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Mariología PDF
Mariología PDF
Programa y bibliografía
Facultad de Teología San Dámaso
Asignatura: Mariología
Prof.: Angel Castaño
Programa
1. INTRODUCCIÓN
5. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA
1. María, Madre Virgen (Maternidad divina y maternidad virginal; Virginidad de
María)
2. María, la perfectamente redimida (Concepción Inmaculada de María)
3. María, imagen perfecta de la Iglesia (Asunción a los cielos)
4. Cuestiones abiertas en el seno de la teología católica.
5. Cuestiones debatidas en el diálogo ecuménico.
6. María en la vida de la Iglesia (culto litúrgico y devoción popular; apariciones
y advocaciones marianas).
Bibliografía
Se cita sólo la bibliografía básica en español. Cada tema irá acompañado por una
bibliografía más exhaustiva.
Manuales
- AUER, J., María en el plan salvífico de Dios (en Jesucristo, Salvador del mundo).
Barcelona, Ed. Herder, 1990. Curso de Teología Dogmática, t. IV / 2.
- CALERO, A.M., María en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Ed. CCS. Madrid, 1990.
- INSTITUTO NACIONAL DE TEOLOGÍA A DISTANCIA. María, la madre del Señor. Madrid, 1986.
- MÜLLER, A. María en el acontecimiento Cristo (Mysterium Salutis, v. III, c. XI, pp. 867-
949). Ed. Cristiandad. Madrid, 1992.
Obras de consulta
TEMA 1
LA VIRGEN MARIA EN EL MAGISTERIO CONTEMPORÁNEO
Lumen Gentium, Marialis Cultus, Redemptoris Mater)
LUMEN GENTIUM
Una primera razón de esta crisis es, sin duda, la “secularización” interna del
cristianismo, que tiende insensiblemente a reducir la importancia de lo sobrenatural, de la
acción de la gracia, y, por tanto, también del papel de los santos en la vida de la Iglesia.
Para comprender un poco esta situación, es conveniente echar una mirada, muy
superficial por otra parte, al origen y la historia de esta disciplina teológica.
Estas críticas venían acompañadas por las de la Reforma Protestante, que en este
campo precisamente se aleja aún más de la teología y la doctrina de la Iglesia. Precisamente
en torno a la mariología se descubren con mayor claridad las diferencias en el planteamiento
y método teológicos y algunas de las fundamentales diferencias doctrinales entre la Iglesia
Católica y las Iglesias reformadas.
En el aula conciliar estaba presente también otra tendencia, la eclesiotípica. Ésta pone
más de relieve la relación de María con la Iglesia, un relación de tipo, es decir, en el lenguaje
de la tradición, de modelo y signo de lo que la Iglesia está llamada a ser. Esta tendencia
admitía la existencia de privilegios y dones concedidos por Dios a maría, pero no en función
de su propia santidad personal, sino en función de la misión que le fue asignada por Dios al
servicio del misterio de Cristo y del misterio de la Iglesia. La Virgen María es considerada
como discípula de Cristo, miembro eminente de la iglesia, realización plena y perfecta de la
existencia cristiana y, como tal, no sólo Madre, protectora, abogada e intercesora de la Iglesia,
sino modelo, signo de lo que la Iglesia espera ser.
Giro conciliar
El Concilio Vaticano II aportó así una gran novedad a la mariología que es uno de los
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Hay que observar que en algunos autores protestantes la posición en la actualidad es más matizada.
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Tema 1. Magisterio contemporáneo
importantes temas tratados. Esta novedad es debida al influjo de los grandes movimientos
teológico que lo precedieron (bíblico, patrístico, litúrgico, eclesiológico y ecuménico), al
punto de partida adoptado (histórico-salvífico) y a la colocación misma del documento sobre
la Virgen María en los documentos conciliares.
El punto de partida del capítulo VIII de la Lumen Gentium es, como ya hemos dicho,
histórico-salvífico. Con ello se evita la impresión de la Virgen María como una pieza suelta
en todo el desarrollo teológico. Se acentúa del mismo modo la presencia y función de la
Virgen en la historia de la salvación:
Este panorama inicial fue enriquecido por las aportaciones de los diversos
movimientos teológicos. Gracias al movimiento bíblico, se enraíza más fuertemente el estudio
de la Virgen María, en el conjunto de todos los textos bíblicos. Gracias al movimiento
patrístico, aparece el tema tan rico de María, tipo de la Iglesia, entendida en tres sentidos: a)
María es representación concreta y personificación de la esencia teologal y mística de la
Iglesia. María, expresión eminente de la Iglesia, precede a ésta y le indica dos funciones
esenciales: la maternidad y la virginidad. b) El vínculo interno real de esta representación de
María es su papel materno: "ella coopera con amor de Madre a la regeneración y formación
de los fieles" (LG 63). c) María tiene con la Iglesia una relación de ejemplaridad: "brilla ante
toda la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes" (LG 65). De esta manera, la
Virgen aparece plenamente inserta en el misterio de la Iglesia. Es miembro de la Iglesia,
aunque eminente. Como la Iglesia está necesitada de salvación, aunque es la perfectamente
redimida y por ello se convierte en el modelo de lo que la misma Iglesia espera y desea llegar
a ser: Mientras tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los
cielos en cuerpo y en alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su
cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de
Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor.
En primer lugar, como más evidente, y tal como define la bula de la definición
dogmática: que María fue preservada de todo pecado, y desde el comienzo mismo de su
existencia, del pecado original. El primer aspecto es, pues, definido negativamente: ausencia
de pecado.
Por eso, no pocos padres antiguos en su predicación, gustosamente afirman: “El nudo de la
desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la
incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe”; y comparándola con Eva, llaman a María
Madre de los vivientes, y afirman con mayor frecuencia: “La muerte vino por Eva; por María,
la vida”.
Si es toda la existencia de María la que en el “sí” dado al ángel se presenta como acto
de servicio a la voluntad del Padre, al servicio de su Hijo, entonces queda dicho también que
la maternidad divina de María no es solamente un acto puntual, el momento generativo en el
sentido biológico, sino que es el misterio que abarca su vida entera. Su maternidad es un acto
de servicio, su modo concreto de responder a la vocación divina, y por eso es madre durante
toda la existencia de su Hijo. Algo que parece evidente, que pensamos sin dificultad respecto
de cualquier otra madre humana, pero que a veces en el caso de María ha quedado también
oscurecido. La maternidad de María define completamente la relación que ella tuvo con
Cristo a lo largo de su existencia entera, uniéndose a la obra de su Hijo, en calidad de Madre.
Por eso el Concilio dedica los número siguientes a iluminar la unión de la Madre con el Hijo
a lo largo de los misterios de la vida del Señor.
Pero el Concilio va más allá y nos ilumina otro aspecto de esta maternidad de María
respecto de Cristo. En todo momento es Madre, pero los Evangelios nos la presentan al
mismo tiempo como discípula, como peregrina en la fe. Una presentación demasiado
maximalista de las virtudes y de la santidad de María han hecho de ella a veces una figura
sobrehumana como si desde el principio hubiera sabido a la perfección quién era su Hijo,
como si no tuviese nada que aprender de su Hijo, como si no fuese constantemente llevada
por Dios a un estado más puro de fe y de abandono en su voluntad, a una mayor unión
personal con la obra de la salvación. Es todo lo contrario, el Concilio muestra cómo la fe de
María estuvo continuamente en proceso de crecimiento: si bien Isabel la saluda llena de gozo
porque ha creído (Lc 1, 41-45), aseveración que provoca en ella la alegría del Magnificat,
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Tema 1. Magisterio contemporáneo
vemos también que no entendía y que se veía obligada a meditar y conservar las cosas en su
corazón, necesitada de un esfuerzo personal de agudización de la fe para aceptar algo que se
ve desde el principio: el Hijo que ha sido engendrado en sus entrañas, sin dejar de ser su Hijo,
se debe ocupar en las cosas de su Padre, y ella está al servicio de esa filiación absolutamente
exclusiva y original del Hijo respecto de su Padre divino. Es como si Dios mismo y Jesús,
llegada su mayoría de edad, se encargasen de irla preparando para renunciar a su maternidad
físico-biológica, para entrar en una relación maternal con su Hijo de otro rango: de índole
espiritual, consistente más en los lazos de la fe que en los de la carne: Llegan su madre y sus
hermanos, y quedándose fuera le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su
alrededor. Le dicen: “¡Oye! Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te
buscan”. El les responde: “¿Quién es mi madre y mis hermanos?” Y mirando en corro a los
que estaban sentados a su alrededor, dice:”Estos son mi madre y mis hermanos. Quien
cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3, 31-35).
Vista desde esta perspectiva, se entiende la expresión del Concilio, según la cual, la
Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con
su Hijo hasta la Cruz, como un proceso que permite entender a María la relación con su Hijo
en clave de una maternidad distinta a la puramente natural. Es Madre por haberlo engendrado,
pero a la vez es discípula, llamada a crecer en la fe, a cumplir cada vez más perfectamente la
voluntad de Dios... Esta voluntad de Dios sobre ella tenía una finalidad: “espiritualizar”
progresivamente su maternidad, hasta que, habiendo renunciado a la “posesión maternal” de
su Hijo, habiendo comprendido más perfectamente y por la propia experiencia, que era madre
por ser discípula, se una completamente a la inmolación de su Hijo en la cruz.... preparada de
este modo para el último y definitivo sí, el que dio a su Hijo en la cruz cuando éste le dijo que
su hijo era, a partir de aquel momento, el discípulo que con ella estaba al pie de la cruz. María
es llevada en este momento a “renunciar” a una maternidad (biológico-genética) para asumir
una nueva maternidad, la maternidad sobre la Iglesia, que no es más que prolongación de la
primera.
El Concilio pasa después a expresar la relación de María con la Iglesia y, como vemos,
no sin motivo: la relación que María tiene con la Iglesia es consecuencia de la relación que ha
tenido con Cristo. También la relación de María con la Iglesia se puede definir bajo la clave
de la maternidad, una maternidad a la que se ha ido preparando, con la asistencia del Espíritu
Santo, a lo largo de su vida, y que engloba los múltiples aspectos de una relación muy
compleja. Veamos cómo es esta relación con la Iglesia y qué rasgos asume.
Maternidad espiritual
La Bienaventurada Virgen, predestinada, junto con la Encarnación del Verbo, desde toda la
eternidad, cual Madre de Dios, por designio de la Divina Providencia, fue en la tierra la
esclarecida Madre del Divino Redentor, y en forma singular la generosa colaboradora entre
todas las criaturas y la humilde esclava del Señor.
Queda claro, por tanto, que se trata de una maternidad espiritual, que nace de la íntima
unión con Cristo, gracias a la cual ha colaborado plenamente con su Hijo en el orden de la
gracia a la restauración de la vida sobrenatural. Tal colaboración continúa ahora donde ella,
asunta a los cielos en cuerpo y alma, continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los
dones de la eterna salvación.
Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre
peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso,
la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora,
Socorro, Mediadora.
(...)
Lo primero que hay que decir que la virginidad de María no es vista en primer lugar
como una virtud personal de la madre de Jesús, ni siquiera como un resultado de su
espiritualidad y de su ascética... es decir, no es tratada ni vista tanto como una cualidad
personal de María en relación con su santidad, sino más bien como un aspecto de su
maternidad; en segundo lugar, como una muestra más del servicio que presta con toda su
existencia a la obra de su Hijo y, por último, es considerada en relación “tipológica” con el
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Tema 1. Magisterio contemporáneo
misterio de la Iglesia que también es virgen y madre. La virginidad de María es por tanto, en
primer lugar, un aspecto de su maternidad.
¿Cuáles son los criterios de esta interpretación tipológica? En primer lugar, dos
afirmaciones de la fe: María es virgen-madre, y la Iglesia es también llamada
tradicionalmente virgen y madre. Se establece entre María y la Iglesia una relación de
ejemplaridad. María es Virgen porque engendra a su Hijo por obra del Espíritu Santo (sin otra
intervención humana), espiritualmente, pero por lo mismo es Madre. Como Madre vive
consagrada a su Hijo, y lo hace con tal exclusividad que permanece Virgen para siempre al
cuidado de su Hijo y en su seguimiento. Así también la Iglesia es Madre porque engendra a
sus Hijos a la vida sobrenatural, pero lo hace espiritualmente también por la intervención
divina, la intervención del Espíritu Santo tanto en el sacramento de la generación (bautismo)
como en el sacramento de la regeneración (penitencia) que devuelve a sus hijos la vida
sobrenatural perdida por el pecado. La Iglesia es Madre porque cuida de sus hijos hasta
llevarlos a la vida eterna, y es Virgen porque lo hace en una radical consagración y
disponibilidad a la voluntad del Padre.
En este aspecto hay que hacer mención también -como hemos hecho anteriormente- de
la realidad divino-humana de la Iglesia. En María tanto la maternidad como la virginidad son
perfectas en cuanto que nunca fueron contaminadas por el pecado: son un don de Dios,
perfectamente seguido y correspondido por la colaboración humana, la colaboración de
María. En el caso de la Iglesia se da también el don de Dios, tan radical y absoluto como en el
caso de María; se da también la perfecta respuesta en cuanto que la Iglesia en su estructura es
indefectiblemente santa, pero se da también una imperfección de la colaboración humana en
los miembros de la Iglesia. Por eso la maternidad y la virginidad en la Iglesia son a la vez don
y tarea: la Iglesia está en constante estado de reforma para que tanto su maternidad espiritual
(es decir, su colaboración con el Espíritu Santo en la obra de la regeneración sobrenatural de
los hombres) sea lo más perfecta posible, como para que su virginidad (es decir, su
pertenencia exclusiva e incontaminada a Dios, no prostituida con componendas humanas) sea
también expresión lo más perfecta posible de su pertenencia a Dios.
De esta relación “ejemplar” entre María y la Iglesia se sigue que la Iglesia está llamada
a imitar las virtudes de María, siguiente tema que desarrolla el Concilio, teniendo en cuenta lo
ya dicho: que en María se da la perfección de la santidad, y por eso es tipo perfecto de la
Iglesia, en la Iglesia, realidad divina compuesta por hombres, esta santidad está en camino:
Mientras que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta
sin mancha ni arruga (cf. Ef., 5,27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la
santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la
comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes (§ 65).
Especialmente desde el Sínodo de Éfeso, el culto del Pueblo de Dios hacia María creció
admirablemente en la veneración y en el amor, en la invocación e imitación, según palabras
proféticas de ella misma: “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en
mí cosas grandes el que es poderoso” (Lc 1, 48) (§ 66).
Recuerden, pues, los fieles que la verdadera vocación no consiste ni en un afecto estéril y
transitorio, ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos
conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos excitados a un amor filial
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Tema 1. Magisterio contemporáneo
hacia nuestra Madre y la imitación de sus virtudes (§ 67).
También en este caso el Concilio aborda el tema desde el punto de vista de la historia de
la salvación y desarrollando el paralelismo María-Iglesia, es decir, destacando la relación de
María con la Iglesia. El núcleo está en esta primera afirmación del § 68:
Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo
y alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en
esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Pe 3, 10), antecede con su luz al Pueblo de
Dios peregrinante como signo de esperanza y consuelo.
De nuevo es María presentada como tipo de la Iglesia, es decir, como imagen del
misterio profundo de la Iglesia, de aquello que la Iglesia es ya, en virtud de la acción de Dios,
sobre ella y de lo que está llamada a ser cuando llegue a la perfección de la Jerusalén
celestial. María es así, en virtud de su Asunción a los Cielos, la primera discípula de Cristo
que ha alcanzado ya plenamente la meta, anticipándose en ella, en virtud de su unión a Cristo,
y como anticipo de lo que espera a todo cristiano, al cuerpo de Cristo que es la Iglesia, la
salvación plena y definitiva, la vida eterna que sucederá a la resurrección del cuerpo. En tal
sentido, puesto que en ella ya se ha realizado lo que esperamos, es signo de esperanza cierta y
a la vez de consuelo en medio de las tribulaciones del pueblo de Dios que todavía peregrina.
MARIALIS CULTUS
El Vat. II ha puesto las bases para una amplia reforma litúrgica en la Iglesia, que ha sido
introducida en los años siguientes por obra de Pablo VI. En el ámbito de esta reforma,
también el culto a la Virgen ha sido directamente afectado. En el nuevo calendario, las fiestas
marianas han sido dispuestas de tal modo que contribuyan a poner de relieve las etapas más
significativas de la historia de la salvación, en las que la figura central de Cristo se impone
como el perno de la existencia cristiana. Así la celebración de la persona de María se revela
como un reflejo del culto dado al Salvador, al que la Madre ha sido estrechamente asociada7.
Pero es sobre todo con la exhortación apostólica Marialis cultus con lo que Pablo VI
afronta expresamente la cuestión del culto mariano en su conjunto. La renovación del mismo
es el tema de la segunda parte del documento pontificio, que comienza justamente con un
claro planteamiento de los términos del problema: “No obstante, como es bien sabido, la
veneración de los fieles a la madre de Dios ha asumido formas múltiples según las
circunstancias de lugar y de tiempo, la diversa sensibilidad de los pueblos y su diferente
tradición cultural. De aquí deriva que las formas en que tal piedad se ha expresado, sujetas a
la usura del tiempo, aparezcan necesitadas de una renovación que permita sustituir en ellas los
elementos caducos, dar valor a los perennes e incorporar los datos doctrinales, adquiridos por
7
M. Augé, Le linee di una rinnovata pietà mariana nella riforma dell’Anno Liturgico en Mar 41
(1979), 272- 273.
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Tema 1. Magisterio contemporáneo
la reflexión teológica y propuestos por el magisterio eclesiástico. Esto demuestra la necesidad
de que las conferencias episcopales, las iglesias locales, las familias religiosas y las
comunidades de fieles favorezcan una genuina actividad creadora y procedan, al mismo
tiempo, a una diligente revisión de los ejercicios de piedad hacia la Virgen: revisión que
auspiciamos respetuosa de la sana tradición y abierta a acoger las legítimas instancias de los
hombres de nuestro tiempo” (MC 24).
Como todo fenómeno humano, el culto a María consta de expresiones dictadas por las
circunstancias históricas, por la sensibilidad y por la psicología de los creyentes, por las
diferentes tradiciones culturales de los pueblos. Estos elementos pueden cambiar con el paso
del tiempo y a veces es necesario que sea así, por diversas razones. Sobre todo porque el culto
puede caer en formas falsas o desviadas. Pablo V recuerda explícitamente algunas de estas
desviaciones: la vana credulidad, el sentimentalismo estéril, la manía de nuevas curiosidades,
la búsqueda de efectos miraculistas, la mezcla de intereses personales, asuntos comerciales y
provechos económicos (MC 38; LG 67). En estos casos la renovación se hace urgente para
que las formas de la piedad respondan a la verdadera naturaleza y a la verdadera finalidad del
culto cristiano.
Permanece, pues, siempre la exigencia de adecuar las formas de la piedad a las instancias
legítimas del pueblo de Dios, a sus justas aspiraciones, dictadas por la fe y por la devoción
interior, ya que el culto es dado por el hombre concreto, histórico y no puede estar
subordinado a los dictámenes de una normativa puramente abstracta.
Notas características
Por las razones susodichas el culto mariano debe ser adaptado a las actuales
circunstancias de la vida cristiana. En base a estos principios, Pablo VI ilumina cuatro notas
que deben distinguir una válida devoción a la Virgen en la Iglesia de hoy y que “emergen de
la consideración de las relaciones de la Virgen María con Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo, y
con la Iglesia” (MC 29).
Nota trinitaria
Es estrictamente postulada por el hecho de que el culto mariano es parte intrínseca del
único culto cristiano. Éste, efectivamente, “es, por naturaleza, culto al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo, o mejor -como se expresa la liturgia- al Padre por Cristo en el Espíritu” (MC
25). Por eso todo honor atribuido a María no puede detenerse en su persona, sino que debe
resolverse, en última instancia, en un acto de alabanza y de gracias al Dios trino, que ha
levantado a la Virgen a cumbres tan altas de santidad.
Nota cristológica
Nota pneumatológica
Nota eclesiológica
El puesto que María ocupa en el seno de la Iglesia no puede ser ignorado por los fieles,
los cuales deben reconocerlo también en los hechos con que expresan su culto a ella (MC 28)
que, “en la Iglesia santa ocupa, después de Cristo, el puesto más alto y el más cercano a
nosotros” (LG 54). Es ésta una riqueza que los latinos pueden recuperar ulteriormente del
cristianismo oriental, en el que incluso los elementos arquitectónicos e iconográficos
contribuyen a ponerla en luz. El mismo Vat. II, ilustrando la naturaleza de la Iglesia, como
familia, pueblo y reino de Dios y como cuerpo místico de Cristo, abre un camino más fácil a
la comprensión del papel de María en la Iglesia misma y de su puesto en el misterio de la
comunión de los santos. María y la Iglesia, efectivamente, son dos realidades que poseen
muchos elementos en común: ambas son fruto de la acción santificadora del Espíritu; ambas
son madres de Cristo porque colaboran en la regeneración y en la formación espiritual de sus
miembros; ambas están unidas en una acción apostólica que tiende a hacer continuamente
presente el reino de Dios en las realidades del mundo.
Orientaciones
Para introducir y reforzar las susodichas notas características del culto mariano, la
exhortación apostólica expone algunas orientaciones que deben seguir la obra de renovación
de la Iglesia en el culto mariano.
Orientación bíblica
Orientación litúrgica
Orientación ecuménica
Si ya el Vat. II amonesta a los fieles para que en el culto a María eviten lo que puede
crear malentendidos con los hermanos separados (LG 67), la exhortación de Pablo VI,
después de haber sancionado esta amonestación (MC 32), da un paso adelante considerando
la impronta ecuménica del culto mariano como una consecuencia del carácter eclesial de este
culto. Como tal debe reflejar las preocupaciones de la Iglesia, “entre las cuales, en nuestros
días, destaca el ansia por la recomposición de la unidad de los cristianos” (ibid.). El papa no
deja de poner de relieve las preciosas contribuciones que otras confesiones cristianas
continúan aportando a la piedad mariana. Por tanto, el ecumenismo ha de entenderse no sólo
como un compromiso para hacer aceptar por los hermanos separados la doctrina y el culto
católico, sino también como disponibilidad para acoger lo que estos tienen de rico y de
positivo en su devoción a la madre del Señor. Reconocer estos puntos positivos no comporta
que se deban cerrar los ojos sobre las divergencias que todavía separan, especialmente por lo
8
Ibid., 276.
21
Tema 1. Magisterio contemporáneo
que se refiere a la “función de María en la obra de la salvación” (UR 20). No obstante, la MC
confía en que estos obstáculos no sean inseparables: “Porque el mismo poder del Altísimo,
que cubrió con su sombra a la Virgen de Nazaret, obra en el actual movimiento ecuménico y
lo fecunda, deseamos expresar nuestra confianza en que la veneración a la humilde sierva del
Señor, en la que el Omnipotente hizo cosas grandes, se convertirá, aunque sea lentamente, no
en un obstáculo, sino medio y punto de encuentro para la unión de todos los creyentes en
Cristo” (M 33).
Orientación antropológica
Una renovación eficaz del culto mariano no puede prescindir de las adquisiciones seguras
y comprobadas de las ciencias humanas. En particular, debe tener en consideración la
difundida mentalidad actual que pone al hombre y a la mujer en el mismo plano en la vida
familiar, en la acción política y en campo social y cultural. Un cierto tipo de devoción se
limitaba a presentar a María como modelo solo por su vida de escondimiento, de humildad y
de pobreza. La MC hace observar que la Virgen es modelo no por el tipo de vida que llevó,
sino porque en su concreta situación “se adhirió total y responsablemente a la voluntad de
Dios” (MC 35). Es normal que los creyentes hayan expresado siempre sus sentimientos de
devoción a la Virgen “según las categorías y las representaciones propias de su época” (MC
36). Pero la devoción, por sí misma, no está ligada a los esquemas representativos y a las
concepciones antropológicas de una determinada época cultural; por esto sus expresiones
concretas deben estar sujetas a una iluminada evolución. Si se compara la figura de María,
como aparece en el evangelio, con los conocimientos antropológicos y los contenidos
culturales que condicionan la actual mentalidad religiosa, será fácil ver, a la luz del Espíritu,
cómo María se presenta verdaderamente como “espejo de las esperanzas de los hombres de
nuestro tiempo” (MC 37). En este orden de ideas, el papa cita como particularmente actual y
significativo el comportamiento de María en el misterio de la Anunciación, donde ella da un
ejemplo admirable de consentimiento activo y responsable a la encarnación del Hijo de Dios
y de elección valerosa del estado virginal como total consagración al amor de Dios. En el
Magnificat se manifiesta como mujer en absoluto “pasivamente remisiva o de una
religiosidad alienante”, sino como valiente al proclamar las preferencias divinas por los
pequeños y los oprimidos. En el Calvario, María aparece como la mujer fuerte en las pruebas
de la vida; una madre en absoluto posesiva, abierta a una dimensión materna universal.
REDEMPTORIS MATER
22
Tema 1. Magisterio contemporáneo
El Papa firmó esta encíclica el 25 de marzo de 1987. La Civiltà Cattolica 9 la saludó
presentándola como “un amplio comentario, casi como una explicitación teológica, del
programa pastoral trazado en el escudo pontificio: María a los pies de la cruz”. Se ha dicho
que la Redemptoris Mater es la espiritualidad mariana de Juan Pablo II hecha encíclica, de
modo que se ha subrayado, y con razón, su carácter espiritual-contemplativo. Así lo declaró el
mismo Papa en la Audiencia general del 26 de marzo de 1987: “La estuve pensando mucho
tiempo. La cultivé largamente en mi corazón. Ahora le doy gracias al Señor por haberme
concedido ofrecer este servicio a los hijos e hijas de la Iglesia, correspondiendo a expectativas
de las que me habían llegado distintas señales. Esta encíclica consiste esencialmente en una
“meditación” sobre la revelación del misterio de la salvación, que se le comunicó a María en
el alba de la redención y en el que ella fue llamada a participar y a colaborar de una forma
totalmente excepcional y extraordinaria”.
Pero no hay que confundirse: el mismo artículo de la Civiltà Cattolica citado antes
subraya que lejos de ser un simple exhortación a la devoción mariana “es más bien una
exposición bíblica y teológica de la doctrina mariológica, presente en el Nuevo Testamento,
desarrollada por los Padres de la Iglesia de oriente y occidente y puesta bajo una luz nueva
por el Concilio Vaticano II, sobre todo en el capítulo VIII de la Lumen Gentium”.
Precisamente por esta conexión con el Concilio Vaticano II (que es la fuente más citada
en la Encíclica) podríamos decir que la estructura de la Encíclica se corresponde con la
Lumen Gentium. Efectivamente los tres grandes “temas” de la Redemptoris Mater son: María
en el Misterio de Cristo (nn. 7-24), la Madre de Dios en el centro de la Iglesia peregrina (nn.
25-38) y la mediación maternal de María (nn. 38-50), en una organización similar al
documento conciliar.
- como la mujer que acompaña a la Iglesia en esta peregrinación histórica, durante este
tiempo de lucha entre el bien y el mal. Da así paso al aspecto del dinamismo antes
mencionado.
Este es el núcleo mismo de la historia: el camino que todo hombre (historia de las almas)
debe recorrer en su opción por Cristo. Y es precisamente en esta perspectiva donde aparece la
figura de María como “feliz porque ha creído”, que es el hilo argumental de la encíclica a la
vez que clave de comprensión del misterio de María.
Efectivamente,
“en este camino, peregrinación eclesial a través del espacio y del tiempo, y más aún a través de
la historia de las almas, María está presente, como la que es “feliz porque ha creído”, como la
que avanzaba en la “peregrinación de la fe”, participando como ninguna otra criatura en el
misterio de Cristo” (RM 25).
En este párrafo citado están los dos elementos fundamentales y más originales de la
encíclica de Juan Pablo II: la presencia de María y la peregrinación de la fe.
La presencia de María
¿Cómo puede estar presente María en nuestro hoy y en todos los tiempos? Precisamente
en razón de su Asunción a los Cielos, ya que implica para ella la glorificación del cuerpo, que
hace posible una vida nueva, una presencia espiritual no ligada a los condicionamientos de
espacio y tiempo.
Se trata, pues, de una presencia espiritual que, además, es activa y fecunda. Al igual que
en la vida de Cristo, la presencia de María determinó, por ejemplo, el comienzo de los signos
(Bodas de Caná12, así también en la vida de la Iglesia la presencia de María supone
“comunión de vida” e influjo eficaz. Es una presencia activa y ejemplar en la vida de la
Iglesia (RM 1).
Esta presencia supone, pues, una relación materno-filial entre la Virgen María y los fieles
cristianos, relación que fundamenta el principio básico de lo que podemos llamar
“espiritualidad mariana” que consiste básicamente en la “entrega filial a la Madre de Dios”
(RM 45).
Y se trata, por último, de una presencia claramente interior, puesto que se actúa en el
orden de la fe, de la que ella es modelo no en un sentido meramente externo, sino tipológico.
Veámoslo.
El itinerario de la fe
En la expresión “feliz la que ha creído” encuentra el Papa una clave que descubre la
realidad íntima de María. La peregrinación en la fe de María supone el criterio de
interpretación del misterio de María y es precisamente en este punto donde la Encíclica
alcanza la mayor novedad: si María “ha llegado a estar realmente presente en el misterio de
10
Sermo I in dormitione Deiparae, PG 98, 344.
11
Sermo I in Assumptione beatae Mariae Virginis: PL 183, 415.
12
Cf. Redemptoris Mater 21.
25
Tema 1. Magisterio contemporáneo
13
Cristo” es “precisamente porque «ha creído» (RM 12) .
En primer lugar, María, aun estando ya perfectamente glorificada en los cielos, sigue
siendo “la que ha creído”, porque en eso consiste su yo más profundo: “En la Iglesia de
entonces y de siempre, María ha sido y es sobre todo la que «es feliz, porque ha creído»: ha
sido la primera en creer” (RM 26).
13
“El Papa ve el sí de María, su acto de fe, explicado también en los pasajes sálmicos que la carta a los
Hebreos entiende como el sí del Hijo a la humanación y a la cruz: «Sacrificio y oblación no quisiste; pero me
has formado un cuerpo... He aquí que vengo.., a hacer, oh Dios, tu voluntad» (Hb 10, 5-7; Sal 40, 6-8, encíclica,
nº 13). Con su sí a que de su propio seno nazca el Hijo de Dios por la fuerza del Espíritu Santo, María pone su
cuerpo, todo su yo, como lugar a disposición de la presencia de Dios. De ese modo, en este sí, la voluntad de
maría coincide con la voluntad del Hijo. En la armonía de este sí, “me has formado un cuerpo”, se hace posible
la humanación en la que -como dijo Agustín- a la concepción corporal de María precedió su concepción en el
espíritu” (J. RATZINGER, “El signo de la mujer. Intento de introducción a la Encíclica «Redemptoris Mater» en
María, Iglesia naciente. Ed. Encuentro 1999, p. 37).
14
“... al pie de la cruz, la promesa que se le hizo, “El Señor Dios le dará el trono de David, su padre... y
su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-35), parece definitivamente desmentida. La fe entra en su kénosis más extrema,
permanece de pie en la oscuridad total. Pero precisamente así es participación total en el anonadamiento de Jesús
(Flp 2, 5-8). El círculo se cierra conectando con el principio: “Me has formado un cuerpo, he aqui que vengo”;
ahora esta expresión de disponibilidad se asume, y precisamente la oscuridad de María es la consumación de esa
comunión de voluntad de la que nosotros habíamos partido. La fe -como se puede ver desde Abraham- es
comunión de cruz. Así, sólo junto a la cruz llega a ser completa. Así, y no de otro modo, es el ámbito del
“dichoso” que viene de Dios” (J. RATZINGER, o.c., p. 37).
15
“El Papa ve la actitud de María en conexión con la figura de Abraham: lo mismo que la fe de
Abraham se convirtió en el comienzo de la Antigua Alianza, así la fe de María inaugura la Nueva en la escena de
la Anunciación. La fe es en ella, como en Abraham, confiar y obedecer a Dios hasta en medio de un camino
oscuro. Es un dejarse caer, ofrecerse y ponerse, en manos de la verdad, de Dios. Así la fe, en el claroscuro de los
caminos inescrutables de Dios, se convierte en conformación con él” (J. RATZINGER, o.c., p. 36)..
26
Tema 1. Magisterio contemporáneo
Para expresar la relación entre la fe de María y la de la Iglesia el Papa recurre a los
conceptos de participación y de identificación. De algún modo (que el Papa insiste en
subrayar “misterioso”, para evitar la idea de una identidad o de una transmisión mecánica)
todos los fieles de Cristo “participan de la fe de María” (RM 27), de modo que “la fe de
María... se convierte sin cesar en la fe del pueblo de Dios en camino” (RM 28). Se trata de la
presencia de la Madre entregada a sus hijos que en el conocimiento, en el corazón, en la
fuerza de la oración, hace partícipes a los suyos de su misma fe, enlazando así Juan Pablo II
con una idea ya esbozada por S. Luis María Grignon de Monfort en su “Tratado de la
verdadera devoción a María Santísima”, que afirma que uno de los efectos de una verdadera
devoción mariana es la participación en la fe de María: “La Virgen Santísima te hará
participar de su fe”16.
16
o.c., n. 214.
27
Tema 2. Fundamentación bíblica
TEMA 2
Pero ha de ser puesta la cuestión en su justo lugar. Que un texto concreto -o una serie de
textos- presenten claros retoques de la comunidad post-pascual es un dato interesante para la
exégesis y para la historia de la redacción de la Escritura, pero teológicamente el contenido
del texto correspondiente resulta importante, no en virtud de su origen antiguo o de su
historicidad, sino en virtud de su inspiración por el Espíritu Santo, independiente de la pura
investigación histórico-crítica.
Dicho esto, sólo queda decir que he elegido para la exposición un criterio cronológico,
pero no el orden de composición de los textos (empezar por los más antiguos para terminar
con los más recientes), sino en el sentido de la “cronología” de Jesús. Comenzaremos, pues,
por los textos relativos a la concepción de Jesús y a su infancia. Seguiremos después por los
textos relativos a la vida pública, terminando con la muerte de Jesús. Otros criterios serían
28
Tema 2. Fundamentación bíblica
posibles, éste tiene la ventaja de facilitar una cierta unidad temática.
Dos pasajes son los que nos interesan especialmente, el de la genealogía y el del anuncio
a José, que ya desde ahora podemos considerar como una ampliación o explicación de alguna
de las irregularidades de la genealogía. Es importante también caer en la cuenta del uso que
en este texto hace S. Mateo de Is 7, 14, el primero de los “oráculos del Emmanuel” de Isaías.
LA GENEALOGIA DE JESUS.
Bajo explícita declaración del evangelista mismo (v. 17), esta lista de nombres que van de
Abraham a Cristo (vv. 2-16) está subdividida en tres grupos y cada grupo comprende catorce
nombres. El primer grupo va de Abraham a David (vv. 2-6); el segundo desde el rey David
hasta Jeconías y sus hermanos, en el tiempo de la deportación en Babilonia (vv. 6b-11); el
tercero cubre el período que parte del exilio en Babilonia (con Jeconías como primer nombre)
y llega hasta Cristo (vv. 12-16). La finalidad de esta genealogía es la de mostrar que Jesús
desciende de Abraham y de David; por tanto él acredita las promesas hechas a estos dos
patriarcas de Israel. Dios prometió a Abraham: “En ti (en tu descendencia) serán benditas
todas las familias de las gentes” (Gn 12, 3 en los LXX; cf. 18, 18; 22, 18; 26, 4; 28, 14). En el
decurso de la historia salvífica, Dios se comprometerá a realizar sus promesas mediante la
dinastía de la casa real de David (2 Sam 7).
Parece evidente en esta genealogía una triple intención del evangelista: a) presentar a
Jesús como principio de la nueva creación; b) mostrar que Jesús es el Mesías, descendiente,
como estaba prometido, de la tribu de David; c) sin embargo, también parece clara la
intención de excluir a José de la concepción y del nacimiento, como algo ocurrido en María
sin intervención de su marido, cosa que en principio resulta un inconveniente para la segunda
de las mencionadas intenciones.
Por ello, interesan especialmente dos anomalías respecto a los modelos de genealogía
veterotestamentarios.
De Tamar nos habla el cap. 38 del Génesis. Desposada con Er, el primogénito de Judá,
enviudó pronto y sin hijos. Para cumplir la ley, Judá mandó a Onán, su segundo hijo casarse
con ella para darle descendencia. También murió sin procurarle descendencia. Entonces Judá
prometió a su nuera Tamar que se desposaría con Sela, el tercer hijo, cuando éste creciese.
Pero Sela creció y Judá no cumplía su promesa. Tamar, aprovechando que Judá pasó cerca
camino del trasquileo de las ovejas, se disfrazó de prostituta y, sin darse a conocer, mantuvo
relación con Judá, de la que engendró dos hijos, Farés y Zeraj.
Rahab aparece en el capítulo 2 del libro de Josué. Vivía de la prostitución, pero cobijó y
protegió a los espías que Josué había mandado. Fue ella la que con su intervención entregó la
ciudad de Jericó a los israelitas.
Ruth, moabita, no israelita, mujer virtuosa, que en la Biblia aparece como seduciendo a
Booz y facilitando la aparición de David.
Por último Betsabé, que era israelita de origen, pero desposada con un hitita, Urías.
Adulteró con David, pero gracias a ese adulterio, la descendencia de David continuó por
Salomón.
¿Qué función tienen estas mujeres en la genealogía? ¿Qué relación guardan con María?
Para responder a esta pregunta se han utilizado muchas hipótesis. Vamos a examinar las más
verosímiles.
Mateo las cita por ser extranjeras o gentiles. Efectivamente, Tamar, Rahab y Ruth son
gentiles. Betsabé no lo es, pero Mateo la designa como la mujer de Urías, que era hitita.
Entendido así, las mujeres pueden aparecer como expresión del designio divino que haría del
Mesías del pueblo de Israel el Mesías para todos los pueblos. Pero esta teoría tiene dificulta-
des:
- en segundo lugar, los escritos judíos contemporáneos (los que conocemos, que son de
la literatura rabínica) mencionan a estas tres mujeres y las elogian en la medida en que son
prosélitas o conversas;
- por último, no se ve qué relación puedan tener estas mujeres gentiles con Marías que
era israelita.
La historia comprueba en parte este aserto. Rahab actuó de prostituta, Tamar lo era,
Betsabé adulteró con David. Queda en pie el problema de Ruth, de quien sí podríamos
afirmar que "sedujo" a Booz, aunque en eso no haya propiamente pecado.
31
Tema 2. Fundamentación bíblica
Podría haber razones que hubiesen inducido a Mt a introducir estas mujeres en la
genealogía en cuanto pecadoras, pero también hay dificultades:
- Por otra parte, no se ve qué función teológica pueden desempeñar estas mujeres en la
genealogía. Se aduce que añadían realismo a la Encarnación subrayando la solidaridad de
Jesús con el género humano y su misión salvífica, ya que por ellas se ve que nace de una raza
pecadora; pero para eso no era necesaria la mención de las mujeres: demasiados pecadores
varones hay en la lista.
3.- Las cuatro mujeres eran conocidas por lo irregular de sus uniones matrimoniales,
gracias a las cuales fueron instrumento del plan mesiánico.
Mencionándolas, Mateo adelanta dos cosas sobre la Virgen. También en la Virgen se dio
una irregularidad en su relación con José, pero esa irregularidad fue consentida o provocada
por Dios para introducir en el mundo al Mesías.
Precisamente para explicar esta irregularidad, citada en 1,16, es para lo que introduce
Mateo el anuncio a José, con la intención de expresar mejor el papel de María en la historia,
pero también el papel de José.
4. Las cuatro mujeres realizaron acciones importantes y benéficas para la suerte del
pueblo de Israel (está en clara relación con la anterior, pero el punto de vista es distinto).
Tamar, fingiéndose prostituta, impidió que se extinguiese la raza de Judá (Gn 38), de la
32
Tema 2. Fundamentación bíblica
cual debía surgir el mesías (Gn 49, 10). Se comprende, por tanto, la profunda admiración que
se le tributa en el seno del judaísmo. Rahab, escondiendo a los espías de Josué y
profesandoles la propia fe en Yahveh, favoreció la entrada de los israelitas en la tierra de
Canaán (Jos 2) y fue considerada como un modelo de fe (Heb 11, 31; 1 Clem 12, 1). Rut, aun
siendo nativa de Moab, siguió a la suegra a Israel; y para suscitar una descendencia al marido
difunto, como prescribía la ley mosaica, casó con Booz, su pariente próximo. Así nacerá
Obed, abuelo de David (Rut 1-4). Betsabé, con su intercesión ante David, obtuvo que
Salomón (y no Adonías) se convirtiese en heredero del trono (1 Re 1, 11-40), según la
profecía de Natán (2 San 7, 8-16; 12, 24-25). El papel desarrollado por Tamar, Rahab, Rut y
Betsabé es de primera importancia.
También esta interpretación tiene su dificultad: ¿por qué el evangelista no mira a aquellas
que fueron las “madres” de Israel por excelencia, como Sara, Rebeca, Raquel, Lía? Es una
dificultad de notable peso.
5. Las cuatro mujeres fueron instrumentos providenciales para facilitar la venida del
Mesías
La argumentación que quizá responde más a las intenciones de Mateo es la de A. Paul 17.
La tradición judaica -afirma el exegeta francés- es bien consciente de que en la maternidad de
Tamar, Rahab, Rut y Betsabé había algo “no regular”, aunque no pecaminoso. El judaísmo
próximo al NT mantenía, en realidad, que era el Espíritu Santo el que guiaba a estas mujeres
en sus peripecias, para que fuesen instrumentos providenciales para la venida del Mesías y
permaneciesen fieles a su misión, a pesar de tantas dificultades; lo que vale también para Rut,
la cual (se decía en ambiente judaico) era estéril y fue curada por obra del Espíritu del Señor.
En un cierto sentido, en aquellas cuatro mujeres estaba bosquejada la intervención del
Espíritu Santo en la maternidad de María y en la situación de José. No obstante, concluye
rectamente A. Paul, junto a las afinidades descritas más arriba, es necesario tomar conciencia
de las marcadas divergencias que existen entre las madres de Israel y la madre de Jesús:
María tiene una misión absolutamente original, y es justamente eso lo que Mateo quiere
evidenciar.
En primer lugar, el texto no dice que José fuera “bueno”, sino “justo” (díkaios). Algunos
interpretan este “justo” en el sentido legalmente estricto de la Ley judía. José era un exacto y
17
L’Évangile de l’Enfance..., 30-35.
33
Tema 2. Fundamentación bíblica
severo cumplidor de la ley. Si tal fuera el caso, entonces José debería haber denunciado a su
esposa a quien creía adúltera. En segundo lugar, el “repudio secreto” es una figura a todas
luces extraña, pues el repudio era por definición un acto público. ¿Qué quiere decir el
evangelista con eso?
De la Potterie encuentra una variante del sentido de “justo”: “justo ante Dios”, en el
sentido no de un literal cumplimiento del precepto legal, sino de un respeto total por la
voluntad de Dios. La traducción holandesa Willibrord teniendo en cuenta ese sentido,
comenta este versículo del siguiente modo: “Es posible que José hubiese llegado a
comprender, escuchando el relato de los hechos de labios de María, cómo había ocurrido todo
realmente”. Sabiendo que aquí se manifiesta la acción del Espíritu Santo, José se aparta ante
el “misterio”. Según esta interpretación, si san José decide apartarse de su esposa, se debe a
un sentimiento de respeto y de temor religioso ante el misterio de Dios.
En segundo lugar, es preciso aclarar el verbo utilizado para hablar de la decisión de san
José. El verbo deigmatizô es muy raro en griego y se puede traducir de diversas maneras,
unas con un matiz peyorativo (infamar, denunciar públicamente) y otras no. El verbo deriva
de la raíz deiknumi que significa “mostrar, indicar, designar”, sin resonancia negativa alguna.
La mayoría de las ocasiones que se usa este verbo tiene efectivamente ese aspecto peyorativo,
pero porque lo que se da a conocer es vergonzoso o infamante. De hecho podría no ser así.
Confirma esta posibilidad Eusebio de Cesarea, que comparando el verbo que analizamos con
paradeigmatizo aifrma que el verbo aquí usado por Mt no significa más que “hacer visible”,
“desvelar”, traducción que es tan legítima como la de “denunciar públicamente” y que en este
caso puede ser más coherente con el conjunto de la narración.
El otro término del que depende la interpretación de este texto es lo que habitualmente se
traduce como “repudiarla en secreto”. Es el verbo apolúo, que significa “desatar, desligar”.
Puede significar simplemente “dejar libre”, “dejar ir”, “despedir” (este es uno de los aspectos
del repudio que Moisés permitió a los israelitas). Si se traduce de este modo, el texto indicaría
que José había tenido intención de someter el caso a un tribunal para obtener el divorcio. De
la Potterie sostiene que apolúo no puede significar “divorciar”, ya que el texto resultaría algo
incoherente, ya que el divorcio (y éste es el sentido técnico del verbo cuando se refiere al
repudio) es un acto público, con testigos y ante el tribunal, pero aquí el texto habla de hacerlo
secretamente.
El análisis de los tres términos indica que son posibles y legítimas (desde un punto de
vista estrictamente gramatical y lingüístico) dos traducciones: la que se atiene a la línea dura
(José sospecha de adulterio y busca el divorcio sin querer dañar gravemente la fama pública
de su esposa), aunque esta interpretación tenga algunas dificultades en su contra, ya
señaladas; y la que se atiene a una interpretación más moderada y en otra dirección.
Hipótesis diversas
34
Tema 2. Fundamentación bíblica
Una primera interpretación tradicional, en la que coinciden, p. ej., S. Justino, S. Juan
Crisóstomo, S. Agustín, y algunos modernos (Descamps, Brown) se atiene a la opinión de que
José habría sospechado que el embarazo de su esposa era fruto de un adulterio..
La estructura del texto permite afirmar como más coherente esta tercera interpretación. El
relato está dividido en tres partes:
Plantea con claridad la situación excepcional en que se halla José, desposado con María.
Es el planteamiento del problema.
Se compone de dos partes. Por un lado, el anuncio propiamente dicho, la aparición del
ángel a José con la indicación de cuál es la voluntad divina; y por otro lado, la afirmación de
que esto sucedía para que se cumpliese lo profetizado en Is 7, 14
A pesar de la aparente sencillez del relato, aparece una estructura relativamente compleja
en la que las tres partes se hallan entre sí en una estrecha correspondencia. En las tres partes
(cuatro si tenemos en cuenta la división en dos de la segunda parte): se menciona el nombre
del Hijo que ha de nacer. Dos veces se afirma que es José quien debe poner el nombre.
Respecto a María también se dice algo en las cuatro partes, y algo que guarda una cierta
relación entre sí... en conjunto hay tres temas dominantes en la narración: a) José ha de recibir
en su casa a maría, su esposa (tema de la convivencia); b) El hijo engendrado en su seno es
obra del Espíritu Santo (tema de la virginidad); c) dará a luz un hijo (tema de la maternidad).
Ambas cosas quedan explicadas en este relato. Si en la genealogía acude al giro extraño e
inusual: “José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”, aquí explica que
es por una intervención especial de Dios que en esta concepción y nacimiento excluye la
intervención del varón, de José.
Por otro lado, el episodio de las dudas de José no tiene otra finalidad narrativa que
introducir el relato de la aparición del ángel, que estaría en paralelo con el relato lucano de la
Anunciación a María y que se presenta como un relato de vocación y misión. José, aun no
siendo el padre biológico de Jesús es, por voluntad y decisión de Dios, quien debe poner el
nombre, que es una de las funciones paternas. Será, pues, padre de Jesús en sentido legal y
por tanto quien legalmente le dé la condición de ser hijo de David y, por tanto, el Mesías
profetizado en las Escrituras.
El episodio de la duda de José desempeña una función estructural en el texto: dar paso
del asombro ante este embarazo no previsto y extraño a la misión de José. Del análisis
mencionado se puede afirmar que la duda de José no fue de carácter moral, sino más bien
religiosa: es decir, informado José de la situación completamente excepcional; conocedor de
la intervención divina, por un legítimo temor de Dios (este es el sentido del apelativo “justo”)
decide separarse de su esposa, dejarla libre del compromiso matrimonial, pero en secreto,
para no ponerla en una situación difícil de explicar. Dios interviene para resolver sus dudas en
el sentido de que no debe separarse de su mujer ni del niño porque a él también le compete
una misión determinada, la función paterna propiamente hablando.
Esta interpretación adquiere más fuerza si tenemos en cuenta la traducción del v. 20. En
el anuncio del ángel, parece que se trata de informarle de lo sucedido. Se comenta, pues, que
si es informado de algo, es porque no lo conocía. La traducción usual del v. 20c dice así: “No
temas recibir a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo”. Pero
esta traducción ha de ser revisada. Está en juego una conjunción que puede ser traducida de
otra manera, la conjunción gar, aquí traducida como pues. La traducción más exacta sería:
“No temas recibir a María, tu esposa, pues ciertamente lo concebido en ella es obra del
Espíritu Santo”, lo que indica de algún modo que el ángel conoce la intención de José y
conoce también sus pensamientos. Es decir, el ángel no informa a José de la concepción
virginal (ciertamente indica que José ya lo sabe), sino que a pesar de eso, él sigue teniendo
una misión que cumplir respecto a su esposa y al hijo en ella engendrado.
Mateo, después de haber narrado la concepción virginal de Jesús (1, 18-21), concluye:
“Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había sido dicho por el Señor por medio del
profeta: He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo que será llamado Emmanuel,
que significa Dios con nosotros. El oráculo a que se refiere Mateo es Is 7, 14.
Interpretación de Is 7, 14 en Mt 1, 22-23.
Conclusión
Señal Señal
A la vista de estas conclusiones, se pensaría más bien que se trata de un relato “mixto”,
una forma mixta. Estamos fundamentalmente ante un relato de vocación, pero con elementos
que proceden de otra tradición, la del anuncio de un nacimiento maravilloso. Esta misma
síntesis original resulta indicativa de algo que teológicamente tiene gran valor: la vocación de
María está precisamente en la aceptación de este nacimiento maravilloso. Su destino personal
está en relación con él. Se pone de relieve no sólo la función de María en la Encarnación del
Hijo de Dios, sino que esta función no es “accidental”: ella ha sido preparada precisamente
para ello, porque tal era su vocación según el designio oculto de Dios.
Resulta particularmente útil este estudio, tanto por un interés exegético como
fundamentalmente porque bien comprendido pone de manifiesto una serie de tramas internas
en el texto que descubren el movimiento profundo de los temas que presenta.
El texto se articula en tres partes claramente relacionadas entre sí: la introducción (que
incluye el saludo del ángel y la turbación de María); un primer anuncio al que sigue la
presentación de una dificultad y un segundo anuncio al que sigue la aceptación por parte de
María. La primera parte incluye el saludo del ángel y la turbación de María. En el saludo del
ángel se mencionan los dos temas iniciales que se desarrollarán a continuación. El tema de la
gracia (“llena de gracia”) vuelve a aparecer en el primer anuncio; y en el segundo anuncio se
desarrolla la segunda parte del saludo del ángel (“el Señor está contigo”).
40
Tema 2. Fundamentación bíblica
Hay también una relación clara entre el primer y el segundo anuncio. El primer anuncio
insiste en la maternidad divina de María. El segundo anuncio muestra el modo en que se
producirá esa maternidad, en una clara referencia a la virginidad.
Y hay también un paralelismo entre la dificultad que María expone al ángel (su
virginidad) y la señal que el ángel le da (la esterilidad de Isabel). Se ponen así en relación la
virginidad y la esterilidad, ambas caen bajo la afirmación de que para Dios nada hay
imposible.
¿Cuál es el movimiento profundo el texto? Todo está de algún modo como incluido en los
dos títulos que sustituyen el nombre de María en el relato. El texto comienza con el nombre
dado por el ángel, “llena de gracia”, y termina con el nombre que María se da a sí misma
“esclava del Señor”.
Todo el relato está bajo la gracia de Dios. María es la “llena de gracia” en varios sentidos.
La maternidad que en ella se va a obrar es fruto de la gracia y de la benevolencia de Dios. Es
una gracia extraordinaria no sólo por quién va a ser engendrado, el Hijo del Altísimo, sino
por cómo va a ser engendrado, por obra del Espíritu Santo. Esta concepción por obra del
Espíritu Santo entra en armoniosa relación con la dificultad que en el texto aparece: la
decisión o, quizá mejor, el deseo de María de permanecer virgen. Esta intención de virginidad
hace que la intervención de Dios no sea arrolladora, sino que entre en plena correspondencia
con la situación personal de María. Pero esto quiere decir que la gracia de que se habla
incluye también la decisión de la virginidad. La dificultad que María expone no es tanto una
dificultad, sino más bien un signo de la gracia, que la ha preparado precisamente para este
momento.
En último término, vemos, pues, que el relato se centra sobre la vocación de María, llena
de gracia en un doble sentido: preparada por Dios (con la plenitud de gracia) para esta
vocación suya, haciendo nacer en ella un deseo de virginidad; colmando ese deseo en el
momento en que se realiza aquello para lo que ha sido preparada (la concepción del Mesías
por obra del Espíritu Santo). Así, vemos, que el tema de la “plenitud de gracia de María” que
da comienzo al relato se desarrolla en el primer anuncio (primer aspecto de la gracia: la
vocación a la maternidad divina) y en el segundo anuncio (segundo aspecto de la gracia: su
preparación a la maternidad mediante el deseo de la virginidad). Por último, la plenitud de la
gracia se manifiesta al final, cerrando el relato como una inclusión, en el otro título. Esclava
del Señor define no ya la preparación de Dios, sino la respuesta de María. Pero ambos títulos
ponen de relieve cuál es el papel que a esta mujer le corresponde en el plan de Dios:
singularmente preparada por Dios, singularmente obediente y responsable en la total sumisión
y aceptación de la voluntad divina.
Alégrate
Son muy numerosos los exegetas que traducen el griego χαῖρε por “Alégrate”. La palabra
puede tener dos significaciones: un simple saludo “Salve”, o bien cargada con más sentido,
“alégrate”. Hay razones para pensar que Lucas está pensando aquí en este segundo sentido.
41
Tema 2. Fundamentación bíblica
La fórmula χαῖρε en los LXX aparece frecuentemente, aunque no siempre, en un contexto en
el que se invita a Sión a la alegría en perspectiva mesiánica o escatológica (Jer 2, 21-23; Sof
3, 14; Zac 9, 9). En este caso, Lucas estaría utilizando la misma fórmula que emplean los
profetas para invitar a Sión, la Sión escatológica, a alegrarse por la salvación.
En la tradición patrística griega el saludo del ángel se ha interpretado siempre como una
invitación a la alegría. Y es de señalar que en todo el relato de la infancia de Lucas esta
invitación a la alegría es recurrente. Así ocurre en 1, 44 (salto de gozo de Juan en el seno de
Isabel), en 1, 46 (Magnificat), y en 2, 10 (anuncio a los pastores).
Aunque es una posición discutida entre los exegetas se puede mantener que en estas
primeras palabras del ángel resuena ya el tema de la “Hija de Sión”. Es, pues, la alegría que
los profetas del AT anunciaban al pueblo de Israel -a Sión, la mujer- que ahora se concentra
en María, Hija de Sión, imagen e icono de Israel, que contempla ya con gozo la llegada del
Mesías.
El verbo utilizado aquí es un verbo raro en griego. En el Nuevo Testamento sólo aparece
dos veces, aquí en la Anunciación y en Ef 1, 6. Es una forma del verbo charitoo, que como
todos los verbos en -óô es causativo, es decir, que indica una acción que produce algún efecto,
algún tipo de cambio, en el objeto directo del verbo. La raiz del verbo charitoo es charis
(gracia), por lo que el verbo indica un cambio obrado en María por la gracia. Es además una
forma pasiva, el participio perfecto, lo que indica en este caso que la gracia de Dios ha obrado
ya un cambio en María. El texto no indica, sin embargo, cuál ha sido el cambio obrado, ni
cómo se ha producido esa transformación.
Dado que este verbo sólo se utiliza, además de este texto, en Ef 1, 6, es interesante ver lo
que puede significar en el pasaje paulino, un pasaje comentado además por los Padres con
abundancia. S. Juan Crisóstomo subraya con claridad que lo que Pablo dice en Ef es que
“Dios nos ha transformado con su gracia” y no sólo que nos ha otorgado su gracia.
Está claro, pues, que se trata de una transformación. ¿Qué transformación es la que se ha
obrado en María? En Ef 1, 6 se explica que esa “transformación por la gracia” se refiere a que
los cristianos han alcanzado la redención por su sangre (de Cristo), el perdón de los pecados
(1, 7). María habría sido así “agraciada” en el sentido de que ha sido santificada y lo ha sido
precisamente en función de la misión que Dios le tenía reservada; y esta santificación es
también causa del deseo de virginidad que hay en ella, que ha sido puesto en ella por Dios en
función deu su divina maternidad.
El Señor es contigo
Forma parte también del saludo del ángel. Como tal, hay más casos de este tipo de saludo
en el AT. Aquí, sin embargo, ya vemos que estamos en un contexto absolutamente peculiar
que puede hacer también que el saludo tenga un sentido no simplemente genérico.
Normalmente esta fórmula se usa en la Escritura cuando el encargo dado por Dios al hombre
implica una misión que supera la capacidad del hombre según sus propias fuerzas. Así ocurre
en Ex 3, 12; Jos 1, y Jue 6, 12.
Vemos clara así la estructura del texto. Las primeras palabras del ángel (a) preparan el
primer anuncio (a’); el segundo miembro del saludo (b) prepara el segundo anuncio (b’): el
Espíritu Santo vendrá sobre ti. La maternidad será virginal porque “el Señor está con María”,
porque “el Espíritu Santo vendrá sobre ella y la fuerza del Altísimo la cubrirá con su sombra”,
para poder concebir al que será llamado “Hijo de Dios”.
Vemos así que lo más sorprendente de este relato es que el doble anuncio del ángel
(maternidad y modo virginal de la maternidad) está ya contenido todo entero en el saludo.
El primer anuncio
El objeto de este primer anuncio es claramente cristológico y, por lo mismo, aquí interesa
sólo secundariamente. El ángel anuncia quién será el hijo maravilloso, a cuya maternidad ha
sido preparada por Dios. El hijo será el Mesías, heredero del trono de David, y además el Hijo
del Altísimo.
¿Cómo se puede entender la pregunta de María: cómo será esto pues yo no conozco
varón? La interpretación, en principio, es clara, pero a la vez llena de problemas. La Virgen
María dice al ángel que no tiene relaciones con varón.
La explicación tradicional
Consiste en que María había tomado la resolución de permanecer virgen. Resolución que
en la Edad Media se formuló como que había hecho voto de virginidad o de castidad (sobre
esta cuestión véase el apéndice documental).
43
Tema 2. Fundamentación bíblica
Es una interpretación que ofrece serias dificultades.
Quien ha comentado esto con una precisión psicológica y gran finura espiritual ha sido R.
Guardini en su librito “La Madre del Señor” (cf. bibliografía). Ponemos aquí el texto
fundamental:
“Nada permite suponer que María haya tenido, antes del mensaje del ángel, un propósito
deliberado de permanecer virgen. Como ya lo indica el relato evangélico, José no tuvo
44
Tema 2. Fundamentación bíblica
conocimiento de una determinación semejante. Que María se desposara sin decirle una palabra
a quien hacía su promesa de una intención que tan íntimamente le concernía, no puede
conciliarse con su sinceridad. Invocar un mandato especialmente dado por Dios no sería otra
cosa que una forma de salir del paso cómodamente.
Si tratamos de hacer justicia a todos los elementos de esta situación única y de no eludir el
problema reduciéndonos al plano de la naturaleza o remitiéndonos, de una manera demasiado
simplista, a la esfera de lo sobrenatural, he aquí la que nos parece la opinión más acertada:
María ha concluido sus esponsales y no ha podido vivirlos más que como el inicio de un
camino que habría de conducirla al matrimonio en el pleno sentido de la palabra. Sin embargo,
no podía comprenderse a sí misma en una situación semejante, porque a ello se oponía la
orientación más profunda de su vida. Si se le hubiera preguntado qué sesgo debían tomar las
cosas, hubiera respondido que no lo sabía. Ella sabía y no sabía: una situación que hubiera sido
incapaz de definir, una espera que en modo alguno hubiera podido justificar.
Para hacerse una idea del futuro que le aguarda, María no tiene a mano más que las nociones
de matrimonio y de maternidad. No hay que precipitarse hablando antes de tiempo de
apariciones o de visiones, que producirían aquí el efecto de un cortocircuito. Es cierto que
entonces todo se vuelve claro y sencillo, pero de una manera tal que no puede menos que
inspirar desconfianza. Y no digamos nada de esta otra consecuencia: se eliminaría el carácter
más específico y más vital de la existencia de María, a saber: la íntima compenetración del
obrar divino y del auténtico comportamiento humano. Las cosas debieron de ocurrir de otra
manera: María se ha desposado o, más bien, se ha mostrado de acuerdo con los desposorios
que le ha propuesto su tutor, pero, al mismo tiempo, abriga la convicción íntima de que los
acontecimientos seguirán un curso diferente.
En un estado en el que sabe y no sabe a un mismo tiempo, en esa espera que no alcanza a
definir, María vive para Dios, llena de confianza. Es la actitud ya mencionada y que yo
llamaría propiamente “mariana”: un perseverar en presencia de lo incomprensible, dejándolo
todo en manos de Dios. Y cuando al fin el ángel transmite su mensaje: María ha de ser Madre
por obra y gracia del Espíritu Santo, su alma profunda dirá: “¡De modo que era esto!”
El segundo anuncio
El ángel viene a responder precisamente a la cuestión planteada por María: la suya será
una maternidad virginal. En este segundo anuncio está absolutamente clara la concepción
virginal y, según una exégesis probable, aunque no aceptada por todos, también la idea del
nacimiento virginal, del parto virginal.
Lo que puede resultar más discutido es la cuestión del nacimiento virginal. Aquí lo que
está en juego es cómo traducir el v. 35 b.
La noción de santo
Algunos padres y autores medievales tratan del nacimiento virginal de Cristo conectándolo con Lc 1, 35.
Entre ellos están Cirilo de Jerusalén, Ambrosio, el Ambrosiaster, Gregorio Magno, Ildefonso de Toledo, Beda,
Aimon de Halberstadt, la Glossa ordinaria. Explicando o aludiendo a Lc 1, 35 definen el nacimiento de Jesús
como santo, es decir, como “puro” “incontaminado”, “incorrupto”, “inmaculado”. En otras palabras, el parto de
Jesús ocurre sin la pérdida de sangre que causaba la impureza ritual en toda parturienta, según la norma de la
tradición veterotestamentaria.
Sumando el conjunto, De la Potterie concluye que Lc 1, 35 puede ser parafraseado de este modo: “El poder
del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por tanto lo que nacerá puro e inmaculado, por eso será llamado Hijo de
Dios”.
Además del enunciado doctrinal, se trae como ejemplo a Yokebed, madre de Moisés. G. Flavio Josefo
escribe que dio a luz al futuro liberador de Israel “en mediocridad de dolores y sin que graves afanes se
abatiesen sobre ella” (Antigüedades judías II, 9, 4). Esto ocurrió, comenta, para se confirmase la veracidad de la
palabra que el Señor mismo había dirigido en sueños a Amram, esposo de Yokebed. El Señor le había prometido
que el niño del que Yokebed estaba encinta, habría escapado de la vista de los egipcios que lo buscaban a
muerte. Puesto que el parto de Yokebed ocurrió sin gritos por parte de la madre, pudo escapar de los esbirros del
faraón. El carácter excepcional del parto de Yokebed es corroborado por R. Giuda b. Zebina (300 c.). Fue
indoloro como lo fue también su embarazo, signo evidente de que la pena lanzada contra Eva (Gn 3, 13) no
afectaba a las mujeres justas (Es Rabbah 1, 20 y 2,2, y Talmud babilonense Sothah 12a).
Dando por supuesto que la traducción más correcta es la segunda, la b), tendríamos en
esta segunda parte del anuncio del ángel una afirmación también del parto virginal, en el
sentido que la tradición ha dado a esta expresión. El nacimiento sería “santo” en el sentido
“ritual” de la palabra y, por tanto, sin lesión corporal para la madre y sin pérdida de sangre).
Aceptación de María
Queda llamar la atención sobre un aspecto particular de este “hágase” que nos permite
ver también la función estructural que tiene en el relato. El sentido es claro: María se ofrece
en total y absoluta disponibilidad a la voluntad de Dios. En griego, el verbo usado es genoito,
en forma optativa que expresa un gozo deseo y nunca un sentimiento de resignación o de
obligada sumisión. Volvería a aparecer aquí el tema de la alegría insinuado en el saludo del
ángel.
Hay, pues, una doble inclusión: la alegría mencionada al principio, como invitación, se
resuelve en el gozo de María al dar este sí, que califica y da sentido a todo su misterio
personal. La gracia que la ha transformado y preparado para este momento encuentra plena
correspondencia en el “sí” gozoso de la criatura.
Es opinión de muchos exegetas que Lc 1, 35 tiene afinidades claras con Ex 40, 34-35
según el siguiente esquema18:
18
Cf. A. Serra, “Madre di Dio”, en Nuovo Dizionario di Mariologia, p. 809.
47
Tema 2. Fundamentación bíblica
Lc 1 Ex 40
Lucas Éxodo
Esta exégesis es defendida con particular fuerza por S. Lyonnet, que concluye así su
estudio: “Esta presencia divina que en el pasado había morado en el tabernáculo, habiendo
llenado la morada de tal modo que prohibía a Moisés su entrada, que había después habitado
en el templo de Jerusalén, o más exactamente en la parte más secreta de este templo, el Santo
de los Santos, esta presencia que debía finalmente consagrar el templo simbólico de la era
mesiánica, es anunciada a María por el ángel Gabriel como algo que está a punto de realizarse
y casi actualizarse en su seno, transformando este seno virginal en un santuario, un Santo de
los Santos viviente; esta presencia divina que ella desde su infancia había aprendido a venerar
en un solo lugar de la tierra, allí donde el sumo sacerdote entraba él sólo una vez al año en el
Gran día de la Expiación, el ángel Gabriel la enseña hoy que debe adorarla en sí misma!”19.
No obstante, esta exégesis plantea, precisamente en virtud del último punto del
paralelismo algún problema. A parte de que sea más o menos arriesgado suponer que este
esquema fue comprendido así por María en el momento de la Anunciación hasta el punto de
que ella fuese plenamente consciente desde el primer instante de que debía adorar al
19
S. LYONNET, “Il racconto dell’Annunziazione e la maternità della Madonna” in La Scuola Catolica
82 (1952) 441.
48
Tema 2. Fundamentación bíblica
engendrado en su seno del mismo modo que era adorada la Shekinah que había habitado en el
templo, el problema está en la traducción del v. 35 d.
Lyonnet mismo justifica su traducción, sabiendo que hay otras posibles. Se apoya en
primer lugar en el paralelismo que se podría establecer entre el v. 32 (Será grande y será
llamado Hijo del Altísimo), con los títulos que aparecen en este versículo, interpretando
“santo” como uno de los apelativos mesiánicos (Hch 2, 27: de que no abandonarás mi alma
en el Hades, ni permitirás que su santo experimente la corrupción; Jn 6, 69: nosotros
creemos ysabemos que tú eres el Santo de Dios, 1 Jn 2, 20: En cuanto a vosotros estás
ungidos por el Santo y todos vosotros lo sabéis;). Esto significa, para Lyonnet, que cuando se
afirma que Jesús será Santo, se está hablando de una santidad o de una consagración a Dios
radical y absolutamente única ya que es el resultado de una presencia única de Dios mismo en
el seno de la Virgen Madre. “Santo” sería aquí su nombre propio, su naturaleza, su esencia.
Sin embargo, otros autores están convencidos de que la traducción más correcta de Lc 1,
35d es otra, que hace cambiar el texto de sentido y haría difícil mantener íntegramente el
esquema propuesto, aunque conserve su validez.
No se trataría, pues, de una afirmación directa sobre la santidad futura de Jesús, que
queda fuera de la perspectiva del texto lucano, sino más bien una afirmación de “santidad” en
el sentido de la tradición levítica: “el nacimiento será “santo”, sin tacha, intacto, es decir,
“puro”, en el sentido ritual de la palabra”.20
Si esto es así, como digo, el esquema presentado y defendido por Lyonnet ciertamente
pone de relieve la conexión realmente existente entre el relato de Lucas y el del c. 40 del
Éxodo, de modo que, quedando en pie la afirmación implícita de María como nueva Tienda,
el texto no supondría una afirmación tan clara de la identificación de Jesús con la Shekinah
que llenaba la Tienda del Encuentro.
20
I. DE LA POTTERIE, María en el misterio de la Alianza, BAC., Madrid 1993, p. 62.
49
Tema 2. Fundamentación bíblica
1. El viaje tiene como escenario la Se levantó David y partió con todo v. 39: María se levantó y se puso en
región de Judá el pueblo que estaba con él a Baalá camino... a una ciudad de Judá.
de Judá para subir desde allí el arca
de Dios...
2. Manifestaciones de alegría v. 5: David y toda la casa de Israel v. 41: ... en cuanto oyó Isabel el
bailaban delante de Yahveh con saludo de María saltó de gozo el
todas sus fuerzas, niño en su seno...
v. 12: David hizo subir el arca de
Dios... con gran alborozo v. 44: ... Porque apenas llegó a mis
v. 14-16: David bailaba ante oídos tu saludo... saltó de gozo el
Yahveh niño en mi seno
3. Exclamaciones y gritos de alegría v. 15: David y toda la casa de Israel v. 42: ... y exclamando con gran
de los participantes: hacía subir el arca de Yahveh entre voz, dijo:
clamores...
4. La presencia del arca / María es v. 11.12: Yahveh bendijo a v. 41: saltó de gozo el niño en su
motivo de bendición Obededom y a toda su casa... seno e Isabel quedó llena del
Yahveh ha bendecido la casa de Espíritu Santo...
Obededom y todas sus cosas a
causa del arca de Dios...
5. El temor religioso que invade a v. 9: Aquel día David tuvo miedo de v. 43: ... ¿de dónde a mí que la
David y a Isabel Yahveh y dijo: ¿Como podrá venir a madre de mi Señor venga a mí?
mi casa el arca del Señor?
6. Los tres meses de permanencia v. 11: El arca de Yahveh estuvo en v. 56: María permaneció con ella
casa de Obededom de Gat tres unos tres meses...
meses...
2.- El verbo skirtao que aparece en la narración lucana es usado por la versión griega de
Símmaco precisamente en el texto de 2 Sam 6, 16 y de las seis veces que aparece en los
LXX , tres de ellas están en conexión con la alegría delante del Señor que salva (Sal 113, 4.6;
Ml 3, 20; Sab 19, 9).
3.- También aquí el verbo empleado por Lucas para la exclamación a grandes voces de
Isabel (anaphoneo) es usado por los LXX para las aclamaciones litúrgicas (1 Cr 16, 4.5.42),
especialmente para las que acompañan el traslado del Arca de la Alianza (1 Cr 15, 28; 2 Cr 5,
13).
6.- Es importante para la exégesis correcta del texto lucano la aclaración final del relato
de la Visitación: “María permaneció.. “unos” tres meses...”. Algunos exegetas (Laurentin)
entre ellos ven en esta precisión de Lucas la intención decidida de ajustarse al esquema de 2
Sam. Lucas habría redondeado la cifra buscando a la vez guardar la fidelidad al dato histórico
y al tiempo ajustarse al esquema impuesto, que está al servicio de una afirmación teológica:
María es la nueva Arca de la Alianza, el lugar de la morada del Señor.
Teniendo en cuenta todos los datos que confluyen, el esquema resulta en conjunto
coherente, aunque deba hacer frente a algunas críticas. El mismo Laurentin mantiene la
incertidumbre de que el simbolismo del arca de la alianza aplicado a María estuviese en la
mente de Lucas. Lo resuelve más bien afirmando que Lucas pudo adaptar un primitivo
midrash cristiano sobre el Arca de la Alianza.
La principal crítica que se hace a esta exégesis es que el lenguaje de Lucas es una
retroyección de un lenguaje cristológico acuñado a propósito de los episodios del Bautismo y
de la Resurrección. Así, por ejemplo, Brown, Fitzmyer y otros 21 ponen en duda el paralelismo
entre 2 Sam 6,9 y Lc 1, 43. La pregunta de Isabel a María (¿de dónde a mí que la madre de
mi Señor venga a mí?) podría asemejarse también a la pregunta de Arauna sobre David en 2
Sam 24, 2: “¿Qué es esto? ¿Viene el rey, mi Señor, a su siervo?. De igual modo piensan que
la anotación cronológica acerca de los tres meses sea una simple consecuencia lógica de la
noticia dada por el ángel a María en el momento de la Anunciación. A Isabel le quedaban
efectivamente tres meses de embarazo, y el hecho de que María permaneciese en la casa de
Isabel durante el nacimiento de Juan Bautista habría hecho que el centro de la narración
pasase a Isabel y a su hijo... de modo que Lucas lo resuelve ciñendo la estancia de María en
casa de Isabel los tres meses...
La consecuencia que se deduce de esta exégesis más reductiva es que no hay pruebas
suficientes para afirmar que Lucas tenga intención de presentar a María como Arca de la
Alianza, o como Hija de Sión, en el caso del relato de la Anunciación. Las exégesis
propuestas que justificarían el simbolismo de la Nueva Tienda o de la Nueva Arca tienen en
cuenta la función del midrash que es evidente en los Evangelios de la Infancia, y la
posibilidad nada remota, desechada por estos autores, de que existan textos previos al texto
griego que conocemos, escritos en hebreo o arameo... lo que hace posible y justificable una
exégesis de este tipo.
En cualquier caso, un versículo que todavía nos queda por analizar es relevante todavía,
ya que supone una afirmación más del carácter divino de Jesús, y por tanto, sirve como un
texto más de fundamento a la maternidad divina, dado que esta afirmación sobre Jesús se da
precisamente en relación con su maternidad. Se trata de Lc 1, 43.
Tenemos, pues, como conclusión, que la Escritura contiene más o menos explícitamente
los datos necesarios para la elaboración posterior de la Tradición cristiana que llevó a
formular el dogma del Concilio de Efeso, María, la Theotokos.
JUAN 1, 13
Este texto conoce dos lecturas, una en plural, y otra en singular, referida al Verbo.
La lectura en plural es atestiguada por todos los manuscritos griegos, los más antiguos de
los cuales, sin embargo, no se remontan más allá del s. IV. Se encuentra en otros testigos del
s. III como en Clemente Alejandrino (+ antes del 215), en Orígenes (+ 253/54), que no
obstante conoce las dos variantes, los papiros Bodmer P 66 y P75, además de las versiones
coptas. Se percibe que tales testigos se encuentran todos en torno a Alejandría, en la región
del Nilo.
Es la más antigua: aparece en los escritos patrísticos del s. II y de principios del s. III. La
encontramos en Justino (+ 165); la Carta de los Doce Apóstoles, quizá de origen siriaco
(mitad o finales del s. II); Ireneo; Hipólito, que depende de Ireneo; Orígenes. Entre las
versiones antiguas hay que recordar: dos manuscritos de la Vetus Latina (Codex Veronensis
(b), del s. V, y el Liber comicus, que es el leccionario de la Iglesia de Toledo, atribuido a S.
Ildefonso (s. VII); entre las versiones siriacas, está la siro-curetoniana y sus manuscritos de la
Peshitta (que van desde el s. V al s. X).
Por otra parte, es la más difundida geográficamente. Se encuentra en toda la región del
Mediterráneo: Siria (Carta de los Doce Apóstoles e Ignacio de Antioquía), Egipto (Orígenes),
Africa del norte (Tertuliano), Roma (Hipólito, Justino), las Galias (Ireneo).
Sobre las razones de este paso del singular al plural dan alguna indicación Ireneo y sobre
todo Tertuliano.
52
Tema 2. Fundamentación bíblica
Tertuliano acusa a los gnósticos valentinianos que han transformado abusivamente (es
decir, han adulterado conscientemente) el texto de Jn 1, 13, para afirmar su doctrina sobre la
existencia de los así llamados “espirituales”. Los valentinianos (Alejandro, en este caso)
razonaban así: “Lo que ha nacido del Espíritu, es espíritu [Jn 3, 6]. Por tanto, el Verbo,
habiendo nacido de Dios” (Jn 1, 13), es decir del Espíritu, no puede tener una carne
verdadera, material”. Jesús, por tanto, nació de María de modo virginal, pero no tomó nada de
su carne; simplemente pasó a través de ella, sin tomar nada ni de su carne ni de su sangre. El
cuerpo de Jesús fue por tanto plasmado exclusivamente por la fuerza del Espíritu, sin el
concurso biológico materno de María. Por eso el cuerpo de Jesús era “pneumático”,
“espiritual”. Esta doctrina se extiende a los llamados “elegidos” o “espirituales”. En el
lenguaje valentiniano, éstos son los que han alcanzado el grado más elevado del conocimiento
religioso. Esta profunda transformación, no ocurre en virtud de la carne y de la sangre, sino
en virtud del semen divino que es la voluntad de Dios.
Ireneo afirma más o menos lo mismo. Según él, algunos gnósticos, enseñan que “los
hijos de las promesas no nacen de la unión carnal del hombre, sino del Verbo de Dios, de
modo que no admiten que el Hijo único sea engendrado por Dios”. En la práctica, Ireneo
reprocha a estos “hijos de las promesas” (quizá equiparados a los “elegidos” o “espirituales”
de los que habla Tertuliano) que se aplican a sí mismos lo que Jn 1, 13 dice del Hijo
Unigénito del Padre. Negaban de este modo fuese el único Unigénito, es decir, el único
engendrado exclusivamente por el Padre, sin intervención de varón.
De aquí se puede obtener alguna hipótesis para explicar el paso al plural de Jn 1, 13 y por
qué esta lectura en plural tuvo tanta difusión. Un motivo probable podía ser la fórmula “no de
la sangre” (lit. “no de las sangres”, de Jn 1, 13, unida al singular “ha nacido”, que parecía
favorecer el docetismo. En una época en que la sangre era considerada como la materia de la
concepción (cf. Hch 17, 26 en sus variantes), habría sido una afirmación por lo menos
ambigua y peligrosa. Además (segunda hipótesis sugerida por la teología patrística), la
adopción del plural intentaba quizá dar una imagen de la regeneración espiritual del creyente
sobre la generación del mismo Hijo de Dios según la carne.
Si se lee, por tanto, en singular, está claro que el Verbo se hace carne en el seno de María
“no de la sangre (lit. “de las sangres”, ni por la voluntad de la carne, ni por la voluntad del
hombre, sino que de Dios ha sido engendrado”.
Está claro en esta lectura que en el proceso de la Encarnación no ha tenido ningún papel
el deseo-instinto sexual por parte del hombre. La única paternidad que se predica de Cristo es
la de Dios. En el orden de la carne, Cristo tiene una madre (v. 14), no un padre terreno. Sólo
Dios es su Padre. Es “Hijo del Padre” (2 Jn 3), su Unigénito (Jn 1, 14.18).
53
Tema 2. Fundamentación bíblica
La fórmula “no de las sangres” (οὐκ ἐξ αἱμάτων) suena extraña. Hofrichter (1978 y
1983), después de haber dicho que “las sangres” designan solamente la sangre de la madre,
concluye afirmando que la generación de Cristo ha de ser atribuida solamente a Dios y que la
función materna queda completamente excluida. Siguiendo el modo de Melquisedec, Jesús
sería “sin padre y sin madre” (Heb 7, 3). Juan vendría a negar la real maternidad de María.
De la Potterie sigue otro camino distinto para explicar la aparente anomalía del texto.
Afirma que es necesario remontarse a la tradición hebraica del AT, donde el plurar damîm
(sangres) se encuentra en cuatro pasajes que hablan del parto. Los citamos textualmente.
Lv 12, 5: “Mas si da a luz una niña, durante dos semanas será impura, como en el tiempo
de sus reglas, y permanecerá sesenta y seis días más purificándose de sus sangres”.
Lv 12, 7: “El sacerdote lo ofrecerá ante Yahveh, haciendo expiación por ella, y quedará
purificada del flujo de sus sangres”.
Ez 16, 6: “Yo pasé junto a ti y te vi agitándote en tus sangres. Y te dije, cuando estabas en
tus sangres...”
Ez 16, 9: “Te bañé con agua, lavé las sangres que te cubrían, te ungí con óleo”.
Como se ve, en los cuatro textos, “las sangres” de las que se habla son indudablemente
las “pérdidas de sangre” que sufre la mujer en el momento de dar a luz. Esas sangres hacían a
la mujer impura, según la mentalidad bíblica. Teniendo en cuenta estos precedentes
semánticos, Jn 1,13 podría explicarse del modo siguiente. Con esta primera negación, Juan
afirmaría que Jesús ha nacido sin derramamiento de sangre. Es decir, María dio a luz al Verbo
encarnado con un parto indoloro, sin acompañamiento del derramamiento de la sangre. La
misma convicción es la de la tradición de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente. Ya
desde el s. II se tienen testimonios del Protoevangelio de Santiago (cc. 19-20), de la
Ascensión de Isaías (XI, 7-14), de Las Odas de Salomón (19, 6-10) y de Ireneo (Adv. Haer.
IV, 33.11).
Además de Galot (1980) han intervenido sobre Jn 1, 13 otros autores: Salvoni (1980),
Vicent Cernuda (1982) y Winandy (1982). Independientemente el uno del otro, estos autores
presentan otro modo de explicar el versículo. El plural no indicaría ni la sangre de la mujer ni
54
Tema 2. Fundamentación bíblica
el de los padres, sino que iría entendido en sentido cumulativo, en cuanto que se referiría a
todo un conjunto de personas. Winandy considera el plural como la “ascendencia carnal... la
propagación de la especie”, es decir la transmisión de la sangre en la cadena de los
antepasados, de una generación a la otra. Para Vicent Cernuda las “sangres” serían “las
familias, los linajes, las razas”. Juan querría enseñar, en definitiva, que ningún antepasado
humano ha tenido un papel en la generación carnal de Cristo. Semejante doctrina había
expresado ya Mateo en su genealogía, excluyendo que José fuese el padre biológico de Jesús
(1, 18 ss).
MARCOS 3, 31-35
Encontramos dos lacónicas noticias sobre María en el evangelio de Marcos: 3, 31-35 y 6,3.
Vamos a examinar Mc 3, 31-35 con su respectivo contexto (vv. 20-21.22-30). La escena
descrita es la siguiente. Jesús y los Doce -elegidos hacía poco “para que estuviesen con él”
(Mc 3, 13-19)- llegan a una casa, quizá la de Simón Pedro, en Cafarnaúm. La multitud se
agolpaba, hasta el punto de que no podían ni siquiera comer (v. 20). Y el evangelista prosigue
diciendo: “Entonces los suyos (oi par’authou), habiendo oído esto, salieron para ir a buscarlo;
porque decían: “está fuera de sí” (v. 21).
Las eventuales implicaciones marianas de este episodio podrían derivar de los vv. 31-35
del mismo capítulo. Allí Marco inserta, de hecho, la siguiente noticia: “Llegaron su madre y
sus hermanos y, estando fuera, lo mandaron a llamar. Todo alrededor estaba sentada la
multitud y le dijeron: “Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan”. Pero
él les respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Dirigiendo la mirada
sobre los que estaban sentados alrededor, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que
cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Muchos exegetas sostienen que los vv. 20-21 han de unirse con los vv. 31-35.
Consiguientemente, “los suyos” mencionados en el v. 21 han de ser identificados con la
madre y los hermanos de Jesús. Y aquí surge la cuestión que se refiere a María: también ella
estaría envuelta en el juicio que los familiares de Jesús expresan acerca de él (“está fuera de
si”). ¿Es aceptable esta lectura? Y, en caso afirmativo, ¿qué sentido tendría la salida de los
parientes de Jesús, con la presencia de María?
¿MC 3, 20-21 EN RELACIÓN CON 3, 31-35?
La respuesta más probable inclina por el sí. Los motivos que la sostienen son al menos los
siguientes.
Las antiguas versiones siriacas han traducido la expresión oi par’authou, del v. 21 por
“sus hermanos” (siro-sinaítica), “los parientes” (Taciano, Peshitta y arclense).
Una variante de la tradición manuscrita. En diversos códices de los ss. IV-VII el v. 21a
dice así: “Oyendo esto de él, los escribas y los otros vinieron...” (códices D y W, más otros de
la “Vetus latina”: a b c e f ff g i q r). El motivo de tal versión, que sustituye “a los suyos” con
“los escribas y los otros” parece ser el siguiente: los amanuenses de los susodichos códices
55
Tema 2. Fundamentación bíblica
veían en los oi par’authou (“los suyos”) del v. 21 a los familiares de Jesús, especificados
después en los vv. 31-35; al mismo tiempo, sin embargo, advertían el embarazo de atribuir
también a María el juicio expresado por ellos respecto a él: “Está fuera de sí” (v. 21). Pro eso,
es de creer, cambiaron el texto en el modo que hemos dicho.
Dos particularidades del estilo de Marcos. El evangelista ofrece un par de razones más
directas para relacionar los vv. 20-21 y los vv. 31-35. Son de naturaleza redaccional.
III. De lo general a lo particular. Varias veces Marcos gusta de presentar de manera global
y genérica una o más personas, o bien un grupo, una multitud; en un segundo
momento (frecuentemente después de una interrupción) da una descripción más
particularizada de los mismos sujetos, o dando su nombre o bien proporcionando
alguna noticia más detallada. Ejs.: 2, 2.6; 3, 13.14.16; 4, 1.10; 6, 34.44; 7, 25.26; 11,
14.20-21. Esta técnica redaccional de Marcos parece aplicada también a 3, 20-21 y 31-
35. En 3, 21 el evangelista da una primera descripción complexiva y todavía imprecisa
del grupo que introduce (los “suyos”). Después, en los vv. 31-35 subsume, aclarando
quiénes son las personas cualificadas como “los suyos”: son, en realidad, la madre, los
hermanos y las hermanas de Jesús.
IV. Una construcción del tipo A-B-A’. Otro procedimiento estilístico de Marcos ayuda a
descubrir la concatenación de los versículos que estamos analizando. En al menos tres
casos el evangelista usa iniciar el relato de un hecho (A); deja en suspenso el relato
apenas comenzado para introducir un segundo (B); terminado el segundo, regresa al
primero (A’). Tres ejemplos: 5, 21-43; 6, 7-30; 14, 53-55. La misma construcción sirve
de sutura a los vv. 20-35: la multitud y “los suyos” (vv. 20-21); controversia entre los
escribas descendidos de Jerusalén y Jesús (vv. 22-30); la madre, los hermanos y las
hermanas de Jesús, oprimido por la multitud (vv. 31-35). Teniendo en cuenta la
estructura de los pasajes indicados, “los suyos” del v. 21 serían efectivamente
miembros de la familia de Jesús (madre y hermanos), llamados en el vv. 31-y 32.
A la vista de esto, debemos decir, pues, que los dos pasajes de Mc 3, 20-21 y Mc 3,
31-35, incluso si en origen representan dos relatos independientes, en el estado actual de la
redacción marcana tienen un reclamo recíproco. La entera secuencia de Mc 3, 20-35 se
articula en torno a tres juicios emitidos sobre Jesús: “Está fuera de sí” (v. 21, los suyos). “Éste
está poseído por Beelzebú y expulsa a los demonios por medio del príncipe de los demonios”
(v. 22, los escribas). “Está poseído por un espíritu inmundo” (v. 30, los escribas, parece). A
los escribas Jesús les rebate en los vv. 23-29. A los propios familiares en los vv. 30-35.
EXÉGESIS DE MC 3, 21
Analicemos cada uno de los términos:
Entonces los suyos: De cuanto hemos expuesto arriba, se abre camino la conclusión de que
“los suyos” son realmente los hermanos de Jesús (madre y hermanos); también según la
norma de la filología bíblica, la expresión oi par’authou puede significar “los parientes” (cf.
Prv 31, 21 LXX; Dn 13, 33).
“...oyendo...”: el texto no desciende a detalles. ¿Qué noticias han llegado a los oídos de los
parientes de Jesús? Según el contexto inmediato (v. 20), quizá está en juego el entusiasmo de
la multitud, que impide a Jesús y a los suyos tomar alimento, pero no se pueden excluir los
efectos que la predicación y los prodigios de Jesús producían sobre la gente, sobre los
escribas y fariseos, desde el principio (cf. Mc 1, 14ss). En particular, Marcos ha advertido
poco antes (3, 6) que los fariseos y los herodianos ya habían tenido consejo sobre como
56
Tema 2. Fundamentación bíblica
acabar con él;
“...salieron...”: este verbo es querido a Marcos, que lo usa a menudo en el sentido amplio
de “venir”, según la mentalidad semítica, el que “viene”, el que llega a un lugar, se supone
que “sale” de otro...
“... para tomarlo...” (gr. kratésai: en cuanto al uso del verbo kratéo (tomar), Marcos usa
una gama más diferenciada: significa “llevar a la fuerza”, “arrestar” en los relatos de la pasión
del Bautista (6, 17) y de Jesús (12, 12; 14, 1.44-46.49.51), pero en otros contextos kratéo
tiene un sentido más mitigado, más interiorizado: así se dice de Jesús que “toma la mano” a la
suegra de Simón (1, 31), a la hija de Jairo (5, 41) y al hijo epiléptico (9, 27) para ejercitar su
función taumatúrgica; o bien de los fariseos y de todos los judíos que “conservan” sus
tradiciones (7, 3.4) o incluso de Pedro, Santiago y Juan que “tienen para sí” lo que habían
visto sobre el monte de la transfiguración (9, 10). En la situación referida por Mc 3, 21. 31-35
-a diferencia de cuanto piensan muchos- no se diría que kratéo expresa un propósito violento,
como si los familiares quisiesen llevarse a Jesús por la fuerza. Permaneciendo siempre en el
tenor de la redacción de Marcos, no irrumpen con intenciones policíacas; de hecho, precisa el
evangelista, lo buscan (v. 32), pero permaneciendo fuera y mandándolo llamar (v. 31); Jesús
no los condena, toma más bien ocasión de aquella visita para declarar que sus verdaderos
parientes son aquellos que cumplen la voluntad de Dios (v. 35);
“... porque decían...”. El sujeto del verbo “decían” podría ser también la gente, el pueblo,
desde el momento en que Marcos usa la forma impersonal en plural (“dicen”; “se
maravillaban”...) alrededor de 23 veces; también en tal caso es seguro que los parientes
comparten lo que pensaba la gente. No obstante el sujeto más inmediato del verbo en el v. 21
son “los suyos”; de hecho, hay un paralelismo de situación entre el v. 21 y el v. 22. En ambos
casos hay un sujeto, un verbo de movimiento y un juicio: “Los suyos... salieron... porque
decían: ‘Está fuera de sí’ (v. 21)”.
“... Está fuera de sí... (gr. ekseste): el verbo griego usado por Marcos es ekseste de
eksístamai (estar fuera, de aquí éxtasis). En el NT, aparece 17 veces (Mt 1; Mc 4; Lc 11,
Paolo 1). El sentido más frecuente es la sensación de estupor provocada por los prodigios de
Jesús (Mt 12, 23; Mc 2, 12; 5, 42; 6, 51; Lc 8, 56), por sus palabras de sabiduría (Lc 2, 47),
por la resurrección (Lc 24, 22), por Pentecostés (Hch 2, 7.12; 10, 45), por los milagros
obrados por el diácono Felipe (Hch 8, 13), por la magia de Simón (Hch 8, 9.11), por el
regreso de Pedro de la cárcel (Hch 12, 16) y por la predicación de Pablo en Damasco
inmediatamente después de la conversión (Hch 9, 21). Está también 2 Cor 5, 13: “Si... hemos
perdido el juicio, era por Dios; si hemos perdido el juicio, es por vosotros”. Pablo se hace
portavoz de cuanto pensaban los corintios de su apostolado: según algunos de ellos ponía
tanto celo que juzgaban que estaba fuera de sí (cf. Hch 26, 24-25). En cuanto a Mc 3, 21 el
sentido que mejor parece adaptarse al contexto es justamente el de 2 Cor 5, 13. Es decir, los
parientes de Jesús piensan que el está exagerando en el modo en que se dedicaba a la propia
misión. Olvida, de hecho, las necesidades más elementales, como el comer (v. 20). Sobretodo
desde el inicio de su predicación provoca reacciones violentas contra él: los fariseos y los
herodianos se han puesto ya de acuerdo para buscar el modo de eliminarlo (Mc 3, 6).
Juan, por su parte, tiene una noticia complementaria sobre la incomprensión que Jesús
encontraba en el círculo familiar: “Ni siquiera sus hermanos... creían en él” (Jn 7, 5). Su falta
de fe, como resulta del contexto de ese pasaje, emerge del hecho de que ellos tenían proyectos
más aparentes (y, quizá, más interesados) sobre la manera con la que Jesús habría debido
desarrollar su carisma mesiánico.
57
Tema 2. Fundamentación bíblica
¿Qué pensar de María?
Volviendo ahora a Mc 3, 20-21. 31-35, debemos afrontar la cuestión más delicada ligada a
la escena allí descrita: ¿qué sentido puede tener la presencia de María entre los familiares que
vienen para “llevarse”, para “moderar” a Jesús? ¿Es quizá indecoroso atribuir esta actitud a
María? No lo es, si tomamos seriamente en cuenta los datos bíblicos que conciernen al
progreso de la fe en María.
Como es sabido, sobre esta dimensión nos da más datos Lucas. Pero también Marcos
levanta el velo sobre un rasgo tan humano de María de Nazaret. La imagen que nos ofrece de
ella es la de una mujer maternamente solicita por la suerte del Hijo. No causa maravilla que
también María, un día, cuando ya se tramaba contra la vida de Jesús (Mc 3, 6), acudiese para
inducirlo a mayores precauciones. Ella misma pudo nutrir preocupaciones todavía demasiado
humanas sobre la misión y la obra de Jesús. Hasta aquí llega Marcos. No entra en su óptica si
y cuándo María ha superado esta fase limitada de su fe, para alcanzar una comprensión más
perfecta sobre cómo Jesús debía recorrer el propio camino. Marcos deja el discurso abierto,
sin adelantar todavía objeciones en contra. Estrictamente hablando, p. ej., en 6, 2-6 él no dice
que fuesen la madre o los hermanos y hermanas los que se escandalizasen de Jesús, sino “los
muchos” que la escuchaban en la sinagoga (v. 2).
La intención principal de Mc 3, 20-21.31-35 es otra, solicitada quizá (piensan diversos
autores) por la presencia de algunos parientes de Jesús, pertenecientes al seno de la iglesia
judeo-cristiana. Marcos, entonces, advierte a su comunidad que la misma parentela carnal con
el Señor no es un título suficiente para seguirlo con las debidas disposiciones. Prueba de ello
es el hecho de que cuando Jesús comenzó su ministerio público, sus familiares lo buscaban,
pero “permaneciendo fuera” (vv. 31-32), es decir, sin adentrarse en el misterio profundo de su
persona, en todas sus implicaciones (cf. Mc 4, 41: ¿Quién es éste...?). Ellos, efectivamente,
cultivaban esperanzas y opiniones todavía inadecuadas respecto a Jesús, puesto que pensaban:
“está fuera de sí” (v. 21). Para superar estas visiones imperfectas y llegar a estar
verdaderamente unidos a Jesús, Sabiduría encarnada, los miembros de su familia según la
carne debían recorrer un camino de fe. Es necesario, en otras palabras, “hacer la voluntad de
Dios” (v. 35). Solamente recorriendo estos senderos uno entra a formar parte del círculo de
los discípulos, es decir, de aquellos que “están sentados en torno a Jesús” (vv. 32-34) en
aquella mística “casa” (v. 20) que, a juicio de algunos exegetas (Brown, Donfried... María en
el NT), podría ser su Iglesia. Esta, ahora, es la auténtica familia del Señor, la escatológica (v.
35). Está constituida por los Doce, llamados por Jesús para que “estuviesen con él” (Mc 3,
14); y está formada, además, por los discípulos de todo tiempo que, junto a los Doce, se
ponen “en torno a Jesús” (cf. Mc 4, 10; 8, 34a) y “van detrás de él” (cf. Mc 8, 34b). Lucas
será más explícito al decirnos que esa fue, efectivamente, la vía elegida por María.
Conclusión
No es, en verdad, el caso, como ocurría de vez en cuando en el pasado reciente, relegar Mc
3, 20-21.31-35 a los pasajes así llamados “antimariológicos”. Más bien es un testimonio
precioso de los verdaderos vínculos que crean la comunión con Jesús. Marcos enseña que
incluso María, la criatura más ligada a Cristo por los vínculos de la sangre, debía elevarse a
un orden de valores más alto. Las exigencias de la misión del Hijo la inducían a renunciar a
sus perspectivas (¡humanísimas, por otra parte!) de madre según la carne. Después de haber
llevado a Jesús en el seno, era necesario que lo generase en el corazón, cumpliendo la
voluntad de Dios (cf. Mc 3, 35): una voluntad que se hacía manifiesta en lo que decía y
obraba Jesús. A estos niveles de profundidad la figura de María “madre” se armoniza y se
58
Tema 2. Fundamentación bíblica
completa en la de “discípula”.
El tercer día Yahveh reveló su El tercer día Jesús reveló su gloria El tercer día Jesús reveló su gloria
gloria a Moisés
y el pueblo creyó también en él (Ex y sus discípulos creyeron en él (Jn y sus discípulos creyeron en él (Jn
19, 11.9) 2, 1.11) 2, 19-20; 20-21)
Notemos que en el mismo título del capítulo aparecen unidos dos temas que con
frecuencia se estudian por separado: la maternidad y la virginidad. Esto es así, porque aunque
como veremos, en el proyecto personal de María la virginidad entrase de algún modo sin
conocer su futura maternidad, hay una relación tan estrecha entre ambos fenómenos que es
conveniente considerarlos juntos, evitando la impresión de que la virginidad en María es una
simple virtud moral, ascética o espiritual, sino un aspecto de su servicio total al misterio de
Cristo, de quien es madre. La virginidad está en función de la maternidad. Por ello más que
decir “madre” y “virgen” como si fuesen dos aspectos yuxtapuestos, es mejor decir “madre-
virgen”, porque es virgen en función de madre, y porque el modo de su maternidad es la
virginidad.
Por tanto, sin que sea inexacto hablar de virginidad de María, es más exacto hablar de
maternidad virginal, sabiendo que el adjetivo cualifica no obstante, no sólo los momentos
“generativos” (la concepción y el nacimiento) de la maternidad, sino toda la existencia de
María en el servicio de su Hijo (virginidad perpetua). Es la primera peculiaridad de esta
“maternidad”.
“En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en
su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor.
Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e
indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo
y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu santo; con un don de gracia tan eximia,
antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas.
Al mismo tiempo ella está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados;
más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que
naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza, por lo que también es saludada
como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en
la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de
piedad como a Madre amantísima”.
El texto conciliar vino a dar respuesta a una cuestión debatida entre los teólogos en los
años anteriores al Concilio, con el intento de salvar la mariología de la crisis en la que había
entrado ya desde la Edad Moderna y que tuvo sus últimas expresiones y consecuencias en la
neoescolástica del XIX-XX y en los manuales de teología propios del período pre-conciliar.
Los mariólogos se preguntaban, en efecto, por el principio unificador de toda la mariología.
Si se pretende que la mariología sea un tratado teológico verdaderamente científico, en el
sentido de sistemático y orgánico, y en relación clara con el resto de las afirmaciones
77
Maternidad divina y virginal
teológicas de la fe, es decir, en el conjunto del nexo de las verdades dogmáticas, es necesario
encontrar un punto de partida que sea verdaderamente integrador del conjunto.
Las respuestas fueron numerosas si se tienen en cuenta todos los matices aportados,
pero fundamentalmente se redujeron a cuatro:
3.- Una tercera corriente, que era la predominante en Centroeuropa ponía el principio
hermenéutico de la mariología en el hecho de que María es la personificación de la criatura
humana en su actitud radical de acogida de Dios en la propia persona. María es vista de este
modo en primer lugar como prototipo del creyente. El principio es claro: la autodonación de
Dios, la redención obrada por Dios en Cristo suponen necesariamente para su eficacia en el
hombre concreto, la apertura y la acogida por parte del hombre (a la “redención objetiva” del
acontecimiento histórico del misterio pascual debe seguir la “redención subjetiva”, es decir, la
incorporación del hombre mediante la fe al designio salvífico que se ha realizado en Cristo).
Pues bien María es la criatura que ha acogido plena y totalmente esta donación de Dios... es el
prototipo de la relación de la criatura con Dios, relación que se traduce en una receptividad
perfecta, en una acogida radical y absoluta.
En este sentido, María es presentada como paradigma del creyente, pero también
como paradigma de la Iglesia misma... y es esta afirmación fundamental la que debe
considerarse como principio organizador de toda la mariología.
4.- Por último, otros afirmaban, en clara conexión con lo precedente, que el principio
formal de toda la mariología sería más bien algo más radical que lo dicho hasta ahora: su
condición de criatura. Estamos frente a una mujer real y concreta, no frente a un ser
semidivino... se trataría de hacer una mariología que no haga de la Virgen un mito cristiano...
ella es una criatura puramente humana, una mujer completamente abierta a la obra salvífica
de Dios.
La respuesta que da el Concilio a este debate es, pues, bastante clara: el principio
organizador de toda la mariología es precisamente la maternidad divina, es lo que está en el
78
Maternidad divina y virginal
centro de todo el misterio personal y existencial de María. Nótese, sin embargo, que el
Concilio asume de algún modo las cuatro posiciones, puesto que la consideración de la
maternidad divina supera los límites estrechos del mero acontecimiento histórico... afirma la
peculiar relación de esta mujer con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Hija predilecta del
Padre, Madre del Hijo, Templo del Espíritu Santo), es presentada también como paradigma
para todos los cristianos y para la Iglesia misma, y coloca en esta maternidad un principio de
unidad con Cristo, podríamos decir, de “asociación” al misterio de Cristo. De modo que el
Concilio pronunciándose de algún modo sobre este debate preconciliar, asume las cuatro
posiciones como legítimas, pero ve su principio integrador precisamente en la maternidad
divina, considerada como un hecho que trasciende lo puramente biológico, que es expresión
del designio salvífico de Dios, que es la realización plena de la existencia de María entendida
como una existencia de disponibilidad y apertura al plan de Dios, y que es puesta -en clara
conexion con la tradición más antigua de la Iglesia- como paradigma de la relación de la
Iglesia y de cada uno de los creyentes con Dios.
Ya hemos afirmado dos cosas a lo largo del curso sobre esta afirmación dogmática:
junto con la maternidad virginal ha sido la afirmación mariana más antiguamente admitida en
la Iglesia y en el conjunto de su tradición; en segundo lugar, es el principio hermenéutico de
toda la mariología. Ha sido siempre este misterio el punto clave de estudio y de reflexión
acerca de la figura y de la misión de María tanto para el magisterio, como para los teólogos,
como para la tradición y piedad populares.
Como no podía ser menos, hoy sigue siendo elemento de estudio y de discusión a
propósito de las nuevas cristologías contemporáneas... y por ello no es de extrañar que en el
81
Maternidad divina y virginal
conjunto de las afirmaciones dogmáticas haya una evolución en lo que respecta a perspectivas
y criterios de interpretación desde los primeros textos “dogmáticos” propiamente hablando
hasta el esquema propuesto por el Concilio Vaticano II, por el magisterio de Pablo VI y Juan
Pablo II y por la reflexión teológica contemporánea. Veamos, pues, brevemente, el desarrollo
histórico de la formulación del misterio de la maternidad divina teniendo en cuenta cuatro
momentos principalmente, coincidente cada uno de ellos con un Concilio Ecuménico: a)
Conc. I de Constantinopla (a. 381); Conc. de Efeso (a. 431); Conc. de Calcedonia (a. 451) y
Vaticano II (1962-65). Son de alguna manera los cuatro concilios a los que inevitablemente se
refiere cualquier comentario o reflexión sobre el tema.
La fórmula que nos interesa suena así en su forma latina: Et incarnatus est de Spiritu
Sancto et Maria virgine. La fórmula anuncia simplemente el hecho, sin indicar ni la
naturaleza ni la modalidad de la maternidad, la relación con el Espíritu Santo y aunque se
indique la función no aparece, como se ve, el término madre. Todo ello se explica más
claramente si se tiene en cuenta que se trata de un añadido a un artículo cristológico del
Símbolo y que está precedida por otros artículos que declaran la divinidad de Cristo y la
finalidad salvífica de su Encarnación. El sujeto, por tanto, de la afirmación es el Verbo y
María aparece como el elemento humano que aclara y hace humanamente posible el misterio
de la Encarnación. Repitamos una vez más que no hay un discurso autónomo sobre la
maternidad de María, de aquí que la fórmula sea extraordinariamente breve y “pobre” de
contenido para nuestro tema.
Spiritu Sancto. El hecho de que en el original griego aparezca sin artículo, ha llevado
a muchos críticos a afirmar, partiendo del presupuesto de que la fórmula está prestada de la
Sagrada Escritura y de símbolos precedentes, que esta expresión no se refiere explícitamente
a la tercera persona de la Santísima Trinidad, sino al principio genérico divino que realiza la
Encarnación con María. Sin embargo, puesto que el Constantinopolitano I hace ya una
primera clarificación doctrinal sobre el Espíritu Santo, nada impide tampoco pensar que de
hecho se trate de una referencia intencional a la tercera persona divina.
et Maria Virgine. Es probablemente lo más llamativo del texto original griego que la
persona de María aparezca gramatical y doctrinalmente unida al Espíritu Santo, como
principio humano de la Encarnación del Hijo de Dios. Por ello, aunque no utilice el término
madre -debido a que el discurso es directamente cristológico- está suponiendo afirmada la
idea. Significativo también es el añadido del adjetivo (virgine), pero nos ocuparemos de ello
más adelante. Baste decir que en griego está puesto en aposición, y no como adjetivo, de
modo que el original suena María, la virgen e indica de este modo la característica esencial,
su cualidad determinante.
En principio, para todos era evidente lo que con esto se demuestra: que en Cristo
conviven la divinidad y la humanidad, pero que Cristo es uno, un solo sujeto. Hubo algo, sin
embargo, que complicó enormemente la cuestión y fue justamente la confusión terminológica
entre "naturaleza", "sustancia" y "persona". Había que definir con precisión el problema
ontológico del ser de Cristo, y esto hacía necesario acuñar términos lo más exactos posible.
De modo que podemos resumir diciendo que antes del 362 la palabra hypóstasis
guardaba el significado de realidad objetiva y podía por tanto tener el mismo significado que
ousía, pero cuando se aplicaba a la doctrina trinitaria, venían contrapuestas: ousía venía a
significar la esencia divina sin más especificaciones, mientras que hypóstasis se reservaba
para las personas en tanto que eran distintas entre sí.
225
San Atanasio comenta que el Concilio de Nicea ha utilizado correctamente esos términos como
sinónimos, puesto que "estas dos palabras se utilizan para significar todo lo que hay de más real en el ser"
(Epist. ad Afros 2,4 [PG 26,1036]). De hecho, San Atanasio utiliza indistintamente uno u otro término.
236
Citado por S. Basilio, De Spiritu Sancto 29, 72 (PG 32,201).
84
Maternidad divina y virginal
precisamente porque carecía de un concepto concreto y claro de persona. Por ese motivo,
concibe la unión como si el Verbo asumiese al hombre Jesús una vez ya constituido en sí
mismo, y lo uniese tan estrechamente a Sí mismo, que formase una sola persona. Así,
Teodoro apunta a la unidad de persona por la estrecha unión de las naturalezas, pero de hecho
no concibe la persona como algo distinto a la naturaleza y por tanto, no es capaz de afirmar en
todo su rigor la unidad de la persona.
Su doctrina tuvo mayor eco porque desde el año 428 fue el patriarca de Constantino-
pla. Siendo ya patriarca, y en plena lógica con su propia doctrina, aconsejó no dar a Sta.
María el título -ya célebre y popular- de "Madre de Dios" (Theotókos), y sustituirlo por el de
"Madre de Cristo" (Christotókos).
Cirilo de Alejandría
Cirilo era obispo de Alejandría y decidió intervenir. Envió algunas cartas personales a
Nestorio, de las cuales la más interesante es la segunda, en la que Cirilo expone su
pensamiento y que fue escrita entre enero y febrero del año 430.
Cirilo predica del mismo sujeto atributos divinos y humanos. Su frase clave fue al
mismo tiempo muy polémica: una sola naturaleza encarnada del Verbo. Esta fórmula procedía
de Apolinar, aunque Cirilo la aceptó pensando que era de San Atanasio. En todo caso, es
evidente, por el contexto de toda la obra de Cirilo, que le da un sentido correcto.
La unión de lo divino y lo humano es, en toda su obra, una unión física, una unión real
que tiene lugar en el orden ontológico, más allá de la intencionalidad y de la voluntad. El lo
explica diciendo que se trata de una unión según la hypóstasis.
85
Maternidad divina y virginal
"Pues no decimos que la naturaleza del Verbo se hizo carne mediante
una transformación; ni que se transformó en un hombre completo compuesto
de alma y cuerpo. Lo que afirmamos más bien es que el Verbo, habiendo unido
consigo según la hypóstasis una carne animada con un alma racional, se hizo
hombre de modo inefable e incomprensible y fue llamado hijo del hombre. Y
esto, no por voluntad o benevolencia solamente, ni solamente por la asunción
de un personaje. Y que las naturalezas unidas en una auténtica unidad son
distintas; pero un solo Cristo e Hijo en las dos" (DS 250).
Grillmeier hace un muy buen comentario sobre este pasaje: "La expresión "unión
según la hypóstasis" que se encuentra en la carta crea claramente un cierto precedente para
Calcedonia y facilita la aceptación definitiva del término hypóstasis en la proclamación de la
fe cristiana. Pero ciertamente no debemos buscar una definición filosófica en esta expresión,
que aparece por primera vez en Cirilo como una fórmula cristológica. La frase unión según la
hypóstasis está destinada simplemente a expresar la realidad de la unión en Cristo en
contraste con una interpretación puramente moral y accidental, que, según el sínodo
presumía, sería la enseñanza de la otra parte; ella debe pues ser opuesta a una unión según la
voluntad o la benevolencia o a una unidad que se realiza sólo con la asunción del modo
externo de apariencia de un otro prósopon"24.
El Concilio de Éfeso
- Santa María es verdadera Madre de Dios, porque engendró según la carne al Verbo de
Dios hecho carne;
- Cristo es el Hijo de Dios y no puede afirmarse que el hombre Jesús sea un hombre
divinizado e hijo adoptivo de Dios;
247
A. GRILLMEIER, Gesú, il Cristo nella fede della Chiesa, II, Ed. Paideia, Brescia 1982, p. 880).
86
Maternidad divina y virginal
- la carne de Cristo es vivificadora -referencia eucarística- porque es la carne del Verbo;
- Cristo debe ser adorado con una única adoración y no adorado como Dios y
separadamente adorado como hombre;
- deben atribuirse a la Persona del Verbo no solamente las operaciones divinas, sino
también las operaciones y pasiones humanas de Jesús.25 Esto último es lo que designamos en
teología con el término de "comunicación de idiomas" ("idiomas" del griego idiomata, que
significa "propiedades").
Vemos, pues, que el Concilio aceptó el planteamiento de Cirilo y dejó claro desde
entonces que la unión de las naturalezas se entiende como una unión en la persona, según la
persona. Esto significa que se predican del mismo sujeto atributos divinos y humanos y que,
por tanto, se da en Cristo una perfecta comunicación de idiomas, porque en El están unidas
con una unión verdadera la naturaleza divina y la naturaleza humana, de forma que la
naturaleza humana pertenece físicamente al Verbo.
258
Cf. DS 252-263.
269
Formula unionis inter S. Cyrillum ep. Alex. et episcopos Eccl. Antiochenae, DS 272.
87
Maternidad divina y virginal
habiendo unido a sí la naturaleza humana según la hypóstasis, ha nacido de una mujer. Por
eso se dice del Verbo que ha nacido según la carne. El sentido de la proclamación es
precisamente éste: no ha sido engendrado primero un hombre vulgar, al que después se ha
unido el Verbo de Dios, sino que se ha unido en el mismo útero a la naturaleza humana, lo
que quiere decir que ha sido engendrado de la Virgen el mismo Verbo en el mismo momento
en que ha sido engendrada la humanidad a la que se ha unido haciéndola suya.
En paralelo con esta explicación cristológica, la 2ª carta de Cirilo hace una explícita
proclamación de la maternidad divina:
“Esto predica la doctrina de la fe más segura: ésto encontramos que han retenido los santos
padres: efectivamente no dudaron en llamar a la santa Virgen theotokos, no en el sentido de
que la naturaleza del Verbo y su divinidad hayan tenido de la Santa Virgen el principio de su
origen, sino que habiendo sacado de ella aquel sagrado cuerpo perfeccionado por el alma
inteligente, al que el Verbo de Dios se había unido según la hypóstasis, se dice nacido según la
carne” (DS 251).
Se trata del texto dogmáticamente más importante aprobado en Éfeso, y esto por dos
motivos: en primer lugar por la mención directa y explícita de la fe de los Padres, poniendo su
enseñanza en conexión con la afirmación constante de la Iglesia; y en segundo lugar, por su
contenido: el término theotokos viene precisado en un doble sentido. Es “madre” en el sentido
verdadero y propio, ya que actúa como tal en todo el proceso genético de la concepción y del
parto, es decir, engendra y da a luz. Por otra parte, se precisa que no es la divinidad del Verbo
lo que ha tenido principio de María, sino la naturaleza humana que el Verbo ha hecho
realmente suya según la hypóstasis, por lo que podemos llamar a la Virgen Madre de Dios,
pero no madre de la divinidad.
El Concilio de Calcedonia
Fue absolutamente necesario este Concilio porque, a pesar de sus precisiones, Éfeso
no resolvió todavía el problema cristológico. Todavía persistía la confusión terminológica en
las fórmulas del Concilio, confusión que precipitó otro error cristológico, el monofisismo,
defendido principalmente por Eutiques, que interpretó la conocida frase de Cirilo (“una sola
naturaleza -mía physis- del Verbo encarnado”) en sentido heterodoxo: “Profeso que nuestro
Señor antes de la unión consistía en dos naturalezas, pero después de la unión profeso una
sola naturaleza”. Con esta expresión Eutiques afirmaba la existencia de la naturaleza humana
previamente a la asunción de ella por parte del Verbo. Por otra parte, interpretaba la unión de
las dos naturalezas como una fusión de la humana en la divina, por lo que después de la
unión en Cristo hay sólo una naturaleza, la divina. Explicaba esto acudiendo a la imagen del
mar (naturaleza divina) que acoge en sí una gota de agua (naturaleza humana).
El Concilio de Calcedonia resolvió la cuestión con una mucho más precisa afirmación
de la unión de las dos naturalezas, pero sobre todo del modo en que la unión se produjo, con
unas evidentes consecuencias también para la doctrina acerca de la maternidad divina. Nos
interesan fundamentalmente dos textos del Concilio:
“Creemos en un solo y mismo Cristo Señor Hijo Unigénito, en dos naturalezas inconfusas,
inmutables, indivisas, inseparables, no habiendo sido nunca quitada la diferencia de las
naturalezas por motivo de la unión, al contrario, salvándose la propiedad de ambas naturalezas,
que concurren en una sola Persona y subsistencia, no repartido o dividido en dos personas, sino
un mismo y solo Hijo Unigénito de Dios Verbo Señor Jesucristo: como dijeron antes los
profetas de El y el mismo Jesucristo nos enseñó, y como nos transmitió el Símbolo de los
Padres. Habiendo tratado de estas cosas con toda escrupulosidad y diligencia, el santo y
universal Concilio ha definido que a nadie le es lícito exponer, o escribir, o tratar, o pensar, o
enseñar una fe distinta" (DS 302)
Sesboüé lo explica así: "la dualidad es presentada en Cristo con la expresión en dos
naturalezas. Los Padres han debatido largamente sobre el término en, que algunos habrían
querido reducir a un de (ex). La preposición en tiene gran importancia y desgraciadamente es
olvidada con frecuencia. Calcedonia no dice: una hypóstasis y dos naturalezas, sino que dice:
un solo Cristo en dos naturalezas. Su unidad concreta permanece, pues, compleja y
compuesta. Hay algo que se resiste en su estructura a la identidad total. La fe reconoce en El
una alteridad real, fundada sobre la alteridad misma de Dios y el hombre. En dos naturalezas
significa que la unión del Verbo a su humanidad coloca una alteridad mantenida en el interior
de la unidad de un solo sujeto" 27.
27
B. SESBOÜE, Jésus-Christ dans la Tradition de l,Eglise, Desclée, Paris 1982, pp. 140-141).
89
Maternidad divina y virginal
"Siguiendo a los Santos Padres, enseñamos todos concordemente que es
uno solo y mismo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, perfecto en la divinidad y
perfecto en la humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre, de alma
racional y cuerpo, consustancial al Padre según la divinidad y consustancial
a nosotros según la humanidad, en todo semejante a nosotros, excluido el
pecado (cf. Heb 4,15); antes de los siglos engendrado del Padre según la
divinidad, y según la humanidad de María Virgen Madre de Dios, en los
últimos tiempos, por nosotros y por nuestra salud.”
Puede parecer a primera vista que esta fórmula no añade nada a lo ya definido en
Éfeso, pero no es del todo así. La fórmula mariológica genitum... ex Maria virgine Dei
genitrice secundum humanitatem es algo más precisa que la de Éfeso. Los términos virgo y
Dei genitrix alcanzan en Calcedonia su máxima precisión hasta el momento, precisión que le
viene dada precisamente por haber tenido en cuenta el monofisismo en su declaración. Se
pasa de la simple afirmación de la maternidad, a la “veracidad” de la misma. Los monofisitas
habían defendido la virginidad de María afirmando que la carne de Cristo era carne “celeste”,
no tomada de la carne misma de María... el Concilio, con el uso de la preposición “ex”, que
tiene un sentido fuerte, afirma que la carne de Cristo es la carne de María, que es una carne
verdaderamente humana, porque ha sido engendrada milagrosa pero humanamente, carne de
la carne de María. La conjunción virgine Dei genitrice impide el juego monofisita: a pesar de
ser una generación verdaderamente “humana”, la madre permanece virgen.
El Concilio de Calcedonia, pues, usa una fórmula más perfecta que la de Éfeso,
aunque aquella fue la definición solemne de la maternidad divina.
El Concilio Vaticano II
Sorprende en primer lugar una simple constatación: no hay un sólo número del
documento conciliar (cap. VIII de la Constitución Dogmática Lumen Gentium) en el que no
se haga alusión a la maternidad de María, y se utilizan muy frecuentemente para hablar de
ella títulos que expresan esta relación con Cristo: Deipara, Genitrix Dei, Mater Dei, Mater
Salvatoris et Redemptoris, Mater Domini... Tenemos en ello un claro síntoma de que el
Concilio considera este aspecto de la relación de María con su hijo, como el eje doctrinal de
toda la enseñanza de la Iglesia sobre María.
El AT ofrece abundantes testimonios del uso amplio del sustantivo “hermano”. Lot y Jacob
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Maternidad divina y virginal
son nietos, respectivamente, de Abraham (Gen 11, 27; 14, 12) y de Labán (Gn 29, 12), sin
embargo son llamados hermanos (Abraham-Lot, Gen 13, 8; 14, 14.16; Labán-Jacob: Gn 29,
15). Las hijas de Zelofad llaman hermanos suyos a personas que era solamente “hermanos de
su padre” (Jos 17, 4), y sabemos que Zelofad había muerto sin tener hijos varones. Según 1
Cro 23, 22 los hijos de Kis son llamados hermanos de las hijas de Eleazar, pero son solo
primos, ya que Kis y Eleazar eran hermanos, hijos de Macli (v. 21).
Santiago, José, Simón y Judas.
Santiago y Josés (José) son nombrados respectivamente en Mc 6, 3 y Mt 13, 55 -eran hijos
de una María, distinta de la madre de Jesús. Así lo atestigua Mc 15, 40: “Estaban también
algunas mujeres, que miraban desde lejos, entre las cuales María de Magdala, María madre de
Santiago el menor y de Josés, y Salomé”. Más adelante, ella es llamada “María de Josés” (15,
47), “María de Santiago” (16, 1). Mt 27, 56 la recuerda igualmente como “madre de Santiago
y de Josés”, y después como “la otra María” (27, 61; 28, 1). Lc 24, 10 menciona a “María, la
de Santiago” (verosímilmente la misma persona).
A propósito de estas noticias de Marco y Mateo, tenemos que notar que ya
precedentemente los dos evangelistas habían ya mencionado los nombres de los dos
susodichos hermanos del Señor (Mc 6, 3 y Mt 13, 55). Esta María, por tanto, que hace su
primera aparición en escena, es identificada en cuanto que es puesta en relación con dos
personas (Santiago y Josés-José) ya conocidas por el lector. Por añadidura, Marcos conserva
en los tres pasajes el nombre de “Josés” (6, 3; 15, 40.47), mientras que en el mismo cap. 15,
vv. 43.45 (y, por tanto, junto a los vv. 40.47) retorna a la fórmula consagrada de Iosef para
José de Arimatea. La varianete Josés no aparece para las otras ocho personas del NT que
llevan el nombre de José. También esto es un indicio no despreciable para la equiparación de
Josés en Mc 6, 3 y 15,40.47.
Después de los autores del NT, el primer escritor eclesiástico que habla de los hermanos de
Jesús es Hegesipo, originario del oriente, probablemente de Palestina. En la segunda mitad
del s. II escribió una obra contra las herejías gnósticas, titulada Ypomnèmata (Memorias), para
la que se sirvió de tradiciones judaicas no escritas. De la compilación de Hegesipo nos han
llegado diversas huellas a través de Eusebio de Cesarea. Algunas de ellas recuerdan a los
hermanos de Jesús por su nombre: Santiago, Simeón y Judas.
Santiago es mencionado como “hermano del Señor, de todos llamado Justo desde el
tiempo de Jesús hasta el presente”. Con tal apelativo, su nombre aparece once veces en las
memorias de Hegesipo. Se atestigua de él que fue el primer obispo de Jerusalén y que fue
martirizado por los judíos antes del asedio de la ciudad por Vespasiano. La noticia del
martirio de Santiago “el hermano de Jesús, llamado Cristo” es transmitida también por Flavio
Josefo (Ant. Iud. 20, 9.1).
De Simeón, Hegesipo hace saber que era “hijo de un tío del Señor, hijo de Cleofás”. A la
muerte de Santiago, la elección preferencial a obispo de Jerusalén cae sobre él, “porque era
un segundo primo del Señor”: “segundo” en relación a Santiago (hay que suponer), ya que
Santiago debía ser el “primer” primo de Jesús. Y Eusebio, basándose en la autoridad de
Hegesipo, afirma que Cleofás era un hermano de S. José. A la edad de 120 años continúa
Hegesipo, durante el imperio de Trajano, Simeón fue denunciado como descendiente de
David y de profesión cristiana; fue conducido a juicio ante el gobernador Attico y crucificado.
En cuanto a Judas, Hegesipo escribe que “era llamado su (de Jesús) hermano según la
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Maternidad divina y virginal
carne” y que descendía de David. La especificación “según la carne” quiere decir que Judas
no era hermano de Jesús en sentido puramente espiritual, como los apóstoles y los discípulos
(Mt 28, 10; Jn 20, 17). El ser descendiente de David, sin embargo, hace pensar que también él
era hijo de Cleofás, que pertenecía a la estirpe davídica. Con toda verosimilitud, es éste el
“Judas” hermano de Santiago, autor de la carta homónima del NT (Jd 1, 1).
La voz griega “anépsios” (=primo)
El NT conoce el término griego anépsios, primo; se usa en Col 4, 10 para decir que
Marcos es primo de Bernabé. Por tanto, se deduce, los autores del NT habrían usado el mismo
término si los “hermanos” del Señor hubiesen sido verdaderamente tales.
La objeción, no obstante, no es determinante. Los LXX, por ejemplo, conocían tanto el
griego como el hebreo; no obstante esto, han traducido servilmente el original hebreo incluso
allí donde el término “hermano” indica una relación de parentesco más amplia. Hay otro
motivo por el que, en griego, se conserva el modo original de hablar semítico. Como resulta
de Hch 1, 14 y 1 Cor 9, 5, los “hermanos” del Señor, es decir, sus parientes varones, formaban
un grupo en sí, junto al de los apóstoles. Gozaban, por tanto, de una especial reputación, por
lo que el ser denominados como “hermanos” del Señor” era un título honorífico en el seno de
la Iglesia primitiva. Las comunidades de lengua griega no se atrevieron a cambiarlo.
Dificultades inherentes a Mt 1, 25 y Lc 2, 7
“Y él (José) no la conoció hasta que dió a luz un hijo...”. Se concluiría que, después del
nacimiento de Jesús, José habría consumado el matrimonio con María.
Kramer establece la hipótesis siguiente: a la partícula conjuntiva ἕως οὖ de Mt 1, 25
correspondería la expresión aramea ‘ad dî, que puede significar “he aquí que”, como por
ejemplo en Dn 2, 34; 6, 25; 7, 4.9.11 y en el Talmud jerosolimitano Berakôt 14b: “Rabbi
Akiba no había terminado todavía el shema, ad di (he aquí que) murió”. Podríamos, pues,
traducir del modo siguiente Mt 1, 25: “Y no habiéndola conocido, he aquí que dio a luz un
hijo”.
No obstante, antes de recurrir a otros intentos, será bueno tener presente (como ya hacían
los padres) que en la Biblia se cuentan numerosos ejemplos de frases regidas por la expresión
“hasta que”, que no pueden ser interpretadas a la letra:
1. Gn 8, 7 (LXX): “Y saliendo (el cuervo mandado por Noé) no regresó hasta
que el agua no se había retirado de la tierra, dejándola seca”. Sin embargo, es
evidente que el cuervo no regresó nunca.
2. Gn 28,15: “No te abandonaré, hasta que no haya cumplido todo lo que te he
dicho”. Es también evidente que Dios no abandonó a Jacob tampoco después
del cumplimiento de sus promesas.
3. 2 Sam 6, 23: “Mikal, hija de Saul, no tuvo hijos hasta que murió”. Sobran los
comentarios.
4. Sal 110, 1: “Siéntate a mi derecha, hasta que ponta a tus enemigos como
escabel de tus pies”. También es claro que el hijo se sentaría a la derecha de
Dios incluso después.
¿Se trata de una definición en sentido estricto, teniendo en cuenta que el concilio no es
ecuménico? La respuesta es, no obstante, positiva, dada la intención expresa del Papa y la
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Maternidad divina y virginal
aceptación universal del Concilio. Martín I está convencido de la obligación de aceptar la que
él llama “piadosa definición de la fe ortodoxa” y por eso invita a los obispos de oriente y de
occidente a que acojan los cánones lateranenses.
Significado teológico
Ahora bien, no podemos quedarnos en la simple transmisión del hecho. Mérito del
Catecismo Holandés fue llamar la atención sobre la importancia teológica de la virginidad, de
la concepción y de la maternidad virginales. Pero esto ya se había hecho en la Tradición
cristiana, por obra de los Santos Padres, sin incurrir en el error de llamar la atención sobre la
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Maternidad divina y virginal
importancia teológica del dogma, negándole fundamento histórico. Hoy se tiende a llamar la
atención que la afirmación de la maternidad virginal es una clarificación fundamental acerca
de María misma, de Jesús y de la salvación.
En lo que se refiere a María es un signo de su radical disponibilidad a aceptar en plenitud
el designio de Dios, y por tanto signo de su pertenencia exclusiva a Dios y a su misión.
El sentido teológico fundamental, no obstante, es cristológico. La afirmación de la
virginidad es una afirmación sobre Jesús como Hijo de Dios e Hijo de David. Ciertamente se
presupone una virginidad física, pero al servicio de la afirmación del carácter trascendente de
Jesús: Jesús tiene por único Padre a Dios.
Desde el punto de vista de la historia de la salvación, la maternidad virginal implica
además una novedad absoluta en el orden de la descendencia que llama la atención sobre la
novedad radical traida por Cristo. En él se da desde el origen una “nueva humanidad” que es
signo de una “nueva creación”. Por otra parte, es signo de la absoluta iniciativa de Dios en la
redención de los hombres y afirma al mismo tiempo que nada es imposible para Dios en el
orden de la salvación. Por lo mismo la virginidad de María aparece como una expresión
peculiar, un signo evidente, de la pobreza del hombre creyente frente a Dios. No hay nada
imposible para Dios en la salvación del hombre, cuando el hombre responde a Dios como
María, es decir, en el vaciamiento de sí mismo, en la confianza plena, en la confesión de la
propia incapacidad, en el abandono total.
También para la Iglesia tiene relevancia este dogma.Ya lo hemos visto. Al igual que María
es llamada Virgen y Madre, la Iglesia, cuyo paradigma es María, es también virgen y madre.
En el fondo queda una cuestión por debatir: ¿hay algo en el parto normal que sea
consecuencia del pecado? Si lo hay, ¿qué es?
Las respuestas actuales tienden más bien a difuminar el sentido puramente biológico-
material del problema, llamando la atención sobre dos puntos que pudieron influir en esta
afirmación biológica de la virginidad del parto: la doctrina del Antiguo Testamento acerca del
castigo de Eva, y la preocupación de evitar cualquier forma de docetismo.
Viendo, además, las oscilaciones de la tradición se llega a pensar que la virginidad en el
99
Maternidad divina y virginal
parto no pertenece propiamente al dogma de la Iglesia. Semmelroth, por ejemplo, afirma:
“Que esta virginidad en el parto significa una maternidad sin dolor y sin lesión física, es
generalmente enseñado desde el s. III por los Padres y por los teólogos. Pero no puede decirse
dogma de fe. No está claro si la unanimidad en este punto es testimonio de fe o solo
interpretación teológica. Últimamente se pone la cuestión de si el normal parto materno debe
forzosamente ser una lesión de la virginidad en el acto del parto, o de si no basta entender la
virginidad en el hecho de que para María el nacimiento del niño no sea, como en los otros
partos normales, signo de una precedente unión sexual”.
Por otra parte, desde una perspectiva antropológica actual, no se ve ninguna dificultad en
aplicar el nacimiento normal de un hombre al nacimiento de Cristo en el seno de María. En
ese sentido, la convergencia de los autores es muy sorprendente. El abrirse del seno de la
madre no es una injuria ni una ofensa para la Madre, con lo que sería un tanto inexacto
entender la virginidad como una excepción a la regla común. El mismo Galot afirma: “¿Cómo
conciliar un nacimiento normal con la virginidad? Incluso en el plano físico la virginidad no
resultaría herida, porque la virginidad no es una integridad cualquiera, sino la ausencia de
relaciones sexuales. No es por tanto eliminada por el parto. El nacimiento es virginal en
virtud de la concepción obrada por el Espíritu Santo, pero debe ser real como nacimiento.
En conclusión, yo me inclino a pensar que también en el parto algún tipo de peculiaridad
biológica, difícil de precisar por otra parte, que tiene valor de signo tangible de la realidad
invisible que es la nueva humanidad que surge en Cristo. Pero también me parece claro que el
Magisterio no ha intervenido últimamente en la cuestión, y menos con intención de
determinarla en una dirección determinada. Querría decir esto que el “contenido” del parto
virginal todavía puede ser precisado con mayor claridad.
100
La Inmaculada Concepción
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
La definición dogmática de 1854
Los acontecimientos principales que ya en el siglo XIX prepararon la definitiva
intervención del Magisterio en este tema fueron los siguientes:
1. La actitud cada vez más determinante de los papas de este siglo. Destacan
fundamentalmente Pío VII, que el 17 de mayo de 1806 concede a la Orden Franciscana añadir
el término “inmaculada” a la expresión que se refiere a su concepción en el prefacio de la
Fiesta de la Concepción.
2. León XII convenció a los dominicos que no perderían ningún crédito si abandonaban
las tesis maculistas. De hecho en 1834 el General de los Dominicos se adhirió a la tesis
inmaculista.
3. Gregorio XVI dio un gran impulso a la doctrina inmaculista especialmente con su
propagación de la “medalla milagrosa” revelada a Catalina Labouré en 1830... concedió a
más de 300 instituciones y diócesis el privilegio de añadir en el Prefacio de la fiesta el
término Inmaculada..
4. El cambio de actitud de la Escuela Dominicana que, por fidelidad a la doctrina de Sto.
Tomás eran reacios a la mantener la doctrina inmaculista. No obstante, quedaron en esta
escuela dos motivos teológicos de preocupación:
1. El valor doctrinal de la afirmación de la Concepción Inmaculada: ¿doctrina de
fe aunque no de fe católica?
2. El tema del débitum peccati. Podía ser muy bien exenta del pecado original,
pero ¿debió contraerlo? Unos pensaban que no. Otros que sí.
5. Un hito fundamental fue una intervención del cardenal Lambruschini que en 1843
publicó una conferencia en la que recogía todos los datos de la Escritura o de la
Tradición a favor de la Inmaculada Concepción, y afirmaba que todo lo que recogía
era una garantía segura para una proclamación formal.
6. El impulso decisivo lo constituyó la elección de Pío IX para la sede de Pedro. Tuvo
presente desde el principio las numerosas solicitudes que le llegaban
(especialmente de obispos norteamericanos) de proclamar dogmáticamente la tesis
inmaculista. En 1847 aprobó un texto litúrgico para la fiesta en la que ya se decía
que María había sido preservada de toda mancha. En 1848 constituyó una
Comisión para estudiar la conveniencia de proclamar el dogma, que no fue de
parecer unánime (el parecer definitivo fue en 1850). En la Encíclica Ubi primum el
Papa invitaba a los obispos a tomar posiciones sobre el tema. De los 603 que
hicieron llegar una respuesta, 546 se expresaron a favor de la definición dogmática.
Por fin, se comenzaron los trabajos de redacción de la bula, de la que hubo cinco
redacciones sucesivas. La más interesante es la tercera de ellas en comparación con la quinta
que fue la definitiva. En la tercera el esquema es muy parecido al de las anteriores, sólo que
más desarrollado. Dividida en dos partes: la primera resumía los motivos de conveniencia, los
argumentos de la Escritura y el testimonio de los Padres, de los escritores de la Iglesia y de la
Liturgia. La segunda, el testimonio de los Obispos y de las Universidades. Por último venía la
declaración dogmática.
101
La Inmaculada Concepción
La quinta encuentra el fundamento para la definición más bien en la doctrina y en la práxis
contemporánea de la Iglesia.
La proclamación dogmática
El 8 de diciembre de 1854, Pío IX, con la bula Ineffabilis Deus proclamó dogma de fe la
doctrina de la Inmaculada Concepción de María.
El esquema de la bula es el siguiente:
I. Predestinación de María a la maternidad divina y por ello a la plenitud de santidad, que
supone la exención de pecado original.
II. Fe de la Iglesia:
1. intervenciones de los papas
2. testimonio de la liturgia y del culto
3. prohibición de las doctrinas contrarias a la tesis inmaculista.
III. Pasos bíblicos, que se interpretan como fundamento del misterio:
4. El Protoevangelio
IV. Testimonio de los Padres, fundamentalmente el ya antiguo paralelismo establecido por
la Tradición entre María y Eva
V. Consenso de la Iglesia actual
VI. Fórmula de la definición
La fórmula dice así:
Ad honorem sanctae et individuae Trinitatis, ad decus et ornamentum Virginis Deiparae,
ad exaltationem fidei catholicae et christianae religionis augmentum, auctoritate Domini
nostri Iesu Christi, beatorum Apostolorum Petri et Pauli ac Nostra declaramus,
pronuntiamus et definimus, doctrinam, quae tenet, beatissimam Virginem Mariam im primo
instanti suae conceptionis fuisse singulari omnipotentis Dei gratia et privilegio, intuitu
meritorum Christi Iesu Salvatoris humani generis, ab omni originalis culpae labe
praeservatam immunem, esse a Deo revelatam atque idcirco ab omnibus fidelibus firmiter
constanterque credendam.
“En honor de la santa e indivisible Trinidad, para decoro y ornamento de la Virgen Madre
de Dios, para exaltación de la fe católica y crecimiento de la religión cristiana, con la
autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra,
declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que afirma que la Santísima Virgen
María fue, por gracia y privilegio singulares de Dios Omnipotente, en atención a los méritos
de Cristo Salvador del genero humano, preservada de toda mancha de la culpa original en el
primer instante de su concepción, ha sido revelada por Dios, y por ello debe ser firme y
constantemente creída por todos los fieles”.
Como se aprecia, la Bula responde con bastante precisión a los dos grandes problemas
teológicos que desde siempre habían afectado a esta doctrina, que son:
1.- ¿Cómo es posible que María, concebida enteramente según las leyes normales que
afectan a toda criatura, no haya caído ni siquiera un instante en el pecado que afecta a todo
102
La Inmaculada Concepción
hombre? El problema de la universalidad del pecado original, presente en cada hombre por el
mero hecho de ser descendiente de Adán.
2.- El problema de la aparente desconexión de María a la obra salvífica de Cristo: la
universalidad de la redención.
A la primera pregunta la Bula responde con la idea de preservación y de previsión. De
hecho, todos los hombres nacen sometidos al pecado, y son redimidos después. María fue
“preservada” del pecado, y esto, segunda afirmación, en atención a los méritos de Cristo. Por
eso puede cumplirse su redención anticipadamente y es una redención más perfecta. Por otra
parte, el sentido de la preservación y anticipación aparece más claro todavía si se tiene en
cuenta que se trata de una predestinación a la maternidad divina. María fue de este modo
“santificada perfectamente” y por ello liberada, en el sentido de preservada, del pecado
original.
Para una correcta interpretación de la Bula y de su autoridad es preciso tener en cuenta
algunos elementos. La autoridad de la definición dogmática no reposa sobre los argumentos
que la acompañan. Estos no tienen otra misión en la Bula que preparar la misma definición, y
sobre todo dar a entender cuáles han sido los fundamentos tanto en la Escritura como en la
Tradición para que la Iglesia haya llegado a tener conciencia de este misterio.
Lo propiamente definido, pues, no es la interpretación que se da, por ejemplo, al
Protoevangelio, sino la afirmación de la Concepción Inmaculada. Los textos pueden ser
interpretados exegéticamente en sentido no mariológico. Eso no alteraría el valor dogmático
de la definición que reposa, no en los argumentos, sino en la autoridad que se invoca, que es
la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y, en definitiva, la autoridad del ministerio petrino.