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Si un paciente llega en estado crítico y necesita una intervención inmediata, la enfermera Rita
Beljuskina y el médico anestesiólogo Sergei Kagalo verán su ingreso en el sistema en tiempo
real. En la planta de cirugía, una gran pantalla gobierna los 18 quirófanos disponibles. En
blanco se ha quedado la pizarra que utilizaban hasta hace cinco años, cuando todo se
organizaba a golpe de teléfono y rotulador. Con este sistema electrónico de reserva de
quirófanos pionero en Estonia, subraya Kagalo, los cirujanos introducen los datos del paciente,
especifican el nivel de urgencia de la operación —código rojo, si necesita ser intervenido de
urgencia; amarillo, si puede esperar hasta 2 horas; gris, hasta 24 horas—, el tipo de
instrumental y personal necesario, y hasta el tiempo que durará la operación. “Ahora hay
menos overbookings, menos esperas y menos cancelaciones. Incluso se han resuelto temas
quizás menores, pero ineficientes: antes muchas veces los médicos olvidaban poner en la ficha
qué tipo de antibióticos se iban a necesitar. Ahora no puede cerrarse la reserva sin esa
información”, explica Beljuskina. Terminada la intervención, los cirujanos se dirigen a una sala
de ordenadores donde completan el informe del paciente, que, una vez recibida el alta, se
encriptará y pasará a formar parte de su historial médico. En adelante, podrá decidir que el
dosier de su paso por el North Estonia Medical Centre sea accesible para otros especialistas
que lo traten o, de lo contrario, blindarlo para que nadie pueda verlo. En el sistema estonio, los
ciudadanos son los únicos propietarios de sus datos, y cuando, por ejemplo, un juez, un policía
o un funcionario de la red de transporte accede a ellos, esa consulta queda registrada. Y si se
considera injustificada, el ciudadano puede presentar una denuncia: las intromisiones
constituyen un delito.