Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Historia de la
Iglesia
AUGUST FRANZEN
Historia de la
Iglesia
Nueva edición,
revisada por Bruno Steimer
y ampliada por Roland Fróhlich
Traducción:
María del Carmen Blanco Moreno
y Ramón Alfonso Diez Aragón
Im prim atur:
* Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander
17-02-2009
Diseño de cubierta:
María Pérez-Aguilera
mariap.aguilera@gmail.com
Im presión y encuadernación:
Gráficas Calima
Santander
ÍNDICE
El desarrollo de la Iglesia
en la Alta Edad Media (1050-1300) .......................................... 178
§ 25. Cluny y el movimiento monástico de reforma .............. 178
§ 26. Reforma gregoriana y lucha de las investiduras ............ 181
1. «Libertas Ecclesiae» ........................................................ 181
2. La lucha de las investiduras............................................ 183
3. Consecuencias y efectos .................................................. 186
§ 27. El gran cisma de Oriente ................................................. 188
§ 28. El nuevo espíritu de Occidente ....................................... 190
1. Nuevas formas de monacato .......................................... 190
2. La reforma del clero secular............................................ 193
§ 29. El movimiento de las Cruzadas ...................................... 196
J. Las Cruzadas .................................................................. 196
2. Las órdenes militares ...................................................... 200
3. Balance ............................................................................ 201
§ 30. Movimientos de pobreza, herejías e Inquisición ............ 202
1. El biblicismo y el seguimiento de Jesús .......................... 202
2. Movimientos de pobreza. Valdenses y cátaros ............... 203
3. La Inquisición ................................................................ 205
§ 31. Las grandes órdenes mendicantes .................................. 208
1. Francisco de Asís y la orden franciscana ........................ 208
2. Domingo y la orden dom inicana.................................... 210
§ 32. La ciencia teológica y las universidades .......................... 211
1. La escolástica y sus representantes.................................. 211
2. El nacimiento de las universidades ................................ 214
§ 33. El papado de Inocencio III a Bonifacio VIII .................. 215
1. Inocencio III .................................................................... 216
2. La última lucha entre papad
e imperio de los Hohenstaufen ...................................... 220
3. Bonifacio VIII ................................................................ 222
ÍNDICE 9
De la revolución francesa
a la primera guerra mundial (1789-1918) ................................ 335
§ 50. La revolución francesa y la secularización ...................... 335
1. La revolución francesa .................................................... 335
2. Napoleón Bonaparte ...................................................... 336
3. La secularización ............................................................ 337
§ 51. La restauración de la Iglesia en Alemania en el siglo XIX 338
1. La reorganización de la Iglesia a lem ana........................ 338
2. Vida de la Iglesia ............................................................ 339
§ 52. El fin del Estado pontificio .............................................. 341
§ 53. El concilio Vaticano I ........................................................ 343
1. Prehistoria ...................................................................... 343
2. Desarrollo del concilio .................................................... 347
§ 54. Después del concilio: veterocatolicismo
y Kulturkampfen Alemania .............................................. 350
1. La oposición en Alemania .............................................. 350
2. El veterocatolicismo ........................................................ 351
3. El «Kulturkampf» ............................................................ 352
§ 55. Los papas después del concilio Vaticano I ...................... 354
De Jesús de Nazaret
al giro constantiniano (hasta el 311)
dos por los judíos como renegados y apóstatas. El odio creciente lle
vó, hacia el año 100, a la persecución oficial de los cristianos por par
te de la sinagoga. La nueva y última insurrección judía contra los ro
manos, bajo Bar Kokbá (132-135), infligió a los cristianos que habi
taban en Palestina otra cruenta persecución por parte de los judíos.
De este modo quedó trazada definitivamente la línea de división en
tre judíos y cristianos y empezó la funesta enemistad entre ambos
que sería tan perjudicial para ambas partes a lo largo de la historia.
Con la destrucción de Jerusalén en el 70 terminó también la par
ticular posición predominante de que había gozado hasta entonces
la comunidad jerosolimitana.
2. La comunidad de Antioquía
Antioquía, la primera comunidad de paganos convertidos al cristia
nismo y centro de la misión cristiana, adquirió desde su origen una
posición importante. La llamada «controversia antioquena» (Hch
15; Gal 2,1 lss) favoreció la clarificación de las relaciones de los ju-
deo-cristianos con los pagano-cristianos. Lamentablemente, no sa
bemos mucho sobre la estructura interna de la comunidad y, por
tanto, no podemos decir hasta qué punto fue determinante para el
posterior desarrollo de las numerosas comunidades que Pablo, par
tiendo desde Antioquía, había fundado en los tres grandes viajes de
misión. Es evidente que la comunidad de Antioquía estaba com
puesta mayoritariamente por miembros de origen no judío, hasta tal
punto que ya no aparece como una secta judía, sino que fue caracte
rizada por primera vez como una comunidad religiosa independien
te de «cristianos» (Hch 11,26).
Fue sobre todo Pablo quien difundió el cristianismo en el mun
do, transplantándolo desde la tierra madre judeo-palestinense y des
de Antioquía, un centro de la cultura grecorromana del helenismo.
Después de su conversión, el apóstol estuvo retirado durante tres
años en el desierto de Arabia con el fin de prepararse para la misión
apostólica, y después, invitado por Bernabé, se dirigió a Antioquía.
Con él, «bajo el impulso del Espíritu Santo» (Hch 13,4), emprendió
el primer viaje misionero, que lo condujo a Chipre y Asia Menor
(Perge, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe: cf. Hch 13-14).
En el segundo viaje misionero (hacia 49/50-52), Pablo se dirigió,
más allá de Asia Menor, hacia Europa, donde fundó las comunida
des de Filipos, Tesalónica, Atenas y Corinto (Hch 15,26-18,22). El
tercer viaje misionero (hacia 53-58) lo llevó, en cambio, a través de
30 H I S T O R I A D E LA I G L E S I A
Ecclesiae unitate (ca. 251) afirma: «Dios no puede ser Padre de quien
no tiene como madre a la Iglesia». Auténtica es también la frase con
tenida en el capítulo 4 de esta obra y tan injustamente y tantas veces
criticada: «El primado fue conferido a Pedro. ¿Cómo puede alguno
creer que está aún en la Iglesia si se separa de la sede de Pedro sobre
la cual está fundada la Iglesia?» (De Ecclesiae unitate 4, 7). Es eviden
te que de estas palabras no se puede deducir un reconocimiento del
primado romano de jurisdicción. El mismo Cipriano se enemistó
con el papa Esteban I, en el 255, cuando, a propósito de la validez del
bautismo administrado por herejes, sostuvo -partiendo de un con
cepto erróneo de sacramento- el criterio según el cual la validez del
bautismo dependía del estado de gracia del sacerdote que lo celebra
ba, por lo que quien no poseía el Espíritu Santo no podía adminis
trarlo. Según esta concepción, ya no sería Cristo (ex opere operato)
quien administraba el bautismo, sino el ser humano en virtud de su
propio carisma.
«Con los griegos es preciso hacerse griego, para poder ganar a to
dos. A quienes nos piden una sabiduría común entre ellos hay que
ofrecerles aquello con lo que están familiarizados, para que puedan
llegar, sirviéndose de su patrimonio de ideas, de modo justo y lo
más fácilmente posible, a la verdad» (Clemente, Stromata I, 15, 3ss;
V, 18, 6ss).
1. Herejías judeo-cristianas
2. Sistemas gnósticos
El maniqueísmo
4. El m arcionism o
5. Los encratitas
ran no sólo de los placeres de la carne y del vino, sino también del
uso del matrimonio. Su teoría fue justamente rechazada como heré
tica. Algunas tendencias encratitas perduraron, si bien de forma ate
nuada, durante mucho tiempo y desempeñaron también un papel
en la prehistoria y en la primera hora del monacato.
6. El montañismo
El montañismo contenía estas tendencias encratitas, ligadas al entu
siasmo del cristianismo primitivo. Montano, un ex sacerdote de
Cibeles, reprochaba a la Iglesia en general que se había mundaniza-
do en exceso y empezó a predicar en el 157 (o en el 172) una seve
ra reforma moral y ascética que condenaba la huida del martirio y
exigía que el cristiano se presentara voluntariamente a la muerte
martirial y, más aún, que la anhelara. Montano dio también nueva
vida a la tensión escatológica de la Iglesia primitiva y anunció como
ya próximo el principio del reino milenario de Cristo (quiliasmo).
Aseguraba haber recibido revelaciones particulares, se declaraba
profeta del Espíritu Santo y anunciaba que la revelación divina ha
bía llegado con él, después de Cristo, a la perfección definitiva. En su
predicación, Montano contaba con la ayuda de dos mujeres extáti-
i as, Priscila y Maximila, que sostenían haber recibido visiones y re
velaciones proféticas. En Pepuza, Frigia, reunieron a sus partidarios
ion el fin de esperar la venida de Cristo y el juicio universal. Su rígi
da moral procuró muchos seguidores a la secta y, más tarde, sus doc-
Il inas se difundieron en el norte de África, donde, alrededor del 207,
i (insiguieron incorporar también a un hombre tan culto como
lértuliano, que en adelante empezó a combatir con vehemencia a la
gran Iglesia por su presunta relajación moral y su praxis penitencial.
otros desde tiempo más remoto, y algunos desde veinte años atrás.
Todos estos han adorado tu imagen y las estatuas de los dioses y lan
zado maldiciones contra Cristo. Decían que todo su error o falta se
limitaba a estos puntos: que en determinado día se reunían antes de
salir el sol y cantaban sucesivamente himnos en honor de Cristo,
como si fuera Dios; que se obligaban bajo juramento, no para crí
menes, sino a no cometer robo, asesinato ni adulterio; a mantener
la palabra dada y restituir el depósito; que después de esto acostum
braban separarse y más tarde se reunían para comer en común ali
mentos sencillos e inocentes; que habían dejado de hacerlo después
de mi edicto, por el cual, según tus órdenes, prohibí toda clase de
reuniones. Esto me ha hecho considerar tanto más necesario arran
car la verdad por la fuerza de los tormentos a dos esclavas, cuanto
que decían estaban enteradas de los misterios del culto; pero sola
mente he encontrado una deplorable superstición llevada hasta el
exceso; y, por esta razón, he suspendido el proceso para pedirte con
sejo...» (sigue el texto citado en la p. 34).
El emperador respondió así:
«Has hecho, querido Segundo, lo que debías hacer en las causas de
los cristianos; porque no es posible establecer regla fija en esa clase
de asuntos. No deben hacerse pesquisas; si se les acusa y quedan
convictos, se les debe castigar. Sin embargo, si el acusado niega que
es cristiano y lo muestra con su conducta, es decir, invocando a los
dioses, es necesario perdonarle por su arrepentimiento, cualquiera
que sea la sospecha que pesase sobre él. Por lo demás, por ninguna
clase de delito deben recibirse noticias anónimas, porque esto daría
pernicioso ejemplo, muy contrario a nuestra época»
Según esta disposición im perial, el hecho mismo de ser cristiano
merecía ser castigado y no era necesario que los imputados fueran
acusados de otro delito. Sólo las denuncias anónimas debían ser re
chazadas. La ejecución del rescripto, que no era una ley del Estado,
fue confiada al procónsul. En lo sucesivo hubo numerosas persecu
ciones territoriales, si bien lim itadas, promovidas principalmente
por fanáticas masas populares. El emperador Adriano (117-138), en
un rescripto enviado a C. M inucio Fundano, procónsul de la provin
cia de Asia, en el 125, ordenó h acer caso omiso de tales peticiones de
la plebe y de las denuncias an ó n im as contra los cristianos, de modo
que éstos gozaron de una cierta calm a. Con todo, también bajo An-
tonino Pío (138-161), Marco A urelio (161-180) y Cómodo (180-
PRIM ERA PARTE: LA A N T I G Ü E D A D CRISTIANA 63
§ 9. El giro constantiniano
1. La doctrina de la Trinidad
dos naturalezas en Cristo. Este documento fue aprobado por los 198
obispos presentes y suscribió la sentencia contra Nestorio. De este
modo fue acogido el título Theotokos. La muchedumbre, que espe
raba fuera con impaciencia, se adhirió llena de júbilo. Pocos días
después llegaron 43 obispos antioquenos, encabezados por su pa
triarca Juan. De inmediato tomaron partido por Nestorio y consti
tuyeron un anticoncilio. Ello dio origen a una desagradable red de
intrigas y una controversia caracterizada por violentos ataques recí
procos. El emperador tuvo que intervenir. Los dos jefes, Nestorio y
Cirilo, fueron arrestados. Finalmente, Cirilo pudo retornar a Ale
jandría y Nestorio fue desterrado en el Alto Egipto, donde murió en
el 451. Aún no está claro hasta qué punto enseñó verdaderamente
una doctrina herética o cayó víctima de presentaciones equivocadas
e interpretaciones erróneas de su pensamiento.
1. Ambrosio de Milán
3. Agustín de Hipona
Agustín nació el 13 de noviembre del 354 en Tagaste, Numidia, de pa
dre pagano, Patricio, y Mónica, mujer piadosa y cristiana. Fue educa
do cristianamente, pero no fue bautizado. Más tarde verá en el hecho
ile haber estado privado de la gracia de Dios la causa principal de sus
extravíos de juventud. En los años de estudiante se alejó completa
mente de la fe cristiana. En sus Confesiones (escritas hacia el 400),
describió con tristeza estos errores. En el 372 tuvo un hijo natural, al
que puso el nombre de Adeodato (t 389). Pero en el 385 se separó de
la madre de su vástago. Durante aproximadamente nueve años, entre
el 374 y el 383, profesó el maniqueísmo y formó parte de esta secta,
que influyó en su pensamiento por la interpretación dualista del bien
y el mal, por la crítica que dirigía al cristianismo y por el rechazo de
(oda autoridad en materia de fe. Durante este tiempo rompió tam
bién con su madre y, concluidos los estudios de retórica en Cartago,
se estableció durante un breve periodo en Tagaste, donde enseñó gra-
96 HISTORIA D E LA I G L E S I A
3. Jerónim o de E stridón
lerónimo nació hacia el 347 en Estridón (Dalmacia) y muy pronto
viajó a Roma (ca. 354), donde recibió una excelente formación. Du
rante un viaje a la Galia conoció, en Tréveris, una colonia de monjes
y decidió consagrarse a la vida monástica. En Aquilea vivió durante
un cierto tiempo con un grupo de amigos, dedicándose al ascetismo,
y después partió hacia Jerusalén. En el camino cayó enfermo y, tras
detenerse en Antioquía, se dedicó a los estudios exegéticos, y apren
dió griego y hebreo. Del 375 al 378 llevó, en el desierto de Calcis, una
vida de eremita sumiso a la voluntad de Dios. En el 379 fue ordena
do sacerdote en Antioquía, y después viajó a Constantinopla (380/
381), para escuchar a Gregorio de Nacianzo. Entabló amistad tam
bién con Gregorio de Nisa. Más tarde, el papa Dámaso lo llamó a
liorna, donde vivió, del 382 al 385, en la corte pontificia, realizando,
100 HISTORIA D E LA I G L E S I A
por encargo del papa, una revisión del texto latino de la Biblia. Fruto
de estos estudios fue la versión posteriormente conocida como Vid-
gata. Jerónimo había sido el hombre de confianza del papa y parece
que éste lo había designado como su sucesor, pero tras la muerte del
papa Dámaso (11 de diciembre del 384), su nombre no fue tenido en
cuenta durante la elección del nuevo pontífice. Las ideas ascéticas
sostenidas por Jerónimo y las críticas implacables contra los abusos
del clero romano -en Roma estuvo en el centro de un grupo de as
cetas- le granjearon numerosas antipatías. En el 385 abandonó Ro
ma y se dirigió, más allá de Antioquía, a diferentes monasterios de
Palestina y de Egipto. En el 386 se estableció en Belén, donde murió
el 30 de septiembre del 419 o del 420.
Desde Roma lo acompañó la devota y rica Paula, que le propor
cionó los medios necesarios para la construcción de tres monaste
rios de religiosas y de un monasterio de religiosos, que él dirigió per
sonalmente, en Belén. En 34 años de ininterrumpida actividad, Jeró
nimo produjo en Palestina una obra literaria de enorme alcance y
significado. Él fue «sin duda alguna el más docto entre todos los
Padres de la Iglesia latina y el más grande erudito de su tiempo»
(Berthold Altaner). A pesar de algunos errores y debilidades, que de
ben imputarse sobre todo a su naturaleza ardiente e irritable, y a su
susceptibilidad nerviosa, Jerónimo fue siempre un noble y sincero
soldado de Cristo, totalmente motivado por el ideal de la piedad
monástica.
4. Gregorio I Magno
El papa Gregorio I (590-604) fue considerado, a partir del siglo VIII,
el cuarto de los grandes doctores de la Iglesia occidental. Nacido ha
cia el 540, en el límite mismo entre la antigüedad y la Edad Media,
descendía de la aristocracia senatorial y, ya en 572/573, fue nombra
do prefecto de la ciudad de Roma. Después de la muerte de su pa
dre, Gordiano, renunció a una brillante carrera en el siglo (ca. 575)
y transformó el palacio romano paterno en un monasterio, que con
sagró a san Andrés. Más tarde fundó otros seis monasterios en Sici
lia, en las tierras que había heredado, y él mismo vivió como un aus
tero asceta, en soledad monástica. Pero en el 579 lo sacaron de la paz
en que se encontraba. El papa Pelagio II lo envió como su represen
tante (apocrisiario) a Constantinopla, donde tuvo que permanecer
hasta el 585. En medio de los desórdenes de la corte imperial bizan-
P R I M E R A P A R T E : LA A N T I G Ü E D A D CRISTIANA 101
I lacia mediados del siglo III se produjo -p o r primera vez entre los
ascetas egipcios- el paso de los carismáticos ligados a las comunida
des a los solitarios anacoretas, que buscaban el silencio y la soledad
en regiones y desiertos alejados.
Antonio fue el primer eremita del que tenemos noticias históri-
i as. Su vida fue escrita por Atanasio (Vita sancti Antonii, 357), que lo
conoció personalmente. Nacido hacia el 251 en Quemán, en el Egip
to Medio, después de la muerte prematura de sus progenitores ven
dió y regaló a los pobres, siguiendo el consejo de Jesús (cf. Mt 19,21),
sus copiosos bienes, llevó a su hermana menor a un monasterio de
vírgenes y se retiró (ca. 271), a la edad de veinte años, a la soledad.
I’rimero vivió en las cercanías de su ciudad natal, pero después se
adentró en el desierto y, por último, porque temía que también allí
lo buscaran numerosos visitantes, se estableció en una zona monta
ñosa y de difícil acceso, al otro lado del Nilo. Atanasio nos ha dejado
el relato de su lucha por la santidad y sus combates con los demo
nios (Matthias Grünewald ilustró, entre los años 1512 y 1514, en el
retablo mayor de Isenheim, la vida del eremita). Su biógrafo nos des
cribe también la notable fuerza de atracción que Antonio ejerció so
bre toda clase de personas: jóvenes que deseaban seguir sus huellas,
108 H I S T O R I A D E LA I G L E S I A
1. La comunidad romana
1,a comunidad romana ocupó desde el principio un puesto predo
minante en la Iglesia universal. En Occidente fue reconocida siem
pre como guía principal, porque era la más antigua, la más grande y
la única comunidad apostólica occidental. En general, el rango de
una comunidad se medía por la importancia de su fundador (apos-
lólico); y, dado que desde tiempo inmemorial la tradición había pro
clamado al apóstol Pedro como fundador de la comunidad romana,
la preeminencia de Roma no era cuestionada, del mismo modo que
tampoco lo era la particular posición de Pedro dentro del colegio de
los apóstoles. Así, sucedió que Roma tuvo desde muy pronto una
función directiva en casi todos los ámbitos de la vida de la Iglesia.
Pese a las persecuciones y dificultades de todo tipo, la comuni
dad romana creció rápidamente a lo largo del siglo II en número e
importancia. A mediados del siglo III, el número de sus miembros
ascendía al menos a 30.000; contaba 151 clérigos y 1.500 viudas y
pobres. Su posición en la metrópoli del imperio le permitía disfru
tar de relaciones muy importantes. Pronto se encontraron entre sus
miembros mujeres y varones acaudalados y de elevada posición so-
110 H I S T O R I A D E LA I G L E S I A