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El fenómeno del lenguaje: Sobre sentido y referencia // Frege – PARTE II

Martín Ahualli

Hoy vamos a continuar con nuestra exposición del fenómeno del lenguaje tal como

lo tematiza Gottlob Frege en su ensayo ‘Sobre sentido y referencia’. La semana pasada

vimos (1) la relevancia que el análisis de los enunciados de identidad tiene para

reemplazar la noción de contenido conceptual de las expresiones por otras dos, su

sentido y su referencia, (2) el modo en que Frege caracteriza y aplica estas nociones en el

análisis del contenido de los nombres propios y de los enunciados declarativos, tanto de

los enunciados principales como de los enunciados subordinados, (3) la caracterización

de las nociones de pensamiento, juicio y verdad, (4) las herramientas conceptuales

introducidas para analizar posibles objeciones, entre ellas: la distinción entre referencia

directa e indirecta, referencia indeterminada, contenido presupuesto, enunciados dobles y

pensamientos secundarios, y (5) sus observaciones acerca del funcionamiento del

lenguaje natural en contraste con el diseño y características de un lenguaje simbólico.

Pero también presentamos diversos rasgos del contexto en que se inscribe el

ensayo. Lo situamos en la obra de Frege, entre su Conceptografía y sus Leyes

Fundamentales de la Aritmética. Y también en el contexto de la matemática, la filosofía y

la historia del siglo XIX.

Hoy también vamos a repartir la exposición entre aspectos técnicos específicos del

ensayo y aspectos históricos que nos servirán para contextualizar éste y otros trabajos

sobre los cuales versa este curso de filosofía contemporánea. Yo voy a ocupar solamente

las dos primeras horas de la reunión de hoy. La segunda parte de esas dos horas vamos

a dedicarla a responder preguntas y observaciones que el texto haya despertado en

ustedes. Luego vendrá la profesora Verónica Kretschel.

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Las principales referencias históricas que presenté la semana pasada provienen de

los tres volúmenes de historia del siglo XIX de Eric Hobsbawm, quien distingue tres

grandes períodos en este siglo ‘largo’. El primero, llamado ‘La era de las revoluciones’ va

de 1789 a 1848, el segundo ‘La era del capital’, va de 1848 a 1875 y el tercero, ‘La era del

imperio’, va de 1875 a 1914.

El texto que nos ocupa, como pueden ver, se ubica en esta última etapa. Se trata

de un texto filosófico orientado a la ciencia, con lo cual sin duda está más influenciado por

el desarrollo de la matemática del siglo XIX que por el de la política o los cambios en la

sociedad del período. Verán cómo esto se revierte en otros autores del programa. Esta

tensión al interior de la filosofía tiene un paralelo en el proceso de diferenciación cada vez

más marcado entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. Estas últimas carecían

hacia fines del siglo XIX de un núcleo central de metodologías y resultados acumulativos

aceptados de forma general, en el que pueda afirmarse que el progreso deriva de la

adecuación de la teoría a los datos y descubrimientos. Pero la tensión al interior de la

filosofía también responde al retroceso de las religiones frente a la ciencia y la razón, y a

la consecuente incapacidad de las iglesias para guiar a sociedades de masas cada vez

más secularizadas.

El eje central en torno al cual Hobsbawm organiza la historia del siglo XIX es el

afianzamiento del capitalismo desde su forma específica en la sociedad burguesa en

versión liberal hasta su transformación mediante la progresiva incorporación y asimilación

de movimientos de masas y trabajadores organizados, que acabará por conducir al

liberalismo a los márgenes del poder político, mientras se delinea una nueva

configuración tecnológica, ideológica y cultural.

La historia comienza con el doble hito de la primera revolución industrial en

Inglaterra, que despliega la capacidad del sistema productivo y prepara el desarrollo

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económico para el dominio global, y la revolución política franco-americana, que establece

los modelos de las instituciones públicas de la sociedad burguesa. Pero prontamente las

democracias electorales, producto del progreso liberal, desplazan al liberalismo burgués

como fuerza política. De modo que hacia el final del período, se hace evidente que la

sociedad y la civilización creadas por la burguesía liberal occidental no representaban la

forma permanente del mundo industrial moderno, sino solamente una fase de su

desarrollo inicial.

Las estructuras económicas del mundo del siglo XX no son ya las que regían las

empresas privadas de los hombres de negocios de 1870. La cultura que predomina no es

la cultura burguesa como se la entendía antes de 1914. El período despliega un proceso

de profunda crisis de identidad y transformación de una sociedad cuyos fundamentos

morales tradicionales se hunden progresivamente al compás de sus ciclos de

acumulación de riqueza y sus anillos concéntricos de incluidos y marginados. Como dirá

Hobsbawm, no hay retorno al mundo de la sociedad burguesa liberal, tal como ella quedó

retratada en la imagen de mediados del siglo XIX.

La semana pasada comentamos que justamente a partir de la segunda mitad del

siglo la economía industrial reconoce cada vez más la relevancia de las investigaciones

científicas para el desarrollo de nuevos productos y servicios. Se consolida al mismo

tiempo una economía de mercado que mediante la producción en serie se dirige al

consumidor doméstico. Esta orientación se ve fomentada por el notable crecimiento

demográfico, que de 1870 a 1910, incrementa la población de Europa de 290 a 435

millones de personas. Tras una primera etapa de monopolio industrial británico, crece la

competencia -sobre todo entre Inglaterra, Alemania y Estados Unidos- entre economías

industriales nacionales rivales, propia de la era pos-liberal. Esta situación crea conflicto a

nivel internacional, donde las principales potencias dividen el mapa según mercados de

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influencia que al mismo tiempo funcionan como centros de abastecimiento de materias

primas.

En política, tres nuevas tendencias surgen hacia la segunda mitad del siglo, sobre

todo tras la depresión económica de 1875 que produjo agitación y descontento en casi

toda Europa. La primera fue la aparición de partidos y movimientos obreros

independientes, generalmente con orientación socialista, que por ello compartían los

valores y presupuestos del racionalismo ilustrado sobre el que se basaba el liberalismo.

La segunda tendencia, aquella de los partidos demagógicos anti-liberales y antisemitas

surgidos en la década de 1880 y 1890, se oponía enérgicamente a ese conjunto de

principios compartidos. La tercera tendencia que identifica Hobsbawm es la de partidos y

movimientos nacionalistas de masas, en algunos casos con cierta inclinación hacia algún

tipo de socialismo, donde el elemento nacionalista tendió a prevalecer sobre el socialista.

La semana pasada mencionamos que en su ensayo Frege presenta cuatro

ejemplos que reflejan hitos del proceso de unificación política alemana. Dos de ellos

acerca de la batalla de Belle-Alliance en 1815, en la que Prusia e Inglaterra, junto con

otras naciones europeas, logran detener la expansión de la Francia de Napoleón. Otro

remite a la guerra de Schleswig-Holstein de 1864, donde Prusia y Austria vencen a

Dinamarca; un momento clave para consolidar el dominio de Prusia sobre la región del

norte alemán tanto como para limitar la influencia y pretensiones de Austria. El último

refiere a la anexión de Alsacia-Lorena tras la guerra franco-prusiana de 1871 que culmina

con la constitución del segundo imperio alemán de Guillermo 1º dirigido por su canciller

Bismarck. Entre 1815, fecha del primer ejemplo y 1871, fecha del último, se despliega un

asombroso y complejo proceso económico-político que instala a Alemania como una

potencia de primer orden en la carrera por el dominio mundial.

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Hoy vamos a retomar dos de estos ejemplos para contrastar la hip ótesis principal

de Frege, según la cual los nombres propios y los enunciados poseen tanto un sentido

como una referencia. En el caso de los nombres, la referencia es el objeto referido. En el

caso de los enunciados, la referencia es un valor de verdad.

BELLE-ALLIANCE

El primer ejemplo sobre el que vamos a volver es uno de los dos en que Frege

describe aspectos de la batalla de Belle-Alliance. En uno la menciona para describir la

alegría que sintió el comandante inglés Wellington al enterarse de que las tropas

prusianas se acercaban. En el otro apunta que Napoleón, al darse cuenta del peligro de

su flanco derecho -recuerden que los prusianos atacaron precisamente ese flanco- dirigió

él mismo sus tropas para resistirlo. Se trata de la batalla de Waterloo, ocurrida en junio de

1815, en la cual una alianza de Inglaterra y Prusia, junto con varias otras naciones, venció

a la Francia de Napoleón. Recuerden que el interés del ejemplo reside en el

comportamiento de la referencia de los enunciados subordinados. La mención a la batalla

de Belle-Alliance, por lo tanto, no cumple un rol importante. Pero tomémosla, no obstante,

para refrescar el análisis de Frege del significado de los nombres propios.

Frege decide llamar a la batalla por el nombre propuesto por los prusianos. Un

enunciado que exprese identidad entre la batalla de Waterloo y la batalla de Belle-Alliance

sería verdadero, pues son dos nombres de la misma batalla.

En efecto, ’Belle-Alliance’ era el nombre de una posada ubicada en el terreno en el

cual se produjeron los enfrentamientos. El comandante prusiano Bücher, según parece, lo

propuso como nombre de la batalla, para evocar con ello la victoria de la alianza europea

contra Francia. Pero Wellington, siguiendo el uso inglés, decidió nombrar a la batalla

‘Waterloo’, en referencia al lugar donde él había pasado la noche previa. Ustedes ven que

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los distintos nombres tienen distintas connotaciones y podemos decir, siguiendo el

análisis del nombre ‘Aristóteles’, que incluso tienen sentidos distintos, aunque refieran a la

misma batalla.

Podemos aplicar entonces los tres niveles en que dos signos pueden diferir según

Frege, y preguntarnos cómo difieren ‘Waterloo’ y ‘Belle-Alliance’. (1) Podrían diferir

respecto a aquello a lo cual refieren, pero no es el caso, pues ambos refieren a la misma

batalla. (2) Pueden diferir respecto a su sentido. Visto que si alguien desconoce estos

nombres, puede sostener una creencia sobre la batalla bajo una descripción pero no bajo

otra, podemos concluir que ’Waterloo’ y ‘Belle-Alliance’ difieren en este aspecto, esto es,

expresan distintos sentidos. Y difieren sin duda en cuanto a las imágenes y

representaciones que despiertan en distintos actores, siendo éste probablemente el

motivo que explica la elección de Frege del nombre ‘Belle-Alliance’ frente a ‘Waterloo’.

Uno evoca la alianza europea y el otro el poderío británico.

Volvamos al ejemplo tal como se formula en el ensayo para posar nuestra atención

en el comportamiento del enunciado subordinado. Dice Frege:

Cuando, hacia el fin de la batalla de Belle-Alliance, Wellington se alegró de que los

prusianos vinieran, la razón de su alegría era un convencimiento. Si hubiera estado

equivocado, no se habría alegrado menos hasta tanto hubiese durado su ilusión, y

antes de adquirir el convencimiento de que venían los prusianos no podía alegrarse

de ello, si bien, en realidad, ya se acercaban.

Recordemos que con sus ejemplos Frege va a evaluar si su hipótesis de que la referencia

de los enunciados asertivos es su valor de verdad permite satisfacer el principio de

composicionalidad de la referencia, según el cual, dado que la referencia del enunciado


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principal está determinada por la referencia de sus partes, al cambiar un signo del

enunciado por otro de igual referencia, no debería modificarse la referencia del enunciado

principal.

Ilustremos el principio de composicionalidad con un ejemplo simple. Tomemos el

enunciado:

- El sol es un mamífero.

Ustedes saben que se trata de un enunciado falso, y por lo tanto según Frege refiere a La

Falsedad. El principio de composicionalidad de la referencia exige que si en ese

enunciado reemplazamos una de las partes por otra de igual referencia, no debe cambiar

la referencia del enunciado principal. Probemos. Reemplacemos el signo ‘el sol’ por ‘la

estrella más cercana a la tierra’, ambos con la misma referencia. Obtenemos el

enunciado:

- La estrella más cercana a la tierra es un mamífero.

Este enunciado también es falso. El principio se ha cumplido. Hemos reemplazado en un

enunciado dos signos co-referenciales y eso no ha modificado la referencia – el valor de

verdad- del enunciado.

Volvamos ahora al ejemplo de Frege. Él se pregunta si este principio también se cumple

cuando lo que se reemplaza no es un nombre, sino un enunciado subordinado. Se

pregunta si en el enunciado:

- Wellington se alegró de que los prusianos vinieran.

Podemos reemplazar el enunciado subordinado ‘que los prusianos vinieran’ por otro con

la misma referencia, como por ejemplo ‘que murieran soldados ingleses’. Recuerden que

efectivamente en la batalla de Waterloo los prusianos ‘vinieron’ -atacaron por el flanco

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derecho de Napoleón- y murieron soldados ingleses, con lo cual ambos enunciados, son

verdaderos. Al hacer el reemplazo obtenemos el enunciado:

- Wellington se alegró de que murieran soldados ingleses.

Este enunciado es falso, y este resultado representa una anomalía para la hipótesis

principal. Porque al reemplazar un enunciado subordinado por otro no se ha mantenido el

valor de verdad del enunciado principal, ya que si bien Wellington se alegró de que los

prusianos vinieran, no se alegró de que murieran soldados ingleses. Lo primero es

verdadero mientras que lo segundo es falso.

Con lo cual si la referencia del enunciado subordinado fuera un valor de verdad, el

ejemplo refutaría la hipótesis de Frege. Para evitar esto, Frege debe apelar a su distinción

entre referencia directa e indirecta y sostener que los enunciados subordinados refieren a

su sentido, ergo para que su reemplazo garantice que el valor de verdad del enunciado

principal no se modifica, deben ser reemplazados por otros con el mismo sentido, no con

el mismo valor de verdad.

En resumen: parto de un enunciado como Wellington se alegró de que los

prusianos vinieran, que refiere a la verdad. Reemplazo una de sus partes ‘que los

prusianos vinieran’, por otra ‘que murieran soldados ingleses’, que también es verdadera.

Obtengo un nuevo enunciado: Wellington se alegró de que murieran soldados ingleses.

Este enunciado es falso. Con lo cual parece no cumplirse el principio de

composicionalidad.

Para evitar esto Frege recurre a la referencia indirecta. Y para argumentar a favor

de este recurso a la referencia indirecta, nos dice que lo relevante para establecer en el

ejemplo la verdad o falsedad del enunciado completo es el convencimiento de Wellington.

El enunciado completo expresa su actitud frente a un contenido: lo aprueba, lamenta que

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haya ocurrido, lo teme o se alegra de ello. El enunciado subordinado, ‘objeto’ de la actitud,

no refiere a un hecho ni a un valor de verdad sino a un pensamiento. Dicho contenido

puede ser falso, sin por ello afectar la verdad del enunciado completo que expresa la

actitud de la persona frente a él. En definitiva, como el enunciado subordinado refiere a su

sentido, no es posible cambiarlo por otro con igual valor veritativo pero distinto sentido y

esperar que el valor veritativo del enunciado principal no se modifique.

ALSACIA-LORENA

En el segundo ejemplo que vamos a tratar Frege menciona la polémica en torno a

los territorios de Alsacia-Lorena y la posición de Auguste Bebel al respecto. En el ejemplo

alguien dice que Bebel se imagina que, por medio de la devolución de Alsacia-Lorena, se

podrán acallar los deseos de venganza de Francia.

Alsacia y Lorena habían sido anexadas al recientemente creado segundo imperio

alemán de Bismarck y Guillermo 1º tras su victoria sobre Francia en la guerra franco-

prusiana de 1871. La justificación esgrimida para respaldar la demarcación territorial

adoptada respondía en parte a criterios geo-linguísticos entre los dialectos romances y

germánicos. Nuevamente el ejemplo nos remite sin desearlo al contexto histórico.

Esta relación entre lenguaje y nacionalismo cultural, que no podemos tratar aquí

pero que representa un fenómeno clave de la historia contemporánea, tendrá profundos

impactos en el desarrollo de la política europea, en un contexto en que las fuerzas

productivas desatadas por la economía se han estructurado en torno a grandes actores

que compiten por expandir su dominio imperial sobre la totalidad de mercados y

territorios, mientras en muchos de esos territorios crece la idea de tomar la unidad

nacional como criterio de unidad política, esto es, de construir estados-naciones, en vez

de optar por estructuras que agrupen múltiples nacionalidades en una misma unidad

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político-administrativa, como ocurría de modo paradigmático en el imperio austro-húngaro

de los Habsburgo.

August Bebel, a quien Frege se refiere en el ejemplo, fue un miembro destacado

del socialismo alemán, opuesto tanto a las políticas de Bismarck como a la anexión

alemana de Alsacia-Lorena. En el ejemplo Frege indica que Bebel creía -incorrectamente

según indica el enunciado- que la devolución de Alsacia-Lorena podía acallar los deseos

de venganza de Francia. Estos ‘deseos de venganza’, por su parte, que muchas veces

lograron aglutinar tendencias diversas bajo un proyecto común reivindicando algún tipo de

realización nacional a venir mediante una revancha o reconquista, eran con frecuencia

invocados para plantear o explicar estrategias políticas, y podrían aplicarse también a la

guerra Schleswig-Holstein.

El ejemplo es un caso de enunciado ‘doble’ o exponible, donde tampoco se puede

reemplazar un subordinado por otro con el mismo valor de verdad sin modificar el valor de

verdad del enunciado general, y presenta por lo tanto un desafío a la hipótesis principal de

Frege. Nos dice:

En el enunciado

“Bebel se imagina que, por medio de la devolución de Alsacia-Lorena, se

podrán acallar los deseos de venganza de Francia",

se expresan dos pensamientos, de los cuales, no obstante, no pertenece

el uno al enunciado principal y el otro al subordinado, a saber:

1.Bebel cree que, por medio de la devolución de Alsacia-Lorena, se

podrán acallar los deseos de venganza de Francia;

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2.por medio de la devolución de Alsacia-Lorena no podrán

acallarse los deseos de venganza de Francia.

En la expresión del primer pensamiento, las palabras de la

subordinada tienen su referencia indirecta, mientras que esas

mismas palabras, en la expresión del segundo pensamiento, tienen

su referencia usual. Vemos, pues, que en nuestra estructura

enunciativa originaria, la subordinada debe tomarse como doble,

con distintas referencias, de las cuales una es un pensamiento y la

otra un valor veritativo. Ahora bien, puesto que el valor veritativo no

es toda la referencia del enunciado subordinado, no podemos

sustituir sin más éste por otro del mismo valor veritativo.

Análogamente ocurre con expresiones como "saber", "reconocer”,

“es sabido".

Estamos en presencia de ciertos verbos mediante los cuales podemos al mismo tiempo

atribuir una actitud a una persona y expresar nuestra propia posición sobre el asunto. En

el ejemplo se le atribuye una creencia a Bebel y se expresa al mismo tiempo que esa

creencia es falsa. Para analizarlas según el modelo de Frege, es preciso duplicar el

enunciado subordinado, tomándolo una vez en el contexto del enunciado principal y otra

en sí mismo, de modo que en tanto objeto de creencia refiera indirectamente, pero al

mismo tiempo tomado separadamente refiera ‘directamente’ a su valor de verdad.

En definitiva, más allá de nuestra breve descripción del contexto y de cuán

equivocado estuviera Bebel sobre los riesgos que ocultaba la anexión de Alsacia-Lorena,

aquí yo quisiera destacar nuevamente el modo en que el análisis de Frege permite una

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comprensión y discusión más acabada del discurso, porque revela la complejidad que

anida en el entramado de su lenguaje.

Con esto terminamos. En la próxima hora voy a tomar preguntas u observaciones

que el texto haya despertado en ustedes.

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