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GAMERRO La Soberania Del Delirio Las Islas de Carlos Gamerro Version Teatral PDF
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PATERNIDAD / MATERNIDAD
Dramas edípicos o sombríos vínculos parentales, la cuestión de la
paternidad y la maternidad recorre Las islas. Los hijos de Tamerlán son
dos: Fausto, aquel hijo que el magnate deseaba como heredero, y al que
cree muerto o asesinado por un oficial en Malvinas; y César, el hijo
homosexual, al cual desprecia y humilla con ferocidad, bajo la fantasía de
ser el Superhombre. César a la vez se traviste y evoca su identificación con
su propia madre, igualmente despreciada y humillada por Tamerlán. Las
cosas no son, sin embargo, lo que parecen: en los años setenta, es Fausto el
que entrega a su padre para ser secuestrado por la organización
Montoneros. También César invierte los términos: instigado por el
psicoanalista Canal, se propone matar al padre, pero antes debe obligarlo a
travestirse, para violar su intimidad y tomar el lugar del Superhombre. De
ese modo los hijos se sitúan en una antípoda destructiva y parricida
respecto del padre dominador: Fausto, el hijo que era convocado para ser
despojado de su persona (a tal punto que recibe el mismo nombre) y
transformarse en una mera repetición paterna, un doble anulado en sí
mismo, propone a cambio su destrucción. A la vez, en la trama se revela
que el soldado Daniel Wiesenthal, asesinado por Verraco subrayando su
condición de judío, es en verdad Fausto Tamerlán, que de ese modo asume
un lugar sacrificial como otra forma de castigo a sus ancestros nazis, pero
también se torna un filicidio desplazado. César, en cambio, suplanta a su
padre y el débil se transforma en su real heredero, porque pasa, de ser
abusado, a convertirse en un abusador.
El otro lugar de la paternidad y la maternidad es el de la historia de
Gloria, que Felipe Félix conoce a partir de una relación amorosa con esa
mujer. En una de las sesiones donde es torturada, el jefe de los torturadores
del centro clandestino de detención se quita la capucha: es el mayor Arturo
Cuervo. Entre él y su víctima surge una corriente de oscura atracción y las
sesiones de tortura son su monstruoso modo de encuentro sentimental: ella
decide resistir la tortura para ofrendarle su sufrimiento y no defraudarlo. El
Mayor, “para librarse de su fatal embrujo”, quiere arrojarla al mar en un
vuelo de la muerte, pero no puede hacerlo. Finalmente la encierra en su
casa, como una monja de clausura, y ella queda embarazada. Un día, el
militar se va sin dejar rastros. Gloria comprende que se ha ido a las Islas. El
2 de abril de 1982 nacen sus hijas, las mellizas Malvina y Soledad, con
síndrome de Down. Otro día el mayor regresa a conocerlas y luego de
verlas huye. Gloria le dice a Felipe Félix: “¿Te das cuenta? El terror de los
campos, el héroe de Malvinas, se escapó de una mujer y dos bebés recién
nacidas”. Su única forma de preservar la vida es absorber el mal: “Mi
cuerpo hizo de filtro, y absorbió todo el daño. Las nenas nacieron puras.”
La alegoría parece transparente: el militar tortura a la Gloria –aquella
“gloria” del himno argentino que compele a morir por ella y que es el
contenido implícito del honor militar– y se le une con un amor patógeno: la
gesta de Malvinas proviene de una gestación aberrante. Y además el ideal
de la virilidad se ve desplazado por una femineidad subalterna y
vindicativa: “Ahí es donde le gané. Si me hubieran salido varones, o
normales, las habría convertido en lo que él quería,” dice Gloria. La figura
de la Madres en la dictadura, como zona de resistencia, no está ajena a esta
metáfora desesperada.
El lugar de los padres y de los hijos aparece degradado y revela también
una novela familiar perversa. Ese es el fundamento sobre el que se erigen
los lazos sociales en el contexto de la guerra de Malvinas. La ideología de
la familia como célula inmaculada del orden occidental y cristiano, que la
dictadura decía defender contra la presunta imposición de un modelo
“ajeno al sentir” del pueblo argentino, se desdice en la perversión vincular,
el parricidio y el crimen, la monstruosa paternidad del torturador y la
maternidad como asunción del mal.