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EL POEMA

Martin Heidegger
Traducción de José María Valverde en HEIDEGGER, M., Interpretaciones sobre la
poesía de Hölderlin, Ariel, Barcelona, 1983, pp. 193-203

Texto revisado de la conferencia para el 70.° cumpleaños


de Friedrich G. Jünger el 25 de agosto de 1968 en
Amriswil.

Hablar sobre el poema querría decir: desde lo alto, y por tanto desde fuera,
averiguar qué es el poema.

¿Con qué derecho, con qué conocimiento podría ocurrir eso? Faltan ambas
cosas. Por tanto, sería arrogancia querer hablar sobre el poema. Pero ¿qué hacer si no?

Más bien así: que nos dejemos decir por el poema en qué consiste su
peculiaridad, en qué descansa.

Para percibirlo de un modo suficiente, debemos estar familiarizados con el


poema. Pero verdaderamente familiarizado con el poema y el poetizar sólo lo está el
poeta. El modo apropiado al poema de hablar de él sólo puede ser el decir poético. En
él, el poeta no habla ni sobre el poema ni del poema. Poetiza lo peculiar del poema. Pero
eso sólo lo logra cuando poetiza a partir de la disposición de su poema y poetiza
únicamente esa misma.

Un poeta extraño, si es que no misterioso. Existe: se llama Hölderlin.

Sólo que él -así parece- nunca está tan cerca de nosotros que nos alcance su
palabra, que nos haya alcanzado, que .seamos nosotros los alcanzados - y lo sigamos
siendo.

En la poesía de Hölderlin experimentamos poéticamente el poema. «El poema» -


esa palabra revela ahora su ambigüedad. «El poema» puede significar: el poema en
general, el concepto de poema, válido para toda la literatura universal. Pero «el poema»
puede significar también: el poema excepcional, marcado por el hecho de que él solo
nos afecta por destino, porque él nos poetiza a nosotros mismos el destino en que
estamos, lo sepamos o no, tanto si estamos dispuestos a aceptar un destino en él como si
no.

Que Hölderlin poetiza al poeta y .su determinación, y por tanto lo peculiar del
poema, lo suyo propio, lo muestran títulos de poemas como Vocación de poeta, Ánimo
de poeta, y estos poemas mismos en sus diversas versiones.
Además, el pensar poético de Hölderlin trata también de la poesía en forma de
artículos y esbozos: Sobre el modo de proceder del espíritu poético, Sobre la
diferencia de los modos de poetizar, Sobre las partes del poema (StA IV, p. 241 SS.); y
más ampliamente aún por la comprensión poética, en sus traducciones de las Tragedias
de Sófocles, en las Observaciones sobre el Edipo, en las Observaciones sobre
Antígona (StA V, p. 193 ss., 263 ss.).

Sólo que esos Artículos sobre... y Observaciones sobre... reposan en la


experiencia poética de su poema y su determinación que constantemente se pone a
prueba.

Que Hölderlin, por razón de su manera de ser, fácilmente destructible y a


menudo replegada en sí, sabe con toda claridad la índole propia de su poema, lo dice en
la tercera estrofa de la elegía Pan y vino, que dedica a su amigo poeta Heinze, al que
apela (StA II, p. 91, v. 41 ss.):

¡Ven pues! para que miremos a lo Abierto.


para que busquemos algo propio, por distante que esté.

... a cada cual también se le asigna algo propio,


ahí va y viene cada cual hacia donde puede.

Lo propio de .su poema no lo ha inventado el poeta. Le ha sido asignado. Se


acomoda a su determinación y sigue la vocación. Hölderlin la nombra en una variante
del mismo canto.

En la obra poética de Hölderlin y su transmisión en manuscritos hay una


situación especial con las variantes. Las palabras y giros que no se aceptan en el poema
terminado, contienen a veces bruscas y profundas miradas penetrantes en lo peculiar de
su poema. El modo de leer de los versos 45/46 de Pan y vino dice (StA II, p. 597):

Antes del tiempo! es vocación de los cantores sagrados y así


también sirven y transforman adelantándose a un gran destino.

«¡Antes del tiempo!» ¿Antes de qué tiempo dicen su palabra los poetas vocados
a ello? ¿Qué es ese gran destino? Hölderlin habla del tiempo en referencia al cual el
poeta habla antes de tiempo, en el cántico Mnemosyne (StA II, p. 193, v. 16 ss.):

 
Largo es / el tiempo.

Qué largo entonces, preguntamos. Tan largo, que llega incluso más allá de
nuestra presente época sin dioses. Correspondiendo a ese largo tiempo, debe también
estar mucho antes -aguardando hacia mucho más allá- la palabra antes de tiempo del
poeta. Debe poetizar la venida de los dioses presentes.

Pero ¿debe entonces advertir todavía lo que está «presente»? «Advenimiento»


no quiere decir aquí: haber llegado ya, sino el acontecer del advenimiento temprano.
Los que así advienen se muestran en un peculiar acercamiento. En ese venir están a su
manera en presencia del poeta: los que advienen son dioses presentes, en presencia. Los
dioses presentes que lo son porque advienen así, claro que no son los dioses huidos que
regresan, los dioses de la antigua Grecia, aunque también éstos permanecen presentes a
su manera para Hölderlin, en cuanto que son los huidos, y afectan al poeta. El comienzo
de la segunda estrofa del himno Germanía dice así (StA II, p. 149):

Dioses huidos! también vosotros, oh presentes, entonces


más verdaderos, vosotros tuvisteis vuestro tiempo!

Los presentes antaño más verdaderos no han pasado, no se han extinguido, sino
que sólo se han apartado. El advenimiento de los dioses presentes no significa por tanto
de ningún modo el regreso de los antiguos dioses. Del advenimiento que Hölderlin
percibe poéticamente, habla más claramente otra variante de la elegía Pan y vino (StA
II, p. 603, 19 ss.):

Larga y difícil es la palabra de ese advenimiento pero 


blanco es (esto es, luminoso) el instante. Servidores de los
celestiales son 
pero, sabedores de la tierra, su paso es contra el abismo 
de los hombres.

Si pudiéramos interpretar bien este texto, nos ofrecería una ayuda para percibir
lo peculiar del poema que Hölderlin se aprestó a poetizar. Pero este texto ofrece para la
meditación a que ahora nos atrevemos dificultades demasiado grandes; por tanto
elegimos otra palabra del poeta.

Inmediatamente nos sale esa palabra, con toda la densidad poética de su


articulación, al encuentro de nuestra pregunta por el poema de Hölderlin. Las palabras
del poeta a continuación comentadas son también una variante, y precisamente de su
gran cántico El archipiélago v. 261-268 (StA II, p. 111).
Son siete versos. Los publicó por primera vez Friedrich Beissner en 1951 en la
segunda mitad del segundo tomo de la edición hölderliniana de Stuttgart (p. 646). El
texto dice así:

Pero porque están tan cerca los dioses presentes 


debo estar yo como si estuvieran lejos, y oscuro en las nubes 
debe estarme su nombre; sólo que, antes que la mañana
se me ilumine, antes que la vida arda al mediodía,
me los nombro yo en silencio, para que el poeta tenga 
su haber, pero cuando desciende la luz celeste
me gusta pensar en la del pasado, y digo: ¡florece sin embargo!

Tan pronto como Hölderlin tiene «lo suyo» está firmemente en la determinación
que le corresponde, es el poeta de su poema. Preguntamos por la peculiaridad de éste.
Ha ,de percibirse cuando nos metamos en las siguientes preguntas:

¿Qué es «lo suyo» para el poeta? ¿Qué es lo propio que le ha correspondido?


¿Hacia dónde le obliga a ir su necesidad? ¿De dónde viene esa necesidad? ¿De qué
modo obliga?

Pero porque están tan cerca los dioses presentes 


debo estar yo como si estuvieran lejos, y oscuro en las nubes 
debe estarme su nombre ...

Oímos dos veces «deber». Una, al comienzo del segundo verso, otra al comienzo
del tercero. «Debo» se refiere a la relación del poeta con la presencia de los dioses
presentes. El otro «debe» se refiere al modo de los nombres con los que el poeta nombra
a los dioses presentes. En qué medida el uno y el otro «deber» se corresponden
mutuamente y afectan a lo mismo, esto es, el poetizar, se echará de ver en cuanto se
haga más claro a qué modo de poetizar debe ajustarse el poeta.

Pero antes preguntamos: ¿De dónde viene esa obligación? ¿Por qué ese mandato
de dos vertientes?

El primero de los siete versos da la respuesta, que abarca todo lo sucesivo:

«Porque están tan cerca los dioses presentes».

Es extraño, se pensaría, si los dioses presentes están tan cerca del poeta,
entonces el nombrar sus nombres surgiría por sí mismo y no requeriría de ninguna
apelación especial al poeta. Sin embargo el «tan cerca» no significa «suficientemente
cerca» sino «demasiado cerca». El himno Patmos empieza:
«Cerca está y difícil de captar el dios.» El «y» significa «y por eso». El dios está
demasiado cerca para que sea fácil de captar. La misma palabra que «cerca» [nahe] se
manifiesta en «exacto» [genau]. El antiguo genau significa: aproximándose. En el
mismo himno Patmos leemos en el v. 78 ss. (StA II, p. 167) estos versos difíciles de
entender:

Amaba el portador de tempestades la sencillez 


del discípulo y veía al hombre atento 
el rostro del dios exactamente [genau] ...

Demasiado cerca, acercándose demasiado, están los dioses que advienen en la


dirección hacia el poeta, en presencia de él. Patentemente, ese venir dura mucho tiempo,
por eso es aún más opresivo y por tanto más difícil de decir que la presencia completa.
Pues también ésta no la puede percibir el hombre inmediatamente recibiendo así el bien
otorgado. Por eso se dice al final de la quinta estrofa de Pan y vino (StA II, p. 92/93 v.
87 ss.):

Así es el hombre, si está ahí el bien, y le provee de dones 


un dios mismo para él, él no lo conoce ni ve.
Llevarlo debe por adelantado; pero entonces nombra a su más
querido, 
entonces, entonces deben surgir para ello palabras, como flores.

Hasta que se ha encontrado la palabra y ha florecido, es preciso sustentar lo


difícil y pesado. Este difícil lleva el decir poético a la necesidad. Obliga. Viene de la
«esfera del dios». El elemento de lo divino es lo sagrado. Por eso dice Hölderlin en el
cántico A la fuente del Danubio (StA II, p. 128, v. 89 ss.):

Te nombramos, movidos por sagrada necesidad, te nombramos 


oh Naturaleza!, y nuevo, como del baño surge
de ti lo divinamente nacido.

«Movidos por sagrada necesidad» - esas palabras sólo las oímos una vez en este
lugar dentro de toda la obra poética de Hölderlin. Expresa la exigencia dominante por
todas partes en ella sin expresarse y bajo la cual está su poetizar. Esas palabras
significan para nosotros el «debe» que obliga al poeta «para que tenga su / haber».

¿Hacia dónde se encuentra el poeta obligado?


 

Pero porque están tan cerca los dioses presentes 


debo estar yo como si estuvieran lejos, y oscuro en las nubes 
debe estarme su nombre; sólo ...
...
me los nombro yo en silencio ...

El poeta se ve «obligado» a un decir que «solamente» es un nombrar en silencio.

El nombre en que habla ese nombrar debe ser oscuro.

El lugar desde el que debe nombrar el poeta a los dioses, debe ser de tal modo
que los que han de .ser nombrados en la presencia de su venida le estén lejanos, y así
precisamente sigan siendo los que vienen. Para que esa lejanía se abra como lejanía,
debe el poeta retrotraerse de la cercanía de los dioses que le apremia y «nombrarles sólo
en silencio».

¿De qué índole es tal nombrar? ¿Qué significa en general «nombrar»? ¿Consiste
el «nombrar» en que algo sea dotado de un nombre? ¿Y cómo llega eso a tener un
nombre?

El nombre dice cómo se llama algo, cómo suele llamarse algo. El nombrar está
remitido a un nombre. Y el nombre resulta del nombrar. Con esa explicación damos
vueltas en un círculo.

El verbo «nombrar» deriva el sustantivo «nombre», nomen amnö. En él se


esconde la raíz «gno», wisÇng, esto es, conocimiento. El nombre da a conocer. Quien
tiene un nombre, es conocido de lejos. Nombrar es un decir, esto es, mostrar que abre
como qué y cómo ha de percibirse algo y mantenerse en su presencia. El nombrar
desvela, patentiza. Nombrar es el indicar que deja percibir. Pero si esto ha de ocurrir de
tal modo que se aleje de la cercanía de lo que se ha de nombrar, entonces tal decir de lo
lejano se convierte en decir en la lejanía para llamar. Pero si lo que hay que llamar está
demasiado cerca, su nombre debe ser «oscuro» para que lo llamado permanezca
preservado en su lejanía. El nombre debe velar. El nombrar es al mismo tiempo un
ocultar en cuanto llamada desveladora.

La palabra «Naturaleza» que acabamos de oír es el nombre verdaderamente


oscuro, velador y desvelador, en la poesía de Hölderlin. Si precisamente el nombrar está
«divinamente obligado», entonces los nombres en que ella llama, deben ser nombres
sagrados.

En la estrofa conclusiva de la elegía Retorno a la patria, que surgió poco


después del regreso de Hölderlin desde Suiza -el poeta había residido allí sólo unos
pocos meses como preceptor doméstico en Hauptwil, cercana aquí a nosotros- se dice
(StA II, p. 99, v. 101):

 
Callar debemos a menudo: faltan nombres sagrados ...

Callar; ¿significa esto solamente no decir, permanecer mudos? ¿O sólo puede


verdaderamente callar quien tiene algo que decir? En este caso callaría en suprema
medida quien fuera capaz de dejar aparecer lo no dicho en su decir y precisamente
únicamente mediante éste, y precisamente en cuanto tal.

Hölderlin confiesa:

... sólo que, antes que la mañana 


se me ilumine, antes que la vida arda al mediodía 
me los nombro yo en silencio ...

¿Va a significar esto que el poeta se guarde meramente para sí lo que hay que
nombrar y no deje resonar nada de eso ante los demás hombres? Si así ocurriera,
entonces se habría hecho infiel a su vocación poética.

El poeta se nombra «en silencio» «los dioses presentes». «En silencio» significa:
acallado, llegado al reposo, a ese reposo en que reposa el ajustarse a lo asignado, en
cuanto que corresponde a la sagrada obligación y con ello se contenta. En el cántico de
Hölderlin Fiesta de la paz vuelve a hablar una vez y otra la palabra «en silencio».

El nombrar silencioso ocurre «antes que la mañana / se me ilumine, antes que la


vida arda al mediodía».

«Antes» es una determinación temporal, y precisamente del tiempo que se


temporaliza sólo por advenimiento y cercanía, por huida y elusión de los dioses.

El nombrar por sagrada obligación debe acontecer antes que empiece el


verdadero advenimiento en la mañana del día de los dioses y llegue a su plenitud en el
mediodía, cuando arde el fuego en el cielo. En ese tiempo aparece «El dios envuelto en
acero». Así dice Hölderlin en la estrofa final del Himno al Rhin (StA II, p. 148, v. 210
ss.). En el esbozo para una poesía posterior (StA II, p. 249, v. 6 ss.) habla del «acero de
fuego del hogar con calor de vida». (El acero produce chispas y queda así referido al
fuego.) «El dios envuelto en acero» significa: el dios envuelto en el fuego del cielo, o en
nubes. El fuego celeste que ciega los ojos no es menos velador que la oscuridad de las
nubes.

La determinación temporal «antes» significa ese «antes del tiempo» al que los
poetas están lanzados por delante con su decir nombrador. «sólo ... / me los nombro yo
en silencio» -el «me» podría referirse al Yo de la persona de Hölderlin, si no siguieran,
excluyéndolo directamente, estas palabras en el mismo verso:

 
... para que el poeta tenga / su haber ...

«Me», es decir, al poeta le están asignados los dioses presentes, los que se
acercan desde lejos, como los que hay que nombrar en la llamada. Su presencia
demasiado cercana le obliga a retrotraer su decir nombrador al lugar ya citado de la
lejanía.

¿Qué le aguarda allí? Hölderlin lo dice en el comienzo de su último gran himno


Mnemosyne, que surgió el año 1800 (StA II, p. 197, v. 5 ss.):

Y mucho 
como en los hombros 
una carga de leños 
ha de mantenerse.

La lejanía del dios que se acerca relega a los poetas en la dirección hacia ese
lugar de su existencia donde se le hunde y desaparece a ésta el suelo, el fundamento
sustentador. La ausencia de ese fundamento es lo que Hölderlin llama el «abismo». En
la citada variante de la elegía Pan y vino que empieza «Larga y difícil es la palabra de
ese advenimiento» dice Hölderlin de los «servidores de los celestiales», esto es, de los
poetas:

Su paso va contra el abismo / de los hombres.

«Contra» significa: en dirección hacia el abismo.

Al poeta le está asignado durar tenazmente en el decir de la palabra del


advenimiento: «para que tenga su / haber». El acento no está puesto sólo en la palabra
«lo suyo», «su haber», sino igual y aún más en el «haber», palabra que está destacada en
el comienzo de la siguiente línea. Se trata de llevar a plenitud el auténtico haber de lo
propio. Se trata de «mantener la carga». Se trata de prevalecer y durar en la necesidad
del decir nombrador del advenimiento. Se trata de llevar «en .silencio» ese nombrar.

Pero lo suyo no le pertenece tampoco al poeta como una posesión que se haya
ganado él mismo. Lo suyo consiste más bien en que el poeta pertenezca a aquello para
lo que se le necesita. Pues el decir del poeta está tomado, indicando, velando al
desvelar, en su uso de dejar aparecer el advenimiento de los dioses, que necesitan la
palabra del poeta para su aparición, para que empiecen a ser ellos mismos en su
aparecer.
En la octava estrofa del himno El Rhin se dice (StA II, p. 145, v. 109 ss.):

Pues como 
los más bienaventurados nada sienten por sí mismos, 
es preciso, si está permitido decir 
tal cosa, en los nombres de los dioses
tomando parte, que sienta Otro, 
el que necesitan ellos...

Y en el canto surgido un año antes (en torno a 1800) El archipiélago dice


Hölderlin (StA II, p. 104, v. 60 ss.):

Siempre necesitan, como los héroes la corona, los consagrados 


elementos, para gloria, el corazón de los hombres que sienten.

Gloria y glorificación han de pensarse aquí en el sentido pindárico y griego,


como «dejar aparecer». El que siente por delante del corazón de los hombres que
sienten, es el poeta. Es el Otro, el necesitado y usado por los dioses.

Con esa palabra arriesgada tímidamente sobre la necesidad de los dioses y el


correspondiente ser necesitado del poeta, Hölderlin reposa en la experiencia básica de
su condición poética. Para pensar esa experiencia conforme a la realidad, para preguntar
por el dominio en que se desarrolla, todavía no se ha puesto a la altura debida el
pensamiento hasta ahora.

El poema, el poema de Hölderlin reúne el poetizar como el nombrar, por sagrada


obligación, necesitado por los celestiales, de los dioses presentes en ese decir articulado
que, desde que lo ha dicho Hölderlin, habla en nuestra lengua, tanto si se lo oye como si
no.

La oda titulada Animación, acabada por el poeta a comienzos del año 1801,
empieza con una llamada: « ¡Eco del cielo!» Ese eco es el poema de Hölderlin.

Pero porque están tan cerca los dioses presentes 


debo estar yo como si estuvieran lejos, y oscuro en las nubes 
debe estarme su nombre, sólo que, antes que la mañana
se me ilumine, antes que la vida arda al mediodía
me los nombro yo en silencio, para que el poeta tenga 
su haber, pero cuando desciende la luz celeste
me gusta pensar en la del pasado y digo: ¡florece sin embargo!
 

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