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Obras Completas de Sandor Ferenczi

RESUMEN DE LA TEORÍA PSICOANALÍTICA

ALGUNOS ERRORES HABITUALES SOBRE EL PSICOANÁLISIS


Pocos sectores de la medicina han encontrado tanta incomprensión como el psicoaná-
lisis. Antes de emprender mi tarea propiamente dicha, que consiste en resumir el contenido y
los métodos del psicoanálisis, me parece útil rectificar algunos errores de los más extendidos.
1. Quienes tienen un conocimiento parcial o muy reducido del psicoanálisis suelen
decir o escribir que “el psicoanálisis lo explica todo mediante la sexualidad” o que “el psi-
coanálisis atribuye cualquier estado neurótico a la sexualidad”, o incluso que “descarta cual-
quier factor de la vida psíquica para atribuir las manifestaciones del psiquismo a este instinto
básico que es la sexualidad”, etc.
Hay que poner en guardia al lector ante el carácter erróneo, incorrecto, de tales afir-
maciones, bien sean proferidas por malevolencia o sin intención hostil. En realidad el psicoa-
nálisis ha demostrado que la vida sexual desempeña en el universo psíquico de los enfermos
y de los sanos un papel mucho más importante que lo que hasta ahora se había creído; es
también cierto que la influencia de la sexualidad aún es mayor en el campo de las neurosis y
de las psicosis; y también es un hecho que Freud, desde la primera obra consagrada a este
tema escrita en colaboración con Breuer (1896), y aún más en sus trabajos individuales poste-
riores, no ha dejado de repetir que el rechazo, que se halla a la base de los síntomas de la ma-
yoría de las neurosis, proviene siempre de un conflicto entre los dos instintos biológicos fun-
damentales: el egoísmo y el erotismo.
Es por tanto falso pretender que el psicoanálisis atribuye todo a la sexualidad, ya que
sostiene que la fuerza que rechaza los instintos sexuales a un segundo plano o incluso al in-
consciente, constituyendo así uno de los principales factores de la formación de los síntomas,
no es de naturaleza sexual, sino egoísta. Las exigencias de la sociedad -de naturaleza esen-
cialmente egoísta- coartan al individuo durante todo su desarrollo y le obligan, principalmen-
te por efecto de la presión cultural, a rechazar sus impulsos «asociales», o más exactamente
las manifestaciones asociales del impulso sexual.
Hay muchas razones para que el psicoanálisis haya consagrado más esfuerzos al estu-
dio de la energía sexual rechazada que al de las fuerzas del rechazo. Una de ellas es que las
tendencias culturales son perfectamente conocidas y no hay que demostrarlas, mientras que
nuestro conocimiento de los impulsos sexuales se halla gravemente descuidado, no sólo por
la humanidad en general sino también por la ciencia. De manera que era mucho más enrique-
cedor para el psicoanálisis, sobre todo al principio, establecer la evolución de la sexualidad y
estudiar el desarrollo de los impulsos del Yo, cuya importancia ha sido exagerada por la bio-
logía y la sociología a expensas de la verdad.
La otra razón que ha motivado el interés del psicoanálisis por la sexualidad ha sido el
descubrimiento de la naturaleza sexual de los dos primeros objetos de la investigación analí-
tica: la histeria y la neurosis obsesiva. El histérico y el obseso, en cuanto aprenden a utilizar
el método analítico, es decir la asociación libre, producen tal cantidad de ideas latentes con
matices innegablemente sexuales que hubiera sido preciso estar ciego para no admitir el ori-
gen sexual de estos estados patológicos, o para hacerlos formar fraudulentamente en el cua-
dro de los impulsos del Yo, mediante proezas especulativas.
En cualquier caso hemos de saber que las afirmaciones relativas al carácter «panse-
xual» del psicoanálisis, susceptibles de restarle méritos ante el investigador novato desvián-
dole de las nuevas investigaciones que podría dedicarle, no encajan con los hechos, pues el
psicoanálisis, contrariamente a las elucubraciones de algunos autores cismáticos que intentan
fundar todo nuestro universo psíquico sobre los impulsos libidinosos o sobre los impulsos del
Yo, ha permanecido fiel a la primera hipótesis según la cual, aquí como en todas las funcio-
nes biológicas, se observa la conjunción, y a veces el enfrentamiento, de los dos instintos
principales: el impulso del Yo y el impulso de la conservación de la especie.
2. Hay otro error estrechamente vinculado al anterior: el psicoanálisis «liberaría»,
«soltaría sobre la sociedad» los impulsos sexuales, amenazando así la moralidad del indivi-
duo y de la sociedad. Sin duda existen médicos que, despreciando las enseñanzas más ele-
mentales del psicoanálisis, interfieren en la vida sexual de los neuróticos a los que tratan,
dejándolos partir con el «sabio consejo» de «vivir su sexualidad», «casarse», «tomar esposo»,
«buscar una amiga», etc. No dudaré en declarar que quienes actúan así no tienen derecho a
llamarse psicoanalistas. Porque el psicoanálisis no ignora que los factores sexuales de las
neurosis aparecen progresivamente, y en cierto modo espontáneamente,. durante la aplicación
juiciosa y prudente del método, y que todas las recomendaciones sobre la sexualidad en su
aspecto físico son absolutamente ineficaces mientras los problemas que afectan al psiquismo
de la sexualidad del paciente -su psicosexualidad- no han quedado resueltos. El psicoanalista
apenas se detiene, sobre todo al principio, en las manifestaciones físicas de la sexualidad del
paciente. Se contenta con tomar nota de lo que le dice el enfermo, pues sabe que dar consejos
sin conocer a fondo la vida psíquica equivaldría a un lamentable error. Por esto Freud ha lla-
mado a esos ignorantes que utilizan mal su método «analistas silvestres»; pero al mismo
tiempo se preocupó de declarar que, según su experiencia, incluso los aficionados del psicoa-
nálisis constituían menor peligro para la humanidad que algunos cirujanos torpes. Pues los
neuróticos quedan advertidos por un cierto instinto de la finalidad de tal procedimiento y se
sustraen inmediatamente al tratamiento del «analista silvestre».
3. Incluso entre los médicos hay muchos que creen que el psicoanálisis trabaja con la
sugestión. Sin embargo, lo que he dicho antes sobre la abstención del psicoanalista de hacer
recomendaciones en tomo a la vida sexual del paciente, es igualmente válido en lo relativo a
las recomendaciones en general.
Durante mucho tiempo el psicoanalista se contenta con observar e informarse. Ahora
bien, ¿qué obstáculo peor podría plantearse contra el descubrimiento de la verdad, que deter-
minadas esperanzas suscitadas anticipadamente en el paciente? El psicoanalista experto se
abstiene deliberadamente de todas esas palabras de ánimo, de tranquilidad, de fingido afecto,
que jugaban hasta ahora un papel tan importante en el arsenal de la psicoterapia. En contra-
dicción con los procedimientos terapéuticos hipnóticos y sugestivos, practicados en estado de
vigilia, que se esfuerzan por alcanzar su objetivo mediante la seducción o la fascinación, a
través de la afabilidad o de la severidad, el psicoanalista promete a su paciente a lo sumo la
posibilidad de una curación, como lo haría cualquier otro médico, pues nadie puede hacer
más en conciencia. Añade a continuación que el éxito exige mucha paciencia por parte del
enfermo y una colaboración constante a los esfuerzos del médico. Por el contrario, puede
afirmar sin temor, que, en los casos en los que se cumplan tales condiciones, el psicoanálisis
puede ocasionar una curación que, aunque no sea extraordinariamente llamativa, incide direc-
tamente sobre las raíces mismas de los problemas y protege a la personalidad del enfermo
contra los traumatismos futuros.
Dicho esto, queda por determinar si existe una analogía de principio entre la «suges-
tión» empleada hasta aquí en psicoterapia, y la situación en que se encuentra el paciente res-
pecto a su médico en el psicoanálisis. La investigación psicoanalítica ha evidenciado en la
relación médico-enfermo, y también en las relaciones maestro-discípulo, y padre-hijo, esos
elementos afectivos sin los que resulta imposible cualquier colaboración eficaz. Pero, mien-
tras en la sugestión todo el trabajo del médico trata de mantener y reforzar este agente activo,
es decir su propia autoridad y la crédula dependencia del paciente, el psicoanálisis sólo lo
utiliza como un recurso provisional; el tratamiento no puede acabar hasta que los fenómenos
de transferencia sobre la persona del médico, cuidadosamente mantenidos y preservados en la
sugestión, no quedan progresivamente aclarados y resueltos.
En el psicoanálisis se insta al enfermo a que comunique todos sus pensamientos, in-
cluso los que resulten molestos o hirientes para el médico. ¿Puede imaginarse mayor contras-
te que el existente entre este procedimiento y un método como la sugestión y la hipnosis que
exigía del enfermo una fe ciega y una renuncia total a su sentido crítico?
4. Otro error habitual consiste en decir que el psicoanálisis no es un método terapéuti-
co accesible a cualquier médico, sino que es una especie de habilidad que sólo pueden adqui-
rir quienes poseen determinadas aptitudes innatas. En verdad no puede negarse que quienes
poseen la capacidad suficiente para profundizar en los problemas psíquicos son susceptibles
de obtener mayores éxitos en el ámbito del psicoanálisis. ¿Pero no ocurre lo mismo con el
cirujano o con el gastroenterólogo? ¿No se encuentran entre ellos verdaderos artistas que ob-
servan e intervienen con una sensibilidad y una delicadeza inimitables? La existencia de ge-
nios de la cirugía y de la gastroenterología no permite afirmar que el estudio de estas especia-
lidades quede reservado solamente a estos talentos excepcionales; del mismo modo el psi-
coanálisis no impone a quienes deseen practicarlo la necesidad de ser unos genios. El método
y la técnica del psicoanálisis son actualmente perfectamente claros y cualquier médico inteli-
gente puede acceder a ellos (incluso sin utilizar libros).
5. Uno de los errores más extendidos consiste en confundir la terapéutica catártica se-
gún Breuer y Freud con el psicoanálisis moderno, y en creer que el psicoanálisis se practica
hoy bajo hipnosis. Lo exacto es lo contrario. Para dirigir correctamente un psicoanálisis -
desarrollaré este tema más ampliamente luego-, es absolutamente necesario que el paciente
esté despierto y en plena posesión de su sentido critico, libre de toda influencia; mientras que
el método catártico, del que deriva el psicoanálisis, recurre efectivamente a la hipersensibili-
dad mnésica del paciente en estado de hipnosis para evocar determinados sucesos traumáticos
olvidados y obtener la «abreacción» de los afectos ligados a tales recuerdos. En consecuen-
cia, quienes llevan su investigación, es decir sus tratamientos, por medios distintos al método
de la asociación libre, practicada por un enfermo totalmente despierto, no son psicoanalistas.
6. Otra teoría superada, de la que procede el método catártico, ve la causa desencade-
nante de las neurosis únicamente en los traumatismos psíquicos, sin conceder la suficiente
atención a los factores constitucionales. Las investigaciones de estos últimos quince o veinte
años han enriquecido la patogénesis de las neurosis con este complemento indispensable;
comenzaremos esta breve exposición explicando el desarrollo de la estructura psíquica y de
las dos tendencias principales de la vida impulsiva.

EL DESARROLLO DE LOS DIFERENTES IMPULSOS A LA LUZ DEL


PSICOANÁLISIS

1. Los impulsos del Yo


El psicoanálisis afirma que no hay ningún estadío en el desarrollo del individuo del
que no queden huellas duraderas; no hay ninguno al que el individuo no pueda retornar en
determinadas condiciones patológicas. Los estadíos de desarrollo que constituyen puntos de
fijación, bien sean innatos, bien sean determinados por causas exteriores, favorecen de modo
especial el desencadenamiento de este proceso de retorno: la regresión. De este modo un
traumatismo cualquiera, por ejemplo un accidente de ferrocarril, provoca en uno: histeria, en
otro: hipocondría, y en un tercero: síntomas que recuerdan la demencia. La elección de la
neurosis depende esencialmente pues, de los puntos de fijación que funcionan en el psiquis-
mo del individuo accidentado. En consecuencia, para comprender la naturaleza de las dife-
rentes formas de neurosis, debemos al menos examinar los estadíos de desarrollo de estos dos
impulsos principales.
El psicoanálisis no teme afirmar que el desarrollo psíquico del individuo tiene sus raí-
ces en los recuerdos de los primeros años de su vida, incluso en las impresiones mnésicas del
nacimiento y de la etapa intrauterina. El psicoanálisis supone en el embrión una especie de
vaga conciencia de existir -conciencia primitiva como la del animal-, y elabora una imagen
subjetiva tan apacible y satisfactoria en comparación con el traumatismo del nacimiento y las
luchas de la existencia, que puede explicarse de este modo la tendencia a regresar a este esta-
do primitivo. En muchos casos el psicoanálisis vincula el sueño, la pérdida de la conciencia,
y el desvanecimiento, no sólo al deseo de huir de los sufrimientos del mundo exterior, sino
también a un esfuerzo que trata de reproducir el estado intrauterino. En cuanto al traumatismo
del nacimiento, es decir el cambio brutal en las condiciones de la circulación, de la respira-
ción, de la temperatura, así como de todos los fenómenos anexos, se convierte en modelo de
cualquier angustia posterior. Por otra parte, el sentimiento de omnipotencia tan frecuente en
los enfermos mentales, no es otra cosa posiblemente que un recuerdo de la absoluta satisfac-
ción del feto provisto de todo lo necesario.
Al principio, el entorno del bebé satisface impecablemente todos sus deseos -
ciertamente aún modestos- «leyéndolos hasta en su rostro». Aquí es donde hay que buscar el
prototipo de esa ilusión sensorial de algunos enfermos mentales, que les permite el ejercicio
imaginario de la magia o la realización alucinatoria de sus deseos. Luego, con gran rapidez,
el entorno vincula esta omnipotencia del bebé a determinadas condiciones; para señalar sus
deseos, el niño debe servirse de determinados gestos. A este estadío de realización de deseos
retorna el enfermo afectado de histeria de conversión, según la experiencia psicoanalítica.
Después los gestos son reemplazados por el lenguaje articulado, por las palabras para
expresar los deseos: podría denominarse el estadío de las palabras y de los pensamientos má-
gicos. El enfermo afectado por la neurosis obsesiva establece una regresión patológica a este
estado.
Estos estadíos de desarrollo del Yo que acabamos de describir representan probable-
mente la repetición individual de los dos períodos importantes de la historia de las civiliza-
ciones humanas, que son los períodos animista y religioso. La concepción animista hace del
Yo el centro del universo. La concepción religiosa renuncia a este poder central del individuo
pero sólo para concedérselo a otros más poderosos, es decir a las divinidades que realizan
todos los deseos de éste siempre que satisfaga el ritual de gestos y palabras mágicas determi-
nados.
Cuanto más complejas son las exigencias del niño, más numerosas son las condicio-
nes de las que depende su satisfacción. Finalmente el alevín humano, en vías de desarrollo,
no sólo se ve obligado a reconocer la realidad del mundo exterior y la pequeñez de su propio
Yo, sino que se siente coaccionado poco a poco a tomar conciencia de que la voluntad huma-
na está totalmente sometida a la ley de la causalidad. Aquí comienza el reinado del principio
de realidad, y ello sólo es posible mediante la proyección sobre el mundo exterior de deter-
minadas facultades y determinadas cualidades que el niño consideraba hasta entonces pro-
pias. En las manías persecutorias de los paranoicos que echan sobre otros, a veces sobre espí-
ritus invisibles, los afectos que les son insoportables, encontramos una exageración de este
proceso de proyección.
La fase proyectiva, en cuanto opuesta a la concepción «antropocéntrica», corresponde
al período «científico» actual de la civilización.
El entorno del hombre civilizado no se contenta con pedirle que se adapte a las reali-
dades del mundo exterior, sino que le exige un considerable grado de perfeccionamiento. Las
personas encargadas de cuidarlo y educarlo se presentan ante el niño como modelos a imitar,
en contraste con los seres viles y malvados señalados como ejemplos rechazables; dicho de
otro modo, se le pide que satisfaga los ideales, y sólo esta identificación con los ideales per-
mite a los jóvenes en vías de desarrollo conseguir la aprobación de su entorno. Las imágenes
ejemplares y las representaciones rechazables crean, en el Yo, toda una serie de personifica-
ciones, que, en determinadas enfermedades mentales, pueden volver a ser independientes en
forma de alucinaciones auditivas o de delirios.
En la personalidad plenamente madura, el núcleo del Yo se responsabiliza de algunas
funciones importantes: prueba de realidad, sentido moral, y autocrítica que en condiciones
patológicas puede tomar la forma de una manía persecutoria, o de una autoacusación patoló-
gica. En determinadas enfermedades mentales orgánicas graves, como por ejemplo en la pa-
rálisis general, puede afirmarse la involución progresiva de la personalidad, partiendo de un
psiquismo íntegro, y pasando por un período megalomaníaco mágico, para desembocar en el
retorno al estado inconsciente de la vida intrauterina.

2. Los impulsos sexuales


Los descubrimientos del psicoanálisis desbaratan la hipótesis según la cual la vida se-
xual comienza en la pubertad. El psicoanálisis supone que incluso en el bebé existen tenden-
cias que tratan de conseguir placer, totalmente independientes del principio de utilidad aun-
que vinculadas al funcionamiento de órganos útiles. Lindner, un pediatra de Budapest, llamó
la atención en 1871 sobre el carácter erótico del chupeteo. Incluso un bebé perfectamente
saciado que rechaza la comida, busca y halla satisfacción en la excitación de las mucosas de
la boca y de la lengua. La evacuación de orina y de las heces, que aporta escaso placer a los
adultos, constituye para los bebés y los niños pequeños un placer indiscutible, y la variación,
combinación, retención y expulsión de estas sustancias les procuran sensaciones agradables.
Este estadío de evolución del erotismo se denomina autoerotismo, y las zonas sensibles a la
excitación erótica, zonas erógenas. Este estadío de desarrollo primitivo de la sexualidad pue-
de resurgir en una época más tardía, bajo la forma de perversión; sabemos que el objeto pri-
vilegiado de las perversiones está constituido por las superficies y secreciones mucosas de las
que acabamos de hablar. Por otra parte, el papel de estos autoerotismos puede evidenciarse en
muchos casos de vómitos histéricos, de anorexia, de perturbaciones funcionales de la defeca-
ción y de la micción, así como en problemas de potencia y de sensibilidad sexuales.
Mientras que el desarrollo del Yo, progresa según el esquema que acabamos de expo-
ner, los autoerotismos fusionan de alguna forma lo que podría expresarse como amor del in-
dividuo hacia si mismo (narcisismo): el niño elige su propia persona, el conjunto de su perso-
nalidad física y psíquica, como objeto de su amor. La regresión a este estadío desempeña un
papel capital en el delirio megalomaníaco del esquizofrénico, en la tendencia a cuidarse del
hipocondríaco, y en los síntomas psíquicos de las neurosis traumáticas.
Muy pronto, hacia el tercer año de vida (o incluso antes), el órgano genital adquiere
primacía sobre las restantes zonas erógenas; la tendencia a la erección y a la fricción de este
órgano se manifiesta precozmente en la actividad masturbatoria. El onanismo primario no es
por tanto un fenómeno patológico, sino un estadío normal de desarrollo; la educación desha-
bitúa a los niños con rapidez y sin muchas dificultades. Se sabe que esta actividad puede re-
surgir en la pubertad y proseguirse indefinidamente; su práctica excesiva puede entrañar
problemas de la potencia sexual y hacer aparecer síntomas neurasténicos.
A continuación del estadío autoerótico y narcisista aparece una cierta forma de orga-
nización primitiva del amor objetal de carácter claramente erótico-oral, al principio, que es
denominado «caníbal» por analogía con los pueblos primitivos. Este es el modo de satisfac-
ción que utilizan algunos enfermos mentales, en extremo voraces, que se mordisquean y
mordisquean a los demás. Pero la anorexia de los enfermos melancólicos puede también in-
terpretarse en el mismo sentido, constituyendo la expresión negativa del fenómeno. Otra for-
ma de organización primitiva de la sexualidad es la sádico-anal, en la que el retorno se mani-
fiesta por una parte en las perversiones sado-masoquistas, y por otra en las medidas defensi-
vas de los enfermos obsesos: compulsión de limpieza, etc.
El período del amor objetal propiamente dicho, sólo se inicia cuando ha quedado ple-
namente asegurada la primacía del órgano genital en la vida sexual, es decir a partir de la
instauración de una organización génitocéntrica. En este período, los objetivos y objetos se-
xuales primitivos, antes aludidos, sólo intervienen como elementos del «placer preliminar»
que precede a la satisfacción propiamente dicha, es decir la unión sexual con otro individuo.
Es un hecho sorprendente -y para algunos increíble- que la genitalidad pueda desempeñar un
papel de primer plano desde la primera infancia; sin embargo, un testigo imparcial puede
observar, en los niños de tres a seis años, no sólo fenómenos de erección y de onanismo, sino
también tentativas de carácter manifiestamente sexual dirigidas a personas del mismo sexo o
del contrario. De manera que al principio el objeto sexual es indiscutiblemente bisexual; así
que los sexólogos para quienes la homosexualidad es una monstruosidad perversa o una per-
turbación del desarrollo únicamente, están en el error. La vida del ser humano pasa por un
período precoz en el que experimenta el mismo atractivo por las personas de su sexo que por
las del opuesto. Por lo tanto sería erróneo tratar de interpretar el desarrollo del individuo que
ha evolucionado hacia la homosexualidad en términos de monstruosidad patológica: en estos
casos se trata de regresión, de regresión patológica al período de bisexualidad cuyas huellas
persisten en cada uno de nosotros. Una variante negativa de esta misma regresión se mani-
fiesta en la manía persecutoria de los paranoicos.
En el niño que se desarrolla normalmente, el período bisexual es tan sólo una breve
transición en el camino normal de su desarrollo sexual que desemboca en la heterosexuali-
dad. El psicoanálisis nos enseña que el niño busca y encuentra sus primeros objetivos amoro-
sos en el entorno inmediato, según un esquema cruzado: los muchachos manifiestan a menu-
do un atractivo de carácter netamente erótico hacia los miembros femeninos de su grupo, y
sobre todo hacia la madre, mientras que las muchachas lo manifiestan hacia su padre. Freud
designa este fenómeno, según la tragedia griega, con el nombre de «Complejo de Edipo». De
este modo, el conflicto que se desarrolla entre padres e hijos por la posesión de la madre en
tantos mitos, se repite en el psiquismo del niño pequeño.
Muchos fenómenos de la histeria de conversión se derivan de determinados defectos
de la organización genital. En cuanto a la fijación llamada incestuosa, constituye el complejo
nuclear de casi todas las neurosis, según Freud.
Estos últimos datos son los que provocan en los profanos las dudas y resistencias más
intensas. Hasta ahora se decía que la vida psíquica del niño era «pura», que la sexualidad
estaba totalmente ausente, y que ningún otro sentimiento distinto al amor, a la devoción y a la
ternura -por ejemplo los sentimientos eróticos- intervenían en la relación padres-hijos. No
será la discusión sino la simple observación de los hechos la que permitirá decidir entre am-
bas concepciones opuestas; hasta el presente únicamente el psicoanálisis ha proporcionado
datos, manteniéndose sus detractores en una posición rígida y negativa.
Según las investigaciones más recientes, existe también un paralelo entre los estadíos
de desarrollo de la sexualidad esbozados anteriormente y la historia de las civilizaciones. El
estadío autoerótico y el estadío narcisista sobreviven hoy, en formas infinitamente variadas,
en la vida sexual de algunos animales inferiores. Pero la historia de las civilizaciones nos
enseña también que la bisexualidad, la homosexualidad, y el comercio sexual entre los
miembros de una misma familia desempeñaban un importante papel en los primeros tiempos
de la humanidad. El rechazo del “Complejo de Edipo” (la represión del erotismo entre madre
e hijo, y de la rivalidad entre padre e hijo) representa el comienzo de la civilización tal como
hoy la concebimos. Incluso los pueblos más primitivos han alcanzado este nivel; puede decir-
se que su religión (la religión totémica) está prácticamente limitada a la represión del odio al
padre, y su principal regla moral, la exogamia, sirve esencialmente para eludir el constante
peligro del incesto.
Hacia los cinco o seis años acaba la primera floración precoz de la sexualidad infantil,
y es reemplazada por el llamado período de latencia, durante el cual los impulsos parciales
eróticos se ponen directamente al servicio del desarrollo cultural. Los sentimientos de pudor,
de disgusto y de piedad aparecen, al mismo tiempo que la conciencia moral; esto no se desa-
rrolla espontáneamente, sino bajo la influencia del entorno y bajo la presión de los impulsos
del Yo.
El erotismo se halla totalmente excluido de las manifestaciones del impulso sexual y
únicamente la ternura ocupa un primer plano, mientras que las energías impulsivas primiti-
vas, impedidas de manifestarse directamente, se transforman en el motor del progreso cultu-
ral y social.
El período de latencia acaba hacia los diez o doce años en ambos sexos, con la apari-
ción de los fenómenos de la pubertad, al mismo tiempo que tiene lugar la poderosa explosión
de la sexualidad fisiológica. En los jóvenes que viven en condiciones culturales favorables
suele ser éste también el período del primer amor, caracterizado por una inhibición casi total
de componentes sexuales. La capacidad de unir la ternura al erotismo, fuertemente rechazado
durante el período de latencia, sólo madura más adelante en los jóvenes de ambos sexos. Sin
embargo conviene saber que el narcisismo, es decir la posición erótica en relación a uno
mismo, nunca desaparece del todo, y que la libido que se agota en el amor objetal vuelve a
aquel sin cesar. El auto-erotismo, es decir el narcisismo, permanece por lo tanto como la ver-
dadera reserva de la libido humana.
Los trastornos psíquicos que acompañan a la procreación y al parto merecen mención
aparte, aunque sólo sea por su importancia patológica. A partir de la pubertad se observa en
el sexo femenino un estado específico de regresión en el plano sexual. La agresividad sexual
se transforma en pasividad, la erogeneidad vinculada hasta entonces al rudimentario pene
femenino, el clítoris, se hace vaginal, se intensifica el carácter femenino de las muchachas y
el atrevimiento se transforma en pudor. Pero esta virilidad que impregna los años adolescen-
tes resurge a menudo, en determinadas particularidades caracteriales y en los síntomas de las
neurosis y de las psicosis de las mujeres.
Algunos impulsos parciales se expresan en los rasgos de carácter tras el fin del pe-
ríodo de latencia. El psicoanálisis distingue el carácter anal (tendencia a la economía, obsti-
nación, manía de limpieza), y el carácter uretral (ambición y vanidad desenfrenadas, ligere-
za, derroche, desorden); incluso la predilección por las actividades intelectuales superiores
debe atribuirse a sus primitivas raíces (sadismo, curiosidad intelectual).

LA VIDA PSÍQUICA INCONSCIENTE


La exploración de la vida psíquica inconsciente ha permitido al psicoanálisis conocer
los estadíos de desarrollo de los impulsos del Yo y de los impulsos sexuales tal como acaba-
mos de exponerlo. Es por tanto necesario indicar, aunque sea brevemente, las fuentes de estos
conocimientos.
Se sabe desde hace tiempo que las huellas mnésicas ejercen por una parte funciones
psíquicas conscientes, y por otra existen en nosotros en estado latente inconsciente, se creía
que sólo puede permanecer inconsciente una huella mnésica cuya intensidad sea muy débil
par «franquear el umbral de la conciencia». El psicoanálisis enseña, por el contrario, que de-
terminados contenidos psíquicos de fuerte tensión tratan de manifestarse a nivel consciente
con intensidad, pero que otras tendencias, agrupadas bajo el nombre de «censura» se oponen
a ellos y los condenan a permanecer en el inconsciente, a pesar de su intensidad. El «incons-
ciente», en el sentido psicoanalítico del término, corresponde pues al contenido psíquico re-
chazado en el inconsciente.
1. Los fenómenos de la sugestión poshipnótica llevaron a Freud a enunciar la hipóte-
sis de un tal inconsciente. El médium, ejecuta ciegamente al despertar la orden recibida bajo
hipnosis si el hipnotizador le ha impresionado suficientemente. Cuando se le interroga sobre
los motivos de su acto es incapaz de dar una explicación, o bien fabrica una totalmente artifi-
cial recurriendo a su imaginación. Pero cuando se le insta a que recuerde todo lo ocurrido
durante la sesión de hipnosis, puede superar la orden latente en su inconsciente y volver a
hallar todos los detalles de los sucesos acaecidos bajo hipnosis. Debe concluirse que la obe-
diencia poshipnótica es la consecuencia de una fuerza psíquica inconsciente que sólo puede
hacerse consciente si supera una fuerte resistencia. Tras constatar esto, Freud ha renunciado a
la terapéutica catártica que consiste en suscitar, bajo hipnosis, la rememoración de los trau-
matismos olvidados, y ha pasado al empleo del método de asociación libre.
2. He aquí lo esencial de este método: se trata de que el sujeto examinado comunique
sin reserva todos sus pensamientos, ya sean sensatos o inverosímiles, razonables o incoheren-
tes. La resistencia interior opuesta a esta experiencia, en forma de objeciones lógicas, éticas o
estéticas, equivale a la que el médium opone a la rememoración de los sucesos de la sesión de
hipnosis. Pero quien consigue vencer sus reticencias queda sorprendido por la naturaleza y lo
inesperado del material aparecido, aparentemente extraño al Yo u olvidado durante largo
tiempo. Se observa que muchas cosas que se creían arregladas por la acción educativa del
entorno o por los propios esfuerzos, siguen estando presentes en cada uno en estado latente.
Pero al mismo tiempo puede reconocerse la fuente de donde provienen estas sorprendentes
ideas, a veces aparecidas de forma espontánea y otras veces bajo el efecto de trastornos psí-
quicos. Una aplicación fiel del método permite descubrir que también en nosotros existe o
podría existir, paralela y simultáneamente a nuestro pensamiento consciente y organizado, un
proceso inconsciente de fantaseo cuyo descubrimiento arroja una viva luz sobre el fondo pri-
mitivo subyacente a la personalidad más noble y más evolucionada.
3. La experiencia asociativa ha confirmado experimentalmente la realidad de una vi-
da psíquica inconsciente. Una persona invitada a comunicar de inmediato y sin reflexión al-
guna la primera palabra que se le ocurre en respuesta a otras palabras pronunciadas en su
presencia, manifiesta a menudo reacciones totalmente desprovistas de sentido, sin relación
asociativa con la palabra enunciada. Si se le pide al sujeto que reflexione sobre las relaciones
posibles entre ambas palabras, es decir que exprese los grupos de representaciones que pueda
hallar, se advierte que tal reacción está siempre determinada por un complejo psíquico in-
consciente, a menudo un recuerdo desagradable despertado por la palabra propuesta cuyo
acceso directo a la conciencia estaba obstaculizado, no pudiendo penetrar en ella más que a
través de un derivado lejano. También se trataba de combinar la experiencia de asociación
con el examen del reflejo llamado psicogalvánico. El cuerpo del sujeto que hace la experien-
cia se introduce en un circuito eléctrico, y se miden, con ayuda de un galvanómetro, la inten-
sidad de las oscilaciones de la corriente cuando se enuncia la palabra clave. Se observa que
las oscilaciones particularmente intensas acompañan precisamente a las reacciones “cuaja-
das” de complejos latentes, donde la respuesta presenta los caracteres definidos anteriormen-
te.
Observemos que estas experiencias de asociación y sus variantes, incluso si pueden
confirmar con exactitud el fundamento del método de asociación libre según Freud, son difí-
ciles de utilizar en la práctica, y tienen más bien un valor de ilustración científica.
4. Los actos frustrados, tan embarazados e irritantes en la vida diaria, son muy reve-
ladores en cuanto a los contenidos y tendencias de la vida psíquica y consciente. Pienso en
esos síntomas de la distracción que son los olvidos, los lapsus linguae, las torpezas, y los
errores, que hasta ahora se explicaban por el azar cuando se les juzgaba dignos de una expli-
cación. Las investigaciones de Freud permiten afirmar que la mayoría de los actos frustrados
traducen tendencias latentes en nosotros, aunque sean independientes de nuestro Yo cons-
ciente y se mantengan desconocidas para nosotros. Si sometemos posteriormente nuestros
actos frustrados al psicoanálisis, es decir si confesamos sin reserva a nosotros mismos o a
otro todas las ideas vinculadas a ellos, podemos descubrir que el olvido de un nombre se ex-
plica por el significado penoso que ha tomado para nosotros un nombre de la misma conso-
nancia, y que nos desagrada evocar, de forma que la censura, en la medida de lo posible, eli-
mina de la conciencia incluso las palabras de consonancia próxima. Del mismo modo, resulta
que tal gesto equivocado (como pisar el pie a alguien, o empujarle, o tirar un vaso o un sale-
ro, etc.) manifiesta una tendencia agresiva inconsciente, posiblemente dirigida contra una de
las personas presentes; ninguna mujer amorosa admite el «olvido» de una cita como excusa, y
el ejército no acepta el olvido para explicar una negligencia: del mismo modo el psicoanálisis
considera que los actos frustrados están generalmente sometidos a la regla según la cual pue-
den aclararse los móviles de tal comportamiento. Pues el psicoanálisis se funda en la idea de
un determinismo riguroso de los fenómenos psíquicos; para considerar explicado un proceso
psíquico hace falta aclarar sus móviles con el mismo orden de precisión que se exige para la
explicación de un fenómeno físico.
5. Hasta ahora la creencia popular explicaba una parte de los actos frustrados por la
intervención de espíritus malignos. El psicoanálisis ha sometido estas creencias populares, así
como los cuentos, las leyendas y los mitos, a un análisis profundo, para constatar que las ten-
dencias, mociones impulsivas y contenidos psíquicos inconscientes expresados en estas pro-
ducciones del alma popular son los mismos que los que acabamos de evocar en su aspecto
individual.
6. De aquí no hay más que un paso para demostrar la existencia del elemento incons-
ciente incluso en las creaciones artísticas superiores: las bellas artes, la poesía, el éxtasis reli-
gioso, la intuición filosófica, y el proceso de la creación científica.
7. Un modo de producción particular de efecto estético está representado por el chiste
y lo cómico, de los que Freud nos ofrece la explicación en una monografía aparte; ésta nos
presenta un panorama apasionante sobre el juego de los procesos que se desarrollan entre
consciente e inconsciente, y al mismo tiempo descubre claramente, tras la fachada divertida o
seductora, los primitivos deseos latentes, egoístas o sexuales.
8. Naturalmente el examen psicoanalítico de las neurosis y de las psicosis es el que ha
proporcionado la fuente más abundante de conocimientos sobre el inconsciente. De ello ha-
blaremos más adelante.
9. La interpretación de los sueños, uno de los principales medios de acceso al incons-
ciente, merece un capítulo aparte.

LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS Y EL SIMBOLISMO. LA


METAPSICOLOGÍA DE FREUD
La interpretación de los sueños debe su importancia práctica al hecho de que el sueño,
especie de «psicosis normal» nocturna que afecta a todo el mundo, permite a cada uno fami-
liarizarse en la práctica con el psicoanálisis, al menos en lo que concierne a sus elementos.
Pues si tratamos al sueño -dada la incoherencia y la confusión manifiestas en él- como un
delirio neurótico, un pensamiento obsesivo o una alucinación psicótica, dicho de otro modo,
si aplicamos a los sueños el método analítico de la asociación libre, constatamos que el con-
tenido consciente, manifiesto, del sueño no es sino la cobertura de los pensamientos latentes,
perfectamente inconscientes, del sueño.
¿Cómo analizar el sueño? Dividimos a nuestro gusto el contenido del sueño, y luego
vinculamos a cada fragmento, mediante la asociación libre, todas las ideas que surgen en no-
sotros respecto a él. Si procedemos del mismo modo con cada fragmento (anotando por escri-
to todas nuestras ideas), obtenemos un material abundante que paulatinamente se organiza
por si mismo en torno a ciertos temas, cuando ha finalizado el análisis pueden reconstruirse
sin esfuerzo los pensamientos latentes del sueño cuya imagen onírica consciente no es sino la
representación deformada, aunque no siempre deformada del todo. Los sueños de los niños,
las representaciones oníricas de los adultos provocadas por necesidades corporales -el ham-
briento que se sacia, el sediento que bebe agua, el amante que halla el objeto de su pasión-
muestran inequívocamente el verdadero objetivo y la verdadera tendencia del sueño. Nuestra
actividad psíquica onírica actúa de modo que los asuntos pendientes el día anterior se arre-
glan, y nuestros deseos insatisfechos se cumplen. Por lo tanto el sueño no es otra cosa que
una realización de deseos.
Cuanto más oculto se halle el deseo latente, perturbador del sueño, y cuanto más re-
pugne al yo consciente, más desconocido lo volverá la censura que vigila incluso por la no-
che, y más trabajo y penetración serán necesarios para descubrir las fuentes ocultas del sueño.
Aquí es donde quienes acostumbran a juzgar de forma superficial, vuelven la espalda al psi-
coanálisis, pues no pueden admitir que todos los sueños angustiosos que les asaltan algunas
noches sean «realizaciones de deseos». Sin embargo, no habría en ello nada de inverosímil si
estas personas no olvidaran constantemente un punto fundamental de la interpretación psi-
coanalítica de los sueños, a saber, que la realización de deseos no es necesariamente evidente,
ni siquiera directamente aparente, en el contenido consciente del sueño. Sucede que la repre-
sentación del cumplimiento del deseo se manifiesta tan sólo por una simple alusión secunda-
ria del sueño consciente; incluso a veces lo que viene al primer plano de la conciencia es jus-
tamente lo contrario del deseo. En consecuencia sólo después del análisis aparece el sueño
como la realización de un deseo, según explica Freud. Los únicos que podrán convencerse
serán quienes no duden en someterse a un análisis minucioso en el que aparezcan centenares
de sueños, suyos o de otros. La realización de deseos disimulada en una alusión pequeña,
mientras que el resto del sueño se ocupa de circunstancias accesorias, es también una ilustra-
ción del desplazamiento del acento emocional de una representación a otra, hecho muy fre-
cuente en la vida psíquica inconsciente. La interpretación de los sueños revela además otra
particularidad del inconsciente: el proceso llamado condensación. Cada elemento del conte-
nido consciente del sueño condensa en él todo el peso emocional del enorme material onírico
desvelado por el análisis.
El análisis de los sueños ha permitido por un lado el estudio de los procesos que ac-
túan en las profundidades de la vida psíquica a la que no alcanza la barrera lógica, y por otro
el de uno de los fenómenos morbosos más inaccesible y más enigmáticos de la patología
mental: la alucinación, el examen de sus condiciones de aparición. El fenómeno del sueño
está estrechamente vinculado al cambio de repartición de la energía psíquica que caracteriza
el estado del dormir. Para comprender los fenómenos del sueño, Freud ha tenido que reagru-
par las funciones psíquicas en mecanismos imaginados en el espacio, es decir suponer la exis-
tencia de dos órdenes de «sistemas psíquicos», uno para las funciones conscientes y el otro
para las funciones inconscientes. Este fue el primer paso hacia la futura «metapsicología»
según Freud: la teoría de la estratificación de los mecanismos psíquicos o la teoría tópica
psíquica.
Pueden distinguirse tres estratos principales: primero el inconsciente, donde se alma-
cenan las representaciones mnésicas objetales de las impresiones psíquicas que la censura
impide llegar a la conciencia a causa de su carácter insoportable para el sujeto; segundo el
estrato psíquico preconsciente, que guarda las huellas mnésicas cuyo acceso a la conciencia
no encuentra muchos obstáculos y que son por ello traducidas mediante representaciones
verbales; tercero el estrato psíquico consciente, el instrumento de percepción de las impre-
siones que nos envían los órganos de los sentidos, que nos permite además tomar conciencia
de las ideas y procesos del pensamiento que provienen del preconsciente.
El análisis de los sueños ha proporcionado también el medio de estudiar la mecánica,
y la dinámica de las energías que actúan en estos sistemas, y ha demostrado con muchos
ejemplos el rechazo de determinados pensamientos al inconsciente debido a la resistencia de
las capas psíquicas superiores influenciadas por la cultura.
Los pensamientos y las mociones psíquicas así rechazadas, que tengan suficiente in-
tensidad, tratan de manifestarse por otros caminos. Al serles obstaculizada su progresión na-
tural, quedan desviadas por el camino regresivo y despiertan las percepciones sensibles que
han proporcionado el material inicial de los pensamientos o representaciones mnésicas en
cuestión. Dicho de otro modo: las representaciones inconscientes impedidas de progresar
hacia la conciencia, se transforman en alucinaciones sensitivas en los sueños, la mayoría del
tiempo en escenas visuales, y bastante a menudo también en percepciones auditivas o en otras
sensaciones diferentes. Podemos pues considerar el contenido consciente del sueño como una
especie de jeroglífico muy difícil planteado en imágenes, traducción de pensamientos que
perturban a veces nuestro reposo nocturno, pensamientos desplazados, condensados, inclui-
dos en escenas de carácter sensible y que tienen además el sentido de un cumplimiento de
deseo.
Porque conviene saber que a fin de cuentas el único objetivo del sueño es asegurar un
descanso tranquilo. Si no puede cumplirse esta misión, si las preocupaciones irrumpen en la
conciencia, se imposibilita la tranquilidad del reposo y sobreviene el despertar.
Freud tuvo que examinar, para perfeccionar su psicología, tanto el aspecto tópico y el
aspecto dinámico de los mecanismos psíquicos como su aspecto económico. Hay que consi-
derar la suma de las energías que operan en el psiquismo como una cantidad casi constante;
cuando la carga energética de una capa desciende, puede demostrarse que aumenta la de otra.
Así pues, el principio de la constancia de la energía, conocido en física, es aplicable a la vida
psíquica, aunque por el momento no pueda ser medido. En lo que concierne a la repartición
de las energías psíquicas durante el sueño, la teoría freudiana del sueño nos enseña que las
energías psíquicas retiradas provienen esencialmente de las zonas responsables de la vida de
relación y de las reacciones aferentes. Según Freud, los sistemas físicos de los que proviene
la carga energética, interrumpen su funcionamiento de manera que el durmiente da la impre-
sión de estar paralizado y privado de control sensorial. Entonces, ¿dónde puede situarse esta
cantidad de energía retirada a la vez del mundo exterior, del amor de objeto y del interés por
los objetos? Exclusivamente en el Yo del durmiente, en su egoísmo y en su amor hacia si
mismo, como nos lo enseña nuestra experiencia de la vida onírica. Esto explica el carácter
egocéntrico de los sueños, la falta de consideración hacia los demás que se manifiesta en él,
la facilidad con la que el sueño supera cualquier exigencia cultural, lógica, ética o estética.
Sin embargo, existen también algunos elementos del sueño que suscitan material li-
bremente asociado, y que por otra parte se demuestra inservible. Tales elementos escapan a la
interpretación por el método de la asociación libre que hubieran quedado inexplicados si
Freud no hubiera conseguido interpretar estos fragmentos del sueño con la ayuda del simbo-
lismo del sueño, inspirándose en los trabajos de Scherner sobre este mismo tema.
En la vida psíquica, el desarrollo del simbolismo es en general paralelo al proceso de
rechazo impulsivo impuesto por el desarrollo cultural. Bajo la obligación de las prohibiciones
impuestas por los educadores y el entorno, el niño se ve forzado a renunciar a sus satisfaccio-
nes impulsivas primitivas (principalmente las actividades uretrales, anales y genitales) y tiene
que arreglarse para reemplazar estas fuentes de placer perdidas por otras semejantes. Así,
hurgar en los órganos vacíos (por ejemplo en las narices y en los conductos auditivos exter-
nos) puede ser el sustituto de actividades anales y masturbatorias rechazadas; el niño encuen-
tra satisfacciones sustitutivas del mismo género en otras «malas costumbres»: estirarse las
narices o los lóbulos de las orejas, morderse las uñas (onicofagia), hacer temblar sus rodillas,
etc. En las niñas se trata del erotismo de la cavidad bucal: desagrado por la comida, deseo de
determinados objetos raros no comestibles o de su masticación que puede reemplazar la acti-
vidad genital rechazada. Podría decirse que determinadas zonas erógenas, en particular los
órganos genitales, pueden desplazar incluso su cantidad de excitación fisiológica a otros ór-
ganos que, por la forma o el modo de inervación, se parecerían al órgano original. Éste podría
ser el núcleo del simbolismo genital, que desempeña tan gran papel en los sueños. Partes
prominentes del cuerpo, como la nariz o los dedos, reemplazan a menudo en el contenido del
sueño simbólicamente al órgano genital masculino aborrecido. Y la misma significación pue-
de atribuirse a instrumentos puntiagudos y afilados, como las torres, los obeliscos, y los árbo-
les; mientras que para representar el órgano sexual femenino, el simbolismo recurre púdica-
mente a las cajas, cavidades, lagos llenos de agua, representando el parto como una caída en
el agua o el salvamento de un ahogado.
Sin embargo, el simbolismo del sueño no se limita a reemplazar las actividades sexua-
les vergonzosas por otras distintas, sino que proporciona también una expresión simbólica a
determinadas personas y actividades significativas. Por ejemplo, recupera la ingenuidad de la
ideología infantil reemplazando en el sueño los personajes del padre y de la madre por las
autoridades más poderosas: él rey y la reina. La derecha y la izquierda representan a menudo
simbólicamente lo permitido y lo prohibido; la muerte se presenta frecuentemente en forma
de personajes místicos y alegóricos; en fin, para hacer sensible el erotismo con disfraces sim-
bólicos pero transparentes, el sueño se muestra casi inagotable.
Vemos que la psicología del sueño tiene una importancia capital para la psicología
pura, y para el conocimiento del psiquismo humano en general. Pero es igualmente importan-
te porque nos ha permitido profundizar, mediante el análisis de nuestros propios sueños, en el
universo psíquico de los neuróticos y de los enfermos mentales, universo que se encuentra
perturbado incluso en estado de vigilia.

CLASIFICACIÓN PSICOANALÍTICA DE LAS NEUROSIS. LAS NEU-


ROSIS ACTUALES
Hemos dicho en algún sitio que el psicoanálisis trata de operar sobre sus pacientes no
mediante consejos de higiene sexual, sino a través de la reeducación psíquica. Esta afirma-
ción conlleva ciertas reservas. Pues en el estado actual de nuestros conocimientos, algunos
estados neuróticos aparecen como resultado de perturbaciones fisiológicas más bien que psí-
quicas. Descartando los estados provocados por una disfunción glandular o un efecto tóxico
(enfermedad de Basedow, Corea, etc.), que escapan en gran parte al psicoanálisis, vamos a
evocar tres estados morbosos cuyo examen le corresponde a menudo al psicoanalista, aunque
no se trata propiamente de enfermedades de origen psíquico.

1. La neurastenia
El psicoanálisis ha permitido simplificar este diagnóstico, a menudo planteado a cie-
gas, demostrando que algunos estados obsesivos, psicasténicos, etc., clasificados en esta ca-
tegoría, eran de naturaleza psiconeurótica. En segundo lugar aparece la neurosis de angustia,
que Freud ha aislado de los síndromes neurasténicos. Hechas estas excepciones, lo que se
continúa llamando neurastenia es un grupo de síntomas bastante bien definidos que compren-
de entre otros la astenia acompañada de irritabilidad, las cefaleas, la fatigabilidad física e
intelectual, las perturbaciones gástricas y excretorias, la tendencia a la constipación, la dismi-
nución de la potencia sexual acompañada de poluciones y de eyaculación precoz. Esta neu-
rastenia resulta de un onanismo llevado al exceso, según el parecer de Freud: la satisfacción
demasiado frecuente de la libido mediante fricciones o manipulaciones del mismo tipo, en
lugar del coito normal. Es sabido que antes el onanismo era considerado como un mal peli-
groso, que podía entrañar la atrofia de la medula espinal y la parálisis. Esta creencia errónea
continúa precipitando a muchos enfermos imaginarios en brazos de charlatanes. En realidad,
como ya hemos dicho, el onanismo es una fase casi normal del desarrollo sexual, y los pro-
blemas sólo aparecen si esta práctica se desarrolla en exceso o se prolonga más allá de su
momento; entonces se da el síndrome neurasténico que acabamos de describir. Los jóvenes
masturbadores se curan fácilmente de su estado neurasténico si consiguen practicar una acti-
vidad genital normal. Pero cuando los jóvenes recurren a la abstinencia total para escapar de
la masturbación excesiva, corren el riesgo de caer en la Escila de la neurosis de angustia al
tratar de evitar la Caribdis de la neurastenia. Por supuesto no debe concluirse que un joven
sano, que rechaza la práctica autosatisfactoria, no pueda soportar sin peligro un período de
abstinencia.
Aún no se ha establecido con certeza si la neurastenia puede verse incrementada por
un factor constitucional que se añade a las enfermedades de higiene sexual; en cualquier caso,
los datos relativos a la constitución asténica, bien observada por Stiller, parecen confirmar
esta última hipótesis. .Es muy posible que, en los casos de constitución asténica, se trate de
individuos que soportan peor que otros el problema sexual que acabamos de describir.
La neurastenia no sólo tiene interés en el plano práctico, sino que también desempeña
un importante papel en el estudio teórico de la psiconeurosis. Pues, aparentemente, el núcleo
central de la histeria de conversión y de la neurosis obsesiva está generalmente constituido
por un tal síndrome neurasténico en torno al cual se acumulan, como la perla alrededor del
grano de arena, las formaciones morbosas de las psiconeurosis (Freud).

2. La neurosis de angustia
Este síndrome, al que Freud considera acertadamente como entidad separada, fundán-
dose en la etiología y en los síntomas, pertenece igualmente a las formas de neurosis en que
las perturbaciones fisiológicas juegan un papel esencial por su intervención en la vida sexual,
es decir en la economía libidinosa. Pero, mientras que en la neurastenia se trata de un derro-
che y de una desviación, en dirección equivocada, del impulso sexual que no espera la apari-
ción de un objeto apropiado, en el síndrome de angustia se hallan las condiciones inversas:
retención y fuerte concentración en el organismo de la libido acumulada. Hemos visto que la
abstinencia no lleva necesariamente a la enfermedad si se está en disposición de que el im-
pulso sexual pueda convertirse en otras formas de energía y descargarse de este modo, si el
sujeto evita en la medida de lo posible exponerse a excitaciones sexuales y si su organismo
no es demasiado exigente a este respecto; el ejemplo de muchas personas que se consagran a
la religión y viven en abstinencia total permaneciendo sanos, es suficientemente elocuente.
Pero en la mayoría de los casos no se dispone de tan favorables condiciones, de manera que
muchos sujetos vigorosos que practican la abstinencia, por principio o por otras razones, su-
fren neurosis de angustia.
El organismo debe afrontar los ataques más violentos de la libido en los períodos correspon-
dientes a los dos momentos más importantes del desarrollo sexual descritos en el segundo
capítulo de este trabajo, es decir las etapas infantil y puberal. En estos dos períodos, determi-
nadas causas internas pueden impulsar la aparición de síntomas de angustia. El carácter tími-
do del niño, sus sobresaltos, su miedo a la oscuridad, a la soledad y a los extraños, sus fobias
características en particular hacia los animales (caballos, perros, insectos), no sólo traducen la
aprensión razonable frente a un desconocido amenazador o frente a poderosas fuerzas ajenas,
sino que hallan su fuente principal en el deseo de dependencia insatisfecho del niño mimado.
Estas angustias y miedos de la primera infancia, a los que los pediatras no han prestado sufi-
ciente atención hasta ahora, desaparecen a menudo por sí mismos cuando se aleja al niño de
la habitación de sus padres. Pues los padres, con buena fe y creyendo en la ignorancia sexual
del niño, permiten a sus hijos de dos y tres años (y a veces de más) asistir a sucesos que ape-
nas comprenden, pero cuyo sentido perciben instintivamente. Estas angustias infantiles
desempeñan un considerable papel en la historia clínica de los sujetos que a consecuencia de
ellas van a desarrollar una psiconeurosis; se descubre a menudo que el primer empuje de un
desarrollo psíquico perturbado proviene de la más tierna infancia, con ocasión de tales esce-
nas nocturnas.
Los médicos conocen desde hace tiempo la fuerte tendencia a la depresión de los ado-
lescentes de ambos sexos, que se expresa por un pesimismo universal y se asocia a la angus-
tia, y nunca han dudado de que la causa debe buscarse en una moción sexual que aún no ha
hallado objeto y que no ha podido descargar. Sin embargo se constata con regularidad que la
neurosis de angustia aparece más adelante, durante la vida conyugal, cuando ya no hay razo-
nes para que se dé un rechazo de la libido y brote una neurosis, según la teoría de Freud.
Un examen detenido de la vida sexual de tales parejas evidencia siempre alguna ano-
malía en su modo de satisfacción. Lo más perjudicial de todo es el empleo de métodos con-
traceptivos, particularmente el coito interrumpido para el hombre.
No se puede atraer en exceso la atención del médico sobre la posibilidad de una etio-
logía de este tipo en los casos de angustia; puede obtener éxitos terapéuticos notables en neu-
rosis aparentemente graves sin utilizar el “psicoanálisis”, mediante el simple consejo de re-
emplazar -si es preciso absolutamente evitar un nacimiento- el coito interrumpido o el uso de
preservativos, casi tan perjudicial, por el pesario u otro medio de protección mejor adaptado
que no perjudica a ningún miembro de la pareja durante el encuentro. Naturalmente, esto sólo
es válido en caso de una simple neurosis de angustia, y no en los casos de histeria de angustia
en los que los consejos de higiene son ineficaces y donde solamente un psicoanálisis puede
producir resultados duraderos. Es cierto que estas dos formas de enfermedad no son siempre
fáciles de diferenciar, pero no se arriesga nada comenzando por los consejos de higiene y
esperando a proponer un psicoanálisis que resulta mucho más complicado en caso de que
fracase la primera medida.
El coito llamado retardado puede producir los mismos efectos: el hombre retarda vo-
luntariamente la eyaculación más allá de su desahogo espontáneo para satisfacer mejor a la
mujer. Por el contrario, en la mujer, es precisamente la eyaculación demasiado rápida la que
puede producir angustia, debido a que la excitación sexual aumenta mucho sin alcanzar la
satisfacción. Muchas parejas no alcanzan nunca la satisfacción debido a una u otra de esas
circunstancias. Aunque he insistido mucho sobre la inocuidad relativa del onanismo, no pue-
do silenciar aquí que el hábito de la masturbación juvenil conduce a menudo a la mujer a la
insensibilidad genital, es decir al alargamiento del tiempo necesario para la satisfacción,
mientras que la masturbación en el hombre puede provocar una eyaculación demasiado rápi-
da.
Tras lo que acabamos de decir no hemos de sorprendernos de que las situaciones en
que la excitación sexual no consigue llegar a una satisfacción normal supongan también an-
gustia: es bien conocida la angustia del noviazgo que desaparece espontáneamente tras el
matrimonio.
¿Cuáles son los síntomas de la neurosis de angustia? En primer lugar la sensación de
angustia simple, que puede estar acompañada de algunos síntomas físicos: temblor. transpira-
ción, palpitaciones, diarrea, o necesidad de orinar. Se asocia a ella a menudo el temor inmoti-
vado de muerte súbita o de enfermedad que afecte al enfermo o a sus parientes, el insomnio,
y la falta de apetito. En algunos casos, la sensación de angustia no se manifiesta subjetiva-
mente, sino que se disimula tras uno de los síntomas mencionados. Lo que llamamos taqui-
cardia paroxística es a menudo un síntoma de histeria de angustia. En el plano teórico igual-
mente, la angustia ocupa un importante lugar en la patología de la psiconeurosis y de la psi-
cosis. Freud nos ha enseñado que la libido que se expresa en el plano psíquico, pero escapa a
la conciencia, puede transformarse en angustia, del mismo modo que la libido fisiológica-
mente insatisfecha. Por otra parte, la neurosis de angustia desempeña el mismo papel en la
histeria de angustia que la neurastenia en la histeria de conversión y en la neurosis obsesiva:
constituye el núcleo orgánico central de la enfermedad en torno al cual se reagrupan pronto
los síntomas psíquicos. Ya hemos señalado que, en último término, la angustia podría atri-
buirse al traumatismo del nacimiento.

3. La hipocondría
Es el síndrome menos estudiado hasta ahora. La única cosa de la que estamos seguros
es que la libido -probablemente a consecuencia de un «desplazamiento» inadecuado de la
libido genital, como el evocado respecto a la formación del símbolo- se adhiere a determina-
dos órganos que, en condiciones habituales, sólo se utilizan para objetivos eróticos. Podemos
hablar aquí pues, de un despertar del autoerotismo, ese antepasado de la libido narcisista que
confiere a ciertos órganos un valor y una importancia excesivos, a expensas del organismo
entero que se adhiere demasiado a la mínima lesión del órgano o los órganos en cuestión, y
que por último conduce al enfermo a consagrar toda su atención a las parestesias, las algias o
a otras alteraciones más o menos importantes al nivel de este órgano. La hipocondría puede
convertirse también en núcleo de una enfermedad psíquica. Algunas psicosis graves, como la
esquizofrenia o la parálisis, pueden tener un primer síntoma en absurdos lamentos hipocon-
dríacos. La hipocondría juega el mismo papel en la constitución de las neurosis traumáticas,
de las patoneurosis consecutivas a una lesión o a una mutilación corporal, y a menudo tam-
bién en la enfermedad de los tics. Freud considera que se producen efectivamente alteracio-
nes de la circulación, de las secreciones y de la nutrición de los tejidos en los órganos sensibi-
lizados de los hipocondríacos, aunque escapen a nuestra percepción. En lo que concierne al
tratamiento de la hipocondría, nuestra experiencia nos permite afirmar que el pronóstico es
mejor en los casos en que sólo se ha adherido al cuerpo una parte de la libido, permaneciendo
sana la restante, que en los casos en que la hipocondría se combina con una neurosis llamada
de «transferencia» (histeria, o neurosis obsesiva).
La neurastenia, la neurosis de angustia y la hipocondría pueden atribuirse, como he-
mos visto, a una perturbación fisiológica de la sexualidad; contrariamente a las psiconeurosis,
el psicoanálisis las reúne bajo el nombre colectivo de neurosis actuales, es decir en el marco
de la noción.

GENERALIDADES SOBRE LAS PSICONEUROSIS


La ciencia médica, a la que puede reprocharse su gran descuido del punto de vista
psicológico, nos ha acostumbrado a considerar que un síntoma o un síndrome son perfecta-
mente explicables si los procesos patológicos y fisiológicos que subyacen han sido aclarados.
Sin embargo, cuando se trata de neurosis o de psicosis, el balance anátomo-patológico o fi-
siológico deja al observador perplejo. En el histérico, en los obsesos, o en el sujeto torturado
por la manía persecutoria, ni el tejido cerebral ni la composición clínica de los humores pre-
sentan alteración patológica alguna, de forma que la autopsia de un enfermo muerto a conse-
cuencia de una dolencia mental funcional no aporta ningún elemento para un diagnóstico post
mortem del estado morboso que padecía la persona viva; nada permite distinguir el cerebro
del enfermo mental del cerebro de una persona sana. En tales condiciones, cualquier tentativa
que trata de reconstruir el modo de formación de estos estados se halla destinada al fracaso.
Ha sido Charcot el primero en arrojar un rayo de luz sobre esta zona oscura del saber médico,
cuando el estudio de los síntomas de la histeria traumática le ha llevado a la conclusión de
que se trataba de una reproducción de las inervaciones motrices y sensibles que existían en el
enfermo en el momento del traumatismo. Era el primer caso en que la explicación de un sín-
toma no se buscaba en las condiciones biológicas, sino en el sentido del síntoma, es decir en
la idea o el recuerdo que podría expresar. A continuación Moebius formuló esto diciendo
que los síntomas de la histeria son desencadenados por las ideas, y que la histeria es en con-
secuencia una enfermedad ideógena. Siguiendo a Charcot, Janet y sus discípulos profundiza-
ron en el estudio de la psicología del histérico; señalaron que el histérico se caracteriza, según
su formulación, por la división en muchos fragmentos, y la ruptura de la conciencia. Estos
enfermos no pueden dar cuenta más que de una parte de su conciencia: los síntomas son pro-
ducidos por una parte separada que escapa a la voluntad consciente. Morton Prince y otros
descubrieron, en una misma persona, dos o incluso tres de estos «Yo», que ignoraban todo o
casi todo unos de otros, pero con los cuales los médicos hábiles podían comunicarse separa-
damente. Por ejemplo, mientras mantenían una conversación con uno de esos «Yo», el otro
respondía a preguntas distintas con escritura automática, etc. Sin embargo, todas estas apa-
sionantes experiencias quedaron en el ámbito de los problemas científicos abstractos hasta
que el médico vienés Breuer, a comienzos de los años 80 del pasado siglo, descubrió la apli-
cación terapéutica de estas nuevas posibilidades. En un caso de histeria grave consiguió bajo
hipnosis que el enfermo, que había sido invadido por gran cantidad de fantasías producidas
por uno de esos Yo fragmentarios latentes, terminara con la división de la conciencia y
reuniera el contenido psíquico de los fragmentos divididos del Yo, así como los recuerdos,
las tendencias, y las representaciones, con el otro Yo «ordinario» restableciendo de este modo
la unidad de la conciencia. Lo sorprendente y completamente nuevo de este resultado tera-
péutico fue que determinados síntomas histéricos, como la parálisis del brazo, las perturba-
ciones oculares, y los problemas de la articulación, desaparecían espontáneamente a medida
que los pensamientos y las imágenes mnésicas latentes, de los cuales eran expresión estos
síntomas, se integraban en la conciencia normal del enfermo. De esta manera quedaba de-
mostrado que los síntomas físicos de la histeria eran provocados y podían explicarse por imá-
genes mnésicas, latentes bajo el umbral de la conciencia. La teoría de Charcot relativa al ori-
gen traumático de la histeria debía extenderse pues al conjunto de estos casos, y quedar com-
pletada por la seguridad de que no sólo los traumatismos físicos, sino también los traumatis-
mos psíquicos pueden provocar el enquistamiento de representaciones afectivamente signifi-
cativas, y que se trata en este caso de un memorial dirigido en recuerdo de estos sucesos
traumáticos, constituido por crisis periódicas o fenómenos sintomáticos permanentes.
Lo que nos enseñó el único caso de Breuer, fue ampliado por Freud al conjunto de los
casos, y él ha ido completando la teoría de Breuer con aportaciones esenciales. Ha descubier-
to que los “fragmentos de conciencia divididos” no están separados del Yo completo por la
debilidad constitucional o la ineptitud innata a la síntesis de los contenidos psíquicos, como
pensaba Janet, sino por una dinámica específica: el sistema de energía del «rechazo», que no
admite una parte de las representaciones, recuerdos, o deseos bajo el umbral de la concien-
cia. Los síntomas histéricos expresan, según Freud, contenidos psíquicos que el Yo conscien-
te no puede admitir, debido a sus caracteres opuestos e incompatibles con lo que estima la
dirección adecuada. De manera que los estímulos que provienen de representaciones incons-
cientes, que no pueden llegar hasta la conciencia, como por ejemplo el pensamiento onírico
inconsciente (pues se lo impiden consideraciones culturales), buscan otros caminos para ma-
nifestarse, y se convierten en fuente de inervaciones sensibles, sensoriales y motrices diver-
sas. Para comprender los síntomas del histérico, debemos considerarlos como jeroglíficos en
imágenes, indescifrables para la conciencia del enfermo pero inteligibles para el iniciado, que
expresan ideas, deseos, e imágenes mnésicas, o dicho de otro modo, un sentido que demanda
una solución. Si conseguimos reconstruir el pasado del enfermo desde la primera infancia,
eso nos permitirá llevar a la superficie los recuerdos latentes que disimulan los síntomas de la
histeria. Naturalmente no llegaremos a ellos más que superando una enorme resistencia a
estos recuerdos, es decir con un enorme trabajo.
Al principio, Freud intentó vencer esta resistencia con ayuda de la hipnosis: pretendía
paralizar así con una orden cualquier oposición o actitud independiente. Consiguió bastantes
éxitos pero también muchos fracasos: en cualquier caso los resultados apenas eran duraderos.
Finalmente Freud formuló la hipótesis de que el estado de hipnosis suprime posiblemente las
resistencias de una dirección pero las hace insuperables en otra. De modo que renunció rápi-
damente a la hipnosis prefiriendo el empleo sistemático de la asociación de ideas en estado
de vigilia.
Freud descubrió otro dato de importancia fundamental, a saber que estos recuerdos
condenados al rechazo, que sólo se expresaban mediante síntomas, eran en todos los casos sin
excepción de carácter sexual o vinculados a experiencias sexuales. Dado el carácter masivo
de las imágenes mnésicas sexuales inconscientes y patógenas, Freud pensó primero que las
personas que más tarde se volvían histéricas habían sufrido en la primera infancia una expe-
riencia o una agresión sexual traumatizante, de parte de su entorno. En consecuencia tuvo que
modificar su concepción de las cosas y estimar que el traumatismo no desempeñaba un papel
importante salvo en determinados casos; en otros aparecía como producto de una imagina-
ción morbosa que creaba el traumatismo histérico a partir de imágenes mnésicas banales que
se hallan sin duda en la vida de todos los niños. De esta manera el histérico se caracteriza por
la tendencia a producir fantasías inconscientes que se expresan a continuación a través de
síntomas corporales.
Freud ha utilizado las observaciones realizadas en los histéricos para explicar los fe-
nómenos morbosos de las restantes neurosis funcionales, sobre todo la neurosis obsesiva, la
histeria de angustia, la paranoia, y la esquizofrenia (demencia precoz), a la que me referiré
más adelante. Pueden resumirse estas experiencias diciendo que la única forma de acceder a
los síntomas psiconeuróticos es estudiar las vivencias del enfermo, pues de este modo se ob-
tienen los datos anamnésicos que aclararán el sentido de los síntomas. Más tarde Freud ha
completado esta teoría mostrando que los traumatismos de la prehistoria animal y de la histo-
ria cultural de la humanidad, con los que cada uno viene más o menos marcado, se añaden a
las fijaciones y traumatismos patógenos de la vivencia personal, y que ellos solos bastan para
provocar una psiconeurosis. Así que la vieja cuestión que ha dividido durante tanto tiempo a
los partidarios y adversarios de la herencia de los contenidos psíquicos y que parecía haber
acabado con la victoria de estos últimos, ha sido nuevamente cuestionada a partir de la expe-
riencia psicoanalítica.
Los síntomas considerados como típicos, que son idénticos en multitud de casos, po-
drían explicarse a partir de estos traumatismos antiguos que deben buscarse en la historia de
la evolución desde sus comienzos. De esta manera se resuelve también otra controversia rela-
tiva a si las psiconeurosis están determinadas por una predisposición hereditaria, o bien por
un traumatismo individual El psicoanálisis enseña que para que surja la enfermedad deben
darse los dos factores; cuando un traumatismo sin predisposición personal es suficiente para
provocar una enfermedad, o cuando la constitución explica la enfermedad sin que se precise
un traumatismo, se trata de casos extremos. Durante mucho tiempo se ha ignorado la forma
en que las imágenes mnésicas patógenas de un traumatismo psíquico podían transformarse en
síntomas histéricos. Se pensaba que se trataba simplemente del restablecimiento, aunque fue-
ra temporal, del equilibrio psíquico trastornado por el traumatismo, mediante la abreacción
física de una cierta cantidad de energía. El papel de los síntomas aparecía como puramente
económico: permitir la «abreacción» de una cierta cantidad de excitación. Más tarde fue pre-
ciso modificar esta concepción introduciendo la actividad fantasiosa inconsciente entre el
traumatismo y la formación del síntoma: el síntoma no era considerado ya como la expresión
directa del recuerdo traumático sino como la de las fantasías inconscientes asociadas a él. Sin
embargo, desde el punto de vista del tratamiento o incluso de la interpretación de los sínto-
mas, es perfectamente indiferente que se atribuyan a una realidad objetiva o sólo a una reali-
dad psíquica, es decir, a las fantasías. Lo esencial es que el trabajo sea serio y profundo, que
el síntoma quede aclarado sin que nada quede en la sombra de forma que el enfermo no pue-
da continuar reproduciéndolo.
Freud pide al psicoanálisis que proporcione la interpretación metapsicológica de to-
das las formas de psiconeurosis, como nos ha mostrado el ejemplo del análisis de los sueños
a propósito de un fenómeno de la psicología normal. Espera nada menos que descubrir las
zonas tópicas del aparato psíquico donde se manifiesta el síntoma, es decir las causas desen-
cadenantes del síntoma, al mismo tiempo que pone en evidencia el juego de fuerzas, o sea la
dinámica, que conduce a la manifestación del síntoma, y por último explica el origen de las
cantidades de energía implicadas y de su utilización, es decir de su economía. Resumiendo: el
conflicto se sitúa esencialmente en los confines de los procesos psíquicos conscientes e in-
conscientes. Las fuerzas psíquicas en conflicto son las derivadas de los impulsos del Yo y de
los impulsos sexuales. Consideraciones de carácter egoísta, y también el ideal cultural adop-
tado, nos obligan a retirar nuestro interés consciente de las tendencias y manifestaciones im-
pulsivas primitivas. Este proceso se denomina generalmente rechazo (Verdrängung).
La clave que abre el acceso a las emociones y a los actos pertenece al sustrato psíqui-
co consciente (o preconsciente); para prevenir la posibilidad de un acto perjudicial, la censura
sólo necesita impedir que tal representación llegue a la conciencia. Según nuestros conoci-
mientos actuales, podemos formular esto diciendo que la censura puede impedir el encuentro
de las imágenes mnésicas inconscientes, que aún son puramente sensoriales, con las imáge-
nes verbales preconscientes. En un estado psíquico normal, nuestro universo está esencial-
mente constituido por imágenes verbales, es decir símbolos de los recuerdos, y la vía hacia
las decisiones voluntarias, el humor, y la acción, pasa por ellas. En los enfermos mentales
puede observarse el hundimiento de las barreras de la censura, la irrupción de los impulsos
primitivos en la conciencia y, consecuentemente, en la acción. Una de las tareas más intere-
santes para el investigador consiste en mostrar cómo se distribuye la energía entre las diferen-
tes capas y los diferentes mecanismos psíquicos, distribución que resulta específica para cada
tipo de enfermedad. Quiero ilustrar esto con algunos ejemplos.
En la histeria de angustia, el temor ante algunos personajes imponentes como por
ejemplo el padre, pasa al inconsciente y formaciones sustitutivas vienen a ocupar un lugar en
el primer plano: el miedo frente a otros objetos terroríficos, como animales (caballos, perros),
muchedumbres o vehículos. Al estar todo el aparato psíquico destinado a hacer soportables
las impresiones psíquicas que nos afectan, no es extraño que si el enfermo histérico ha llega-
do a reemplazar el objeto angustioso primitivo por otros distintos, no haya podido hacerlo
sino en virtud del principio de evitar el desagrado. Se ha producido por tanto una retirada de
la conciencia (es decir una disyunción de la representación verbal), y la cantidad de energía
recuperada acude a reforzar una representación próxima en la conciencia.
En la histeria de conversión, la energía movilizada por determinadas fantasías es apar-
tada de la conciencia y orientada directamente hacia síntomas físicos por un atajo.
Los impulsos asociales del enfermo obsesivo acceden a la conciencia, pero sólo de
forma negativa: exceso de inquietud y de preocupación por la integridad corporal de otro y
por su limpieza personal; a éstas se les llama formaciones reactivas.
El paranoico o el esquizofrénico retiran su interés del mundo exterior, aproximada-
mente en la misma medida que el soñador, pero la cantidad de energía retirada vuelve a recu-
perarse íntegramente en la supervaloración narcisista del Yo del enfermo. Ello significa que,
para estos enfermos, como para el soñador, las representaciones objetales inconscientes pier-
den también su valor emocional. (Las explosiones afectivas de algunos enfermos representan
en realidad tentativas autoterapéuticas destinadas a supercompensar por la fuerza la pérdida
de valor del mundo exterior).
En la amencia de Meynert, la distribución de energía es tal que únicamente la facultad
de aprensión consciente resulta afectada por la retirada del interés, lo que supone la incapaci-
dad funcional; por el contrario la actividad de las representaciones preconscientes e incons-
cientes no resulta afectada. Así pues, aquí sólo se puede hablar de alucinación negativa.
Tras estas consideraciones «metapsicológicas», abordaremos la relación entre el
traumatismo patógeno y el desarrollo psíquico del enfermo. El factor que desencadena la en-
fermedad es en general una decepción, que perturba la distribución de los afectos, del interés
y sobre todo del amor. Puede soportarse la existencia de una cierta cantidad de libido sin ob-
jeto, podría decirse que sin propietario: pero si la decepción es muy grande, el sujeto es inca-
paz de soportar una cantidad importante de libido libremente flotante y debe arreglarse para
que ésta pueda expresarse a partir de una fase anterior del desarrollo libidinoso. Un ejemplo
habitual es el del hombre que ha sufrido una decepción amorosa y que va en busca de sus
amigos de la infancia, o intenta recuperar un pasatiempo abandonado hace mucho: tampoco
es raro que busque un consuelo en la masturbación. El despertar de la perversión infantil será
tanto más intenso cuanto más marcados sean los puntos de fijación sólidos de estas perver-
siones creadas en el transcurso del desarrollo. Pero, como ya hemos dicho, en la neurosis
participan no sólo la libido sino también los diferentes aspectos del Yo, y el síntoma sólo se
forma si las exigencias del Yo en el plano de la cultura y el ideal rehúsan recurrir a estas for-
maciones sustitutivas primitivas y a menudo perversas. ¿Qué salida se le ofrece a la libido si,
a consecuencia de una decepción, el individuo no puede satisfacerla con su objeto actual, si el
sentimiento de su dignidad lo aparta de las elecciones objetales de la adolescencia o de la
infancia, en otras palabras, si a la decepción exterior se añade el rechazo interior de satisfac-
ciones sustitutivas? El único recurso que queda es buscar formas disfrazadas de satisfaccio-
nes infantiles y primitivas, es decir producir síntomas con ayuda del rechazo y de la regre-
sión.
De este modo aparecerá una psiconeurosis en el sujeto que ha sufrido un choque (una
decepción) muy intensa, o en aquel donde el desarrollo libidinal individual ha acentuado la
tendencia a retornar a los modos de satisfacción primitivos en caso de decepción, o en quien
la propia sensibilidad, es decir su nivel evolutivo, le impide aceptar satisfacciones sustituti-
vas.
Según el psicoanálisis, el «complejo nuclear» de las psiconeurosis está constituido
por la posición emocional del niño respecto a sus padres, que incluso en las circunstancias
normales nunca está exenta de agitación, y que se caracteriza por las relaciones libidinosas
conocidas por el nombre de “Complejo de Edipo”. El «complejo de castración» desempeña
también un importante papel que corresponde al recuerdo de las intimidaciones que casi to-
dos los niños han sufrido respecto a su sexualidad.
Por último no hay que descuidar en la patogénesis de la neurosis las predisposiciones
biológicas, físicas, que pueden favorecer la formación de los síntomas. Por ejemplo, el en-
fermo histérico que exagera determinados fenómenos físicos patológicos como catarros, pro-
blemas circulatorios, etc. y se sirve de ellos para descargar ciertas cantidades de excitación de
origen puramente psíquico. Abundantes trabajos realizados con seriedad parecen sugerir que
la libido, al encontrar cerrada toda salida en el plano psíquico, puede provocar enfermedades
orgánicas. Es decir que si la histeria se manifiesta exclusivamente por los problemas de la
inervación, Groddeck considera que las perturbaciones tróficas graves, como una mayor sen-
sibilidad a la infección, o una agravación de enfermedades ya existentes (pulmonares, cardía-
cas, etc.) pueden también tener un origen psíquico. Volveré sobre este tema más adelante.
Freud resume la constitución de la psiconeurosis en una sola frase: no es otra cosa que
una huída a la enfermedad para escapar de un sufrimiento psíquico. Es lo que él llama la
función primaria de la enfermedad; una vez instalada la psiconeurosis puede también ponerse
al servicio de objetivos secunaar¡0s de carácter egow' la. Un ejemplo muy característico: los
síntomas del histérico se agravan a menudo cuando el sujeto espera obtener de este modo un
aumento de la leiedad o de la consideración hacia él. Pueden evaluarse del mismo modo los
agravantes que aparecen
en las neurosis traumáticas o en las neurosis de guerra cuando se opera un examen por una
comisión de control o por tribunales especiales, y las mejorías en ausencia de tal peligro. Sin
embargo es un error crttr -que este «beneficio secundario de la enfrrmedad» agota entera-
mente el problema de la neurosis. Se trata de una superestructura que recubre tendencias
morbosas primitivas; sólo estas últimas deben ser abordadas por el psicoanálisis.
Freud ha clasificado las psiconeurosis en tres grandes grupos. En el primero sitúa las deno-
minadas de irai~frrencia. que pueden caracterízarse en el plano metapsicológico por la trans-
ferencia de la energía afectiva de las representaciones y de las tendencias insoportables para
la consciencia sobre- otras representaciones asociadas a las primeras. En la práctica, esta
«transferencia» se mantiene también por el cuestionamiento de las circunstancias de la cura,
comprendido el médico, lo cual puede desempeñar un importante papel en la técnica terapéu-
tica como veremos en el próximo capítulo. Este grupo comprende la histeria de conversión y
de angustia, y las neurosis obsesivas. El otro gran grupo es el de las psiconeurosis narcisis-
tas: en estas enfermedades el sujeto no transfiere el atractivo o el interés que experimenta de
un objeto a otro del mundo objetal, sino que lo retira a su propio Yo, donde se transforma en
una supervaloración del propio Yo. En la práctica resulta más difícil influenciar al enfermo
porque se ha convertido en independiente de los objetos del mundo exterior y, en consecuen-
cia, también de la persona del médico. Este grupo comprende la mayor parte de las psicosis
funcionales graves: la esquizofrenia, la paranoia, la hipocondría, la melancolía y su reacción
maníaca. Las neurosis traumáticas (y de guerra), algunas patoneurosis y los tics, ocupan una
posición intermedia entre ambos grupos.

SOBRE LA TÉCNICA PSICOANALÍTICA


Como ya hemos dicho, es imposible aprender a psicoanalizar en los libros. Pero es
también imposible practicar un análisis en presencia de un tercero. La sinceridad total, y el
despliegue de los sentimientos de vergüenza y odio, exigidos por el psicoanálisis, resultarían
muy perjudicados si la cura no se desarrollara en una estricta intimidad entre dos. Por otra
parte sería difícil encontrar pacientes que aceptaran prestarse a ello. En consecuencia la téc-
nica del psicoanálisis no puede ser objeto de una demostración; no hay más que una manera
de aprenderla -dejando de lado el método autodidáctico, muy insuficiente-, y es el psicoanáli-
sis por un analista cualificado, del médico, del pedagogo, etc. que desee utilizar este proce-
dimiento; y ello durante un tiempo relativamente largo. La Asociación Psicoanalítica Inter-
nacional por ejemplo, de la que existen grupos locales abundantes, no admite por lo general
entre sus miembros activos más que a analistas que puedan justificar tal formación.
La formación psicoanalítica recuerda era muchos aspectos a la que se practica en las
corporaciones artesanales. Parece totalmente justificado someter a condiciones rigurosas el
derecho a operar con un instrumento tan delicado como el psiquismo humano. Este tipo de
formación ofrece la innegable ventaja de actuar en forma que cada cual pueda experimentar
en su propia piel la bondad de las teorías enunciadas y la eficacia del método empleado. Las
anomalías más o menos importantes que se hallan en el psiquismo de cualquier individuo
«sano» proporcionan ampliamente la ocasión de comprobarlo. En consecuencia la salud psí-
quica del médico que termina así su formación psicoanalítica será más sólida que antes. Esta
aproximación a la realidad es indispensable para el médico que desea ejercer el psicoanálisis.
Esta profesión, además de la competencia y de las disposiciones personales necesarias, re-
quiere también un equilibrio anímico que no es necesario en las demás especialidades médi-
cas. El médico tiene como tarea evaluar, es decir recibir con ecuanimidad, todas las manifes-
taciones afectivas del paciente, ya sea su contenido indiferente, penoso, o agradable para él.
Por lo demás debe evitar el error de entregarse a los excesos emocionales a los que muchos
pacientes parecen dispuestos, lo mismo que a ofenderse si el enfermo, al ser invitado a comu-
nicar todos sus pensamientos, aprovecha la ocasión para poner el dedo en la llaga de las debi-
lidades reales o supuestas de su médico. Pero no basta con un simple entrenamiento para con-
seguir este equilibrio; no puede resultar de otra cosa que del conocimiento y del dominio de
los impulsos primitivos que se ocultan en el inconsciente del médico, es decir de un psicoaná-
lisis personal de éste.
En consecuencia, lo que puedo decirles en este breve resumen de la técnica psicoana-
lítica se refiere esencialmente a los aspectos formales del método; puedo completarlo con la
enumeración de los principios esenciales que guían al médico psicoanalista en su trabajo.
Tras haber efectuado los exámenes físicos de rutina y establecido la existencia de una
psiconeurosis susceptible de reaccionar favorablemente a un psicoanálisis el médico propone
a su enfermo tumbarse confortablemente mientras él se sitúa de forma que no estorbe ni in-
fluencie con su mirada el curso de las asociaciones del paciente. Luego le invita a formular
sin dudas ni silencios todo lo que le viene a la mente durante la sesión de análisis, incluso
hasta los pensamientos fugaces. El paciente debe abstenerse de ordenar sus palabras, tanto
sobre el plano del contenido como sobre el de la forma y no debe preocuparse en absoluto de
sus coherencias (por ejemplo favorecer las representaciones relativas a la enfermedad), ni
descartar una idea o una expresión porque resultaría desagradable para él o para el médico.
Dicho de otro modo, debe comunicar cualquier sentimiento, cualquier sensación, cualquier
pensamiento o situación de ánimo, cualquier recuerdo, tendencia, deseo, palabra o grupo de
palabras sensatos o no, que le vengan a la mente durante la sesión de análisis.
El médico debe abstenerse de tomar notas durante la sesión porque su atención queda-
ría mermada; más bien debe esforzarse en mantener constantemente una «atención. flotante»
y abandonarse en las orientaciones que señale el pensamiento del paciente. A veces sentirá la
necesidad de pedir explicaciones al paciente, sobre tal o cual detalle del material expuesto, o
de atraer su atención sobre algunas correlaciones que le hubieran podido escapar. Entonces
sucede que antiguos recuerdos reciben una luz totalmente nueva, es decir que el material la-
tente de sus recuerdos se hace consciente. Esta manera poco habitual de asociar las ideas,
diametralmente opuesta a la tendencia orientada que es la normal en el diálogo y en la comu-
nicación corriente, tiene a menudo como resultado sorprendente que resurjan de golpe imá-
genes mnésicas muy antiguas, que desde hacia decenios no habían vuelto a la mente del pa-
ciente. Esta función de la asociación libre es particularmente importante en la histeria, pues
ella llena poco a poco la vida mnésica que se constituye generalmente en torno a grupos de
recuerdos patógenos.
El médico analista no tardará en darse cuenta de que este modo de autoobservación y
de comunicación de las ideas moviliza una violenta resistencia en el enfermo. A pesar de sus
primeras intenciones y de sus compromisos, viola sin cesar la regla fundamental de la asocia-
ción libre, y cuando a consecuencia de un gran silencio pensamos que algo no ha sido comu-
nicado, se defiende contra toda lógica afirmando que se trataba de un absurdo, de una idea
ridícula sin importancia, de un pensamiento tan vergonzoso que «realmente no podía pertene-
cerle», o de algo ofensivo o hiriente para el médico o para cualquier otra persona respetable.
El médico tiene que recordar entonces a su enfermo con una paciencia infinita el respeto que
debe a la regla fundamental; si éste, al final de una larga lucha, acaba comunicando la idea
«insignificante» o «absurda» que había callado, así como las ideas vinculadas a ella, se ob-
serva a menudo que la objeción lógica o estética servía justamente para detener el progreso
de la cura en un punto que parecía aclarar un problema parcial de la neurosis. El psicoanalista
debe, pues, constantemente tener en cuenta que el enfermo que conscientemente desea curar,
actúa a menudo inconscientemente contra los esfuerzos terapéuticos.
Durante la sesión, el médico permanece atento a los movimientos involuntarios del
enfermo, a sus lapsus, sus errores eventuales, sus torpezas, sus explosiones afectivas inmoti-
vadas, y trata de hallar cada vez una explicación, pues no ignora que los contenidos psíquicos
importantes se manifiestan a menudo a través de pequeños datos de este tipo. Las sensaciones
físicas pasajeras, los cambios de humor, e incluso las variaciones más o menos importantes
de la salud y del estado general del paciente, retienen su atención: pueden revelar la existen-
cia de representaciones ocultas bajo la forma de «síntomas transitorios». También pide al
enfermo que recuerde, si le es posible, los sueños de la noche pasada, así como sus ensoña-
ciones diurnas, y que trate de hablar de ellas durante la sesión de análisis. (Por el contrario,
no debe invitársele a tomar notas por escrito). Muchos psicoanálisis no son en realidad mas
que una sucesión de análisis de sueños. Como hemos dicho, el sueño saca su sentido de las
capas más profundas de la vida psíquica y su estudio puede acercarnos al núcleo de la neuro-
sis.
Las sesiones sucesivas se desarrollan de esta forma aparentemente monótona; el hilo
se rompe bruscamente para continuar en un punto totalmente inesperado, y puede ser que al
cabo de varios días o de semanas se posibilite una profunda comprensión del problema, me-
diante un gran rodeo. Es importante que el médico evite imponer sus propias soluciones. De-
be esperar pacientemente que los problemas se resuelvan por sí mismos, a medida que apa-
rezca el material mnésico.
Quienes creen, basándose en un conocimiento superficial del viejo método catártico
de Breuer y Freud, que el método psicoanalítico es esencialmente un trabajo intelectual, o el
despertar progresivo y la reactivación de los recuerdos rechazados, están equivocados. Aun-
que el enfermo observe con la mejor voluntad la regla fundamental, el trabajo analítico tran-
quilo -es decir, llenar las lagunas de la memoria, explicar los síntomas transitorios, e interpre-
tar los sueños- sólo se desarrolla sin dificultades durante cierto tiempo. Pronto o tarde, en
cuanto aparecen los signos de una transferencia positiva o negativa sobre el médico, halla-
mos obstáculos más importantes. Entonces el trabajo se desvía durante algunas sesiones; «no
se me ocurre nada» dice el paciente; si lo incitamos a comunicarnos todos sus pensamientos,
se limita a enumerar uno a uno los objetos circundantes. Estos fenómenos indican que lo que
permite al enfermo mostrar y ocultar las vivencias importantes que se disimulan en su in-
consciente no es el despertar de las representaciones mnésicas sino la reposición actual de
una situación antigua. Pues, como hemos repetido a menudo, el inconsciente no conoce las
categorías lógicas que vinculan el afecto a un objeto determinado, es decir a una persona de-
terminada. Bastan imperceptibles parecidos para que el médico se halle ocupando el lugar de
un importante personaje del pasado. De este modo el médico puede ser objeto de respeto, de
amor perdido, o del odio implacable que el paciente experimentó antes por una persona de su
entorno, pero cuya percepción escapa a su conciencia debido precisamente a la calidad in-
consciente de estos afectos.
Si constituyen un deterioro para el trabajo analítico, el médico no debe dudar en so-
meter a una discusión profunda los movimientos emocionales del enfermo que le afectan. Sin
embargo, el enfermo recurre con gusto a estas «repeticiones» del pasado para reforzar su re-
sistencia al análisis; si el médico no reconoce de lo que se trata, existe peligro inminente de
interrupción. Pues el enfermo no se deja convencer fácilmente por la teoría de la «transferen-
cia de afecto» que le presenta el médico; sostiene obstinadamente que su entusiasmo o su
hostilidad hacia él se justifican objetivamente. Dicho de otro modo, olvidando que son en-
fermos que han venido a nosotros porque desean curar, tratan de desplazar el combate a otro
terreno e insisten sobre el atractivo o la repulsión que sienten respecto a nosotros. Incluso
durante estas difíciles sesiones, el médico nunca debe perder su calma y su paciencia; si se
muestra suficientemente perseverante, el enfermo acabará por abandonar cansado este modo
de resistencia y comenzará de nuevo a proporcionar material interpretable; tal proceso permi-
tirá demostrar la realidad de la transferencia y aclarar algunos sucesos importantes del pasa-
do.
El médico debe preocuparse siempre de evitar que los efectos de la sugestión se mez-
clen con la técnica analítica. Por el contrario, suele ser frecuente que la transferencia de la
que acabamos de hablar, y que en los casos citados anteriormente refuerzan la resistencia, se
convierta para el analista en un aliado cuando se presenta en forma más atenuada. La relación
que se desarrolla entre el médico y el enfermo debe ser la misma que se establece entre un
buen pedagogo y su discípulo; dicho de otro modo, el paciente debe estar lo suficientemente
bien dispuesto respecto al médico para poder comprender mejor sus teorías y aceptarlas. Pero
del mismo modo que el buen pedagogo no destruye el sentido crítico dé su alumno con el
peso de su autoridad, el buen psicoanalista se esfuerza también por llevar la disposición afec-
tiva del paciente a una situación óptima: en otros términos, no es necesario que la sugestión
ocupe mejor lugar en el psicoanálisis que el de la enseñanza de una disciplina biológica, por
ejemplo.
El fin de la cura puede plantear al médico un problema. El paciente tiende a prolongar
la cura para mantener durante más tiempo una relación que se ha hecho agradable. Estas ten-
dencias pueden vencerse aclarándolas a los ojos del enfermo e imponiéndoles luego -además
de la regla de la asociación libre-, un cierto número de «tareas»: buscar voluntariamente las
situaciones penosas, abandonar los malos hábitos a los que se habían acostumbrado, etc. Co-
mo era previsible, tales medidas provocan una cierta agravación de la neurosis, pero permiten
que surja un material aún oculto y posibilitan la obtención de respuestas a cuestiones que
habían quedado en suspenso.
Podía considerarse, pues, la cura psicoanalítica como un método de reeducación de la
personalidad que se distingue de la hipnosis y de la sugestión, que pretenden efectos de una
rapidez milagrosa. Son precisos meses, y a veces un año o más, para modificar radicalmente
una neurosis o un carácter patológico bien arraigado. Los únicos procesos que podrían com-
parársele en medicina son los ortopédicos, pero éstos exigen mucho menos esfuerzo, pacien-
cia y sacrificios -tanto al enfermo como al médico- que el psicoanálisis; sin olvidar que la
ortopedia trata problemas mecánicos mucho más simples que los que el médico halla en el
tratamiento de las «anomalías psíquicas».
Existe otro dato importante desde el punto de vista de la práctica médica: la técnica
analítica clásica pide al médico que consagre todos los días una hora entera a cada uno de
sus pacientes. De ello se deriva que el número de enfermos que el médico puede tratar cada
año con el método psicoanalítico es muy limitado. Esperemos que el remedio venga a través
del crecimiento del número de psicoanalistas.
En algunas ciudades extranjeras, fundaciones caritativas han establecido policlínicas
psicoanalíticas que permiten a los sujetos de clases sociales más bajas beneficiarse de este
método terapéutico. También entre nosotros se ha encontrado un filántropo deseoso de poner-
se al servicio de esta causa. pero la incomprensión de las autoridades responsables ha hecho
fracasar sus esfuerzos1.

1
Desde 1931 funciona en Budapest una policlínica bajo la dirección de la Asociación Psicoanalítica.
INDICACIONES Y CONTRAINDICACIONES DEL PSICOANÁLISIS
El psicoanálisis nunca ha pretendido desplazar a las restantes terapéuticas de la neuro-
sis. Es evidente que este método moviliza medios mucho más eficaces que pueden aplicarse a
cualquier problema nervioso de poca importancia e incluso pasajero. Muchas histerias ligeras
han curado. y curarán en el futuro, mediante un simple tratamiento de diversión, de ocupa-
ción, de distracción, de reposo y de sugestión. No debe temerse que el psicoanálisis acabe
eliminando los tratamientos por hidroterapia u hospitalización en casas de salud, etc. Pero no
es menos cierto que el psicoanálisis puede curar radicalmente a los clientes habituales o per-
manentes de este tipo de establecimientos, mientras que los restantes métodos se contentan
con resultados sintomáticos. También es cierto que el psicoanálisis ha triunfado en muchos
casos en los que habían fracasado otros métodos. Pasaremos rápidamente revista a las posi-
ciones del psicoanálisis sobre las principales psiconeurosis un poco más adelante; ahora seña-
lemos simplemente de forma general que las neurosis llamadas de transferencia (histeria y
neurosis obsesivas) constituyen las principales indicaciones del psicoanálisis y su mejor pro-
nóstico. Por el contrario, en las psicosis narcisistas graves (esquizofrenia y paranoia) apenas
se obtienen resultados, y a lo sumo se logra penetrar más a fondo en la estructura de la psico-
sis, proporcionando al médico medios para interpretar los síntomas aparentemente absurdos
del enfermo mental. Lo mismo ocurre con las psicosis orgánicas (parálisis, demencia senil,
etc.). El período de calma de la psicosis maníacodepresiva es particularmente propicio para
una tentativa psicoanalítica. Estos estados, que son recurrentes de manera periódica o cíclica,
curan definitivamente. El tratamiento psicoanalítico de las “neurosis mixtas” (hipocondría,
neurosis traumática, patoneurosis) puede resultar un éxito en la medida en que los síntomas
narcisistas permanecen curables durante el tratamiento de estados psíquicos en los que aún es
posible la transferencia. Tanto en Inglaterra como en Alemania, la experiencia masiva de las
neurosis de guerra ha mostrado los resultados favorables del psicoanálisis. El ámbito especí-
fico del psicoanálisis es el tratamiento de las perturbaciones de la función sexual (problemas
de potencia en el hombre, de frigidez en la mujer, etc.), así como las perversiones sexuales
reconocidas como tales por el paciente que intenta liberarse de ellas. También pueden citarse
las toxicomanías (alcoholismo, morfinomanía, cocainomanía, etc.).
Ha de advertirse que no es posible imponer a nadie un psicoanálisis contra su volun-
tad, y que el pronóstico no es bueno cuando la tentativa se efectúa bajo la presión de un terce-
ro.
En cuanto al problema de la edad óptima para un psicoanálisis, puede hablarse sobre
todo de un eventual límite superior. El carácter y las actitudes psíquicas de las gentes mayo-
res están a menudo tan arraigados que la resistencia a la «reeducación» analítica parece in-
vencible. Sin embargo se han obtenido buenos resultados en enfermos de cincuenta y cinco y
sesenta años, aunque de manera excepcional, pues la diferencia entre los individuos es siem-
pre muy grande, incluso en la vejez, debido a la diversidad de sus características psíquicas. El
psicoanálisis puede también contribuir al tratamiento de los niños aconsejando oportunamen-
te a las gentes que forman su entorno. Pero ha sucedido incluso más de una vez que el trata-
miento analítico de la neurosis infantil en niños de cuatro a ocho años ha sido coronado por el
éxito. Tras algún tiempo de duda, los pedagogos también se han interesado por el psicoanáli-
sis (sobre todo en Alemania, en Inglaterra y en América) y han elaborado muchas proposi-
ciones importantes en materia de profilaxis de las neurosis de la infancia.
El psicoanálisis se opone también a las terapéuticas sugestivas debido a que jamás
promete la curación con absoluta certeza, y no podría hacerlo porque es incapaz de prejuzgar
la resistencia del enfermo, su aptitud para la sinceridad, o su perseverancia. Una tal insufi-
ciencia, o bien una enfermedad más grave de la prevista en el pronóstico, pueden suponer
fracasos o interrupciones, ahora bien, todo lo que se dice de los peligros que puede ocasionar
el psicoanálisis es fruto de la pura fantasía.
BREVE DEFINICIÓN PSICOANALÍTICA DE LAS DIFERENTES PSI-
CONEUROSIS
1. La histeria de conversión, de la que se ha hablado ya en el capítulo consagrado a
las generalidades, simboliza las fantasías inconscientes y las mociones impulsivas mediante
síntomas físicos. Tales síntomas pueden instalarse de forma permanente (temblores, parálisis,
anestesias, algias), o bien manifestarse en períodos críticos. La gran crisis histérica clásica,
cuya tonalidad sexual ha sido captada desde hace mucho tiempo por los médicos y por quie-
nes no lo son, parece ser un equivalente erótico, como indica el psicoanálisis.
Desde el punto de vista del desarrollo del Yo, los síntomas de la histeria de conver-
sión representan una regresión al período infantil de la comunicación por signos; al mismo
tiempo, estos síntomas compensan la inhibición de la potencia genital exacerbando la eroge-
neidad de otros órganos. Las perspectivas de éxito terapéutico son relativamente buenas en la
histeria. El tratamiento psicoanalítico es particularmente eficaz en los casos de problemas
gástricos e intestinales de origen neurótico (por ejemplo los vómitos histéricos), el asma his-
térica, las neurosis cardíacas de origen psíquico, las perturbaciones psicógenas de la visión,
de la audición o de la olfación, algunas neurosis menstruales, etc.
2. El núcleo de la histeria de angustia está constituido, como hemos dicho, por una
causa fisiológica: la angustia provocada por la libido insatisfecha, a la que viene a sumarse,
debido a la superestructura psíquica, la fobia hacia determinadas situaciones, personas, ani-
males u objetos. Esta fobia incita al paciente a evitar lo que le es penoso. Con ello encuentra
cierto apaciguamiento subjetivo, pero mediante una restricción muy importante de su libertad
de movimientos y de acción. De esta manera se forman las fobias que también conocemos:
agorafobia, horror a multitudes o a los lugares cerrados, horror a los objetos puntiagudos o
cortantes, horror a los animales que representan cualquier peligro como el perro o el caballo,
etc. Esta enfermedad se desencadena a menudo al quebrantarse profundamente la confianza
del enfermo en sí mismo o en los demás o debido a una herida del amor propio particular-
mente dolorosa. A ella está asociada a menudo la tendencia a ruborizarse, es decir el miedo a
ruborizarse (helitrofobia). Los sueños de angustia y los sobresaltos en el sueño son fenóme-
nos muy frecuentes y conexos con la situación anterior. En realidad la histeria de angustia no
es sino una variedad de la histeria de conversión, en la medida en que, en ambos casos, las
fantasías inconscientes se organizan en torno a síntomas físicos (los síntomas de la angustia);
los puntos de fijación son, en consecuencia, los mismos que en la histeria de conversión.
También aquí el psicoanálisis obtiene resultados terapéuticos satisfactorios. Se ha conseguido
de este modo la desaparición de abasias o de astasias que duraban ya más de diez años.
3. En la neurosis obsesiva se trata a menudo de una invasión constante de pensamien-
tos absurdos o insignificantes (pensamientos compulsivos) que surgen sin razón alguna, o de
una tendencia a producir movimientos absurdos o inútiles, ocasionándose una angustia cuan-
do se realiza cualquier tentativa de represión por la fuerza. El psicoanálisis consigue curar,
casi sin secuelas, este síndrome tenaz que hasta ahora no había sido posible dominar con nin-
gún medio. Debe admitirse sin embargo que el tratamiento de estos casos exige mucho tiem-
po y muchos esfuerzos psíquicos. Parece que los enfermos obsesivos han quedado fijados al
estadío del desarrollo del Yo llamado estadío de omnipotencia, o han regresado a él, lo que
explica la tendencia de los obsesos a la superstición, de modo parecido a los pueblos primiti-
vos. En el plano sexual han quedado fijados al estadío de organización llamado sádico-anal: a
esta organización sádico-anal oponen cierto número de formaciones reactivas como las ma-
nías, la limpieza o la honestidad llevadas al exceso, o también un horror enfermizo hacia toda
violencia. Otro rasgo peculiar es el denominado «ambivalencia», fenómeno psíquico que
consiste en la incapacidad de condensar el conflicto psíquico en un compromiso, lo cual nos
obliga a representarlo por dos actos, o pensamientos, opuestos.
4. Las perturbaciones neuróticas de la palabra (tartamudeo, dificultades de locución)
aparecen a menudo en el análisis como una mezcla de síntomas histéricos y de síntomas ob-
sesivos, y por ello susceptibles de mejoría o incluso de total curación.
5. La epilepsia psíquica es a menudo indiferenciable de la epilepsia verdadera (suele
ir acompañada de los mismos síntomas: reacciones pupilares y motrices, perturbaciones de la
conciencia, relajamiento de los esfínteres, y lesiones diversas. En algunos casos -la experien-
cia de la guerra nos ha enseñado mucho a este respecto-, un síndrome de apariencia muy gra-
ve puede atribuirse a choques psíquicos, y reaccionar a un tratamiento psíquico. También se
ha intentado este tipo de terapéutica en las formas consideradas verdaderas, a veces con éxito.
6. El alcoholismo y otras toxicomanías pueden ser considerados como estados morbo-
sos, pero no sólo debido a la cantidad de tóxico absorbido, lo cual no constituye más que un
fenómeno secundario de la enfermedad, una simple consecuencia de ésta. El psicoanálisis
busca y descubre el verdadero núcleo patógeno del alcoholismo, de la morfinomanía, y de la
cocainomanía en hechos psíquicos inconscientes. No puede considerarse curado a un alcohó-
lico porque se le haya podido apartar durante algún tiempo de su inclinación mediante la des-
intoxicación o la sugestión; la desintoxicación debe completarse mediante un trabajo psicoa-
nalítico que desvela y neutraliza los verdaderos móviles psíquicos de la necesidad compulsi-
va de drogas. A menudo se observa durante el análisis que estas costumbres servían para en-
mascarar una vida sexual o amorosa perturbada.
7. Lo que acaba de decirse sobre las toxicomanías es aplicable a la cleptomanía, la pi-
romanía y otras manifestaciones impulsivas sintomáticas (véase en particular la cleptoma-
nía).
8. Las neurosis traumáticas, de las que la guerra ha proporcionado abundantes casos
para la aplicación del psicoanálisis, son una mezcla específica de síntomas psíquicos histéri-
cos y narcisistas. En cierta medida son la representación corporal de la situación del enfermo
en el momento del traumatismo; están caracterizadas por una hipersensibilidad hipocondríaca
especial y por una disminución importante del coraje y de la confianza en sí mismo. Estos
últimos fenómenos se imponen con particular intensidad cuando el daño sufrido permite es-
perar una indemnización. Pero sería un error pensar que la búsqueda de este provecho explica
totalmente la neurosis. Además de este beneficio secundario, el traumatismo entraña también
consecuencias primarías: los síntomas representan en cierta medida una regresión auténtica al
estadío infantil de impotencia y de necesidad de otro; a él corresponde en el plano sexual, una
reducción considerable de la potencia y del interés por el mundo exterior. Es curioso consta-
tar que los traumatismos acompañados de una lesión relativamente grave, han aparecido en el
momento en que el sujeto estaba en estado de alerta, y han supuesto efectos mucho menos
graves que los choques inesperados acompañados de lesiones benignas. El análisis ha podido
explicar este hecho paradójico mediante los factores económicos de la vida psíquica.
Como es normal, las perspectivas de tratamiento analítico son entonces tanto más fa-
vorables cuanto mayor sea la ventaja del enfermo al superar su dolencia; en estos casos suele
ser frecuente incluso la curación espontánea. La evolución de las neurosis traumáticas, tras la
firma de la paz, ofrecen buen ejemplo. La mayor parte de los enfermos han hallado rápida-
mente el camino de la curación sin ningún tratamiento; los enfermos no curados eran los que
habían sido víctimas de traumatismos particularmente graves o que les habían organizado su
enfermedad en función de las pensiones de invalidez. La guerra ha impuesto el recurso a una
terapéutica de masa; los analistas se han visto obligados a combinar su método con los proce-
dimientos sugestivos, lo cual permitía esperar una curación mas rápida aunque menos radical.
9. Un gran número de casos de impotencia psicosexual pueden ser explicados y cura-
dos por el psicoanálisis. En el origen de este síntoma se halla a menudo una fijación muy
intensa del paciente al entorno de su primera infancia, de manera que se ve obligado a am-
pliar las prohibiciones sobre las tendencias incestuosas, a la actividad sexual en general. Un
medio de expresión muy extendido de estas prohibiciones, la amenaza de castración, deja a
menudo huellas en el psiquismo del enfermo, que luego es imposible o muy difícil borrar; un
niño que oye hablar de circuncisión o se enfrenta a un órgano sexual femenino cuando no lo
esperaba, puede reaccionar con la misma intensidad que frente a la amenaza de castración.
Pues los niños viven en la convicción de que todo el mundo posee un órgano sexual parecido
al suyo, y no pueden explicar su ausencia más que por una intervención violenta. El niño sue-
le ser amenazado de castración debido a alguna actividad masturbatoria; el efecto de estas
amenazas puede ser reforzado por las exageraciones de los padres, de los educadores y de los
médicos que tratan de impresionar de esta manera a los niños para apartarles de ese hábito.
La impotencia puede manifestarse por la ausencia de erección, o por una erección imperfecta,
por el retraso de la eyaculación o por su ausencia. Se han podido observar a menudo la exis-
tencia de satisfacciones compensatorias en forma de onanismo y de poluciones prolongadas
hasta muy avanzada la edad adulta.
10. La insensibilidad sexual femenina (frigidez) sobreviene en las mismas circunstan-
cias que la disminución de la potencia masculina. No supone siempre perturbaciones neuróti-
cas o depresivas; conocemos a madres de familia numerosa que nunca han conocido el dis-
frute sexual y que no han caído enfermas. La insensibilidad se produce por una pasividad
total, por la ausencia de orgasmo, y a veces por espasmos vaginales dolorosos. En los casos
graves va acompañada de síntomas histéricos penosos, sobre todo problemas digestivos, sen-
sación de un nudo en la garganta, desagrado histérico. etc. En realidad la insensibilidad geni-
tal no es más que un caso particular de la histeria de conversión, cuya importancia práctica es
considerable; la masturbación clitoridiana llevada al extremo constituye una causa de predis-
posición. Sin embargo. incluso en algunos casos arraigados, el análisis ha permitido restable-
cer una sensibilidad genital normal.
11. La homosexualidad es una de las perversiones sexuales más frecuentes. La bús-
queda de una solución a este problema -hasta ahora únicamente estudiado desde el punto de
vista fisiológico- ha dado y continúa dando muchas preocupaciones a los psicoanalistas. El
psicoanálisis nos enseña que pueden añadirse algunas causas psíquicas a los factores físicos y
constitucionales que contribuyen activamente a la constitución de la homosexualidad. Por
ejemplo es frecuente que los sentimientos de un niño huérfano de padre o madre, se orienten
en un único sentido incluso en el plano sexual. Tampoco es raro que la explosión heterose-
xual, demasiado fuerte en el período del erotismo infantil, sea seguida por su contraria homo-
sexual. Pues junto a los casos en que el atractivo por las personas del mismo sexo se halla
reforzado patológicamente, existen también otros en los que el enfermo se refugia en su pro-
pio sexo a causa de un horror neurótico hacia el contrario. En este caso el pronóstico del tra-
tamiento psicoanalítico es muy favorable. Quienes están completamente satisfechos por su
compañero del mismo sexo apenas se sienten motivados para prescindir de una enfermedad
que no se les aparece como tal. También ocurre, en algunos casos, que la homosexualidad
latente, sólo aparece a través de los síntomas en el transcurso del análisis. También en estos
casos las posibilidades de derivar este impulso parcial en otra dirección, o de sublimarlo, son
bastante buenas.
12. El masoquismo, es decir la tendencia a buscar el placer o la satisfacción en el su-
frimiento físico o en la humillación psíquica -suponiendo que esto sea posible- sólo puede ser
explicado y resuelto descubriendo los elementos inconscientes. En los casos graves este tra-
bajo exige mucha paciencia y perseverancia.
13. Las diferentes formas de enfermedades mentales.
a) La demencia precoz (esquizofrenia) es una de las formas más graves de las psico-
neurosis narcisistas. en la que el «Yo» regresa al estadío de desarrollo más primitivo, podría
decirse que al estadío de la omnipotencia embrionaria, mientras que la sexualidad se caracte-
riza por la ruptura de toda relación con el mundo exterior.
Aunque el psicoanálisis ha podido aclarar algunos problemas planteados por esta en-
fermedad que parecían insolubles hasta ahora, no ha aportado gran cosa en el terreno del tra-
tamiento. Como mucho, ha obtenido algunos éxitos terapéuticos en los casos en que se trata-
ba de una asociación entre esquizofrenia y neurosis de transferencia.
b) En lo que concierne a la paranoia, los resultados terapéuticos reivindicados por el
psicoanálisis son aún más difíciles de probar: por el contrario ha demostrado que el núcleo
activo de esta enfermedad mental estaba constituido por una fuerte homosexualidad incons-
ciente que aparecía en la conciencia bajo la máscara del odio y el temor hacia las personas del
mismo sexo; también ha mostrado el importante papel de la proyección en esta enfermedad:
se falsea la prueba de realidad, el sujeto se esfuerza en desplazar sus propias tendencias psí-
quicas sobre los demás; pero hasta ahora el psicoanálisis no ha conseguido que el paranoico
desconfiado admita esta interpretación, abandonando de este modo su errónea actitud psíqui-
ca. Como mucho ha obtenido algunos éxitos terapéuticos en los delirios de celos, cuando el
enfermo tenía cierta conciencia del carácter patológico de su comportamiento.
c) La enfermedad mental maniacodepresiva se origina siempre, según el psicoanálisis,
en la melancolía provocada por la decepción inconsciente experimentada respecto a una per-
sona idealizada con anterioridad, a la cual se había identificado totalmente el enfermo. Las
autoacusaciones del melancólico son en consecuencia acusaciones dirigidas contra esta per-
sona; el temor de empobrecimiento expresa la disminución del amor hacia ella, mientras que
la anorexia (desagrado por la comida), y el adelgazamiento que sobreviene, es una defensa
contra la regresión a un estadío de desarrollo sexual muy primitivo, es decir contra el impulso
llamado oral o caníbal.
La exaltación maníaca corresponde a la alegría por haber escapado temporalmente de
la tiranía representada por la identificación con el ideal. En el período maníaco, el enfermo
supera fácilmente las preocupaciones y los escrúpulos de la melancolía, y se arroja con júbilo
sobre todos los objetos de amor o de odio que se le ofrecen en el mundo exterior.
La cura analítica apenas tiene posibilidades de conseguir nada en los estadíos de de-
presión o de exaltación; pero en el período de remisión que sigue al desarrollo del ciclo, pue-
de intentarse con provecho un psicoanálisis de alcance profiláctico que permita prevenir, en
los casos favorables, la repetición del ciclo.

EL PSICOANÁLISIS AL SERVICIO DEL MÉDICO GENERAL


Como ya hemos advertido, el ejercicio de la profesión de psicoanalista supone estu-
dios especializados largos y relativamente difíciles. Pero no es menos cierto que el médico
general tendría ventajas en familiarizarse con el método y con los contenidos del psicoanáli-
sis no sólo en el plano teórico, sino también en el práctico. De esta manera podría colmar
muchas lagunas que la enseñanza universitaria no llena. Durante los estudios médicos, las
nociones proporcionadas al estudiante conciernen casi exclusivamente a las funciones fisio-
lógicas normales o patológicas; puede considerarse dichoso si, durante un semestre, puede
adquirir algunos rudimentos de psiquiatría. Es evidente que el universo psíquico normal o
patológico, nunca ha sido tomado en consideración por la enseñanza, de forma que no se
puede acceder al conocimiento del hombre más que a través de una larga. práctica y de mu-
chos errores. No podía ser de otro modo mientras la psicología dependía de la intuición de los
artistas, y del talento particular de algunos individuos. El psicoanálisis es posiblemente el
primer método que permite a casi todos acceder a problemas que anteriormente sólo algunos
talentos excepcionales tenían el privilegio de percibir y, sobre todo de resolver.
Desde hace mucho tiempo la teoría proclama «mens sana in corpore sano»; la mejo-
ría del estado y del equilibrio psíquicos favorece también la curación de las enfermedades
orgánicas es sabido que la personalidad del médico ejerce a menudo más efecto sobre el en-
fermo que el medicamento prescrito. El psicoanálisis reemplaza estas verdades generales,
poco explicitas por un saber preciso y por métodos bien definidos. Descubre los indicios que
revelan sentimientos, a veces pensamientos ocultos y hasta inconscientes del enfermo, anali-
zan las leyes que rigen el fenómeno de la transferencia, es decir la relación afectiva entre mé-
dico y paciente, etc. El médico que pasa por esta escuela del conocimiento de sí tiene mejores
oportunidades de actuar sobre el psiquismo de sus enfermos que el médico que, falto de tal
conocimiento, concentra toda su atención sobre sus funciones físicas.
Podemos citar aquí algunas tentativas interesantes que hacen esperar una evolución
más favorable de determinadas enfermedades orgánicas mediante la observación psicoanalíti-
ca sistemática al mismo tiempo que se tratan orgánicamente, y se prepara una intervención
psicoterapéutica si parece necesaria. Entre tales experiencias señalaremos las realizadas con
los tuberculosos y los cardiópatas. Sospechamos la importancia notable de los factores psí-
quicos en las neumopatías, pero ignoramos hasta qué punto es importante el efecto terapéuti-
co de una toma en consideración sistemática del factor psíquico. A menudo, en el origen de
los estados de descompensación de las cardiopatías se hallan problemas nerviosos y circula-
torios; no es raro que tales perturbaciones puedan atribuirse finalmente a funciones psíquicas
conscientes o inconscientes.
Sin detenernos en estas experiencias llenas de esperanzas pero aún insuficientemente
probadas, el beneficio de un mejor conocimiento del hombre y de la comprensión de los re-
sortes ocultos del psiquismo justifican que el médico general -en la medida en que su trabajo
se lo permita- se familiarice con los principales trabajos del psicoanálisis.

EL LUGAR DEL PSICOANÁLISIS ENTRE LAS CIENCIAS


El psicoanálisis se funda, por una parte, en un mejor conocimiento de los impulsos, es
decir en una base estrictamente biológica; por otra parte permite estudiar el laboratorio del
psiquismo humano, lo que le permite, mejor que cualquier otra disciplina, colmar el vacío
que separa desde hace tanto tiempo a las ciencias exactas de las llamadas humanidades. El
psicoanálisis ha convertido desde hace poco tiempo a la psiquiatría en fuente en la que vienen
a beber los investigadores de todas las ciencias del espíritu. El etnólogo, el sociólogo, el cri-
minólogo y el pedagogo esperan del psicoanálisis la solución a muchos de sus problemas; y
también los especialistas de la estética, de la historia o de la filosofía están obligados a tener
en cuenta el método y los datos psicoanalíticos. Esto no tiene nada de sorprendente, porque el
examen en profundidad de un psiquismo perturbado da una imagen, aunque esté deformada
caricaturescamente, de los estratos y de los mecanismos ocultos del psiquismo, los cuales a
su vez aclaran los fenómenos extraños encontrados en el universo psíquico individual o co-
lectivo, fenómenos que hasta ahora eran observados sin comprenderlos.
Por lo demás, el psicoanálisis ha sido el primero en mostrar cómo pueden establecerse datos
biológicos -por ejemplo determinados capítulos del desarrollo de la vida impulsiva- a partir
de la aproximación a datos puramente psicológicos.
Es pues un campo en el que se observan los primeros signos de este esfuerzo de integración
del que tanta necesidad tiene la ciencia, dividida actualmente en centenares de especialidades
y sumergida en investigaciones de detalle.

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