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Jekyll y Hyde, la condición

humana según Stevenson


RAFAEL NARBONA
9 julio, 2019

Poster de 'Dr. Jekyll y Mr. Hyde', c. 1880


¿Quién no ha deseado ser otro? ¿Quién no ha experimentado la sensación de que su interior
bullen dos o quizás más personalidades, con inclinaciones radicalmente opuestas? ¿Quién
no ha fantaseado con instalarse más allá del bien y el mal, liberando los deseos reprimidos
por varios siglos de civilización? El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, el famoso
relato de Robert Louis Stevenson, se publicó en 1886, derribando el mito del hombre
unidimensional, con una sola faz, exenta de paradojas y contradicciones. A fin de cuentas,
persona significa máscara, un concepto que procede del teatro. Lo sepan o no, todos los
hombres son comediantes que representan más de un papel en el drama de la vida.Es
imposible adoptar el punto de vista del lector que se enfrentó a la narración de Stevenson
por primera vez, ignorando que el irreprochable Jekyll y el abyecto Hyde son el mismo
individuo. Aunque el cuento conserva intacta su magistral ejecución, la intriga se ha
debilitado, pues el desenlace es sobradamente conocido. Ese hecho no impide admirar el
perfecto despliegue de una trama que atrapa desde las primeras páginas. Podríamos incluir
la narración en el género de terror, pero las reflexiones de Stevenson sobre la condición
humana lo sitúan en el terreno de la ética y la psicología. La vida ejemplar de Henry Jekyll
esconde el malestar de nuestra cultura, que nos ha impuesto dolorosas inhibiciones,
condenándonos a vivir en la insatisfacción. Stevenson prefigura las teorías psicoanalíticas
sobre la psique humana. Ser virtuosos no nos hace felices. Simplemente, nos permite
constituirnos como sociedad, superando el estadio de la horda primitiva que sólo reconocía
la ley del más fuerte. Llamamos moral al sacrificio que hemos asumido para huir del caos y
la violencia.

Ambientada en un Londres brumoso y levemente fantasmal, la trama de El extraño caso del
doctor Jekyll y Mr. Hyde surgió de una pesadilla de Stevenson, que llevaba semanas
meditando sobre la dualidad de la naturaleza humana. Somos ángel y bestia, espíritu y
cieno, albor y negrura. Stevenson se había propuesto escribir un relato sobre esta antítesis,
pero no encontró la fórmula hasta que su inconsciente le proporcionó un esquema
narrativo. Según la clásica biografía de Graham Balfour, La vida de Robert Louis
Stevenson (1912), Fanny Osbourne despertó al escritor cuando descubrió su agitación en
mitad de la noche. Stevenson se enfadó, pues lamentaba abandonar “un dulce sueño de
terror”. Enfebrecido por su experiencia onírica, escribió el relato en tres días y, como era
habitual, se lo entregó a su esposa para que lo supervisara, escribiendo sus impresiones en
los márgenes. Después de leerlo, Fanny comentó que había compuesto una alegoría con
forma de cuento. Stevenson, debilitado por una hemorragia causada por su tuberculosis,
redujo el manuscrito a cenizas para evitar la tentación de aprovechar alguna frase en la
nueva versión que había decidido elaborar, destacando aún más su intención alegórica. De
nuevo tardó sólo tres días, pero empleó entre cuatro y seis semanas en lograr la forma
definitiva. No sabemos hasta qué punto esa peripecia –sospechosamente lírica- es real o
una simple fabulación de Lloyd Osbourne, el hijastro de Stevenson. Se ha aventurado que
las objeciones de Fanny no fueron de carácter formal, sino de orden moral.
Supuestamente, la primera versión incluía escabrosos detalles sexuales que
desagradaron a la esposa del escritor. Si es así, Fanny ejerció la censura que suele aplicar
la razón sobre nuestros impulsos instintivos o, en términos freudianos, la represión del yo
sobre el ello.

El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde se anticipa al psicoanálisis, apuntando que la
vida consciente inhibe el principio de placer en nombre del orden social, lo cual provoca una
honda frustración, una especie de neurosis colectiva. Asimismo, coincide en el tiempo con
la filosofía de Nietzsche, que en 1883 publica Así habló Zaratustra. Dado que la primera
edición fue costeada por el autor y apenas superó los cuarenta ejemplares, es harto
improbable que Stevenson conociera la obra del filósofo alemán. No obstante, hay un
llamativo paralelismo que tal vez expresa el cambio de mentalidad de una época donde ya
se atisba el desencantamiento del mundo.El doctor Jekyll encarna los valores apolíneos,
que exaltan el equilibrio, el orden y la mesura; Mr. Hyde, en cambio, está poseído por el
furor dionisíaco, que sólo se preocupa de satisfacer nuestras pulsiones básicas. Jekyll
busca la perfección y la belleza; Mr. Hyde, la embriaguez y el éxtasis. Jekyll es un moralista;
Mr. Hyde, un espíritu libre que no se deja condicionar por ningún código ético. El Londres
que retrata Stevenson vive sometido por la moral victoriana, pero en sus calles se agitan las
pasiones más turbulentas. El doctor Jekyll es un hombre alto y bien parecido, con unos
modales exquisitos y una conducta intachable. Mr. Hyde es bajito y repulsivo, carece de
modales y su conducta es abominable. A pesar de las apariencias, se trata del mismo
hombre. ¿Es razonable atribuir esta incongruencia al efecto de una poción nefasta? ¿No
parece más atinado apuntar que el doctor Jekyll vive en la impostura, y Mr. Hyde en una
brutal y desinhibida sinceridad? Mr. Enfield, fiel amigo de Utterson, el abogado de Jekyll,
advierte que “hacer una pregunta es como arrojar una piedra”. Es lo que hace Stevenson:
arrojar una piedra sobre la moral victoriana, sacando a la luztoda su carga de hipocresía y
podredumbre. El doctor Jekyll siempre ha anhelado la admiración de todos, cultivando un
comportamiento grave, solemne y honorable, pero su desmedida ansia de reconocimiento
social ha corrido paralela a su profunda desazón interior. En secreto, ha practicado toda
clase de vicios, sufriendo por no estar a la altura de sus expectativas. Sus miras han sido
tan elevadas que no ha conocido la indulgencia consigo mismo. Ese rigorismo ha
desembocado en una dolorosa escisión interior. Su audaz experimento es la respuesta a
ese conflicto, pues inicialmente le permite ser dos sin experimentar el estorbo de la
conciencia.
El
escritor escocés R. L. Stevenson
Las grandes exigencias morales reclaman más de lo que razonablemente se puede
esperar: “Fue la exageración de mis aspiraciones y no la magnitud de mis faltas lo que me
hizo como era y separó en mi interior, más de lo que es común en la mayoría, las dos
provincias del bien y del mal que componen la doble naturaleza del hombre”. Al igual que
Nietzsche, Stevenson afirma que las religiones imponen un tributo nocivo al hombre,
encadenándolo a restricciones que frustran su espontaneidad: “Reflexioné profunda y
repetidamente sobre esa dura ley de vida que constituye el meollo mismo de la religión y
representa uno de los manantiales más abundantes de sufrimiento”. El doctor Jekyll cree
que ha logrado resolver este problema, desdoblándose en dos identidades que pueden
coexistir sin molestarse: “A pesar de mi profunda dualidad, no era en sentido alguno
hipócrita, pues mis dos caras eran igualmente sinceras”. Henry Jekyll concluye que “el
hombre no es solo uno, sino dos”. Stevenson esboza una teoría que había desarrollado
Nietzsche, según el cual el mito de la identidad destruye la fecunda diversidad de la vida,
adjudicando un solo rostro a cada hombre. Jekyll ya advierte que su visión bidimensional
será superada por investigaciones posteriores: “Otros me sobrepasarán en conocimientos,
y me atrevo a predecir que al fin el hombre será tenido y reconocido como un
conglomerado de personalidades diversas, discrepantes e independientes”. Stevenson se
muestra escéptico con la capacidad de elegir. El hombre no es libre. De alguna forma
misteriosa, todo está escrito. Nadie puede escapar al destino y si lo intenta, “le vuelve a
caer con un peso aún mayor y más extraño”.

El doctor Jekyll se ha resignado a desempeñar el papel de hombre respetable y discreto


ante la sociedad. No es feliz, pero cuando se transforma en Mr. Hyde le invade un júbilo
feroz. Siente que se disuelven sus obligaciones y que al fin puede disfrutar de una libertad
ilimitada. Al contemplar el rostro depravado y horrible de Mr. Hyde en un espejo, no siente
repugnancia, sino una enorme alegría: “Ese también era yo. Me pareció natural y humano. A
mis ojos era una imagen más fiel de mi espíritu, más directa y sencilla que aquel continente
imperfecto y dividido que hasta entonces había acostumbrado a llamar mío”. Mr. Hyde no
es una mezcla de bondad y perversidad, sino maldad en estado puro y sin un ápice de
remordimiento por sus malas acciones, que incluirán el violento atropello de una niña y el
asesinato a golpes de un anciano. El doctor Jekyll combatía la aridez de una existencia
dedicada al estudio mediante vicios ocultos que representaban lastre para su conciencia.
Mr. Hyde no sufre ese martirio. Apura la copa del vicio con alegría, burlándose de los
reparos morales. Cuando mata al pobre viejo, huye del escenario del crimen “exultante y
tembloroso”, con su “sed de mal satisfecha y estimulada”, y su “amor a la vida exacerbado
al máximo”. Es imposible no pensar en la inversión o transmutación de los valores de
Nietzsche, que sólo reconoce un principio directriz: “Lo que es bueno para mí, es bueno en
sí”. La civilización judeocristiana ha desarrollado una “metafísica del verdugo” donde el
hombre débil y enfermo es elevado a la condición de sujeto virtuoso. La moral es fruto del
resentimiento, no obedece al imperativo de la vida, que sólo demanda la supervivencia del
más fuerte. Mr. Hyde es un bárbaro, sí, pero en la misma medida que lo son los soldados
que regresan del campo de batalla dejando tras sí “una serie abominable de asesinatos,
incendios, violaciones y torturas con igual petulancia y con igual tranquilidad de espíritu
que si lo único hecho por ellos fuera una travesura infantil, convencidos de que de nuevo
tendrán los poetas, por mucho tiempo, algo que cantar y que ensalzar” (La genealogía de la
moral, 1887).

Stevenson se aleja de la perspectiva de Nietzsche cuando deshumaniza a Mr. Hyde,


mostrando que la violencia y la crueldad producen un efecto degradante. Tras su orgía de
sangre y sadismo, Hyde no es un bárbaro satisfecho, ni un ser diabólico, sino una criatura
“inorgánica” que gime entre el limo y el polvo, una especie de muerto viviente que sólo
desprende miseria y caos. Mr. Hyde no es el superhombre de Nietzsche, a pesar de su amor
a la vida, sino un moribundo con la mente sumida en una trágica locura. En 1885,
Stevenson había realizado una primera aproximación a la dualidad del ser
humano en Markheim, un relato breve protagonizado por un hombre que asesina a un
anticuario y recibe una inesperada visita del demonio, ofreciéndole su protección para no
caer en manos de la justicia. El demonio interviene atraído por su maldad. Un asesinato no
le llama la atención, pues el mundo está lleno de ignominias, pero nunca reacciona con
indiferencia ante un espíritu malvado. Al igual que el doctor Jekyll, Markheim ha llevado una
doble vida: “He vivido para contradecir mi naturaleza. Todos los hombres lo hacen; todos
son mejores que este disfraz que va creciendo y acaba asfixiándolos”. Dirigiéndose al
demonio, Markheim se describe como un “pecador que no quiere serlo”. Débil y pusilánime,
convive con impulsos que no consigue controlar: “El mal y el bien tienen fuerza dentro de
mí, empujándome en las dos direcciones. No quiero una sola cosa, las quiero todas. […] La
compasión no es ajena a mis pensamientos”. El demonio le advierte que su destino ya está
escrito, que no puede hacer nada por cambiar el curso de su existencia. En esta ocasión,
Stevenson se rebela contra el fatalismo, concediendo a su personaje autonomía moral y
libertad: “Mi amor al bien está condenado a la esterilidad –admite Markheim-; quizás sea
así; de acuerdo. Pero todavía me queda el odio al mal; y de él, para decepción suya, verá
que soy capaz de sacar energía y valor”. Markheim se entrega, sin hacerse ilusiones. Sabe
que le espera la horca, pero subir al patíbulo constituirá una liberación. Ya no será esclavo
de sus pasiones más oscuras.

El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde es una obra maestra del suspense. Tusitala, el
apodo que le asignaron a Stevenson los nativos de las islas del Pacífico Sur, era un
narrador nato que sólo necesitaba unas líneas para crear una situación y armar unos
personajes. Su estilo es extraordinariamente preciso y poético, pero sin un ápice de
retórica. No incurre en cargantes moralismos y no se deja seducir por el lado perverso del
romanticismo. Su mente clara y su prosa elegante concibieron pesadillas que aún nos
estremecen. La desdicha historia de Henry Jekyll nos recuerda que todo hombre posee dos
o más rostros, pero sólo reconoce el que le produce menos inquietud. En nuestro interior,
hay demonios y ángeles. Su inacabable lucha teje nuestras vidas, inevitablemente más
oscuras y misteriosas de lo que logramos apreciar.

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El argumento de nuestra novela se inicia cuando, en uno de sus habituales paseos
domingueros por Londres, el abogado John Utterson y su pariente Richard Enfield
llegan a un callejón en el que encuentran una extraña casa. Entonces Enfield le cuenta
a su amigo lo que días atrás presenció ante su puerta: el tropiezo de una niña con un
siniestro individuo, el cual la tiró al suelo y la pisoteó sin piedad. A partir de aquí se va a
desarrollar la trama, que gira alrededor de la investigación que el abogado hace para
averiguar quién es ese sujeto, un tal Edward Hyde, y qué extraña relación mantiene
con su prestigioso amigo, el doctor Henry Jekyll, quien lo aloja en su casa y lo ha
nombrado nada menos que su heredero.  

Varios temas debemos destacar en ella, en primer lugar el de la dualidad del ser
humano y unido a este, el del bien y el mal, la virtud y el vicio, lo positivo y lo negativo,
la filantropía y la crueldad, y, en fin, todos aquellos contrarios complementarios que se
aúnan y constituyen nuestra personalidad. En segundo lugar, está el tema de la
obsesión de la clase burguesa por las apariencias sociales, por el prestigio, la buena
fama y el buen nombre, que obliga al individuo a portarse de manera falsa e hipócrita
ante una sociedad puritana y estricta, como era la inglesa de la segunda mitad del siglo
xix. No menos importante es el tercer tema sobre cuál debe ser el límite de la ciencia.
En una época de grandes avances científicos y tecnológicos, cabe preguntarse hasta
dónde está éticamente permitido progresar en su avance. ¿Se puede crear un
monstruo, llámese Hyde, Frankenstein u oveja Dolly? En suma, Stevenson se plantea
las ventajas y los peligros de la ciencia, y además habla de la influencia del medio
social y de cómo este determina la parte animal que todo hombre lleva en su interior
hasta civilizarlo.

Los personajes se han hecho universales, aunque no se haya leído la obra. El doctor
Jekyll es un ilustre científico que siempre ha llevado una vida ejemplar; lo que nadie
sabe es que desde su juventud ha mantenido una doble vida, pues no es capaz de
controlar su atracción por los placeres más abyectos, que condena como vicios la
sociedad burguesa en la que vive. De modo que en su vida se produce una dualidad: la
respetable pública y la pervertida secreta. ¿Es malo Jekyll? No. Es que le gusta todo
aquello que la sociedad victoriana condena como pecaminoso o vicioso. Obsesionado
por separar las dos facetas de la personalidad y convencido de que si eso se lograra, la
humanidad sería más feliz, va a llevar a cabo una serie de experimentos en su
laboratorio que le conducirán a desdoblar su propia persona, física y psíquicamente, en
dos, la buena y la mala, la positiva y la negativa, el ángel y el demonio. 

Como Stevenson no era científico, no sabemos la fórmula que Jekyll utilizó para lograr
la transformación, solo se nos habla de ciertas sales, lo que también contiene otra
contradicción, pues es la sustancia impura la que le permite lograr el éxito en su
objetivo, mientras que la pura conlleva el fracaso. Ahora bien, lo que ocurre es que
cuantas más veces toma el brebaje, menos puede controlar el proceso y, a su vez,
Hyde, que no deja de ser un ente inexistente, va adquiriendo cada vez más
protagonismo y reclamando su derecho a existir.
La obra original se nos presenta como una novela corta y, en efecto, no abarca más de
cien páginas, divididas en diez capítulos de no más de diez páginas cada uno, excepto
el último, la confesión de Henry Jekyll, que se alarga hasta poco más de veinte. El
autor la divide en tres partes: una primera narración de los hechos, desde el punto de
vista del abogado Utterson, que es quien lleva a cabo la investigación, basándose en
sus observaciones y en los testimonios que aportan otros personajes secundarios
sobre los dos principales, que dan nombre al libro. Un segundo relato del doctor
Lanyon sobre la insólita experiencia vivida al descubrir quién se oculta detrás de Hyde.
Y en último lugar, la confesión del propio Jekyll, que sirve para aclarar el misterio del
extraño caso ante Utterson y de paso ante el lector. Perspectiva múltiple, cuya suma
conforma la historia total. 

En cuanto a las técnicas narrativas, en la obra predomina, sobre todo en las dos partes
últimas, la narración en primera persona, autobiográfica, mientras que en la primera
parte, que es mucho más dinámica, pero también menos intensa, encontramos
fundamentalmente narración en tercera persona, diálogos y algunos monólogos
interiores. 

Por lo que se refiere al lenguaje y el estilo, Stevenson es sobrio, pero elegante y


cuidadoso en sus palabras. Usa un lenguaje sencillo, con escasas florituras estilísticas,
excepto la contraposición u opósitos, las comparaciones y la metáfora, lo cual no
impide que la obra sea fácil de leer. 

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