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12 Garcia Mures Lanero PDF
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I.- INTRODUCCION
Aunque Euclides es uno de los matemáticos más conocidos, sino el que más, pues su nombre
ha sido sinónimo de la geometría hasta el siglo XX, sólo disponemos de dos datos de su
biografía e incluso éstos, no están libres de dudas. Uno es que vivió en un tiempo posterior a
los discípulos de Platón y anterior a Arquímedes. El otro es que residió y enseñó en Alejandría.
Esta última información nos la facilita Papo, que nos dice que Apolonio vivió en la ciudad con
los discípulos de Euclides. Dado que Alejandro ordenó la la fundación de la ciudad en el 332
AC y que fueron necesarios más de diez años para que el proyecto de la ciudad fuera tomando
cuerpo, podemos establecer la actividad de Euclides en Alejandría en el espacio de tiempo que
va desde el 320 al 260 AC. Las actividades de Apolonio en Alejandría están documentadas
durante los reinados de Ptolomeo III Evergetes (que ascendió al trono en 246) y Ptolomeo IV
Filópator (que sucedió a su padre en 221 AC). Por consiguiente, es posible que la vida de
Euclides y la de Arquímedes coincidieran en algunos años. La cima de la vida de Euclides
estaría en torno al año 300 AC (Busard 1983: 1). La fama de Euclides, sobre todo, descansa en
sus Elementos, escritos en trece libros. Los seis primeros versan sobre geometría elemental
plana; del VI al IX, sobre la teoría de los números; el X sobre los inconmensurables y los tres
últimos sobre geometría sólida.
En el siglo IV, Teón de Alejandría los reeditó alterando la lengua en algunas partes con el fin
de que los conceptos quedaran más claros, con la incorporación de pasos intermedios y
ofreciendo demostraciones alternativas, nuevos casos y corolarios. Todos los manuscritos que
se han conocido hasta el siglo XIX se derivan de la recensión de Teón. Las cosas cambiaron
cuando Peyrard (1819) descubrió en la biblioteca Apostólica Vaticana un manuscrito, ahora
conocido como P, que se retrotrae a un texto más temprano y que es la base de la edición
definitiva de Heiberg (Heiberg y Menge 1883-1916).
En la antigüedad era habitual atribuir a autores conocidos obras que no había escrito. De ahí
que algunas versiones de Euclides dispongan de los libros XIV y XV que, como se ha
demostrado, son apócrifos.
Conocer las traducciones al árabe de los Elementos resulta ser un paso previo indispensable
para conocer las versiones latinas occidentales de Euclides, pues éstas, cuando corría ya el
siglo XII eran traslaciones de la tradición arábiga. La primera traducción al árabe que
conocemos es la de al-Hajjāj ibn Yūsuf ibn Matar (ca. 786-833) durante el calificato ‘Abbāsid
de Hārūn ar-Rashīd (786-809), a petición del visir Yahyā ibn Khālid ibn Barmak. En realidad
al-Hajjāj realizó dos versiones de los Elementos; la segunda es una especie de recensión de la
primera traducción que lleva el sobrenombre de Ma`mūni (referida a al-Ma’mūn [813-833]).
Una modificación de esta segunda versión, que editaron Besthorn, Heiberg et al. Se conserva
en un manuscrito de Leiden, conocido como Codex Leidensis 399.l. Desconocemos la
similitud que existe entre este texto y la segunda versión de al-Hajjāj, pues es probable que
fuera modificado para combinarlo con los comentarios de an-Nayrīzī, a los que nos referiremos
más adelante. Ya en el siglo X apareció una nueva traducción que resulta estar más en
consonancia con la tradición griega, obra de Ishāq ibn Hunayan (muerto en 910), hijo de uno
de los más ilustres traductores árabes, Hunayn ibn Ishāq. Se hizo una segunda recensión a
instancia de un estudioso que, por derecho propio, ocupa un puesto destacado en la historia de
las matemáticas árabes: Thābit ibn Qurra (muerto en 901). Los textos espurios de los libros
XIV y XV de los Elementos los tradujo Qustā ibn Lūqā, matemático y astrónomo de Baghdad
de Bagdad (fallecido en torno a 912). La recensión arábiga considerada standard es la de Nasīr
ad-Dīn at-Tūsī (muerto en 1274). Sabemos que al menos una Tahrīr Usūl Uqlīdis (recensión de
los Elementos de Euclides) la completó at-Tūsī en 1248. Abarca los quince libros y se sirve de
tanto de la traducción de Hajjāj como de la de Ishāq-Thābit (Sezgin 1967-1984: V, 105-115).
Una vez que los estudiosos medievales pudieron disponer de las traducciones íntegras de los
Elementos desde el árabe, los denominados fragmentos euclideanos, bien conocidos en las
escuelas monásticas y catedralicias, quedaron en desuso. Del esfuerzo de intentar identificar
los vínculos entre los precarios fragmentos del primer período medieval y el verdadero
Euclides, se pasaba ahora al trabajo de lograr identificar la autoría de los nuevos textos, las
fuentes y los tiempos de su traducción, el número y lo completas que pudieran ser las versiones
divergentes así como su influencia. La nueva tradición dominante era doble: un grupo procedía
del Euclides de al-Hajjāj y la otra de Ishāq-Thābit. La recensión de at-Tūsī apareció demasiado
tarde como para entrar en la competencia de la actividad traductora del siglo XII.
Los Elementos latinos que se basan en el texto de Ishāq-Thābit se deben a Gerardo de Cremona
(ca.1114-1187), traductor vinculado a la Escuela de Traductores de Toledo (Busard 1984). Es
de sobra conocido que el propio Gerardo incluyó entre sus traducciones una copia de los
Elementos, pero no fue hasta 1901 cuando A. A. Björnbo descubrió que un manuscrito
vaticano anónimo, Reg. Lat. 1268 contenía una traducción del árabe de los Elementos, Libros
X-XV, obra de una mano desconocida. Posteriormente, en 1904, después de reparar en que
otros manuscritos contenían los quince libros de los Elementos, concluyó que aquel manuscrito
debía ser el texto de Gerardo. No obstante, su traducción no está puramente basada en la
versión de Ishāq-Thābit, pues también incorpora material tomado de una versión del al-Hajjāj,
con toda probabilidad, la primera. Y dado que el manuscrito árabe Escorial 907 y que sigue la
versión de Ishāq-Thābit también contiene ese material, es muy posible que Gerardo no utilizase
los textos de ambos para hacer su traducción sino que fundamentara su trabajo en un texto de
Ishāq-Thābit que a suvez ya dispusiera de incrustaciones de al-Hajjāj. Con toda probalidad, la
obra se concluyó en 1167. Gerardo también contribuyó al Euclides Latinus Medii Aevi
traduciendo los comentarios de an-Nayrīzī (ca. 897-922) sobre los diez primeros libros de los
Elementos; el comentario de Muhammad ibn ‘Adbalbāqi (ca. 1100) sobre el Libro X, y al
menos parte la traducción que Abū ‘Uthmān ad-Dimashqī (ca. 908-932) había hecho del
comentario de Papos sobre el Libro X.
El siguiente paso lo dio Herman de Carinthia, también conocido como Herman Dalmatin o
Sclavus Dálmata, Secundus (ca. 1140-1150), traductor bien conocido de textos astronómicos
del árabe. En la relación de escritos que varios autores le atribuyen no se dice que tradujera a
Euclides. Sin embargo, Birkenmajer ha seguido la pista de un manuscrito parisino de los
Elementos que, a lo que parece, sería de su autoría (Birkenmajer 1970). En una comparación
entre los manuscritos que Richard de Fournival detalló en Amiens en su Biblionomia (hacia
1246) con los que Gerard d’Abbeville donó a la Sorbona en 1271, detectó un ejemplar que
podría ser idéntico. El manuscrito, que ahora tiene la signatura MS latin 16646 de la
Bibliothèque Nationale, está descrito en Biblionomia con las sigientes palabras: “37. Euclidis
geometría, arithmetica et stereometria, ex commentario Hermanni secundi”. Por consiguiente,
esta versión, presuntamente es obra de Herman (Busard 1968; Busard 1977). El manuscrito de
París, que podemos fechar en el siglo XIII, tan sólo contiene los primeros doce libros de los
Elementos. Y aunque hasta entonces sólo se conocía un manuscrito que contuviera la
traducción de Herman, hay razones de peso para aceptar que el autor del manuscrito anónimo
vaticano Reg. lat. 1268 que dispone de los Libros V,VI y X-XI.4 de los Elementos (Fols. 72r-
113v) guarda relación con la versión original de Herman. Y puesto que las demostraciones en
el manuscrito vaticano MS Reg. Lat. 1268 que se parecen o muestras la influencia de las de
Herman están más elaboradas, hemos de reconocer que la versión de Herman según hoy se
conserva, está muy concisa. Es muy posible que para su traducción Herman utilizara alguna
variación del texto al-Hajjāj; si bien es un aspecto que convence, no podemos considerarlo
como concluyente. En efecto, la versión de Herman contiene cierto número de términos
arábigos que no se encuentran en otras; la presencia de varios términos griegos tales como
rumbus (ρύμβος) nos indica que es posible que conociera los pasajes de Boecio.
Uno de los traductores ingleses más destacados de la época medieval fue Adelardo de Bath
(1116-1142), que convirtió el aprendizaje árabe-griego en árabe-latín. Fue un gran viajero:
primero fue a Francia; estudió en Tours y enseñó en Laon. Después, durante siete años, visitó
Salerno, Sicilia, Cilicia, Siria y, posiblemente, Palestina. Es probable que pasara algún tiempo
en España, habida cuenta de sus numerosas traducciones del árabe; de entre todas ellas destaca
su versión de las tablas astronómicas de al-Khwārizmī de la forma revisada del astrónomo
español Maslama ibn Ahmad al-Majrītī. Sin embargo, puede que aprendiera árabe en Sicilia y
que consiguiera los textos hispano-árabes de otros arabistas que habían vivido en España, tal es
el caso de Pedro Alfonso. Lo hallamos de nuevo en Bath en 1130, fecha en la que su nombre
aparece en el Pipe Roll. En sus escritos encontramos varias alusiones a su vinculación con la
corona. La dedicación de su Astrolabe a un joven llamado Enrique (suponemos que se refiere
al futuro rey Enrique II) nos indica que la composición de la obra se produjo entre 1142 y
1146. No tenemos noticias de otras actividades posteriores. En la obra mencionada es donde
Adelardo testifica que tradujo los Elementos.
Dentro de los manuscritos que se atribuyen a Abelardo, hay tres versiones distintas de los
Elementos. Una, que podríamos denominar Versión I es una traducción completa de toda la
obra de un texto árabe, probablemente el de al-Hajjāj II (en la que están los libros XIV y XV
que, como sabemos, no son de Euclides). No se conserva ningún códice con la versión entera,
pero una vez examinadas las técnicas traductoras y ciertos arabismos característicos, se ha
podido reconstruir el texto íntegro. Únicamente no se han podido reconstruir: el libro IX, las
primeras treinta y cinco proposiciones del libro X y las tres últimas proposiciones del libro XV.
El segundo tratamiento de los Elementos que lleva el nombre de Abelardo, denominado
Versión II, es de naturaleza completamente diferente. Los enunciados de expresan de forma
distinta y las demostraciones frecuentemente con frecuencia se sustituyen por instrucciones
para las demostraciones o resúmenes de las demostraciones. Está claro que esta versión no es
una simple paráfrasis de la Versión I, pues al menos en parte proviene de un original arábigo,
con toda probabilidad un texto de al-Hajjāj, pues contiene un conjunto de arabismos que no se
encuentran en la Versión I. De todas las traducciones que se produjeron en el siglo XII, la
Versión II parece que fue la más popular y la que habitualmente se estudiaba en las escuelas.
No cabe duda de que sus enunciados suministraron un esqueleto en torno al que se pudieron
incorporar diferentes comentarios, siendo el de Campano da Novara, compuesto en el tercer
cuarto del siglo XIII, el más conocido (Busard 2005).
La Versión III no parece ser una traducción diferente sino más bien un comentario. Sea o no
obra de Adelardo, el caso es que se le atribuye y se la identifica como su traducción en un
manuscrito de la Biblioteca Nacional de París. El éxplicit del manuscrito latino 16648 de la
Biblioteca Nacional parisiense, en su folio 58r reza así: “Explicit edit[i]o alardi bathoniensis in
geometriam Euclidis per eundem a. bathoniensem translatam”. Además, a juzgar por el
manuscrito 257 del Balliol College de Oxford, folios 2r-98v, fechado a finales del siglo XII, la
Versión III que comentamos se escribió con anterioridad a 1200. Una de las dificultades que se
aprecian para adscribirla a Adelardo es la posible referencia al Libro X de la Arithmetica de
Jordano que, caso de ser cierta, crearía problemas en su datación (Clagget 1953: 24). No
obstante, la referencia no es a Jordano sino más bien a las diez medias que se aprecian en
cualquier tratado de aritmética, como es el caso de Boecio (Murdoch 1968: 71.). Esta versión
gozó de cierta popularidad; Roger Bacon la citó denominándola editio specialis de Adelardo.
Dado que la Versión III cita la II, es probable que se redactara con posterioridad y que esta
última suministrara las fuentes directas para los axiomas, definiciones y enunciados que utiliza
la Versión III.
De igual modo, es muy posible que la Versión I sea anterior a la II. En caso de ser cierto, la
Versión I sería la primera traducción latina completa de los Elementos. La atribución de la
Versión I a Adelardo sólo aparece en un manuscrito del siglo XII, el 47, folios 139r-180v, del
Trinity College de Oxford. Pero como este mismo manuscrito contiene también la Versión II,
que, al igual que otros manuscritos, la adscribe, sin lugar a dudas, a Adelardo, esa adscripción
no es especialmente significativa. No obstante, nosotros ponemos en duda que una y otra
correspondan a su autoría.
La Versión II de Adelardo fue, con mucho, la más popular de la Edad Media. Esa popularidad
no sólo se demuestra con el considerable número de manuscritos que se conservan sino
también con el hecho de que numerosos estudiosos de los siglos XIII y XIV (en los que
incluimos a Campano) utilizaron los enunciados de la Versión II para hacer comentarios sobre
Euclides o reformular sus demostraciones. Marshall Clagett ha agrupado algunas de estas
paráfrasis o adaptaciones (Clagett 1953: 29-30). De ellas cabe hacer mención a las siguientes:
• Londres. British Library. MS Sloane 285. Fols. 1r-65v.
• París. Biblioteca Nacional. MS latin 7374. Fols. 1r-111v.
• Oxford. Bodleian Library. MS D’Orville 70. Fols. 1r-23v.
• La versión de Campano de Novara. La mayoría de sus enunciados adoptan la forma de
la Versión II.
• Oxford. Bodleian Library. MS C.C.C. 234. Fols. 1r-172v.
• París. Biblioteca Nacional. MS latin 7292. Fols. 188r-267v.
• Vaticano. Biblioteca Vaticana. Reg. lat. 1268. Fols. 1r-69r.
Este ultimo manuscrito guarda cierta similitud con unos comentarios a los Elementos, Libros I-
IV, atribuidos a Alberto Magno y que se hallan en Viena, Biblioteca Nacional, MS 80/45,
folios 105r-145r. La fuente fundamental de los comentarios de San Alberto está en Anarito (al
que menciona en varias ocasiones) y que tradujo del árabe Gerardo de Cremona. Por otra parte,
San Alberto conocía también otras traducciones de los Elementos y que cita como “commenta
Boethii et Adlardi (I.5), “alia translatio”, “translatio ex greca”, “translatio ex arabico”, etc. Al
menos una de ellas es la Versión II o III (no olvidemos que esta última utiliza definiciones,
postulados, axiomas y enunciados de la Versión II).
El manuscrito vaticano Reg. lat. 1268, folios 72r-91v contiene una versión del Libro V y VI de
los Elementos. Los Libros se presentan con unos comentarios en los que el autor cita a
Alfarabio y a Aristóteles. Buena prueba del uso de la versión III la encontramos en la
introducción al Libro V, folio 72r:
Sex autem diffinitiones premittit. Quarum prima est partis, id est
submultiplicis. Secunda multiplicis. Tertia proportionis. Quarta proportionalitatis. Sed
quoniam proportionalitas alia est continua, alia incontinua, ideo quinta deffinitio est
continue proportionalitatis. Sexta vero est incontinue. Cetera autem que in hoc
prohemio secuntur potius appontur ad assignandum ignotorum verborum significationes
quam ad aperiendum notorum verborum proprietates (Cunningham 1972-1973)
En lo referente a la parte incompleta de la Versión I, hallamos los enunciados de X.17 y 24 en
el manuscrito vaticano del siglo XIII Reg. lat. 1137, folios 73v-74r. No obstante, las
demostraciones pertenecen a la Versión II (según se puede comprobar también en el
manuscrito que se conserva en la Biblioteca Riccardiana de Florencia, MS 2968/2, folio 23r).
Este manuscrito dispone, igualmente, de la Versión II.
Marshall Clagett ha documentado una referencia valiosa a la traducción de Gerardo en un
manuscrito del siglo XIV de la British Library: Harley 5266. Es una copia de la versión de
Campano con numerosas anotaciones marginales; en algunas se cita la traducción de Gerardo
como “alia translatio”. Igualmente, el escribano también menciona el comentario de an-Nayrīzī
(Clagett 1953: 28).
Las versiones de Gerardo de Cremona y de Herman de Carinthia están estupendamente
utilizadas en el manuscrito vaticano Reg. lat. 1268. Por lo general, las proposiciones del Libro
V siguen la traducción de Gerardo; si bien, el autor combina de manera muy tosca las
traducciones de Adelardo, Herman y Gerardo. Es muy posible que este manuscrito se copiara
durante la segunda mitad del siglo XIV, si bien entendemos que el texto se escribió en los
primeros años del siglo XIII. Según podemos ver en la forma de mezclar las demostraciones,
hemos de concluir que se produjo en tiempos no demasiado lejanos de las primeras
traducciones. Por consiguiente, es probable que esta obra haya de agruparse con otros
comentarios tempranos a los Elementos como son la Versión III y el comentario que se
atribuye a Alberto Magno.
1
Por lo que hace a los párrafos tomados de los libros I, III y VI de Euclides, Pacioli se sirvió del
manuscrito Palatino 577 de la Biblioteca Nacional de Florencia.
• Respecto a la definición 4, expresada como “guardan razón entre sí las magnitudes que,
al multiplicarse, pueden exceder una de otra”, existen interpretaciones en diversos
sentidos.
Existen autores que consideran esta definición como una generalización de la relación
de razón entre magnitudes homogéneas, mientras que otros consideran que esta
definición excluye la mediación de dicha relación entre una magnitud finita y otra
infinita del mismo género.
• La definición 5 constituye la piedra angular de la teoría de la proporción, ya que
suministra un criterio necesario y suficiente de proporcionalidad, además de adquirir
importancia en una perspectiva histórica. Se expresa de la siguiente forma: “una
primera magnitud guarda la misma razón con una segunda que una tercera con una
cuarta, cuando cualesquiera equimúltiplos de la primera y la tercera excedan a la par,
sean iguales a la par o resulten inferiores a la par, que cualesquiera equimúltiplos de la
segunda y la cuarta, respectivamente y tomados en el orden correspondiente”.
• Por su parte, la definición 7 expresa un criterio de no proporcionalidad. Viene expresada
de la siguiente forma: “entre los equimúltiplos, cuando el múltiplo de la primera excede
al múltiplo de la segunda pero el múltiplo de la tercera no excede al múltiplo de la
cuarta, entonces se dice que la primera guarda con la segunda una razón mayor que la
tercera con la cuarta”, lo que constituye, junto a las dos definiciones anteriores, el
núcleo básico de la teoría euclideana.
Tomando como referencia todas las definiciones que se presentan en el Libro V y en especial
las tres anteriores, se puede afirmar que la teoría euclideana de la proporción reviste gran
interés desde los siguientes puntos de vista: historiográfico, sistemático y el de su recepción y
transmisión posterior.
• En referencia al punto de vista historiográfico, cabe destacar la peculiar integración del
concepto de razón y las relaciones entre esta versión de la proporcionalidad y otras
posibles alternativas marginales, como la “anthyphairética”.
• La importancia sistemática de esta teoría se deduce del juego que existe entre sus bases
expresas y sus suposiciones tácitas. De hecho, la explicitación y reconstrucción
estructural del núcleo de principios (axiomas y definiciones) de la teoría han venido a
ser una poderosa tentación para los mejores comentaristas del Libro V. Tanto es así que
un criterio tradicional de una versión o un comentario de Elementos ha sido justamente
el grado de comprensión y de penetración mostrado con respecto a esta teoría.
• La teoría tiene la trascendencia histórica que le han deparado las circunstancias de su
recepción y transmisión, particularmente a través de las versiones arábigo-latinas de la
Edad Media, según hemos visto. De hecho, la depuración de algunas interpolaciones y
confusiones debidas a esta tradición y difundidas por la influyente edición de Campano
de 1482, la labor docente llevada a cabo por Fra Luca Pacioli y su posterior edición
latina de 1509, junto con la explicitación progresiva de los supuestos operativos de la
teoría, marcaron el desarrollo de la crítica textual de los Elementos antes de la llamada
“revolución filológica” del siglo XIX.
Esta teoría cuenta además con el interés añadido de haber contribuido a una incipiente
matematización de la filosofía natural a través de, por ejemplo, la Geometria speculatiua
de Bradwardine, en la primera mitad del siglo XIII (Bradwardine 1495) 2 y Oresme, en
la segunda mitad del siglo XIV (Oresme 1961).
Podría concluirse con lo que dice Robert Simson como colofón a sus anotaciones al Libro V
The 5th book being thus corrected, I most readily agree to what the learned Dr.
Barrow says, “That there is nothing in the whole body of the Elements of a more
subtile invention, nothing more solidly established, and more accurately handled,
than the doctrine of proportionals.” (Simson 1756).
2
La edición que citamos estuvo a cargo del ilustre matemático español conocido como Pedro Ciruelo.
Con el inicio del siglo XX y hasta el final de la primera Guerra Mundial, se producen
importantes desarrollos en el análisis de ratios. Algunos son de carácter endógeno: la creación
de un conjunto de ratios nuevos, la definición de determinados criterios para los ratios
financieros existentes (como la famosa regla del 2/1 para el ratio de circulante) y el
reconocimiento, por parte de los analistas, de la necesidad de realizar comparaciones entre-
empresas, lo que exigía el establecimiento de criterios relativos entre ratios. No obstante, a
pesar de estos avances, fueron pocos los analistas que utilizaron ratios durante este periodo,
limitándose, en todo caso, a la razón entre activo y pasivo circulante.
Sin embargo, también destacan dos importantes hechos exógenos con influencia en el
desarrollo del análisis de ratios financieros: la publicación, en 1913, del primer Código Federal
del impuesto sobre beneficios y la creación del Sistema de Reserva Federal en 1914, hechos
que incrementaron la demanda de estados financieros y, por consiguiente, implicaron mejoras
en su contenido.
Todos estos acontecimientos constituyeron el germen del desarrollo del análisis de ratios, con
la recopilación, por parte de Alexander Wall, de una gran muestra de estados financieros
procedentes de las bases de datos de bancos comerciales. El trabajo realizado culminó con su
conocido informe, publicado en 1919, “Study of credit barometrics”, en el que presentó los
resultados de un estudio sobre siete ratios financieros 3 correspondientes a 981 empresas,
estratificadas por sector y localización geográfica. Su análisis, del que extrajo como conclusión
que existían grandes diferencias en el valor de los ratios según áreas geográficas y sectores, fue
históricamente significativo, en cuanto que supuso una especie de ruptura con la utilización
tradicional de un único ratio con un criterio absoluto.
Junto al estudio de Wall, durante la misma época se produjo otro hecho importante, aunque en
el área de la utilización de ratios por la gestión. En el sector comercial, los gestores ya habían
utilizado medidas de rentabilidad como margen de beneficios y volumen de negocio, pero en
este periodo se introdujeron en el sector industrial, cuando la compañía du Pont comenzó a
utilizar el sistema triangular de ratios para evaluar sus resultados de explotación: en el vértice
del triángulo se sitúa el ratio de rentabilidad sobre la inversión (Beneficios/Activo total),
mientras que la base está formada por el ratio de margen de beneficios (Beneficios/Ventas) y
por un ratio de rotación del capital (Ventas/Activo total). Este sistema suponía el
establecimiento de un esquema o estructura donde los ratios financieros podían ser
desarrollados de un modo lógico, como más tarde se puso de manifiesto en otros países. En
Inglaterra, el British Institute of Management, a través del Centre for Interfirm Comparison,
adoptó este sistema como instrumento para realizar comparaciones entre empresas, aunque con
un carácter más piramidal, puesto que a partir del ROA en el vértice, iban descendiendo ciertos
ratios de margen de beneficios y gastos, por un lado, y otros de rotación de activos y fondos
propios, por el otro.
Como puede observarse, el desarrollo del análisis de ratios financieros en el Reino Unido tuvo
una orientación más relacionada con la gestión empresarial que con la evaluación de créditos,
como había ocurrido en los Estados Unidos.
3
Ratio de circulante, cuentas a cobrar sobre existencias, patrimonio neto sobre activo fijo, rotación de
cuentas a cobrar, existencias y patrimonio neto sobre ventas y, por último, el ratio de deuda sobre
patrimonio neto.
análisis de ratios 4 . Asimismo, asociaciones, universidades, agencias de crédito y analistas
individuales en general comenzaron a recopilar datos sobre ratios financieros en diferentes
sectores, calculando sus valores medios. Toda esta corriente recibió la denominación de
“análisis financiero de ratios”, si bien no hay evidencia de que se llevara a cabo formulación y
contraste de hipótesis. En todo caso, Horrigan (1968) considera que este rápido y prolífico
desarrollo de ratios durante los años 20 fue una reacción al estudio de Wall (1919), en el que se
puso de manifiesto la necesidad de utilizar multitud de ratios y de considerar criterios de
comparación determinados empíricamente. El propio Wall trató de mitigar los inconvenientes
de esta proliferación de ratios con la propuesta de un índice de ratios que consistía en una
media ponderada, cuyas ponderaciones eran valores relativos asignados a cada ratio por un
analista. Aunque sin aparente base científica, esta idea puede concebirse como el primer intento
para el desarrollo de una (muy simple) función discriminante lineal 5 .
Entre otros intentos de dotar al análisis de ratios de cierta sofisticación Horrigan (1968) cita el
de Bliss 6 , como el primer sistema coherente de ratios, en el que éstos estaban conectados de un
modo lógico determinado a priori, a partir de las múltiples relaciones entre los ratios que
medían los costes y gastos, los de rotación y los que reflejaban los beneficios. De hecho,
Horrigan (1968: 287) considera este trabajo como “a very promising beginning for the
development of a theory of ratio analysis”.
Sin embargo, a pesar del gran entusiasmo sobre las posibilidades de los ratios como
herramientas de análisis financiero que se generó en la década de los 20, también surgieron
voces en contra, con la aparición de la primera crítica real a la utilización de ratios, de manos
de Gilman 7 . Entre las objeciones planteadas por este autor, podemos resaltar las siguientes: las
variaciones de ratios en el tiempo no pueden interpretarse porque tanto el numerador como el
denominador varían, son medidas artificiales y desvían la atención del analista respecto a una
visión global de la empresa, por lo que no reflejan relaciones fundamentales dentro de la
misma. Además, su fiabilidad como indicadores varía mucho entre ratios.
Ante las críticas anteriores, cabría esperar una respuesta contundente por parte de las “escuelas”
defensoras del análisis de ratios, aunque la reacción fue más bien escasa. En todo caso, el
análisis financiero de ratios continuó su desarrollo durante las siguientes décadas.
En los años 30, el rasgo más característico fue el creciente interés por el fundamento empírico
del análisis de ratios. Como factor externo que contribuyó al continuo desarrollo de ratios
destaca la creación de la Securities and Exchange Commission, que facilitó el suministro de
estados financieros, a la vez que ejerció cierta influencia en su contenido. Junto a éste, debemos
mencionar otros hechos significativos, éstos directamente relacionados con el análisis de ratios.
Uno de los desarrollos producidos durante este década surgió de un debate en la literatura
concerniente a la determinación de los grupos más eficaces de ratios, destacando la figura de
Foulke, cuya clasificación en catorce ratios financieros de balance, existencias, ventas y
beneficio neto se ha convertido en una de las más conocidas y de mayor influencia.
4
Horrigan (1968) cita algunas de las publicaciones más destacables.
5
Como desarrollaremos con posterioridad, la fase científica de la utilización del análisis de ratios con
carácter predictivo se inicia con la aplicación de la técnica estadística de análisis discriminante
lineal.
6
J.H. Bliss (1923) Financial and Operating Ratios in Management. New York: The Ronald Press
Company, pp. 34-38.
7
S. Gilman. (1925) Analyzing Financial Statements. New York: The Ronald Press Company, pp. 111-
112.
Los desarrollos expuestos hasta aquí se englobarían dentro del primero de los usos principales
que Barnes (1987) distingue respecto de los ratios financieros: la comparación de determinados
ratios de una empresa con un estándar, que solía ser el valor medio del ratio para el sector al
que pertenece la empresa, lo que denominó “uso normativo”.
Pero, en segundo lugar, Barnes habla de un “uso positivo” de los ratios, por lo general con fines
predictivos, estimando relaciones empíricas. Y es aquí donde tiene cabida otro de los hechos
significativos para el desarrollo del análisis de ratios financieros que se produjo en la década de
los 30: se inicia la realización de estudios cuyo objetivo era analizar la eficiencia de los ratios
financieros como predictores de las dificultades financieras de las empresas. A este respecto,
cabe destacar los trabajos de Smith y Winakor (1935) y de Fitzpatrick (1931), que estudiaron
sendas muestras de empresas con dificultades financieras que finalmente fracasaron, analizando
la tendencia, durante un periodo entre tres y diez años, de un conjunto de ratios financieros, de
donde resultó que el ratio de "Capital circulante/Activo total" era el indicador más preciso y
estable del fracaso, aunque también resultaron buenos indicadores los ratios de solvencia a
largo plazo.
Los dos trabajos citados fueron criticados por la ausencia de una muestra de empresas sanas o
no fracasadas que sirvieran de grupo de control, con las que comparar las posibles diferencias
entre ambos tipos de empresas. Por este motivo, Fitzpatrick (1932) completó su estudio
anterior, con la inclusión de una muestra de empresas sanas, emparejadas con las fracasadas en
base a su tamaño, cifra de negocios, localización geográfica y coincidencia en el tiempo de los
estados financieros, resultando como mejores indicadores los de "Beneficio neto/Patrimonio
neto", "Patrimonio neto/Deuda total" y "Patrimonio neto/Activo fijo".
En la misma línea se sitúa el trabajo de Ramser y Foster (1931), en el que realizaron un análisis
comparativo entre empresas fracasadas y no fracasadas, mediante el estudio de una serie de
ratios, en el que encontraron que las empresas con dificultades o que habían fracasado
presentaban menores ratios que las que carecían de problemas, con la excepción mostrada por
dos ratios de rotación: "Ventas/Patrimonio neto" y "Ventas/Activo total".
A pesar de los inconvenientes que estos trabajos pudieron presentar, su contribución fue
esencial al desarrollo del análisis de ratios, ya que “were the first carefully developed attempts
to utilize the scientific method for determining the utility of ratios” (Horrigan 1968: 289).
Durante la década de los años 40, continuó el desarrollo empírico del análisis de ratios, tanto de
una forma directa como indirecta. Entre los estudios de carácter directo, destaca el de Merwin
(1942), que estudió una muestra de empresas sanas y fracasadas en las que analizó la tendencia,
en los últimos seis años previos al fracaso, de un conjunto numeroso de ratios, comparando el
valor medio del ratio en el sector de las empresas fracasadas con un valor normal estimado, que
sería el que la empresa que ha cesado en su actividad habría obtenido de mantenerse el valor
medio para las empresas que sobrevivieron. Como resultado obtuvo que los ratios presentaban
un deterioro antes del cese del negocio y siempre se situaban por debajo de los valores
estimados, tendencia que se manifestaba claramente en tres ratios: "Capital circulante/Activo
total", "Patrimonio neto/Activo total" y "Activo circulante/Pasivo circulante".
Pero en este periodo se produjo también un importante desarrollo de tipo indirecto, sobre todo a
principios de la década: se incrementó la utilización de ratios financieros como variables
independientes y descriptivas en numerosos estudios económicos agregados. Si bien el centro
de atención de estos estudios no eran los ratios en sí, proporcionaron abundante información
sobre el comportamiento de los ratios en el tiempo y sobre las variaciones en el valor de los
ratios para diferentes grupos de empresas. Incluso, algunos de los estudios trataran de manera
sucinta ciertas cuestiones referentes a la posible utilidad de los ratios en el análisis de estados
financieros.
Los hechos acaecidos durante esta década constituyeron una importante fase en la evolución
del análisis de ratios financieros, en cuanto que facilitaron ciertas bases para la formulación de
hipótesis, como paso previo para el desarrollo de una teoría formal del análisis de ratios. No
obstante, estos estudios no parecieron traducirse en el campo financiero.
La siguiente década supuso un impulso del análisis de ratios con fines de gestión, con la
recuperación del concepto de descomponer el ratio de rentabilidad sobre activo en los ratios de
margen de beneficios y de rotación del capital, que ya había sido propuesto, pero que no había
recibido excesiva atención.
En este sentido, la medida de rentabilidad sobre la inversión se concebía como el vértice de un
sistema integrado de análisis de ratios financieros que contenía una variedad de ratios, aunque
la investigación no se desarrolló más allá de los dos ratios tradicionalmente considerados.
8
W.B. Hickman (1958) Corporate Bond Quality and Investor Experience. New York: Princeton
University Press.
9
R.J. Saulnier; H.G. Halcrow and N.H. Jacoby (1958) Federal Lending and Loan Insurance. New York:
Princeton University Press.
10
M.H. Seiden (1962) “Trade Credit: A Quantitative and Qualitative Analysis”, en National Bureau of
Economic Research (1962) Tested Knowledge of Business Cycles, 42nd Annual Report, pp. 86-88.
11
A.M. Wojinlower (1962) “The Quality of Bank Loans: A Study of Bank Examination Records”,
National Bureau of Economic Research, Occasional Paper No. 82, pp. 3-4.
12
G.H. Moore and T.R. Atkinson (1961) “Risks and Returns in Small-Business Financing”, en National
Bureau of Economic Research (1961) Towards a Firmer Basis of Economic Policy, 41st Annual
Report, pp. 66-67.
Otros importantes desarrollos empíricos fueron el estudio del poder predictivo de los ratios
respecto a características “psicológicas” de las empresas o el examen del efecto que sobre los
ratios tenían diferentes procedimientos contables, como los de valoración de existencias.
Como se observa, la utilización “positiva” de los ratios financieros en la investigación empírica
no se limitó al análisis del fenómeno del fracaso empresarial, con el que comenzó, sino que se
extendió a otros ámbitos, como los mencionados. En todo caso, el empleo de ratios financieros
como factores explicativos del fracaso o de la insolvencia empresarial ha sido (y continúa
siendo) una de las más importantes líneas de investigación en el análisis económico-financiero.
De ahí que nos centremos en las aplicaciones de ratios financieros en este campo.
En este sentido, el hecho más importante que tuvo lugar durante la década de los 60 respecto al
desarrollo del análisis de ratios financieros fue la publicación del trabajo de Beaver (1966), que
dotó al análisis de ratios de un rigor científico, al incorporar a la investigación una metodología
estadística, de la que carecían los estudios anteriores. Por este motivo, autores como Lizarraga
(1996) engloban estos trabajos dentro de la etapa descriptiva de la investigación, ya que la
ausencia de herramientas estadísticas sofisticadas limitó la capacidad de los ratios financieros a
una mera descripción del fracaso. Beaver, con su estudio, permitió tener en consideración la
naturaleza predictiva de los ratios, por lo que es considerado el pionero de la moderna corriente
de investigación científica sobre fracaso empresarial, esto es, de la etapa predictiva.
Beaver definió como fracaso empresarial la quiebra legal, insolvencia frente a acreedores,
descubierto bancario y falta de pago a accionistas preferentes, considerando como factores
explicativos del fracaso un conjunto de 30 ratios, de los que resultaron significativos, según su
capacidad predictiva, los ratios de cash-flow 13 y de beneficio neto sobre deuda total, la
proporción de la deuda sobre activo total y otros tres ratios de liquidez: el cociente entre capital
circulante y activo total, el ratio de circulante y el llamado intervalo sin crédito.
El siguiente paso en la investigación sobre fracaso empresarial, también durante esta década, lo
dio Altman (1968), al aplicar una metodología estadística multivariante, como era el análisis
discriminante, a diferencia del carácter univariante del trabajo de Beaver.
Consideró como fracaso empresarial la quiebra legal, que trató de predecir a partir de un listado
de 22 ratios pertenecientes a las categorías de liquidez, rentabilidad, endeudamiento, solvencia
y nivel de actividad, aunque la función discriminante estimada para el primer año previo al
fracaso contenía, por su mayor capacidad predictiva, cinco ratios: los de capital circulante,
beneficios no distribuidos y beneficio antes de intereses e impuestos sobre activo total, el
cociente entre el valor de mercado de los fondos propios (incluido capital preferente) y el valor
contable de la deuda y el ratio de ventas sobre activo total.
Tomando como punto de referencia estos trabajos, considerados pioneros en este campo y que
constituyen la base de las investigaciones posteriores, observamos un desarrollo generalizado
de esta línea de investigación, tras la crisis del petróleo, en los años setenta, con la publicación
de numerosos trabajos basados en la misma metodología: algunos comparan los resultados de
estos dos estudios con los que obtienen al aplicar sus modelos sobre otras muestras y periodos,
destacando Deakin (1972, 1977) y Moyer (1977); otros autores introducen ajustes en los
estados contables, como la capitalización del leasing realizada por Elam (1975) ó la corrección
13
Otras de las novedades que se produjeron en esta década respecto al desarrollo del análisis de ratios fue
el creciente interés por el Estado de Origen y Aplicación de Fondos y la obtención de un nuevo
tipo de ratios a partir de sus diferentes componentes.
al nivel de precios de Norton y Smith (1979). Edmister (1972), por su parte, inició la
investigación sobre el fracaso en empresas pequeñas.
A finales de la década de los setenta esta línea de investigación se extiende a Europa, siendo
Reino Unido el país donde se desarrollaron los primeros trabajos, entre los que destaca la figura
de Taffler (1977, 1982, 1983), con el que se inicia una importante corriente de investigación
sobre fracaso empresarial en este país.
Utilizó un concepto legal de fracaso, definiéndolo como suspensión de pagos, liquidación
voluntaria (por acuerdo con acreedores), liquidación forzosa por mandato judicial o
equivalente. Seleccionó la muestra entre las compañías industriales con cotización en el
London Stock Exchange, trabajando con 23 empresas fracasadas y 61 empresas en
funcionamiento, de las cuales sólo 45 constituían el grupo de empresas solventes o sanas. Ante
la multitud de ratios financieros potenciales a incluir en el modelo, aplicó un análisis de
componentes principales del que obtuvo seis factores, cada uno representado por un ratio,
resultando que la función discriminante contenía cinco de los seis ratios identificados,
referentes a medidas de rentabilidad y endeudamiento.
Durante la última década, a pesar de haber pasado más de cuarenta años desde el comienzo de
la etapa moderna o predictiva de la investigación sobre fracaso empresarial, ésta no se ha
detenido y seguimos asistiendo a diferentes desarrollos respecto a esta línea de investigación.
Unos se han dirigido hacia los aspectos metodológicos, en un intento por mejorar y/o superar
los inconvenientes planteados con la aplicación de las diferentes técnicas utilizadas con
anterioridad e intentando aprovechar las ventajas que ofrece el avance de la informática. Otros
han analizado sectores de actividad no investigados hasta la fecha o han tratado de mejorar los
resultados alcanzados con carácter previo en muestras mixtas de empresas que operan en
diferentes sectores, realizando estudios comparativos cuando se estudian los sectores por
separado, con la homogeneidad que esta división trae consigo. Sin olvidar aquellos otros que se
plantean como objetivo comprobar la utilidad que en la predicción del fracaso empresarial
pueden tener otro tipo de variables no utilizadas en los estudios previos.
VIII.- CONCLUSIONES
IX.- BIBLIOGRAFÍA
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14
Recordemos que muchos de los ratios financieros que se han construido tienen como denominador de
la razón magnitudes como el activo total o la cifra de negocios.
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Canonigo dela sancta iglesia de Seuilla. Con licencia del Consejo Real. En Seuilla en casa
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