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DERECHO PENITENCIARIO

Centro de Estudios Superiores en Ciencias Jurídicas y Criminológicas

Arquitectura Penitenciaria: desde su génesis a las nuevas tecnologías de investigación


criminal

por Felipe Caro


Artículo publicado el 09/09/2011

Ideas preliminares

La arquitectura penitenciaria, esto es, la aplicación de nociones arquitectónicas de forma,


espacio y función a la construcción de prisiones, surge de manera definitiva durante la
segunda mitad del siglo XVIII como coadyuvante de la reforma penal que se lleva a cabo en
ese momento en Europa. Dicha disciplina aparece también unida a la naciente concepción
de Penitenciaría: un nuevo paradigma de reclusión en el que se busca el arrepentimiento del
ofensor a través del silencio, el aislamiento y la penitencia. Así, la arquitectura aplicada a las
prisiones intenta, a través de esta nueva tipología carcelaria, materializar las políticas
públicas del período, enfocadas en humanizar las penas de privación de libertad; y al mismo
tiempo, expresar de manera concreta los ingenios y teorías de filósofos y filántropos, que
desean aplicar nuevas técnicas de control y distribución dentro de los penales, con la
intención de rehabilitar moral y socialmente a los internos.

Con el tiempo, estos nuevos diseños en arquitectura se unen a distintas nociones sobre
administración, seguridad, régimen de trabajo e higiene y pasan a formar parte del cuerpo
teórico-práctico conocido como Ciencia Penitenciaria. Este conjunto de ideas alcanza su
mayor desarrollo en la primera mitad del siglo XIX, aunque sus principios llegan hasta el día
de hoy; por ejemplo, en los nuevos modelos concesionados de construcción y administración
carcelaria en Chile y el mundo. Por este motivo resulta de interés conocer los orígenes y
características del movimiento de reforma carcelaria en Europa, que lleva al surgimiento de
la arquitectura penitenciaria y su relación con la investigación del delito y sus causas.

Contexto penal y carcelario en Europa

Durante la primera mitad del siglo XVIII, la realidad penal europea es eminentemente
punitiva: abundan los tormentos corporales provenientes de épocas anteriores y la pena de
muerte se alza como el castigo ejemplificador por excelencia. En Francia, por ejemplo, una
ordenanza de 1670 – que rige hasta la Revolución de dicho país – describe los principales
castigos: la muerte, aplicar tormentos físicos sin necesidad de pruebas para obtener una
confesión, el látigo y los trabajos forzados. (1)

La situación de los delincuentes en este periodo ha sido destacada de la siguiente manera:

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“Hasta fines del siglo XVIII se consideraba a los delincuentes como malvados o
degenerados, indignos de compasión y ayuda, y cuya eliminación, reclusión o muerte, era lo
único que podía hacer la sociedad para evitar los grandes daños que cometían. Las prisiones
eran establecimientos de castigo, en cuyos calabozos, verdaderas pocilgas, se abandonaba
a los delincuentes, castigándolos corporalmente y se les daba escasa alimentación. Los
condenados a trabajos forzados […] debían trabajar en galeras o en obras públicas, en forma
intensa.” (2)

En este escenario destacan los suplicios o ejecuciones públicas, en los que la acción
castigadora se realiza a manera de espectáculo o ceremonia y donde en cierta manera se
busca restituir el status quo que la sociedad o los monarcas han perdido a través del
quebrantamiento de una ley o norma; es decir, el delito o crimen. (3) Estos actos se ven
potenciados por las nuevas tecnologías de castigo, como es el caso de la guillotina, que
pretende ser un instrumento de ejecución indoloro e igualitario, pero no deja de lado el
sentido de la espectacularidad. Así, tales sanciones cumplían además el doble propósito de
disuadir al resto de la población de delinquir, mostrándoles las consecuencias de ese estilo
de vida u acto.

También está presente la idea de la utilidad de los convictos, a través del provecho que el
país o la comunidad podían obtener de su cuerpo o energía física: trabajos forzados
remando, construyendo en áreas públicas o limpiando caminos. (4) De esta forma el
transgresor podía dar algo a cambio a la sociedad y expiar en cierta medida su culpa;
ventajas que se pierden con la pena capital.

Por otro lado, la pena de privación de libertad se aplica a un amplio número de infractores,
entre ellos vagabundos y deudores, pero todavía no se vislumbra como un castigo
ejemplificador; por consiguiente, las cárceles y presidios del periodo no cuentan con un
modelo arquitectónico determinado, sino que más bien se utilizan otros edificios que cumplan
esta función: antiguos cuarteles, calabozos, posadas y monasterios, que en su mayoría
comparten un diseño de planta rectangular. De esta manera y ocultos de la sociedad, los
establecimientos de reclusión se prestan para todo tipo de irregularidades y excesos de
brutalidad, producto de dos elementos primordiales: en primer lugar, no existen códigos o
reglamentos que regulen tanto el desempeño de los funcionarios y el tratamiento de los
internos como el régimen interno de la prisión y su administración; y en segundo lugar, no
existe un organismo o institución pública que se preocupe de visitar estos establecimientos y
mejorar la situación de los mismos. Esta situación lleva a que en las décadas de 1760 y 1770
se generen una serie de críticas al sistema carcelario y legal europeo, propiciando con esto
una reforma penal y penitenciaria universal.

Las obras de los reformadores

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Cesare Beccaria

Desde el área legal y penal, la obra Sobre los delitos y las penas del filósofo y jurista italiano
Cesare Beccaria (1738-1794), publicada en 1764, produce un gran impacto en la sociedad
ilustrada europea al proponer una profunda reforma a los sistemas jurídicos de la época,
caracterizados por su severidad y arbitrariedad. En dicho texto, el autor propone que los
procesos penales sean menos injustos, introduciendo distintos principios racionales; entre
ellos, la proporcionalidad entre un delito y su castigo. Este ideal sólo podía obtenerse a
través de un respeto y entendimiento de las normas jurídicas, que representan la voluntad de
la colectividad y que son las únicas que pueden fijar las penas de los crímenes. Por lo tanto,
los jueces no pueden aplicar penas distintas a las señaladas por la ley, evitándose de esta
manera la arbitrariedad y manteniendo la confianza del ciudadano en el proceso jurídico y el
espíritu igualitario de las leyes. (5) Así, esta propuesta del autor italiano puede considerarse
como un antecedente para los esfuerzos de codificación legal de finales del siglo XVIII.

El pensamiento de Beccaria queda de manifiesto al referirse al sentido último de la pena y


sus características: “Para que todo castigo no sea un acto de violencia ejercido por uno solo
o por muchos contra un ciudadano, debe esencialmente ser público, pronto, necesario,
proporcionado al delito, dictado por las leyes y el menos riguroso posible, atendidas todas las
circunstancias del caso.” (6) De esta manera, la atrocidad de las penas y el ensañamiento
con los culpables se opone al bien común, ya que el propósito del castigo que impone una
ley no es satisfacer el deseo de venganza de particulares ni del Estado, sino más bien
impedir que quien haya agraviado a la sociedad lo vuelva a hacer y disuadir a otros de
delinquir; el autor destaca en estos términos: “Esta inútil crueldad [la tortura], funesto
instrumento del furor y el fanatismo, o de la debilidad de los tiranos ¿podrá adoptarse por un
cuerpo político que, lejos de obrar por pasión, no tiene otro objeto que reprimir aquellas en
los hombres?” (7) Con esto, la función de la pena pasaría de un papel retributivo a uno
preventivo y disuasivo del acto de transgresión.

Por lo tanto, sugerir la minimización de los tormentos físicos a los que se someten tanto
acusados como sentenciados tiene un sentido lógico, debido a que la utilización de la tortura
no está ligada a bases racionales, sino más bien físicas, por cuanto está basada en la
resistencia de la persona o su capacidad para soportar el dolor. (8) Es por esto que el filósofo
italiano aboga por la utilización de medios racionales y científicos para determinar la
culpabilidad o inocencia de una persona en un proceso judicial; entre ellos las pruebas y los
testigos, al tiempo que se opone a la utilización de la pena de muerte. (9)

Junto a lo anterior, el autor del Tratado de los delitos y las penas argumenta que en un delito
deben considerarse las dimensiones psicológicas y sociales que han impulsado a la persona
para cometerlo, ya que muchos de estos actos provienen de la desesperación y la miseria en

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que los individuos se encuentran. Más aun, la sociedad debe hacerse responsable de estos
actos, especialmente cuando no ha puesto cuidado en prevenir los delitos, a través de la
educación, la cultura y la propagación de la ciencia. Así, Beccaria replantea las bases del
tratamiento de la delincuencia en el siglo XVIII, impulsando a que la sociedad pase de un rol
castigador y pasivo a un rol preventivo y activo. (10)

John Howard

En el campo de la filantropía y el humanismo destaca el trabajo del inglés John Howard


(1726-1790) quien a partir de 1773, y en su calidad de alguacil de la localidad de
Bedfordshire, realiza una serie de visitas a cárceles de Europa para conocer las condiciones
en las que se encuentran los prisioneros. (11) En estos viajes el autor es testigo de las
prácticas comunes de la época en materia carcelaria; por ejemplo, que los prisioneros
debieran pagarle a los carceleros por su manutención y que, en el caso de no pagar, fueran
retenidos por los guardianes incluso después de la fecha legal de su puesta en libertad,
hasta que cancelaran su deuda. (12) También observa las deficientes instalaciones
carcelarias de su tiempo: oscuros calabozos subterráneos, húmedos y sucios, en los que se
agrupan los prisioneros, sin hacer distinción de sexo, edad o situación procesal.

Howard comenta los inicios de su labor de la siguiente forma: “Lo que me impulsó a trabajar
a favor de ellos [los presos] fue ver que algunos, a quienes el veredicto del jurado había
declarado inocentes; que algunos en quienes el gran jurado no había encontrado indicios de
culpabilidad que permitiera someterlos a juicio; que otros cuyos acusadores a fin de cuentas
no se presentaron a declarar, tras permanecer detenidos durante meses, se les enviaba de
nuevo a la cárcel, donde seguirían encerrados mientras no pagasen cuotas diversas al
carcelero, al empleado del juzgado, etcétera.” (13)

Profundamente impactado por lo que ha visto en sus viajes, escribe en 1777 su obra El
Estado de la prisiones en Inglaterra y Gales, en la que realiza una serie de denuncias sobre
la situación de las cárceles, abarcando desde las consideraciones administrativas y
arquitectónicas, hasta aquellas relacionadas con la higiene, la seguridad y la distribución de
los internos en los establecimientos.

Por ejemplo, el autor se opone firmemente a la aplicación de torturas como forma de lograr la
confesión de un acusado, sea este castigo aplicado públicamente o en la oscuridad de un
calabozo, argumentando que la reclusión y la pérdida de la libertad deberían considerarse
como castigos suficientes. Encontrándose en la prisión de Hannover, en Alemania, el autor
inglés refiere que: “La execrable costumbre de dar tormento a los presos se practica aquí, en
un sótano donde se hallan los horrendos instrumentos de tortura […] Hace dos años, a uno
de los reos se le aplicó dos veces el tormento denominado de Osnabrück. En la última
ocasión, al presentarle la tercera cuestión (cuando el verdugo ya le había arrancado el pelo
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de la cabeza y de otras partes del cuerpo) confesó y fue ejecutado.” (14)

Howard también es testigo de la poca preocupación que existe por separar a los internos
según su situación procesal, sexo, edad o experiencia criminal. Así, en las cárceles que visita
todos los internos se encuentran mezclados: delincuentes que han sido sentenciados en
materias penales comparten el espacio con deudores y con acusados que se encuentran a la
espera de sentencia. De la misma manera, hombres jóvenes y viejos comparten el espacio
con mujeres e incluso niños y tampoco se hace distinción entre delincuentes avezados y
primerizos. (15) Para el autor inglés esta práctica resulta perniciosa tanto para la moral como
para las costumbres de los reclusos: “Se encierra a los presos juntos, sin establecer ninguna
distinción: deudores y malhechores, hombres y mujeres, jóvenes delincuentes novatos y
delincuentes empedernidos […] Durante el día en pocas cárceles se separa a los hombres y
mujeres. En algunos condados la cárcel también se utiliza como correccional; en otros, estos
establecimientos están contiguos y comparten un mismo patio. En estos casos el delincuente
menor aprende mucho de los delincuentes envilecidos. Hay prisiones donde se ven chicos de
12 a 14 años escuchando atentamente los relatos de aventuras, éxitos, estratagemas y
evasiones por parte de criminales de gran experiencia y largo historial.”(16)

Producto de lo anterior, el filántropo convertido en inspector de prisiones reflexiona sobre la


necesidad de distribuir a los internos según su condición procesal y penal, proponiendo para
ello la separación en células; esto es, que cada interno disponga de su celda individual,
separado de los demás prisioneros y que a través del silencio, la reflexión y la educación
pedagógica y moral, se logre su rehabilitación. Se trata de una propuesta que tiene sus
orígenes en las celdas de los antiguos monasterios medievales y en las ideas religiosas
sobre la necesidad de la introspección y los exámenes de conciencia como herramientas
para reconocer los errores que se han cometido y remediarlos.(17) Para Howard se trata de
una necesidad imperiosa, puesto que: “…es una verdadera atrocidad destruir en las cárceles
la moral, la salud y (como sucede a menudo) la vida de quien la justicia condena únicamente
a trabajos forzados y corrección […] en medio de la ociosidad y la inmundicia, padeciendo
hambre y con compañeros ya muy influidos por esta educación.”(18)

El instrumento para llevar a cabo estos ideales será la arquitectura, que a través de nuevos
diseños y propuestas intenta plasmar materialmente los nuevos conceptos en seguridad,
administración, distribución e higiene.  La influencia del autor de El Estado de las prisiones
en Inglaterra y Gales se percibe ya en 1779, cuando es llamado a participar en el Acta
Parlamentaria sobre Establecimientos Penitenciarios de su país, que tiene por objetivo la
construcción de nuevos y modernos establecimientos penales e ir reemplazando, en muchos
casos tipos de delito, la pena de muerte y la deportación por la reclusión. En este momento
Howard aprovecha para dar a conocer los lineamientos arquitectónicos y administrativos más
ventajosos que ha observado en sus viajes, incluyendo la idea de reclusión celular.(19)

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El filántropo inglés continuará posteriormente con su labor de visitar establecimientos


carcelarios y denunciar las irregularidades que en ellas ocurren, pero ahora extendiendo sus
viajes por toda Europa. Así, en 1778 termina un periplo en el que visita los establecimientos
carcelarios de Prusia y Austria. En 1780, inspecciona las cárceles italianas; en 1781, recorre
los establecimientos de Holanda y algunos de Dinamarca, Suecia y Rusia; y en 1783, arriba
a las cárceles de Portugal y España, pasando a su regreso a Inglaterra por Francia, Flandes
y nuevamente por Holanda.(20) De esta forma, el autor va dando cuenta de las mejoras que
encuentra en cada país y su posible aplicación a distintas realidades carcelarias.

Es así como a través de las nociones de Beccaria y Howard se va configurando una nueva
concepción del castigo, en la que el encierro aparece cada vez más como la mejor opción
para rehabilitar a los delincuentes y reinsertarlos en el medio social. Surge de esta manera la
Penitenciaría, un nuevo paradigma de construcción, en el que se acentúa por una parte la
responsabilidad de la sociedad con sus prisioneros y delincuentes; y por otra, el ideal de la
penitencia y el arrepentimiento como los caminos esenciales para superar el estigma del
delito: “La prisión se convierte en un lugar de penitencia, a medio camino entre el mundo de
los pecadores o delincuentes y el hombre redimido, transformado en otro arrepentido.”(21)

Primeros esbozos en la arquitectura de prisiones

La reforma penal y penitenciaria que impulsan los autores anteriormente señalados tiene
quizás su mayor impacto en las propuestas para la creación de nuevos establecimientos
penales que ven la luz a finales del siglo XVIII y principios del XIX en Europa. Por esta época
los diseños arquitectónicos aplicados a prisiones comienzan a exhibir varias características:
en primer lugar, como se ha destacado anteriormente, corresponden a la concretización de
propuestas en seguridad, inspección y distribución avanzadas por humanistas, filántropos y
filósofos, entre ellos el mencionado John Howard. De esta manera los autores de estos
proyectos, en conjunto con arquitectos y dibujantes, combinan los ideales racionalistas del
período en una expresión práctica: los edificios penitenciarios.(22) Otro ejemplo de este
trabajo multidisciplinario es la obra del filósofo y jurista inglés Jeremy Bentham El Panóptico.

Además, y partir de la obra de John Howard, comienza un movimiento de producción de


textos de arquitectura enfocados particularmente en la construcción de establecimientos de
reclusión. La importancia de estas obras es que van dando a conocer los principales
lineamientos en cuanto a diseño, forma, distribución espacial y función que permiten que la
Penitenciaría aparezca como una tipología específica en los proyectos edilicios del periodo,
diferenciada de las construcciones de propósitos múltiples que se utilizaban hasta ese
momento. (23)

Por ejemplo, en una publicación de 1820 pueden encontrarse una serie de propuestas para
la administración de establecimientos penitenciarios, entre las que se destaca que: “Los
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mayores requisitos que una buena prisión debe poseer son los medios de seguridad, de
inspección, de clasificación, de empleo continuo de los internos, de entregar comida y abrigo,
instrucción religiosa y moral, espacio para ejercicio y salubridad, separación y atención a los
enfermos.”(24) Otro ejemplo de este tipo de trabajos es Remarks on the form and
construction of Prisons: with aproppiate designs (Elementos sobre la forma y construcción de
prisiones: con diseños apropiados) publicado en 1826 y cuyo principal objetivo es servirle de
guía a los arquitectos al momento de construir una prisión, presentando las mejores
experiencias del periodo sobre esta temática (25); y también puede mencionarse la obra del
arquitecto francés Louis-Pierre Baltard, Architectonographie des Prisons, que ve la luz en
1829.(26) De esta manera se desarrolla cada vez más la idea de que las funciones que
cumple una cárcel o penitenciaría se verán beneficiadas o obstaculizadas por el diseño
arquitectónico de la misma.

Unido a lo anterior, van surgiendo en diferentes países una serie de sociedades benéficas
que tienen como objetivo promover la seguridad, la disciplina y las nociones humanitarias del
periodo en las cárceles. Una de ellas, por ejemplo, es la Philadelphia Society for Alleviating
the Miseries of Public Prison (Sociedad de Filadelfia para aliviar las Miserias de las Prisiones
Públicas) fundada en 1787 y que pone en marcha la Penitenciaria de Eastern State, en
Filadelfia, Estados Unidos. La cuestión sobre la rehabilitación de los internos y el
penitenciarismo cobra tal relevancia en la primera mitad del siglo XIX que muchos gobiernos
organizan verdaderas expediciones de carácter científico para visitar aquellas prisiones que
se consideran como las más eficientes del periodo. Entre estos viajeros, que en cierta
manera imitan la labor de Howard en el siglo XVIII, se destacan los franceses Alexis de
Tocqueville y Gustave de Beaumont, que en 1831 viajan a Estados Unidos para estudiar su
sistema penitenciario y evaluar su eventual aplicación en Francia, editando en 1833 su obra
Systéme pénitentiaire aux Etats-Unis et de son application en France (El sistema
penitenciario de Estados Unidos y su aplicación en Francia); y también el escritor y botánico
español Ramón de la Sagra, quien en 1843 publica en Madrid su Atlas carcelario o colección
de láminas de las principales cárceles de Europa y América, luego de haber visitado los
establecimientos penales de estos países.(27) Con lo anterior, se aprecia la importancia que
va adquiriendo el área de la arquitectura penitenciaria, concebida como coadyuvante de la
reforma penal y humanista de las prisiones.

Definiendo modelos

Como ya se ha destacado, en la primera mitad del siglo XVIII no existe un modelo de


construcción para prisiones individual y específico, sino que más bien se utilizan edificios de
planta rectangular u otros inmuebles que ya no cumplen su función original. Esta
configuración intuitiva presenta, sin embargo, algunos ejemplos interesantes, como la prisión
de Gante, en Flandes, descrita en la obra de John Howard. Se trata de un edificio de planta

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octogonal, en el que se han dispuesto las celdas de los internos rodeando un patio central,
desde el cual los guardias podían realizar sus labores de vigilancia. Este establecimiento,
construido en 1773 por el arquitecto Montfesson, ha sido destacado como el catalizador de
las preocupaciones arquitectónicas en las prisiones, tal como destaca Norman Johnston:
“Arquitectónicamente, Gante puede considerarse como la primera institución penal a gran
escala en la que se hizo un esfuerzo consiente por que la arquitectura ayudara a la filosofía
del tratamiento.” (28) A partir de esta visita, Howard destaca las cualidades de la inspección
continua y centralizada de los internos; esto es, que los vigilantes se preocupen en todo
momento de cautelar la situación de los presos desde una posición central ventajosa, que al
mismo otorgue una visual panorámica del establecimiento. De esta forma la sociedad, a
través de los guardias, pasaba a un rol activo en el desarrollo reformador de los reos,
dejando atrás las oscuras mazmorras del pasado: “La inspección constante se convertirá en
la condición sine qua non de un buen diseño y administración carcelarios, el mecanismo
mediante el cual el ambiente de la prisión podía ser liberado de sus antiguos abusos y los
prisiones protegidos de la corrupción y los malos comportamientos.”(29)

Pero no es hasta que se comienzan a producir textos en esta materia y a intercambiar ideas
sobre las mejores propuestas de construcción, que la arquitectura aplicada a prisiones
genera dos modelos plenamente característicos. En primer lugar se destaca el modelo radial,
propuesto por el arquitecto inglés John Haviland para la penitenciaria de Eastern State de
Filadelfia. En este caso, el diseño consiste en siete edificios, donde se encuentran las celdas,
que convergen como radios o alas en una estructura circular central, desde el cual los
guardias del recinto pueden realizan la vigilancia centralizada del mismo. En este caso, los
tres primeros radios que se construyen corresponden a edificios de un piso, con cuarenta
celdas cada uno. Los cuatro siguientes radios se construyen de dos pisos, y cada celda
posee calefacción central, agua potable, un retrete y una abertura en su parte superior
abovedada para dejar entrar la luz. De esta manera se mejoraba ostensiblemente el orden, la
limpieza y los regímenes de administración y seguridad internos del establecimiento.

El modelo radial se transforma rápidamente en una sensación, puesto que su disposición en


radios facilita las labores de vigilancia y control de los internos, además de fortalecer la idea
de inspección y la seguridad de los funcionarios, al permitir que la vigilancia se realice desde
la estructura circular central hacia los radios o pasillos en cada edificio. Asimismo, como cada
interno tiene su celda, los guardias pueden inspeccionarlos individualmente, a través de
pequeñas aberturas en las puertas de las celdas. Esto último también facilita las labores de
separación y distribución de los internos, permitiendo que se desarrollen programas
específicos según tipo de delito o la situación de cada ofensor.

Países como Francia y España envían a arquitectos e investigadores para analizar el


régimen y el diseño arquitectónico aplicado en la penitenciaría de Eastern State. En 1837, se

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recomienda la implementación de este sistema en Gran Bretaña, ordenándose la


construcción de la prisión de Pentonville, en Barnsbury, Londres, la que es completada en
1842, con diseños del arquitecto Joshua Jebb.(30)

El segundo diseño característico del periodo es el propuesto por el filósofo inglés Jeremy
Bentham, en su obra El Panóptico, publicada en 1791. Si bien nunca se construye un
establecimiento con las mismas características que propone el autor, sus principios de
inspección, control y vigilancia de los internos se extienden universalmente por casi todas las
construcciones penitenciarias del periodo. El Panóptico consiste en una construcción circular,
en la que las celdas de los internos se encuentran dispuestas en la circunferencia, divididas
por tabiques que, a la manera de radios, confluyen angostándose hacia el centro del edificio.
En este punto se encuentra una torre en la que habitan los guardias, la que está equipada
con diversos mecanismos e ingenios para evitar que los presos puedan comprobar su real
presencia. Así, el principal objetivo de este diseño es que los inspectores puedan vigilar sin
ser vistos, y que la sola idea de su presencia, que no puede ser comprobada por los
convictos, genere en ellos una sensación de control y disuasión.(31) El autor destaca su
intención en estos términos: “Si fuéramos capaces de encontrar el modo de controlar todo lo
que a cierto número de hombres les puede suceder; de disponer de todo lo que les rodea a
fin de causar en cada uno de ellos la impresión que quisiéramos producir; de cerciorarnos de
sus movimientos, de sus relaciones, de todas las circunstancias de su vida, de modo que
nada pudiera escapar ni entorpecer el efecto deseado, es indudable que un medio de esta
índole sería un instrumento muy potente y ventajoso”(32)

Se trata, por lo tanto, de una expresión absoluta y extrema de las ideas de vigilancia e
inspección que se venían desarrollando desde la segunda mitad del siglo XVIII, en el que
gracias al diseño edilicio y los mecanismos ideados por el autor, se crea en los internos la
sensación de estar siendo siempre controlados, al punto que en aquellos momentos en que
el inspector se ausente o cuando sean finalmente liberados y se integren al medio social,
terminen auto-controlándose. Michel Foucault destacará esta idea de la siguiente manera:
“De ahí el efecto mayor del Panóptico: inducir en el detenido un estado consiente y
permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder. Hacer que
la vigilancia sea permanente en sus efectos, incluso si es discontinua en su acción.”(33)

Con el paso del tiempo, los principios de vigilancia y seguridad que Bentham intenta
transmitir a través de su Panóptico se convierten en una especie de paradigma carcelario
que cautiva a arquitectos, políticos y reformadores: “Las ideas [de Bentham] se volvieron muy
influyentes. Aunque se construyeron muchas prisiones con disposición central, algunas
declarando ser Panópticas, con sólo una excepción [la de Edinburgh], ninguna lo fue. Les
faltaba esa asimetría total de poder que era una característica esencial. Los internos podían
ver y escucharse entre ellos, podían ver a los inspectores, o habían períodos cuando podían

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escapar la vigilancia.”(34) En el caso de las penitenciarías de conformación radial, esta


asimetría total no está presente. Junto con esto, los vigilantes deben acceder físicamente a
cada celda, y por medio de una mirilla observar al recluso, repitiendo este proceso para cada
celda, lo que se diferencia totalmente de la idea central del Panóptico: poder observarlo todo
desde una posición central, al tiempo que no se pueda devolver esa mirada.

Probablemente, la principal limitante del diseño de Bentham sea que la capacidad para
internos en un establecimiento circular es inversamente proporcional al poder de inspección;
esto quiere decir que mientras más celdas se construyan, más debe agrandarse la
circunferencia y por lo tanto, alejarse progresivamente de la torre de vigilancia. Por este
motivo se privilegiaron en Europa y América los diseños carcelarios radiales, que en muchos
casos podían expandirse sin perder sus niveles de seguridad, puesto que en ellos prima la
idea de las celdas individuales.

Sin embargo, cabe destacar que la propuesta de vigilancia tan completa del modelo de
Bentham no podría conseguirse del todo en el modelo radial: “Observe usted, que si el punto
más importante en este plano es que los individuos sometidos a vigilancia se sientan
constantemente vigilados, o al menos piensen las posibilidades de estarlo, de ningún modo
es el único. Si lo fuera, esta misma ventaja se podría lograr o casi, con edificios de diferente
forma. Lo verdaderamente importante aquí es el hecho de que, durante la mayor parte
posible del tiempo, cada individuo esté realmente bajo vigilancia.”(35) Otro autor destaca los
siguiente: “Los varios países de Latinoamérica, hasta ahora, han construido pocas prisiones,
con una o dos excepciones, con disposición central. Estas primeras estructuras, usualmente
construidas en, o cerca de, la capital, fueron casi siempre radiales, reflejando una influencia
directa, ya sea de Norte América, Gran Bretaña o Europa.”(36) Esta idea es fundamental, ya
que ilustra una de las principales diferencias entre el modelo Panóptico y el diseño radial
mencionado anteriormente; en este último, por la disposición de los edificios o calles en
radios, los inspectores deben desplazarse por las galerías, observando individualmente cada
celda. En el Panóptico de Bentham, al menos en teoría, el inspector podría, al girarse en su
torre, obtener una visión de 360º y vigilar a todos los internos, al mismo tiempo.

Es interesante también mencionar la influencia que estas nociones arquitectónicas adquieren


en América del Sur, especialmente en la primera mitad del siglo XIX, cuando muchos países,
entre ellos Chile, se encuentran en pleno proceso de independencia y la reforma
penitenciaria de Europa se percibe como un ideal modernista: “El penólogo norteamericano
Negley Teeters, al realizar una extensa gira por las penitenciarías de Sudamérica a
mediados del siglo XX, viendo que en varios países se designaban con ese nombre
[Panópticos] las penitenciarías radiales (Bogotá, Quito, La Paz, Lima) afirmaba: “Pese a que
todas esas penitenciarias son llamadas, en la mayoría de los países, Panópticos, siguiendo
la creación del fantástico alarde de Jeremy Bentham, en toda Sudamérica no existe un

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panóptico real… desde la Penitenciaría de Santiago construida en 1843… hasta la de La


Paz, terminada en 1896, encontramos la clara influencia de la Penitenciaría de Filadelfia.
Todas ellas son variantes arquitectónicas del divinamente inspirado sistema de los
reformadores de Filadelfia.”(37)

Nuevas técnicas de investigación criminal

La influencia de estos dos modelos arquitectónicos en el tratamiento penitenciario posibilita la


introducción de una serie de técnicas que van transformando la penitenciaría en una suerte
de laboratorio conductual, en el que los presos se convierten en los sujetos de estudio. Así,
desde finales del siglo XVIII, se experimenta con diferentes sistemas de administración, entre
ellos los llamados Filadélfico y de Auburn, en los que se van alterando los regímenes de
trabajo y las posibilidades de comunicación entre los internos; todo esto, con el objetivo de
mejorar sus posibilidades de rehabilitación a través de la introspección y el silencio, al tiempo
que se intenta comprender mejor la mente y la disposición al crimen.(38)

De esta manera, el surgimiento de la arquitectura penitenciaria como un área del saber


específica, y la configuración misma del nuevo paradigma penitenciario de la redención a
través de la penitencia, abren el camino a un conjunto de nuevas técnicas de investigación
de la delincuencia y los criminales. En este sentido, los nuevos modelos de construcción
radial y panóptica cumplen un papel esencial, puesto que posibilitan un mejor control y
distribución de los internos, al tiempo que se mantienen la seguridad del recinto y de quienes
trabajan en él: “Las nuevas prisiones actuaron como catalizadoras de una visión clínica,
“científica”, de los problemas sociales, proveyeron del campo experimental para las nuevas
ciencias del crimen y el castigo (criminología y penología), y fueron pioneras en las
intervenciones profesionales que redefinieron las relaciones entre el estado y las clases
sociales inferiores.”(39) Aparece también, a mediados del siglo XIX, la impronta de la ciencia
criminalística, que a través de la antropometría, y luego la utilización de impresiones
dactilares, facilita las labores de filiación y clasificación de los internos; también, surge la
escuela de criminología positivista, que intenta encontrar una tipología criminal común a
través de las características físicas y biológicas de los delincuentes.

Van apareciendo entonces, y asociadas a las prisiones, distintos departamentos de


clasificación y estudio asociados a los delincuentes, todo lo que se hace posible gracias a los
nuevos diseños arquitectónicos. En Chile, por ejemplo, el Dr. Israel Drapkin crea en 1936 el
Instituto de Criminología, ubicado dentro de la Penitenciaría de Santiago; esta última
construida en 1843 según el diseño radial de la Penitenciaría de Filadelfia, en Estados
Unidos. El Dr. Drapkin escribe: “…debemos agregar que la clínica criminológica, o sea, el
estudio del delito, la clasificación del delincuente y la determinación de su índice de
peligrosidad, se hace dentro de los establecimientos penales o establecimientos de

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readaptación, como sería más adecuado llamarlos, en organismos técnicos especiales,


generalmente conocidos con el nombre de Institutos de Criminología.”(40) Los métodos de
investigación de estos organismos, que de acuerdo al autor son los mismos que posee toda
ciencia positiva, contemplan la utilización de fichas en las que se registran todos los
antecedentes útiles para el estudio de cada delincuente, entre ellos: particularidades y
características del delito, antecedentes del delincuente, exámenes médicos y psicológicos –
con especial énfasis en la posibilidad de enfermedades hereditarias- , examen antropológico
– tipo morfológico, cefálico y torácico del sujeto- , y marcas o señas características, entre
otros.(41) A través de lo anterior se puede apreciar el avance de la investigación criminal,
que desde los aportes de Beccaria, Howard y Bentham avanza en conjunto con el desarrollo
arquitectónico de los penales, en una relación que se mantiene hasta hoy, pero que no ha
sido estudiada a cabalidad.

Finalmente, podría argumentarse que en cierta forma las nociones de separación celular,
distribución en clases y clasificación según condición procesal y penal aparecen, al menos en
los autores ilustrados como Bentham, como un intento de aplicar el rigor y la lógica científica
al fenómeno social de la delincuencia y la cárcel, como una panacea del poder restaurador
de la racionalidad positiva frente al caos de las relaciones humanas; y en este sentido se
trata de una concepción en sintonía con el pensamiento de autores como Auguste Compte,
que proponen que el mayor bienestar social e individual sólo podría alcanzarse a través de
las metodologías científicas, la experimentación y la investigación.

Sin embargo, la crítica moderna, particularmente en el filósofo Michel Foucault, ha visto en


estos esfuerzos el reflejo de una sociedad cada vez más normalizadora y disciplinante, en
especial con aquellos que han transgredido alguna de sus reglas; y en los reformadores, a
verdaderos Linneos de las ciencias sociales: “…ordenamiento espacial de los hombres;
taxonomía, espacio disciplinario de los seres naturales […] Bajo la forma de la taxonomía,
tiene como función caracterizar (y por consiguiente reducir las singularidades individuales)
[…] Es la condición primera para el control y el uso de un conjunto de elementos distintos: la
base para una microfísica de un poder que se podría llamar celular.”(42)

Consideraciones finales

La reforma penal que se produce en Europa a finales del s. XVIII se relaciona con una serie
de sucesos históricos que llevan a un replanteamiento de los sistemas punitivos de la época,
eminentemente castigadores, autoritarios y desiguales, hacia una visión más humanista y
democrática del derecho y de las penas. Con este cambio se esperaba promover la dignidad
del hombre y las posibilidades de regenerar a quienes han transgredido una norma jurídica;
esto último, con el objetivo de reincorporarlos a la sociedad como ciudadanos provechosos y
útiles. Entre los hechos históricos que posibilitan este movimiento reformador se puede

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mencionar la Revolución Francesa y el desarrollo del sistema legal de los Estados Unidos.

Pero el impacto de estas reformas no habría sido tan considerable de no haberse apoyado
en nuevos modelos de construcción carcelaria, que resultan instrumentales para la
concretización de propuestas que hasta el momento permanecían solamente en el ámbito de
las teorías filosóficas. Desde las ideas de Beccaria y Howard, pasando por los proyectos de
pensadores o arquitectos, se aprecia un profundo movimiento restaurador en el ámbito de las
prisiones, que con el paso del siglo abarca al delincuente y luego las causas de la
criminalidad y su prevención. En este sentido es interesante destacar cómo la preocupación
por la cuestión de la delincuencia y la situación de las cárceles trasunta los distintos ámbitos
de las sociedades de la época, ya que involucra a pensadores ilustrados, humanistas,
arquitectos y políticos. Y en el caso de la arquitectura, los modelos como el Panóptico se
extienden incluso a otras áreas de la comunidad, como los hospitales, las escuelas, las
industrias y los sanatorios.

Por este motivo, analizar la historia de la relación entre las reformas del siglo XVIII y el
surgimiento de la arquitectura penitenciaria, es analizar también el nacimiento de los distintos
programas y técnicas para el entendimiento del delincuente y el delito, movimiento que llega
hasta nuestros días, a través de la antropología, la sociología, la psicología, la criminología y
la criminalística.

Referencias

1 Cf. Foucault, Michel: Vigilar y Castigar, Nacimiento de la prisión, Siglo XII, Madrid, 2008;
p.38.

2 Drapkin, Israel y Brücher, Eduardo, Criminología y Ciencia Penitenciaria, Cursos de


perfeccionamiento del personal de prisiones, Curso superior y elemental, Santiago, 1941;
p.14.

3 Cf. Foucault, Michel, op,cit, pp. 11-30.

4 En Francia también se condenaba a trabajar remando en galleras; y en Chile, a principios


del siglo XIX, recuérdense los presidios ambulantes creados por Diego Portales: Cf. Bello,
Andrés: “Establecimientos de confinación para delincuentes”, en León León, Marco Antonio:
Sistema Carcelario en Chile. Visiones, Realidades y Proyectos (1816-1916), Ediciones de la
Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 1996; pp.47-56

5 Cf. Beccaria, Cesare, Disertación sobre los delitos y las penas, imprenta de Robert Wright,
Santiago, 1943; pp.40-44.

6 Ibidem, p.232.
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7 Ibídem, p.73

8 Cf. Ibidem, pp.133-137.

9 Cf. Ibidem, p.79 y ss.

10 Cf. Ibidem, p.115-116.

11 Cf. Hepworth, Dixon: John Howard, and the prison world of Europe. From original and
authentic documents, Imp. por Jackson and Walford, London, 1850; pp. 65-70 (trad. propia)

12 Cf. England, Ralph W., en su introducción a la reimpresión de la obra de John Howard: El


Estado de las prisiones en Inglaterra y Gales, Fondo de Cultura Económica, México, 2003;
p.151.

13  Howard, John: El Estado de las prisiones en Inglaterra y Gales, Fondo de Cultura


Económica, México, 2003; p.167.

14 Ibidem, p.246.

15 Cf. Ibídem, pp.185 y186.

16 Ibidem, p.175.

17 Cf. Barrera, Luís Ramírez: Historia Penitenciaria (1843-1943), Talleres Gráficos de


Gendarmería de Chile, Santiago, 1998; pp. 41-45.

18 Howard, John, op.cit, p.208.

19 Cf. Farrar, John: The Life of John Howard, Lives of Philanthropists, Vol. I, Impreso por
Brown, Shattuck and Company, Cambridge, 1833; pp.140-141.(trad. Propia)

20 Cf. Howard, John, op.cit, p.216.

21 Fernández, Pedro Trinidad: La Defensa de la Sociedad. Cárcel y delincuencia en España


(Siglos. XVIII-XX), Alianza Editorial, Madrid, 1991; p. 123.

22 Cf. Caro F. y Saldivia Z.: “Alcances sobre el Modelo Panóptico en la Arquitectura


Penitenciaria y Médica Chilena”, en Rev. LAJIA, Vol.2, N°3, Diciembre 2010; p. 25.

23 Cf. Ibidem, p.26.

24 Society for the Improvement of Prison Discipline and for the Reformation of Juvenile
Offenders: Rules proposed for the government of gaols, houses of correction and
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penitentiaries, Printed by T.Bensley, London, 1820; p.44. (trad. propia)

25 Cf. Committee of the Society for the Improvement of Prison Discipline: Remarks on the
form and construction of Prisons: with appropriate designs, sold by J. and A. Arch, Londres,
1826; p. III y ss. (trad. Propia)

26 Baltard, Luis-Pierre: Architetonographie des prisons u parallèle des divers systèmes de


distribution dont les prisons sont susceptibles, selon le nombre et la nature de leur
population, l’étendue et la forme des terrains, Palais des Beaux-Arts, París, 1829; y Sagra,
Ramón de la: Atlas carcelario o colección de láminas de las principales cárceles de Europa y
América, proyecto de construcción de carruajes y objetos de uso frecuente en las prisiones, 1
volumen y 1 atlas, Imprenta del Colegio Real de Sordo-Mudos, Madrid, 1843.

27 Tocqueville, Alexis de y Beaumont, Gustave de: Systéme pénitentiaire aux états-unis et


de son application on france, Librairie de Charles Gosselin, Paris, 1845;

28 Johnston, Norman, The Human Cage: A Brief History of Prison Architecture, published by
Walker a Company, New York, 1973; p.13 (trad. Propia)

29 Ibidem, pp.17-18.

30 Cf. Mayhew, Henry y Binny, John: The Criminal Prisons of London, published by Charles
Griffin and company, London, 1862; pp.112-168. (trad. Propia)

31 Cf. Bentham, Jeremy: El Panóptico, Editorial Quadrata, Buenos Aires, 2005; pp.51-54.

32 Ibidem, p.15.

33 Foucault, Michel, op.cit, p.204.

34 Markus Thomas, Buildings and power: Freedom and Control in the Origin of Modern
Building Types; Routledge; London, 1993, p. 123; también Steadman, Philip: “The
Contradictions of Jeremy’s Bentham Panopticon Penitentiary”, en Bentham Project Journal,
University College London, Febrero 2007.

35 Bentham, Jeremy, op.cit, p.57 y 58.

36  Johnston, Norman, op.cit, p.36.

37 García Basalo, Carlos, “La influencia chilena en la construcción del primer edificio
penitenciario argentino”, en Revista de Estudios Criminológicos y Penitenciarios, editada por
Unicrim, Gendarmería de Chile, Nº9, Diciembre 2006, Santiago; p. 118-119.

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38 Cf. Caro F. y Saldivia Z., op.cit, p. 29 y ss; también Ramírez Barrera, Luis: Historia
Penitenciaria. Una Recopilación Histórica (1843 – 1943), Talleres gráficos de Gendarmería
de Chile, Santiago, 1998; p. 213 y ss.

39 Salvatore, Ricardo D. y Aguirre, Carlos: The Birth of the Penitenciary in Latin America:
essays on criminology, prison reform and social control, 1830-1940, University of Texas
Press, Texas, 1996; p. 2 y ss. (trad. propia)

40 Drapkin, Israel y Brücher, Eduardo, op.cit, p.2. (énfasis añadido)

41 Cf. Ibidem, p. 9 y ss.

42 Foucault, Michel, op.cit, pp. 152 y 153.

Bibliografía

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