. Un hombre industrioso sacará una ganancia legítima, y el Estado la utilizará en su provecho en todas las
operaciones subsecuentes. Después de haber demostrado cómo una administración por contrato promete más vigilancia y economía que cualquier otro tipo
de administración, voy a entrar en el examen de diferentes propósitos del gobierno interior en esos asilos de penitencia.

Separación por sexo

El primer medio que se presenta para efectuar tal separación es contar con dos panópticos; pero la razón de economía se opone a eso, tanto más cuanto
que en el número total de presos no hay un tercio de mujeres y que, al construir dos establecimientos, habrá comparativamente pocos sujetos en uno y
demasiados en el otro, sin que se pueda acomodar el sobrante de modo que se establezca el nivel entre los dos. Puede verse con detalle en la obra inglesa,
de la cual esta memoria no es más que un análisis, cómo es posible resolver dicha dificultad en el panóptico, disponiendo de un lado las celdas para hombres
y del otro las celdas para mujeres, y cómo se puede prevenir, con precauciones de estructura, de inspección y de disciplina, todo lo que pudiera poner en
peligro la decencia.
DIPLOMADO EN CIENCIAS PENALES.

Separación por clases y por afinidades

La mayor dificultad hasta ahora ha sido la distribución de los presos en el interior de las cárceles. La manera más corriente y, sin embargo, la más viciosa por
todos conceptos es la de mezclarlos todos juntos, jóvenes con ancianos, ladrones con asesinos, deudores con criminales, y arrojarlos a una prisión, como a
una cloaca, donde lo que está sólo medio corrompido se ve atacado por una corrupción total y donde la fetidez del aire es para su salud menos nociva que la
peligrosidad de la infección moral para su alma. Es evidente que el ruido, la agitación, el tumulto y todos los espectáculos que incesantemente ofrece el
interior de una prisión, donde los reos están amontonados, no deja ningún intervalo para la reflexión a fin de que el arrepentimiento pueda germinar y
fructificar. Otro efecto no menos impresionante de tal aglomeración es el endurecimiento de los hombres contra la vergüenza. La vergüenza es el temor a la
censura de aquellos con quienes vivimos; pero, ¿puede el crimen ser censurado por criminales?, ¿quién de ellos se condenaría a sí mismo?, ¿quién no
buscará amigos antes que enemigos entre los presos con los cuales está obligado a vivir? El mundo que nos rodea es aquel cuya opinión nos sirve de norma
y de principio. Hombres secuestrados de ese modo forman un público aparte; su lenguaje y sus costumbres se asemejan. Insensiblemente, por un tácito
consentimiento, se elabora una ley local que tiene por autores a los hombres más abandonados: en una sociedad semejante, los más depravados son los
más audaces, y los más malos imponen su autoridad a todos los otros. Ese público así compuesto provoca la condena del público exterior y revoca su
sentencia. Cuanto más numeroso es ese pueblo, encerrado entre esos muros, más ruidosos son sus clamores, y más fácil es ahogar en el tumulto el débil
murmullo de la conciencia, el recuerdo de aquella opinión pública, que ya no se oye, y el deseo de recuperar la estima de hombres a quienes ya no se les ve.
La forma más opuesta a ésa es la de confinar a los presos en una soledad absoluta, para separarlos completamente del contagio moral y entregarlos a la
reflexión y al arrepentimiento; pero el bueno y juicioso de Howard, que acumuló tantas observaciones acerca de los presos, pudo comprobar cómo la soledad
absoluta, aunque al principio produce un efecto saludable, pierde rápidamente su eficacia y hace caer al infeliz cautivo en la desesperación, la locura o la
insensibilidad. En efecto, ¿qué otro resultado se puede esperar cuando dejamos que un alma vacía se atormente sola durante meses y años? Es un castigo
que puede ser útil durante algunos días para domar un espíritu rebelde, pero no hay que prolongarlo. El quino y el antimonio no deben emplearse como
alimentos habituales. La soledad absoluta, tan contraria a la justicia y a los derechos humanos cuando hacemos de ella un estado permanente, queda incluso
dichosamente refutada por las más grandes razones económicas; exige un gasto considerable en edificios; dobla los gastos de alumbrado, limpieza y
ventilación; restringe la selección de trabajos por el espacio limitado de las celdas y excluye profesiones que exigen la reunión de dos o tres obreros.
También perjudica a la industria, porque no es posible dar aprendices a obreros experimentados, o bien porque el abatimiento de la soledad destruye el
dinamismo y la emulación que se desarrollan en un trabajo realizado en compañía. El tercer sistema consiste en emplear las celdas para dar cabida a dos,
tres y aun cuatro presos, combinándolos, como lo diré en seguida, del modo más conveniente según los caracteres y las edades. La misma construcción del
panóptico ofrece tanta seguridad contra las revueltas y los complots entre los reclutas, que ya no hay que temer su reunión en pequeños grupos, pues no
existe nada que favorezca su evasión y pueden combinarse muchos medios para hacerla imposible. Podría alegarse que esa sociedad no será sino una
escuela de crímenes, donde los menos perversos se perfeccionarán en el arte de la maldad con las lecciones de los que poseen una larga experiencia. Pero
se puede prevenir este inconveniente distribuyendo a los prisioneros en diferentes categorías según su edad, al grado de su crimen, la perversidad que
manifiesten, su buena conducta y las señales de su arrepentimiento. El inspector ha de ser muy poco inteligente y muy desatento para no conocer en poco
tiempo el carácter de sus internos, al menos lo bastante para unirlos de manera tal que el hecho de estar juntos constituya un mutuo freno, un motivo de
subordinación y de laboriosidad. No hay que dejarse impresionar por las palabras. Todos los que están encerrados son culpables; pero no todos están
pervertidos. El libertinaje, por ejemplo, no es lo mismo que la violencia: los culpables de actos de tímida iniquidad, como ladrones y estafadores, son más de
temer como corruptores y malas compañías que como hombres peligrosos para la seguridad de la prisión y por la audacia de sus empresas. Aquellos que
una vez se entregaron al crimen movidos por la pobreza y el ejemplo, son fáciles de distinguir de los malhechores endurecidos. El alcoholismo, fuente de
gran cantidad de delitos, no puede ser activado en una penitenciaría donde no hay manera de embriagarse. Independientemente de estas diferencias
esenciales, pronto se reconocerá a los que tienen una disposición más marcada para reformarse, adquirir nuevas costumbres, y tales observaciones servirán
para formar los conjuntos en las celdas y los grupos de presos. Después de esa precaución fundamental ¿qué se podrá temer?, ¿el libertinaje? Pero el
principio de la inspección lo hace imposible. ¿Los arrebatos, las riñas? El ojo que todo lo ve percibe los primeros movimientos v separa inmediatamente a los
caracteres inconciliables. ¿El corruptor dirá que no hay peligro en el crimen? La prueba de lo contrario está en la situación misma. ¿Hará un cuadro atrayente
de sus placeres? Pero ese gusto se apagó; el castigo, como salido de sus cenizas, está presente en el pensamiento por el recuerdo del pasado, por el
sufrimiento actual, por la perspectiva del porvenir. ¿Dirá que no hay vergüenza en el crimen? Pero están hundidos en la humillación, y cada uno de ellos sólo
cuenta con el apoyo de dos o tres compañeros. Un tema de conversación más natural y consolador se presenta ante ellos: el mejoramiento de su estado
presente y futuro. ¿Qué harán para sacar un mejor partido de su trabajo? ¿Qué harán con lo que ganan ahora, que no pueden más que trabajar, y que
cualquier disipación es imposible? ¿Qué uso harán de su libertad cuando el plazo llegue a su fin, y en qué podrán aplicar su laboriosidad? Los que hayan
acumulado beneficios servirán de emulación a los demás. Igual que el interés del momento les hizo caer en el crimen del interés del momento los hará volver
al buen camino. Una reforma mutua es por lo menos tan probable como una corrupción progresiva. Las pequeñas asociaciones son favorables a la amistad,
hermana de las virtudes. Un afecto duradero y honesto será a menudo fruto de una sociedad tan íntima y larga. Cada celda es una isla: los habitantes son
marineros sin fortuna; lanzados a esa tierra aislada, por un naufragio común, u nos a otros se deben dar los gustos que puede ofrecer la asociación humana;
alivio necesario, sin el cual su condición, forzosamente triste, se volvería horrible. Si entre ellos hay hombres violentos y coléricos, se le confina a una
soledad absoluta hasta que se hayan amansado. Se les priva de la compañía hasta que hayan aprendido a valorarla. He aquí, pues, un fondo de relaciones
que las prepara para el momento en que serán devueltos al mundo. Así se previene uno de los mayores inconvenientes que acarrean los encierros en las
penitenciarías, pues la desgracia de ya no contar con amigos en su estado de libertad los vuelve a hundir casi siempre en los excesos de su vida anterior.
Mas, al abandonar la escuela de la adversidad, serán unos con otros como antiguos condiscípulos que cursaron juntos sus estudios. Si se admite la
distribución de los presos en pequeños grupos, constituidos según conveniencias morales, hay que tener mucho cuidado de no alejarse jamás de este
principio y de no permitir, en ningún caso, una asociación general y confusa que podría destruir todo el bien que se hubiera hecho. El texto inglés encierra
muchos detalles sobre un plano para que los presos se paseen sin romper las separaciones o grupos; pero este plano sólo es un accesorio del proyecto, ya
que será necesario únicamente en el caso de que sus trabajos no les proporcionen bastante ejercicio.

Los trabajos.

Pasemos al empleo del tiempo: objeto de una enorme importancia, ya sea por razones de economía, ya sea por principios de justicia y de humanidad, para
suavizar la suerte actual de los desdichados y para prepararles los medios que les permitan vivir honradamente del fruto de su trabajo. No hay razón para
prescribir al empresario el tipo de trabajos en los cuales debe ocupar a sus presos, porque su interés le indicará cuáles son los más lucrativos. Si el legislador
empieza a reglamentar, siempre se equivocará: si ordena trabajos de poco beneficio, sus reglamentos son perniciosos; si ordena los más ventajosos, sus
reglamentos son superfluos; pero los trabajos ventajosos este año, ya no lo serán tal vez al año siguiente. Nada tan absurdo como normar mediante leyes a
la industria que varía de continuo, y el interés que acecha esencialmente las necesidades. Existe un error que, por ser común, debe corregirse: suponer que
a los presos se les debe condenar a ciertos trabajos rudos y penosos, los cuales muchas veces no sirven para nada, sino sólo para fatigarlos. Howard
menciona a un carcelero que después de haber amontonado piedras en un extremo del patio de la prisión, ordenaba a los presos que las transportaran al
otro extremo; luego, había que traerlas a su lugar inicial, y así sucesivamente. Cuando se le preguntó el objeto de ese gran trabajo, su respuesta fue que así
hacía rabiar a todos aquellos bribones.

DIPLOMADO EN CIENCIAS PENALES.


Es una funesta imprudencia hacer odioso el trabajo, presentarlo como terrorífico a los criminales y otorgarle una especie de deshonra. El terror a la cárcel no
debe relacionarse con la idea del trabajo, sino con la severidad de la disciplina, lo humillante del uniforme, la burda alimentación, la pérdida de las libertades.
El dinamismo, en vez de ser el azote del preso debe serle concedido como consuelo y placer. Es suave en sí, comparándolo con un ocio forzado, y su
producto le brindará doble gusto. El trabajo, padre de la riqueza; el trabajo, el más grande de los bienes: ¿por qué pintarlo como una maldición? El trabajo
forzado no está hecho para las prisiones: si usted tiene necesidad de producir grandes esfuerzos, lo conseguirá con recompensas y no con penas. La
coacción y la esclavitud jamás conducirán tan lejos en la carrera, como la emulación y la libertad. Tratándose de un preso, ¿le haría usted llevar el bulto que
un mozo de cuerda carga con gusto por veinte céntimos? Fingirá sucumbir bajo el peso. ¿Cómo descubrirá usted el fraude? Quizá, en efecto, sucumbirá,
pues la fuerza del cuerpo está en razón de la buena voluntad. Ahora bien, cuando no hay energía los músculos no tienen fuerza. El trabajo debe durar toda la
jornada, exceptuando los intervalos de las comidas; pero es conveniente que se sucedan distintos trabajos, que los haya sedentarios y laboriosos, a los
cuales los hombres se dediquen por turno, porque una ocupación siempre sedentaria o constantemente laboriosa, sobre todo en un estado de
encarcelamiento, produciría una sorda melancolía, o arruinaría la salud; en cambio, alternativamente, uno tras otro, llena el doble objetivo del recreo y el
ejercicio. La mezcla de ocupaciones es, pues, una feliz idea para la economía de las penitenciarías.

La alimentación.

Hay que señalar dos errores principales acerca de la alimentación de los presos. Casi siempre se ha creído que debe limitarse la cantidad y dar porciones
fijas; eso es un auténtico acto inhumano para quienes esa ración no satisface; es un castigo muy injusto que nada tiene que ver con el grado del delito, sino
con la fuerza o la debilidad de un hombre; además, muy cruel; porque no es una injusticia de un día o de un mes sino de varios años. Si el hambre de un
desdichado no queda satisfecha después de su comida, menos disminuirá en los intervalos. Experimentará, pues, un continuo malestar, un desfallecimiento
que minará poco a poco sus fuerzas. Es una verdadera tortura, con la única diferencia de que, en ese caso, la tortura va infligida al interior del estómago en
vez de a los brazos y a las piernas. ¿Por qué no se ha dicho nunca claramente que se debía alimentar a un preso según la medida de su apetito? ¿No es esa
la idea más sencilla y el primer deseo de la justicia? EI segundo error en el que se ha incurrido, por una benevolencia irreflexiva, es la de proponer variedad
en los alimentos de los presos, al punto que algunos reformadores, entre ellos el bueno de Howard, más indulgente para los otros que para sí mismo, han
pedido que se les diera carne por lo menos dos veces a la semana, sin pensar que la mayoría de los habitantes rurales y muchos también en las ciudades,
no pueden procurarse este primer artículo de lujo. Para los que han perdido la libertad por sus crímenes, ¿será necesario realizar el deseo de Enrique IV, que
hoy en día sigue siendo una remota esperanza para tantos virtuosos campesinos? La alimentación de los presos debe ser la más común y la menos costosa
que el país pueda proporcionar, porque no deben ser mejor tratados que la clase pobre y trabajadora: ninguna mezcla, pues no es necesario estimular su
apetito. Como única bebida, agua; nunca licores fermentados. Pan, si el pan es el alimento más económico; pero es un producto manufacturado, y la tierra
nos brinda alimentos muy abundantes v sanos que no necesitan ser manufacturados. La raza de los irlandeses que sólo comen patatas ¿acaso es débil y
degenerada? El montañés de Escocia que no se ha alimentado más que de harina de avena ¿acaso es timorato en la guerra? Además, hay que dejar a cada
preso con entera libertad de comprar alimentos más variados y suculentos con el producto de su trabajo, pues la mejor especulación, aun para la economía,
es la de incitar el trabajo por medio de una recompensa y otorgar a cada uno de los presos cierta proporción de los beneficios. Pero la recompensa, para
conservar su fuerza, debe ofrecerse bajo la forma de gratificación inmediata, y no hay nada tan inocente ni tan propio para proporcionar una alegría de este
tipo, en esta clase de gente, que un placer que halague, al mismo tiempo el gusto y la vanidad. Sin embargo, hay que exceptuar siempre los licores
fermentados, porque es imposible tolerar un uso moderado sin correr el riesgo de los excesos, sabiendo que la bebida que no produce efecto sensible en un
individuo es capaz de hacer que otro pierda la razón. Tal medida nunca es demasiado severa, pues existen gran número de pobres trabajadores y honestos
que jamás pueden permitirse esa indulgencia.

El vestuario.

Es necesario consultar a la economía en todo lo que no es contrario a la salud ni a la decencia. Para responder al gran objetivo del ejemplo, la indumentaria
debe llevar alguna marca de humillación. Lo más sencillo y útil sería hacer las mangas, del traje y de la camisa, de una longitud desigual para ambos brazos.
Sería una seguridad más contra la evasión y una manera de reconocer a un hombre evadido, ya que, después de cierto tiempo, habría una diferencia
apreciable de color entre el brazo cubierto y el brazo desnudo.

Limpieza y salud

Los detalles sobre este tema no son de por sí nobles; pero se ennoblecen con el fin que se propone. La admisión de un preso en su celda debe ir precedida
de una ablución total [nota: "ablución": acción de purificarse por medio del agua]. Sería también conveniente añadir a dicha admisión cierta ceremonia
solemne, como un rezo, una música grave, una ceremonia que impresione a las almas burdas. ¡Cuán débiles son los discursos comparados con lo que causa
impacto en la imaginación por medio de los sentidos! El preso debe llevar un traje burdo, pero blanco y sin teñir, para que no pueda contraer ninguna
suciedad que no se vea de inmediato; sus cabellos deben ser rasurados o cortados muy cortos. El uso del baño debe ser regular. No debe tolerarse ninguna
especie de tabaco, ni costumbre alguna contraria a los usos de las casas más limpias. Se fijarán los días para el cambio de ropa. Toda esa delicadeza es
innecesaria para la salud, pero, como la prisión ha sido casi en todas partes una estancia de horror, es mejor tomar precauciones extraordinarias que
desatender alguna. Para enderezar un arco, dice el proverbio, hay que atirantarlo en sentido contrario. Esta parte del plan tiene un objetivo superior entre la
delicadeza física y moral. Existe una correspondencia que es obra de la imaginación, pero no menos real. Howard y otros lo señalaron. Los cuidados del
aseo son un estímulo contra la pereza: acostumbran a la precaución y enseñan a guardar, hasta en los más mínimos detalles, respeto a la decencia. El
mensaje, moral y de física tienen un lenguaje común; no se puede inculpar o enaltecer a una de esas virtudes sin que una parte del encomio deje de
reflejarse en la otra. Ya sabemos cuántos fundadores de religión han dado importancia a este hecho; con qué cuidado han prescrito todo lo concerniente a
las abluciones. Ni quienes no creen en la eficacia espiritual de estos ritos sagrados negarán su influencia corporal. La ablución es un ejemplo de ello: ¡ojalá
fuese una profecía! ¡No es tan fácil purificar el alma de nuestros presos como sus cuerpos! El ejercicio al aire libre preserva la salud; pero es necesario que
ese ejercicio sea sometido, como todo lo demás, a la ley inolvidable de la inspección; que en nada sea incompatible con el grado de separación o de
formación de pequeños grupos que se habrá juzgado conveniente, que sea favorable a la economía, o sea productivo, si es posible, y aplicado a algún
trabajo útil. El texto inglés incluye muchos detalles, y allí se ve que el autor da preferencia al uso de grandes ruedas que son puestas en movimiento por el
peso de uno o varios hombres y que producen una energía que se puede emplear, a voluntad, para mil objetos mecánicos. Ese ejercicio llena todas las
condiciones deseadas y es posible proporcionarías según las fuerzas de cada individuo. Un preso perezoso no puede engañar al inspector. A un inspector no
le es dado hacer de ese ejercicio un uso tiránico contra sus presos. No tiene nada de duro ni de inhumano, sólo es una manera distinta de subir una colina. El
efecto está producido por el solo peso del cuerpo que se aplica sucesivamente a distintos puntos. Es, por otra parte, un trabajo compatible con el plan de
separación y aun con el de una soledad absoluta. Se puede emplear en ello a las propias mujeres; y nada más sencillo que distribuir los turnos de los presos,
para darles dos veces al día un ejercicio que, además de ser bueno para la salud' tendrá un fin económico y útil. Tales precauciones, más que órdenes
perentorias son ideas susceptibles de ser perfeccionadas.

DIPLOMADO EN CIENCIAS PENALES.


Tampoco se pretende fijar la distribución del tiempo, que puede variar según las diversas circunstancias; pero debe mantenerse como principio el evitar todo
ocio en un régimen cuyo objetivo es la reforma de las costumbres, y sería un grave error otorgar a los presos más de siete u ocho horas de sueño. La
costumbre ociosa de quedarse en la cama una vez despierto es tan contraria a la constitución del cuerpo al que debilita, como a la del alma, en la cual la
indolencia y la desidia fomentan todos los gérmenes de corrupción. Las largas veladas de invierno deben tener sus ocupaciones normadas, y aun cuando
podría suponerse que su trabajo no compensara el gasto de luz, habría además razones humanitarias y prudentes más fuertes que las económicas, como
para no condenar a todos esos infelices a doce o quince horas de decaimiento y de oscuridad. Nada tan fácil como colocar luces fuera de las celdas, de
modo que se evite todo peligro de negligencia o de malicia, e incluso que se mantenga durante la noche la principal fuerza del principio de la inspección.

La instrucción y la ocupación dominical.

Cada penitenciaría debe ser una escuela: primeramente, es una necesidad para los jóvenes que ella encierra, pues en esa tierna edad no se está exento de
los crímenes que conducen a tales penas. Pero, ¿por qué negaríamos el beneficio de la instrucción a hombres ignorantes que podrían transformarse en
miembros útiles de la sociedad, gracias a una nueva educación? La lectura, la escritura, la aritmética pueden convenir a todos. Si entre ellos los hubiera con
las simientes de algún talento especial, se les podría cultivar y sacarles provecho. El dibujo es una rama lucrativa de la industria y sirve a varias artes. La
música puede tener una especial utilidad, logrando atraer más gente a la capilla. Si el director de semejante establecimiento uniera a una idea justa de su
interés cierto grado de entusiasmo e inteligencia, se beneficiaría desarrollando las distintas capacidades de los presos, y no podría alcanzar su bien particular
sin lograr aún más el de ellos. No hay otro maestro que llegue a tener un interés tan grande en el progreso de sus discípulos, ya que son sus aprendices y
obreros. El domingo nos brinda un espacio vacante, que hay que llenar; la suspensión de los trabajos mecánicos conduce naturalmente a la enseñanza moral
y religiosa, según el destino de ese día; pero como no es juicioso emplear todo el día en esas enseñanzas, que se volverían por su extensión en inútiles y
monótonas, hay que alternarías con diferentes lecciones, a las cuales se les puede dar también un fin moral y religioso con la selección de obras para
ejercitar al preso en la lectura, la copia, el dibujo. Y aun el cálculo puede brindar una doble instrucción, resolviendo cuestiones que desarrollen los productos
del comercio, la agricultura, la industria y el trabajo. Remito a la obra inglesa para ver la manera de colocar a los presos en un anfiteatro al aire libre durante
esos ejercicios, sin abandonar el principio de la inspección y la separación, y sin comprometer la seguridad de los dirigentes.

Los castigos

Puesto que hay agravios cometidos en la prisión misma, deben existir castigos. Puede aumentarse su número sin aumentar la severidad; asimismo,
diversificarlos con ventaja, dirigiéndolos hacia la naturaleza del caso. Una forma de analogía es dirigir la pena contra la facultad de la cual se ha abusado.
Otro modo es arreglar todo de manera que la pena surja, por decirlo así, de la propia falta. Por ejemplo, clamoreos ultrajantes pueden ser reprimidos y
castigados con una mordaza; golpes, violencias, con la camisa de fuerza que suele ponerse a los locos; negación del trabajo, con la negación de la comida
hasta que la tarea esté hecha. Se ve aquí la ventaja de no condenar por costumbre a los presos a una soledad absoluta: es un instrumento útil de disciplina
que se habría perdido y un medio de coacción, tanto más precioso cuanto que no puede abusarse de él, y no contrario a la salud como los castigos
corporales. Pero únicamente debe darse al director la potestad de condenar a los presos a la soledad: los demás castigos sólo se administrarán en presencia
y bajo la autoridad de algunos magistrados. Es aquí donde la ley de responsabilidad mutua puede mostrarse en su mejor aspecto. Encerrada en los límites
de cada celda, no puede nunca sobrepasar los límites de la más estricta justicia: denuncia el mal, o sufre como cómplice. ¿Qué artificio puede eludir una ley
tan inexorable? ¿Qué conspiración puede mantenerse contra ella? El reproche que, en todas las prisiones, va unido con tanta virulencia al carácter del
delator, no encontraría aquí ningún fundamento. Nadie tiene derecho a quejarse de lo que otro hace por su propia conservación. Usted reprocha mi maldad,
respondería el acusador, pero, ¿qué debo pensar de la suya, pues usted bien sabe que seré castigado por su culpa y que quiere hacerme sufrir para su
propio gusto? Así, en este plan, tantos camaradas, tantos inspectores, las mismas personas a quienes hay que vigilar se vigilan mutuamente y contribuyen a
la seguridad general. Es preciso señalar también otra ventaja de las divisiones por pequeños grupos en todas las prisiones, la convivencia de los presos es
una fuente continua de delitos: en las celdas panópticas la convivencia es una garantía más de su buena conducta. Cubierta con el óxido de la antigüedad, la
ley de responsabilidad mutua ha cautivado desde hace siglos la admiración de los ingleses. Los grupos estaban integrados por diez personas, y cada quien
respondía por todos los demás. Con todo, ¿cuál es el resultado de esta célebre ley? Nueve inocentes castigados por un culpable. ¿Qué se necesitaría para
dar a esta responsabilidad la equidad que la caracteriza en el panóptico? Dar transparencia a los muros y a los bosques y condensar toda una ciudad en un
espacio de dos varas.

Provisiones para los presos liberados.

Cabe pensar que después de algunos años, quizá sólo de unos meses, con una educación tan estricta, los presos acostumbrados al trabajo, instruidos en la
moral y en la religión, habiendo perdido sus hábitos viciosos por la imposibilidad de entregarse a ellos, se habrán convertido en nuevos hombres. Sin
embargo, sería una gran imprudencia lanzarlos al mundo sin guardianes y sin ayuda en la época de su emancipación, en que puede comparárseles con
niños reprimidos durante mucho tiempo y que acaban de burlar la vigilancia de sus maestros. No se debe poner en libertad a un preso, antes que pueda
cumplir con una u otra de estas condiciones: primero, si los prejuicios no se oponen, puede entrar al servicio de tierra o de mar; está tan acostumbrado a la la
obediencia, que llegará a ser sin esfuerzo un excelente soldado. Si se teme que esos reclutas sean una mancha para el servicio, hay que decir que los
reclutadores no ponen ningún cuidado en la clase de hombres que llenan los ejércitos. En el caso de que una nación establezca colonias, por su tipo de
educación los presos estarán preparados para convertirse en sujetos más útiles para esas nacientes sociedades, que los malhechores a quienes allí se suele
enviar. Pero al preso que ha purgado su pena no se le obligará a expatriarse, sólo se le dará la posibilidad de elegir y los medios de hacerlo. Otro modo para
ellos de reintegrarse a la libertad sería la de encontrar un hombre responsable, que quisiera servir de fiador por cierta suma, renovando dicha garantía cada
año y comprometiéndose, en caso de no renovarla, a representar él mismo a la persona. Los presos que contaran con parientes o amigos, o que se hubieran
ganado una reputación de buena conducta, trabajo y honestidad en sus años de prueba, no tendrían necesidad de buscar una fianza, pues, aunque para el
servicio doméstico sólo se toman personas de índole intachable, existen sin embargo miles de trabajos para los cuales no se tienen los mismos escrúpulos, y
además podrían procurarse fianzas de distintas maneras. La más sencilla de todas sería la de dar a la persona que se aviniera a la fianza la prerrogativa de
pactar un contrato a largo plazo con el preso liberado, semejante al de un trabajador especializado con su aprendiz, de manera que pudiera recuperarlo si él
llegase a escapar, y obtener indemnizaciones por parte de quienes quisieron seducirlo o contratarlo a su servicio. Esta condición, que a primera vista parece
dura para el preso liberado, de hecho, es una ventaja para él, pues le asegura la elección entre un mayor número de competidores que buscarán el privilegio
de tener obreros en quienes poder confiar. No vamos a entrar en los detalles de las precauciones necesarias para asegurarse la validez de las fianzas. La
mejor de todas sería la de hacer responsable al director de la prisión por la mitad de la fianza, en caso de que hubiera fallado, porque entonces tendría
interés en conocer bien a las personas con quienes haría esas transacciones jurídicas. Mas, examinemos ahora el caso, que debe ocurrir con frecuencia, que
un preso carezca de amigos y parientes, no encuentre fianza, no sea aceptado, ni se aliste ni vaya a una colonia. ¿Habrá que abandonarlo al azar y lanzarlo
de nuevo a la sociedad? Sin duda, no: sería exponerlo a la desgracia o al crimen. ¿Habrá que retenerlo en las mismas redes de una disciplina severa? No:
sería prolongar su castigo más al]á del término fijado por la ley.

DIPLOMADO EN CIENCIAS PENALES.

Es necesario tener un establecimiento subsidiario, fundado sobre el mismo principio: un panóptico donde reinará mayor libertad; donde ya no habrá sello
humillante; donde se admitirá el matrimonio; donde los habitantes serán tratados, en cuanto a su trabajo, más o menos como si fueran obreros comunes;
donde, en una palabra, se pueda repartir tanto bienestar y libertad como sea compatible con los principios de seguridad, decencia y sobriedad. Será un
convento sometido a reglas estrictas, con la sola diferencia de que no existirán los votos; las personas allí recluidas podrán salir en cuanto consigan un aval o
llenen las condiciones para la liberación. Alguien objetará: "El panóptico subsidiario es un receptáculo para cierto número de obreros que trabajan juntos bajo
un techo común; y la experiencia ha probado que tales receptáculos son un semillero de vicios. Las únicas manufacturas que no echan a perder las
costumbres son aquellas donde los obreros están dispersos, aquellos que, como la agricultura, cubren toda la superficie de un país, o aquellas que se
concentran en el interior de las familias, donde cada hombre puede trabajar entre los suyos, en el seno de la inocencia y del recogimiento". Esta observación
está fundada, pero no afecta a nuestro plan: hay una gran diferencia entre una manufactura común y la que se establecería en un panóptico. ¿En qué casa
pública o privada puede encontrarse tal garantía para la castidad de los solteros, para la fidelidad del matrimonio y para la desaparición del alcoholismo,
costumbre destructora que causa tanta miseria y trastornos? Tales precauciones para con los presos en el periodo de su libertad son las que deben tenerse
para quitarles la tentación y la facilidad de recaer en el crimen. Se ha considerado admirable la idea de dar a los presos liberados una provisión de dinero, a
fin de que una necesidad inmediata no los arroje a la desesperación; pero tal recurso es sólo momentáneo: puede transformarse en trampa para hombres
tampoco mesurados y previsores, y, tras un disfrute pasajero, tanto más irresistible cuanto que las privaciones han sido largas, el dinero está perdido, la
pobreza permanece y las seducciones abundan. Baste esta exposición, que sólo contiene las primordiales ideas del autor, para apreciar lo que se anunció al
principio de esta memoria.

Una simple idea nueva en arquitectura.

Se obtiene como resultado una reforma verdaderamente esencial en las prisiones: la certeza de la buena conducta actual y de la reforma futura de los
presos. Se aumenta la seguridad pública, haciendo una economía para el Estado. Se instituye un nuevo instrumento de gobierno por medio del cual un
hombre solo se encuentra revestido de un poder muy grande para hacer el bien y de ninguno para hacer el mal. El principio panóptico puede adaptarse con
éxito a todos los establecimientos donde hay que reunir la inspección y la economía; no está necesariamente ligado con ideas de rigor: se pueden suprimir
las rejas de fierro; es posible establecer comunicaciones; la inspección puede volverse cómoda y no molesta. Una fábrica, una manufactura construida
conforme a este plan, da a sólo un hombre la facilidad de dirigir los trabajos de muchos; y las diversas separaciones pueden estar abiertas o cerradas,
permitiendo las distintas aplicaciones del principio. Un hospital panóptico no toleraría ningún abuso de negligencia ni en la limpieza, ni en la ventilación, ni en
la administración de los medicamentos: una mayor división de aposentos serviría para mejor separar las enfermedades; los tubos de hojalata permitirían a los
enfermos una comunicación continua con sus enfermeros: un ventanal interior, en lugar de rejas, le dejaría a su elección el grado de temperatura; una cortina
podría ocultarlos de las miradas. Finalmente, este principio puede aplicarse con acierto a escuelas, cuarteles, a todos los empleos en los que un hombre solo
está encargado del cuidado de varios. Por medio de un panóptico, la prudencia interesada de un solo individuo garantizaría el éxito mejor que la probidad de
un gran número en cualquier otro sistema.

2.2 Sistemas Penitenciarios y arquitectura Penitenciaria.

En general se ha asociado a la arquitectura penitenciaria con las características físicas que la componen, las cuales han estado vinculadas en su casi
totalidad a la seguridad de los edificios carcelarios y penitenciarios. Rejas, muros almenados y otros dispositivos constructivos fueron empleados desde sus
orígenes con la finalidad de evitar la fuga de los reos. Paulatinamente los progresos alcanzados por la penología en el tratamiento penitenciario fueron
generando nuevas exigencias en las instalaciones edilicias, una de cuyas últimas manifestaciones resulta la incorporación de la psicología ambiental al
campo penológico, con su consiguiente impacto en el planeamiento y diseño de los edificios destinados a la privación de la libertad. La psicología ambiental
es una disciplina cuyo centro de investigación es la interrelación del ambiente físico con la conducta y la experiencia humana. Esta interrelación entre
ambiente y conducta es bidireccional. Tanto los escenarios físicos afectan la conducta de las personas como los individuos influyen activamente sobre el
ambiente. En especial la psicología ambiental le atribuye particular importancia a los procesos de adaptación de las personas a las exigencias de los
ambientes físicos que las rodean.

Esta disciplina, cuyos comienzos datan de la década del ‘40, tuvo un importante crecimiento durante las décadas del ‘60 y ‘70 a partir de las cuestiones
prácticas que planteaban las personas y que se relacionaban directamente con el diseño de los ambientes físicos. La arquitectura y la conducta humana se
hallan estrechamente relacionadas. Existen construcciones destinadas a contener equipos, maquinarias y otros objetos inanimados, otras que son diseñadas
solamente para alojar seres humanos (ésta es la tipología de nuestro interés) y edificios mixtos donde la actividad del hombre se combina con objetos. La
interrelación entre arquitectura y conducta es fuerte y estable. Proshanski sostiene que cada entorno arquitectónico está asociado con patrones de conducta
característicos. Entre los ambientes empleados para las investigaciones de campo se encuentran los institutos cerrados, en especial los hospitales
psiquiátricos y los centros correccionales.

Por ejemplo, algunos investigadores demostraron que la reubicación de los muebles en un pabellón para hacerlo más acogedor podía resultar en una mayor
participación social de los usuarios. Otros hallaron que los túneles y corredores largos, que son típicos en muchos institutos cerrados pueden ocasionar
distorsiones en la percepción auditiva y visual. También se han propuesto teorías basadas en la hipótesis de que cierto tipo de ambientes, como los
sobrepoblados o en los que hay muy poca privacidad, restringen la conducta de los individuos.

Entre los efectos ambientales que inciden sobre el comportamiento humano se encuentran la disposición espacial, el ruido, la temperatura, la luz y la
ventilación.

El stress ambiental.
Las condiciones ambientales adversas, como el ruido penetrante, el calor o el frío intenso, afectan en forma negativa la salud y el bienestar emocional de la
gente y en consecuencia perjudican sus relaciones interpersonales. Se han llegado a distinguir dos tipos de stress generados por el entorno: el orgánico y el
psicológico. Hans Seyle define el stress orgánico como la respuesta no específica del cuerpo a la acción del ambiente, lo cual produce un síndrome de
adaptación en tres etapas: de alarma, de resistencia y de agotamiento. El stress psicológico ocurre cuando un individuo estima que una condición ambiental
productora de stress representa una amenaza o excede su capacidad para enfrentarla. En este caso juega un papel de importancia la percepción del
individuo en cuanto a que este desarrolla un proceso de asimilación y juzgamiento de la situación y lo compara con su patrón de ideas y expectativas.

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Estos conceptos no se excluyen, sino que se complementan. A menudo las reacciones al stress ambiental incluyen tanto reacciones somáticas como de
comportamiento y emocionales. Las consecuencias del stress se pueden evaluar desde el punto de vista fisiológico, del comportamiento y mediante índices
de subjetividad. Entre las enfermedades asociadas al stress se encuentran la hipertensión, los dolores de cabeza, los trastornos estomacales y las úlceras
gástricas y duodenales. El padecimiento de stress genera comportamientos diferentes de los habituales, tendientes a modificar la situación de stress, a aliviar
sus síntomas o a generar conductas expresivas. El grado de subjetividad se puede estimar según los estados emocionales asociados característicamente
con el stress, como la ira, la ansiedad o la depresión. El ruido provoca reacciones fisiológicas generales típicamente asociadas con el stress y parece
determinar una relación directa con las conductas agresivas. Las temperaturas elevadas también afectan la conducta social del individuo.

La aglomeración

Otro de los elementos que afectan el comportamiento humano y que agrava la convivencia en los institutos cerrados es la aglomeración. Cuando se habla de
aglomeración generalmente se piensa en un elevado número de personas en un espacio muy reducido. Stokols propone una distinción entre densidad y
aglomeración. Define a la densidad como la relación entre el espacio y el número de personas que lo ocupan y a la aglomeración como la respuesta subjetiva
del individuo a la restricción espacial.

A su vez la densidad puede diferenciarse en densidad social y densidad espacial, ya que esta podrá variar según se aumente el espacio disponible o se
reduzca el número de personas. La importancia de esta distinción radica en que el individuo produce reacciones psicológicas diferentes. Si el malestar es
generado por la percepción de demasiadas personas, tenderá a culparlas de su incomodidad. Mientras que si percibe que el problema está en la falta de
espacio lo atribuirá a la disposición ambiental. La aglomeración como productor de stress genera un aumento de la estimulación provocado por la invasión
del espacio personal derivada de la alta densidad. Cuando un individuo siente la aglomeración se ve motivado a enfrentarla. Si es posible, puede aumentar el
espacio disponible. Si las restricciones espaciales no pueden alterarse y si las limitaciones son extremas puede resolverla trasladándose a otra área.
También puede reajustar sus patrones propios de la cantidad de espacio necesario, más cuando no puede alterar las restricciones ambientales percibidas,
entonces manifiesta conductas sintomáticas de stress general, como aflicción o agresión. Los estudios realizados por McCain, Cox y Paulus en prisiones
indican que los internos alojados en dormitorios de alta densidad presentaron más síntomas de enfermedad y niveles más altos de presión arterial que los
prisioneros que ocupaban celdas para una o dos personas.

Otros estudios han determinado que algunas personas reaccionan agresivamente a las situaciones de aglomeración. En otros casos la alta densidad
conduce al aislamiento y hace a los individuos menos comunicativos. También puede tener como resultado una disminución en la conducta de solidaridad.
En general la aglomeración influye negativamente en el estado de ánimo. Los efectos sociales y psicológicos negativos de la aglomeración que se generan
con la alta densidad afectan a los individuos dado que no pueden controlar el nivel de contacto personal con el resto.

La privacidad.

Altman define a la privacidad como el control selectivo del acceso a uno mismo. Entre sus funciones psicológicas se encuentra:

• Regular la interacción entre una persona o un grupo y su entorno social. Wolfe señala que la regulación de las relaciones interpersonales es esencial en la
experiencia cotidiana de la privacidad.

• También contribuye a la conservación del orden del grupo. El acceso a la privacidad ayuda a la convivencia al tiempo que permite liberar las emociones
derivadas de la vida diaria. El acceso en mayor o menor grado a la privacidad determina así mismo una posición de status social.

Otra función psicológica de la privacidad es la de permitir el establecimiento de una identidad personal. La privacidad permite desarrollar procesos de
autoevaluación, ayuda a mantener un sentido de autonomía y permite sentir que se es capaz de regular el contacto con otras personas.

Por el contrario, la invasión de la privacidad, según sostienen algunos autores, destruye el sentimiento de autonomía personal y produce en el individuo un
sentimiento de incapacidad para controlar su interacción con el mundo social.

Altman agrega que los efectos psicológicos negativos se deben en mayor medida a esta pérdida de control, más que a la divulgación de la información
personal. Desde el punto de vista de la desindividualización, (éste es un estado psicológico caracterizado por la pérdida de identidad personal y por la
sensación de estar sumergido en un grupo anónimo), la pérdida de privacidad induce a comportamientos antisociales generados por el anonimato social. En
las instituciones se debe permitir que los ocupantes ejerzan un control personal sobre cierto espacio, sus pertenencias y su ropa, lo cual resulta esencial para
tener un sentido de identidad personal.

La territorialidad

Otro de los rasgos que caracterizan la conducta humana es la territorialidad. La territorialidad está asociada a la posesión u ocupación de un lugar o área
geográfica por parte de un individuo o grupo e implica la personalización y la defensa contra invasiones de dicho espacio.

Se han diferenciado tres tipos de territorios, los primarios, los secundarios y los públicos.
• Los territorios primarios se encuentran en general bajo el control de los usuarios por un

período prolongado. Resultan primordiales en la vida de los individuos y son reconocidos por otras personas.

• Los territorios secundarios tienen cierto grado de posesión, son de menor importancia y tienen un carácter semi público.

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• Los territorios públicos están abiertos al uso de casi cualquier persona, aunque generalmente existe un patrón de reglas y costumbres que deben
respetarse.

Estudios realizados en internos de una prisión demostraron que existía una compleja relación entre la conducta territorial del uso de los espacios y el grado
de dominio que ejercían en sus grupos sociales. También señalaron que esa relación fue positiva mientras el grupo se mantuvo estable, pero la incorporación
de nuevos miembros, altamente dominantes, hizo desaparecer la relación previa. El control sobre el territorio ayuda a los individuos a desarrollar un sentido
de identidad personal y facilita la organización social, es por ello que una adecuada distribución de los territorios en las instituciones puede producir
beneficios psicológicos. Algunos de los problemas que plantea la vida en prisión devienen de la falta de territorios personales seguros y de la presencia de
lugares que no tienen asignada una pertenencia territorial. Newman señala que un inadecuado diseño de los territorios secundarios produce un aumento de
criminalidad en esas áreas.

El espacio personal.

El espacio personal es la zona que rodea a un individuo en donde no puede entrar otra persona sin autorización. A menudo se lo ejemplifica como una
burbuja que lo envuelve y que crea una especie de barrera invisible entre la persona y sus posibles intrusos. Este espacio es altamente variable y depende
de las circunstancias, las diferencias individuales y la naturaleza de las relaciones particulares. El espacio personal es un concepto distinto a la privacidad y a
la territorialidad ya que constituye un referente espacial vinculado a la distancia entre dos personas, mientras que la privacidad comprende el control del
acceso a la propia persona y la territorialidad se manifiesta en límites físicos y no invisibles como en el espacio personal. No obstante, son mecanismos que
pueden presentarse complementariamente. Un estudio interesante llevado adelante por Kinzel acerca del espacio personal en un establecimiento
penitenciario encontró que los internos con antecedentes de conducta violenta poseían un espacio personal cuatro veces mayor que el que experimentaban
otros internos y que este era aún más importante detrás del individuo que en frente de él. Posteriores entrevistas a sus observaciones determinaron que los
internos con antecedentes violentos tienden a percibir las invasiones a su espacio personal como un ataque, aunque ésta no sea amenazadora.

Los problemas planteados por los modelos arquitectónicos preexistentes

En general los problemas asociados a edificios carcelarios y penitenciarios se concentran en dos grandes grupos: aquellos de diseño antiguo y por lo tanto
inadecuados para las exigencias del tratamiento moderno y los improvisados: esos que formaron parte de soluciones transitorias que el tiempo convirtió en
permanentes. La congregación en un espacio físico naturalmente limitado, como resulta el ambiente carcelario, de personas que reúnen una serie de facetas
que van desde la violencia hasta las patologías psicopáticas, agravadas por diversas situaciones culturales y sociales, genera una subcultura con códigos y
características propias y particulares. Dentro de la amplia gama de elementos negativos asociados al enclaustramiento se encuentran la lucha entre los
internos por el liderazgo, las agresiones, las conductas desviadas, el contrabando de elementos y substancias no permitidas, los motines, las fugas, los
miedos, odios y las tensiones que se generan tanto entre los internos, como entre éstos y el personal, la generación de patologías psiquiátricas, el
aislamiento de su familia, etc.

Entre otras causales vinculadas a la disposición arquitectónica que favorecen la inseguridad dentro de las cárceles, se pueden enunciar las siguientes:

a) La distribución lineal de celdas a lo largo de un corredor provee amplias oportunidades a los internos para desarrollar conductas violentas y destructivas
sin que el personal de custodia lo perciba.
b) la vigilancia intermitente deja a los internos sin observación durante una parte importante del tiempo.

c) inadecuados, cuando no inexistentes, sistemas de clasificación, con lo cual se mezclan las más antagónicas variedades de la personalidad humana.

d) constante rotación de los internos, que deviene en un ambiente inestable e impredecible.

e) sobre población de alojamientos que potencian situaciones agresivas y violentas.

f) Insuficiencia y desigualdad en la distribución de los escasos recursos con que cuentan los internos, lo que se convierte en fuente de disputas y favorece
el fenómeno de dominación.

Cabe citar entre las fallas más importantes atribuibles al diseño arquitectónico en cárceles y prisiones se encuentra la interposición de barreras físicas que
dificulta la comunicación entre el personal penitenciario y los internos, llegando en muchos casos a impedir inclusive el contacto visual.

En el tradicional entorno carcelario la expectativa que se tiene del interno es negativa. Se basa en que los detenidos desarrollarán una conducta agresiva e
imprevisible, lo cual sólo es válido en una porción minoritaria de la población penal. Pero debido a este preconcepto la totalidad del edificio se diseña
conforme a parámetros de este tipo:

• No resulta posible identificar a los internos que son de conducta potencialmente agresiva e impredecible.

• Siempre habrá que pensar en la disfuncionalidad del personal, por lo que el edificio deberá compensar las falencias de los agentes.
• Las cárceles reciben los elementos más perniciosos de la sociedad, los cuales tienen durante su encarcelamiento todo el tiempo para descargar sus
impulsos violentos, por lo que tanto el edificio como su equipamiento deberán ser a prueba de ataques y virtualmente indestructibles.

• Los establecimientos se construirán al menor costo posible. El alto valor de los materiales y equipos de seguridad generará un edificio caro por lo que su
abaratamiento se producirá mediante la reducción de superficies, generalmente la destinada a los programas de tratamiento y a mejorar las condiciones de
vida de intramuros.

Como resultado de estos criterios los tradicionales edificios carcelarios parecieron fortalezas vistos desde afuera y jaulas vistas por dentro. La reacción ante
un entorno deshumanizado genera conductas anormales e imprevisibles. Este ambiente promueve un mensaje hacia los internos de desconfianza y de
prevención ante conductas antisociales. Esto a su vez conduce a crear la sensación de un ambiente inseguro en el cual se toman todo tipo de precauciones.

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La percepción de un ambiente inseguro genera diferentes respuestas en los internos y en el personal.

Si bien la violencia no es un hecho cotidiano en muchas prisiones, si es una amenaza constante. En muchos casos los internos dependen de ellos mismos
para protegerse y la naturaleza de la prisión hace que la violencia sea la única respuesta efectiva a las amenazas o actos de agresión. Esta situación
conduce a la construcción de armas, la compra de protección y a otras conductas propias de la subcultura carcelaria. Por otra parte, el personal también se
siente afectado por el ambiente inseguro y su reacción ante esa situación incluye evitar las áreas juzgadas peligrosas, aumentar la frecuencia de las
inasistencias y es causal de los constantes recambios de personal. Otros factores que contribuyen a la creación de un entorno deshumanizado son la
sobrepoblación, las adversas condiciones ambientales (el excesivo calor y el ruido) lo cual afecta la salud mental, la habilidad para realizar tareas y la
conducta.

Los nuevos conceptos en el diseño y operación de institutos penitenciarios.

Los nuevos conceptos en materia de Arquitectura Penitenciaria son el resultado de pequeños cambios y experiencias que van siendo desarrollados,
probados y aceptados en forma paulatina pero constante. Las Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos de las Naciones Unidas establecen en su
Regla 59 el tratamiento individual de los detenidos. En el mismo sentido se expresa el Art. 5º de la Ley de Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad. La
individualización del tratamiento ha preocupado a penólogos en orden a establecer el número de internos adecuado para una correcta asimilación de dicho
proceso.

Es así que a mediados del presente siglo se estudian y ponen en práctica diversas líneas de acción tendientes a lograr mejores resultados en el tratamiento
de los internos y una optimización de los recursos humanos y materiales disponibles. En Holanda se crea en 1953 en el ámbito del Ministerio de Justicia una
comisión interdisciplinaria para estudiar las mejoras a introducir en los establecimientos penitenciarios. La comisión encuentra que la solución ideal parece
ser un establecimiento en el cual cierto número de pequeños grupos, de 20 a 30 reclusos puedan vivir como grupos autosuficientes. Este concepto que se
conoce como “principio del pequeño grupo” tuvo una gran influencia en la creación de la Unidad Funcional.

También en Suecia el gobierno designa en 1956 una comisión especial para estudiar los nuevos establecimientos penitenciarios, la cual propone la
construcción de varios establecimientos basados en las siguientes ideas: vasto campo de circulación de los reclusos en el interior de los muros, gran
importancia otorgada al trabajo penitenciario, incorporación de dispositivos para economizar personal, disposición de los edificios en el terreno en forma
simple y funcional y gran libertad de movimiento de los reclusos en el interior del establecimiento.

Norman Johnston, luego de estudiar en profundidad la evolución de las tipologías arquitectónicas de las prisiones extrae las siguientes conclusiones referidas
a las tendencias en la construcción de nuevos edificios:

• La celda ha perdido protagonismo en favor del penal completo. Dado que los tiempos del confinamiento solitario han pasado, la celda moderna es
concebida como un dormitorio. Por otra parte, la diversificación del tratamiento, que incorpora la formación profesional, el trabajo productivo, las actividades
deportivas y una amplia gama de terapias profesionales determinan que las prisiones no sean un simple conjunto de celdas. Esta situación hace más
complejo el movimiento y la clasificación de los internos bajo condiciones razonables de supervisión, lo cual se traduce o bien en el empleo de
establecimientos más especializados, o mediante la sectorización por áreas dentro de una misma prisión.

• Se prefieren instituciones más pequeñas, a pesar de que consideraciones de carácter económico se oponen a este principio.

• Hay menos énfasis en la seguridad. Las nuevas prisiones tienden a abandonar los muros perimetrales, remplazados por alambrados que proporcionan
transparencia, y las plantas físicas tienden a dispersarse en favor de un conjunto de edificios en lugar de una única construcción masiva.

Los dispositivos de seguridad en el interior o bien disminuyen o bien se disimulan, buscando un ambiente de apariencia más normal.

• Existe una mayor intención en producir nuevos diseños, abandonando el “estilo prisión”, en parte favorecidos por la aparición de nuevos materiales. El
empleo de celdas individuales con ventanas al exterior, servicios sanitarios incluidos, una mayor superficie en los sectores de talleres y el empleo de
sistemas de prefabricación son algunos de los elementos producidos por estas tendencias. Los establecimientos van especializándose según el régimen que
en ellos se implemente, configurándose en consecuencia distintas distribuciones funcionales y arquitectónicas.

La clasificación de establecimientos penitenciarios responde a una exigencia orientada a la individualización del tratamiento. Sin embargo, existe una
pronunciada dispersión en los términos empleados para dicha clasificación. Una de las más difundidas las denomina según el nivel de seguridad (máxima
seguridad, mediana seguridad y mínima seguridad), aunque el nivel de seguridad es un parámetro aplicable a las características físicas del edificio más que
al régimen, ya que éste está compuesto tanto por el entorno físico, el grado de custodia y otras variables. La configuración física trae también otros
inconvenientes al aplicar esta terminología y así se describe a algunos establecimientos como “mediana colonia” o “mediana no colonia” según sea el caso. A
los efectos de clasificar los establecimientos según su disposición arquitectónica, la cual debe reflejar el régimen penitenciario que allí se aplica, seguiremos
la disposición adoptada por la Ley de Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad.
El artículo 182 de la ley 24.660 indica que según lo requiera la composición de la población penal y las necesidades del tratamiento individualizado de los
internos, deberá contarse con instituciones abiertas, semiabiertas y cerradas.

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• Los institutos de régimen abierto se caracterizan por la ausencia de precauciones materiales y físicas contra la evasión y por basarse en un régimen de auto
disciplina, según la Resolución adoptada el 29/8/55 por el Congreso de Ginebra.

• El Congreso Penitenciario de La Haya consideró institutos de régimen semiabierto a “las prisiones celulares sin murallas y también a los que prevean un
régimen abierto en el interior de las murallas o barreras”. En general se ha aplicado esta designación a los que prevén el alojamiento nocturno de los internos
así como el trabajo en talleres o al aire libre. A los efectos de aportar mayor precisión en la denominación llamaremos semicerrados a los primeros y
semiabiertos a los últimos.

• Los institutos de régimen cerrado que en otras épocas predominaron en el universo de la arquitectura penitenciaria han ido perdiendo esa posición según
fue avanzando la especialización del tratamiento. Al mismo tiempo ha evolucionado respecto de las prisiones celulares amuralladas típicas del siglo XIX.

Hoy en día los modernos institutos cerrados, solamente necesarios para una minoría de la población penal, pueden ser del tipo pasivo o activo, según sea
que los servicios se desplacen hacia el interno o viceversa.

La Unidad Funcional

El generalmente elevado número de internos en las instituciones conspira para la puesta en práctica del principio del “pequeño grupo” por lo que se proponen
nuevas alternativas, entre las cuales sobresale la “Unidad Funcional” que por sus características implica un cambio, tanto en la forma de administrar las
prisiones, como en la forma de construirlas.

La Unidad Funcional consiste en la subdivisión de la población penal en unidades semi autónomas. Sus principios son los siguientes:

• Cada unidad agrupa un número pequeño de internos, idealmente menos de 150.

• Los internos son alojados en ella la mayor parte de su permanencia en la institución.

• Los internos de cada unidad funcional son supervisados por un equipo interdisciplinario asignado a la misma y cuyas oficinas se encuentran dentro de la
unidad.

• Los miembros del personal tienen autoridad para tomar decisiones en lo que al tratamiento de los internos allí alojados respecta, dentro de los lineamientos
establecidos por la administración.

• La asignación de los internos a cada unidad se basa en las necesidades de los internos, en lo que concierne a la supervisión, seguridad y programas
ofrecidos.

La Unidad Funcional facilita que los internos formen comunidades homogéneas, que desarrollen una identidad común, conjuntamente entre ellos y con el
personal del equipo.

Se incrementan las frecuencias de los contactos con el personal y se intensifican las relaciones, lo que conduce a un mejor entendimiento entre los
individuos, permite una mejor clasificación y un tratamiento más individualizado, existe una mayor posibilidad de evaluación y revisión de los programas, hay
una mejor observación de los internos, permitiendo la detección temprana de los problemas y se aumenta la calidad de vida tanto de los internos como del
personal. Por otra parte, distintas investigaciones destinadas a evaluar la conducta de las personas encarceladas en relación a su entorno físico, su reacción
ante el mismo y la influencia que tienen las características del equipamiento, los materiales, colores, etc. en el comportamiento humano, condujeron a la
elaboración de pautas de diseño que tendieran a lograr un entorno más normal en oposición al tradicional entorno carcelario.

La función de la celda en la actualidad

La celda como lugar de alojamiento utilizado para penados tiene su origen en la arquitectura conventual. La prisión papal de San Miguel, construida en 1704,
es el primer edificio correccional que emplea celdas individuales. Un siglo más tarde el régimen filadélfico que instaura el aislamiento diurno y nocturno, se
vale de ella para el diseño de sus edificios penitenciarios, de amplia difusión durante el siglo XIX. El paulatino abandono de los distintos regímenes basados
en diferentes grados de segregación y la creciente incorporación del tratamiento interdisciplinario va cambiando la función de la celda dentro de la
conformación edilicia penitenciaria. En un tiempo compitió con los dormitorios generales, tipología derivada de las cuadras militares, en el afán por superar la
característica segregacionista y favorecer una mayor interacción social de los recluidos, a lo cual se agregó un costo sensiblemente menor al generado por la
construcción del alojamiento celular. El empleo de celdas individuales se reservó para los sectores con internos de mayor peligrosidad, en los cuales se
implementó un régimen de mayor rigurosidad, disponiéndose en forma exterior o interior, según contaran con aventanamientos directos o indirectos.
La celda individual resulta conveniente sobre otros tipos de alojamiento, por las siguientes razones:

• En principio proveen una mayor seguridad contra intentos de fuga.

• También resultan más flexibles a la hora de permitir una mejor clasificación de los internos.

• Proveen una mayor seguridad a los agentes.

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• Impiden las agresiones entre los internos.

Si bien estas celdas de seguridad subsisten, ya sea para proteger a los internos o al personal, la celda, o más bien la habitación individual en los modernos
establecimientos correccionales, tiene otro carácter. Este está dado por la necesidad del ser humano de contar con un territorio primario y un espacio
personal, de tener acceso a la privacidad y de poder controlar el grado de relación con el resto de los internos, lo cual contribuye a reducir las tensiones
generadas en los sectores de alojamiento. El interno aprende a reconocer a su celda como un espacio propio, en el cual puede disponer, siguiendo un
reglamento y un orden establecidos, sus pertenencias, sin el riesgo de que otros internos tengan acceso a ellas.

El último paradigma en el diseño y operación correccional: la Supervisión Directa

El objetivo para lograr un correcto funcionamiento y contribuir positivamente a las tareas relacionadas con el tratamiento y los procesos de resocialización de
los internos, en el caso de los condenados, y con el mantenimiento de las pautas de comportamiento y convivencia en el caso de los procesados, es la activa
y continua supervisión de los internos.

Las estrategias para alcanzar el objetivo se basan en:

• aumentar la interacción entre el personal y los internos,

• disminuir la distancia entre ambos y

• evitar la congregación de personal en lugares que les impida ejercer su función.

El nivel de supervisión adecuado depende de la planta física, la cantidad de personal, la ubicación del mismo y de su actuación.

El diseño de la planta física se relaciona con el régimen penitenciario y la forma en que es ejercida la supervisión de los internos.

Las disposiciones arquitectónicas relacionadas con los alojamientos se agrupan en tres tipologías:

• Lineal - vigilancia intermitente

• Podular - observación remota

• Podular - supervisión directa

En el sistema de distribución lineal, el típico en los edificios penitenciarios ya sea con celdas interiores o exteriores, la vigilancia de los internos sólo es
posible efectuarla en forma intermitente, mediante el desplazamiento del agente por el corredor del pabellón. Por lo general el puesto del agente se halla
ubicado fuera del sector de alojamiento, con lo cual los internos permanecen sin vigilancia durante lapsos importantes de tiempo.

El sistema de diseño “podular” combinado con la observación remota posee muchas de las características del conocido panóptico ideado por Bentham. El
agente se encuentra en un puesto fijo adecuadamente protegido desde donde puede vigilar las áreas a las que acceden los internos. Dado que existe esta
barrera física que impide el contacto entre el agente y los internos, la vigilancia es ejercida en forma pasiva, siendo limitados los medios de que dispone para
actuar sobre la conducta de los internos.

Este sistema que combina el diseño arquitectónico con técnicas de manejo y administración de internos, se compone de los siguientes elementos:

• amplia movilidad del interno dentro del módulo,

• alto grado de interacción agente-interno,

• preciso sistema de clasificación de los internos,

• adecuado cumplimiento del reglamento, y

• personal debidamente capacitado.


Desde el punto de vista de la estructura física el módulo (“Pod”) está conformado por celdas exteriores, agrupadas, junto con otros locales de apoyo, en torno
a un espacio central multiuso. Este salón se convierte en el ámbito natural de la relación social de los internos y facilita el contacto de éstos con el agente
correccional. Las barreras físicas de seguridad se concentran en el perímetro, evitando de esta forma una sucesión de espacios con separaciones rígidas, lo
que permite una mayor movilidad del interno dentro del módulo y una mejor interacción con el personal, contribuyendo a reducir las tensiones.

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El aspecto interior busca reducir al mínimo el trauma del encarcelamiento mediante la eliminación de aquellos elementos que le dan su carácter simbólico. La
incorporación de la iluminación natural, colores, nuevos diseños y nuevas tecnologías de materiales, como el policarbonato multilaminado, posibilita generar
ambientes más normales alejados de la tradicional imagen carcelaria.

La cantidad de celdas por unidad residencial varía entre 48 y 64, según el tipo de establecimiento. Las celdas son individuales, con servicios sanitarios en su
interior, su puerta es ciega con una mirilla que otorga una discreta visual de su interior sin comprometer la privacidad del interno. El salón de estar es de
doble altura, con iluminación cenital y amplias ventanas al exterior. Se diseñan de forma de crear "rincones", donde los internos puedan agruparse según su
afinidad o actividad. El puesto de trabajo del agente consta de un mostrador, de forma que posea un lugar propio, pero sin crear barreras físicas entre él y los
internos. Desde este sitio el agente tiene una visión directa de todos los lugares del pabellón, de forma que ningún interno pueda sustraerse de la
supervisión. Toda la sala de estar, las puertas de las celdas, las duchas, el patio exterior, los accesos a salas de apoyo, recintos de visitas, etc. se
encuentran a la vista del celador.

Entre sus principales ventajas respecto de otros sistemas arquitectónicos se cuentan las siguientes:

a) Dado que los agentes se encuentran en permanente contacto con los internos, pueden ejercer una acción positiva en orden a guiar las acciones de los
internos, lo cual se traduce en una reducción de incidentes.

b) Se genera una atmósfera de trabajo en equipo al no existir barreras físicas entre los internos y el personal, facilitando la comunicación interpersonal y
reduciendo el sentimiento “ellos y nosotros”.

c) Resulta factible, dada la geometría del edificio, proveer de iluminación y ventilación natural a todas las celdas.

d) Generalmente se puede acceder al pleno de instalaciones de las celdas desde el salón central o desde el exterior. Esto facilita las tareas de
mantenimiento.

e) Al permanecer el agente dentro del “pod” durante las 24 horas, la observación de los internos es permanente, por lo que nunca quedan sin supervisión.

f) La generación de un ambiente más normal transmite un mensaje positivo, favoreciendo conductas razonables y permite emplear materiales adecuados
para mejorar las calidades del entorno y reducir los niveles de ruido.

g) Dado que el agente es el responsable del lugar y “su” sector le pertenece, los internos asumen el rol de “visitantes”, tratando con cuidado los elementos y
velando por la limpieza. El no cumplimiento de estos aspectos resulta en su inmediato apartamiento a un sector disciplinario, con la consiguiente pérdida de
privilegios.

h) Una de las principales causas de violencia en las cárceles es la lucha interna por el liderazgo. Ya que sólo puede haber un líder en cada sector, éste debe
ser necesariamente el agente. En principio el agente no tiene otra seguridad que su propia autoridad.

i) La ausencia de liderazgos negativos en el sector trae aparejada una convivencia más normal, por lo que los internos no sienten la necesidad de
autoprotegerse, lo que a su vez reduce la fabricación de armas con ese fin.

j) En general resulta menos costosa la construcción y operación. El empleo de mobiliario y equipo comercial permite prescindir de las instalaciones
“antivandalismo” característica de los entornos carcelarios

k) Se pueden realizar importantes economías de personal mediante la reducción de los movimientos dentro del establecimiento. Esto se logra colocando
determinados espacios a los cuales deben acceder los internos (patios, visitas, consultorios, entrevistas, etc.) en las inmediaciones de la unidad habitacional.

El impacto de la tecnología en los nuevos edificios correccionales.

Los avances tecnológicos registrados en las últimas décadas han hecho su ingreso en el campo correccional.

Desde el punto de vista constructivo podemos mencionar los siguientes, algunos de los cuales ya se están empleando en nuestro país:

• La prefabricación de celdas, que consiste en moldear en una sola operación un conjunto completo compuesto por dos celdas y sus servicios sanitarios,
logrando una extraordinaria rigidez estructural, mediante el colado de hormigón en un molde con sus cerramientos incluidos, que otorga una continuidad en
sus elementos y un excelente nivel de terminación lo cual evita tareas posteriores. Este sistema permite ejecutar las obras en dos frentes, por un lado las
tareas de preparación en el terreno y por otro la prefabricación.
Con esta tecnología los tiempos de obra sufren una drástica reducción. El ritmo de producción es de dos celdas diarias por molde y el tiempo que demora su
montaje se mide en horas. También se están empleando sistemas altamente racionalizados de construcción, con encofrados reutilizables, que aceleran en
forma significativa los plazos de terminación de las obras.

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• La aparición de nuevos materiales en el mercado, como es el caso del policarbonato multilaminado, permite generar nuevos diseños en los
aventanamientos y tabiques dentro de los institutos correccionales. Su empleo está contribuyendo a desinstitucionalizar la imagen de las cárceles y las
prisiones y paulatinamente va desplazando a las omnipresentes rejas con lo cual también se ven favorecidos aspectos vinculados con la iluminación y la
vigilancia.

• La importante reducción de costos y la mayor confiabilidad que los equipos electrónicos han experimentado en los últimos años hacen que ya aparezcan
como una necesidad más que como un lujo en las prisiones.

En este campo resulta interesante destacar los importantes servicios que prestan los circuitos cerrados de televisión, los modernos equipos de comunicación
inalámbrica, las computadoras y los sistemas de alarma y de detección, por nombrar los más comunes y menos sofisticados.

También corresponde mencionar que la experiencia adquirida por los países que llevan años empleando estos adelantos en institutos correccionales, indica
que éstos son un excelente complemento, ya que aumentan la capacidad operativa del personal y reducen los costos de funcionamiento, en especial en
aquellas tareas que no se encuentran vinculadas al tratamiento, pero resultan inadecuados cuando se los emplea en reemplazo del personal en su trato con
los internos. La incorporación de los adelantos tecnológicos mencionados en la construcción y en la operación de los institutos correccionales, junto con la
adopción de nuevos diseños arquitectónicos, permiten lograr edificios donde sea posible una mejor calidad de vida tanto para los internos como para el
personal y un menor costo de operación y mantenimiento lo que sin duda contribuye a mejorar las condiciones para que el tratamiento resocializador de los
internos concluya con éxito, que a su vez redundará en beneficio de la defensa social.

2.2.1. Sistema Filadélfico.


Sistema celular, filadélfico o pensilvanico

 
Este sistema surge en las colonias que se transformaron más tarde en los Estados Unidos de Norte América; y se debe fundamentalmente a William Penn,
fundador de la colonia Pennsylvania, por lo que, al sistema se le denomina pensilvánico y filadélfico, al haber surgido de la Philadelphia Society for Relieving
Distraessed Presioners.
Penn había estado preso por sus principios religiosos en cárceles lamentables y de allí sus ideas reformistas, alentadas por lo que había visto en los
establecimientos holandeses. Era jefe de una secta religiosa de cuáqueros muy severos en sus costumbres y contrarios a todo acto de violencia. Por su
extrema religiosidad implanto un sistema de aislamiento permanente en la celda, en donde se le obligaban al delincuente a leer la  Sagrada Escritura y libros
religiosos. De esta forma entendían que había una reconciliación con Dios y la sociedad. Por su repudio a la violencia limitaron la pena capital a los delitos
de homicidio y sustituyeron las penas corporales y mutilantes por penas privativas de libertad y trabajos forzados. La prisión se construye entre 1790 y 1792,
en el patio de la calle Walnut, a iniciativa de la Sociedad Filadélfica, primera organización norteamericana para la reforma del sistema penal. Contó con el
apoyo del Dr. Benjamín Rusm, reformador social y precursor de la Penología. Estaba integrada además por William Bradford y Benjamín Franklin de notable
influencia en la independencia norteamericana

Sistema de aislamiento celular como consecuencia de la aplicación del derecho canónico(es una ciencia jurídica que conforma una rama dentro
del derecho cuya finalidad es estudiar y desarrollar la regulación jurídica de la Iglesia católica. ), donde reinaba el carácter de la penitencia (ayuno
prohibiciones etc.) parece en las colonias británicas de América del norte (Pensilvania) en 1776

Este sistema fue adoptado por la iglesia católica, pues una vez identificada una conducta antisocial con pecado, intentaba la salvación del pecador a través
de un sistema de aislamiento permanente en la celda donde lograban leer la sagrada escritura y libros religiosos.

En 1790 y 1792 en el patio de la calle Walnut a iniciativa de la sociedad filadélfica se construyó la primera prisión celular.

Características:

Era un régimen de aislamiento sus celadas eran individuales y de grueso muros para no comunicación y contaban solo con una ventana en el que solo se
podía ver un altar religioso.

No podían ser vistos por los demás internos y cuando salían tenían que salir tapados para no ser vistos ya que les estaba prohibido convivir con los demás
reos y de ningún modo los preparaban para el regreso a la sociedad

El sistema pensilvánico adoptó como pilares fundamentales el aislamiento celular -instaurado como vimos en la práctica punitiva propia del Derecho
Canónico y la estructura arquitectónica ideada por BENTHAM, si bien en ambos casos con ciertas variaciones. Este sistema fue ideado por Guillermo Penn,
jefe de una secta cuáquera asentada en Pensilvania. Penn conocía de propia mano las insalubres condiciones de las prisiones inglesas, en las que cumplió
condena por sus ideas religiosas. Decidido a suavizar la dureza del sistema británico en su colonia, limitó la aplicación de la pena capital al delito de
homicidio y sustituyó las penas corporales por la prisión. Las características básicas del sistema ideado por Penn son: El aislamiento celular absoluto del
interno. Con él se lograban varios objetivos. Por un lado, se evitaban problemas de hacinamiento, promiscuidad e insalubridad, lo que implicaba cierto
carácter humanitario. Por otro lado, se propiciaba la finalidad ético religiosa del sistema, ya que la soledad en la que vivían los reclusos se entendía que
ayudaba a la meditación sobre el delito y a una supuesta reconciliación con Dios. Por último, facilitaba el mantenimiento del orden y la disciplina. La exclusión
de contactos con el exterior. La dinámica regimental prohibía cualquier contacto del interno con sus familiares. Las únicas visitas admitidas eran las de los
miembros de la Asociación de Filadelfia de Ayuda a los Presos. La incomunicación social de los internos llegaba a tal extremo que tenían vetada cualquier
interactuación verbal o incluso visual con otro ser humano. Por ello, imperaba la regla de silencio absoluto y en caso de producirse la salida del interno de su
celda se le vendaban los ojos o se le colocaba una capucha.

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La prohibición de actividades laborales. Dentro de la lógica religiosa expiatoria del sistema, la única actividad permitida a los internos era la lectura de la
Biblia, ya que se consideraba que ésta no entorpecía el proceso de meditación. Con el tiempo se incorporó alguna otra actividad, pero siempre en el interior
de la celda y más bien de carácter rutinario. El severo rigor regimental. Cualquier desviación de las normas penitenciarias era castigada duramente. - Una
higiene y alimentación adecuadas. En contraste con el carácter inhumano del grado de aislamiento extremo al que eran sometidos los internos, las
condiciones higiénicas y alimenticias eran cuidadas de un modo escrupuloso. El modelo arquitectónico elegido para el desarrollo del sistema pensilvánico se
inspiró en el Panóptico de BENTHAM, con una estructura radial dividida en este caso en pabellones. Desde el centro no se podían observar las celdas, lo
que dotaba de cierta intimidad a los internos, pero sí podía apreciarse cualquier alteración regimental que ocurriese. Pese a que este sistema penitenciario
no gozó de implantación en América del Norte, sí fue exportado con mayor fortuna a Europa, siendo instaurado en varios países como: Holanda, Francia,
Suecia, Bélgica e Inglaterra.

2.2.2 El estilo radial.


En este tipo de diseño carcelario se abandona la interacción de tener una visión del interior de las celdas, sin embargo aun se mantienen la tendencia de la
inspección central. Este modelo arquitectónico penitenciario presenta las siguientes variantes:

– En Y o en T.

– En cruz.

– En abanico.

– En estrella.

La arquitectura radial recibió su mayor expresión con la construcción de la famosa penitenciaria del este de Filadelfia, en Estados Unidos (Eastern
Penitenciary), que tenía forma de estrella, iniciada en 1829. Del punto central donde se encontraba el puesto de vigilancia, salían siete alas de celdas de dos
pisos, teniendo cada una doble hilera de celdas separadas por un corredor.

Este tipo de prisiones que se caracterizan por ser fuertes, macizas y sombrías, prácticamente han sido abandonadas por la mayoría de países.

El papel de la Bastilla como una prisión cambió considerablemente durante los reinados de Luis XV y XVI. Una tendencia fue la disminución en el número de
prisioneros enviados a la Bastilla, con solo 1,194 detenidos ahí durante el reinado de Luis XV y solo 306 bajo Luis XVI hasta la Revolución, con promedios
anuales de 23 y 20 respectivamente. Una segunda tendencia fue un lento alejamiento del papel de la Bastilla del siglo XVII de detener principalmente a
prisioneros de clase alta, llegando a la situación en la que la Bastilla era esencialmente un lugar para apresar a individuos indeseados socialmente de todos
los orígenes incluyendo aristócratas que rompían con las convenciones sociales, criminales, pornógrafos, maleantes y fue usada para apoyar las operaciones
de la policía, particularmente aquellas que involucraban censura, a través de todo París. A pesar de estos cambios, la Bastilla se mantuvo como una prisión
estatal, a las órdenes de autoridades especiales, obedeciendo al monarca en turno y rodeada de una reputación amenazante.
Bajo el reinado de Luis XV, alrededor de 250 convulsionarios católicos, con frecuencia llamados Jansenistas, fueron detenidos en la Bastilla por sus
creencias religiosas. Muchos de estos prisioneros eran mujeres y provenían de una gama más amplia de orígenes sociales que los calvinistas de la alta
sociedad detenidos bajo el reinado de Luis XIV; la historiadora Monique Cottret explica que la disminución de la "mística" social de la Bastilla se origina en
esta fase de detenciones. Para el reinado de Luis XVI, los orígenes de aquellos que entraban a la Bastilla y el tipo de ofensas por las que fueron detenidos
habían cambiado notablemente. Entre 1774 y 1789, las detenciones incluían a 54 personas acusadas de robo; 32 por estar involucrados en la Revuelta de
Hambruna en 1775; 11 detenidos por agresión, 62 editores ilegales, impresores y escritores -pero relativamente pocos detenidos por grandes ofensas al
estado.

Muchos de los prisioneros aún eran de la alta sociedad, particularmente en los casos de desórdenes de familia. Estos casos involucraban típicamente a
miembros de la aristocracia que habían, como apunta el historiador Richard Andrews, "rechazado la autoridad parental, avergonzado a la familia,
manifestado trastornos mentales, derrochado capital o violado códigos profesionales." Sus familias a menudo sus padres, pero a veces esposos y esposas
actuando en contra de sus cónyuges podían pedir que se detuvieran a estos individuos en una de las prisiones reales, resultando en un encarcelamiento
promedio de entre seis meses y cuatro años. Tal detención podría ser preferida en lugar de enfrentar un juicio público sobre sus faltas, además de que la
confidencialidad que rodeaba la detención en la Bastilla permitía que las reputaciones personales y familiares se protegieran. La Bastilla fue considerada una
de las mejores prisiones para que un prisionero de clase alta fuera detenido, debido a la calidad de las instalaciones para los ricos. En la secuela del famoso
"Asunto del collar" de 1786, implicando a la Reina en acusaciones de fraude, todos los once sospechosos fueron detenidos en la Bastilla, creando así un
aumento en la notoriedad de la institución.

Sin embargo, cada vez más, la Bastilla se anexó a un más grande sistema de policía de París. Aunque designado por el rey, el gobernador le reportaba al
teniente general de la policía: el primero de estos, Gabriel Nicolas de la Reynie, visitaba sólo ocasionalmente la Bastilla, pero su sucesor, Marquis
d'Argenson, y los siguientes oficiales usaron la instalación ampliamente además de tomar mayor interés por inspeccionar la prisión. El teniente general
reportaba a su vez al secretario de la Maison du Roi (casa del rey), la cual era responsable del orden en la capital; y juntos en la práctica controlaban la
emisión de las lettres (cartas de detención) en el nombre de rey. La Bastilla era inusual comparada con otras prisiones en París en el hecho de que actuaba
en nombre del rey y por lo tanto los prisioneros podían ser detenidos en secreto, por más tiempo, y sin seguir ninguna norma judicial, haciendo de esta una
instalación muy útil para las autoridades policiales. La Bastilla era la ubicación preferida para detener a prisioneros que requerían de interrogaciones más
extensas o un caso en el que se requería de un análisis extensivo de documentos. La Bastilla también era usada para guardar los archivos de la policía de
París; equipo de orden público como cadenas y banderas; y bienes ilegales, confiscados por orden de la corona usando una versión de la "lettre de cachet",
como libros prohibidos e imprenta ilícita.

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A través de este periodo, pero particularmente en la mitad del siglo XVIII, la Bastilla fue usada por la policía para reprimir el comercio de libros sediciosos e
ilegales en Francia. En la década de 1750, 40% de los que eran enviados a la Bastilla eran arrestados por su papel en la fabricación o negocio con material
prohibido; en la década de 1760, la cifra equivalente fue de 35%. J A menudo los autores sediciosos también eran detenidos en la Bastilla, aunque varios de
los más famosos escritores detenidos ahí durante este periodo fueron detenidos formalmente por ofensas antisociales, más que por ofensas políticas. En
particular, muchos de estos escritores detenidos bajo el reinado de Luis XVI fueron detenidos por su papel en la producción de pornografía ilegal, más que
por las críticas políticas del régimen. El escritor Laurent Angliviel de la Beaumelle, el filósofo André Morellet y el historiador Jean-François Marmontel, por
ejemplo, fueron formalmente detenidos no por sus obvios escritos políticos, sino por observaciones de difamación o los insultos personales en contra de los
altos dirigentes de la sociedad parisina.

Régimen de prisión.

Un boceto del patio principal en 1785

Contrario a lo que fue su última imagen, la Bastilla durante el siglo XVIII tenía condiciones benévolas para sus prisioneros, particularmente comparada con
los estándares de otras prisiones de la época. El prisionero común era mantenido en una de las habitaciones octagonales de los niveles medios de las
torres. Los calottes, los cuartos justo debajo del techo que formaban la planta superior de la Bastilla, eran considerados como los cuartos menos agradables,
al estar más expuestos a los elementos y eran usualmente o muy calientes o muy fríos para ser cómodos. Las cachots, las mazmorras subterráneas, no
habían sido usadas por varios años, excepto para la detención de los prófugos recapturados. Cada una de las habitaciones de los prisioneros tenía un horno
o chimenea, muebles básicos, cortinas y en la mayoría de los casos una ventana; una crítica típica hacia los cuartos era que eran miserables y muy básicos
más que incómodos. Como los calottes, el patio principal, usado para el ejercicio, era muy criticado por los prisioneros por ser desagradable en las épocas
críticas del verano o invierno, aunque el jardín en el bastión y las murallas del castillo también era usadas para la recreación.
El gobernador recibía dinero de la Corona para mantener a los prisioneros, con la cantidad variando con el rango: el gobernador recibía 19 libras al día para
cada prisionero político con los nobles de grado de consejero estatal recibiendo 15 libras y, al otro lado de la situación, tres libras al día para cada plebeyo.
Incluso para los plebeyos, esta suma era alrededor del doble del salario diario de un trabajador y les proveía de una dieta adecuada, mientras que las clases
altas comían muy bien: hasta los críticos de la Bastilla señalan que había comidas excelentes, a menudo junto al gobernador mismo. Sin embargo, los
prisioneros que eran castigado por mal comportamiento, podían tener una dieta restringida como castigo. El tratamiento médico provisto por la Bastilla para
los prisioneros era excelente para los estándares del siglo XVIII; la prisión también contenía un número de reclusos que sufrían de enfermedades mentales y
debían tomar, dictado por los estándares de la época, una actitud muy progresiva con su cuidado.
Aunque se confiscaba dinero y objetos potencialmente peligrosos, después almacenados, cuando un prisionero entraba a la Bastilla, los prisioneros más
ricos continuaban ingresando lujos adicionales, incluyendo mascotas (perros y gatos) para controlar a las alimañas locales. El Marqués de Sade, por
ejemplo, llegó con un vestuario extenso, tapicería, perfumes, pinturas y una colección de 133 libros. Los juegos de cartas y el billar eran jugados por los
prisioneros, y el alcohol y el tabaco estaban permitidos. Los sirvientes a veces podían acompañar a sus maestros a la Bastilla, como es el caso de la
detención en 1746 de la familia del Lord Morton y su hogar entero por ser espías de los británicos: la vida doméstica de la familia continuó dentro de la prisión
relativamente normal. La librería de los prisioneros había crecido durante el siglo XVIII, principalmente a través de ventas ad hoc y varias colecciones
confiscadas por la corona; hacia 1787 llegó a tener hasta 389 volúmenes.
La longitud de tiempo por la que un prisionero típico era mantenido en la Bastilla continuaba disminuyendo, y para el reinado de Luis XVI el tiempo de
detención promedio eran sólo dos meses. Aún se esperaba que los prisioneros firmaran un documento al ser liberados, prometiendo que no hablarían
acerca de la Bastilla o su tiempo dentro de ella, pero para la década de 1780 este acuerdo no se rompía raramente. A los prisioneros que dejaban la Bastilla
se les podía otorgar pensiones, al ser liberados, por la corona, ya sea por compensación o como una forma de asegurar su buen comportamiento en el futuro
A Voltaire le fueron otorgadas 1,200 libras al año, por ejemplo, mientras que Latude recibió una pensión anual de 400 libras.

2.2.3 Auburniano y el estilo de pabellones laterales.


En este tipo de arquitectura penitenciaria está vinculado con el régimen auburiano. La prisión edificada par dicho efecto entre 1816-1820 era semejante a una
caja de dos bloques, con largos pabellones rectangulares de celdas de varios pisos, colocadas espalda contra espalda. Entre dichos pabellones y el muro
exterior existía un corredor estrecho, las celdas eran pequeñas, la luz y el aire solo entraban por las ventanas de los muros exteriores. Las edificaciones de
los talleres y de la administración se hallaban separada de los bloques de celdas.

Este modelo se prosiguió para la construcción en la famosa prisión de Sing-sing (1828), tuvo mucho auge en EE.UU.

Este sistema penitenciario fue ideado por Elam Lynds. Su aparición está relacionada con el fracaso del sistema filadélfico, cuyo extremo aislamiento de los
reclusos provocó que muchos de los internos desarrollaran severas patologías psiquiátricas. Inicialmente se aplicó en la prisión de Auburn. Presentaba como
principales características:

El aislamiento celular restringido a la noche, a fin de evitar la promiscuidad y el contagio delincuencial. A pesar de que el aislamiento celular quedaba
circunscrito a la noche, el aislamiento social imperaba toda la jornada, pues los internos tenían prohibido hablar, así como la recepción de cualquier tipo de
visita. En teoría la intencionalidad de estas prácticas era conseguir el arrepentimiento del penado, aunque subyacía un evidente propósito de aumentar la
sumisión disciplinaria del reo. Los internos desarrollaban actividades laborales tanto en el interior como en el exterior del recinto carcelario. También recibían
un grado mínimo de instrucción. El orden y la disciplina eran mantenidos a base de castigos corporales. Este sistema, rechazado en Europa, tuvo gran
aceptación en Estados Unidos, no obstante, la presión de las organizaciones sindicales norteamericanas contrarias a la utilización mercantil de las prisiones,
por los efectos perniciosos para las ventas de los productos de las fábricas, acabó por lograr su eliminación.
Este sistema penitenciario debe su nombre a la ciudad de Auburn en que se estableció un nuevo establecimiento penitenciario.
Las características principales de dicho sistema era el aislamiento celular nocturno; vida en común durante el día dedicada al trabajo, bajo regla de silencio
absoluto, montándose talleres industriales en la cárcel donde trabajar, pudiendo también trabajarse ene le exterior en canteras de piedras o mármol
cercanas; prohibición de contactos exteriores, no permitiéndose ni las visitas de los familiares.

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Este sistema tenía la ventaja de: permitir una eficaz organización del trabajo en común de los presos y una mayor calidad de los trabajos efectuados, que
eran útiles; suprimía el completo aislamiento; el silencio impedía el concierto entre los delincuentes; el costo era más reducido y el trabajo producía
ganancias. Este sistema también tuvo desventajas: el silencio absoluto era contrario a la naturaleza social de los hombres; los castigos corporales a la más
mínima infracción reglamentaria, que aumentaban el odio y la inadaptación social.

2.3 Los Sistemas progresivos y su manifestación arquitectónica.

El Régimen penitenciario actual es el tratamiento progresivo técnico. La idea de tratamiento obsesiona todos los actos, todas las estructuras del
sistema. Del régimen anterior ha tomado la idea de progresión, porque no podría alcanzarse de un solo golpe el propósito del internamiento. La
serie de fases permite adecuar la terapia al caso individual y desarrollarlo metódica- mente, hasta su remate. Un sistema que pierda de vista este
proceso, así sea al través de sus dos fases sustantivas, está condenado al fracaso. Y del positivismo recogió nuestro régimen penitenciario la
preocupación técnica, sustitutiva de la humanitaria, que a veces fuera, por cierto, profundamente inhumana. A lo empírico se sustituyó lo científico,
como resultado de los conocimientos sobre etiología de la criminalidad. Esta es otra conquista que tampoco podría ya cancelarse. Así pues, el
tratamiento designio de la pena de prisión moderna se desarrolla progresivamente, sobre base técnica. Esta es la triple faz del régimen
penitenciario.

Va con demasiada prisa quien sostenga que la individualización es cosa de estos días. El primer trazo de su esquema parte de la discriminación
entre dolo y culpa, entre menores y mayores, entre varones y mujeres, por ejemplo. Pero a ese primer trazo debieron suceder otros, hasta formar
una serie de figuras con- céntricas cuyo propósito total se cifra en la precisión y el afina- miento.1 ^
En las capas del dibujo global forman la individualización legal, la jurisdiccional y la administrativa; se escalonan condicionándose mutuamente,
perfeccionándose y reclamándose la una a la otra. Podrían existir por separado, ciertamente, pero si sólo hubiese la legal ésta devendría seriación:
un nuevo lecho de Procusto; la existencia sola de la jurisdiccional supondría la previa abolición del Derecho penal escrito y el regreso del Derecho
arbitrario; no acontecería cosa diversa, sino la misma y agravada, si únicamente hubiese individualización administrativa.
Por otra parte, una sentencia absolutamente indeterminada, en calidad y cantidad, que sólo se limitase a verificar los supuestos de tipicidad y
responsabilidad, sustraería un capítulo al trámite de la individualización; con este capítulo podrían ausentarse algunas preciosas garantías; en este
terreno no parece prudente el contacto demasiado directo entre la ley y el administrador: precisa la interposición del juez.

Ahora bien, si el fenómeno de individualización no es nuevo, sí lo es la inquietud individualizadora decidida a fijar la sanción, por, sobre
todo, en la personalidad del justiciable. Hemos recordado ya que esto constituye uno de los fines específicos del proceso penal. También se
ha insistido en que 1a individualización es el rasgo saliente de la actual política criminal, ocasión de síntesis entre las escuelas clásica y
positiva.
Es sobre la individualización como se ha construido, operando mediante la institución del arbitrio, la teoría del juez penal moderno: la teoría
del juez criminólogo. El proceso penal, calificado como “anacronismo incomprensible y sorprendente”, que “lleva un retraso de más de cien
años sobre su objeto”, devendrá por fuerza jurídico criminológico. Este hecho, extraño al enjuiciamiento civil, constituye una de las más
serias y fecundas distinciones entre éste y el penal. El último, entonces, habrá de aproximarse a ciertas formas de enjuiciamiento
condicionadas nadas más por el interés individualizador que por la preocupación de verificar tipicidad y responsabilidad.
De hecho, la nueva dirección ha comenzado a operar con éxito discreto: el examen forzoso de personalidad en sede jurisdiccional y la
posibilidad de escindir la instrucción en dos secciones, una de ellas formada por el expediente de personalidad, atraen cada vez mayor
atención. El examen es particularmente necesario cuando se trata de determinar situaciones tales como la capacidad para delinquir o la
peligrosidad social.' 00 El juicio tradicional no sirve a estos últimos fines. Proponerlos legalmente, sin instrumentarlos procesalmente,
equivale a asegurar un fracaso, por decaimiento o mal uso. Igual sucede cuando el legislador deja en manos del juez amplia potestad para
individualizar la sanción con apoyo en la personalidad del enjuiciado.
Debemos recordar que todo un régimen procesal, el de los
menores infractores, ha sido ganado ya por estas ideas, acaso (aunque no solamente) por la despreocupación gradual acerca de la tipicidad
de la conducta y el interés creciente en la peli- grosidad, en la temibilidad, sea revelada por la transgresión, sea bajo forma de potencialidad
delictiva o predelincuencia. Aquí, la típica instrucción procesal se ha visto sustituida por el periodo de observación, o reabsorbida en éste, y
a la indagación en la sala del tribunal o en el locus delicti ha relevado la exploración en clínica de conducta. Desde luego, no perseguiríamos
tales extremos en Derecho penal: no pretendemos un Derecho penal de autor.
Si la individualización ha creado una nueva teoría del juez penal, también la ha formado del ejecutor penitenciario y, más ampliamente, de la
ejecución carcelaria. Esto así, desde la creación de los primeros laboratorios de antropología criminal, con su triple propósito: conocimiento
etiológico, fenomenológico y terapéutico. No sería factible modificar este designio: sigue comprendiendo la tarea completa de la
individualización penitenciaría.

Dentro del esquema propuesto acerca del tratamiento progresivo-técnico, que lo analiza en el fundamento, en el instrumento y en el
desarrollo, habrá hora para revisar, bajo este último apartado, la inicial fase del sistema, que es, precisamente, la de estudio y diagnóstico,
esto es, la de individualización preparatoria, la de estrategia del tratamiento ; el resto es el despliegue de los planteamientos de la
estrategia: es la individualización activa, en marcha, dinámica ; la primera ha sido un corte total de la persona, una individualización por
fuerza estática.
En todo caso, para fines penitenciarios son indispensables los elementos que sirvieron a la individualización jurisdiccional. Si se carece de
éstos, en el caso de que los hubiere en la sede de juicio, además de la pérdida de tiempo en la reconstrucción, se corre el riesgo de incurrir
en estimaciones encontradas y provocar, por ende, la perplejidad o el franco choque entre la individualización administrativa y la judicial.
Ciertamente puede haber diversidad de criterios, pero a menudo el contraste en las conclusiones se debe sólo a un problema de
incomunicación.

Instrumento Organismo Criminológico

La criminología es una ciencia de aluvión. Este hibridismo ha deparado oposiciones constantes a su calificación como ciencia. Mas aquí, como
en el caso del Derecho, esto carece de importancia. Lo que interesa es la asociación de conocimientos que le dio origen y que le otorga
validez. Siendo su divisa, paráfrasis tomada en préstamo de la medicina, “no conocer delitos, sino delincuentes; no conocer delincuentes, sino
hombres”, la complejidad del objeto reclama complejidad disciplinaria.
DIPLOMADO EN CIENCIAS PENALES.

La mixtura de la ciencia revierte sobre la prisión, guiada por la criminología, y tiene una inmediata consecuencia orgánica. Lo propio ocurre
para el procedimiento penal: no sería posible sin organismo criminológico de diagnóstico, más o menos formalmente constituido, emprender
el estudio de personalidad. En este orden de cosas, el juez está a merced de la pericia; su facultad de apartarse del dictamen, facultad formal,
no le sujeta menos, materialmente, a éste. Ello reitera la urgencia de que el juzgador posea formación vasta y especializada, extrajurídica, en
ciencias biológicas y sociales.
La evolución operada en este campo exige, pues, una nueva, fundamental pieza del tratamiento: el organismo técnico penitenciario, de
composición interdisciplinaria, que responda a la estructura del equipo criminológico.

Del primer momento de 1a aprehensión, en su hora absorbido por la pena, al acto de la liberación, con el que culmina el ré- gimen
penitenciario, pero no el tratamiento del delincuente, se plantea una sucesión de fases que conforman el fenómeno total del
tratamiento.
El tratamiento penitenciario, por cierto, no podría arrancar más que de la sentencia firme de condena, siempre sujeta, dicho sea
de paso, a las contingencias que resultan de la falta de cosa juzgada material en el Derecho procesal penal. Así, cuando se quiere
aplicar tratamiento solamente al individuo de quien irrevocablemente se afirma su condición de criminal, la consecuencia sería no sujetar
a tratamiento a persona alguna: con- secuencia excesiva, claro está. Es preciso incurrir en la ficción de la cosa juzgada material, para
efectos terapéuticos.
Por supuesto, sólo con reservas decimos que el encarcelamiento preventivo responde a los fines de la terapia. Esta, en algunos casos,
se halla expresamente prohibida durante esa fase, para la que sigue dominando la presunción de inocencia. Mas lo cierto es que la
sociedad intenta siempre la formación o reforma de sus miembros, en su más amplio significado, y a este propósito no podría quedar
sustraída la prisión. De hecho, los servicios de tratamiento suelen volcarse, acaso insensiblemente, sobre el preso preventivo, así sea en
sus manifestaciones menos dispensables: la médica y la pedagógica.
Por otra parte, la presunción legal de inocencia rara vez se corresponde con una presunción material, que efectivamente someta a
los servicios de prisiones. Será siempre difícil que éstos acepten la diferencia que media entre inculpado y sentenciado, y actúen
en consecuencia. Nosotros no hallamos inconveniente en sujetar a tratamiento a los encausados, en tanto semejante régimen no
exceda del que, en la sociedad libre, se impone un tanto difusamente a todos los hombres. En este orden de cosas, la enseñanza
se transforma, casi, en propaganda, el trabajo forzoso es sólo trabajo posible, cuidadosamente orientado. En cambio, el servicio
social y la asistencia médica son idénticos en cárcel preventiva y en penitenciaría.
Descartados, entonces, los asuntos de matiz, ¿qué diferencia mayor existe entre la atención al procesado y el tratamiento del
culpable? Si esta situación parece inconveniente, el reproche habría de dirigirse, en todo caso, a la prisión cautelar en sí misma,
cuyas paradojas son insoportables. Mantenida ésta, la aproximación entre penado e imputado fluye espontáneamente, aun fuera
de todo propósito.
Dentro de la misma cuestión, se debe recordar la existencia, efectiva o reclamada, de servicios de investigación criminológica para propósitos
judiciales. Si a partir de éstos se elabora la historia clínica-criminológica del sujeto, una elemental prudencia aconseja poner por obra, de
inmediato, las sugerencias que, expresas o entre líneas, derivan de las observaciones del equipo criminológico.
Lo anterior, más aún frente a la crisis que resulta del mero hecho de la privación de libertad: aquí, la falta de tratamiento oportuno
tendría graves consecuencias, como también las arrojaría, por lo demás, observar impasiblemente un estado bien definido de
peligrosidad. Otro enlace resulta del hecho de que, en muchos casos, los servicios de diagnóstico y tratamiento son comunes a
procesados y sentenciados.
Sea lo que fuere de la atención a procesados, el régimen penitenciario en estricto sentido debe iniciarse con una fase de observación, que
entre nosotros se suele designar como de estudio y diagnóstico." Es recomendable que su curso, no demasiado prolongado, se cumpla en
instituciones especiales.
Nuevamente aquí viene al caso, como vanguardia o premonición, el desarrollo en el régimen de menores infractores, donde ya se ha operado
la nítida diferencia entre los centros de observación y recepción y los establecimientos destinados a1 trata- miento. 1*0 Es deseable que los
paréntesis que encierran el tiempo de reclusión, esto es, el ingreso del condenado y la preparación de su egreso, tengan sede en
establecimientos diversos, efectivamente especializados. Esto armoniza perfectamente con la idea de progresividad, para cuya historia no es
desconocida, por cierto, la transferencia de los penados al impulso del cambio de fases.
Bajo el régimen progresivo clásico, cuyo esqueleto, fruto de inteligente meditación, conserva el moderno tras de haber introducido apreciables
modificaciones de contenido, el tránsito de una a otra etapa era obra de la disciplina. Aquí, la reforma exterior oscureció el designio de
reforma interior o, mejor toda vía, se hizo de aquélla instrumento para la estimación de ésta. Es claro que la buena conducta propositiva fue el
talón de Aquiles de todo el sistema.
Hoy se reconoce que la buena conducta es el menos fiable de los datos para el conocimiento de la personalidad: verdadera- mente, el
buen preso suele ser o, al menos, puede ser, un delincuente temible. No vale alegar en favor las virtudes de la adaptación, porque la
carcelaria es, vista rigurosamente, adaptación a la anormalidad; la experiencia nuestra es que los reclusos mejor adaptados son los
reincidentes y los habituales.
Por todo ello, es imperativa la continuidad en el trabajo del organismo criminológico, en cuyas manos debe estar el pase de
uno a otro periodo del régimen. La integración interdisciplinaría de aquél garantiza suficientemente contra los peligros y engaños en que
zozobró 1a progresividad clásica. Del modo que hay un fraude procesal, existe, aquí, el fraude penitenciario; poner en claro el engaño es una de las
tareas obligadas del sistema progresivo.
Es evidente que largos años de encarcelamiento (e incluso algunos meses) lastran severamente al penado. Alguna vez lo hemos dicho: al paso que
fuera todo se desarrolla y progresa, en el reclusorio el tiempo se suspende. La salida del reo equivale al encuentro con un mundo revolucionario.
Sobre esto volveremos adelante. Baste ahora con decir que la acción de los elementos del tratamiento, así objetivos como subjetivos, tiende nada
más y nada menos que a reducir aquella distancia, sumando el tiempo interior de la cárcel, bajo la idea de que éste, acelerado, equivalga al de la
libertad. No hay otra forma eficaz de tender el puente por el que transitará al reo a su salida.
El egreso no podría ser traumático o, a1 menos, no debería serlo. Vuelve aquí al caso la vieja imagen de la convalecencia, que no se apura de un
solo golpe, sino pausadamente.
Es cierto que todo el internamiento responde a la idea de la preparación para la libertad, pero también lo es que el hecho mismo de la
reclusión altera de continuo este propósito. Por ello debe ponerse especial cuidado en la preparación para la libertad inmediata; la otra, la anterior
y más prolongada, lo ha sido para el excarcelado mediato. Es aquí donde se habla de la atención preliberacional. Nosotros haremos hincapié
en la semilibertad: el reo está ya a cierta distancia de la prisión y de la libertad, de cara a ésta; es un semilibre, más que un semiprisionero.
La semilibertad puede analizarse en dos supuestos. Bajo el primero constituye un sustitutivo de la prisión; aquí entran lo mismo otras penas
limitadoras, pero no privativas de la libertad (y en tal sentido su historia es antiquísima y, más que sustituir a la cárcel, la precede), que ciertas
instituciones recientes cuyo propósito es, en gran medida, evitar la reclusión del sujeto: así, algunas modalidades de la institución abierta y, sobre
todo, el trabajo penal en libertad. Esta marca una de las grandes esperanzas penológicas, en cuanto mantiene el estado normal del sujeto y permite,
a la vez, el tratamiento ambulatorio, la reparación del daño gracias al trabajo del reo y la persistencia corriente de la familia de éste.

DIPLOMADO EN CIENCIAS PENALES.

Sus escollos son, por lo demás, el hecho de que, en muchos, muchísimos casos el tratamiento sería impracticable sin institucionalización , y la
escasa preparación de la sociedad, en su conjunto, para aceptar de buen grado este género de medidas: en algunas comunidades la venganza
privada remplazaría a la justicia, acusada de benevolencia rayana en la lenidad. Estamos, con todo, en el camino del futuro.

También puede la semilibertad quedar encuadrada como parte del sistema progresivo. Con atinada intuición, los regímenes clásicos incluyeron
alguna forma de libertad gradual antes de la definitiva. Actualmente, la semilibertad no sustitutiva de la prisión puede ser aplicada, en
términos generales, conforme a dos modalidades: los permisos de salida, por una parte, y la asignación a un establecimiento abierto,
por la otra. A su turno, entre los permisos citados los hay de varias clases: salida de fin de semana, salida entre semana con reclusión
al final de ésta y salida diurna con institucionalización nocturna.
Enlazados o no con los permisos de salida, como fase posterior a éstos o concurrente con ellos, se sitúan las instituciones abiertas. Se las
ha caracterizado por la ausencia de obstáculos físicos contra la evasión, la carencia del aparato carcelario contentivo e intimidativo
tradicional, el sistema de confianza y el imperio de la autodisciplina. Uno de los elementos sustantivos de estas instituciones es la posibilidad
en que el interno se encuentra de realizar una vida corriente, exterior, no solamente institucional, sujeto a escasas y decrecientes
limitaciones. La prisión abierta es, pues, la suma coordinada de todos estos elementos.
Existe cierta variedad de prisiones abiertas: desde las granjas o campamentos penales en que el recluso se entrega a faenas
agrícolas y las instituciones industriales o semiindustriales que ocupan al interno en labores de esta índole, hasta las colonias penales
formadas por internos que en ellas viven con sus familiares, pasando por los establecimientos en que los reos moran, especialmente a
los efectos de pernoctar y tal vez de tomar sus alimentos, pero cuyo régimen supone la salida de aquéllos para cumplir con labores
normales en completa libertad. Creemos que estos últimos merecen, más que cualesquiera otros, el calificativo de abiertos y que
corresponden, con mayor fidelidad, asimismo, a la idea de la paulatina reintegración del hombre a la comunidad ordinaria de sus
semejantes.
Es indispensable puntualizar que la implantación del régimen de semilibertad comporta riesgos graves. De aquí no podría seguirse, sin
embargo, ni la condenación total del sistema, ni siquiera su limitación a zonas rurales o escasamente criminógenas.

Los peligros se atentan sustancialmente gracias a la selección escrupulosa técnica, mejor que empírica, como en todo cuanto toca al
régimen progresivo de este tiempo de los candidatos a beneficiarse con aquél, pero en modo alguno es posible suprimir el riesgo de raíz. Se
trata, empero, de un peligro razonable que debe ser corrido en servicio de los bienes, crecidísimos, que el sistema apareja. Como es
evidente, un alto índice de fracasos (sería inquietante, ya, que excediera del diez por ciento, sobre todo corrida la primera fase de aplicación
de la semilibertad, en los años de consolidación del régimen), traducidos en fugas, de-

2.3.1 Maconochic.

A fines de la primera mitad del siglo XIX, surge en Inglaterra un nuevo sistema penitenciario denominado régimen progresivo, atribuyendo su origen al
Capitán Maconochie, de la Marina Real, quien fue testigo de la vida indigna de los penados deportados a la isla Norfolk (Australia) de la que fue director
desde 1.840.
El sistema ideado por él, consistía en medir la duración de la pena por una suma de trabajo y buena conducta. La libertad del penado dependía del número
de marcas o boletas, proporcionales a la gravedad del delito y la pena impuesta, que debería obtener mediante su trabajo y buen comportamiento. Los
resultados del sistema fueron muy positivos, desapareciendo toda suerte de motines y hechos sangrientos.
A raíz de la experiencia de Maconochie, Inglaterra adoptó un sistema progresivo que se dividía en tres fases, a saber:
• Primer período, de prueba, basado en un régimen de aislamiento celular diurno y nocturno, subyugado el penado a trabajo obligatorio con régimen
alimenticio insuficiente;
• Segundo período, de trabajo en común durante el día y aislamiento nocturno, entonces comenzaba el empleo de los vales necesarios, para lograr, el Tercer
período, de libertad condicional

La economía de fichas es un sistema terapéutico basado en el moldeamiento, que puede aplicarse a grupos. Básicamente consiste en proporcionar refuerzo
positivo ante ciertas conductas objetivo, habitualmente en forma de fichas o puntos canjeables por premios o privilegios deseados por el sujeto. En ciertos
programas se aplica también castigo negativo ante conductas inadecuadas, en forma de pérdida de fichas. El sistema en cuestión es enormemente útil y
valioso para reinsertar a enfermos psiquiátricos y delincuentes, fomentando las conductas socialmente aceptadas e inhibiendo las inadecuadas. Parece
evidente que este sistema fue ideado dentro de la corriente conductista de mediados del siglo XX. Sin embargo, los antecedentes se remontan por lo menos
a un siglo antes.
A mediados del siglo XIX, Alexander Maconochie, funcionario de prisiones del Imperio Británico, aplicó con éxito un programa de economía de fichas. Su
trabajo nunca llegó a ser reconocido, y su historia merece ser, si bien brevemente, contada. Para ello me baso en el relato que de esto hace Hans J. Eysenck
en su libro “La rata o el diván” (1972).

Maconochie fue enviado a trabajar a las colonias oceánicas en 1837, cuando le fue solicitado que investigara sobre el deficiente sistema penitenciario
británico. Sus propuestas, demasiado renovadoras y rupturistas, provocaron su destitución. Curiosamente, unos años después fue nombrado
superintendente de una colonia penal, la isla de Norfolk, en la cual aprovechó para aplicar y comprobar sus ideas. En contra del sistema de castigo por
venganza que imperaba entonces en las prisiones (y, en mi opinión, sigue imperando ahora) la idea de Maconchie se resume en esto: “Pienso que las
condenas temporales son la raíz de casi toda la desmoralización que existe en prisión. Un hombre bajo sentencia temporal sólo piensa en cómo engañar
durante ese tiempo y después; rehúye el trabajo porque no le interesa para nada y no desea agradar a los funcionarios a cuyas órdenes está porque de nada
le sirven, no pueden promover en alguna forma su liberación. (…) Ahora bien, estos (…) males se remediarían introduciendo el sistema de redención por el
trabajo.” Esto es, proponía una idea de rehabilitación de los delincuentes, más allá de una prefijada condena estéril cuyo único objetivo es mantener a los
criminales lejos de la sociedad. Entre las medidas que promovió estaban las condenas indefinidas, la educación para la reintegración en la sociedad, la
separación y clasificación de prisioneros para crear una dinámica favorable de grupo, la participación activa de los reclusos en la vida de la prisión, el
contacto directo de las autoridades con los presos, sistemas educativos y formativos para los reos, el permiso para llevar a cabo trabajos ocupacionales
voluntarios (como cultivar un jardín), entre otras cosas. Para Maconochie, la función de la prisión era socializar a los presos, y para ello debía parecerse todo
lo posible al mundo exterior.
DIPLOMADO EN CIENCIAS PENALES.
Las ideas de Maconochie se hicieron realidad en la prisión de Norfolk, en la que se aplicó un sistema de condenas de trabajo, en lugar de temporales. Para
evaluar el progreso de este trabajo, los presos debían conseguir “notas de recomendación”, que era posible obtener por medio de la realización de distintas
tareas y por buena conducta. El preso empezaba de 0, y a medida que iba ganando “notas” podía mejorar sus condiciones de vida mediante la ganancia de
privilegios, cuyo valor dependía del número de “notas”. Las malas conductas no se castigaban con los métodos al uso en la época, sino con multas en forma
de pago de estas “notas” y pérdida de privilegios. En etapas avanzadas, los presos se juntaban en grupos y eran evaluados como tal, siendo las ganancias y
las pérdidas compartidas. Con esto se pretendía que las condiciones a medida que avanzaba la condena y se acercaba la liberación fueran cada vez lo más
parecidas posibles a la vida real. Como podemos ver, estos procedimientos son muy parecidos a los utilizados en las “economías de fichas” actuales, y
resultan un planteamiento sorprendentemente moderno, incluso para hoy en día. Uno no puede dejar de admirarse de que tales cosas se idearan a mediados
del siglo XIX.

La eficacia de los planes de Maconochie, sin embargo, se vio seriamente comprometida por ciertos factores: la presión de las autoridades, las penas
temporales que algunos presos debían cumplir al margen del régimen de trabajos, las malas condiciones en las que llegaban los presos (constituían lo peor
de la delincuencia del Imperio, sometidos a torturas y vejaciones por el sistema penitenciario inglés), la falta de ayuda económica, la hostilidad de los colonos
(como siempre, la plebe pide venganza y sangre), el aislamiento de la isla… Finalmente, Maconochie fue injustamente destituido en 1844, cuando su
proyecto estaba comenzando a alcanzar los resultados deseados. A pesar de las calumnias y falsedades que sufrió por parte de muchos funcionarios, su
éxito quedó reflejado en muchos otros testimonios, que atestiguan que la conducta de los presos tanto dentro como fuera de la prisión cambió enormemente.
Muchos se convirtieron en ciudadanos de bien, crearon negocios, fundaron familias, y jamás volvieron a delinquir. La escoria del Imperio se transformó en
“los hombres del capitán Maconochie”, símbolo de lo que puede llegar a hacer un sistema penitenciario adecuado. No se puede afirmar mucho más sin ayuda
de un análisis cuantitativo, pero el hecho de que existan testimonios positivos tras la intensa campaña de difamación que el gobierno emprendió contra este
proyecto es revelador. Cuesta creer que, a pesar de todo, la experiencia fuera considerada como un fracaso y Maconochie acabara siendo destituido y
enviado a otra prisión, con un rango subordinado e incapacidad para aplicar ninguna de sus ideas.

Y, hoy en día, en España la gente pide cadena perpetua. En lugar de investigar sobre el legado que Maconochie dejó en el campo de la ciencia penal, en
lugar de tratar de aplicar la ciencia para mejorar la sociedad y a las personas, la gente, la chusma, sigue pidiendo venganza y sangre como hace más de un
siglo, promoviendo la aplicación de sistemas que llevan demostrando ser ineficaces toda nuestra historia y fomentando la desadaptación y la marginación de
las personas que han delinquido.

También es conocido como de “Mark System102” o de “Ticket of leave”. Fue instaurado por el Capitán de la marina inglesa Alexander Maconochie en 1840
en la isla australiana de Norfolk en la que fue nombrado gobernador, próxima a Australia y a Tasmania entonces llamada Tierra de Van Diemm, donde
deportaban a los delincuentes considerados más peligrosos que además reincidían o demostraban su peligrosidad tras su previa deportación a Australia.
Éste es el considerado primer sistema progresivo y su esencia consistía en medir la duración de la pena por una suma de trabajo y buena conducta,
representando dicha suma por un determinado número de boletos o marcas, de tal manera que la cantidad de boletos o marcas necesarias para obtener la
libertad estaba en proporción con la gravedad del delito cometido. El orden y disciplina era fomentado asignando a cada penado un salario e imponiéndole
una sanción pecuniaria por las infracciones reglamentarias cometidas.

De esta manera, Maconochie hacía depender la suerte del penado de él mismo, recayendo sobre el mismo además la obligación de su propia manutención,
despertando así los hábitos de trabajo y responsabilidad de éste. Se les otorgaba un salario y se les imponía castigos pecuniarios por las faltas que
cometieran en prisión. Se adoptó en la prisión de Pentoville de Inglaterra a la vista del éxito obtenido. Estaba dividido en tres períodos:

-De prueba, en el que el penado estaba afecto al régimen celular nocturno y diurno.

-De trabajo, en el que el penado estaba afecto a aislamiento nocturno y trabajo en común diurno bajo la regla del silencio.

Una vez habían transcurrido estos períodos daba comienzo el sistema de marcas para lo que se distribuía a los penados en 4 clases, ascendiendo en
proporción al número de marcas obtenidas por el trabajo y la buena conducta, obteniendo cuando llegaban a la primera el “Ticket of leave” que daba lugar al
disfrute de la libertad condicional.

-De libertad condicional.

2.3.2 Crofton.

Este sistema, creado por Walter Crofton, director de prisiones de Irlanda, está inspirado en el de Maconochie, constituyendo una perfección de éste108 al
introducir un período de prueba intermedio entre la prisión y la libertad condicional. Se le considera el creador del sistema progresivo más acabado. El mismo
está compuesto por cuatro períodos, a saber:

-Aislamiento celular nocturno y diurno, en el que el penado se encontraba incomunicado, con dieta alimenticia y sin disfrute de ningún tipo de beneficio o
favor.

-Trabajo en común durante el día bajo la regla del silencio y aislamiento nocturno, consagrando así el sistema auburniano.

-Trabajo al aire libre en el exterior del establecimiento, con la realización de trabajos preferentemente agrícolas. En este período el penado disponía de parte
de su retribución, ya no vestía traje de penado y se comportaba como un obrero libre.
-Libertad condicional.

DIPLOMADO EN CIENCIAS PENALES.

Al igual que en el sistema de Maconochie, el pase de un período a otro dependía del número de marcas o boletos que tuviere el penado, dependiendo de la
gravedad del delito, de su conducta y dedicación al trabajo.

Este sistema fue asumido por numerosos países, entre ellos España.

En concreto y de hecho, el Real Decreto de 3 de Junio de 1901 implantó en España un nuevo régimen de cumplimiento penitenciario basado en el sistema
Irlandés o de Crofton110, cuya implantación fue dificultosa inicialmente debido a la escasez de celdas y a la implantación de la libertad condicional para cuya
efectividad era preciso una previa reforma del Código Penal que lo posibilitase. Tanto en la Exposición de Motivos como en el articulado del Real Decreto se
hace referencia a la implantación de dicho sistema de Crofton. Así, en su Exposición de Motivos se contempla: “Señora: en el plan de reformas que el
ministro que suscribe se propone introducir en la administración y régimen de las prisiones figura por su importancia en preferente lugar la relativa al sistema
que ha de seguirse con los que extinguen condenas. Trátese del sistema irlandés o de Crofton, que mejora notablemente la servidumbre penal inglesa y que
debe implantarse en todas las prisiones destinadas al cumplimiento de penas aflictivas y correccionales”.

De la misma manera, en su artículo 1 disponía: “el régimen de las prisiones destinadas al cumplimiento de condenas se sujetará al sistema progresivo
irlandés o de Crofton siempre que sea posible, teniendo en cuenta la estructura y demás condiciones de los edificios”.

Ese “siempre que sea posible” dejaba patente las dificultades de adaptarse totalmente al sistema de Crofton debido a las numerosas prisiones necesarias
para ello, lo que hace tener sentido a lo regulado en su artículo 2 y 10 y siguientes, que disponían, en concreción del artículo 1 y ante las dificultades dichas,
que habrían de ajustarse a un sistema de clasificación sustancialmente equivalente a lo que actualmente se conoce como separación interior, de separación
interior por sexos, por condición procesal, y dentro de los penados, por razón de reincidencia y pluralidad de condenas en cumplimiento.

Más tarde, el Reglamento de Organización, régimen y funcionamiento del personal de prisiones, aprobado por RD de 5 de mayo de 1913, el cual es
considerado el primer reglamento general de prisiones del siglo XX recogió los planteamientos de Crofton en la ejecución penitenciaria. Así en su artículo 236
establecía que: “el régimen de las prisiones destinadas al cumplimiento de condenas, se sujetará al sistema progresivo, siempre que sea posible y lo
permitan las condiciones de los edificios, el cual se dividirá en los cuatro períodos que siguen: 1º Período celular o de preparación. 2º Período industrial o
educativo. 3º Período intermediario. 4º Período de gracias y recompensas”111.

Todos dichos períodos referidos anteriormente son regulados en los artículos 237, 238, 239 y 240 respectivamente del citado RD de 5 de mayo de 1913. El
pase de un período a otro dependía del grado de evolución conductual, laboral y educativa del penado.

La figura de la libertad condicional, propia del sistema de Crofton112, fue instaurada tras la promulgación de la ley de libertad condicional de 23 de Julio de
1914, en cuyo artículo 1 se preveía para los sentenciados condenados a más de un año de privación de libertad, que se encontrasen en el cuarto período de
condena, que hubiesen extinguido las 3/4 partes de su condena, y siempre que fueran acreedores de dicho beneficio por pruebas evidentes de intachable
conducta y ofreciesen a su vez garantías de hacer vida honrada en libertad como ciudadanos pacíficos y se tratase de obreros laboriosos.

Este sistema se ha ido conservando y manteniendo a lo largo de los sucesivos Reglamentos Penitenciarios del Siglo XX: Real Decreto de 24 de Diciembre
de 1928 que aprobó el nuevo Reglamento para la aplicación del C.P. en los servicios de prisiones arts. 19 a 27; Reglamento Orgánico del Servicio de
Prisiones aprobado por Real Decreto de 14 de Noviembre de 1930 arts. 42-44; Reglamento del Servicio de Prisiones aprobado por Decreto de 5 de Marzo de
1948 arts. 55-57 y Reglamento de los Servicios de Prisiones aprobado por Decreto de 2 de Febrero de 1956 arts. 48-52. Con el transcurso del tiempo que
dista desde el primero de dichos reglamentos hasta el último la denominación de los cuatro períodos de internamiento ha mutado, pasando a denominarse
respectivamente, de observación y preparación del penado en régimen de aislamiento, de trabajo en comunidad, de readaptación social y de libertad
condicional.

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