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Jorge Monteleone, “La soberanía del delirio: Las Islas, de Carlos Gamerro”, en

Teatro, a. XXXII, nº106, Complejo Teatral de Buenos Aires / Ministerio de


Cultura del Gobierno de Buenos Aires, julio de 2011, pp. 6-13.

La soberanía del delirio


por Jorge Monteleone

Parece extraño y desmedido que una novela aluvional de seiscientas


páginas, como Las Islas (1998) de Carlos Gamerro, de compleja
representación dramática por su densa trama, llegue a la escena teatral. El
núcleo central de la novela se refiere de un modo novedoso a ese espacio
usurpado del territorio argentino aislado por la locura vindicatoria de la
dictadura, transformado en una ocasión para desplegar un delirio
nacionalista que encubre o desplaza el crimen genocida. Algunos detalles
del argumento entre la novela y la pieza teatral difieren, y por cierto esa
diferencia de registro del contenido es enorme: el “video Malvinas”, por
ejemplo, que ocupa una escena de unos minutos en el libreto, tiene un
desarrollo de 32 páginas en la primera edición de 1998. El argumento de
Las Islas, en su versión teatral, se desarrolla como un thriller paranoico,
donde un empresario que habita una torre de espejos en Puerto Madero,
Fausto Tamerlán, de origen alemán, contrata a Felipe Félix, ex combatiente
de la guerra de Malvinas y hacker, para identificar –utilizando los archivos
informáticos de la SIDE– a los compañeros y oficiales que conozcan la
suerte de uno de sus hijos, Fausto, desaparecido en Malvinas. Tamerlán es
un megalómano, un fascista, un salvaje predador capitalista que quiere
ejercer su voluntad de dominio mediante diversas formas humillantes, entre
cuyas víctimas se halla su otro hijo, César. Recibido por el psicoanalista
Canal, Felipe Félix –que sufre de amnesia y no recuerda los hechos de la
guerra– acepta el trabajo y se inmiscuye en la SIDE, donde entrevista al
teniente coronel Verraco, al cual le ofrece un videojuego sobre las Islas
donde el triunfo está asegurado. Verraco se halla conectado con ex
combatientes organizados para reconquistar las Islas, y a la vez unidos a un
pelotón fantasma, comandados por el mayor Arturo Cuervo, que luchó
infiltrado en Malvinas mucho después de finalizada la guerra. Felipe Félix
conoce luego la historia de Gloria, con la que inicia un vínculo amoroso: es
una militante secuestrada y torturada en un centro clandestino de detención
dirigido por Cuervo, el “Mayor X”, que se enamora de ella en las sesiones
de tortura. La lleva a su casa y de su unión nacen las mellizas Malvina y
Soledad, con síndrome de Down, el 2 de abril de 1982. Cuervo, que estaba
en la guerra, regresa y, al ver a sus hijas, huye. Tamerlán deduce que
Cuervo asesinó a su hijo –aunque en su hora lo liberó de un secuestro de
Montoneros, sin saber que el propio Fausto lo había propiciado–. Quiere
vengarse asesinando a las mellizas. Felipe Félix recupera la memoria y al
hacerlo recuerda hechos traumáticos: a Verraco torturando y asesinando a
un soldado presuntamente judío pero que en verdad era el hijo de
Tamerlán, a la vida en el barro y la sangre de la trinchera y el suicidio de
uno de sus compañeros al regresar, al reconocimiento de los fantasmas de
los combatientes que lo acompañan en silencio. El mayor Cuervo regresa
con la excusa de obtener dinero de Tamerlán por la fuerza para financiar la
reconquista de las Islas. Con el complot de César, que quiere destruir a su
padre, y del Dr. Canal, que lo aborrece, Cuervo –vestido como una drag
queen carapintada– ahorca a Tamerlán mientras lo sodomiza, para ser
luego asesinado a sangre fría por Canal. De regreso con Gloria, Felipe
Félix reconoce, en una fábula alegórica que le relata la mujer, el sentido
último del delirio de la guerra.
Hay en esta pieza esa variación de tonos y de climas que la novela
prodiga: situaciones farsescas, humor negro y grotesco, una vertiginosa
serie de símbolos e imágenes que recorren la historia argentina en torno de
las Islas, flashbacks, onirismos, situaciones intimistas o ambiguas o
escandalosas. Pero todo acentúa el carácter ficcional e ilusorio de una épica
miserable. En la ocupación argentina de las Islas reside aquello que
sostiene una antigua aspiración nacional, como declara al comienzo el
personaje Citatorio cuando celebra aquel hecho traumático. Con astucia,
señala que el amor a las Malvinas equivale, en la ficción que sostiene el
amor a la patria, el primer amor a la madre y al padre. Se pregunta: “¿Por
qué amar a las Malvinas? ¿Por qué es tan importante que vuelvan a ser
nuestras?” Las respuestas esperadas son previsibles y alimentan el
imaginario que funda una nación: preservación del territorio, defensa de la
soberanía, aprovechamiento de las riquezas naturales en el espacio
legítimamente propio. Y sin embargo Citatorio da un giro y dice: “Hay otro
motivo. El verdadero. El secreto. El que ahora voy a revelarles”. Ese
secreto es el motivo absurdo del tatú carreta. Pero acaso se refiere
oblicuamente al secreto que las Islas representan, al enigma que se revelará
para la creciente autoconciencia de Felipe Félix como eje del relato de la
verdad puesta en escena, con su patetismo y su horror.

EL SECRETO DEL ORO


El primer motivo secreto es un delirio histórico: durante las
invasiones inglesas, el Virrey Sobremonte quiere acordar la paz entregando
el tesoro virreinal y lo envía a la ciudad oculto en un tatú carreta
embalsamado. Los ingleses, imposibilitados de enviarlo a Inglaterra, lo
destinan a la deshabitada isla Soledad. Pero al escapar hacia su país de
origen, naufragan y con ello se pierde toda información sobre el paradero
del tesoro. Así se halla oculto para siempre el oro deseado. La invasión de
1833 y la posesión de las Islas son los motivos para buscarlo durante siglos.
El hallazgo de esa riqueza por parte de los argentinos sería una restitución y
el tatú cordobés debe asegurar un destino manifiesto. Como la tierra yerma,
que espera un milagroso acto de fertilidad para restituir el ciclo de la
potencia fecunda, las Islas son el espacio que permitiría restaurar la
fertilidad, la potencia perdida de la gran nación soñada por los próceres.
Una transfiguración o un poder genesíaco.
Pero Gamerro conecta el oro como idea simbólica, al oro como
acumulación capitalista. El oro es el origen de la fortuna familiar del
empresario Fausto Tamerlán. Lo ha traído su padre desde Europa, pero
reserva unas pepitas que bebe con champán, las defeca y con el excremento
hace construir un souvenir. El oro se transforma en su doble alegórico: la
mierda. Así, del tesoro en las Malvinas que transforma la Argentina en una
potencia fálica se pasa al oro acumulado y retenido por el capitalista, que se
lo bebe en un cáliz de oro para volverlo heces. “El excremento es el doble
del falo como el falo lo es del sol –apuntó Octavio Paz–. El excremento es
el otro falo, el otro sol. (…). Guardar oro es atesorar vida (sol) y retener el
excremento. Gastar el oro acumulado es esparcir vida, transformar la
muerte en vida”.
Gamerro establece así la circularidad entre el secreto del tesoro de
las Malvinas y el develamiento del secreto del paradero del hijo del
empresario. Al hacerlo, desbarata la ilusión nacionalista de fecundar el
territorio basada en la idea de soberanía y la devela como el deseo
autocrático de una soberanía fáustica que la sostiene. La correlación
histórica se presupone: el delirio mesiánico de los militares nacionalistas se
conecta con el capitalismo salvaje, que tiene en el espacio de Puerto
Madero una directa alusión al menemismo. El año en el cual Félix es
convocado es inequívoco: junio de 1992. Es decir, diez años después de la
guerra de Malvinas, cuando se consolida el modelo económico neoliberal
que Martínez de Hoz había iniciado durante la dictadura. Gamerro no
necesita una representación literal: el oro es el elemento unitivo entre
ambas dimensiones. Pero allí no cesa la circularidad enloquecida. En el
diario del mayor Cuervo que retiene Gloria, se lee que en las Islas los
ingleses hablan de “Ingoland”: “Según el lenguaraz, la palabra en cuestión,
„England‟ proviene de la locución „In gold land‟, que significa „En la tierra
del oro‟, o para decirlo de una buena vez, Eldorado. Creo que por fin
hemos dado con la pista del tatú y su tesoro”, escribe el mayor Cuervo.
AMNESIA Y SIMULACRO
Felipe Félix no puede recordar: tiene un pedazo de casco incrustado
en su cabeza a causa de un bombardeo. Esa excrecencia tiene la forma del
olvido: “un recuerdo de la guerra” y a la vez aquello que obtura la memoria
y produce amnesia. Lo que, en principio, puede hacer, es una
representación falsa de la guerra. Crear un simulacro. Y para ello tiene el
espectador ideal. Para entrar a las computadoras de la SIDE se vale del
teniente coronel Verraco, para el cual creó un videojuego donde el delirio
triunfalista del militar se concreta: comanda la invasión el 2 de abril y, con
la heroicidad espuria y ansiosa del niño que juega playstation, disfruta la
victoria final. “En esta guerra va a poder ser todo lo que quiera”, le dice
Felipe. Esa simulación es un modo de compensar en el nivel imaginario la
derrota real. La crítica asumió que la novela de Gamerro ponía en juego la
guerra como simulacro en un grado más complejo que el de su condición
de mera copia. La escena teatral acentúa ese carácter con la presencia
misma de los protagonistas. La guerra tiene lugar constantemente y su
simulacro no es más que la realización del delirio por otros medios: lo real
está contaminado de simulacro, pero no por un carácter de fantasía, sino
por su capacidad de repetirse en el tiempo una y otra vez. La representación
teatral le da a este mecanismo su carnadura más propicia.
Otra variante de este aspecto es la idea de que en las Islas hay un
pelotón fantasma escondido para reconquistarlas. El Mayor Arturo Cuervo,
conocido como el “Mayor X”, comanda ese grupo que finalmente consigue
hacerse del tatú y se propone luego regresar para iniciar el Operativo
Recuperación. También allí hay un simulacro extendido que guarda
relación con la amnesia o su complementario: el recuerdo compulsivo, al
modo de una obsesión. Los ex combatientes derrotados no admiten la
derrota y necesitan regresar. La otra cara de la obsesión es olvidar aquello
que no puede admitirse y creer que todo puede repararse: eso produce una
interminable pasión por restituir lo perdido. En eso consiste su obstinado
regreso. A las Islas todos quieren volver porque, en cualquier lugar en que
se hallen, las Islas le dan su sentido de pertenencia y los torna
esencialmente extraños, extranjeros en el seno mismo de un espacio social
donde ya no encajan, ni desean, ni viven sino mediante su locura
vindicatoria, con el odio que sustenta un deseo maldito. Tanto el pelotón
fantasma como los ex combatientes poseen una psiquis de la derrota. Dice
Felipe: “Todos soñamos con volver. (…) en algún lugar sabemos que algo
nuestro valioso e indefinible quedó enterrado allá. En sueños, al menos,
todos volvemos a buscarlo. ¿Entienden? No es el criminal el que vuelve al
lugar del crimen. Es la víctima, bajo la esperanza de cambiar ese resultado
injusto que la dañó.” No es posible olvidar las Islas, pero la amnesia sobre
lo realmente ocurrido garantiza el deseo de regreso, que el simulacro repite
incesante.
Por eso este simulacro de guerra difiere de aquel que proponía Jean
Baudrillard sobre la guerra del Golfo. El título de su polémico libro fue
tomado de una pieza antibelicista de Jean Giraudoux, escrita hacia 1935
como protesta por la inminencia de una guerra ante la cual la dirigencia
democrática europea permanecía absorta e ineficaz. Se llamaba,
irónicamente, La guerra de Troya no tendrá lugar o bien La guerra de
Troya no ocurrirá. Baudrillard invierte los términos para hablar del
carácter consensuado del nuevo orden mundial para que la guerra del Golfo
no se constituya como un conflicto sostenido al modo de las antiguas
guerras de Occidente. Titula su libro La guerra del Golfo no ha tenido
lugar o bien La guerra del Golfo no ha ocurrido. Pero en Las Islas, la
guerra tiene otro rasgo para todos los personajes implicados: La guerra de
Malvinas tiene lugar o bien La guerra de Malvinas ocurre. Ocurre siempre,
ocurrirá sin fin porque no ha terminado. Se halla implicada en un presente
perpetuo o en un futuro inminente y constante. La representación teatral
ofrece ese mecanismo propicio a lo repetido: la vuelta, la imperiosa
necesidad de recuperar lo perdido y vivir como si todavía ocurriese, como
si el futuro no fuera otra cosa que la repetición del presente.

PATERNIDAD / MATERNIDAD
Dramas edípicos o sombríos vínculos parentales, la cuestión de la
paternidad y la maternidad recorre Las islas. Los hijos de Tamerlán son
dos: Fausto, aquel hijo que el magnate deseaba como heredero, y al que
cree muerto o asesinado por un oficial en Malvinas; y César, el hijo
homosexual, al cual desprecia y humilla con ferocidad, bajo la fantasía de
ser el Superhombre. César a la vez se traviste y evoca su identificación con
su propia madre, igualmente despreciada y humillada por Tamerlán. Las
cosas no son, sin embargo, lo que parecen: en los años setenta, es Fausto el
que entrega a su padre para ser secuestrado por la organización
Montoneros. También César invierte los términos: instigado por el
psicoanalista Canal, se propone matar al padre, pero antes debe obligarlo a
travestirse, para violar su intimidad y tomar el lugar del Superhombre. De
ese modo los hijos se sitúan en una antípoda destructiva y parricida
respecto del padre dominador: Fausto, el hijo que era convocado para ser
despojado de su persona (a tal punto que recibe el mismo nombre) y
transformarse en una mera repetición paterna, un doble anulado en sí
mismo, propone a cambio su destrucción. A la vez, en la trama se revela
que el soldado Daniel Wiesenthal, asesinado por Verraco subrayando su
condición de judío, es en verdad Fausto Tamerlán, que de ese modo asume
un lugar sacrificial como otra forma de castigo a sus ancestros nazis, pero
también se torna un filicidio desplazado. César, en cambio, suplanta a su
padre y el débil se transforma en su real heredero, porque pasa, de ser
abusado, a convertirse en un abusador.
El otro lugar de la paternidad y la maternidad es el de la historia de
Gloria, que Felipe Félix conoce a partir de una relación amorosa con esa
mujer. En una de las sesiones donde es torturada, el jefe de los torturadores
del centro clandestino de detención se quita la capucha: es el mayor Arturo
Cuervo. Entre él y su víctima surge una corriente de oscura atracción y las
sesiones de tortura son su monstruoso modo de encuentro sentimental: ella
decide resistir la tortura para ofrendarle su sufrimiento y no defraudarlo. El
Mayor, “para librarse de su fatal embrujo”, quiere arrojarla al mar en un
vuelo de la muerte, pero no puede hacerlo. Finalmente la encierra en su
casa, como una monja de clausura, y ella queda embarazada. Un día, el
militar se va sin dejar rastros. Gloria comprende que se ha ido a las Islas. El
2 de abril de 1982 nacen sus hijas, las mellizas Malvina y Soledad, con
síndrome de Down. Otro día el mayor regresa a conocerlas y luego de
verlas huye. Gloria le dice a Felipe Félix: “¿Te das cuenta? El terror de los
campos, el héroe de Malvinas, se escapó de una mujer y dos bebés recién
nacidas”. Su única forma de preservar la vida es absorber el mal: “Mi
cuerpo hizo de filtro, y absorbió todo el daño. Las nenas nacieron puras.”
La alegoría parece transparente: el militar tortura a la Gloria –aquella
“gloria” del himno argentino que compele a morir por ella y que es el
contenido implícito del honor militar– y se le une con un amor patógeno: la
gesta de Malvinas proviene de una gestación aberrante. Y además el ideal
de la virilidad se ve desplazado por una femineidad subalterna y
vindicativa: “Ahí es donde le gané. Si me hubieran salido varones, o
normales, las habría convertido en lo que él quería,” dice Gloria. La figura
de la Madres en la dictadura, como zona de resistencia, no está ajena a esta
metáfora desesperada.
El lugar de los padres y de los hijos aparece degradado y revela también
una novela familiar perversa. Ese es el fundamento sobre el que se erigen
los lazos sociales en el contexto de la guerra de Malvinas. La ideología de
la familia como célula inmaculada del orden occidental y cristiano, que la
dictadura decía defender contra la presunta imposición de un modelo
“ajeno al sentir” del pueblo argentino, se desdice en la perversión vincular,
el parricidio y el crimen, la monstruosa paternidad del torturador y la
maternidad como asunción del mal.

LAS MALVINAS COMO SIGNO


Breve diálogo entre el Dr. Canal y Felipe Félix:
DR. CANAL: Las Malvinas son el Roscharch de la conciencia nacional,
Félix. Cada uno ve en ellas la forma de su deseo. Como esas manchas de
tinta…
FELIPE: Sí, sí, en el Borda siempre me las andaban mostrando.
Dr. CANAL: ¿Y que veía?
FELIPE: (Resignado) Las Islas.
Dr. CANAL: (Gesto de “¿No le digo?”)

Las Islas son el signo eminente en el que se sostienen las mezquinas


intenciones personales, la paranoia delirante, la megalomanía y la
dominación, la compulsión repetitiva bajo la forma de sucesivas imágenes
ilusorias. Por ejemplo: la Argentina es la oruga y las Malvinas son la
mariposa. Las Islas como torta de cumpleaños para el coronel Verraco,
dibujadas en granza verde sobre granza azul, con soldaditos y cañones. Las
Islas sobre una gran bandera blanquiceleste, con la leyenda: Argentinas en
el 2000. La fantasía de un “Operativo Edmundo Rivero”, que imagina
recuperar las Islas y luego traer a Perón a ella, como base de operaciones
para volver al poder. La idea de que de las Islas regresarán los Elegidos, o
que en el corazón de los derrotados “hay dos pedazos arrancados, y cada
mordisco tiene la forma exacta de las Islas”. Esas son algunas de las formas
que las Islas alcanzan, según el deseo de quien las mira. Pero en su signo
también pasa toda la historia argentina. O, mejor dicho, cifra esos rasgos
que vuelven trágica y simultáneamente grotesca la historia nacional y que
halló su manifestación máxima en la dictadura de 1976, a través de esa
fraguada gesta mitómana –para legitimarse en un mito de origen como la
soberanía sobre las Malvinas–. Por ello Felipe Félix es amnésico: ve en las
Islas sólo eso, un signo vacío para la ilusión. Pero ese primer paso abre la
autoconciencia del segundo: la desilusión trágicamente adquirida cuando
recupera la memoria. Y aquello que ve es un crimen abyecto, en esa fatal
continuidad que supo ver tempranamente León Rozitchner en su libro
Malvinas: de la “guerra sucia” a la “guerra limpia” (publicado en 1985
pero escrito durante el desarrollo de la guerra): “el abyecto sólo busca
salida en la simulación: en elevar la abyección a la heroicidad cuya
carencia justamente (es decir la cobardía que en ella anida) se quiere
simular. Y la guerra de las Malvinas fue ese intento de pasar de lo uno a lo
otro, de la “guerra sucia” a la “guerra limpia”; a la guerra que limpie la
abyección.” Por ello acompañan a Felipe Félix en silencio los soldados
fantasmas. Y luego asiste a una iluminación de la memoria: recuerda que
Verraco, uno de los “héroes de Malvinas”, tortura salvajemente a
Daniel Wiesenthal / Fausto Tamerlán (h) hasta asesinarlo. El fantasma
de ese muerto se reúne con los fantasmas de los soldados y también con los
de los desaparecidos.
Así, la fábula final, ese “cuento de hadas al revés” que relata Gloria,
apunta la moraleja verdadera de esa gesta: la princesa deberá aceptar a un
horrible sapo por esposo que la poseerá noche tras noche, para alcanzar
algún día la ansiada transformación en príncipe. Soporta el asco, la ingesta
de moscas, la baba, la humillada cohabitación. Un día descubre en sí misma
las primeras verrugas y luego advierte que está encinta y que engendrará
nuevos batracios. Sabe que la transformación ha llegado: ella misma es la
que se vuelve un sapo. Esa metamorfosis del ensueño de soberanía en el
delirio abyecto de un crimen sociohistórico, es la temida verdad que pone
en escena Las Islas, mientras se oye de nuevo el grito paroxístico del
coronel Verraco: “¡Estamos ganando, estamos ganando!”.

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