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Lengua y Cultura Latinas 1 (Cát.

F-segundo cuatrimestre de 2020)

Clase teórica N° 2 (viernes 28 de agosto)

Profesora Liliana Pégolo: Buenas tardes.

En la clase anterior desarrollamos un “mini estado de la cuestión” acerca de los


pueblos indoeuropeos. De los desprendimientos de ese supuesto tronco común nos
encontramos con un grupo de lenguas occidentales, entre las que se halla el tronco itálico.
Junto con el tronco itálico se encuentran los celtas y los germánicos que fueron los que
alcanzaron el extremo de Europa occidental. Hoy vamos a ver qué sucede con la
distribución de las lenguas itálicas.

Italia en el momento en que se produce el ascenso del fascismo, en la década del ’20
del siglo XX, tuvo un interés particular en el hecho de establecer una estrecha relación con
el mundo germánico y también, por supuesto, el de revalorizar el pasado romano. Había
una necesidad desde lo político de creer que las lenguas itálicas de origen indoeuropeo
constituían una unidad sólida. Es por ello que nos encontramos con algunos filólogos que
sostenían una cercanía importante entre los itálicos y los celtas. Entonces, se hablaba de una
unidad lingüística ítalo-céltica. Pero, en definitiva, nada de esto se puede establecer con
certeza. Principalmente, cuando las cuestiones lingüísticas están atravesadas por otras
necesidades y, muchas veces, se ven contrastadas por los datos arqueológicos.

Por lo tanto, podemos pensar que, a partir del segundo milenio a.C.,. aquellos
grupos que inicialmente estaban asentados en el centro de Eurasia, se movieron hacia
occidente de manera progresiva; en su andar hubo detenimientos, por ejemplo, en la zona
del Danubio y, a su vez, estos grupos penetrarían las distintas penínsulas hasta llegar al
Océano Atlántico.
En la parte central de Italia, se encuentran los Apeninos. Esta cadena montañosa va
a funcionar como límite de los dos grupos lingüísticos que la filología pretende señalar. Son
dos asentamientos distintos en el tiempo, uno es más antiguo que el otro. El más antiguo es
el que corresponde al grupo de los latinos, reconocidos como descendientes de las
poblaciones que habitaban palafitos o “terramaras”, debido a la zona pantanosa de su
ubicación.

A la izquierda de los Apeninos, hacia el mar Tirreno, se encuentra el grupo de los


latino-faliscos. A la derecha de los Apeninos, hacia el mar Adriático, se encuentra el grupo
de los osco-umbros, emparentados con la denominada cultura “villanovense”. Este grupo,
a su vez, está conectado con los pueblos sabelios, que son los pueblos de las montañas.
Entre ellos, se destaca un pueblo que, cuando Roma comienza a expandirse a lo largo del
territorio itálico les traerá bastantes dolores de cabeza: son los samnitas.

Este es un panorama muy reducido de los asentamientos poblacionales en la


península itálica entre el segundo y el primer milenio a. C.. Pero, debemos agregar dos
pueblos más que se van a encontrar en los espacios transicionales entre las otras penínsulas.
A la derecha, se halla la zona ilírica y a la izquierda, la llamada zona ligur. Son
importantes porque no se ha podido determinar la pertenencia tanto de los ilirios como de
los ligures a un tronco común indoeuropeo. Pero, evidentemente, hay un poblamiento
cercano a Italia y en consecuencia cabe señalar incidencias desde lo lingüístico.

Asimismo, debemos tener en consideración a otro pueblo, sumamente importante


para el mundo romano: se trata de los etruscos. Puede observarse una relación de cercanía
geográfica entre los etruscos y el Lacio (el territorio del Lacio es el territorio latino por
antonomasia). Los etruscos son importantes, sobre todo, porque son un pueblo
culturalmente más avanzado, que traba relación comercial y cultural con las colonias que se
encuentran en el sur del territorio itálico y en la zona costera de Sicilia. ¿Quiénes son estos
pueblos? Son los griegos que se establecen en el sur de la península itálica y en Sicilia
hacia el siglo VI a.C.; esto se conoce vulgarmente como la Magna Grecia. La relación que
se da entre los griegos y los etruscos posibilita la entrada del alfabeto al mundo de las
comunidades pastoriles del centro de la península.

Acerca del poblamiento de Italia, podríamos decir mucho más. Pero simplemente mi
idea es mostrarles un panorama básico, mínimo. Pero cuando lean la Eneida (porque alguna
vez la van a leer, sin lugar a dudas) verán que no hay mejor descripción de los pueblos
itálicos que la que hizo Virgilio en el Libro VII, en lo que se conoce como el “Catálogo de
tropas”. La Eneida es el gran poema épico, porque sintetiza muchos de los elementos
culturales del Mediterráneo; no por nada Dante Alighieri pone a Virgilio como aquel que lo
lleva al Infierno. Virgilio toma el tópico del catálogo de las naves homérico y lo resignifica
en el catálogo de las tropas itálicas que se van a enfrentar al invasor troyano, el príncipe
Eneas. La enumeración que hace Virgilio, el conocimiento que demuestra tener sobre estos
pueblos, es una mirada hacia la propia interioridad del país y hacia el pasado de su
“nación”, siendo él también un hombre de provincia.

Los arqueólogos señalan que estos poblamientos se diferencian por la forma de


honrar a sus muertos. El hecho de que aparecieran pueblos incineradores frente a pueblos
inhumadores marca la diferencia de poblamientos. Cosa que también Virgilio registra en la
segunda parte de la Eneida, cuando los pueblos enfrentados establecen una tregua para
poder honrar a sus soldados muertos.
En consecuencia, a partir del hecho de que el alfabeto latino es un préstamo,
podríamos decir, que procede del mundo griego a través de la intermediación de los
etruscos.

Contamos con un documento, el más antiguo (aparentemente entre los siglos VII–VI
a.C.), la llamada “fíbula” de Preneste o prenestina. Es el documento más antiguo que se
puede considerar escrito en lengua latina. (Una fíbula es una “hebilla”). En lo que respecta
a la dirección de la escritura que se encuentra en los documentos es variada; la mayor parte
es de escritura sinistrorsa (de izquierda a derecha, tal como la conocemos), raro es que
encontremos escritura dextrorsa (es decir, de derecha a izquierda). La fíbula mencionada
tiene esta dirección; no obstante se la ha considerada una falsificación del s. XVIII, lo que
ha generado controversias entre los paleógrafos.

En un documento hallado en uno de los antiguos foros romanos se advierte un


ejemplo de lo que se denomina bustrófedon, es decir, que va en un sentido y luego en otro.
En la palabra bustrófedon aparece la raíz /bu-/, la raíz de la palabra “buey”. No debemos
olvidar que son pueblos agrarios; en consecuencia, el camino de la escritura es semejante al
camino que deja el arado.

Pasemos a ver qué sucede con el alfabeto. Un antiguo profesor mío decía que el
latín se habla tal cual se escribe, con algún guiño al respecto, porque veremos que no es tan
así. Sí podemos afirmar que el alfabeto inicial latino está constituido por veintiún
caracteres, y no todos estos caracteres son comunes al alfabeto jónico-ático. Es decir: hay
algunas representaciones grafemáticas que son diferentes, como producto de la relación con
las poblaciones de origen dórico que habitaban la región meridional de Italia.

Veamos el alfabeto latino:

AB C D E FZ H IK LMN OPQR STU X

¿Qué diferencias pueden notarse?

Faltan varias consonantes; entre ellas la G, la V, la Y, la W, la J, la Ñ.

Empecemos por la última: la /ñ/ grafemáticamente representa un sonido que solo


encontramos en la lengua castellana; representa una doble /n/. Por ejemplo: la palabra
“año” en latín es annus.
Luego veremos qué sucede con la G.

Respecto a la Y, ésta entra posteriormente a la lengua latina. El alfabeto presentado


pertenece a un período muy arcaico. Pensemos que la “fíbula” de Preneste (es un texto muy
delicioso, pero hay que hacer mucho esfuerzo para entenderlo aun sabiendo latín) era el
sello de quien hizo la hebilla: “yo te hice para…”. Es como una tarjeta de cumpleaños.
Pero, volvamos, la representación grafemática de la Y entra posteriormente, en el siglo I
d.C., para representar aquellas palabras de origen griego que tienen “úpsilon”. Quiere decir,
entonces, que a esa altura el contacto que tiene la cultura romana con el mundo griego es
contacto sumamente profundo.

En cuanto a la antigüedad del abecedario, podemos afirmar que pertenece


aproximadamente al siglo VII a.C. Es un abecedario que tiene origen en otros abecedarios
griegos, no estrictamente el jónico-ático. Algunos señalan, como por ejemplo Bassols de
Climent, un gramático latino, que es un abecedario con elementos calcídicos, o dóricos,
como señalamos anteriormente (cf. Martinet).

Con respecto a la LL, esta no existe desde un punto de vista fonológico. Pero sí nos
encontraremos con muchas palabras que presentan consonantes dobles o geminadas. Por
ejemplo: ancilla. En la emisión de la palabra se sostiene la presencia de la doble /l/. Un
dato para tener en cuenta: la ortografía de las consonantes geminadas se fija hacia el siglo II
a.C. Piensen que la literatura latina comienza en el siglo III a.C. Ya hablaremos de qué
significa empezar a instituir una literatura latina en relación con la periodización de la
lengua.

Pero, procedamos con las consonantes de una manera más ordenada. Las
consonantes se pueden clasificar por su punto de articulación y por su modo de
articulación.

Por un lado, tenemos las oclusivas (modo articulatorio que se caracteriza por una
especie de obturación de la cavidad oral y el sonido explota en su paso por ella). Si
hablamos de las oclusivas labiales, nos encontramos con la /p/ y la /b/: la /p/ es sorda y la
/b/ es sonora (esta diferencia se da si vibran o no las cuerdas vocales cuando pasa el aire
entre ellas: si no vibra es sorda, si vibra es sonora). Esto es exactamente lo mismo que
sucede en castellano.
¿Qué sucede con las oclusivas dentales? Acá tampoco vamos a encontrar diferencia
alguna: la /t/ (sorda) y la /d/ (sonora).

Sigamos, entonces, hacia atrás en la cavidad oral: nos “encontramos” con las
oclusivas guturales o velares o palatales posteriores. Acá vamos a tener la primera e
importante diferencia, esta diferencia se va a dar en la velar sorda. El latín cuenta con
tres representaciones grafemáticas para este sonido: /k/, /c/, /q/. Algunos sostienen que la
invisibilidad de la gutural sonora es producto de la influencia etrusca, ya que los etruscos
no dirimían entre lo sordo y lo sonoro. Sin embargo, ante la necesidad de contar con una
lengua sin ambigüedades, se tiende a normativizar. Es lo que ocurre con toda lengua que se
convierte en un instrumento de dominación. Pero durante un período bastante importante
nos vamos a encontrar con la tríada de /k/, /c/, /q/ para la velar sorda.

La /k/ nos remite a la kappa griega. La /q/, como señala Bassols de Climent, se
relaciona con una gutural sorda que contaban algunos alfabetos griegos, la qoppa (Ϙ).

La /k/ tiende a desaparecer como grafema y se mantiene en pocos ejemplos del


vocabulario latino. La vamos a encontrar junto a la vocal /a/ en kalendae (“calendas”),
de aquí “calendario”. Las kalendae era una forma llamar uno de los días en el mes romano,
formaba parte de la distribución del tiempo. Por su parte, el registro de palabras con /k/ es
muy pobre en el latín clásico y solo aparece en los documentos más antiguos. Por ejemplo,
el nombre Kaeso.

La /c/ es una representación grafemática que nosotros tenemos. Junto con la


/a/, /o/, /u/ suena exactamente igual a cuando decimos “casa”, “comida”, o “cuco”. La
diferencia se encuentra cuando la /c/ es seguida por la /e/ o la /i/. Nosotros decimos
“cielo” o “cerámica”: la /c/ la reproducimos como una sibilante. Pero en latín no: siempre
suena como una gutural sorda. Por ejemplo: ancilla; censor.

La /q/ en latín nunca aparece sola, siempre es seguida de un apéndice


labiovelar: /qu/. La /u/ siempre va a sonar, a diferencia de cuando en castellano decimos
“queso” o “quiero”. Por ejemplo: quorum, quid. La /qu/ puede ir acompañada de cualquier
vocal, no necesariamente tiene que ser /e/ o /i/, como por ejemplo quod, antiquus, antiqua.

Estas son las velares sordas, ¿pero qué pasa con las sonoras? Velar sonora es la /g/.
El latín no la tenía. Se vuelve una necesidad desambiguar, y en consecuencia la /g/ es una
/c/ a la que se le ha agregado un trazado. Esto se produce hacia el siglo III a.C. Al igual
que ocurre con la velar sorda, la velar sonora siempre suena igual. Es castellano
decimos “geranio” donde la /g/ suena como una fricativa velar, pero en latín no. En latín,
siempre se lee una velar sonora: por ejemplo, genitalis.

Pasamos a las fricativas, otro modo de articulación que se produce como una
suerte de fricción a la hora de la emisión del sonido. Contamos con una fricativa, la /f/.
Esto marca una diferencia con respecto al griego, porque en latín no hay consonantes
aspiradas. El grafema F recuerda a la digamma (Γ). Pero la digamma griega no suena
como la /f/ sino que nos remite a una labiovelar (w).

La /f/ es una fricativa sorda. No hay fricativas sonoras, salvo que consideremos
dentro de las fricativas a las sibilantes. Cuando hablamos de sibilantes, hablamos de la
/s/ -sibilante sorda- y la /z/ -sibilante sonora-. Esta /z/ en el siglo IV a.C. desaparece por
un fenómeno que ocurre en todo el Mediterráneo, conocido con el nombre de rotacismo. El
rotacismo es un fenómeno que convierte a las sibilantes en vibrantes, sobre todo en
posición intervocálica. La /z/, entonces, ya no tuvo ningún valor y su lugar en el abecedario
lo ocupó la /g/. Y la /z/ aparece, como consonante compuesta (sonido dental más sibilante)
ocupando el último lugar del abecedario en el siglo II d.C., para aquellas palabras de origen
griego, como zelus. Entonces, el alfabeto resultante es:

AB CD E FGH IK LMN OPQR STU X Z

Hay algunas consonantes de las que todavía no hemos hablado.

La /r/, por ejemplo, que es una consonante vibrante. En cualquier posición se


pronuncia igual, no hay diferencia entre la vibrante simple o múltiple. Podemos
encontrarnos con una vibrante geminada; es decir: nos podemos encontrar con palabras en
donde aparezcan dos /r/. No hay mucho para decir al respecto de la /r/ porque no hay
diferencias con respecto a nuestra pronunciación. Lo mismo podemos decir con respecto a
la /l/ que es una liquida lateral.
Tanto la /l/ como la /r/ lo que sí pueden llegar a generar son algunos problemas; a
medida que vayan aprendiendo, se encontrarán con palabras que, como saeculum, la
segunda /u/ (siempre comenzando desde la derecha) “cae” por el hecho de tratarse de una
/u/ breve (de lo cual ya hablaremos), entonces la liquida constituye grupo consonántico con
la oclusiva. Esto también puede llegar a ocurrir con la /r/.

¿Qué pasa con el grafema H? En realidad, esta representación hace recordar a la


“eta” griega. Pero, no hay representación de una /e/ larga en el alfabeto latino. Simplemente
la /h/ es un signo de aspiración. Posiblemente la /h/ sonara con una aspiración muy cercana
al espíritu áspero en griego; luego, esto fue desapareciendo hasta convertirse como la
conocemos hoy: decimos que la /h/ es muda. “Historia” en griego es ἱστορία y en latín lo
vamos a escribir historia. En este ejemplo se puede ver que la /h/ equivale al espíritu
áspero. Los especialistas dicen por esto que la /h/ es solo un signo de aspiración.

Nos quedan las nasales. No hay mucho para decir con respecto a las nasales. Las
nasales se pueden geminar; por ejemplo, como vimos en annus. Pero, ¿cuál es el punto de
articulación? La /m/ es una nasal labial, la /n/ es una nasal dental. Lo que puedo ocurrir es
que la /n/ en una palabra como (angulus) –no desde el punto de vista de la representación,
pero sí desde el punto de vista fonológico– la /n/ precedida de una velar, también se
velariza. Esto es lo que los griegos llaman agma (ŋ). En latín no hay un grafema que lo
represente sino que solo hay una distinción fónica.

La Y griega aparece en el siglo I a.C. Esta representación ayuda en las palabras


que tienen úpsilon griega (Nos había faltado precisar el momento de su incorporación al
alfabeto latino).

En cuanto a la /x/, esta es una consonante compuesta en latín. No es la


representación de un sonido fricativo. Si bien la /x/ representa en lo grafemático el sonido
del alfabeto griego x (“ji”), no así en latín. Algunos dicen que esta es una característica del
latín por tratarse de una lengua indoeuropea occidental frente a lo que ocurre con las
lenguas orientales. La /x/ es, en realidad, (esto va a ser importantísimo en la conjugación de
verbos, o cuando lleguemos a la tercera declinación) es la combinación de una gutural y
una sibilante: /k/ + /s/. En la preposición ex (que aparece en muchos verbos, por ejemplo
“explico”) se advierte la combinación de la gutural y la sibilante. La /x/ es un sonido propio
del alfabeto latino, que también tienen algunos alfabetos griegos (pero no el jónico-ático).

En conclusión, en latín se presentan consonantes simples, consonantes geminadas


(/ll/, /rr/, /ss/) y consonantes compuestas.

Una última cosa en relación con las consonantes. Mencioné que no hay consonantes
aspiradas en latín. Aparecen consonantes oclusivas con aspiración precisamente en el
momento en que entre en el vocabulario latino un gran número de palabras griegas. Es el
producto de la conquista de Roma sobre Grecia.

Esto lo verán en la ejercitación. Se encontrarán palabras como chorus: no es una


palabra originalmente latina, pero representa la presencia de lo griego en el vocabulario
latino. Estas consonantes con aspiración influyeron en el latín hasta el punto que palabras
latinas incorporaron alguna forma de aspiración, por ejemplo en un adjetivo como pulchrus.
En inglés, mucho de esto ha persistido. Por eso, muchos alegan que el inglés es una lengua
semi-latina. Yo no sé si me atrevería a tanto.

Con respecto a la pronunciación de la lengua latina que estamos enseñando,


debemos señalar que se conoce con el nombre de pronunciación restituta (“restituída”). El
lingüista Jules Marouzeau a partir del cotejo de documentos literarios y no literarios llegó a
estas conclusiones prosódicas. Por esto les latinistas de muchas partes del mundo
pronunciamos la lengua latina de una manera más o menos homogénea.

Ahora, pasaremos a las vocales. En latín existen diez vocales: cinco breves y cinco
largas. Se representan gráficamente iguales. El hecho de ser largas o breves es una cuestión
fónica: la emisión de una vocal larga estaría representada por una emisión sostenida frente a
la emisión de una vocal breve. Esto influye necesariamente en la acentuación de la
palabra. Por eso, resulta muy importante tener en consideración algunas pocas reglas.

¿Cómo se distingue una vocal larga de una breve?

Las largas se marcan con: ā – ē – ī – ō – ū.

Las breves: ă – ĕ – ĭ – ŏ – ŭ.

Los diccionarios marcan la larga, sobre todo la penúltima que es la que vamos a
necesitar para la acentuación de las palabras. El Vox, uno de los diccionarios más comunes
al que suelen acceder les estudiantes, no marca las breves, pero sabemos que cuando no
las marca, esas vocales son breves.

La /i/ y la /u/ son, además de vocales, semivocales que seguidas de una vocal
pueden funcionar como consonantes. Por ejemplo: iam (esto es lo que luego ha dado
“ya”). Otro ejemplo: uulgus. La /i/ semivocal que funciona como una consonante seguida
por una vocal, se representa también con una /j/. Y la /u/ semivocal seguida por una vocal y
que funciona como consonante se representa con la /v/. La /j/ y la /v/ son denominadas
consonantes ramistas, porque fue Petrus Ramus, un humanista del s. XVI, quien
diferenció las semivocales funcionando como consonantes con un nuevo grafismo.

Pasamos ahora a los diptongos. En latín, los diptongos son tres; pero hay un cuarto
que ha quedado en algunas palabras como la interjección heus. No obstante, los diptongos
para el latín clásico son:

au – oe – ae

Tanto /oe/ como /ae/ no son diptongos en castellano. En el caso de /oe/, este
proviene de un antiguo diptongo /oi/ y /ae/ proviene de un antiguo diptongo /ai/.

Será fundamental tener en cuenta los diptongos porque estos funcionan como si
se tratara de una vocal larga. De modo que aquellas sílabas que tengan un diptongo,
serán sílabas largas. Así como las sílabas que tengan una vocal larga serán sílabas
largas.

Pasemos, entonces, a la acentuación. En latín no hay palabras agudas ni


sobreesdrújulas. Por lo tanto, se reduce la clasificación de las palabras por su
acentuación en graves o esdrújulas. Para saber cómo hay que leer una palabra, hay que
tener en consideración si es larga o breve la penúltima sílaba.

Si la penúltima sílaba es breve, la palabra es esdrújula: es decir, se retrotrae una


sílaba el acento. Por ejemplo: angulus. ¿Cómo nos damos cuenta de que la penúltima sílaba
es breve? Atención: buscamos en el diccionario y vamos a encontrar que la sílaba “-gu-“
en el Vox no tiene ninguna marca. Al no advertir marca alguna, significa que la sílaba es
breve y el acento se retrotrae.

Si la penúltima sílaba es larga, la palabra es grave. Por ejemplo: regīna.


Si, por ejemplo, nos encontramos con caelus. ¿Cuántas sílabas tiene? Solo dos,
porque hay un diptongo, -ae-: cae-lus.

¿Cuántas sílabas encontramos en la palabra amoenus? Tres, separemos en sílabas:

a – moe – nus.

Si se encuentran con la palabra poeta. Nosotros decimos “poeta” (tres sílabas en


castellano: po-e-ta). Y si bien acabo de decir que -oe- es diptongo, poeta no es una palabra
latina, es una palabra griega. Entonces, las sílabas, como en castellano, son tres: po - e- ta.
Como la e es larga, la palabra es grave.

Otro caso para no olvidar: la forma verbal coegi. Es la unión de la preposición cum
con el verbo ago. Por eso, en este caso, -oe- no forma diptongo. Esto ya lo veremos, ahora
créanme de que es así. Por ahora será una cuestión de fe.

Último ejemplo del día de hoy: diei. En castellano diríamos que ahí tenemos un
triptongo. En cambio, en latín se considera que hay tres elementos diferentes: di - e – i. Ya
veremos esto en el análisis de la quinta declinación.

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