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DERECHO PENAL. PARTE GENERAL
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TEORÍA DEL DELITO
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inciso final del art. 40 del C. P. se refiere tanto al error de tipo como al error de prohibi-
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ción?”, en NFP, núm. 19, Bogotá, Temis, 1983, págs. 304 y ss.; el mismo: “El Código Penal
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Constitucionales, núm. 10, Bogotá, Universidad Sergio Arboleda, 2007, págs. 9 y ss.;”. VILLA
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Barcelona, Ariel, 1964; el mismo: “Die deutsche strafrechtliche Dogmatik der letzten 100
Jahre und die finale Handlungslehre”, en JuS, cuaderno 11, München/Berlin/Frankfurt,
1966, págs. 421 y ss.; ZAFFARONI, EUGENIO RAÚL: En busca de las penas perdidas, Buenos
Aires, Ediar, 1989; el mismo: “Acerca del concepto finalista de la conducta en la teoría
general del delito”, en NFP, núm. 16, Bogotá, Temis, 1983, págs. 979 y ss., con introducción
y notas de derecho colombiano a cargo del autor; ZAFFARONI, EUGENIO RAÚL/YUNGANO,
MARTA AURORA: “Notas sobre la estructuración del concepto de delito en el Código Penal
colombiano”, en Estudios de derecho penal. Homenaje al profesor Jorge Enrique Gutiérrez Anzola,
Bogotá, Impresora Gama Ltda., 1983, págs. 175 y ss.
I. INTRODUCCIÓN
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A) PRECISIONES TERMINOLÓGICAS
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3 Cfr. DESPORTES/LE GUNEHEC, Droit Pénal, 12ª ed., págs. 69 y ss.; PRADEL, Droit
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recht, 4ª ed., págs 34-35. Al respecto, recuérdese que ya la Constitutio Criminalis Carolina
de 1532 consagraba la bipartición entre causae maiores y causae minores.
9 GÓMEZ LÓPEZ, Teoría, págs. 66 y ss.
10 REYES ECHANDÍA, Derecho penal, 11ª ed., págs. 87 y ss.
11 La Constitución solo emplea el vocablo “hecho punible”, en una de sus dispo-
siciones (cfr. art. 235-2), mientras que la de “delito” es usada de manera reiterada (cfr.
arts. 35-1, 35-2, 116-3, 122-5, 150-17, 175-2, 175-3, 179-1, 186, 199, 201-2, 221, 232-3, 250-1
párr. 1º, 299-4, y 30 trans.); además, también habla de “infracción” (cfr. art. 175-2).
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B) DELITO Y CONTRAVENCIÓN
12 JIMÉNEZ DE ASÚA, Tratado, t. III, 3ª ed., pág. 132; LEVENE, Introducción, págs. 23
y ss.
13 LEMKE en Kindhäuser/Neumann/Paeffgen, Strafgesetzbuch, t. I, 2ª ed.,
pág. 306.
14 Véase FIANDACA/MUSCO, Diritto penale, 4ª ed., págs. 136 y ss.; PAGLIARO, Principi, 8ª
ed., págs. 248-249. La distinción se remonta a los Códigos Toscano de 1856 y Zanardelli
de 1889; sobre ello, CARMIGNANI, Elementi, pág. 57.
15 Al respecto LEVENE, págs. 29 y ss.; JIMÉNEZ DE ASÚA, Tratado, t. III, 3ª ed., págs. 140
y ss.; MANZINI, Trattato, 5ª ed., vol. I, págs. 663 y ss. Conocida es la distinción propuesta
por BINDING (Die Normen, I, 3ª ed., págs. 406 y 407), para quien la contravención es una
mera desobediencia a la norma que no afecta ningún bien jurídico, distinto de lo que
sucede con el delito; otra diferencia invocada a menudo es la de ROCCO (L’oggetto, pág.
352), para la que el castigo del delito persigue un “interés-fin”, mientras que el de la
contravención busca un “interés-medio”; como este último, GAITÁN MAHECHA, Curso,
pág. 89.
16 Así FERRI, “Relazione sul Progetto...”, pág. 20.
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C) DIVERSAS NOCIONES
22 MAGGIORE, Derecho penal, vol. I, pág. 251; RUIZ, Teoría del hecho punible, págs. 58
y 59.
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23 Sobre ello, PRADEL, Droit pénal, 15ª ed., pág. 244; DESPORTES/LE GUNEHEC, Droit
12ª ed., pág. 102; CEREZO MIR, Curso, t. I, 6ª ed., págs. 287 y 288; PÉREZ, Los Delitos políticos,
págs. 41 y ss.; POSADA MAYA, “Los actos delictivos”, págs. 2 y ss.; FERNÁNDEZ CARRASQUILLA,
Derecho penal, t. I, 3ª ed., págs. 301 y ss., que se inclina por una postura objetiva; VELÁSQUEZ
VELÁSQUEZ: “¿Delito político o delito común”, en Jueces para la democracia, Nº 60, págs. 136 y
ss., que opta por la tesis mixta. También, la Corte Suprema de Justicia, Sala Constitucional,
sent. de 22 octubre 1981, en JD, t. XI, Bogotá, Legis, 1982, pág. 222; Corte Suprema de Jus-
ticia, Sala de Casación Penal, providencia de cinco de diciembre 2007, radicado: 25931.
25 PRADEL, Droit pénal, 15ª ed, pág. 248.
26 Cfr. CEREZO MIR, Curso, t. I, 6ª ed., pág. 88, que acuña una concepción mixta
restringida: “sólo son delitos políticos aquellos que atentando contra la organización
política o constitucional del Estado se realizan además con un fin político”.
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de que el terrorismo sea tenido como un delito político. Cfr. Sents. C-1055 de once
noviembre 2003, por medio de la que se produjo la revisión constitucional de la Ley
804 de 2003 aprobatoria del Convenio Internacional para la represión de los atentados
terroristas cometidos con bombas, adoptado por la Asamblea General de las Naciones
Unidas el quince de diciembre 1997; y C-037 de 27 enero 2004, por medio de la que
se revisó la constitucionalidad de la ley 808 de 2003, que incorporó al ordenamiento
el Convenio Internacional para la represión y financiación del terrorismo, adoptado
por la Asamblea General de las Naciones Unidas el nueve (9) de diciembre de mil
novecientos noventa y nueve (1999): “…en ninguno de los Acuerdos de derecho
internacional y Resoluciones de la Asamblea General de Naciones Unidas en que se
condena el terrorismo se considera como delito político su financiación, sino, porque
las conductas orientadas a este fin son incompatibles con el alcance y la delimitación conceptual,
filosófica y jurídica de ese tipo de delito, en la medida en que sus autores no se inspiran en un
móvil altruista, sino que, al contrario, el terrorismo se dirige a crear una atmósfera de
terror en la población”.
28 El listado, como la ha demostrado GAITÁN MAHECHA (cfr. “Sobre el delito
la ley 975 de 2005, que convirtió el concierto para delinquir en una de sus modalidades
agravadas en “sedición”.
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ed., págs. 129-130. También, la jurisprudencia: así la Sala de Casación Penal de la Corte
Suprema de Justicia, en providencias de 26 mayo 1982, en NFP, núm. 15, Bogotá, Temis,
1982, pág. 887, aunque parecieran privar los criterios subjetivos; 22 octubre 1981, en JD,
t. XI, pág. 224; 27 mayo 1986, en JD, t. XV, Bogotá, Legis, 1986, pág. 608; 26 noviembre
2003, radicado 21639 que, por lo demás, recuerda una vieja jurisprudencia: “...el delito
político tiene que serlo objetiva y subjetivamente: la expresión así lo indica, esto es, que
el bien, interés o derecho jurídicamente tutelado en las ocurrencias en que acontece es
lo político, vale decir, la organización del Estado, el buen funcionamiento del gobierno;
y, además, los móviles que deben guiar al delincuente tienen que ser, consecuencial-
mente, los de buscar el mejoramiento en la dirección de los intereses públicos. Tal es el
sentido natural y obvio del vocablo. “Mas, también ese es el sentido obvio y natural de
la expresión que la ley emplea para consagrar los delitos políticos, cuando requiere el
propósito específico de derrocar al gobierno legítimo, o de cambiar en todo o en parte
el régimen constitucional existente, o de impedir el funcionamiento normal del régi-
men constitucional o legal vigentes, o de turbar el pacífico desarrollo de las actividades
sociales. Y eso es lo que en forma patente acredita también la circunstancia de que las
infracciones comunes que se realicen durante un movimiento subversivo, tales como
incendios, homicidios y lesiones causadas fuera de un combate y, en general, los actos
de ferocidad y barbarie, se sancionen por separado, acumulando, por excepción, las
penas”. (Auto del 25 abril 1950, M. P. Agustín Gómez Prada)”; sent. de 24 noviembre
2004, radicado 22450: “Ni la Constitución ni la ley definen qué es delito político ni
especifican cuáles son los conexos con éste; sin embargo, esta Corte tiene sentado que
el primero es “aquella infracción penal cuya realización busca el cambio de las institu-
ciones o sistemas de gobierno para implantar otros que el sujeto activo, generalmente
caracterizado por su espíritu altruista y generoso, considere más justos”, por lo que se
califican como tales los de rebelión, sedición, conspiración y seducción, usurpación y
retención ilegal de mando, es decir, los que atentan contra el régimen constitucional
y legal”; Auto de 18 octubre 2005, radicado: 24222, que vuelve a citar la decisión de 25
abril 1950 ya referida.
También, el Tribunal Superior de Medellín en decisión de tres diciembre 1982, en
NFP, núm. 20, Bogotá, Temis, 1983, págs. 521 y ss.; Corte Constitucional, sent. C-009 de
17 enero 1995 (cfr. Gaceta de la Corte Constitucional, t. I, Bogotá, Diké, 1996, pág. 37):
“El delito político es aquel que, inspirado en un ideal de justicia, lleva a sus autores y
copartícipes a actitudes prescritas del orden constitucional y legal, como medio para
realizar el fin que se persigue...”. Sobre la distinción entre delito común y delito político
–de nuevo en defensa de las posturas mixtas en esta materia– dijo la Corte Constitucional
en sent. C-171 de 1993, sin fecha (reiterada por la sent. C-069 de 23 febrero 1994), lo
siguiente: “El Estado no puede caer en el funesto error de confundir la delincuencia
común con la política. El fin que persigue la delincuencia común organizada, particular-
mente a través de la violencia narcoterrorista, es el de colocar en situación de indefensión
a la sociedad civil, bajo la amenaza de padecer males irreparables, si se opone a sus
proditorios designios. La acción delictiva de la criminalidad común no se dirige contra
el Estado como tal, ni contra el sistema político vigente, buscando sustituirlo por otro
distinto, ni persigue finalidades altruistas, sino que se dirige contra los asociados, que
se constituyen así en víctimas indiscriminadas de esa delincuencia. Los hechos atroces
en que incurre el narcoterrorismo, como son la colocación de carrobombas en centros
urbanos, las masacres, los secuestros, el sistemático asesinato de agentes del orden, de
jueces, de profesionales, de funcionarios gubernamentales, de ciudadanos corrientes
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3. Como ente jurídico. Tal vez una de las nociones jurídicas de delito
más conocidas sea la que propusiera F. CARRARA, con base en la tradición
clásica, como se explicó en su momento [cfr. capítulo séptimo, VI, B),
5]; este concepto, que no es del caso volver a transcribir, compendia
toda la arquitectura del ilícito penal con precisión y rigor lógicos incom-
y hasta de niños indefensos, constituyen delito de lesa humanidad, que jamás podrán
encubrirse con el ropaje de delitos políticos” (subrayas ajenas al texto)”. También, en
la sent. C-456 de 23 septiembre 1997, que declaró exequible el antiguo art. 127 del C. P.
de 1980, se dijo: “Al delito político se le otorga un tratamiento distinto del aplicable al
delito común, en razón de los móviles de beneficio social que eventualmente pueden
anidar en el alma de los rebeldes, pero nunca porque se juzgue apropiado el recurso a
la violencia. De hecho en las sociedades democráticas que, como la colombiana, ofrecen
canales múltiples para ventilar el disenso y buscar la transformación de las estructuras
sociales, económicas y políticas, el ámbito del delito político no puede tener ya el mis-
mo alcance que pudo tener en el pasado, lo que no quiere decir que esta modalidad
delictiva haya desaparecido de los códigos y de la Constitución”. Así mismo, en la sent.
C-928 de seis septiembre 2005, se señala: “En forma general, puede considerarse que el
delito político es aquella infracción penal cuya realización busca el cambio de las insti-
tuciones o sistemas de gobierno para implantar otros que el sujeto activo, generalmente
caracterizado por su espíritu altruista y generoso, considere más justos”. Sin embargo,
en las sents. C-1055 de once noviembre 2003 y C-037 de 27 enero 2004, ya citadas, que
recogen las pautas contenidas en normativa internacional sobre la materia, pareciera
hacerse hincapié en las teorías subjetivas. Un postrer intento por distinguir entre delito
político y delito común (para el caso, el concierto para delinquir) ha hecho la Sala de
Casación Penal de la Corte Suprema de Justicia, en el auto de once de julio 2007, radi-
cado 26945, reiterada el cinco de diciembre 2007, radicado: 25931; para una crítica de
esta decisión, véase VELÁSQUEZ VELÁSQUEZ: “¿Delito político o delito común”, en Jueces
para la democracia, núm. 60, págs. 139 y ss.
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“el homicidio” como uno de los eventos en los cuales coinciden sujeto
pasivo y objeto material!
En tercer lugar, incluye la acción dividida en psíquica (elemento
subjetivo del delito) y física (elemento objetivo); la primera, dice, es “la
voluntad guiada por la intención para alcanzar un fin”43, mientras en
torno a la segunda señala que para el surgimiento del delito se precisa
una acción humana que en el medio ambiente social modifique, ataque
o viole las relaciones exteriores entre los hombres. La acción física y la
psíquica, en su conjunto constituyen el llamado iter criminis (recorrido del
crimen o del delito) compuesto por la idea criminosa, la manifestación
de esta, los actos preparatorios, ejecutivos y de consumación.
En cuarto lugar, alude al daño, conformado también como un ele-
mento doble: público, que es el experimentado por la sociedad civil y a
través de ella el Estado, por el solo hecho de que una acción humana
infringe la ley penal; y privado, el que recae directamente o no sobre
una persona natural o jurídica, como titular del derecho o bien jurídico
lesionado con la infracción.
Esta construcción del delito permite, como es obvio, explicar desde
el punto de vista de su estructura jurídica las diversas figuras delictivas; y
muestra que no está tan distante de la concepción carrariana del “ente
jurídico” como a veces se cree. Ello no es de extrañar, si se tiene en cuenta
que E. FERRI se nutrió del pensamiento positivista tanto en su vertiente
naturalista como en la normativista44, para dar en un comienzo primacía
a la primera orientación y terminar inclinándose por la segunda que,
por cierto, abrió las puertas a la dirección técnico-jurídica45. En fin,
para concluir, no sobra recordar que este concepto analítico del delito
ha jugado un papel muy importante en la doctrina nacional, después
de que la teoría positivista penetrara de manera copiosa a través de la
legislación de 1936; incluso, todavía algunos estudios de la Parte especial
exponen las diversas tipologías delictivas con base en dicha sistemática
[sobre ello, capítulo octavo, VI, B) y C)]46.
LOZANO, Elementos, 3ª ed., págs. 117 y ss.; GÓMEZ PRADA, Derecho penal, 2ª ed., págs. 159
y ss. Sobre ello PÉREZ, Tratado, I, 2ª ed., 1975, págs. 577 a 579.
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50 Sobre ello WELZEL, Derecho penal, 2ª ed., págs. 50 a 52; JESCHECK/WEIGEND, Tratado,
5ª ed., págs. 209 y ss.; DE FIGUEIREDO DIAS, Direito penal, t. I, págs. 221 y ss.
51 Cfr. JESCHECK/WEIGEND, Tratado, 5ª ed., pág. 213.
52 Véase WELZEL, Derecho penal, 2ª ed., pág. 73.
53 La teoría del delito permite, pues, “ordenar adecuadamente todas esas categorías
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54 ROXIN, Política criminal, pág. 33; el mismo, Strafrecht, t. I, 4ª ed., págs. 227 y ss.; el
WEBER, Zum Aufbau, 1 y ss.; el mismo, “Para la estructuración...”, págs. 567 y ss.; BUSCH,
Moderne Wandlungen, págs. 1 y ss.; el mismo, Modernas transformaciones, págs. 1 y ss.;
GRAF ZU DOHNA, Der Aufbau, 4ª ed., págs. 1 y ss.; el mismo, La estructura, págs. 1 y ss.;
GALLAS, Zum gegenwärtigen Stand, págs. 1 y ss.; el mismo, La teoría del delito, págs. 1 y
ss.; WELZEL, Das neue Bild, 2ª ed., págs. 1 y ss.; el mismo, El nuevo sistema, págs. 1 y ss.;
el mismo, “Die deutsche strafrechtliche...”, págs. 421 y ss.; CÓRDOBA RODA, Una nueva
concepción, págs. 1 y ss.; SCHMIDHÄUSER, “Zur Systematik...”, págs. 268 y ss.; el mismo,
“Sobre la sistemática...”, págs. 41 y ss.; GIMBERNAT ORDEIG, “El sistema del derecho
penal...”, en ¿Tiene futuro...?, págs. 49 y ss.; AGUDELO BETANCUR, “Diversos conteni-
dos...”, págs. 1 y ss.; el mismo, Curso de derecho penal, 2ª ed., págs. 17 y ss.; ZAFFARONI,
“Acerca del concepto...”, págs. 979 y ss.; ZAFFARONI/ALAGIA/SLOKAR, Manual, 1ª ed.,
págs. 288 y ss; SCHÜNEMANN, Grundfragen, págs. 1 y ss.; el mismo, El sistema moderno,
págs. 31 y ss.; JESCHECK/WEIGEND, Tratado, 5ª ed., págs. 214 y ss.; AMBOS, “100 años de
la ‘Teoría de delito’ de Beling”, págs. 273 y ss.; HAFT, Strafrecht, 9ª ed., págs. 15 a 24;
ROXIN, Strafrecht, t. I, 4ª ed., págs. 199 y ss.; el mismo, Derecho penal, t. I, págs. 196 y ss.;
MAURACH, “Tres conferencias”, págs. 313 y ss.; DE FIGUEIREDO DIAS, Direito penal, t. I,
págs. 225 y ss.; SERRANO MAÍLLO, Ensayo sobre el Derecho penal, págs. 221 y ss.; GÓMEZ
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LÓPEZ, Teoría, págs. 85 y ss.; QUEIROZ, Direito, págs. 118 y ss.; VILLA ALZATE, Fundamentos,
págs. 1 y ss.; BUSTOS RAMÍREZ/HORMAZÁBAL MALARÉE, Lecciones, págs. 147 y ss.
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64 Así lo entendió la doctrina de entonces. Cfr. HEGLER, “Die Merkmale des Ver-
brechens”, págs. 19 y ss.; M. E. MAYER, Der Allgemeine, págs. 182 y ss., 185 y ss.
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65 Esta categoría dogmática fue introducida por H. A. FISCHER (1911) [FISCHER, Die
Rechtswidrigkeit, págs. 293 y ss.] y la retomaron A. HEGLER (1915) [cfr. “Die Merkmale des
Verbrechens”, págs. 19 y ss.], M. E. MAYER (1915) [Der Allgemeine, págs. 182 y ss.,] y, por
supuesto, E. MEZGER en diversos trabajos (1923, 1926, 1950 y 1958) [cfr., por ejemplo,
“Die subjektiven Unrechtselemente”, págs. 207 y ss.; Moderne Wege, págs. 21 y ss.; Tratado,
t. I, págs. 346 y ss.]. Sobre ello, Capítulo decimosegundo, II, D).
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66 Sobre ello, CEREZO MIR, “La naturaleza de las cosas...”, en Problemas, págs. 49 y
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expresado explica por qué las consecuencias para la teoría del delito,
emanadas de tales planteamientos, solo empezaron a sentirse después
de la Segunda Guerra Mundial, una vez fracasada la tentativa de erigir
un derecho penal nacionalsocialista por sus más reconocidos cultores:
G. DAHM, F. SCHAFFSTEIN y E. MEZGER.
Esta “revolución copernicana”, como de forma exagerada se le ha
denominado, incidió de manera radical en cada uno de los diversos
estratos del concepto de delito, como se ve en seguida68.
La acción, presupuesto común de todas las formas de aparición del
hecho punible (dolosas o culposas, de comisión o de omisión), se concibe
como “ejercicio de actividad final” y no solamente causal, en el entendido
de que esa finalidad se basa en la capacidad de previsión del hombre de
las consecuencias posibles de su obrar y puede, por tanto, proyectar fines
diversos y dirigir su actividad conforme a un plan, a la consecución de estos.
Este concepto ya había sido planteado con anterioridad en el campo de
la filosofía, e incluso diversos pensadores lo habían llevado al terreno del
derecho penal aunque, desde luego, sin vislumbrar las consecuencias ex-
traídas por H. WELZEL para la sistemática del delito en sus diversos trabajos
[cfr. capítulo décimo, IV, C)]; es este el concepto final de acción.
También la tipicidad sufrió un vuelco muy grande derivado del hecho
de que, al ubicarse el contenido de la voluntad del agente en la acción,
el tipo penal pasaba a entenderse como la descripción concreta de la con-
ducta prohibida para aparecer integrado por una parte objetivada y otra
subjetiva, cuyo núcleo es el dolo; por ello, ya desde el injusto, es posible
separar los delitos dolosos de los imprudentes, para establecer modalidades
especiales del mismo con una diversa configuración en cada uno de los
niveles de análisis de la construcción dogmática, sean de comisión o de
omisión. Aparece, pues, en todo su esplendor la concepción del tipo complejo,
y se podrá decir que este se halla integrado por elementos descriptivos,
normativos y subjetivos. La ubicación del dolo en el tipo en los hechos
dolosos era apenas lógica, si se tiene en cuenta que los mismos neoclásicos
lo habían admitido en los casos de tentativa; de allí que fuera muy puesta
en razón la célebre crítica dirigida por el mentor de esta corriente a sus
contradictores, cuando preguntaba cómo era posible que la ubicación
del dolo en el tipo o en la culpabilidad dependiese de que el disparo
efectuado por el agente diese o no en el blanco69.
La antijuridicidad es entendida, por un lado, como el juicio según el
cual la acción típica es contraria al derecho, al orden jurídico, lo que sucede
68 STICHT, Sachlogik als Naturrecht?, págs. 272 y ss., 297 y ss.; DURÁN MIGLIARDI,
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QUILLA (“Sobre el subjetivismo”, págs. 795 y ss., 800), en el sentido de que el finalismo
entendió la culpabilidad como “un reproche ético-social”.
72 Sobre ello HIRSCH, “Die Entwicklung der Strafrechtsdogmatik”, págs. 402 y ss.
73 Véase, HURTADO POZO, Manual, 3ª ed., págs. 373 y ss.
74 Véase, ROXIN, Strafrecht, t. I, 4ª ed., págs. 221 y ss.; el mismo, Derecho penal,
t. I, págs. 216 y ss. Una buena exposición sobre ello, en BORJA JIMÉNEZ, “Algunos
planteamientos”, págs. 38 a 41; SCHÜNEMANN, Consideraciones críticas, págs. 63 y ss.;
BOTERO BERNAL, “Visión crítica de la metodología de las sistemáticas”, págs. 133 y ss.;
FERNÁNDEZ CARRASQUILLA, Derecho penal, t. I, 3ª ed., págs. 631 y ss.
75 ROXIN, Strafrecht, t. I, 4ª ed., pág. 256; el mismo, Derecho penal, t. I, pág. 218.
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pág. 204.
79 Sobre ello, ROXIN, en Problemas básicos, págs. 181 y ss.
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80Cfr. ROXIN, Strafrecht, t. I, 4ª ed., pág. 224; el mismo, Derecho penal, t. I, pág. 219.
81Cfr. ROXIN, Strafrecht, t. I, 4ª ed., pág. 224; el mismo, Derecho penal, t. I, pág. 219.
82 ROXIN, Strafrecht, t. I, 4ª ed., pág. 618; el mismo, Derecho penal, t. I, pág. 575.
83 ROXIN, “Sobre la significación de la sistemática” en Política Criminal, pág. 81; el
mismo, Strafrecht, t. I, 4ª ed., pág. 618; el mismo, Derecho penal, t. I, pág. 575.
84 Cfr. ROXIN, Strafrecht, t. I, 4ª ed., pág. 225; el mismo, Derecho penal, t. I, pág. 220.
85 Véase ROXIN, Culpabilidad y prevención, pág. 71.
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86 Cfr. ROXIN, Strafrecht, t. I, 4ª ed., pág. 852; el mismo, Derecho penal, t. I, pág. 792.
87 Cfr. ROXIN, “Sobre la significación de la sistemática”, en Política Criminal,
pág. 58.
88 JAKOBS, Sociedad, norma y persona, pág. 20; BORJA JIMÉNEZ, “Algunos planteamien-
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89 JAKOBS, Derecho Penal, pág. 156; muy parecido GROSSO GARCÍA, El concepto,
pág. 333.
90 JAKOBS, Derecho Penal, pág. 157.
91 JAKOBS, Derecho Penal, págs. 237 y ss.
92 FERNÁNDEZ CARRASQUILLA, Derecho penal, t. I, 3ª ed., págs. 651 y ss.
93 JAKOBS, Derecho Penal, pág. 159; por eso, se habla de la imputación como injusto.
94 JAKOBS, Derecho Penal, pág. 177.
95 JAKOBS, Derecho Penal, pág. 174.
96 JAKOBS, Derecho Penal, pág. 419.
97 JAKOBS, Derecho Penal, pág. 420.
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pág. 273 y ss.; ANTOLISEI/CONTI, Manuale, 16ª ed., págs. 165 y ss.; CARACCIOLI, Manuale,
2ª ed., págs. 231 y ss. No obstante, otras obras contemporáneas tienden a incorporar la
construcción alemana dentro de la propia estructura del delito tradicional: cfr. FIAN-
DACA/MUSCO, Diritto penale, 4ª ed., págs. 154 y ss., 187 y ss.; FIORE/FIORE, Diritto penale,
2ª ed., págs. 158 y ss. Incluso, se retoma la concepción cuatripartita de manera amplia:
Cfr. MARINUCCI/DOLCINI, Manuale, págs. 99 y ss.
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Una vez sentadas las bases de la teoría del delito o hecho punible,
debe precisarse cuál de esos planteamientos metódicos sirve de punto
de partida a la elaboración del derecho penal positivo que aquí se
propone.
A) UBICACIÓN
111 Por ejemplo, REYES ECHANDÍA, Derecho penal, 11ª ed., págs. 95 y ss.; ESTRADA
VÉLEZ, Derecho penal, 2ª ed., págs. 83 y ss.; PÉREZ, Derecho penal, t. I, págs. 115 y ss.; RUIZ,
Teoría, págs. 129 y ss.; PÁEZ POLO, Nuevo derecho, págs. 139 y ss.; FERNÁNDEZ CARRASQUILLA,
Derecho penal, I, 2ª ed., págs. 197 y ss.; t. II, 2ª ed., págs. 112 y ss. Otras, como la de ARENAS
(Comentarios, I, 4ª ed., 1983, págs. 71 y ss.), no resistían el calificativo de dogmáticas.
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112 Cfr. VELÁSQUEZ VELÁSQUEZ, “¿El inciso final del artículo 40 del C. P...?”, págs. 304
y ss. En pro de tal corriente FERNÁNDEZ CARRASQUILLA, “Hacia una dogmática penal
sin culpabilidad”, págs. 961 y 970; AGUDELO BETANCUR, Defensa putativa, págs. 47 y 48.
Contra estos últimos, SOTOMAYOR ACOSTA, “Reseña”, pág. 266.
113 El neokantismo, como se ha precisado, “fue el recurso más comúnmente usa-
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115 Todavía hoy, sin embargo, GROSSO GARCÍA [El concepto, págs. 20, 21, 235 y ss., 246,
368, que se hace eco de lo dicho por BERNAL CUELLAR y AA. VV., La reforma, pág. 25],
afirma que el C. P. de 1980 era de orientación causalista y que no posibilitaba otro
tipo de construcciones dogmáticas [en contra, desde 1982 y 1983, respectivamente,
VELÁSQUEZ VELÁSQUEZ, en “Bibliografía”, pág. 897; ZAFFARONI/YUNGANO, “Notas sobre
la estructuración”, págs. 175 y ss.]; pero lo más grave es que, con ese punto de partida,
construye un nuevo paralogismo: en contraste con el C. P. de 1980 que –alaba como un
verdadero monumento al pensamiento sistemático, como si no fuera cierto que tam-
bién surgió en un momento en el que ya se planteaba la interacción entre el sistema y
el problema– pretende, sin éxito, mostrar el Código penal de 2000 como un estatuto
punitivo que “renuncia expresamente a la adopción de un pensamiento sistemático”
fruto de “una regulación aislada y asistemática de las diferentes categorías dogmáticas…”
(págs. 238, 250-251, 289, lo que busca demostrar a través de un análisis superficial
de las mismas: cfr. págs. 150 a 236) y que asume “en su confección el método tópico,
remitiéndolo todo a la solución aislada de los problemas, restándole toda importancia
a la coherencia interna del sistema” (idem). ¡En fin, pareciera que para poder asimilar
dicho texto fuese necesario acompañarse del “sutil arte de detectar camelos” del que
habla SAGAN (El mundo y sus demonios, págs. 223 y ss.)!
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116 Así, en planteamiento que el texto comparte, GÁLVEZ ARGOTE, “Acción e impu-
tación”, pág. 95; de otra opinión, sin embargo, GROSSO GARCÍA, El concepto, págs. 165
y ss., 183, 187.
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119 Así, con toda razón, GÁLVEZ ARGOTE (“Acción e imputación”, págs. 101-102):
“…se ha estatuido un nuevo elemento del tipo objetivo, bajo el entendido de que para
poderse imputar un resultado típico, o dicho en otros términos, para que sea imputable
el aspecto objetivo del tipo penal, es necesario que con la acción se haya creado un riesgo
jurídicamente desvalorado y éste se haya realizado en el resultado, y que por ende, cuando
esta imputación no sea posible la conducta será atípica, para lo cual deberá acudirse a
los diversos criterios que en el marco de esta teoría se han propuesto, fundamentados
en el riesgo al bien jurídico, quedando claro que si la función del derecho penal es
la protección de ellos, será su creación o aumento el que sea objeto de imputación y
no su disminución, el ámbito de protección de la norma o más precisamente el ahora
precisado como el alcance típico, el principio de confianza, y en fin, todos aquellos que
valorativa-normativamente se discuten en el campo de esta teoría…”.
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120 Cfr. ROMERO SOTO, Derecho penal, t. I, págs. VII y ss. que, desde 1969, en el
grafía”, pág. 897; el mismo, “¿El inciso final...?”, págs. 304 y ss.; ZAFFARONI/YUNGANO,
“Notas sobre la estructuración...”, págs. 175 y ss.; BACIGALUPO, Manual, págs. 106 y ss.,
154, 167; SOTOMAYOR ACOSTA, “Reseña”, pág. 266.
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122 Esta preocupación ha acompañado a la doctrina desde hace lustros. Cfr. JIMÉ-
NEZ DE ASÚA, Tratado, t. V, 2ª ed., 1963, págs. 20 y ss.; MAURACH, Tratado, t. II, págs. 55
y 56; MAURACH/ZIPF, Strafrecht, 1, pág. 452; BACIGALUPO, Manual, pág. 139; el mismo,
Principios, 5ª ed., págs. 278 y ss., 324 y ss.; FERNÁNDEZ CARRASQUILLA, Derecho penal, t. I,
2ª ed., págs. 197 y ss.; AGUDELO BETANCUR, Los “inimputables” frente a las causales, págs. 1
y ss., 80; el mismo, Imputabilidad y responsabilidad penal, págs. 1 y ss.
123 En efecto, se le ha entendido como “un equivalente central de la llamada
“doctrina de la seguridad nacional” periférica con la cual presenta solo las diferencias
lógicas derivadas de la distinta posición del poder planetario de ambas”. Cfr. ZAFFARONI,
En busca, pág. 92.
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estos ámbitos pasara por un país tropical como Colombia, mas no por Alemania– se
ha vuelto costumbre que cada nuevo estudioso que irrumpe en el escenario académi-
co con la pretensión de hacer algún aporte, muchas veces sin decantar debidamente
todo el centenario proceso vivido por la Ciencia del derecho penal germana, pretenda
formular su “propia” construcción casi siempre con él animo de “superar” a los gran-
des cultores de estas disciplinas. Así ha sucedió, entre muchos otros, con FERNÁNDEZ
CARRASQUILLA [con su “Derecho penal de la liberación” y la “Dogmática axiológica”:
cfr. “Hacia un Derecho penal”, págs. VII y ss.; Derecho penal, tomo I, 3ª ed., págs. 23 y ss.,
con evidente rigor y seriedad académicas], SALAZAR MARÍN [quien, en 1999, decidió
declarar “fundada la “Escuela Dialéctica” del derecho penal” no sin reconocer que era
“una intrepidez académica o una ambiciosa aspiración científica (¡) de poca modestia
(¡)”: Cfr. Injusto penal, pág. 31], SÁNCHEZ HERRERA [con una “Dogmática jurídico penal
fundada en principios constitucionales y orientada a las consecuencias”: cfr. Dogmática
penal, págs. 24-25, 43 y ss.] y GROSSO GARCÍA [El concepto, págs. 274, 323] quien –en una
obra esclarecedora desde el punto de vista político-criminal, pero con graves falencias en
el análisis dogmático–, después de hacer una breve exposición y crítica de las propuestas
“teleológico-valorativas” (págs. 139 y ss., 255-273), pretende colocarse por encima de
C. ROXIN y G. JAKOBS, cuando acuña lo que llama “El nuevo pensamiento sistemático”:
“De cara a las insuficiencias de las dos propuestas teleológicas antes analizadas en el
presente trabajo se pretenden trazar los presupuestos generales de una nueva propuesta
de construcción de la teoría del delito (¡!), que teniendo como punto de partida los
presupuestos epistemológicos aquí esbozados (¡!), intente superar esas deficiencias”.
Desde luego, es muy saludable que los estudiosos nacionales formulen sus propias ten-
tativas (¡de eso, justamente, se trata, ni más faltaba!); sin embargo, cabe preguntarse,
¿no será mejor que antes de dedicarse a acuñar denominaciones pomposas y a “fundar
escuelas”, se debatan las ideas a profundidad y luego, después de un largo proceso de
decantación, se exploren nuevos caminos?
125 CUETO RÚA, Fuentes, pág. 202.
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