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Cuando el sol era

un perezoso  
Según cuenta la leyenda el sol hace mucho tiempo era un oso
perezoso, que subía muy lentamente hacia el cielo para calentar un
poquito la tierra.

Luego se iba de repente sumiendo a la tierra en oscuridad y frío. En


su devenir caprichoso, el sol calentaba y volvía a enfriar a los
hombres, que esperaban esos momentos de luz para reunir sus
alimentos y dejarse entibiar por sus rayos.

Más tarde aparecieron dos soles, fruto de la unión de la luna con


una mujer. Los dos soles (también caprichosos) se bañaban en los
ríos como patos, que la gente trababa de atrapar para subirlos al
cielo y dar así calor. Pero estos animales eran tan escurridizos que
tuvieron que llamar al chamán, que aguantando la respiración entró
en el río y pudo sujetarlos por sus patas.
El brujo los guardó en un saco y preparó distintas coronas hechas
con plumajes de pájaros de vivos colores. Primero entrelazó una
corona con plumas rojas de guacamayo bandera, pero cuando el
sol llegó al cielo, quemó la tierra y los tejados de las aldeas. Más
tarde hizo otra corona con plumas verdosas de periquito amarillo,
aunque igualmente erró y el resultado fue demasiado frío.

Al darse cuenta de ello, mezcló plumas amarillas de guacamayo


dorado y algunas rojas de guacamayo bandera y consiguió así el
equilibrio perfecto. De los dos soles que fueron al cielo, uno estuvo
debajo y el otro en el reino celestial más allá del cielo.

El primero escapó y desde entonces deambula de este a oeste,


escondiéndose en la noche para descansar. El otro, más allá de la
mirada de los hombres alumbra por siempre y solo podemos verlo en
sueños y alucinaciones.

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