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Santiago 4:1–12
La guerra es una realidad, a pesar de los tratados, las organizaciones para la paz
mundial y la amenaza de la bomba atómica. No sólo existen guerras entre naciones, sino
también las hay en casi todos los niveles de la vida.
Guerras Entre Creyentes (Santiago 4:1a, 11–12)
“¿De dónde proceden las luchas y los altercados que hay entre vosotros” (4:1, NVI).
¿Existen guerras entre creyentes? “Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los
hermanos juntos en armonía” (Salmo 133:1).
Lot provocó un conflicto con su tío Abraham (Génesis 13).
Absalón se sublevó contra su padre David (2 Samuel 13–18).
Aun los discípulos le causaron problemas al Señor cuando disputaron sobre
quién sería el mayor en el reino (Lucas 9:46–48).
No estamos puestos por jueces; Dios es el único juez. El es paciente y comprensivo; sus
juicios son justos y santos; por lo tanto, podemos dejar el asunto en sus manos.
Guerras Internas ( Santiago 4:1–3)
“¿De dónde proceden las luchas y los altercados que hay entre vosotros? ¿De dónde,
sino de las pasiones que se agitan en vuestro interior?” (4:1, NVI).
Los deseos egoístas son muy peligrosos; pues, llevan a acciones incorrectas (“matáis,
… combatís y lucháis” Santiago 4:2), y aun a oraciones incorrectas (“pedís y no recibís,
porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” 4:3).
La persona que tiene una lucha interior debido a sus deseos egoístas no puede ser feliz.
Nunca disfruta de la vida. En vez de sentirse agradecida por lo que Dios le da, se queja de
lo que no le da.
No puede llevarse bien con otros porque siempre está envidiando lo que otros tienen y
hacen.
Siempre está buscando algo que cambiará su vida cuando el verdadero problema está
en su corazón.
Dios hizo de nosotros una unidad; la mente, las emociones y la voluntad deben actuar
en armonía. Santiago ahora declara la razón por la cual tenemos luchas internas y por
consiguiente, con los demás.
Guerra contra Dios (Santiago 4:4–10)
La causa principal de toda guerra, ya sea interna o externa, es la rebelión contra Dios.
En el principio de la creación había armonía; pero el pecado entró y causó conflicto. El
pecado es infracción de la ley (1 Juan 3:4), e infracción de la ley es rebelión contra Dios.
¿Cómo puede el creyente hacerle guerra a Dios? Por hacer amistad con los enemigos de
Dios. Santiago nombra tres enemigos con los cuales no debemos fraternizar si queremos
estar en paz con Dios.
Abraham fue el amigo de Dios (Santiago 2:23); Lot fue el amigo del mundo. A Lot le
llevaron prisionero de guerra, y Abraham tuvo que rescatarlo (Génesis 14).
La amistad con el mundo se compara con el adulterio. El creyente está desposado con
Cristo y debe serle fiel. (Romanos 7:4)
El mundo es enemigo de Dios, y el que desee ser amigo del mundo no puede ser amigo
de Dios. Tampoco puede serlo si vive para la carne, como Santiago lo muestra enseguida.
La carne (Sant 4:1, 5).
Esta es la vieja naturaleza que adquirimos de Adán, y que está dispuesta a pecar.
(Gálatas 5:17).
Esto es lo que Santiago llama “vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros
miembros” (Sant 4:1). (Sant 4:5).
“Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz”
(Romanos 8:6).
El diablo (Sant 4:6–7). El mundo está en conflicto con Dios; la carne lucha contra el
Espíritu, y el diablo se opone a Dios.
Dios quiere que confiemos en su gracia, siendo que él “da mayor gracia”; no así el
diablo que quiere que confiemos en nosotros mismos.
Santiago da tres reglas que seguir si queremos disfrutar de la paz en lugar de las
guerras.
“Ni deis lugar al diablo”, fue la advertencia de Pablo en Efesios 4:27. Satanás necesita
un punto de cabida en nosotros si es que va a pelear contra Dios; y a veces nosotros se lo
damos. La única manera de resistir al diablo es someternos a Dios.
Acercarse a Dios (Sant 4:8).
¿Cómo podemos hacer esto? Pues, con confesar nuestro pecado y pedir a Dios que nos
limpie. “Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros
corazones”.
palabra purificad traducida del griego significa “hacer casto”.
Lo que aleja al hombre de Dios es el pecado Hebreos 10: 19-21
Pon el gobierno de tu vida sobre los hombros del Señor, y deja que él sea el Príncipe de
Paz (Isaías 9:6).