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Vida de San Juan de la Cruz 1

Vida de San Juan de la Cruz


La Vida de San Juan de la Cruz es una parte destacada de las
materias sanjuanistas que, junto con el estudio de su doctrina mística,
el análisis y disfrute de su poesía, la interpretación simbólica de su
obra y la caracterización de su psicología conforman los temas
principales de interés sobre San Juan de la Cruz. A modo de
introducción se puede decir, que fue un religioso español del siglo
XVI, perteneciente a la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo, a
cuya reforma dedicó su vida y para lo cual escribió varias poesías y
tratados espirituales.

Las fuentes sobre San Juan son ricas y variadas, pues ya en vida
removió muchas conciencias, dejando impresiones duraderas en
aquellos que le conocieron. El interés que despertó en su tiempo hizo
que al poco de morir se redactasen varias biografías, y se tomase
declaración a numerosos testigos. Es pues una vida documentada, que San Juan de la Cruz, según un retrato anónimo
del siglo XVII.
puede ser descrita con gran realismo. A pesar de ello, es pródiga en
sucesos sobrenaturales o que fueron interpretados así por los
respectivos testigos. Más allá de la interpretación que cada cual quiera darles, es una vida típica de su época, donde
aparecen casi de forma cotidiana visiones, penitencias, arrebatos, tentaciones y endemoniados. Nada de eso, si bien
llamativo, es realmente importante, pues San Juan de la Cruz es hoy reconocido por su Teología mística, de un rigor
intelectual casi escolástico, por la cual se le considera por Doctor de la Iglesia. En el ámbito no religioso, es
conocido sobre todo por sus poesías, que desde la prisión o la soledad interior en que fueron escritas han cruzado los
siglos levantando admiración y creando escuela.

La vida de San Juan corre paralela a la de Santa Teresa de Jesús, la Madre Teresa. El común empeño que los llevó a
reformar su orden los mantuvo unidos durante décadas. También la cercanía motivada por el interés místico de sus
espíritus. A pesar de ser San Juan treinta años más joven, ella fue para él una hija y él para ella un padre. Otras
personas destacan en su vida. Ana de Jesús, su mejor discípula. Fray Antonio de Jesús, compañero primero en la
reforma. Fray Diego Evangelista, su enemigo declarado. Director espiritual, que no lo hay igual en toda Castilla,
como dijo la madre Teresa, reformador, teólogo, rector, beato, Doctor de la Iglesia y Santo. Gracias a su muerte,
acaecida de manera prematura, San Juan es hoy todo eso, pues la muerte le hurtó de padecer el riguroso examen de
sus escritos a cargo de la Inquisición y de seguir quizá la suerte de otros espirituales de ese siglo.
La vida de San Juan es muy viajera. Castellano como fue de nacimiento, murió sin embargo en Andalucía,
llevándole su destino por Medina del Campo, Salamanca, Ávila, Toledo, Baeza, Granada, Segovia y, finalmente, en
el tiempo de su muerte, Úbeda.

La biografía barroca
La biografía barroca es la forma en que se hacían las biografías en la época del barroco, forma que presentaba unos
rasgos distintivos de su tiempo. Las biografías del siglo XVII español no tenían la finalidad informativa que se
entiende hoy, sino más bien una función ejemplarizante. Y este rasgo destaca aún más si, como sucedió con San Juan
de la Cruz, el biografiado estaba inmerso en procesos de beatificación y canonización. Esto afecta a cualquier Vida
de San Juan de la Cruz que quiera redactarse hoy, porque una parte significativa de la información disponible
proviene de biografías de época. Lo bueno que tienen es que fueron escritas al poco de morir la persona y las noticias
que transmiten no son leyendas de orígenes inciertos sino declaraciones firmadas de testigos relevantes, que
conocieron a San Juan en algún momento de su vida. Y en esto de los testigos habrá unos más fiables y otros menos,
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pero son muchos y cuentan muchas cosas. Esto a su vez presenta un inconveniente que no ha podido soslayarse aún.
En el caso de San Juan de la Cruz, la persona llega descrita a través de otros. Lo poco que él dice de sí mismo,
apenas dibujan la persona, que queda oculta tras la figura del santo y tras el muro de un discreto afán, llámese si se
quiere humildad, por pasar desapercibido. Sin duda fue un santo para aquellos testigos y sus biógrafos, como es
natural, ensalzaron esos aspectos, proporcionando una ingente cantidad de material para una biografía, más bien
exterior, donde conviven con barroca naturalidad hechos naturales y sobrenaturales. A menudo la biografía se
subordina a la idea, que es la ejemplaridad de una vida en Dios, y se convierte en hagiografía, donde prima la
exaltación de la santidad a costa de la realidad inicial. La realidad está ahí pese a todo, suficientemente visible para
trazar los rasgos grandes y medianos. No se duda de dónde nació, ni de donde vivió, ni de los cargos que tuvo ni de
las personas que conoció, que son todas históricas y tienen sus propias biografías. Su obra por otra parte está bien
fechada y delimitada. Su entrega a la imprenta y las diversas copias manuscritas que se hicieron permiten fijar los
textos. Con esta realidad indubitable y natural coexisten sucesos sobrenaturales, típicos de la biografía barroca.
Curaciones, milagros, tentaciones, exorcismos, levitaciones, mortificaciones, penitencias, apariciones del diablo,
profecías (algunas bien históricas, por otra parte), persecuciones, etc. Todo ello sazonado con una muerte ejemplar y
edificante, en olor de santidad, y unos huesecillos y enseres postreros, milagrosos ellos, convertidos al poco en
reliquias. A menudo no es fácil siquiera decidir si un suceso es natural o sobrenatural. Unos ejemplos.
• Durante uno de sus viajes, se acercó corriendo un perrazo furioso. Su compañero, que a la postre narró el suceso,
temió y quiso huir pero fray Juan le rogó que no tuviese miedo. Al acercarse el animal, fray Juan extendió la
mano y el perro se amansó.[1]
• Recién fundado el Colegio de Baeza en una casa de la ciudad reciben de noche la visita de unos trasgos, que
meten estrépito y no dejan dormir. Es uno de los presentes quién narra el suceso.[2]
• Se declara un incendio en unos campos y las llamas amenazan la iglesia del convento. San Juan se arrodilla ante
ellas y queda en oración. Ya le están chamuscando el hábito cuando cambia el viento y las llamas se marchan por
donde han venido, consumiéndose al poco.[3]
• Muere una religiosa y fray Juan tiene la visión de su alma yendo al cielo. El suceso se lo contó a su madre, quien
a su vez se lo contó a la declarante.[4]
• Tiene en Ávila una visión de Cristo crucificado y la plasma en un pequeño dibujo, que todavía se conserva.[5]
• En Segovia, mientras confiesa, parécele a algunos testigos que sale como un resplandor del confesionario, y hay
un olor suave en el ambiente.[6] Las vendas usadas durante su enfermedad final también tenían un agradable olor.

Fontiveros y Medina
En la villa castellana de Fontiveros, sita en las rutas que desde el sur de la península conducían a las concurridas
ferias de Medina del Campo, nació en el año 1542 Juan de Yepes, futuro Juan de la Cruz, como tercer vástago de la
familia. Era su padre, Gonzalo de Yepes, miembro de una noble familia,[7] oriunda de la localidad toledana de
Yepes. Muertos los abuelos de Juan, su padre quedó al cargo de unos tíos suyos, que lo ocuparon en la contaduría de
sus negocios. Por ese motivo viajaba con frecuencia a Medina. Durante esos viajes conoció en Fontiveros a Catalina
Álvarez, joven hermosa pero de pobre condición con la cual se casó enamorado en 1529.[8] A consecuencia de ello,
fue repudiado por sus tíos quedando sin dinero ni oficio, obligado a aprender el de su mujer, que era tejedora de
sedas.[9] En 1530 nació Francisco de Yepes, el hermano mayor de Juan y después, un segundo hermano, llamado
Luis. Al poco de nacer Juan, el padre murió de una dolorosa enfermedad dejando a la viuda en un extremo
desamparo, al cargo de los tres hijos.[10] Catalina intentó endosar al hijo mayor a unos parientes toledanos. Al no
tener éxito, le enseñó el oficio de tejedor. Luis, el segundo hermano, murió en esos años, quizá por desnutrición. De
la infancia de Juan en el pueblo no se sabe gran cosa. En una ocasión, jugando con otros niños cerca de una laguna
cenagosa, cayó accidentalmente a ella:
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...y vido, estando dentro una señora muy hermosa que le pedía la mano, alargándole la suya, y él no se la
quería dar por no ensuciarla; y estando en esta ocasión llegó un labrador y con una ijada que llevaba le
alzó y sacó fuera...[11]
Incapaz de sobrevivir en Fontiveros, Catalina emigró con sus dos hijos a la cercana villa de Arévalo, un enclave
histórico venido a menos. Allí se empleó con su hijo mayor en una tejeduría. Nada se sabe de Juan en ese tiempo. De
Francisco sí se cuenta que pasó por una etapa disoluta, frecuentando malas compañías, y que luego se arrepintió. A
partir de ahí, se dejó instruir, haciendo frecuente oración, y recogiendo pobres de las calles. Conoció entonces a Ana
Izquierdo, con la cual se casó.[12] En 1551, la penuria familiar fue tal que se vieron obligados a emigrar nuevamente,
esta vez a Medina del Campo. Camino de allí, se cuenta el siguiente suceso, cuya noticia proviene de la declaración
efectuada por Juan de San José, confesor de Francisco de Yepes.
Viniendo el dicho venerable padre fray Juan de la Cruz con el dicho virtuoso varón Francisco de
Yepes... a la dicha villa de Medina del Campo, a la entrada della, de una laguna de agua o del río
Zapardiel (no se acuerda este testigo bien cuál de las dos partes fue), salió un pez de extraordinaria
grandeza, como una ballena y más, y con la boca cubierta, bien como que acometía al dicho venerable
padre, que era niño, para tragárselo; y el niño, temeroso, se encomendó a Dios, y desapareció el pez. Al
cual vio el dicho Francisco de Yepes y se espantó de ver una cosa tan monstruosa... Y ansí se lo contaba
a este testigo como cosa extraordinaria.[13]
Asentada la familia en la parte norte de la villa, e incapaz de sostener con su oficio al pequeño Juan, le ingresó en un
Colegio de la Doctrina. Eran estos colegios, instituciones de beneficencia que recogían niños pobres, huérfanos sobre
todo, a quienes atendían en sus necesidades primarias y daban una primera educación y oficio. Colaboraban en esta
última finalidad artesanos de la ciudad que tomaban como aprendices a los niños. El colegio de Medina había sido
provisto con rentas por Don Rodrigo de Dueñas y los niños tenían la obligación de acudir a la Iglesia de la
Magdalena para asistir a los religiosos. Juan fracasó sucesivamente como aprendiz de carpintero, sastre, entallador y
pintor.[14] Destacó sin embargo en los servicios religiosos, donde se ganó el aprecio de todos.
Otro suceso, también relacionado con el agua, tuvo lugar en ese tiempo. Se conservan varias declaraciones que
difieren en lo milagroso del asunto.
Siendo este testigo vecino del Hospital desta villa..., fue ansí que un día, viniendo este testigo a comer a
su casa, oyó decir entre mucha gente de la vecindad del dicho Hospital que el dicho niño de la Doctrina
había caído en un pozo dél, y yéndole a sacar, porque se pensaba se había ahogado, porque el dicho
pozo era muy hondo, y este testigo le ha visto, le hallaron al dicho niño de la Doctrina vivo dentro del
pozo y que decía que una Señora le había tenido para que no se ahogase, y ansí le sacaron sin lesión ni
daño alguno, y se publicó que la Virgen Nuestra Señora era la que le había sustentado y tenido para que
no se ahogase; y este testigo vio después de pasado este caso muchas y diversas veces al dicho niño.[15]
Quizás a raíz de este comentado suceso o de sus buenas cualidades, Juan fue requerido como recadero por Alonso
Álvarez de Toledo, administrador del Hospital de Nuestra Señora de la Concepción, también conocido como
Hospital de las bubas. Al mismo tiempo, comenzó a estudiar en el Colegio de la Compañía de los jesuitas, recién
fundado. Dado que terminó sus estudios en el año 1563 se estima que debió empezarlos cuatro años antes, en 1559.
Los estudios allí realizados fueron del tipo humanista que preconizaban los jesuitas, saliendo de allí al menos con
conocimientos de griego, latín y retórica, y habiendo aprovechado bien en ellos, según relata, entre otros, su propio
hermano.[16] En estos años tomó su primer contacto con los clásicos latinos y españoles.
Acabados sus estudios con 21 años, Alonso Álvarez, el administrador del Hospital quiso que se ordenara sacerdote y
quedase al servicio de la institución. Algunas órdenes religiosas se interesaron también por él. Un día, sin embargo,
salió en secreto del Hospital y se acercó al convento que tenían los carmelitas en Medina, provisional mientras el
definitivo se construía. Allí solicitó el ingreso en la orden y, casi al momento, recibió la tonsura y tomó el hábito, de
color marrón y capa blanca, adoptando entonces el nombre de fray Juan de Santo Matía.
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La Orden de Nuestra Señora del Carmen


La elección de la orden del Carmen se ha querido rodear de una
aureola de revelación milagrosa o talante reformador. No hay tal. Le
guiaba más el amor a la Virgen como aseguran algunos que le trataron
entonces.[17] La Orden del Carmen retrotrae sus orígenes a una
comunidad ascética que se formó a mediados del siglo XII (1156) en el
Monte Carmelo, una elevación situada en la tierra de Palestina.[18] Esta
comunidad fue fundada por Bertoldo de Calabria, hábil guerrero al
servicio de Godofredo de Bouillon que, pese a tal condición, había
prometido consagrarse a la religión si la ciudad de Antioquía, asediada
entonces por Adalberto Zanghis, resistía y se salvaba.[19] Como así
ocurrió, Bertoldo organizó un eremitorio regido por unas reglas sueltas
que su sucesor, San Brocardo unificaría. Para ello, Alberto de
Jerusalén, patriarca de Jerusalén extendió una regla en forma de 16
Escudo de la Orden del Carmen.
puntos.[20]

1.- Uno de los hermanos será elegido prior y los demás le prometerán obediencia.
2.- Cada hermano tendrá una celda separada, elegida por el prior.
3.- Nadie podrá cambiar de celda sin permiso.
4.- La celda del prior estará en la entrada, para recibir a los que vengan.
5.- Todos permanecerán día y noche en su celda, orando y meditando, si no tienen otra cosa legítima que hacer.
6.- Los que sepan leer y recitar, rezarán las preceptivas Horas Canónicas.
7.- Ningún hermano tendrá nada de su propiedad. Todo será común y el prior lo distribuirá según las necesidades.
8.- El oratorio estará en el medio de las celdas.
9.- Se reunirán ciertos días para tratar la observancia y corregir las negligencias.
10.- Ayunarán desde la Exaltación de la Cruz hasta Pascua, excepto por enfermedad u otra causa justificada.
11.- No comerán carne, excepto por enfermedad.
12.- Cultivarán la fe, la justicia y la castidad.
13.- Trabajarán en silencio.
14.- Se respetará el silencio desde completas hasta prima, y lo que se hable fuera de ahí, no será ocioso.
15.- El prior meditará las palabras: El que quiera ser mayor, hágase siervo.
16.- Los hermanos honrarán al prior con humildad.
Según esta regla, la vida carmelitana era eminentemente contemplativa y estaba marcada por la soledad, la renuncia
y el silencio. En los siglos siguientes la orden pasó a Europa, donde se adaptó la regla primitiva y se fundaron
conventos para mujeres. En los siglos XIV y XV cundió la opinión de que la regla primitiva era demasiado rigurosa
por lo que Eugenio IV concedió una mitigación, consistente en levantar el ayuno, el silencio, la separación de celdas
y la prohibición de comer carne.[21] Esta regla, llamada mitigada, se siguió desde entonces en casi todos los
conventos, incluido el de Medina. Fray Juan terminó su noviciado en Medina en el año 1564, profesando los votos
en el mismo convento, recibiendo los votos el superior de la casa y actuando como testigos fray Ángel de Salazar,
provincial de Castilla y Alonso Álvarez de Toledo. La fórmula de la profesión fue:
Ego frater Ioannes ut infra promitto obedientiam, paupertatem et castitatem Deo et reverendo patri fratri
Ioanni Baptistae Rubeo, de Ravena, priori generali Ordinis Carmelitarum.[22]
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Apenas profesó pidió permiso para observar la regla primitiva de la orden. Se tiene de entonces vaga noticia de la
composición de unas canciones poéticas, que no se conservan ni parecen guardar relación con sus obras
posteriores.[23]

Salamanca
La Universidad de Salamanca vivía en esos tiempos su época de mayor
esplendor, tanto por la calidad de sus docentes como de su
enseñanza.[24][25] Había siete mil alumnos matriculados en las
diferentes facultades, destacando por número el derecho, las lenguas y
la teología. Los carmelitas disponían en Salamanca del Colegio de San
Andrés, que estaba obligado a acoger con adecuada hospitalidad a los
estudiantes de la Orden que acudían a la ciudad para seguir las clases
universitarias. El Colegio de San Andrés era un medio para la
restauración cultural del Carmelo en España, motivo por el cual recibía
Biblioteca de la Universidad de Salamanca.
en esos años especial atención por parte de los generales de la orden.
Tenía categoría de Studium generale por lo que disponía de estudios
propios y un cuerpo docente. El régimen de vida era riguroso. Los alumnos tenían prohibido salir de él, si no era para
asistir a las clases de la universidad y debían hacerlo de dos en dos, y guardando la debida compostura.

Fray Juan de Santo Matía aparece matriculado en la universidad el 6 de enero de 1565 junto al resto de alumnos del
Colegio. Se desconoce qué estudios cursó pues la información disponible deja una laguna de ignorancia que sólo se
puede mitigar describiendo el ambiente general universitario. Los estudiantes del Colegio llevaban un doble régimen
de estudios, los del colegio y los universitarios.[26] De los estudios universitarios se tiene cierto conocimiento. Los
estudiantes estaban sentados en bancos sin respaldos, escuchando al maestro, que debía disertar sobre su tema sin
leer ningún papel. No se permitía dictar la lección, prohibición que profesores y alumnos se saltaban, unos para dar
tiempo a que los alumnos tomasen notas y, los otros, pateando el suelo si juzgaban que el profesor se apresuraba
demasiado. Las clases se impartían en latín. La enseñanza está influida por el tomismo, aunque los maestros tenían
libertad para comentar, ampliar, refutar o enmendar al aquinate, introduciendo elementos platónicos o averroístas. En
general, había un ambiente liberal que admitía a discusión cualquier sistema u opinión. Dentro del Colegio de San
Andrés, por su parte, se estudiaba teología a través de las obras de dos destacados maestros de la orden: Juan
Baconthorp (1290-1345) y Miguel de Bolonia.[27]
Este es el ambiente general en el cual pudo estudiar fray Juan de Santo Matía. Se sabe que aprovechó bien sus
estudios, porque fue nombrado prefecto de estudiantes. El contraste entre los sistemas estudiados le dio flexibilidad
de pensamiento, mientras que el férreo estilo escolástico le ayudó a fundamentar y estructurar su futura teología
mística. Al respecto, las primeras inquietudes pudieron ocuparle el año 1567, tiempo en que debía ingresar en la
Facultad de Teología. Era costumbre que los nuevos teólogos defendiesen públicamente una tesis de ingreso frente a
estudiantes más avanzados. San Juan había dedicado especial atención a los textos místicos de San Dionisio y San
Gregorio de Nisa, y estudiado algunas ideas de su tiempo, encontrando en éstas una mala inteligencia del hecho
místico. Aunque no se conserva nada de su disertación, se sabe que fue calificada de excelente.[28]
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Duruelo
Mientras tanto, en ese año de 1567 andaba la Orden revuelta por el
empeño que ponía una mujer en reformarla. Teresa de Jesús tenía
desde hacía unos meses el beneplácito de sus superiores para fundar
conventos de monjas en Castilla. Había pedido además permiso para
extender la reforma a los frailes, y andaba buscando frailes que
pudiesen comenzarla. La madre Teresa llegó a Medina del Campo el
14 de agosto de ese año con intención de fundar su segundo convento
de Descalzas. Allí expuso sus planes a fray Antonio de Heredia, prior
del convento de Santa Ana, que se ofreció para ser primero en la
reforma. Como era ya mayor, la madre Teresa le pidió que esperase,
temiendo que no habría de aguantar el rigor de la vida reformada.
También le hablan de un virtuoso estudiante de Salamanca, que en esos Santa Teresa de Jesús, en un cuadro de
Rembrandt.
días había venido a cantar su primera misa. Es el propio fray Juan, con
quien se entrevista en septiembre u octubre de ese año.[29] Meditaba
fray Juan abandonar el Carmelo y los estudios para pasarse a la Cartuja, mucho más penitente y recogida. Al conocer
los planes de la Madre Teresa para la reforma de los frailes, que incluían permiso para fundar dos conventos de
frailes reformados, cambió de idea y se comprometió a seguirla con la única condición de que no se tardase mucho.
Después de la entrevista, la madre Teresa comentó a sus hijas que ya tenía fraile y medio para la reforma.[30][31]
Fray Juan volvió a Salamanca para terminar sus estudios.

En el verano de 1568, acabado el año escolar, fray Juan volvió a Medina, donde se encontró otra vez con la madre
Teresa. En el ínterin le habían ofrecido un casuco de labranza en una localidad bien humilde de la provincia llamada
Duruelo, difícil de encontrar, incluso queriendo.[32] Allí se proponía fundar el primer convento de descalzos,
propósito que secundaron de buen grado fray Juan y fray Antonio. Durante el verano se sucedieron los preparativos.
Llegado el momento, fray Juan se adelantó acompañado de un albañil con vocación de lego para preparar la casa.
Llevaba con él unos pocos enseres, unas estampas para adornar una improvisada iglesia y unos relojes de arena para
regular la vida conventual. El camino hasta Duruelo transcurría por la Moraña. Duruelo era un lugarejo en un
vallecillo, encajonado entre altozanos de encinas. La casuca tenía portal, cámara, desván y cocinilla. Acometida la
reforma, avisaron a sus superiores. Mientras esperaban, la vida en Duruelo transcurrió haciendo penitencia y
apostolado.[33] Francisco de Yepes, el hermano de fray Juan, se acercó a ver a su hermano. Salían temprano a
predicar a los lugares vecinos.
El 27 de noviembre llegaron unos carmelitas a Duruelo. Algunos venían a la fundación, entre ellos el provincial fray
Alonso González. Otros, como fray Antonio de Heredia, venían para quedarse. Este último se lamentó entonces de
que fray Juan hubiese mudado el hábito, porque de esa forma ya no podía ser el primero, como era su deseo. Al día
siguiente, después de celebrada la misa, fray Antonio de Heredia, fray Juan de Santo Matía y un diácono llamado
fray José de Cristo se acercaron al altar y dieron cumplimiento al doble ritual de renunciar a la regla mitigada por
Eugenio IV, para volver a la regla primitiva sin mitigación. El acta de fundación dice:
Nos, fray Antonio de Jesús, fray Juan de la Cruz y fray José de Cristo, comenzamos hoy, 28 de
noviembre de 1568 a vivir según la regla primitiva.
Todos ellos trocaron su nombre. Fray Antonio de Heredia adoptará el nombre de fray Antonio de Jesús y fray Juan
de Santo Matía firmará de ahí en adelante como fray Juan de la Cruz.[34]
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Mancera y Alcalá de Henares


Próximo a Duruelo, a eso de una legua, estaba el pequeño pueblo de
Mancera de Abajo, donde Don Luis de Toledo, primo del Duque de
Alba, tenía un palacio residencia. Año y medio después de la fundación
de Duruelo, fray Antonio ganó la voluntad de Don Luis, que les cedió
una iglesia construida por él mismo, y les invitó a trasladarse allí.
Como Duruelo se había quedado pequeño, la comunidad accedió al
traslado, previo permiso del provincial. La ceremonia de fundación de
Mancera, celebrada el 11 de junio de 1570, fue más solemne, siendo
acompañada por numerosa gente, no sólo de allí sino venida también
Roquedas y cuevas en Pastrana.
desde Salamanca. La primitiva fundación quedó desierta y arruinada
poco después. Fray Juan hubiese seguido su vida reformada de no ser
porque fue reclamado para dos empresas. El 13 de julio de 1569, se había fundado el segundo convento reformado,
cerca de la localidad alcarreña de Pastrana,[35] constituido por dos ardorosos napolitanos, Ambrosio Mariano Azaro y
Juan Narduch que habían sido ganados para la reforma por la madre Teresa.[36] Desde Alcalá acudieron novicios y la
nueva fundación se convirtió en el primer noviciado. La madre Teresa temía que un celo mal entendido desfigurase
el verdadero espíritu carmelitano, por lo que solicitó que la vida espiritual de Pastrana fuese guiada por Juan de la
Cruz. Fray Juan recibió la orden y emprendió el camino de treinta leguas, acompañado por el hermano fray Pedro de
los Ángeles. El itinerario marcado en la época pasaba por Ávila, Navalperal de Pinares, Robledo de Chavela. De allí
se bajaba hasta Navalagamella, dejando a la izquierda una insignificante población, convertida inopinadamente en
centro del reino por la fábrica en ciernes de un rocoso y austero palacio: San Lorenzo de El Escorial. Móstoles,
Madrid, Alcalá de Henares y Pastrana completaban el camino. Cuatro profesos y diez novicios formaban en ese
momento la comunidad de Pastrana, incluyendo gente ilustre, religiosos antiguos y aventajados universitarios.
Durante un mes, fray Juan organizó la vida espiritual dotando a la comunidad de reglas y prácticas. Después partió
de allí y desandó el camino a Mancera.[37]

En noviembre de 1570 se detuvieron en Mancera tres monjas descalzas que iban camino de Salamanca, a la
fundación que la madre Teresa ha promovido allí. Una de ellas es una joven hermosa y capaz llamada Ana de Jesús,
aún novicia, que se convertirá más adelante en una de las principales discípulas de fray Juan.[38] Durante su estancia,
recibieron instrucciones para ordenar su futura vida conventual. Por esos días se estaba gestando asimismo la
fundación del convento de Alba de Tormes. Fray Juan acudió y se empleó en labores varias, igual confesaba que
tomaba los apeos de albañil, derribaba muros y sacaba escombros. La fundación de este nuevo convento se realizó el
24 de enero de 1571. De aquellos días dejó recuerdo la mansedumbre de fray Juan.[39]
La labor reformadora y formadora de fray Juan prosiguió en otros lugares. El 1 de noviembre de 1570 se había
fundado en la ciudad de Alcalá un Colegio de Descalzos, que era a la sazón el primero y única de la reforma. Andaba
la institución falta de un rector por lo que el comisario apostólico fray Pedro Fernández extendió una patente para
fray Juan, que la recibió en Mancera de manos del prior fray Antonio y motivó su partida hacia Alcalá en abril de
1571. Le acompañó en ese nuevo viaje entre las dos Castillas el mismo fray Pedro de los Ángeles con el que fue a
Pastrana, pero esta vez no aguarda el término de su misión, pues llegados a Alcalá se volvió.[40] Fray Juan se quedó
en la ciudad del Henares y ya no volvió más a Mancera. La casa donde empezó la reforma se aparta así de su
camino.
La organización del Colegio de Alcalá no se conoce demasiado. La falta de profesorado propio motivaba que los
estudiantes acudiesen a la Universidad Complutense. Alcalá, al igual que Salamanca, era uno de los centros
culturales del país y la vida estudiantil estaba presente por doquier. Entre el bullicio de los estudiantes destacaba la
sobriedad de los alumnos del Colegio que pasaban silenciosos, con hábito pobre y capa blanca, pies desnudos y
actitud modesta. Fray Juan vestía un burdo sayal que no le alcanzaba el tobillo y no llevaba sandalias. Su aspecto
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apacible ganó nuevos estudiantes para la reforma, entre ellos Inocencio de San Andrés quién será luego uno de sus
discípulos más allegados.[41] Siendo rector de Alcalá ocurrió un altercado en Pastrana cuya resolución le fue
encomendada. Sucedió que se había hecho cargo de la dirección espiritual un maestro cuyo rigor penitencial había
soliviantado, y quebrado también, las voluntades de los novicios. Si el eje de la reforma carmelita era la vida
contemplativa, este maestro entregaba a sus discípulos a prácticas extravagantes que poco tenían que ver con ella,
como salir a los bosques vestidos como pobres y acarrear leña para intentar venderla en los pueblos vecinos por
sumas desorbitadas de dinero, sumas que obviamente nadie querría pagar, y motivaría que los novicios tuviesen que
soportar insultos e impertinencias. Las reacciones eran diversas, a veces de fina ironía. Un caballero preguntó a un
novicio llamado fray Ambrosio Mariano la razón de acarrear leña a cuestas. Este respondió:
Porque así nos calienta dos veces.[42]
Más allá de estas ocurrencias particulares, había descontento y preocupación porque el prestigio de la reforma estaba
en entredicho, por lo cual debió requerirse que fray Juan volviese allí. El 23 de abril de 1572 estaba en Pastrana,
donde ordenó la vida de la comunidad, regulando las salidas y prácticas penitenciales.[43] Después de eso regresó a
Alcalá.

Ávila
En 1571, la madre Teresa fue nombrada, a su pesar, priora de la
Monasterio de la Encarnación de Ávila, sito en su ciudad natal y bien
conocido de ella por haber estado allí. Si bien la decisión fue del
comisario apostólico fray Pedro Fernández, la aceptación le vino a la
madre Teresa, según ella cuenta, de una pequeña revelación donde el
Señor le urgió a aceptar el encargo.[44]

La Encarnación de Ávila era un convento amplio y populoso, que


contaba a la sazón con ciento treinta monjas, por demás hambrientas
dada la escasez de recursos que padecía el convento, y temerosas
también de que la Madre Teresa, que venía de fuera, impusiese allí la
vida rigurosa de la reforma. Las dificultades y la soledad con que
Vitral de Santa Teresa.
enfrentaba su tarea motivó que solicitase del mismo comisario que fray
Juan de la Cruz fuese nombrado director espiritual del convento. Había
reticencias porque dicho nombramiento podía suponer un desaire para los padres calzados que, desde siempre,
habían realizado esa tarea. De cualquier modo, fray Juan dejó el cargo de rector en Alcalá y se trasladó al convento
que los frailes de la observancia tenían en Ávila, cerca de la muralla. Allí vivían otros frailes descalzos como él, que
las autoridades de la orden habían mezclado con los calzados por ver si esa convivencia mejoraba el tono general de
la vida carmelitana. No era fácil que ocurriese. Durante un tiempo, fray Juan compartió las labores de confesión con
los padres calzados habituales. Poco a poco, su influencia se dejó sentir entre las monjas que empezaron a preferirle
en detrimento de sus antiguos confesores. La convivencia no debía ser buena, porque fray Juan y un compañero de la
reforma llamado fray Germán de San Matías, abandonaron el convento de los padres calzados y se trasladaron a una
casuca con un corralillo, adosada a la Encarnación, que la madre Teresa les había dispuesto.[45]

La dirección espiritual de fray Juan en el convento de la Encarnación consiguió los objetivos pretendidos por la
madre Teresa. El descontento inicial fue cediendo y la comunidad de monjas enderezó su malestar hacia la vida
espiritual pretendida. Un capítulo aparte de su estancia en Ávila la constituye la colaboración con la madre Teresa.
Uno y otro eran espíritus singulares y cimas de la mística. La madre Teresa había tenido muchos directores pero la
dirección de fray Juan le pareció tan acertada que con el tiempo diría: Después que se fue, no he hallado en toda
Castilla otro como él. Por otra parte, fray Juan no conoció otro espíritu con tanta riqueza de experiencias místicas.
La guía espiritual de fray Juan era rigurosa y deshacía sin consideración todo gusto por el apetito de las cosas, tanto
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de las cosas divinas como de las humanas. Se cuenta que la madre Teresa gustaba de comulgar con hostias grandes
porque así le parecía que tenía al Señor más tiempo con ella. A poco que lo supo, fray Juan le hizo comulgar no ya
con una hostia pequeña sino con media, para que la madre se desapegase de ese gusto. En otra ocasión, estando en
Beas privó de la comunión a unas monjas, que se complacían demasiado en el sacramento. También se la negó una
vez a Ana de Jesús.[46]
Se conserva en el Monasterio de la Encarnación un locutorio donde se narra el siguiente suceso. Hablando un día
fray Juan y la madre Teresa de la Santísima Trinidad, fray Juan fue movido como por una fuerza irresistible y se
levantó, o fue levantado subitamente, quedando de pie. Uno de los biógrafos de su tiempo añade que el ímpetu fue
tal que salió despedido hacia el techo, llevándose incluso la silla. La madre Teresa, sorprendida, preguntó por lo
ocurrido:
- ¿Ha sido movimiento de oración?
- Creo que sí -respondió él.[47]
Otra vez, tuvo fray Juan una visión de Cristo crucificado, que se
aparecía visto desde una perspectiva superior, colgando de la cruz con
los brazos descoyuntados y la cabeza caída. Fray Juan plasmó la visión
en un pequeño papel y se la entregó a una de las monjas del convento
con la que tenía más trato. Este dibujo todavía se conserva en ese
mismo convento, en un sencillo relicario de madera dorada.[48] En otra
ocasión, murió una monja en el convento y fray Juan contempló cómo
su alma subía al cielo.[49] Durante su estancia en la ciudad ocurrieron
asimismo algunas cosas, extramuros del convento.

• Había un rico caballero, comidilla de la ciudad, que visitaba y


regalaba a una monja. El asunto causaba inquietud tanto en la casa
del caballero como en el convento. La monja confiesa con fray Juan
y decide no verle, tras lo cual el caballero espera a fray Juan y, presa
de la ira, le sorprende y apalea dejándole bien curtido. Fray Juan
evita la denuncia y lo único que dirá después es que se le hicieron
Cristo de San Juan de la Cruz, en el Monasterio
dulces los palos, como a San Esteban las pedradas.[50] de la Encarnación de Ávila.

• Una noche, estando sólo, allanó la casuca en que vivía una joven de
buena familia y mejor presencia que le seguía desde hace tiempo. Fray Juan resistió la tentación y conminó a
marcharse a la joven, que volvió a su casa avergonzada de lo que había hecho.[51]
• En el colegio agustino de Nuestra Señora de Gracia, era notoria una joven monja que explicaba con gran tino las
escrituras a pesar de no haber cursado estudios ni tenido maestros. Había sido visitada por teólogos de reputado
prestigio de la Universidad de Salamanca: Fray Luis de León, Mancio de Corpus Christi... Se requirió al fin la
presencia de fray Juan que, después de una hora de trato con la joven, afirmó rotundamente Señores, esta monja
está endemoniada. Según se dijo, con seis años la monja había extendido una cédula de entrega al demonio,
firmada con su propia sangre. Después de esto se inició un largo y penoso proceso de exorcismo, que duró meses
y del que dan cuenta varios testigos.[52]
• En otra ocasión fue a Medina del Campo, donde había una monja enferma de la que se decía que tenía un mal
espíritu. Tras confesar a la monja, dijo que no era nada de eso sino falta de juicio. Estando en la ciudad visitó a su
madre y allí debió contarle el suceso de la monja difunta cuya alma había visto ascender a los cielos.[53]
En diciembre de 1575, el prior de los calzados de Ávila decidió quitar de en medio a los confesores descalzos
mediante el expeditivo método de apresarlos y llevarlos a la cárcel conventual de Medina del Campo. Las monjas y
parte de la ciudad protestaron airadamente y gracias a la intervención del nuncio Ormaneto los captivos volvieron y
fueron confirmados en su puesto.(JRV p.45) Empezaban las dificultades.
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Dificultades de la reforma
La Orden del Carmen tenía por general en esos días a Juan Bautista Rubeo que había autorizado la fundación de
varios conventos reformados porque la reforma era vista, al menos al principio, con buenos ojos. En 1567, el Papa
había extendido un breve para que el rey Felipe II nombrara dos comisarios apostólicos, independientes del general y
con plenas atribuciones. Fueron nombrados dos padres dominicos: fray Pedro Fernández y Francisco de Vargas.
Mientras fray Pedro Fernández ejerció su labor en consonancia con el general de la orden, el segundo tomó algunas
decisiones contrarias al espíritu integrador con que se había iniciado la reforma. Así, mientras que en Castilla se
tomó la homeopática medida de mezclar calzados y descalzos para estimular la reforma de los primeros, en
Andalucía se dio a los descalzos el convento calzado de San Juan del Puerto en Huelva. Además, se fundaron
conventos en Sevilla, Granada y la Peñuela, contraviniendo las intenciones del general del Carmen.[54] En 1574, se
reunió una junta de provinciales españoles que envió a Roma un negociador, fray Jerónimo Tostado, para conseguir
que los comisarios apostólicos fuesen nombrados por la orden. A resultas de ello, el Papa derogó el nombramiento
de los dos comisarios, decisión que no gustó al legado apostólico en España, el nuncio Ormaneto. Su reacción fue
nombrarlos reformadores con iguales atribuciones que antes. La decisión provocó la abierta oposición de los
calzados que enviaron a Roma informes negativos y protestas, no siempre objetivos. El general de la Orden escribió
dos cartas a la Madre Teresa, que no las recibió hasta mucho más tarde. En medio de esta situación, el capítulo de la
orden se reunió en Piacenza en mayo de 1575. Ante las quejas de los calzados y el silencio de los descalzos, el
capítulo tomó una serie de medidas encaminadas a aniquilar la reforma. Nombrar un visitador para calzados y
descalzos, supresión de los conventos andaluces que habían sido fundados sin licencia y la prohibición de fundar
nuevas casas. Para la madre Teresa se dispuso que quedase recluida en un convento de su elección. Se requirió
asimismo el apoyo del brazo secular, del nuncio y los legados apostólicos.
Jerónimo Tostado obtuvo el cargo de visitador y volvió a España a mediados de 1576 con el ánimo decidido de
acabar con la reforma. Las cosas sin embargo no salieron como esperaba. Al presentar sus credenciales ante las
autoridades le fueron retenidas por el Consejo Real, pretextando discordancias con las disposiciones pontificias del
nuncio. Incapaz de cumplir su mandato, regresó a Portugal, para alivio de la madre Teresa, que dijo: Nos ha librado
Dios del Tostado.[55] En septiembre, se convocó en Almodóvar una junta de descalzos que reunió a los superiores de
los nueve conventos de la Reforma: Mancera, Pastrana, Alcalá, Altomira, Granada, La Peñuela, Roda, Sevilla y
Almodóvar. Fray Juan de la Cruz fue invitado a acudir en deferencia a su condición de primer descalzo. En ese
capítulo se aprobó una Constitución para la reforma, que era un compendio de lo que ya se venía haciendo y de las
disposicíones dadas tanto por los generales de la orden como por fray Antonio de Jesús y fray Juan de la Cruz en
Duruelo. La constitución establecía un equilibrio entre la vida activa y la contemplativa, escasa en esto último para
las tesis que defendía fray Juan. Además de la regulación interna se tomaron algunas medidas para defender la
reforma de los ataques externos. Se acordó enviar a Roma a dos Padres para defender ante el Papa la reforma de los
ataques que recibía. También se decidió que fray Juan cesara en su puesto de vicario y confesor de la Encarnación,
con objeto de evitar tiranteces con los calzados. Ninguna de las dos disposiciones se llevó a efecto.[56]
En junio de 1577 murió el nuncio Ormaneto, que había defendido a capa y espada la reforma. Su sucesor Felipe Sega
era del parecer contrario y a su nombramiento comenzaron los calzados a dar los primeros pasos para desmantelar la
reforma. A finales de 1577, el dos de diciembre, un grupo de calzados y seglares armados se allegaron a la casita
donde vivía fray Juan, descerrajaron la puerta y prendieron a fray Juan y a su compañero, llevándolos presos al
convento del Carmen. Allí fueron azotados dos veces. Días después los dos presos fueron sacados de Ávila. El
compañero de fray Juan fue llevado a Medina mientras que a él lo llevaron, entre maltratos y grandes rodeos, hacia la
ciudad imperial, al convento calzado que tenía allí la Orden. Realizó el traslado el padre Maldonado prior del
convento, siguiendo la orden dada por el visitador Jerónimo Tostado, que requirió que fray Juan le fuese llevado. En
cuanto tuvo noticia del secuestro, la madre Teresa escribió al rey, suplicándole que hiciese algo. Poco se pudo hacer.
Con gran secreto, fray Juan fue encerrado en una celda del convento de Toledo. Nadie sabía donde estaba y los
calzados se conjuraron para ocultar su paradero.
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Toledo
El convento del Carmen de Toledo, principal entre los conventos de la orden, se erigía en el lado sur de la ciudad
sobre el abrupto tajo que da nombre al río. Fue así hasta el año 1808 en que quedó destruido por la guerra que
sostuvieron españoles y franceses.[57] Vivían en el recinto ochenta religiosos, de los cuales era superior el padre
Hernando Maldonado, el mismo que había secuestrado a fray Juan por orden de Jerónimo Tostado. Llegó preso fray
Juan al convento a mediados de diciembre, y al poco compareció ante un tribunal de calzados, formado por el
visitador, el padre Maldonado y otros padres. Allí se le leyó el acta del capítulo celebrado en Piacenza el año
anterior, que decidía el desmantelamiento de los conventos andaluces y, so pena de excomunión, se le conmina a
abandonar la reforma y volver a la observancia. Más allá de la decisión personal que se le instaba a tomar, estaba el
hecho de que siempre había actuado siguiendo las órdenes de sus superiores, tanto de su general como de los
visitadores. La fundación de Duruelo-Mancera, la de Pastrana y todas las de Castilla se habían realizado con la
aquiescencia de los superiores y no se veían afectadas por la resolución del capítulo general. Tampoco él podía ser
acusado de desobediencia, por más que, como primer calzado y maestro destacado de la reforma, se le tuviese por un
obstinado rebelde. La muerte del nuncio no anulaba per se los nombramientos hechos y no sería hasta unos meses
después que su sucesor los derogase. Legalmente no podía ser obligado a nada, extremo que no fue respetado por el
tribunal. Después del poco éxito que tuvieron las amenazas y los ofrecimientos halagadores se le condenó en
rebeldía y encerró en la cárcel conventual. A los dos meses se le cambió a un sitio preparado exprofeso para él, de
seis pies por diez de planta y con la única abertura de una saetera en lo alto de tres dedos por la que sólo a mediodía
entraba luz suficiente para poder leer. Era tan exigua la celda que fray Juan, con lo pequeño que era, apenas cabía.[58]
El lugar era antes un servicio y por eso carecía de luz. El lecho se confeccionó con una tabla echada en el suelo y dos
mantas raídas. De ropa, la que llevaba, sin poder cambiarse. En estas precarias condiciones tuvo que soportar el
invierno toledano, cuyo rigor hizo que se le despellejasen los dedos de los pies.
A la inhumanidad del habitáculo se sumaron luego diversos padecimientos y humillaciones, por lo pronto, una mala
alimentación a base de agua, pan y sardinas, si acaso algunas sobras, y ayuno prescrito tres días a la semana. No se
producía este ayuno en la soledad de su celda, sino que esos días era sacado de su celda y cenaba con los frailes, pero
no sentado como ellos sino de rodillas en el suelo. Después de la cena, el superior le increpaba, recriminando
largamente su rebeldía, acusándole de sostener la reforma para ser tenido por santo. Los viernes recibía de balde una
disciplina circular que se extendía por el tiempo de un miserere. Dispuestos los frailes en círculo, desnudaban su
espalda y por turno la castigaban de recio con varas. A veces, los frailes hablaban frente a su celda, fingiendo el final
de la reforma para atormentarle. Fray Juan soportaba todo con dulzura. Algunos novicios lamentaban lo que
ocurría.[59] Mientras, la madre Teresa no cesaba de buscar. Las pesquisas señalaban a Toledo por lo que escribió a la
priora de las descalzas, Ana de los Ángeles, para que investigase. Nada consiguió averiguar. El silencio que cubría el
paradero de fray Juan era absoluto, pues cualquiera que lo ayudase recibiría un severo castigo.
A los seis meses de cautiverio se hizo cargo de su guarda un nuevo carcelero, venido de Valladolid. Se trataba de un
joven llamado fray Juan de Santa María, que tenía mejor corazón que el anterior carcelero. Por lo pronto, evitó
cuando podía bajarle al refectorio, y le trajo una nueva túnica. Viendo su mejor disposición, fray Juan le pidió un día
tinta y papel para escribir cosas de devoción. A partir de ahí, aprovechando el mediodía, cuando entraba luz por la
aspillera, comenzó a transcribir poesías que, durante su encierro, había ido componiendo mentalmente. De esa
manera, en prisión y a hurtadillas de sus captores, redactó las primeras 31 estrofas del Cántico espiritual, que es uno
de sus tres poemas mayores, varios romances y el poema La fonte que mana y corre. Quizá compuso también, en
todo o en parte, el segundo de sus poemas mayores Noche oscura. Su situación, por lo demás, no mejoró gran cosa.
Esta eclosión poética ocurrida en la oscuridad de aquella celda no tiene explicación. Se ha dicho de San Juan de la
Cruz que es Poeta máximo de obra mínima, queriendo significar que su poesía nació perfecta, sin antecedentes ni
ensayos. Como tal perfección exige de natural una ejercitación continua o frecuente, se han buscado precedentes en
el periodo anterior de su vida: en el colegio de Medina, en el convento de Santa Ana, en Salamanca, en Ávila.
Pruebas, lo que se dice pruebas, no las hay de nada. Quizá se puede situar alguna composición en el tiempo de
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Ávila,[60] fruto del trato con Santa Teresa, que también era escritora y poetisa, pero todo resulta insatisfactorio. La
altura poética alcanzada por fray Juan durante el encierro en Toledo semeja el Salto de Roldán, una suerte de acto
heroico, imposible de acometer en una sola jornada.

Fuga
En julio de 1578, arreció el conflicto entre calzados y descalzos. El nuncio Felipe Sega revocó la patente de visitador
de Jerónimo Gracián y entregó a los calzados el gobierno de los descalzos. El rey y el Consejo Real se opusieron,
dejando sin derecho la medida. Pese a eso, los calzados actuaron de hecho y el Tostado se afanó en destruir la
reforma. En medio de este conflicto, no parecía que hubiese intención de liberar a fray Juan, ni dejar el maltrato
pertinaz al que se le sometía. Permanecía preso por voluntad del Tostado, que no pensaba en soltarlo. El calor en
Toledo, riguroso también, era insoportable en la celduca donde estaba y fray Juan se sentía desfallecer.
Declaraciones posteriores aseguran que la idea de la fuga, y la fuga misma, fueron promovidas por Dios. Inocencio
de San Andrés, que oyó de fray Juan el relato completo de la fuga, relata que el Santo puso en manos de Dios el
asunto y, a los tres días, sintió el fuerte impulso de hacerlo y la confianza de que Dios le ayudaría. La primera y más
directa dificultad era que no sabía donde estaba, más allá de que era en Toledo. En nueve meses, había salido de la
celda sólo de noche, para bajar al refectorio. Así, se ofreció al carcelero para verter el servicio que tenía en la celda.
Este accedió y varias veces a partir de entonces, el carcelero le llevó a una sala para que tomase el aire. Era la hora
de la siesta y los monjes descansaban. Fray Juan aprovechó esos ratos para examinar el entorno. Miró por las
ventanas, viendo que caían a una corrala bien abajo. Un día, aprovechó que guardaba hilo de coser y midió la altura,
suspendiendo de él una pequeña piedra. El hilo se lo había dado el carcelero para remendar su ropa. En la celda
midió la longitud de las mantas, con idea de hacerlas tiras y apañar una especie de cuerda. Calculó que le iba a faltar
una cierta altura, pero que descolgándose a lo último podía tirarse sin gran peligro. Otra cosa que hizo mientras
comía el carcelero fue aflojar los tornillos del candado para holgarlos y que, llegado el momento, cediesen desde
dentro dando un empujón. Mediado agosto, la fuga está preparada. Fray Juan pidió perdón al carcelero por las
molestias que le causaba y le regaló un crucifijo que llevaba con él, en agradecimiento.
El 14 de agosto, el Padre Maldonado le negó la posibilidad de decir misa. Una noche, que puede ser la del 16, el
carcelero le trajo la cena y se ausentó. Aprovechó fray Juan el momento para aflojar el candado. El carcelero no se
dio cuenta del sabotaje y, acabada la cena, le encerró y se fue. Habían venido ese días dos frailes, que dormían en la
sala contigua. La puerta estaba abierta y también las ventanas exteriores pues hacía mucho calor. A las dos de la
mañana, una vez dormidos los frailes, fray Juan empujó la puerta de la celda y cedió el cierre. Uno de los huéspedes
despertó al oír los tornillos, pero se durmió poco después. Fray Juan recogió sus enseres, entre ellos su cuadernillo
con las poesías, y las mantas, pergueñadas ya para la fuga. Cruzó en silencio la primera Sala. En la segunda, salió a
un mirador donde ató un cabo de la cuerda y echó el resto abajo. Había luna. Su cuerpecillo se descolgó como pudo
por la improvisada cuerda y, en llegando a su término se dejó caer. Al levantarse, se encontró en un patio cerrado por
altos muros, al que dio vueltas y vueltas angustiado, buscando una salida. Por una esquina, aprovechando agujeros,
consiguió sin saber cómo[61] encimar un muro. Siguiendo por su filo llegó a una calle solitaria y se descolgó. No
sabía dónde estaba. Quería llegar al convento descalzo de las hijas de la madre Teresa, pero ignorando que estaba ahí
mismito a la vuelta, caminó desorientado por la ciudad. Llegó a la plaza de Zocodover. Había un bodegón abierto y
la gente que estaba allí le invitó a quedarse. Piensan que no le han abierto en el convento por llegar tarde. Fray Juan
se excusó y siguió adelante. Las verduleras, que cuidaban el género en la plaza, le increparon. Más adelante, vio un
puerta abierta y, entrando, suplicó a un caballero que le dejase dormir allí mismo. Por la mañana, salió de allí y se
encaminó al convento de las descalzas. Llamó al torno y dijo:
Hija, fray Juan de la Cruz soy, que me he salido esta noche de la cárcel. Dígaselo a la madre priora.[62]
Enterada la priora, le acogió en la clausura para hurtarlo a los calzados, que habían descubierto ya la fuga y le
buscaban. Llegaron al poco dos frailes preguntando por él, e inspeccionaron el locutorio y la iglesia. Los alguaciles
vigilaban el convento y también los caminos. Mientras, las monjas estaban asustadas del acabado aspecto de fray
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Juan. Apenas hablaba. Sus ropas no se tenían, ni él tampoco. Pusieron su empeño en cuidarle, dándole comida y
ropa. Él fue contando, casi sin voz, su penuria pasada. A mediodía, se cerró la iglesia y fray Juan recitó allí los
versos compuestos en la cárcel. Las monjas copiaron cada palabra embelesadas. Era un gozo del cielo oírle.[63] Por
la tarde, la priora Ana de los Ángeles, avisó a un benefactor de la comunidad, Don Pedro González de Mendoza y le
explicó lo ocurrido. Acordó llevarse a fray Juan, para que pasase la noche en el Hospital de Santa Cruz.
Mientras, en el convento calzado, cara le salió la fuga a su carcelero. Fray Juan de Santa María fue castigado
conforme dicta la regla. Era ahora el último de la comunidad y quedaba privado de la voz y el voto. Algunos frailes
se alegraban en silencio del fin de la ignominia. Él guardaba para sí la cruz que le había dado fray Juan, teniéndola
en gran estima.[64]

El Calvario
La reforma pasaba entonces por su peor momento y los descalzos habían convocado un capítulo el 9 de octubre de
ese año de 1578 en el convento de Almodóvar para enfrentar la situación. A ella acudió también fray Juan de la
Cruz, quizá avisado por fray Antonio de Jesús. Fray Juan había pasado estos dos meses recuperándose en el Hospital
de Santa Cruz, al cuidado de Don Pedro González de Mendoza. Dos de sus criados le habían acompañado, débil aún,
a la villa manchega. Era la primera vez que veía a los suyos en varios meses y enseguida le pusieron un enfermero.
La situación de la reforma era mala. Casi a la desesperada se había convocado aquel capítulo, sobre cuya legalidad
existían fundadas dudas. Tres decisiones tomaron durante el capítulo. La primera fue elegir un provincial, cargo que
recayó en fray Antonio de Jesús. La segunda fue enviar un legado a Roma, fray Pedro de los Ángeles para conseguir
la segregación de la descalcez en una provincia aparte. Como fray Pedro era prior de El Calvario en la sierra del
Segura, la tercera decisión fue nombrar a fray Juan de la Cruz prior de ese mismo convento para sustituirle. Después
del capítulo se presentó en Almodóvar fray Juan de Jesús Roca, nuevo prior de Mancera, que les advirtió que la
reunión era ilegal y no tenían autoridad para nombrar un provincial. Se encontraban por tanto en una situación
peligrosa, ya que estaban desafiando la autoridad del nuevo nuncio. Los capitulares decidieron trasladarse a Madrid
para informarle personalmente de las decisiones tomadas y someterlas a su aprobación. Fray Juan de Jesús Roca fue
retenido un mes para evitar que informase él primero. Antes de despedirse fray Juan le dijo a fray Pedro de los
Ángeles, el que había de ir a Roma:
Iréis a Italia descalzo y volveréis calzado.
Nadie lo entendió en ese momento, pues fray Pedro era hombre de vida rigurosa como el que más. Sin embargo, su
misión en Roma cedió antes los halagos y regresó a España, no sólo traicionando la encomienda recibida, sino
volviendo a la observancia primitiva. Mientras, los que habían ido a Madrid toparon con un nuncio iracundo que
estalló furioso al conocer la reunión y, sin escucharlos para nada, se deshizo en insultos hacia ellos, los encarceló y
excomulgó.
Fray Juan de la Cruz marchó hacia el sur, acompañado por los dos criados de González de Mendoza. Desde
Almodovar cruzaron La Mancha para descender por Despeñaperros hasta las Navas de Tolosa. Luego tiraron camino
hacia Vilches y Santisteban hasta llegar a Beas de Segura. Había allí un convento de descalzas, cuya priora era Ana
de Jesús, a quien había conocido cuando era subprior en Mancera. Fray Juan despidió a los criados y se quedó una
temporada, pues estaba muy débil.[65] Durante esos días, habló con la priora acerca de varias cosas, entre ellas de la
madre Teresa. En esas conversaciones se refirió a ella como a su hija, expresión chocante viniendo de alguien tan
joven como fray Juan. Ana de Jesús escribió a la madre Teresa, refiriéndole el atrevimiento de tal expresión y
aprovechó para pedir asimismo un confesor. La reprimenda de la Madre Teresa fue contundente:
En gracia me ha caído, hija, cuan sin razón se queja pues tiene allá a mi padre fray Juan de la Cruz, que
es un hombre celestial y divino; pues yo le digo a mi hija que, después que se fue allá, no he hallado en
toda Castilla otro como él ni que tanto fervore en el camino del cielo.[66]
En el ínterin, fray Juan confesó a algunas monjas, que sintieron ya los beneficios de su dirección espiritual.
Vida de San Juan de la Cruz 14

Me llenó el interior de una gran luz, que causaba quietud y paz.


Decl. de Magdalena del Santo Espíritu
En noviembre de 1578 partió del convento de Beas hacia el del Calvario, que distaba de allí unas dos leguas al sur.
Debió ir acompañado ya que ni conocía los caminos ni estaba en condiciones de caminar solo. Por fuertes pendientes
llegó al convento, antigua alquería, donde ahora vivían con gran rigor unos treinta frailes.[67] Fray Juan empezó a
instruirles, moderando la penitencia que hacían, en ocasiones exagerada, en favor de un espíritu de fe y amor, del que
andaban flojos hasta entonces. La vida que llevaban era, en cualquier caso, rigurosa. Comían lo que encontraban, si
había pan, tomaban pan y si no, caldo de hierbas silvestres. Las cogía el cocinero con ayuda de la burra, razonando el
cocinero que si la burra las comía, también podían hacerlo los frailes.[68] A veces eran tan amargas que debían
sacarlas a medio cocer y exprimirlas fuera antes de echarlas de nuevo. Dormían sobre una estera, sin nada para
cubrirse, como no fuese el propio hábito. La dirección de fray Juan era estricta y no permitía imperfecciones. Un
fraile que comió a hurtadillas una cereza, recibió una reprimenda al confesarlo. También gustaba de salir de paseo
por los campos colindantes, aprovechando entonces para instruir a la comunidad. La relación con los seglares amigos
era excelente. Venían a menudo de visita, compartían la comida con los frailes y confesaban con fray Juan. Se
admiraban de encontrarle, siendo como era el prior, fregando platos o tallando pequeñas imágenes a golpe de
lanceta.[69]

Beas de Segura
Todos los sábados, quizá por encargo concertado por la Madre Teresa,
fray Juan dejaba El Calvario y se dirigía a Beas de Segura, para
confesar a las monjas. Eran dos leguas de camino hacia el norte, una de
subida suave por la solana del monte que separa ambas fundaciones y
otra de bajada abrupta por la umbría. Desde la cima del monte se podía
avistar tanto las estribaciones de la sierra de Cazorla al sur como las de
la sierra de Chiclana al norte. Abajo, las blancas casas de Beas de
Segura se apiñaban junto al río y, cerca de él, el convento, adosado a la
iglesia parroquial.[70] El anterior confesor tenía costumbre de
despachar las confesiones en media hora. Fray Juan quiso dedicar el
sábado y el domingo a este menester, tornando el lunes a su convento.
Confesaba sin prisas, dando a cada persona el tiempo y la atención que
necesitaba, sin distinguir entre unas y otras. En poco tiempo, las
monjas pudieron apreciar el acierto de la madre Teresa al
recomendarlas a fray Juan. Para ellas, fue un director espiritual muy
Ana de Jesús, retrato anónimo.
cabal, al que escuchaban con atención, dejando todo. Para fray Juan,
esta comunidad religiosa fue su preferida y supuso para él un acicate
para escribir. A resulta de algunas conversaciones añadió algunas estrofas más al Cántico espiritual, empezado en
prisiones.[71] También prosiguió la costumbre de dejar consejos y cautelas escritos en pequeños billetes, que ellas
conservaban como tesoros. Asimismo pergueñó en aquellos días una obra que ocupa un lugar especial entre las
suyas, por tratarse de un dibujo, de una ilustración que, como aquel Cristo crucificado, supone una de las pocas
excursiones de fray Juan fuera de la literatura. El dibujo, del que se conserva el autógrafo dedicado a Magdalena del
Espíritu Santo, es un compendio gráfico y poético de la teología mística sanjuanista, que se conoce como Monte
Carmelo o también Monte de la perfección.

Consiste el dibujo en tres caminos que suben a un monte, uno por la izquierda, otro por la derecha y otro, bien
estrecho, recto por el centro. El camino de la derecha es un camino de imperfección:
(Bienes) del suelo, posesiones, gozo, saber, consuelo, descanso.
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Cada uno de los bienes lleva a su lado una glosa, la misma, que se repirte seis veces:
Ni eso, ni eso, ni eso, ni eso, ni eso, ni eso.
Acompaña las negaciones una leyenda a modo de conclusión:
Cuando menos lo quería, téngolo todo sin querer.
El de la izquierda, que también es camino de imperfección, dice:
(Bienes) del cielo, gloria, gozo, saber, consuelo, descanso.
Todos ellos van negados:
Ni esotro, ni esotro, ni esotro, ni esotro, ni esotro, ni esotro.
Y concluye:
Cuando ya no lo quería, téngolo todo sin querer.
El camino del centro es un canal recto que llega a lo alto del monte. En su cuello figura:
Senda del Monte Carmelo: espíritu de perfección. Nada, nada, nada, nada, nada y, en el monte, nada.
Arriba, el camino se abre a un espacio amplio salpicado de palabras y leyendas. Arriba se dice:
Ya por aquí no hay camino, porque para el justo no hay ley; él para sí es ley.
Asimismo están los dones del Espíritu Santo, y también un aviso:
Sólo mora en este monte, honra y gloria de Dios... No me da gloria nada... No me da pena nada.
En la base del dibujo figuran unas estrofas, que compendian la ruta apofática del camino sanjuanista:
Para venir a gustarlo todo,
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada.
Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada.
Además de cultivar la sola espiritualidad, fray ocupó sus ratos libres en Beas como albañil y jardinero, empedrando
suelos, entabicando, arreglando los altares de la iglesia y arrancando hierbas. Se cuenta que en uno de los viajes,
mandó a paseo a una mujer que se le insinuó con ademanes lascivos, diciendo que a un demonio del infierno
admitiría por compañero antes que a ella.[72]

Baeza
En 1579, a fray Juan se le encomendó la creación y dirección de un colegio descalzo en Baeza, localidad andaluza
conocida por su universidad como Salamanca y Alcalá. Vino la encomienda motivada por la insistencia de algunos
doctores de la Universidad, discípulos de San Juan de Ávila, que admiraban la vida descalza e insistían en la
fundación. Un vez que se obtuvieron los permisos de sus superiores y del obispo de Jaén, fray Juan hizo un primer
viaje y adquirió una casa, no muy lejos de la puerta de Ubeda y de la Universidad. Conseguida la casa, volvió luego
en junio acompañado de tres frailes, entre ellos Inocencio de San Andrés. Las monjas de Beas les habían
proporcionado lo necesario para empezar. En la noche del 13 junio, armaron un altar y al día siguiente, día de la
Trinidad, tocaron la campana. Los vecinos acudieron para ver quién habitaba la casa y, allí mismo, se celebró la
primera misa. A lo largo del día recibieron la visita de diversos amigos, entre ellos los doctores de la universidad. Se
les ofrecieron colchones, que fray Juan rehusó amablemente. A la noche, que era la segunda que pasaban allí
recibieron también una visita. Apagadas las luces del candil comenzaron a oír ruidos. Fray Juan aseguró que eran
duendes y que no había nada que temer. Al apagar de nuevo las luces, oyeron estrépito de tazas rotas. A la manaña
Vida de San Juan de la Cruz 16

siguiente no encontraron nada de eso. Durante de una semana se repitieron aquellos sucesos. Una de las veces, los
duendes, así se cuenta, engancharon a fray Juan de las piernas y le hicieron caer.[73] Más allá de eso, que no pasa de
anécdota, la normalidad llegó poco a poco a la casa. De los conventos del Calvario y la Peñuela llegaron novicios y
se puso en marcha el colegio, el primero que tenía la reforma en Andalucía. Fray Juan organizó la vida del colegio,
aprovechando su experiencia universitaria de Salamanca y su estadía como rector en el Colegio de San Cirilo de
Alcalá.
Las primeras matrículas se formalizaron en 1580. La Universidad de Baeza, pequeña en relación con Salamanca y
Alcalá, tenía sin embargo fama. El edificio estaba junto a la muralla y consistía en un patio con un claustro superior
alrededor del cual se ubicaban las pequeñas aulas. La universidad había sido fundada en 1540 por Rodrigo López y
Juan de Ávila que había promovido sobre todo las humanidades. La apertura del colegio movió a un intercambio en
dos sentidos. Por una parte, los alumnos del Colegio cursaban estudios en la Universidad y, por otra, alumnos y
catedráticos de la Universidad se acercaban al Colegio descalzo para tratar con fray Juan temas de doctrina y sagrada
escritura. Se organizaron discusiones públicas en el Colegio, al modo de las Universidades. La actividad colegial se
completó con las actividades propias de la vida activa y de la vida contemplativa. Se reza, se barre, se friega, se
celebran oficios, se hacen penitencias. Un capítulo particular fue el cuidado de enfermos, prolijo en el año de 1580,
donde se desató el Catarro universal.[74] La epidemia de 1580 tuvo enferma no sólo a la comunidad de Baeza sino a
casi toda la ciudad y la península. Víctima del mismo murió su madre en Medina.
Fray Juan de la Cruz dedicó mucho tiempo a la guía y formación de espíritus. La mística era en aquellos tiempos un
afán relativamente común en toda clase de gentes y no exclusivo de frailes y monjas. La dificultad de encontrar un
director espiritual experimentado, que supiese señalar y corregir las desviaciones que podían producirse hizo que
fray Juan fuese visitado y requerido por muchas personas, de la ciudad y del entorno, como confesor y director
espiritual. Frecuente en esos tiempos fue que recorriese periodicamente las distintas fundaciones descalzas de monjes
y monjas para ocuparse de su dirección. Además de eso, muchos particulares que querían cultivar su espíritu acudían
a él.
La guía de fray Juan era, según los relatos de los propios afectados, dulce pero rigurosa. Para mitigar la distancia
solía escribir pequeñas notas con consejos que remitía a los interesados. Fray Juan sabía motivar a la gente hacia la
vida espiritual, corrigiendo su quehacer de modo suave y progresivo. Se mostraba en cambio crítico y riguroso con
los apegos materiales y espirituales. Una vez negó la comunión a Ana de Jesús, por desearla en demasía. El mismo
vicerrector del Colegio se quedó en una ocasión sin su prédica, por gustarse predicando: Mejor es que no predique
quien predica con propia voluntad.[75]
Geográficamente, su labor como director espiritual le llevó por muchos caminos de Andalucía. De Baeza subía a
Beas una o dos veces al mes, para atender a la comunidad de allí, que sería siempre su preferida. Además, como
estaba cerca, solía visitar también El Calvario, su primer destino andaluz. Alguna vez fue requerido para ir a la
Peñuela, en el confín de Despeñaperros, y también a Caravaca, en Murcia. Solía viajar con algún compañero, a pie
siempre a todos lados.
Vida de San Juan de la Cruz 17

Granada
La compleja situación que vivía la reforma desde la muerte del nuncio
Ormaneto y la toma de posesión de su hostil sucesor, el nuncio Sega,
se prolongó durante esos años hasta el verano de 1580. El rey Felipe y
los miembros del Consejo habían protegido la reforma de las iras del
nuevo nuncio y así, a base de tiras y aflojas, de aclaraciones y
mediaciones, el Papa Gregorio XIII extendió, a petición del rey, un
breve declarando la segregación de los descalzos en una provincia
aparte, con derecho a tener provincial propio.[76] Ello suponía la
emancipación de la reforma de la observancia que tantos impedimentos
había puesto. La madre Teresa, convaleciente aún del catarro que había
azotado la península, instó a sus monjas a rezar y dar gracias por la
nueva situación.

Después de unos meses se convocó a los descalzos a un capítulo en la


villa de Alcalá de Henares en fecha de 3 de marzo de 1581.[77] Fueron
convocados al mismo los priores de los conventos reformados, así
Cedro de San Juan de la Cruz, en el Cármen de
como el Rector de Baeza, fray Juan de la Cruz. Este se puso en camino Los Mártires de Granada.
con tiempo llevando por compañero a Inocencio de San Andrés. Los
actos capitulares fueron seguidos con interés en la ciudad. Fray Juan y otros tres compañeros fueron elegidos
definidores. Jerónimo Gracián fue elegido provincial. En los días siguientes se redactaron las constituciones. El rey
Felipe, que se hizo cargo de los abultados gastos del solemne capítulo, fue recordado por los capitulares, que
determinaron celebrar por él misa perpetua en pago por lo mucho que le debían. El 16 de ese mes se clausuró el
capítulo y todos volvieron a sus respectivas casas.

Ese año tuvo fray Juan dos encargos. El primero le condujo a Caravaca (30 leguas) para presidir la elección de
cargos en el convento reformado de descalzas.[78] El segundo le llevó primero a Ávila y luego a Granada. Había
intención en esos días de fundar un convento de descalzas en Granada. Ana de Jesús, priora hasta hace poco de Beas,
andaba con el propósito de traer a la fundación a la madre Teresa, que estaba en Ávila, en el convento de San José.
Fray Juan fue delegado para que tratase el asunto con el provincial y con la madre Teresa, así que emprendió de
nuevo el camino hacia Castilla, acompañado quizá por fray Pedro de los Ángeles. El provincial de la orden,
Jerónimo Gracián, no puso problema y extendió las autorizaciones necesarias para la fundación. La madre Teresa
reclutó para la empresa a dos monjas de San José y otras varias de otros conventos. Declinó, sin embargo, el
ofrecimiento de asistir a la fundación porque tenía compromiso en esas fechas. De vuelta hacia Andalucía, quedaron
en Beas a la espera de en Granada se solventasen los dos problemas principales, a saber, el permiso del arzobispo,
reacio que estaba, y la consecución de una casa. Era diciembre de 1581. Un mes después, no tenían aún ni casa ni
permiso. Como la situación se dilataba, emprendieron la marcha hacia Granada y entraron de noche en la ciudad.
Una viuda, noble y piadosa, Doña Ana de Peñalosa, les cedió su casa para la fundación. El permiso del arzobispo
llegó a regañadientes y rápidamente celebraron misa quedando fundado el convento.[79]
Al tiempo que participaba en la fundación del nuevo convento, fray Juan tomó posesión del cargo de Prior del
convento de Los Mártires, una instalación ubicada en un cerrillo próximo a la Alhambra, llamada así por ser, durante
la dominación mora, lugar de prisión para los cristianos.[80] Su dirección en este convento siguió las pautas generales
que había probado anteriormente: el prelado ni debe castigar todas las faltas ni disimularlas todas.[81] El 1 de mayo
de 1583 se celebró en Almodóvar del Campo un nuevo capítulo de la Orden, al que fray Juan acudió en calidad de
prior de Los Mártires. Allí ocurrieron varias cosas. En contra de la opinión de fray Juan, se admitió la reelección de
priores. También se instó a promover fundaciones en el extranjero.[82] El Padre Nicolás Doria acusó a Jerónimo
Gracián, el provincial, de llevar una vida demasiado activa, poco ajustada a la observancia de la regla. Aquel fue el
Vida de San Juan de la Cruz 18

comienzo de fuertes tensiones en la Orden.[83]


Fray Juan ocupó su tiempo como Prior de los Mártires en la dirección de su comunidad y la de las Descalzas que
acababa de fundar. Además de ello, mandó construir un acueducto para traer agua, siempre escasa en el cerro.
También un claustro, que luego sería modelo para los demás conventos del Carmen. Participó en esas obras su
hermano, que había venido desde Medina.[84] También es de entonces un retrato suyo que se le hizo sin su
consentimiento.[85]
En Granada compuso también la mayor parte de sus obras, en parte sobre trabajos previos que había elaborado
después de salir de la cárcel, tanto en el Calvario como en Baeza. Allí, compiló ordenó y completó el tratado Subida
del Monte Carmelo, al cual antepuso el dibujo del Monte de perfección.[86] También redactó el comentario de la
Noche oscura y el del Cántico espiritual por encargo de Ana de Jesús y, a instancias de la noble Ana de Peñalosa, las
cuatro estrofas de su obra más espiritual: Llama de amor viva, compuesta en quince días.[87] De sus obras no se
conservan autógrafos ya que, a medida que las componía, se ayudaba de compañeros para copiarlas en limpio. Luego
estas obras eran puestas a disposición de sus frailes y monjas que las volvían a copiar, siendo al final estas las que se
han conservado.[88]

Andalucía
En 1585, se celebró en Lisboa un capítulo de la orden al que acudió fray Juan, donde fue reelegido definidor.
Asimismo, cesó en su cargo de provincial Jerónimo Gracián, en favor del padre Nicolás Doria, prior a la sazón en
Génova. Durante su estancia en la ciudad, fueron los capitulares al convento de la Anunnziata donde estaba sor
María de la Visitación, una monja del lugar que tenía arrobamientos y suspensiones en el aire, y que mostraba en
manos y pies los estigmas de la pasión. Se la tenía en ese momento, después de los preceptivos estudios, por un buen
espíritu. Fray Juan, sin embargo, rehusó visitarla a pesar de la insistencia de los capitulares y de hecho, abandonó la
ciudad sin hacerlo, cosa que se le tuvo a mal. Tiempo después, la inquisición descubrió en el caso de esta monja un
embuste mayúsculo.[89] Mientras, el Padre Doria volvió a España y convocó un nuevo capítulo, esta vez en Pastrana.
La gobernación de la provincia descalza se volvía compleja debido al crecimiento que había experimentado la
reforma y se decidió dividir la provincia en cuatro partes: Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Portugal y Andalucía.
Fray Juan fue nombrado vicario provincial de esta última. El Padre Doria instó además a los capitulares a seguir con
estricto espíritu la observancia regular, que tanto se había relajado durante el gobierno de Gracián.[90]
Fray Juan viajó de manera constante por toda Andalucía. Durante el desempeño de su cargo, visitó Sevilla. Algunos
jóvenes, virtuosos en la prédica, fueron amonestados por pasar largas temporadas alejados del convento. Uno de
ellos era Diego Evangelista y otro, Francisco Crisóstomo, que abrigaron por este motivo un fuerte resentimiento.[91]
En abril de 1586, fundó en Córdoba un nuevo convento reformado.[92] En uno de sus viajes cayó enfermo cayó
enfermo y, a partir de ahí, su salud empezó a resentirse, también debido a las fuertes penitencias que se imponía a sí
mismo.[93] En el verano de ese año, asistió en Madrid a una junta de definidores donde se decidieron la publicación
de las obras de la madre Teresa y la adopción del rito romano en la Orden. Pasado el verano se fundó en Madrid el
convento de las Descalzas, al cual fue destinado Ana de Jesús. En 1587, se celebró un nuevo capítulo en Valladolid,
de tan gran concurrencia que fue llamado, el grande. En él cesó fray Juan como definidor y fue nombrado
nuevamente prior de los Mártires.[94] Su etapa como vicario general de Andalucía, fue cubierta con una ingente
actividad.
Vida de San Juan de la Cruz 19

Segovia
En junio de 1588, se celebró un nuevo capítulo en Madrid donde se eligieron nuevos definidores, nuevo provincial y
nuevos consiliarios. El Padre Nicolás Doria fue de nuevo elegido provincial. Fray Juan fue elegido primer definidor
y tercer consiliario. Asimismo cesó en su cargo como prior de Los Mártires y se hizo cargo del de Segovia.[95] Había
sido fundado este convento por Ana de Peñalosa, por petición testamentaria de su esposo, que quería construir un
monasterio o un hospital en su ciudad natal. Estaba ubicado a extramuros, al norte de la ciudad, a los pies del
imponente Alcázar de Segovia, junto al Santuario de la Fuencisla y la Iglesia de la Veracruz, al paso del camino de
Zamarramala y cerca de la confluencia del Eresma y del Clamores. El convento había sido elegido como Sede de la
Consulta, y por quedar pequeño para ese menester,[96] se emprendieron unas obras de ampliación que duraron todo
su mandato, y aún más.[97] Además, durante la ausencia del Padre Doria, quedaba él como presidente de la Consulta,
cargo derivado del suyo como primer definidor. Extendió nombramientos y resolvió consultas.[98] Dos temas le
enfrentaron con el parecer del Padre Doria, provincial de la Orden. Era el deseo de las monjas descalzas andar
sujetas a la dirección de un padre descalzo y no a la Consulta, como recién había ocurrido. Por una parte, preferían la
rápida resolución de una persona y la discrección que sin duda tendría para sus asuntos. Por otra parte, temían la
proliferación de normas que de tal Consulta podían salir. Para ello, Ana de Jesús se las ingenió para pedir un breve al
Papa que hiciese imposible a la Consulta modificar las reglas dadas por la madre Teresa. Asimismo pidieron que sus
asuntos quedasen en manos de fray Juan de la Cruz. El Padre Doria, contrariado de que la petición se hubiese hecho
a espaldas de la Orden, propuso desentenderse del gobierno de las monjas, a lo que Fray Juan se opuso. Es posible
que fray Juan no tuviese parte en esto, pero el Padre Doria consideró que sí.[99] El otro asunto fue el referente al
Padre Jerónimo Gracián, a quién el Padre Doria quería echar de la reforma. De nuevo fray Juan se opuso a ello.
Mientras, su vida como prior siguió la línea de los anteriores. Celda exigua, participación en tareas humildes y
formación de espíritus: ni todo se corrige, ni todo se disimula.[100] Entre las personas con las que trató habitualmente
estaba Doña Ana de Peñalosa, que había dejado Granada para venir a segovia.[101] Fray Juan subía también a
confesar a las monjas al convento de las descalzas de San José, sito a medio camino entre la catedral y el alcazar de
la ciudad.[102]
[103]
A medio altura de la roca cortada de la Fuencisla había una covacha estrecha donde fray Juan solía subir para
recoger su espíritu. Gustaba estar todo el tiempo posible, hasta que iban a buscarle requiriendo su presencia. La
oración mística consistía en vaciar o desembarazar progresivamente aquello que en la antropología espiritual
cristiana se llamaban las tres potencias del alma, a saber: memoria, entendimiento y voluntad. En tres etapas más o
menos sucesivas, el camino sanjuanista consistía en vaciar de contenidos sensibles, y luego también de contenidos
espirituales, cada una de las tres potencias. El vaciamiento de la memoria obraba como una purgación de los apetitos
sensibles y espirituales, que llevaba a un desapego de todo lo que no fuese Dios, incluida la idea misma de Dios y el
deseo de Dios. Conseguido ese vaciamiento de la memoria, que era la vía purgativa, se decía que la memoria
quedaba en estado de esperanza, virtud teologal. El vaciamiento de la segunda potencia sumía al alma en la noche
oscura, una tiniebla espiritual terrible que sólo podía romper Dios, insuflando el llamado rayo de tiniebla, una
especie de conocimiento infuso adquirido sin el concurso del entendimiento y que, dentro del sistema sanjuanista, se
correspondía con la virtud teologal de la fe. La tercera vía, la vía unitiva, consistía en el vaciamiento de la propia
voluntad y su unión con la voluntad de Dios. Esta última etapa, que era la amorosa meta de la mística cristiana,
intentaba hacer realidad aquello de No yo, sino Cristo en mí. La unión con el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, la
llama de amor viva, se correspondía con la virtud teologal de la caridad. Las tres virtudes teologales quedaban de
esta forma en relación con las tres potencias del alma, siendo como tres estados, tres sublimaciones desde una
condición natural dada a una sobrenatural recibida por medio de una gracia. El sistema sanjuanista se caracterizaba
por su rigurosidad para con toda clase de embarazos, por nimios que fuesen.
Estas imperfecciones habituales son: como una común costumbre de hablar mucho, un asimientillo a
alguna cosa que nunca acaba de querer vencer, así como a persona, a vestido, a libro, celda, tal manera
de comida y otras conversacioncillas y gustillos en querer gustar de las cosas... Cualquiera de estas
Vida de San Juan de la Cruz 20

imperfecciones en que tenga el alma asimiento y hábito es daño para poder crecer e ir adelante en
virtud... Porque eso me da que un ave esté asida a un hilo delgado que a uno grueso porque, aunque sea
delgado, estará tan asido a él como el grueso en tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el
delgado es más fácil de quebrar; pero por fácil que es, si no le quiebra no volará... Y así es lástima ver
algunas almas como unas ricas naos cargadas de riquezas, y obra, y ejercicios espirituales, y virtudes, y
mercedes, que Dios las hace y por no tener ánimo para acabar con algún gustillo, o asimiento, o afición
-que todo es uno-, nunca van adelante ni llegan al puerto de la perfección, que no estaba en más que dar
un buen vuelo y acabar de quebrar aquel hilo de asimiento... (Subida.1.11.4)
En los últimos días de su estancia en Segovia estuvo presente su hermano Francisco. Quizá le llamó el propio fray
Juan, sospechando que no volvieran a verse. Pasaron juntos muchos ratos. Cuenta Francisco en su declaración que
una de las veces estaban hablando de su madre y se les apareció esta, como envuelta en luz.[104] Fray Juan le refirió
también una conocida anécdota. Habiendo en el convento un cuadro de Cristo llevando la cruz, tuvo la ocurrencia de
sacarlo a la iglesia porque más gente pudiera venerarlo. Así hecho, el cuadro le habló un día prometiéndole por tal
servicio aquello que le pidiese. La petición de fray Juan fue que le permitiese padecer por él, de lo cual se quejó
entonces fray Juan ante su hermano que no le había hecho caso.

La Peñuela y Úbeda
El primero de junio de 1591, fray Juan dejó Segovia para asistir en Madrid a un nuevo capítulo, difícil a cuenta de
las diferencias que mantenía con el Padre Doria. El Papa había accedido a que el gobierno de las monjas recayese
sobre una persona y no sobre el Consejo, a condición de que la persona designada tuviese la dignidad de otro cargo
dentro de la orden. Todos pensaban en fray Juan. Las monjas porque querían que se ocupase de sus asuntos,
conocedoras de los beneficios de su dirección. El Padre Doria y otros capitulares porque querían que no lo hiciese,
pues preferían que las monjas quedasen sujetas a la dirección del Consejo. La manera más sencilla de evitar que fray
Juan optase al cargo en ciernes fue quitarle todos los que tenía. Siguiendo los criterios deseados por el Padre Doria,
la elección de consiliarios y definidores llevó al resultado de que el hasta entonces primer definidor y tercer
consiliario, provicario de la orden en ausencia del vicario, primer fundador y alma de la reforma junto a la madre
Teresa, quedó relegado de todo gobierno e impedido por eso mismo, como ya se le hizo notar, para asumir el
gobierno de las monjas.[105] A cambio se le ofreció marchar a México, para dirigir una expedición de doce frailes.
Aunque de primeras aceptó, se cambió luego de parecer, y se le ofreció volver de prior de Segovia. Fray Juan rehusó
a este segundo ofrecimiento y solicitó ser relevado de cualquier oficio dentro de la orden con objeto de poder
ocuparse de su propia alma. No era lo que quería el Padre Doria pero tuvo que acceder a ello.[106] Entre los nuevos
consiliarios y definidores elegidos se encontraba el joven Diego Evangelista, que desde que fuese reprendido por
fray Juan en Sevilla se la tenía jurada.[107]
Fray Juan se despidió de sus amistades en Madrid y Segovia, y partió hacia Andalucía.[108] Estaba de provincial fray
Antonio de Jesús, su compañero de fundación en Duruelo y a él se dirigió para solicitarle un destino. Fray Antonio
de Jesús lo dejó en sus manos y fray Juan optó por quedarse en el convento de La Peñuela, en Sierra Morena. En ese
verano redactó un nuevo comentario de Llama de amor viva.[109] El resto del tiempo lo ocupó en oración y
apostolado en Linares, sujeto en todo a la obediencia a su prior. Al tiempo que estaba retirado, el Padre Diego
Evangelista, de quien decían que era mozo de poca prudencia y colérico levantó contra él un proceso infamatorio.
Fue de aquí para allá, intimidando a monjas y frailes, tergiversando y falsificando declaraciones con objeto de
arrojarlo de la Orden. Las monjas de Granada se sintieron tan acosadas que quemaron algunos de sus escritos porque
no cayesen en sus manos. Los interrogatorios fueron tan abusivos que llovieron las denuncias contra el definidor. El
Padre Doria calló y dejó hacer. Fray Juan también. Se le recomendó que protestase ante el vicario, pero él se negó
por aquello de gustar la cruz a secas.[110]
Mientras arreciaba la persecución, fray Juan comenzó a resentirse de unas bubas en el pie. Tenía calenturas desde
hacía varios días. El prior le dijo que fuese a Baeza para curarse, pero él prefirió Úbeda, donde no le conocían tanto.
Vida de San Juan de la Cruz 21

El 28 de septiembre de 1591 salió en borrica para allá, pues tenía la piena inflamada. Llegados a Úbeda, todos le
recibieron con gran contento, excepto el prior fray Francisco Crisóstomo. Se conocían de Sevilla, donde fray Juan
tuvo que amonestarle junto a fray Diego Evangelista, su ahora enconado perseguidor. Además de la animadversión
personal, motivada también porque no le gustaban los santos, llegaba fray Juan en un mal momento donde la
comunidad estaba a disgusto con su gobierno pues era una persona, agria y rígida, más de ciencia que de gentes, que
quería llevarlos a palos a la perfección.[111] Además del desabrido recibimiento, le asignó la peor celda y le obligó a
asistir a oficios que no podía. En esos primeros días, su mal se desató virulentamente. Una erisipela en el empeine
del pie derecho reventó en cinco llagas en forma de cruz, que el enfermo miraba con cariño, pues le causaban
devoción. El cirujano sajaba la pierna día sí y día también, sacando de la escabechina tazas enteras de pus, las cuales,
según los relatos, olían bien, como a almizcle.[112] La presencia de fray Juan no pasó desapercibida. La gente quería
verle y ayudarle.[113] El padre Crisóstomo, mientras, molestaba al enfermo cuanto podía. Prohibió las visitas, se
lamentaba de lo que comía (:S), dificultaba el lavado de las vendas y cuando entraba en su celda le espetaba
desagradables palabras. Los religiosos salvaban las dificultades buscando extramuros lo que allí faltaba. Arreció la
protesta cuando el padre Crisóstomo retiró de su ocupación al enfermero, por envidia de la dedicación que mostraba
a fray Juan. El enfermero escribió a fray Antonio de Jesús, provincial de Andalucía, denunciando la situación. Fray
Antonio acudió con premura a Úbeda y reprendió con dureza al prior.[114] que ya no le molestó más, e incluso le
pidió perdón. Uno de esos días, el 28 de noviembre, fray Antonio de Jesús visitó a fray Juan y le dijo: Padre,
mañana hará veinticuatro años que comenzamos la primera fundación.[115]
Los días fueron pasando y la salud empeoró. Subió la fiebre y el mal se extendió desde las piernas a la espalda.
Como apenas podía moverse, colgaron del techo una cuerda para que pudiera izarse él mismo. El miércoles 11 pidió
el viático.[116] El día 12 quemó algunas cartas que guardaba bajo la almohada.[117] El día 13 por la noche sintió la
inminencia de su muerte y pidió la extremaunción. Se consumía en dolores. A las diez de la noche, pidió que le
dejaran descansar, avisando que llamaría cuando lleguase el momento. A las 11 y media llamó y, junto con varios
religiosos, rezaron el salmo De profundis, el Miserere y el In te, Domine, esperavi. Después de eso se recostó un rato
y pidió que le dejaran: A las doce, estaré delante de Dios Nuestro Señor diciendo maitines. Y así que le dejaron sólo
y sonaron las campanas de las doce, besó su crucifijo y expiró mansamente.[118]

Procesos
Si no muriera, le quitara el hábito y no muriera en Religión (Si no
hubiese muerto, le habría quitado el hábito y no habría muerto en la
religión). Esto dijo el Padre Diego Evangelista cuando tuvo
conocimiento de la muerte de fray Juan. Aún después de muerto,
continuó recabando infamias que, posteriormente, remitió al padre
Doria. Cuando éste empezó a leer el informe, lo tiró al suelo y dijo
delante del secretario del definitorio: Ni el visitador tenía la misión
para meterse en esto ni lo que él aquí pretendió inquirir cabe en el
padre fray Juan.[119] En 1594, se celebró un nuevo capítulo donde el
padre Evangelista fue reprendido y castigado por sus desmanes.

hallando haber traspasado los límites de su comisión,


porque no la tenía para proceder contra el padre fray Juan
de la Cruz, primer descalzo de la Reforma, ni tampoco
para indagar contra él cosas tan ajenas a su aventajado
espíritu, oración y mortificación... le condenaron a que
Sepulcro de San Juan de la Cruz, en Segovia.
ayunase.
Vida de San Juan de la Cruz 22

Magro castigo que quedó ahí por no poder castigarse a los cargos electos. Terminado su cargo de definidor, le fue
encomendado, sin embargo, el gobierno de Andalucía que no llegó a ejercer porque murió inopinadamente. También
cesó en el cargo el padre Doria. El nuevo general quemó el informe difamatorio.
Mientras, y después de disputas, Ana de Peñalosa consiguió traer al convento de los carmelitas descalzos de Segovia
el cuerpo de fray Juan, cuyos huesos, se decía, seguían obrando milagros. Le enterraron en la iglesia, en una estrecha
oquedad abierta en el suelo, donde permaneció durante más de 300 años. El 25 de enero de 1675, fue beatificado por
Clemente X. El 27 de diciembre de diciembre de 1726, fue canonizado por Benedicto XIII. El 24 de agosto de 1926,
después de dos siglos de casi completo olvido, fue proclamado Doctor de la Iglesia. Con este motivo, se levantó un
monumento conmemorativo de mármol en el interior de la iglesia carmelitana de Segovia y se trasladó su cuerpo a
una urna situada en su parte alta.
Desde entonces, y al hilo de esta corriente de exaltación los estudios sanjuanistas han sido acometidos con enorme
interés, dentro y fuera de su Orden, también dentro y fuera de España, desde la historiografía, la teología, la
psicología, la literatura, y en la cual han colaborado desde la experiencia mística personalidades tan renombradas
como Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad o Edith Stein (Teresa Benedicta de la Cruz).

Notas
[1] Crisógono 1947:224
[2] Crisógono 1947:202
[3] Crisógono 1947:375
[4] Crisógono 1947:188
[5] Crisógono 1947:119
[6] Crisógono 1947:346
[7] Crisógono 1947:13
[8] Este dato es inferido del nacimiento del primogénito Francisco.
[9] Crisógono 1947:15
[10] Crisógono 1947:17
[11] Crisógono 1947:20
[12] Crisógono 1947:24
[13] Crisógono 1947:26
[14] Crisógono 1947:29
[15] Crisógono 1947:31
[16] Crisógono 1947:36
[17] Crisógono 1947:44
[18] Waach 1960:41
[19] Waach 1960:43
[20] Waach 1960:41
[21] Waach 1960:44
[22] Crisógono 1947:46
[23] Crisógono 1947:47
[24] Crisógono 1947:52
[25] Algunos maestros de la Universidad son: Fray Luis de León, Mancio de Corpus Christi, Juan de Guevara, Gregorio Gallo, Cristóbal Vela,
Enrique Hernández, Francisco Navarro, Hernando de Aguilera, Francisco Sánchez, Martín de Peralta, Juan de Ubredo.
[26] Crisógono 1947:54
[27] Crisógono 1947:60
[28] Crisógono 1947:64
[29] Crisógono 1947:74
[30] Se dice que el medio fraile era el propio fray Juan, que era de pequeño tamaño, pero también se dice que el fraile entero era él, por su virtud.
En cualquier caso, el otro fraile añadido sería fray Antonio de Heredia, el prior del convento.
[31] Crisógono 1947:73
[32] Crisógono 1947:80
[33] Crisógono 1947:81
[34] Crisógono 1947:83
[35] Crisógono 1947:92
[36] Crisógono 1947:92
Vida de San Juan de la Cruz 23

[37] Crisógono 1947:39


[38] Crisógono 1947:95
[39] Crisógono 1947:96
[40] Crisógono 1947:97
[41] Crisógono 1947:99
[42] Crisógono 1947:101
[43] Crisógono 1947:40)
[44] Crisógono 1947:107
[45] Crisógono 1947:115
[46] Crisógono 1947:121
[47] Crisógono 1947:122
[48] Crisógono 1947:120
[49] Crisógono 1947:119
[50] Crisógono 1947:116
[51] Crisógono 1947:116
[52] Crisógono 1947:126
[53] Crisógono 1947:128
[54] Crisógono 1947:133
[55] Crisógono 1947:135
[56] De nuevo el nuncio confirmó a fray Juan en el cargo, a pesar del peligro que corría.
[57] Crisógono 1947:147
[58] Tal dijo la Madre Teresa cuando en su día la vio.
[59] Crisógono 1947:154
[60] Vivo sin vivir en mí... y Entreme donde no supe....
[61] Algunas declaraciones aseveran que vio una luz y oyó una voz que le dijo: Sígueme. (Crisógono 1947:167)
[62] Crisógono 1947:168
[63] Crisógono 1947:170
[64] Crisógono 1947:163
[65] Crisógono 1947:179
[66] Crisógono 1947:190
[67] Crisógono 1947:184
[68] Crisógono 1947:185
[69] Crisógono 1947:188
[70] Crisógono 1947:191
[71] Quizá las estrofas 32-35
[72] Crisógono 1947:198
[73] Crisógono 1947:202
[74] Crisógono 1947:210
[75] Crisógono 1947:226
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Referencias

Bibliografía
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• WAACH, HILDEGARD (1960): San Juan de la Cruz. Ed. RIALP

Enlaces externos
• Una biografía (http://cvc.cervantes.es/obref/sanjuan/introduccion/perfil.htm)
• Sobre la Historia de Duruelo (http://ellugarcillodeduruelo.blogspot.com/)
Fuentes y contribuyentes del artículo 25

Fuentes y contribuyentes del artículo


Vida de San Juan de la Cruz  Fuente: http://es.wikipedia.org/w/index.php?oldid=60161942  Contribuyentes: Egaida, Frnicolas, Grillitus, Lourdes Cardenal, Maragm, Petronas, Rosymonterrey,
RoyFokker, 2 ediciones anónimas

Fuentes de imagen, Licencias y contribuyentes


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