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TAREA 1:
19 de agosto de 2020
Lectura 1.
El capítulo reflexiona sobre la obligación de impartir educación desde las tres perspectivas que
marcaron a Francia: en 1881 con Jules Ferry, Ministro francés, pensando en que se buscaba una
educación obligatoria, convirtiéndose en el fundador de la escuela pública francesa. Pasando por
el siglo XX, donde aumenta la edad de escolaridad obligatoria, y hasta el año 2000 en adelante,
donde se recibe desde el preescolar, hasta el “College” que termina, de forma obligatoria, a los
diez y seis años aproximadamente. También se menciona las necesidades de los docentes, tanto
para convertirse en uno, como para trabajar dentro del sistema educativo.
La primera imagen de maestro en Francia aparece dos siglos antes de que la educación se volviera
obligatoria, con las ordenes dedicadas a la instrucción cristiana del pueblo para los sacramentos
como la comunión y confirmación; como los hermanos de las escuelas cristianas, con Jean Baptiste
de La Salle, quienes iniciaron a educar a los niños al tiempo que catequizan y aprenden a leer y
escribir, creando su propio currículum educativo y una pedagogía cristiana que exige disciplina
severa pero tolerancia ante la dificultad para aprender.
Esta imagen se implanta a fines del S. XIX, y aun forma parte de la memoria de la escuela pública
actual, que es laica, gratuita y obligatoria, cuya principal función es formar electores del sufragio
universal, En esta, la función del maestro es convencer a los jóvenes de este proyecto político, por
lo que pasan a ser funcionarios del estado dependientes del inspector de este.
No bastaba con alfabetizar a los niños, sino que debían además conocer sobre la modernidad
científica y la conciencia nacional, ciencias, historia, geografía, moral y literatura francesa. Tenían
un examen difícil que era visto como un logro simbólico y social, pues solo aprobaban uno de cada
dos alumnos.
De esta imagen, surge la dificultad de enseñarles a niños que eran conocidos como retrasados,
aparentemente incapaces de adquirir cualquier clase de escolarización, sin ser excluidos, y a los
niños indisciplinados que se denominaron como “caracteriales”, pues según la ley de 1909 que
imaginó una enseñanza especial, nadie debía quedar fuera de la educación. Reformado con todo el
oficio del maestro a ampliar su conocimiento en lo que al estado le indicara.
La última imagen del maestro es la que se forma en este momento, centrada no en lo espiritual ni
en la política, sino en la inserción al mundo laboral. Se da el alargamiento de la edad escolar con
formación para obreros, técnicos e ingenieros. Al final se extiende en esta imagen la idea de que
se necesitan más estudios para todos, y esto es en todas partes del mundo. Ahora el maestro
prepara a los alumnos de primaria para una escolarización larga, cuyo fin es incierto, en vez de
para la vida activa, y a los de secundaria para seguir estudiando en busca de un mejor empleo. En
efecto, la escuela busca transmitir una cultura general, mas científica que literaria, pero que
carece de preocupaciones utilitaristas a corto plazo.
Es evidente que las imágenes anteriores tienen la misma convicción: es necesario y urgente
educar; y debe ser a todos, incluyendo niños y niñas, aunque en la práctica, no hay una igualdad
absoluta, ni en la práctica pastoral, ni en la educación para el mercado laboral. Es urgente educar a
los niños para cuando se conviertan en adultos, sabiendo que habrán de cambiar de empleo varias
veces en su vida por las transformaciones técnicas e imperativos económicos, y que deberán
continuar su formación. Esta preparación lejos de ser para la vida humana, es únicamente para la
vida activa.
Aun que cada época tuvo una finalidad, el fin de la escuela sigue siendo el mismo, con múltiples
propósitos, sumando a las obligaciones pasadas, las presentes, sin eliminar los antiguos valores;
respondiendo a nuevas demandas, sin abandonar las antiguas misiones. Pues cuando la
enseñanza de algún campo trata de ser suprimida o modificada siempre surgen argumentos que
defiendan ese campo. Y de aquí surgen dicotomías metodológicas que caen en los maestros
activos en la acción cotidiana, como el enfocar sus esfuerzos en los altos estándares o en los
alumnos con dificultades. Cayendo en una indefinición que plantea un discurso idealista donde el
niño se desarrolla óptimamente, contra un discurso realista que lo adapta competentemente a las
necesidades del presente.
Realistas e idealistas
El deseo de simplificar a la escuela en normas simples y claras amenaza con producir dos
desviaciones simétricas: por un lado, la del maestro realista preocupado por la eficacia, y por el
otro el idealista que se niega a transigir con ciertos principios. Los realistas son prisioneros del
corto plazo, preocupados únicamente por el porvenir de sus alumnos en el mercado de la
capacitación y el empleo; mientras que los idealistas no quieren ceder en lo que consideran “lo
esencial”, la formación de la sensibilidad y la imaginación, la construcción de la identidad
ciudadana, la curiosidad intelectual y la transmisión de valores.
Para los alumnos la escuela en este sentido tiene una alternancia entre aprendizajes serios y
rentables, como la matemática, con actividades de distracción educativa como la música, o la
literatura. Al tiempo que los padres piensan que unos aprendizajes tienen en manos el futuro de
sus hijos y los otros, “no sirven para nada”. Pasando a confundir la identidad con la existencia
laboral, deslizando el discurso del éxito escolar, al éxito profesional y finalmente en el éxito, como
si la vida se volviera un examen.
Hay otra oposición más antigua que enfrenta la escuela básica y obligatoria con la enseñanza
secundaria. La concepción liberal de la educación elegida, buscada por las familias, y no impuesta,
buscada por el afán de ofrecer a los hijos las ventajas de la educación de paga bien dirigida, pues
en este contexto educativo, si el alumno no aprende la institución lamentará la pérdida de un
cliente (lo que suele incitarla a ser indulgente) sin sentirse responsable pues al profesor se le paga
dentro del tiempo escolar por las actividades como dar clase o aplicar exámenes, pero no le
corresponde acompañar el trabajo personal con los alumnos, pues ese se hace fuera de las horas
clase.
Siendo que la escuela primaria debía preparar a sus alumnos para una enseñanza larga, dirigida a
la secundaria, en la secundaria se evidenciaban los alumnos que carecían de las habilidades
necesarias, pues había alumnos dedicados y atentos, pero resaltaban los mediocres o malos,
haciéndose entonces dudar del oficio de los maestros de primaria, y poniendo a los de secundaria
en la perspectiva de tener que reeducar o complementar las dificultades; y a los maestros de
primaria en buscar cumplir las expectativas de sus colegas renovando sus métodos. Los de
secundaria, además, al ser ampliada la edad de obligatoriedad de la educación tuvieron que
inventarse un nuevo oficio. Siendo esta adaptación una profesional que cambiaba las finalidades
valiéndose de los mismos medios, buscando lograr lo mismo en alumnos con diferentes
percepciones y características, dificultando en cierta medida la enseñanza, y llevando esos
problemas a la actualidad.
La misión profesional del quien enseña en la escuela obligatoria es obligar a los alumnos a
instruirse, sin embargo, surge la duda si es posible enseñarles a todos obligadamente, aun a los
alumnos que no quieren instruirse, y sobre cuáles son los medios más legítimos para hacerlo, y
cuales son eficaces. Para una concepción liberal, los estudios son una libre elección y un privilegio,
responsabilidad del alumno son sus éxitos y descuidos, sin embargo, para la escuela obligatoria, se
impone al alumno su dirección, avances, ayuda y sanciones durante el aprendizaje.
El fracaso escolar es inevitable a la obligación y estos alumnos que fracasan lo hacen por no
cumplir con las expectativas de la institución en el tiempo marcado, y corren peligro de quedar
excluidos de su grupo de edad y de la comunidad escolar.
Asumir y manejar las contradicciones de la obligación escolar
Los maestros se encuentran atrapados entre las obligaciones de dirigir actividades colectivas que
puedan manejarse en un periodo largo para hacer trabajar a todos al mismo tiempo, y el no
resignarse al fracaso de unos, contentándose con el éxito de los otros. Cuando el éxito de unos se
vuelve una realidad ordinaria, el fracaso de otros se vuelve obsesión para la escuela obligatoria.
Por más innovaciones pedagógicas que se apliquen, no puede suprimirse el fracaso en una
institución que clasifica.
1. Asumir la molestia del trabajo impuesto, de manera que la imposición pueda ser aceptada
por los alumnos, en lugar de ser sufrida y rechazada; como el punto en el que reside el
valor del saber.
2. Dirigir ejercicios repetitivos y continuos, indefinidamente, y lograr encontrarle lo
gratificante.
3. Manejar el fracaso, es decir, hacer que cada alumno siga progresando desde la
desigualdad, sin excluir a nadie del derecho a la educación.
Cada uno de estas contradicciones llevan a preguntarse ¿Cómo hacerlo?, y en ellas el maestro
responde a diario en la práctica con el solo hecho de seguir enseñando. Cuando organiza el
trabajo, elige actividades, felicita o reprende, definen lo que guía o regula, llegando a la respuesta
más común de “depende” … de la materia, de los alumnos, del entorno, del momento del año, de
los padres, y desde luego de la energía y memoria de quien dirige la clase. El oficio de educar
consiste en la práctica del juicio que exige discernimiento del maestro en el aquí y el ahora. Ni
demasiado, ni demasiado poco, volviéndose una virtud.
Referencia:
Chartier, A. M. (2004). Enseñar a leer y escribir: Una aproximación histórica. S. L Fondo
de cultura económica de España. P. 21 – 60.