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Cosas de la mitología clásica

(Bibliografía: Eugènia Salvador, Mitos y leyendas de la Grecia antigua. Barcelona,


Sirpus, 2008)

El mito es una explicación del hombre y del cosmos, sirve para narrar los
orígenes de los dioses y el mundo que nos rodea. Es una respuesta a las preguntas
eternas de la humanidad: ¿quiénes somos?, ¿adónde vamos?, ¿de dónde venimos?

Hay mitos que aparecen en distintas culturas, muy alejadas entre sí, como el
mito del diluvio, el de la creación del hombre a partir del barro, el de la mujer como
causante del mal del mundo… (La literatura misógina ya viene de lejos).

Los mitos de una misma cultura no son siempre iguales a sí mismos, es decir,
viven en variantes, son poesía popular. Se transmitían de padres a hijos, de boca en
boca, de familia en familia, de viajero en viajero y naturalmente eran inevitables las
diferentes versiones de las mismas historias.

A medida que nuestra civilización se fue haciendo más racional, las


explicaciones poéticas propuestas por los mitos fueron sustituidas por hipótesis
científicas, teorías, paradigmas… La ciencia “mató” a la poesía, pero esta se ha
conservado para nosotros como un bonito recuerdo de aquellos tiempos míticos.

- El universo según los griegos

Para ellos la Tierra era un disco que flotaba en un río enorme, el Océano, y poco
después del estrecho de Gibraltar, creían que el mundo se inclinaba en pendiente en
dirección a los Infiernos: el Tártaro. Por encima de la Tierra estaba el cielo donde
vivían los dioses, un palacio en lo alto del monte Olimpo, la montaña más alta de
Grecia. Los dioses eran así “olímpicos”. Los griegos eran politeístas, pero entre ellos
había escalafón, jerarquía. Es decir, había algo que los impulsaba hacia el monoteísmo.
El dios más fuerte era Zeus, dios de los cielos, hijo del titán Crono, al que tuvo que
vencer en una larga guerra para reinar en el Olimpo con sus hermanos y aliados: Hades,
dios del mundo subterráneo, y Poseidón, dios de los mares y océanos.

En el Tártaro estaban las almas de los muertos. Un lugar rodeado por varios ríos,
uno de ellos el Aqueronte, río de la tristeza que separaba el mundo de los vivos del de
los muertos y que había que cruzar pagando una moneda de oro al barquero Caronte
quien trasladaba a la otra orilla a los difuntos. Una vez en el reino subterráneo, las almas
debían presentarse ante un tribunal que juzgaba su conducta y las enviaba a los Campos
Elíseos si habían sido virtuosas, pero las dejaba para siempre en el Tártaro, para que se
convirtieran en sombras, si habían sido malvadas. Para que nadie se escapase del
Tártaro, Cerbero, el perro de las tres cabezas, vigilaba día y noche.

Los dioses eran muy humanos, tenían defectos también como los hombres:
deseos, tentaciones, rencores, pasiones… Se alimentaban de néctar y ambrosía (el maná
de los griegos). No hablaban directamente a los hombres, sino a través de los oráculos
(antecedente de la Iglesia). El más famoso de todos era el oráculo de Delfos, dedicado al

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dios Apolo, situado cerca de Atenas. De sus aventuras con los humanos (y humanas)
nacían los héroes o semidioses, mitad humanos, mitad dioses.

- Los orígenes según los griegos

Antes de que existiera Zeus, existía el Caos, un espacio inmenso, oscuro y vacío. De él
surgió Gea, la madre Tierra, y de ella nació el Cielo, Urano. Después, las Montañas y
el Mar, Ponto. La Tierra y el Cielo, o sea, Gea y Urano fueron atraídos el uno hacia la
otra por una fuerza misteriosa y de su unión nacieron muchos hijos: los tres cíclopes
(Brontes, Estéropes y Arges), con un ojo único en medio de la frente; los tres
centímanos (Coto, Briareo y Gíes), cada uno con cien manos y cincuenta cabezas; los
seis titanes (Océano, Ceo, Crio, Hiparión, Jápeto y Cronos), de una fuerza
extraordinaria; sus seis hermanas las titánides (Rea, Febe, Mnemosina, Temis, Tetis,
Tía)… Todos a su vez tuvieron muchos hijos y luego participaron en la guerra por el
poder que mantuvieron Cronos y su hijo Zeus.

Urano no amaba a sus monstruosos hijos y, menos aún, a los titanes, pues Gea le
había predicho que algún día lo destronarían. Así que decidió encerrar a su prole en el
Tártaro. Pero Gea, buena madre, si quería a los niños y no quería verlos en las sombras
para siempre. Así que los liberó. Su hijo Cronos, el benjamín, se alió con ella para
luchar contra el padre. Se escapó del Tártaro, se acercó a Urano mientras dormía y, con
una hoz que le había dado su madre, le mutiló los genitales y los lanzó al mar. El grito
del Cielo resonó en todo el Universo. De las gotas de semen caídas al agua nació
Afrodita, la diosa del Amor. De las gotas de sangre, nacieron las Erinias, grandes
pájaros negros de aspecto terrible, y los Gigantes, seres enormes y de gran fortaleza,
con piernas en forma de serpiente. Cronos desterró al fin del mundo a su castrado padre,
pero Urano lo maldijo y le vaticinó que algún día a él le pasaría lo mismo: su hijo lo
destronaría.

El Cielo y la Tierra, Urano y Gea, se separaron entonces y no volvieron a juntarse


jamás.

- Cronos: el tiempo caníbal

Cronos se hizo amo del Universo y liberó del Tártaro a sus hermanos titanes y
titánidas, pero no a los cíclopes y a los centimanos, pues temía que si todos estaban
libres, se aliarían contra él y lo derrocarían. Se casó con su hermana Rea y dio a los
Titanes mando sobre el Sol, la Luna, el mar, los ríos… Pero no podía olvidar la profecía
de su padre Urano, así que cuando nacía algún hijo suyo lo devoraba nada más nacer, a
pesar de la oposición horrorizada de Rea. Ella se quedó de nuevo embarazada y pidió
ayuda a su madre Gea, quien le ayudó a huir a la isla de Creta, en el sur de Grecia. Allí
nació Zeus y Gea le llevó a una cabra, Amaltea, para que lo alimentase. Rea volvió
con su marido y le entregó una piedra envuelta en pañales como si fuera el bebé, y
Crono se la tragó entera. Zeus iba creciendo, Rea lo visitaba a menudo, le contaba por
qué estaba allí hasta que él, que odiaba a su padre, se vengó, le hizo vomitar a los cinco
niños que había devorado antes, que volvieron a nacer sanos y salvos y lo hizo huir.

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Pero Cronos juró volver, puso de su lado a los titanes y a Atlas, hijo del titán
Jápeto, que los dirigía. La guerra duró muchos años, Zeus no ganaba y entonces fue
con su madre Gea al Tártaro y liberó a sus tíos los centímanos y los cíclopes, quienes
agradecidos le regalaron el rayo a Zeus, un casco de la invisibilidad a Hades y un
tridente a Poseidón, armas con las que pudieron derrotar a Cronos y a Atlas, al que
condenaron a soportar el cielo sobre sus espaldas. Terminaba así el reinado de Cronos y
los titanes y empezaba el tiempo de Zeus y sus dioses olímpicos.

- El rapto de Europa

En la mitología clásica, los dioses eran muy humanos, cometían errores, tenían
aciertos, se enamoraban… Zeus, del rey de los dioses, tuvo muchas aventuras. Una de
las más famosas es la del rapto de Europa, mito de origen antiguo que ha sido
reproducido miles de veces en obras literarias, escultóricas, pictóricas… Zeus ve a una
princesa siria, llamada Europa, hija de Agenor, rey de Sidón, y de la reina de Tiro,
paseando con sus amigas junto al mar. Al momento se enamora y, para conseguir a la
bella, se transforma en toro manso, permitiendo que la joven lo acaricie y se suba a su
lomo, momento en que el dios huye a toda velocidad hacia Creta, donde las Horas
habían dispuesto el lecho nupcial. De esta relación nacieron Minos (futuro rey de
Creta) y Radamantis (como Minos, juez de los infiernos y famoso por su rectitud) y
Sarpedón (héroe de la guerra de Troya). Pero Zeus pronto se cansó de la bella y la casó
con el rey de Creta, Asterión, con el que fue feliz muchos años.

Como su padre Agenor estaba muy preocupado porque Europa no aparecía,


mandó a sus hijos a buscarla y ellos llamaron Europa todas las tierras que recorrieron
por entonces. Pero jamás llegaron a encontrarla, aunque buscaron años y años,
recorriendo miles de países en su búsqueda. Había nacido un continente.

He aquí la versión del mito que nos ofrece Lope de Vega, en el soneto
LXXXVII de sus Rimas:

Pasando el mar el engañoso toro,


volviendo la cerviz, el pie besaba
de la llorosa ninfa, que miraba
perdido, de las ropas, el decoro.
Entre las aguas y las hebras de oro,
ondas el fresco viento levantaba,
a quien, con los supiros, ayudaba
del mal guardado virginal tesoro.
Cayéronsele a Europa de las faldas
las rosas al decirle el toro amores,
y ella, con el dolor de sus guirnaldas,
dicen que, lleno el rostro de colores,
en perlas convirtió sus esmeraldas,
y dijo: “Ay triste yo, perdía las flores”.

- Prometeo y el primer hombre

Zeus decidió crear una nueva raza de criaturas para poblar la Tierra que él miraba desde
el Olimpo. Atenea, diosa de la sabiduría, le dijo que el más apto para realizar esa tarea

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era Prometeo, hijo de uno de los titanes que habían luchado contra Zeus y hermano de
Atlas, al que el dios del rayo había condenado a sostener sobre sus espaldas la bóveda
celeste. Prometeo fue el padre de Deucalión y Pirra. Era además muy inteligente y,
mientras duró la guerra entre Zeus y los titanes, se mantuvo al margen hasta que, la
victoria de su primo se le hizo evidente y optó por ponerse de su lado. Así, llegada la
paz, el jefe de los dioses no lo encerró en el Tártaro como a sus hermanos, sino que lo
admitió en el Olimpo, junto a los demás dioses. Atenea admiraba la inteligencia de
Prometeo y lo tenía como protegido, le había enseñado además todas las artes y las
ciencias, lo que hizo a Prometeo aún más sabio.

Pero Prometeo, a pesar del trato recibido, odiaba a Zeus. No soportaba que fuera
tan orgulloso, que se dijera dios entre los dioses y mantuviese encerrada a su familia en
el Tártaro. Prometeo había aprendido a disimular y se había ganado la confianza del
jefe, quien le encargó que crease al primer hombre. Epimeteo, su hermano, iba a
ayudarlo creando a los animales de la Tierra para hacer compañía a aquella criatura y
asegurar su pervivencia. Prometeo debía dar al ser humano los dones que lo harían
superior a los demás seres. Moldeó una figura con barro y se preparó para darle todas
las cualidades que tenía para repartir, algunas similares a las de los dioses. Pero
Epimeteo, que era más bien torpe, cometió el error de entregar antes que su hermano
muchas de las cualidades disponibles a los animales: la fuerza, la agilidad, la astucia, la
rapidez…

Prometeo reflexionaba: ¿cómo hacer al hombre superior a los seres vivos? Y


tuvo la idea de darle el fuego. Así podría hacer armas y herramientas, cocer los
alimentos, calentar el hogar… Cuando acabó de moldear al hombre, similar a los dioses
en su aspecto, pidió a Atenea que le diera el alma. Y el hombre fue creado.

Prometeo estaba orgulloso de su creación y la protegía, veía a los dioses celosos


por su trabajo y así se sentía vengado. Un día Zeus le pidió que pensase en alguna
ceremonia para someter al hombre a los dioses. Prometeo propuso sacrificar animales
y ofrecerlos a los dioses en el templo y la idea le gustó a Zeus, que puso como
condición ser él quien eligiera la parte del animal ofrecida a los dioses, quedando la otra
para los hombres. Prometeo mató un buey, hizo dos partes y se las presentó a Zeus. En
una había puesto los mejores trozos de carne, ocultos en el estómago del animal y
cubiertos con la piel. Aquella parte tenía un aspecto repulsivo. En la otra, puso los
huesos cubiertos con grasa blanca muy brillante y toda ella con un aspecto muy
atractivo. Zeus cayó en la celada y eligió por el aspecto, así que se quedó la peor parte.

Cuando vio que solo había huesos bajo la grasa, comprendió que Prometeo lo
había engañado. Enfadado, quitó el fuego a los humanos, que quedaron a merced de las
bestias. Esto causó dolor a Prometeo. Pidió ayuda a Atenea para entrar en el Olimpo,
robar el fuego y devolvérselo a los hombres. La diosa lo hizo y Prometeo robó una
chispa de fuego que entregó a los humanos. Zeus se enteró del robo y se enfadó aún
más. Impuso entonces un castigo terrible al benefactor de la humanidad: lo encadenó a
una roca en la cima de una montaña del Cáucaso y allí un águila gigantesco (o buitre,
según otras versiones) le devoraba el hígado cada día, que le volvía a crecer de noche,
así que con el amanecer el suplicio volvía a comenzar. Prometeo sufrió el castigo
durante años, hasta que Heracles (Hércules, en la mitología romana), hijo de Zeus,
mató al águila y lo liberó. Finalmente Zeus lo perdonó y lo aceptó en el Olimpo.

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Goethe escribió una oda dedicada a “Prometeo”, y lo considera un rebelde, un
héroe que se enfrentó a la tiranía de los dioses. Es uno de los símbolos del
Romanticismo. Además, con su idea de ir más allá conecta con otros mitos de la
literatura universal como el Dr. Fausto, que incluso pacta con el diablo, o el Dr.
Frankenstein, que quiere ser Dios y crear vida de la nada, o con Dorian Gray, que
también hace un pacto a cambio de la eterna juventud. En fin, con todos los audaces, los
rebeldes, los héroes que se rebelan contra lo establecido y quieren ir plus ultra, más
allá.

Don Miguel de Unamuno, que además de filósofo, novelista, poeta,


ensayista…, era catedrático de Griego, utilizó el mito de Prometeo para hablar de una
de sus principales obsesiones: la angustia existencial. He aquí su prometeico soneto:

Ese buitre voraz de ceño torvo


que me devora las entrañas fiero
y es mi único constante compañero
labra mis penas con su pico corvo.

El día que le toque el postrer sorbo


apurar de mi negra sangre, quiero
que me dejéis con él solo y señero
un momento, sin nadie como estorbo.

Pues quiero, triunfo haciendo mi agonía


mientras él mi último despojo traga,
sorprender en sus ojos la sombría

mirada al ver la suerte que le amaga


sin esta presa en que satisfacía
el hambre atroz que nunca se le apaga.

- Pandora, la primera mujer, y su caja

Para vengarse de Prometeo, que había robado el fuego de los dioses para dárselo a sus
criaturas, los humanos, Zeus ideó un plan: creó a la mujer. Nacía así la misoginia: la
mujer, perdición del varón, culpable de los males del mundo, inductora del pecado del
hombre…

Zeus hizo una criatura atractiva, se la dio a Epimeteo, hermano de Prometeo,


que no pudo sino enamorarse perdidamente de la bella. Bueno, en realidad no la hizo él,
sino que encargó a Hefesto, hijo suyo y de Hera, el dios herrero que hacía joyas y
armas con igual pericia, que fabricara una mujer con barro y luego pidió a los Vientos
que soplasen con el aliento de la vida y a todos los dioses que la adornasen con flores y
joyas.

Atenea, diosa de la sabiduría, le dio unos bellos ojos verdes y la enseñó a tejer.
Hermes, mensajero de los dioses, le dio un carácter caprichoso y voluble, como el suyo
propio, y puso en su interior palabras mentirosas capaces de seducir a cualquier hombre.
Zeus le puso el nombre de Pandora, “todos los dones”, le entregó una caja y le ordenó

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que no la abriera, pues sabía que era curiosa y desobedecería. Llamó a Hermes y le dijo
que se la presentase a Epimeteo, el cual se enamoró inmediatamente y se casó con ella.
Un día, Pandora no pudo resistir la tentación y abrió la caja de Zeus. De su interior
salieron todos los males que desde entonces padecen los seres humanos: la vejez, el
hambre, las guerras, la enfermedad, la locura, la pobreza… Cuando fue a cerrar, ya no
quedaba nada en la caja, excepto el único don que Zeus regaló a los hombres para que
soportaran tantos infortunios como habrían de sufrir: la esperanza.

Pandora hizo feliz al hombre, pero también desgraciado. Ella le dio sentido
estético, el calor del hogar, la pasión de amar, el arte de seducir. Sin ella, la vida
humana carecería de sentido.

- Eco y Narciso

Eco era una ninfa del bosque, vivía cerca de Atenas y tenía un defecto: le gustaba
mucho hablar, siempre quería decir la última palabra. Un día vio a Zeus haciendo el
amor con una ninfa en el bosque, se retiró sin ser vista para no enfadar al dios, pero un
poco más allá encontró a Hera, la esposa de Zeus, que buscaba a su marido, pues
sospechaba que se entretenía con una amante. Hera le preguntó si había visto a Zeus y
Eco no sabía qué decir, pues temía la furia de Hera si mentía y la de Zeus si decía la
verdad. Finalmente, mintió a la diosa, dijo que no había visto a nadie aquel día y
empezó a hablar sin parar. Hera comprendió que le estaba mintiendo y la condenó a no
poder hablar más con aquella facundia: en adelante solo podría repetir la última palabra
de lo que dijeran los otros, así siempre terminaría las conversaciones, pero nunca las
empezaría.

Eco se marchó llorando y se ocultó en una cueva, cerca de la cual vivía Narciso,
hijo de un dios del río y de una ninfa, tan hermoso que enamoraba a quien lo veía,
hombre o mujer y tan presumido que creía que nadie merecía su amor, por lo que
rechazaba a todos sus pretendientes. Eco lo vio y se enamoró rematadamente de él. Se le
acercó y él preguntaba, pero ella solo podía repetir las últimas palabras de lo que decía
el efebo, así que Narciso se fue sin hacerle caso. Eco murió de pena poco después, pero
su voz no desapareció y aún hoy repite las últimas palabras de los paseantes de la
montaña. Eco aún está en las montañas.

La transformación de Narciso en la flor que lleva su nombre la cuenta Ovidio


en las Metamorfosis. Era un joven de gran hermosura. El adivino Tiresias le había
vaticinado que llegaría a viejo si no llegaba a verse a sí mismo. Una ninfa le advirtió:
“Amarás sin poder satisfacer su amor”. Y ambos tenían razón.

Narciso, después de desdeñar a Eco, prefirió seguir viviendo en la soledad del


bosque, pero un día que se acercó a un lago a saciar su sed, las aguas reflejaron su
perfecto rostro. Se quedó tan prendado de su hermosura que, sin dejar de contemplarse,
murió de inanición y fue transformado en una flor de blancos pétalos y dorado color,
cuyo cáliz siempre gira hacia el agua.

El de Narciso es un mito de egolatría y se aplica a las personas egoístas,


incapaces de percibir algo distinto de ellos mismos.

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- Orfeo y Eurídice

Era fama que Orfeo, hijo del rey de Tracia y de la musa Calíope, hija de Zeus, tocaba
la lira de nueve cuerdas que él mismo había inventado tan bien que las fieras se
amansaban, los árboles mecían sus hojas y los ríos detenían su curso para oírlo.
Acompañó a los argonautas en su búsqueda del vellocino de oro y con sus notas
impidió que sus compañeros escucharan los seductores y pérfidos cantos de las sirenas.

Cuando su amada esposa Eurídice murió, por la mordedura de una serpiente


venenosa, bajó desesperado a buscarla a los infiernos y con su música convenció a los
dioses para que la dejaran volver junto a él. Los dioses le dijeron que se fuera y ella lo
seguiría, pero que él no debía volver bajo ningún concepto la cabeza hacia atrás.
Comenzó la procesión y Orfeo no pudo reprimir la curiosidad, volvió la vista atrás y
Eurídice, que en efecto lo seguía, se fue para siempre. Él nunca olvidó a su amor, vagó
por toda Grecia, fue requerido de amores por muchas mujeres, entre ellas las Bacantes
quienes, despechadas por su desdén, lo despedazaron.

Tras su muerte su lira de nueve cuerdas fue al cielo, convertida en una


constelación, y allí sigue.

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