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Historia Del Levantamiento PDF
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Historia Del Levantamiento PDF
y Constitucional Español
Constitución de Inglaterra.
(Coed. BOE)
Estudio introductorio de Carmen
Muñoz de Bustillo.
guerra y revolución preliminar de José A. Maravall.
Discurso sobre el origen de la
Traducción y edición de Mª Ángeles Durán,
presentación de Bartolomé Clavero.
Duque de Almodóvar. Estudio
preliminar, transcripción e índices
de Jesús Vallejo.
de España Monarquía y sobre la naturaleza
del Gobierno español.
Francisco Martínez Marina. Estudio
Sátiras y panfletos del trienio
constitucional (1820-1823).
Sebastián de Miñano. Selección, pre-
Discursos al Consejo de Indias. preliminar de José A. Maravall. sentación y notas de Claude Morange.
Marqués de Bajamar. Edición y estudio CONDE DE TORENO Política y Constitución.
Instituciones políticas.
preliminar de María Soledad Jaime Balmes. Selección de textos y estu-
Campos Díez. Diego de Tovar Valderrama. Edición e in-
JUAN GUTIÉRREZ
Geronymo de Zevallos. Edición y estu- tos e introducción de Alberto Gil Novales.
dio preliminar de Salustiano de Dios. Obra española en prosa. Practica, forma, y estil, de
Proyectos constitucionales José Marchena. Edición a cargo de celebrar Corts Generals en
en España (1786-1824). Juan F. Fuentes. Cathalunya, y materias incidents
Ignacio Fernández Sarasola. en aquellas.
De motu Hispaniae. El (Coed. Generalitat de Catalunya)
Comentarios políticos a Tácito levantamiento de España. Lluys de Peguera. Estudi introductori
Juan Alfonso de Lancina. Edición y Juan Maldonado. Traducción e de Tomàs de Montagut Estragues.
estudio preliminar de José Luis introducción de Mª Ángeles Durán.
Bermejo Cabrero. Teatro monárquico de España.
Constitución de Inglaterra. Pedro Portocarrero y Guzmán. Edición,
Utopía y contrautopía en Jean Louis de Lolme. Estudio y edición estudio preliminar y notas de Carmen
el Quijote de Bartolomé Clavero. Sanz Ayán.
José Antonio Maravall Casesnoves. Historia crítica de la El derecho de sucesión en
Glosa Castellana al Revolución española. la monarquía.
“Regimiento de Príncipes” Joaquín Costa. Edición, introducción y Vicente Arias de Balboa. Edición y estudio
de Egidio Romano notas de Alberto Gil Novales. introductorio de Antonio Pérez Martín.
Edición y estudio preliminar de Juan ISBN 84-259-1350-0 Los seis libros de la República.
Beneyto Pérez. El oficinista instruido o práctica
Juan Bodino. Traducidos de la lengua de oficinas reales.
Trafalgar francesa y enmendados católicamen- Ángel Antonio Henry Veira. Estudio
Benito Pérez Galdós. Edición y estudio te por Gaspar de Añastro Isunza. preliminar de José M. Mariluz Urquijo.
preliminar de Ana Martínez Arancón. Edición y estudio preliminar de José L.
Bermejo Cabrero.
9 788425 913501
CEPC
CENTRO DE ESTUDIOS POLÍTICOS Y CONSTITUCIONALES
PRECIO: 26,00 euros
Plaza de la Marina Española, 9. 28071 Madrid
HISTORIA
DEL
Presentación de
JOAQUÍN VARELA SUANZES-CARPEGNA
NIPO: 005-08-021-2
COMPOSICIÓN: D. G. GALLEGO Y ASOCIADOS
II
PRESENTACIÓN
ÍNDICE
Presentación,
por JOAQUÍN VARELA SUANZES-CARPEGNA ............................................. V
III
ÍNDICE
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CONDE DE TORENO HISTORIA DEL LEVANTAMIENTO
PRESENTACIÓN
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JOAQUÍN VARELA SUANZES-CARPEGNA PRESENTACIÓN
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CONDE DE TORENO HISTORIA DEL LEVANTAMIENTO
(2) Este folleto puede consultarse en la Biblioteca Virtual «Francisco Martínez Mari-
na»: http://bibliotecadehistoriaconstitucional.com.
(3) Francisco de Borja Quipo de Llano, VIII conde de Toreno, Introducción a los Dis-
cursos Parlamentarios del Excmo. Sr. D. José María Quipo de Llano y Ruiz de Saravia, VII
conde de Toreno, 2. tomos, Madrid, Imprenta de Berenguillo, 1872 y 1881, t. I, pág. 5. Es-
te folleto también lo publicó en inglés, en el mismo año de 1820, The Pamphleteer (vol.
XVII), con el título Information of the principal events which took place in the government
of Spain, from the commencement of the insurrection, in 1808, to the dissolution of the ordi-
nary Cortes, in 1814; intended to explain the causes wich led to the late revolution and mo-
re particularly to repel the calumnies of the French press, respecting that glorious and me-
morable occurrence. Esta versión inglesa puede verse en:
http://books.google.es/books?id=61wMAAAAYAAJ&pg=PA1&dq=toreno+pamphleteer
&as_brr=1#PPA1,M1
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JOAQUÍN VARELA SUANZES-CARPEGNA PRESENTACIÓN
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CONDE DE TORENO HISTORIA DEL LEVANTAMIENTO
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JOAQUÍN VARELA SUANZES-CARPEGNA PRESENTACIÓN
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CONDE DE TORENO HISTORIA DEL LEVANTAMIENTO
(5) Historia del Levantamiento, Guerra y Revolución de España, por el conde de Tore-
no, Imprenta de Tomás Jordán, 1835-1837, 5 vols.
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JOAQUÍN VARELA SUANZES-CARPEGNA PRESENTACIÓN
(6) Geschichte des Aufstandes, Befreiungskrieges und der Revolution in Spanien, von
Grafen Toreno, Literarisches Museum, Leipzig, 1836; Histoire du soulèvement de la gue-
rre et de la révolution d’Espagne, par M. le Comte de Toreno, Paulin, Paris, 1836-1838;
Storia della sollevazione, guerra e rivoluzione della Spagna, del Comte di Toreno, prima
versione dallo spagnuolo di Ercole Marenesi, Milano, Angelo Bonianti, 1838.
(7) La primera de ellas, ceñida a los cuatro primeros tomos de la edición de 1835,
vio la luz en los números 135 y 136 de la «Revista Española», Madrid, 1835; la segun-
da, que apareció en la «Revista de Madrid», se hacía cargo de la obra completa, publica-
da en 1837. Ambas reseñas las publicó de forma conjunta la Biblioteca de Autores Espa-
ñoles en Obras Escogidas, de Antonio Alcalá Galiano, Atlas, Madrid, 1955, t. LXXXIV,
vol. II, págs. 446-457.
(8) Op. cit, págs. 453-454.
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CONDE DE TORENO HISTORIA DEL LEVANTAMIENTO
(9) Historia del Levantamiento, Guerra y Revolución de España, por el conde de Tore-
no, adicionada y corregida por su autor, precedida de una biografía y exornada con su re-
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JOAQUÍN VARELA SUANZES-CARPEGNA PRESENTACIÓN
trato grabado en acero, Segunda edición, Madrid, Imprenta de José Martín Alegría, 1847-
1848, 4 vols.
(10) Leopoldo Augusto de Cueto, Don José María Queipo de Llano, conde de Toreno,
en Historia del Levantamiento, Guerra y Revolución de España, de Don Jose María Quei-
po de Llano, conde de Toreno, Biblioteca de Autores Españoles, t. 64, Atlas, Madrid,
1953, pág. LIII.
(11) Insiste en este extremo José Álvarez Junco en Mater Dolorosa. La idea de Espa-
ña en el siglo XIX. Taurus, Madrid, 2001, especialmente págs. 128 y 178.
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CONDE DE TORENO HISTORIA DEL LEVANTAMIENTO
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JOAQUÍN VARELA SUANZES-CARPEGNA PRESENTACIÓN
XVI
HISTORIA
DEL
LIBRO PRIMERO.
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CONDE DE TORENO
(1) M. Bignon en su Historia de Francia, escrita por encargo que Napoleon le dejó en
su testamento, niega este hecho y los que tienen conexion con él. Sin embargo, iguales é
idénticos á los que nosotros referimos los estampa en su historia el general Foy, amigo y
compañero de M. Bignon. Ademas, por papeles concernientes al propio asunto, que áun
se conservan en la secretaria de Estado de España, consta que luégo que fué comunica-
da al gabinete de Madrid la cesion en José Bonaparte de la corona de Nápoles, se dió ór-
den al embajador español en París para que éste se presentase al Príncipe de Talleyrand
y le expusiese verbalmente los derechos á aquella corona de Cárlos IV y su estirpe. Cierto
que los acontecimientos posteriores y la debilidad del gobierno español no consintieron
apoyar con la correspondiente energía las reclamaciones empezadas, ni continuarla; pero
ellas prueban no ser infundado cuanto en el caso refiere el autor de esta historia.
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CONDE DE TORENO
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LIBRO PRIMERO (1808)
del gobierno frances para hacer frente á los inmensos gastos que ocasio-
naban los preparativos de guerra, reparó éste en Izquierdo, y le indi-
có que la suerte del Príncipe de la Paz mereceria la particular atencion
de Napoleon si se le acudia con socorros pecuniarios. Gozoso Izquier-
do y lleno de satisfaccion, brevemente, y sin estar para ello autorizado,
aprontó veinte y cuatro millones de francos (2), pertenecientes á la ca-
ja de Consolidacion de Madrid, segun convenio que firmó el 10 de Ma-
yo. Aprobó el de la Paz la conducta de su agente, y contando ya con ser
ensalzado á más eminente puesto en trueque del servicio concedido hi-
zo que en nombre de Cárlos IV se confiriesen, en 26 del mismo Mayo
(3), á dicho Izquierdo plenos poderes para que ajustase y concluyese un
tratado.
Pero Napoleon, dueño de lo que quería, y embargados sus sentidos
con el nublado que del Norte amagaba, difirió entrar en negociacion has-
ta que se terminasen las desavenencias con Prusia y Rusia. Ofendió la
tardanza al Príncipe de la Paz, receloso en todos tiempos de la buena fe
de Napoleon, y temió de él nuevos engaños. Afirmáronle en sus sospe-
chas diversos avisos que por entónces le enviaron españoles residentes
en París, opúsculos y folletos que debajo de mano fomentaba aquel go-
(2) Tenemos noticia original del despacho que con este motivo escribió á Madrid D.
Eugenio Izquierdo, y tambien podrá verse en el manifiesto que de sus procedimientos pu-
blicó el Consejo Real, la mencion que en su contenido se hace del convenio concluido
por Izquierdo en 10 de Mayo de 1806.
(3) Plenos poderes dados por el rey Cárlos IV á D. Eugenio Izquierdo, embajador ex-
traordinario en Francia, en 26 de Mayo de 1806, renovados en 8 de Octubre de 1807.
Don Cárlos, por la gracia de Dios, rey de España y de las Indias, etc.
Teniendo entera confianza en vos, D. Eugenio Izquierdo, nuestro consejero honora-
rio de Estado, y habiéndoos autorizado, en virtud de esta confianza, justamente merecida,
para firmar un tratado con la persona que fuere igualmente autorizada por nuestro aliado
el Emperador de los franceses, nos comprometemos de buena fe y sobre nuestra palabra
real que aprobáremos, ratificáremos y harémos observar y ejecutar entera é inviolable-
mente todo lo que sea estipulado y firmado por vos. En fe de lo cual, hemos hecho expedir
la presente, firmada de nuestra mano, sellada con nuestro sello secreto, y refrendada por
el infrascrito, nuestro consejero de estado, primer secretario de Estado y del Despacho.
Dada en Aranjuez, á 26, de Mayo de 1806.— YO EL REY.— Pedro Cevallos.
NOTA. Traduccion española de la francesa que habia entre los papeles de D. Euge-
nio Izquierdo, quien al pié de la dicha traducccion francesa puso las dos certificacio-
nes siguientes en frances: — 1ª Certfico que esta traduccion es fiel. París, 5 de Junio de
1806.— Izquierdo, consejero de Estado de S. M. C.— 2.º Certifico que estos poderes han
sido renovados día 8 del presente mes en el real sitio de San Lorenzo.— Fontainebleau,
27 de Octubre de 1807. Izquierdo.— (LLORENTE, tomo III, núm. 106.)
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CONDE DE TORENO
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LIBRO PRIMERO (1808)
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CONDE DE TORENO
» Contesté del mejor modo que me fué posible, y recuerdo tambien que el Sr. Espi-
nosa, al volvemos en su berlina, se manifestó muy satisfecho del modo como yo me habia
expresado. Al dia siguiente, 4 de Octubre, por la mañana, sali en posta para Lisboa, don-
de entregué en propia mano al Conde de Campo-Alange, nuestro embajador en aquella
córte, la carta de que acompaño copia autorizada en debida forma, pues acaba de hallar-
se y existe original en el archivo de nuestra legacion. Antes de embarcarme recibí cartas
del Sr. Espinosa en que me encargaba que lo hiciese sin pérdida de momento, y aprove-
chando el primer paquete, salí para Falmouth, no obstante que me hallaba en cama con
calentura. Desde Lóndres avisé puntualmente al Sr. Espinosa cuanto me habian contes-
tado las personas con quienes hablé, lo que consta y se conserva original en el expedien-
te respectivo, archivado con los demas pertenecientes á la correspondencia extranjera de
aquel establecimiento.
» De esta relacion resulta que la comision ha existido. Ni los términos en que me fué
confiada, ni las circunstancias que la acompañaron, ni las intenciones con que pueda pu-
blicase hoy la nota en que intenta oscurecer la verdad el autor de las Memorias, pueden
destruir el hecho. Yo no pude inventarle. Tan jóven entonces, pues tendria poco más de
veinte y ocho años, sin ningun carácter público que me hiciese conocido, siéndolo del Sr.
Espinosa por una casualidad; entregado, como V. sabe, al estudio de libros y materias po-
co á propósito para hacer fortuna en ninguna carrera; reducido á un corto circulo de ami-
gos, que V. conocia bien, modestos todos ellos y aficionados, como yo, á la vida retirada y
laboriosa, ¿Cómo era posible que yo fraguase encargo semejante? Me abstengo de hacer
otras reflexiones en un punto en que la evidencia del hecho ni las reclama ni las necesita.
Espero que esta relacion sea suficiente para que V. pueda vindicar el aserto de su obra; y
si V. considerase conveniente aprovecharse de esta carta, autorizo á V. para que haga de
ella y del documento adjunto el uso que su prudencia le dicte.
» Celebraré que V. se conserve bueno y que disponga como guste del corazon de su
afectísimo amigo, Q. B. S. M.— AGUSTIN ARGÜELLES.— Excmo. Sr. Conde de Toreno.»
» Legacion de S. M. C. en Lisboa.— Copia de un despacho del Príncipe de la Paz, de
tres de Octubre de mil ochocientos seis, al Excmo Sr. Conde de Campo-Alange, entónces
embajador de S. M. C. en esta córte.— Excmo. Sr.: D. Agustin Argüelles, que va á esa ciu-
dad con el objeto de embarcarse para Lóndres á tratar de negocios de su propio interes,
lleva al mismo tiempo un importante cargo reservado del real servicio; y así espero que V.
E. se servirá no solamente proporcionarle los medios de que pase prontamente á su desti-
no, sino tambien facilitarle los auxilios, que pendan de su autoridad y las recomendacio-
nes oportunas. Dios guarde á V. E. muchos años. Madrid, á tres de Octubre de mil ocho-
cientos seis.— El Príncipe de la Paz— Sr. Conde de Campo-Alenge.— Don Evaristo Perez
de Castro y Colomera, del Consejo de Estado, caballero gran cruz de la real y distinguida
órden de Cárlos III. gran cruz de la órden de Cristo en Portugal, enviado extraordinario y
ministro plenipotenciario de S. M. C. Doña Isabel II cerca de S. M. F. doña Maria II etc.,
etc.— Certifico que la copia que antecede de un despacho del Príncipe de la Paz, dirigi-
do al Sr. Conde de Campo-Alange con fecha de tres de Octubre de mil ochocientos seis, es
auténtica y literal, y la firma la del referido Príncipe de la Paz, de mí bien conocida; cu-
ya copia he hecho sacar á mi vista del original, existente en el archivo de esta legacion de
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mi cargo. Y para que conste lo firmo y sello con el sello de mis armas en Lisboa á vein-
te y cinco de Febrero de mil ochocientos treinta y siete.— Evaristo Perez de Castro.—
(Hay un sello.)— Don Ildefonso Diez de Rivera, conde de Almodóvar, secretario de Esta-
do y del despacho de la Guerra é interino del de Estado, etc., etc.— Certifico que la firma
que antecede es verdadera y la misma que usa siempre en sus escritos el Sr. D. Evaris-
to Perez de Castro, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de S. M. C. cerca
de S. M. F la Reina de Portugal. Madrid Diez y ocho de Marzo de mil ochocientos trein-
ta y siete.— El Conde de Almodóvar.— Corresponde con su original, que me ha sido ex-
hibido por el Sr. D Agustin Argüelles, á quien lo devolví, y firmó su recibo, de que doy fe
y á que me remito.
Y para que conste donde convenga, á su instancia, yo, el infrascrito escribano de esta
villa de Madrid, pongo el presente, que signo y firmo en ella á primero de Abril de mil ocho-
cientos treinta y siete.— D. Claudio Sanz y Barea.— Recibí el original.— Agustin Argüe-
lles .— Legaización.— Los escribanos del número de esta M. H villa de Madrid, que aquí
signamos, firmamos, damos fe que el doctor don Claudio Sanz y Barea, por quien va dado
y signado el testimonio que antecede es tal escribano del número, nuestro compañero, co-
mo se titula y nombra, y en actual ejercicio de su destino, y para que conste donde conven-
ga, damos á presente, sellada con el de nuestro cabildo, en Madrid, fecha ut supra.— Hay
un sello.—José García Varela.— Martin Santin y Vazquez.— Miguel María Sierra.— Don
Luis Mayans, ministro togado de primera instancia en esta M. H. villa de Madrid.— Cer-
tifico que D. Martin Santin y Vazquez, D. José Garcia Varela y D. Miguel María Sierra, por
quien va autorizada la legalizacion anterior, son tales escribanos de número de esta mis-
ma villa é individuos de su cabildo, como se titulan y nombran, los cuales desempeñan sus
respectivos oficios. Y para que conste donde convenga firmo ésta en Madrid, á primero de
Abril de mil ochocientos treinta y siete. Luis Mayans.— Don José Landero, notario mayor
de los reinos y secretario del despacho de Gracia y Justicia de España é Indias. etc., etc.—
Certifico que D. Luis Mayans, por quien aparece autorizado el documento que precede, es
tal juez de primera instancia de Madrid, como se titula, y de su puño y letra, al parecer, la
firma que pone, Y para que conste doy el presente en Madrid, á cinco de Abril de mil ocho-
cientos treinta y siete.— José Landero.—Don José María Calatrava, secretario de Estado y
del despacho, presidente del Consejo de ministros, etc., etc.— Certifico que D. José Lan-
dero, por quien va autorizada la anterior partida, es tal secretario de Estado y del despacho
de Gracia y Justicia, como se titula, y la firma que pone á su final de su puño y letra. Y pa-
ra que conste doy el presente en Madrid á seis de Abril de mil ochocientos treinta y siete.—
(Hay un sello.— José María Calatrava.— Primera secretaría de Estado. Registrado número
445.— Nous ambassadeur de S. M. le Roi des Français près S. M. C.: Certifions véritable
la signature ci-de-sus de Mr. José María Calatrava, premier sécretaire d’État de S. M. C. et
president da Conseil des Ministres. Madrid, le 8 Avril 1817.— Pour Mr. l’Ambassadeur et
par autorisation.— Le premier sécretaire d’ambassade, E. Drouyn de Lhuy.»
Y si el autor de las Memorias ha perdido la suya sobre un hecho de tamaña entidad,
¿qué crédito podrán merecer los demas sucesos que relata en su obra?
El público ha hecho ya justicia de ésta, considerándola como una fastidiosa compila-
cion, falta de verdad é interes histórico, y desnuda de todo mérito literario; no queriendo,
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CONDE DE TORENO
por lo tanto, nosotros manchar las páginas de nuestra Historia, destinada á un objeto gran-
dioso, con responder á personalidades que nos tocan, falsas ó ridículas, comunes todas y ex-
presadas en lenguaje vulgar. Por otra parte, maltratados en dichas Memorias, con casi todos
los hombres célebres y dignos que ha contado la España desde Cárlos III acá, holgámonos
de estar en medio de compañía tan buena y honrosa; sólo nos dolemos de que el Príncipe de
la Paz, nada versado en letras, haya querido aparecer convertido en autor al fin de su carre-
ra, poniendo á ella funesto colmo, y sirviendo de instrumento torpe y ciego á tres ó cuatro de
sus antiguos aduladores ó secuaces, verdaderos componedores de las Memorias, quienes,
escudados con el nombre del Príncipe han derramado en su obra á manos llenas la hiel y las
falsedades, desfigurando sin recato alguno la historia entera del reinado de Cárlos IV.
Posteriormente se ha publicado en Paris, en español, otra edicion en seis tomos de
las Memorias del Príncipe de la Paz, con la especificacion de ser la única edicion original
publicada por el mismo Príncipe. Repítense en ella en impropio, pedantesco y áun á ve-
ces asqueroso lenguaje los baldones, las injurias y los falsos hechos de los tomos impre-
sos en frances, dándoles sólo mayor extension y desenvolvimiento. Atribúyese la nueva
produccion, ó si se quiere version en español, á un clérigo andaluz de pobres letras y mal
asentado concepto; quien, creido de que iban en España á restituir los bienes al Príncipe
de la Paz, se arrimó á él y le prestó su pluma, esperando recibir con creces la recompensa
que juzgaba debida á sus obsequiosos, pero no desinteresados, desvelos.
(5) La amistad que media hace muchos años entre don Agustin de Arguelles y noso-
tros nos ha puesto en el caso de haber oído muchas veces de su misma boca la relacion
de esta mision que le fué encomendada. A mayor abundamiento, conservamos por escrito
una nota suya acerca de aquel suceso.
(6) Proclama de don Manuel Godoy.
En circunstancias ménos arriesgadas que las presentes han procurado los vasallos
leales auxiliar á sus soberanos con dones y recursos anticipados á las necesidades; pe-
ro en esta prevision tiene el mejor lugar la generosa accion del súbdito hacia su señor. El
reino de Andalucía, privilegiado por la naturaleza en la produccion de caballos de guerra
ligeros; la provincia de Extremadura, que tantos servicios de esta clase hizo al señor Fe-
lipe V, ¿verán con paciencia que la caballería del Rey de España esté reducida é incom-
pleta por falta de caballos? No, no lo creo; ántes si espero que del mismo modo que los
abuelos gloriosos de la generacion presente sirvieron al abuelo de nuestro rey con hom-
bres y caballos, asistan ahora los nietos de nuestro suelo con regimientos ó compañías de
hombres diestros en el manejo del caballo, para que sirvan y defiendan á su patria todo
el tiempo que duren las urgencias actuales, volviendo despues, llenos de gloria y con me-
jor suerte, al descanso entre su familia. Entónces sí que cada cual se disputará los laure-
les de la victoria: cuál dirá deberse á su brazo la salvacion de su familia; cuál la de su je-
fe; cuál la de su pariente ó amigo; y todos á una tendrán razon para atribuirse á si mismos
la salvacion de la patria. Venid, pues, amados compatriotas; venid á jurar bajo las bande-
ras del más benéfico de los soberanos; venid, y yo os cubriré con el manto de la gratitud,
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LIBRO PRIMERO (1808)
cumpliéndoos cuanto desde ahora os ofrezco, si el Dios de las victorias nos concede una
paz tan feliz y duradera cual le rogamos. No, no os detendrá el temor, no la perfidia: vues-
tros pechos no abrigan tales vicios, ni dan lugar á la torpe seduccion. Venid, pues, y si las
cosas llegasen á punto de no enlazarse las armas con las de nuestros enemigos, no incu-
rriréis en la nota de sospechosos, ni os tildaréis con un dictado impropio de vuestra leal-
tad y pundonor por haber sido omisos á mi llamamiento.
Pero, si mi voz no alcanzase á despertar vuestros anhelos de gloria, sea la de vues-
tros inmediatos tutores, ó padres del pueblo, á quienes me dirijo, la que os haga enten-
der lo que debeis á vuestra obligacion, á vuestro honor y á la sagrada religion que profe-
sais.— EL PRÍNCIPE DE LA PAZ.
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CONDE DE TORENO
hermana de su mujer doña María Teresa, primas ambas del Rey é hijas
del difunto infante D. Luis. El pensamiento fué tan adelante, que se pro-
puso al Príncipe el enlace. Mas Godoy, veleidoso é inconstante, variadas
que fueron las cosas del Norte, mudó de dictámen, volviendo á soñar en
ideas de engrandecimiento. Y para que pasáran á realidad condecoróle
el Rey, en 13 de Enero de 1807, con la dignidad de almirante de Espa-
ña é Indias, y tratamiento de alteza.
Veníale bien á Napoleon que se aumentase la division y el desórden
en el palacio de Madrid. Atento á aprovecharse de semejante discordia,
al paso que en París se traia entretenido á Izquierdo y al partido de Go-
doy, se despachaba á España, para tantear el del Príncipe de Astúrias, á
M. de Beauharnais, quien, como nuevo embajador, presentó sus creden-
ciales á últimos de Diciembre de 1806. Empezó el recien llegado á dar
pasos, mas fueron lentos hasta meses despues, que, llevando visos de
terminarse la guerra del Norte, juzgó Napoleon que se acercaba el mo-
mento de obrar.
Presentósele, en la persona de D. Juan Escóiquiz, conducto acomo-
dado para ayudar sus miras. Antiguo maestro del Príncipe de Astúrias,
vivía como confinado en Toledo, de cuya catedral era canónigo y digni-
dad, y de donde, por órden de S. A., con quien siempre mantenia se-
creta correspondencia, habia regresado á Madrid en Marzo de 1807.
Conferencióse mucho entre él y sus amigos sobre el modo de atajar la
ambicion de Godoy, y sacar al Príncipe de Astúrias de situacion que
conceptuaban penosa y áun arriesgada.
Habian imaginado sondear al Embajador de Francia, y de resultas
supieron por D. Juan Manuel de Villena, gentil hombre del Príncipe de
Astúrias, y por D. Pedro Giraldo, brigadier de ingenieros, maestro de
matemáticas del Príncipe é infantes, y cuyos sujetos estaban en el secre-
to, hallarse monsieur de Beauharnais pronto á entrar en relaciones con
quien su Alteza indicase. Dudóse si la propuesta encubria ó no engaño;
y para asegurarse unos y otros, convínose en una pregunta y seña que re-
cíprocamente se harian en la córte el Príncipe y el Embajador. Cercio-
rados de no haber falsedad, y escogido Escóiquiz para tratar, presentó
á éste en casa de dicho Embajador el Duque del Infantado, con pretex-
to de regalarle un ejemplar de su poema sobre la conquista de Méjico.
Entablado conocimiento entre monsieur de Beauharnais y el maestro del
Príncipe, avistáronse un dia de los de Julio, y á las dos de la tarde, en el
Retiro. La hora, el sitio y lo caluroso de la estacion les daba seguridad
de no ser notados.
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LIBRO PRIMERO (1808)
(7) Estado de los regimientos que componían la expedicion de tropas españolas al man-
do del teniente general Marqués de la Romana, destinada á formar un cuerpo de observa-
cion hácia el país de Hannóver.
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CONDE DE TORENO
Deberán salir de España por la parte de Irún los cuerpos siguientes: infantería de lí-
nea, tercer batallon de Guadalajara, 778 hombres; regimiento de Astúrias, 2.332; primero
y segundo batallon de la Princesa, 1.554; infantería ligera, primer batallon de Barcelona,
1.245 plazas; caballería de línea, Rey, 670 hombres y 540 caballos; Infante, Id., id.
Por la parte de la Junquera: infantería de línea, tercer batallon de la Princesa, 778
plazas; dragones, Almansa, 670 hombres y 540 caballos; Lusitana, id., id.; artillería, un
tren de campaña de 25 piezas y el ganado de tiro correspondiente, 270 hombres zapado-
res minadores, una compañía, 127 hombres.
Existentes en Etruria, y que constituyen parte de la expedicion: infantería de línea,
regimiento de Zamora, 969 plazas; primero y segundo batallon de Guadalajara, 996; in-
fantería ligera, primer batallon de Cataluña, 1.042 hombres; caballería, Algarbe, 624
hombres y 406 caballos; dragones, Villaviciosa, 634 hombres y 393 caballos.
Total, 14.019 hombres y 2.859 caballos.— Id. plazas agregadas, 2.216 hombres y
241 caballos.— Madrid, 4 de Marzo do 1807.
NOTA. No se expresan las plazas agregadas de cada cuerpo, aunque si el total de las
que deben ser.
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LIBRO PRIMERO (1808)
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CONDE DE TORENO
(8) Tratado secreto entre el Rey de España y el Emperador de los franceses, relativo á
la suerte futura del Portugal.
Napoleon, emperador de las franceses, etc. Habiendo visto y examinado el tratado
concluido, arreglado y firmado en Fontainebleau, á 27 de Octubre de 1807, por el general
de division Miguel Duroc, gran mariscal de nuestro palacio, etc., en virtud de los plenos
poderes que le hemos conferido á este efecto, con D. Eugenio Izquierdo, consejero hono-
rario de Estado y de Guerra de S. M. el Rey de España, igualmente autorizado con plenos
poderes de su soberano, de cuyo tratado es el tenor como sigue:
S. M. el Emperador de los franceses y S. M. el Rey de España, queriendo arreglar de
comun acuerdo los intereses de los dos estados, y determinar la suerte futura de Portu-
gal de un modo que concilie la politica de los dos países, han nombrado por sus ministros
plenipotenciarios, á saber: S. M. el Emperador de los franceses al general Duroc, y S. M.
el Rey de España á D. Eugenio Izquierdo, los cuales, despues de haber cangeado sus ple-
nos poderes, se han convenido en lo que sigue:
1.º La provincia de Entre-Duero-y-Miño, con la ciudad de Oporto, se dará en toda
propiedad y soberanía á S. M. el Rey de Etruria, con el título de rey de la Lusitana sep-
tentrional.
2.º La provincia del Alentejo y el reino de los Algarbes se darán en toda propiedad y
soberanía al Príncipe de la Paz, para que las disfrute con el titulo de príncipe de los Al-
garbes.
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culos, con una convencion aneja, comprensiva de otros siete. Por estos
conciertos se trataba á Portugal del modo como ántes otras potencias ha-
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tro hasta la paz general, en cuyo tiempo podrian ser cambiadas por Gi-
braltar, la Trinidad ó alguna otra colonia de las conquistadas por los in-
gleses; que el Emperador de los franceses saldria garante á Su Majestad
Católica de la posesion de sus estados de Europa al mediodía de los Pi-
rineos, y le reconoceria como emperador de ambas Américas á la con-
clusion de la paz general, ó á más tardar dentro de tres años. La con-
vencion que acompañaba al tratado circunstanciaba el modo de llevar
á efecto lo estipulado en el mismo: 25.000 hombres de infantería fran-
cesa y 3.000 de caballería habian de entrar en España, y reuniéndose
á ellos 8.000 infantes españoles y 3.000 caballos, marchar en derechu-
ra á Lisboa, á las órdenes ambos cuerpos del general frances, excep-
tuándose solamente el caso en que el Rey de España ó el Príncipe de
la Paz fuesen al sitio en que las tropas aliadas se encontrasen, pues en-
tónces á éstos se cederia el mando. Las provincias de Beira, Tras-los-
Montes y Extremadura portuguesa debian ser administradas y exigírse-
les las contribuciones en favor y utilidad de Francia. Y al mismo tiempo
que una division de 10.000 hombres de tropas españolas tornase pose-
sion de la provincia de Entre-Duero-y-Miño, con la ciudad de Oporto,
otra de 6.000 de la misma nacion ocuparia el Alentejo y los Algarbes, y
así aquella primera provincia como las últimas habian de quedar á car-
go, para su gobierno y adininistracion, de los generales españoles. Las
tropas francesas, alimentadas por España durante el tránsito, debian co-
brar sus pagas de Francia. Finalmente se convenía en que un cuerpo de
40.000 hombres se reuniese en Bayona el 20 de Noviembre, el cual mar-
charía contra Portugal en caso de necesidad, y precedido el consenti-
miento de ambas potencias contratantes.
En la conclusion de este tratado Napoleon, al paso que buscaba el
medio de apoderarse de Portugal, nuevamente separaba de España otra
parte considerable de tropas, como ántes habia alejado las que fueron al
Norte, é introducia sin ruido y solapadamente las fuerzas necesarias á la
ejecucion de sus ulteriores y todavía ocultos planes, y lisonjeando la in-
moderada ambicion del privado español, le adormecia y le enredaba en
sus lazos, temeroso de que, desengañado á tiempo y volviendo de su des-
lumbrado encanto, quisiera acudir al remedio de la ruina que le amena-
zaba. Ansioso el Príncipe de la Paz de evitar los vaivenes de la fortuna,
aprobaba convenios que hasta cierto punto le guarecian de las persecu-
ciones del gobierno español en cualquiera mudanza. Quizá veia tambien
en la compendiosa soberanía de los Algarbes el primer escalon para su-
bir á trono más elevado. Mucho se volvió á hablar en aquel tiempo del
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(9) Hemos visto las más de las piezas que obraron en este proceso. Decimos las más,
porque como el original ha rodado por tantas manos y personas de intereses encontrados,
no seria extraño que se hubiesen extraviado algunos documentos ó alterado otros. Dicho
proceso paraba en poder de D. Mariano Luis de Urquijo, y á su muerte, acaecida en Pa-
ris en 1817, pasó al del Marqués de Almenara. No sabemos si éste lo conserva aún, ó si
lo ha entregado al rey Fernando VII.
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sonas que nombrase S. M., con tal que no estuviesen presentes la Rei-
na ni Godoy; asimismo se suplicaba que llegado el momento de la pri-
sion del valido, no se separase el padre del lado de su hijo, para que los
primeros ímpetus del sentimiento de la Reina no alterasen la determi-
nacion de S. M.; concluyendo con rogarle encarecidamente que en ca-
so de no acceder á su peticion, lo guardase secreto, pudiendo su vida, si
se descubriese el paso que habia dado, correr inminente riesgo. El pa-
pel de cinco hojas y la carta eran, como la anterior, obra de Escóiquiz; se
insistia en los mismos negocios, y tratando de oponerse al enlace ántes
propuesto con la hermana de la Princesa de la Paz, se insinuaba el modo
de llevar á cabo el deseado casamiento con una parienta del Emperador
de los franceses. Se usaban nombres fingidos, y suponiéndose ser conse-
jos de un fraile, no era extraño que mezclando lo sagrado con lo profano
se recomendase ante todo, como así se hacia, implorar la divina asisten-
cia de la Vírgen. En aquellas instrucciones tambien se trataba de que el
Príncipe se dirigiese á su madre, interesándola como reina y como mu-
jer, cuyo amor propio se hallaba ofendido con los ingratos desvíos de su
predilecto favorito. En el concebir de tan desvariada intriga ya despun-
ta aquella sencilla credulidad y ambicioso desasosiego, de que nos dará
desgraciadamente, en el curso de esta Historia, sobradas pruebas el ca-
nónigo Escóiquiz. En efecto, admira cómo pensó que un príncipe mozo
é inexperto habia de tener más cabida en el pecho de su augusto padre
que una esposa y un valido, dueños absolutos por hábito y aficion del pe-
rezoso ánimo de tan débil monarca. Mas de los papeles cogidos al Prín-
cipe, si bien se advertia, al examinarlos, grande anhelo por alcanzar el
mando y por intervenir en los negocios del gobierno, no resultaba pro-
yecto alguno formal de destronar al Rey, ni ménos el atroz crímen de un
hijo que intenta quitar la vida á su padre. A pesar de eso, fueron causa
de que se publicase el famoso decreto de 30 de Octubre, que, como im-
portante, lo insertarémos á la letra. Decía pues: «Dios, que vela sobre
las criaturas, no permite la ejecucion de hechos atroces cuando las víc-
timas son inocentes. Así me ha librado su omnipotencia de la más inau-
dita catástrofe. Mi pueblo, mis vasallos todos conocen muy bien mi cris-
tiandad y mis costumbres arregladas; todos me aman y de todos recibo
pruebas de veneracion, cual exige el respeto de un padre amante de sus
hijos. Vivia yo persuadido de esta verdad, cuando una mano desconoci-
da me enseña y descubre el más enorme y el más inaudito plan que se
trazaba en mi mismo palacio contra mi persona. La vida mía, que tantas
veces ha estado en riesgo, era ya una carga para mi sucesor, que preocu-
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de V. M. I. Esto es cuanto mi corazon apetece; pero no sucediendo así á los egoístas pér-
fidos que rodean á mi padre, y que pueden sorprenderlo por un momento, estoy lleno de
temores en este punto.
» Sólo el respeto de V. M. I. pudiera desconcertar sus planes, abriendo los ojos á mis
buenos y amados padres, y haciéndolos felices al mismo tiempo que á la nacion española
y á mi mismo. El mundo entero admirará cada día más la bondad de V. M. I., quien ten-
drá en mi persona el hijo más reconocido y afecto.
» Imploro, pues, con la mayor confianza la proteccion paternal de V. M. á fin de que
no solamente se digne concederme el honor de darme por esposa una princesa de su fami-
lia, sino allanar todas las dificultades y disipar todos los obstáculos que puedan oponerse
en este único objeto de mis deseos.
» Este esfuerzo de bondad de parte de V. M. I. es tanto más necesario para mi, cuan-
to yo no puedo hacer ninguno de mi parte, mediante á que se interpretaria insulto á la au-
toridad paternal, estando, como estoy, reducido á solo el arbitrio de resistir (y lo haré con
invencible constancia) mi casamiento con otra persona, sea la que fuere, sin el consenti-
miento y aprobacion positiva de V. M., de quien yo espero únicamente la eleccion de es-
posa para mí.
» Ésta es la felicidad que confío conseguir de V. M. I., rogando á Dios que guarde su
preciosa vida muchos eños. Escrito y firmado de mi propia mano y sellado con mi sello en
el Escorial, á 11 de Octubre de 1807.— De V. M. I. y R. su más afecto servidor y herma-
no.— FERNANDO. (Traduccion hecha por Llorente en sus Memorias, y sacada del original
inserto en el Monitor de 5 de Febrero de 1810.)
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(11) Extracto del coloquio tenido por D. Eugenio Izquierdo con el ministro Champag-
ny. (LLORENTE, tomo III, núm 120.)
Mr. Champagny: No quiero meterme en cuestiones; me limito á decir á v. de Orden
del Emperador : 1.º Que pide muy de véras S. M. que por ningun motivo ni razon y ba-
jo ningun pretexto no se hable ni se publique en este negocio cosa que tenga alusion al
Emperador ni á su embajador en Madrid, y nada se actúe de que pueda resultar indi-
cio ni sospecha de que S. M. I. ni su embajador hayan sabido, entendido ni coadyuva-
do á cosa alguna interior de España. 2.º Que si no se ejecuta lo que acabo de decir, lo
mirará como una ofensa he ha directamente á su persona, que tiene (como V. sabe) me-
dios de vengarla, y que la vengará. 3.º Declara positivamente S. M. que jamas se ha
mezclado en cosas interiores de España, y aseguras solemnemente que jamas se mez-
clará; que nunca ha sido en pensamiento el que el Príncipe de Astúrias se casase con
una princesa, y mucho ménos con Mlle. Tascher de la Pa¿¿¿¿OJOJO???????erie, so-
brina de la Emperatriz, prometida há mucho tiempo al Duque de Aremberg; que no se
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opondrá como tampoco se opuso cuando lo de Nápoles) á que el Rey de España case á
su hijo con quien tenga por acertado. 4º Mr. de Beanharnais no se entrometerá en asun-
tos interiores de España; pero S. M. I. no le retirará, y nada debe dejarse publicar ni es-
cribir de que pudiera inferirse cosa alguna contra este embajador. Y 5.º Que se lleven á
ejecucion estricta y prontamente los convenios ajustados el 27 de Octubre último; que
no haya pretexto para dejar de enviar las tropas prometidas; que en ningun punto fal-
ten, y que si faltan, S. M. mirará esta falta como una infraccion del convenio ajustado.
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milde.» Nada debia hacer sin noticia de V. M.; pero fuí sorprendido. He
delatado á los culpables, y pido á V. M. me perdone por haberle menti-
do la otra noche; permitiendo besar sus reales piés á su reconocido hijo,
FERNANDO.— San Lorenzo, 5 de Noviembre de 1807.»
» Señora: Mamá mía: Estoy muy arrepentido del grandísimo delito
que he cometido contra mis padres y reyes; y así con la mayor humildad
le pido á V. M. se digne interceder con papá para que permita ir á besar
sus reales piés á su reconocido hijo, FERNANDO. San Lorenzo, 5 de No-
viembre de 1807.»
» En vista de ellos, y á ruego de la Reina, mi amada esposa, perdono
á mi hijo, y le volveré á mi gracia cuando con su conducta me dé prue-
bas de una verdadera reforma en su frágil manejo; y mando que los mis-
mos jueces que han entendido en la causa desde su principio, la sigan,
permitiéndoles asociados si los necesitaren, y que concluida me consul-
ten la sentencia ajustada á la ley, segun fuesen la gravedad de delitos y
calidad de personas en quienes recaigan; teniendo por principio para la
formacion de cargos las respuestas dadas por el Príncipe á las demandas
que se le han hecho; pues todas están rubricadas y firmadas de mi pu-
ño, así como los papeles aprehendidos en sus mesas, escritos por su ma-
no; y esta providencia se comunique á mis consejos y tribunales, circu-
lándola á mis pueblos, para que reconozcan en ella mi piedad y justicia,
y alivien la afliccion y cuidado en que les puso mi primer decreto; pues
en él verán el riesgo de su soberano y padre, que como á hijos los ama,
y así me corresponden. Tendréislo entendido para su cumplimiento.—
San Lorenzo, 5 de Noviembre de 1807.»
Presentar á Fernando ante la Europa entera como príncipe débil y
culpado; desacreditarle en la opinion nacional, y perderle en el ánimo
de sus parciales; poner á salvo al embajador frances, y separar de todos
los incidentes de la causa á su gobierno, fué el principal intento que lle-
vó Godoy y su partido en la singular reconciliacion de padre é hijo. Al-
canzó hasta cierto punto su objeto; mas el público, aunque no enterado
á fondo, echaba á mala parte la solícita mediacion del privado, y el ódio
hácia su persona, en vez de mitigarse, tomó nuevo incremento.
Para la prosecucion de la causa contra los demas procesados, nom-
bró el Rey, en el dia 6, una junta, compuesta de D. Arias Mon, D. Se-
bastian de Torres y D. Domingo Campománes, del Consejo Real, y seña-
ló como secretario á D. Benito Arias Prada, alcalde de córte. El Marqués
Caballero, que en un principio se mostró riguroso, y tanto, que habiendo
manifestado delante de los reyes ser el Príncipe por siete capítulos reo de
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dato, determinó tomar el camino más breve, sin reparar en los tropiezos
ni obstáculos de un terreno para él del todo desconocido, Salió el 12 de
Salamanca, y tomando la vuelta de Ciudad-Rodrigo y el puerto de Pe-
rales, llegó á Alcántara al cabo de cinco dias. Reunido allí con algunas
fuerzas españolas á las órdenes del general D. Juan Carrafa, atravesaron
los franceses el Erjas, rio fronterizo, y llegaron á Castello-Branco sin ha-
bérseles opuesto resistencia. Prosiguieron su marcha por aquel fragoso
país, y encontrándose con terreno tan quebrado y de caminos poco tri-
llados, quedaron bien pronto atras la artillería y los bagajes. Los pueblos
del tránsito, pobres y desprevenidos, no ofrecieron ni recursos ni abrigo
á las tropas invasoras, las que, acosadas por la necesidad y el hambre,
cometieron todo linaje de excesos contra moradores desacostumbrados
de largo tiempo á las calamidades de la guerra. Desgraciadamente los
españoles que iban en su compañía imitaron el mal ejemplo de sus alia-
dos, muy diverso del que les dieron las tropas que penetraron por Bada-
joz y Galicia, si bien es verdad que asistieron á éstas ménos motivos de
desórden é indisciplina.
La vanguardia llegó el 23 á Abrántes, distante veinte y cinco leguas
de Lisboa. Hasta entónces no había recibido el gobierno portugues avi-
so cierto de que los franceses hubieran pasado la frontera; inexplicable
descuido, pero propio de la dejadez y abandono con que eran goberna-
dos los pueblos de la península. Antes de esto, y verificada la salida de
los embajadores, habia el gabinete de Lisboa buscado algun medio de
acomodamiento, condescendiendo más y más con los deseos que aque-
llos habian mostrado á nombre de sus córtes; era el encontrarle tanto
más difícil, cuanto el mismo ministerio portugues estaba entre sí poco
acorde. Dos opiniones políticas le dividian: una de ellas, la de contraer
amistad y alianza con Francia, como medida la más propia para salvar la
actual dinastía y áun la independencia nacional; y otra, la de estrechar
los antiguos vínculos con la Inglaterra, pudiendo así levantar de los ma-
res allá un nuevo Portugal, si el de Europa tenía que someterse á la irre-
sistible fuerza del Emperador frances. Seguía la primera opinion el mi-
nistro Araujo, y contaba la segunda como principal cabeza al consejero
de Estado D. Rodrigo de Sousa Coutiño. Se inclinaba muy á las claras á
la última el Príncipe regente, si á ello no se oponía el bien de sus súb-
ditos y el interes de su familia. Despues de larga incertidumbre, se con-
vino, al fin, en adoptar ciertas medidas contemporizadoras, como si con
ellas se hubiera podido satisfacer á quien solamente deseaba simulados
motivos de usurpacion y conquista. Para ponerlas en ejecucion sin gran
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cion; tal era la dureza y malos tratos, mayormente sensibles por prove-
nir de quien se decia aliado, y por ser en un país en donde era transcu-
rrido un siglo con la dicha de no haber visto ejército enemigo, con cuyo
nombre, en adelante, deberá calificarse al que los franceses habian me-
tido en España.
No se habian pasado los primeros dias de Enero sin que pisase su te-
rritorio otro tercer cuerpo, compuesto de 25.000 hombres de infantería y
2.700 caballos, que habia sido formado de soldados bisoños, trasladados
en posta á Burdeos de los depósitos del Norte. Principió á entrar por la
frontera el 9 del mismo Enero, siendo capitaneado por el mariscal Mon-
cey, y con el nombre de cuerpo de observacion de las costas del Océa-
no; era el general Harispe jefe de estado mayor; mandaba la caballería
Grouchi, y las respectivas divisiones Musnier de la Converserie, Morlot
y Gobert. Prosiguió su marcha hasta los lindes de Castilla, como si no
hubiera hecho otra cosa que continuar por provincias de Francia, pres-
cindiendo de la anuencia del gobierno español, y quebrantando de nue-
vo y descaradamente los conciertos y empeños con él contraidos.
Inquietaba á la córte de Madrid la conducta extraña é inexplicable
de su aliado, y cada dia se acrecentaba su sobresalto con los desaires
que en París recibian Izquierdo y el embajador Príncipe Maserano. Na-
poleon dejaba ver más á las claras su premeditada resolucion, y á veces,
despreciando altamente al Príncipe de la Paz, censuraba con acrimo-
nia los procedimientos de su administracion. Desatendia de todo punto
sus reclamaciones, y respondiendo con desden al manifestado deseo de
que se mudase al embajador Beauharnais á causa de su oficiosa diligen-
cia en el asunto del proyectado casamiento, dió, por último, en el Moni-
tor de 24 de Enero un auténtico y público testimonio del olvido en que
habia echado el tratado de Fontainebleau, y al mismo tiempo dejó tras-
lucir las tramas que contra España urdia. Se insertaron, pues, en el dia-
rio de oficio dos exposiciones del ministro Champagny, una atrasada del
21 de Octubre, y otra más reciente del 2 de Enero de aquel año. La pri-
mera se publicó, digámoslo así, para servir de introduccion á la segun-
da, en la que, despues de considerar al Brasil como colonia inglesa, y de
congratularse el Ministro de que por lo ménos se viese Portugal libre del
yugo y fatal influjo de los enemigos del continente, concluia con que in-
tentando éstos dirigir expediciones secretas hácia los mares de Cádiz, la
Península entera fijaria la atencion de S. M. I. Acompañó á las exposi-
ciones un informe no ménos notable del ministro de la Guerra Clackem,
con fecha de 6 de Enero, en el que se trataba de demostrar la necesidad
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las muertas cenizas del cantor de Gama, sólo hubieran tomado vida pa-
ra alentar á sus compatriotas contra el opresor extranjero, y para excitar-
los vigorosamente á que no empañasen con su sumision las inmortales
glorias adquiridas por sus antepasados hasta en las regiones más apar-
tadas del mundo.
Todavía no habia llegado el oportuno momento de que el noble orgu-
llo de aquella nacion abiertamente se declarase; pero queriendo con el
silencio expresar de un modo significativo los sentimientos que abrigaba
en su generoso pecho, tres fueron los solos habitantes de Lisboa que ilu-
minaron sus casas en celebridad de la mudanza acaecida.
Los temores que á Junot infundia la injusticia de sus procedimien-
tos, le dictaron acelerar la salida de las pocas y antiguas tropas portu-
guesas que áun existian, y formando de ellas una corta division de apé-
nas 10.000 hombres, dió el mando al Marqués de Alorna, y no se habia
pasado un mes cuando tomaron el camino de Valladolid. Gran número
desertó ántes de llegar á su destino.
Clara ya y del todo descubierta la política de Napoleon respecto de
Portugal, disponian en tanto los fingidos aliados de España dar al mundo
una señalada prueba de alevosía. Por las estrechuras de Roncesvalles se
encaminó hácia Pamplona el general d’Armagnac con tres batallones, y
presentándose repentinamente delante de aquella plaza, se le permitió,
sin obstáculo, alojar dentro sus tropas; no contento el frances con esta
demostracion de amistad y confianza, solicitó del virey, Marqués de Va-
llesantoro, meter en la ciudadela dos batallones de suizos, so color de
tener recelos de su fidelidad. Negóse á ello el Virey, alegando que no le
era licito acceder á tan grave propuesta sin autoridad de la córte: ade-
cuada contestacion, y digna del debido elogio, si la vigilancia hubiera
correspondido á lo que requería la crítica situacion de la plaza. Pero tal
era el descuido, tal el incomprensible abandono, que hasta dentro de la
misma ciudadela iban todos los dias los soldados franceses á buscar sus
raciones, sin que se tomasen ni las comunes precauciones de tiempo de
paz. No así desprevenido el general d’Armagnac, se habia de antemano
hospedado en casa del Marqués de Vesolla, porque situado aquel edifi-
cio al remate de la esplanada y enfrente de la puerta principal de la ciu-
dadela, podia desde allí con más facilidad acechar el oportuno momen-
to para la ejecucion de su alevoso designio. Viendo frustrado su primer
intento con la repulsa del Virey, ideó el frances recurrir á un vergonzoso
ardid. Uno á uno, y con estudiada disimulacion, mandó que, en la noche
del 15 al 16 de Febrero, pasasen con armas á su posada cierto número
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en prueba de buena armonía, se dejase á sus tropas alternar con las na-
cionales en la guardia de todas las puertas. Falto de instrucciones, y te-
meroso de la enemistad francesa, accedió Ezpeleta con harta si bien dis-
culpable debilidad á la imperiosa demanda, colocando Duhesme en la
puerta principal de la misma ciudadela una compañía de granaderos, en
cuyo puesto había solamente veinte soldados españoles. Pesaroso el Ca-
pitan general de haber llevado tan allá su condescendencia, rogó al fran-
ces que retirase aquel piquete; pero muy otras eran las intenciones del
último, no contentándose ya con nada ménos que con la total ocupacion.
Andaba tambien Duhesme más receloso á causa de la llegada á Barcelo-
na del oficial da artillería D. Joaquin Osma, á quien suponia enviado con
especial encargo de que se velase por la conservacion de la plaza; pro-
bable conjetura, en efecto, si en Madrid hubiera habido sombra de buen
gobierno; mas era tan al contrario, que Osma había sido comisionado pa-
ra facilitar á los aliados cuanto apeteciesen, y para recomendar la buena
armonía y mejor trato. Sólo se le insinuó en instruccion verbal que pro-
curase de paso indagar, en las conversaciones con los oficiales, cuál fue-
se el verdadero objeto de la expedicion, como si para ello hubiera habi-
do necesidad de correr hasta Barcelona, y de despachar expresamente
un oficial de explorador.
Trató, en fin, Duhesme de apoderarse por sorpresa de la ciudadela y
de Monjuich el 28 de Febrero; fué estimulado con el recibo, aquel mis-
mo dia, de una carta escrita en París por el Ministro de la Guerra, en la
que le suponia dueño de los fuertes de Barcelona; tácito modo de orde-
nar lo que á las claras hubiera sido inicuo y vergonzoso. Para adorme-
cer la vigilancia de los españoles, esparcieron los franceses por la ciu-
dad que se les habia enviado la órden de continuar su camino á Cádiz;
mentirosa voz, que se hacia más verosímil con la llegada del correo reci-
bido. Dijeron tambien que ántes de la partida debian revistar las tropas,
y con aquel pretexto las juntaron en la esplanada de la ciudadela, apos-
tando en el camino que de allí va á la Aduana un batallon de vélites ita-
lianos, y colocando la demas fuerza de modo que llamase hácia otra par-
te la atencion de los curiosos. Hecha la reseña de algunos cuerpos, se
dirigió el general Lecchi, con grande acompañamiento de estado mayor,
del lado de la puerta principal de la ciudadela, y aparentando comuni-
car órdenes al oficial de guardia se detuvo en el puente levadizo para dar
lugar á que los vélites, cuya derecha se habia apoyado en la misma es-
tacada, avanzasen cubiertos por el rebellin que defiende la entrada; ga-
naron de este modo el puente, embarazado con los caballos, despues de
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haber arrollado al primer centinela, cuya voz fué apagada por el ruido de
los tambores franceses que en las bovedas resonaban. Entónces penetró
Lecchi dentro del recinto principal con su numerosa comitiva, le siguió
el batallon de vélites, y la compañía de granaderos, que ya de antemano
montaba la guardia en la puerta principal, reprimió á los veinte españo-
les, obligados á ceder al número y á la sorpresa; cuatro batallones fran-
ceses acudieron despues á sostener al que primero habia entrado á hur-
tadillas, y acabaron de hacerse dueños de la ciudadela. Dos batallones
de guardias españolas y walonas la guarnecian; pero llenos de confianza,
oficiales y soldados habian ido á la ciudad á sus diversas ocupaciones,
y cuando quisieron volverá sus puestos encontraron resistencia en los
franceses, quienes, al fin, se lo permitieron, despues de haber tomado
escrupulosas precauciones. Los españoles pasaron luégo la noche y casi
todo el siguiente dia formados enfrente de sus nuevos y molestos hués-
pedes; é inquietos éstos con aquella hostil demostracion, lograron que se
diese órden á los nuestros de acuartelarse fuera y evacuar la plaza. San-
tilly, comandante español, así que vió tan desleal proceder, se presentó á
Lecchi como prisionero de guerra, quien osando recordarle la amistad y
alianza de ambas naciones, al mismo tiempo que arteramente quebran-
taba todos los vínculos, le recibió con esmerado agasajo.
Entre tanto, y á la hora en que parte de la guarnicion habia bajado á la
ciudad, otro cuerpo frances avanzaba hácia Monjuich. La situacion ele-
vada y descubierta de este fuerte impidió á los extranjeros tocar, sin ser
vistos, el pié de los muros. Al aproximarse se alzó el puente levadizo, y en
balde intimó el comandante frances Floresti que se le abriesen las puer-
tas; allí mandaba D. Mariano Alvarez. Desconcertado Duhesme en su do-
loso intento, recurrió á Ezpeleta, y poniendo por delante las órdenes del
Emperador, le amenazó tomar por fuerza lo que de grado no se le rindie-
se. Atemorizado el Capitan general, ordenó la entrega; dudó Alvarez un
instante; mas la severidad de la disciplina militar, y el sosiego que toda-
vía reinaba por todas partes, le forzaron á obedecer al mandato de su je-
fe. Sin embargo, habiéndose conmovido algun tanto Barcelona con la ale-
vosa ocupacion de la ciudadela, se aguardó á muy entrada la noche para
que, sin riesgo, pudiesen los franceses entrar en el recinto de Monjuich.
Irritados á lo sumo con semejantes y repetidas perfidias los genero-
sos pechos de los militares españoles, se tomaron exquisitas providen-
cias para evitar un compromiso, y dejando en Barcelona á las guardias
españolas y walonas, con la artillería, se mandó salir á Villafranca el re-
gimiento de Extremadura.
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(12) Esta órden se copia de los papeles que en defensa suya ha publicado el mismo
Duque de Mahon.
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(13) Nota dirigida desde París al Príncipe de le Paz por el consejero de Estado D. Eu-
genio Izquierdo. (ESCOIQUIZ, Idea sencilla, número 1.º)
La situacion de las cosas no da lugar para referir con individualidad las conversacio-
nes que desde mi vuelta de Madrid he tenido por disposicion del Emperador, tanto con el
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gran mariscal del palacio imperial, el general Duroc, como con, el vice-gran elector del
imperio, Príncipe de Benevento.
Así me ceñiré á exponer los medios que se me han comunicado en estos coloquios
para arreglar, y áun para terminar amistosamente los asuntos que existen hoy entre Espa-
ña y Francia; medios que me han sido trasmitidos con el fin de que mi gobierno tome la
más pronta resolucion acerca de ellos.
Que existen actualmente varios cuerpos de tropas francesas en España es un hecho
constante.
Las resultas de esta existencia de tropas están en lo futuro. Un arreglo entre el go-
bierno frances y español, con reciproca satisfaccion, puede detener los eventos y elevar-
se á solemne tratado y definitivo sobre las bases siguientes
1.ª En las colonias españolas y francesas podrán franceses y españoles comerciar li-
bremente, el frances en las españolas como si fuese español, y el español en las francesas
como si fuese frances, pagando unos y otros los derechos que se paguen en los respecti-
vos paises por sus naturales.
Esta prerogativa será exclusiva, y ninguna potencia sino la Francia podrá obtenerla
en España, como en Francia ninguna potencia sino la española.
2.ª Portugal está hoy poseido por Francia. La comunicacion de Francia con Portugal
exige una ruta militar, y tambien un paso contínuo de tropas por España para guarnecer
aquel país y defenderle contra la Inglaterra, ha de causar multitud de gastos, de disgus-
tos, engorros, y tal vez producir frecuentes motivos de desavenencias.
Podría amistosamente arreglarse este objeto quedando todo el Portugal para Espa-
ña, y recibiendo un equivalente la Francia en las provincias de España contiguas á es-
te imperio.
3.ª Arreglar de una vez la sucesion al trono de España.
4.ª Hacer un tratado ofensivo y defensivo de alianza, estipulando el número de fuer-
zas con que se han de ayudar recíprocamente ambas potencia.
Tales deben ser las bases sobre que debe cimentarse y elevarse á tratado el arreglo
capaz de terminar felizmente la actual crisis política en que se hallan España y Francia.
En tan altas materias yo debo limitarme á ejecutar fielmente lo que se me dice.
Cuando se trata de la existencia del Estado, de su honor, decoro y del de su gobierno,
las decisiones deben emanar únicamente del Soberano y de su Consejo.
Sin embargo, mi ardiente amor á la patria me pone en la obligacion de decir que en
mis conversaciones he hecho presente al Príncipe de Benevento lo que sigue:
1.º Que abrir nuestras Américas al comercio frances es partirlas entre España y Fran-
cia; que de abrirlas únicamente para los franceses es, dado que no quede de una vez arro-
llada la arrogancia inglesa, alejar cada dia más la paz, y perder, hasta que ésta se firme,
nuestras comunicaciones y las de los franceses con aquellas regiones.
He dicho que áun cuando se admita el comercio frances no debe permitirse que se
avecinen vasallos de la Francia en nuestras colonias, con desprecio de nuestras leyes
fundamentales.
2.º Concerniente á lo de Portugal, he hecho presentes nuestras estipulaciones de 27 de
Octubre último; he hecho ver el sacrificio del Rey de Etruria; lo poco que vale Portugal se-
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CONDE DE TORENO
bre ellas várias preguntas; pero que el verdadero objeto de Napoleon fué
infundir tal miedo en la córte de Madrid, que la provocase á imitar á la
parado de sus colonias; su ninguna utilidad para España, y he hecho una fiel pintura del
horror que causarla á los pueblos cercanos al Pirineo la pérdida de sus leyes, libertades,
fueros y lengua, y sobre todo pasar á dominio extranjero.
He añadido: «No podré yo firmar la entrega de Navarra por no ser el objeto de execra-
cion de mis compatriotas, como sería si constase que un navarro habia firmado el tratado
en que la entrega de la Navarra á la Francia estaba estipulada.
En fin, he insinuado que si no habla otro remedio para erigirse un nuevo reino, virei-
nato de Iberia, estipulando que este reino ó vireinato no recibiese otras leyes, otras reglas
de administracion que las actuales, y que sus naturales conservasen sus fueros y exencio-
nes. Este reino ó vireinato podría darse al Rey de Etruria ó á otro infante de Castilla.
3° Tratándose de fijar la sucesion de España, he manifestado lo que el Rey, nuestro
señor, me mandó que dijese de su parte, y tambien he hecho de modo que creo quedan
desvanecidas cuantas calumnias inventadas por los malévolos en ese país han llegado á
inficionar la opinion pública en éste.
4.º Por lo que concierne á la alianza ofensiva y defensiva, mi celo patriótico ha pre-
guntado al Príncipe de Benevento si se pensaba en hacer de España un equivalente á la
confederacion del Rin y en obligarla á dar un contingente de tropas, cubriendo este tri-
buto con el decoroso nombre de tratado ofensivo y defensivo. He manifestado que noso-
tros, estando en paz con el imperio frances, no necesitamos para defender nuestros ho-
gares de socorros de Francia; que Canarias, Ferrol y Buenos-Aires lo atestiguan; que el
Africa es nula, etc.
En nuestras conversaciones ha quedado ya como negocio terminado el del casamien-
to. Tendria efecto; pero será un arreglo particular, de que no se tratará en el convenio de
que se envían las bases.
En cuanto al titulo de emperador que el Rey, nuestro señor, debe tomar, no hay ni ha-
bla dificultad alguna. Se me ha encargado que no se pierda un momento en responder, á
fin de precaver las fatales consecuencias á que puede dar lugar el retardo de un dia el po-
nerse de acuerdo.
Se me ha dicho que se evite todo acto hostil todo movimiento que pudiera alejar el sa-
ludable convenio que áun puede hacerse.
Preguntado que si el Rey, nuestro señor, debia irse á Andalucía, he respondido la
verdad: que nada sabia. Preguntado tambien que si creia que se hubiese ido, he contesta-
do que no, vista la seguridad en que se hallaban, concerniente al buen proceder del Em-
perador, tanto los reyes como V. A.
He pedido, pues se medita un convenio, que ínterin que vuelve la respuesta, se sus-
penda la marcha de los ejércitos franceses hácia lo interior de la España. He pedido que
las tropas salgan de Castilla; nada he conseguido; pero presumo que si vienen aproba-
das las bases, podrán las tropas francesas recibir órdenes de alejarse de la residencia de
SS. MM.
De ahí se ha escrito que se acercaban tropas por Talavera á Madrid; que V. A. me
despachó un alcance; á todo he satisfecho, exponiendo con verdad lo que me constaba.
Segun se presume aquí, V. A. había salido de Madrid acompañando los reyes á Sevi-
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LIBRO PRIMERO (1808)
lla; yo nada sé; y así he dicho al correo que vaya hasta donde V. A. esté. Las tropas fran-
cesas dejarán pasar al correo, segun me ha asegurado el gran mariscal del palacio impe-
rial.— París, 24 de Marzo de 1808.— Sermo. Sr.: de V. A. S.— EUGENIO IZQUIERDO.
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LIBRO SEGUNDO (1808)
LIBRO SEGUNDO.
PRIMEROS INDICIOS DEL VIAJE DE LA CÓRTE.— ÓRDEN PARA QUE LA GUARNICION DE MA-
DRID PASE Á ARANJUEZ.— PROCLAMA DE CÁRLOS IV DE 16 DE MARZO.— CON-
DUCTA DEL EMBAJADOR DE FRANCIA Y DE MURAT.— SÍNTOMAS DE UNA CONMO-
CIÓN.— PRIMERA CONMOCION DE ARANJUEZ.— DECRETO DE CÁRLOS IV: PRISION DE
D. DIEGO GODOY.— CONTINÚA LA AGITACION Y TEMORES DE OTRA CONMOCION.—
SEGUNDA CONMOCION DE ARANJUEZ.— PRISION DE GODOY.— RETRATO DE GO-
DOY.— TERCER ALBOROTO DE ARANJUEZ.— ABDICACION DE CÁRLOS IV EL 19 DE
MARZO.— CONMOCION DE MADRID DEL 19 Y 20 DE MARZO.— ALBOROTOS DE LAS
PROVINCIAS.— JUICIO SOBRE LA ABDICACION DE CÁRLOS IV.— MINISTROS DEL NUE-
VO MONARCA.— ESCÓIQUIZ.— EL DUQUE DEL INFANTADO.— EL DUQUE DE SAN
CÁRLOS.— PRIMERAS PROVIDENCIAS DEL NUEVO REINADO.— PROCESO DEL PRÍNCI-
PE DE LA PAZ Y DE OTROS, 23 DE MARZO.— GRANDES ENVIADOS PARA OBSEQUIAR
Á MURAT Y Á NAPOLEON.— AVANZA MURAT HÁCIA MADRID.— ENTRADA DE FER-
NANDO EN MADRID EN 24 DE MARZO.— CONDUCTA IMPROPIA DE MURAT.— OPI-
NION DE ESPAÑA SOBRE NAPOLEON.— JUICIO SOBRE LA CONDUCTA DE NAPOLEON.—
PROPUESTA DE NAPOLEON Á SU HERMANO LUIS.— CORRESPONDENCIA ENTRE MURAT
Y LOS REYES PADRES.— JUICIO SOBRE LA PROTESTA.— SIGUEN LOS TRATOS ENTRE
MURAT Y LOS REYES PADRES.— DESASOSIEGO EN MADRID.— LLEGA ESCÓIQUIZ A
MADRID EN 28 DE MARZO.– FERRAN NUÑEZ EN TOURS.— ENTREGA DE LA ESPADA
DE FRANCISCO I.— CARTA DE NAPOLEON Á MURAT.— VIAJE DEL INFANTE D. CÁR-
LOS.— LLEGADA Á MADRID DEL GENERAL SAVARY.— AVISO DE HERVÁS.— 10 DE
ABRIL, SALIDA DEL REY PARA BÚRGOS.— NOMBRAMIENTO DE UNA JUNTA SUPRE-
MA.— SOBRE EL VIAJE DEL REY.— LLEGA EL REY EL 12 DE ABRIL Á BÚRGOS.—
LLEGA Á VITORIA EL 14.— ESCRIBE FERNANDO Á NAPOLEON; CONTESTA ÉSTE EN
17 DE ABRIL.— SEGURIDAD QUE DA SAVARY.— TENTATIVAS Ó PROPOSICIONES PARA
QUE EL REY SE ESCAPE.— PROCLAMA AL PARTIR EL REY DE VITORIA.— SALE DE VI-
TORIA EL 19 DE ABRIL.— 20 DE ABRIL, ENTRADA DEL REY EN BAYONA.— SIGUE LA
CORRESPONDENCIA ENTRE MURAT Y LOS REYES PADRES.— PASAN LOS REYES PADRES
AL ESCORIAL.— ENTREGA DE GODOY EN 20 DE ABRIL.— QUEJAS Y TENTATIVAS DE
MURAT.— RECLAMA CÁRLOS IV LA CORONA, Y ANUNCIA SU VIAJE Á BAYONA.— IN-
QUIETUD EN MADRID.— ALBOROTO EN TOLEDO.— EN BÚRGOS.— CONDUCTA ALTA-
NERA DE MURAT.— CONDUCTA DE LA JUNTA, Y MEDIDAS QUE PROPONE.— CREACION
DE UNA JUNTA QUE LA SUSTITUYA.— LLEGADA Á MADRID DE D. JUSTO IBARNAVA-
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tado al intento tocó á caballo, y la tropa corrió á los diversos puntos por
donde el viaje podia emprenderse. Entónces, y levantándose terrible es-
trépito, gran número de paisanos, otros transformados en tales, criados
de palacio y monteros del infante D. Antonio, con muchos soldados des-
bandados, acometieron la casa de D. Manuel Godoy, forzaron su guar-
dia, y la entraron como á saco, escudriñando por todas partes y buscan-
do en balde el objeto de su enfurecida rabia. Creyóse por de pronto que,
á pesar de la extremada vigilancia, se habia su dueño salvado por algu-
na puerta desconocida ó excusada, y que, ó habia desamparado á Aran-
juez, ú ocultádose en palacio. El pueblo penetró hasta lo más escondi-
do, y aquellas puertas, ántes sólo abiertas al favor, á la hermosura y á lo
más brillante y escogido de la córte, dieron franco paso á una soldadesca
desenfrenada y tosca, y á un populacho sucio y desaliñado, contrastan-
do tristemente lo magnífico de aquélla mansion con el descuidado arreo
de sus nuevos y repentinos huéspedes. Pocas horas habian transcurrido
cuando desapareció tanta desconformidad, habiendo sido despojados los
salones y estrados de sus suntuosos y ricos adornos para entregarlos al
destrozo y á las llamas. Repetida y severa leccion que á cada paso nos
da la caprichosa fortuna en sus continuados vaivenes. El pueblo, si bien
quemó y destruyó los muebles y objetos preciosos, no ocultó para sí co-
sa alguna, ofreciendo el ejemplo del desinteres más acendrado. La pu-
blicidad, siendo en tales ocasiones un censor inflexible, y uniéndose á
un cierto linaje de generoso entusiasmo, enfrena al mismo desórden, y
pone coto á algunos de sus excesos y demasías. Las veneras, collares y
todos los distintivos de las dignidades supremas á que Godoy habia si-
do ensalzado, fueron preservados y puestos en manos del Rey; podero-
so indicio de que entre el populacho habia personas capaces de distin-
guir los objetos que era conveniente respetar y guardar, y aquellos que
podian ser destruidos. La Princesa de la Paz, mirada como víctima de la
conducta doméstica de su marido, y su hija, fueron bien tratadas y lle-
vadas á palacio, tirando la multitud de su berlina. Al fin, restablecida la
tranquilidad, volvieron los soldados á sus cuarteles, y para custodiar la
saqueada casa se pusieron dos compañías de guardias españolas y walo-
nas, con alguna más tropa, que alejase al populacho de sus avenidas.
La mañana del 18 dió el Rey (2) un decreto exonerando al Prínci-
pe de la Paz de sus empleos de generalísimo y almirante, y permitién-
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(4) poà nàn » lamp£ tÁj pØate…aj peridol»; poà dš aƒ Faidrai lamp£dej;
poàde oƒ crÒtoi cai oz coruˆ cai ai jal…ai cai a„ panhÚreij..... p£nta šce…na
Ò…cetai caˆ ¢nemoj pneÚtaj ¢qrÒon t¦ mn fÚlla catšdale, gunÕn d ¹u‹n tÒ
dšnÐron ›deixe, caˆ ¢pÒ thj r†xhj ¢utÁj saleuÒmenon loipÒn..... t…j g¦r toØtou
ggonen ØFhlÒteroj; oÙ p©san t»n o…coumšnhn periÁlze tJ ploÚtJ; oÝ prÕj
¦ut¦j twn ¢ziwm£twn ¢nedh t£j coruf£j;oÙcˆ;oÙcˆ pantej aÙton ?tremon,
caˆ ededo…ceisan; all’ …ÕÝ gšgone caˆ desmwtîn £qlièteroj, caˆ, o„cetîn
eleinÒteroj, caˆ tîn limî thcomšnwn ptwcwn šndeeseroj, caq’ šcajhn ¹mšran
xƒfh blšpwn ºconhmšna, caˆ b£raqron, caˆ dhm…ouj, ca… t»n epi q£naton
£pagwg»n.....
(OMILIA EIS EUTROPION.)
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y sita junta al palacio de los duques de Alba. Allí, levantando gran gri-
tería con vivas al Rey y mueras contra la persona del derribado valido,
acometieron los amotinados su casa, inmediata al paraje de la reunion,
y arrojando por las ventanas muebles y preciosidades, quemáronlo todo,
sin que nada se hubiese robado ni escondido. Despues, distribuidos en
varios bandos, y saliendo otros de puntos distintos con hachas encendi-
das, repitieron la misma escena en várias casas, y señaladamente reci-
bieron igual quebranto en las suyas la madre del Príncipe de la Paz, su
hermano D. Diego, su cuñado Marqués de Branciforte, los exministros
Alvarez y Soler y D. Manuel Sixto Espinosa; conservándose en medio de
las bulliciosas asonadas una especie de órden y concierto.
Siendo universal el júbilo con la caída de Godoy, fué colmado entre
los que supieron, á las once de la noche, que Cárlos IV había abdica-
do. Pero como era tarde, la noticia no cundió bastantemente por el pue-
blo hasta el dia siguiente, domingo, confirmándose de oficio por carteles
del Consejo, que anunciaban la exaltacion de Fernando VII. Entónces
el entusiasmo y gozo creció á manera de frenesí, llevando en triunfo por
todas las calles el retrato del nuevo Rey, que fué al último colocado en
la fachada de la casa de la Villa. Continuó la algazara y la alegría toda
aquella noche del 20; pero habiéndose ya notado en ella varios excesos,
fueron inmediatamente reprimidos por el Consejo, y por órden suya cesó
aquel nuevo género de regocijos.
En las más de las ciudades y pueblos del reino hubo tambien fiesta y
motin, arrastrando el retrato de Godoy, que los mismos pueblos habian á
sus expensas colocado en las casas consistoriales; si bien es verdad que
ahora su imágen era abatida y despedazada con general consentimiento,
y ántes habian sido muy pocos los que la habian erigido y reverenciado,
buscando por este medio empleos y honores en la única fuente de donde
se derivaban las gracias: el pueblo siempre reprobó con expresivo mur-
mullo aquellas lisonjas de indignos conciudadanos.
Fué tal el gusto y universal contento, ya con la caída de D. Manuel
Godoy, y ya tambien con la abdicacion de Cárlos IV, que nadie reparó ya
entónces en el modo con que este último é importante acto se había ce-
lebrado, y si habia sido ó no concluido con entera y cumplida libertad:
todos lo creian así, llevados de un mismo y general deseo. Sin embar-
go, graves y fundadas dudas se suscitaron despues. Por una parte, Cár-
los IV se habia mostrado á veces propenso á alejarse de los negocios
públicos, y María Luisa en su correspondencia declara que tal era su in-
tencion cuando su hijo se hubiera casado con una princesa de Francia.
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(6) Cesion de Cárlos V. (Véase FAMIANI ESTRADA, De bello belgico, lib. I, y F. PRUDEN-
CIO DE SANDOVAL, Historia de la vida y hechos de Cárlos V.)
(7) Véase MARINA, Teoría de las Córtes, tomo II, cap. X, refiéndose al documento que
existe en la Academia de la Historia.— Z. 52, fól. 301.
(8) Comentarios del Marqués de San Felipe, tomo II, año 1724.
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los bienes del favorito, aunque las leyes del reino entónces vigentes au-
torizaban sólo el embargo, y no la confiscacion, puesto que para imponer
la última pena debia preceder juicio y sentencia legal, no exceptuándo-
se ni aquellos casos en que el individuo era acusado del crímen de le-
sa majestad. Ademas conviene advertir que no obstante la justa censura
que merecia la ruinosa administracion de Godoy, en un gobierno como el
de Cárlos IV, que no reconocia límite ni freno á la voluntad del sobera-
no, difícilmente hubiera podido hacérsele ningun cargo grave, sobre to-
do habiendo seguido Fernando por la pésima y trillada senda que su pa-
dre le habia dejado señalada. El valido habia procedido en el manejo de
los negocios públicos autorizado con la potestad indefinida de Cárlos IV,
no habiéndosele puesto coto ni medida, y léjos de que hubiese aquel so-
berano reprobado su conducta despues de su desgracia, insistió con fir-
meza en sostenerle y en ofrecer á su caido amigo el poderoso brazo de su
patrocinio y amparo. Situacion muy diversa de la de don Alvaro de Lu-
na, desamparado y condenado por el mismo rey á quien debia su ensal-
zamiento. Don Manuel Godoy, escudado con la voluntad expresa y abso-
luta de Cárlos, sólo otra voluntad opresora é ilimitada podia atropellarle
y castigarle; medio legalmente atroz é injusto, pero debido pago á sus
demasías y correspondiente á las reglas que le habian guiado en tiem-
po de su favor.
Pasados los primeros dias de ceremonia y públicos regocijos se vol-
vieron los ojos á los huéspedes extranjeros, que insensiblemente se
aproximaban á la capital. La nueva córte, soñando felicidades y pensan-
do en efectuar el tan ansiado casamiento de Fernando con una princesa
de la sangre imperial de Francia, se esmeró en dar muestras de amistad
y afecto al Emperador de los franceses y á su cuñado Murat, gran duque
de Berg. Fué al encuentro de éste, para obsequiarle y servirle, el Duque
del Parque, y salieron en busca del deseado Napoleon, con el mismo ob-
jeto, los duques de Medinaceli y de Frias y el Conde de Fernan-Nuñez.
Ya hemos indicado cómo las tropas francesas se avanzaban hácia
Madrid. El 15 de Marzo habia Murat salido de Búrgos, continuando des-
pues su marcha por el camino de Somosierra. Traia consigo la guardia
imperial, numerosa artillería y el cuerpo de ejército del Mariscal Mon-
cey, el que reemplazaba el de Bessières en los puntos que aquél iba des-
ocupando. Dupont tambien se avanzaba por el lado de Guadarrama con
toda su fuerza, á excepcion de una division que dejó en Valladolid pa-
ra observar las tropas españolas de Galicia. Se habia con particulari-
dad encargado á Murat que se hiciera dueño de la cordillera que divide
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las dos Castillas, ántes que se apoderase de ella Solano ú otras tropas;
igualmente se le previno que interceptára todos los correos, con otras
instrucciones secretas, cuya ejecucion no tuvo lugar, á causa de la sumi-
sa condescendencia de la nueva córte.
Murat, inquieto y receloso con lo acaecido en Aranjuez, no quiso di-
latar más tiempo la ocupacion de Madrid, y el 23 entró en la capital, lle-
vando delante, para excitar la admiracion, la caballería de la guardia
imperial y lo más escogido y brillante de su tropa, y rodeado él mismo de
un lujoso séquito de ayudantes y oficiales de estado mayor. No corres-
pondía la infantería á aquella primera y ostentosa muestra, constando en
general de conscriptos y gente bisoña. El vecindario de Madrid, si bien
ya temeroso de las intenciones de los franceses, no lo estaba á punto que
no los recibiese afectuosamente, ofreciéndoles por todas partes refres-
cos y agasajos. Contribuía no poco á alejar la desconfianza el traer á to-
dos embelesados las importantes y repentinas mudanzas sobrevenidas
en el gobierno. Sólo se pensada en ellas y en contarlas y referirlas una y
mil veces, ansiando todos ver con sus propios ojos y contemplar de cerca
al nuevo Rey, en quien se fundaban lisonjeras é ilimitadas esperanzas,
tanto mayores, cuanto así descansaba el ánimo, fatigado con el infausto
desconcierto del reinado anterior.
Fernando, cediendo á la impaciencia pública, señaló el dia 24 de
Marzo para hacer su entrada en Madrid. Causó el solo aviso indecible
contento, saliendo á aguardarle, en la víspera por la noche, numeroso
gentío de la capital, y concurriendo al camino con no menor diligencia y
afan todos los pueblos de la comarca. Rodeado de tan nuevo y grandioso
acompañamiento llegó á las Delicias, desde donde por la puerta de Ato-
cha entró en Madrid á caballo, siguiendo el paseo del Prado, y las calles
de Alcalá y Mayor, hasta palacio. Iban detras y en coche los infantes D.
Cárlos y D. Antonio. Testigos de aquel dia de placer y holganza, nos fué
más fácil sentirlo que nos será dar de él ahora una idea perfecta y acaba-
da. Horas enteras tardó el rey Fernando en atravesar desde Atocha has-
ta palacio: con una escasa escolta, por doquiera que pasaba estrecha-
do y abrazado por el inmenso concurso, lentamente adelantaba el paso,
tendiéndosele al encuentro las capas con deseo de que fueran holladas
por su caballo: de las ventanas se tremolaban los pañuelos, y los vivas y
clamores, saliendo de todas las bocas, repetían y resonaban en plazue-
las y calles, en tablados y casas, acompañados de las bendiciones más
sinceras y cumplidas. Nunca pudo monarca gozar de triunfo más mag-
nífico ni más sencillo; ni nunca tampoco contrajo alguno obligacion más
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una nueva nobleza en la nacion en donde pocos años ántes habia sido
abolida y proscrita. Miraban los militares como principal fundamento
de su gloria y engrandecimiento al afortunado caudillo, que para ceñir
sus sienes con la corona no habia presentado otros abuelos ni otros títu-
los que su espada y sus victorias. Los hombres moderados, los amantes
del órden y del reposo público, cansados de los excesos de la revolu-
cion, respetaban en la persona del Emperador de los franceses al seve-
ro magistrado que con vigoroso brazo habia restablecido concierto en la
Hacienda y arreglo en los demas ramos. Y si bien es cierto que el edi-
ficio que aquél habia levantado en Francia no estribaba en el durade-
ro cimiento de instituciones libres, valladar contra las usurpaciones del
poder, habia entónces pocos en España y contados eran los que exten-
dían tan allá sus miras.
Napoleon, bien informado del buen nombre con que corria en Espa-
ña, cobró aliento para intentar su atrevida empresa, posible y hacede-
ra á haber sido conducida con tino y prudente cordura. Para alcanzar su
objeto dos caminos se le ofrecieron, segun la diversidad de los tiempos.
Antes de la sublevacion de Aranjuez, la partida y embarco para América
de la familia reinante era el mejor y más acomodado. Sin aquel impen-
sado trastorno, huérfana. España y abandonada de sus reyes, hubiera sa-
ludado á Napoleon como príncipe y salvador suyo. La nueva dominacion
fácilmente se hubiera afianzado si, adoptando ciertas mejoras, hubie-
ra respetado el noble orgullo nacional y algunas de sus anteriores cos-
tumbres y áun preocupaciones. Acertó, pues, Napoleon cuando vió en
aquel medio el camino más seguro de enseñorearse de España, proce-
diendo con grande desacuerdo desde el momento en que, desbaratado
por el acaso su primer plan, no adoptó el único y obvio que se le ofrecia
en el casamiento de Fernando con una princesa de la familia imperial;
hubiera hallado en su protegido un rey más sumiso y reverente que en
ninguno de sus hermanos. Cuando su viaje á Italia, no habia Napoleon
desechado este pensamiento, y continuó en el mismo propósito durante
algun tiempo, si bien con más tibieza. El ejemplo de Portugal le sugirió
más tarde la idea de repetir en España lo que su buena suerte le habia
proporcionado en el país vecino. Afirmóse en su arriesgado intento des-
pues que sin resistencia se habia apoderado de las plazas fuertes y des-
pues que vió á su ejército internado en las provincias del reino. Resuel-
to á su empresa, nada pudo ya contenerle.
Esperaba con impaciencia Napoleon el aviso de haber salido para
Andalucía los reyes de España, á la misma sazon que supo el importan-
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(9) Des documents historiques publiés par Louis Bonaparte, vol. II pág. 290, Paris
1820.
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(10) Nota escrita por la Reina de España para el gran Duque de Berg, y remitida por
la Reina de Etruria, sin fecha.
«El Rey, mi esposo (que me hace escribir por no poderlo hacer á causa de los dolores
é hinchazon de su mano), desea saber si el gran Duque de Berg llevaría á bien encargar-
se de tratar eficazmente con el Emperador para asegurar la vida del Príncipe de la Paz, y
que fuese asistido de algunos criados suyos ó de capellanes.
» Si el gran Duque pudiera ir á librarle, ó por lo ménos darle algun consuelo, él tiene
todas sus esperanzas en el gran Duque, por ser su grande amigo. Él espera todo de S. A.
y del Emperador, á quien siempre ha sido afecto.
» Asimismo que el gran Duque consiga del Emperador que al Rey, mi esposo, á mí y
al Príncipe de la Paz se dé lo necesario para poder vivir todos tres juntos donde convenga
para nuestra salud, sin mando ni intrigas, pues nosotros no las tendrémos.
» El Emperador es generoso, es un héroe, y ha sostenido siempre á sus fieles aliados
y áun á los que son perseguidos. Nadie lo es tanto como nosotros. ¿Y por qué? Porque he-
mos sido siempre fieles á la alianza.
» De mi hijo no podemos esperar jamas sino miserias y persecuciones. Han comenza-
do á forjar y se continuará fingiendo todo lo que pueda contribuir á que el Príncipe de la
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Paz (amigo inocente y afecto al Emperador, al gran Duque y á todos los franceses) parezca
criminal á los ojos del público y del Emperador. Es necesario que no se crea nada. Los ene-
migos tienen la fuerza y todos los medios de justificar como verdadero lo que en sí es falso.
» El Rey desea, igualmente que yo, ver y hablar al gran Duque y darse por si mismo
la protesta que tiene en su poder. Los dos estamos agradecidos al envio que ha hecho de
tropas suyas y á todas las pruebas que nos da de su amistad. Debe estar S. A. I. bien per-
suadido de la que nosotros le hemos tenido siempre y conservamos ahora. Nos ponemos
en sus manos y las del Emperador, y confiamos que nos concederá lo que pedimos.
» Éstos son todos nuestros deseos cuando estamos puestos en las manos de tan gran-
de y generoso monarca y héroe.»
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go que ambos tenian. Con igual fecha lo mismo pedia Cárlos IV, aña-
diendo que se iban á Badajoz. Es de notar el contexto de dichas cartas,
» El pobre Príncipe de la Paz, que se halla encarcelado y herido por ser amigo nues-
tro, apasionado nuestro y afecto á toda la Francia, sufre todo por causa de haber deseado
el arribo de vuestras tropas y haber sido el único amigo nuestro permanente. Él hubiera
ido á ver á V. A. si hubiera tenido libertad, y ahora mismo no cesa de nombrar á V. A. y de
manifestar deseos de ver al Emperador.
» Consíganos V. A. que podamos acabar nuestros dias tranquilamente en un país con-
veniente á la salud del Rey (la cual está delicada como también la mia), y que sea esto en
compañía de nuestro único amigo, que tambien lo es de V. A.
» Mi hija será mi intérprete, si yo no logro la satisfaccion de poder conocer personal-
mente y hablar á V. A. ¿Podríais hacer esfuerzos para vernos, aunque fuera un solo ins-
tante, de noche ó como quisiérais? El comandante edecan de V. A. contará todo lo que
hemos dicho.
» Espero que V. A. conseguirá para nosotros lo que deseamos, y que perdonará las fal-
tas y olvidos que haya cometido yo en el tratamiento, pues no sé dónde estoy, y debeis creer
que no habrán sido por faltar á V. A. ni dejar de darle seguridad de toda mi amistad.
» Ruego á Dios guarde á V. A. I. muchos años. Vuestra más afecta.— LUISA.»
Carta del general Monthion al gran Duque de Berg, en Aranjuez, á 23 de Marzo de 1808.
«Conforme á las órdenes de V. A. I., vine á Aranjuez con la carta de V. A. para la Rei-
na de Etruria. Llegué á las ocho de la mañana: la Reina estaba todavia en cama: se levan-
tó inmediatamente : me hizo entrar: la entregué vuestra carta: me rogó esperar un momen-
to miéntras iba á leerla con el Rey y la Reina, sus padres media hora despues entraron to-
dos tres á la sala en que yo me hallaba.
» El Rey me dijo que daba gracias á V. A. de la parte que tomábais en sus desgracias,
tanto más grandes, cuanto era el autor de ellas un hijo suyo. El Rey me dijo «que esta revo-
lucion habia sido muy premeditada; que para ello se habla distribuido mucho dinero, y que
los principales personajes hablan sido su hijo y M. Caballero, ministro de la Justicia; que
S. M. habia sido violentado para abdicar la corona por salvar la vida de la Reina y la su-
ya, pues sabia que sin esta diligencia los dos hubieran sido asesinados aquella noche; que
la conducta del Príncipe de Astúrias era tanto más horrible, cuanto más prevenido estaba
de que conociendo el Rey los deseos que su hijo tenia de reinar, y estando S. M. próximo
á cumplir sesenta años habia convenido en ceder á su hijo la corona cuando éste se casara
con una princesa de la familia imperial de Francia, como S. M. deseaba ardientemente.»
» El Rey ha añadido que el Príncipe de Astúrias quería que su padre se retirase con
la Reina, su mujer, á Badajoz, frontera de Portugal; que el Rey le habia hecho la observa-
cion de que el clima de aquel país no le convenia, y le habia pedido permiso de escoger
otro, por lo cual el mismo rey Cárlos deseaba obtener del Emperador licencia de adquirir
un bien en Francia y de asegurar allí su existencia. La Reina me ha dicho «que habla su-
plicado á su hijo la dilacion del viaje á Badajoz; pero que no habia conseguido nada, por
lo que deberia verificarse en el próximo lúnes.»
» Al tiempo de despedirme yo de SS. MM. me dijo el Rey: «Yo he escrito al Empera-
dor poniendo mi suerte en sus manos: quise enviar mi carta por un correo; pero no es po-
sible medio más seguro que el de confiarla á vuestro cuidado.»
79
CONDE DE TORENO
» El Rey pasó entonces á su gabinete, y largo salió, trayendo en su mano la carta ad-
junta. Me la entregó y dijo estas palabras: «Mi situacion es de las más tristes; acaban de
llevarse al Príncipe de la Paz y quieren conducirlo á la muerte: no tiene otro delito que
haber sido muy afecto á mi persona toda su vida.»
» Añadió «que no habia modo de ruegos que no hubiese puesto en práctica para sal-
var la vida de su infeliz amigo; pero habia encontrado sordo á todo el mundo y dominado
del espíritu de venganza,
» Que la muerte del Príncipe de la Paz produciria la suya, pues no podría S. M. so-
brevivir á ella.» — B. DE MONTHION.»
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LIBRO SEGUNDO (1808)
se la explosion. En el instante mismo los guardias y las personas que estaban á la cabe-
za de la revolucion hicieron tirar dos fusilazos. Se ha querido persuadir que fueron tira-
dos por la guardia del Príncipe de la Paz, pero no es verdad. Al momento los guardias de
Corps, los de infantería española y los de la walona se pusieron sobre las armas, y sin re-
cibir órdenes de sus primeros jefes, convocaron todas las gentes del pueblo y las condu-
jeron adonde les acomodaba.
» El Rey y yo llamamos á mi hijo para decirle que su padre sufria grandes dolores,
por lo que no podia asomarse á la ventana, y que lo hiciese por si mismo á nombre del
Rey para tranquilizar al pueblo: me respondió con mucha firmeza que no lo haría, porque
lo mismo seria asomarse á la ventana que comenzar el fuego; y así no lo quiso hacer.
» Despues, á la mañana siguiente, le preguntamos si podria hacer cesar el tumulto y
tranquilizar los amotinados, y respondió que lo haria, pues enviaria á buscar á los segun-
dos jefes de los cuerpos de la casa real, enviando tambien algunos de sus criados con en-
cargo de decir en su nombre al pueblo y á las tropas que se tranquilizasen; que tambien
haria se volviesen á Madrid muchas personas que habian concurrido de allí para aumen-
tar la revolucion, y encargaria que no viniesen más.
» Cuando mi hijo habia dado estas órdenes, fué descubierto el Príncipe de la Paz. El
Rey envió á buscar á su hijo y le mandó salir adonde estaba el desgraciado Príncipe, que
ha sido victima por ser amigo nuestro y de los franceses, y principalmente del gran Du-
que. Mi hijo fué y mandó que no se tocase mas al Príncipe de la Paz y se le condujese al
cuartel de Guardias de Corps. Lo mandó en nombre propio, aunque lo hacia por encar-
go de su padre, y como si él mismo fuese ya rey dijo al Príncipe de la Paz: «Yo te perdo-
no la vida.»
» El Príncipe, á pesar de sus grandes heridas, le dió gracias, preguntándole si era ya
rey. Esto aludía á lo que ya se pensaba en ello, pues el Rey, el Príncipe de la Paz y yo te-
níamos la intencion de hacer la abdicacion en favor de Fernando cuando hubiéramos vis-
to al Emperador y compuesto todos los asuntos, entre los cuales el principal era el matri-
monio. Mi hijo respondió al Príncipe: «No: hasta ahora no soy rey; pero lo seré bien pron-
to.» Lo cierto es que mi hijo mandaba todo como si fuese rey, sin serlo y sin saber si lo
seria. Las órdenes que el Rey, mi esposo daba no eran obedecidas.
» Despues debia haber en el dia 19, en que se verificó la abdicacion, otro tumulto
más fuerte que el primero contra la vida del Rey, mi esposo, y la mía, lo que obligó á to-
mar la resolucion de abdicar.
» Desde el momento de la renuncia mi hijo trató á su padre con todo el desprecio
que puede tratarlo un rey, sin consideracion alguna para con sus padres. Al instante hizo
llamar á todas las personas complicadas en su causa que habían sido desleales á su pa-
dre, y hecho todo lo que pudiera ocasionarle pesadumbres. Él nos da priesa para que sal-
gamos de aquí, señalándonos la ciudad de Badajoz para residencia. Entre tanto nos de-
ja sin consideracion alguna, manifestando gran contento de ser ya rey, y de que nosotros
nos alejemos de aquí.
» En cuanto al Príncipe de la Paz, no quisiera que nadie se acordára de él. Los guar-
dias que le custodian tienen órden de no responder á nada que les pregunte, y lo han tra-
tado con la mayor inhumanidad.
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CONDE DE TORENO
otra en que se hace mencion de aquel acto como de cosa consumada; pe-
ro el haberse omitido en ella la fecha, diciendo al mismo tiempo la Rei-
na que á nada aspiraba sino á alejarse con su esposo y Godoy, todos tres
juntos, de intrigas y mando, excita contra dicha carta vehementes sos-
» Mi hijo ha hecho esta conspiracion para destronar al Rey, su padre. Nuestras vidas
hubieran estado en grande riesgo, y la del pobre Príncipe de la Paz lo está todavía.
» El Rey, mi esposo, y yo esperamos del gran Duque que hará cuanto pueda en nues-
tro favor, porque nosotros siempre hemos sido aliados fieles del Emperador, grandes ami-
gos del gran Duque, y lo mismo sucede al pobre Príncipe de la Paz. Si él pudiese hablar,
daria pruebas, y Aun en el estado en que se halla no hace otra cosa que exclamar por su
grande amigo el gran Duque.
» Nosotros pedimos al gran Duque que salve al Príncipe de la Paz, y que salvándo-
nos á nosotros, nos le dejen siempre á nuestro lado, para que podamos acabar juntos tran-
quilamente el resto de nuestros días en un clima más dulce, y retirados, sin intrigas y sin
mando, pero con honor. Esto es lo que deseamos el Rey y yo, igualmente que el Príncipe
de la Paz, el cual estaría siempre pronto á servir á mi hijo en todo. Pero mi hijo (que no
tiene carácter alguno, y mucho ménos el de la sinceridad) jamas ha querido servirse de él,
y siempre le ha declarado guerra, como al Rey, su padre, y á mi.
» Su ambicion es grande, y mira á sus padres como si no lo fuesen. ¿Qué hará pa-
ra los damas? Si el gran Duque pudiera vernos, tendríamos grande placer, y lo mismo su
amigo el Príncipe de la Paz, que sufre porque lo ha sido siempre de los franceses y del
Emperador. Esperamos todo del gran Duque, recomendándole tambien á nuestra pobre
hija María Luisa, que no es amada de su hermano. Con esta esperanza estamos próximos
á verificar nuestro viaje.— LUISA.»
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dos. La protesta apareció con la fecha de 21; mas las cartas del 22, con
otras aserciones encontradas que se notan en la correspondencia, prue-
sa cierta que seria más fácil de conservar si el Príncipe estuviese entre las manos de leo-
nes y de tigres carnívoros.
» Mi hijo estuvo ayer, despues de comer, con Infantado, con Escóiquiz, que es un clé-
rigo maligno, y con San Cárlos, que es peor que todos ellos; y esto nos hace temblar, por-
que duró la conferencia secreta desde la una y media hasta las tres y media. El gentil-
hombre que va con mi hijo Cárlos es primo de San Cárlos; tiene talento y bastante ins-
truccion, pero es un americano maligno y muy enemigo nuestro, como su primo San
Cárlos, sin embargo de que todo lo que son lo han recibido del Rey, mi marido, á instan-
cias del pobre Príncipe de la Paz, de quien ellos decian ser parientes. Todos los que van
con mi hijo Cárlos son incluidos en la misma intriga, y muy propios para hacer todo el
mal posible, y que sea reputado por verdad lo que es una grande mentira.
» Yo ruego al gran Duque que perdone mis borrones y defectos que cometo cuando
escribo frances, mediante hacer ya cincuenta y dos años que hablo español desde que vi-
ne á casar en España, á la edad de trece años y medio, motivo por el cual, aunque hablo
frances, no sé hablarlo muy bien. El gran Duque conocerá la razon que me asiste, y disi-
mulará los defectos del idioma en que yo incurra.— LUISA.»
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CONDE DE TORENO
Carta del rey Cárlos IV al gran Duque de Berg, con otra de la Reina, su esposa,
en Aranjuez, á 1.º de Abril de 1808.
«Mi señor y muy querido hermano: V. A. verá por el escrito adjunto que nosotros nos
interesamos en la vida del Príncipe de la Paz más que en la nuestra.
» Todo lo que se dice en la Gaceta extraordinaria sobre el proceso del Escorial, ha si-
do compuesto á gusto de los que lo publican, sin decir nada de la declaracion que mi hi-
jo hizo espontáneamente, la cual habrán mudado sin duda: ella está escrita por un gentil-
hombre, y firmada solamente por mi hijo. Si V. A. no hace esfuerzos para que el proceso
se suspenda hasta la venida del Emperador, temo mucho que quiten ántes la vida al Prín-
cipe de la Paz. Nosotros contamos con el afecto de V. A, para nosotros tres, fundados en la
alianza y amistad con el Emperador. Espero que V. A. me dará una respuesta consolatoria
que me tranquilice, y comunicará al Emperador esta carta mía, con expresion de que yo
descanso en su amistad y generosidad. Excusadme lo mal escrita que va esta carta, pues
los dolores que padezco son la causa. En este supuesto, mi señor y muy querido hermano,
de V. A. I. y R. soy su más afecto.— CÁRLOS.»
Carta de la Reina.
«Señor mi hermano: Yo junto mis sentimientos á los del Rey, mi marido, rogando á V.
A. la bondad de hacer lo que le pedimos ahora; y esperamos que su amistad y humani-
dad tomará á su cargo la buena causa de su íntimo y desgraciado amigo el pobre Príncipe
de la Paz, así como nuestra propia causa, que está unida á la suya, para que así cese y se
suspenda todo hasta que la generosidad y grandeza de alma sin igual del Emperador nos
salve á todos tres y haga que acabemos nuestros días tranquilamente y en reposo. No es-
pero ménos del Emperador y de V. A., que nos concederá esta gracia, pues es la única que
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deseamos. En este supuesto, ruego á Dios que tenga á V. A. en su santa y digna guarda.
Señor mi hermano de V. A. I y R. muy afecta hermana y amiga.— LUISA.»
Nota de la Reina de España para el gran Duque de Berg, remitida por medio
de la Reina de Etruria, en 1.º de abril de 1808.
«Habiendo visto la Gaceta extraordinaria, que habla solamente de haberse encontra-
do la causa del Escorial entre los papeles del pobre Príncipe de la Paz, veo que está lle-
na de mentiras. El Rey era quien guardaba la causa en la papelera de su mesa, y la con-
fió al pobre Príncipe de la Paz, para que la diera al gran Duque, con el fin de que la pre-
sentase al Emperador, de parte del Rey, mi marido. Como esta causa se halla escrita por
el Ministro de la Guerra y de Justicia, y firmada por mi hijo, éste y aquél mudarán lo que
quieran, como si fuese original y verdadero; y lo mismo sucederá en lo que quieran mu-
dar relativo á los damas comprendidos en la causa, pues todos están ahora al rededor de
mi hijo, y harán lo que éste mande y lo que quieran ellos mismos.
» Si el gran Duque no tiene la bondad y humanidad de hacer que el Emperador man-
de prontamente hacer suspender el curso de la cansa del pobre Príncipe de la Paz, ami-
go del mismo gran Duque, y del Emperador, y de los franceses, y del Rey, y mío, van sus
enemigos á hacerle cortar la cabeza en público, y despues á mi, pues lo desean tambien.
Yo temo mucho que no den tiempo para que pueda llegar la respuesta y resolucion del
Emperador; pues precipitarán la ejecucien para que cuando llegue aquélla no pueda sur-
tir efecto favorable, por estar ya decapitado el Príncipe. El Rey, mi marido, y yo no pode-
mos ver con indiferencia un atentado tan horrible contra quien ha sido íntimamente ami-
go nuestro y del gran Duque. Esta amistad, y la que ha tenido en favor del Emperador y
de los franceses, es la causa de todo lo que sufre; sobre lo cual no se debe dudar.
» Las declaraciones que mi hijo hizo en su causa no so manifiestan ahora; y caso de
que se publiquen algunas, no serán las que de véras hizo entónces. Acusan al pobre Prín-
cipe de la Paz de haber atentado contra la vida y trono de mi hijo; pero esto es falso, y só-
lo es verdad todo lo contrario. No tratan sino de acriminar el este inocente Príncipe de la
Paz, nuestro único amigo comun, para inflamar más al público y hacerle creer contra él
todas las infamias posibles.
» Despues harán lo mismo contra mí, pues tienen la voluntad preparada para ello.
Así convendrá que el gran Duque haga decir á mi hijo que se suspenda toda causa y
asunto de papeles hasta que el Emperador venga ó dé disposiciones; y tomar el gran Du-
que bajo sus órdenes la persona del pobre Príncipe de la Paz, su amigo, separando los
guardias y poniendo tropas suyas para impedir que lo maten, pues esto es lo que quie-
ren, ademas de infamarle, lo que tambien proyectan contra el Rey, mi marido, y contra
mí, diciendo que es necesario formarnos causa y hacer que despues demos cuenta de to-
das nuestras operaciones.
» Mi hijo tiene muy mal corazon; su carácter es cruel; jamas ha tenido amor á su pa-
dre ni á mí; sus consejeros son sanguinarios; no se complacen sino en hacer desdicha-
dos, sin exceptuar al padre ni á la madre. Quieren hacernos todo el mal posible, pero el
rey y yo tenemos mayor interes en salvar la vida y el honor de nuestro inocente amigo que
nuestra misma vida.
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CONDE DE TORENO
» Mi hijo es enemigo de los franceses, aunque diga lo contrario. No extrañaré que co-
meta un atentado contra ellos. El pueblo está ganado con dinero y lo inflamará contra el
Príncipe de la Paz, contra el Rey, mi marido, y contra mí, porque somos aliados de los
franceses, y dicen que nosotros les hemos hecho venir.
» A la cabeza de todos los enemigos de los franceses está mi hijo, aunque aparente
ahora lo contrario, y quiere ganar al Emperador, al gran Duque y á los franceses para dar
mejor y seguro su golpe.
» Ayer tarde dijimos nosotros al general comandante de las tropas del gran Duque
que nosotros siempre permanecemos aliados de los franceses, y que nuestras tropas es-
tarán siempre unidas con las suyas. Esto se entiende de las nuestras que tenemos aquí,
pues de las otras no podemos disponer; y áun en cuanto á éstas, ignoramos las órdenes
que mi hijo habrá dado; pero nosotros nos pondriamos á su cabeza para hacerlas obedecer
lo que queremos, que es que sean amigas de los franceses.— LUISA.»
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quiera modo que dicho general nos haya pintado su conferencia, y bien
que haya querido indicarnos que los reyes padres estaban decididos de
» Deseamos igualmente que el gran Duque envie al Emperador alguna persona que
le informe de todo á fondo, para evitar que S. M. I. pueda ser preocupado por las menti-
ras que se fraguan aquí, de dia y de noche, contra nosotros y contra el pobre Príncipe de
la Paz, cuya suerte preferimos á la misma nuestra, porque estamos temblando de las dos
pistolas que hay cargadas para quitarle la vida en caso necesario, y sin duda son efecto de
alguna órden de mi hijo, que hace conocer asi cuál sea su corazon; y deseo que no se ve-
rifique jamas un atentado semejante con ninguno, aunque fuese el mayor malvado; y vos
debeis creer que el Príncipe no lo es.
» En fin, el gran Duque y el Emperador son los únicos que pueden salvar al Prínci-
pe de la Paz, así como á nosotros, pues si no resulta salvo, y si no se nos concede su com-
pañia, morirémos el Rey, mi marido, y yo. Ambos creemos que si mi hijo perdona la vida
al Príncipe de la Paz, será cerrándolo en una prision cruel, donde tenga una muerte civil;
por lo cual rogamos al gran Duque y al Emperador que lo salve enteramente, de manera
que acabe sus días en nuestra compañia donde se disponga.
» Conviene saber que se conoce que mi hijo teme mucho al pueblo; y los guardias de
Corps son siempre sus consejeros y sus tiranos.— LUISA.»
Carta del rey Cárlos IV al gran Duque de Berg, con otra de la Reina, su esposa,
en Aranjuez, á 3 de Abril de 1808.
» Mi señor y mi querido hermano: Teniendo que pasar á Madrid D. Joaquín de Ma-
nuel de Villena, gentil hombre de cámara y muy fiel servidor mio, para negocios particu-
lares suyos, le he encargada presentarse á V. A., y asegurarle todo mi reconocimiento al
interes que V. A. toma en mi suerte y en la del Príncipe de la Paz, que está inocente. Po-
deis fiaros de hablar con D. Joaquin de Villena, porque yo aseguro su fidelidad. No ha-
blaré ya de mis dolores, y mi esposa os dará en posdata razon detallada de los asuntos.
Pudiera suceder que Villena no se atreva á entrar en casa de V. A. por no hacerse sospe-
choso. En tal caso mi hija dispondrá que recibais esta carta. Perdonadme tantas importu-
nidades, y ruego á Dios que tenga á V. A. en su santa y digna guarda. Mi señor y muy que-
rido hermano: de V. A. I. y R. afecto hermano y amigo.— CÁRLOS.»
Carta de la Reina.
«Mi señor y hermano: La partida tan pronta de mi hijo Cárlos, que será mañana, nos
hace temblar. Las personas que le acompañan son malignas. El secreto inviolable que se
les hace observar para con nosotros, nos causa grande inquietud, temiendo que sea con-
ductor de papeles falsos, contrahechos é inventados.
» El Príncipe de la Paz no hacia ni escribia nada sin que lo supiéramos y viésemos
el Rey, mi marido, y yo; y podemos asegurar que no ha cometido crimen alguno contra mi
hijo ni contra nadie, pero mucho ménos contra el gran Duque, contra el Emperador, ni
contra los franceses. Él escribió de propio puño al gran Duque y al Emperador, pidien-
do á éste un asilo y hablando de matrimonio; pero yo creo que el pícaro de Izquierdo no
la entregó y la ha devuelto. El Príncipe de la Paz estaba ya desengañado de la mala fe de
Izquierdo, y por lo ménos dudaba de su sinceridad. Los enemigos del pobre Príncipe de
la Paz, amigo de V. A., pintarán con los colores más vivos y apariencias de verdad cua-
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lesquiera mentiras. Son muy diestros para esto, y cuantos ocupan ahora los empleos son
enemigos comunes suyos: ¿No podria V. A. enviar alguno que llegase ántes que mi hi-
jo Cárlos á ver al Emperador y prevenirle de todo, contándole la verdad y las imposturas
de nuestros enemigos?
» Mi hijo tiene veinte años, sin experiencia ni conocimientos del mundo. Los que le
acompañan y todos los demas le habrán dado instracciones á su gusto. ¡Ojalá que V. A. to-
me todas las medidas necesarias para anticipar noticias al Emperador! Mi hijo hace todo
lo posible para que no veamos al Emperador; pero nosotros queremos verle, así como á V.
A., en quien hemos depositado nuestra confianza y la seguridad de todos tres, que espe-
ramos conceda el Emperador.
» En este supuesto, ruego á Dios que tenga á V. A. en su santa y digna guarda. Mi se-
ñor y hermano: de V. A. I. y R. muy afecta hermana y amiga.— LUISA.»
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» Vivid bien persuadido del grande afecto que tenemos á V. A., así como confianza y
seguridad; en cuyo supuesto ruego á Dios que tonga á V. A. en su santa y digna guarda.
Señor mi hermano: de V. A. I. y R. muy afecta hermana y amiga.— LUISA.»
NOTA. Toda esta correspondencia se halla inserta en el Monitor del 5 de febrero ele
1810, excepto el informe del general Monthion, que se insertó en el de 3 de Mayo de
1808. En el Monitor algunas de las cartas de las de la Reina de Etruria y de Cárlos IV es-
tán en italiano. Hemos tomado la traduccion de todas ellas de las Memorias de Nellerto,
tomo II, despues de haberla confrontado con las cartas originales insertas en los Monito-
res citados. Nos hemos cerciorado de la exactitud, objeto principal en la insercion de es-
tos documentos, sin habernos detenido en reparos acerca del estilo; pero no creemos in-
oportuno advertir que debe leerse con desconfianza la calificacion que se hace en algu-
nas de estas cartas del carácter y conducta de los personajes nombrados en ellas, por ser
hija del resentimiento de una señora sobrecogida, á la sazón de todo género de recelos, y
cuya vehemente imaginacion, alterada por el cúmulo de sucesos extraordinarios y adver-
sos ocurridos en aquellos memorables dias, le presentara las cosas y las personas con los
más negros colores.
(11) Protesta publicada en el Diario de Madrid de 12 de Mayo de 1808.
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(12) Don Bartolomé Muñoz de Torres, del Consejo de S. M., su secretario, escribano
de cámara más antiguo y de gobierno del Consejo.
Certifico que por el Excmo. Sr. D. Pedro Cevallos, primer secretario de Estado y del
Despacho, se ha comunicado al Illmo. Sr. Decano, gobernador interino del Consejo, la
real orden siguiente:
«Illmo. Sr.: Uno de los primeros cuidados del Rey, nuestro señor, despues de su adve-
nimiento al trono, ha sido el participar al Emperador de los franceses y Rey de Italia tan
feliz acontecimiento, asegurando al mismo tiempo á S. M. I. y R. que, animado de los mis-
mos sentenciamos que su augusto padre léjos de variar en lo más mínimo el sistema polí-
tico respecto á la Francia, procurá por todos los medios posibles estrechar más y más los
vínculos de amistad y estrecha alianza que felizmente subsisten entre la España y el impe-
rio frances S. M. me manda participarlo á V. I., para que, publicándolo en el Consejo, pro-
ceda el tribunal á consecuencia en todas las medidas que tome para restablecer la tran-
quilidad pública en Madrid y para rendir y suministrar á las tropas francesas, que están
dispuestas á entrar en esta villa, todos los auxilios que necesiten; procurando persuadir al
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pueblo que vienen como amigos y con objetos útiles al Rey de la nacion. S. M. se promete
de la sabiduria del Consejo, que, enterado de los vivos deseos que le animan de consolidar
cada dia más los estrechos vínculos que unen á S. M. con el Emperador de los franceses,
procurará el Consejo por todos los medios que estén á su alcance inspirar estos mismos
sentimientos en todas los vecinos de Madrid. Dios guarde á V. I. muchos años. Aranjuez,
20 de Marzo de 1808.— PEDRO CEVALLOS.— Señor Gobernador interino del Consejo.»
Publicada en el Consejo pleno de este dia la antecedente Real órden, se ha man-
dado guardar y cumplir; y para que llegue á noticia de todos se imprima y fije en los si-
tios públicos y acostumbrados de esta córte. Y para el efecto lo firmo en Madrid, á 21 de
Marzo de 1808.— DON BARTOLOMÉ MUÑOZ.— (Véase el Diario de Madrid del 22 de Mar-
zo de 1808.)
(13) BANDO.— Con fecha 28 del presente mes se ha comunicado al Illmo. Sr. Deca-
no del Consejo una Real órden, que, entre otras cosas, contiene lo siguiente:
«Teniendo noticia el Rey, nuestro señor, que dentro de dos y medio á tres dias lle-
gará á esta córte S. M. el Emperador de, los franceses, me manda S. M. decir á V. I. que
quiere sea recibido y tratado con todas las demostraciones de festejo y alegria que co-
rresponden á su alta dignidad é intima amistad y alianza con el Rey, nuestro señor, de la
que espera la felicidad de la nacion; mandando asimismo S. M. que la villa de Madrid
proporcione objetos agradables á S. M. I. y que contribuyan al mismo fin todas las cla-
ses del Estado.»
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(14) Mémorial de Sainte Hélène, vol, IV, pág. 246, ed. de 1823.
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nal; mas la posicion de Fernando era muy otra, siendo tan extraordina-
rio el entusiasmo en favor suyo, que un ministro hábil y entendido no de-
bia en aquel caso dirigirse por las reglas ordinarias de la fria razon, sino
contar con los esfuerzos y patriotismo de la nacion entera, la cual se hu-
biera alzado unánimemente á la voz del Rey, para defender sus derechos
contra la usurpacion extranjera; y las fuerzas de una nacion levantada
en cuerpo son tan grandes é incalculables á los ojos de un verdadero es-
tadista, como lo son las fuerzas vivas á las del mecánico. Así lo pensa-
ba el mismo Napoleon, quien en la carta á Murat del 29 de Marzo arriba
citada decia: «La revolucion de 20 de Marzo prueba que hay energía en
los españoles. Habrá que lidiar contra un pueblo nuevo, lleno de valor,
y con el entusiasmo propio de hombres á quienes no han gastado las pa-
siones políticas.....»; y más abajo: «.....Se harán levantamientos en ma-
sa, que eternizarán la guerra.....» Acertado y perspicaz juicio, que forma
pasmoso contraste con el superficial y poco atinado de Escóiquiz y sus
secuaces. Era ademas dar sobrarda importancia á un paso de puro cere-
monial para concebir la idea de que la política de un hombre como Na-
poleon en asunto de tal cuantía hubiera de moderarse ó alterarse por en-
contrar al Rey algunas leguas más ó ménos léjos; ántes bien era propio
para encender su ambicion un viaje que mostraba imprevision y extre-
mada debilidad. Se cede á veces en política á un acto de fortaleza heroi-
ca, nunca á míseros y menguados ruegos.
El Rey en su viaje fué recibido por las ciudades, villas y lugares del
tránsito con inexplicable gozo, haciendo á competencia sus moradores
las demostraciones más señaladas de la lealtad y amor que los inflama-
ban. Entró en Búrgos el 12 de Abril, sin que hubiese allí ni más léjos
noticia del Emperador frances. Deliberóse en aquella ciudad sobre el
partido que debia tomarse; de nuevo reiteró sus promesas y artificios el
general Savary, y de nuevo se determinó que prosiguiese el Rey su via-
je á Vitoria. Y hé aquí que los mismos y mal aventurados consejeros que
sin tratado alguno ni formal negociacion, y sólo por meras é indirectas
insinuaciones, habian llevado á Fernando hasta Búrgos, le llevan tam-
bien á Vitoria, y le traen de monte en valle y de valle en monte en busca
de un soberano extranjero, mendigando con desdoro su reconocimiento
y ayuda; como si uno y otro fuera necesario y decoroso á un rey que, ha-
biendo subido al sólio con universal consentimiento, afianzaba su poder
y legitimidad sobre la sólida é incontrastable base del amor y unánime
aprobacion de sus pueblos.
Llegó el Rey á Vitoria el 14. Napoleon, que habia permanecido en
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ra especie viniesen á inquietarle en su trono. Cuando el rey Cárlos me participó los suce-
sos del mes de octubre próximo pasado, me causaron el mayor sentimiento, y me lisonjeo
de haber contribuido por mis instancias al buen éxito del asunto del Escorial. V. A. no es-
tá exento de faltas: basta para prueba la carta que me escribió y que siempre he querido
olvidar. Siendo rey, sabrá cuán sagrados son los derechos del trono; cualquier paso de un
príncipe hereditario cerca de un soberano extranjero es criminal. El matrimonio de una
princesa francesa con V. A. R. le juzgo conforme á los intereses de mis pueblos, y sobre
todo como una circunstancia que me uniria con nuevos vínculos á una casa á quien no
tengo sino motivos de alabar desde que subí al trono. V. A. R. debe recelarse de las con-
secuencias de las emociones populares: se podrá cometer algun asesinato sobre mis sol-
dados esparcidos; pero no conducirán sino á la ruina de España. He visto con sentimiento
que se han hecho circular en Madrid unas cartas del capitan general de Cataluña, y que
se ha procurado exasperar los ánimos. V. A. R. conoce todo lo interior de mi corazon ob-
servará que me hallo combatido por várias ideas, que necesitan fijarse; pero puede estar
seguro de que en todo caso me conduciré con su persona del mismo modo que lo he hecho
con el Rey, su padre. Esté V. A. persuadido de mi deseo de conciliarlo todo, y de encon-
trar ocasion de darle pruebas de mi afecto y perfecta estimacion. Con lo que ruego á Dios
os tenga, hermano mío, en su santa y digna guarda. En Bayona, á 16 de Abril de 1808.—
NAPOLEÓN.»— (Véase el Manifiesto de D. Pedro Cevallos.)
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(16) El Rey, nuestro señor, haciendo el más alto aprecio de los deseos que el Empera-
dor de los franceses ha manifestado de disponer de la suerte del preso D. Manuel de Go-
doy, escribió desde luégo á S. M. I, mostrando su pronta y gustosa voluntad de complacer-
le asegurado S. M. de que el preso pasaria inmediatamente la frontera de España, y que
jamas volverla á entrar en ninguno de sus dominios.
El Emperador de los franceses ha admitido este ofrecimiento de S. M. y mandado al
gran duque de Berg que reciba el preso y le haga conducir á Francia con escolta segura.
La Junta de Gobierno, instruida de estos antecedentes y de la reiterada expresion de
la voluntad de S. M., mandó ayer al general, á cuyo cargo estaba la custodia del citado
preso, que lo entregase al oficial que destinase para su conduccion el gran Duque; dispo-
sicion que ya queda cumplida en todas sus partes. Madrid, 21 de Abril de 1808.
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(17) Oficio del general Belliard á la Junta de Gobierno (Véase la Memoria de Ofá-
rril y Azanza).
«Habiendo S. M. el Emperador y Rey manifestado á S. A. el gran Duque de Berg que
el Príncipe de Astúrias acababa de escribirle diciendo que le hacia dueño de la suerte
del Príncipe de la Paz», S. A. me encarga en consecuencia que entere á la Junta de las
intenciones del Emperador, que le reitera la órden de pedir la persona de este príncipe y
de enviarle á Francia.
» Puede ser que esta determinacion de S. A. R. el Príncipe de Astúrias no haya lle-
gado todavía á la Junta. En este caso se deja conocer que S. A. R. habrá esperado la res-
puesta del Emperador; pero la Junta comprenderá que el responder al Príncipe de Astú-
rias seria decidir una cuestion muy diferente, y ya es sabido que S. M. I. no puede reco-
nocer sino á Cárlos IV.
» Ruego, pues, á la Junta se sirva tomar esta nota en consideracion, y tener la bon-
dad de instruirme sobre este asunto, para dar cuenta á S. A. I. el gran Duque de la deter-
minacion que tomas.
» El gobierno y la nacion española sólo hallará en esta resolucion de S. M. I. nuevas
pruebas del interes que toma por la España; porque, alejando al Príncipe de la Paz, quie-
re quitar á la malevolencia los medios de creer posible que Cárlos IV volviese el poder y
su confianza al que debe haberla perdido para siempre; y por otra parte la Junta de Go-
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nozca bajo ese titulo….. declaro solemnemente que el acto de la abdicacion que firmé el
día 19 del pasado mes de Marzo es nulo en todas sus partes; y por eso quiero que hagais
conocer á todos mis pueblos que su buen rey, amante de sus vasallos, quiere consagrar lo
que le queda de vida en trabajar para hacerlos dichosos. Confirmo provisionalmente en
sus empleos de la Junta actual de gobierno los individuos que la componen, y todos los
empleos civiles y militares que han sido nombrados desde el 19 del mes de Marzo últi-
mo. Pienso en salir luégo al encuentro de mi augusto aliado, despues de lo cual trasmiti-
ré mis últimas órdenes á la Junta. San Lorenzo, á 17 de Abril de 1808.— YO EL REY.— A
la Junta superior de Gobierno.»
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(19) Illmo. Sr.: Al fólio 33 del manifiesto del Consejo se dice que se presentó un oi-
dor del de Navarra, disfrazado, que había logrado introducirse en la habitacion del Sr. D.
Fernando VII, y traia instrucciones verbales de S. M., reducidas á estrechos encargos y
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deseos de que se siguiese el sistema de amistad y armonia con los franceses. Las con-
sideraciones que debo á esa supremo tribunal por haber suprimido mi nombre y lo más
esencial de la comision sólo con el objeto de evitar que padeciese mi persona, sujeta al
tiempo de la publicacion, á la dominacion francesa, exigen mi gratitud y reconocimien-
to, y así pido á V. S. I. que se lo haga presente; pero ahora que aunque á costa de dificul-
tades y contingencias me veo en este pueblo libre de todo temor, juzgo preciso que sepa
el público mi mision en toda su extension.
«Hallábame yo en Bayona con otros ministros de los tribunales de Navarra cuando
llegó el Rey á aquella ciudad: no tardó muchas horas el Emperador de los franceses en
correr el velo que ocultaba su misteriosa conducta; hizo saber á cara descubierta á S. M.
el escandaloso é inesperado proyecto de arrancarle violentamente la corona de España;
y persuadido sin duda de que á su más pronto logro convenía estrechar al Rey por todos
medios, uno de los que primero puso en ejecucion fué la interceptacion de correos. Dia-
riamente se expedian extraordinarios; pero la garantia del derecho de las gentes no era un
sagrado que los asegurase contra las tropelias de un gobierno acostumbrado á no escru-
pulizar en la eleccion de los medios para realizar sus depravados fines: en estas circuns-
tancias creyó S. M. preciso añadir nuevos y desconocidos conductos de comunicacion con
la Junta suprema, presidida por el infante D. Antonio, y me honró con la confianza de que
fuese yo el que, pasando á esa capital, la informase verbalmente de los sucesos ocurridos
en aquellos tres primeros aciagos días. Salí á su virtud de Rayona sobre las seis de la tar-
de del 23, y llegué á esta villa por caminos y sendas extraviadas, no sin graves peligros y
trabajos, al anochecer del 29 de Abril: inmediatamente me dirigí á la Junta y anuncián-
dola la Real órden dije: «que el Emperador de los franceses queria exigir imperiosamen-
te del Rey D. Fernando VII que renunciase por si y en nombre de la familia toda de los
Borbones, el trono de España y todos sus dominios en favor del mismo Emperador y de
su dinastía, prometiéndole en recompensa el reino de Etruria; y que la comitiva que ha-
bia acompañado á S. M. hiciese igual renuncia en representacion del pueblo español; que
desentendiéndose S. M. I. y R. de la evidencia con que se demostró que ni el Rey ni la
comitiva podían ni debian en justicia accederá tal renuncia, y despreciando las amargas
quejas que se le dieron por haber sido conducido S. M. á Bayona con el engaño y perfidia
que carecen de ejemplo, tanto más execrables, cuanto que iban encubiertos con el sagra-
do titulo de amistad y utilidad reciproca, alanzadas en palabras las más decisivas y termi-
nantes, insistia en ella sin otras razones que dos pretextos indignos de pronunciarse por
un soberano que no haya perdido todo respeto á la moral de los gabinetes y aquella buena
fe que forma el vinculo de las naciones; reducidos el primero á que su política no le per-
mitia otra cosa, pues que su persona no estaba segura miéntras que alguno de los Borbo-
nes, enemigos de su casa, reinase en una nacion poderosa; y el segundo á que no era tan
estúpido que despreciase la ocasion tan favorable que se le presentaba de tener un ejér-
cito formidable dentro de España, ocupadas sus plazas y puntos principales, nada que te-
mer por la parte del Norte, y en su poder las persnaas del Rey y del señor infante D. Cár-
los; ventajas todas bien dificiles para que se las ofreciesen los tiempos venideros. Que con
la idea de procurar dila ciones y sacar de ellas el mejor partido posible se habia pasado
una nota, dirigida á que se autorizase un sujeto que explicase sus intenciones por escrito;
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seo de librar la vida á D. Antonio Oviedo, quien sin motivo habia sido
preso al cruzar de una calle, nos encontramos con que el venerable an-
ciano, rendido al cansancio de la fatigosa mañana, dormia sosegadamen-
te la siesta. Enlazados con él por relaciones de paisanaje y parentesco,
conseguimos que se le despertase, y con dificultad pudimos persuadir-
le de la verdad de lo que pasaba, respondiendo á todo que una persona
como el gran Duque de Berg no podia descaradamente faltar á su pala-
bra..... ¡Tanto repugnaba el falso proceder á su acendrada probidad! Cer-
ciorado al fin, procuró aquel digno magistrado reparar por su parte el
grave daño, dándonos tambien á nosotros en propia mano la órden pa-
ra que se pusiese en libertad á nuestro amigo. Sus laudables esfuerzos
fueron inútiles, y en balde nuestros pasos en favor de D. Antonio Ovie-
do. A duras penas, penetrando por las filas enemigas con bastante peli-
gro, de que nos salvó el hablar la lengua francesa, llegamos á la casa de
Correos, donde mandaba por los españoles el general Sesti. Le presen-
tamos la órden del Gobernador, y friamente nos contestó que para evitar
las continuadas reclamaciones de los franceses, les habia entregado to-
dos sus presos y puéstolos en sus manos; así aquel italiano al servicio de
España retribuyó á su adoptiva patria los grados y mercedes con que le
habia honrado. En dicha casa de Correos se habia juntado una comision
militar francesa con apariencias de tribunal; mas por lo comun, sin ver á
los supuestos reos, sin oirles descargo alguno ni defensa, los enviaba en
pelotones unos en pos de otros para que pereciesen en el Retiro ó en el
Prado. Muchos llegaban al lugar de su horroroso suplicio ignorantes de
su suerte; y atados de dos en dos, tirando los soldados franceses sobre
el monton, caian ó muertos ó mal heridos, pasando á enterrarlos cuan-
do todavía algunos palpitaban. Aguardaron á que pasase el dia para au-
mentar el horror de la trágica escena. Al cabo de veinte años nuestros
cabellos se erizan todavía al recordar la triste y silenciosa noche, sólo
interrumpida por los lastimeros ayes de las desgraciadas víctimas y por
el ruido de los fusilazos y del cañon que de cuando en cuando y á lo lé-
jos se oia y resonaba. Recogidos los madrileños á sus hogares, lloraban
la cruel suerte que habia cabido ó amenazaba al pariente, al deudo ó al
amigo. Nosotros nos lamentábamos de la suerte del desventurado Ovie-
do, cuya libertad no habíamos logrado conseguir, á la misma sazon que
pálido y despavorido le vimos impensadamente entrar por las puertas
de la casa en donde estábamos. Acababa de deber la vida á la generosi-
dad de un oficial frances, movido de sus ruegos y de su inocencia, expre-
sados en la lengua extraña con la persuasiva elocuencia que le daba su
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crítica situacion. Atado ya en un patio del Retiro, estando para ser arca-
buceado, le soltó, y áun no habia salido Oviedo del recinto del palacio
cuando oyó los tiros que terminaron la larga y horrorosa agonía de sus
compañeros de infortunio. Me he atrevido á entretejer con la relacion
general un hecho que, si bien particular, da una idea clara y verdadera
del modo bárbaro y cruel con que perecieron muchos españoles, entre
los cuales habia sacerdotes, ancianos y otras personas respetables. No
satisfechos los invasores con la sangre derramada por la noche, conti-
nuaron todavía en la mañana siguiente pasando por las armas á algunos
de los arrestados la víspera, para cuya ejecucion destinaron el cercado
de la casa del Príncipe-Pío. Con aquel sangriento suceso se dió corres-
pondiente remate á la empresa comenzada el 2 de Mayo, dia que cubri-
rá eternamente de baldon al caudillo del ejército frances, que friamente
mandó asesinar, atraillados, sin juicio ni defensa, á inocentes y pacíficos
individuos. Léjos estaba entónces de prever el orgulloso y arrogante Mu-
rat que años despues, cogido, sorprendido y casi atraillado tambien á la
manera de los españoles del 2 de Mayo, sería arcabuceado sin detenidas
formas y á pesar de sus reclamaciones, ofreciendo en su persona un se-
ñalado escarmiento á los que ostentan hollar impunemente los derechos
sagrados de la justicia y de la humanidad.
Difícil sería calcular ahora con puntualidad la pérdida que hubo por
ambas partes. El Consejo, interesado en disminuirla, la rebajó á unos
200 hombres del pueblo. Murat, aumentando la de los españoles redu-
jo la suya, acortándola el Monitor á unos 80 entre muertos y heridos. Las
dos relaciones debieron ser inexactas por la sazon en que se hicieron y
el diverso interes que á todos ellos movia. Segun lo que vimos, y aten-
diendo á lo que hemos consultado despues y al número de heridos que
entraron en los hospitales, creemos que aproximadamente puede com-
putarse la pérdida de unos y otros en 1.200 hombres.
Calificaron los españoles el acontecimiento del 2 de Mayo de trama
urdida por los franceses, y no faltaron algunos de éstos que se imagina-
ron haber sido una conspiracion preparada de antemano por aquéllos;
suposiciones falsas y desnudas ambas de sólido fundamento. Mas, dese-
chando los rumores de entónces, nos inclinamos sí á que Murat celebró
la ocasion que se le presentaba, y no la desaprovechó, jactándose, como
despues lo hizo, de haber humillado con un recio escarmiento la fiere-
za castellana. Bien pronto vió cuán equivocado era su precipitado juicio.
Aquel dia fué el orígen del levantamiento de España contra los france-
ses, contribuyendo á ello en gran manera el concurso de forasteros que
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pues que S. M. (el Rey padre) resistia una congregacion tan numerosa, se
convocasen todos los tribunales y diputados del reino. 3.ª Que á la vista de
aquella asamblea formalizaria su renuncia Fernando, exponiendo los mo-
tivos que le conducian á ella. 4.ª Que el rey Cárlos no llevase consigo per-
sonas que justamente se habian concitado el ódio de la nacion. 5.ª Que si
S. M. no queria reinar ni volver á España, en tal caso Fernando goberna-
ria en su real nombre, como lugarteniente suyo; no pudiendo ningun otro
ser preferido á él.» Son de notar los trámites y formalidades que querian
exigirse para hacer la nueva renuncia, siendo así que todo se habia olvi-
dado y áun atropellado en la anterior de Cárlos. Tambien es digno de par-
ticular atencion que Fernando y sus consejeros, quienes por la mayor par-
te odiaron tantos años adelante hasta el nombre de Córtes, hayan sido los
primeros que provocaron su convocacion, insinuando ser necesaria para
legitimar la nueva cesion del hijo en favor del padre la aprobacion de los
representantes de la nacion, ó por lo ménos la de una reunion numerosa,
en que estuvieran los diputados de los reinos. Así se truecan y trastornan
los pareceres de los hombres al són del propio interes y en menosprecio
de la pública utilidad.
me ligan con mis amados vasallos. Para que ni éstos, que tienen el primer derecho á mis
atenciones, queden ofendidos, ni V. M. descontento de mi obediencia, estoy pronto, aten-
didas las circunstancias en que me hallo, á hacer la renuncia de mi corona en favor de V.
M. bajo las siguientes limitaciones:
«1.ª Que V. M. vuelva á Madrid, hasta donde le acompañaré y serviré yo como su hi-
jo mas respetuoso. 2.ª Que en Madrid se reunirán las Córtes: y puesto que V. M. resiste
una congregacion tan numerosa, se convocarán al efecto todos los tribunales y diputados
de los reinos. 3.ª Que á la vista de esta Asamblea se formalizará mi renuncia, exponiendo
los motivos que me conducen á ella: éstos son el amor que tengo á mis vasallos, y el deseo
de corresponder al que me profesan, procurándoles la tranquilidad, y redimiéndoles de
los horrores de una guerra civil por medio de una renuncia dirigida á que V. M. vuelva á
empuñar el cetro y á regir unos vasallos dignos de su amor y proteccion. 4.ª Que V. M. no
llevarán consigo personas que justamente se han concitado el ódio de la nacion. 5.ª Que
si V. M., como me ha dicho, ni quiere reinar ni volver á España, en tal caso yo gobernaré
en su real nombre como lugarteniente suyo. Ningun otro puede ser preferido á mi: tengo
el llamamiento de las leyes, el voto de los pueblos, el amor de mis vasallos, y nadie puede
interesarse en su prosperidad con tanto celo ni con tanta obligacion como yo. Contraida
mi renuncia á estas limitaciones, comparecerá á los ojos de los españoles como una prue-
ba de que prefiero el interes de su conservacion á la gloria de mandarlos, y la Europa me
juzgará digno de mandar á unos pueblos á cuya tranquilidad he sabido sacrificar cuanto
hay de más lisonjero y seductor entre los hombres. Dios guarde la importante vida de V.
M. muchos y felices años, que le pide, postrado á L. R. P. de V. M. su más amante y ren-
dido hijo.— FERNANDO.— Pedro Cevallos.— Bayona, l.º de Mayo de 1808. (Véase la Ex-
posicion o Manifiesto de D. Pedro Cevallos, núm. 7.)
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periencia que os acompañan.» Tal fué la invariable aversion con que Bo-
naparte miró siempre las asambleas populares, siendo así que sin ellas
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» Vuestra conducta conmigo, vuestras cartas interceptadas, han puesto una barrera
de bronce entro vos y el trono de España; y no es de vuestro interes ni de la patria el que
pretendais reinar. Guardaos de encender un fuego que causaria inevitablemente vuestra
ruina completa y la desgracia de España.
» Yo soy rey por el derecho de mis padres; mi abdicacion es el resultado de la fuer-
za y de la violencia; no tengo pues nada que recibir de vos, ni ménos puedo consentir á
ninguna reunion en junta: nueva necia sugestion de los hombres sin experiencia que os
acompañan.
» He reinado para la felicidad de mis vasallos, y no quiero dejarles la guerra civil,
los motines, las juntas populares y la revolucion. Todo debe hacerse para el pueblo, y na-
da por él; olvidar esta máxima es hacerse cómplice de todos los delitos que le son consi-
guientes. Me he sacrificado toda mi vida por mis pueblos; y en la edad á que he llegado
no haré nada que esté en oposicion con su religion, su tranquilidad y su dicha. He reina-
do para ellos: olvidaré todos mis sacrificios; y cuando en fin, esté seguro que la religion de
España, la integridad de sus provincias, sin independencia y sus privilegios serán con-
servados, bajaré al sepulcro perdonándoos la amargura de mis últimos años.
» Dado en Bayona, en el palacio imperial llamado del Gobierno, á 2 de Mayo
de1808.— CÁRLOS».— (Cevallos, núm. 8.)
(23) Carta de Fernando VII á su padre, en respuesta d la anterior.
«Señor: Mi venerado padre y señor: He recibido la carta que V. M. se ha dignado es-
cribirme con fecha de ántes de ayer, y trataré de responder á todos los puntos que abraza
con la moderacion y respeto debido á V. M.
» Trata V. M., en primer lugar, de sincerar su conducta con respecto á la Francia des-
de la paz de Basilea, y en verdad que no creo haya habido en España quien se haya que-
jado de ella; ántes bien todos unánimes han alabado á V. M. por en constancia y fidelidad
en los principios que habia adoptado. Los mios, en este particular, son enteramente idén-
ticos á los de V. M., y he dado pruebas irrefragables de ello desde el momento en que V.
M. abdicó en mí la corona.
» La causa del Escorial, que V. M. da á entender tuvo por origen el ódio que mi mujer
me habia inspirado contra la Francia, contra los ministros de V. M., contra mi amada ma-
dre y contra V. M. mismo, si se hubiese seguido por todos los trámites legales, habría pro-
bado evidentemente lo contrario; y no obstante que yo no tenía la menor influencia ni más
libertad que la aparente, en que estaba guardado á vista por los criados que V. M. quiso
ponerme, los once consejeros elegidos por V. M. fueron unánimemente de parecer que no
habia motivo de acusacion, y que los supuestos reos eran inocentes.
» V. M. habla de la desconfianza que le causaba la entrada de tantas tropas extran-
jeras en España, y de que si V. M. había llamado las que tenía en Portugal, y reunido en
Aranjuez y sus cercanías las que habia en Madrid, no era para abandonar á sus vasallos,
sino para sostener la gloria del trono. Permítame V. M. le haga presente que no debia sor-
prenderle la entrada de unas tropas amigas y aliadas, y que bajo este concepto debian
inspirar una total confianza. Permítame V. M. observarle igualmente que las órdenes co-
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municadas por V. M. fueron para su viaje y el de su real familia á Sevilla; que las tropas
las tenian para mantener libre aquel camino, y que no hubo una sola persona que no estu-
viese persuadida de que el fin de quien lo dirigía todo era transportar á V. M. y real fami-
lia á América. V. M. publicó un decreto para aquietar el ánimo de sus vasallos sobre este
particular; pero como seguian embargados los carruajes y apostados los tiros, y se veian
todas las disposiciones de un próximo viaje á la costa de Andalucía, la desesperacion se
apoderó de los ánimos, y resultó el movimiento de Aranjuez. La parte que yo tuve en él,
V. M. sabe que no fué otra que ir, por su mandado, á salvar del furor del pueblo al objeto
de su ódio, porque le creia autor del viaje.
» Pregunte V. M. al Emperador de los franceses, y S. M. I. le dirá sin duda lo mismo
que me dijo á mí en una carta que me escribió á Vitoria, á saber: que, el objeto del viaje
de S. M. I. á Madrid era inducir á V. M. á algunas reformas y á que separase de su lado al
Príncipe de la Paz, cuya influencia era la causa de todos los males.
» El entusiasmo que su arresto produjo en toda la nacion es una prueba evidente de
lo mismo que dijo el Emperador. Por lo demas, V. M. es buen testigo de que en medio de
la fermentacion de Aranjuez no se oyó una sola palabra contra V. M. ni contra persona al-
guna de su real familia; ántes bien aplaudieron á V. M. con mayores demostraciones de
júbilo y de fidelidad hácia su augusta persona; así es que la abdicacion de la corona, que
V. M. hizo en mi favor, sorprendió á todos y á mí mismo, porque nadie la esperaba ni la
habia solicitado. V. M, comunicó su abdicacion á todos sus ministros, dándome á reco-
nocer á ellos por su rey y señor natural; la comunicó verbalmente al cuerpo diplomático
que residia cerca de su persona, manifestándole que su determinacion procedia de su es-
pontánea voluntad y que la tenía tomada de antemano. Esto mismo lo dijo V. M. á su muy
amado hermano el infante D. Antonio, añadiéndole que la firma que V. M. habia puesto al
decreto de abdicacion era la que habia hecho con más satisfaccion en su vida, y última-
mente me dijo V. M. á mi mismo tres dias despues que no creyese que la abdicacion habia
sido involuntaria, como alguno decia, pues habia sido totalmente libre y espontánea.
» Mi supuesto ódio contra la Francia, tan léjos de aparecer por ningun lado, resulta-
rá de los hechos que voy á recorrer rápidamente todo lo contrario.
» Apanas abdicó V. M. la corona en mi favor, dirigí várias cartas desde Aranjuez al
Emperador de los franceses, las cuales son otras tantas protestas de que mis principios
con respecto á las relaciones de amistad y estrecha alianza que felizmente subsistian en-
tre ambos estados eran los mismas que V. M. me habia inspirado y habia observado invio-
lablemente. Mi viaje á Madrid fué otra de las mayores pruebas que pude dar á S. M. I. de
la confianza ilimitada que me inspiraba, puesto que habiendo entrando el príncipe Mu-
rat el dia anterior en Madrid con una gran parte de su ejército y estando la villa sin guar-
nicion, fué lo mismo que entregarme en sus manos. A los dos días de mi residencia en
la córte se me dió cuenta de la correspondencia particular de V. M. con el Emperador, y
hallé que V. M. le habia pedido recientemente una princesa de su familia para enlazar-
la conmigo y asegurar más de este modo la union y estrecha alianza que reinaba entre los
dos estados. Conforme enteramente con los principios y con la voluntad de V. M., escribí
una carta al Emperador, pidiéndole la princesa por esposa.
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En este estado andaban las pláticas sobre tan grave negocio, cuando
el 5 de Mayo se recibió en Bayona la noticia de lo acaecido en Madrid
el dia 2; pasó Napoleon inmediatamente á participárselo á los reyes pa-
dres, y despues de haber tenido con ellos una muy larga conferencia, se
llamó á Fernando para que tambien concurriese á ella. Eran las cinco de
la tarde; todos estaban sentados, excepto el Príncipe. Su padre le reiteró
las anteriores acusaciones; le baldonó acerbamente; le achacó el levan-
tamiento del 2 de Mayo; las muertes que se habian seguido; y llamán-
dole pérfido y traidor, le intimó por segunda vez que si no renunciaba la
corona, sería sin dilacion declarado usurpador, y él y toda su casa cons-
piradores contra la vida de sus soberanos. Fernando, atemorizado (24),
abdicó el 6 pura y sencillamente en favor de su padre, y en los términos
que éste le había indicado. No habia aguardado Cárlos á la renuncia del
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hijo para concluir con Napoleon un tratado, por el que le cedia la coro-
na, sin otra especial restriccion que la de la integridad de la monarquía
y la conservacion de la religion católica, excluyendo cualquiera otra. El
tratado (25) fué firmado en 5 de Mayo por el mariscal Duroc y el Prínci-
pe de la Paz, plenipotenciarios nombrados al efecto; con cuya vergonzo-
sa negociacion dió el valido español cumplido remate á su pública y la-
mentable carrera. Ingrato y desconocido, puso su firma en un tratado, en
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Art. 4.° El palacio imperial de Compiegne, con los cotos y bosques de su dependen-
cia, quedan á la disposicion del rey Cárlos miéntras viviere.
Art. 5.º S. M. el Emperador da y afianza á S. M. el rey Cárlos una lista civil de
30.000.000 de reales, que S. M. el emperador Napoleon le hará pagar directamente todos
los meses por el tesoro de la Corona.
A la muerte del rey Cárlos, 2.000.000 de renta formarán la viudedad de la Reina.
Art. 6.º El emperador Napoleon se obliga á conceder á todos los infantes de España
una renta anual de 400.000 francos, para gozar de ella perpétuamente, así ellos como sus
descendientes, y en caso de extinguirse una rama, recaerá dicha renta en la existente á
quien corresponda, segun las leyes civiles.
Art. 7° S. M. el Emperador hará con el futuro Rey de España el convenio que tenga
por acertado para el pago de la lista civil y rentas comprendidas en los articulos antece-
dentes; pero S. M. el rey Cárlos no se entenderá directamente para este objeto sino con
el tesoro de Francia.
Art. 8.º S. M, el emperador Napoleón da en cambio á S. M. el rey Cárlos el sitio de
Chambord, con los cotos, bosques y haciendas de que se compone, para gozar de él en to-
da propiedad y disponer de él como le parezca.
Art. 9.º En consecuencia, S. M. el rey Cárlos renuncia en favor de S. M. el emperador
Napoleon todos los bienes alodiales y particulares no pertenecientes á la corona de Espa-
ña, de su propiedad privada en aquel reino.
Los infantes de España seguirán gozando de las rentas de las encomiendas que tu-
vieren en España.
Art. 10. El presente convenio será ratificado, y las ratificaciones se cangearán dentro
de ocho dias ó lo más pronto posible.
Fecho en Bayona, á 5 de Mayo de 1808.— EL PRÍNCIPE DE LA PAZ.— DUROC.
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(26) Copia del tratado entre el Príncipe de Astúrias y el Emperador de los franceses.
S. M. el Emperador de los franceses, etc., y S. A. R. el Príncipe de Astúrias, teniendo
varios puntos que arreglar, han nombrado por sus plenipotenciarios, á saber:
S. M. el Emperador al señor general de division Duroc, gran mariscal de palacio, y S.
A. el Príncipe á D. Juan Escóiquiz, consejero de Estado de S. M. C., caballero gran cruz
de Cárlos III.
Los cuales, despues de cangeados sus plenos poderes, se han convenido en los artí-
culos siguientes:
Artículo 1.º S. A. R. el Príncipe de Astúrias adhiere á la cesion hecha por el rey Cár-
los de sus derechos al trono de España y de las Indias en favor de S. M. el Emperador de
los franceses, etc., y renuncia, en cuanto sea menester, á los derechos que tiene, como
príncipe de Astúrias, á dicha corona.
Art. 2.º S. M. el Emperador concede en Francia á S. A. el Príncipe de Astúrias el tí-
tulo de A. R., con todos los honores y prerrogativas de que gozan los príncipes de su ran-
go. Los descendientes de S. A. R. el Príncipe de Astúrias conservarán el título de prín-
cipe y el de A. S., y tendrán siempre en Francia el mismo rango que los príncipes digna-
tarios del imperio.
Art. 3.º S. M. el Emperador cede y otorga por las presentes en toda propiedad á S. A.
R. y sus descendientes los palacios, cotos, haciendas de Navarre y bosques de su depen-
dencia hasta la concurrencia de 50.00 arpens, libres de toda hipoteca, para gozar de ellos
en plena propiedad desde la fecha del presente tratado.
Art. 4.º Dicha propiedad pasará á los hijos y herederos de S. A. R. el Príncipe de As-
túrias; en defecto de éstos, á los del infante don Cárlos, y así progresivamente hasta extin-
guirse la rama. Se expedirán letras patentes y privadas del Monarca al heredero en quien
dicha propiedad viniese á recaer.
Art. 5.º S. M. el Emperador concede á S. A. R. 400.000 francos de renta sobre el teso-
ro de Francia, pagados por dozavas partes mensualmente, para gozar de ella y transmitir-
la á sus herederos en la misma forma que las propiedades expresadas en el art. 4.º
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cual verificaron don Antonio y D. Cárlos por medio de una proclama que
en union con Fernando dieron en Burdeos (27) el 12 del mismo Mayo. El
infante D. Francisco no firmó ninguno de aquellos actos, ya fuera preci-
pitacion, ó ya por considerarle en su minoridad.
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En este estado de cosas, considerando SS. AA. la situacion en que se hallan, las crí-
ticas circunstancias en que se ve la España, y que en ellas todo esfuerzo de sus habitan-
tes en favor de sus derechos parece seria, no sólo inútil, sino funesto, y que sólo serviria
para derramar rios de sangre, asegurar la pérdida cuando menos de una gran parte de sus
provincias y las de todas sus colonias ultramarinas; haciéndose cargo tambien de que se-
rá un remedio eficacísimo para evitar estos males el adherir cada uno de SS. AA. de por
sí en cuanto esté de su parte á la cesion de sus derechos á aquel trono, hecha ya por el
Rey, su padre; reflexionando igualmente que el expresado Emperador de los franceses se
obliga en este supuesto á conservar la absoluta independencia y la integridad de la mo-
narquía española, como de todas sus colonias ultramarinas, sin reservarse ni desmembrar
la menor parte de sus dominios; á mantener la unidad de la religion católica, las propie-
dades, las leyes y usos, lo que asegura para muchos tiempos y de un modo incontrastable
el poder y la prosperidad de la nacion española; creen SS. AA. darla la mayor muestra de
su generosidad, del amor que la profesan, y del agradecimiento con que corresponden al
afecto que la han debido, sacrificando en cuanto está de su parte sus intereses propios y
personales en beneficio suyo, y adhiriendo para esto, como han adherido por un convenio
particular, á la cesion de sus derechos al trono, absolviendo á los españoles de sus obli-
gaciones en esta parte, y exhortándoles, como lo hacen, á que miren por los intereses co-
munes de la patria, manteniéndose tranquilos, esperando su felicidad de las sábias dispo-
siciones del emperador Napoleon, y que, prontos á conformarse con ellas, crean que da-
rán á su príncipe y á ambos infantes el mayor testimonio de su lealtad, así como SS. AA.
se lo dan de su paternal cariño, cediendo todos sus derechos, y olvidando sus propios in-
tereses por hacerla dichosa, que es el único objeto de sus deseos.— Burdeos, 12 de Ma-
yo de 1808.
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to una proclama del mismo Carlos á la nacion, que concluia con la notable
cláusula de que «no habria prosperidad ni salvacion para los españoles si-
no en la amistad del grande Emperador, su aliado.» Bien que la resolucion
del Rey padre viniese en apoyo de la prematura determinacion de la Jun-
ta, en realidad no hubiera debido á los ojos de este Cuerpo tener autoridad
alguna: la de dicha Junta, delegada por Fernando VII, sólo á las órdenes
del último tenía que obedecer. Sin embargo, en el dia 8 acordó su cumpli-
miento, y solamente suspendió la publicacion, creyendo con ese medio y
equívoco proceder salir de su compromiso. Finalmente, le libró de él y de
su angustiada posicion la noticia de haber devuelto Fernando la corona á
su padre, recibiendo un decreto (29) del mismo para que se sometiese á
las órdenes del antiguo Monarca.
Hasta el dia en que Murat se apoderó de la presidencia, hubiera po-
dido atribuirse la debilidad de la Junta a circunspeccion, su imprevision
á prudencia excesiva y su indolencia á falta de facultades ó á temor de
comprometer la persona del Rey. Mas ahora habia mudado el aspecto de
(29) «En este dia he entregado á mi amado padre una carta concebida en los térmi-
nos siguientes:
«Mi venerado padre y señor: Para dar á V. M. una prueba de mi amor, de mi obedien-
cia y de mi sumision, y para acceder á los deseos que V. M. me ha manifestado reitera-
das veces, renuncio mi corona en favor de V. M., deseando que pueda gozarla muchos
años. Recomiendo á V. M. las personas que me han servido desde el 19 de Marzo: confio
en las seguridades que V. M. me ha dado sobre este particular. Dios guarde á V. M. mu-
chos años.— Bayona, 6 de Mayo de 1808.— Señor: á L. R. P. de V. M., su más humilde
hijo.— FERNANDO.»
En virtud de esta renuncia de mi corona que he hecho en favor de mi amado padre,
revoco los porderes que habia otorgado á la Junta de Gobierno antes de mi salida de Ma-
drid para el despacho de los negocios graves y urgentes que pudiesen ocurrir durante mi
ausencia, la Junta obedecerá las órdenes y mandatos de nuestro muy amado padre y so-
berano, y las hará ejecutar en los reinos.
Debo, ántes de concluir, dar gracias á los individuos de la Junta, á las autoridades
constituidas y á toda la nacion por los servicios que me han prestado, y recomendarles
se reunan de todo corazon á mi padre amado y al Emperador, cuyo poder y amistan pue-
den, más que otra cosa alguna, conservar el primer bien de las Españas, á saber: su inde-
pendencia y la integridad de su territorio. Recomiendo asimismo que no os dejeis sedu-
cir por las asechanzas de nuestros eternos enemigos, de vivir unidos entre vosotros y con
nuestros aliados, y de evitar la efusion de sangre y las desgracias, que sin esto serian el
resultado de las circunstancias actuales, si os dejáseis arrastrar por el espíritu de aluci-
namiento y desunion.
Tendráse entendido en la Junta para los efectos convenientes y se comunicará á
quien corresponda. En Bayoná, á 6 de Mayo de 1808.— FERNANDO.» (Véase, Ofárril y
Azanza, pág. 63.)
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bia seguido la voluntad de los españoles más bien que la suya propia.
El Consejo, empezando desde entónces aquel sistema medio y artificio-
so que le guió despues, más propio de un subalterno de la curia que de
un cuerpo custodio de las leyes, se avino muy bien con lo que se le pro-
puso, imaginando así poner en cobro hasta cierto punto su comprome-
tida existencia, ya que se afirmase la dominacion de Napoleon, ya que
fuese destruida. Conducta no atinada en tiempos de grandes tribulacio-
nes y vaivenes, y con la que perdió su crédito é influjo entre nacionales
y extranjeros. Escribió tambien el mismo Consejo una carta al Empera-
dor, y á ruego de Murat, nombró para presentarla en Bayona á los minis-
tros D. José Colon y D. Manuel de Lardizábal. La Junta suprema y la vi-
lla de Madrid practicaron por su parte iguales diligencias, pidiendo que
José Bonaparte fuese escogido para rey de España.
No satisfecho Napoleon con las cesiones de los príncipes ni con la
sumision y peticion de las supremas autoridades, pensó en congregar
una diputacion de españoles, que, con simulacro de Córtes, diesen en
Bayona una especie de aprobacion nacional á todo lo anteriormente ac-
tuado. Ya dijimos que á mediados de Abril habia intentado Murat lle-
var á efecto aquel pensamiento; mas hasta ahora, en Mayo, no se puso
en perfecta y cumplida ejecucion. La convocatoria (30) se dió á luz en la
Gaceta de Madrid de 24 del mismo mes, con la singularidad de no llevar
fecha. Estaba extendida á nombre del gran Duque de Berg y de la Jun-
(30) El Sermo. Sr. gran duque de Berg, lugarteniente general del reino, y la Junta su-
prema de Gobierno se han enterado de que los deseos de S. M. I. y R. el Emperador de los
franceses son de que en Bayona se junte una diputacion general de ciento cincuenta per-
sonas, que deberán hallarse en aquella ciudad el dia 15 del próximo mes de Junio, com-
puesta del clero, nobleza y estado general, para tratar alli de la felicidad de toda España,
proponiendo todos los males que el anterior sistema le han ocasionado, y las reformas y
remedios más convenientes para destruirlos en toda la nacion y en cada provincia en par-
ticular. A su consecuencia, para que se verifique á la mayor brevedad el cumplimiento de
la voluntad de S. M. I. y R., ha nombrado la Junta desde luégo algunos sujetos que se ex-
presarán, reservando á algunas corporaciones, á las ciudades de voto en Córtes y otras,
el nombramiento de los que aquí se señalan, dándoles la forma de ejecutarlo, para evitar
dudas y dilaciones, del modo siguiente:
1.º Que si en algunas ciudades y pueblos de voto en Córtes hubiese turno para la elec-
cion de diputados, elijan ahora las que lo están actualmente para la primera eleccion.
2.º Que si otras ciudades ó pueblos de voto en Córtes tuviesen derecho de votar para
componer un voto, ya sea entrando en concepto de media, tercera ó cuarta voz, ó de otro
cualquiera modo, elija cada ayuntamiento un sujeto y remita á su nombre á la ciudad ó
pueblo donde se acostumbre á sortear el que ha de ser nombrado.
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3.º Que los ayuntamientos de dichas ciudades y pueblos de voto en Córtes, así para
esta eleccion como para la que se dirá, puedan nombrar sujetos, no sólo de la clase de ca-
balleros nobles, sino tambien del estado general, segun en los que hallaren más luces, ex-
periencia, celo, patriotismo, instruccion y confianza, sin detenerse en que sean ó no regi-
dores, que estén ausentes del pueblo, que sean militares ó de cualquiera otra profesion.
4.º Que los ayuntamientos á quienes corresponda por estatuto elegir ó nombrar de la
clase de caballeros, puedan elegir en la misma forma grandes de España y títulos de Cas-
tilla.
5.º Que á todos los que sean elegidos se les señale por sus respectivos ayuntamien-
tos las dietas acostumbradas ó que estimen correspondientes, que se pagarán de los fon-
dos públicos que hubiere mas á mano.
6.º Que de todo el estado eclesiástico deben ser nombrados dos arzobispos, seis obis-
pos, diez y seis canónigos ó dignidades dos de cada una de las ocho metropolitanas que
deberán ser elegidos por sus cabildos canónicamente, y veinte curas párrocos del arzobis-
pado de Toledo y obispados que se referirán.
7.º Que vayan igualmente seis generales de las órdenes religiosas.
8.º Que se nombren diez grandes de España, y entre ellos se comprendan los que ya
están en Bayona ó han salido para aquella ciudad.
9.º Que sea igual el número de los títulos de Castilla y el mismo el de la clase de ca-
balleros, siendo estos últimos elegidos por las ciudades que se dirán.
10. Que por el reino de Navarra se nombren dos sujetos, cuya eleccion hará su di-
putacion.
11. Que la diputacion de Vizcaya nombre uno, la de Guipúzcoa otro, haciendo lo mis-
mo el diputado de la provincia de Alava con los consiliarios, y oyendo á su asesor.
12. Que si la isla de Mallorca tuviese diputado en la Península, vaya éste; y si no,
el sujeto que, hubiese más á propósito de ella, y se ha nombrado á D. Cristóbal Clade-
ra y Company.
13. Que se ejecute lo mismo por lo tocante á las islas Canarias; y si no hay aquí dipu-
tados, se nombra á D. Estanislao Lugo, ministro honorario del Consejo de las Indias, que
es natural de dichas islas, y tambien á D. Antonio Saviñon.
14. Que la diputacion del principado de Astúrias nombre asimismo un sujeto de las
propias circunstancias.
15. Que el Consejo de Castilla nombre cuatro ministros de él, dos el de las Indias,
dos el de Guerra, el uno militar y el otro togado, uno el de Ordenes, otro el de Hacienda
y otro el de la Inquisicion, siendo los nombrados ya por el de Castilla D. Sebastian de To-
rres y D. Ignacio Martinez de Villela, que se hallan en Bayona, y D. José Colon y D. Ma-
nuel de Lardizábal, asistiendo con ellos el alcalde de casa y córte D. Luis Marcelino Pe-
reira, que está igualmente en aquella ciudad, y los demas, los que elijan á pluralidad de
votos los mencionados Consejos.
16. Que por lo tocante á la Marina concurran el bailío D. Antonio Valdés y el tenien-
te general D. José Mazarredo; y por lo respectivo al ejército de tierra el teniente general
D. Domingo Cerviño, el mariscal de campo D. Luis Idiaquez, el brigadier D. Andres de
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truirlos, la Junta suprema habia nombrado varios sujetos que allí se ex-
presaban, reservando á algunas corporaciones, á las ciudades de voto en
Córtes y otras sus respectivas elecciones. Segun el decreto, debian tam-
bien asistir grandes, títulos, obispos, generales de las órdenes religiosas,
individuos del comercio, de las universidades, de la milicia, de la mari-
na, de los Consejos y de la Inquisicion misma. Se escogieron igualmen-
te seis individuos que representasen la América. Azanza, que en 23 de
Mayo habia ido á Bayona para dar cuenta al Emperador del estado de
la Hacienda de España, se quedó, por órden suya, á presidir la Junta ó
Diputacion general, próxima á reunirse. Más adelante examinarémos la
índole y los trabajos de esta Junta, y hablarémos del solemne reconoci-
miento que ella y los españoles allí presentes hicieron del intruso José.
Murat, luégo que estuvo al frente del gobierno de España, recelan-
do, en vista del general desasosiego, que hubiese sublevaciones más ó
ménos parciales, adoptó varios medios para prevenirlas. Agregó á la di-
vision ó cuerpo de Dupont dos regimientos suizos españoles, y puso á la
disposicion del mariscal Moncey cuatro batallones de guardias españo-
las y walonas y los guardias de Corps. Pasó órdenes para enviar 3.000
hombres de Galicia á Buenos-Aires, y en 19 de Mayo dió el mando de la
escuadra de Mahon al general Salcedo, con encargo de hacerse á la vela
cuidarán de darles y remitirles las ideas más exactas del estado de la España, de sus ma-
les y de los modos y medios de remediarlos, con las observaciones correspondientes, no
sólo á lo general del reino, sino tambien á lo que exijan las particulares circunstancias de
las provincias, exhortando V. á todos los miembros de ese cuerpo y á los españoles celo-
sos de esa ciudad, partido ó pueblo á que instruyan con sus luces y experiencia al que va-
ya de diputado á Bayona, entregándole ó dirigiéndole igualmente las noticias y reflexio-
nes que consideren útiles al intento.
Todo lo cual participo á V., de órden de S. A. y de la Junta, para su inteligencia y pun-
tual cumplimiento en la parte que le toca; en el supuesto de que todos los sujetos que han
de componer la referida diputacion se han de hallar en Bayona el expresado 15 de Junio
próximo, como se ha dicho; y de que así por V. como por todos los demas se ha de avisar
por mi mano á S. A. y á la Junta de los sujetos qué se hayan nombrado.
Dios guarde á V. muchos años. Madrid, de Mayo de 1808.
NOTA. Despues de impresa esta carta se ha excusado el Marqués de Cilleruelo, y en
su lugar ha nombrado S. A. al Conde de Castañeda.
Tambien se ha admitido la excusa del general de Carmelitas descalzos, y se ha nom-
brado en su lugar al de San Juan de Dios.
Ademas el mismo gran Duque, con acuerdo de la Junta, ha nombrado seis sujetos na-
turales de 1as dos Américas, en esta, forma: al Marqués de San Felipe y Santiago, por la
Habana á D. José del Moral, por Nueva-España; á D. Tadeo Bravo y Rivero, por el Perú,
á D. Leon Altolaguire, por Buenos-Aires; á D. Francisco Cea, por Guatemala, y á D. Igna-
cio Sanchez de Tejada, por Santa Fe.
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(1) Las relaciones de los levantamientos de las provincias están tomadas: 1.º De las
Gacetas, proclamas y papeles de oficio publicados entónces. 2.º De las relaciones particu-
lares manuscritas dadas por las personas que compusieron las juntas ó tomaron parte en
la insurreccion ó fueron testigos de los acontecimientos.
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llaron allí firme apoyo en varios de los vocales. Don José del Busto, juez
primero de la ciudad, y en secreto de inteligencia con los amotinados,
arengó en favor de su noble resolucion; sostuviéronle el conde Marcel
de Peñalva y el de Toreno (padre del autor de esta historia), y sin excep-
cion acordaron sus miembros desobedecer las órdenes de Murat, y to-
mar medidas correspondientes á su atrevida determinacion. La Audien-
cia en tanto, desamada del pueblo, ya por estar formando causa á los que
habian apedreado la casa del cónsul frances, y ya tambien porque, com-
puesta en su mayor parte de agraciados y partidarios del gobierno de Go-
doy, miraba al soslayo unos movimientos que al cabo habian de redun-
dar en daño suyo, procuró por todos medios apaciguar aquella primera
conmocion, influyendo con particulares y con militares y estudiantes, y
dando sigilosamente cuenta á la Superioridad de lo acaecido. Consiguió
tambien que en la Junta el diputado por Oviedo, D. Francisco Velasco,
apoyado por el de Grado, D. Ignacio Florez, discurriese largamente en el
dia 13 acerca de los peligros á que se exponía la provincia por los incon-
siderados acuerdos del 9, y no ménos la misma Junta, habiéndose exce-
dido de sus facultades. El Velasco, gozando de concepto por su práctica
y conocida experiencia, alcanzó que se suspendiese la ejecucion de las
medidas resueltas, y sólo el Marqués de Santa Cruz de Marcenado, que
presidia, se opuso con fortaleza admirable, diciendo que «protestaba so-
lemnemente, y que en cualquiera punto en que se levantase un hombre
contra Napoleon, tomaria un fusil y se pondria á su lado.» Palabras tanto
más memorables, cuanto que salian de la boca de un hombre que raya-
ba en los sesenta años, propietario rico y acaudalado, y de las más ilus-
tres familias de aquel país; digno nieto del célebre marqués del mismo
nombre, distinguido escritor militar y hábil diplomático, que en el pri-
mer tercio del siglo último, arrastrado de su pundonor, habia perecido
gloriosa pero desgraciadamente en los campos de Oran.
Noticiosos Murat y la Junta suprema de Madrid de lo que pasaba en
Astúrias, procuraron con diligencia apagar aquella centella, llenos del
recelo de que, saltando á otros puntos, acabase por excitar una general
conflagracion. Dieron, por tanto, órdenes duras á la Audiencia, y envia-
ron en comision al Conde del Pinar, magistrado conocido por su cruel
severidad, y á D. Juan Meléndez Valdés, más propio para cantar con
acordada lira los triunfos de quien venciese que para acallar los ruidos
populares. Se mandó al propio tiempo al apocado D. Crisóstomo de la
Llave , comandante general de la costa cantábrica, que pasase á Oviedo
para tomar el mando de la provincia, disponiendo que concurriese allí á
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(2) Este oficio está sacado de la correspondencia manuscrita que tenemos en nuestro
poder, y que fué entónces seguida por los diputados con el gobierno de S. M. B. Tambien
lo insertaron las Gacetas de aquel tiempo.
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pañola que se muestren animadas del mismo espíritu que los habitan-
tes de Astúrias.»
Siguióse á esta declaracion el envío á aquella provincia de víveres,
municiones, armas y vestuarios en abundancia; no fué al principio di-
nero, por no haber los diputados creídolo necesario. Fueron nombrados
para que pasasen á Astúrias dos oficiales y el mayor general sir Tomas
Dyer, quien desde entónces fué el protector constante y desinteresado
de los desgraciados patriotas españoles.
Era á la sazon primer lord de la Tesorería el Duque de Portland, y
los nombres, tan conocidos despues, de Castlereagh, Liverpool y Can-
ning entraban á formar parte de su ministerio. Tenian por norma de su
política las reglas que habian guiado á Mr. Piet, con quien habian esta-
do estrechamente unidos. Pero en cuanto á la causa española, todos los
partidos concurrieron en la misma opinion, sin que hubiese la menor di-
ferencia ni disenso. Claramente apareció esta conformidad en la discu-
sion parlamentaria del 15 de Junio en la Cámara de los Comunes. Mr.
Sheridan, uno de los corifeos de la oposicion, célebre como literato y cé-
lebre como orador, decia en aquella sesion (3): «¿El denodado ánimo de
los españoles no tomará mayor aliento cuando sepa que su causa no só-
lo ha sido abrazada por los ministros aisladamente, sino tambien por el
Parlamento y el pueblo de Inglaterra? Si hay en España una predisposi-
cion para sentir los insultos y agravios que sus habitantes han recibido
del tirano de la tierra, y que son sobrado enormes para poder expresar-
los con palabras, ¿aquella predisposicion no se elevará al más sublime
punto con la certeza de que sus esfuerzos han de ser cordialmente sos-
tenidos por una grande y poderosa nacion? Pienso que se presenta una
importante crísis. Jamas hubo cosa tan valiente, tan generosa, tan noble
como la conducta de los asturianos.»
Ambos lados de la Cámara aplaudieron aquellas elocuentes pala-
bras, que expresaban el comun sentir de todos sus individuos. Trafalgar
y las famosas victorias alcanzadas por la marina inglesa nunca habian
excitado, ni mayor alegría, ni más universal entusiasmo. El interes na-
cional anduvo en esta ocasion con lo que dictaban la justicia y la huma-
nidad, y así las opiniones más divergentes y encontradas en otros asun-
tos se juntaron ahora y confundieron para celebrar en comun y de un
modo inexplicable el alzamiento de España. Bastó sólo la noticia del de
Astúrias para causar efecto tan prodigioso. No les era dado á los dipu-
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(4) Entre las demostraciones extraordinarias que entónces hubo, fué una de ellas el
haber sido recibidos los enviados de Astúrias con tales aplausos y aclamaciones el primer
día que asistieron á la ópera en el palco del Duque de Queensbury, que se suspendió la
representacion cerca de una hora.
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alcanzar tan laudable objeto, se prefirió á cualquiera otro medio el más an-
tiguo y conocido. Cada seis años se congregaba en la Coruña una diputa-
cion de todo el reino de Galicia, compuesta de siete individuos escogidos
por los diversos ayuntamientos de las siete provincias en que está dividi-
do. Celebrábase esta reunion para conceder la contribucion llamada de
millones, y elegir un diputado que, en union con los de las otras ciudades
de voto en Córtes, concurriese á formar la diputacion de los reinos, que
constando de siete individuos, y removiéndose de seis en seis años, resi-
dia en Madrid, más bien para presenciar festejos públicos y obtener indi-
viduales favores que para defender los intereses de sus comitentes. Con-
forme á su digna resolucion, expidió la Junta sus convocatorias, y envió á
todas partes comisionados que pusiesen en ejecucion las medidas que ha-
bia decretado de armamento y defensa. Siendo idéntica la opinion de to-
dos los pueblos, fueron aquéllos, adó quiera que llegaban, recibidos con
aplausos y sumisamente acatados. En algunos parajes habian precedido
alborotos á la noticia del de la Coruña, y en todos ellos se respetaron y
obedecieron las providencias de la Junta, corriendo la juventud á alistarse
con el mayor entusiasmo. Solamente en el Ferrol hubiera podido descono-
cerse la autoridad del nuevo Gobierno por la oposicion que mostraban el
Conde de Cartaojal, comandante de la division de Ares, y el jefe de escua-
dra Obregon, que mandaba los arsenales; pero los demas oficiales y solda-
dos, conformes con el pueblo en sus sentimientos, y pronunciándose alta-
mente, desbarataron los intentos de sus superiores.
Conmovido así todo el reino de Galicia, se aceleró la formacion y or-
ganizacion de su ejército. Se incorporaron los reclutas en los regimien-
tos veteranos, y se crearon otros nuevos, entre los que merece particular
distincion el batallon llamado literario, compuesto de estudiantes de la
universidad de Santiago, tan bien dispuestos y animados como todos los
de España en favor de la causa sagrada de la patria. La reunion de estas
fuerzas con las que posteriormente se agregaron de Oporto ascendía en
su totalidad á unos 40.000 hombres.
No tardaron mucho en pasar á la Coruña los regidores nombrados por
los ayuntamientos de las siete capitales de provincia en representacion
de su potestad suprema; instalándose con el nombre de junta soberana
de Galicia. Asociaron á su seno al Obispo de Orense, que entónces goza-
ba de justa popularidad, al de Tuy y á D. Andres García, confesor de la
difunta Princesa de Astúrias, en obsequio á su memoria. Se mandó asi-
mismo que asistiesen á las comisiones administrativas en que se distri-
buyesen los diversos trabajos, personas inteligentes en cada ramo.
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car de la Coruña sus tropas (en gran parte bisoñas y compuestas de gen-
te allegadiza), las situó en la cordillera aledaña del Vierzo, extendiendo
las más avanzadas hasta Manzanal, colocado en las gargantas que dan
salida al territorio de Astorga. Lo suave de la condicion de dicho gene-
ral, y el haberle llamado la Junta á la Coruña, alentó á algunos solda-
dos de Navarra, cuyo cuerpo estaba resentido desde la traslacion al Fe-
rrol, para acometerle y asesinarle fria y alevosamente, el 24 de Junio,
en las calles de Villafranca. Los abanderizó un sargento, y hubo quien
buscó más arriba la oculta mano que dirigió el mortal golpe. Atroz y fe-
mentido hecho, matar á su propio caudillo, respetable varon é inocente
víctima de una soldadesca brutal y desmandada. Por largo tiempo que-
dó impune tan horroroso crímen; al fin, y pasados años, recibieron los
que lo perpetraron el merecido castigo. Habia sucedido en el mando por
aquellos dias al desventurado Filangieri D. Joaquin Blake, mayor gene-
ral del ejército, y ántes coronel del regimiento de la Corona. Gozaba del
concepto de militar instruido y profundo táctico. La Junta le elevó al gra-
do de teniente general.
De Inglaterra llegaron tambien á Galicia prontos y cuantiosos auxi-
lios. Su diputado D. Francisco Sangro fué honrado y obsequiado por
aquel gobierno, y se remitieron libres á la Coruña los prisioneros espa-
ñoles que gemian hacia años en los pontones británicos. Arribó al mis-
mo puerto sir Cárlos Stuart, primer diplomático inglés que en en cali-
dad de tal pisó el suelo español. La Junta se esmeró en agasajarle y darle
pruebas de su constante anhelo por estrechar los vínculos de alianza y
amistad con S. M. B. Las demostraciones de interes que por la causa de
España tomaba nacion tan poderosa fortificaron más y más las noveda-
des acaecidas, y hasta los más tímidos cobraron esperanzas.
Santander, agitado y conmovido, ponia en sumo cuidado á los fran-
ceses, estando casi situado á la retaguardia de una parte considerable
de sus tropas, y pudiendo con su insurreccion impedir fácilmente que
entre sí se comunicasen. Tambien temian que la llama, una vez pren-
dida, se propagase á las provincias Vascongadas, y los envolviese á fa-
vor del escabroso terreno, en medio de poblaciones enemigas, fatigándo-
los y hostigándolos continuadamente. Así fué que el mariscal Bessières
no tardó desde Búrgos en despachar á aquel punto á su ayudante gene-
ral Mr. de Rigny, que despues se ha ilustrado más dignamente con los
laureles de Navarino. Iba con pliegos para el cónsul frances, monsieur
de Ranchoup, por los que se amonestaba al Ayuntamiento que, en ca-
so de no mantenerse la tranquilidad, pasaria una division á castigar con
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á la voz del mozo, y quien para dicha suya y de su patria hubiera podi-
do, acaudillándolas, ser árbitro y dueño de las voluntades gaditanas, tu-
vo que arrastrarse en pos de un desconocido. Convino, pues, en juntar al
dia siguiente los generales, y ofreció que en todo se cumpliria lo que de-
mandaba el pueblo.
La algazara promovida por la publicacion del bando siguió hasta ra-
yar la aurora, y la muchedumbre cercó y allanó en uno de sus paseos la
casa del cónsul frances Mr. le Roy, cuyo lenguaje soberbio y descome-
dido le habia atraido la aversion áun de los vecinos más tranquilos. Re-
fugióse el Cónsul en el convento de San Agustin, y de allí fué á bordo
de su escuadra. Acompañó á este desman el de soltar á algunos presos,
pero no pasó más allá el desórden. Los amotinados se aproximaron des-
pues al parque de artillería para apoderarse de las armas, y los soldados,
en vez de oponerse, los excitaron y ayudaron.
A la mañana inmediata, 29 de Mayo, celebró Solano la ofrecida jun-
ta de generales, y todos condescendieron con la peticion del pueblo. An-
tes habia ya habido algunos de ellos que, en vista del mal efecto causa-
do por la publicacion del bando, procuraron descargar sobre el Capitan
general la propia responsabilidad, achacando la resolucion á su particu-
lar conato: indigna flaqueza, que no poco contribuyó á indisponer más y
más los ánimos contra Solano. Ayudó tambien á ello la frialdad é indife-
rencia que éste dejaba ver en medio de su carácter naturalmente fogoso.
No descuidaron la malevolencia y la enemistad emplear contra su perso-
na las apariencias que le eran adversas, y ambas pasiones traidoramente
atizaron las otras y más nobles que en el dia reinaban.
Por la tarde se presentó en la plaza de San Antonio el ayudante D.
José Luquey, anunciando al numeroso concurso allí reunido que, segun
una junta celebrada por oficiales de marina, no se podia atacar la escua-
dra francesa sin destruir la española, todavía interpolada con ella. Se
irritaron los oyentes, y serian las cuatro de la tarde cuando enseguida se
dirigieron á la casa del General. Permitióse subir á tres de ellos, entre
los que habia uno que de léjos se parecia á Solano. El gentío era inmen-
so, y tal el bullicio y la algazara, que nadie se entendia. En tanto el jóven
que tenía alguna semejanza con el general se asomó al balcon. La multi-
tud aturdida tomóle por el mismo Solano, y las señas que hacia para ser
oido, por una negativa dada á la peticion de atacar á la escuadra france-
sa. Entónces unos 60 que estaban armados hicieron fuego contra la casa,
y la guardia, mandada por el oficial San Martin, despues caudillo céle-
bre del Perú, se metió dentro y atrancó la puerta. Creció la saña, traje-
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ofrecieron 5.000 hombres, que á las órdenes del general Spencer iban
destinados á Gibraltar.
Cobrando cada vez más aliento la Junta suprema de Sevilla, hizo el
6 de Junio una declaracion solemne de guerra contra Francia, afirman-
do: «Que no dejaria las armas de la mano hasta que el emperador Na-
poleon restituyese á España al rey Fernando VII y á las demas personas
reales, y respetase los derechos sagrados de la nacion, que habia vio-
lado, y su libertad, integridad é independencia.» Publicó por el mismo
tiempo que esta declaracion otros papeles de grande importancia, seña-
lándose entre otros el conocido con el nombre de Prevenciones. En él se
daban acomodadas reglas para la guerra de partidas, única que conve-
nia adoptar; se recomendaba el evitar las acciones generales, y, se con-
cluia con el siguiente articulo, digno de que á la letra se reproduzca en
este lugar: «Se cuidará de hacer entender y persuadir á la nacion que li-
bres, como esperamos, de esta cruel guerra, á que nos han forzado los
franceses, y puestos en tranquilidad, y restituido al trono nuestro rey y
señor Fernando VII, bajo él y por él se convocarán Córtes, se reformarán
los abusos y se establecerán las leyes que el tiempo y la experiencia dic-
ten para el público bien y felicidad; cosas que sabemos hacer los espa-
ñoles, que las hemos hecho con otros pueblos, sin necesidad de que ven-
gan los….. franceses á enseñárnoslas…..» Dedúzcase de aquí si fué un
fanatismo ciego y brutal el verdadero móvil de la insurreccion de Espa-
ña, como han querido persuadirlo extranjeros interesados ó indignos hi-
jos de su propio suelo.
Jaen y Córdoba se sublevaron á la noticia de la declaracion de Sevi-
lla, y se sometieron á su junta, creando otras para su gobierno particular,
en que entraron personas de todas clases. En Jaen, desconfiándose del
corregidor D. Antonio María de Lomas, le trasladaron preso á pocos dias
á Valdepeñas de la Sierra, en donde el pueblo alborotado le mató á fusi-
lazos. Córdoba se apresuró á formar su alistamiento, dirigió gran muche-
dumbre de paisanos á ocupar el puente de Alcolea, dándose el mando
de aquella fuerza armada, llamada vanguardia de Andalucía, á D. Pedro
Agustin de Echavarri. Aprobó la Junta de Sevilla dicho nombramiento,
la que por su parte no cesaba de activar y promover las medidas de de-
fensa. Confió el mando de todo el ejército á D. Francisco Javier Casta-
ños, recompensa debida á su leal conducta, y el 9 de Junio salió este ge-
neral á desempeñar su honorífico encargo.
Entre tanto quedaba por terminar un asunto, que, al paso que era
grave, interesaba á la quietud y áun á la gloria de Cádiz. La escua-
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ánimos. Así fué que por la mañana, agolpándose mucha gente á la Plaza
Nueva, en donde está la chancillería, residencia del Capitan general, se
pidió con ahinco por los que allí se agruparon que se proclamase á Fer-
nando VII. El General, en aquel aprieto, con gran séquito de oficiales,
personas de distincion, y rodeado de la turba conmovida, salió á caballo,
llevando por las calles como en triunfo el retrato del deseado rey. Pero
viendo el pueblo que las providencias tomadas se habian limitado al va-
no aunque ostentoso paseo, se indignó de nuevo, é incitado por algunos,
acudió de tropel y por segunda vez á casa del General, y sin disfraz le re-
quirió que, desconfiándose de su conducta, era menester que nombrase
una junta, la cual, encargada que fuese del gobierno, cuidára con parti-
cularidad de armar á los habitantes. Cedió el Escalante á la imperiosa
insinuacion. Parece ser que el principal promovedor de la junta, y el que
dió la lista de sus miembros, fué un monje jerónimo, llamado el padre
Puebla, hombre de vasta capacidad y de carácter firme. Eligióse por pre-
sidente al Capitan general, y más de 40 individuos de todas clases entra-
ron á componer la nueva autoridad. Al instante se pensó en medidas de
guerra; el entusiasmo del pueblo no tuvo límites, y se alistó la gente en
términos, que hubo que despedir gran parte. Llovieron los donativos y
las promesas, y bien pronto no se vieron por todos lados sino fábricas de
monturas, de uniformes y de composicion de armas. Granada puede glo-
riarse de no haber ido en zaga en patriotismo y heroicos esfuerzos á nin-
guna otra de las provincias del reino. Y ¡ojalá que en todas hubiera habi-
do tanta actividad y tanto órden en el empleo de sus medios!
Pero, ciudad extendida é indefensa, hubiera, sin embargo, corrido
gran riesgo si una fuerza enemiga se hubiera acercado á sus puertas. Se
hallaba sin tropas, destinadas á otros puntos las que ántes la guarne-
cian. Un solo batallon suizo que quedaba, por órden de la córte se habia
ya puesto en marcha para Cádiz. Felizmente no se habia alejado toda-
vía, y en obediencia á un parte de la Junta, retrocedió y sirvió de apo-
yo á la autoridad.
Declarada con entusiasmo la guerra á Bonaparte, requisito que
acompañaba siempre á la insurreccion, se llamó de Málaga á D. Teo-
doro Reding, su gobernador, para darle el mando de la gente que se ar-
mase, y tuvo la especial comision de adiestrarla y disciplinarla el bri-
gadier D. Francisco Abadía, quien la desempeñó con celo y bastante
acierto. Todos los pueblos de la provincia imitaron el ejemplo de Grana-
da. En Málaga pereció desgraciadamente, el 20 de Junio, el vice-cónsul
frances Mr. d’Agaud y D. Juan Croharé, que sacó á la fuerza el popu-
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(5) Tribuni ut ferè reguntur à multitudine magis quam regunt. (TIT. LIV., lib. III, cap.
LXXI.)
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ban que los franceses disponian una expedicion contra aquella provin-
cia, y era preciso no desaprovechar tan preciosos momentos. Cartagena
suministró inmediatos recursos, y con ellos y los que pudieron sacarse
del propio suelo, se puso la ciudad de Valencia en estado de defensa. Al
mismo tiempo se dirigió sobre Almansa un cuerpo de 15.000 hombres,
al mando del Conde de Cervellon, á quien se juntó de Murcia D. Pedro
Gonzalez de Llamas, y otro de 8.000, bajo las de D. Pedro Adorno, se si-
tuó en las Cabrillas. Tal estaba el reino de Valencia ántes de ser atacado
por el mariscal Moncey, de cuya campaña nos ocuparémos despues.
La justa indignacion abrigada en todos los pechos bullia con acele-
rados latidos en el de los moradores del antiguo asiento de las franque-
zas y libertades españolas, en la inmortal Zaragoza. Gloria duradera le
estaba reservada, y la patria de Lanuza renovó en nuestros dias las proe-
zas que solemos colocar entre las fábulas de la historia. Su levantamien-
to, sin embargo, nada ofreció de nuevo ni singular, caminando por los
mismos pasos por donde habian ido algunas de las otras provincias. Con
Mayo empezaron los corrillos y las conversaciones populares, y al reci-
birse el correo de Madrid agrupábanse las gentes á saber las novedades
que traia. Siendo por momentos más tristes y adversas, aguardaban to-
dos que la inquieta curiosidad finalizaria por una estrepitosa explosion.
Repartieron, en efecto, el 24 las cartas llegadas por la mañana, y de bo-
ca en boca cundió velozmente cómo Napoleon se erigia en dueño de la
monarquía española, de resultas de haber renunciado la corona en favor
suyo la familia de Borbon. Instantáneamente se armó gran bulla; y hom-
bres, mujeres y niños se precipitaron á casa del capitan general D. Jor-
ge Juan de Guillelmi. Los vecinos de las parroquias de la Magdalena y
San Pablo concurrieron en gran número, capitaneados por varios de los
suyos, y entro ellos el tio Jorge, que era del arrabal. Descolló el último
sobre todos, y la energía de su porte, el sano juicio que le distinguia lo
recto de su intencion y el varonil denuedo con que á cada paso expuso
despues su vida, le hacen acreedor á una honrosa y particular mencion.
Hombre sin letras y desnudo de educacion culta, halló en la nobleza de
su corazon, y como por instinto, los elevados sentimientos que han ilus-
trado á los varones esclarecidos. Su nombre, aunque humilde, escrito al
lado de ellos, resplandecerá sin deslucirlos.
La muchedumbre pidió al Capitan general que hiciera dimision del
mando. Costó mucho que se resolviese al sacrificio; mas forzado á ello y
conducido preso á la Aljafería, fué interinamente sustituido por su se-
gundo, el general Mori. Al anochecer se embraveció el tumulto, y des-
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confiándose del nuevo jefe por ser italiano de nacion, se convidó con el
mando á D. Antonio Cornel, antiguo ministro de la Guerra, quien rehu-
só aceptarle.
Mori el 25 congregó una junta, la cual, tímida como su presiden-
te, buscaba paliativos que sin desdoro ni peligro sacasen á sus miem-
bros del atascadero en que estaban hundidos: inútiles y menguados me-
dios en violentas crisis. Enfadóse el pueblo con la tardanza, volviendo
sus inquietas miradas hácia D. José Palafox y Melci. Recordará el lec-
tor que este militar á últimos de Abril, en comision de su jefe el Marqués
de Castelar, habia ido á Bayona para informar al Rey de lo ocurrido en
la soltura y entrega del Príncipe de la Paz. Continuó allí hasta los prime-
ros dias de Mayo, en que se asegura regresó á España con encargo pare-
cido al que por el propio tiempo se dió á la Junta suprema de Madrid pa-
ra resistir abiertamente á los franceses. Penetró Palafox por Guipúzcoa,
de donde se trasladó á la torre de Alfranca, casa de campo de su familia
cerca de Zaragoza. Permaneciendo misteriosamente en su retiro, movió
á sospecha al general Guillelmi, quien le intimó la órden de salir del rei-
no de Aragon. Tenemos entendido que Palafox, incomodado entónces, se
arrimó á los que anhelaban por un rompimiento, y que no sin noticia su-
ya estalló la revolucion zaragozana. Por fin, al oscurecer del 25, depues-
to ya Guillelmi y quejoso el pueblo de Mori, se despacharon á Alfranca
50 paisanos para traer á la ciudad á Palafox. Al principio se negó á ir,
aparentando disculpas, y sólo cedió al expreso mandato que le fué en-
viado por el interino Capitan general.
Al entrar en Zaragoza pidió que se juntase el acuerdo en la maña-
na del 26, con intento de comunicarle cosas del mayor interes. En la se-
sion celebrada aquel dia hizo uso de las insinuaciones que se le habian
hecho en Bayona para resistir á los franceses, y sobre las cuales, á cau-
sa de estar S. M. en manos de su enemigo, se guardó profundo silencio.
Rogó despues que se le desembarazase de la importunidad del pueblo,
que se manifestaba deseoso de nombrarle por caudillo, no obstante que
su vida y haberes los imnolaria con gusto en el altar de la patria. Enmu-
decieron todos; y vislumbraron que no desagraban á los oidos de Palafox
los clamores prorumpidos por el pueblo en alabanza suya. Aguardaba la
multitud impaciente á las puertas del edificio, é insistiendo por dos ve-
ces en que se eligiese capitan general á su favorecido, alcanzó la deman-
da, cediendo Mori el puesto que ocupaba.
Alzado á la dignidad suprema de la provincia don José Palafox y
Melci, fué obedecido en toda ella, y á su voz se sometieron con gusto
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los aragoneses de acá y allá del Ebro. Admiró su elevacion, y áun mas
que en sus procedimientos no desmereciese de la confianza que en él
tenía el pueblo. Todavía mancebo pues apénas frisaba con los veintio-
cho años, bello y agraciado de rostro y de persona, con traeres apuestos
y cumplidos, cautivaba Palafox la aficion de cuantos le veian y trataban.
Pero si la naturaleza con larga mano le habia prodigado las perfecciones
del cuerpo, no se creia hasta entónces que hubiese andado tan genero-
sa en punto á las dotes del entendimiento. Buscado y requerido por las
damas de la corrompida córte de Cárlos IV se nos ha asegurado que con
porfiado empeño desdeñó el rendimiento obsequioso de la que entre to-
das era, si no la más hermosa, por lo ménos la más elevada. Esta tenaci-
dad fué una de las más principales cualidades de su alma, y la empleó
más oportuna y dignamente en la memorable defensa de Zaragoza. Sin
práctica ni conocimiento de la milicia ni de los negocios públicos, tuvo
el suficiente tino para rodearse de personas que por su enérgica decision
ó su saber y experiencia le sostuviesen en los apurados trances, ó le ayu-
dasen con sus consejos. Tales fueron el P. D. Basilio Bogiero, de la Es-
cuela Pía, su antiguo maestro; D. Lorenzo Calvo de Rozas, que habiendo
llegado de Madrid el 28 de Mayo, fué nombrado corregidor é intendente,
y el oficial de artillería D. Ignacio Lopez, á quien se debió en el primer
sitio la direccion de importantes operaciones.
Para legitimar solemnemente el levantamiento, convocó Palafox á Cór-
tes el reino de Aragon. Acudieron los diputados á Zaragoza, y el dia 9 de
Junio abrieron sus sesiones (7) en la casa de la ciudad, asistiendo 34 indi-
(7) Don Lorenzo Calvo de Rozas, Intendente general del ejército y reino de Aragon,
secretario de la suprema junta de las Córtes del mismo, celebrada en la capital de Zara-
goza en el dia 9 del mes de Junio del presente año de 1808.— Certifico:
Que reunidos en la sala consistorial de la ciudad los diputados de las de voto en Cór-
tes y de los cuatro brazos del reino, cuyos nombres se anotan al fin, y habiéndose presen-
tado el Excmo. Sr. D. José Rebolledo de Palafox y Melci, gobernador y capitan general del
mismo, y su presidente, fuí llamado y se me hizo entrar en la asamblea para que ejercie-
se las funciones de tal secretario, y habiéndolo verificado así, se me entregó el papel de S.
E., que original existe en la secretaria; se leyó y dice así:
«Excmo. Sr.: Consta ya á V. E. que por el voto unánime de los habitantes de esta ca-
pital fuí nombrado y reconocido de todas las autoridades establecidas como gobernador
y capitan general del reino; que cualquiera excusa hubiera producido infinitos males á
nuestra amada patria, y sido demasiado funesta para mi.
» Mi corazon, agitado ya largo tiempo, combatido de penas y amarguras, lloraba la
pérdida de la patria, sin columbrar aquel fuego sagrado que la vivifica; lloraba la pérdida
de nuestro amado rey Fernando VII, esclavizado por la tiranía y conducido á Francia con
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engaños y perfidias; lloraba los ultrajes de nuestra santa religion, atacada por el ateismo,
sus templos violentados sacrílegamente por los traidores el dia 2 de Mayo, y manchados
con sangre de los inocentes españoles; lloraba la existencia precaria que amenazaba á to-
da la nacion si admitia el yugo de un extranjero orgulloso, cuya insaciable codicia excede
á su perversidad, y por fin, la pérdida de nuestras posesiones en América, y el desconsue-
lo de muchas familias, unas porque verian convertida la deuda nacional en un crédito nu-
lo, otras que se verian despojadas de sus empleos y dignidades, y reducidas á la indigen-
cia ó la mendicidad, otras que gemirian en la soledad la ausencia ó el exterminio de sus
hijos y hermanos, conducidos al Norte para sacrificarse, no por su honor, por su religion,
por su rey ni por la patria, sino por un verdugo, nacido para azote de la humanidad, cuyo
nombre tan sólo dejará la posteridad el triste ejemplo de los horrores, engaños y perfidias
que ha cometido, y de la sangre inocente que su proterva ambicion ha hecho derramar.
» Llegó el dia 24 de Mayo, dia de gloria para toda España, y los habitantes de Ara-
gon, siempre leales, esforzados y virtuosos, rompieron los grillos que les preparaba el ar-
tificio, y juraron morir ó vencer. En tal estado, lleno mi corazon de aquel noble ardor que
á todos nos alienta, renace y se enajena de pensar que puedo participar con mis conciu-
dadanos de la gloria de salvar nuestra patria.
» Las ciudades de Tortosa y Lérida, invitadas por mi, como puntes muy esenciales, se
han unido á Aragon; he nombrado un gobernador en Lérida, á peticion de su ilustre ayun-
tamiento; les he auxiliarlo con algunas armas y gente, y puedo esperar que aquellas ciu-
dades se sostendrán, y no serán ocupadas por nuestros enemigos.
» La ciudad de Tortosa quiere participar de nuestros triunfos: ha conferenciado de mi
órden con los ingleses; les ha comunicado el manifiesto del dia 31 de Mayo para que lo
circulen en toda Europa, y trata de hacer venir nuestras tropas de Mallorca y de Menor-
ca, siguiendo mis insttucciones; ha enviado un diputado para conferenciar conmigo, y yo
he nombrado otro, que partió ántes de ayer con instrucciones secretas, dirigidas al mismo
fin y al de entablar correspondencia con el Austria.
» La merindad de Tudela y la ciudad de Logroño me han pedido un jefe y auxilios;
quieren defenderse é impedir la entrada en Aragon á nuestros enemigos. He nombrado
con toda la plenitud de poderes por mi teniente y por general del ejército destinado á este
objeto al Excmo. Sr. Marqués de Lazan y Cañizar, mariscal de campo de los reales ejérci-
tos, que marchó el dia 6 á las doce de la noche con algunas tropas, y las competentes ar-
mas y municiones. No puedo dudar de su actividad, patriotismo y celo, ni dudará V. E.;
otros muchos pueblos de Navarra han enviado sus representantes, y la ciudad y provincia
de Soria sus diputados. He dispuesto comunicaciones con Santander; establecido postas
en el camino de Valencia, y pedido armas y artilleros, dirigiendo por aquella via todos los
manifiestos y órdenes publicadas, con encargo de que se circulen á Andalucia, Mancha,
Extremadura, Galicia y Astúrias, invitánlolos á proceder de acuerdo. He enviado al coro-
nel Baron de Versajes, y al teniente coronel y gobernador que ha sido en América, D. An-
dres Boggiero, á organizar y mandar la vanguardia del ejército destinado hácia las fronte-
ras de la Alcarria y Castilla la Nueva.
» Para dirigir el ramo de hacienda con la rectitud, energía y acierto que exige tan
digna causa, y velar sobre las rentas y fondos públicos, he nombrado por intendente á D.
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CONDE DE TORENO
Lorenzo Calvo de Rozas, cayos conocimientos en este ramo, y cuya probidad incorrupti-
ble me son notorias, y me hacen esperar los más felices resultados. La casualidad de ha-
ber enviado aquí á principios de Mayo su familia para librarla del peligro, y el temor de
permanecer él mismo en Madrid en circunstancias tan críticas, lo trajo á Zaragoza el dia
28 del pasado, le hice detener, y le he precisado á admitir este encargo á pesar de que
sus negocios y la conservacion de su patrimonio reclamaban imperiosamente su vuelta
á Madrid. Fiado este importante ramo á un sujeto de sus circunstancias, presentaré á su
tiempo á la nacion el estado de rentas, su procedencia é inversion, y en ellas un testimo-
nio público de la pureza con que se manejarán.
» Resta, pues, el sacrificio que es más grato á nuestros corazones: que reunamos
nuestras voluntades, y aspiremos al fin que nos hemos propuesto. Salvemos la patria, aun-
que fuera á costa de nuestras vidas, y velemos por su conservacion. Para ello propongo á
V. E. los puntos siguientes:
» 1.º Que los diputados de las Córtes queden aquí en junta permanente ó nombren
otra, que se reunirá todos los dias para proponerme y deliberar todo lo conveniente para
el bien de la patria y del Rey.
» 2.º Que V. E. nombre entre sus ilustres individuos un secretario para extender y
uniformar las resoluciones, en las cuales debe haber una reserva inviolable, extendiendo
por hoy el acuerdo uno de los que se hallan presentes como tales ó el intendente.
» 3.º Que cada diputado corresponda con su provincia, le comunique las disposicio-
nes, ya generarles, ya particulares, que tomaré como jefe militar y político del reino, y las
que acordarémos para mayor bien de la España.
» 4.º Que la Junta medite y me proponga sucesivamente las medidas de hacer com-
patible con la energía y rapidez que requiere la organizacion del ejército, el cuidado de la
recoleccion de granos que se aproxima y no debe desatenderse.
» 5.º Que medite y me proponga la adopcion de medios de sostener el ejército, que
presentará el intendente de él y del reino don Lorenzo Calvo.
» 6.º Que me proponga todas las disposiciones que crea conveniente tomar para con-
servar la policía, el buen órden y la fuerza militar en cada departamento del reino.
» 7.º Que cuide de mantener las relaciones con los demas reinos y provincias de Es-
paña, que deben formar con nosotros una sola y misma familia.
» 8.º Que se encargue y cuide de firmar y circular en todo el reino, impresas ó ma-
nuscritas, las órdenes emanadas de mí ó las que con mi acuerdo expidiese la junta de di-
putados del reino.
» 9.º Que acuerde desde luégo si deben ó no concurrir los diputados que vinieren de
las provincias ó merindades de fuera del reino de Aragon, mediante que la reunion de sus
luces puede ser interesante á la defensa de la causa pública.
» 10. Que decida desde luégo la proclamacion de nuestro rey Fernando VII, determi-
nando el dia en que haya de verificarse.
» 11. Que resuelva igualmente acerca de si deben reunirse en un solo punto las dipu-
taciones de las demas provincias y reinos de España, conforme á lo anunciado en el ma-
nifiesto del 31 de Mayo último.
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» 12. Que declare desde luégo la urgencia del dia, y que la primera atencion debe ser
la defensa de la patria.— Zaragoza, 9 de Junio de 1808.— JOSÉ DE PALAFOX Y MELCI.»
Acuerdos. Resolvió la Asamblea por aclamacion que se proclamase á Femando VII,
dejando al arbitrio de S. E. señalar el dia en que hubiese de verificarse, que sería cuando
las circunstancias lo permitiesen.
La misma asamblea de diputados de las Córtes, enterada de la exposicion antece-
dente, despues de manifestar al Excmo. Sr. Capitan general su satisfaccion y gratitud
por todo cuanto habia ejecutado, y aprobándolo unánimemente, le reconoció por aclama-
cion corno capitan general y gobernador militar y político del reino de Aragon, y lo mis-
mo al intendente.
El Sr. D. Antonio Franquet, regidor de la ciudad de Tortosa, que hallándose comisio-
nado en esta capital concurrió á la Asamblea, hizo lo mismo á nombre de aquella ciudad,
á quien ofreció daria parte de ello.
Acto continuo se leyeron los avisos que se habian pasado á todos los individuos que
debian concurrir á la Asamblea ó junta de Córtes para saber si todos ellos habian sido ci-
tados ó se hallaban presentes, y resultó que se habia convocado á todos, y que sólo habian
dejado de concurrir el Sr. Marqués de Tosos, que avisó no podia por estar enfermo, y el Sr.
Conde de Torresecas, que igualmente manifestó su imposibilidad de concurrir.
Se tomó en consideracion el primer punto indicado en el manifiesto de S. E. que ante-
cede, relativo á si debia quedar permanente la junta de diputados, ó nombrar otra presidi-
da por S. E. con toda la plenitud de facultades, y despues de un serio y detenido exámen,
acordó unánimemente nombrar una junta suprema compuesta de sólo seis individuos y de
S. E. como presidente con todas las facultades.
Se nombró en seguida una comision compuesta de doce de los señores vocales, toma-
dos de los cuatro brazos del reino, que lo fueron por lo eclesiástico, el Sr. Abad de Monte-
Aragon, el Sr. Dean de esta santa Iglesia, y el Sr. Arcipreste de Santa Cristina; por el de
la nobleza, el Excmo. Sr. Conde de Sástago, el Sr. Marqués de Fuente Olivar y el Sr. Mar-
qués de Zafra; por el de hidalgos, el señor Baron de Alcalá, el Sr. D. Joaquin María Pala-
cios y el señor D. Antonio Soldevilla; y por el de la ciudad, el Sr. D. Vicente Lisa, el Sr.
Conde de la Florida y el Sr. D. Francisco Pequera, para que propusiesen á la Asamblea
doce candidatos, entre los cuales pudiese elegir los seis representantes que con S. E. ha-
blan de formar la Junta suprema; y habiéndose reunido en una pieza separada los doce
señores proponentes que quedan expresados, volvieron á entrar en la sala de la junta é hi-
cieron su propuesta en la forma siguiente:
Propusieron para los seis individuos que hablan de elegirse y componer la suprema
junta al Ilmo. Sr. Obispo de Huesca, al M. R. padre Prior del Sepulcro de Calatayud, al
Excmo. Sr. Conde de Sástago, al Sr. Regente de la Real Audiencia, á D. Valentin Solanot,
abad del monasterio de Beruela; Arcipreste del Salvador, Baron de Alcalá, Marqués de
Fuente Olivar, Baron de Castiel y D. Pedro María Ric. Se procedió en seguida á la vota-
cion por escrutinio, y de ella resultó que los propuestos tuvieron los votos siguientes: El
Sr. Obispo de Huesca, 32; el Prior de Calatayud, 11; el Conde de Sástago, 27 ; D. Anto-
nio Cornel, 33; el Sr. Regente, 29; D. Valentin Solanot, 11; Abad de Beruela, 2 ; Arcipres-
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CONDE DE TORENO
te del Salvador, 12; Baron de Alcalá, 2; Marqués de Fuente Olivar, 17; Baron de Castiel,
l0, y D. Pedro María Ríc, 18; resultando electos á pluralidad de votos para individuos de
la suprema Junta de Gobierno los señores D. Antonio Cornel, Obispo de Huesca, Regente
de la Real Audiencia, Conde de Sástago, D. Pedro María Ric y el Marqués de Fuente Oli-
var; y por muerte ú otra cansa legítima que impidiese el ejercicio de su empleo á los elec-
tos, lo harían, segun uso y costumbre, los que les siguen en votos.
Se trató del nombramiento de un secretario para la Junta suprema, y toda la Asam-
blea manifestó al Excmo. Sr. Capitan general sus deseos de que S. E. indicase una ó dos
personas para este destino; S. E. lo rehusó, declarando á los señores vocales que nombra-
sen á quien tuviesen por más conveniente y á propósito para el buen desempeño; mas al
fin, condescendiendo con las reiteradas insinuaciones y deseos de la Junta, propuso para
primer secretario al Sr. D. Vicente Lisa, y para segundo al Sr. Baron de Castiel, que que-
daron electos en consecuencia.
Habiendo meditado la Junta sobre las proposiciones 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 11 y 12, las
estimó y tuvo por muy atendibles, y acordó tomarlas en consideracion, para lo cual se re-
unirian de nuevo todos los señores vocales proponentes y presentes el próximo mártes,
14 del corriente mes de Junio, á las diez de su mañana, y que por el Secretario se en-
viase una copia de dichas proposiciones á cada individuo, y se avisarla á los Sres. Mar-
qués de Tosos y Conde de Torresecas, que no habian concurrido, por si podían hacerlo,
con lo cual se concluyó la sesion, quedando todos los señores advertidos para volver sin
más aviso el dia señalado, y se rubricó el acuerdo en borrador por los Excmos. Sres. Ca-
pitan general y Conde de Sástago, y el Ilmo. Sr. Obispo de Huesca, de que certifico y fir-
mo en la ciudad de Zaragoza, á 9 de Junio de 1808.— LORENZO CALVO DE ROZAS, secreta-
rio.— V.º B.º— PALAFOX.
Nota. Todos los señores vocales manifestaron en seguida su voluntad de nombrar al
Excmo. Sr. D. José Rebolledo de Palafox por capitan general efectivo de ejército; mas S.
E. dió gracias á la Junta y lo resistió absolutamente, pidiendo que no constase la indica-
cion, y expresando que era brigadier de los reales ejércitos, nombrado por S. M., y que no
admitiría ni deseaba otras gracias ni otra satisfaccion ni ascenso que el ser útil á la patria
y sacrificarse en su obsequio y en el de su rey. La Junta, en consecuencia, no insistió en
su empeño, vista la delicadeza de S. E., y se reservó llevará efecto su voluntad en una de
las primeras sesiones á que no asistiese S. E., por considerarlo así de justicia, de todo lo
cual certifico ut-supra.— CALVO.
Hemos insertado aquí el acta de instalacion de las Córtes de Aragon, de que posee-
mos un ejemplar, por ser documento, aunque entónces impreso, que empieza á ser ra-
ro.— Sigue la lista de los diputados que las compusieron.
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ba de un brazo vigoroso que la guiase y protegiese. Era esto tanto más ur-
gente, cuanto la ciudad estaba del todo desabastecida. No llegaba á 2.000
hombres el número de tropas que la guarnecian, inclusos los miñones y
partidas sueltas de bandera. De doce cañones se componia toda la arti-
llería, y ésta no gruesa, escaseando en mayor proporcion los otros pertre-
chos. En vista de tamaña miseria, apresuráronse Palafox y sus consejeros
á reunir la gente que de todas partes acudia, y á organizarla, emplean-
do para ello á oficiales retirados y á los que de Pamplona, San Sebastian,
Madrid, Alcalá y otros puntos sucesivamente se escapaban. Restableció,
en la formacion de los nuevos cuerpos, el ya desusado nombre de tercios,
bajo el que la antigua infantería española habia alcanzado tantos laureles,
distinguiéndose más que todos el de los estudiantes de la universidad,
disciplinado por el baron de Versages. Se recogieron fusiles, escopetas y
otras armas, se montaron algunas piezas arrinconadas ó viejas, y la fábri-
ca de pólvora de Villafeliche suministró municiones. Escasos recursos, si
á todo no hubiera suplido el valor y la constancia aragonesa.
El levantamiento se ejecutó en Zaragoza sin que felizmente se hubie-
se derramado sangre. Solamente se arrestaron las personas que causa-
ban sombra al pueblo.
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que levantaban por órden de Napoleon, para sus fines políticos y milita-
res. A tales sospechas daban lugar los engaños y aleves arterías con que
los ejércitos franceses habian penetrado en lo interior del reino ; y en
verdad que nunca la ignorancia pudiera alegar motivos que pareciesen
más fundados. La Junta, al principio, no osó contrarestar el torrente de
la opinion popular; pero conociendo el mérito de los sabios extranjeros,
y la utilidad de sus trabajos, los preservó de todo daño; é imposibilitada
por la guerra de enviarlos en derechura á Francia, los embarcó, en opor-
tuna ocasion, á bordo de un buque que iba á Argel, país entónces neu-
tral, y de donde se restituyeron despues á sus hogares.
El entusiasmo en Mallorca fué universal, esmerándose con particula-
ridad en manifestarle las más principales señoras; y si en toda la isla de
Mallorca, como decia el Cardenal de Retz (8), «no hay mujeres feas», fá-
cil será imaginar el poderoso influjo que tuvieron en su levantamiento.
En Palma se creó un cuerpo de voluntarios con aquel nombre, que
despues pasó á servir á Cataluña. Y aunque al principio la Junta, obran-
do precavidamente, no permitió que se trasladasen á la Península las
tropas que guarnecian las islas, por fin accedió á que se incorporasen
sucesivamente con los ejércitos que guerreaban.
Unas tras otras hemos recorrido las provincias de España y contado
su glorioso alzamiento. Habrá quien eche de ménos á Navarra y las pro-
vincias Vascongadas; pero lindando con Francia, privados sus morado-
res de dos importantes plazas, y cercados y opresos por todos lados, no
pudieron resolverse ni formalizar por de pronto gobierno alguno. Con to-
do, animadas de patriotismo acendrado, impelieron á la desercion á los
pocos soldados españoles que había en su suelo, auxiliaron en cuanto
alcanzaban sus fuerzas á las provincias lidiadoras, y luégo que las suyas
estuvieron libres ó más desembarazadas, se unieron á todas, cooperan-
do con no menor conato á la destruccion del comun enemigo. Y más ade-
lante verémos que, áun ocupado de nuevo su territorio, pelearon con em-
peño y constancia por medio de sus guerrillas y cuerpos francos.
En las islas Canarias, aunque algo lejanas de las costas españolas,
siguióse el impulso de Sevilla. Dudóse en un principio de la certeza de
los acontecimientos de Bayona, y se consideraron como invencion de la
malevolencia, ó como voces de intento esparcidas por los partidarios de
los ingleses. Mas habiendo llegado en Julio noticia de la insurreccion
de Sevilla y de la instalacion de su Junta suprema, el Capitán general,
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preceptos del extranjero. Y ¡ojalá nunca los escuchára! Los años en que
escribimos han sido testigos de que su intervencion tan sólo ha servido
para hacerla retroceder á tiempos comparables á los de la más profun-
da barbarie.
Nos parece que lo dicho bastará á deshacer los errores á que ha dado
lugar el silencio de algunas plumas españolas, el despique de otras, y la
ligereza con que muchos extranjeros han juzgado los asuntos de España,
país tan poco conocido como mal apreciado.
Antes de concluir el presente libro será justo que demos una razon,
aunque breve, de la insurreccion de Portugal, cuyos acontecimientos an-
duvieron tan mezclados con los nuestros.
Aquel reino, si bien al parecer tranquilo, viéndose agobiado con las
extraordinarias cargas, y ofendido de los agravios que se hacian á sus
habitantes, tan sólo deseaba oportuna ocasion en que sacudir el yugo
que le oprimia.
Junot, en su desvanecimiento, á veces habia ideado ceñirse la coro-
na de Portugal. Para ello hubo insinuaciones, sordas intrigas, proyectos
de Constitucion y otros pasos, que no haciendo á nuestro propósito, los
pasarémos en silencio. Tuvo, por último, que contentarse con la digni-
dad de duque de Abrántes, á que le ensalzó su amo en remuneracion de
sus servicios.
Desde el mes de Marzo, con motivo de la llamada de las tropas es-
pañolas, anduvo el general frances inquieto, temiendo que se aumenta-
sen los peligros al paso que se disminuia su fuerza. Se tranquilizó algun
tanto cuando vió que al advenimiento al trono de Fernando habian reci-
bido los españoles contraórden. Así fué, como hemos dicho, que los de
Oporto volvieron á sus acantonamientos; se mantuvieron quietos en Lis-
boa y sus contornos los de D. Juan Carrafa, y sólo de los de Solano se
restituyeron á Setúbal cuatro batallones, no habiendo Junot tenido por
conveniente recibir á los restantes. Prefirió éste guardar por sí el Alente-
jo, y envió á Kellerman para reemplazar á Solano cuya memoria fué tan-
to más sentida por los naturales, cuanto el nuevo comandante se estrenó
con imponer una contribucion en tal manera gravosa, que el mismo Ju-
not tuvo que desaprobarla. Kellerman transfirió á Yélbes su cuartel ge-
neral para observar de cerca á Solano, quien permaneció en la frontera
hasta Mayo, en cuyo tiempo se retiró á Andalucía.
En este estado se hallaban las cosas de Portugal, cuando, despues
del suceso del 2 de Mayo en Madrid, receloso Napoleon de nuevos albo-
rotos en España, ordenó á Junot que enviase del lado de Ciudad Rodri-
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(1) Esta proclama está inserta en la Gaceta de Madrid del 7 de julio de 1808.
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(2) Respuesta dada por el Illmo. Sr. Obispo de Orense á la Junta de Gobierno, con mo-
tivo de haber sido nombrado diputado para la Junta de Bayona.
Excmo. Sr.— Muy señor mio: Un correo de la Coruña me ha entregado en la tarde del
miércoles, 25 de éste, la de V. E. con fecha del 19, por la que, entre lo demas que contie-
ne, me he visto nombrado para asistir á la asamblea que debe tenerse en Bayona de Fran-
cia, á fin de ocurrir en cuanto pudiese á la felicidad de la monarquía, conforme á los de-
seos del grande Emperador de los franceses, celoso de elevarla al más alto grado de pros-
peridad y de gloria.
Aunque mis luces son escasas, en el deseo de la verdadera felicidad y gloria de la na-
cion no debo ceder á nadie, y nada omitiria que me fuese practicable y creyese conducen-
te á ello. Pero mi edad de setenta y tres años, una indisposicion actual, y otras notorias y
habituales me impiden un viaje tan largo y con un término tan corto que apenas basta pa-
ra él, y ménos para poder anticipar los oficios y para adquirir las noticias é instrucciones
que debian preceder. Por lo mismo me considero precisado á exonerarme de este encar-
go, como lo hago por ésta, no dudando que el Sermo. Sr. Duque de Berg y la suprema Jun-
ta de Gobierno estimarán justa y necesaria mi súplica de que admitan una excusa y exo-
neracion tan legitima.
Al mismo tiempo, por lo que interesa al bien de la nacion y á los designios mismos
del Emperador y Rey, que quiere ser como el ángel de paz y el protector tutelar de ella, y
no olvida lo que tantas veces ha manifestado, el grande interes que toma en que los pue-
blos y soberanos sus aliados aumenten su poder, sus riquezas y dicha en todo género, me
tomo la libertad de hacer presente á la Junta suprema de Gobierno, y por ella al mismo
Emperador, Rey de Italia, lo que ántes de tratar de los asuntos á que parece convocada,
diria y protestaria en la asamblea de Bayona, si pudiese concurrir á ella.
Se trata de curar males, de reparar perjuicios, de mejorar la suerte de la nacion y de
la monarquía; pero ¿sobre qué bases y fundamentos? ¿Hay medio aprobado y autorizado,
firme y reconocido por la nacion para esto? ¿Quiere ella sujetarse y espera su salud por
esta vía? Y ¿no hay enfermedades tambien que se agravan y exasperan con las medicinas;
de que se ha dicho: Tangant vulnera sacra nullæ manus? Y ¿no parece haber sido de es-
ta clase la que ha empleado con su aliado y familia real de España el poderoso protector,
el emperador Napoleon? Sus males se han agravado tanto, que está como desesperada su
salud. Se ve internada en el imperio frances, y en una tierra que la habia desterrado pa-
ra siempre; y vuelto á su cuna primitiva, halla el túmulo por una muerte civil, en donde
la primera rama fué cruelmente cortada por el furor y la violencia de una revolucion in-
sensata y sanguinaria. Y en estos términos, ¿qué podrá esperar España? Su curacion, ¿le
será más favorable? Los medios y medicinas no lo anuncian. Las renuncias de sus reyes
en Bayona é infantes en Burdeos, en donde, se cree que no podian ser libres, en donde
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con mayor vigor y maestría las verdades que en él se reproducen. Así fué
que aquella contestacion penetró muy allá en todos los corazones, cau-
se han contemplado rodeados de la fuerza y del artificio, y desnudos de las luces y asis-
tencia de sus fieles vasallos; estas renuncias, que no pueden concebirse ni parecen posi-
bles, atendiendo á las impresiones naturales del amor paternal y filial, y al honor y lus-
tre de toda la familia, que tanto interesa á todos los hombres honrados; estas renuncias,
que se han hecho sospechosas á toda la nacion, y de las que pende toda la autoridad de
que justamente puede hacer uso el Emperador y Rey, exigen para su validacion y firme-
za, y á lo ménos para la satisfaccion de toda la monarquía española, que se ratifiquen es-
tando los reyes é infantes que las han hecho libres de toda coaccion y temor. Y nada se-
ría tan glorioso para el grande emperador Napoleon, que tanto se ha interesado en ellas,
como en devolver á la España sus augustos monarcas y familia, disponer que dentro de
su seno, y en unas Córtes generales del reino, hiciesen lo que libremente quisiesen, y la
nacion misma, con la independencia y soberanía que la compete, procediese, en conse-
cuencia, á reconocer por su legitimo rey al que la naturaleza, el derecho y las circunstan-
cias llamasen al trono español.
Este magnánimo y generoso proceder sería el mayor elogio del mismo Emperador, y
sería más grande y admirable por él que por todas las victorias y laureles que le coronan
y distinguen entre todos los monarcas de la tierra, y áun saldria la España de una suerte
funestisima que la amenaza, y podria, finalmente, sanar de sus males y gozar de una per-
fecta salud, y dar, despues de Dios, las gracias y tributar el más sincero reconocimiento
á su salvador y verdadero protector, entónces el mayor de los emperadores de Europa, el
moderado, el justo, el magnánimo, el benéfico Napoleon el Grande.
Por ahora la España no puede dejar de mirarlo bajo otro aspecto muy diferente: se
entreve, si no se descubre, un opresor de sus príncipes y de ella; se mira como encadena-
da y esclava cuando se la ofrecen felicidades: obra, áun más que del artificio, de la vio-
lencia y de un ejército numeroso, que ha sido admitido como amigo ó por la indiscrecion
y timidez, ó acaso por una vil traicion, que sirve á dar una autoridad que no es fácil es-
timar legítima.
¿Quién ha hecho teniente-gobernador del reino al Sermo. Sr. Duque de Berg? ¿No
es un nombramiento hecho en Bayona de Francia por un rey piadoso, digno de todo res-
peto y amor de sus vasallos, pero en manos de lados imperiosos por el ascendiente sobre
su corazon y por la fuerza y el poder á que le sometió? Y ¿no es una artificiosa quimera
nombrar teniente de su reino á un general que manda un ejército que le amenaza, y re-
nunciar inmediatamente su corona? ¿Sólo ha querido volver al trono Cárlos IV para qui-
tarlo á sus hijos? Y ¿era forzozo nombrar un teniente que impidiese á la España por es-
ta autorizacion y por el poder militar cuantos recursos podia tener para evitar la consu-
macion de un proyecto de esta naturaleza? No sólo en España, en toda la Europa, dudo
se halle persona que no reclame en su corazon contra estos actos extraordinarios y sospe-
chosos, por no decir más.
En conclusion, la nacion se ve como sin rey, y no sabe á qué atenerse. Las renun-
cias de sus reyes y el nombramiento de teniente gobernador del reino son actos hechos en
Francia y á la vista de un emperador que se ha persuadido hacer feliz á España con darle
una nueva dinastía, que tenga su origen en esta familia tan dichosa, que se cree incapaz
de producir príncipes que no tengan ó los mismos ó mayores talentos para el gobierno de
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(6) Mr. Bignon, citado más arriba, aunque elogia nuestra imparcialidad, desmiente este
hecho, desfigurando el modo como lo contamos. Apóyase principalmente en lo que acerca
del caso refiere en sus Memorias Mr. Estanislao Girardin, si bien no le sigue á la letra, ó por
negligencia ó por dar mayor fuerza á su relacion. Nosotros hemos seguido en la nuestra, des-
pues de acudir á buenas fuentes, al general Foy, como quien concuerda mejor con ellas; pe-
ro no bastándonos ni áun esto, en vista de lo que asegura en contrario Mr. Bignon, hemos re-
currido por medio de personas autorizadas y fidedignas á José Bonaparte mismo y los que le
rodean y han merecido siempre su confianza. Todos ellos ahora (en 1842) viven en Floren-
cia; y satisfaciendo nuestros deseos, han respondido que de cuanto habian visto estampado,
inclusas las Memorias de Mr. Estanislao Girardin, acerca de lo acaecido en 1808 entre el rey
José y su hermano el emperador Napoleon, ya en Bayona, ya ántes, ninguna relacion era tan
puntual y exacta como la del Conde de Toreno en su historia; habiendo añadido José de por
si que se admiraba de que dicho Toreno hubiese tenido conocimiento tan verdadero y circuns-
tanciado de aquellos sucesos. De aqui inferirá el lector lo mucho que nos hemos afanado por
apurar la verdad, áun en los hechos que no pedian tanta y tan esmerada averiguacion.
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Así sucedió que al llegar entre dos luces á Marrac recibió los obse-
quios de tal de boca de la Emperatriz, que con sus damas habia salido
á recibirle al pié de la escalera. Ya le aguardaban dentro del palacio los
españoles congregados en Bayona, á quienes se les habia citado de an-
temano, teniendo Napoleon tanta priesa en el reconocimiento del nuevo
rey, que no permitió cubrir las mesas ni descanso alguno á su hermano
ántes de desempeñar aquel cuidado, cuyo ceremonial se prolongó has-
ta las diez de la noche.
Naturalmente debió durar más de lo necesario, habiendo ignorado
los españoles el motivo á que eran llamados. Advertidos despues, tuvie-
ron que concertarse apresuradamente allí mismo, en uno de los salones,
y arreglar el modo de felicitar al soberano recien llegado. Para ello se di-
vidieron en cuatro diputaciones, á saber: la de los grandes, la del Con-
sejo de Castilla, la de los de la Inquisicion, Indias y Hacienda, reunidos
los tres en una, y la del ejército. Pusieron todas separadamente y por es-
crito una exposicion gratulatoria, y ántes de que se leyesen á José con
toda solemnidad, se presentaba cada una á Napoleon para su aprobacion
previa: menguada censura, indigna de su alta jerarquía.
Era la diputacion de los grandes la primera en órden, é iba á su ca-
beza el Duque del Infantado, quien habia tenido el encargo de extender
la felicitacion. Principiando por un cumplido vago, concluia ésta con de-
cir: «Las leyes de España no nos permiten ofrecer otra cosa á V. M. Es-
peramos que la nacion se explique y nos autorice á dar mayor ensanche á
nuestros sentimientos.» Difícil sería expresar la irritacion que provocó en
el altivo ánimo de Napoleon tan inesperada cortapisa. Fuera de sí y aba-
lanzándose al Duque, díjole que «siendo caballero, se portase como tal, y
que en vez de altercar acerca de los términos de un juramento, el cual, así
que pudiera, intentaba quebrantar, se pusiese al frente de su partido en
España, y lidiase franca y lealmente..... Pero le advertia que si faltaba al
juramento que iba á prestar, quizá estaria en el caso ántes de ocho dias de
ser arcabuceado.» Tardíos eran á la verdad los escrúpulos del Duque, y, ó
debia haberlos sepultado en lo más íntimo del pecho, ó sostenerlos con el
brío digno de su cuna, si arrastrado por el clamor de la conciencia, queria
acallarla, dándoles libre salida. Mas el del Infantado arredróse, y cedió á
la ira de Napoleon. Por eso hubo quien achacára á otro haberle apuntado
la cláusula, dejándole sólo al Duque la gloria de haberla escrito, sin pen-
sar en el aprieto en que iba á encontrarse. Corrigieron entónces los gran-
des su primera exposicion, reconocieron por rey á José, é hizo la lectura
de ella, aunque no pertenecia á la clase, D. Miguel José de Azanza.
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(7) Todas estas gratulatorias pueden leerse en el Diario de Madrid del 12 de Junio de
1808 y en las Gacetas de aquel tiempo.
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(8) Esta proclama está inserta en el Diario de Madrid del 15 de Junio de 1808.
(9) Habiendo aceptado la cesion de la corona de España, que mi muy caro y muy
amado hermano, el Emperador de los franceses, etc., hizo á favor de mi persona, segun
el aviso que se comunicó al Consejo con fecha de 4 del corriente, he venido en nombrar
por mi lugarteniente general á S. A. I. y R. el gran Duque de Berg, segun se lo participo
con esta fecha, encargándole que haga expedir todos los decretos que convengan, á fin de
que los tribunales y los empleados de todas clases continúen en el ejercicio de sus fun-
ciones respectivas, por exigirlo así el bien general del reino, que es y será siempre el ob-
jeto de mis desvelos. Tendrálo entendido el Consejo para su inteligencia y cumplimien-
to en la parte que le toca.— YO EL REY.— En Bayona, á 10 de Junio de 1808.— Al De-
cano del Consejo.
(10) El augusto Emperador de los franceses, nuestro muy caro y muy amado herma-
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no, nos ha cedido todos los derechos que habia adquirido á la corona de las Españas por
los tratados ajustados en los dias 5 y 10 de Mayo próximo pasado. La Providencia, abrién-
donos una carrera tan vasta, sin duda que ha penetrado nuestras intenciones; la misma
nos dará fuerzas para hacer la felicidad del pueblo generoso que ha confiado á nuestro
cuidado. Sólo ella puede leer en nuestra alma, y no serémos felices hasta el dia en que,
correspondiendo á tantas esperanzas, podamos darnos á Nos mismo el testimonio de ha-
ber llenado el glorioso cargo que se nos ha impuesto. La conservacion de la santa reli-
gion de nuestros mayores en el estado próspero en que la encontramos, la integridad y la
independencia de la monarquía serán nuestros primeros deberes. Tenemos derecho para
contar con la asistencia del clero, de la nobleza y del Pueblo, á fin de hacer revivir aquel
tiempo en que el mundo entero estaba lleno de la gloria del nombre español; y sobre todo
deseamos establecer el sosiego y fijar la felicidad en el seno de cada familia por medio de
una buena organizacion social. Hacer el bien público con el menor perjuicio posible de
los intereses articulares será el espíritu de nuestra conducta; y por lo que á Nos toca co-
mo nuestros pueblos sean dichosos, en su felicidad cifrarémos toda nuestra gloria. A este
precio ningun sacrificio nos será costoso. Para el bien de la España, y no para el nuestro,
nos proponemos reinar. El Consejo lo tendrá entendido y lo comunicara á nuestros pue-
blos.— YO EL REY.— En Bayona, á 10 de Junio de 1808.— Al Decano del Consejo.
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(11) Este discurso está inserto en el suplemento á la Gaceta de Madrid del 21 de Ju-
nio de 1808.
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derse, que la Junta habia gozado de libertad. Concediendo que esto fue-
se cierto, levantaríase contra los miembros un grave cargo por no haber
sostenido mejor los derechos de la nacion, ya que hubiesen creido inútil
recordar los de Fernando y su familia. Pareceria, pues, imposible, á no
leerlo en sus obras, que hombres graves hayan querido persuadir al pú-
blico que allí se procedió sin embarazo, discutiéndose las materias con
toda franqueza y al sabor y segun el dictámen de los vocales. No hay du-
da que sobre puntos accesorios fué lícito hablar, y áun indicar leves mo-
dificaciones. Pero ¿qué hubiera acontecido si alguno se hubiese propa-
sado, no á renovar la cuestion, decidida ya, de mudanza de dinastía, sino
á enmendar cualquier artículo de los sustanciales de la Constitucion?
¿Qué si hubiese reclamado la libertad de imprenta, la publicidad de las
sesiones, una manera, en fin, más acertada de constituirse las Córtes? O
para siempre hubiera enmudecido el audaz diputado de cuyos labios hu-
bieran salido semejantes proposiciones, ó de prisa y estrepitosamente se
hubiera disuelto el Congreso de Bayona. Así en el corto número de doce
sesiones se cumplió con las formalidades de estilo, se tocaron várias ma-
terias, y se discutió y aprobó á la unanimidad una Constitucion de 146
artículos. Mas ¿á qué cansarse? Para conceptuar de qué libertad goza-
ron los diputados, basta decir que fué en Bayona y á vista de Napoleon
donde celebraron sus sesiones.
Al fin, el 7 de Julio, reunido el Congreso en el mismo sitio de los an-
teriores dias, que fué en el palacio llamado del Obispado Viejo, juró Jo-
sé la observancia de la Constitucion en manos del Arzobispo de Búrgos,
y tambien la juraron, aceptaron y firmaron los diputados, cuyo número
no pasó de 91, siendo de notar que apénas 20 habian sido nombrados
por las provincias. Los demas, ó eran de aquellos que habian acompaña-
do al rey Fernando, ó individuos de diversas corporaciones ó clases resi-
dentes en Madrid y ciudades oprimidas por los soldados franceses. Para
que subiera la cuenta obligaron tambien á españoles transeuntes ca-
sualmente en Bayona á que pusiesen su firma en la nueva Constitucion.
Pero, á pesar de tales esfuerzos, nunca pudo completarse el número de
150, que era el determinado en la convocatoria.
Ahora sería oportuno entrar en el exámen de esta Constitucion, si por
lo ménos hubiera gobernado de hecho la monarquía. Mas, ilegítima en
su orígen, y bastarda produccion de tierra extraña, nunca plantada en la
nuestra, no sería justo que nos detuviese largo tiempo, ni cortase el hilo
de nuestra narracion. Sin embargo, atendiendo al elogio que de algunos
ha merecido, séanos lícito poner aquí ciertas observaciones, que, si bien
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CONDE DE TORENO
restrictas y generales, no por eso dejarán de dar una idea de los defectos
fundamentales que la oscurecian y anulaban.
Desde luégo nótase que falta en aquella Constitucion lo que forma
la base principal de los gobiernos representativos, á saber, la publici-
dad. Por ella se ilustra y conoce la opinion, y la opinion es la que dirige
y guia á los que mandan en estados así constituidos. Dos son los únicos
y verdaderos medios de conseguir que la voz pública suba con rapidez
á los representantes de una gran nacion, y que la de éstos descienda y
cunda á todas las clases del pueblo. Son, pues, la libertad de imprenta y
la publicidad en las discusiones del cuerpo ó cuerpos que deliberan. Por
la última, como decia el mismo Burke, llega á noticia de los poderdantes
el modo de pensar y obrar de sus diputados, sirviendo tambien de escue-
la instructiva á la juventud; y por la primera, esencialmente unida á la
naturaleza de un estado libre, conforme á la expresion del gran juriscon-
sulto Blackstone, se enteran los que gobiernan de las variaciones de la
opinion y de las medidas que imperiosamente reclama, por cuya mutua
y franca comunicacion, acumulándose cuantiosa copia de saber y datos,
las resoluciones que se toman en una nacion de aquel modo regida no se
apartan en lo general de lo que ordena su interes bien entendido; des-
apareciendo, en cotejo de tamaño beneficio, los cortos inconvenientes
que en ciertos y contados casos pudieran acompañar á la publicidad, y
de que nunca se ve del todo desembarazada la humana naturaleza. Pues
aquellos dos medios tan necesarios de estamparse en una Constitucion
que se preciaba de representativa, no se vislumbraban siquiera en la de
Bayona. Al contrario, por el artículo 80 se prevenia «que las sesiones de
las Córtes no fuesen públicas.» Y en tanto grado se huia de conceder di-
cha facultad, que en el 81 íbase hasta graduar de rebelion el publicar
impresas ó por carteles los opiniones ó votaciones. Quien con tanto es-
mero habia trabado la libertad de los diputados, no era de esperar obrase
más generosamente con la de la imprenta. Diferíase su goce á dos años
despues que la Constitucion se hubiese planteado, no debiendo ésta te-
ner su cumplido efecto ántes de 1813. Pero áun entónces, ademas de las
limitaciones que hubieran entrado en la ley, parece ser que nunca se hu-
bieran comprendido en su contexto los papeles periódicos. Así se infiere
de lo prevenido en el artículo 45; porque, al paso que se crea una junta
de cinco senadores encargados de velar acerca de la libertad de impren-
ta, se exceptúan determinadamente semejantes publicaciones, las que
sin duda reservaba el Gobierno á su propio exámen. Véase, pues, cuán
tardía y escatimada llegaria concesion de tal importancia.
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(12) Señor: Todos los españoles que componen la comitiva de SS. AA. RR. los prín-
cipes, Fernando, Cárlos y Antonio, noticiosos por los papeles públicos de la instalacion
de la persona de V. M. C. en el trono de la patria de los exponentes, con el consentimien-
to de toda la nacion, procediendo consecuentes al voto unánime, manifestado al Empe-
rador y Rey en la nota adjunta, de permanecer españoles sin sustraerse de sus leyes en
modo alguno, ántes bien queriendo siempre subsistir sumisos á ellas, consideran como
obligacion suya muy urgente la de conformarse con el sistema adoptado por su nacion, y
rendir, como ella, sus más humildes homenajes á V. M. C., asegurándole tambien la mis-
ma inclinacion, el mismo respeto y la misma lealtad que han manifestado al gobierno an-
terior, de la cual hay las pruebas más distinguidas, y creyendo que esta misma fidelidad
pasada será la garantía más segura de la sinceridad de la adhesion que ahora manifies-
tan, jurando, como juran, obediencia á la nueva Constitucion de su país, y fidelidad al
rey de España José I.
La generosidad de V. M. C., su bondad y su humanidad les hacen esperar que consi-
derando la necesidad que estos príncipes tienen de que los exponentes continúen sirvién-
doles en la situncion en que se hallan, se dignará V. M. C. confirmar el permiso que has-
ta ahora han tenido de S. M. I. y R. para permanecer aquí; y asimismo continuarles, por
atencion á los mismos príncipes, con igual magnanimidad el goce de los bienes y empleos
que tenian en España, con las otras gracias que á peticion suya les tiene concedidas S. M.
I. y R., hermano augusto de V. M. C., y constan de la adjunta nota, que tienen el honor de
presentar á los piés de V. M. C. con la más humilde súplica.
Una vez asegurados por este medio de que sirviendo á SS. AA. RR. serán considera-
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dos como vasallos fieles de V. M. C. y como españoles verdaderos, prontos á obedecer cie-
gamente la voluntad de V. M. C. hasta en lo más minimo; si se les quisiese dar otro des-
tino, participarán completamente de la satisfaccion de todos sus compatriotas, á quienes
debe hacer dichosos para siempre un monarca tan justo, tan humano y tan grande en to-
do sentido como V. M. C.
Ellos dirigen á Dios los votos más fervorosos y unánimes para que se verifiquen es-
tas esperanzas, y para que Dios se digne conservar por muchos años la preciosa vida de
V. M. C. En fin, con el más profundo y más sincero respeto, tienen el honor de ponerse á
los piés de V. M. C. sus más humildes servidores y fieles súbditos, en nombre de todas las
personas de la comitiva de los príncipes.— EL DUQUE DE SAN CÁRLOS, D. JUAN ESCÓIQUIZ,
EL MARQUÉS DE AYERBE, EL MARQUES DE FERIA, D. ANTONIO CORREA, D. PEDRO MACANAZ.—
Valencey, 22 de Junio de 1808.— (LLORENTE, tomo I, pág. 105.)
(13) He recibido con sumo gusto la carta de V. M. I. y R. de 15 del corriente, y le doy
gracias por las expresiones afectuosas con que me honra, y con las cuales yo he conta-
do siempre. Las repito á V. M. I. por su bondad en favor de la solicitud del Duque de San
Cárlos y de D. Pedro Macanaz, que tuve el honor de recomendar. Doy muy sinceramen-
te, en mi nombre y de mi hermano y tio, á V. M. I. la enhorabuena de la satisfaccion de
ver instalado á su querido hermano en el trono de España. Habiendo sido objeto de todos
nuestros deseos la felicidad de la generosa nacion que habita su vasto territorio, no po-
demos ver á la cabeza de ella un monarca más digno, ni más propio por sus virtudes para
asegurársela, ni dejar de participar al mismo tiempo del grande consuelo que nos da es-
ta circunstancia. Deseamos el honor de profesar amistad con S. M., y este afecto nos ha
dictado la carta adjunta, que me atrevo á incluir, rogando á V. M. I. que despues de leida
se digne presentarla á S. M. C. Una mediacion tan respetable nos asegura que será reci-
bida con la cordialidad que deseamos. Sire: perdonad una libertad que nos tomamos, por
la confianza sin límites que V. M. I. nos ha inspirado. Y con la seguridad de todo nuestro
afecto y respeto, permitid que yo le renueve los más sinceros é invariables sentimientos,
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con los cuales tengo el honor de ser, Sire, de V. M. I. y R. su muy humilde y muy obedien-
te servidor.— FERNANDO.— (LLORENTE, tomo I, pág. 102.)
NOTA. La carta escrita á José, que se cita en la anterior, la oyeron todos los diputados
de Bayona, y se quedó con el original don Miguel José de Azanza.
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el enemigo más inmediato. Mandó, por tanto, á las tropas enviadas án-
tes camino de Santander que, retrocediendo, viniesen al encuentro del
general Lassalle, quien asistido de cuatro batallones de infantería y 700
caballos, se dirigia hácia Valladolid. Habia el último salido de Búrgos el
5 de Junio, y al anochecer del 6 llegó á Torquemada, villa situada cerca
de Pisuerga y que domina el campo de la márgen opuesta. Muchos ve-
cinos abandonaron el pueblo, algunos se quedaron, y preparándose para
la defensa, atajaron con cadenas y carros el puente, bastante largo, por
donde se va á la villa. Ciento de los más animosos, parapetados detrás
ó subidos en la iglesia y casas inmediatas, dispararon contra los fran-
ceses que se adelantaban. No arredrados éstos con el incierto y lejano
fuego del paisanaje, aceleraron el paso, y bien pronto, desembarazando
el puente, penetraron por las calles y saquearon y quemaron lastimosa-
mente sus casas y edificios. Dispersos los defensores, fueron unos acu-
chillados por la caballería, otros atravesados por las bayonetas de los in-
fantes, y tratados los demas moradores con todo el rigor de la guerra, sin
que se perdonase á edad ni sexo.
En Palencia se habian tambien reunido los mozos con varios solda-
dos sueltos, á las órdenes del anciano general D. Diego de Tordesillas.
Mas, aterrorizados con el incendio de Torquemada, se retiraron á tierra
de Leon, procurando el Obispo aplacar la furia de los franceses con un
obsequioso recibimiento. Llegaron el 7, y á sus ruegos, se contentaron
con desarmar á los habitantes, imponiéndoles ademas una contribucion
bastante gravosa.
En Dueñas se engrosó la division de Lassalle con la de Merle, de
vuelta de Reinosa, y allí acordaron el modo de atacar á D. Gregorio de
la Cuesta. Habia el general español ocupado á Cabezon, distante dos le-
guas de Valladolid. Contaba bajo su mando 5.000 paisanos mal armados
y sin instruccion militar, 100 guardias de Corps de los que habian acom-
pañado á Bayona á la familia real, y 200 hombres del regimiento de ca-
ballería de la Reina. Reducíase su artilleria á cuatro piezas, que habian
salvado del colegio de Segovia sus oficiales y cadetes. Cabezon, situado
á la orilla izquierda de Pisuerga, contiguo al puente adonde viene á pa-
rar la calzada de Búrgos, y en paraje más elevado, ofrecia abrigo y repa-
ro á la gente allegadiza de Cuesta, si hubiera sabido ó querido éste apro-
vecharse de tamaña ventaja. Pero, con asombro de todos, haciendo pasar
al otro lado del rio lo grueso de sus tropas, colocó en una misma línea la
caballería y los paisanos, entre los que se distinguia por su mejor arreo
y disciplina el cuerpo de estudiantes. Situó cerca y á la salida del puen-
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te dos cañones, y dejó los otros dos del lado de Cabezon. Quedaron asi-
mismo por esta parte algunas compañías de paisanos de las parroquias
de Valladolid, cada una con su bandera, para guardar los vados del rio:
inexplicable arreglo y ordenacion en un general veterano.
Temprano, en la mañana del 12, empezó el ataque. El frances Las-
salle marchó por el camino real, cubriendo el movimiento de su izquier-
da con el monasterio de Bernardos de Palazuelo. El general Merle ti-
ró por su derecha hácia Cigales, con intento de interceptar á Cuesta si
queria retirarse del lado de Leon, como se lo habian los enemigos pen-
sado al verle pasar el rio, no pudiendo achacar á ignorancia semejante
determinacion. La refriega no fué ni larga ni empeñada. A las primeras
descargas los caballos, que estaban avanzados y al descubierto en cam-
po raso, empezaron á inquietarse, sin que fueran dueños los jinetes de
contenerlos. Perturbaron con su desasosiego á los infantes y los desor-
denaron. Al punto dióse la señal de retirada, agolpándose al puente la
caballería, precedida por los generales Cuesta y D. Francisco Eguía, su
mayor general. Los estudiantes se mantuvieron aún firmes, pero no tar-
daron en ser arrollados. Unos, huyendo hácia Cigales, fueron hechos
prisioneros por los franceses, ó acuchillados en un soto á que se habian
acogido. Otros, procurando vadear el rio ó cruzarle á nado, se ahogaron
con la precipitacion y angustia. No fueron tampoco más afortunados los
que se dirigieron al puente. Largo y angosto, caian sofocados con la mu-
chedumbre que allí acudia, ó muertos por los fuegos franceses, y el de
un destacamento de españoles situado al pié de la ermita de la Virgen
del Manzano, cuyos soldados, poco certeros, más bien ofendian á los su-
yos que á los contrarios. Grande fue la perdida de nuestra parte, cortísi-
ma la de los franceses. El general Cuesta tranquilamente continuó su re-
tirada, y sin detenerse se replegó con la caballería á Rioseco, pasando
por Valladolid. No faltó quien atribuyese su extraña conducta á la trai-
cion ó despique por haberle forzado á comprometerse en la insurreccion.
Otras batallas posteriores, en que, exponiendo mucho su persona, andu-
vo igualmente desacertado en las disposiciones, probaron que no obraba
de mala fe, sino con poco conocimiento de la estrategia.
Los enemigos, temerosos de alguna emboscada, cañonearon al prin-
cipio á Cabezon, sin entrar en el pueblo. Con el ruido y las balas ahu-
yentaron á los vecinos, y sólo á mediodía penetraron en las casas, sa-
queándolas y abrasando en las eras los efectos y ajuar que no pudieron
llevar consigo. Fué el botin abundante, porque, como era domingo, casi
todos los habitantes de Valladolid habian ido allí como á fiesta y rome-
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parcida por las montañas, y por cuya causa habia cesado el fuego de una
y otra parte. El general Ducos avanzó entónces, y juntándose con Merle,
llegó en su compañía á Santander.
El Obispo, luego que supo que los franceses se aproximaban á la
montaña, arrebatado de entusiasmo, montó en una mula, y pertrechado
de todas armas, se encaminó adonde acampaba el ejército; pero encon-
trándole á poco deshecho y disperso, decayó de ánimo, y huyó como los
demas, refugiándose á Astúrias, lo cual dió lugar á la voz de haber servi-
do dicho prelado de guía á las tropas en aquella sazon.
Pocos dias despues del levantamiento de Santander, habia entrado
de arribada en el puerto un buque frances, procedente de sus colonias
y ricamente cargado. La Junta, en medio de sus apuros, tuvo la genero-
sidad de no aprovecharse del precioso socorro que el acaso le ofrecia,
y permitió al buque seguir su viaje á Francia, dando ademas libertad y
poniendo á su bordo al cónsul y á los otros franceses que en un princi-
pio habian sido arrestados. Accion tan noble y rara no evitó á Santan-
der el ser molestado en lo sucesivo con derramas é imposiciones ex-
traordinarias.
El vigilante cuidado de Napoleón no se adormeció del lado de Ara-
gon, disponiendo que el general de brigada Lefebvre Desnouettes, con
5.000 hombres de infantería y 800 caballos, partiese el 7 de Junio de
Pamplona. Llegó el 8 delante de Tudela. Los vecinos habian cortado el
puente del Ebro con intento de impedir el paso; pero los franceses, cru-
zando en barcas el rio, se apoderaron de la ciudad, á pesar de gente y so-
corros que habia enviado Zaragoza á las órdenes del Marqués de Lazan.
Arcabucearon, para escarmiento, algunas personas, como si fuera deli-
to defender sus hogares contra el extranjero; repararon el puente y pro-
siguieron su marcha. El Marqués de Lazan, que con tropa colecticia se
habia adelantado hasta Tudela, se replegó y tomó posicion el 13 junto á
un olivar, apoyando su izquierda en la villa de Mallen, y la derecha en el
canal de Aragon. Resistieron con valor sus soldados; mas, atacando los
enemigos vigorosamente uno de los flancos, comenzaron los nuestros á
ciar, y del todo se desordenaron con una carga que les dieron los lance-
ros polacos. No por eso se abatieron los aragoneses, y todavía aquel dia
mismo pelearon en Gallur, aunque tambien con desventaja. En la ma-
drugada del 14, noticioso el general Palafox de la rota de su hermano,
salió en persona de Zaragoza, acompañado de 5.000 paisanos mal arma-
dos, dos piezas de artillería, 80 caballos del regimiento de dragones del
Rey, con otros oficiales y soldados sueltos, y fué al encuentro del ene-
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campana concejil todos los hombres aptos para las armas en las diversas
veguerías ó partidos, segun lo dispone el usaje de Barcelona. Fué en es-
te caso no ménos provechoso que en otros antiguos y renombrados. Ha-
bia pocas armas, y municiones tan escasas, que careciendo de balas de
fusil, se cortaron las varillas de hierro de las cortinas para que suplie-
sen la falta.
Los somatenes de Igualada y Manresa fueron los primeros que se
preparon, y al hijo de un mercader, llamado Francisco Rivera, teníase-
le por principal caudillo. Apostáronse, pues, y se escondieron entre los
matorrales y arboleda de las alturas del Bruch. Apénas habia pasado la
columna francesa las casas que llevan el mismo nombre, y tomado la re-
vuelta que forma el camino real ántes de emparejar con el de Manresa,
cuando fue detenida por el inesperado fuego de los encubiertos somate-
nes. Schwartz, despues de un rato de espera, embistió á sus contrarios;
replegáronse éstos, y disputando el terreno á palmos, se dividieron, unos
yendo la vuelta de Igualada, y otros de Casa-Masana. Desalojados del
último punto y teniéndose por perdidos, apriesa se retiraban, y completa
hubiera sido su derrota, á no haber afortunadamente Schwartz desistido
de perseguirlos. Admirados los manresanos de la suspension del fran-
ces, cobraron aliento, y engrosados con el somaten de San Pedor, com-
puesto de buenos y esforzados tiradores, volvieron de nuevo á la carga.
Venía con los recien llegados un tambor, quien, como más experto, hizo
las veces de general en jefe. Vivamente acometieron todos juntos á los
franceses de Casa-Masana, los que se recogieron al cuerpo de la colum-
na, que comia el rancho á retaguardia.
El número de somatenes crecia por momentos, sus ánimos se enar-
decian, adquiriendo ventaja sobre los franceses, descaecidos con la im-
pensada embestida. Schwartz, al ver retirarse su vanguardia, y al rui-
do de la caja del somaten de San Pedor, persuadióse que tropa de línea
auxiliaba al paisanaje. Formó entónces el cuadro para evitar ser envuel-
to, y al cabo de cierto tiempo determinó retroceder á Barcelona. Aunque
molestados los enemigos por los somatenes en flanco y retaguardia, lle-
garon sin desórden hasta Esparraguera.
Los vecinos de esta villa, puestos en acecho, y sabiendo que los ene-
migos se retiraban, atajaron la calle larga y angosta que la atraviesa, con
todo linaje de obstáculos, en especial con muebles y utensilios de casa.
Al anochecer se acercaron los franceses, y penetrando en la calle con
imprudencia la cabeza de la columna, cayeron en la celada que les esta-
ba armada. De todas partes comenzaron á ofenderlos á tejazos y pedra-
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de Junio. Habian los vecinos cerrado las puertas, más bien para capitular
que para defenderse. Entabláronse sobre ello pláticas, cuando, con pretex-
to de unos tiros disparados de las torres del muro y de una casa inmedia-
ta, apuntaron los enemigos sus cañones contra la Puerta-Nueva, hundién-
dola á poco rato y sin grande esfuerzo. Metiéronse, pues, dentro, hiriendo,
matando y persiguiendo á cuantos encontraban; saquearon las casas y los
templos, y hasta el humilde asilo del pobre y desvalido habitante. La céle-
bre catedral, la antigua mezquita de los árabes, rival en su tiempo en san-
tidad de Medina y la Meca, y tan superior en magnificencia, esplendidez
y riqueza, fué presa de la insaciable y destructora rapacidad del extranje-
ro. Destruidos quedaron entónces los conventos del Cármen, San Juan de
Dios y Terceros, sirviéndoles de infame lupanar la iglesia de Fuensanta y
otros sitios no ménos reverenciados de los naturales. Grande fué el destro-
zo de Córdoba, muchas las preciosidades robadas en su recinto. Ciudad
de 40.000 almas, opulenta de suyo y con templos en que habia acumulado
mucha plata y joyas la devocion de los fieles, fué gran cebo á la codicia de
los invasores. De los solos depósitos de tesorería y consolidacion sacó el
general Dupont más de 10.000.000 de reales, sin contar con otros muchos
de arcas públicas y robos hechos á particulares. Así se entregó al pillaje
una poblacion que no habia ofrecido ni intentado resistencia. Bajo fingi-
dos motivos, á fuego y sangre penetraron los franceses por sus calles, y á la
misma sazon que se conferenciaba. Y no satisfechos con la ruina y deso-
lacion causada, acabaron de oprimir á los desdichados moradores graván-
dolos con imposiciones muy pesadas. Mas tan injusto y cruel trato alcanzó
en breve el merecido galardon; siendo quizá la principal causa de la pér-
dida posterior del ejército de Dupont el codicioso anhelo de conservar los
bienes mal adquiridos en el saco de aquella ciudad.
A pesar del triunfo conseguido, el general frances andaba inquie-
to. Sus fuerzas no eran numerosas. La insurreccion por todas partes le
cercaba; con instancia pedia auxilios á Madrid, cuyas comunicaciones,
ya ántes interrumpidas, fueron á lo último del todo cortadas. A su pro-
pia retaguardia, el 9 de Junio, partidas de paisanos entraron en Andú-
jar, y alborotada por la noche la ciudad, hicieron prisionero el destaca-
mento frances allí apostado, y mataron al comandante, con otros tres de
su guardia, que quisieron resistirse en casa de D. Juan de Salazar. Mo-
lestó, sobre todo, al enemigo D. Juan de la Torre, alcalde de Montero,
que á sus expensas habia levantado un cuerpo considerable; mas, cogi-
do por sorpresa, debió la vida á la generosa intercesion del general Fre-
sia, á quien habia ántes hospedado y obsequiado en su casa. En el Puer-
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una zanja ancha y profunda en medio de la calle del Arrabal, que embo-
caba la batería. A la derecha de esta puerta, y ántes de llegar á la de San
José, entre el muro y el rio, se situaron cuatro cañones y dos obuses, im-
pidiendo lo sólido del malecon que se abriese un foso. Dióse á esta obra
el nombre de batería de Santa Catalina, del de una torre ántes demolida,
y que ocupaba el mismo espacio. Lo expresamos por su importancia en
la defensa. Dentro del recinto se cortaron y atajaron las calles, callejue-
las y principales avenidas con carros, coches, vigas, calesas y tartanas.
Tapáronse las entradas y ventanas de las casas con colchones, mesas, si-
llas y todo género de muebles, cubriendo por el mismo término y cuida-
dosamente lo alto de las azoteas ó terrados. Detras de semejantes y tan
repentinos atrincheramientos estaban preparados sus dueños con armas
arrojadizas y de fuego, y áun hubo mujeres que no olvidaron el aceite
hirviendo. Afanados todos, mutuamente se animaban, habiendo resuelto
defender heroicamente sus hogares.
La Junta ademas, para dilatar el que los franceses se acercasen, tra-
tó de formar un campo avanzado á la salida del pueblo de Cuarte, distan-
te una legua de Valencia. Le componian cuerpos de nueva formacion, y
se habia puesto á las órdenes de D. Felipe Saint-March. Situóse la gen-
te en la ermita de San Onofre, á orillas del canal de regadío que atravie-
sa el camino que va á las Cabrillas. Entre tanto D. José Caro, nombra-
do brigadier al principio de la insurreccion, y que mandaba una division
de paisanos en el ejército de Cervellon, apostado, segun dijimos, en Al-
mansa, corrió apresuradamente al socorro de la capital luégo que su-
po el progreso del enemigo. A su llegada se unió á Saint-March, y jun-
tos dispusieron el modo de contener al mariscal frances. Emboscaron al
efecto en los algarrobales, viñedos y olivares que pueblan aquellos con-
tornos, tiradores diestros y esforzados. El cuerpo principal se colocó á
espaldas de una batería que enfilaba el camino hondo, por donde era de
creer arremetiese la caballería enemiga, y cuyo puente se habia corta-
do. Como los generales habian previsto que al fin tendrian que ceder á
la superioridad y pericia francesa, deseosos de que su retirada no cau-
sára terror en Valencia, habian pensado, Caro en tirar por la izquierda, y
Saint-March pasar el rio por la derecha y situarse en el collado del alma-
cen de pólvora. Pero para verificar, llegado el caso, su movimiento con
órden, y evitar que dispersos fueran á la ciudad, establecieron á su reta-
guardia una segunda línea en el pueblo de Cuarte, rompiendo el camino
y guarneciendo las casas para su defensa.
Á las once de la mañana del dia 27 empezó el fuego, duró hasta las
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tres, siendo muy vivo durante dos horas. Al fin los franceses cruzaron el
canal y forzaron la primera línea. Caro y Saint-March se retiraron, segun
habian convenido. Los franceses, vencedores, iban á perseguirlos, cuan-
do notaron que desde el pueblo de Cuarte se les hacia fuego. Molesta-
dos tambien por el continuado de los paisanos metidos en los cañamares
de dicho pueblo, no pudieron entrarle hasta las seis de la tarde, huyen-
do los vecinos al amparo de las acequias, cañaverales y moreras que cu-
bren sus campos. La pérdida fué considerable de ambas partes; la arti-
llería quedó en poder de los franceses.
Avanzó entónces Moncey hasta el huerto de Juliá, media legua de
Valencia. Por la noche pasó al capitan general, Conde de la Conquis-
ta, un oficio para que rindiese la plaza. Fué portador el coronel Solano.
Congregóse la Junta, á la que se unieron para deliberar en asunto tan es-
pinoso, el Ayuntamiento, la nobleza é individuos de todos los gremios.
El de la Conquista inclinábase á la entrega, viendo cuán imposible sería
resistir con gente allegadiza, y en ciudad, por decirlo así, abierta á ene-
migos aguerridos. Sostuvo la misma opinion el emisario Solano, y en tan-
to grado, que se esforzó en probar no habia nada que temer lo pasado, así
por la condicion suave y noble del mariscal frances, como tambien por
los vínculos particulares que le enlazaban con los valencianos; lo cual
aludia á conocerse en aquel reino familias del nombre de Moncey, y ha-
ber quien le conceptuára oriundo de la tierra. Así se discurria acerca de
la proposicion, cuando el pueblo, advertido de que se negociaba, desafo-
radamente se agolpó á la sala de sesiones de la Junta. Atemorizados los
que en su seno buscaban la rendicion, y alentados los de la parcialidad
opuesta, no se titubeó en desechar la demanda del enemigo; y puestos
todos sus individuos al frente del mismo pueblo, recorrieron la línea ani-
mando y exhortando á la pelea. Con la oportuna resolucion se embrave-
ció tanto la gente, que ya no hubo otra voz que la de vencer ó morir.
El 28, á las once de la mañana, se rompió el fuego. Como Moncey
era dueño de casi todo el arrabal de Cuarte, le fué fácil ordenar sus ba-
tallones detras del convento de San Sebastian. A su abrigo, dirigieron
los enemigos sus cañones contra la puerta de Cuarte y batería de San-
ta Catalina. Tres veces atacaron con el mayor ímpetu del lado de la pri-
mera, y otras tantas fueron rechazados. Mandaba la batería española con
mucho acierto el capitan D. José Ruiz de Alcalá, y el puesto los coro-
neles Baron de Petrés y D. Bartolomé de Georget. Los enemigos no per-
donaron medio de flanquear á los nuestros por derecha é izquierda, pe-
ro de un costado se lo estorbaron los fuegos de Santa Catalina, y del otro
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años, la costumbre del mando, y sobre todo, ser su dictámen el que con
más gusto y entusiasmo abrazaba la muchedumbre, no se opuso, segun
hemos visto, á salir de Benavente, ni al tenaz propósito de ir al encuen-
tro del enemigo por las llanuras que se extendian por el frente.
Noticiosos los franceses del intento de los españoles, quisieron ade-
lantárseles, y el 9 salió de Búrgos el general Bessières. No estaban el 13
á larga distancia ambos ejércitos, y al amanecer del 14 de Julio se avis-
taron sus avanzadas en Palacios, legua y media distante de Rioseco. El
de los franceses constaba de 12.000 infantes y más de 1.500 caballos;
superior en número el de los españoles, era inferiorísimo en disciplina,
pertrechos, y sobre todo en caballería, tan necesaria en aquel terreno,
siendo de admirar que con ejército novel y desapercibido se atreviese
Cuesta á arriesgar una accion campal.
La desunion que habia entre los generales españoles, si no del todo
manifiesta todavía, y la condicion imperiosa y terca del de Castilla, im-
pidieron que de antemano se tomasen mancomunadamente las conve-
nientes disposiciones. Blake, en la tarde del 13, al aviso de que los fran-
ceses se acercaban, pasó desde Castromonte, en donde tenía su cuartel
general, á Rioseco, en cuya ciudad estaba el de Cuesta, y juntos se con-
tentaron con reconocer el camino que va á Valladolid, persuadido el úl-
timo que por allí habian de atacar los franceses. A esto se limitaron las
medidas préviamente combinadas.
Volviendo D. Joaquin Blake á su campo, preparó su gente, recono-
ció de nuevo el terreno, y á las dos de la madrugada del 14 situó sus di-
visiones en el paraje que le pareció más ventajoso, no esperando grande
ayuda de la cooperacion de Cuesta. Empezó, sin embargo, éste á mover
su tropa en la misma direccion á las cuatro de la mañana; pero de re-
pente hizo parada, sabedor de que el enemigo avanzaba del lado de Pa-
lacios, á la izquierda del camino que de Rioseco va á Valladolid. Adver-
tido Blake, tuvo tambien que mudar de rumbo y encaminarse á aquel
punto. Ya se deja discurrir de cuánto daño debió de ser para alcanzar la
victoria movimiento tan inesperado, teniendo que hacerse por paisanos
y tropas bisoñas. Culpa fué grande del general de Castilla no estar mejor
informado en un tiempo en que todos andaban solícitos en acechar vo-
luntariamente los pasos del ejército frances. Cuesta, temiendo ser ataca-
do, pidió auxilio al general Blake, quien le envió su cuarta division, al
mando del Marqués de Portago, y se colocó él mismo, con la vanguardia,
los voluntarios de Navarra y primera division, en la llanura que, á ma-
nera de mesa, forma lo alto de una loma puesta á la derecha del cami-
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go, y las arrojaron en una torrentera de las que causan en aquel país las
lluvias. Fué al socorro de los suyos la caballería de la guardia imperial,
y nuestros jinetes, cediendo al número, se guarecieron de su infante-
ría. Cayeron muertos en aquel lance los ayudantes mayores de carabine-
ros, Escobedo y Chaperon, lidiando éste bravamente y cuerpo á cuerpo
con varios soldados del ejército contrario. Arreciando la pelea, se ade-
lantó la cuarta division de Galicia, puesta ántes á las órdenes inmedia-
tas de Cuesta con consentimiento de Blake. Dicen unos que obró por
impulso propio, otros por acertada disposicion del primer general. Iban
en ella dos batallones de granaderos, entresacados de varios regimien-
tos, el provincial de Santiago y el de línea de Toledo, á los que se agre-
garon algunos bisoños, entre otros el de Covadonga. Arremetieron con
tal brío, que fueron los franceses rechazados y deshechos, cogiendo los
nuestros cuatro cañones. Momento apurado para el enemigo, y que dió
indicio de cuán otro hubiera sido el éxito de la batalla á haber habido
mayor acuerdo entre los generales españoles. Mas la adquirida ventaja
duró corto tiempo. En el intervalo habia crecido el desórden y la derro-
ta en las tropas de Blake. En balde este general habia querido contener
al enemigo con la columna de granaderos provinciales que tenia como
en reserva. Estos no correspondieron á lo que su fama prometia, por cul-
pa, en gran parte, de algunos de los jefes. Fueron, como los demas, en-
vueltos en el desórden, y caballos enemigos que subieron á la altura aca-
baron de aumentar la confusion. Entónces Merle, más desembarazado,
revolvió sobre la cuarta division, que labia alcanzado la ventaja arriba
indicada, y flanqueándola por su derecha, la contuvo y desconcertó. Los
franceses luégo acometieron intrépidamente por todos lados, extendié-
ronse por la meseta ó alto de la posicion de Blake, y todo lo atropellaron
y desbarataron, apoderándose de nuestras no aguerridas tropas la con-
fusion y el espanto. Individualmente hubo soldados, y sobre todo oficia-
les, que vendieron caras sus vidas, contándose entre los más valerosos
al ilustre Conde de Maceda, quien, pródigo de su grande alma, cual otro
Paulo, prefirió arrojarse á la muerte ántes que ver con sus ojos la rota de
los suyos. Vanos fueron los esfuerzos del general Blake y de los de su es-
tado mayor, particularmente de los distinguidos oficiales D. Juan Mosco-
so, D. Antonio Burriel y D. José Maldonado, para rehacer la gente. Eran
sordos á su voz los más de los soldados, manteniéndose por aquel pun-
to sólo unido y lidiando el batallon de voluntarios de Navarra, mandado
por el coronel D. Gabriel de Mendizábal. Cundiendo el desórden, no fué
tampoco dable á Cuesta impedir la confusion de los suyos, y ambos ge-
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nerales españoles se retiraron á corta distancia uno de otro, sin ser muy
molestados por el enemigo; pero entre si con ánimo más opuesto y en-
conado. Tomaron el camino de Villalpando y Benavente. Pasó de 4.000
la pérdida de los nuestros entre muertos, heridos, prisioneros y extra-
viados, con varias piezas de artillería. De los contrarios perecieron unos
300 y más de 700 fueron los heridos. Lamentable jornada, debida á la
obstinada ceguedad é ignorancia de Cuesta, al poco concierto entre él y
el Blake, y á la débil y culpable condescendencia de la Junta de Galicia.
La tropa bisoña, y áun el paisanaje, habiendo peleado largo rato con en-
tusiasmo y denuedo, claramente mostraron lo que, con mayor disciplina
y mejor acuerdo de los jefes, hubieran podido llevar á glorioso remate.
Mucho perjudicó á la causa de la patria tan triste suceso. Se perdieron
hombres, se consumieron en balde armas y otros pertrechos, y sobre to-
do, se menoscabó en gran manera la confianza.
Rioseco pagó duramente la derrota padecida casi á sus puertas. Nun-
ca pudo autorizar el derecho de la guerra el saqueo y destruccion de un
pueblo que por sí no habia opuesto resistencia. Mas el enemigo, con pre-
texto de que soldados dispersos habian hecho fuego cerca de los arra-
bales, entró en la ciudad matando por calles y plazas. Los vecinos que
quisieron fugarse, murieron casi todos á la salida. Allanaron los france-
ses las casas, los conventos y los templos, destruyeron las fábricas, ro-
bándolo todo y arruinándolo. Quitaron la vida á mozos, ancianos y niños,
á religiosos y á várias mujeres, violándolas á presencia de sus padres y
maridos. Lleváronse otras al campamento, abusando de ellas hasta que
hubieron fallecido. Quemaron más de cuarenta casas, y coronaron tan
horrorosa jornada con formar de la hermosa iglesia de Santa Cruz un in-
fame lupanar, en donde fueron víctimas del desenfreno de la soldadesca
muchas monjas, sin que se respetase aún á las muy ancianas. No pocas
horas duró el tremendo destrozo.
Bressières, despues de avanzar hasta Benavente, persiguió á Cuesta
camino de Leon, á cuya ciudad legó éste el 17, abandonándola en la no-
che del 18, para retirarse hácia Salamanca. El general frances, que ha-
bia dudado ántes si iria ó no á Portugal, sabiendo este movimiento, y que
Blake y los asturianos se habian replegado detrás de las montañas, de-
sistió de su intento y se contentó con entrar en Leon y recorrer la tierra
llana. Desde el 22 abrió el mariscal frances correspondencia con Blake,
haciéndole proposiciones muy ventajosas para que él y su ejército reco-
nociesen á José. Respondióle el general español con firmeza y decoro,
concluyendo los tratos con una carta de éste demasiadamente vanaglo-
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(16) Capitulaciones ajustadas entre los respectivos generales de los ejércitos español y
frances.
Los Excmos. Sres. Conde de Tilly y D. Francisco Javier Castaños, general en jefe del
ejército de Andalucía, queriendo dar una prueba de su alta estimacion al Excmo. Sr. ge-
neral Dupont, grande águila de la Legion de honor, etc., así como al ejército de suman-
do, por la brillante y gloriosa defensa que han hecho contra un ejército muy superior en
número y que lo envolvía por todas partes, y el señor general Chavet, encargado con ple-
nos poderes por S. E. el señor General en jefe del ejército frances, y el Excmo. Sr. general
Marescot, grande águila, etc., han convenido en los artículos siguientes:
1.º Las tropas del mando del Excmo. Sr. general Dupont quedan prisioneras de gue-
rra, exceptuando la division de Vedel y otras tropas francesas que se hallan igualmente
en Andalucía.
2.º La division del general Vedel, y generalmente las demas tropas francesas de la
Andalucía que no se hallan en la posicion de las comprendidas en el articulo anteceden-
te, evacuarán la Andalucía.
3.º Las tropas comprendidas en el art. 2.º conservarán generalmente todo su bagaje; y
para evitar todo motivo de inquietud durante su viaje, dejarán su artillería, tren y otras ar-
mas al ejército español, que se encarga de devolvérselas en el momento de su embarque.
4.º Las tropas comprendidas en el art. 1.º del tratado saldrán del campo con los hono-
res de la guerra, dos cañones á la cabeza de cada batallon y los soldados con sus fusiles,
que se rendirán y entregarán el ejército español á cuatrocientas toesas del campo.
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tre las tropas del general Dupont y las de Vedel. Las unas eran conside-
radas como prisioneras de guerra, debiendo rendir las armas y sujetarse
5.º Las tropas del general Vedel y otras que no deben rendir sus armas, las colocarán
en pabellones sobre su frente de banderas, dejando del mismo modo su artillería y tren,
formándose el correspondiente inventario por oficiales de ambos ejércitos, y todo les será
devuelto, segun queda convenido en el art. 3.º
6.º Todas las tropas francesas de Andalucía pasarán á Sanlúcar y Rota por los trán-
sitos que se les señalen, que no podrán exceder de cuatro leguas regulares al día con los
descansos necesarios, para embarcarse en buques con tripulacion española, y conducir-
los al puerto de Rochefort, en Rancia.
7.º Las tropas francesas se embarcarán así que lleguen al puerto de Rota, y el ejército
español garantirá la seguridad de su travesía contra toda empresa hostil.
8.º Los señores generales, jefes y demas oficiales conservarán sus armas, y los solda-
dos sus mochilas.
9.º Los alojamientos, víveres y forrajes durante la marcha y travesea se suministrarán
á los señores generales y demas oficiales, así como á la tropa, á proporcion de su empleo,
y con arreglo á los goces de las tropas españolas en tiempo de guerra.
10. Los caballos que segun sus empleos corresponden á los señores generales, je-
fes y oficiales del E. M. se transportarán á Francia, mantenidos con la racion de tiem-
po de guerra.
11. Los señores generales conservarán cada uno un coche y un carro, los jefes y ofi-
ciales de E. M. un coche solamente, exentos de reconocimiento, pero sin contravenir á los
reglamentos y leyes del reino.
12. Se exceptúan del articulo antecedente los carruajes tomados en Andalucía, cuya
inspeccion hará el general Chavert.
13. Para evitar la dificultad del embarque de los caballos de los cuerpos de caballería
y los de artillería comprendidos en el art. 2.º, se dejarán unos y otros en España, pagando
su valor, segun el aprecio que se haga por dos comisionados español y frances.
14. Los heridos y enfermos del ejército frances que queden en los hospitales se asis-
tirán con el mayor cuidado, y se enviarán á Francia con escolta segura así que se hallen
buenos.
15. Como en varios parajes, particularmente en el ataque de Córdoba, muchos solda-
dos, á pesar de las órdenes de los señores generales y del cuidado de los señores oficia-
les, cometieron excesos que son consiguientes é inevitables en las ciudades que hacen
resistencia al tiempo de ser tomadas, los señores generales y demas oficiales tomarán las
medidas necesarias para encontrar los vasos sagrados que pueden haberse quitado, y en-
tregarlos si existen.
16. Los empleados civiles que acompañan al ejército frances no se considerarán pri-
sioneros de guerra; pero, sin embargo, gozarán durante su transporte á Francia todas las
ventajas concedidas á las tropas francesas, con proporcion á sus empleos.
17. Las tropas francesas empezarán á evacuar la Andalucía el día 23 de Julio. Para
evitar el gran calor se efectuará por la noche la marcha, y se conformarán con la jornada
diaria, que arreglarán los señores jefes del E. M. español y frances, evitando el que las
tropas pasen por las ciudades de Córdoba y Jaen.
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18. Las tropas francesas en su marcha irán escoltadas de tropa española, á saber :
300 hombres de escolta por cada 3.000 hombres, y los señores generales serán escoltados
por destacamentos de caballeria de línea.
19. A la marcha de las tropas precederán siempre los comisionados español y fran-
ces para asegurar los alojamientos y víveres necesarios, segun los estados que se les en-
tregarán.
20. Esta capitulacion se enviará desde luégo a S. E. el Duque de Róvigo, general en
jefe de los ejércitos franceses en España; con un oficial frances, escoltado por tropa de lí-
nea española.
21. Queda convenido entre los dos ejércitos que se añadirán como suplemento a esta
capitulacion los artículos de cuanto pueda haberse omitido para aumentar el bienestar de
los franceses durante su permanencia y pasaje en España.— Firmado.
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pos, sin respetar las personas ni lugares más sagrados. Buitrago, el Mo-
lar, Iglesias, Pedrezuela, Gandullas, Braojos, y sobre todo la villa de
Venturada, abrasada y destruida, conservarán largo tiempo triste memo-
ria del horroroso tránsito del extranjero.
Continuó José su marcha, y en Miranda de Ebro hizo parada, exten-
diéndose la vanguardia de su ejército, á las órdenes del mariscal Bes-
siéres, hasta las puertas de Burgos. Terminóse así su malogrado y corto
viaje de Madrid, del que libres y ménos apremiados por los aconteci-
mientos, pasarémos á referir los nuevos y esclarecidos triunfos que al-
canzaron las armas españolas en las provincias de Aragon y Cataluña.
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TICIO ENTRE AMBOS EJÉRCITOS.— CONVENIO DEL ALMIRANTE RUSO CON EL INGLÉS.—
CONVENCION DE CINTRA.— ESPAÑOLES DE PORTUGAL.— RESTABLECEN LOS INGLE-
SES LA REGENCIA DE PORTUGAL.— YÉLBES SITIADA POR LOS ESPAÑOLES.— ALMEIDA
POR LOS PORTUGUESES.— DESAPROBACION GENERAL DE LA CONVENCION DE CINTRA
EN INGLATERRA.— DECLARACION DE S. M. B. DE 4 DE JULIO.— PETICIONES Y RE-
CLAMACIONES QUE SE HACEN Á LOS DIPUTADOS ESPAÑOLES.— DUMOURIER.— CON-
DE D’ARTOIS.— LUIS XVIII.— PRÍNCIPE DE CASTELCICALA.— TROPA ESPAÑOLA EN
DINAMARCA.— MARQUÉS DE LA ROMANA.— LOBO.— FÁBREGUES.— SE DISPONEN
Á EMBARCARSE LAS TROPAS DEL NORTE.— KINDELAN.— KINDELAN Y GUERRERO.—
JURAMENTO DE LOS ESPAÑOLES EN LANGELAND.— DAN LA VELA PARA ESPAÑA.—
TRÁTASE DE REUNIR UNA JUNTA CENTRAL.— SITUACION DE MADRID.— ASESINA-
TO DE VIGURI.— CONSEJO DE CASTILLA.— SUS MANEJOS.— OPINION SOBRO AQUEL
CUERPO.— ESTADO DE LAS JUNTAS PROVINCIALES.— LLEGADA Á GIBRALTAR DEL
PRÍNCIPE LEOPOLDO DE SICILIA.— CORRESPONDENECIA ENTRE LAS JUNTAS.— PRO-
CEDER DEL CONSEJO.— ENTRADA EN MADRID DE LLAMAS Y CASTAÑOS.— PROCLA-
MACION DE FERNANDO VII.— INSURRECCION DE BILBAO.— MOVIMIENTOS EN GUI-
PÚZCOA Y NAVARRA.— NUEVOS MANEJOS DEL CONSEJO.— PROPUESTA DE CUESTA
Á CASTAÑOS.— CONSEJO DE GUERRA CELEBRADO EN MADRID.— PRENDE CUESTA Á
VALDÉS Y QUINTANILLA.— ACABA EL GOBIERNO DE LAS JUNTAS PROVINCIALES.
Sin muro y sin torreones, segun nos ha trasmitido Floro (1), defen-
dióse largos años la inmortal Numancia contra el poder de Roma. Tam-
bien desguarnecida y desmurada, resistió al de Francia con tenaz por-
fía, si no por tanto tiempo, la ilustre Zaragoza. En ésta, como en aquélla,
mancillaron su fama ilustres capitanes, y los impetuosos y concertados
ataques del enemigo tuvieron que estrellarse en los acerados pechos de
sus invictos moradores. Por dos veces, en ménos de un año, cercaron los
franceses á Zaragoza; una malogradamente, otra con pérdidas é inaudi-
tos reveses. Cuanto fué de realce y nombre para Aragon la heroica de-
fensa de su capital, fué de abatimiento y desdoro para sus sitiadores,
aguerridos y diestros, no haberse enseñoreado de ella pronto y de la pri-
mera embestida.
(1) Numantia, quantum Carthaginis Capuæ, Corinthi opibu sinferior, ita virtutis no-
mine et honore par omnibus, summumque, si viros æstimes Hspaniæ dequs: quippe quæ si-
ne muro, sine turribus, modice edito in trumulo apud flumen Durium sita, quatuor milli-
bus celtiberorum, quadraginta millium exercitum per annos quatuordecim sola sustinuit;
nec sustinuit modo, særius aliquanto persulit, pudendisque fæderibus offecit. (L. A. FLO-
RI, lib. II, cap. XVIII.)
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(2) Annales d’Espagne et de Portugal, par D. JUAN ÁLVAREZ DE COLMENAR, tomo V, pág.
431, edicion de Amsterdam.
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(3) Respuesta dada á la intimacion del general Lefebvre, comandante en jefe del ejérci-
to frances que sitiaba á Zaragoza, publicada en la Gaceta del 20 de Junio de 1808.
«Zaragoza es mi cuartel general, á 18 de Junio.
» Si S. M. el Emperador envía á V. á restablecer la tranquilidad que nunca ha perdi-
do este país, es bien inútil se tome S M. estos cuidados. Si debo responder á la confianza
que me ha hecho este valeroso pueblo, sacándome del retiro en que estaba para poner en
mi mano su custodia, es claro que no llenaria mi deber abandonándole á la apariencia de
una amistad tan poco verdadera.
» Mi espada guarda las puertas de la capital, y mi honor responde de su seguridad; no
deben tomarse, pues, este trabajo esas tropas, que aun estarán cansadas de los días 15 y
16. Sean enhorabuena infatigables en sus lides; yo lo seré en mis empeños.
»Léjos de haberse apagado el incendio que levantó la indignacion española, á vista
de tantas alevosías se eleva por momentos.
» Se conoce que las espías que V. paga son infieles. Gran parte de Cataluña se ha
puesto bajo mi mando; lo mismo ha hecho otra no menor de Castilla. Los capitanes gene-
rales de ésta y de Valencia están unidos conmigo. Galicia, Extremadura, Astúrias y los
cuatro reinos de Andalucía están resueltos á vengar sus agravios. Las tropas francesas co-
meten atrocidades indignas de hombres: saquean, insultan y matan impunemente á los
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que ningun mal les han hecho; ultrajan la religion, y queman sus sagradas imágenes de
un modo inaudito.
» Ni esto ni el todo que V, observa, áun despues de los días 15 y 16, son propios pa-
ra satisfacer á un pueblo valiente; V. hará lo que quiera y yo haré lo que debo.— B. L. M.
de V.— El General de las tropas de Aragon.»
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(4) Segunda y última respuesta dada al general del ejército frances que sitiaba á Za-
ragoza, en 27 de Junio de 1808.
«El intendente de este ejército y reino me ha trasmitido las proposiciones que V. le
ha hecho, reducidas á que yo permita la entrada en esta capital de las tropas francesas
que están bajo su mando, que vienen con la idea de desarmar al pueblo, restablecer la
quietud, respetar las propiedades y hacernos felices, conduciéndose como amigos, segun
lo han hecho en los demas pueblos de España que han ocupado; ó bien, si no me confor-
máre á esto, que se rinda la ciudad á discrecion. Los medios que ha empleado el gobier-
na frances para ocupar las plazas que le quedan en España, y la conducta que ha obser-
vado su ejército, han podido persuadir á V. la respuesta que yo daria á sus proposicio-
nes. El Austria, la Italia, la Holanda, la Polonia, Suecia, Dinamarca y Portugal presentan,
no ménos que este pais, un cuadro muy exacto de la confianza que debe inspirar el ejér-
cito frances.
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Esta ciudad y las valerosas tropas que la guardan han jurado morir ántes que suje-
tarse al yugo de la Francia, y la España toda, en donde sólo quedan ya restos del ejército
trances, está resuelta á lo mismo.
Tenga V. presentes las contestaciones que le di ocho dias há, y los decretos de 31 de
Mayo y 18 de este mes que se le incluyeron, y no olvide V. que una nacion poderosa y va-
liente, decidida á sostener la justa causa que defiende, es invencible, y no perdonan los
delitos que V. ó su ejército cometan. Zaragoza, 26 de Junio de 1808.— Por el Capitan ge-
neral de Aragon, EL MARQUES DE LAZAN.»
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tiados que bien pronto intentarían destruir ó tomar los molinos de pól-
vora de Villafeliche, á doce leguas de Zaragoza, que eran los que la pro-
veian. Así sucedió. El Baron de Versages, desde Calatayud, asomándose
á las alturas inmediatas á aquel pueblo, impidió al principio que logra-
sen su objeto. Mas revolviendo sobre él los enemigos con mayores fuer-
zas, tuvo que replegarse y dejar en sus manos tan importantes fábricas.
En medio del tropel de desdichas que oprimian á los zaragozanos,
permanecian constantes, sin que nada los abatiese. En continuada ve-
la, desbarataban las sorpresas que á cada paso tentaban sus contrarios.
El 17 de Julio, dueños ya éstos del convento de Capuchinos, sigilosa-
mente á las nueve de la noche procuraron ponerse bajo el tiro de cañon
de la puerta del Cármen. Los nuestros lo notaron, y en silencio tambien,
aguardando el momento del asalto, rompieron el fuego y derribaron sin
vida á los que se gloriaban ya de ser dueños del puesto. Con mayor fu-
ria renovaron los sitiadores sus ataques allí y en las otras puertas las no-
ches siguientes, en todas infructuosamente; no habiendo podido tampo-
co apoderarse del convento de Trinitarios descalzos, sito extramuros de
la ciudad.
En lucha tan encarnizada, los españoles á veces molestaban al ene-
migo con sus salidas, y no menos quisieron que adelantarse hasta el
monte Torrero. Aparentando, pues, un ataque formal por el paseo, ántes
deleitoso, que de la ciudad iba á aquel punto, dieron otros de sobresalto
en medio del dia en el campamento frances. Todo lo atropellaron, y no se
retiraron sino cubiertos de sangre y despojos. Por las márgenes del Gá-
llego midieron, igualmente, unos y otros sus armas en várias ocasiones,
y señaladamente en 29 de Julio, en que nuestros lanceros sacaron ven-
taja á los suyos con mucha honra y prez, sobresaliendo en los reencuen-
tros el coronel Butron, primer ayudante de Palafox.
Restaban aún nuevas y más recias ocasiones en que se emplease y
resplandeciese la bizarría y firmeza de los zaragozanos. Noche y dia tra-
bajaban sus enemigos para construir un camino cubierto que fuese des-
de el convento de San José, por la orilla del Huerba, hasta las inme-
diaciones de la Bernardona, y á su abrigo colocar morteros y cañones,
no mediando ya entre sus baterías y las de los españoles sino muy cor-
ta distancia.
Aguardábase por momentos una general embestida, y en efecto, en la
madrugada del 3 de Agosto el enemigo rompió el fuego en toda la línea,
cayendo principalmente una lluvia de bombas y granadas en el barrio de
la ciudad situado entre las puertas de Santa Engracia y el Cármen, has-
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dito los sitiados á noticia para ellos tan plausible, y con desden y son-
risa la oían sus contrarios, cuando de oficio les fué á los últimos confir-
mada el dia 6 de Agosto. Procuróse ocultar al ejército, pero por todas
parte se traslucia, mayormente habiendo acompañado á la noticia la ór-
den de Madrid de que levantasen el sitio y se replegasen á Navarra. Me-
ditaban los jefes franceses el modo de llevarlo á efecto, y hubieran bien
pronto abandonado una ciudad para sus huestes tan ominosa, si no hu-
bieran poco despues recibido contraórden del general Monthion, des-
de Vitoria, á fin de que ántes de alejarse aguardasen nuevas instruccio-
nes de Madrid del jefe de estado mayor Belliard. Permanecieron, pues,
en Zaragoza, y continuaron todavía unos y otros en sus empeñados cho-
ques y reencuentros. Los franceses con desmayo, los españoles con áni-
mo más levantado.
Así fué que el 8 de Agosto, luégo que entró Palafox, congregóse un
consejo de guerra, y se resolvió continuar defendiendo con la misma te-
nacidad y valentía que hasta entónces todos los barrios de la ciudad, y
en caso que el enemigo consiguiese apoderarse de ellos, cruzar el rio, y
en el arrabal perecer juntos todos los que hubiesen sobrevivido. Feliz-
mente su constancia no tuvo que exponerse á tan recia prueba, pues los
franceses, sin haber pasado del Coso, recibieron el 31 la órden definitiva
de retirarse. Llegó para ellos muy oportunamente, porque en el mismo
dia, caminando á toda prisa, y conducida en carros por los naturales del
tránsito la division de Valencia, al mando del mariscal de campo D. Fe-
lipe Saint-March, corrió á meterse precipitadamente en la ciudad inva-
dida. Y tal era la impaciencia de sus soldados por arrojarse al combate,
que sin ser mandados, y en union con los zaragozanos, embistieron á las
seis de la tarde desaforadamente al enemigo. Hallábase éste á punto de
desamparar el recinto, y al verse acometido apresuró la retirada, volando
los restos del monasterio de Santa Engracia. En seguida se reconcentró
en su campamento del monte Torrero, y dispuesto á abandonar tambien
aquel punto, prendió por la noche fuego á sus almacenes y edificios, cla-
vó y echó en el canal la artillería gruesa, destruyó muchos pertrechos de
guerra, y al cabo se alejó al amanecer del 14 de las cercanías de Zara-
goza. La division de Valencia con otros cuerpos siguieron su huella, si-
tuándose en los linderos de Navarra.
Terminóse así el primer sitio de Zaragoza, que costó á los franceses
más de 3.000 hombres, y cerca de 2.000 á los españoles. Célebre y sin
ejemplo, más bien que sitio pudiera considerársele como una continua-
da lucha ó defensa de posiciones diversas, en las que el entusiasmo y
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(5) ..... ca… dƒ laczj8 cairoà tuchj ©ma ¢cmÁj dÒxhj m©llon \º toà dšouj
¢phllamhsan.
(THUCYD., II, 42.)
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ti, con cuya presencia se fomentó el alzamiento del Alentejo, en tal ma-
nera grave á los ojos de Junot, que dió órden á Loison para pasar pronta-
mente á aquella provincia, desamparando la Beira, en donde este general
estaba, despues de haber inútilmente pisado los lindes de Salamanca y
las orillas de Duero. Supieron portugueses y españoles que se acercaban
los enemigos, y al mando aquéllos del general Francisco de Paula Leite,
y los nuestros al del brigadier Moreti, los aguardaron fuera de las puer-
tas de Evora, dentro de cuyos muros se habia instalado la Junta suprema
de la provincia. Era el 29 de Julio, y las tropas aliadas, no ofreciendo si-
no un conjunto informe de soldados y paisanos mal armados y peor dis-
ciplinados, se dispersaron en breve, recogiéndose parte de ellos á la ciu-
dad. Los enemigos avanzaron; mas tuvieron dentro que vencer la pertinaz
resistencia de los vecinos y de muchos de los españoles refugiados allí
despues de la accion, y que, guiados por Moreti, y sobre todo por D. An-
tonio María Gallego, disputaron á palmos algunas de las calles. El último
quedó prisionero. La ciudad fué entregada por el enemigo á saco, des-
ahogando éste horrorosamente su rabia en casas y vecinos. Moreti con el
resto de su tropa se acogió á la frontera de Extremadura. En ella y en la
plaza de Olivenza reunia los dispersos el general Leite. Tambien al mis-
mo tiempo se ocupaba en el Algarbe el Conde de Castromarin en allegar
y disciplinar reclutas; mas tan loables esfuerzos, así de esta parte, como
otros parecidos en la del norte de Portugal, no hubieran probablemente
conseguido el anhelado objeto de libertar el suelo lusitano de enemigos,
sin la pronta y poderosa cooperacion de la Gran Bretaña.
Desde el principio de la insurreccion española habia pensado aquel
gobierno en apoyarla con tropas suyas. Así se lo ofreció á los diputados
de Galicia y Astúrias en caso que tal fuese el deseo de las juntas; mas
éstas prefirieron á todo los socorros de municiones y dinero, teniendo
por infructuoso, y áun quizá perjudicial, el envío de gente. Era entónces
aquella opinion la más acreditada, y fundábase en cierto orgullo nacio-
nal loable, mas hijo en parte de la inexperiencia. Daba fuerza y séquito á
dicha opinion el desconcepto en que estaban en el continente las tropas
inglesas, por haberse hasta entónces malogrado, desde el principio de la
revolucion francesa, casi todas sus expediciones de tierra. Sin embargo,
al paso que amistosamente no se admitió la propuesta, se manifestó que
si el gobierno de S. M. B. juzgaba oportuno desembarcar en la península
alguna division de su ejército, sería conveniente dirigirla á las costas de
Portugal, en dondo su auxilio serviria de mucho á los españoles, ponién-
dolos á salvo de cualquiera empresa de Junot.
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do de sir Juan Moore. Reunidas que fuesen todas estas tropas con otros
cuerpos sueltos, debian ascender en su totalidad á 30.000 hombres, in-
clusos 2.000 de caballería; pero con noticia tan placentera recibió otra
el general Wellesley, por cierto desagradable. Era, pues, que tomaría el
mando en jefe del ejército sir H. Dalrymple, haciendo de segundo, bajo
sus órdenes, sir H. Burrard. Recayó el nombramiento en el primero por-
que, habiendo seguido buena correspondencia con Castaños y los espa-
ñoles, se creyó que así se estrecharian los vínculos entre ambas nacio-
nes con la cumplida armonía de sus respectivos caudillos.
No obstante la mudanza que se anunciaba, previnose al general We-
llesley que no por eso dejase de continuar sus operaciones con la más
viva diligencia. Autorizado éste con semejante permiso, y quizá estimu-
lado con la espuela del sucesor, trató sin dilacion de abrir la campaña.
Desembarcadas ya todas sus tropas en 5 de Agosto, y arribando con las
suyas el mismo dia el general Spencer, pusieronse el 9 en marcha há-
cia Lisboa. El 12 se encontraron en Leiria con el general portugues Ber-
nardino Freire, que mandaba 6.000 infantes y 600 caballos de su na-
cion. No se avinieron ambos jefes. Desaprobaba el portugues la ruta que
queria tomar el británico, temeroso de que, descubierta Coimbra, fuese
acometida por el general Loison, quien, de vuelta ya del Alentejo, ha-
bia entrado en Tomar. Por tanto permaneció por aquella parte, cediendo
solamente á los ingleses 1.400 hombres de infantería y 250 de caballe-
ría, que se les incorporaron. Wellesley prosiguió adelante, y el 15 avan-
zó hasta Caldas.
El desembarco de sus tropas habia excitado en Lisboa y en todos los
pueblos extremado júbilo y alegría, enflaqueciendo el ánimo de Junot y
los suyos. Preveian su suerte, principalmente estando ya noticiosos de
la capitulacion de Dupont y retirada de José al Ebro. Derramadas sus
fuerzas, no ofrecian en ningun punto suficiente número para oponerse á
15.000 ingleses que avanzaban. Tomó, sin embargo, Junot providencias
activas para reconcentrar su gente en cuanto le era dable. Ordenó á Loi-
son dirigirse á la Beira y flanquear el costado izquierdo de sus contra-
rios, y á Kellerman que ahuyentando las cuadrillas de paisanos de Al-
cázar de Sal y su comarca, evacuase á Setúbal y se le uniese. Negóse á
prestarle ayuda Siniavin, almirante de la escuadra rusa fondeada en el
Tajo, no queriendo combatir á no ser que acometiesen el puerto los bu-
ques ingleses.
Tampoco descuidó Junot celar que se mantuviese tranquila la popu-
losa Lisboa, y para ello en nada acertó tanto como en dejar su gobierno
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do el mando sir H. Dalrymple, con lo que en ménos de dos dias tres ge-
nerales se sucedieron en el campo británico; mudanza perjudicial á las
operaciones militares y á los tratos que siguieron, apareciendo cuán
erradamente á veces proceden áun los gobiernos más prácticos y adver-
tidos. Propuso Kellerman un armisticio, conformóse el general inglés, y
se nombró para concluirle á sir Arturo Wellesley. Convinieron los nego-
ciadores en ciertos artículos, que debian servir de base á un tratado defi-
nitivo. Fueron los más principales: 1.º Que el ejército frances evacuaria
á Portugal, siendo transportado á Francia con artillería, armas y bagaje
por la marina británica. 2.º Que á los portugueses y franceses avecinda-
dos no se les molestaria por su anterior conducta política, pudiendo sa-
lir del territorio portugues con sus haberes en cierto plazo. Y 3.º Que se
consideraria neutral el puerto de Lisboa durante el tiempo necesario y
conforme al derecho marítimo, á fin de que la escuadra rusa diese la ve-
la sin ser á su salida incomodada por la británica. Señalóse una línea de
demarcacion entre ambos ejércitos, quedando obligados recíprocamente
á avisarse cuarenta y ocho horas de antemano, en caso de volver á rom-
perse las hostilidades.
Miéntras tanto Junot habia el 23 entrado en Lisboa, en donde los áni-
mos andaban muy alterados.
Con la noticia de la accion de Roliza hubiérase el 20 conmovido la
poblacion, á no haberla contenido con su prudencia el general Travot.
Mas permaneciendo viva la causa de la fermentacion pública, hubie-
ron los franceses de acudir á precauciones severas, y áun al miserable
y frágil medio de esparcir falsas nuevas, anunciando que habian gana-
do la batalla de Vimeiro. De poco hubieran servido sus medidas y artifi-
cios, si oportunamente no hubiera llegado con su ejército el general Ju-
not. A su vista, forzoso le fué al patriotismo portugues reprimir ímpetus
inconsiderados.
Por otra parte, el armisticio tropezaba con obstáculos imprevistos. El
general Bernardino Freire ágriamente representó contra su ejecucion,
no habiendo tenido cuenta en lo estipulado, ni con su ejército, ni con la
junta de Oporto, ni tampoco con el príncipe regente de Portugal, cuyo
nombre no sonaba en ninguno de los artículos. Aunque justa hasta cier-
to punto, fué desatendida tal reclamacion. No pudo serlo la de sir C. Co-
tton, comandante de la escuadra británica, quien no quiso reconocer na-
da de lo convenido acerca de la neutralidad del puerto y de los buques
rusos allí anclados. Tuvieron, pues, que romperse las negociaciones.
Mucho incomodó á Junot aquel inesperado suceso; y escuchando án-
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CONDE DE TORENO
(6) Artículos del convenio hecho entre el vice-almirante Siniavin, caballero de la or-
den de San Alejandro, y el almirante Sir Cárlos Cotton, baronet, para la redencion de la
escuadra rusa anclada en la ribera del Tajo, publicados en la Gaceta extraordinaria de
Lóndres de 16 de Setiembre.
1.º Los navíos de guerra del Emperador de Rusia que están en el Tajo se entregarán
inmediatamente al almirante Sir Cárlos Cotton, con todas sus municiones; serán envia-
dos á Inglaterra, en donde los tendrá S. M. B. como en depósito para restituir á S. M. I.
seis meses despues de la concluson de la paz entre S. M. B. y S. M. I. el Emperador de
todas las Rusias.
2.º El vice-almirante Siniavin, con todos los oficiales, marinos y marineros que es-
tán á sus órdenes, volverán á Rusia, sin ninguna condicion ó estipulacion que les impi-
da servir en lo sucesivo; serán convoyados por gente de guerra y navíos propios, á expen-
sas de S. M. B.
Dado y concluido á bordo del navío Tuairdai, en el Tajo, y á bordo del Ibernia, navío
de S. M. B. en la embocadura de la ribera, á 3 de Setiembre de 1808.— Signado.— DE
SINIAVIN.— CÁRLOS COTTON.
(7) Convencion definitiva para la evacuacion de Portugal por las tropas francesas, pu-
blicada en la Gaceta extraordinaria de Lóndres.
«Los generales en jefe de los ejércitos inglés y frances en Portugal, habiendo de-
terminado negociar y concluir un tratado para la evacuacion de este reino por las tropas
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francesas, sobre las bases del concluido el 22 del presente para una suspenson de armas,
han habilitado á los infrascritos oficiales para negociarlo en su nombre, á saber: de parte
del general en jefe del ejército británico al teniente coronel Murray, cuartel-maestre ge-
neral, y de la del general en jefe del frances á Mr. Kellerman, general de division, á quie-
nes han dado la facultad necesaria para negociar y concluir un convenio al efecto, suje-
tos, sin embargo, á su ratificacion respectiva, y á la del almirante comandante de la es-
cuadra británica en la embocadura del Tajo. Los oficiales, despues de haber canjeado sus
plenos poderes, se han convenido en los artículos siguientes:
l.º Todas las plazas y fuertes del reino de Portugal ocupados por las tropas france-
sas se entregarán al ejército británico en el estado en que se hallen al tiempo de firmar-
se este tratado. 2.º Las tropas francesas evacuarán á Portugal con sus armas y bagajes;
no serán consideradas como prisioneras de guerra, y á su llegada á Francia tendrán li-
bertad para servir. 3.º El gobierno inglés suministrará los medios de transporte para el
ejército frances, que desembarcará en uno de los puertos de Francia entre Rochefort y
Lorient inclusivamente. 4.º El ejército frances llevará consigo toda su artillería de cali-
bre frances con lo á ella anejo. Toda la demas artillería, armas, municiones, como tam-
bien los arsenales militares y navales, serán entregados al ejército y navíos británicos
en el estado en que se hallen al tiempo de la ratificacion de este tratado. 5.º El ejérci-
to frances llevará consigo todos sus equipajes y todo lo que se comprende bajo el nom-
bre de propiedad de un ejército, y se le permitirá disponer de la parte de ella que el Co-
mandante en jefe juzgue inútil para embarcar. Del mismo modo todos los individuos del
ejército tendrán libertad para disponer de su propiedad privada, con plena seguridad en
lo sucesivo para los compradores. 6.º La caballería podrá embarcar sus caballos, así co-
mo también los generales y oficiales de cualquiera graduacion, quedando á disposicion
de los comandantes británicos los medios de transportarlos; el número de caballos que
podrán embarcar las tropas no excederá de 600, ni el de los jefes de 200. De todos mo-
dos, el ejército frances tendrá libertad para disponer de los que no puedan embarcarse.
7.º El embarco se hará en tres divisiones, y la última de ellas se compondrá de las guar-
niciones de las plazas, de la caballería, artillería, enfermos y equipaje del ejército. La
primera division se embarcará dentro de siete dias de la fecha de la ratificacion. 8.º La
guarnicion de Yélves y sus fuertes de Peniche y Palmela se embarcarán en Lisboa. La
de Almeida en oporto ó en el puerto más cercano. 9.º Todos los enfermos ó heridos que
no puedan embarcarse con las tropas se confian al ejército británico, cuyo gobierno pa-
gará lo que gasten miéntras estén en este país, quedando de cuenta de la Francia abo-
narlo cuando marchen. El gobierno inglés proporcionará su vuelta á Francia por des-
tacamentos como de 200 hombres á un tiempo. 10. Luégo que los barcos que lleven el
ejército á Francia lo hayan desembarcado en los puertos arriba dichos, ó en cualquiera
otro de aquel país adonde el temporal los fuerce á ir, se les proporcionará toda comodi-
dad para volver á Inglaterra sin dilacion y seguridad, ó pasaporte para no ser apresados
hasta que lleguen á un puerto amigo. 11. El ejército frances se reconcentrará en Lisboa
y dos leguas al rededor. El inglés á tres leguas, por manera que haya siempre una entre
los dos ejércitos. 12. Los fuertes de San Julian, Buxio y Cascaes serán ocupados por las
tropas británicas cuando se ratifique este convenio. Lisboa y su ciudadela, con los fuer-
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tes y baterías, el lazareto y el fuerte de San José, los ocuparán cuando se embarque la se-
gunda division, como tambien el puerto con todas las embarcaciones armadas. Las for-
talezas de Yélves, Almeida, Peniche y Palmela se entregarán á las tropas británicas así
que lleguen para ocuparlas. El general en jefe inglés noticiará á las guarniciones de es-
tas plazas y á las tropas que las sitian este convenio para poner fin á las hostilidades. 13.
Se nombrarán comisionados por ambas partes para acelerar la ejecucion de este conve-
nio. 14. Si se suscitase alguna duda sobre la inteligencia de algun articulo, se interpe-
tará á favor del ejército trances, 15. Desde la ratificacfon todas las deudas atrasadas de
contribuciones, requisiciones, etc., no podrán reclamarse por el gobierno frances contra
los portugueses ni ningun otro que resida en este país, pues todo lo que se haya pedido
é impuesto despues que el ejército frances entró en Portugal por Diciembre de 1807, y
no se haya pagado aún, queda cancelado, y se levantan los embargos puestos en los bie-
nes de los deudores, para que se les restituyan y queden á su libre disposicion. 16. To-
dos los súbditos de Francia ó de cualquiera otra potencia su aliada ó amiga que se ha-
llen en Portugal, con domicilio ó sin él, serán protegidos, sus propiedades serán respe-
tadas, y tendrán libertad para acompañar al ejército frances ó permanecer aquí. En todo
caso se les asegura su propiedad, con la libertad de retenerla ó de disponer de ella; y pa-
sando el producto de la venta á Francia ó cualquier otro país adonde vayan á fijar su re-
sidencia, se les concede un año para el intento. Sin embargo, ninguna de estas estipu-
laciones podrá servir de pretexto para una especulacion comercial. 17. Ningun portu-
gues será responsable por su conducta política durante la ocupacion de este país por el
ejército frances, y todos los que han continuado en el ejercicio de sus empleos, ó que los
han aceptado durante el gobierno frances, quedan bajo la proteccion de los comandan-
tes ingleses, quienes los sostendrán para que no se les cause vejacion en sus personas
y bienes; y podrán tambien aprovecharse de las estipulaciones del art. 16. 18. Las tro-
pas españolas detenidas á bordo de lo; navíos en el puerto de Lisboa, serán entregadas
al general en jefe inglés, quien se obliga á obtener de los españoles la restitucion de los
súbditos franceses, sean militares ó civiles, que hayan sido detenidos en España, sin ha-
ber sido hechos prisioneros en batalla ó en consecuencia de operaciones militares, si-
no con ocasion del 29 de Mayo y dias siguientes. 19. Inmediatamente se hará un canje
de prisioneros de todas graduaciones que se hayan hecho en Portugal desde el princi-
pio de las presentes hostilidades. 20. Para la recíproca garantía de este convenio se en-
tregarán rehenes de la clase de oficiales generales por parte del ejército frances, del in-
glés y de su armada. El oficial del ejército británico será restituido luégo que se dé cum-
plimiento á los artículos pertenecientes al ejército; el de la escuadra y el frances cuando
las tropas hayan desembarcado en su país. 21. Se permitirá al general frances enviar un
oficial á Francia con el presente convenio, y el almirante británico le dará una embarca-
cion que le convoye á Burdeos ó á Rochefort. 22. Se hará por que el almirante británi-
co acomode á S. E. el general en jefe y oficiales principales del ejército frances á bordo
de los navíos de guerra. Dado y concluido en Lisboa, á 30 de Agosto de 1808.— Firma-
do.— JORGE MURRAY.— KELLERMANN.
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Artículos adicionales.
1.º Los empleados civiles del ejército hechos prisioneros, sea por las tropas británi-
cas ó por las portuguesas en cualquier parte de Portugal, serán restituidos, como de cos-
tumbre, sin canje.
2.º El ejército frances subsistirá de sus propios almacenes hasta el dia del embarco,
y la guarnicion hasta la evacuacion de las fortalezas. El remanente de los almacenes se
entregará en la forma acostumbrada al gobierno británico, quien se encarga de la subsis-
tencia y caballos del ejército desde el tiempo referido hasta su llegada á Francia, con la
condicion de ser reembolsado por el gobierno frances del exceso de gastos á la estimacion
que por ambas partes se dé á los almacenes entregados al ejército inglés. Las provisiones
que estén á bordo de los navíos de guerra de que está en posesion el ejército frances se to-
marán en cuenta por el gobierno inglés, así como los almacenes de la fortaleza.
3.º El general en jefe de las tropas británicas tomará las medidas necesarias para res-
tablecer la libre circulacion de los medios de subsistencia entre el país y la capital.—
Dado, etc.
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ron á Rusia un comisionado; mas, fuese falta suya, ó que aquel gabinete
no estuviese todavía dispuesto á desavenirse con Francia, la tentativa no
tuvo ninguna resulta. Más dichosa fué la que hicieron para libertar la di-
vision española que estaba en Dinamarca á las órdenes del Marqués de
la Romana, merced al patriotismo de sus soldados y á la actividad y ce-
lo de la marina inglesa.
Hubiérase achacado á desvarío, pocos meses antes, el figurarse si-
quiera que aquellas tropas á tan gran distancia de su patria y rodeadas
del inmenso poder y vigilancia de Napoleon, pisarían de nuevo el suelo
español, burlándose de precauciones, y áun sirviéndoles para su empre-
sa las mismas que contra su libertad se habian tomado. Constaba á la sa-
zon su fuerza de 14.198 hombres, y se componía de la division que en la
primavera de 1807 habia salido de España con el Marqués de la Roma-
na, y de la que estaba en Toscana, y se le juntó en el camino. Por Agosto
de aquel año, y á las órdenes del mariscal Bernardotte, príncipe de Pon-
te-Corvo, ocupaban dichas divisiones á Hamburgo y sus cercanías, des-
pues de haber gloriosamente peleado algunos de los cuerpos en el sitio
de Stralsunda. Resuelto Napoleon á enseñorearse de España, juzgó pru-
dente colocarlos en paraje más seguro, y con pretexto de una invasion en
Suecia, los aisló y dividió en el territorio danés. Estrechólos así entre el
mar y su ejército. Napoleon determinó que ejecutasen aquel movimien-
to en Marzo de 1808. Cruzó la vanguardia el pequeño Belt y desembarcó
en Fionia. Le impidió atravesar el gran Belt é ir á Zelandia la escuadra
inglesa que apareció en aquellas aguas. Lo restante de la fuerza españo-
la, detenida en el Sleswich, se situó despues en las islas de Langeland
y Fionia y en la península de Jutlandia. Así continuó, excepto los regi-
mientos de Astúrias y Guadalajara, que de noche y precavidamente con-
siguieron pasar el gran Belt y entrar en Zelandia. Las novedades de Es-
paña, aunque alteradas y tardías, habian penetrado en aquel apartado
reino. Pocas eran las cartas que los españoles recibian, interceptando el
gobierno frances las que hablaban de mudanzas intentadas ó ya acaeci-
das. Causaba el silencio desasosiego en los ánimos, y aumentaba el dis-
gusto el verse las tropas divididas y desparramadas.
En tal congoja, recibióse en Junio un despacho de D. Mariano Luis
de Urquijo para que se reconociese y prestase juramento á José, con la
advertencia «de que se diese parte si habia en los regimientos algun in-
dividuo tan exaltado que no quisiera conformarse con aquella soberana
resolucion, desconociendo el interes de la familia real y de la nacion es-
pañola.» No acompañaron á este pliego otras cartas ó correspondencia,
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(9) Hm‹n doce‹, Àn mšn tij š© ¹m©j ¢pišnai o/ƒcade, diapore…esqai t3⁄4n cèran
æj ¤n dunèmeqa ¢sinšstata 1⁄4n dš tij ¹maj tÁj ddou ¡pocwlÚm, diapoleme‹n
toÚtJ, æj ¤n dunèmeda cr£tijta.
(XENOPHONTIS, Cyr., 3.)
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das una representacion de las provincias del Norte. Se habian las dos úl-
timas confundido y erigido en una sola despues de la aciaga jornada de
Cabezon. Presidia á ambas el bailío D. Antonio Valdés, quien estando
al principio de acuerdo con D. Gregorio de la Cuesta, acabó por desave-
nirse con él y enojarse poderosamente. Reunidas en Ponferrada, como
punto más resguardado, se trasladaron á Lugo, en cuya ciudad debia ve-
rificarse la celebracion de juntas propuesta por la de Galicia. Esta mu-
danza fué el orígen y principal motivo del enfado de Cuesta; no pudien-
do tolerar que corporaciones que consideraba como dependientes de su
autoridad, se alejasen del territorio de su mando, y pasasen á una pro-
vincia con cuyos jefes estaba tan encontrado.
Concurrieron, sin embargo, á Lugo las tres juntas de Galicia, Casti-
lla y Leon. No la de Astúrias, ya por cierto desvío que habia entre ella y
la de Galicia, y tambien porque viendo próxima la reunion central de to-
das las provincias del reino, juzgó excusado, y quizá perjudicial, el que
hubiese una parcial entre algunas del Norte. Al tratarse de la formacion
de ésta, hubo diversos pareceres acerca del modo de su composicion.
Quién opinaba por Córtes, y quién soñaba un gobierno que diese prin-
cipio y encaminase á una federacion nacional. Adheria al primer dic-
támen sir Cárlos Stuart, representante del gobierno inglés, como medio
más acomodado á los antiguos usos de España. Pero las novedades in-
troducidas en las constituciones de aquel cuerpo, durante la dominacion
de las casas de Austria y Borbon, ofrecian para su llamamiento dificulta-
des casi insuperables; pues al paso de ser muchas las ciudades de Leon
y Castilla que enviaban procuradores á Córtes, sólo tenia una voz el po-
puloso reino de Galicia, y se veia privado de ella el principado de Astú-
rias, cuna de la monarquía. Tal desarreglo pedia para su enmienda más
tiempo y sosiego de lo que entónces permitian las circunstancias. Por su
parte la Junta de Galicia, sabedora de la idea de la federacion, queria
esquivar, en sus vistas con las de Leon y Castilla, el tratar de la union
de un solo y único gobierno central. Mas la autoridad de D. Antonio Val-
dés, que todas tres habian elegido por su presidente, pudiendo más que
el estrecho y poco ilustrado ánimo de ciertos hombres, y prevaleciendo
sobre las pasiones de otros, consiguió que se aprobase su propuesta, di-
rigida al nombramiento de diputados que, en representacion de las tres
juntas, acudiesen á formar, con las demas del reino, una central. Con tan
prudente y oportuna determinacion se evitaron los extravíos y áun lásti-
mas que hubiera provocado la opinion contraria.
Asimismo cortaron cuerdos varones várias desavenencias movidas
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(10) Estas palabras estáninsertas en una Memoria escrita por José á su hermano Na-
poleon en Miranda de Ebro, á 16 de Setiembre de 1808, cogida, con otros papeles, en la
batalla de Vitoria.
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(1) Lista de los individuos que compusieron la Junta suprema Central gubernativa de
España é Indias, por el órden alfabético de las provincias que los nombraron.
POR ARAGON.
D. Francisco Palafox y Melci, gentil-hombre de cámara de S. M. con ejercicio, briga-
dier del ejército y oficial de reales guardias de Corps.
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ASTÚRIAS.
D. Gaspar Melchor de Jovellanos, caballero de la órden de Alcántara, del Consejo de
Estado de S. M. y ántes ministro de Gracia y Justicia.
Marqués de Campo-Sagrado, teniente general del ejército é inspector general de las
tropas del principado de Astúrias.
CANARIAS.
Marqués de Villanueva del Prado. Castilla la Vieja.
D. Lorenzo Bonifaz y Quintano, dignidad de prior de la santa iglesia de Zamora.
D. Francisco Javier Caro, catedrático de leyes de la universidad de Salamanca.
CATALUÑA.
Marqués de Villel, conde de Darnius, grande de España y gentil-hombre con ejer-
cicio.
Baron de Sabasona.
CÓRDOBA.
Marqués de la Puebla de los Infantes, grande de España.
D. Juan de Dios Gutierrez Rabé.
EXTREMADURA.
D. Martin de Garay, intendente de Extremadura y ministro honorario del Consejo de
Guerra; fué el primer secretario general y despachó interinamente los negocios de Estado.
D. Félix Ovalle, tesorero de ejército de Extremadura
GALICIA.
Conde de Gimonde.
D. Antonio Aballe.
GRANADA.
D. Rodrigo Riquelme, regente de la chancillería de Granada.
D. Luis de Fúnes, canónigo de la santa iglesia de Santiago.
JAEN.
D. Francisco Castanedo, canónigo de la santa iglesia de Jaen, provisor y vicario ge-
neral de su obispado.
D. Sebastian de Jócano, del Consejo de S. M. en el tribunal de Contaduría mayor, y
contador de la provincia de Jaen.
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Canarias sólo acudió uno á representar sus islas. Fué elegido presidente
el Conde de Floridablanca, diputado por Murcia, y secretario general D.
Martin de Garay, que lo era por Extremadura.
LEON.
Frey D. Antonio Valdés, bailío gran cruz de la órden de San Juan, caballero del Toi-
son de Oro, gentil-hombre de cámara con ejercicio, capitan general de la armada, conse-
jero de Estado y ántes ministro de Marina é interino de Indias.
El Vizconde de Quintanila.
MADRID.
Conde de Altamira, marqués de Astorga, grande de España, caballero del Toison de
Oro, gran cruz de la órden de Cárlos III, caballerizo mayor y gentil-hombre de cámara de
S. M., con ejercicio. Fué presidente de la Junta.
D. Pedro de Silva, patriarca de las Indias, gran cruz de la órden de Cárlos III y ántes
mariscal de campo de los reales ejércitos. Falleció en Aranjuez y no fué reemplazado.
MALLORCA.
D. Tomas de Veri, caballero de la órden de San Juan, teniente coronel del regimiento
de voluntarios de Palma, conde, etc.
MURCIA.
Conde de Floridablanca, caballero del Toison de Oro, gran cruz de la órden de Cár-
los III, gentil-hombre de cámara de S. M. con ejercicio, y ántes primer secretario de Es-
tado, interino de Gracia y Justicia. Fué el primer presidente de la Junta Central. Falleció
en Sevilla y fué subrogado por el
Marqués de San Mamés, que no tomó posesion.
Marqués del Villar.
NAVARRA.
D. Miguel de Balanza/D. Cárlos de Amatria. Individuos de la muy ilustre diputacion
del reino de Navarra.
SEVILLA.
D. Juan de Vera y Delgado, arzobispo de Laodicea, coadministrador del señor Car-
denal de Borbon en el de Sevilla, y despues oblispo de Cádiz. Fué presidente de la Jun-
ta Central.
Conde de Tilly.
TOLEDO.
D. Pedro de Rivero, canónigo de la santa iglesia de Toledo. Fué secretario general.
D. José García de la Torre, abogado de los reales Consejos.
VALENCIA.
Conde de Contamina, grande de España, gentil-hombre de cámara de S. M. con ejer-
cicio.
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Principe Pío, grande de España, coronel de milicias. Falleció en Aranjuez y fué su-
brogado por el Marqués de la Romana, grande de España, teniente general de los reales
ejércitos y general en jefe del ejército de la izquierda.
Es de advertir que, aunque treinta y cinco los individuos de la Central, nunca hu-
bo reunidos sino treinta y cuatro, habiendo fallecido en Aranjuez, sin ser reemplazado,
D. Pedro de Silva.
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(2) Nam ut quisque est vir optimus, ita dificillimè esse alios improbos suspicatur. (CIC.,
ad Quintum Fratrem, lib. I., epist. I).
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bradía resplandecerá y áun descollará entre las de los hombres más cé-
lebres que han honrado á España.
Fija de antemano la atencion nacional en los dos respetables varo-
nes de que acabamos de hablar, siguieron los individuos de la Central el
impulso de la opinion, arrimándose los más á uno ó á otro de dichos dos
vocales. Pero, como éstos entre sí disentian, dividiéronse los pareceres,
prevaleciendo en un principio y por lo general el de Floridablanca. Con
su muerte y las desgracias, no dejó más adelante de triunfar á veces el
de Jovellanos, ayudado de D. Martin de Garay, cuyas luces naturales, fá-
cil despacho y práctica de negocios le dieron sumo poder é influjo en las
deliberaciones de la Junta.
Pero á uno y otro partido de los dos, si así pueden llamarse, en que
se dividió la Central, faltábales actividad y presteza en las resoluciones.
Floridablanca, anciano y doliente; Jovellanos, entrado tambien en años
y con males; avezados ambos á la regularidad y pausa de nuestro gobier-
no, no podian sobreponerse á la costumbre y á los hábitos en que se ha-
bian criado y envejecido. Su autoridad llevaba en pos de sí á los demas
centrales, hombres en su mayoría de probidad, pero escasos de sobre-
salientes ó notables prendas. Dos ó tres más arrojados ó atrevidos, entre
los que sonaba D. Lorenzo Calvo de Rozas, acreditado en el sitio de Za-
ragoza, querian en vano sacar á la Junta de su sosegado paso. No era da-
do á su corto número ni á su anterior y casi desconocido nombre vencer
los obstáculos que se oponian á sus miras.
Así fué que en los primeros meses, siguiendo la Central en materias
políticas el dictámen de Floridablanca, y no asistiéndole ni á él ni á Jo-
vellanos para las militares y económicas el vigor y pronta diligencia que
la apretada situacion de España exigia, con lástima se vió que el gobier-
no, obrando con lentitud y tibieza en la defensa de la patria, y ocupán-
dose en pormenores, recejaba en lo civil y gubernativo á tiempos añejos
y de aciaga recordacion.
Mas ántes, y al saber en las provincias su instalacion, fué celebrada
ésta con general aplauso y desoidas las quejas en que prorumpieron al-
gunas juntas, señaladamente las de Sevilla y Valencia; las cuales, pesa-
rosas de ir á ménos en su poder, habian intentado convertir los diputados
de la Central en cueros agentes sometidos á su voluntad y capricho, dán-
doles facultades coartadas. Pasóse, pues, por encima de las instruccio-
nes que aquéllas habian dado, arreglándose á lo que prevenian los po-
deres de otras juntas, y segun los que se creaba una verdadera autoridad
soberana é independiente, y no un cuerpo subalterno y encadenado. Y si
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en ello pudo haber algun desvío de legitimidad, el bien y union del reino
reclamaban que se tomase aquel rumbo, si no se queria que cada provin-
cia prosiguiese gobernándose separadamente y á su antojo.
Tampoco faltaron, como era de temer, desavenencias con el Conse-
jo Real. En 26 de Setiembre le habia dado cuenta la Junta Central de su
instalacion, previniéndole que, prestado que hubiesen sus individuos el
juramento debido, expidiese las cédulas, órdenes y provisiones compe-
tentes para que obedeciesen y se sujetasen á la nueva autoridad todas
las de la monarquía. Por aquel paso, desaprobado de muchos, persuadi-
do tal vez el Consejo de que la Junta habia menester su apoyo para ser
reconocida en el reino, cobró aliento, y despues de dilatar una contes-
tacion clara y formal, al cabo envió el 30, con el juramento pedido, una
exposicion de sus fiscales, en la que éstos se oponian á que se presta-
se dicho juramento, reclamando el uso y costumbres antiguas. Aunque
el Consejo no habia seguido el parecer fiscal, le remitió, no obstante, á
la Junta, acompañado de sus propias meditaciones, dirigidas principal-
mente á que se adoptasen las tres siguientes medidas: 1.ª Reducir el nú-
mero de vocales de la Central, por ser el actual contrario á la ley 3.ª, par-
tida 2.ª, título xv, en que, hablándose de las minoridades en los casos en
que el rey difunto no hubiese nombrado tutores, dice: «que los guarda-
dores deben ser uno ó tres ó cinco, é non mas.» 2.ª La extincion de las
juntas provinciales. Y 3.ª La convocacion de Córtes, conforme al decre-
to dado por Fernando VII en Bayona.
Justas, como á primera vista parecian estas peticiones, no sólo no
eran por entónces hacederas, sino que procediendo de un cuerpo tan de-
sopinado como lo estaba el Consejo, achacáronse á ódio y despique con-
tra las autoridades populares nacidas de la insurreccion. Sobre los gene-
rales y conocidos motivos, otros particulares al caso contribuyeron á dar
mayor valor á semejante interpretacion; pues en cuanto al primer pun-
to, el Consejo, que ahora juzgaba ser harto numerosa la Junta Central,
habia en Agosto provocado á los presidentes de las de provincia para
que (3), «no siendo posible adoptar de pronto, en circunstancias tan ex-
traordinarias, los medios que designaban las leyes y las costumbres na-
cionales....., diputasen personas de su mayor confianza, que reuniéndo-
se á las nombradas por las juntas establecidas en las demas provincias
y al Consejo, pudiesen conferenciar..... de manera que, partiendo todas
las providencias y disposiciones de este centro comun, fuese tan expedi-
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(4) Et Hispani tarditatis notati sunt: Me venga la muerte de España; Veniet mors mea
de Hispania. Tum scio cunctanter veniet. (FRANC. BACONI DE CERRULAMIO, Sermones fide-
les.— XXV de expediendis negotiis.)
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la práctica militar, como ya decía Vejecio (6), «que la penuria más veces
que la pelea acaba con un ejército, y que el hambre es más cruel que el
hierro del enemigo.»
Acosado nuestro ejército por tantos males, pensábase que el gene-
ral Blake no se aventuraria á combatir contra un enemigo más numeroso,
aguerrido y bien provisto. Esperanzado, sin embargo, de que le asistiese
favorable estrella, determinó probar la suerte de una batalla delante de
Espinosa de los Monteros.
Es esta villa muy conocida en España por el privilegio de que gozan
sus naturales de hacer de noche la guardia al Rey cerca de su cuarto, y
cuya concesion, segun cuentan (7), sube á D. Sancho García, conde de
Castilla. Está situada en la ribera izquierda del Trueba; y los españoles,
colocándose en el camino que viene de Balmaseda, dejaron á su espalda
el rio y la villa. En una altura elevada, de dificil acceso, y á la siniestra
parte, pusiéronse los asturianos, capitaneados por los generales Aceve-
do, Quirós y Valdés. La primera division y la reserva, con sus respec-
tivos jefes D. Genaro Figueroa y D. Nicolas Mahy, seguian en la línea,
descendiendo al llano. El general Riquelme y su tercera division ocupó
en el valle lo más abierto del terreno, y la vanguardia, al mando de D.
Gabriel de Mendizábal, con seis piezas de artillería, dirigidas por el ca-
pitan D. Antonio Roselló, se colocó en un altozano á la derecha de Es-
pinosa, desde donde se enfilaban las principales avenidas. Por el mismo
lado, y más adelante, en un espeso bosque, y sobre una loma estaba la
division del Norte, que gobernaba el Conde de San Roman, quedando no
léjos de la artillería, y algo detras por su derecha, la segunda de Marti-
nengo. La fuerza de los españoles no llegaba á 21.000 combatientes.
A la una de la tarde del 10 empezó á avistarse el enemigo, en núme-
ro de 25.000 hombres, mandados por el mariscal Victor. Se habia éste
juntado con el mariscal Lefebvre en Balmaseda, y separádose en la Na-
va, dirigiéndose el segundo á Villarcayo, y siguiendo el primero la hue-
lla de Blake, con esperanzas ambos de envolverle. Se empeñó la refriega
por donde estaban las tropas del Norte, embistiendo el bosque el general
Paschod. Durante dos horas le defendieron los nuestros con intrepidez;
mas cargando el enemigo en mayor número, fué al fin abandonado. La
artillería, manejada con acierto por Roselló, dirigió entónces un fuego
(6) Sæpius enim penuria quam pugna consumit exercitum et ferro sævitor fames est.
(VEGET., De re militari, lib. III, cap. III.)
(7) Véase MARIANA, Historia de España, lib. VIII, cap. IX.
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muy vivo contra el bosque, y caminando por órden de Blake, para soste-
ner á San Roman, la division de Riquelme, se encendió de nuevo la pe-
lea. Cundió por toda la línea, y áun la izquierda de los asturianos avan-
zó para llamar la atencion del enemigo. La derecha no sólo se mantenia,
sino que volviendo á ganar terreno, estaban las tropas del Norte prontas
á recuperar el bosque, cuando la oscuridad de la noche impidió la conti-
nuacion del combate, glorioso para los españoles, pero con tan poca ven-
tura, que, perdieron dos de sus mejores jefes, el Conde de San Roman y
D. Francisco Riquelme, mortalmente heridos.
Los españoles, si bien alentados con haber infundido respeto al ene-
migo, ya no podian sobrellevar tanto cansancio y trabajos, careciendo
áun de las provisiones más preciosas. Malas frutas habian comido aque-
llos dias, pero ahora apénas les quedaba tan menguado recurso. Sus he-
ridos yacian abandonados, y si algunos eran recogidos, no podia sumi-
nistrárseles alivio en medio de sus quejidos y lamentos. En balde se
esmeraba el General en jefe, en balde sus oficiales, en buscar por Espi-
nosa socorro para su gente. Los vecinos habian huido, espantados con
la guerra; la tierra, de suyo escasa, estaba ahora, con aquella ausencia,
más empobrecida, aumentándose la confusion y el duelo en medio de la
lobreguez de la noche. A su amparo obligó el hambre á muchos soldados
á desarrancarse de sus banderas, particularmente á los de la division del
Norte, que eran los que más habian padecido.
Al contrario los franceses: bien alimentados, retirados sus heridos, y
puestos otros en lugar de los que el dia 10 habian combatido, se dispo-
nian á pelear en la mañana siguiente. Hubiera el general español obrado
con cordura si, atendiendo á las lástimas y apuros de sus soldados, hu-
biera á la callada y por la noche alzado el campo, y buscado del lado de
Santander ó del de Reinosa bastimentos y alivio á los males. Mas lison-
jeándose de que el enemigo se retiraria, y queriendo sacar ventaja del
esfuerzo con que sus soldados habian lidiado, se inclinó á permanecer
inmoble y exponerse á nuevo combate.
No tuvo que aguardar largo tiempo: desde el amanecer lo renovaron
los franceses. Habian en la víspera notado que en la izquierda de los es-
pañoles estaban tropas bisoñas, y tambien que la altura que ocupaban,
como más elevada, era la llave de la posicion. Así se determinaron á em-
pezar por allí el ataque, siendo el general Maison con su brigada quien
primero embistió á los asturianos. Resistieron éstos con denuedo, y á
la voz de sus dignos jefes Acevedo, Quirós y Valdés, conserváronse fir-
mes y serenos, no obstante su inexperiencia. Advirtió el general ene-
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migo el influjo de dichos jefes, y sobre todo que uno de ellos, montado
en un caballo blanco, corriendo á los puntos más peligrosos, exhortaba
á su tropa con la palabra y el gesto. Sin tardanza (segun nos ha contado
años adelante en París el mismo general) destacó tiradores diestros, pa-
ra que apuntando cuidadosamente, disparasen contra los jefes, y en es-
pecial contra el del caballo blanco, que era el desgraciado Quirós. La ór-
den causó grave mal á los españoles, y decidió la accion. Los tiradores,
abrigados de lo irregular y quebrado del terreno, esparcidos en diver-
sos sitios, arcabuceaban, por decirlo así, á nuestros oficiales, sin que re-
cibiesen notable daño del fuego cerrado de nuestras columnas. La poca
práctica de la guerra y el escasear de soldados hábiles impidió usar del
mismo medio que empleaban los enemigos. A poco fué traspasado de
dos balazos D. Gregorio Quirós, heridos los generales Acevedo y Valdés,
con otros jefes, entre los que se contaron los distinguidos oficiales don
Joaquin Escario y D. José Peon. La muerte y heridas de caudillos tan
amados sembró profunda afliccion en las filas asturianas, y flaqueando
algunos cuerpos, siguióse en todos el mayor desórden. Quiso sostenerlos
Blake, enviando á D. Gabriel de Mendizábal para que tomase el mando;
mas ya era tarde. La dispersion habia comenzado, y los franceses, pose-
sionándose de la altura, perseguian á los asturianos, cuyo mayor núme-
ro, huyendo, se enriscó por las asperezas del valle de Pas.
El centro del ejército español y su derecha, que en la noche se ha-
bian agrupado al rededor del altozano donde estaba Roselló con la arti-
llería, tan luégo como se dispersó la izquierda, se vieron acometidos por
la division francesa de Ruffin. Algun tiempo se mantuvieron nuestros
soldados en su puesto, aunque inquietos con la huida de los asturianos;
pero en breve, comenzando unos á ciar y otros á desarreglarse, ordenó el
general Blake la retirada, sostenida por la reserva de D. Nicolas Mahy y
las seis piezas del capitan Roselló, perdidas luégo en el paso del Trueba.
Hubiera á los nuestros servido de mucho en aquel trance y en lo demas
de la retirada la corta division con 400 caballos que mandaba el Mar-
qués de Malespina, y á los que el general Blake habia ordenado pasar á
Villarcayo. Temeroso dicho Marqués de ser envuelto por el mariscal Le-
febvre, que iba del mismo lado, en vez de aproximarse á Espinosa, tomó
otro rumbo, y su division se unió despues en diversas partidas á distintos
y lejanos ejércitos. La pérdida de los españoles en las acciones de Espi-
nosa fué muy considerable, su dispersion casi completa. La de los fran-
ceses, cortísima el 11, no dejó la víspera de ser de importancia.
Señaló D. Joaquin Blake para reunion de sus tropas la villa de Rei-
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tros, resolvieron empeñar una accion. Lasalle, rehecho, forzó á los que le
seguian á replegarse otra vez á Gamonal, á cuyo punto habia ya acudi-
do lo demas del ejército español. La derecha de éste ocupaba un bosque
del lado del rio Arlanzon, y la izquierda las tapias de una huerta ó jar-
din, cubriendo el frente algunos cuerpos con 16 piezas de artillería. Las
tropas más bisoñas se pusieron detras de las mejor enregimentadas, co-
mo lo eran un batallon de guardias españolas, algunas compañías de wa-
lonas, el segundo de Mallorca y granaderos provinciales.
Fué, pues, aproximándose el ejército enemigo; y extendiéndose por
nuestra derecha el general Lasalle, se colocó en un llano situado entre
el bosque y el rio, al paso que la infantería veterana del general Mouton
intrépidamente acometió dicho bosque, guarnecido por la derecha espa-
ñola, la cual, creyéndose envuelta por Lasalle, comenzó en breve á ce-
jar, no obstante el vivo fuego que desde el frente hacian nuestros ca-
ñones. La caballería, guiada por D. Juan Henestrosa, hombre valiente,
pero más devoto que entendido militar, trató de dar una carga á la ene-
miga. Henestrosa, que en realidad mandaba tambien en jefe, invocando
á los santos del cielo y con tanta bravura como imprudencia, arremetió
con los jinetes franceses, quienes fácilmente le repelieron y desbarata-
ron. Entónces fueron del todo deshechos los del bosque, y la izquierda,
aunque no atacada de cerca, comenzó á huir y desbandarse. La pelea
duró poco, y vencidos y vencedores entraron mezclados en Búrgos.
El mariscal Bessières, tirando por la orilla del rio con la caballería
pesada, acuchilló á los soldados fugitivos y cogió varios cañones, ha-
biéndose perdido 14, y ademas otros que quedaron en el parque. La pér-
dida de los españoles fue considerable, aunque mayor la dispersion y el
desórden, teniendo que arrepentirse, y dolorosamente, el general Belve-
der de haberse empeñado con ligereza en accion tan desventajosa. En-
tregaron los vencedores al pillaje la ciudad de Búrgos, apoderándose de
2.000 sacas de lana fina pertenecientes á ricos ganaderos. Llegó el mis-
mo dia el Conde de Belveder á Lerma con muchos dispersos, en donde
se encontró con la 3.ª division de Extremadura, ausente de la batalla.
Perseguido por los enemigos, pasó á Aranda de Duero, y no seguro toda-
vía allí, prosiguió hasta Segovia, en cuya ciudad fué relevado del mando
por la Junta Central, que nombró para sucederle á D. José de Heredia.
El mariscal Soult, con la natural presteza de su nacion, enviando del
lado de Lerma una columna que persiguiese á los españoles, y otra ca-
mino de Palencia y Valladolid, salió en persona el mismo 10 hácia Rei-
nosa con intento de interceptar á Blake en su retirada. Inútilmente habia
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éste confiado en dar en aquella villa descanso á sus tropas, pues noti-
cioso de que por Villarcayo se acercaba el mariscal Lefebvre, ya habia
el 13 movido su artillería con direccion á Leon por Aguilar de Campóo.
Iban con ella enfermos y heridos, huyendo de un peligro sin pensar en
el otro no ménos terrible con que tropezaron. Caminaban, cuando se les
anunció la aparicion por su frente de tropas francesas; la artillería, pre-
cipitando su marcha y usando de adecuados medios, pudo salvarse, mas
de los heridos los hubo que fueron víctima del furor enemigo. En su nú-
mero se contó al general Acevedo. Encontráronle cazadores franceses
del regimiento del coronel Tascher, y sin miramiento á su estado ni á
su grado, ni á las sentidas súplicas de su ayudante D. Rafael del Riego,
traspasáronle á estocadas. Riego, el mismo que fué despues tan conoci-
do y desgraciado, quedó en aquel lance prisionero.
Blake, acosado, y temiendo no sólo á los que le habian vencido en
Espinosa, sino tambien á los mariscales Lefebvre y Soult, que cada uno
por su lado venian sobre él; no pudiendo ya ir á Leon por tierra de Cas-
tilla, salió de Reinosa en la noche del 13 y se enriscó por montañas y
abismos, enderezándose al valle de Cabuérniga. Llegó allí á su colmo
la necesidad y miseria. El ánimo de Blake andaba del todo contrista-
do y abatido, mayormente teniendo que entregar á nuevo jefe de un dia
á otro y en tan mal estado las pobres reliquias de su ejército, lo cual
le era de gran pesadumbre. La Central habia nombrado general en jefe
del ejército de la izquierda al Marqués de la Romana. Noticioso Blake
en Zornoza del sucesor, no por eso dejó de continuar el plan de campa-
ña comenzado. Una indisposicion, segun parece, detuvo á Romana en
el camino, no uniéndose al ejército sino en Renedo, cuando estaba en
completa derrota y dispersion. En tal aprieto, parecióle ser más conve-
niente dejar á Blake el cuidado de la marcha, ordenándole que se reco-
giese por la Liébana á Leon, en cuya ciudad y ribera derecha del Esla
debia hacer alto y aguardarle.
De su lado los mariscales franceses, ahuyentado Blake, tomaron di-
versos rumbos. El mariscal Lefebvre, con el cuarto cuerpo, despues de
descansar algunos dias, se encaminó por Carrion de los Condes á Valla-
dolid. El primer cuerpo, del mando de Victor, juntóse en Búrgos con Na-
poleon, marchando Soult con el segundo á Santander, de cuyo puerto he-
cho dueño, y dejando para guarnecerle la division de Bonnet, persiguió
por la costa los dispersos y tropas asturianas que se retiraban á su país
natal. Tuvo en San Vicente de la Barquera un choque con 4.000 de ellos,
al mando de D. Nicolas Llano Ponte; los deshizo y dispersó, y yendo por
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Art. 10. Se conservarán los honores á los generales que quieran quedarse en la capi-
tal, y se concederá la libre salida á los que no quieran.— Concedido; continuando en su
empleo, bien que el pago de sus sueltos será hasta la organizacion definitiva del reino.
Art. 11, adicional. Un destacamento de la guardia tomará posesion hoy, 4, á medio-
dia, de las puertas de palacio. Igualmente á mediodia se entregarán las diferentes puer-
tas de la villa al ejército frances.
A mediodia el cuartel de guardias de Corps y el hospital general se entregarán al
ejército frances.
A la misma hora se entregarán el parque y almacenes de artillería é ingenieros á la
artillería é ingenieros franceses.
Las cortaduras y espaldones se desharán y las calles se repararán.
El oficial frances que debe tomar el mando de Madrid acudirá á mediodia con una
guardia á la casa del Principal, para concertar con el Gobierno las medidas de policía y
restablecimiento del buen órden y seguridad pública en todas las partes de la villa.
Nosotros, los comisionados abajo firmados, autorizados de plenos poderes para acor-
dar y firmar la presente capitulacion, hemos convenido en la fiel y entera ejecucion de las
disposiciones dichas anteriormente.
Campo imperial delante de Madrid, 4 de Diciembre de 1808.— FERNANDO DE LA VE-
RA Y PANTOJA.— TOMAS DE MORLA.— ALEJANDRO, Príncipe de Neufchatel.— Véase la Ga-
ceta de Gobierno de Sevilla de 6 de Enero de 1809.
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pe II; detúvose durante algunos minutos delante de uno de los más no-
tables, y no parecia sino que un cierto instinto le llevaba á considerar la
imágen de un monarca que, si bien en muchas cosas se le desemejaba,
coincidia en gran manera con él en su amor á exclusiva, dura é ilimitada
dominacion, así respecto de propios como de extraños.
La inquietud de Napoleon crecia segun que corrian dias sin recoger
el pronto y abundante esquilmo que esperaba de la toma de Madrid. Sus
correos comenzaban á ser interceptados, y escasas y tardías eran las no-
ticias que recibia. Los ejércitos españoles, si bien deshechos, no estaban
del todo aniquilados, y era de temer se convirtiesen en otros tantos nú-
cleos, en cuyo derredor se agrupasen oficiales y soldados, al paso que los
franceses, teniendo que derramarse, enflaquecian sus fuerzas, y áun des-
aparecian sobre la haz espaciosa de España. En las demas conquistas,
dueño Napoleon de la capital, lo habia sido de la suerte de la nacion inva-
dida; en ésta, ni el gobierno, ni los particulares, ni el más pequeño pueblo
de los que no ocupaba se habian presentado libremente á prestarle ho-
menaje. Impacientábale tal proceder, sobre todo cuando nuevos cuidados
podrian llamarle á otras y lejanas partes. Mostró su enfado al Corregidor
de Madrid, que el 16 de Diciembre fué á Chamartin á cumplimentarle y á
pedirle la vuelta de José, segun se habia exigido del Ayuntamiento; díjole,
pues, Napoleon que por los derechos de conquista que le asistian podia
gobernar á España, nombrando otros tantos vireyes cuantas eran sus pro-
vincias. Sin embargo, añadió que consentiria en ceder dichos derechos á
José cuando todos los ciudadanos de la capital le hubieran dado pruebas
de adhesion y fidelidad por medio de un juramento «que saliese, no sola-
mente de la boca, sino del corazon, y que fuese sin restriccion jesuítica.»
Sujetóse el vecindario á la ceremonia que se pedia, y no por eso tra-
taba Napoleon de reponer á José en el trono, cosa que á la verdad impor-
taba poco á los madrileños, molestados con la presencia de cualquiera
gobierno que no fuera el nacional. El Emperador habia dejado en Búrgos
á su hermano, quien sin su permiso vino y se le presentó en Chamartin,
donde fué tan mal recibido, que se retiró á la Moncloa y luégo al Pardo,
no gozando de rey sino escasamente la apariencia.
Más que en su persona ocupábase Napoleon en averiguar el parade-
ro de los ingleses y en disipar del todo las reliquias de las tropas espa-
ñolas. El 8 de Diciembre llegó á Madrid el cuerpo de ejército del Duque
de Dantzick, y con diligencia despachó Napoleon hácia Tarancon al ma-
riscal Bessières, dirigiendo sobre Aranjuez y Toledo al mariscal Victor y
á los generales Milhaud y Lasalle.
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troceder á Madrid para pelear con los franceses, y que á él le habian es-
cogido por caudillo; pero que suspendia admitir el encargo hasta ver si
el General, aprobando la resolucion, se hacia digno de continuar ca-
pitaneándolos. Rehusó Villariezo la inesperada oferta, y reprendiendo
al Santiago, encomendóle contener el mal espíritu de la tropa; singular
conspirador y singular jefe. La artillería, como era de temer, en vez de
apaciguarse, se apostó en el camino de Yebra, y forzó á la otra tropa, que
iba á continuar su marcha, á volver atras. Intentó Villariezo arengar á los
sublevados, que aparentaron escucharle; mas quiso que de nuevo prosi-
guiesen su ruta; y gritando unos á Madrid, y otros á Despeñaperros, tu-
vo que desistir de su empeño y despachar al coronel de Pavía, Príncipe
de Anglona, para que informase de lo ocurrido al General en jefe, el cual
creyó prudente separar la infantería y alejarla de la caballería y artille-
ría. Los peones, dirigiéndose á Illana, debian cruzar el vado y barcas de
Maquilon; los jinetes y cañones, con solos dos regimientos de infantería,
Ordenes y Lorca, las de Estremera; mandando á los primeros el mismo
Villariezo y á los segundos D. Andres de Mendoza. Ciertas precaucio-
nes, y la repentina mudanza en la marcha, suspendieron algun tiempo el
alboroto; mas el dia 8, al querer salir de Tarancon, encrespóse de nuevo,
y sin rebozo se puso Santiago á la cabeza.
Pareciéndole al Mendoza que el carácter y respetos del Conde de Mi-
randa, comandante de carabineros reales, que allí se hallaba, eran más
acomodados para atajar el mal que los que á su persona asistian, pro-
puso al Conde, y éste aceptó, sustituirle en el mando. Llamado D. José
Santiago por el nuevo jefe, retúvole éste junto á su persona; y hubo va-
gar para que, adoptadas prontas y vigorosas providencias, se continua-
se, aunque con trabajo, la marcha á Cuenca. El Santiago fué conducido
á dicha ciudad, y arcabuceado despues en 12 de Enero, con un sargen-
to y cabo de su cuerpo.
Mas el mal habia echado tan profundas raíces, y andaban las volun-
tades tan mal avenidas, que para arrancar aquéllas y aunar éstas, juz-
gó conveniente D. Manuel de la Peña celebrar un consejo de guerra en
Alcázar de Huete, y desistiéndose del mando, proponer en su lugar por
general en jefe al Duque del Infantado. Admitióse la propuesta, consin-
tió el Duque, y aprobólo despues la Central, con que se legitimaron unos
actos que sólo disculpaba lo arduo de las circunstancias.
La mayor parte del ejército entró en Cuenca en 10 de Diciembre.
Más remisa estuvo, y llegó en desórden, la segunda division, al man-
do del general Grimarest, que fué atacada en Santa Cruz de la Zarza en
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rolina, enviando allí dos diputados de cada una que las representasen,
invitando tambien á lo mismo á la de Extremadura y á otra que se ha-
bia establecido en Ciudad-Real; pero la Central, fuese prevision ó temo-
res de que se le segregasen estas provincias, habia comisionado á Sie-
rra-Morena al Marqués de Campo-Sagrado, individuo suyo, con órden de
promover los alistamientos y de poner en estado de defensa aquella cor-
dillera. El 6 de Diciembre ya se hallaba en Andújar, como asimismo el
Marqués del Palacio, encargado del mando en jefe del ejército que se re-
unia en Despeñaperros, habiendo sido ántes llamado de Cataluña, segun
en su lugar verémos. De Sevilla enviaron los útiles y cañones necesarios
para fortificar la sierra, adonde tambien, y con felicidad, retrocedieron
desde Manzanares catorce piezas que caminaban á Madrid. Por este tér-
mino se consiguió, al promediar Diciembre, que en la Carolina y contor-
nos se juntasen 6.000 infantes y 300 caballos, cubriéndose y reforzándo-
se sucesivamente los diversos pasos de la sierra.
Cortos eran, en verdad, semejantes medios, si el enemigo, con sus
poderosas fuerzas, hubiera intentado penetrar en Andalucía; pero dis-
traida su atencion á varios puntos, y fija principalmente en el modo de
destruir al ejército inglés, único temible que quedaba, trató de seguir á
éste en Castilla y obrar, ademas, del lado de Extremadura, como movi-
miento que podria ayudar á las operaciones de Portugal, en caso que los
ingleses se retirasen hácia aquel reino.
Para lograr el último objeto, marchó sobre Talavera el cuarto cuerpo,
del mando del mariscal Lefebvre, compuesto de 22.000 infantes y 3.000
caballos. La provincia de Extremadura, aunque hostigada y revuelta con
exacciones y dispersos, se mantenia firme y muy entusiasmada. Mas el
despecho que causaban las desgracias convirtió á veces la energía en fe-
rocidad. Fueron en Badajoz el 16 de Diciembre inmolados dos prisione-
ros franceses, el coronel de milicias D. Tiburcio Carcelen y el ex-tesore-
ro general D. Antonio Noriega, antiguo allegado del Príncipe de la Paz.
También pereció en la villa de Usagre su alcalde mayor. Los asesinos,
descubiertos en ambos pueblos, fueron juzgados y pagaron su crimen con
la vida. Estas muertes, con las que hemos contado, y alguna otra que re-
latarémos despues, que en todo no pasaron de doce, fueron las que des-
doraron este segundo período de nuestra historia, en el cual, rompiéndo-
se de nuevo en ciertas provincias los vínculos de la subordinacion y del
órden, quedó suelta la rienda á las pasiones y venganzas particulares.
El general Galluzo, sucesor del desventurado San Juan, escogió la
orilla izquierda del Tajo como punto propio para detener en su marcha á
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los franceses. Fué su primera idea guardar los vados y cortar los princi-
pales puentes. Cuéntanse de éstos cuatro, desde donde el Tiétar y Tajo
se juntan en una madre hasta Talavera; y son el del Cardenal, el de Al-
maraz, el del Conde y el del Arzobispo. El segundo, por donde cruza el
camino de Badajoz á Madrid, mereció particular atencion, colocándose
allí en persona el mismo Galluzo. La trabazon de su fábrica era tan fuer-
te y compacta, que por entónces no se pudo destruir, y sólo sí resquebra-
jarle en parte; 5.000 hombres le guarnecieron. Don Francisco Trias fué
enviado el 15 de Diciembre al del Arzobispo, del que ya enseñoreados
los enemigos, tuvo que limitarse á quedar en observacion suya. Los otros
dos puentes fueron ocupados por nuestros soldados.
Los franceses se contentaron al principio con escaramuzar en toda
la línea hasta el dia 24, en que viniendo por el del Arzobispo, atacaron
el frente y flanco derecho del general Trias, y le obligaron á recogerse á
la sierra, camino de Castañar de Ibor. También fué amagado en el pro-
pio dia el del Conde, que sostuvo D. Pablo Morillo, subteniente entón-
ces, general ahora.
Noticioso Galluzo de lo ocurrido con Trias, y tambien de que los ene-
migos habian avanzado á Valdelacasa, se replegó á Jaraicejo, tres leguas
á retaguardia de Almaraz, dejando para guardar el puente los batallones
de Irlanda y Mallorca, y una compañía de zapadores. Así como los otros,
fué luégo atacado este punto, del que se apoderó, al cabo de una hora de
fuego, la division del general Valence, cogiendo 300 prisioneros.
Pensó Galluzo detenerse en Jaraicejo; pero creyéndose poco segu-
ro con la toma del puente de Almaraz, á las tres de la tarde del 25 orde-
nadamente emprendió su retirada á Trujillo, cuatro leguas distante. Es-
te movimiento, y voces que esparcia el miedo ó la traicion, aumentaron
el desórden del ejército, y temíase otra dispersion. Por ello, y la supe-
rioridad de fuerzas con que el enemigo se adelantaba, juntó Galluzo un
consejo de guerra (menguado recurso á que nuestros genérales continua-
mente acudian), y se decidió retirarse á Zalamea, veinte y tres leguas de
Trujillo, y del lado de la sierra que parte términos con Andalucía. El 28
llegó el ejército á su destino, si ejército merece llamarse lo que ya no era
sino una sombra. De la artillería se salvaron diez y siete piezas, once de
ellas se enviaron de Miajadas á Badajoz, y seis siguieron á Zalamea. A
este punto llegaron despues, y en mejor órden, 1.200 hombres de los del
puente del Conde y del Arzobispo.
Los franceses penetraron el 26 hasta Trujillo, quedando á merced su-
ya la Extremadura, Y muy expuesta y desapercibida la Andalucía. Otros
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tas fuerzas pudiese los puntos de Santa Olalla y el Ronquillo, y las gar-
gantas occidentales de Sierra-Morena.
La Junta Central entró en Sevilla el 17 de Diciembre. Grande fué la
alegría y júbilo con que fué recibida, y grandes las esperanzas que co-
menzaron á renacer. Abrió sus sesiones en el real Alcázar el dia 18, y
notóse luégo que mudaba algun tanto y mejoraba de rumbo. Los contra-
tiempos, la experiencia adquirida, los clamores y la muerte del Conde
de Floridablanca influyeron en ello extraordinariamente. Falleció dicho
Conde en el mismo Sevilla, el 30 de Diciembre, cargado de años y opri-
mido por padecimiento de espíritu y de cuerpo. Celebróse en memoria
un magnífico funeral, y se le dispensaron honores de infante de Casti-
lla. Fué nombrado en su lugar el vice-presidente de la Junta, Marqués
de Astorga, grande de España, y digno, por su conducta política, honra-
da índole y alta jerarquía, de recibir tan honorífica distincion.
El estado de las cosas era, sin embargo, crítico y penoso. De los ejér-
citos no quedaban sino tristes reliquias en Galicia, Leon y Astúrias, en
Cuenca, Badajoz y Sierra-Morena. Algunas otras se habian acogido á
Zaragoza, ya sitiada; y Cataluña, aunque presentase una diversion im-
portante, no bastaba por sí sola á impedir la completa ruina y destruc-
clon de las demas provincias y del Gobierno. Dudábase de la activa co-
operacion del ejército inglés, arrimado, sin menearse, contra Portugal y
Galicia, y sólo se vivia con la esperanza de que el anhelo por repelerle
del territorio peninsular empeñaria á Napoleon en su seguimiento, y de-
jaria en paz por algun tiempo el levante y mediodía de España, con cu-
yo respiro se podrian rehacer los ejércitos y levantar otros nuevos, no so-
lamente por medio de los recursos que estos países proporcionasen, sino
tambien con los que arribaron á sus costas de las ricas provincias situa-
das allende el mar.
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bieron los que así se olvidaban de la disciplina y buen órden. Los fran-
ceses, corriendo en pos de ellos, duramente y cual merecian los trata-
ban, matando á unos, hiriendo á otros y atropellando á casi todos. Los
que de su poder se escapaban, llenos de tajos y cuchilladas, poníalos el
general inglés como á la vergüenza delante de su ejército, á fin de que
sirviesen de escarmiento á sus compañeros.
Notábase en el perseguir de los franceses suma diligencia, mas no
extraña. Aguijábalos poderosa espuela. Napoleon habia llegado á As-
torga el 1.º de Enero. Le acompañaban 70.000 infantes y 10.000 caba-
llos, que este número componian los cuerpos de los mariscales Soult y
Ney, una parte de la guardia imperial y dos divisiones del ejército de Ju-
not, las cuales, ya de regreso, iban á pelear contra los mismos con quie-
nes pocos meses ántes habian capitulado. Napoleon no pasó de Astor-
ga, pero envió en seguimiento de las tropas británicas al mariscal Soult,
con 25.000 hombres, de los cuales 4.200 de caballería. Tras de éstos ca-
minaban las divisiones de los generales Loison y Heudelet, debiendo
todos ser sostenidos por 16.000 hombres del cuerpo del mariscal Ney.
Aceleradamente fueron los primeros en busca de sir Juan Moore, que no
conservaba sino unos 19.000 combatientes, menguadas sus filas con los
3.000 que fueron la vuelta de Vigo, y con los perdidos en los diversos
choques y retirada.
Entró el mariscal Soult en el Vierzo, dividida su gente en dos colum-
nas, que tomaron una por Fuencebadon, otra por Manzanal, avanzando
el 3 su vanguardia hasta las cercanías de Cacabelos. Habian los ingle-
ses ocupado con 2.500 hombres y una batería la ceja del ribazo de viñe-
dos que se divisa no léjos de aquel pueblo y del lado de Villafranca. Más
adelante, y camino de Bembibre, habian tambien apostado 400 tiradores
y otros tantos caballos, á los cuales hacia espalda el puente del Gúa, rio
escaso de aguas, pero crecido ahora por las muchas nieves, y cuya co-
rriente baña las calles de Cacabelos.
Venian al frente de la vanguardia francesa unos cuantos escuadro-
nes, mandados por el general Colbert, quien, pensando ser de importan-
cia el número de ingleses que le aguardaba en puesto ventajoso, pidió
refuerzo al mariscal Soult; mas respondiéndole secamente éste que sin
dilacion atacase, sentido Colbert de la imperiosa órden, acometió con te-
merario arrojo y arrolló á los caballos y tiradores ingleses que estaban
avanzados. De éstos los hubo que fueron cogidos al pasar por el puente
del Gúa; otros, metiéndose por los viñedos de la márgen del camino, de
cerca y á quemaropa dispararon y mataron á muchos jinetes franceses,
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casualidad de haber tenido que pelear ántes de que sus tropas se em-
barcasen, y tambien acabar sus dias honrosamente en el campo de ba-
talla. Por lo demas, si un ejército veterano, disciplinado como el inglés,
provisto de cuantiosos recursos, empezó ántes de combatir una retirada,
en cuya marcha hubo tanto desórden, tanto estrago, tantos escándalos,
¿quién podrá extrañar que en las de los españoles, ejecutadas despues
de haber lidiado, y con soldados bisoños, escasos de todo y en su propio
país, hubiese dispersiones y desconciertos? No decimos esto en menos-
cabo de la gloria británica; pero sí en reparacion de la nuestra, tan vili-
pendiada por ciertos escritores ingleses de los mismos que se hallaron
en tan funesta campaña.
Difícil era que despues de semejante suceso resistiese la Coruña lar-
go tiempo. El recinto de la plaza sólo la ponia al abrigo de un rebate;
mas ni sus baterías, ni sus murallas estaban reparadas, ni eran de suyo
bastante fuertes. No haber mejorado á tiempo sus obras pendió en par-
te del descuido que nos es natural, y tambien de la confianza que con su
llegada dieron los ingleses. Era gobernador D. Antonio Alcedo, y el 19
capituló. Entró el 20 en la plaza el mariscal Soult y puso autoridades de
su bando. Dispersóse la junta del reino, y la Audiencia, el Gobernador
y los otros cuerpos militares, civiles y eclesiásticos prestaron homena-
je al nuevo rey José.
No tardó Soult en volver los ojos al Ferrol, y ya el 22 empezaron á
aproximarse á la plaza partidas avanzadas de su ejército. Aquel arsenal,
primero de la marina española, era inatacable del lado del mar, de don-
de sólo se puede entrar con un viento y por boca larga y estrecha; no es-
taba por tierra tan bien fortalecido. Hallábase el pueblo con ánimo le-
vantado, sosteniéndole unos 300 soldados que habian llegado el 20. Era
comandante del departamento D. Francisco Melgarejo, anciano é irre-
soluto, y comandante de tierra D. Joaquin Fidalgo. No se habia toma-
do medida alguna de defensa, ni tenido la precaucion de poner á sal-
vo los buques de guerra allí fondeados. Dichos jefes y la junta peculiar
del pueblo desde luégo se inclinaron á capitular; mas no osando decla-
rarse, tuvieron que responder con la negativa á la reiterada intimacion
de los franceses, Al fin, el 26, habiendo éstos descubierto algunas obras
de batería, y apoderádose de los castillos de Palma y San Martin, pudie-
ron las autoridades prevalecer en su opinion y capitularon, entrando el
27 de mañana en el Ferrol el general Mermet. Fueron los términos de la
rendicion los mismos de la Coruña, y por los que sometiéndose á reco-
nocer á José, sólo se añadieron algunos artículos respecto de pagas, y de
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(2) Mémoire, sur la révolution d’Espagne, par M. de Pradt, pages 223 et suiv.
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to, por juzgarlo ya inútil y estar sus caballos muy cansados. La pérdida
de los franceses, entre muertos, heridos y prisioneros, fué de unos 100
hombres. Hubo despues contestaciones entre ciertos jefes, achacándose
mutuamente la culpa de no haber salido con la empresa. Nos inclinamos
á creer que la inexperiencia de algunos de ellos y lo bisoño de la tropa
fueron en este caso, como en otros muchos, la causa principal de haber-
se en parte malogrado la embestida, sirviendo sólo á despertar la aten-
cion de los franceses.
Recelosos éstos de que, engrosadas con el tiempo las tropas del ejér-
cito del centro y mejor disciplinadas, pudieran no sólo repetir otras ten-
tativas como la de Tarancon, mas tambien en un rebate apoderarse de
Madrid, cuya guarnicion para atender á otros cuidados, á veces se dis-
minuia, pensaron seriamente en destruirlas y cortar el mal en su raíz.
Para ello juntaron en Aranjuez y revistaron, segun hemos dicho, las
fuerzas que mandaba en Toledo el mariscal Victor, las cuales ascendian
á 14.000 infantes y 3.000 caballos. Sospechando Venégas los intentos
del enemigo, comunicó el 4 de Enero sus temores al Duque del Infan-
tado, opinando que sería prudente, ó que todo el ejército se aproximase
á su línea, ó que él con la vanguardia se replegase á Cuenca. No pensó
el Duque que urgiese adoptar semejante medida, y ya fuese enemistad
contra Venégas, ó ya natural descuido, no contestó á su aviso, continuan-
do en idear nuevos planes, que tampoco tuvieron ejecucion.
Apurando las circunstancias, y no recibiendo instruccion alguna del
General en jefe, juntó Venégas un consejo de guerra, en el que unánime-
mente se acordó pasar á Uclés, como posicion más ventajosa, é incorpo-
rarse allí con Senra, en donde aguardarian ambos las órdenes del Duque.
Verificóse la retirada en la noche del 11 de Enero, y unidos al amanecer
del 12 los mencionados Venégas y Senra, contaron juntos unos 8 á 9.000
infantes y 1.500 caballos. Trató desde luégo el primero de aprovechar-
se de las ventajas que le ofrecia la poblacion de Uclés, villa sujeta á la
órden de Santiago, y para batallas de mal pronóstico por la que en sus
campos se perdió contra los moros en el reinado de Alonso el VI.
La derecha de la posicion era fuerte, consistiendo en várias alturas
aisladas y divididas de otras por el riachuelo de Bedijar. En el centro es-
tá el convento llamado Alcázar, y desde allí, por la izquierda, corre un
gran cerro de escabrosa subida del lado del pueblo, pero que termina
por el opuesto en pendiente más suave y de fácil acceso. Venégas apostó
en Tribaldos, pueblo cercano, algunas tropas al mando de D. Veremun-
do Ramirez de Arellano, que en la tarde y anochecer del 12 comenzaron
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tan villano servicio un español llamado D. Ramon Casanova, sin que por
eso se pudiese impedir que muchos y á las calladas se escapasen. Tan-
tas molestias y tropelías eran en sumo grado favorables á la causa de la
independencia.
Contando, sin duda, con el influjo de aquéllas y con secretos tratos,
insistió el general Vives en estrechar á Barcelona, y áun proyectó varios
ataques. Fué el más notable el que se dió en 8 de Noviembre, aunque no
tuvo ni resulta, ni se le consideró tampoco bien meditado. Sin embargo,
la proximidad del ejército español puso en tal desasosiego á los france-
ses, que en la misma mañana del 8 desarmaron al segundo batallon de
guardias walonas, como adicto á los llamados insurgentes.
Desaprobaban los hombres entendidos la permanencia de Vives en
las cercanías de Barcelona, y con razon, juzgándola militarmente; pues
para formalizar el sitio no se estaba preparado, y para rendir por bloqueo
la plaza se requeria largo tiempo. Creian que hubiera sido más conve-
niente dejar un cuerpo de observacion que con los somatenes contuvie-
se al enemigo en sus excursiones, y adelantarse á la frontera con lo de-
mas del ejército, impidiendo así la toma de Rosas y la facilidad que ella
daba de proveer por mar á Barcelona. Vino en apoyo de tan juicioso dic-
támen lo que sucedió bien pronto con el refuerzo que entró en el Princi-
pado, al mismo tiempo que por el Bidasoa hacian los franceses su prin-
cipal irrupcion.
Segun insinuamos al hablar de ésta, fué destinado el séptimo cuer-
po á domeñar la Cataluña. Debia formarse con las tropas que allí habia á
las órdenes de los generales Duhesme y Reille, y con otras procedentes
de Italia, al mando de los generales Souham, Pino y Chavert. Todas es-
tas fuerzas reunidas ascendian á 25.000 infantes y 2.000 caballos, com-
puestas de muchas naciones y en parte de nueva leva. Capitaneábalas el
general Gouvion de Saint-Cyr. Entró éste en Cataluña al principiar No-
viembre, estableciendo el 6 en Figueras su cuartel general. Fué su pri-
mer intento poner sitio á Rosas, y encargando de ello al general Reille,
le comenzó el día 7 del mencionado mes.
Pensó el general Saint-Cyr que convenia apoderarse de aquella pla-
za, porque abrigados los ingleses de su rada, impedian por mar el abas-
tecimiento de Barcelona, que no era hacedero del lado de tierra á cau-
sa de la insurreccion del país. Hubo quien le motejase, sentando que
en una guerra nacional como ésta era de temer que con la tardanza pu-
dieran los españoles por medio de secretos tratos sorprender á Barcelo-
na, apretada con la escasez de víveres. Napoleon juzgaba tan importan-
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(3) Journal des opérations de l´armé de Catalogne, par le maréchal Gouvion, Saint-
Cyr, chap. 1.er
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dio al de quemar los pueblos, ántes usado por sus compatriotas. Mas los
catalanes consideraron la nueva medida como más injusta, imaginándo-
se que los enviaban á servir al Norte.
Desde el 7 de Noviembre, que aparecieron los franceses delante de
Rosas, y en cuyo dia los españoles hicieron una vigorosa salida, sobre-
viniendo copiosas lluvias, no pudieron los primeros traer su artillería ni
empezar sus trabajos hasta el 16. Entónces resolvió el general Saint-Cyr
embestir simultáneamente la ciudadela y el fortin de la Trinidad. Em-
prendióse el ataque de aquélla por el baluarte llamado de la Plaza, del
lado opuésto á la villa, y por donde se ejecutó tambien la acometida en
el sitio del año de 1795, al cual habia asistido el general enemigo San-
son, jefe ahora de los ingenieros.
Continuaron los trabajos por esta parte hasta el 25. Aquel dia, due-
ños los franceses de un reducto, cabeza del atrincheramiento que cubria
la villa, pensaron que seria conveniente apoderarse de ésta, para atacar
despues la ciudadela por el frente, comprendido entre los baluartes de
Santa María y San Antonio. Fué entrada la villa en la noche del 26 al 27
á pesar de porfiada resistencia; de 500 hombres que la defendian, 300
quedaron muertos, 150 fueron hechos prisioneros; pudieron los otros
salvarse. El enemigo intimó entónces la rendicion á la ciudadela; con-
testósele con la negativa.
Al mismo tiempo el fortín de la Trinidad fué desde el 16 bizarramen-
te defendido por su comandante D. Lotino Fitzgerald. Los ingleses, juz-
gando inútil la resistencia, habian retirado la gente que dentro habian
metido; pero llegando poco despues el intrépido lord Cockrane con ám-
plias facultades del almirante Collingwood, reanimó á los españoles, en-
trando en el fuerte con unos 80 hombres, y unidos todos, rechazaron el
30 el asalto de los enemigos, que creian practicable la brecha.
La guarnicion de Rosas habia vivido esperanzada de que se la soco-
rrería por tierra; mas limitóse el auxilio á un movimiento que el 24 hi-
zo la vanguardia al mando de D. Mariano Alvarez: cruzó éste el Fluviá,
y arrolló al principio los puestos avanzados de los franceses, que rehe-
chos repelieron despues á los nuestros, cogiendo prisionero al segundo
comandante D. José Lebrun. Serenado el general Saint-Cyr con esto y
con ver que el ejército español de Vives no avanzaba segun temia, trató
de acabar prontamente el sitio de la ciudadela de Rosas.
Dirigíase el principal ataque contra la cara derecha del baluarte de
Santa María, y los trabajos prosiguieron con ardor en los dias 1.º y 2.º,
que inútilmente intentaron los sitiados hacer una salida. Por fin el 5,
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les nos cercan y combaten. La quinta division del ejército grande, á las órdenes del Sr.
mariscal Mortier, duque de Treviso, y la que yo mando, amenazan los muros. La villa de
Madrid ha capitulado, y de este modo se ha preservado de los infortunios que le hubie-
ra acarreado una resistencia prolongada. Señores, la ciudad de Zaragoza, confiada en el
valor de sus vecinos, pero imposibilitada á superar los medios y esfuerzos que el arte de
la guerra va á reunir contra ella, si da lugar á que se haga uso de ellos, será inevitable su
destruccion total.
El Sr. mariscal Mortier y yo creemos que VV. tomarán en consideracion lo que ten-
go la honra de exponerles, y que convendrán con nosotros en el mismo modo de opinar.
El contener la efusion de sangre y preservar la hermosa Zaragoza, tan estimable por su
poblacion, riquezas y comercio, de las desgracias de un sitio y de las terribles conse-
cuencias que podrán resultar, sería el camino para granjearse el amor y bendiciones de
los pueblos que dependen de ustedes. Procuren VV. atraer á sus ciudadanos á las máxi-
mas y sentimientos de paz y quietud; que por mi parte aseguro á VV. todo cuanto pue-
de ser compatible con mi corazon, mi obligacion y con las facultades que me ha dado S.
M. el Emperador.
Yo envio á VV. este despacho con un parlamentario, y les propongo que nombren co-
misarios para tratar con los que yo nombraré á este efecto.
Quedo de VV. con la mayor consideracion.— Señores.— EL MARISCAL MONCEY.—
Cuartel general de Torrero, 22 de Diciembre de 1808.
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las salidas de los sitiados, los cuales, el 25, al mando de D. Juan Onei-
lle, desalojaron á los enemigos del soto de Mezquita, obligándolos á re-
tirarse hasta las alturas de San Gregorio. Por la derecha del rio propuso
el general Lacoste tres ataques, uno contra la Aljafería, y los otros dos
contra el puente de Huerba y convento de San José, punto que miraban
los enemigos como más flaco por no haber detras en el recinto de la pla-
za muro terraplenado. Empezaron á abrir la trinchera en la noche del 29
al 30 de Diciembre.
Notando los españoles que avanzaban los trabajos de los sitiado-
res, se dispusieron el 31 á hacer una salida, mandada por el brigadier
D. Fernando Gomez de Butron. Fingióse un ataque en todo lo largo de
la linea, enderezándose nuestra gente á acometer la izquierda enemiga;
mas advertido Butron de que por la llanura que se extiende delante de la
puerta de Sancho se adelantaba una columna francesa, prontamente re-
volvió sobre ella, y dándole una carga con la caballería, la arrolló y co-
gió 200 prisioneros. Palafox, para estimular á la demas tropa, y borrar la
funesta impresion que pudieran causar las tristes noticias del resto de
España, recompensó á los soldados de Butron con el distintivo de una
cruz encarnada.
El 1.º de Enero reemplazó en el mando en jefe al mariscal Moncey el
general Junot, duque de Abrántes. En aquel dia los sitiadores, para ade-
lantarse, salieron de las paralelas de derecha y centro, perdiendo mucha
gente, y el mariscal Mortier, disgustado del nombramiento de Junot, par-
tió para Calatayud con la division del general Suchet, lo cual disminuyó
momentáneamente las fuerzas de los franceses.
Éstos, habiendo establecido el 9 ocho baterías, empezaron en la ma-
ñana del 10 el bombardeo y á batir en brecha el reducto del Pilar y el
de esta verdad; no hemos perdido un hombre, y creo poder estar yo más en proporcion de
hablar al señor Mariscal de rendicion, si no quiere perder todo su ejército en los muros
de esta plaza. La prudencia, que le es tan caracteristica y que le da el renombre de Bue-
no, no podrá mirar con indiferencia estos estragos, y más cuando ni la guerra ni los espa-
ñoles los causan ni autorizan.
Si Madrid capituló, Madrid habrá sido vendido, y no puedo creerlo; pero Madrid no
es más que un pueblo, y no hay razon para que éste ceda.
Sólo advierto al Sr. Mariscal que cuando se envia un parlamentario no se hacen bajar
dos columnas por distintos puntos, pues se ha estado á pique de romper el fuego, creyen-
do ser un reconocimiento más que un parlamento.
Tengo el honor de contestar á V. E., Sr. mariscal Moncey, con toda atencion y en el
único lenguaje que conozco, y asegurarle mis más sagrados deberes.— Cuartel general
de Zaragoza, 22 de Diciembre de 1808.— EL GENERAL PALAFOX.
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convento de San José, que aunque bien defendido por D. Mariano Re-
novales, no podia resistir largo tiempo. Era edificio antiguo, con paredes
de poco espesor, y que desplomándose, en vez de cubrir, dañaban con
su caida á los defensores. Hiciéronse, sin embargo, notables esfuerzos,
sobresaliendo en bizarría una mujer llamada Manuela Sancho, de edad
de veinticuatro años, natural de Plenas, en la serranía. El 11 dieron los
franceses el asalto, teniendo que emplear en su toma las mismas precau-
ciones que para una obra de primer órden.
Alojados en aquel convento, fueron dueños de la hondonada de
Huerba, pero no podían avanzar al recinto de la plaza sin enseñorearse
del reducto del Pilar, cuyos fuegos los incomodaban por su izquierda. El
11 tambien este punto habia sido atacado con empeño, sin que los fran-
ceses alcanzasen su objeto. Mandaba D. Domingo la Ripa, y se señaló
con sus acertadas providencias, así como el oficial de ingenieros D. Már-
cos Simonó y el comandante de la batería D. Francisco Betbezé. Por la
noche hicieron los nuestros una salida, que difundió el terror en el cam-
po enemigo, hasta que su ejército, vuelto en sí y puesto sobre las armas,
obligó á la retirada. Arrasado el 15 el reducto, quedando sólo escom-
bros, y muertos los más de los oficiales que le defendian, fué abandona-
do entre ocho y nueve de la noche, volando al mismo tiempo el puente
de Huerba, en que se apoyaba su gola.
Entre éste y el Ebro, del lado de San José, no restaba ya á Zaragoza
otra defensa sino su débil recinto y las paredes de sus casas; pero habi-
tadas éstas por hombres resueltos á pelear de muerte, allí empezó la re-
sistencia más vigorosa, más tenaz y sangrienta.
De la determinacion de defender las casas nació la necesidad de
abandonarlas y de que se agolpase parte de la poblacion á los barrios
más lejanos del ataque, con lo cual crecieron en ellos los apuros y an-
gustias. El bombardeo era espantoso desde el 10, y para guarecerse de
él, amontonándose las familias en los sótanos, inficionaban el aire con el
aliento de tantos, con la falta de ventilacion y el continuado arder de lu-
ces y leña. De ello provinieron enfermedades, que á poco se trasforma-
ron en horroroso contagio. Contribuyeron á su propagacion los malos y
no renovados alimentos, la zozobra, el temor, la no interrumpida agita-
cion, las dolorosas nuevas de la muerte del padre, del esposo, del amigo;
trabajos que á cada paso martillaban el corazon.
Los franceses continuaron sus obras, concluyendo el 21 la tercera
paralela de la derecha, y entónces fijaron el emplazamiento de contraba-
terías y baterías de brecha del recinto de la plaza. Procuraban los espa-
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(5) Capitulacion.
Articulo 1.º La guarnicion de Zaragoza saldrá mañana, 21, al mediodia, de la ciu-
dad, con sus armas, por la puerta del Portillo, y las dejará á cien pasos de la puerta men-
cionada.
Art. 2.º Todos los oficiales y soldados de las tropas españolas prestarán juramento de
fidelidad á S. M. C. el rey José Napoleon I.
Art. 3.º Todos los oficiales y soldados españoles que hayan prestado juramento de fi-
delidad podrán, si quieren, entrar al servicio de S. M. C.
Art. 4.º Los que no quieran tomar servicio irán prisioneros de querra á Francia.
Art. 5.º Todos los habitantes de Zararoza y los extranjeros, si los hubiere, serán des-
armados por los alcaldes, y las armas se entregarán en la puerta del Portillo al medio-
dia del 21.
Art. 6.º Las personas y las propiedades serán respetadas por las tropas de S. M. el
Emperador y Rey.
Art. 7.º La religion y sus ministerios serán respetados; se pondrán guardias en las
puertas de los principales edificios.
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Art. 8.º Mañana al mediodia las tropas francesas ocuparán todas las puertas de la
ciudad y el palacio del Coso.
Art. 9.º Mañana al mediodia se entregarán á las tropas de S.M. el Emperador y Rey
toda la artillería y las municiones de toda especie.
Art.10. Las cajas militares y civiles todas se pondrán á disposicion de S. M. C.
Art. 11. Todas las administraciones civiles y toda clase de empleados prestarán ju-
ranmento de fidelidad á S. M. C.
La justicia se ejercerá como hasta aquí, y se hará á nombre de S. M. C. José Napoleon
I.— Cuartel general delante de Zaragoza, 20 de Febrero de 1809.— Firmado.— LANNES.
En comprobacion de haberse concluido en toda forma esta capitulacion, léase la represen-
tacion hecha á José por la Junta de Zaragoza en 11 de Marzo de 1809, é inserta en la Ga-
ceta de Madrid de 19 del mismo mes y año, y en la que se dice: «Quedó acordada la ca-
pitulacion que fué ratificada y canjeada en debida forma.»
(6) Hé aquí la lista y evaluacion de las alhajas extraidas.
1.ª Una joya con 1.900 brillantes, nueve de ellos de extraordinaria
magnitud y muy subido valor. Su hechura, un corazon, que en el centro
figuraba un cisne, tendidas las alas y descansando en el tronco, con un
polluelo á cada lado. Dádiva testamentaria de la reina de España doña
Maria Bárbara de Portugal. Valuada en pesos fuertes. .......................................... 50.000
2.º Una corona de la Virgen, que en 1775 costeó el arzobispo de esta
diócesis D. Juan Saenz de Burruaga, de oro, guarnecida de diamantes,
rubíes y topacios brillantes; en el círculo, formados de diamantes, los
atributos de la Virgen, á saber: nave, pozo, fuente, castillo, luna, sol,
estrella, torre, palma, lirio, rosa y cedro; en el centro un triángulo de
diamantes, del cual se desprendia una palomita de lo mismo, en ademan
de mirar á Maria, y en lo alto un pectoral de finiísimos topacios;
costó pesos............................................................................................................ 30.000
3.ª Otra para el Niño, dádiva del mismo prelado, á cuya muerte no
pudo recobrarse hasta el año 1780, de oro y diamantes y rubíes brillantes,
por remate una cruz, y en el pié un círculo de oro con un diamante tostado;
pesos....................................................................................................................... 5.000
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los jesuitas, y enriquecida con várias dádivas, entre ellas una del ilus-
tre aragonés D. Ramon de Pignatelli, se voló con una mina. Pereció tam-
bien, al final del sitio, la del convento de dominicos de San Ildefonso,
fundada por el Marqués de la Compuesta, secretario de Gracia y Justicia
de Felipe V, en la que habia, sin los impresos, más de dos mil curiosos
manuscritos. Tan destructora y enemiga de las letras es la guerra, áun
hecha por naciones cultas.
Muchos han dudado de si fué ó no conveniente defender á Zaragoza;
desaprobando otros con más razon el que se hubiesen encerrado tantas
tropas en su recinto. Debiérase ciertamente haber acudido al remedio de
semejante embarazo, sacando de allí las que se recogieron despues de la
rota de Tudela ó cualesquiera otras, con tal que se hubiera limitado su
número á los 14 ó 15.000 hombres que ántes habia, y los cuales, unidos
al entusiasmado vecindario, bastaban para escarmentar de nuevo al ene-
migo y detenerle largo tiempo delante de sus muros. Mas por lo que to-
ca á la determinacion de defender la ciudad nos parece que fué acerta-
da y provechosa. Los laureles adquiridos en el primer sitio habian dado
al nombre de Zaragoza tan mágico influjo, que su pronta y fácil entrega
hubiera causado desmayo en toda la nacion. De otra parte, su resistencia
no sólo impidió la ocupacion de algunas provincias, deteniendo el ímpe-
tu de huestes formidables, sino que tambien aquellos mismos hombres
que tan bravos é impávidos se mostraban guarecidos de las tapias y las
casas, no hubieran, inexpertos y en campo raso, podido sostenerse con-
tra la práctica y disciplina de los franceses, mayormente cuando la im-
paciencia pública forzaba á aventurar imprudentes batallas.
Por varios y encontrados que en este punto hayan sido los dictáme-
nes, nunca discordaron ni discordarán en calificar de gloriosísima y ex-
traordinaria la defensa de Zaragoza. El general frances Rogniat, testi-
go de vista, nos dice con loable imparcialidad (8): «La alteza de ánimo
que mostraron aquellos moradores fué uno de los más admirables es-
pectáculos que ofrecen los anales de las naciones, despues de los sitios
de Sagunto y Numancia.» Fuélo, en efecto, tanto, que en 1814 citóse ya
su ejemplo á los pueblos de Francia, como digno de imitarse, por aquel
mismo Napoleon, que ántes hubiera querido borrarle de la memoria de
los hombres.
(8) Rélation des sièges de Saragosse et de Tortose, par le baron Rogniat. Arant propos.
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(2) Véase el Prontuario de las leyes y decretos de José, tomo I, página 109.
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minaciones: várias fueron las víctimas, teniendo que llorar, entre ellas, á
un abogado respetable, de nombre Escalera, cuyo delito se reducía á ha-
ber recibido cartas de un hijo suyo que militaba al lado de los patriotas.
Su infausta suerte esparció en Madrid profunda consternacion. Don Pa-
blo Arribas, hombre de algunas letras, despierto, pero duro é inflexible,
y que siendo ministro de Policía promovía con ahínco semejantes cau-
sas, fué tachado de cruel y en extremo aborrecido, como varios de los
jueces del tribunal criminal extraordinario: suerte que cabrá siempre á
los que no obren muy moderadamente en el castigo de los delitos políti-
cos, que por lo general sólo se consideran tales en medio de la irritacion
de los ánimos, soliendo luégo absolverlos la fortuna.
Á las medidas de severidad del gobierno de José acompañaron ó si-
guieron algunas benéficas, que sucesivamente irémos notando. Su esta-
blecimiento, sin embargo, fué lento, ó nunca tuvo otro efecto que el de
estamparse en la coleccion de sus decretos. Inútilmente se mandó, en
24 de Abril, que no se impusieran contribuciones extraordinarias en las
provincias sometidas, nombrando comisarios de Hacienda que lo evita-
sen, y diesen principio á arreglar debidamente aquel ramo. El contínuo
paso y mudanza de tropas francesas, la necesidad y la codicia y malver-
sacion de ciertos empleados, impedían el cumplimiento de bien ordena-
das providencias, y achacábanse á veces al gobierno intruso los daños
y males que eran obra de las circunstancias. Por lo demas, nunca hu-
bo, digámoslo así, un plan fijo de adininistracion, destruido casi en sus
cimientos el antiguo, y no adoptado aún el que habia de emanar de la
Constitucion de Bayona.
José, por su parte, entregado demasiadamente á los deleites, poco
respetado de los generales franceses, y desairado con frecuencia por su
hermano, no crecia en aprecio á los ojos de la mayoría española, que le
miraba como un rey de bálago, sujeto al capricho, á la veleidad y á los
intereses del gabinete de Francia. Con lo cual, si bien las victorias le
granjeaban algunos amigos, ni su gobierno se fortalecia, ni la confianza
tomaba el conveniente arraigo.
Ménos afortunada que José en las armas, fuélo más la Junta Central
en el acatamiento y obediencia que le rindieron los pueblos. Sin que la
tuviesen grande aficion, censurando á veces con justicia muchas de sus
resoluciones, la respetaban y cumplían sus órdenes, como procedentes
de una autoridad que estimaban legítima. José Bonaparte no era due-
ño sino de los pueblos en que dominaban las tropas francesas; la Cen-
tral éralo de todos, áun de los ocupados por el enemigo, siempre que po-
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(3) Véase el manifiesto de la Junta central, sesion tercera, hacienda; documentos jus-
tificativos, números 38 y siguientes.
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ga se tendrá por elegido y nombrado diputado de ese reino (d) y vocal de la Junta Supre-
ma Central gubernativa de la monarquía, con expresa residencia en esta córte.
Inmediatamente procederán los ayuntamientos de esa y demas capitales á extender
los respectivos poderes ó instrucciones, expresando en ellas los ramos y objetos de inte-
res nacional que haya de promover.
En seguida se pondrá en camino con destino á esta córte, y para los indispensables
gastos de viajes, navegaciones, arribadas, subsistencia y decoro con que se ha de soste-
ner, tratará V. E. en Junta superior de real Hacienda la cuota que se le haya de señalar,
bien entendido que su porte, aunque decoroso, ha de ser moderado, y que la asignacion
de sueldo no ha de pasar de 6.000 pesos fuertes anuales.
Todo lo cual comunico á V. E., de órden de S. M., para su puntual observancia y cum-
plimiento, advirtiendo que no haya demora en la ejecucion de cuanto va prevenido. Dios
guarde á V. E. muchos años. Real palacio del Alcázar de Sevilla, 22 de Enero de 1809.
(a) Méjico.
(b) Isla de Cuba. Procederá con el real Acuerdo, si existiese en la Habana, y en su
defecto, con el reverendo Obispo, el Intendente, un miembro del Ayuntamiento y prior
del Consulado y prévio examen, etc.
(c) O junta.
(d) O isla.— Puerto-Rico. Procoderá con el reverendo Obispo, y un miembro del
Ayuntamiento, y previo exámen, etc.— En otra parte.— Tratará V. S. en la junta y con los
ministros de estas restes cajas la cuota, etc.
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(5) Señor ministro de la córte de Lóndres.— Muy señor mio: He dado cuenta á la Su-
prema Junta Central de la nota que V. S. se ha servido pasarme con fecha de 27 de Febre-
ro último, relativa á la guarnicion de la plaza de Cádiz por las tropas inglesas, y asimis-
mo de la carta del general D. Gregorio de la Cuesta, que V. S. me incluye original, y ten-
go el honor de devolver adjunta; y S. M. queda enterado de que no encontrando V. S. por
la respuesta del general Cuesta una necesidad imperiosa ó urgente de hacer marchar á su
ejército el pequeño cuerpo de tropas británicas que V. S. quería enviarle de refuerzo (ob-
teniendo el permiso de que ese cuerpo dejase una fraccion suya en la plaza de Cádiz), ha
escrito V. S. al general Mackenzie, para que los transportes vuelvan á Lisbóa, donde su
presencia parece necesaria, segun los avisos que acaba de recibir. Con este motivo mani-
fiesta V. S. que le ha parecido no sería ni decente ni conveniente insistir en la admision
de beneficio, cuyas consideraciones inseparables eran miradas con una especie de repug-
nancia. V. S. tendrá presente cuanto sobre este particular he tenido el honor de manifes-
tarle en nuestras conferencias; pero la Suprema Junta me manda presentar á V. S, algu-
nas observaciones que cree de importancia. Empezaré por repetirá V. S. que la Suprema
Junta está muy léjos de concebir la menor sospecha contra los deseos que V. S. ha ma-
nifestado de que quedasen en la plaza de Cádiz algunas tropas británicas. La lealtad del
gobierno inglés, la generosidad con que ha acudido á nuestro socorro, y la franqueza que
ha usado con el gobierno español, hacen imposible toda sospecha. Pero la Suprema Jun-
ta debe respetar la opinion pública nacional; y así se ha propuesto observar una conduc-
ta mesurada y prudente que la ponga á cubierto de toda censura. Si el estado presente de
nuestros negocios militares fuese tan apurado que hiciese temer alguna próxima amena-
za contra Cádiz; si nuestras propias fuerzas fuesen incapaces de defender aquel punto; si
faltasen otros sumamente importantes donde puede ser combatido el enemigo con el me-
jor suceso, la Suprema Junta no tendria el temor de chocar con la opinion pública, admi-
tiendo tropas extranjeras en aquella plaza; porque la opinion pública no podria ménos de
formarse sobre este estado supuesto de cosas. Mas V. S. sabe que nada de esto sucede;
que nuestros ejércitos se mantienen en puntos muy distantes de Cádiz; que aquella plaza
está por ahora exenta de toda sorpresa; que áun cuando las cosas sucediesen tan mal, co-
mo no podemos esperar, le quedarian al enemigo mucho terreno y muchos obstáculos que
vencer ántes de amenazar á Cádiz; que en ningun caso podia faltar tiempo para replegar-
se sobre una plaza fácil de defender, y que no puede mirarse sino como un último pun-
to de retirada; y por último, que esos puntos extremos no deben defenderse en ellos mis-
mos, á ménos de un caso apurado, y sí en otros más adelantados. Asi es que el ejército de
Extremadura defiende por aquella parte la entrada de los enemigos, como la defiende por
Sierra-Morena el ejército de la Carolina y del centro combinados. En estos puntos es ne-
cesario convenir que está la defensa de las Andalucías; y por eso S. M. hace todo lo posi-
ble para reforzarlos. Allí está el enemigo, que de algun tiempo á esta parte no ha podido
hacer el menor progreso; y allí, si conseguimos reunir fuerzas superiores, se puede dar un
golpe decisivo al enemigo, al paso que no será nunca tal contra nosotros el que él pudie-
ra darnos. Por otra parte, ve V. S. que la Cataluña se defiende valerosamente, sin dejar al
enemigo adelantar un paso; y que Zaragoza, que debe mirarse como un antemural, resiste
heroicamente á los repetidos ataques y hace pagar bien cara al enemigo su obstinada por-
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zo, de cuyas resultas dióse otro destino á las tropas inglesas que iban á
ocupar á Cádiz.
Al propio tiempo, y cuando áun permanecian en su bahía los regi-
mientos que trajo el general Mackenzie, se suscitó dentro de aquella
plaza el alboroto arriba indicado, cuya coincidencia dió ocasion á que
fia. Es, pues, evidente que los poderosos auxilios de la Gran Bretaña serian infinitamen-
te útiles en el ejército de Extremadura, en el de la Carolina y en Cataluña, donde podria
servir directa ó indirectamente á la defensa de Zaragoza. Ésta es la opinion de la Supre-
ma Junta, de la nacion entera, y ésta será, sin duda, la de quien contemple con imparcia-
lidad el verdadero estado de las cosas. La Suprema Junta espera que V. S., reflexionan-
do detenidamente sobre esta franca exposicion, entrará en sus ideas, y se lisonjea de que
ellas merecerán el aprecio del gobierno de S. M. B., ya por el valor que ellas tienen, y ya
por la deferencia que el mismo gobierno ha manifestarlo hácia la Suprema Junta; pues al
dar el ministro británico parte de su pensamiento sobre la entrada de tropas inglesas en
Cádiz al ministro de S. M. en Lóndres, sólo se la presentó como una idea que debia comu-
nicarse á la Suprema Junta, para oir su opinion acerca de ella. De aquí nace en gran parte
la confianza que tiene S. M. sobre los sentimientos de S. M. B. en este asunto, luégo que
le sean presentes estas justas observaciones.
Debe tambien considerarse que desembarcando las tropas auxiliares en los puntos
que se han indicado á V. S. en las inmediaciones de Cádiz, y dirigiéndose á reforzar el
ejército del general Cuesta, donde pueden cubrirse de gloria, siempre encontrarán en Cá-
diz una segura retirada en caso de desgracia. Pero si un cuerpo desde luégo poco nume-
roso hubiese de dejar en Cádiz parte de su fuerza para asegurar en tanta distancia la reti-
rada, V. S. convendrá que semejante socorro inspiraria á la nacion poca confianza, sobre
todo despues de los sucesos de la Galicia. V. S. cree que todos los transportes deben vol-
ver á Lisboa, donde juzga necesaria su presencia, y ha comunicado, en su consecuencia,
las órdenes al efecto. De estas medida pudiera decirse lo que de la que acabo de exponer,
á saber: que la Suprema Junta tiene la firme opinion de que el Portugal no puede defen-
derse en Lisboa, y de que el mayor número de tropas deberia emplearse en las líneas más
adelantadas, donde se halla el enemigo, y donde puede ser derrotado de un modo que sea
decisivo en sus consecuencias. Por todas estas razones está persuadida la Suprema Jun-
ta de que si el gobierno británico resolviese que sus tropas no obren unidas con las nues-
tras sino con la condicion indicada, jamas podrá imputársela esa no cooperacion. No pue-
de ocultarse á la discreta ilustracion de V. S. que la Suprema Junta debe obrar en todas
ocasiones, y mucho más en las presentes circunstancias, de tal modo, que si por hipótesi
fuere, necesario manifestar á la nacion y á la Europa entera las razones de su conducta en
todos ó en algunos de los grandes negocios que ocupan la atencion de S. M., pueda hacer-
lo con aquella seguridad y aquellos fundamentos que la concilien la opinion general, que
es el primero y principal elemento de su fuerza.
S. M. espera que tomadas por V. S. en séria consideracion estas observaciones, se-
rán presentadas por V. S. al gobierno de S. M. B., como los sentimientos francos de un
aliado fiel y reconocido. que cuenta en tan honrosa lucha con el auxilio eficaz de las tro-
pas inglesas. Tengo, con este motivo, el honor, etc.— Dios, etc.— Sevilla, 1.º de Marzo de
1808.— B. L. M. de V. S., etc.— MARTIN DE GARAY.
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ria haber sido Medellin cuna del gran Hernan Cortés, existiendo todavía
entónces, calle de la Feria, la casa en que nació; mas despues de la ba-
talla de que vamos á hablar, fué destruida por los franceses, no quedan-
do ahora sino algunos restos de las paredes. Llégase á Medellin viniendo
de Trujillo por una larga puente, y por el otro lado ábrese una espaciosa
llanura, despojada de árboles, y que yace entre la madre del rio, la villa
de Don Benito y el pueblo de Mingabril. Cuesta trajo allí su gente, en nú-
mero de 20.000 infantes y 2.000 caballos, desplegándose en una línea de
una legua de largo, á manera de media luna, y sin dejar la menor reser-
va. Constaba la izquierda, colocada del lado de Mingabril, de la vanguar-
dia y primera division, regidas por don Juan de Henestrosa y el Duque
del Parque; el centro avanzado, y enfrente de Don Benito, le guarnecia la
segunda division, del mando de Trias; y la derecha, arrimada al Guadia-
na, se componia de la tercera division, del cargo del Marqués de Portago
y de la fuerza traida por el Duque de Alburquerque, formando un cuerpo,
que gobernaba el teniente general D. Francisco de Eguía. Situóse don
Gregorio de la Cuesta en la izquierda, desde donde, por ser el terreno al-
go más elevado, descubría la campaña; tambien colocó del mismo lado
casi todala caballería, siendo el más amenazado por el enemigo.
Eran las once de la mañana cuando los franceses, saliendo de Mede-
llin, empezaron á ordenarse á poca distancia de la villa, describiendo un
arco de círculo comprendido entre el Guadiana y una quebrada de arbo-
lado y viñedo que va de Medellin á Mingabril. Estaba en su ala izquier-
da la division de caballería ligera del general Lasalle; en el centro una
division alemana de infantería, y á la derecha la de dragones del general
Latour-Manbourg, quedando de respeto las divisiones de infantería de
los generales Villatte y Ruffin. El total de la fuerza ascendia á 18.000 in-
fantes y cerca de 3.000 caballos. Mandaba en jefe el mariscal Victor.
Dió principio á la pelea la division alemana, y cargando dos regimien-
tos de dragones, repeliólos nuestra infantería, que avanzaba con intrepi-
dez. Durante dos horas lidiaron los franceses, retirándose lentamente y en
silencio; nuestra izquierda progresaba, y el centro y la derecha cerraban
de cerca al enemigo, cuya ala siniestra cejó hasta un recodo que forma el
Guadiana al acercarse á Medellin. Las tropas ligeras de los españoles, es-
parcidas por el llano, amedrentaban por su número y arrojo á los tiradores
del enemigo; y como si ya estuviesen seguras de la victoria, anunciaban
con grande algazara que los campos de Medellin serian el sepulcro de los
franceses. Por todas partes ganaba terreno el grueso de nuestra línea, y ya
la izquierda iba á posesionarse de una batería enemiga, á la sazon que los
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se ni punto adonde abrigarse, al paso que los franceses, áun perdida por
ellos la batalla, podian cubrirse detras de unas huertas cerradas con ta-
pia, que habia á la salida de Medellín, y escudarse luégo con el mismo
pueblo, desamparado de los vecinos, apoyándose en el cerro del castillo.
Don Gregorio de la Cuesta, con los restos de su ejército, se retiró á Mo-
nasterio, límite de Extremadura y Andalucía, y en cuyo fuerte sitio de-
biera haber aguardado á los franceses si hubiera procedido como gene-
ral entendido y prudente.
La Junta Central, al saber la rota de Medellin, no sintió descaido su
ánimo, á pesar del peligro que de cerca le amagaba. Elevó á la dignidad
de capitan general á D. Gregorio de la Cuesta, al paso que temia su anti-
guo resentimiento en caso de que hubiese triunfado, y repartió mercedes
á los que se habian conducido honrosamente, no ménos que á los huér-
fanos y viudas de los muertos en la batalla. Púsose tambien el ejército
de la Mancha á las órdenes de Cuesta, aunque se nombró para mandarle
de cerca á D. Francisco Venégas, restablecido de una larga enfermedad,
y fué llamado el Conde de Cartaojal, cuya conducta apareció muy digna
de censura por lo ocurrido en Ciudad-Real, pues allí no hubo sino desór-
den y confusion, y por lo ménos en Medellin se habia peleado.
Ahora, haciendo corta pausa, séanos lícito examinar la opinion de
ciertos escritores que, al ver tantas derrotas y dispersiones, han que-
rido privar á los españoles de la gloria adquirida en la guerra de la In-
dependencia. Pocos son en verdad los que tal han intentado, y en algu-
no muéstrase á las claras la mala fe, alterando ó desfigurando los hechos
más conocidos. En los que no han obrado impelidos de mezquinas y re-
prensibles pasiones, descúbrese luégo el orígen de su error en aquel em-
peño de querer juzgar la defensa de España como el comun de las gue-
rras, y no segun deben juzgarse las patrióticas y nacionales. En las unas
gradúase su mérito conforme á reglas militares; en las otras, ateniéndo-
se á la constancia y duracion de la resistencia. «Median imperios (de-
cia Napoleon en Leipzik) entre ganar ó perder una batalla.» Y decíalo
con razon en la situacion en que se hallaba; pero no así á haber sostenido
la Francia su causa, como lo hizo con la de la libertad al principio de la
revolucion. La Holanda, los Estados-Unidos, todas las naciones, en fin,
que se han visto en el caso de España, comenzaron por padecer desca-
labros y completas derrotas, hasta que la continuacion de la guerra con-
virtió en soldados á los que no eran sino meros ciudadanos. Con mayor
fundamento debia acaecer lo mismo entre nosotros. La Francia era una
nacion vecina, rica y poderosa, de donde, sin apuro, podian á cada paso
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Real y Medellin, pensó el gobierno de José ser aquélla buena sazon pa-
ra tantear al de Sevilla y entrar en algun acomodamiento. Salió de Ma-
drid con la comision D. Joaquin María Sotelo, magistrado que gozaba
ántes del concepto de hombre ilustrado, y que deteniéndose en Mérida,
dirigió desde allí al presidente de la Junta Central, por medio del gene-
ral Cuesta, un pliego con fecha 12 de Abril, en el que, anunciando estar
autorizado por José para tratar con la Junta el modo de remediar los ma-
les que ya habian experimentado las provincias ocupadas, y el de evi-
tar los de aquellas que todavía no lo estaban, invitaba á que se nombra-
se al efecto por la misma Junta una ó dos personas que se abocasen con
él. La Central, sin contestar en derechura á Sotelo, mandó á D. Gregorio
de la Cuesta que le comunicase el acuerdo que de resultas habia forma-
do, justo y enérgico, concebido en estos términos: «Si Sotelo trae pode-
res bastantes para tratar de la restitucion de nuestro amado rey, y de que
las tropas francesas evacuen al instante todo el territorio español, hágo-
los públicos en la forma reconocida por todas las naciones, y se le oirá
con anuencia de nuestros aliados. De no ser así, la Junta no puede faltar
á la calidad de los poderes de que está revestida, ni á la voluntad nacio-
nal, que es de no escuchar pacto ni admitir tregua ni ajustar transaccion
que no sea establecida sobre aquellas bases de eterna necesidad y jus-
ticia. Cualquiera otra especie de negociacion, sin salvar al Estado, envi-
leceria á la Junta, la cual se ha obligado solemnemente á sepultarse pri-
mero entre las ruinas de la monarquía que á oir proposicion alguna en
mengua del honor é independencia del nombre español.» Insistió Sotelo,
respondiendo con una carta bastantemente moderada; mas la Junta se li-
mitó á mandar á Cuesta repitiese el mencionado acuerdo, «advirtiendo
á Sotelo que aquélla seria la última contestacion que recibiria miéntras
los franceses nó se allanasen lisa y llanamente á lo que habla manifesta-
do la Junta.» No pasó, por consiguiente, más adelante esta negociacion,
emprendida quizá con sano intento, pero que entónces se interpretó mal
y dañó al anterior buen nombre del comisionado.
Tambien por la parte de la Mancha se hicieron al mismo tiempo igua-
les tentativas, escribiendo el general frances Sebastiani (6), que allí
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Nada logró: los catalanes, sin abatirse, empezaron, por medio de los
somatenes y miqueletes, á renovar una guerra destructora. Diez mil de
ellos, bajo el general Wimpffen y los coroneles Milans y Clarós, ataca-
ron á los franceses de Igualada, y los obligaron, con su general Chabran,
á retirarse hasta Villafranca. Bloquearon otra vez á Barcelona, y cor-
tando las comunicaciones de Saint-Cyr con aquella plaza, infundieron
nuevo aliento en sus moradores. Quiso Chabran restablecerlas, mas re-
chazado, retiróse precipitadamente, hasta que, insistiendo despues con
mayores fuerzas y por órden repetida de su general en jefe, abrió el pa-
so en 14 de Marzo.
No pudiendo ya, falto de víveres, sostenerse el general Saint-Cyr en
el campo de Tarragona, se dispuso á abandonar sus posiciones y acer-
carse á Vich, como país más provisto de granos y bastante próximo á
Gerona, cuyo sitio meditaba. Debia el 18 de Marzo emprender la mar-
cha; difirióse dos dias á causa de un incidente que prueba cuán hostil se
mantenia contra los franceses toda aquella tierra. Estaba el general Cha-
vot apostado en Mont-blanch para impedir la comunicacion de Reding
con Wimpffen, y de éste con la plaza de Lérida. Oyóse un dia, en los
puntos que ocupaba, el ruido de un fuego vivo, que partia de más allá de
sus avanzadas. Tal novedad obligóle á hacer un reconocimiento, por cu-
yo medio descubrió que provenia el estrépito de un encuentro de los so-
matenes con 600 hombres y dos piezas que traia un coronel enviado de
Fraga por el mariscal Mortier, á fin de ponerse en relacion con el general
Saint-Cyr. A duras penas habian llegado hasta Montblanch; mas no les
fué posible retroceder á Aragon, teniendo despues que seguir la suerte
de su ejército de Cataluña. Hecho que muestra de cuán poco habia ser-
vido domeñar á Zaragoza y ganar la batalla de Valls para ser dueños del
país, puesto que á poco tiempo no le era dado á un oficial frances poder
hacer un corto tránsito, á pesar de tan fuerte escolta.
Esta ocurrencia, la de Chabran, y lo demas que por todas parte pa-
saba, afligia á los franceses, viendo que aquélla era guerra sin término y
que en cada habitante tenía un enemigo. Para inspirar confianza, y dar
á entender que nada temia, el 19 de Marzo, ántes de salir de Valls, en-
vió el general Saint-Cyr á Reding un parlamento, avisándole que forza-
do por las circunstancias á acercarse á la frontera de Francia, partiria
al dia siguiente, y que si el general español queria enviar un oficial con
un destacamento, le entregaría el hospital que allí habia formado. Acce-
dió Reding á la propuesta, manifestando con ella el general frances á su
ejército el poco recelo que le daban en su retirada los españoles de Ta-
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Muestra fué del ardor que los animaba la vigorosa respuesta de los pai-
sanos del Vallés á la intimacion que los franceses les hicieron de rendir-
se. «El general Saint-Cyr (decian) y sus dignos compañeros podrán te-
ner la funesta gloria de no ver en todo este país más que un monton de
ruinas....., pero ni ellos ni su amo dirán jamas que este partido rindió de
grado la cerviz á un yugo que justamente rechaza la nacion.»
Tal género de guerra cundió á todas las provincias, nacido de las cir-
cunstancias y por acomodarse muy mucho á la situacion física y geo-
gráfica de esta tierra de España, entretejida y enlazada con los brazos y
ramales de montañas y sierras, que, como de principal tronco, se desga-
jan de los Pirineos y otras cordilleras, las cuales, aunque interrumpidas
á veces por parameras, tendidas llanuras y deliciosas vegas, acanalan-
do en unas partes los rios, y en otras quebrando y abarrancando el terre-
no con los torrentes y arroyadas que de sus cimas descienden, forman á
cada paso angosturas y desfiladeros propios para una guerra defensiva y
prolongada. No ménos ayudaba á ella la índole de los naturales, su va-
lor, la agilidad y soltura de los cuerpos, su sencillo arreo, la sobriedad
y templanza en el vivir, que los hace por lo general tan sufridores de la
hambre, de la sed y trabajos. Hubo sitios en que guerreaba toda la po-
blacion; así acontecia en Cataluña, así en Galicia, segun lo verémos, así
en otras comarcas. En los demas parajes levantáronse bandas de hom-
bres armados, á las que se dió el nombre de guerrillas. Al principio cor-
tas en número, crecieron despues prodigiosamente; y acaudilladas por
jefes atrevidos, recorrian la tierra ocupada por el enemigo y le molesta-
ban, como tropas ligeras. Sin subir á Viriato, puede con razon afirmar-
se que los españoles se mostraron siempre inclinados á este linaje de li-
des, que se llaman en la 2.ª Partida correduras y algaras, fruto quizá de
los muchos siglos que tuvieron aquéllos que pelear contra los moros,
en cuyas guerras eran continuas las correrías, á que debieron su fama
los Vivares y los Munios Sanchos de Hinojosa. En la de sucesion, aun-
que várias provincias no tomaron parte por ninguno de los pretendien-
tes, aparecieron, no obstante, cuadrillas en algunos parajes, y con tan-
ta utilidad á veces de la bandera de la casa de Borbon, que el Marqués
de Santa Cruz de Marcenado, en sus Reflexiones militares, las recomien-
da por los buenos servicios que habian hecho los paisanos de Benava-
rre. En la guerra contra Napoleon nacieron, más que de un plan combi-
nado, de la naturaleza de la misma lucha. Engruesábanlas con gente las
dispersiones de los ejércitos, la falta de ocupacion y trabajo, la pobreza
que resultaba, y sobre todo la aversion contra los invasores, viva siempre
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y mayor cada dia por los males que necesariamente causaban sus tropas
en guerra tan encarnizada.
La Junta Central, sin embargo, previendo cuán provechoso sería no
dar descanso al enemigo y molestarle á todas horas y en todos sentidos,
imaginó la formacion de estos cuerpos francos, y al efecto publicó un re-
glamento en 28 de Diciembre de 1808, en que despertando la ambicion
y excitando el interes personal, trataba al mismo tiempo de poner coto á
los desmanes y excesos que pudieran cometer tropas no sujetas á la ri-
gorosa disciplina de un ejército. Nunca se practicó este reglamento en
muchas de sus partes, y áun no habia circulado por las provincias, cuan-
do ya las recorrian algunos partidarios. Fué uno de los primeros D. Juan
Diaz Porlier, á quien denominaron el Marquesito por creerle pariente de
Romana. Oficial en uno de los regimientos que se hallaron en la accion
de Búrgos, tuvo despues encargo de juntar dispersos, y situóse con es-
te objeto en San Cebrian de Campos, á tres leguas de Palencia. Alle-
gó, en Diciembre de 1808, alguna gente, y ya en Enero sorprendió des-
tacamentos enemigos en Frómista, Rivas y Paredes de Nava, en donde
se pusieron en libertad varios prisioneros ingleses, señalándose por su
intrepidez don Bartolomé Amor, segundo de Porlier. Próximo éste á ser
cogido en Saldaña y dispersada su tropa, juntóla de nuevo, haciéndo-
se dueño, en Febrero, del depósito de prisioneros que tenian los france-
ses en Sahagun y de más de 100 de sus soldados. Creció entónces su fa-
ma, difundióse á Astúrias, y la Junta le suministró auxilios, con lo que,
y engrosada su partida, acometió á la guarnicion enemiga de Aguilar de
Campóo, compuesta de 400 hombres y dos cañones, siendo curioso el
modo que empleó para rendirlos.
Encerrados los franceses en su cuartel, bien pertrechados y sosteni-
dos por su artillería, dificultoso era entrarlos á viva fuerza. Viendo esto
Porlier, hizo subir algunos de los suyos á la torre, y de allí arrojar gran-
des piedras, que cayendo sobre el tejado del cuartel, le demolieron y de-
jaron descubiertos á los franceses, obligándolos á entregarse prisione-
ros. Concluyó otras empresas con no menor dicha.
No fué tanta entónces la de D. Juan Fernandez de Echavarri, que,
con nombre de Compañía del Norte, levantó una cuadrilla que corria la
montaña de Santander y señorío de Vizcaya, pues preso él y algunos de
sus compañeros, en 30 de Marzo fué sentenciado á muerte por un tribu-
nal criminal extraordinario, que, á manera del de Madrid, se estableció
en Bilbao, el cual en este y otros casos ejerció inhumanamente su odio-
so ministerio.
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más rápida con el reflujo que comenzaba, separáronse los botes, y pocos
fueron los que arribaron á la orilla opuesta. Los portugueses, mandados
por el general Bernardino Freire, hicieron contra ellos un fuego vivo y
acertado, con lo cual y la marea ya contraria tuvieron que volver los más
á tierra de España, quedando prisioneros de los portugueses unos 40
hombres. El malogramiento de esta tentativa, cundiendo por una y otra
frontera, animó al paisanaje, deseoso de molestar á los franceses.
Tambien con aquel contratiempo vió el mariscal Soult los obstáculos
que se le ofrecían para pasar el Miño, no teniendo á su pronta disposi-
cion los medios necesarios; por lo cual determinó entrar en Portugal via
de Orense, tomando rio arriba. Salió, pues, de Tuy el 17 de Febrero, y
nombró al general Lamartinière comandante de la ciudad, en la que dejó
los enfermos, la mayor parte de la artillería y alguna guarnicion.
A corta distancia ya percibió síntomas de una insurreccion gene-
ral. Habíanla fomentado varios individuos, entre los que se señalaron el
abad de Couto y el de Valladares. Aquella tierra está bien cultivada, con
poblacion numerosa y desparramada en caseríos rústicos. De las here-
dades, distribuidas en cortas porciones, y por lo general á foro enfitéuti-
co, disponen los usufructuarios como de cosa propia. Y la gente, traba-
jadora y de suyo guardosa, temia más que la de otras provincias perder,
con la invasion de extraños, el producto de sus labores é industria, y con
tanta mayor razon, cuanto los franceses, escasos de provisiones, comen-
zaron á hacer repartimientos excesivos y á cometer robos y saqueos.
Allí los abades, nombre que se da á los curas párrocos, tienen mu-
cho influjo por su riqueza y poder. Lo tienen los ricos y cercanos mo-
nasterios del órden cisterciense de San Clodio y Melon, y teníanlo tam-
bien entónces, por su patriotismo, varios particulares, los cuales, juntos
y separadamente, trataron de aprovechar la buena disposicion del pue-
blo contra los extranjeros. Antes que ninguno descubrióse el abad de
Couto, D. Mauricio Troncoso, quien congregando á sus feligreses con
motivo de un repartimiento que los invasores habian echado, díjoles:
«En vez de dar á los enemigos lo que nos piden, seré vuestra guía si
quereis negárselo y emplearlo en vuestra defensa.» Aplaudieron todos
aquellas palabras, y agregándose personas de cuenta y áun portugue-
ses, soltáronse de todos lados partidas que hostigaron á los franceses
en su marcha. En Mourentan hízoles notable daño el mismo abad de
Couto, y quemaron aquel pueblo en venganza. Desde el puente de las
Hachas hasta Ribadavia tambien padecieron várias acometidas, acau-
dillando al paisanaje José Labrador, el monje bernardo Fr. Francisco
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tes y ricos los más de sus individuos, habian hecho los más de ellos do-
nativos cuantiosos, y su patriotismo y celo estaban libres de tacha. Sólo,
repetimos, incurrieron en merecida censura por algunas medidas arbi-
trarias contra determinadas personas. Hablamos en este punto con tanta
mayor imparcialidad, cuanto no andábamos bien avenidos con aquella
junta, por lo que merecimos de Romana que nos nombrase de la que ha-
bia en su lugar creado; gracia que no admitimos por considerar su pro-
cedimiento ilegal y dañoso.
Sabedor el mariscal Ney de la discordia suscitada entre la Junta de
Astúrias y Romana, y temeroso, sobre todo, con lo sucedido en Villafran-
ca, de que uniendo este caudillo sus tropas á las del Principado, formase
un cuerpo respetable y bastante numeroso para incomodarle y cortarle
su comunicacion con el reino de Leon, se preparó á invadir á Astúrias,
poniéndose de acuerdo con fuerzas que habia en Castilla y en Santan-
der. Parece ser que desde Francia tambien le habia venido órden de no
desperdiciar oportuna coyuntura de verificar dicha invasion. Romana,
por su parte, más ocupado en las contestaciones y querellas de la Junta
que en uniformar y arreglar la mucha gente que ahora tenía á su disposi-
cion, no tomó acerca de ello providencia alguna. Dejó correr en el Prin-
cipado los asuntos militares segun iban á su llegada, y olvidó á su ejér-
cito de Galicia, el cual, á las órdenes de D. Nicolas Mahy, pasando el
puerto de Ancares, se habia situado hácia el Navia, extendiéndose hasta
las avenidas de Lugo y Mondoñedo.
El mariscal Ney, rozándose casi con este ejército y acompañado de
6.000 hombres, se dirigió desde Galicia, por la tierra áspera y encum-
brada de Navia de Suarna, á Ibias, y descendiendo á Cángas de Tineo,
Salas y Grado, se adelantó á Oviedo, al mismo tiempo que, proceden-
te de Valladolid y con otra tanta ó más fuerza, se metia en el Principa-
do, por el puerto de Pajares, el general Kellermann. Estaba ya cercano
á Oviedo el mariscal Ney, y todavía lo ignoraba Romana. Recibió éste al
fin un aviso, y apresuradamente, despues de dar por primera vez órde-
nes á la division de Ballesteros y á la de Worster, poco antes malamente
repuesto en el mando, pasó á Gijon, en donde se embarcó, tomando en
seguida tierra en Rivadeo. Entró Ney en Oviedo el 19 de Mayo, de cu-
ya ciudad habian salido casi todos sus moradores, dejando abandonadas
sus casas y haberes. Entregada al saco durante tres dias, viéronse mu-
chos arruinados y menguaron los intereses de otros. A la noticia de la in-
vasion acercóse el general Worster lentamente á Oviedo por el país de
montaña, y Ballesteros, retrocediendo de Colombres al Infiesto, enriscó-
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franceses con sus fuegos. Libertado Vigo, esperábase que el cerco ten-
dria pronto y feliz éxito, pues ademas de acudir desde allí, con su gente,
Morillo, Tenreiro, Almeida y otros, vino tambien por su lado D. Manuel
García del Barrio, reconocido comandante general por la junta de Lo-
bera. Pero tanto concurso de jefes y caudillos no sirvió sino para susci-
tar celos y rencillas. Morillo fuése en comision camino de Santiago, y los
otros, en especial Barrio y Tenreiro, el uno presuntuoso y el otro dísco-
lo de condicion, desaviniéronse y ocupáronse en recíprocos piques y za-
herimientos. Y así este bloqueo, sostenido con cañones y más gente, fué
mal dirigido, y al cabo se malogró. Mandaba dentro el general La Mar-
tinière, y el 6 de Abril, haciendo una salida, apoderóse de cuatro piezas
colocadas en la altura de Francos, no muy distante de la ciudad. Ocurri-
da esta desgracia, y agriándose más los ánimos, dióse lugar á que llega-
sen socorros á Tuy, avanzando del lado de Santiago una columna de in-
fantería y caballería, á las órdenes del general Maucune, y otra del lado
de Portugal, mandada por el general Heudelet, que enviaba Soult, ya po-
sesionado de Oporto, para recoger la artillería que allí habia dejado.
Enseñoreóse el 10 de Abril, sin resistencia, el general Heudelet de
Valencia del Miño. Sabedores los españoles que bloqueaban á Tuy de
aquel suceso, levantaron el sitio, quedándose unos en las alturas que
median entre esta plaza y la de Vigo, y alejándose otros, con Barrio,
á Puenteáreas. Al mismo tiempo los franceses que venían de Santiago
arrollaron á la gente de Morillo en el camino de Redondela, y en ven-
ganza incendiaron la villa, metiéndose despues parte de ellos en Tuy, y
tornando los otros, con el general Maucune, al punto de donde habian
salido. Socorrida la plaza, sacaron los enemigos todos sus efectos y arti-
llería, y temiendo nuevo bloqueo, la abandonaron el 16 y se unieron con
los de Valencia.
Por tanto, si no tuvo dichoso remate el cerco de Tuy, consiguióse,
por lo ménos, infundir recelo en los franceses, y ver desembarazada la
márgen derecha del Miño. Esmeráronse entónces aquellos naturales en
arreglar y disciplinar la gente que se habia levantado, y que se denomi-
nó division del Miño, creando varios regimientos, que se distinguieron
en posteriores acciones. Incorporóse á ella la partida de D. José María
Vazquez, conocido en Castilla por sus hechos con el nombre del Sala-
manquino, y al fin aumentóse su fuerza, y ganó en la opinion gran peso
con ponerse á la cabeza el 7 de Mayo D. Martin de la Carrera, segun el
deseo público, y cediéndole Barrio las facultades que tenía del Gobier-
no supremo.
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de tener la artillería que quedó en Tuy, habia retrocedido hácia esta pla-
za y desembarazádola de sitiadores el general Heudelet; otro tanto trata-
ron de hacer los enemigos por la parte de Cháves, cuya ciudad habia re-
cobrado el 20 de Marzo el general Silveira, extendiéndose despues por
el Tamega hasta Amarante y Peñafiel. Reforzado luégo el mismo general,
y molestando incansablemente á los franceses, permaneció en aquellos
sitios cerca de un mes; pero en 18 de Abril, queriendo el mariscal Soult
abrir paso y tener libres las comunicaciones con Tras-los-Montes, envió
al general Delaborde, auxiliado de fuerza considerable. Al aproximarse
situóse Silveira en Amarante, y defendió con tal teson el paso del puen-
te, que no pudieron superar los franceses hasta el 2 de Mayo los obstá-
culos que se les oponian. Defensa para él muy honrosa, aunque tuviese
por entónces que alejarse momentáneamente.
Al mediodía de Oporto, y camino de Lisboa, no dilataron los franceses
sus excursiones y correrías más allá de Vouga, persuadidos de que res-
guardaban á Coimbra numerosas fuerzas. Sin embargo, reducíanse éstas
á unos 4.000 hombres mal disciplinados, y á una turba de paisanos, que
mandaba el coronel Trant, quien no pudo hacer otra cosa sino maniobrar
con acierto, aparentando mayores medios que los que tenía. Mas, como
eran cortos, se hubiera encaminado al fin el mariscal Soult á Lisboa, lué-
go que supo las resultas de la batalla de Medellin, si no hubiesen llegado
inmediatamente grandes refuerzos al ejército inglés de Portugal.
Continuaba gobernando á este reino la Regencia, restablecida des-
pues de la evacuacion de Junot. La gente que habia levantado nunca ha-
bia salido de sus lindes, no obstante las repetidas instancias de la Jun-
ta Central. Obró quizá el gobierno portugues cuerdamente en no acceder
á ellas, hallándose todavía su tropa bastante indisciplinada. De los in-
gleses habian quedado unos 10.000 hombres, á las órdenes de sir Juan
Cradock, contra los que prorumpieron en grande enojo los portugueses,
á causa de las muestras que dieron de embarcarse al saber la suerte de
Moore, apareciendo en sus providencias, más que premeditado plan,
desconcierto y abatimiento. Aquietado, en fin, el general inglés por ór-
denes posteriores de su gabinete, permaneció en Lisboa, adelantándo-
se despues á Leira, al mismo tiempo que el ejército portugués se situaba
en Tomar, el cual, sin contar con las fuerzas de Silveira, la legion lusita-
na y las reuniones de paisanos, constaba de unos 15 á 20.000 hombres.
Disciplinábalos el general Beresford, autorizado desde el mes de Febre-
ro por el Príncipe regente de Portugal para obrar como comandante en
jefe de sus tropas.
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(8) D’Argentou se escapó por la noche luégo que los franceses salieron de Oporto. Pa-
só á Inglaterra, y de allí parece ser que yendo á Francia para sacar á su mujer y á sus hi-
jos, fué arcabuceado.
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por allí, falto de vados y de puentes, tuvo que subir rio arriba hasta Mon-
te-Furado, así dicho por perforarle en una de sus faldas la corriente del
mismo Sil, obra, segun parece, del tiempo de los romanos. Los naturales
de los contornos, colocados en la orilla opuesta, le causaron grave mal,
acaudillados por el abad de Casoyo y su hermano D. Juan Quiroga. Pa-
ra vengarse del daño ahora y ántes recibido, desde Monte-Furado mandó
el mariscal Soult al general Loison descender por la orilla izquierda del
Sil y castigar á los habitantes. Cumplió éste tan largamente con el encar-
go, que asoló la tierra, y varios pueblos fueron quemados, Castro de Cal-
delas, San Clodio y otros ménos conocidos. Tambien padecieron mucho
los otros valles que recorrieron ó atravesaron los enemigos. Romana reti-
róse á Celanova, y en seguida á Baltar, frontera de Portugal, en donde le
dejó tranquilo el mariscal Soult, pues dirigiéndose por el camino de las
Portillas, llegó el 23 á la Puebla de Sanabria, de cuyo punto se retiraron
á Ciudad-Rodrigo, despues de haber clavado algunos cañones, los pocos
españoles que lo guarnecian.
Soult permaneció en la Puebla breves dias, habiendo despachado á
Madrid á Franceschi para informar á José del estado de su ejército y de
sus necesidades. Aquel general partió de Zamora en posta á caballo, con
otros dos compañeros más; pasado Toro fueron todos cogidos, é intercep-
tados los pliegos, por una guerrilla que mandaba el Capuchino, Fr. Ju-
lian de Delica. Los pliegos eran importantes, así porque expresaban el
quebranto y escaseces de aquellas tropas (9), como tambien por indicar-
se en su contenido el mal ánimo de algunos generales.
Viéndose el mariscal Ney abandonado de Soult, conoció lo crítico de
su situacion. Con nada, en realidad, podia contar, sino con la fuerza que
le quedaba, y era ésta harto corta para hacer rostro á la poblacion arma-
da y al ejército, bastante numeroso, que contra él podian ahora reunir
(9) Sabe V. M. que hace más de cinco meses que no he recibido órdenes ni noticias
ni socorros; por consiguiente, carezco de muchas cosas é ignoro las disposiciones genera-
les. El general de brigada Vialenes se hallaba muy cansado, y me dijo en Lugo que estaba
malo. Conocí que su dolencia no era tan grave como decía; pero viendo su temor, le man-
dé que se retirase hácia el lado del mayor general de V. M. á recibir sus órdenes. Tam-
bien hubiera querido dar igual destinó los generales Lahonssaye y Mermet, que no siem-
pre han hecho lo que pudieran hacer para ventaja nuestra; pero dejé de tomar esta de-
terminacion hasta llegar á Zamora, para no dar más crédito á las voces de las cábalas ó
conspiraciones que se esparcieron..... (Sacado de la Gaceta del gobierno, de 28 de Julio
de 1809. Pliego Interceptado del mariscal Soult á José, fecho en la Puebla de Sanabria,
á 25 de Junio de 1809.)
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(10) Hé aquí algunos pormenores de tan singular hecho. Era en el otoño de 1805,
y daba Mr. Pitt una comida en el campo, á la que asistian los lores Liverpool (entónces
Hawkesbury), Castelreagh, Bashurst y otros, como tnmbien el Duque de Wellington (en-
tónces sir Arturo Wellesley), que acababa de llegar de la India. Durante la comida recibió
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Pitt un pliego, cuya lectura le dejó pensativo. A los postres, yéndose los criados, segun la
costumbre de Inglaterra, o como ellos dicen, the cloth being remored and the servants out,
dijo Pitt: «Malísimas noticias: Mack se ha rendido en Ulma con 40.000 hombres, y Bona-
parte sigue á Viena sin obstáculo.» Entonces fué cuando exclamaron sus amigos y él re-
plicó lo que insertamos en el texto. Como su respuesta era tan extraordinaria, muchos de
los concurrentes, aunque callaron por el respeto que le tenian, atribuyéronla, sobre todo
en lo que dijo de España, á desvario, causado por el mal que le oprimia, y de que falle-
ció tres meses despues. Pitt, percibiendo en los semblantes el efecto que habian produ-
cido sus primeras palabras, añadió las siguientes, bien memorables: «Si, señores; la Es-
paña será el primer pueblo en donde se encenderá esta guerra patriótica, que sólo puede
libertar á Europa. Mis noticias sobre aquel país, y las tengo por muy exactas, son de que
si la nobleza y el clero han degenerado con el mal gobierno, y están á los piés del favori-
to, el pueblo conserve toda su pureza primitiva, y su ódio contra Francia tan grande como
siempre, y casi igual á su amor á sus soberanos. Bonaparte cree y debe creer la existencia
de éstos incompatible con la suya: tratará de quitarlos, y entónces es cuando yo le aguar-
do con la guerra que tanto deseo.»
Hemos oido esto en Inglaterra á varios de los que estaban presentes; muchas veces
ha oido lo mismo al Duque era Wellington el general D. Miguel de Álava y dicho Duque
refirió el suceso en una comida diplomática que dió en Paris el Duque de Richelieu, en
1816, y á la que se hallaban presentes los embajadores y ministros de toda Europa.
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se.» Correspondió este decreto al buen ánimo que habia la Junta mostra-
do al recibir la noticia de la pérdida de aquella batalla, y á las contesta-
ciones que por este tiempo dió á Sotelo, y que ya quedan referidas. Así
puede con verdad decirse que desde entonces hasta despues de la jorna-
da de Talavera fué cuando obró aquel cuerpo con más dignidad y acier-
to en su gobernacion.
Antes algunos individuos suyos, si bien noveles repúblicos é hijos de
la insurreccion, continuaban tan apegados al estado de cosas de los rei-
nados anteriores, que áun faltándoles ya el arrimo del Conde de Flori-
dablanca, á duras penas se conseguia separarlos de la senda que aquél
habia trazado; presentando obstáculos á cualquiera medida enérgica, y
señaladamente á todas las que se dirigian á la convocacion de Córtes,
ó á desatar algunas de las muchas trabas de la imprenta. Apareció tan
grande su obstinacion, que no sólo provocó murmuraciones y desvío en
la gente ilustrada, segun en su lugar se apuntó, sino que tambien se dis-
gustaron todas las clases; y hasta el mismo gobierno inglés, temeroso de
que se ahogase el entusiasmo público, insinuó en una nota de 20 de Ju-
lio de 1809 que (1) «si se atreviera á criticar (son sus palabras) cual-
quiera de las cosas que se habian hecho en España, tal vez manifestaria
sus dudas..... de si no habia habido algun recelo de soltar el freno..... á
toda la energía del pueblo contra el enemigo.»
Tan universales clamores, y los desastres, principal aunque costo-
so despertador de malos ó poco advertidos gobiernos, hicieron abrir los
ojos, ciertos centrales, y dieron mayor fuerza é influjo al partido de Jo-
vellanos, el más sensato y distinguido de los que dividian á la Junta, y
al cual se unió el de Calvo de Rozas, menor en número, pero más enér-
gico é igualmente inclinado á fomentar y sostener convenientes refor-
mas. Ya dijimos cómo Jovellanos fué quien primero propuso, en Aran-
juez, llamar á Córtes, y tambien cómo se difirió para más adelante tratar
aquella cuestion. En vano, con los reveses, se intentó despues renovar-
la, esquivándola asimismo, miéntras vivió, el presidente Conde de Flo-
ridablanca, á punto que, no contento con hacer borrar el nombre de Cór-
tes, que se hallaba inserto en el primer manifiesto de la Central, rehusó
firmar éste, áun quitada aquella palabra, enojado con la expresion sus-
tituida de que se restablecerian «las leyes fundamentales de la monar-
(1) Nota pasada por Mr. Canning, ministro de Relaciones exteriores de S. M. B., á D.
Martin de Garay, secretario de Estado y de la Junta, fecha en Lóndres, á 20 de Julio de
1809. (Véase el Manifiesto de la Junta Central, ramo diplomático, documento núm. 141.)
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quía.» Rasgo que pinta lo aferrado que estaba en sus máximas el anti-
guo ministro.
Ahora, muerto el Conde y algun tanto ablandados los partidarios de
sus doctrinas, osó Calvo de Rozas proponer de nuevo, en 15 de Abril, el
que se convocase la nacion á Córtes. Hubo vocales que todavía anduvie-
ron reacios; mas estando la mayoría en favor de la proposicion, fué ésta
admitida á exámen; debiendo ántes discutirse en las diversas secciones
en que para preparar sus trabajos se distribuia la Junta.
Por el mismo tiempo dióse algun ensanche á la imprenta, y se per-
mitió la continuacion del periódico intitulado Semanario patriótico, obra
empezada en Madrid por D. Manuel Quintana, y que los contratiempos
militares habian interrumpido. Tomáronla en la actualidad á su cargo D.
I. Antillon y D. J. Blanco, mereciendo este hecho particular mencion por
el influjo que ejerció en la opinion aquel periódico, y por haberse trata-
do en él con toda libertad, y por primera vez en España, graves y diver-
sas materias políticas.
Mudado y mejorado así el rumbo de la Junta, aviváronse las esperan-
zas de los que deseaban unir á la defensa de la patria el establecimiento
de buenas instituciones, y se reprimieron aviesas miras de descontentos
y perturbadores. Contábanse entre los últimos muchos que estaban en
opuestos sentidos, divisándose, al par de individuos del Consejo, otros
de las juntas, y amigos de la Inquisicion al lado de los que lo eran de la
libertad de imprenta. Desabrido, por lo ménos, se mostró el Duque del
Infantado, no olvidando la preferencia que se daba á Venégas, rival suyo
desde la jornada de Uclés. Creíase que no ignoraba los manejos y ama-
ños en que ya entónces andaban D. Francisco de Palafox y el Conde del
Montijo, persuadido el primero de que bastaba su nombre para gobernar
el reino, y arrastrado el segundo de su índole inquieta y desasosegada.
Centellearon chispas de conjuracion en Granada, adonde el de Mon-
tijo, teniendo parciales, habia acudido para enseñorearse de la ciudad.
Acompañóle en su viaje el general inglés Doyle; y el Conde, atizador
siempre oculto de asonadas, movió el 16 de Abril un alboroto, en que
corrieron las autoridades inminente peligro. La pérdida de éstas hubie-
ra sido cierta, si el del Montijo al llegar al lance no desmayara, segun
su costumbre, temiendo ponerse á la cabeza de un regimiento ganado en
favor suyo y de la plebe amotinada. La junta provincial, habiendo vuel-
to del sobresalto, recobró su ascendiente y prendió á los principales ins-
tigadores. Mal lo hubiera pasado su encubierto jefe, si, á ruegos de Doy
le, á quien escudaba el nombre de inglés, no se le hubiera soltado con
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(2) SEVILLA.— Real decreto de S. M.— El pueblo español debe salir de esta sangrien-
ta lucha con la certeza de dejar á su posteridad una herencia de prosperidad y de gloria,
digna de sus prodigiosos esfuerzos y de la sangre que vierte. Nunca la Junta Suprema ha
perdido de vista este objeto, que en medio de la agitacion continua causada por los suce-
sos de la guerra, ha sido siempre su principal deseo. Las ventajas del enemigo, debidas
ménos á su valor que á la superioridad de su número, llamaban exclusivamente la aten-
cion del Gobierno; pero al mismo tiempo hacian más amarga y vehemente la reflexion de
que los desastres que la nacion padece han nacido únicamente de haber caido en olvi-
do aquellas saludables instituciones, que en tiempos más felices hicieron la prosperidad
y la fuerza del Estado.
La ambicion usurpadora de los unos, el abandono indolente de los otros las fueron re-
duciendo á la nada, y la Junta, desde el momento de su instalacion, se constituyó solem-
nemente en la obligacion de restablecerlas. Llegó ya el tiempo de aplicar la mano á es-
ta grande obra, y de meditar las reformas que deben hacerse en nuestra administracion,
asegurándolas en las leyes fundamentales de la monarquia, que solas pueden consolidar-
las, y oyendo para el acierto, como ya se anunció al público, á los sabios que quieran ex-
ponerla sus opiniones.
Queriendo, pues, el Rey, nuestro señor, D. Fernando VII, y en su real nombre la Jun-
ta suprema gubernativa del reino, que la nacion española aparezca á los ojos del mundo
con la dignidad debida á sus heroicos esfuerzos; resuelta á que los derechos y prerogati-
vas de los ciudadanos se vean libres de nuevos atentados, y á que las fuentes de la feli-
cidad pública, quitados los estorbos que hasta ahora las han obstruido, corran libremen-
te luégo que cese la guerra, y reparen cuanto la arbitrariedad inveterada ha agostado y la
devastacion presente ha destruido, ha decretado lo que sigue:
1.º Que se restablezca la represantacion legal y conocida de la monarquia en sus an-
tiguas Córtes. Convocándose las primeras en todo el año próximo, ó ántes si las circuns-
tancias lo permitieren.
2.º Que la Junta se ocupe al instante del modo, número y clase con que, atendidas las
circunstancias del tiempo presente, se ha de verificar la concurrencia de las diputados á
esta augusta asamblea; á cuyo fin nombrará una comision de cinco vocales, que con toda
la atencion y diligencia que este eran negocio requiere, reconozcan y preparen todos los
trabajos y planes, los cuales, examinados y aprobados por la Junta, han de servir para la
convocacion y formacion de las primeras Córtes.
3.º Que ademas de este puto, que por su urgencia llama el primer cuidado, extienda
la junta sus investigaciones á los objetos siguientes, para irlos proponiendo sucesivamen-
te á la nacion junta en Córtes.— Medios y recursos para sostener la santa guerra en que
con la mayor justicia se halla empeñada la nacion, hasta conseguir el glorioso fin que se
ha propuesto.— Medios de asegurar la observancia de las leyes fundamentales del rei-
no.— Medios de mejorar nuestra legislacion, desterrando los abusos introducidos y faci-
litando su perfeccion.— Recaudacion, administracion y distribucion de las rentas del Es-
tado.— Reformas necesarias en el sistema de instruccion y educacion publica.— Modo
de arreglar y sostener un ejército permanente en tiempo de paz y de guerra, conformándo-
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Agosto de 1809 con más séquito y aplauso que nunca, á lo que tambien
contribuyó, no sólo haber sido evacuadas algunas provincias del Nor-
te sino el ver que despues de las desgracias ocurridas, se levantaban de
nuevo y con presteza ejércitos en Aragon, Extremadura y otras partes.
Rendida Zaragoza, cayó por algun tiempo en desmayo el primero de
aquellos reinos. Conociéronlo los franceses, y para no desaprovechar tan
buena oportunidad, trataron de apoderarse de las plazas y puntos impor-
tantes que todavía no ocupaban. De los dos cuerpos suyos que estuvie-
ron presentes al sitio de Zaragoza, se destinó el quinto á aquel objeto,
permaneciendo el tercero en la ciudad, cuyos escombros áun ponian es-
panto al vencedor. Hubieran querido los enemigos enseñorearse de una
vez de Jaca, Monzón, Benasque y Mequinenza. Mas, á pesar de su cona-
to, no se hicieron dueños sino de las dos primeras Plazas, aprovechán-
dose de la flaqueza de las fortificaciones y falta de recursos, y emplean-
do otros medios ademas de la fuerza.
Salió para Jaca el ayudante Fabre, del estado mayor, llevando consigo
el regimiento 34 y un auxiliar de nuevo género, que desdecia del pensar
y costumbres de los militares franceses. Era éste un fraile agustino, de
nombre Fr. José de la Consolacion, misionero, tenido en la tierra en gran
predicamento, mas de aquellos cuyo traslado con tanta maestría nos ha
delineado el festivo y satírico P. Isla. El 8 de Marzo entró el Fr. José en la
plaza, y la elocuencia que ántes empleaba, si bien con poca mesura, por
lo ménos en respetables objetos, sirvióle ahora para pregonar su mision
en favor de los enemigos de la patria, no siendo aquélla la sola ocasion
en que los franceses se valieron de frailes y de medios análogos á los que
reprendian en los españoles. Convocó á junta el padre Consolacion á las
autoridades y á otros religiosos y saliéndole vanas por esta vez sus predi-
caciones, fomentó en secreto, ayudado de algunos, la desercion, la cual
creció en tanto grado, que no quedando dentro sino poquísimos soldados,
tuvo el 21 que rendirse el teniente-rey D. Francisco Campos, que hacia
de gobernador. Aunque no fuese Jaca plaza de grande importancia por su
fortaleza, éralo por su situacion que impedia comunicarse con Francia.
Desacreditóse en Aragon el fraile misionero, prevaleciendo sobre el fana-
tismo el ódio á la dominacion extranjera.
Perdióse Monzon á principios de Marzo. Habia el 1.º del mes llegado
á sus muros el Marqués de Lazan, procedente de Cataluña, y acompaña-
do de la division de que hablamos anteriormente. Adelantóse á la sierra
de Alcubierre, hasta que sabedor de la rendicion de Zaragoza y de que
los franceses se acercaban, retrocedió al cuarto dia. Don Felipe Pere-
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nos extranjeros que se negó por ser domingo; mas ni Cuesta pecaba de
tan nimio, ni en España prevalecia semejante preocupacion. Ha habi-
do ingleses que han tachado á cierto oficial del estado mayor de Cues-
ta de la nota de entenderse con los enemigos. Ignoramos el fundamento
de sus sospechas. Lo cierto es que los franceses, ya en situacion apura-
da, decamparon en la noche del 23 al 24, y en lugar de seguir el camino
de Madrid, tomaron por Torrijos el de Toledo. Falló así destruir al maris-
cal Victor á la sazon que sus fuerzas eran inferiores á las aliadas, y falló
por la inoportuna prudencia de Cuesta, prenda nunca ántes notada en-
tre las de este general.
Incomodado por ello Wellesley, receloso de que continuasen esca-
seando las subsistencias, y pareciéndole quizá arriesgado internarse
más ántes de estar cierto de lo que pasaba en Castilla la Vieja, declaró
formalmente que no daria un paso más allá del Alberche, á no afianzár-
sele la manutencion de sus tropas. Cuesta, que el 23 se remoloneaba pa-
ra atacar, impelido ahora por aviesa mano, ó renaciendo en su ambicio-
so ánimo el deseo de entrar ántes que ninguno en Madrid, marchó solo y
sin los ingleses, y llegó el 24 al Bravo y Cebolla, y adelantándose el 25 á
Santa Olalla y Torrijos, hubo de costar cara su loca temeridad.
Los franceses no se retiraban sino para reconcentrarse y engrosar
sus fuerzas. José, despues de dejar en Madrid una corta guarnicion, ha-
bia salido con su guardia y reserva, uniéndose á Victor el 25, por Vargas
y orilla izquierda del Guadarrama. Otro tanto hizo Sebastiani, que ob-
servaba á Venégas en la Mancha, cerca de Daimiel, cuando se le mandó
acudir al Tajo. Con esta union, los franceses, que poco ántes tenian, para
oponerse á los aliados, sólo unos 25.000 hombres, contaban ahora sobre
50.000, alojados á corta distancia de Cuesta, detras del rio Guadarrama.
Venégas, sabedor de la marcha de Sebastiani, envió en pos de él y hácia
Toledo una division, al mando de D. Luis Lacy, aproximándose en per-
sona á Aranjuez con lo restante de su ejército. No por eso dividieron los
franceses sus fuerzas, ni tampoco por otros movimientos de sir Roberto
Wilson, quien, extendiéndose con sus tropas por Escalona y la Villa del
Prado, se habia el 25 metido hasta Navalcarnero, distante cinco leguas
de Madrid, cuyo suceso hubo de causar en la capital un levantamiento.
Aunque juntos los cuerpos de Victor y Sebastiani con la reserva y
guardia de José, no pensaban los franceses empeñarse en accion cam-
pal, aguardando á que el mariscal Soult, con los tres cuerpos que capita-
neaba en Salamanca, viniese sobre la espalda de los aliados, por las sie-
rras que dividen aquellas provincias de la de Extremadura. Plan sabio,
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de que habia sido portador, desde Madrid, el general Foy, y cuyas resul-
tas hubieran podido ser funestísimas para el ejército combinado. La im-
paciencia de los franceses malogró en el campo lo que prudentemente se
habia determinado en el consejo.
Viendo el 26 de Julio la indiscreta marcha de Cuesta, quisieron es-
carmentarle. Así, arrollaron aquel dia sus puestos avanzados, y áun aco-
metieron á la vanguardia. El comandante de ésta, D. José de Zayas,
avanzó á las llanuras que se extienden delante de Torrijos, en donde li-
dió largo rato, tratando sólo de retirarse al noticiarle que mayor núme-
ro de gente venía á su encuentro. Comenzó entónces ordenadamente su
movimiento retrógado; pero arredrados los infantes con ver que no podia
maniobrar el regimiento de caballería de Villaviciosa, metido entre unos
vallados, retrocedieron en desorden á Alcabon, adonde corrió en su am-
paro el Duque de Alburquerque, asistido de una division de 3.000 ca-
ballos. Dióse con esto tiempo á que la vanguardia se recogiese al grueso
del ejército, que teniendo á su cabeza al general Cuesta, caminaba, no
con el mejor concierto, á abrigarse del ejército inglés. La vanguardia de
éste ocupaba á Cazalegas, y su comandante, el general Sherbrooke, hizo
ademan de resistir á los enemigos, que se detuvieron en su marcha. Pa-
recia que con tal leccion se ablandaria la tenacidad del general Cuesta;
mas desentendiéndose, de las justas reflexiones de sir Arturo Wellesley,
á duras penas consintió repasar el Alberche.
Anunciaba la union y marcha de los enemigos la proximidad de
una batalla, y se preparó á recibirla el general inglés. En consecuen-
cia, mandó á Wilson que de Navalcarnero volviese á Escalona, y no dejó
tropa alguna á la izquierda del Alberche, resuelto á ocupar una posicion
ventajosa en la márgen opuesta.
Escogió como tal el terreno que se dilata desde Talavera de la Reina
hasta más allá del cerro de Medellin, y que abraza en su extension unos
tres cuartos de legua. Alojábase á la derecha, y tocando al Tajo, el ejér-
cito español; ocupaba el inglés la izquierda y centro. Era como sigue la
fuerza y distribucion de entrambos. Componíase el de los españoles de
cinco divisiones de infantería y dos de caballería, sin contar la reserva
y vanguardia. Mandaban las últimas D. Juan Berfhuy y D. José de Za-
yas. De las divisiones de caballería, guiaba la primera D. Juan de He-
nestrosa, la segunda el Duque de Alburquerque. Regian las de infante-
ría, segun el órden de su numeracion, el Marqués de Zayas, D. Vicente
Iglesias, el Marqués de Portago, D. Rafael Manglano y D. Luis Alexan-
dro Bassecourt. El total de tropas españolas, deducidas pérdidas, des-
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les, de los que ciaron los cuerpos de Trujillo y Badajoz de línea y leales
de Fernando VII, y áun hubo fugitivos que esparcieron la consternacion
hasta Oropesa, yendo envueltos con ellos y no menos aterrados algunos
ingleses. No fué, sin embargo, más allá el desórden, contenido el ene-
migo por el fuego acertado de la artillería y de los otros cuerpos, y tam-
bien por ser su principal objeto caer sobre la izquierda, en que se aloja-
ba el general Hill.
Dirigieron contra ella las divisiones de los generales Ruffin y Villat-
te, y encaramáronse al cerro, á pesar de ser la subida áspera y empina-
da, con la dificultad tambien de tener que cruzar el cauce del Portiña.
Atropellándolo todo con su impetuosidad, tocaron á la cima, de donde
precipitadamente descendieron los ingleses por la ladera opuesta. El ge-
neral Hill, aunque herido su caballo, y á riesgo de caer prisionero, vol-
vió á la carga, y con la mayor bizarría recuperó la altura. Ya bien entra-
da la noche, insistieron los franceses en su ataque, extendiéndole por la
izquierda de ellos el general Lapisse contra otra de las divisiones ingle-
sas. Viva fué la refriega y larga, sin fruto para los enemigos. Pasadas las
doce de la misma noche, un arma falsa, esparcida entre los españoles,
dió ocasion á un fuego graneado, que duró algun tiempo, y causó cierto
desórden, que afortunadamente no cundió á toda la línea.
Al amanecer del 28 renovaron los franceses sus tentativas, acome-
tiendo el general Ruffin el cerro de Medellin por su frente y la cañada
de la izquierda; sostúvole en su empresa el general Villatte. La pelea fué
porfiada, repetidos los ataques, ya en masa, ya en pelotones, la pérdida
grande de ambas partes. Herido el general Hill, dudoso el éxito en oca-
siones, hasta que los franceses, tornando á sus primeros puestos, abriga-
dos de formidable artillería, suspendieron el combate.
Falto el ejército británico de cañones de grueso calibre, pidió el ge-
neral Wellesley algunos de esta clase á D. Gregorio de la Cuesta, los cua-
les se colocaron, al mando del capitan Uclés, en el reducto empezado á
construir en el altozano interpuesto entre españoles é ingleses. Viendo
tambien el general Wellesley el empeño que ponia el enemigo en apode-
rarse del cerro de Medellin, sintió no haber ántes prolongado su izquier-
da, y guarnecídola del lado de la cañada; por lo que, para corregir su ol-
vido, colocó allí parte de su caballería, que sostuvo la de Alburquerque,
y alcanzó de Cuesta el que destacase la quinta division, del mando de
Bassecourt, cuyo jefe se situó cubriendo la cañada, en la falda y peñas-
cales de la Atalaya.
En aquel momento dudo José de si convenia retirarse ó continuar el
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(3) Los pocos dias que pasaron en Jaraicejo los ingleses no tuvieron grande escasez,
pues se les suministró bastante pan y abundó el ganado. Así lo dice, y con las siguien-
tes palabras, lord London-derry, testigo no sospechoso para los ingleses: «During the first
fews days of our sojourn at Jaraicejo we were tolerably well supplied with bread; and ca-
ttle being plenty, we had no cause to complain.....» (Narrative of the peninsular war, vol.
I, chapter XVII, page. 431.)
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de las murallas, y sobre todo las granadas, bombas y polladas que de lu-
gares ocultos se lanzaban á las trincheras y baterías vecinas. Los apuros,
sin embargo, crecian dentro de la ciudad, y se disminuia más y más el
número de defensores, siendo ya tiempo de que fuese socorrida.
El general D. Joaquin Blake, quien, despues de su desgraciada cam-
paña de Aragon, regresó, segun dijimos, á Cataluña, puesta tambien
bajo su mando, salió en Julio de Tarragona con sólo sus ayudantes y
recorrió la tierra hasta Olot. En su viaje, si bien detenido por una indis-
posicion, no permaneció largo tiempo, retrocediendo á Tortosa antes de
concluirse el mes; de allí, tomadas ciertas disposiciones, pensó con efi-
cacia en auxiliar á Gerona.
Aguijábanle á ello las vivas reclamaciones de aquella plaza, y las
que de palabra hizo D. Enrique O’Donnell, enviado por Álvarez al inten-
to. Blake, resuelto á la empresa, atendió antes de su partida á distraer al
enemigo en las otras provincias que abrazaba su distrito, por cuyo moti-
vo envió una division á Aragon, dejó otra en los lindes de Valencia, y él,
con la de Lazan, se trasladó en persona á Vich, en donde, no terminado
todavía Agosto, estableció su cuartel general. A su llegada agregó á su
gente las partidas y somatenes que hormigueaban por la tierra, y pasó á
Sant Hilari y ermita del Padró. Desde este punto quiso llamar la aten-
cion del enemigo á varios otros para ocultar el verdadero por donde pen-
saba introducir el socorro. Así fué que el 30 de Agosto en la tarde en-
vió á D. Enrique O’Donnell, con 1.200 hombres, la vuelta de Bruñolas,
habiendo antes dirigido por el lado opuesto á don Manuel Llauder sobre
la ermita de los Angeles. Don Francisco Robira y D. Juan Clarós debian
tambien divertir al enemigo por la orilla izquierda del Ter.
El general Saint-Cyr, cuyos reales, desde el 10 de Agosto, se habian
trasladado á Fornell, estando sobre aviso de los intentos de Blake, tomó,
para estorbarlos, várias medidas de acuerdo con el general Verdier, y re-
unió sus tropas, desparramadas por la dificultad de subsistencias. Mas,
á pesar de todo, consiguieron los españoles su objeto. Llauder se apode-
ró de los Angeles, y O’Donnell, atacando vivamente la posicion de Bru-
ñolas, trajo hácia sí la mayor parte de la fuerza de los enemigos, que cre-
yeron ser aquél el punto que se queria forzar.
Amaneció el 1.º de Setiembre, cubierta la tierra de espesa niebla, y
Saint-Cyr, á quien Verdier se habia ya unido, aguardó hasta las tres de
la tarde á que los españoles le atacasen. Hizo, para provocarlos, varios
movimientos del lado de Bruñolas; pero viendo que al menor amago da-
ban aquéllos trazas de retirarse, tornó á Fornells, en donde, con admira-
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(1) Precios de los comestibles en la plaza de Gerona durante el sitio de 1809, desde el más
módico hasta el más subido, segun crecia la escasez y la imposibilidad de introducirlos.
Precios módicos. .............. Precios subidos.
Tocino fresco, la onza ............................ 2 cuartos........................... 10 cuartos.
Vaca, la libra de 36 onzas...................... 27 cuartos......................... Idem.
Carne de caballo, la libra de id. ............ 40 cuartos......................... Idem.
Id. de mulo ............................................ 40 cuartos......................... Idem.
Una gallina............................................ 14 Rvn. efect.................... 16 duros.
Un gorrion ............................................ 2 cuartos........................... 4 Rvn. efect.
Una perdiz............................................. 12 Rvn. efect.................... 80 Rvn. efect.
Un pichon ............................................. 6 Rvn, efect...................... 40 Rvn. efect.
Un raton ................................................ 1 Rvn. efect...................... 5 Rvn. efect.
Un gato.................................................. 8 Rvn. .............................. 30 Rvn.
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dades y haberes.— Que á los forasteros que se hallen dentro de la plaza, por expatriacion
á otra cansa, tanto si han sido vocales ó empleados de las juntas como no, se les permiti-
rá restituirse á sus casas con su equipaje y haberes.— Que cualquiera vecino que quiera
salirse de la ciudad y trasladarse á otra se le permita, llevándose su equipaje y haberes,
quedándoles salvas las propiedades, caudales y efectos en aquella ciudad.— Yo, briga-
dier de los reales ejércitos, certifico: que las notas antecedentes, habiendo sido presenta-
das al Excmo. Sr. General en jefe del ejército frances, se han aprobado en su contenido en
cuanto no se opongan á las leyes generales del reino y á la policia establecida en los ejér-
citos.— Fornellas, 10 de Diciembre de 1809.— BLAS FURNÁS.— Visto por nosotros, etc.
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ginales firmados por mi; y para que conste, doy la presente en la plaza de Gerona, á 12 de
Diciembre de 1809.— BLAS DE FURNÁS.
(3) Entre los documentos originales y de oficio que acerca de la muerte del gobernador
Álvarez hemos tenido á la vista, uno de los más curiosos es el siguiente:
Excmo. Sr.: Por el oficio de V. E. de 26 de Febrero próximo pasado, que acabo de re-
cibir, veo ha hecho V. E. presente al supremo Consejo de Regencia de España é Indias el
contenido de mi papel de 4 del mismo, relativo al fallecimiento del Excmo. Sr. D. Maria-
no Álvarez, digno gobernador de la plaza de Gerona; y que en su vista, se ha servido S. M.
resolver procure apurar cuanto me sea posible la certeza de la muerte de dicho general,
avisando á V. E. lo que adelante; á cuya real órden daré el cumplimiento debido, toman-
do las más eficaces disposiciones para descubrir el pormenor y la verdad de un hecho tan
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horroroso; pudiendo asegurar, entre tanto, á V. E., por declaracion de testigos oculares, la
efectiva muerte de este héroe en la plaza de Figueras, adonde fué trasladado desde Perpi-
ñan, y donde entró sin grave daño en su salud, y compareció cadáver, tendido en una pa-
rihuela, al siguiente dia, cubierto con una sábana, la que, destapada por la curiosidad de
varios vecinos y del que me dió el parte de todo, puso de manifiesto un semblante cárde-
no é hinchado, denotando que su muerte habia sido la obra de breves momentos; á que se
agrega que el mismo informante encontró poco ántes, en una de las calles de Figueras, á
un llamado Rovireta, y por apodo el fraile de San Francisco, y ahora canónigo dignidad
de Gerona, nombrado por nuestros enemigos, quien marchaba apresuradamente hácia el
castillo, adonde dijo «iba á confesar al Sr. Álvarez, porque debia en breve morir.» — To-
do lo que pongo en noticia de V. E. para que haga de ello el uso que estime por conve-
niente. Dios guarde á V. E. muchos años. Tortosa, 31 de Marzo de 1810.— Excelentísimo
señor.— CÁRLOS DE BERAMENDI.— Excmo. Sr. Marqués de las Hormazas.
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tas las puertas del santuario. Por lo ménos así lo aseguraban los cléri-
gos, ó mosenes, como en Aragon los llaman, encargados del culto y cus-
todia del templo.
Habia Villacampa hecho en la subida algunas cortaduras, y dedicá-
base á disciplinar en aquel retiro su gente bisoña. Conocieron los fran-
ceses el mal que se les seguiria si para ello le dejaban tiempo, y trataron
de destruirle, ó por lo ménos de aventarle de aquellas asperezas. Tu-
vo órden de ejecutar la operacion el coronel Henriod, con su regimien-
to 14 de línea, alguna más infantería, un cuerpo de coraceros y tres pie-
zas. Maniobró el frances diestramente, amagando la montaña por varios
puntos, y el 25 se apoderó del Tremedal, de donde arrojados los espa-
ñoles, se escaparon por la espalda, camino de Albarracin. Los enemigos
saquearon é incendiaron á Orihuela, volándose el santuario con espan-
toso estrépito. Salvóse la Virgen, que á tiempo ocultó un mosen, y reti-
rados los franceses, acudieron ansiosamente los paisanos del contorno á
adorar la imágen, cuya conservacion graduaban de milagro.
Aunque con tales excursiones conseguian los enemigos despejar el
país de ciertas partidas, no por eso impedian que en otros parajes los
molestasen nuevas guerrillas. Así que, al adelantarse aquéllos via del
Tremedal, los hostilizaban á su retaguardia el alcalde de Illueca y el pai-
sanaje de varios pueblos. Lo mismo ocurria, con mayor ó menor ímpetu,
en casi todas las comarcas, fatigando á los invasores tan continuo é in-
fructuoso pelear.
Suchet, sin embargo, insistia en querer apaciguar á Aragon, y sa-
biendo que de Madrid habia ido á Cuenca el general Milhaud para des-
bandar las guerrillas de aquella provincia, avanzó tambien, por su parte,
el 25 de Diciembre hasta Albarracin y Teruel, cuyo suelo áun no habian
pisado los franceses, obligando á la Junta de Aragon, que entónces se al-
bergaba en Rubielos, á abandonar su territorio, teniendo que refugiarse
en las provincias vecinas.
De éstas, las de Cuenca y Guadalajara traian á mal traer al enemigo.
En la primera era uno de los principales jefes el Marqués de las Atala-
yuelas, que solia ocupar á Sacedon y sus cercanías, y en la segunda el
Empecinado, á quien ya vimos en Castilla la Vieja, y que se aventaja-
ba á los demas en fama y notables hechos. Por disposicion de la Central,
habíase establecido el 20 de Julio en Sigüenza (ciudad poco ántes muy
maltratada por los franceses) una junta, con objeto de gobernar la pro-
vincia de Guadalajara. Trabajó con ahínco la nueva autoridad en reunir
las partidas sueltas, efectuar alistamientos y hostigar de todos modos al
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enemigo, y así esta junta como otra que se erigió en tierra de Cuenca,
uniéndose en ocasiones, ó concertándose con las de Aragon y Molina,
formaron en aquellas montañas un foco de insurreccion, que hubiera si-
do áun más ardiente si á veces no hubiesen debilitado su fuerza quisqui-
llas y enojosas pendencias.
Don Juan Martin, el Empecinado, guerreaba allende la cordillera
carpetana; mas, buscado en Setiembre por la junta de Guadalajara, acu-
dió gustoso al llamamiento. Comenzó aquel caudillo á recorrer la provin-
cia, y no dejando á los franceses un momento de respiro, tuvo ya, en los
meses de Setiembre y Octubre, choques bastante empeñados en Cogo-
lludo, Alvarés y Fuente la Higuera. Los franceses, para vencerle, recu-
rrieron á ardides. Tal fué el que pusieron en planta el 12 de Noviembre,
aparentando retirarse de la ciudad de Guadalajara, para luégo volver so-
bre ella. Pero el Empecinado, despues de haberse provisto de porcion de
paños de aquellas fábricas, rompió por medio de la hueste que le tenía
rodeado, y se salvó. Pagó en seguida á los franceses el susto que entón-
ces le dieron, principalmente sorprendiendo el 24 de Diciembre, en Ma-
zarrulleque, á un grueso trozo de contrarios.
Entre los guerrilleros de la Mancha, de que ya entónces se hablaba,
ademas de Mir y Jimenez, merece particular mencion Francisco San-
chez, conocido con el nombre de Francisquete, natural de Camuñas.
Habian los franceses ahorcado á un hermano suyo, que se rindiera ba-
jo seguro, y en venganza, Francisco hízoles sin cesar guerra á muerte.
Otros partidarios empezaron tambien á rebullir en esta provincia y en la
de Toledo; mas, ó desaparecieron pronto, ó sus nombres no sonaron has-
ta más adelante.
En las que componen los reinos de Leon y Castilla la Vieja descolló,
entre otros muchos, cerca de Ciudad-Rodrigo, D. Julian Sanchez. Vi-
via éste en la casa paterna despues de haber militado en el regimiento
de Mallorca. Pisaron los enemigos en sus correrías aquellos umbrales, y
mataron á sus padres y á una hermana, atrocidad que juró Sanchez ven-
gar: empezó con este fin á reunir gente, y luégo allegó hasta 200 caballos
con el nombre de lanceros, de cuya tropa nombróle capitan el Duque del
Parque, general que allí mandaba. Don Julian unas veces se apoyaba en
el ejército ó en la plaza de Ciudad-Rodrigo, otras obraba por sí y se ale-
jaba con su escuadron. Infundia tal desasosiego en los franceses, que en
Salamanca, el general Marchand dió contra él y sus soldados una pro-
clama amenazadora, y cogió en rehenes, como á patrocinadores, á unos
cuantos ganaderos ricos de la provincia. Sanchez, agraviado de que el
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(4) Léase el Manifiesto de la Junta Central, seccion 2.ª, ramo diplomático, pág. 6.
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Príncipe de Anglona, con otro de caballería, que dirigió con valor y acier-
to, acabaron de decidir la pelea en nuestro favor. La vanguardia y los ji-
netes que primero se habian desordenado, volviendo tambien en sí, reco-
braron los cañones perdidos y precipitaron á los franceses por la ladera
abajo de la sierra. Igualmente salieron vanos los esfuerzos del ejército
contrario para superar los obstáculos con que tropezó en el centro y de-
recha. Don Francisco Javier de Losada rechazó todas las embestidas de
los que por aquella parte atacaron, y los obligó á retirarse al mismo tiem-
po que los otros huian del lado opuesto. Al ver los españoles apostados
en Tamámes el desórden de los franceses, desembocaron al pueblo, y ha-
ciendo á sus contrarios vivísimo fuego, les causaron por el costado nota-
ble daño. Dos regimientos de reserva de éstos protegieron á los suyos en
la retirada, molestados por nuestros tiradores, y con aquella ayuda, y al
abrigo de espesos encinares y de la noche, ya vecina, pudieron proseguir
los franceses su camino la vuelta de Salamanca. Su pérdida consistió en
1.500 hombres, la nuestra en 700, habiendo cogido un águila, un cañon,
carros de municiones, fusiles y algunos prisioneros. El general Marchand
se detuvo cinco dias en Salamanca, aguardando refuerzos de Kellermann.
No llegaron éstos, y el del Parque, habiendo cruzado el Tórmes en Ledes-
ma, obligó al general frances á desamparar aquella ciudad.
Al dia siguiente de la accion unióse al grueso del ejército español,
con 8.000 hombres, D. Francisco Ballesteros. Habia este general pade-
cido dispersion, sin notable refriega, en su nueva y desgraciada tentati-
va de Santander, de que hicimos mencion en el libro octavo. Rehecho en
las montañas de Liébana, obedeció á la órden que le prescribia ir á jun-
tarse con el ejército de la izquierda.
Unido ya al Duque del Parque, entró éste en Salamanca el 25 de Oc-
tubre, en medio de las mayores aclamaciones del pueblo entusiasmado,
que abasteció al ejército larga y desinteresadamente. El 1.º de Noviem-
bre llegó de Ciudad-Rodrigo la division castellana, llamada quinta, al
mando del Marqués de Castro-Fuerte, con la que, y la asturiana de Ba-
llesteros, tercera en el órden, contó el del Parque unos 26.000 hombres,
sin la cuarta division, que continuó permaneciendo en el Vierzo. Faltá-
bale mucho á aquel ejército para estar bien disciplinado, participando
su organizacion actual de los males de la antigua y de los que adolecia
la vária é informe que á su antojo habian adoptado las respectivas juntas
de provincia. Pero animaba á sus tropas un excelente espíritu, acostum-
bradas muchas de ellas á hacer rostro á los franceses, bajo esforzados je-
fes, en San Payo y otros lugares.
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No pasó un mes sin que un gran desastre viniese á enturbiar las ale-
grías de Tamámes. Ocurrió del lado del mediodía de España, y por tan-
to, necesario es que volvamos allá los ojos para referir todo lo que suce-
dió en los ejércitos de aquella parte, despues de la retirada y separacion
del anglo-hispano y de la aciaga jornada de Almonacid.
Puestos los ingleses en los lindes de Portugal, y persuadida la Junta
Central de que ya no podia contar con su activa coadyuvacion, determi-
nó ejecutar por sí sola un plan de campaña, cuyo mal éxito probó no ser
el más acertado. Al paso que en Castilla debia continuar divirtiendo á
los franceses el Duque del Parque, y que en Extremadura quedaban só-
lo 12.000 hombres, dispúsose que lo restante de aquel ejército pasase,
con su jefe Eguía, á unirse al de la Mancha. Creyó la Junta fundadamen-
te que se dejaba Extremadura bastante cubierta con la fuerza indicada,
no siendo dable que los franceses se internasen, teniendo por su flanco y
no léjos de Badajoz al ejército británico. Se trasladó, pues, D. Francisco
Eguía á la Mancha ántes de finalizar Setiembre, y estableciendo su cuar-
tel general en Daimiel, tomó el mando en jefe de las fuerzas reunidas:
ascendia su número, en 3 de Octubre, á 51.869 hombres, de ellos 5.766
jinetes, con 55 piezas de artillería.
De las tropas francesas que habian pisado desde la batalla de Tala-
vera las riberas del Tajo, ya vimos cómo el cuerpo de Ney volvió á Cas-
tilla la Vieja y fué el que lidió en Tamámes. Permaneció el segundo
en Plasencia, apostándose despues en Oropesa y Puente del Arzobis-
po; quedó en Talavera el quinto, y el primero y cuarto, regidos por Vic-
tor y Sebastiani, fueron destinados á arrojar de la Mancha á D. Francis-
co Eguía. El 12 de Octubre ambos cuerpos se dirigieron, el primero por
Villarubia á Daimiel, el cuarto por Villaharta á Manzanares. Habia de
su lado avanzado Eguía, quien, reconvenido poco ántes por su inaccion,
enfáticamente respondió que «sólo anhelaba por sucesos grandes, que
libertasen á la nacion de sus opresores.» Mas el general español, no obs-
tante su dicho, á la proximidad de los cuerpos franceses tornó de priesa
á su guarida de Sierra-Morena. Desazonó tal retroceso en Sevilla, don-
de no se soñaba sino en la entrada en Madrid, y tambien porque se pen-
só que la conducta de Eguía estaba en contradiccion con sus graves, ó
sean más bien ostentosas palabras. No dejó de haber quien sostuviese al
General y alabase su prudencia, atribuyendo su modo de maniobrar al
secreto pensamiento de revolver sobre el enemigo y atacarle separada-
mente, y no cuando estuviese muy reconcentrado; plan sin duda el más
conveniente. Pero en Eguía, hombre indeciso é incapaz de aprovecharse
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realizó, aguijado con el aviso de las lástimas de Ocaña, cuya nueva, de-
rramada por el ejército, descorazonó al soldado.
El 28 por la mañana entraron los nuestros en Alba, tristes y ya per-
seguidos por la vanguardia enemiga. Asentada aquella villa á la derecha
del Tórmes, comunica con la orilla opuesta por un puente de piedra. El
Duque del Parque dejó dentro de la poblacion, con negligencia notable,
el cuartel general, la artillería, los bagajes, la mayor parte, en fin, de su
fuerza, excepto dos divisiones, que pasaron al otro lado. Alegóse por dis-
culpa la necesidad de dar de comer á la tropa, fatigada y sin alimento ya
hacia muchas horas, como si no se hubiera podido acudir al remedio, y
con mayor órden, poniendo todo el ejército en la orilla más segura, y en
disposicion de proteger á los encargados de avituallarle.
Esparcidos los soldados por Alba para buscar raciones, y cundien-
do la voz de que llegaban los franceses, atropelláronse al puente hom-
bres y bagajes, y casi le barrearon. Pudieron, con todo, los jefes colocar
fuera del pueblo las tropas, y parar la primera embestida de 400 france-
ses que iban delante, hasta que aproximándose un grueso de caballería,
cargó éste nuestra derecha, en donde se hallaba la primera division, del
mando de Losada, y 800 caballos. Arrollados los últimos, huyeron tam-
bien los infantes, que repasaron el Tórmes, abandonando su artillería.
El ala izquierda, que se componia de la vanguardia de Carrera y de parte
de la segunda division, se mantuvo firme, y puesto Mendizábal á su ca-
beza, repelieron nuestros soldados por tres veces á los jinetes enemigos,
formando el cuadro, y respondieron á fusilazos á la intimacion que les
hicieron de rendirse. En vano los acometieron otros escuadrones por la
espalda; forzados se vieron éstos á aguardar á sus infantes, de los que al-
gunos llegaron al anochecer. Mendizábal cruzó con sus intrépidos solda-
dos el puente, y tocó gloriosamente la orilla opuesta. Allí todo era desór-
den y atropellamiento con los bagajes y caballería fugitiva. El Duque del
Parque perdió entónces del todo la presencia de ánimo, y sus tropas, ca-
reciendo de órdenes precisas, se alejaron de aquel punto y se repartie-
ron entre Ciudad-Rodrigo, Tamámes y Miranda del Castañar. Semejante
y no calculado movimiento excéntrico salvó al ejército, pues el general
Kellermann dejó de perseguirle, incierto de su paradero; y limitándose
á dejar ocupada la línea de Tórmes, volvióse á Valladolid. El Duque del
Parque, al principiar Diciembre, sentó su cuartel general en el Bodon, á
dos leguas de Ciudad-Rodrigo, y echáronse de ménos, entre dispersion y
pelea, unos 3.000 hombres. Antes de concluirse el mes pasó el Duque á
San Martin de Trebejos, detras de sierra de Gata.
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Con tales desdichas, destruidos ó menguados unos tras otros los me-
jores ejércitos españoles, debieron, naturalmente, los ingleses, meros
espectadores hasta entónces, tomar, en su extrema prudencia, medidas
de precaucion. Lord Wellington determinó dejar las orillas del Guadia-
na y pasar al norte del Tajo, empezando su movimiento en los primeros
dias de Diciembre. Despidióse ántes de la junta de Extremadura, y mos-
tróse muy satisfecho «del celo y laborioso cuidado (son sus expresiones)
con que aquel cuerpo habia proporcionado provisiones á las tropas de
su ejército acantonadas en las cercanías de Badajoz.» Dicha junta habia
sido una de aquellas autoridades contra las que tanto se habia clama-
do, pocos meses ántes, acerca del asunto de abastecimientos, tachándo-
las hasta de mala voluntad. El testimonio irrecusable de lord Wellington
probaba ahora que la premura del tiempo y la gran demanda fueron cau-
sa de la escasez, y no otras reprensibles miras.
La profunda sima en que la nacion se abismaba consternó á la co-
mision ejecutiva de la Junta Central, poniendo á prueba la capacidad y
energía de sus individuos. Mas entónces se vió que no basta reconcen-
trar el poder para que éste sea en sus efectos vigoroso y pronto, sino que
tambien es preciso que las manos escogidas para su manejo sean ágiles
y fuertes. No formando parte de la comision ninguno de los pocos centra-
les á quienes se consideraba, por su saber, como más aptos, ó como más
notables por los brios de su condicion, escasearon en aquel nuevo cuer-
po las luces y el esfuerzo; faltas tanto más graves, cuanto los aconteci-
mientos habian puesto á la nacion en el mayor estrecho.
Así resultó que al saberse la derrota de Ocaña, quedó la comision co-
mo aturdida y aplanada, no desplegando la firmeza que tanto honró al
Gobierno español cuando la jornada de Medellin. Redujéronse sus pro-
videncias á las más comunes y generales, habiendo, en vano, nombrado
á Romana para recomponer el ejército del centro, tan menguado y per-
dido; pues aquel general permaneció en Sevilla, temeroso, quizá, de que
sus hombros flaqueasen bajo la balumba de tan pesada carga. Para lle-
nar su hueco, á lo ménos en ciertas medidas de reorganizacion, partieron
camino de la Carolina D. Rodrigo Riquelme y el Marqués de Campo-Sa-
grado, uno individuo de la comision y otro de la Junta, quienes, en union
con el vocal Rabé, debian impulsar la mejora y aumento del ejército, y
atender á la defensa de los pasos de la sierra. Repeticion de lo que hizo
la Central al retirarse de Aranjuez, con la diferencia de que ahora no hu-
bo mucho vagar ni espacio.
Tampoco se destruyeron, con el nombramiento de la comision eje-
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guna que la ayudase. Tocóle á la otra columna francesa, que tiró por la
izquierda á Cambil, apoderarse de la artillería que dijimos habia sali-
do de Andújar.
Caminaba ésta con direccion á Guadix á la sazon que el Conde de
Villariezo, capitan general de Granada, impelido por el pueblo á defen-
derse, ordenó á los jefes de la artillería indicada que desde Pinos de la
Puente torciesen el camino y viniesen á la ciudad en que mandaba. Obe-
decieron; pero luégo que estuvieron dentro, notando que todo era allí
confusion, trataron de salvar sus cañones, volviendo á salir de Granada.
Desgraciadamente, para continuar su marcha se vieron forzados á tomar
un rodeo, retrocediendo al ya mencionado Pinos de la Puente, pues en-
tónces no era camino de ruedas el de los Dientes de la Vieja, más corto y
directo que el otro para Diezma y Guadix. Con semejante atraso perdie-
ron tiempo, dando en Isnalloz con los caballos ligeros del general Peyre-
mont; en donde, como no tenian los artilleros españoles infantes ni jine-
tes que los protegiesen, tuvieron, bien á pesar suyo, que abandonar las
piezas y salvarse en los caballos de tiro. Así iba desapareciendo del todo
aquel ejército, que dos meses ántes inundaba los llanos de la Mancha.
Por fin, al espirar Enero, tomó en Diezma el mando de tan tristes re-
liquias D. Joaquin Blake, quien, yendo á Málaga de cuartel, de vuelta
de Cataluña, recibió en aquel pueblo el nombramiento que le habia con-
ferido la Junta de Sevilla. Cedióle el puesto sin obstáculo el mismo D.
Juan Cárlos de Areizaga, y dió, en efecto, Blake prueba de patriotismo al
encargarse en semejantes circunstancias de empleo tan espinoso, sin re-
parar en la autoridad de que procedia. No habia otro cuerpo reunido sino
el primer batallon de guardias españolas, mandado por el brigadier Ote-
do; lo demas del ejército reducíase á dispersos de varios cuerpos. Blake
retrocedió todavía á Huércal Overa, villa del reino de Granada, en los
confines de Murcia; y despachando proclamas y órdenes á todas partes,
consiguió juntar en los primeros dias de Febrero hasta unos 5.000 hom-
bres de todas armas; no habiéndosele incorporado otros generales de los
que mandaban divisiones en la Sierra, sino Vigodet y ademas Freire, con
unos cuantos caballos.
El general Sebastiani entró en Granada el 28 de Enero. Quiso el pue-
blo defenderse; mas disuadiéronle los hombres prudentes y los tímidos
con capa de tales; tambien contribuyó á ello el clero, que en estas Anda-
lucías mostróse sobradamente obsequioso á los conquistadores. Se envió
una diputacion á recibir á Sebastiani, y agregóse á éste, poco despues de
su entrada, el regimiento suizo de Reding. Trató el general frances con
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lícito á los eclesiásticos tomar las armas en una guerra de vida ó muer-
te para la patria? Castigáraseles, en buen hora, si cometieron otros exce-
sos, mas no por oponerse á la conquista del extranjero.
Al propio tiempo que los franceses se esparcian por las Andalucías
y se enseñoreaban de sus Principales ciudades, acontecian importantes
mudanzas en la isla de Leon y en Cádiz. A ambos puntos, como tambien
al Puerto de Santa María, habian llegado, ántes de acabarse Enero, mu-
chos vocales de la Junta Central, los cuales se reunieron sin tardanza en
la citada isla de Leon. La tormenta que habian corrido, la voz pública,
los temores de no ser obedecidos, todo, en fin, los compelió á hacer deja-
cion del mando ántes de congregarse las Córtes, y á sustituir en su lugar
otra autoridad. Don Lorenzo Calvo de Rozas formalizó la proposicion de
que se nombrase una regencia de cinco individuos, que ejerciese la po-
testad ejecutiva en toda su plenitud, quedando á su lado la Central, co-
mo cuerpo deliberante, hasta que se juntasen las Córtes. La Junta apro-
bó la primera parte de la proposicion, y desechó la última, declarando
ademas que sus individuos resignaban el mando sin querer otra recom-
pensa que la honrosa distincion del ministerio que habian ejercido, y
excluyéndose á sí propios de ser nombrados para el nuevo gobierno.
Tambien se formó un reglamento que sirviese de pauta á la nueva
autoridad, á la que se dió el nombre de Supremo Consejo de Regencia,
y se aprobó un decreto, por el que reuniendo todos los acuerdos acerca
de la institucion y forma de las Córtes, ya convocadas para el inmedia-
to Marzo, se trataba de hacer sabedor al público de tan importantes de-
cisiones.
En el reglamento, ademas de los artículos de órden interior, habia
uno muy notable, y segun el cual la Regencia «propondria necesaria-
mente á las Córtes una ley fundamental, que protegiese y asegurase la
libertad de la imprenta, que entre tanto se protegería de hecho esta li-
bertad como uno de los medios más convenientes, no sólo para difun-
dir la ilustracion general, sino tambien para conservar la libertad civil y
política de los ciudadanos.» Así la Central, tan remisa y meticulosa pa-
ra acordar en su tiempo concesion de tal entidad, imponia ahora, en su
agonía, la obligacion de decretarla á la autoridad que iba á ser suceso-
ra suya en el mando. Disponíase igualmente en dicho reglamento que se
crease una diputacion, compuesta de ocho individuos, celadora de la ob-
servancia de aquél y de los derechos nacionales. Ignoramos por qué no
se cumplió semejante resolucion, y atribuimos el olvido al azoramiento
de la Junta Central, y á no ser la nueva Regencia aficionada á trabas.
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7.º Antes de la admision á las Córtes de estos sujetos, una comision nombrada por
ellas mismas examinará si en cada uno concurren ó no las calidades señaladas en la ins-
truccion general y en este decreto para tener voto en las dichas Córtes.
8.º Libradas estas convocatorias, las primeras Córtes generales y extraordinarias se
entenderán legítimamente convocadas; de forma que aunque no se verifique su reunion
en el dia y lugar señalados para ellas, pueda verificarse en cualquiera tiempo y lugar en
que las circunstancias lo permitan, sin necesidad de nueva convocatoria; siendo de car-
go de la Regencia hacer, á propuesta de la diputacion de Córtes, el señalamiento de dicho
dia y lugar, y publicarlo en tiempo oportuno por todo el reino.
9.º Y para que los trabajos preparatorios puedan continuar y concluirse sin obstácu-
lo, la Regencia nombrará una diputacion de Córtes compuesta de ocho personas, las seis
naturales del continente de España, y las dos últimas naturales de América; la cual dipu-
tacion será subrogada en lugar de la comision de Córtes nombrada por la misma supre-
ma Junta Central, y cuyo instituto será ocuparse en los objetos relativos á la celebracion
de las Córtes, sin que el Gobierno tenga que distraer su atencion de los urgentes negocios
que la reclaman en el dia.
10. Un individuo de la diputacion de Córtes, de los seis nombrados por España, pre-
sidirá la junta electoral que debe nombrar los diputados por las provincias cautivas, y otro
individuo de la misma diputacion, de los nombrados por América, presidirá la junta elec-
toral que debe sortear los diputados naturales y representantes de aquellos dominios.
11. Las juntas formadas con los títulos de junta de medios y recursos para soste-
ner la presente guerra, junta de Hacienda, junta de Legislacion, junta de Instruccion pú-
blica, junta de Negocios eclesiásticos, y junta de Ceremonial de congregacion, las cua-
les por autoridad de la mi suprema Junta y bajo la inspeccion de dicha comision de Cór-
tes, se ocupan en preparar los planes de mejoras relativas á los objetos de su respectiva
atribucion, continuarán en sus trabajos hasta concluirlos en el mejor modo que sea po-
sible, y fecho, los remitirán á la diputacion de Córtes, á fin de que, despues de haber-
los examinado, se pasen á la Regencia, y ésta los ponga, á mi real nombre, á la delibara-
cion de las Córtes.
12. Serán éstas presididas, á mi real nombre, ó por la Regencia en cuerpo, ó por su
presidente temporal, ó bien por el individuo á quien delegaren el encargo de represen-
tar en ellas mi soberanía.
13. La Regencia nombrará los asistentes de Córtes que deban asistir y aconsejar al
que las presidiere á mi real nombre de entre los individuos de mi Consejo y Cámara, se-
gun la antigua práctica del reino, ó en su defecto, de otras personas constituidas en dig-
nidad.
14. La apertura del sólio se hará en las Córtes en concurrencia de los estamentos
eclesiástico, militar y popular, y en la forma y con la solemnidad que la Regencia acorda-
rá, á propuesta de la diputacion de Córtes.
15. Abierto el sólio, las Córtes se dividirán, para la deliberacion de las materias, en
dos solos estamentos: uno popular, compuesto de todos los procuradores de las provin-
cias de España y América, y otro de dignidades, en que se reunirán los prelados y gran-
des del reino.
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16. Las proposiciones que á mi real nombre hiciere la Regencia á las Córtes se exa-
minarán primero en el estamento popular, y si fueren aprobados en él, se pasarán por un
mensajero de Estado al estamento de dignidades para que las examine de nuevo.
17. El mismo método se observará con las proposiciones que se hicieren en uno y
otro estamento por sus respectivos vocales, pasando siempre la proposicion del uno al
otro, para su nuevo exámen y deliberacion.
18. Las proposiciones no aprobadas por ambos estamentos se entenderán como si no
fuesen hechas.
19. Las que ambos estamentos aprobaren serán elevadas por los mensajeros de Esta-
do á la Regencia, para mi real sancion.
20. La Regencia sancionará las proposiciones así aprobadas, siempre que graves ra-
zones de pública utilidad no la persuadan á que de su ejecucion pueden resultar graves
inconvenientes y perjuicios.
21. Si tal sucediere, la Regencia, suspendiendo la sancion de la proposicion aproba-
da, la devolverá á las Córtes, con clara exposicion de las razones que hubiere tenido pa-
ra suspenderla.
22. Asi devuelta la proposicion, se examinará de nuevo en uno y otro estamento, y si
los dos tercios de los votos de cada uno no confirmaren la anterior resolución, la proposi-
cion se tendrá por no hecha, y no se podrá renovar hasta las futuras Córtes.
23. Si los dos tercios de votos de cada estamento ratificaren la aprobacion anterior-
mente dada á la proposicion, será ésta elevada de nuevo por los mensajeros de Estado á
la sancion real.
24. En este caso, la Regencia otorgará á mi nombre la real sancion en el término de
tres dias; pasados los cuales otorgada ó no, la ley se entenderá legítimamente sancionada,
y se procederá de hecho á su publicacion en la forma de estilo.
25. La promulgacion de las leyes así formadas y sancionadas se hará en las mismas
Córtes antes de su disolucion.
26. Para evitar que en las Córtes se forme algun partido que aspire á hacerlas perma-
nentes, ó prolongarlas en demasía, cosa que, sobre trastornar del todo la Constitucion del
reino, podria acarrear otros muy graves inconvenientes, la Regencia podrá señalar un tér-
mino á la duracion de las Córtes, con tal que no baje de seis meses. Durante las Córtes, y
hasta tanto que éstas acuerden, nombren é instalen el nuevo Gobierno, ó bien confirmen
el que ahora se establece, para que rija la nacion en lo sucesivo, la Regencia continuará
ejerciendo el poder ejecutivo en toda la plenitud que corresponde á mi soberanía.
En consecuencia, las Córtes reducirán sus funciones el ejercicio del poder legislati-
vo, que propiamente les pertenece, y confiando á la Regencia el del poder ejecutivo, sin
suscitar discusiones que sean relativas á él y distraigan su atencion de los graves cuida-
dos que tendrá á su cargo, se aplicarán del todo á la formacion de las leyes y reglamentos
oportunos para verificar las grandes y saludables reformas que los desórdenes del anti-
guo Gobierno, el presente estado de la nacion y su futura felicidad hacen necesarias; lle-
nando así los grandes objetos para que fueron convocadas. Dado, etc., en la isla de Leon,
á 29 de Enero de 1810.
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(3) Españoles: La Junta Central suprema gubernativa del reino, siguiendo la volun-
tad expresa de nuestro deseado Monarca y el voto público, habia convocado á la nacion á
sus Córtes generales, para que, reunida en ellas, adoptase las medidas necesarias á su fe-
licidad y defensa. Debia verificarse este gran Congreso en 1.º de Marzo próximo, en la is-
la de Leon, y la Junta determinó y publicó su traslacion á ella cuando los franceses, como
otras muchas veces, se hallaban ocupando la Mancha. Atacaron despues los puntos de la
sierra, y ocuparon uno de ellos; y al instante las pasiones de los hombres, usurpando su
dominio á la razon, despertaron la discordia, que empezó á sacudir sobre nosotros sus an-
torchas incendiarias. Más que ganar cien batallas valla este triunfo á nuestros enemigos,
y los buenos todos se llenaron de espanto oyendo los sucesos de Sevilla en el dia 24; su-
cesos que la malevolencia componia, y el terror exageraba, para aumentar en los unos la
confusion, y en los otros la amargura. Aquel pueblo generoso y leal, que tantas muestras
de adhesion y respeto habia dado á la suprema Junta, vió alterada su tranquilidad, aun-
que por pocas horas. No corrió, gracias al cielo, ni una gota de sangre pero la autoridad
pública fué desatendida y la majestad nacional se vió indignamente ultrajada en la le-
gítima representacion del pueblo. Lloremos, españoles, con lágrimas de sangre un ejem-
plo tan pernicioso. ¿Cuál seria nuestra suerte si todos le siguiesen? Cuando la fama trae
á vuestros oidos que hay divisiones intestinas en la Francia, la alegría rebosa en vuestros
pechos, y os llenais de esperanza para lo futuro, porque en estas divisiones mirais afian-
zada vuestra salvacion, y la destruccion del tirano que os oprime. ¿Y nosotros, españoles,
nosotros, cuyo carácter es la moderacion y la cordura, cuya fuerza consiste en la concor-
dia, iriamos á dar al déspota la horrible satisfaccion de romper con nuestras manos los la-
zos que tanto costó formar, y que han sido y son para él la barrera más impenetrable? No,
españoles, no; que el desinteres y la prudencia dirijan nuestros pasos; que la union y la
constancia sean nuestras áncoras, y estad seguros de que no perecerémos.
Bien convencida estaba la Junta de cuán necesario era reconcentrar más el poder.
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Mas no siempre los gobiernos pueden tomar en el instante las medidas mismas de cuya
utilidad no se duda. En la ocasion presente parceia del todo importuno, cuando las Córtes
anunciadas, estando ya tan próximas, debían decidirla y sancionarla. Mas los sucesos se
han precipitado de modo, que esta detencion, aunque breve, podria disolver el Estado, si
en el momento no se cortase la cabeza al monstruo de la anarquía.
No bastaban ya á llevar adelante nuestros deseos ni el incesante afan con que hemos
procurado el bien de la patria, ni el desinteres con que la hemos servido, ni nuestra leal-
tad acendrada á nuestro amado y desdichado rey, ni nuestro ódio al tirano y á toda cla-
se de tiranía. Estos principios de obrar en nadie han sido mayores, pero han podido más
que ellos la ambicion, la intriga y la ignorancia. ¿Debíamos, acaso, dejar saquear las ren-
tas públicas, que por mil conductos ansiaban devorar el vil interes y el egoismo? ¿Podía-
mos contentar la ambicion de los que no se creian bastante premiados con tres ó cuatro
grados en otros tantos meses? ¿Podíamos, á pesar de la templanza que ha formado el ca-
rácter de nuestro gobierno, dejar de corregir con la autoridad de la ley las faltas sugeridas
por el espíritu de faccion, que caminaba impudentemente á destruir el órden, introducir
la anarquía y trastornar miserablemente el Estado?
La malignidad nos imputa los reveses de la guerra; pero que la equidad recuerde la
constancia con que los hemos sufrido, y los esfuerzos sin ejemplo con que los hemos re-
parado. Cuando la Junta vino desde Aranjuez á Andalucía, todos nuestros ejércitos esta-
ban destruidos; las circunstancias eran todavía más apuradas que las presentes, y ella su-
po restablecerlos, y buscar y atacar al enemigo. Batidos otra vez y deshechos, exhaustos,
al parecer, todos los recursos y las esperanzas, pocos meses pasaron, y los franceses tu-
vieron enfrente un ejército de 80.000 infantes y 12.000 caballos. ¿Qué no ha tenido en su
mano el Gobierno, que no haya prodigado para mantener estas fuerzas y reponer las enor-
mes pérdidas que cada dia experimentaba? ¿Qué no ha hecho para impedir el paso á la
Andalucía por las sierras que la defienden? Generales, ingenieros, juntas provinciales,
hasta una comision de vocales de su seno han sido encargados de atender y proporcionar
todos los medios de fortificacion y resistencia que presentan aquellos puntos, sin perdo-
nar para ello ni gasto, ni fatiga, ni diligencia. Los sucesos han sido adversos; pero ¿la Jun-
ta tenía en su mano la suerte del combate en el campo de batalla?
Y ya que la voz del dolor recuerda tan amargamente los infortunios, ¿por qué ha de
olvidarse que hemos mantenido nuestras íntimas relaciones con las potencias amigas;
que hemos estrechado los lazos de fraternidad con nuestras América; que éstas no han
cesado de dar pruebas de amor y fidelidad al Gobierno; que hemos, en fin, resistido con
dignidad y entereza las pérfidas sugestiones de los usurpadores?
Mas nada basta á contener el ódio que antes de su instalacion se habia jurado á la
Junta. Sus providencias fueron siempre mal interpretadas y nunca bien obedecidas. Des-
encadenadas, con ocasion de las desgracias públicas, todas las pasiones, han suscitado
contra ella todas las furias que pudiera enviar contra nosotros el tirano á quien combati-
mos. Empezaron sus individuos á verificar su salida de Sevilla con el objeto tan público y
solemnemente anunciado de abrir las Córtes en la isla de Leon. Los facciosos cubrieron
los caminos de agentes, que animaron los pueblos de aquel tránsito á la insurreccion y al
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tumulto, y los vocales de la Junta Suprema fueron tratados como enemigos públicos, de-
tenidos unos, arrestados otros, y amenazados de muerte muchos, hasta el Presidente. Pa-
recía que dueño ya de España, era Napoleon el que vengaba la tenaz resistencia la que le
habíamos apuesto. No pararon aquí las intrigas de los conspiradores: escritores viles, co-
piantes miserables de los papeles del enemigo, les vendieron sus plumas, y no hay géne-
ro de crimen, no hay infamia que no hayan imputado á vuestros gobernantes, añadiendo
al ultraje de la violencia la ponzoña de la calumnia.
Asi, españoles, han sido perseguidos é infamados aquellos hombres que vosotros ele-
gísteis para que os representasen; aquellos que, sin guardias, sin escuadrones, sin supli-
cios, entregados á la fe pública, ejercían, tranquilos á su sombra, las augustas funciones
que les habíais encargado. Y ¿quiénes son, gran Dios, los que los persiguen? Los mis-
mos que desde la instalacion de la Junta trataron de destruirla por sus cimientos, los mis-
mos que introdujeron el desórden en las ciudades, la division en los ejércitos, la insu-
bordinacion en los cuerpos. Los individuos del Gobierno no son impecables ni perfectos;
hombres son, y como tales, sujetos á las flaquezas y errores humanos. Pero, como admi-
nistradores públicos, como representantes vuestros, ellos responderán á las imputacio-
nes de esos agitadores, y les mostrarán dónde ha estado la buena fe y patriotismo, dónde
la ambicion y las pasiones que sin cesar han destrozado las entrañas de la patria. Redu-
cidos de aquí en adelante á la clase de simples ciudadanos por nuestra propia eleccion,
sin más premio que la memoria del celo y afanes que hemos empleado en servicio púlico,
dispuestos estamos, ó más bien ansiosos, de responder delante de la nacion en sus córtes,
ó del tribunal que ella nombre, á nuestros injustos calumniadores. Teman ellos, no noso-
tros; teman los que han seducido á los simples, corrompido á los viles, agitado á los furio-
sos; teman los que en el momento del mayor apuro, cuando el edificio del Estado apénas
puede resistir el embate del extranjero, le han aplicado las teas de la disension para re-
ducirle á cenizas. Acordaos, españoles, de la rendicion de Oporto. Una agitacion intesti-
na, excitada por los franceses mismos, abrió sus puertas á Soult, que no movió sus tropas
á ocuparla hasta que el tumulto popular imposibilitó la defensa. Semejante suerte os vati-
cinó la Junta, despues de la batalla de Medellin, al aparecer los síntomas de la discordia
que con tanto riesgo de la patria se han desenvuelto ahora. Volved en vosotros, y no ha-
gais ciertos aquellos funestos presentimientos.
Pero, aunque fuertes con el testimonio de nuestras conciencias, y seguros de que he-
mos hecho en bien del Estado cuanto la situacion de las cosas y las circunstancias han
puesto á nuestro alcance, la patria y nuestro honor mismo exigen de nosotros la última
prueba de nuestro celo y nos persuaden dejar un mando cuya continuacion podrá aca-
rrear nuevos disturbios y desavenencias. Sí, españoles: vuestro gobierno, que nada ha
perdonado, desde su instalacion, de cuanto ha creido que llenaba el voto público; que,
fiel distribuidor de cuantos recursos han llegado á sus manos, no les ha dado otro destino
que las sagradas necesidades de la patria; que os ha manifestado sencillamente sus ope-
raciones, y que ha dado la muestra más grande de desear vuestro bien en la convocacion
de Córtes, las más numerosas y libres que ha conocido la monarquía, resigna gustoso el
poder y la autoridad que le confiasteis y le traslada á las manos del Consejo de Regencia,
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que ha establecido por el decreto de esta dia. ¡Puedan vuestros gobernantes tener mejor
fortuna en sus operaciones! Y los individuos de la Junta Suprema no les envidiarán otra
cosa que la gloria de haber salvado la patria y libertado á su rey.
Real isla de Leon, 29 de Enero de 1810.— (Siguen las firmas.)
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tendido istmo, dos leguas. Tres tiene de largo toda la isla gaditana, y de
ancho una y cuarto, en la parte más espaciosa. La separa del continente
el brazo de mar que llaman rio de Santi Petri, profundo, y el cual se cru-
za por el puente de Suazo, así apellidado del Dr. Juan Sanchez de Sua-
zo, que le rehabilitó á principios del siglo xv. El arsenal de la Carraca,
situado en una isleta contigua á la misma isla de Leon, y formada por el
mencionado rio de Santi Petri y el caño de las Culebras, quedó tambien
por los españoles. El vecindario de Cádiz, en el dia bastante disminui-
do, no pasa de 60.000 habitantes, y el de la isla, que está en igual caso,
de unos 18.000. La principal defensa natural de la última son sus sala-
dares, que empezando á poca distancia de Puerto-Real, se dilatan por
espacio de legua y media hasta el rio Zurraque, enlazados entre sí é in-
terrumpidos por caños é impracticables esguazos, de suelo inconstante
y mudable. Al Sur hay otras salinas, llamadas de San Fernando, rodean-
do á toda la isla por las demas partes, ó el Océano, ó las aguas de la ba-
hía. En medio de los saladares y caños que hay delante del rio de San-
ti Petri se levanta un arrecife largo y estrecho, que conduce al puente de
Suazo. En su calzada se practicaron muchas cortaduras y se levantaron
baterías, que hacian inexpugnable el paso. Al llegar Alburquerque, es-
taban muy atrasados los trabajos; pero este general y sus sucesores los
activaron extraordinariamente. Fortificóse, en consecuencia, con una lí-
nea triple de baterías el frente de ataque del rio de Santi Petri, avanzan-
do otras en las mismas ciénagas ó lagunajos, y cuidando muy particu-
larmente de poner á cubierto el arsenal de la Carraca y la derecha de la
línea, parte la más endeble.
Aun ganada la isla de Leon, no pocas dificultades hubieran estor-
bado al enemigo entrar en Cádiz. Ademas de várias baterías apostadas
en la lengua de tierra que sirve de comunicacion á ambas poblaciones,
construyóse en lo más estrecho de aquélla, y bañada por los dos mares,
una cortadura, en que trabajaron con entusiasmo todos los habitantes,
erizada de cañones y de admirable fortaleza, quedando despues por ven-
cer las obras del recinto de Cádiz, ejecutadas segun las reglas modernas
del arte, y que sólo presentan un frente de ataque. Para guarnecer punto
tan extenso como el de la isla gaditana y tan lleno de defensas, necesi-
tábase gran número de tropas de tierra y no poca fuerza de mar. El ejér-
cito de Alburquerque, aumentado cada dia con los oficiales y soldados
dispersos que de las costas aportaban á Cádiz, llegó á contar, á últimos
de Marzo, de 14 á 15.000 hombres. Tambien los ingleses enviaron una
division, compuesta de soldados suyos y portugueses. Pidió aquel soco-
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rro á lord Wellington la Junta de Cádiz, por medio del cónsul británico
lord Burghest, que al efecto partió á Lisboa ántes que se supiese la veni-
da á la isla del Duque de Alburquerque. Llegó á ascender en Marzo esta
fuerza auxiliar á unos 5.000 hombres, reemplazando en el mismo mes en
el mando de ella á su primer jefe Stewart el general sir Tomas Graham.
La guardia de la plaza de Cádiz se hacia, en parte, por la milicia urbana
y por los voluntarios, cuyos batallones, de vistoso aspecto, los formaban
los vecinos honrados y respetables de la ciudad, constando su número
de unos 8.000 hombres, inclusos los que se levantaron extramuros y en
la isla de Leon; servicio que, si bien penoso, era desempeñado con celo
y patriotismo, y que descargaba de muchas faenas á las tropas regladas.
Siendo esencial la marina para la defensa de posicion tan costanera,
fondeaban en bahía una escuadra británica, á las órdenes del almiran-
te Purvis, y otra española, á las de D. Ignacio de Álava. Padecieron am-
bas gran quebranto en un recio temporal, acaecido en el 6 de Marzo y
dias siguientes; de la inglesa se perdió el navío portugués María, y de la
nuestra perecieron otros tres de línea, una fragata y una corbeta de gue-
rra, con otros muchos mercantes. Los franceses se portaron en aquel ca-
so inhumanamente, pues en vez de ayudar á los desgraciados que arras-
traba á la costa la impetuosidad del viento, hiciéronles fuego con bala
roja. Varados los buques en la playa, ardieron casi todos ellos. No cesan-
do por eso los preparativos de la defensa, se armaron, asimismo, fuerzas
sutiles, mandadas por D. Cayetano Valdés, que vimos herido allá en Es-
pinosa. Eran éstas de grande utilidad, pues arrimándose á tierra, é inter-
nándose á marea alta por los caños de las salinas, flanqueaban al enemi-
go y le incomodaban sin cesar.
Cuando se supo que los franceses avanzaban, comenzóse, aunque
tarde, á destruir y desmantelar todas las baterías y castillos que guar-
necian la costa desde Rota, y se extendían bahía adentro por Santa Ca-
talina, Puerto de Santa María, rio de San Pedro, Caño del Trocadero y
Puerto-Real, pues Cádiz estaba más bien preparado para resistir las em-
bestidas de mar que las de tierra; siendo dificultoso vaticinar que tropas
francesas, descolgándose del Pirineo y atravesando el suelo español, se
dilatarian hasta las playas gaditanas.
Confiados los franceses en esto, en el descuido natural de los espa-
ñoles y en el desánimo que produjo la invasion de las Andalucías, mi-
raban á Cádiz como suyo, y en ese concepto intimaron la rendicion á la
ciudad y al ejército mandado por el Duque de Alburquerque. Para el
primer paso se valieron de ciertos españoles, parciales suyos, que creian
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Por ello, y por el modo con que en aquellos reinos habia sido recibi-
do el intruso, motejaron acerbamente á sus habitadores los de las otras
provincias de España, tachando á aquellos naturales de hombres esca-
sos de patriotismo y de condicion blanda y acomodaticia. Censura infun-
dada, porque las Andalucías, singularmente el reino de Granada, no só-
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ro, sólo hubieran podido sacar ventaja de algunos sitios favorables por
su naturaleza.
Forzaron los enemigos el puente de Puron, en donde nuestra artillería,
bien servida, les causó estrago. Llano-Ponte replegóse precipitadamente
hácia el Infiesto, y el general Arce, con las demas autoridades, evacuaron
á Oviedo, haciendo alto, por de pronto, en las orillas del Nalon.
Alteró algun tanto el gozo de los invasores la intrepidez de D. Juan
Diaz Porlier, quien, noticioso de le irrupcion francesa en Astúrias, me-
tióse en lo interior del Principado, viniendo de las faldas meridionales
de sus montañas, en donde estaba apostado. Atacó por la espalda las
partidas sueltas de los enemigos, cogió á éstos bastantes prisioneros, y
caminando la vuelta de la costa por Gijon y Avilés, se situó descansada-
mente en Pravia, á la izquierda de las tropas y dispersos que se habian
retirado con el general Arce. Imitaron á Porlier don Federico Castañon y
otros partidarios, que se colocaron en el camino real de Leon, por cuyo
paraje, con sus frecuentes acometidas, molestaban á los contrarios.
El general Bonnet ocupó á Oviedo el 30 de Enero, de cuya ciudad,
como en la primera invasion, habian salido las familias más principa-
les. En esta entrada se portó aquel general con sobrada dureza, habien-
do ejecutado algunos actos inhumanos; amansóse despues y gobernó con
bastante justicia, en cuanto cabe al ménos en un conquistador hostigado
incesantemente por una poblacion enemiga.
A pocos dias de estar en Oviedo, temeroso Bonnet de los movimien-
tos de Porlier y demas partidarios, desamparó la ciudad y se reconcen-
tró en la Pola de Siero. Confiados demasiadamente los jefes españoles
con tan repentina retirada, avanzaron de sus puestos del Nalon, se po-
sesionaron de Oviedo y apostaron en el puente de Colloto la vanguardia,
mandada por D. Pedro Bárcena. Los franceses, que no deseaban sino ver
reunidos á los nuestros para acabar con ellos más fácilmente, por la su-
perioridad que les daba en ordenada batalla su práctica y disciplina, re-
volvieron el 15 de Febrero sobre las tropas españolas, y atropellándolo
todo, recuperaron á Oviedo y asomaron el 15 á Peñaflor, en cuyo puente
los detuvieron algunos paisanos, mandados animosamente por el oficial
de estado mayor don José Castellar, que ya se señaló allá, en San Payo,
y ahora quedó aquí herido.
Don Pedro Bárcena, volviendo tambien á reunir su gente, á la que
se agregaron otros dispersos, rechazó á los franceses en Puentes de Soto
y se sostuvo allí algun tiempo. Pero al fin, amenazándole continuamen-
te enemigos numerosos, juzgó prudente recogerse á la línea del Narcea,
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quedando sólo sobre la izquierda, en Pravia, orillas del Nalon, don Juan
Diaz Porlier. Encomendóse entónces el mando del ejército de operacio-
nes al mencionado Bárcena, hombre sereno y de gran bizarría. Ayudaba
en todo, con sus consejos y ejemplo, el coronel don Juan Moscoso, jefe
de estado mayor, que en el arte de la guerra era entendido y áun sabio.
El general Arce, amilanado á la vista de los peligros de una invasion
que le cogía desprevenido, resolvióse á dejar el mando de la provincia;
mas antes, con intento de poder alegar que estaba concluida la comision
que le habia llevado allí, determinó restablecer la junta constitucional
que Romana á su antojo habia destruido, y para ello ordenó que los con-
cejos nombrasen, segun lo hicieron, diputados que concurriesen á for-
mar la citada corporacion; desmoronándose de este modo la obra levan-
tada por Romana, obra de desconcierto y arbitrariedad.
Como quiera que fuese loable la medida de Arce, miróse ésta como
nacida de las circunstancias, más bien que del buen deseo de deshacer
una injuticia y de granjearse las voluntades de los asturianos. Dió fuer-
za á la opinion que acerca de su partida enunciamos, el que dicho gene-
ral y su compañero de comision, el consejero Leiva, se llevaron consigo,
so color de sueldos atrasados, 16.000 duros. Paso que debe severamen-
te condenarse en un tiempo en que el hacendado, y hasta el hombre del
campo, se privaban de sus haberes por alimentar al soldado, á veces en
apuros y en extrema desdicha.
La nueva Junta se instaló en Luarca el 4 de Marzo, y no desmayan-
do con la ausencia de don Antonio Arce, nombró en su lugar á D. José
Cienfuegos general de la provincia é hijo suyo; formando al mismo tiem-
po un consejo de guerra, con cuyo acuerdo se dirigiesen las operacio-
nes militares.
De Galicia llegó luégo, en auxilio de Astúrias, una corta division de
2.000 hombres, con lo que alentados los jefes, determinaron atacar el 19
de Marzo á las tropas francesas. Hízose así, acometiendo el grueso de
nuestras fuerzas del lado del puente de Peñaflor, al mismo tiempo que
se llamaba por la derecha la atencion del enemigo, y que Porlier por la
izquierda, embarcándose en la costa, caía sobre las espaldas á la orilla
opuesta del Nalon. Ejecutada con ventura la maniobra, evacuó Bonnet á
Oviedo, y no paró hasta Cángas de Onís, así para reforzarse, como tam-
bien para ir en busca de acopios y pertrechos de guerra, que sólo muy
escoltados podian llegar á su ejército.
Con mayor circunspeccion que en la ocasion anterior, se adelanta-
ron esta vez los nuestros, sacando ademas de Oviedo todos los útiles de
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te, esta plaza de medios, tuvo Augereau que volver á su socorro, y consi-
guió, no obstante pérdidas y tropiezos, meter dentro un convoy.
Semejante movimiento obligó á O’Donnell á replegarse, mayormente
coincidiendo con la correría que por aquel tiempo hizo Suchet sobre Va-
lencia. El 21 entró en Tarragona el general español, y acampó en las cer-
canías el grueso de su ejército. Juntósele la division aragonesa del Al-
gas, ó sea de Tortosa, compuesta de unos 7.000 hombres. No se estuvo
O’Donnell quieto allí, sino que luégo ejecutó otros movimientos.
Tal fue el que verificó al concluirse Marzo, noticioso de que en Villa-
franca de Panadés se alojaba un trozo bastante considerable de france-
ses. Envió, pues, contra ellos á D. Juan Caro, asistido de 6.000 hombres.
Viendo los enemigos que los nuestros se aproximaban, se encerraron en
el cuartel de aquella villa, fuerte edificio, sito á la entrada; pero en bre-
ve, á pesar de su precaucion y resistencia, tuvieron que capitular, ca-
yendo prisioneros 700 hombres. Portóse Caro con destreza y bizarría, y
quedó herido.
Sucedióle en el mando Campoverde, quien marchó sobre Manresa,
para darse la mano con Rovira, siendo el intento de O’Donnell distraer al
enemigo, y si era posible, auxiliar á Hostalrich. El general Swartz hacia
por aquellas partes frente á los somatenes, cuya tenacidad desconcertaba
al frances, y áun le causaba á veces descalabros. En principios de Abril
tomó la resistencia tal incremento, que asustado Augereau, salió el 11 de
Barcelona y se dirigió á Hostalrich, para impedir los socorros que los es-
pañoles querian introducir en el castillo, como ya lo habian conseguido
una vez, guiados por el coronel D. Manuel Fernandez Villamil.
Sin embargo, todo era ya de mas. La penuria del fuerte tocaba en su
último punto, faltando hasta el agua de los aljibes, única que surtia á la
guarnicion. El bizarro Gobernador, los oficiales y soldados habian to-
dos sobrellevado de un modo el más constante la escasez y miseria, que
igualó, si no sobrepasó, la de Gerona. Mas, desesperanzado Estrada de
recibir auxilio alguno, y prefiriendo correr los mayores riesgos á capi-
tular, resolvió salvarse con su gente, de la que áun le quedaban 1.200
hombres. A las diez de la noche del 12 púsose en movimiento, y salió
por el lado de Poniente, descendiendo la colina de carrera. Cruzó en se-
guida el camino real, y atravesando la huerta, llegó, repelidos los pues-
tos franceses, á las montañas detras de Masanas y á Arbucias. Mas en
aquel paraje, descarriado el valiente Estrada, tuvo la desgracia de caer
prisionero, con tres compañías. El resto, que ascendia á 800 hombres,
sacóle á buen puerto el teniente coronel de artillería D. Miguel Lopez
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dental la planicie mencionada, y no era cosa fácil traer hasta ella artille-
ría. Pronto discurrió la diligencia francesa medio de conseguirlo, abrien-
do desde Torriente y por la cima de las montañas un camino que viniese
á dar al punto indicado. Tuvieron los enemigos concluida su obra el 1.º
de Junio, y en el intermedio no descuidaron tomar en rededor y en am-
bas orillas del Ebro, y en las del Segre, su tributario, los puestos impor-
tantes. Entraron los sitiadores la villa en la noche del 4 al 5, la saquea-
ron y prendieron fuego á muchas casas. Las tropas se refugiaron en el
castillo. El Gobernador resistió allí cuanto pudo los ataques de los fran-
ceses; mas arruinadas ya las principales defensas y no habiendo abrigo
alguno contra los fuegos enemigos, se entregó el 8, quedando la guarni-
cion prisionera de guerra.
La víspera de la rendicion habia llegado á Mequinenza el general Su-
chet, quien deseando sacar de su triunfo la mayor ventaja, despachó dos
horas despues de la entrega al general Montmarie para que se apoderase
del castillo de Morella, lo que ejecutó dicho general sin obstáculo el 13
de Junio. Posesion que, aunque no tan importante como la de Mequinen-
za, éralo bastante por estar situado aquel fuerte en los confines de Ara-
gon y Valencia, y porque así iban los franceses preparándose á nuevas
empresas y afianzaban poco á poco y de un modo sólido su dominacion.
No, obstante hallábase ésta léjos de arraigarse. Los pueblos conti-
nuaban casi por todas partes haciendo guerra á muerte á los invasores, y
la isla gaditana, punto céntrico de la resistencia, no sólo mantenia la lla-
ma sagrada del patriotismo, sino que la fomentaba, procurando ademas
acrecer y mejorar en su recinto las fortificaciones.
De nada influyó para no llevar adelante semejante propósito la pér-
dida de Matagorda, acaecida el 22 de Abril. Situado aquel castillo no lé-
jos de la costa del caño del Trocadero, sostuviéronle con tenacidad los
ingleses, encargados de su defensa, y sólo le abandonaron ya convertido
en ruinas. Luégo mostró la experiencia lo poco que sus fuegos perjudi-
caban á las comunicaciones por agua, y sus proyectiles á la plaza.
El mismo dia de la evacuacion del mencionado fuerte fondeó en ba-
hía, viniendo del reino de Murcia, D. Joaquin Blake, nombrado por la
Regencia para suceder al de Alburquerque en el mando de la isla gadi-
tana, cuyas fuerzas, sin contar las de los aliados ni la milicia armada, as-
cendían de 17 á 18.000 hombres, engrosado el ejército con los dispersos
y reliquias que de la costa aportaban, y con nuevos alistados, que acu-
dian hasta de Galicia. A la llegada de Blake consideróse dicho ejérci-
to como parte integrante del denominado del centro, que se alojaba en
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sustento, ora por temporales, que impedian ó retardaban los envíos, ora
tambien por flojedad y descuido de las autoridades. Feo borron, que no
se limpia con haber en ello puesto al fin las Córtes conveniente remedio,
ni ménos con el bárbaro é inhumano trato que al mismo tiempo daba el
gobierno frances á muchos jefes é ilustres españoles, sumidos en duras
prisiones y castillos, pues nunca la crueldad ajena disculpó la propia.
Entre tanto, el gobierno español no sólo atendió en su derredor á la
defensa de la isla gaditana, sino que tambien pensó en divertir la aten-
cion del enemigo, molestándole en las mismas Andalucías y provincias
aledañas. Dos de los puntos que para ello se presentaban, más cercanos
é importantes, eran, al Ocaso, el condado de Niebla, y al Levante, la se-
rranía de Ronda. El primero, ademas de ser tierra costanera y en partes
montuosa, respaldábase en Portugal, para cuya invasion tenian los ene-
migos que prepararse de intento; y por lo que respecta á Ronda, favore-
cia sus operaciones y alzamiento la vecina é inexpugnable plaza de Gi-
braltar, depósito de grandes recursos, principalmente de pertrechos de
guerra.
La Regencia, para dar mayor estímulo á la defensa, encargó el man-
do de aquellos distritos á jefes de su confianza. Para el condado esco-
gió á D. Francisco de Copons y Navia, que permanecia en Cádiz despues
que en Febrero arribó allí con su division.
Partió, pues, el general nombrado, y el 14 de Abril tomó el mando
de aquel país, muy trabajado con las vejaciones del enemigo, y sólo de-
fendido por unos 700 hombres, remanente de cuerpos dispersos ó situa-
dos en otras partes. Procuró Copons unir y aumentar esta masa bastante
informe, recoger los caudales públicos, mantener libre la comunicacion
de la costa con Cádiz y hostigar con frecuencia á los franceses. Consi-
guió su objeto, si bien con suerte vária, teniendo á veces que replegar-
se á Portugal.
Del lado de Ronda la resistencia fué mayor, más empeñada y dura-
dera. Partido occidental esta serranía de la provincia de Málaga, y cor-
dillera de montes elevados, que arrancan desde cerca de Tarifa, exten-
diéndose al Este, se compone de muchos pueblos ricos en producciones
y dados al contrabando, á que los convida la vecindad de Gibraltar. Sus
moradores, avezados á prohibido tráfico, conocen á palmos el terreno,
sus angosturas y desfiladeros, sus cuevas las más escondidas, y teniendo
á cada paso que lidiar con los aduaneros y las tropas enviadas en perse-
cucion suya, están familiarizados con riesgos que son imágen de los de
la guerra. Empléanse las mujeres en los trabajos del campo, y en otros
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sante guerrear de los puntos más inmediatos á Cádiz. Tampoco se los de-
jaba tranquilos en otros más distantes de las mismas Andalucías, ya por
la parte de Murcia, en que permanecia el ejército del centro, ya por la de
Extremadura, en que estaba el de la izquierda.
Puesto aquél á últimos de Enero, segun queda referido, bajo las ór-
denes del general Blake, fué creciendo y disciplinándose en cuanto las
circunstancias lo permitian, y fomentó con su presencia partidas que se
levantaron en las montañas del lado de Cazorla y Úbeda, y en las Alpu-
jarras.
A principios de Marzo, D. Joaquin Blake, con motivo de la entrada
de Suchet en el reino de Valencia, movióse hácia aquella parte; mas, en-
terado luégo de la retirada de los franceses, retrocedió á sus cuarteles,
volviendo á unirse al general Freire, á quien con alguna tropa habia de-
jado en la frontera de Granada. Entónces fué cuando Blake recibió la ór-
den de pasar á la isla, quedando, en ausencia suya, D. Manuel Freire al
frente del ejército, cuya fuerza constaba de 12.000 infantes y cerca de
2.000 caballos, con 14 piezas de artillería.
Hizo á poco una correría la vuelta de aquel punto el general Sebas-
tiani, acompañado de 8.000 hombres. Enderezóse por Baza á Lorca, y
Freire se replegó sobre Alicante, metiendo en Cartagena la tercera divi-
sion de su ejército, al mando de D. Pedro Otedo. Los franceses se ade-
lantaron sin oposicion, y el 23 de Abril se posesionaron de la ciudad de
Murcia, siendo aquélla la vez primera que pisaban su suelo. Los vecinos
de más cuenta y las autoridades se habian ausentado la víspera. Sebas-
tiani anunció á su entrada que se respetarían las personas y las propie-
dades; pero no se conformó su porte con tan solemnes promesas.
En la mañana del 24 fué á la catedral, y despues de mandar que se
llevase preso á un canónigo revestido con su traje de coro, hizo que se
interrumpiesen los divinos oficios, obligando al Cabildo eclesiástico á
que inmediatamente se lo presentase en el palacio episcopal. Provenia
su enojo de que no se le hubiese cumplimentado al presentarse en la
iglesia. Maltrató de palabra á los canónigos, y ordenó que en el térmi-
no de dos horas se le entregasen todos sus fondos. Pidiéndole el Cabil-
do que por lo ménos alargase el plazo á cuatro horas, respondió altanera-
mente: «Un conquistador no deshace lo que una vez manda.»
Con no ménos despego y altivez trató Sebastiani á los individuos de
un ayuntamiento que se habia formado interinamente. Reprendióles por
no haberle recibido con salvas de artillería y repique de campanas, im-
poniendo al vecindario, en castigo, 100.000 duros, suma que á muchos
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TÍTULO PRIMERO.
Del gobierno de Cataluña.
Artículo 1.º El séptimo cuerpo del ejército de España tomará el titulo de ejército de
Cataluña. 2.º La provincia de Cataluña formará un gobierno particular con el título de go-
bierno de Cataluña. 3.º El comandante en jefe del ejército de Cataluña será gobernador
de la provincia y reunirá los poderes civiles y militares. 4.º La Cataluña queda declara-
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CONDE DE TORENO
TÍTULO SEGUNDO.
Del gobierno de Aragon. Segundo gobierno.
El general Suchet será gobernador de Aragon, con toda la autoridad militar y civil;
nombrará toda clase de empleados, hará reglamentos, etc., etc., y desde 1.º de Mayo no
enviará nuestro Tesoro público fondos algunos para la manutencion del ejército, sino que
el país suministrará lo que necesite para él.
TÍTULO TERCERO.
Del gobierno de Navarra. Tercer gobierno.
La provincia de Navarra se llamará gobierno de Navarra.
El general Dufour será gobernador de Navarra, y conducirá allá los cuatro regimien-
tos de su division: en cuanto á su autoridad y manutencion del ejército, lo mismo que lo
dicho con respecto á Aragon.
TÍTULO CUARTO.
Del gobierno de Viacaya. Cuarto gobierno.
La Vizcaya se llamará gobierno de Vizcaya.
El general Thouvenot será gobernador, y lo mismo que lo dicho respecto á Navarra.
TÍTULO QUINTO.
Los gobernadores de estos cuatro gobiernos se entenderán con el estado mayor del
ejército de España en lo que tenga relacion con las operaciones militares; pero en cuanto
á la administracion interior y policia, rentas, justicia, nombramiento de empleados y todo
género de reglamentos, se entenderán con el Emperador por medio del Príncipe de Neu-
fchatel, mayor general.
TÍTULO SEXTO
Artículo 1.º Todos los productos y rentas ordinarias y extraordinarias de las provin-
cias de Salamanca, Toro, Zamora y Leon proveerán á la manutencion del sexto cuerpo de
ejército, y el Duque de Elchingen cuidará de que estos recursos sean bastantes para este
fin, haciendo que todo se invierta en utilidad del ejército. 2.º Lo que produzcan las pro-
vincias de Santander y Astúrias para la manutencion y sueldos de la division de Bomet.
3.º Las provincias situadas desde el Ebro á los límites de la de Valladolid lo entregarán
todo al pagador de Búrgos para el sueldo y manutencion de las tropas que allí haya y gas-
to de las fortificaciones. 4.º Las provincias de Valladolid y Palencia proveerán á la manu-
tencion y sueldo de la division de Kellermann. 5.º El Duque de Elchingen y los generales
Bonnet, Thiebaut y Kellermann se entenderán, en todo lo que tenga relacion con las ren-
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LIBRO UNDÉCIMO (1808)
plear un medio directo para sacar los recursos del país, y evitar así la
ruina del erario de Francia, exhausto con las enormes sumas que costa-
ba el ejército de España. Todos, empero, columbraron en semejante re-
solucion el pensamiento de incorporar al imperio frances las provincias
de la orilla izquierda del Ebro, y áun otras, si las circunstancias lo per-
mitiesen.
El tenor mismo del decreto lo daba así á entender. Cataluña, Aragon,
Navarra y Vizcaya se ponian bajo el gobierno de los generales franceses,
los cuales, entendiéndose sólo, para las operaciones militares, con el es-
tado mayor del ejército de España, debian, «en cuanto á la administra-
cion interior y policía, rentas, justicia, nombramiento de empleados y to-
do género de reglamentos, entenderse con el Emperador, por medio del
Príncipe Neufchatel, mayor general.» Igualmente los productos y rentas
ordinarias y extraordinarias de todas las provincias de Castilla la Vieja,
reino de Leon y Astúrias se destinaban á la manutencion y sueldos de
las tropas francesas, previniéndose que con sus entradas hubiera bas-
tante para cubrir dichas atenciones.
Ya que tales providencias no hubiesen por sí mostrado á las claras el
objeto de Napoleon, los procedimientos de éste, á la propia sazon, res-
pecto de otras naciones de Europa, probaban con evidencia que su am-
bicion no conocía límites. Los estados del Papa, en virtud de un senado-
consulto, se unieron á la Francia, declarando á Roma segunda ciudad
del imperio, y dando el título de rey suyo al que fuese heredero impe-
rial. Debian ademas los emperadores franceses coronarse en adelante en
la iglesia de San Pedro, despues de haberlo sido en la de Notre Dame de
París. El senado-consulto, ostentoso en sus términos, anunciaba el rena-
cimiento del imperio de Occidente, y decia: «Mil años después de Car-
lo-Magno se acuñará una medalla con la inscripcion Renovatio imperii.»
Agregóse tambien á la Francia en este año la Holanda, aunque regida
por un hermano de Napoleon, y ocupó su territorio un ejército frances,
imaginando el Emperador, en su desvarío, pues no merece otro nombre,
que países tan diversos en idioma y costumbres, tan distantes unos de
otros, y cuya voluntad no era consultada para tan monstruosa asociacion,
pudieran largo tiempo permanecer unidos á un imperio cimentado sólo
en la vida de un hombre.
tas de las provincias de su mando, con el Emperador, por medio del Príncipe de Neufcha-
tel. 6.º La ejecucion de este decreto se encarga al Principe de Neufchatel y á los ministros
de la Guerra, en la administracion de la guerra, de rentas y del Tesoro público.
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CONDE DE TORENO
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el concepto de que sólo los de Sevilla habrían importado 40 millones; que debió echarse
mano de la plata de las iglesias y conventos; que en España ha de circular necesariamen-
te mucho dinero del que han introducido los franceses y los ingleses y del que ha veni-
do de América; que el Emperador siempre ha hecho la guerra sacando de los países que
ha subyugado toda la manutencion y gastos de sus ejércitos; que si no tuviera que em-
plear tantas tropas en la reduccion de la España, habria licenciado muchas de ellas, y
se habria ahorrado el dispendio que están acasionando; que los fondos de nuestra teso-
rería no han tenido la inversion preferente que correspondia, es á saber: pagar las tropas
que han de hacer la conquista y pacificacion del reino; que ha habido muchas prodiga-
lidades y gastos de lujo; que las gratificaciones justas pudieron suspenderse hasta tiem-
pos tranquilos y felices; que se mantienen estados mayores demasiado numerosos y cos-
tosos; que se han formado y forman cuerpos españoles, los cuales no sólo son inútiles,
sino perjudiciales, porque ademas de absorber sumas que podrian tener provechosa apli-
cacion, desertan sus individuos y pasan á aumentar la fuerza de los enemigos; y última-
mente, que es excesiva la bondad con que el Rey trata á los del partido contrario, conce-
diéndoles gracias y ventajas, lo que sólo sirve á disgustar y desalentar á los que desde el
principio abrazaron el suyo.
» Éstas son las principales especies que me dijo el Minstro; y ahora expondré á V. E.
las respuestas que yo le di. El punto más grave de todos, y el que á mi parecer ocupa más
la atencion del Emperador, es el de querer excusar que de Francia vaya á España más di-
nero que los dos millones de libras mensuales, prefijados en las disposiciones anteriores.
Acordándome de las notas que sobre este punto se pasaron estando yo encargado del mi-
nisterio de Negocios extranjeros, y teniendo muy presente la situacion de nuestras pro-
vincias y de nuestra tesorería, dije al Ministro que el Rey, mi amo, reconocia las grandes
erogaciones que la guerra de España ocasionaba al erario de Francia, pero que veia con
mucho dolor y sentimiento suyo ser imposible alcanzasen nuestros medios y nuestros re-
cursos á libertarlo de esta carga; que las rentas ordinarias habian sido hasta ahora casi
nulas, asi porque no hablan podido recaudarse sino en muy reducidos distritos sojuzga-
dos, como porque áun en éstos las contínuas incursiones de los insurgentes y las partidas
de bandidos habian inutilizado los esfuerzos y diligencias de los administradores y co-
bradores; que en muchas partes los mismos generales y jefes de las tropas francesas ha-
bian servido de obstáculo al recobro de loa derechos reales, en lugar de auxiliarlo; que las
provincias estaban arruinadas con las suministraciones de toda especie que habian teni-
do que hacer para la subsistencia, trasportes y hospitalidades de las tropas francesas, y
con la cesacion de todo tráfico de unos pueblos con otros; que cuantos fondos han podido
juntarse, así por los impuestos antiguos como por los arbitrios y medios que se han exco-
gitado, han sido destinados con preferencia á las necesidades del ejército frances, distra-
yendo únicamente algunas cortas sumas para la guardia real, la cual casi siempre ha es-
tado en crecidos descubiertos; para la lista civil de S. M, que no ha sido pagada sino en
una muy corta parte, y para otras atenciones urgentísimas, de modo que ni se tan pagado
viudedades, ni pensiones, ni sueldos de retirados, y muchas veces ni los de los empleados
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CONDE DE TORENO
más necesarios, pues ha habido ocasion en que los ministros mismos han estado durante
cinco meses sin recibir los suyos por ocurrir á los gastos de las tropas.
» En cuanto á los recursos de que se supone haberse podido echar mano, achacan-
do á impericia, falta de energía ó excesiva contemplacion del Gobierno para con los pue-
blos el no haberse así ejecutado, he dicho al Ministro que se han puesto en práctica cuan-
tas han permitido las circunstancias; que es preciso no perder de vista, para juzgarnos,
las circunstancias en que nos hemos hallado; esto es, que eran pocas las provincias so-
metidas, y muy rara, ó ninguna, la administrada con libertad; que se han exigido contri-
buciones extraordinarias y empréstitos forzados donde se ha creido posible, venciendo
no pequeños obstáculos; que habia sido necesario no vejar ni apurar hasta el extremo las
provincias sometidas, para conservarlas en su fidelidad, y no dar á las que estaban en in-
surreccion una mala idea de la suerte que las esperaba en el caso de su rendicion; que
habrian podido efectivamente sacarse más contribuciones, como lo hacen los generales
franceses en las provincias que están administrando, pero que nunca hubieran produci-
do lo suficiente á cubrir todos los gastos del ejército, especialmente demorándose éste dos
años y medio ó más en los mismos parajes; que estas contribuciones no podrian repetirse,
como lo enseñará la experiencia en Castilla y Leon, porque en las primeras se agota todo
el numerario existente y no se ve el modo de que prontamente vuelva á la circulacion, so-
bre todo cuando las tropas están en movimiento, y la caja militar desembolsa sus fondos
en distritos distantes de donde los ha recogido; que S. M. I. se convencerá de la imposibi-
lidad de juntar los caudales que sufraguen á todos los dispendios de la guerra, por lo que
sucede en las provincias que están confiadas á la administracion de generales franceses,
quienes no podrán ser culpados ni de indolencia, ni de demasiado miramiento para con
los pueblos, ántes bien es de temer se valgan de durezas y violencias que ningun gobier-
no del mundo puede ejercer para con sus propios súbditos, aquellos con quienes ha de vi-
vir, y cuya proteccion y amparo es su primer deber; y que lo que haya sucedido en Lérida
tal vez no podrá servir de ejemplo en otras partes, porque, segun he sabido aquí, en aque-
lla plaza, creyéndose muy dificil su conquista, se habia depositado el dinero y alhajas de
muchos pueblos é iglesias, ademas de que todavía no se sabe que haya podido satisfacer
toda la cantidad que se le ha impuesto.
» Hice presente al Ministro que en Andalucía se habian exigido algunas contribucio-
nes de que yo tenia noticia, pues en Granada, no obstante haberse entregado sin hacer la
menor resistencia, se pidieron cinco millones de reales con el nombre de préstamo forza-
do, y en Málaga mucho mayor cantidad, parte de la cual me acuerdo haberse aplicado á la
caja militar del cuarto cuerpo; que por haberme hallado ausente de Sevilla al tiempo de
su rendicion, no sé con exactitud lo que allí se hizo; pero estoy cierto de que se secues-
traron, con intervencion de las autoridades francesas, los efectos ingleses encontrados en
aquella ciudad, y que lo mismo se hizo tambien en Málaga; que siempre los primeros cál-
culos del valor de géneros aprehendidos suelen ser muy abultados, como oí haber sucedi-
do en Málaga á la entrada del general Sebastiani, y no será mucho que el concepto forma-
do por S. M. I. sobre el importe de los de Sevilla estribe en las primeras relaciones exage-
radas que llegarían á su noticia.
» Como estoy bien Informado de las diligencias activas que se han practicado para
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LIBRO UNDÉCIMO (1808)
recoger la plata de las iglesias, y de las resultas que esta operacion ha tenido, me hallé en
estado de decir al Ministro que este arbitrio no se habia descuidado; que no sólo se habia
procurado recoger y llevar directamente á la casa de la moneda todas las alhajas de plata
y oro encontradas en los conventos suprimidos, sino tambien las que pertenecian á Igle-
sias, catedrales, parroquiales y de monjas de todo el reino, dejando en ellas solamente los
vasos sagrados indispensables para el culto; que este arbitrio no habia sido tan cuantioso
y preductivo como se podria suponer, y nosotros mismos lo esperábamos: primero, porque
todas las iglesias por donde habian transitado las tropas francesas habian sido saquea-
das y despojadas; segundo, porque las partidas de insurgentes ó bandidos habian hecho
otro tanto en los pueblos que habian ocupado ó recorrido; y tercero, porque la plata do las
iglesias, vista en frontales, nichos ó imágenes, aparece de gran valor y riqueza, y cuando
va á recogerse y fundirse, se halla generalmente que es una hoja delgada, dispuesta sólo
para cubrir la madera que sirve de alma; y que este recurso, tal cual ha sido, y todos los
otros que se han adoptado, son los que han dado los fondos con que se ha podido atender
á las obligaciones imprescindibles de la tesorería, entre las cuales se ha contado siempre
con preferencia la subsistencia, la hospitalidad y demas gastos de la tropa francesa.
» Sobre el mucho numerario que se piensa debe haber en circulacion dentro de Es-
paña, por el que han introducido los franceses y los ingleses y el que ha venido de Amé-
rica, he asegurado al Ministro que no se nota todavía semejante abundancia, sea que la
mayor parte va á parar á los muchos cantineros y vivanderos franceses que siguen al ejér-
cito, sea que, por otra parte, está diseminada entre nuestros vendedores de comestibies y
licores, ó sea, principalmente, porque la moneda de cuño español haya desaparecido en
el tiempo del gobierno insurreccional, en pago de armamentos, vestuarios y otros efectos
recibidos del extranjero, especialmente de los ingleses, y de géneros que el comercio ha
introducido. Confieso que en esta parte carezco de nociones bastante exactas, y que só-
lo me he gobernado por los clamores y señales bien evidentes de pobreza que he presen-
ciado por todas partes.
» Para satisfacer plenamente sobre el cargo ó queja de que los fondos de nuestra te-
sorería no se han aplicado con preferencia á los gastos militares, y se han empleado en
prodigalidades y objetos de lujo, yo habria querido tener un estado que demostrase la in-
version que se ha dado á todos los caudales introducidos en tesorería desde que el Rey
está en España, y creo que no seria muy dificil el que se me enviase esta noticia. Entón-
ces veria esta córte qué cantidades se habian destinado á la guerra, y cuáles eran las que
se habian distraido á superfluidades y á lujo. Entre tanto, no comprendiendo yo qué era
lo que se queria calificar de prodigalidad y lujo, pues el Rey, nuestro señor, no ha estado
en el caso de hacer gastos excesivos con su lista civil, de que no ha cobrado, segun creo,
ni la mitad, y más presto ha carecido de lo que pide el decoro y el esplendor de la majes-
tad, pude entender por las explicaciones del Ministro que se hacia principalmente alu-
sion á las gratificaciones que S. M. ha distribuido á algunos de sus servidores, tanto mi-
litares como civiles. En esta inteligencia, expuse que estas gratificaciones, hechas con el
espíritu que se hacen todas de premiar servicios y estimular á que se ejecuten otros, en
ninguna manera habian minorado los fondos de la tesorería aplicables á la guerra; pues
habiendo consistido en cédulas hipotecarias, sólo útiles para la adquisicion de bienes na-
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CONDE DE TORENO
cionales, no podian servir para la paga del soldado ni otros dispendios que precisamente
piden dinero efectivo. Á esto me repuso el Ministro que pues las cédulas hipotecarias te-
nian un valor, este valor podia reducirse á dinero. Y mi contestacion fué que por el pron-
to, y hasta que, establecida plenamente la confianza en el Gobierno, se multipliquen las
ventas de bienes nacionales, las cédulas se puede decir que no tienen un valor en nume-
rario por la grande pérdida que se hace en su reduccion; pero que no se ha omitido el ar-
bitrio de la enajenacien de bienes para ocurrir á los gastos del dia, entre los cuales siem-
pre los de guerra se han mirado como los primeros; ántes bien, para poder conseguir por
este medio algun fondo disponible, se han concedido ventajas á los que hicieran compras
pagando una parte en efectivo; y así las cédulas hipotecarias dadas por gratificacion, in-
demnizacion ú otro título no han quitado el recurso que por el pronto los bienes naciona-
les podian ofrecer á la tesorería.
» Acerca de estados mayores, que se suponen numerosos y costosos, he dicho al Mi-
nistro que á mi juicio habian informado mal á S. M. I.; que yo no creia que el Rey hubie-
se nombrado más generales y oficiales de estado mayor que los que eran precisos, ni ad-
mitido de los antiguos más que aquellos que en justicia debian serlo, por haber abrazado
el partido de S. M. y haberse mantenido fieles en él; y que estos últimos no habian consu-
mido hasta ahora fondos de la tesorería, pues yo dudaba que á ninguno se le hubiese sa-
tisfecho todavía sueldo. Tambien en este punto habria yo deseado hallarme más exacta-
mente instruido, porque estoy en el concepto de que ha habido mucha exageracion en lo
dicho al Emperador. Una relacion por menor de todos los estados mayores, que me pare-
ce no seria dificil formase el ministerio de la Guerra, desvaneceria la mala impresion que
puede haber en este particular.
» La opinion de que los regimientos y cuerpos españoles son perjudiciales porque
desertan y van á engrosar el número de los enemigos, despues de ocasionar dispendios al
erario, está aquí bastante válida, y de consiguiente se mira como prematura la formacion
de ellos. Yo he representado al Ministro que ninguna medida era más necesaria y política
que ésta, porque no hay gobierno que pueda existir sin fuerza; que aunque es cierto que
al principio hubo mucha desercion, nunca fué tan absoluta ó completa como se ponde-
ra; que cada vez ha ido siendo menor á medida que el espíritu público ha ido cambiando,
y extendiéndose la reduccion de las provincias; que actualmente es de esperar que será
muy corta ó ninguna, pues casi han desaparecido las masas grandes de insurgentes que
tomaban el nombre de ejércitos, y sólo quedan las partidas de bandidos, que ofrecen po-
co atractivo á los que estén alistados bajo las banderas reales; que los cuerpos españoles,
empleados en guarniciones, dejarian expeditas las tropas francesas para las operaciones
de campaña, como lo deseaban los generales franceses, lamentándose de haber de tener
diseminados sus cuerpos para conservar la tranquilidad en las provincias ya sometidas.
El Ministro pareció dudar de que hubiese generales franceses que conviniesen en la utili-
dad de la formacion de cuerpos españoles, al paso que creia aprobaban la de guardias cí-
vicas. Como yo sé positivamente que hay generales, y de mucha nota, que no sólo opinan
por la ereccion de cuerpos regulares, sino que la promueven y persuaden con ahínco, pu-
de afirmar y sostener mi proposicion. Pero yo desearia, por la importancia de este asun-
to, que los mismos generales hiciesen saber aquí su modo de pensar con los sólidos fun-
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damentos en que lo pueden apoyar; porque nosotros no merecerémos en esta parte mucho
crédito, y acaso, acaso, inspirarémos sospechas de mala naturaleza.
» Sólo resta hablar de la sobrada bondad con que se dice haber tratado el Rey á los
del partido contrario, concediéndoles gracias y ventajas. Yo quise explicar al Ministro las
resultas favorables que habia producido da amnistía general acordada á las Andalucias
cuando el Rey penetró por la Sierra-Morena; cómo su benignidad le ganó el corazon de
los habitantes de aquellas provincias, y le facilitó la ocupacion de ellas sin derramamien-
to de sangre, y con cuánta facilidad y prontitud terminó una campaña que habria sido la
más gloriosa posible sin la desgraciada resistencia de Cádiz, fomentada por los ardides y
por el oro de los ingleses; pero el Ministro hizo recaer el exceso de la bondad de S. M. so-
bre algunos individuos que, habiendo seguido el partido contrario, obtuvieron mercedes
y empleos en su real servicio. Dije entónces ser pocos les que se hallaban en este caso,
y que éstos eran sujetos notables por sus circunstancias y por el papel que habian hecho
entre los insurgentes; que S. M. estimó conveniente hacer estos ejemplares para inspirar
confianza en los que todavía vacilaban sobre prestarle su sumision, y no ha tenido motivo
hasta ahora de arrepentirse de haberlos colocado en los puestos que ocupan; que por to-
dos medios se procuró debilitar la fuerza de los insurgentes, y no fué el ménos oportuno el
admitir al servicio de S. M. los generales y oficiales que voluntariamente quisiesen entrar
en él, haciendo el correspondiente juramento de fidelidad; y que si esto ha desagradado
á algunos de los antiguos partidarlos del Rey, es un egoismo indiscreto, que no ha debido
estorbar la grande obra de reunir la nacion.
» He referido á V. E. lo que se trató en mi conferencia con el señor Duque de Cadore.
Nada hablé yo ni sobre el número de tropas francesas empleadas en la guerra de España,
ni sobre la cantidad de dinero que ha enviado el Tesoro de Francia á este reino, ni sobre
algunos otros puntos que tocó el Ministro, porque no tenia datos seguros sobre ello, ni creí
que debian ser materia de discusion. Tenga V. E, la bondad de trasladarlo todo á S. M. pa-
ra su soberana inteligencia, é indicarme lo que conforme á su real voluntad deberé añadir
ó rectificar en ocasiones sucesivas sobre estas mismas materias. No será mucho que á mi
se me hayan escapado no pocas reflexiones propias á probar la regularidad, la prudencia
y las sábias miras con que S. M. ha procedido en los particulares que han dado motivo á
los reparos y observaciones que de órden del Emperador se me han puesto por delante.
» Durante la conversacíon con el Ministro, tuve ocasion de leerle la carta que el Sr.
Ministro de la Guerra me remitió, escrita por el intendente de Salamanca en 24 de Mar-
zo último, haciendo una triste pintura del estado en que se hallaba aquella provincia, y
de las dificultades que ocurrían para hacer efectivas las contribuciones impuestas por el
mariscal Duque de Elchingen. Y ántes de levantar la sesion, le leí tambien la carta que
el Regente del Concejo de Navarra dirigió al Sr. Ministro Secretario de Estado, con fe-
cha de 30 de Abril, quejándose de la conducta que habia tenido el gobernador Mr. Du-
four, instigando al Consejo de Gobierno, erigido por él mismo á que hiciera una repre-
sentacion ó acto incompatible con la soberanía del Rey. Sobre esto, sin aprobar ni des-
aprobar el hecho de Mr. Dufour’ se me dijo solamente que los gobiernos establecidos en
Navarra y otras provincias eran unas medidas militares. Volveré á tratar más de propósi-
to de este asunto luégo que tenga oportunidad. Dios guarde á V. E. muchos años.— París,
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litar de cualquiera ejército á que quisiese ir, se va á formar uno en Madrid y sus cerca-
nías, que estará á sus inmediatas órdenes; pero todavía nada ha resucito S. M. I. sobre la
abolicion de los gobiernos militares, y restitucion á V. M. de la administracion civil. So-
bre esto instamos mucho, conociendo que es el punto principal y más urgente. Nos ha di-
cho tambien el Príncipe que ha comunicado órdenes muy estrechas, dirigidas á impedir
las dilapidaciones de los generales franceses, y que se examine la conducta de algunos
de ellos, como Barthélemy.
El Duque de Cadore, en una conferencia que tuvimos el miércoles, nos dijo expresa-
mente que el Emperador exigia la cesion de las provincias de más acá del Ebro, por in-
demnizacion de lo que la Francia ha gastado y gastará en gente y dinero para la conquis-
ta de España. No se trata de darnos el Portugal en compensacion. Nos dicen que de esto
se hablará cuando esté sometido aquel país, y que áun entonces es menester consultar la
opinion de sus habitantes, que es lo mismo que rehusarlo enteramente. El Emperador no
so contenta con retener las provincias de más acá del Ebro; quiere que le sean cedidas.
No sabemos si desistirá de esto, como lo procuramos. Quedo con el más profundo respe-
to, etc.— (Sacada de la correspondencia manuscrita de D. Miguel José de Azanza, nom-
brado por el rey José duque de Santafé.)
Entre las cartas cogidas por los guerrilleros habia algunas en cifra; las hemos leido
descifradas en dicha correspondencia del señor Azanza, y nada añaden de particular.
(10) París, 18 de Mayo de 1810. Excmo. Sr.— Es imponderable la impresion que han
hecho en Francia las noticias publicadas en el Monitor sobre la aprehension del emisa-
rio inglés, Baron de Kolly, en Valencey, y las cartas escritas por el Príncipe de Asturias.
Cuando yo entré en Francia, en todos los pueblos se hablaba de esto; el vulgo ha dedu-
cido mil consecuencias absurdas. Lo que se cree por los más prudentes es que Kolly fué
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enviado de aquí, donde residió muchos años, para ofrecer sus servicios á la córte de Lón-
dres, y que consiguió engañarla perfectamente. El Príncipe, por este medio, se ha des-
acreditado y hecho despreciable más y más para con todos los partidos. Se cree, no obs-
tante, que el Emperador piensa en casarle, y que tal vez será con la hija de su hermano
Luciano. El prefecto de Blois, que ha estado muchos dias en Valencey, me ha dicho que
esto es verosimil, y que él mismo ha visto una carta escrita recientemente por el Empera-
dor al Príncipe en términos bastante amistosos, y asegurándole que le cumpliria todas las
ofertas hechas en Bayona. El Príncipe insta por salir de Valencey, y pide que se le dé al-
guna tierra, aunque sea hácia las fronteras de Alemania, léjos de las de España é Italia, y
da muestras de sentir y desaprobar lo que se hace en España á nombre suyo ó con pretex-
to de ser á su favor.— EL DUQUE DE SANTAFÉ.— Sr. Ministro de Negocios extranjeros, (Sa-
cada de la correspondencia manuscrita del Sr. Azanza.)
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Barba del Puerco, hubo, entre cuatro compañías suyas y unos 600 fran-
ceses que cruzaron el puente de San Felices, un reñido choque, en el
que, si bien sorprendidos al principio los aliados, obligaron, no obstan-
te, en seguida á los enemigos á replegarse á sus puestos. Unióse en Ma-
yo á la vanguardia inglesa la division española de D. Martín de la Carre-
ra, apostada ántes hácia San Martín de Trevejos.
Viniendo sobre Ciudad-Rodrigo, apareciéronse los franceses el 25
de Abril via de Valdecarros, y establecieron sus estancias desde el ce-
rro de Matahijos hasta la Casablanca. Descubriéronse igualmente grue-
sas partidas por el camino de Zamarra, y continuando en acudir hasta
Junio tropas de todos lados, llegáronse á juntar más de 50.000 hombres,
que se componian de los ya nombrados sexto y octavo cuerpos y de una
reserva de caballería, que guiaban el mariscal Ney y los generales Ju-
not y Mont-Brun. El primero habia vuelto de Francia y tomado el mando
de su cuerpo, con la esperanza de ser el jefe de la expedicion de Portu-
gal. Por demas hubiera sido emplear tal enjambre de aguerridos solda-
dos contra la sola y débil plaza de Ciudad-Rodrigo, si no hubiera estado
cerca el ejército anglo-portugues.
Tuvo el sexto cuerpo el inmediato cargo de ceñir la plaza; situóse el
octavo en San Felices y su vecindad; se extendió la caballería por am-
bas orillas del Águeda. Pasóse el mes de Mayo en escaramuzas y cho-
ques, distinguiéndose varios oficiales, y sobre todos D. Julian Sanchez.
Maravillóse de las buenas disposiciones y valor de éste el comandan-
te de la brigada británica Crawfurd, que desde Gallegos habia pasado
á Ciudad-Rodrigo, á conferenciar con el Gobernador. Era el 17 de Ma-
yo, y de vuelta á su campamento escoltaba al inglés Sanchez, cuando se
agolpó contra ellos un grueso trozo de enemigos. Juzgaba Crawfurd pru-
dente retroceder á la plaza; mas D. Julian, conociendo el terreno, disua-
diólo de tal pensamiento, y con impensado arrojo, acometiendo al ene-
migo en vez de aguardarle, le ahuyentó, y llevó salvo á sus cuarteles al
general inglés.
Intimaron el 12 de nuevo los franceses la rendicion, y Herrasti, sin
leer el pliego, contestó que excusaban cansarse, pues ahora no trataria
sano á balazos.
Los enemigos, despues de haber echado dos puentes de comunica-
cion entre ambas orillas y completado sus aprestos, avivaron los trabajos
de sitio al principiar Junio.
El 6 verificaron los cercados una salida, mandada por el valiente ofi-
cial D. Luis Minayo, que causó bastante daño á los franceses, é hicieron
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to del general aliado. Convino Herrasti, mas Ney, sin cumplir lo ofrecido
por su parlamentario, renovó el fuego y adelantó sus trabajos hasta 60
toesas de la plaza.
Descontento el mariscal Massena con el modo adoptado para el ata-
que, mejoróle y trazó dos ramales nuevos hácia el glácis y enfrente de
la poterna del Rey, rematándolos en la contraescarpa del foso de la fal-
sabraga. Desde allí socavaron sus soldados unas minas para volar el te-
rreno y dar proporcion más acomodada al pié de la brecha. Contuvié-
ronlos algun tanto los nuestros, y los ingenieros, bien dirigidos por el
teniente coronel D. Nicolas Verdejo, abrieron una zanja y practicaron
otros oportunos trabajos, contrarestando al mismo tiempo la plaza con
todo género de proyectiles los esfuerzos de los enemigos.
En el intermedio, en vano éstos habian acometido repetidas veces el
arrabal de San Francisco. Constantemente rechazados, sólo lo ocuparon
el 3 de Julio, en que los nuestros, para reforzar los costados de la brecha,
lo habian ya evacuado, excepto el convento de Santo Domingo.
El Gobernador, siempre diligente, velaba por todas partes, y el 5 ideó
una salida, á cargo de los capitanes D. Miguel Guzman y D. José Roble-
do, cuyas resultas fueron gloriosas. Empezaron los nuestros su acometi-
da por el arrabal del Puente, y despues, corriéndose al de San Francisco
por la derecha del Convento de Santo Domingo, sorprendieron á los ene-
migos, les mataron gente y destruyeron muchos de sus trabajos.
Con esto, enardecidos los españoles, cada dia se empeñaban más en
la defensa. Sustentábalos tambien todavía la esperanza de que viniese
á su socorro el ejército inglés, no pudiendo comprender que los jefes de
éste, tan numeroso y tan inmediato, dejasen á sangre fria caer en poder
de los franceses plaza que se sostenia con tan honroso denuedo. Salió,
no obstante, fallida su cuenta.
Las baterías enemigas crecieron grandemente, y el 8 algunas de ellas
enfilaban ya nuestras obras. La brecha abierta en la falsa braga y en la
muralla alta de la plaza ensanchóse hasta 20 toesas, con lo que, y noti-
cioso el Gobernador de que los ingleses, en vez de aproximarse, se aleja-
ban, resolvió el 10 capitular, de acuerdo con todas las autoridades.
A la sazon preparábanse los enemigos á dar el asalto, y tres de sus
soldados arrojadamente se habian ya encaramado para tantear la bre-
cha. Enarbolada por los nuestros bandera blanca, salió de la plaza un
oficial parlamentario, quien, encontrándose con el mariscal Ney, volvió
luégo con encargo de éste de que se presentase el Gobernador en perso-
na, para tratar de la capitulacion. Condescendió en ello Herrasti, y Ney,
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(1) Portugal was reduced to the condition of a vassal state. (History of the war in te pe-
ninsula, by W. F. P. Napier, vol. III, pág. 372.)
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nicos solian ser eficaces para el éxito final de la buena causa, producian
por el momento incalculables males, poco sentidos por extranjeros, que
sólo miraban los campos lusitanos como teatro de guerra, y desoían los
clamores de un país que no era su patria.
Lord Wellington, para hacer frente á tantas dificultades, y no abru-
mado con la grave carga que pesaba sobre sus hombros, desplegó
asombrosa firmeza y se mostró invariable en sus determinaciones. Mi-
nistróle gran sostenimiento la suprema autoridad de que estaba pro-
veido, y los socorros y dinero que la Inglaterra profusamente derrama-
ba en Portugal.
De antemano habia lord Wellington meditado un plan de defensa y
elevádole al conocimiento del gobierno británico, despues de examinar
detenidamente los medios económicos y militares que para ello deberian
emplearse. Extendió su dictámen en un oficio dirigido á lord Liverpool,
obra maestra de prevision y maduro juicio. El gabinete inglés, descora-
zonado con la paz de Austria y el desastrado remate de la expedicion de
Walcheren, habia vacilado en si continuaría ó no protegiendo con es-
fuerzo la causa peninsular; pero arrastrado de las razones de Wellington,
apoyadas con elocuencia y saber por su hermano, el Marqués de Welles-
ley, miembro ahora de dicho gabinete, accedió al fin á las propuestas del
general británico. Segun ellas, debiendo aumentarse el ejército anglo-
portugues, tenian que ser mayores los gastos y que concederse nuevos
subsidios al gobierno de Lisboa.
Aprobado, pues, en Lóndres el plan de Wellington, en breve con-
tó éste con una fuerza armada bastante numerosa. Habia en la Penínsu-
la, no incluyendo los de Gibraltar, cerca de 40.000 ingleses, y dejando
aparte los enfermos y los cuerpos que contribuian á guarnecer á Cádiz,
quedábanle por lo ménos al general británico de 26 á 27.000 hombres
de su nacion. Dividíase la gente portuguesa en reglada, de milicias y en
ordenanzas, las últimas mal pertrechadas y compuestas de paisanaje.
Los estados que de toda la fuerza se formaron tuviéronse por muy exa-
gerados, y segun un cómputo prudente, no pasaba la milicia arriba de
26.000 hombres, y el ejército de 30.000. No es fácil enumerar con pun-
tualidad la fuerza real de las ordenanzas. Por manera que casi al comen-
zarse la campaña hallábanse ya bajo el mando de lord Wellington unos
80.000 hombres, bien mantenidos, armados y dispuestos, con los que,
apoyados por las ordenanzas, ó sea la poblacion, debia defenderse el rei-
no de Portugal.
El subsidio con que á éste acudia la Gran Bretaña llegó á ascender
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ágrio y desigual del terreno. El general Crawfurd, que se hallaba allí, to-
mó en esta ocasion atinadas disposiciones. Dejó acercarse al enemigo, y
á poca distancia rompió contra sus filas vivísimo fuego, cargándole des-
pues á la bayoneta por el frente y los costados. Precipitáronse los france-
ses por aquellas hondonadas, perdieron mucha gente y quedó prisionero
el general Simon. Ganaron despues los ingleses á viva fuerza el pueble-
cito que habian al principio ocupado sus contrarios. Lo recio de la pelea
duró poco; el enemigo no insistió en su ataque, y se pasó lo que resta-
ba del dia en escaramuzas y tiroteos. Perdieron los franceses unos 4.000
hombres, murió el general Graindorge, y fueron heridos Foy y Merle. De
los aliados perecieron 1.300, ménos que de los otros, á causa de su di-
versa y respectiva posicion.
Convencido el mariscal Massena do las dificultades con que se tro-
pezaba para apoderarse de la sierra por el frente, trató de salvarla po-
niéndose en franquia por la derecha, y obligando de este modo á los in-
gleses á abandonar aquellas cumbres, ya que no pudiese sorprenderlos
por el flanco y escarmentarlos. Lo difícil era encontrar un paso, mas al
fin consiguió averiguar de un paisano que desde Mortagao partia un ca-
mino al traves de la sierra de Caramula, el cual se juntaba con el que
de Oporto va á Coimbra. Contento el mariscal frances con tal descu-
brimiento, decidió tomar prontamente aquella via, y disfrazó su resolu-
cion manteniendo el 28 falsos ataques y escaramuzas. Miéntras tanto fué
marchando á la desfilada lo más de su ejército, y hasta en la tarde no ad-
virtieron los ingleses el movimiento de sus contrarios.
No les era ya dado el estorbarlo, por lo que desampararon á Busa-
co ántes del alborear del 29. Hill repasó el Mondego, y por Espinhal se
retiró sobre Tomar; hácia Coimbra y la vuelta de Meallada, Wellington,
con el centro y la izquierda. Cubria la retaguardia la division ligera de
Crawfurd, á la que se unió la caballería.
Los franceses, despues de cruzar la sierra de Caramilla, llegaron el
mismo dia 28 á Boyalvo, sin encontrar ni un solo hombre. El coronel
Trant se hallaba á una legua, en Sardao, adonde habia venido desde San
Pedro de Sul, pero con poca gente. Las partidas enemigas le arrojaron
fácilmente mas allá del Vouga.
Por la relacion que hemos hecho do la accion de Busaco aparece cla-
ro que con ella no se alcanzó otra cosa que el que brillase de nuevo el
valor británico y se adquiriese mayor confianza en las tropas portugue-
sas, las cuales pelearon con brío y buena disciplina. Pero no se recogió
ninguno de aquellos importantes frutos por los que un general aventura
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de grado una batalla. Ni siquiera habia los motivos que para ello asistian
durante los sitios de Ciudad-Rodrigo y de Almeida. Y hasta la prudencia
de lord Wellington falló en esta ocasion, dejando un portillo, por donde
no sólo se metieron los franceses, sino que tambien por él pudieron en-
volver al ejército aliado, ó á lo ménos flanquearle con gran menoscabo.
En vano se alega en disculpa haber mandado Wellington que avanzase
el coronel Trant con la milicia; la escasa fuerza y la índole bisoña de esta
tropa no hubiera podido detener, cuanto ménos rechazar, las numerosas
huestes de Massena. Tan cierto es que de un hilo cuelga la suerte de las
armas, áun gobernadas por generales los más advertidos.
Puesto el mariscal frances en Boyalvo, marchó sobre Coimbra. En
aquel tránsito no estaba el país tan destruido y talado como hasta Busa-
co. No se cumplieron allí rigurosamente las disposiciones de Wellington,
parte por creerse lejano el peligro, parte tambien porque á la Regencia
portuguesa, gobierno nacional, no le era lícito llevar á efecto órdenes tan
duras con la misma impasibilidad y fortaleza que al brazo de hierro de
un general que, aunque aliado, era extranjero.
Hubo, por tanto, en Coimbra desbarato y confusion, y si bien los ve-
cinos desampararon la ciudad, con la precipitacion se dejaron víveres y
otros recursos al arbitrio del enemigo. No le aprovecharon, sin embargo,
á éste: Junot, á pesar de órdenes contrarias del general en jefe, permitió,
ó no pudo impedir, el pillaje.
De aquí nació que agolpándose muchedumbre de poblacion fugiti-
va de aquella ciudad y otras partes á los desfiladeros que van á Con-
deixa, hubo de comprometerse la division de Crawfurd, que cubria la re-
tirada del ejército aliado, porque, detenida en su marcha, se dió lugar á
que se aproximasen los jinetes enemigos. A su vista suscitóse gran des-
orden, y si hubieran venido asistidos de infantería, quizá hubiesen des-
trozado á Crawfurd. Éste consiguió, aunque á duras penas, poner en sal-
vo su division.
Lo apacible del tiempo habia favorecido en su retirada á los ingleses;
abundaban en provisiones, y no obstante cometieron excesos, á punto
de robar sus propios almacenes. El cuartel general se estableció en Lei-
ria el 2 de Octubre, y creciendo la perturbacion y las demasías, hubié-
ranse quizá repetido en compendio las escenas deplorables del ejército
de Moore, á no haber lord Wellington reprimido el desenfreno con cas-
tigos ejemplares y con vedar que los regimientos más díscolos entrasen
en poblado.
El saqueo de Coimbra, y sus desórdenes, impidieron tambien por su
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y Astúrias, quiso poner remedio á tan repetidas desgracias, hijas las más
de descuido en algunos jefes y de mala inteligencia entre ellos, y meditó
un plan para desembarazar de enemigos el principado. Envió, pues, 600
hombres que reforzasen la division gallega, mandó que ésta partiese á
Salime y comunicase con Bárcena, y ademas destacó del grueso del ejér-
cito de Galicia, que estaba en el Vierzo, un trozo de 1.500 hombres, al
cargo de D. Estéban Porlier, el cual, cruzando el puerto de Leitariegos,
debia obrar mancomunadamente con las fuerzas de Astúrias. Al propio
tiempo el otro Porlier (D. Juan Diaz) estaba destinado á llamar, con la
infantería de su cuerpo franco, la atencion de los franceses del lado de
Santander, embarcándose á este propósito en Ribadeo á bordo y escolta-
do de cinco fragatas inglesas.
Semejante plan hubiera podido realizarse con buen éxito si Mahy,
usando de su autoridad, hubiera hecho que todos los jefes concurrie-
sen prontamente á un mismo fin. Porlier dió la vela de Ribadeo, diri-
giendo la expedicion marítima el comodoro inglés Roberto Mends. Ama-
garon los aliados varios puntos de la costa y tomaron tierra en Santoña,
puerto que, bien fortificado, hubiera sido en el norte de España un abri-
go tan inexpugnable como lo eran en el mediodía las plazas de Gibral-
tar y Cádiz. Tal deseo asistía á Porlier; pero su expedicion, puramente
marítima, no llevaba consigo los medios necesarios para fortificar y po-
ner en estado de defensa un sitio cualquiera de la marina. Desembarcó,
sin embargo, en varios parajes ademas de Santoña, cogió 200 prisione-
ros, desmanteló las baterías de la costa, alistó en sus banderas bastan-
tes mozos del país ocupado, y felizmente tornó á la Coruña con la expe-
dicion el 22 de Julio.
Repitió este activo é infatigable jefe otra tentativa del mismo género
el 3 de Agosto, y aportó á la ensenada de Cuevas, entre Llánes y Riba-
desella. Dirigióse á Pótes, deshizo en las montañas de Santander algu-
nas partidas enemigas, y retrocediendo á Astúrias, obró de consuno con
D. Salvador Escandon y otros jefes de guerrillas, que lidiaban al orien-
te del principado.
Bárcena, por su parte, tambien avanzó, y el 15 de Agosto tuvo en Li-
nares de Cornellana un reencuentro con los franceses. Siguiéronse otros,
y parecia que pronto se verla Oviedo libre de enemigos, favoreciendo
las empresas de la tropa reglada las alarmas de varios concejos, nom-
bre que, como dijimos, se daba al paisanaje armado de la provincia. Pe-
ro no fué así: cuando unos jefes avanzaban, se retiraban otros, y nunca
se llevó á cabo un plan bien concertado de campaña. Teníase, si, en so-
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priesa á frustrar tales intentos. Y así, al paso que el general Girard bus-
caba á Lacy hácia el frente, destacó el mariscal Victor tropas del primer
cuerpo por el lado de Poniente, y Sebastiani otras del cuarto por el de
Levante. De manera que temeroso D. Luis Lacy de ser envuelto, se tras-
ladó á la fuerte posicion de Casares, embarcándose despues en Estepo-
na y Marbella. Tomó á poco tierra en Algeciras, y tornando á San Roque,
se corrió otra vez á la banda de Marbella, á fin de alentar y socorrer la
guarnicion de aquel castillo, que, bajo el mando de D. Rafael Cevallos
Escalera, burló diversas tentativas que para ocuparle hizo el enemigo.
Don Francisco Javier Abadía, comandante de San Roque, aunque asis-
tido de escasa fuerza, cooperó igualmente á los movimientos de Lacy, y
llamó por Algeciras la atencion de los franceses.
Pero al fin, agolpándose éstos en gran número á la sierra, se reembar-
có la expedicion, y regresó á Cádiz el 22 de Julio. No se sacó de ella más
ventajas que la de molestar á los enemigos y divertirlos de otras opera-
ciones, particularmente de las que intentaban en Extremadura, tan co-
nexas con las de Portugal. Poca ó mala inteligencia entre las tropas de
línea y los paisanos desfavoreció la empresa. Para aquéllas había oscu-
ra gloria y mucho trabajo en la guerra de partidarios, única que convenía
en la sierra; no así para los otros, habituados á tales peleas, y cuya am-
bicion de fama estaba satisfecha con que se pregonasen sus hazañas en
el egido de sus pueblos.
Ni un mes se pasó sin que el mismo D. Luis Lacy, con otra expedi-
cion, saliese de Cádiz, llevando rumbo opuesto al anterior de Ronda, esto
es, al condado de Niebla. En dicha comarca proseguía el general Copons
entreteniendo al enemigo, que, bajo el mando del Duque de Aremberg,
hacia con una columna móvil excursiones en el país y le molestaba.
La Junta de Sevilla contribuia desde Ayamonte al buen éxito de las
operaciones de Copons, y oportunamente formó de la isla llamada Cane-
la, en el Guadiana, un lugar de depósito, resguardado de los ataques re-
pentinos del enemigo. En breve aquel terreno, ántes arenoso y desierto,
se convirtió en una poblacion donde se albergaron muchas familias, re-
fugiándose á veces los habitantes de aldeas enteras y villas invadidas.
Construyéronse allí barracas, almacenes, pozos, hornos, y se fabricaron
en sus talleres monturas, cartuchos y otros pertrechos de guerra. Al fin
fortificáronse tambien sus avenidas, de manera que se hizo el punto ca-
si inexpugnable.
Constaba la expedicion de Lacy de unos 3.000 hombres, y escoltába-
la fuerza sutil, española é inglesa, al mando, la primera de D. Francis-
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órdenes del comandante Bielsa; entre los otros el coronel D. José de Vi-
llalobos.
Cuando Blake se incorporó al ejército, se hallaba éste repartido en
Murcia, Elche, Alicante, Cartagena y pueblos de los contornos; algunos
batallones estaban destacados en la Mancha, sierra de Segura y fronte-
ra de Granada, en donde permanecia la caballería, extendiéndose has-
ta cerca de Huéscar.
Fijó la idea de Blake la atencion de los franceses, y desde luégo re-
solvió Sebastiani hacer otra excursion la vuelta de Murcia, lisonjeándo-
se que de ella saldria tan airoso como la vez primera, y áun tambien de
que disiparia como humo el ejército de los españoles.
Informado Blake de los intentos del enemigo, preparóse á recibirle.
Agrupó sucesivamente en la huerta de Murcia sus tropas, y las colocó
de esta manera: la quinta division, al mando del brigadier Creagh, ocu-
pó la derecha en Añora; detras guarnecia un batallon el monasterio de
jerónimos, teniendo apostaderos por la izquierda hasta el río; delante se
plantaron cuatro piezas de artillería. Alojábase la izquierda del ejérci-
to en el lugar de Don Juan, y la componía la tercera division, del cargo
del brigadier Sanz, teniendo un destacamento por su siniestro costado.
Enlazábase esta posicion con la del centro por medio de un molino as-
pillerado, y de una batería circular, colocada en donde una de las ace-
quias mayores se distribuye en dos atajeas. Dicho centro, que cubría la
primera division, al mando del general Elío, estaba cerca de Alcantari-
lla, en la Puebla.
Dispúsose ademas la inundacion de la huerta; medio oportuno, pero
no del todo hacedero, ya por no ser nunca, y ménos en aquella estacion,
muy caudaloso el Segura, ya tambien porque áun en caso de una rápida
avenida, las obras allí practicadas estando en términos que sólo sirven
para sangrar el río, y no para favorecer estragos; como construidas con el
único objeto de dar á los campos el necesario y fecundante beneficio del
riego. Sin embargo, se inundaron los caminos y una faja de bancales por
la orilla, amparando lo demas de la huerta sus naranjos y sus cidros, sus
limoneros y moreras; en fin, toda su intrincada y lozana frondosidad.
Siguióse en esto y en lo de armar al paisanaje la conducta del obispo
D. Luis Belluga en la guerra de sucesion. Ahora, como entónces, acudie-
ron todos los partidos, hasta el de Orihuela, aunque perteneciente á Va-
lencia, y se distribuyeron en compañías y secciones, incorporándose al
ejército. Manifestaron los paisanos grande entusiasmo y mucha docili-
dad; perfecta armonía reinó entre ellos y los soldados. Blake, declaran-
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lantó, con los otros y tres piezas, en cuatro columnas cerradas, reparti-
das en ambos lados del camino.
Nuestros caballos proseguian confiadamente su marcha; mas al que-
rer efectuar un movimiento, se embarazaron algunos, y el enemigo, des-
cargando sobre ellos con impetuoso arranque, los desordenó lastimosa-
mente. Tras su ruina vino la de los infantes, que habian avanzado, y sólo
consiguieron unos y otros rehacerse al abrigo de las tropas que habian
quedado en las lomas. El enemigo no persistió mucho en el alcance.
Quedaron en el campo cinco piezas, y se perdieron, entre muertos, heri-
dos y prisioneros, 1.000 hombres. De los franceses muy pocos.
Descalabro fué el de Baza, que causó desmayo, y contuvo, en cier-
to modo, el vuelo de la insurreccion de aquellas comarcas. Adverso era,
en esto de batallar, el hado de D. Joaquin Blake, y vituperable su em-
peño en buscar las acciones que fuesen campales antes que limitarse á
parciales sorpresas y hostigamientos. No permaneció despues largo es-
pacio al frente de aquel ejército, llamado á desempeñar cargo de ma-
yor alteza.
Por lo demas, y en medio de reveses y contratiempos, la tenacidad
española, la serie innumerable de combates en tantos puntos y á la vez
fatigaban á los franceses, y su ejército de las Andalucías no gozó en to-
do el año de 1810 de mucha mayor ventura que la que tenian los de las
otras provincias. Y si bien ordenadas batallas no menguaban extremada-
mente las filas enemigas, aniquilábanse aquí, como en lo demas del rei-
no, en marchas y contramarchas y en apostaderos y guerra de montaña.
Del lado de Levante las provincias de Valencia, Cataluña y lo que es-
taba libre de la de Aragon hubieran, obrando unidas, entorpecido muy
mucho los intentos del enemigo, siendo entre ellas tanto más necesa-
ria buena hermandad, cuanto para sojuzgarlas estaban de concierto el
tercero y el primer cuerpo frances. Pero la multiplicidad de autorida-
des, su diversa condicion, los obstáculos mismos que nacian de la na-
turaleza de la actual guerra estorbaban completa concordia y adecuada
combinacion. Por fortuna, los caudillos enemigos, aunque no ménos in-
teresados en aunarse, y aquí más que en otras partes, á duras penas lo
conseguian, no ya por las rivalidades personales que á veces se suscita-
ban, sino principalmente por lo dificultoso de acudir al cumplimiento de
un plan convenido.
En Valencia D. José Caro, más bien que en la guerra, pensaba en ir
adelante con sus desafueros. Dejó que se perdiesen Lérida, Mequinen-
za y hasta el castillo de Morella, sin dar señales de oponerse al enemi-
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que tuviese víveres, los que le suministró Suchet en cuanto le fué dable.
Entónces creyó éste que podría obrar activamente y apoderarse en breve
de Tortosa, sobre todo habiendo empezado á acercar á la plaza, favoreci-
do de una crecida del Ebro, piezas de grueso calibre. Pero sus esperan-
zas no estaban todavía próximas á realizarse.
El ejército frances de Cataluña continuó siempre escaso de granos y
embarazado para menearse, á pesar de los grandes esfuerzos de Suchet
y de Macdonald, pues las partidas, la oposicion de los pueblos, la cui-
dadosa diligencia de O’Donnell y sus movimientos desbarataban ó de-
tenían los planes más bien combinados. Se colocó, en los primeros días
de Setiembre, en Cervera el mariscal Macdonald, y el general español
vislumbró desde luégo que su enemigo tomaba aquellas estancias para
cubrir las operaciones de Suchet, amenazar por retaguardia la línea del
Llobregat, y enseñorearse de considerable extension de país, que le faci-
litase subsistencias. Prontamente determinó O’Donnell suscitar al fran-
ces nuevos estorbos, continuando en su primer propósito de esquivar ba-
tallas campales.
Nada le pareció, para conseguirlo, tan oportuno como atacar los
puestos que el enemigo tenía á retaguardia, cuyos soldados se juzgaban
seguros, fuera del alcance del ejército español, y bastante fuertes y bien
situados para resistir á las partidas. O’Donnell, firme en su resolucion,
ordenó que se embarcasen en Tarragona pertrechos, artillería y algunas
tropas, yendo todo convoyado por cuatro faluchos y dos fragatas, una in-
glesa y otra española. Partió él en persona, el 6 de Setiembre, por tierra,
poniéndose en Villafranca al frente de la division de Campoverde, que
de intento había mandado venir allí. En seguida dirigióse hácia Esparra-
guera, colocó fuerzas que observasen al mariscal Macdonald, y otras que
atendiesen á Barcelona, y uniendo á su tropa la caballería de la division
de Georget, prosiguió su ruta por San Culgat, Mataró y Pineda. Salió de
aquí el 12, envió por la costa á D. Honorato de Fleyres con dos batallo-
nes y 60 caballos, y é1 se encaminó á Tordera. Marchó Fleyres contra
Palamós y San Feliu de Guixols, y O’Donnell, despues de enviar explo-
radores hácia Hostalrich y Gerona, avanzó á Vidreras. Para obrar con ra-
pidez, tomó el último consigo, al amanecer del 14, el regimiento de caba-
llería de Numancia, 60 húsares y 100 infantes, que fueron tan de priesa,
que las ocho horas de camino que se cuentan de Vidreras á La Bisbal las
anduvieron en poco más de cuatro. Siguió detras y más despacio el regi-
miento de infantería de Iberia, situándose Campoverde, con lo demas de
la division, en el valle de Aro, á manera de cuerpo de reserva.
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(2) El Consejo de Regencia de los reinos de España é Indias, queriendo dar á la na-
cion entera un testimonio irrefragable de sus ardientes deseos por el bien de ella, y de
los desvelos que le merece principilmente la salvacion de la patria, ha determinado, en
el real nombre del rey, nuestro señor, D. Fernando VII, que las Córtes extraordinarias y
generales mandadas convocar se realicen á la mayor brevedad, á cuyo intento quiere se
ejecuten inmediatamente las elecciones de diputados que no se hayan hecho hasta este
dia, pues deberán los que estén ya nombrados y los que se nombren congregarse en todo
el próximo mes de Agosto en la real isla de Leon; y hallándose en ella la mayor parte, se
dará en aquel mismo instante principio á las sesiones; y entre tanto se ocupará el Conse-
jo de Regencia en examinar y vencer várias dificultades, para que tenga su pleno efecto
la convocacion. Tendréislo entendido, y dispondréis lo que corresponda á su cumplimien-
to.— JAVIER DE CASTAÑOS, presidente.— PEDRO, obispo de Orense.— FRANCISCO DE SAAVE-
DRA.— ANTONIO DE ESCAÑO.— MIGUEL DE LARDIZÁBAL Y URIBE.— En Cádiz, á 18 de Junio
de 1810.— A D. Nicolás María de Sierrra.
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res en que carecieron las Córtes de medios coactivos, y cuando los mal
contentos impunemente hubieran podido mostrar su oposicion y hasta su
desobediencia.
En las sesiones sucesivas fué el Congreso determinando el modo de
arreglar sus tareas. Se formaron comisiones de Guerra, Hacienda y Jus-
ticia; las cuales, despues de meditar detenidamente las proposiciones
ó expedientes que se les remitian, presentaban su informe á las Córtes,
en cuyo seno se discutia el negocio y votaba. Posteriormente se nombra-
ron nuevas comisiones, ya para otros ramos, ó ya para especiales asun-
tos. Tambien en breve sé, adoptó un reglamento interior, combinando en
lo posible el pronto despacho con la atenta averiguacion y debate de las
materias. Los diputados, que, segun hemos indicado, pronunciaban ca-
si siempre de palabra sus discursos, poníanse en un principio, para reci-
tarlos, en uno de dos sitios preparados al intento, no léjos del Presiden-
te, y que se llamaron tribunas. Notóse luégo lo incómodo y áun impropio
de esta costumbre, que distraia con la mudanza y continuo paso de los
oradores; por lo que los más hablaron despues sin salir de su puesto y en
pié, quedando las tribunas para la lectura de los informes de las comi-
siones. Se votaba de ordinario levantándose y sentándose; sólo en las de-
cisiones de mayor cuantía daban los diputados su opinion por un sí ó un
no, pronunciándolo desde su asiento en voz alta.
Asimismo tomaron las Córtes el tratamiento de majestad, á peticion
del Sr. Mejía; objeto fué de crítica, aunque otro tanto hablan hecho la
Junta Central y la primera Regencia, y era privilegio en España de cier-
tas corporaciones. Algunos diputados nunca usaron de aquella fórmula,
creyéndola ajena de asambleas populares, y al fin se desterró del todo al
renacer de las Córtes en 1820.
No bien se hubo aprobado el primer decreto, acudió la Regencia pi-
diendo que se declarase 1.º «cuáles eran las obligaciones anexas á la re-
sonsabilidad que le imponia aquel decreto, y cuáles las facultades pri-
vativas del poder ejecutivo que se le había confiado. 2.º Qué método
habria de observarse en las comunicaciones que necesaria y continua-
mente hablan de tener las Córtés con el Consejo de Regencia.» Apo-
yábase la consulta en no haber de antemano fijado nuestras leyes la lí-
nea divisoria de ambas potestades, y en el temor, por tanto, de incurrir
en faltas de desagradables resultas para la Regencia, y perjudiciales al
desempeño de los negocios. A primera vista no parecia nada extraña di-
cha consulta; ántes bien llevaba visos de ser hija de un buen deseo. Con
todo, los diputados miráronla recelosos, y la atribuyeron al maligno in-
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(6) Hé aquí lo que refiere acerca de este asunto el manifiesto, ó sea diario manuscrito
de la primera Regencia, que tenemos presente, extendido por D. Francisco de Saavedra,
uno de los regentes y principal promotor de la venida del Duque:
«Día 10 de Marzo de 1810. En este dia se concluyó un asunto grave, sobre que se
habia conferenciado largamente en los dias anteriores. Este asunto, que traia su origen
de dos años atras, tuvo varios trámites, y se puede reducir en sustancia á los términos si-
guientes.
» Luégo que se divulgó en Europa la feliz revolucion de España, acaecida en Ma-
yo de 1808, manifestó el Duque de Orleans sus vivos deseos de venir á defender la jus-
ta causa de Fernando VII; con la esperanza de lograrlos, pasó á Gibraltar en Agosto de
aquel año, acompañando al principe Leopoldo de Nápoles, que parece tenia igual desig-
nio. Las circunstancias perturbaron los deseos de uno y otro; pero no desistió el Duque
de su intento. A principios de 1809, recien llegada á Sevilla la Junta Central, se presentó
allí un comisionado suyo para promover la solicitud de ser admitido al servicio de Espa-
ña, y en efecto, la promovió con la mayor eficacia, componiendo várias memorias, que co-
municó á algunos miembros de la Central, especialmente ó los Sres. Garay, Valdés y Jove-
llanos. No so atrevieron éstos á proponer el asunto á la Junta Central, como se pedía, por
ciertos reparos políticos; y á pesar da la actividad y buen talento del comisionado, no lle-
gó este asunto á resolverse, aunque se trató en la sesion de Estado; pero no se divulgó.
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» En Julio de dicho año escribió por sí propio el Duque de Orleans, que se hallaba
á la sazon en Menorca, repitiendo la oferta de su persona, y expresando su anhelo de sa-
crificarse por la bella causa que los españoles habian adoptado. Entónces redobló el co-
misionado sus esfuerzos, y para prevenir cualquier reparo, presentó una carta de Luis
XVIII, aplaudiendo la resolucion del Duque, y otra del lord Portland, manifestándole, en
nombre del rey británico, no haber reparo alguno en que pusiese en práctica su pensa-
miento de pasar á España ó Nápoles á defender los derechos de su familia.
» En esta misma época llegaron noticias de las provincias de Francia limítrofes á Ca-
taluña, por medio del coronel D. Luis Pons, que se hallaba á esta sazon en aquella fronte-
ra, manifestando el disgusto de los habitantes de dichas provincias, y la facilidad con que
se sublevarian contra el tirano de Europa, siempre que se presentase en aquellas inme-
diaciones un principe de la casa de Borbon, acaudillando alguna tropa española.
» De este asunto se trató con la mayor reserva en la seccion de Estado de la Junta, y
se comisionó á D. Mariano Carnerero, oficial de la secretaría del Consejo, mozo de mu-
chas luces y patriotismo, para que pasando á Cataluña, conferenciando con el general de
aquel ejército y con D. Luis Pons, y observando el espíritu de aquellos pueblos, examina-
se si sería acepta á los habitantes de la frontera de Francia la persona del Duque de On-
cena, y si sería bien recibido en Cataluña. Salió Carnerero á mediados de Setiembre, y en
ménos de dos meses evacuó la comision con exactitud, sigilo y acierto. Trató con el coro-
nel Pons y el general Blake, que se hallaban sobre Gerona, y observó por sí mismo el mo-
do de pensar de los habitantes y de las tropas. El resultado de sus investigaciones, de que
dió puntual cuenta, fué, que el Duque de Orleans, educado en la escuela del célebre Du-
mourier, y único príncipe de la casa de Borbon que tiene reputacion militar, sería recibi-
do con entusiasmo en las provincias de Francia, y que en Cataluña, donde se conservan
los monumertos de la gloria de su bisabuelo y la reciente memoria de las virtudes de su
madre, encontraria general aceptacion.
» Miéntras Carnerero desempeñaba su encargo, el comisionado del Duque se mar-
chó á Sicilia, adonde le llamaban á toda priesa. En el mismo intervalo se creó en la Junta
Central la comision ejecutiva, encargada, por su constitucion, del gobierno. En esta comi-
sion, pues, donde apénas habia un miembro que tuviese la menor idea de este negocio, se
examinaron los papeles relativos á la comision de Carnerero. Todo fué aprobado, y quedó
resuelto se aceptase la oferta del Duque de Orleans, y se le convidase con el mando de un
cuerpo de tropas en la parte de Cataluña que se aproxima á las fronteras de Francia; que
se previniese á aquel capitan general lo conveniente por si se verificaba; que se comisio-
nase para ir á hacer presente á dicho príncipe la resolucion del Gobierno al mismo Car-
nerero, y que se guardase el mayor sigilo ínterin se realizase la aceptacion y áun la veni-
da del Duque, por el gran riesgo de que la trasluciesen los franceses.
» Ya todo iba á ponerse en práctica, cuando la desgraciada accion de Ocaña, y sus
resultados, suspendieron la resolucion de este asunto, y sus documentos originales, en-
vueltos en la confusion y trastorno de Sevilla, no se han podido encontrar. Por fortuna se
salvaron algunas copias, y por ellas se pudo dar cuenta de un negocio nunca más intere-
sante que en el dia.
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tos: 1.º Que el Duque no fué propiamente convidado, sino admitido; pues habiendo hecho
várias insinuaciones, y áun solicitudes, por si y por su comisionado D. Nicolas de Broval,
para que se le permitiese venir á los ejércitos españoles á defender los derechos de la au-
gusta casa de Borbon, y habiendo manifestado el beneplácito de Luis XVIII y del Rey de
Inglaterra, se habia condescendido á sus deseos con la generosidad que correspondia á
su alto carácter; explicando la condescendencia en términos tan urbanos, que más pare-
cia un convite que una admision. 2.º Que se ofreció dar al Duque el mando de un ejérci-
to en Cataluña cuando nuestras armas iban boyantes en aquel principado, y su presencia
prometia felices resultados; pero que desgraciadamente su llegada á Tarragona se verifi-
có en un momento critico, cuando se habia trocado la suerte de las armas, y se combina-
ron una multitud de obstáculos, que impidieron cumplirle lo prometido, y que tal vez se
hubieran allanado si el Duque no dándose tanta priesa á venir á Cádiz, hubiese perma-
necido allí algun tiempo más. 3.º Que el Gobierno se ha ocupado y ocupa seriamente en
proporcionarle el mando ofrecido, ú otro equivalente; pero que las circunstancias no han
cuadrado hasta ahora con sus medidas.»
«Dia 2 de Agosto. A primera hora se trató acerca del Duque de Orleans, á quien por
una parte se desea dar el mando del ejército, y por otra se halla la dificultad de que la In-
glaterra hace oposicion á ello. En efecto, el embajador Wellesley ha insinuado ya, aun-
que privadamente, que en el instante que á dicho Duque se confiera cualquiera mando
ó intervencion en nuestros asuntos militares ó políticos, tiene órden de su córte para re-
clamarlo»
«Dia 30 de Setiembre. El Duque de Orleans vino á la isla de Leon y quiso entrar á ha-
blar á las Córtes; pero se excusaron de admitirle, y sin avisar ni darse por entendido con
la Regencia, se volvió en seguida á Cádiz. Casi al misto tiempo se pasó órden al goberna-
dor de aquella plaza para que con buen modo apresurase la ida del Duque. Se recibió res-
puesta de éste al oficio que se le pasó en nombre de las Córtes, y decia en sustancia, en
términos muy políticos, que se marcharia el miércoles 3 del próximo mes.»
«Dia 3 de Octubre. A la noche se recibió parte de haberse hecho á la vela para Sici-
lia la fragata Esmeralda, que llevaba al Duque de Orleans, y se comunicó inmediatamen-
te á las Córtes.»
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extender á los puertos principales de las otras costas la facultad del libre
y directo tráfico; pero obligado á condescender con los deseos de compa-
ñías de genoveses y otros extranjeros avecindados en Sevilla, cuyas ca-
sas le anticipaban dinero para las empresas y guerras de afuera, suspen-
dió resolucion tan sábia, despojando así á la periferia de la Península
de los beneficios que le hubieran acarreado los nuevos descubrimientos.
Felipe II y sus sucesores hallaron las arcas reales en idéntica ó mayor
penuria que Cárlos, y con desaficion á innovar reglas ya más arraigadas,
pretextaron igualmente, para conservar éstas, el aparecimiento de los fi-
libusteros, como si convoyes que navegaban en invariables tiempos, con
rumbo á puntos fijos, no facilitasen las acometidas y rapiñas de aquellos
audaces y numerosos piratas.
Dióse traza de modificar legislacion tan perjudicial en los reinados
de Fernando VI y Cárlos III, aprobándose al intento y sucesivamente di-
ferentes reglamentos, que acabaron de completarse en 1789. Permitióse
por ellos el comercio de América desde diversos puertos y con todas las
costas de la Península, siempre que fuesen súbditos, los que lo hiciesen,
de la corona de España. Tan rápidamente creció el tráfico, que se dobló
en pocos años, esparciéndose las ganancias por las várias provincias de
ambos hemisferios.
Con tales mejoras de administracion, y el aumento de riqueza, enro-
bustecíanse las regiones de Ultramar, y se iban preparando á caminar
solas y sin andadores del gobierno español. No obstante eso, el vínculo
que las unía era todavía fuerte y muy estrecho.
Otras causas concurrieron á aflojarle paulatinamente. Debe contar-
se entre las principales la revolucion de los Estados-Unidos anglo-ame-
ricanos. Jefferson en sus cartas asevera que ya entónces dieron pasos
los criollos españoles para lograr su independencia. Si fué así, debieron
provenir tales gestiones de particulares proyectos, no de la mayoría de
la poblacion ni de sus corporaciones, adictas á la metrópoli, con invete-
rados y apegados hábitos. Incurrió en error grave la córte de Madrid en
favorecer la causa anglo-americana, mayormente cuando no la impelian
á ello filantrópicos pensamientos, sino personal pique de Cárlos III con-
tra los ingleses, y consecuencias del desastrado pacto de familia. Dióse
de ese modo un punto en que con el tiempo se habia de apoyar la palan-
ca destinada á levantar los otros pueblos del continente americano. Lo
preveia el ilustre Conde de Aranda, cuando, precisado á firmar el trata-
do de Versalles, aconsejó que se enviasen á aquellas provincias infantes
de España, quienes al ménos mantuviesen, con su presencia y domina-
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de Fernando tuvo que sonar á causa del pueblo, muy adicto al sobera-
no desgraciado; esperanzados los promovedores del alzamiento que con-
llevando así las ideas de la mayoría, la traerian por sus pasos contados
adonde deseaban, mayormente si se introducian luégo innovaciones que
le fueran gratas. No tardaron éstas en anunciarse, pues se abolió en bre-
ve el tributo de los indios, repartiéronse los empleos entre los naturales
y se abrieron los puertos á los extranjeros. La última providencia hala-
gaba á los propietarios, que veían en ella crecer el valor de sus frutos, y
ganaban al propio tiempo la voluntad de las naciones comerciantes, co-
diciosas siempre de multiplicar sus mercados.
Así fué que el ministerio inglés, poco explícito en sus declaracio-
nes al reventar la insurreccion, no dejó pasar muchos meses sin expre-
sar, por boca de lord Liverpool, á que S. M. B. no se consideraba ligado
por ningun compromiso á sostener un país cualquiera de la monarquía
española contra otro por razon de diferencias de opinion sobre el modo
con que se debiese arreglar su respectivo sistema de gobierno, siempre
que conviniesen en reconocer al mismo soberano legítimo y se opusie-
sen á la usurpacion y tiranía de la Francia.....» No se necesitaba testi-
monio tan público para conocer que forzoso le era al gabinete de la Gran
Bretaña, aunque hubieran sido otras sus intenciones, usar de semejan-
te lenguaje, teniendo que sujetarse á la imperiosa voz de sus mercade-
res y fabricantes.
Alzó tambien Buenos-Aires el grito de independencia al saber allí
por un barco inglés, que arribó á Montevideo el 13 de Mayo, los de-
sastres de las Andalucías. Era capitan general D. Baltasar Hidalgo de
Cisneros, hombre apocado y sin cautela, quien, á peticion del Ayunta-
miento, consintió que se convocase un congreso, imaginándose que áun
despues proseguiria en el gobierno de aquellas provincias. Instalóse di-
cho congreso el 22 de Mayo, y, como era de esperar, fué una de sus pri-
meras medidas la deposicion del inadvertido Cisneros, eligiendo tam-
bien, á la manera de Caracas, una Junta suprema que ejerciese el mando
en nombre de Fernando VII. Conviene notar aquí que la formacion de
juntas en América nació por imitacion de lo que se hizo en España en
1808, y no de otra ninguna causa.
Montevideo, que se disponía á unir su suerte con la de Buenos-Ai-
res, detúvose, noticioso de que en la Península todavía se respiraba, y
de que existia en la isla de Leon, con nombre de Regencia, un gobier-
no central.
No así el nuevo reino de Granada, que siguió el impulso de Caracas,
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creando una Junta suprema el 20 de Julio. Apearon del mando los nue-
vos gobernantes á D. Antonio Amat, virey semejante, en lo quebradizo
de su temple, á los jefes de Venezuela y Buenos-Aires. Acaecieron lué-
go en Santa Fe, en Quito y en las demas partes, altercados, divisiones,
muertes, guerra y muchas lástimas; que tal esquilmo coge de las revolu-
ciones la generacion que las hace.
Entónces, y largo tiempo despues, se mantuvo el Perú quieto y fiel á
la madre patria, merced á la prudente fortaleza del virey D. José Fernan-
do de Abascal y á la memoria, áun viva, de la rebelion del indio Tupac-
Amaro y sus crueldades.
Tampoco se meneaba Nueva-España, aunque ya se habian fragua-
do várias maquinaciones y se preparaban alborotos, de que más adelan-
te daremos noticia,
Por lo demas, tal fué el principio de irse desgajando del tronco pa-
terno, y una en pos de otra, ramas tan fructíferas del imperio español.
¿Escogieron los americanos para ello la ocasion más digna y honrosa? A
medir las naciones por la escala de los tiernos y nobles sentimientos de
los individuos, francamente diriamos que no, habiendo abandonado á la
metrópoli en su mayor afliccion, cuando aquélla decretára igualdad de
derechos, y cuando se preparaba á realizar en sus Córtes el cumplimien-
to de las anteriores promesas. Los Estados-Unidos separáronse de Ingla-
terra en sazon que ésta descubria su frente serena y poderosa, y despues
que reiteradas veces les habla su metrópoli negado peticiones modera-
das en un principio. Por el contrario, los americanos españoles cortaban
el lazo de la union, abatida la Península, reconocidas ya aquellas pro-
vincias como parte integrante de la monarquía, y convidados sus habi-
tantes á enviar diputados á las Córtes. No; entre individuos graduariase
tal porte de ingrato y áun villano. Las naciones, desgraciadamente, sue-
len tener otra pauta, y los americanos quizá pensaron lograr entónces
con más certidumbre lo que, á su entender, fuera dudoso y aventurado,
libre la Península y repuesto en el sólio el cautivo Fernando.
Controvertible, igualmente, ha sido si la América habia llegado al
punto de madurez é instruccion que eran necesarias para desprender-
se de los vínculos metropolitanos. Algunos han decidido ya la cuestion
negativamente, atentos á las turbulencias y agitacion contínua de aque-
llas regiones, en donde, mudando á cada paso de gobierno y leyes, apa-
recen los naturales, no sólo como inhábiles para sostener la libertad y
admitir un gobierno medianamente organizado, pero áun tambien como
incapaces de soportar el estado social de pueblos cultos. Nosotros, sin ir
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(7) Coleccion de los decretos y órdenes de las Córtes, tomo 1, página 10.
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de pan comido en libertad que un convite real con una espada que cuel-
ga sobre la cabeza, pendiente del hilo de un capricho.»
El Sr. Rodriguez de la Bárcena, bien que eclesiástico como el Sr. Mo-
rros, no recargó tanto en punto á la religion, pero con maña trazó una
pintura sombría «de los males de la libertad de la imprenta en una na-
cion no acostumbrada á ella; se hizo cargo de las calumnias que difun-
dia, de la desunion en las familias, de la desobediencia á las leyes, y
otros muchos estragos, de los que resultando un clamor general, tendria
al cabo que suprimirse una facultad preciosa, que coartada con pruden-
cia, era fácil conservar. Yo, continuó el orador, amo la libertad de la im-
prenta, pero la amo con jueces que sepan de antemano separar la cizaña
de con el grano. Nada aventura la imprenta con la censura prévia en las
materias científicas, que son en las que más importa ejercitarse, y usa-
da dicha censura discretamente, existirá, en realidad, con ella mayor li-
bertad que si no la hubiera, y se evitarán escándalos, y la aplicacion de
las penas en que incurrirán los escritores que se deslicen, siendo para el
legislador más hermoso representar el papel de prevenir los delitos que
el de castigarlos.»
Replicó á este orador D. Juan Nicasio Gallego que, aunque revesti-
do igualmente de los hábitos clericales, descollaba en el saber político,
si bien no tanto como en el arte divino de los Herreras y Leones. «Si hay
en el mundo, dijo, absurdo en este género, eslo el de asentar, como lo
ha hecho el preopinante, que la libertad de la imprenta podía existir ba-
jo una prévia censura. Libertad es el derecho que todo hombre tiene de
hacer lo que le parezca, no siendo contra las leyes divinas y humanas.
Esclavitud, por el contrario, existe donde quiera que los hombres están
sujetos, sin remedio, á los caprichos de otros, ya se pongan ó no inme-
diatamente en práctica. ¿Cómo puede, segun eso, ser la imprenta libre,
quedando dependiente del capricho, las pasiones ó la corrupcion de uno
ó más individuos? ¿Y por qué tanto rigor y precauciones para la impren-
ta, cuando ninguna legislacion las emplea en los demás casos de la vida,
y en acciones de los hombres no ménos expuestas al abuso? Cualquiera
es libre de proveerse de una espada, ¿y dirá nadie por eso que se le de-
ben atar las manos, no sea que cometa un homicidio? Puedo, en verdad,
salir á la calle y robar á un hombre; mas ninguno, llevado de tal miedo,
aconsejará que se me encierre en mi casa. A todos nos deja la ley libre
el albedrío, pero por horror natural á los delitos, y porque todos sabe-
mos las penas que están impuestas á los criminales, tratamos cada cual
de no cometerlo.....»
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mos una carrera nueva, tenemos que lidiar con un enemigo poderoso, y
fuerza nos es recurrir á todos los medios que afiancen nuestra libertad,
y destruyan los artificios y mañas del enemigo. Para ello indispensable
parece reunir los esfuerzos todos de la nacion, é imposible sería no con-
centrando su energía en una opinion unánime, espontánea é ilustrada,
á lo que contribuirá muy mucho la libertad de la imprenta, y en lo que
están interesados no ménos los derechos del pueblo que los del monar-
ca..... La libertad sin la imprenta libre, aunque sea el sueño del hombre
honrado, será siempre un sueño..... La diferencia entre mi y mis con-
trarios consiste en que ellos conciben que los males de la libertad son
como un millon, y los bienes como veinte; yo, por lo opuesto, creo que
los males son como veinte, y los bienes como un millon. Todos han de-
clamado contra sus peligros. Si yo hubiera de reconocer ahora los ma-
les que trae consigo la sociedad, los furores de la ambicion, los horrores
de la guerra, la desolacion de los hombres y la devastacion de las pes-
tes, llenaria de pavor á los circunstantes. Mas, por horrible que fuese
esta pintura, ¿se podrian olvidar los bienes de la sociedad civil, á pun-
to de decretar su destruccion? Aquí estamos, hombres falibles, con to-
da la mezcla de bueno y malo que es propia de la humanidad, y sólo por
la comparacion de ventajas é inconvenientes podemos decidirnos en las
cuestiones..... Un prelado de España, y lo que es más, inquisidor ge-
neral, quiso traducir la Biblia al castellano. ¿Qué torrente de invecti-
vas no se desató contra el?..... ¿Cuál fué su respuesta? Yo no niego que
tiene inconvenientes, pero ¿es útil, pesados unos con otros? En el mismo
caso estamos. Si el prelado hubiera conseguido su intento, á él debe-
ríamos el bien, el mal á nuestra naturaleza. Por fin, creo que hariamos
traicion á los deseos del pueblo, y que dariamos armas al gobierno arbi-
trario que hemos empezado á derribar, si no decretásemos la libertad de
la imprenta..... La prévia censura es el último asidero de la tiranía, que
nos ha hecho gemir por siglos. El voto de las Córtes va á desarraigar és-
ta, ó á confirmarla para siempre.»
Son pálido y apagado bosquejo de la discusion los breves extractos
que de ella hacemos y nos han quedado. Raudales de luz salieron de las
diversas opiniones, expuestas con gravedad y circunspeccion. Para dar-
les el valor que merecen, conviene hacer cuenta de lo que había sido án-
tes España y de lo que ahora aparecía, rompiendo de repente la mordaza
que estrechamente y largo tiempo habla comprimido, atormentándolos,
sus hermosos y delicados labios.
La discusion general duró desde el 15 hasta el 19 de Octubre, en cu-
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(8) Coleccion de los decretos y órdenes de las Córtes, tomo I, páginas 14 y siguientes.
(9) D. Engenio Tapia, en una composicion poética bastante notable, y separando ma-
liciosamente con una rayita dicha palabra, escribióla de este modo: Ser-vil.
(10) La pintura de varios sujetos, trazada aquí, y la de otros en otras partes, hízose, á
la verdad, segun ellos se mostraban entónces. Si la de algunos no pareciese ahora tan se-
mejante, acháquese la diferencia á las alteraciones que los años traen consigo y á los vai-
venes de la fortuna. Toca advertir el cambio, si lo hubiere, á los que escriban los hechos
sucesivos y posteriores; no á nosotros, que sólo referimos los de aquel tiempo, segun ocu-
rrian y se presentaban, con verdadera é histórica imparcialidad.
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cia del Rey, constituir la potestad ejecutiva del modo que pareciera más
conveniente. De igual derecho habian usado las Córtes antiguas en al-
gunas minoridades; de igual podian usar las actuales, mayormente aho-
ra, que el príncipe cautivo no habia tomado en ello providencia determi-
nada, y que la Regencia elegida por la Central lo habia sido hasta tanto
que las Córtes, ya convocadas, «estableciesen un gobierno cimentado
sobre el voto general de la nacion.»
Inasequible era que continuasen en el mando los individuos de di-
cha Regencia, ya se considerase lo ocurrido con el Obispo de Orense, y
ya la mutua desconfianza que reinaba entre ella y las Córtes, nacida de
las causas arriba indicadas y de una providencia áun no referida, que
pareció maliciosa, ó hija de liviano é inexcusable proceder.
Fué ésta una órden al gobernador de la plaza de Cádiz y al del Con-
sejo Real «para que se celase sobre los que hablasen mal de las Córtes.»
Los diputados atribuyeron esmero tan cuidadoso al objeto de malquis-
tarlos con el público, y al pernicioso designio de que la nacion creyese
era el Congreso muy censurado en Cádiz. Las disculpas que la Regencia
dió, léjos de disminuir el cargo, lo agravaron; pues, habiendo dado la ór-
den reservadamente y en términos solapados, pudiera dudarse si aque-
lla disposicion provenia de las Córtes ó de sólo la potestad ejecutiva. Los
diputados anunciaron en público que miraban la órden como contraria
á su pripio decoro, aspirando únicamente á merecer por su conducta la
aprobacion de sus conciudadanos, en prueba de lo cual se ocupaban en
dar la libertad de la imprenta, para que se examinasen los procedimien-
tos legislativos del Gobierno con ámplia y segura franqueza.
Unido el incidente de esta órden á las causas anteriormente insinua-
das y á otras ménos principales, decidiéronse por fin las Córtes á remo-
ver la Regencia. Hiciéronlo, no obstante, de un modo suave y el más ho-
norífico, admitiendo la renuncia que de sus cargos habian al principio
hecho los individuos del propio cuerpo.
Al reemplazarlos, redujeron las Córtes á tres el número de cinco,
y el 28 de Octubre pasaron los sucesores á prestar en el salon el jura-
mento exigido, retirándose, en consecuencia, de sus puestos los antiguos
regentes. Habia recaido la eleccion en el general de tierra D. Joaquin
Blake, en el jefe de escuadra D. Gabriel Ciscar y en el capitan de fraga-
ta D. Pedro Agar; el último, como americano, en representacion de las
provincias de Ultramar. Pero de los tres nombrados, hallándose los dos
primeros ausentes en Murcia, y no pareciendo conveniente que miéntras
llegaban gobernase solo D. Pedro Agar, eligieron las Córtes dos suplen-
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(12) Coleccion de los decretos y órdenes de las Córtes, tomo I, página 19.
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Cárlos X de Francia, se mostró muy adicto á las doctrinas del más puro
y exaltado realismo.
Manejada la Hacienda por la Junta (13) de Cádiz desde el 28 de
Enero, día de su instalacion, no ofreció aquel ramo en su forma varia-
cion sustancial hasta el 31 de Octubre, en que se rescindió el contrato
ó arreglo hecho con la Regencia en 31 de Marzo anterior. Las entradas
que tuvo la Junta durante dicho tiempo pasaron do 351 millones de rea-
les. De ellos, en rentas del distrito, unos 84; en donativos é imposiciones
extraordinarias de la ciudad, 17; en préstamos y otros renglones (inclu-
sas 249.000 libras esterlinas del Embajador de Inglaterra), 54; y en fin,
más de 195 procedentes de América, siendo de advertir que en esta can-
tidad se contaban 27 millones que pertenecian á particulares residen-
tes en país ocupado, y de cuya suma se apoderó la Junta bajo calidad de
reintegro; tropelia que cometió sin que la desaprobase la Regencia, muy
contra razon. Invirtiéronse de los caudales recibidos más de 92 millones
en la defensa y atenciones del distrito; más de 146 en los gastos genera-
les de la nacion, y enviáronse á las provincias unos 112, en cuya enume-
racion, así de la data como del cargo, hemos suprimido los picos para no
recargar inútilmente la narracion. Las rentas de las demas partes de Es-
paña se consumieron dentro de su respectivo territorio, aprontando los
naturales en suministros lo que no podian en dinero.
Circunscribióse la primera Regencia, en cuanto á crédito público, á
nombrar, en 19 de Febrero, una comision de tres individuos, que exami-
nase el asunto y preparase un informe; encargo que desempeñó cumpli-
damente D. Antonio Ranz Romanillos, sin que se tomase en su conse-
cuencia, sobre la materia, resolucion alguna.
El 24 de Mayo, ántes de entrar el Obispo de Orense en la Regen-
cia, decidió ésta que se reservase para las urgencias públicas la mitad
del diezmo; providencia osada y que no se avenia con el modo de pen-
sar de aquel cuerpo en otras cuestiones. Así fué que pasó como relám-
pago, anulándose en breve, y en virtud de representacion de varios ecle-
siásticos y prelados.
El ejército, que al tiempo de instalarse la Regencia estaba en mu-
chas partes en casi completa dispersion, fuése poco á poco reuniendo.
En Junio contaba ya 140.000 hombres, y creció su número hasta unos
170.000. No dejó para ello de tomar la Regencia sus providencias, parti-
cularmente en la isla de Leon; pero léjos de allí debióse más el aumento
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(14) Coleccion de los decretos y órdenes de las Córtes, tomo I, páginas 32 y siguientes.
(15) Coleccion de los decretos y órdenes de las Córtes, tomo I, páginas 37 y siguientes.
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(16) los nombrados fueron: europeos, D. Diego Muñoz Torrero, D. Agnstin de Argüe-
lles, D. José Pablo Valiente, D. Pedro María Rie, D. Francisco Gutierrez de la Huerta,
D. Evaristo Perez de Castro, D. Alonso Cañedo, D. José Espiga, D. Antonio Oliveros, D.
Francisco Rodriguez de la Bárcena; americanos. D. Vicente Morales Duarez, D. Joaquin
Fernandez de Leiva, D. Antonio Joaquin Perez; y entraron despues D. Andres de Jáure-
gui, diputado por la ciudad de la Habana, y D. Mariano Meudiola, por Querétaro. Agregó-
se de fuera á D. Antonio Ranz Romanillos, del Consejo de Hacienda, ocupado ya en Se-
villa por la Central en igual trabajo.
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(17) Diario de las discusiones y actas de las Córtes, tomo II, páginas 153 y siguientes.
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deseaba fuesen más claras y terminantes. «Podria suceder muy bien, de-
cia, que nuestro incauto, sencillo y cándido príncipe, sin la experien-
cia que da el mundo, se presentase con una princesa jóven para sentarse
tranquilamente en el trono. Y entónces las Córtes acertarian en deter-
minar que no fuese admitido, porque este matrimonio de ningun modo
puede convenir á España..... Sea ó no casado Fernando, nunca le admi-
tirémos que no sea para hacemos felices.»
Hablaron en igual sentido otros diputados de la misma opinion. Los
de la contraria, como los señores Argüelles, Oliveros, Gallego y otros,
pronunciaron tambien extensos y notables discursos. Entre ellos, el Sr.
Garcia Herreros se expresaba así: «..... Desde el principio han estado los
reyes sujetos á las leyes que les ha dictado la nacion..... Ésta les ha pres-
crito sus obligaciones y les ha señalado sus derechos, declarando nu-
lo de antemano cuanto en contrario hagan. La ley 29, tít. XI de la Parti-
da 3.ª dice: Si el rey jurase alguna cosa que sea en daño ó menoscabo del
reino, non es tenido de guardar tal jura como esta. Siempre ha podido la
nacion reconvenirles sobre el mal uso del poder, y á ese efecto dice la
ley 10, tít. I, Partida 2.ª: Que si el rey usase mal de su poderío le puedan
decir las gentes tirano é tornarse el señorío que era de derecho en tortice-
ro..... Los que se escandalizan de oir que la nacion tiene derecho sobre
las personas y acciones de sus monarcas, y que puede anular cuanto ha-
gan durante su cautiverio, repasen los fragmentos de leyes que he cita-
do, lean las leyes fundamentales de nuestra monarquía desde su origen,
y si áun así no se convencen de la soberanía de la nacion, de que és-
ta no es patrimonio de los reyes, y de que en todos tiempos la ley ha si-
do superior al Rey, crean que nacieron para esclavos y que no deben ser
miembros de esta nacion, que jamas reconocerá otras obligaciones que
las que ella misma se imponga.....» Todo este discurso, del cual no co-
piamos sino una parte, llevaba el sello de la rígida y profunda severidad
del orador, de condicion muy desenfadada, claro y desembozado en su
estilo, y de extensos conocimientos en nuestra legislacion é historia de
las Córtes antiguas, como procurador que habia sido de los reinos.
No quedaron atras en la discusion los americanos, compitiendo con
los europeos en ciencia y resolucion, señaladamente los Sres. Mejía y
Leiva. Merece asimismo entre ellos particular memoria D. Dionisio Inca
Yupangui, diputado por el Perú, verdadero vástago de la antigua y real
familia de los Incas, pintándose todavía en su rostro el origen indiano de
donde procedia. Dijo, pues, el D. Dionisio: «órgano de la América y de
sus deseos (y en verdad, ¿quién podria serlo con más justicia?), declaro
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á las Córtes que sin la libertad absoluta del Rey en medio de su pueblo,
la total evacuacion de las plazas y territorio español, y sin la completa
integridad de la monarquía, no oirá la América proposiciones ó condi-
ciones del tirano Napoleon, ni dejará de sostener con todo fervor los vo-
tos y resoluciones de las Córtes.»
En fin, despues de unos debates muy luminosos, que duraron por es-
pacio de cuatro dias, y teniendo presentes las proposiciones de los Sres.
Capmany y Borrull, y otras indicaciones que se hicieron, extendió el Sr.
Perez de Castro un decreto, que se aprobó en estos términos el 1.º de
Enero de 1811: «Las Córtes generales y extraordinarias, en conformi-
dad de su decreto de 24 de Setiembre del año próximo pasado, en que
declararon nulas y de ningun valor las renuncias hechas en Bayona por
el legítimo rey de España y de las Indias, el señor don Fernando VII, no
sólo por falta de libertad, sino tambien por carecer de la esencialísima
é indispensable circunstancia del consentimiento de la nacion, decla-
ran que no reconocerán, y ántes bien tendrán y tienen por nulo y de nin-
gun valor ni efecto todo acto, tratado, convenio ó transaccion, de cual-
quiera clase y naturaleza, que hayan sido ó fueren otorgados por el Rey
miéntras permanezca en el estado de opresion y falta de libertad en que
se halla, ya se verifique su otorgamiento en el país enemigo, ó ya den-
tro de España, siempre que en éste se hallo su real persona rodeada de
las armas, ó bajo el influjo directo ó indirecto del usurpador de su co-
rona; pues jamas le considerará libre la nacion, ni le prestará obedien-
cia, hasta verle entre sus fieles súbditos, en el seno del Congreso nacio-
nal que ahora existe ó en adelante existiere, ó del gobierno formado por
las Córtes. Declaran asimismo que toda contravencion á este decreto se-
rá mirada por la nacion como un acto hostil contra la patria, quedando
el contraventor responsable á todo el rigor de las leyes. Y declaran, por
último, las Córtes que la generosa nacion á quien representan no dejará
un momento las armas de la mano, ni dará oidos á proposicion de aco-
modamiento ó concierto, de cualquiera naturaleza que fuese, como no
preceda la total evacuacion de España y Portugal por las tropas que tan
inicuamente las han invadido; pues las Córtes están resueltas, con la na-
cion entera, á pelear incesantemente hasta dejar asegurada la religion
santa de sus mayores, la libertad de su amado monarca y la absoluta in-
dependencia é integridad de la monarquía.» La votacion de este decre-
to fué nominal, y resultó unánime su aprobacion por 114 diputados que
se hallaron presentes, en cuyo número contábanse ya propietarios veni-
dos de América. Las Córtes, celebrando de este modo entradas de año,
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cipal, y que acabó, por decirlo así, con Hidalgo, dióse el 17 de Enero
de 1811, en el puente llamado de Calderon, provincia de Guadalajara.
Aquel jefe y sus adherentes tuvieron, en consecuencia, que refugiar-
se en provincias internas, en donde cogidos el 21 de Marzo inmediato,
mandóseles arcabucear.
Hácia la costa del mar del Sur, en la misma Nueva-España, apareció
tambien otro clérigo llamado D. José María Morelos, ignorante, feroz, en
sus costubres estragado y sin recato alguno, pero audaz y propio para ta-
les empresas. Con todo, tuvo al fin, si bien largo tiempo despues, la mis-
ma y desgraciada suerte de Hidalgo, habiendo él y otros jefes trabajado
mucho la tierra, y alimentado el fuego de la insurreccion, mal encubier-
to áun en las provincias tranquilas. Lo que perjudicó á los levantados de
Méjico, y tal vez los perdió por entónces, fué que no empezaron su movi-
miento en la capital, quedando, por tanto, en pié para contenerlos la au-
toridad central de los españoles. En Venezuela y Buenos-Aires sucedió
al contrario, y así desde el primer dia apareció en aquellas provincias
más asegurada la causa de los independientes.
La guerra que se encendió en Méjico al tiempo de levantarse Hidal-
go, fué guerra á muerte contra los europeos, quienes á su vez procuraron
desquitarse. Los estragos, de consiguiente, gravísimos, y los daños para
España sin cuento, pues aumentándose los desembolsos, y disminuyén-
dose las entradas con las turbulencias y con la ruina causada en la mi-
nas, sobre todo de Guanajuato y Zacatecas, tuvieron que emplearse en
aquellos países los recursos que de otro modo hubieran venido á Europa
para ayuda de la guerra peninsular.
Las Córtes, aquejadas con los males de América, se esforzaron por
calmarlos, acudiendo á medidas legislativas, que eran las de su compe-
tencia. Discutióse largamente en Diciembre y Enero sobre dar á Ultra-
mar igual representacion que á España. Los diputados de aquellas pro-
vincias pretendieron fuese la concesion para las Córtes que entónces se
celebraban. Pero atendiendo á que por la mayor parte se habian efectua-
do en Ultramar las elecciones hechas por los ayuntamientos con arreglo
á lo prevenido por la Regencia, y á que cuando llegasen los elegidos por
el pueblo, teniendo que venir de tan enormes distancias, habrian cesa-
do ya probablemente los actuales diputados en su ministerio, ciñóse el
Congreso á declarar (18), en 9 de Febrero de 1811, «que la representa-
cion americana, en las Córtes que en adelante se celebrasen, sería ente-
(18) Coleccion de los decretos y órdenes de las Córtes, tomo I, páginas 72 y 73.
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día sin que hubiese para ello nuevo motivo. Como gobernador sólo á él
tocaba decidir en la materia, y él era el único y verdadero responsable.
Equivocóse si creyó que resolviendo de un modo y votando de otro, con-
servaría al mismo tiempo intacto su buen nombre y su persona. Formó-
sele causa, que duró, segun tenemos entendido, hasta la vuelta del rey
Fernando á España, caminando y terminándose al són de tantas otras de
la misma clase.
Ocuparon los franceses á Badajoz el 11 de Marzo. Salieron por la
brecha, y rindieron las armas, 7.135 hombres; habla en los hospitales
1.100 enfermos, y en la plaza 170 piezas de artillería, con municiones
bastantes de boca y guerra.
En seguida el general Latour-Maubourg marchó sobre Alburquerque
y Valencia de Alcántara, de que se apoderó en breve, no hallándose aque-
llas antiguas y malas plazas en verdadero estado de defensa. El mariscal
Mortier sitió el 12 de Marzo á Campomayor. Guarnecian el recinto, de su-
yo débil, unos pocos soldados de milicias y ordenanzas, y era goberna-
dor el valeroso portugués José Joaquin Talaya. Los enemigos situaron sus
baterías á medio tiro de fusil, amparados de las ruinas del fuerte de San
Juan, demolido en la guerra de 1800. Intimaron inútilmente la rendicion
el 15, y arrojando sin cesar dentro infinidad de bombas, y batiendo el mu-
ro con vivísimo y continuado fuego, abrieron el 21 brecha muy practica-
ble. Pronto al asalto, no quiso todavía entregarse el bizarro gobernador,
no obstante sus cortos medios y escasa tropa; y sólo ofreció que se rendi-
ria si pasadas veinticuatro horas no le hubiese llegado socorro. Frustrada
esta esperanza, salió por la brecha, cumplido el plazo, con unos 600 hom-
bres, entre milicianos y ordenanzas, que era toda su gente.
Nuevos cuidados llamaron á Sevilla al mariscal Soult. Luégo que és-
te se ausentó de aquella ciudad, tratóse en Cádiz de distraer las fuerzas
de la línea sitiadora y áun de obligar al enemigo, si ser podía, á alzar el
campo. Pensóse llevar á efecto tal propósito al fenecer Enero, y obraban
de acuerdo españoles é ingleses. En consecuencia partió de Cádiz algu-
na tropa, que desembarcó en Algeciras, y que con otra gente de la serra-
nía de Ronda formó la primera division del cuarto ejército, á las órdenes
de D. Antonio Bejines de los Rios. Debiendo este jefe dar la señal de
los movimientos proyectados, marchó sobre Medinasidonia, y el 29 del
mismo Enero rechazó á los franceses, cogiéndoles 150 hombres. El ma-
yor inglés Brown, que continuaba gobernando á Tarifa, apoyó la manio-
bra avanzando á Casas Viejas. Paró allí esta tentativa, habiéndose retar-
dado la ejecucion del plan principal.
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Casas Viejas y las tropas que acababan los españoles de dejar en el ci-
tado cerro del Puerco, las cuales precisadas á retirarse se movieron há-
cia el grueso del ejército.
Mostrábase ahora á las claras que la intencion del enemigo era arrin-
conar á los aliados contra el mar y envolverlos por todos lados. El gene-
ral Graham, que lo había sospechado, confirmóse en ello al verse aco-
metido, y al noticiarla el mayor Brown el movimiento y ataque que los
franceses habian hecho sobre el cerro del Puerco. Para remediar el mal
contramarchó rápidamente el general británico: hizo que 10 cañones á
las órdenes del mayor Duncan rompiesen fuego abrasador contra el ge-
neral Leval, á quien, en consecuencia de la evolucion practicada, tenían
los ingleses por su flanco izquierdo, y mandó al coronel Andrés Bernard
empeñar la lid con los tiradores y compañías portuguesas. Formó ade-
mas de los restantes cuerpos dos trozos: de éstos, uno bajo el general Di-
lkies acometió á Ruffin, otro bajo el coronel Wheately á Leval. La arti-
llería, mandada por Duncan, contuvo la division del último y causó en
ella gran destrozo.
El mayor Brown se habia aproximado, por órden de Graham, al ce-
rro de que era ya dueño Ruffin, y ántes que Dilkies llegára, habia tenido
que aguantar vivísimo fuego. Juntos ambos jefes arremetieron vigorosa-
mente cuesta arriba para recobrar la posicion defendida por los france-
ses con su acostumbrado valor. El combate fué porfiado y sangriento.
Cayó herido mortalmente Ruffin, sin vida el general Rousseau, y los in-
gleses al fin encaramándose á la cumbre, se enseñorearon del campo de
los enemigos. Huyeron éstos precipitadamente, y Graham, contento con
el triunfo alcanzado, no los persiguió, fatigada su gente con las marchas
de aquellos dias. Al rematar la accion, llegaron de refresco los de Ciu-
dad Real y guardias valones, que ántes estaban con él unidos pertene-
ciendo á la reserva, los cuales, sin órden de La Peña, acudieron adonde
se lidiaba, movidos de hidalgo pundonor.
Las divisiones de Ruffin y Leval se retiraron concéntricamente: en
vano quiso el mariscal Victor restablecer la refriega: el fuego sostenido y
fulminante de los cañones de Duncan desbarató tal intento.
El combate sólo duró hora y media; pero tan mortífero, que los ingle-
ses perdieron más de 1.000 soldados y 50 oficiales; los franceses 2.000 y
400 prisioneros, en cuyo número se contó al general Ruffin, tan mal he-
rido, que murió á bordo del buque que le transportaba á Inglaterra.
Los enemigos durante la pelea quisieron tambien extenderse por la
playa al pié del cerro de la Cabeza del Puerco; mas se lo estorbaron las
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que sus bagajes tiraban hácia Ponte da Murcella. En esta atencion, hizo
el general inglés marchar por su derecha, atravesando las montañas, una
division bajo las órdenes de Picton; movimiento de sesgo que forzó á los
franceses á desamparará Condeixa, y echarse una legua atras, situándo-
se en Casalnovo. Wellington entónces abrió inmediatamente su comuni-
cacion con la ciudad de Coimbra, y trató de arrojar á los franceses de su
nueva posicion.
Siendo ésta muy respetable por el frente, maniobró el inglés hácia
los costados. Envió por el derecho al general Cole, que despues debia
dirigirse al Alentejo, y encargóle asegurar el paso del rio Deuza y la ru-
ta de Espinhal, en cuyas cercanías estaba ya desde el 10 el general Nig-
htingale en observacion de Reynier y Loison, los cuales, segun dijimos,
habian por allí seguido la retirada. Wellington, ademas, envió del mismo
lado, pero ciñendo al enemigo, al general Picton, y destacó por el cos-
tado izquierdo al general Erskine y la brigada portuguesa de Pack, al
tiempo mismo que ordenó á las tropas ligeras que escaramuzasen por el
frente, apoyadas en la division de Campbell. Quedó de reserva el resto
del ejército anglo-portugnes.
Parte del de los franceses se habia replegado ya, posesionándose del
formidable paso de Miranda do Corvo y márgenes del rio Deuza. Aquí se
juntó tambien á los suyos el general Mont-Brun, que, avanzando á Coim-
bra, se vió muy expuesto á que le envolviesen los ingleses cuando Mas-
sena desamparó á Condeixa. Los cuerpos sexto y octavo, que se mante-
nian en Casalnovo, abandonaron la posicion en virtud de las maniobras
del inglés por el flanco, y se incorporaron al mariscal en jefe, alojado en
Miranda.
En el entretanto unióse en la tarde del 14 á Nightingale el general
Cole, y dueños los ingleses de Espinhal, pasado el Deuza, podian forzar
abrazándola la nueva posicion que ocupaban los franceses en Miranda
do Corvo, motivo por el que los últimos la evacuaron en aquella misiva
noche, y tomaron otra no ménos respetable sobre el rio Ceiras, dejando
un cuerpo de vanguardia enfrente de la Foz d’Arouce. El 15 se trabó en
este punto un porfiado combate, que duró hasta despues de anochecido:
con la oscuridad y el tropel hubo de los franceses muchos que se aho-
garon al paso del Ceiras. No obstante, Ney, que siempre cubria la reti-
rada, consiguió salvar los heridos y los carros y bagajes que áun conser-
vaban, estableciéndose sin tropiezo el general Massena detrás del Alba.
Dió Wellington descanso á sus tropas el 16, y situó el 17 sus puestos so-
bre la sierra de Murcella.
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(1) Ingens bellum et priore majus per Attilam Regem nostris inflictum, pene totam Eu-
ropam, excisis invasisque civitatibus atque castellis, corrasit. En otras ediciones se dice co-
rrosit. (Indictione XV-447. Marcellini Comitis, Chronicon.)
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testad ejecutiva sino por medio de oficios ó de los secretarios del Despa-
cho. Entró, pues, en el salon la Regencia, y refiriendo de palabra el se-
ñor Blake la pretension de los ingleses, expuso várias razones para no
acceder á ella, conceptuándola contraria á la independencia y honor na-
cional, y añadiendo que ántes dejaria su puesto que consentir en tama-
ña humillacion. Entónces los otros dos regentes, los señores Agar y Cis-
car, poniéndose en pié, repitieron las mismas expresiones con tono firme
y entero. Las Córtes, conmovidas, como lo serán siempre en un primer
arrebato los grandes cuerpos populares al oir sentimientos nobles y ele-
vados, aplaudieron la resolucion de la Regencia y diéronle entera apro-
basion. Desmaño fué en los ingleses entablar pretencion semejante poco
despues de lo ocurrido en la Barrosa, suceso que habia agriado muchos
ánimos, y despues igualmente de no haber socorrido á Badajoz, con-
tra cuya omision clamaron hasta sus más parciales. En los regentes, si
bien nacia tanto interes y calor de patriotismo el más acendrado, no de-
jaron tambien de tener parte en ello otras causas; pues, á la verdad, ya
que fuese justo, como pensamos, desechar la solicitud, debiera al ménos
no haber aparecido la repulsa empeño apasionado. Pero los tres regen-
tes, varones entendidos y purísimos, adolecieron en esta ocasion de hu-
mana fragilidad. Blake, irlandés de origen, y marinos Agar y Ciscar, re-
sintiéronse, el uno de las preocupaciones de familia, los otros dos de las
de la profesion.
Estuvo Wellington de vuelta en sus reales, ahora colocados en Villa-
Formosa, el 28 de Abril. Tiempo era que llegase. Massene, al entrar en
España, habia dado descanso por algunos dias á su ejército, y acantoná-
dole en las cercanías de Salamanca, con destacamentos hasta Zamora y
Toro. Dejó sólo una division del 6.º cuerpo cerca de los muros de Ciu-
dad-Rodrigo, y el 9.º en San Felices, en observacion del ejército aliado.
Cuidó tambien, desde luégo, de acopiar víveres para abastecer á Almei-
da, escasa de ellos y estrechamente bloqueada por los ingleses.
Preparado ya un convoy en los campos fértiles de Castilla, y repues-
to algun tanto el ejército frances, decidió Massena socorrer aquella pla-
za, y el 23 de Abril dió indicio de moverse. Tenía consigo el 2.º, 6.º y 8.º
cuerpos, una parte del 9.º agregóse á éstos, y disponíase la otra á mar-
char á Extremadura bajo las órdenes de su jefe el general Drouet, quien
debia encargarse en dicha provincia del mando del 5.º cuerpo; pero la
última fuerza, no habiendo todavía partido á su destino, asistió tambien
á las operaciones que emprendió Massena en los primeros dias de Ma-
yo. Muchos soldados de todos estos cuerpos quedaron en los acantona-
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curaria ganar una altura hácia Navavel, la cual domina toda la comarca:
por tanto, con la mira Wellington de evitar tal contratiempo, movió por
su derecha la séptima division, que se puso así en contacto con D. Julian
Sanchez, prolongándose desde entónces media legua más la línea de los
aliados, aunque, conforme á la máxima ya de nuestro gran capitan Gon-
zalo de Córdoba (2), «no hay cosa tan peligrosa como extender mucho la
frente de la batalla.»
En la mafiana del 5 se presentó, en efecto, el tercer cuerpo frances y
toda la caballería del lado opuesto de Pozovelho, y el sexto, á las órde-
nes ahora de Loison, con lo que quedaba del noveno, se meneó por su
izquierda. Sin tardanza reforzó Wellington la séptima division, del man-
do de Houston, con las tropas ligeras á la órden de Crawfurd, las cua-
les habian vuelto del centro con la caballería gobernada por sir Staple-
ton Cotton. Hizo tambien que la primera y tercera division se corriesen á
la derecha, siguiendo las alturas paralelas al Turones y Doscasas, en co-
rrespondencia á la maniobra ejecutada en la parte frontera por el sexto y
noveno cuerpo de los franceses.
Embistió luégo el enemigo por Pozovelho, y arrojó de allí un trozo
de la séptima division inglesa: fuese apoderando sucesivamente de un
bosque vecino, y entre la espesura de éste y Navavel, formó en un llano
la caballería de Mont-Brun. Don Julian Sanchez, si bien con flacos me-
dios, entretuvo á los jinetes enemigos, no cruzando el Turones hasta co-
sa de una hora despues, y cedió entónces, no sólo por la superioridad de
la fuerza que le cargaba, sino tambien enojado de que á un oficial suyo,
que enviaba á pedir auxilio, le hubiesen matado los ingleses, tomándo-
lo por un frances.
Durante algun tiempo recobró la division ligera inglesa el terreno
perdido de Pozovelho; pero el general Mont-Brun, desembarazado de D.
Julian Sanchez, ciñó la derecha de la séptima division británica y la ca-
ballería de Cotton en tanto grado, que tuvieron que replegarse, aunque
reprimieron la impetuosidad francesa con acertado fuego.
Llegado que se hubo á este trance, Wellington, decidido poco ántes á
mantener por medio de sus maniobras la comunicacion con la orilla iz-
quierda del Coa, via de Sabugal, al mismo tiempo que el bloqueo de Al-
meida, abandonó la primera parte de su plan y se concretó á la postrera.
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cisa, respecto á que ambas partas conservaron, poco más ó ménos, sus
anteriores puestos, y que el pueblo situado en lo bajo, verdadero cam-
po de pelea, no quedó ni por unos ni por otros. Sin embargo, las resultas
fueron favorables á los aliados, imposibilitado el enemigo de conservar
y de avituallar á Almeida, que era su principal objeto. El ejército an-
glo-portugues perdió 1.500 hombres, de ellos 300 prisioneros. El fran-
ces algunos más, por su porfía de querer ganar las alturas de Fuentes de
Oñoro.
Temia Wellington que los enemigos renovasen al dia siguiente el
combate, y por eso empezó á levantar atrincheramientos que le abriga-
sen su posicion. Mas los franceses, permaneciendo tranquilos el 6 y el 7,
se retiraron el 8 sin ser molestados. Cruzaron el 10 el Águeda, la mayor
parte por Ciudad-Rodrigo; los de Reynier por Barba de Puerco.
Este dia la guarnicion enemiga evacuó á Almeida. Era gobernador el
general Brennier, oficial inteligente y brioso. No pudiendo Massena so-
correr la plaza, mandóle que la desamparase. Fué portador de la órden
un soldado animoso y aturdido, de nombre Andres Tillet, que consiguió
esquivar, aunque vestido con su propio uniforme, la vigilancia de los
puestos ingleses. El Gobernador, á su salida, trató de arruinar las fortifi-
caciones, y preparadas las convenientes minas, al reventar de ellas aba-
lanzóse fuera con su gente, y burló á los contrarios, que le cerraban con
dobles lineas. Se encaminó en seguida apresuradamente al Águeda, con
direccion á Barba de Puerco, en donde le ampararon las tropas del man-
do de Reynier, conteniendo á los ingleses que le acosaban.
La conducta en la jornada de Fuentes de Oñoro de los generales en
jefe Wellington y Massena sorprendió á los entendidos y prácticos en el
arte de la guerra. Tan circunspecto el primero al salir de Torres-Vedras;
tan cauto en el perseguimiento de los contrarios; tan cuidadoso en evi-
tar serios combates cuando todo le favorecia, olvidó ahora su prudencia
y acostumbrada pausa; ahora, que su ejército estaba desmembrado con
las fuerzas enviadas al Guadiana, y Massena engrosado y rehecho, aven-
turándose á trabar batalla en una posicion extendida y defectuosa, que
tenía á las espaldas la plaza de Almeida, todavía en poder de los ene-
migos, y el Coa, de hondas riberas y de dificultoso tránsito para un ejér-
cito en caso de precipitosa retirada. Y ¿qué impelió al general inglés á
desviarse de su anterior plan, seguido con tal constancia? El deseo, sin
duda, de impedir el abastecimiento de Almeida. Motivo poderoso; pe-
ro ¿era comparable acaso con la empresa, mucho ménos arriesgada, de
desbaratar al enemigo y destruirle en su marcha? No sólo Almeida en-
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dos trozos, uno de ellos por Trujillo á Mérida, otro sesgueando á la iz-
quierda sobre Medellin.
Cuando Wellington averiguó que Soult avanzaba, apostóse en la
Albuera para contenerle y empeñar batalla. Mas despues, noticioso de
que Marmont estaba ya próximo á juntarse al otro mariscal, con razon
no quiso continuar en una posicion en que tenía á la espalda á Badajoz
y Guadiana, sobre todo debiendo habérselas con fuerzas tan considera-
bles como las de los dos mariscales reunidos, y por tanto abandonó la
Albuera, descercó á Badajoz, y repasando el Guadiana, se acogió el 17
á Yélves. Lo mismo hicieron los españoles vadeando el rio por Jurume-
ña. Aproximáronse de consiguiente sin obstáculo Marmont y Soult, y se
avistaron el 19 en el mismo Badajoz.
Habia sir Brent Spencer en el entretanto marchado á lo largo de la
raya de Portugal, pasado el Tajo en Villavelha, y reunídose á Wellington
en las alturas de Campomayor. Preparábase aquí el último á pelear, ex-
tendiéndose su ejército por los bosques deleitosos de ambas orillas del
Caya. Constaba en todo su fuerza de 60.000 hombres. Otros tantos te-
nian los enemigos, quienes haciendo el 22 reconocimientos por Yélves
y Badajoz, se abstuvieron de comprometerse; no considerando fácil des-
hacer á los aliados, situados ventajosamente.
De éstos se habia separado Blake el 18, seguido por el ejército expe-
dicionario, la division de Ballesteros, la de Jiron y caballería de Penne
Villemur, no bien avenido con la supremacia de Wellington, por lo que
se ofreció á hacer una correría al condado de Niebla. Dió el General en
jefe su aprobacion á la propuesta, y Blake caminando por dentro de Por-
tugal, repasó el Guadiana en Mértola el 23. En el tránsito padecieron
nuestras tropas muchas escaseces á causa de las marchas rápidas que
hicieron; y desmandáronse muy reprensiblemente los soldados de Ba-
llesteros, molestando sobremanera y maltratando á los naturales.
Parecia que Blake llevaba la mira en su expedicion de ponerse sobre
Sevilla, casi abandonada en aquel tiempo, y no defendiéndola sino es-
casas tropas francesas y unos pocos jurados españoles, gente en la que
no confiaba el extranjero. Para que no se malográra tal empresa, conve-
niente era marchar aceleradamente, pues de otro modo, volviendo Soult
pié otras, apresuraríase á ir en socorro de la ciudad. Pero Blake, sin mo-
tivo plausible, detúvose y resolvió ántes apoderarse de Niebla, villa á la
derecha del Tinto, rodeada de un muro viejo y de un castillo, cuyas pa-
redes, en especial las de la torre del Homenaje, son de un espesor des-
usado. Cabecera de la comarca y en buen paraje para enseñorearla, ha-
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(4) Es notable lo que acerca de los cometas dice Lucio Anneo Séneca, y el género de
prediccion con que acompaña su opinion: Ego nostris non assentior. Son enims existimo
cometem subilaneum ignem, sed ínter aeterna opera naturae. Y despues: Veniet tempus
quo ista, quae nunc latent, in lucem dies extrahat el longioris aevi diligentia..... Veniet
tempus, quo posteri nostri tam aperta nos nescisse mirentur. (Lib. septimus L. Annaei Sene-
cae naturalium questionum.) Daba, verdaderamente, á tan ilustre cordobes su pen tracion
una especie de dón profético, pues no es ménos notable lo que en su tragedia de Medea
anuncia respecto de los descubrimientos que de nuevas tierras se harian en lo sucesivo.
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y que sólo tenía por objeto la unidad en los planes caso de una campiña
general y combinada con los anglo-portugueses. Y así, quien en realidad
gobernó, aunque con el título de segundo de Castaños, fué D. José María
de Santocildes, sucesor de Mahy, teniendo por jefe de estado mayor á D.
Juan Moscoso. Ambas elecciones parecieron con razon muy acertadas:
Santocildes habiase acreditado en el sitio de Astorga, logrando despues
escaparse de manos de los enemigos, y á Moscoso ya le hemos visto bri-
llar entre los oficiales distinguidos del ejército de la izquierda. Se nota-
ron luégo los buenos efectos de estos nombramientos. En el país agrada-
ron á punto que se esmeraron todos en favorecer los intentos de dichos
jefes, y hubo quien ofreció donativos de consideracion.
Distribuyóse el ejército en nuevas divisiones y brigadas, y se mejo-
ró su estado visiblemente, siguiéndose en el arreglo mejor órden y se-
vera disciplina. La primera division, al mando del general Losada, que-
dó en Astúrias, la segunda, al de Taboada, se apostó en las gargantas de
Galicia camino del Vierzo, y la tercera, bajo D. Francisco Cabrera, en
la Puebla de Sanabria. Permaneció una reserva en Lugo, punto céntri-
co de las otras posiciones. En principios de Junio marchó á Castilla todo
el ejército, excepto la division de Losada, que se enderezó á Oviedo. Es-
ta maniobra, ejecutada á tiempo que el mariscal Marmont habia partido
para Extremadura, produjo excelentes resultas. Los enemigos por un la-
do evacuaron el principado de Astúrias, saliendo de su capital el 14 de
Junio, en donde se restablecieron inmediatamente las autoridades legíti-
mas. Por el otro destruyeron el 19 las fortificaciones de Astorga, y se re-
tiraron á Benavente, entrando el 22 en aquella ciudad el general Santo-
cildes, en medio de los mayores aplausos, como teatro que había sido de
sus primeras glorias.
Colocóse el ejército español á la derecha del Orbigo, en donde se le
juntó una de las brigadas de la division que se alojaba en Astúrias. Bon-
net, despues que abandonó esta provincia, quedóse en Leon, vigilán-
dole en sus movimientos los españoles. Limitáronse al principio unas y
otras tropas á tiroteos, hasta que en la mañana del 23 el general Valle-
taux, partiendo del Órbigo atacó á la una del dia á D. Francisco Taboa-
da, situado hácia Cogorderos en unas lomas á la derecha del rio Tuerto.
Sostúvose el general español no ménos que cuatro horas, en cuyo tiem-
po acudiendo en su socorro la brigada asturiana á las órdenes de D. Fe-
derico Castañon, tomó éste á los enemigos por el flanco y los deshizo
completamente. Pereció el general Valletaux y considerable gente su-
ya; cogimos bastantes prisioneros entre ellos 11 oficiales y se vió lo mu-
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venir y hasta que atropellar á várias personas, si bien al gusto del parti-
do popular; modo impropio é ilícito de arraigar la autoridad suprema. El
Congreso se disolvió á poco, y nombró una junta que quedó encargada,
como lo habia estado la anterior, del gobierno económico del principado.
Nuevos sucesos militares, tristes unos, y otros momentáneamente fa-
vorables para los españoles, sobrevinieron luégo en esta misma provin-
cia. Interesaba á Napoleon no perder nada de lo mucho que habian úl-
timamente ganado allí sus tropas, y cifrando toda confianza en Suchet,
principal adquiridor de tales ventajas, resolvió encomendar al cuidado
de éste las empresas importantes que hácia aquella parte meditaba.
De vuelta Suchet á Zaragoza, y ántes de recibir nuevas instrucciones
y facultades, trató de destruir las partidas que habian renacido en Ara-
gon, alentadas con la ausencia de parte de aquellas tropas, y con el ma-
logro que ya se susurraba de la expedicion de Massena en Portugal. Don
Pedro Villacampa andaba en Diciembre en el término de Ojosnegros, fa-
moso por su mina de hierro y por sus salinas, en el partido de Daroca, de
cuya ciudad, saliendo al encuentro del español el coronel Kliski, púsole
en la necesidad de alejarse. Pero en Enero el general de Valencia Basse-
court, queriendo divertir al enemigo, que se presumia intentaba el sitio
de Tarragona, dispuso que Villacampa y D. Juan Martin, el Empecina-
do, dependientes ahora, por el nuevo arreglo de ejércitos, del segundo,
ó sea de Valencia, hiciesen diversas maniobras uniéndosele ó movién-
dose sobre Aragon. Barruntólo Suchet, y envió de Zaragoza, con una co-
lumna, al general Paris, y órden á Abbé para que partiese de Teruel, de-
biendo ambos salir de los lindes aragoneses y extenderse al pueblo de
Checa, provincia de Guadalajara, en donde se creia estuviese Villacam-
pa. En su ruta encontróse Paris el 30 de Enero con el Empecinado en la
vega de Pradoredondo, y al dia inmediato, contramarchando Villacam-
pa, que se habia ántes retirado, trabóse en Checa accion, cooperando á
ella el Empecinado, que combatió ya la víspera con el enemigo; el cho-
que fué violente, hasta que los jefes españoles, cediendo al número, aca-
baron por retirarse.
Andando más tardo el general Abbé, no se juntó con Paris hasta el 4
de Febrero, en cuyo dia, combinando uno y otro sus movimientos, se di-
rigieron el último contra Villacampa, el primero contra el Empecinado,
separados ya nuestros caudillos. No pudo Paris sorprender en la noche
del 7 al 8, como esperaba, á Villacampa, y sr limitó á destruir una arme-
ría establecida en Peralejos, replegándose el jefe español hácia la hoya
del Infantado.
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Fué Abbé hasta la provincia de Cuenca tras del Empecinado, que ti-
ró á Sacedon, espantando el frances, al paso, en Moya, á la Junta de Ara-
gon y al general Carvajal, su presidente, quien luégo pasó á Cádiz, sin
que se hubiese granjeado, miéntras mandó en aquella provincia, las vo-
luntades, ni adquirido militar renombre. Los generales Paris y Abbé,
habiendo permanecido en Castilla algunos dias, y no conseguido en su
correría más que alejar del confin de Aragon al Empecinado y á Villa-
campa, tornaron á los antiguos puestos.
Otros combates sostuvieron tambien en aquel tiempo las tropas de
Suchet contra partidas de jefes ménos conocidos en ambas orillas del
Ebro y otros puntos. El capitan español Benedicto sorprendió y destru-
yó en Azuara, cerca de Belchite, un grueso destacamento á las órde-
nes del oficial Milawski; y D. Francisco Espoz y Mina, apareciendo en
los primeros días de Abril en las Cinco Villas, atacó en Castiliscar á los
gendarmes y cogió 150 de ellos, llegando tarde, en su socorro, el gene-
ral Klopicki.
En tanto, autorizó Napoleon á Suchet con las facultades que tenía
pensado y más arriba indicamos. Fecha la resolucion en 10 de Marzo,
encargábase por ella á dicho general el sitio de Tarragona, y se le daba
el mando de la Cataluña meridional, agregándosele, ademas, la fuerza
activa del cuerpo que regía Macdonald; desaire muy sensible para éste,
revestido con la elevada dignidad de mariscal de Francia, que todavía
no condecoraba á Suchet.
Inmediatamente, y para tratar de poner en ejecucion las órdenes del
Emperador, se avistaron en Lérida ambos jefes. Quedábale, de consi-
guiente, sólo á Macdonald la incumbencia de conservará Barcelona y la
parte septentrional de Cataluña, así como la de apoderarse de las plazas
y puntos fuertes de la Seo de Urgel, Berga, Monserrat y Cardona.
Retirado aquel mariscal á Lérida despues del reencuentro de Figue-
rola, habia disfrutado poco sosiego, no abatiendo á los intrépidos cata-
lanes reveses ni desgracias. Obligábanle los somatenes á no dejar salir
léjos de la plaza cuerpos sueltos, y Sarsfield, apostado en Cervera, le im-
pedia excursiones más considerables.
De acuerdo ahora en sus vistas Suchet y Macdonald, pasaron sin di-
lacion á cumplir ambos la voluntad de su amo. Encargóse el primero de
la nueva fuerza activa que se agregaba á su ejército, y constaba de unos
17.000 hombres, como tambien del mando de la parte que se desmem-
braba al general de Cataluña. Partió Macdonald de Lérida el 26 de Mar-
zo camino de Barcelona, en cuya ciudad debia principalmente morar en
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adelante para dirigir de cerca las operaciones y el gobierno del país que
áun quedaba bajo su inmediata direccion. Mas para realizar el viaje de
un modo resguardado, ya que no del todo seguro, facilitóle Suchet 9.000
infantes y 700 caballos á las órdenes del general Harispe, los cuales, á
lo ménos en su mayor número, pertenecian ahora al cuerpo de Aragon,
y tenian que reunírsele, desempeñado que hubieran la comision de es-
coltar á Macdonald.
Tomó este mariscal su rumbo via de Manresa, y acampó el 30 de
Marzo con su gente en los alrededores de la ciudad. Seguia el rastro D.
Pedro Sarsfield, con quien se juntó el Baron de Eroles en Casamasana,
acompañado de parte de las tropas que se apostaban en las márgenes del
Llobregat: ya unidos, marcharon ambos jefes en la noche del mismo 30,
y llegaron al hostal de Calvet, á una legua de Manresa. La Junta de esta
ciudad habia convocado á somaten, y los vecinos, acordándose de ante-
riores saqueos de los franceses, habian casi todos abandonado sus hoga-
res. A la vista de ellos todavía estaban, cuando descubrieron las llamas
que salian por todos los ángulos del pueblo.
Habíale puesto fuego el enemigo, incomodado por el somaten, ó más
bien deseoso del pillaje, que disculpaba la ausencia de los vecinos. Ma-
cdonald, situado en las alturas de la Gulla á un cuarto de legua, pre-
senció el desastre y dejó que ardiese la rica y tirites fortunada Manresa
sin poner remedio. Setecientas á ochocientas casas redujéronse á pave-
sas ó poco ménos, incluso el edificio de las Huérfanas, varios templos,
dos fábricas de hilados de algodon, é infinitos talleres de galoneria, vele-
ria y otros artefactos. Tampoco respetó el enemigo los hospitales, llevan-
do el furor hasta arrancar de las camas á muchos enfermos y arrastrarlos
al campamento. Sólo se salvaron algunos en virtud de las sentidas ple-
garias que hizo el médico D. José Soler al general Salme, comandante
de una de las brigadas de Harispe, recordándole el convenio estipulado
entre los generales Saint-Cyr y Reding; convenio muy humano, y por el
que los enfermos y heridos de ambos ejércitos debian mutuamente ser
respetados y remitidos, despues de la cura, á sus respectivos cuerpos.
Los nuestros habian cumplido en todas ocasiones tan puntualmente con
lo pactado, que el general Suchet no puede ménos de atestiguarlo en sus
Memorias (1), diciendo: «Vimos en Valls muchos militares franceses é
(1) D‘après une convention conclue entre les généraux français et espagnols en Cata-
logne, les blessés el les malades étaient mis réciproquement sous la protection des autori-
tés locales, et avient la faculté, après guérison, de rejoindre leurs corps respectifs. A Valls,
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où noous vimes plusieurs militaires français et italiens blessés, nous nous containquîmes de
la fidélité avec laquelle les espagnols exécutaient cette convention. (Mémoires du maréchal
Suchet, tom. II, chap. II, pág. 29.)
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varios otros baluartes cubrian dicha línea, y dos lunetas, de las que una
nombrada del Príncipe, como tambien la batería de San José y dos cor-
taduras, amparaban la marina y la comunicacion con el ya mencionado
castillo de Francolí. En lo interior de este segundo recinto, y detras del
baluarte de Orleana, colocado en el ángulo hácia la campiña, se hallaba
el fuerte Real, cuadro abaluartado. Habia otras obras en los demas pun-
tos, si bien por aquí defienden principalmente la ciudad las escarpaduras
de su propio asiento. Eran tambien de notar el fuerte de Lorito ó Loreto,
y en especial el del Olivo al Norte, distante 400 toesas de la plaza, sobre
una eminencia. Tenía el último hechura de un hornabeque irregular con
fosos por su frente, y camino cubierto, aunque no acabado; en la parte in-
terna y superior había un reducto con un caballero en medio y dos puer-
tas ó rastrillos del lado de la gola, la cual, escasa de defensas, protegian
la aspereza del terreno y los fuegos de la plaza.
Necesitaba Tarragona para ser bien defendida, que la guarneciesen
14.000 hombres, y sólo tenía al principio del sitio 6.000 infantes y 1.200
milicianos, en cuyo tiempo la gobernaba D. Juan Caro, sucediendo á és-
te, en fines de Mayo, D. Juan Senen de Contreras. Era comandante gene-
ral de ingenieros D. Cárlos Cabrer, y de artillería D. Cayetano Saqueti.
Trataron los enemigos el 4 de Mayo de embestir del todo la plaza. El
general Harispe, acompañado del de ingenieros Rogniat, pasó el Fran-
colí, y caminó hácia el Olivo. Ofreciéronle los puestos españoles gran
resistencia, y perdió la brigada del general Salme cerca de 200 hom-
bres. Al mismo tiempo la de Palombini, que con la otra componia la di-
vision de Harispe, se prolongó por la izquierda, y se apoderó del Lorito y
del reducto vecino llamado del Ermitaño, abandonados ambos ántes por
los españoles como embarazosos. Colocó Harispe ademas tropas de res-
peto en el camino de Barcelona, próximo á la costa. Del lado opuesto, y
á la derecha de este general, se colocó Frere y su division, y en seguida
Haber con la suya, frontero al puente del Francolí, y apoyado en la mar,
completándose así el acordonamiento.
El 5 hicieron los españoles cuatro salidas en que incomodaron al
enemigo, y empezó la escuadra inglesa á tomar parte en la defensa.
Constaba aquélla de tres navíos y dos fragatas, á las órdenes del como-
doro Codrington, que montaba el Blake, de 74 cañones.
Precaviéronse los franceses como para sitio largo, y en Reus, su prin-
cipal almacenamiento, atrincheraron varios puestos y fortalecieron algu-
nos conventos y grandes edificios, temerosos de los miqueletes y soma-
tenes, que no cesaban de amagarlos é incomodar sus convoyes.
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cerca á los españoles y los dejaron, por decirlo así, sin respiro, mayor-
mente acudiendo á la propia sazon los que habian subido por el acue-
ducto, y estrechaban por su parte y acorralaban á los sitiados. Sin em-
bargo, éstos se sostuvieron con firmeza, en especial á la izquierda del
fuerte y en el caballero, y vendieron cara la victoria disputando á palmos
el terreno y lidiando como leones, segun la expresion del mismo Suchet
(2). Cedieron sólo á la sorpresa y á la muchedumbre, llegando de gol-
pe con gente el general Harispe, el cual estuvo á pique de ser aplasta-
do por una bomba que cayó casi á sus piés. Perecieron de los franceses
500, entre ellos muchos oficiales distinguidos. Perdimos nosotros 1.100
hombres: los demas se descolgaron por el muro, y entraron en Tarrago-
na. Rindióse D. José María Gamez, gobernador del fuerte, pero traspa-
sado de diez heridas, como soldado de pecho. Infiérase de aquí cuál hu-
biera sido la resistencia sin el descuido de los caños y el fatal encuentro
del relevo. Ciega iracundia, no valor verdadero, guiaba en la lucha á los
militares de ambos bandos. Dícese que el enemigo escribió en el mu-
ro con sangre española: «Vengada queda la muerte del general Salme»;
inscripcion de atroz tinta, no disculpable ni con el ardor que aun vibra
tras sañuda pelea.
En la misma noche providenciaron los franceses lo necesario á la se-
guridad de su conquista, y por tanto inútil fué la tentativa que para reco-
brarle practicó al dia siguiente D. Edmundo 0-Ronani, en cuya empresa
se señaló de un modo honroso el sargento Domingo Lopez.
Mucho desalentó la pérdida del Olivo, sin que bastasen á dar con-
suelo 1.600 infantes y 100 artilleros poco antes llegados de Valencia, y
unos 400 hombres que por entónces vinieron tambien de Mallorca. Ha-
bíase pregonado como inexpugnable aquel fuerte, y su toma por el ene-
migo frustró esperanzas sobrado halagüeñas.
Juntó en su apuro el Marqués de Campoverde un consejo de guerra,
en cuyo seno se decidió que dicho general saliese de Tarragona, como lo
verificó el 31 de Mayo. Antes de su partida encargó la plaza á D. Juan
Senen de Contreras, enviando en comision á Valencia en busca de auxi-
lios á D. Juan Caro. Contreras acababa de llegar de Cádiz, y siendo el
general más antiguo no pudo eximirse de carga tan pesada. Parécenos
injusto que, perdido el Olivo y á mitad del sitio, se impusiese á un nue-
vo jefe responsabilidad que más bien tocaba al que desde un principio
(2) Les espagnols..... s’y défendaient en lions, quoique génés par leur propre nombre.
(Mémoires du maréchal Suchet, tom. II, chap. II, pág. 59.)
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Ulloa. Imprimia esta junta una gaceta de composicion no muy culta, pe-
ro en idioma propio á divertir y embelesar á la muchedumbre.
Pocos partidarios de los del año anterior habían desaparecido ó sido
aquí presa de los franceses. Cupo tal desdicha á algunos no muy conoci-
dos, y entre ellos á uno de nombre Fernandez Garrido, cogido en Abril,
en Chapinería, partido de Madrid, por el Marqués de Bermuy, al servicio
de José, encargado de perseguir las guerrillas hácia las riberas del Al-
berche. Los más nombrados permanecían casi ilesos. Hubo unos cuan-
tos que salieron por primera vez á plaza, ó adquirieron mayor fama. De
este número fueron D. Eugenio Velasco y D. Manuel Hernandez, dicho
el Abuelo. En ocasiones los animaban tropas del tercer ejército, y sobre
todo la caballería al mando de Osorio, que, como ya so apuntó, acudia al
granero de la Mancha en busca de bastimentos.
Quien no cesó ni un punto de sobresalir entre los partidarios de Cas-
tilla la Nueva, fué D. Juan Martin el Empecinado. Despues de su vuel-
ta de Aragon, lidió en el mes de Febrero várias veces contra fuerzas su-
periores, ya en Sacedon, ya en Priego. Pasó en Marzo á Molina, y en los
dias 8 y 9 encerró en el castillo, mal parada, á la guarnicion francesa. De
allí se encaminó á Sigüenza, y mancomunándose con D. Pedro Villacam-
pa, que andaba rodando por la tierra, decidieron ambos embestir la vi-
lla y puente de Auñon, provincia de Guadalajara. Era este puente el solo
que permanecia intacto, habiendo roto el frances los de Pareja y Trillo, y
quemado el de Valtablado; todos sobre el Tajo. Partía dicho puente tér-
mino entre la villa de su nombre y la de Sacedon, y por su importancia
fortificábanle los enemigos, habiendo hecho otro tanto con las calles y
casas de ambos pueblos: tenía de guarnicion 600 hombres, y mandaba
allí el coronel Luis Hugo, hermano del general que estaba á la cabeza
del distrito de Guadalajara.
Franqueando aquel punto ambas orillas del Tajo, interesaba su ocu-
pacion á los nuestros y á los contrarios. Llegó á las cercanías en la maña-
na del 23 de Mazo D. Pedro Villacampa, y por medio de una atinada ma-
niobra acometió á los franceses por el frente y espalda. Los desalojó del
puente, apoderándose de las obras que habian construido para su defen-
sa. Se refugiaron en seguida aquéllos en la iglesia de Auñon, muy forta-
lecida, y dudaba Villacampa atacarlos, cuando acudiendo D. Juan Martin
empezaron ambos á verificarlo. Una tronada y copiosísima lluvia retardó
los ataques y favoreció á los enemigos, dando lugar á que viniese de Bri-
huega, Hugo, el comandante de Guadalajara, y de Tarancon el jefe Blon-
deau á la cabeza de otra columna. Con este motivo destruidas las obras,
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(3) «Memorial historial y política cristiana, que descubre las ideas y máximas del
cristianísimo Luis XIV, para librar á la España de los infortunios que experimenta, por
medio de su legitimo rey don Carlos III, asistido del Sr. Emperador para la paz de Europa,
y Útil de la religion; puesto á las plantas de la Sacra y Cesárea Majestad del Sr. Empera-
dor Leopoldo I; por Fr. Benito de la Soledad, predicador apostólico, hijo de nuestro padre
San Francisco, reforma de San Pedro de Alcántara.»
Tal es el nombre del autor y el titulo de una obra impresa en Viena en 1703, en favor
de la casa de Austria, que pretendia la corona de España.
En dicha obra, mal escrita y peor digerida, se hallan hechos curiosos y noticias im-
portantes; llamándose en ella casi siempre á Felipe V la sombra de Luis XIV.
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(4) Se toman estas citas, y la de las cartas siguientes, de una correspondencia cogi-
da, con otros papeles, en el coche de José Bonaparte, despues de la batalla de Vitoria,
en 1813.
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pectivo á las provincias del Ebro, cuya agregacion al imperio frances es-
taba como resuelta. No obtuvo tampoco en otros puntos sino palabras y
promesas vagas; limitándose Napoleon á concederle el auxilio de un mi-
llon de francos mensuales.
No remediaba subsidio tan corto la escasez de medios, y ménos re-
paraba la falta de granos, tan notable ya en aquel tiempo, que llegó á va-
ler en Madrid la fanega de trigo á 100 reales, de 30 que era su precio or-
dinario. Por lo cual, para evitar el hambre que amenazaba, se formó una
junta de acopios, yendo en persona á recoger granos el ministro de Po-
licía D. Pablo Arribas, y el de lo Interior Marqués de Almenara: encar-
go odioso é impropio de la alta dignidad que ambos ejercían. La imposi-
cion que con aquel motivo se cobró de los pueblos en especie recargólos
excesivamente. De las solas provincias de Guadalajara, Segovia, Tole-
do y Madrid se sacaron 950.000 fanegas de trigo y 750.000 de cebada,
ademas de los diezmos y otras derramas. Efectuóse la exaccion con har-
ta dureza, arrancando el grano de las mismas eras para trasladarle á los
pósitos ó alhóndigas del Gobierno, sin dejar á veces al labrador con qué
mantenerse ni con qué hacer la siembra. Providencias que quizás pudie-
ron creerse necesarias para abastecer de pronto á Madrid; pero inútiles
en parte, y á la larga perjudiciales; pues nada suple en tales casos al in-
teres individual, que temiendo hasta el asomo de la violencia, huye con
más razon espantado de donde ya se practica aquélla.
Decaido José de espíritu, y sobre todo mal enojado contra su herma-
no, trató de componerse con los españoles. Anteriormente habia dado
indicio de ser éste su deseo: indicio que pasó á realidad con la llegada á
Cádiz, algun tiempo despues, de un canónigo de Búrgos llamado D. To-
mas La Peña, quien encargado de abrir una negociacion con la Regen-
cia y las Córtes, hizo de parte del intruso todo género de ofertas, hasta la
de que se echaria el último sin reserva alguna en los brazos del gobierno
nacional, siempre que se le reconociese por rey. Mereció La Peña que se
le diese comision tan espinosa por ser eclesiástico, calidad ménos sos-
pechosa á los ojos de la multitud, y hermano del general del mismo nom-
bre, al cual se le juzgaba enemigo de los ingleses de resultas de la jor-
nada de la Barrosa. Extraño era en José paso tan nuevo, y podemos decir
desatentado; pero no ménos lo era, y áun quizá más, en sus ministros,
que debian mejor que no aquél conocer la índole de la actual lucha, y lo
imposible que se hacia entablar ninguna negociacion miéntras no eva-
cuasen los franceses el territorio y no saliese José de España.
La Peña se abocó con la Regencia, y dió cuenta de su comision,
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(5) De aquí sacó, sin duda, M. de Pradt la peregrina historia de que habla en su obra
intitulada Mémoires historiques sur la rérolution d’Espagne, y segun la cual, habian envia-
do las Córtes diputados á Sevilla, ántes de la batalla de la Albuera, para tratar de compo-
nerse con José. No es la primera ni sola vez que confunde dicho autor hechos muy esen-
ciales, y que toma por realidad los sueños de su Imaginacion.
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LIBRO DÉCIMOSEXTO.
ABREN LAS CÓRTES SUS SESIONES EN CÁDIZ.— PRESUPUESTOS PRESENTADOS POR EL MI-
NISTRO DE HACIENDA.— REFLEXIONES ACERCA DE ELLOS.— DEBATES EN LAS CÓR-
TES.— CONTRIBUCION EXTRAORDINARIA DE GUERRA.— RECONOCIMIENTO DE LA
DEUDA PÚBLICA.— NOMBRAMIENTO DE UNA JUNTA NACIONAL DEL CRÉDITO PÚBLI-
CO.— MEMORIA DEL MINISTRO DE LA GUERRA.— APRUEBAN LAS CÓRTES EL ES-
TADO MAYOR.— CRÉASE LA ORDEN DE SAN FERNANDO.— REGLAMENTO DE JUNTAS
PROVINCIALES.— ABOLICION DE LA TORTURA.— DISCUSION Y DECRETO SOBRE SE-
ÑORIOS Y DERECHOS JURISDICCIONALES.— PRIMEROS TRABAJOS QUE SE PRESENTAN Á
LAS CORTES SOBRE LA CONSTITUCION.— OFRECEN LOS INGLESES SU MEDIACION PA-
RA CORTAR LAS DESAVENENCIA DE AMÉRICA.— TRATOS CON RUSIA.— SUCESOS MI-
LITARES.— EXPEDICION DE BLAKE Á VALENCIA.— FACULTADES QUE SE OTORGAN
Á BLAKE.— DESEMBARCA EN ALMERÍA.— INCORPÓRANSE LAS TROPAS DE LA EX-
PEDICION MOMENTÁNEAMENTE CON EL TERCER EJÉRCITO.— OPERACIONES DE AMBAS
FUERZAS REUNIDAS.— MEDIDAS QUE TOMA SOULT.— ACCION DE ZÚJAR Y SUS CON-
SECUENCIAS.— NUEVOS CUARTELES DEL TERCER EJÉRCITO, Y SEPARACION DE LAS
FUERZAS EXPEDICIONARIAS.— ÚNESE MONTIJO AL EJÉRCITO.— SUCEDE EN EL MAN-
DO Á FREIRE EL GENERAL MAHY.— LOS FRANCESES NO PROSIGUEN Á MURCIA.—
VALENCIA.— ESTADO DE AQUEL REINO.— LLEGADA DE BLAKE.— PROVIDENCIAS
DE ESTE GENERAL.— SE DISPONE SUCHET Á INVADIR AQUEL REINO.— PISA SU TE-
RRITORIO.— SU MARCHA Y FUERZA QUE LLEVA.— LAS QUE REUNE BLAKE Y OTRAS
PROVIDENCIAS.— SITIO DEL CASTILLO DE MURVIEDRO Ó SAGUNTO.— SU DESCRIP-
CION.— VANA TENTATIVA DE ESCALADA.— REENCUENTRO EN SONEJA Y SEGORBE.—
EN BÉTERA Y BENAGUACIL.— BUENA DEFENSA Y TOMA DEL CASTILLO DE OROPE-
SA.— RESISTENCIA HONROSA Y EVACUACION DE LA TORRE DEL REY.— ACTIVA EL
ENEMIGO LOS TRABAJOS CONTRA SAGUNTO.— ASALTO INTENTADO INFRUCTUOSAMEN-
TE.— PREPÁRASE BLAKE Á SOCORRER Á SAGUNTO.— BATALLA DE SAGUNTO.—
RENDICION DEL CASTILLO.— DIVERSIORES EN FAVOR DE VALENCIA. CATALUÑA.—
TOMA DE LAS ISLAS MEDAS.— MUERTE DE MONTARDIT.— EMPRESAS DE LACY Y
EROLES EN EL CENTRO DE CATALUÑA.— ATAQUE DE IGUALADA.— RENDICION DE LA
GUARNICION DE CERVERA.— DE BELLPUIG.— REVUELVE EROLES SOBRE LA FRON-
TERA DE FRANCIA.— ACERTADA CONDUCTA DE LACY.— PASA MACDONALD Á FRAN-
CIA.— LE SUCEDE DECAEN.— CONVOY QUE VA Á BARCELONA.— ARAGON, DURÁN
Y EL EMPECINADO.— MINA.— TROPAS QUE REUNEN LOS FRANCESES EN NAVARRA
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esta medida los gobiernos que precedieron á las Córtes, autorizados por
el derecho de gentes y el patrio, como tambien apoyados en el ejemplo
de José y de Napoleon. Las luces del siglo han ido suavizando la legis-
lacion en esta parte, y el buen entendimiento de las naciones modernas
acabará por borrar del todo los lunares que áun quedan, y son herencia
de edades ménos cultas. En España apénas sirvieron las represalias y
los confiscos sino para arruinar familias y alimentar la codicia de gente
rapaz y de curia. Las Córtes se limitaron en aquel tiempo á adoptar re-
glas que abreviasen los trámites, y mejorasen en lo posible la parte ad-
ministrativa y judicial del ramo.
Días despues, en 30 de Marzo, presentóse de nuevo al Congreso el
Ministro de Hacienda, y leyó una Memoria circunstanciada (2) sobre la
deuda y crédito público. Nada por de pronto determinaron las Córtes en
la materia, hasta que en el inmediato Setiembre dieron un decreto re-
conociendo todas las deudas antiguas, y las contraidas desde 1808 por
los gobiernos y autoridades nacionales, exceptuando por entónces de
esta regla las deudas de potencias no amigas. A poco nombraron tam-
bien las mismas Córtes una junta llamada nacional del crédito públi-
co, compuesta de tres individuos escogidos de entre nueve que propu-
so la Regencia. Se depositó en manos de este Cuerpo el manejo de toda
la deuda, puesta ántes al cuidado de la Tesorería mayor, y de la caja de
Consolidacion. Las Córtes hasta mucho tiempo adelante no desentraña-
ron más el asunto, por lo que suspenderémos ahora tratar de él detenida-
mente. Dióse ya un gran paso hácia el restablecimiento del crédito en el
mero hecho de reconocer, de un modo solemne, la deuda pública, y en el
de formar un cuerpo encargado exclusivamente de coordinar y regir un
ramo muy intrincado de suyo, y ántes de mucha maraña.
Tambien se leyó en las Córtes el 1.º de Marzo una Memoria del Mi-
nistro de la Guerra (3), en que largamente se exponian las causas de los
desastres padecidos en los ejércitos, y las medidas que convenia adop-
tar para poner en ello pronto remedio. Nada anunciaba el Ministro que
no fuese conocido, y de que no hayamos hecho mencion en el curso de
esta Historia. Las circunstancias hacian insuperables ciertos males: só-
lo podía curarlos la mano vigorosa del Gobierno, no las discusiones del
Cuerpo legislativo. Sin embargo, excitó una muy viva el dictámen que
la comision de Guerra presentó dias despues acerca del asunto. Muchos
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(5) Questo infame crogiuolo della verità è un monumento ancora essistente dell’antica
e selvagia lagislazione..... (BECCARIA, Dei delitti e delle pene.)
(6) Entre otros, á D. Juan Antonio Yandiola, en 1817, como complicado, segun ase-
guraban, en la conspiracion de Richard. El mismo Fernando VII permitió que le aplica-
sen el horrible apremio conocido bajo el nombre de grillos á salto de trucha. Y sin em-
bargo, el mencionado D. Juan tuvo la generosidad de contribuir, desde 1820 hasta 1823,
como diputado y como ministro, á sostener la autoridad y defender la persona de aquel
monarca.
(7) MOSTESQUIEU, D. l’Esprit des lois, liv. XXX, chap. I. Un événement arrivé une fois
dans le monde, et qui n’arrivera peut-être jamais.
(8) Essais sur l’Histoire de France, par M. Guizot, 5.e Essai.
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(9) Dell’istoria civile del regno di Napoli, da Pietro Giannone, lib. XIII, cap. últ.
(10) Dirimere causas nulli licebit, nisi aut a principibus potestate concessa, aut consen-
su partium electo judice... (Lib. II, tit. I, XIV, Codicis legis wisigothorum.)
Tambien puede verse en el mismo título y libro la ley 26.
(11) Sed ipsi qui judicant ejus negotium, unde suspecti dicuntur haberi, cum episco-
po civitatis ad liquidum discutiant atque pertraetent..... (Lib. II, tit. I, XXV, Codicis legis
wisigothorum.)
(12) César, hablando de los Druidas en sus Comentarios, lib. VI, cap. V. Ferè de om-
nibus controversii publicis privatisque constituunt..... Si caedes facta, si de aereditate, de fi-
nibus controversia est, iidem decernunt proemia, quenasque constituunt...
(13) TÁCITO, De situ, moribus et populis Germaniae, cap.VII. Caeterum neque animad-
vertere, neque vincere, neque verberare quidem nisi sacerdotibus permissum.....
Despues, en otros capítulos, vuelve á hablar de la autoridad de los sacerdotes, á quie-
nes tambien correspondia en las asambleas públicas: Coercendi jus.
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(14) Hubo ciudades que en las capitulaciones ó pleitesias con los moros sacaron ven-
tajas particulares. Así aconteció en Toledo, en donde, segun Ayala (Crónica del rey D. Pe-
dro, año II, cap. XVIII), otorgaron los moros á los conquistados que éstos «oviesen alcal-
de cristiano, ansi en lo criminal como en lo civil, entre ellos, é que todos sus pleitos se li-
brasen por el su alcalde.....»
(15) Partida 3.ª, tit. IV, ley 2.ª
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(17) MONTESQUIE, De’Esprit des lois, liv. XXVIII, hablando des établissements de S.
Luis.
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merced del goce exclusivo del almadraba ó pesca del atun en la costa de
Conil, resultasen más perjudicados por las nuevas reformas que la pos-
teridad de alguno de los muchos validos que recibieron en tiempo de su
privanza tierras ú otras fincas, no por servicios, sí por deslealtades ó por
cortesanas lisonjas. El distinguir y resolver tantos y tan complicados ca-
sos ofrecia dificultades que no allanaban ni las pragmáticas, ni las cédu-
las, ni las decisiones, ni las consultas que al intento y en abundancia se
habían promulgado o extendido en los gobiernos anteriores; por lo que
menester se hacia tomar una determinacion, en la cual, respetando en
lo posible los derechos justamente adquiridos de los particulares, se tu-
viese por principal mira y se prefiriese á todo la mayor independencia y
bien entendida prosperidad de la comunidad entera.
Venía despues de las jurisdicciones feudales y de los derechos y pri-
vilegios anexos á ellas, el exámen del punto, áun más delicado, de los
bienes raíces ó fincas enajenadas de la Corona. Cuando la invasion de
las naciones septentrionales en la Península española, dividieron los
conquistadores el territorio en tres partes, reservándose para sí dos de
ellas, y dejando la otra á los antiguos poseedores. Destruyeron los ára-
bes ó alteraron semejante distribucion, de la que sin duda hasta el rastro
se habia perdido al tiempo de la reconquista de los cristianos. Y por tan-
to, no siendo posible, generalmente hablando, restituir las propiedades á
los primitivos dueños, pasaron aquéllas á otros nuevos, y se adquirieron:
1.º, por repartimiento de conquista; 2.º, por derecho de poblacion o car-
tas-pueblas; 3.º, por donaciones remuneratorias de servicios eminentes;
4.º, por dádivas que dispensaron los reyes, llevados de su propia prodi-
galidad ó mero antojo, y por enajenacion con pacto de retro; 5.º, por com-
pras ú otros traspasos posteriores.
Justísima y gloriosa la empresa que llevaron á cima nuestros abuelos
de arrojar á los moros del suelo patrio, nadie podia disputar á los propie-
tarios de la primera clase el derecho que se derivaba de aquella fuente.
Tampoco parecia estar sujeto á duda el de los que le fundaban en car-
tas-pueblas, concedidas por varios príncipes á señores, iglesias y mo-
nasterios para repoblar y cultivar yermos y terrenos que quedaron aban-
donados de resultas de la irrupcion árabe, y de las guerras, y de otros
acontecimientos que sobrevinieron. Sólo podia exigirse en estas dotacio-
nes el cumplimiento de las cláusulas bajo las cuales se otorgaron; mas
no otra cosa.
Respetaban todos las adquisiciones de bienes y fincas que procedian
de servicios eminentes, o de compras y otros traspasos legales. No así
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(18) Hasta los mismos Reyes Católicos D. Fernando y D.ª Isabel declararon en 1480
«que las mercedes que se hicieron por sola la voluntad de los reyes, que se puedan del to-
do revocar..... (Ley 10, titulo V, lib. III, Novísima Recopilacion.)
(19) Diario de las Córtes, tomo IV, pág. 426.
(20) Diario de las Córtes, tomo VI, pág. 143.
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(22) Coleccion de los decretos y órdenes de las Córtes tomo I, página 193.
(23) Secretaría de Estado.— Archivo.— América.— Pacificacion.— 1811.— Legajo 2.º
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con 300 dragones enemigos, los arrollaron y les cogieron caballos y efec-
tos. Despues, hecho alto y tomado algun descanso, llegaron el 15 sin otra
desventura á Palmar de D. Juan, habiendo andado treinta y siete leguas
en seis días, y comido sólo tres ranchos: penuria que nadie soporta con
tanta resignacion corno el soldado español. Mereció Sanz en aquel lance
justas alabanzas por el arrojo y tino con que guió su tropa.
Acosado de peor estrella, se vió casi perdido don Manuel Freire, te-
niendo su gente, desarrancada de las banderas, que encaramarse por lu-
gares ásperos, y pasar el puerto del Chiribel con direccion á Murcia. Al
cabo de mil afanes y de haber marchado á veces sin respiro trece y más
leguas, reunió aquel general sus soldados el 11 en Caravaca, en donde
permaneció el 12, y se le incorporó D. Ambrosio de la Cuadra, que se
habia retirado por su cuenta y hácia aquella parte con la primera divi-
sion. Sentó luégo Freire sus cuarteles en Alcantarilla, y colocó debida-
mente sus fuerzas, reducidas ahora á la caballería del brigadier Osorio y
á tres divisiones propias del tercer ejército, por haberse á la sazon sepa-
rado via de Valencia las expedicionarias.
El general Leval llegó el 12 á Velez el Rubio, y se extendieron al des-
filadero de Lumbreras á tres leguas de Lorca los generales Latour-Mau-
bourg y Soult con los jinetes. Hicieron todos ellos en otras excursiones
muchos daños, y hubo paraje en que abrasaron hasta 22 alquerías.
Al mismo tiempo no dejaron al del Montijo tranquilo las fuerzas que
el mariscal Soult habia enviado sobre las Alpujarras y la costa, y que
ascendian á 1.800 peones y 1.000 caballos. Llegaron éstas á Almería
á tiempo que todavía desembarcaba un batallon de la expedicion de
Blake, que pudo librarse. Lo mismo aconteció á Montijo, que no dejó de
molestar al enemigo, y áun de sorprender la guarnicion de Motril, con
cuyo trofeo y otros prisioneros se reunió al cuerpo principal del ejérci-
to. Otros partidarios desasosegaban tambien no poco á los franceses, re-
cobrando á menudo el botin que recogian éstos par las montañas y tierra
de Murcia. Se distinguieron especialmente Villalobos, Marqués, y sobre
todo D. Juan Fernandez, alcalde de Otívar.
Entregó el mando D. Manuel Freire en Mula, el 7 de Setiembre, á D.
Nicoles Mahy, que vimos en Galicia y Astúrias. Provino la desgracia de
aquél, aunque sólo temporal, de la aciaga jornada de Zújar y sus conse-
cuencias, acerca de la cual se hizo una sumaria informacion á instancia
de las Córtes. Los comprometidos salieron salvos: con justicia Freire, no
teniendo culpa de lo sucedido en el Barbate, pues sus órdenes fueron
bastante acertadas. No juzgaron lo mismo muchos en cuanto á D. José
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de nombre, derivándose el actual del latín muri veteres, ó segun otros, del
lemosino murt vert. Yacia la antigua Sagunto en derredor de un monte, á
cuyo pié por la parte septentrional se extendia hoy la poblacion, que ape-
nas pasa de 6.000 almas. Lame sus muros el Palancia, que corre á la mar,
apartado ahora dos leguas; ántes, segun Polibio, siete estadios, unos mil
pasos; lo cual prueba lo mucho que se han retirado las aguas, á no ser que
se dilatase por allí la antigua ciudad. Opulentísima la llama (24) Tito Li-
vio, y, en efecto, grande hubo de ser su riqueza, cuando despues de haber
los moradores quemado en la plaza pública personas y efectos, quedaron
tantos depojos, que pudo el vencedor repartir entre su gente mucho bo-
tin, enviar no poco á Cartago, y reservar todavía bastante para emprender
la campaña que meditaba contra Roma. Vestigios notables declararon su
pasada grandeza, que celebraron muchos poetas, en particular Bartolomé
Leonardo de Argensola, que se duele del empleo humilde que en su tiem-
po se hacia de aquellos mármoles y de sus nobles inscripciones. La resis-
tencia de Sagunto fué tan empeñada, que segun cuenta el ya citado Poli-
bio (25), tuvo Aníbal, herido en un muslo, que animar con su ejemplo al
abatido soldado, sin perdonar cuidado ni fatiga alguna, y áun así no entró
la ciudad sino al cabo de ocho meses de sitio, y en medio de llamas y rui-
nas. Muy atras quedó de la antigua defensa la que ahora vamos á trazar.
Verdad es que no era, ni con mucho, parecido el caso.
La poblacion moderna, ya tan reducida, no se hallaba murada á pun-
to de impedir una embestida séria del enemigo. Fundábase la resisten-
cia en una nueva fortaleza elevada en el monte vecino, el cual, al invadir
la primera vez Suchet el reino de Valencia, vimos que no estaba fortifi-
cado. Notóse la falta y tratóse en seguida de remediarla: tuvo para ello
que destruirse en parte un teatro antiguo, preciosa reliquia, conservada
en los últimos tiempos con mucho esmero. La actual fortaleza, á que pu-
sieron nombre de San Fernando de Sagunto, abrazaba toda la cima del
cerro, habiendo aprovechado para la construccion paredones de un cas-
tillo de moros y otros derribos. Formaba el recinto como cuatro porcio-
nes ó reductos distintos, bajo el nombre de Dos de Mayo, San Fernando,
Torreon y Agarenos, susceptible cada uno de separada defensa. Habia
dentro 17 piezas, dos de á doce. Impidió el envío de otras de mayor ca-
libre la repentina llegada de Suchet. Era la fortaleza atacable sólo por
(24) Civitas ea longè opulentissima ultra Iberum fuit. (TITI LIVII, liber XXI.)
(25) TÒte (Ann…ba;) men Úpodeigma tw pl»xei poiîn aÚtÕn... šn Òctè mgsi
(Rolnbion, istoriwn.)
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(26) Antes era 16 de Setiembre. Es la única enmienda que hemos podido hacer, con-
formándonos con lo que en su Memoria justificativa ha publicado, en 1838, el Sr. gene-
ral Andriani. En lo demas ha quedado como en la primera edicion la relacion de este si-
tio. La escribimos, segun documentos auténticos, con nuestra acostumbrada imparciali-
dad, y de modo que no hubiéramos creido dar ocasion á quejas del Sr. Andriani, á quien
nunca hemos conocido, ni tenido, por tanto, contra él motivo alguno de enemistad ni ódio.
Sentimos no nos sea lícito hacer mayores enmiendas. A ser posible, bastábanos para ello
el amor de la verdad que nos ha guiado en el curso de toda esta Historia, áun en favor de
aquellos que nos han ofendido altamente; hubiéranos tambien bastado el deseo que siem-
pre nos ha asistido de guardar miramientos con las personas, en tanto que no redundaba
en perjuicio de la fidelidad histórica. Pero impulso contrario, antes que favorable, nos hu-
biera dado la real órden de 20 de Abril de 1840, que acerca del propio asunto insertó la
Gaceta de Madrid del mismo mes y año. Regla diversas deben determinar, por lo general,
los juicios de los historiadores, las decisiones de los gobiernos y los fallos de los tribu-
nales, áun en la suposicion de que unos y otros sean justos. La real órden de que habla-
mos, sobrado tardía, pues de nada ménos que de veinte y seis años anda rezagada, es, sin
entrar en la sustancia, extravagante en su fundamento y forma, sólo propia de los tiem-
pos revueltos en que vivimos, y en los que por todas partes saltan á borbotones las singu-
laridades y miserias.
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tal fué la presteza de los marinos británicos, tal la de los españoles, en-
tre los que se distinguió el piloto D. Bruno de Egea, tal en fin la sereni-
dad y diligencia del Gobernador, que se consiguió felizmente el objeto.
Campillo so embarcó el último y mereció loores por su proceder: muchos
le dispensó la justa imparcialidad del comandante inglés.
Libre Suchet cada vez más de obstáculos que le detuviesen, paró su
consideracion exclusivamente en el cerco de Murviedro. Volvieron tam-
bien de Francia, ausentes con licencia despues de lo de Tarragona, los
generales de artillería Valée y Rogniat, con cuya llegada se activaron los
trabajos del sitio.
Empezólos el enemigo contra la parte occidental de la fortaleza, en
donde estaba el reducto dicho del Dos de Mayo, y plantó á 150 toesas
una batería de brecha. Ofrecíansele para continuar en su intento mu-
chos estorbos nacidos del terreno; y si los españoles hubiesen tenido ar-
tillería de á veinticuatro, siendo imposible en tal caso los aproches, qui-
zá se hubiera limitado el cerco á mero bloqueo.
Pudieron al fin los franceses, despues de penosa faena, romper sus
fuegos el 17, mas hasta el 18 en la tarde no juzgaron los ingenieros prac-
ticable la brecha abierta en el reducto del Dos de Mayo, en cuya hora re-
solvió Suchet dar el asalto.
Una columna escogida al mando del coronel Matis debia acometer
la primera. Notaron los españoles desde temprano los preparativos del
enemigo, y apercibiéronse para rechazarle. Hombres esforzados corona-
ban la brecha, y con voces y alaridos desafiaban á los contrarios sin que
los atemorizase el fuego terrible y vivo del cañon frances.
Comenzóse la embestida, y los más ágiles de los sitiadores llegaron
hasta dos tercios de la subida, cuya aspereza y angostura les impidió ir
más arriba, destrozados por el fuego á quemaropa de los nuestros, por
las granadas y las piedras. Cuantas veces repitió el enemigo la tentati-
va, otras tantas cayeron sus soldados del derrumbadero abajo. Entróles
desmayo, y á lo último, como anonadados, desistieron de la empresa con
pérdida de 500 hombres, de ellos muchos oficiales y jefes. Por medio de
señales entendíase la guarnicion del fuerte con la ciudad de Valencia, y
Blake ofreció al Gobernador y á la tropa merecidas recompensas.
Embarazábale mucho á Suchet el malagro de su empresa, y aunque
procuró adelantar los trabajos y aumentar las baterías, temia fuese in-
fructuoso su afan, atendiendo á lo escabroso y dominante del peñon de
Sagunto. Confiaba sólo en que Blake, deseoso de socorrer la plaza, vinie-
se con él á las manos, y entónces parecíale seguro el triunfo.
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(28) Storia delle campagne e degli assedii degl’italiani in Ispagna, da Camilo Vaca-
ni, volume terzo, parte terza, 2.
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(29) Historia del rebetion y castigo de los moriscos del reino de Granada, por Luis del
Mármol, lib. I, cap. XVII.
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habia él martirizado ántes, y si la ley del talion fuese lícita, y más al vul-
go, hubiéralo sido en esta ocasion contra hombre tan inhumano y fiero.
Se rindió en seguida en 14 del mismo Octubre al Baron de Eroles la
guarnicion de Belpuig, atrincherada en la antigua casa de los duques de
Sesa. Muchos de los enemigos perecieron defendiéndose, y se entrega-
ron unos 150.
Escarmentado que hubo el de Eroles á los franceses del centro de
la Cataluña, y cortada la línea de comunicacion entre Lérida y Barcelo-
na, revolvió al Norte, con propósito hasta de penetrar en Francia. Obró
entónces mancomunadamente con don Manuel Fernandez Villamil, go-
bernador á la sazon de la Seu de Urgel, y sirvióle éste de comandan-
te de vanguardia. Rechazó ya al enemigo en Puigcerdá el Baron, el 26
de Octubre, y le combatió bravamente el 27, en un ataque que el últi-
mo intentára. Al propio tiempo Villamil se dirigió á Francia por el va-
lle de Querol, desbarató el 29 en Marens á las tropas que se le pusieron
por delante, saqueó aquel pueblo, que sus soldados abrasaron, y entró el
30 en Ax. Exigió allí contribuciones, é inquietó toda la tierra, repasando
despues tranquilamente la frontera. Sostenia Eroles estos movimientos.
Pero el centro de todos ellos era D. Luis Lacy, quien cautivó con su
conducta la voluntad de los catalanes, pues al paso que procuraba en lo
posible introducir la disciplina y buenas reglas de la milicia, lisonjeá-
balos prefiriendo en general por jefes á naturales acreditados del país, y
fomentando el somaten y los cuerpos francos, á que son tan aficionados.
La situacion entónces de la Cataluña indicaba ademas como mejor y ca-
si único este modo de guerrear.
Y al rededor de la fuerza principal que regia Lacy ó su segundo Ero-
les, y cerca de las plazas fuertes y por todos lados, se descubrian los
infatigables jefes de que en várias ocasiones liemos hecho mencion, y
otros que por primera vez se manifestaban ó sucedian á los que acaba-
ban gloriosamente su carrera en defensa de la patria. Seríanos imposible
meter en nuestro cuadro la relacion de tan innumerables y largas lides.
Mirando los franceses con mucho desvío tan mortífera é interminable
lucha, gustosamente la abandonaban y salian de la tierra. Macdonald,
duque de Tarento, regresó á Francia, partiendo de Figueras el 28 de Oc-
tubre. Era el tercer mariscal que habia ido á Cataluña, y volvia sin de-
jarla apaciguada. Tuvo por sucesor al general Decaen.
Apénas podia moverse del lado de Gerona el ejército frances del
principado, teniendo que poner su principal atencion en mantener libres
las comunicaciones con la frontera. No más le era permitido menearse á
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Miéntras iba sobre Valencia denso nublado, sin que bastáran á di-
siparle ni los esfuerzos de aquella provincia, ni de las inmediatas, se-
rá bien que veamos lo que ocurria por el occidente de España y lugares
á él contiguos.
Cruzado que hubo lord Wellington el río Tajo, siguiendo en Julio el
movimiento retrógrado del mariscal Marmont, caminó al Norte, y sen-
tó sus reales el 10 de Agosto en Fuenteguinaldo, con visos de amagar á
Ciudad-Rodrigo.
Permaneció, no obstante, inmoble hasta promediar Setiembre, de lo
que se aprovechó el frances, ansioso de extender el campo de su domi-
nacion, para atacar al sexto ejército español; lisonjeándose de deshacer-
le, y verificar quizá en seguida una incursion rápida en el reino de Ga-
licia.
Tocaba ejecutar el plan al general Dorsenne, que mandaba en jefe
las tropas y distritos llamados del Norte; y favorecíanle, en su entender,
no sólo la inaccion de lord Wellington, sino tambien mudanzas sobreve-
nidas en el gobierno de las fuerzas españolas.
Vimos cuán atinadamente capitaneaba el sexto ejército D. José San-
tocildes, y cuánto le adestraba de acuerdo con el jefe de estado mayor D.
Juan Moscoso. En virtud de tan loable porte parecia que hubiera debi-
do continuar en el mando. No lo permitió la suerte aviesa. Reemplazóle
en breve D. Francisco Javier Abadía. Se atribuyó la remocion al general
Castaños, que conservaba, si bien de léjos, la supremacía del sexto ejér-
cito, y susurróse que le impelieron á ello inspiraciones de ajenos celos,
ú otros motivos no ménos reprensibles. Abadía se presentó á sus tropas
á mediados de Agosto.
Situábase en aquel tiempo el mencionado ejército del modo siguien-
te: la vanguardia, bajo don Federico Castañon, en San Martin de las To-
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(1) Tableau analytique des principales combinaisons de lo guerre, par le baron Jominy,
chap. II, section 1 de la Stratègie.
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260 hombres, no más los franceses. Vió en aquellos dias por primera vez
el fuegó, y se distinguió, el Príncipe de Orange, que allí asistia en cali-
dad de ayudante de campo de lord Wellington, exponiendo su persona
por la independencia de un país muy desamado dos siglos ántes de sus
ilustres y belicosos abuelos los Guillermos y Mauricios. Así anda y vol-
tea el mundo.
Separáronse á poco los dos generales franceses, no pudiendo mante-
nerse unidos por celos, falta de subsistencias y por amagos que tenian
de otros lugares. Dorsenne se retiró hácia Salamanca y Valladolid; Mar-
mont á tierra de Plasencia.
Tambien lord Wellington tomó nuevos acantonamientos, sentando en
la Fregeneda su cuartel general. Vínole bien no le hubiesen los fran-
ceses atacado el 25 todo su ejército, ni, embestido el 26 la posicion de
Fuenteguinaldo. Las muchas fuerzas que consigo traían hubiéranle po-
dido causar gran menoscabo. Tan cierto es que en la guerra representa la
fortuna papel muy principal.
Dió entónces lord Wellington comienzo á los preparativos que exigía
la formalizacion del sitio de Ciudad-Rodrigo. Le dejó para su empresa,
segun ya indicamos, sumo despacio lo que ocurria en las demas partes
de España, y tampoco le perjudicaron las operaciones de los partidarios
que andaban cerca, singularmente las de D. Julian Sanchez.
Entre otros hechos de éste, por entónces notables, cuéntase el acae-
cido el 15 de Octubre en las cercanías de Ciudad-Rodrigo. Sacaban los
enemigos su ganado á pastar fuera, y deseoso Sanchez de cogerle, armó
una celada con 360 infantes y 130 jinetes en ambas orillas del Águeda,
corriente abajo. A la propia sazon que acechaban los nuestros y se pre-
paraban á la sorpresa, salió de la plaza á hacer un reconocimiento con
12 de á caballo el gobernador frances Renaud, y emparejando parte de
los emboscados con él y su escolta, apoderáronse de su persona por la
izquierda del rio, al paso que por la derecha apresaron los otros unas
500 reses de ganado vacuno y cabrío. Desesperábase Renaud por su in-
fortunio, y D. Julian, tratando de consolarle, le dió una cena acompaña-
da de música, y tan espléndida como permitian las circunstancias de su
vário é instable campo.
Tambien molestaba España á los enemigos, é irritado de que el ge-
neral Mouton, comandante de unas tropas que entraron en Ledesma, hu-
biese arcabuceado á seis prisioneros nuestros veinticuatro horas des-
pues de haberlos cogido, hizo otro tanto con igual número de franceses,
escribiendo en 12 de Octubre al gobernador de Salamanca Thielbaud
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una carta en que se leian las cláusulas siguientes (2): «Es preciso que V.
E. entienda y haga entender á los demas generales franceses, que siem-
pre que se cometa por su parte semejante violacion de los derechos de
la guerra, ó que se atropelle algun pueblo ó particular, repetiré yo igual
castigo inexorablemente en los oficiales y soldados franceses... y de este
modo se obligará al fin á conocer que la guerra actual no es como la que
suele hacerse entre soberanos absolutos, que sacrifican la sangre de sus
desgraciados pueblos para satisfacer su ambicion ó por el miserable in-
teres, sino que es guerra de un pueblo libre y virtuoso, que defiende sus
propios derechos y la corona de un rey á quien libre y espontáneamen-
te ha jurado y ofrecido obediencia, mediante una Constitucion sábia que
aségure la libertad política y la felicidad de la nacion.» ¡Esto decia Es-
paña en 1811!
A la derecha de lord Wellington, D. Francisco Javier Castaños con el
quinto ejército, y auxiliado por las tropas del general Hill, dió no poco
que hacer á los franceses.
Aunque se extendia el mando de aquel jefe al sexto ejército, y des-
pues comprendió también el del séptimo, su autoridad inmediata apare-
cía por lo comun sólo en Extremadura y puntos vecinos. Mostróse Casta-
ños allí riguroso con desertores, infidentes y otros reos, lo que desdecia
de su carácter al parecer blando. Bien es verdad que hubo ocasion en que
ejerció la justicia contra delincuentes cuya conducta estremece aún y po-
ne espanto. Fué horrible el caso de José Pedrezuela y de su mujer María
Josefa del Valle. Barba el primero algun tiempo del coliseo del Príncipe
de Madrid, fingióse comisionado regio del gobierno legítimo, y desempe-
ñó el supuesto cargo en Piedraláves y Ladrada, pueblos de tierra de To-
ledo. Los habitantes y guerrillas de la comarca le obedecian ciegamen-
te en la creencia de ser enviado por el gobierno de Cádiz. La ocupacion
enemiga daba favor al engaño. El Pedrezuela y su esposa fueron convic-
tos de haber condenado á suplicios bárbaros sin facultad ni debido jui-
cio á más de 13 personas. Ejecutaba aquél las sentencias por sí mismo, ó
las hacia ejecutar á media noche en un monte ó heredad, cosiendo á sus
víctimas á puñaladas, ó matándolas de un fusilazo en él oído. Iba á veces
la muerte acompañada de otros horrores, y si bien se probaron sólo tre-
ce asesinatos, se imputaban á los reos fundadamente más de sesenta. La
mujer, hembra de ferocidad exquisita, condenaba en ausencia del mari-
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sin que por eso dejasen de afligirle otros cuidados. En Pamplona habia
el frances acrecido sus rigores, y poblado las cárceles y conventos con
los padres, parientes y familias de los voluntarios que servian bajo las
banderas de la patria, ahorcando á unos y conduciendo á otros á Francia
desapiadadamente. Mina, con razon airado, dió en 14 de Diciembre un
decreto en que anunciaba represalias terribles. Decia e n el preámbulo
(3): «Ni los sentimientos de humanidad, ni las leyes de la guerra admiti-
das entre los militares civilizados, ni la conducta generosa de los volun-
tarios de Navarra han contenido el espíritu sanguinario y desolador de
los generales franceses y autoridades intrusas;..... no se da un paso sin
oír tristes alaridos causados por la tiranía. Navarra es el país del llanto
y amargura; se vierten lágrimas contínuas por la pérdida de sus mejores
amigos: padres que ven á sus hijos colgados en una horca por su heroi-
cidad en defender la patria; éstos á sus padres consumidos en la prision,
y por último, espirar en un palo sin más delito que ser padres de tan va-
lientes defensores. Continuamente he pasado á los generales franceses
de Navarra los oficios más enérgicos, capaces de reprimirlos y hacerlos
entrar en el órden: no he perdonado diligencia alguna para reducir la
guerra á su debida comprension; estoy justificado de mis procedimien-
tos... Para colmo... de la iniquidad francesa y perfidia de algunos malos
españoles, he visto 12 paisanos afusilados en Estella, 16 en Pamplona,
cuatro oficiales y 38 voluntarios pasados por las armas en dos dias.....»
Despues, en el primer artículo, «declaraba guerra á muerte y sin cuar-
tel á jefes y á soldados, incluso el Emperador de los franceses.» Eran los
otros artículos del propio tenor. En uno de ellos tambien se considera-
ba á Pamplona en estado de verdadero sitio, y proclamábanse de consi-
guiente várias resoluciones. Injusto y áun sañudo pareceria este decreto
á no haberle provocado sobradamente las crueldades inauditas del ene-
migo. La ejecucion correspondió á la amenaza, y más adelante tuvieron
los franceses que entrar en razon.
Así corrian por acá las cosas: tristes eran las que se preparaban en
Valencia. Dejamos aquí al principiar Noviembre ambos ejércitos, espa-
ñol y frances, fronteros uno de otro en las opuestas orillas del Guadala-
viar ó Turia. Ocupaban los enemigos en la izquierda casi dos leguas de
extension, y fortificaron su línea con obras defensivas. En la derecha ha-
bian los españoles aumentado las suyas despues de las anteriores tenta-
tivas de los franceses contra Valencia, de cuya ciudad dimos breve idea
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cuando hablamos del primer sitio de 1808. Habian ahora los nuestros
cortado los puentes de la Trinidad y Serranos, dos de los cinco de pie-
dra que cruzan el rio, de cauce éste no muy profundo, y sangrado ade-
mas para el riego por muchas acequias. Conservaron los españoles por
algunos dias en la izquierda del Guadalaviar unas cuantas casas, el co-
legio de San Pío V y el convento de la Trinidad: levantaron en los puen-
tes no destruidos várias obras, y derribaron, para facilitar la defensa,
el suntuoso palacio llamado del Real. En el recinto principal y antiguo
se hicieron algunas mejoras; pero se atendió con particularidad á cons-
truir un terraplen de diez y seis piés de alto y otro tanto de espesor, con
flancos y foso, que empezaba al Oeste junto al rio, enfrente del baluarte
de Santa Catalina, y continuaba exteriormente por Cuarto, abrazando el
arrabal de este nombre y los de San Vicente y Ruzafa hasta Monte Oli-
vete, en donde se levantó un reducto. De aquí al mar se practicaron cor-
taduras y se fabricaron escolleras, fortaleciendo tambien el lazareto al
embocadero del rio. Por el otro extremo, via de Manises, se establecie-
ron parapetos y otras fortificaciones de campaña no cerradas. Sin embar-
go de tales obras, estaba Valencia léjos de haberse convertido en y una
plaza respetable. Figuraban más bien aquéllas la imágen de un campo
atrincherado, y ése fué el objeto que se llevó al realizarlas. Y con razon
advirtieron los inteligentes que para ello se habian desaprovechado mu-
chas de las ventajas que ofrecia el terreno, porque ni se dispuso inun-
dar debidamente los campos con las aguas de riego, ni tampoco se ro-
bustecieron varios conventos y edificios por allí esparcidos, cuya solidez
se acomodaba muy mucho al establecimiento de una cadena de puntos
fortificados.
Considerada de este modo la defensa, hallábase la clave de ella á
una legua de Valencia, en Manises, sitio en que yacen las compuertas de
las acequias mayores. Tenía en dicho punto D. Nicolas Mahy su cuartel
general, y en él y en San Onofre estaban las divisiones de Villacampa y
Obispo, permaneciendo apostada á la izquierda, y algo detras, en Alda-
ya y Torrente, la caballería. Por la derecha en Cuarte se situaba la otra
division del General, á las órdenes de D. Juan Creagh. En el pueblo de
Mislata alojábase la de D. José Zayas, y próximo á Valencia la de Lardi-
zábal. Se mantenía en el Monte Olivete la de Miranda, componiendo la
totalidad de las tropas unos 22.000 hombres. Proseguian guardando los
puntos hasta el mar guerrilleros y paisanos. Recorrian la costa barcos
cañoneros españoles y buques de guerra aliados.
No se descuidó Suchet por su parte en afianzar más y más desde el
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puerto del Grao hasta Paterna su línea, que podia llamarse justamente
de contravalacion. Proponíase en ello no sólo enfrenar los ataques del
ejército de Valencia y de cualesquiera partidas que se descolgasen de lo
interior, sino tambien conservar con ménos gente su estancia para tener
disponible mayor número de tropas, llegado el caso de obrar ofensiva-
mente. Por lo mismo, y ansioso de despejar toda la orilla izquierda, pen-
só ántes de nada en arrojar á los españoles de las casas y edificios que
allí ocupaban. Costóle bastante, habiéndose defendido los nuestros con
grande empeño, sobretodo en el convento de Santa Clara, que no eva-
cuaron hasta que el enemigo, abierta brecha con sus hornillos, se prepa-
raba al asalto. En lo demas apénas se hizo durante mes y medio otra de-
mostracion hostil por ambas partes que fuego de artillería gruesa.
Blake llamó aún hácia el reino de Valencia más fuerza del tercer
ejército, de cuyas tropas quedaron con eso ya muy pocas en la fronte-
ra de Granada. Las que ahora se alejaron componíanse de unos 4.000
hombres á las órdenes de D. Manuel Freire, quien se dirigió primero á
Requena, punto amagado por D’Arinagnac, de vuelta en Cuenca. Antes
habia destacado Blake hácia aquella parte á D. José Zayas con más de
4.000 hombres, por lo mucho que importaba cubrir flanco de tal entidad.
Entró el último en la mencionada villa el 28 de Noviembre. A su vista se
retiraron los enemigos, temerosos tambien de las tropas del tercer ejér-
cito, que habian ya llegado á Hiniesta. Adelantóse en seguida Freire á
Requena, é hizo allí alto. Zayas entónces restituyóse á su antigua posi-
cion de Mislata, y la ocupó otra vez el 2 de Diciembre.
Fuera de eso, no pensó Blake en incomodar al enemigo, ni en fomen-
tar guerrillas por la espalda y flanco, siendo así que algunas se habian
mostrado en Nules, Castellon de la Plana y Villareal. Desentendíase por
lo general de cualquiera otro linaje de pelea que no fuese la reglada y
puramente militar; de suerte que no hubo en Valencia en favor de la de-
fensa aquel ardor que se notó en las ocasiones pasadas. Entibiábase por
el despego del jefe hácia el paisanaje, y su sobrada y casi exclusiva con-
fianza en las tropas de línea.
Se desvivía en tanto Suchet por la tardanza de los refuerzos que de-
bian llegarle, sin los cuales juzgaba imprudente arremeter á los españo-
les en sus atrincheramientos, y difícil encerrarlos dentro de la ciudad.
Cuantos más dias pasaban, más crecia el desasosiego del mariscal fran-
ces, por el tiempo que se daba á Blake para fortalecerse, y huelgo á los
naturales para rebullir y empezar por sí solos una guerra popular y des-
tructiva.
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dalaviar. Había preferido este punto con la mira de cruzar el río agua
arriba de Manises, de no enmarañarse por el laberinto de las acequias, y
de evitar cualquiera inundacion, apoderándose de las compuertas.
Durante la noche los enemigos echaron tres puentes: protegieron á
los trabajadores 200 húsares, que, llevando en las ancas á unos cuan-
tos soldados de tropas ligeras, vadearon el rio y ahuyentaron los pues-
tos españoles. Por la mañana el primero que atacó en lo más extremo de
nuestra izquierda fué el general Harispe. Precedíale caballería, que tro-
pezó con la de D. Martin de la Carrera hácia Aldaya, entre la acequia
de Manises y el barranco de Torrente, en medio de garroferos y olivos.
Nuestros jinetes rechazaron á los contrarios, y el soldado del regimien-
to de Fernando VII, Antonio Frondoso, hombre esforzado, hirió y dejó
en el campo por muerto al general Boussard, en cuyo derredor perecie-
ron, defendiéndole, un ayudante suyo y varios húsares. Mas rehechos los
enemigos, arremetieron de nuevo con superiores fuerzas, y recobraron á
Boussard. Vióse entónces obligado D. Martin de la Carrera á retirarse,
tomando la direccion de Alcira. Casi al mismo tiempo embistió el gene-
ral Musnier á Manises y San Onofre, de donde se alejó D. Nicolas Mahy,
despues de corta defensa, en busca tambien del Júcar por Chirivella.
Advertido Blake del ataque, salió de Valencia, y á las diez de la ma-
ñana, estando á medio camino de Mislata, recibió noticia de Mahy, pin-
tándole su apuro y pidiendo instrucciones. La línea en aquella sazon
estaba ya por todas partes acometida ó amenazada. Zayas en Mislata an-
daba á las manos con la division de Palombini. Acudió por órden de Ma-
hy á socorrerle desde Cuarte Creagh con alguna gente; mas Zayas no
necesitando de aquel auxilio, mayormente por esperar de Valencia dos
batallones, le despidió, y guardó sólo dos obuses, defendiendo con brío
su posicion. Nuestro fuego aquí fué tan vivo y acertado, que desordenó
la brigada enemiga de Saint Paul, y la arrojó contra el Guadalaviar. En
vano Palombini quiso rehacerla, amenazando igual suerte á la otra suya
de Balatier. Asegurada, pues, parecia de este lado la victoria, si no la in-
utilizáran el descuido y flojedad de que se adoleció en las otras partes.
Porque adelantando Harispe sobre Catarroja, y posesionado Mus-
nier de Manises y San Onofre, vinieron algunos cuerpos enemigos sobre
Cuarte, y venciendo los primeros atrincheramientos, obligaron á las tro-
pas que guarnecian el pueblo á evacuarle. Volvia Creagh entónces de su
excursion á Mislata, y á pesar de sus esfuerzos y de los de don José Pe-
rez al frente del batallon de la Corona, no se pudo contener el progreso
de los franceses, teniendo al cabo los nuestros que retirarse. Se distin-
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tó? Ya lo hemos visto. Y ¿será dado callar á los vecinos cuando se tra-
ta de la vida, de la hacienda, y de que no se despeñe en su perdicion la
ciudad en que nacieron? No: mayor silencio tachárase de servidumbre
humilde.
Pero lo que áun es más, el mismo D. Joaquin Blake fué quien dió im-
pulso á los primeros murmullos del paisanaje. Empezaron éstos el 29.
Ántes el 28 había aquel general comunicado al Ayuntamiento y á la co-
mision de partido su resolucion de salir por la noche con el ejército,
y prevenídoles al mismo tiempo haber dispuesto que el gobernador D.
Cárlos O’Donnell convocase una junta extraordinaria, compuesta de las
principales clases y autoridades, la cual atenderia en circunstancias tan
críticas á todo cuanto juzgase útil respecto de los intereses del vecinda-
rio. Los preparativos para este llamamiento y las reuniones que provo-
có despertaron la atencion de los ciudadanos, y descubrieron el disgus-
to comun, que se aumentó con la tentativa de evasion del mismo día 28
y su mal éxito. Congregóse la nueva junta en la noche del 30 al 31, no
advirtiéndose, sin embargo, hasta entónces otra cosa que fermentacion y
suma desconfianza. Mas luégo de instalada aquella corporacion, se en-
crespó la furia popular, y menester fué nombrar comisionados que pasa-
sen á examinar el estado de la línea. Entre ellos habia individuos de di-
versas clases y algunos frailes.
Prendiéronlos á todos al salir por la puerta de Coarte, y los enviaron
á Blake, que se hallaba en el arrabal de Ruzafa. Era la una de la madru-
gada, y desazonóle mucho al General en jefe el aparecimiento de los ta-
les comisionados, por lo que no sólo no consintió en que fuesen á visi-
tar la línea, sino que guardando en rehenes á algunos de ellos, despachó
á los otros con escolta á Zayas para que éste les hiciese desfogar los ím-
petus del patriotismo en las baterías. Igualmente ordenó á la junta disol-
verse, no permitiendo hubiese más autoridad popular que la comision de
partido, aumentada con cuatro ó cinco individuos para facilitar el despa-
cho de los negocios. De este modo quebró su enojo Blake, deshaciendo
lo mismo que ántes habia decidido, y mostrándose severo y resuelto en
ocasiones en que quizá no era muy necesario.
Obedecieron todos las determinaciones del General, y se notó á las
claras cuán dueño era de llevar á cabo cualquiera plan sin que pudie-
sen los vecinos ponerle impedimento alguno, manteniéndose siempre el
ejército obediente y subordinado. No obstante, ya hemos visto cómo ale-
gó Blake, para no intentar nueva salida, el desasosiego del pueblo, aña-
diendo despues que no queria con su ausencia dar ocasion á desórdenes
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(4) Ego ením sie existimo, in summo imperatore quatuor has res inesse oportere, scien-
tiam rei militaris, virtutem, auctoritatem, felicitatem. (Oratio pro lege Malia,10.)
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los franceses de Salamanca, aunque tan próximos, haber los aliados em-
prendido el sitio.
Debió éste tener principio el 6 de Enero; pero se retardó hasta el 8
por el mal tiempo. Describimos á Ciudad-Rodrigo cuando el cerco de
1810, tan honorífico para las armas españolas. Desde entónces habian
los franceses reparado los daños causados en aquella defensa, fortaleci-
do los principales edificios del arrabal y el convento de Santa Cruz, al
Nordeste, como tambien levantado en el cerro ó sea teso de San Francis-
co un reducto, que apellidaron de Renaud, en memoria del malhadado
gobernador de aquel nombre, que cogiera D. Julian Sanchez.
Ocuparon los ingleses esta obra en la noche misma del 8 al 9; estreno
feliz de su empresa. Por allí dirigieron los trabajos, siguiendo el mismo
camino que habían tomado los franceses en el anterior cerco. Estable-
cieron los sitiadores la primera paralela en el mencionado teso, y plan-
taron tres baterías de á once piezas cada una. Rompieron el 14 el fuego,
y abriendo los aproches, formaron la segunda paralela á 70 toesas de la
plaza. Favoreció el progreso la toma que el general Graham verificó el
13 del convento de Santa Cruz, con lo cual se vió protegida la derecha
de los sitiadores. Sucedió otro tanto respecto á la izquierda, habiéndo-
se enseñoreado los aliados en la noche del 14 del convento de San Fran-
cisco en el arrabal. Continuaron los ingleses completando del 15 al 19
la segunda paralela y sus comunicaciones, y no descuidaron adelantar la
zapa hasta la cresta del glácis.
Entre tanto habia previsto Wellington que tal vez convendría, ántes
de que se concluyeran debidamente los trabajos, dar el asalto; por lo que
recibiendo de los ingenieros seguridad de que era posible abrir brecha
sólo con los fuegos de las baterías de la primera paralela, ordenó que se
pusiese en ello todo el conato. Así se hizo, y en la tarde del 19 hallóse ya
aportillado el muro de la falsabraga y el del cuerpo de la plaza. Ademas
de la brecha principal, practicóse otra más á la izquierda de los aliados,
por medio de una nueva batería plantada en el declive que va desde el
cerro al convento de San Francisco.
Hasta entónces habian los sitiados procurado retardar las operacio-
nes del inglés, y el 14 hicieron una salida en que le causaron daño. Sin
embargo, ni estas tentativas ni otros arbitrios fueron parte á impedir que
llegase el momento crítico del asalto.
Dispúsole Wellington, desechada que fué por el gobernador frances
la propuesta de rendirse, y aceleróle en consecuencia de tristes nuevas
que empezaba á recibir de Valencia, como tambien por reunir tropas en
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LIBRO DÉCIMOOCTAVO.
(1) Apud nos priùs leges conditas, quam reges creatos fuisse. (Aragonensium rerum
commentarii.)
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mas, arrastrado como los demas por el torrente de la opinion, señaló pa-
ra principiar los debates el 25 del propio Agosto, plazo sobradamente
corto. Duró la discusion por espacio de cinco meses no habiéndose ter-
minado hasta el 23 del proximo Enero: fué grave y solemne, y de suer-
te que, afianzando la autoridad de las Córtes, ensalzó al mismo tiempo la
fama de los individuos de esta corporacion.
Por eso los obstáculos que quisieron presentarse al progreso de las
deliberaciones venciólos fácilmente la voz pública y el vivo y comun de-
seo de gozar pronto de una Constitucion libre. De aquéllos, húbolos de
fuera de las Córtes, y tambien de dentro, aunque no muy dignos de re-
paro. Hablarémos de los primeros más adelante. Comenzaron los últi-
mos ya en el seno de la Comision, no habiendo querido uno de sus in-
dividuos, D. José Pablo Valiente, firmar el proyecto, á pesar de haber
concurrido á la aprobacion de las bases más principales. Crecieron al-
gun tanto al abrirse los debates en el Congreso. Los contrarios al proyec-
to, frustradas las esperanzas que habian fundado en el presidente Güe-
reña, reemplazaron á éste el 24, día de la remocion de aquel cargo, con
D. Ramon Jiraldo, á quien tenian por enemigo de novedades, y no ménos
resuelto para suscitar embarazos en la discusion, que fecundo’ á fuer de
togado antiguo, en ardides propios del foro. Mas tambien en eso se equi-
vocaron. Jiraldo, luégo que se sentó en la silla de la presidencia, mostró-
se muy adicto á la nueva Constitucion, y empleó su firmeza en llevar á
cabo y en sostener con teson las deliberaciones.
Desbaratadas de este modo las primeras tentativas de oposicion, no
quedaba ya otro medio á los enemigos del proyecto, sino prolongar los
debates, moviendo cuestiones y disputas sobre cada artículo y sobre ca-
da frase. Pero sábese que en un congreso, como en un ejército, si se ma-
logran los ímpetus de una embestida, cuanto más fogosos fueren éstos en
un principio, tanto más pronto aflojan despues y del todo cesan.
Distribuíase la nueva Constitucion en artículos, capítulos y títulos.
No ha de esperarse que entremos á hablar por separado de cada una de
estas partes limitarémonos á dar una idea general de la discusion, ate-
niéndonos para ello á la última de las divisiones insinuadas, que se com-
ponía de diez títulos. Era el primero, de la nacion española y de los espa-
ñoles. Renovábase en su contexto el principio de la soberanía nacional,
admitido en 24 de Setiembre anterior, y declarado ahora como fuen-
te, en España, de todas las potestades, y raíz hasta de la Constitucion:
128 diputados contra 24 aprobaron el artículo; y los que le desecharon,
no fué en la substancia, sino en los términos en que se hallaba extendi-
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do. Tratamos con cierta detencion este punto en el libro trece; y allí in-
dicamos que, aunque conviniese no estampar en las leyes ideas abstru-
sas, la situacion particular de la monarquía y su orfandad disculpaban
se hiciese en el caso actual excepcion á aquella regla. Individualizában-
se igualmente en dicho título los que debian conceptuarse españoles,
ora hubiesen nacido en el territorio, ora fuesen extranjeros, exigiéndo-
se de los últimos carta de naturaleza ó diez años de vecindad. Se inser-
taba tambien allí mismo una breve declaracion de derechos y obligacio-
nes, que aunque imperfecta, evitaba algun tanto el peligroso escollo de
generalizar demasiadamente, habiéndose reprobado en los debates algu-
no que otro articulo del proyecto de la Comision, más bien sentencioso
que preceptivo. En todos estos puntos, como habia vasto campo de su-
tileza en que apacentar el ingenio, detuviéronse más de lo regular cier-
tos vocales, avezados á la disputa con la educacion escolástica de nues-
tras universidades.
Hablaba el segundo título del territorio, de la religion y del gobier-
no. Hubo en la Comision muchos altercados sobre lo primero, en espe-
cial respecto de América, no pudiendo conformarse ni áun entenderse á
veces sus propios diputados. Cada uno presentaba una division distin-
ta de territorio, y queria que se multiplicasen sin fin ni término las pro-
vincias y sus denominaciones. Provenia esto del deseo de agasajar va-
nidades de la tierra nativa, y tambien de la confusion y alteraciones que
habia habido en la reparticion de regiones tan vastas, soliendo llevar el
nombre de provincia lo que apénas se diferenciaba de un desierto ó pa-
ramera. Tambien se suscitaron algunas reclamaciones en cuanto á la Es-
paña peninsular, y todos estaban de acuerdo en la necesidad de variar
y mejorar la division actual, pues áun acá en Europa era harto desigual,
así en lo geográfico como en lo administrativo, judicial y eclesiástico, y
tan monstruosa á veces, que entre otros hechos citóse el de la Rioja, en
donde se contaban parajes que correspondian, ya á Guadalajara, ya á
Soria y ya á Búrgos. Pero, á pesar de eso, como el poner acomodado re-
medio pedia espacio y gastos, ciñéronse por entónces las Córtes á ha-
cer mencion en un artículo de las más señaladas provincias y reinos de
ambas Españas, anunciando en otro que luégo que las circunstancias lo
permitiesen se efectuaria una division más conveniente del territorio ó
de la monarquía.
Esta cuestion, si bien de importancia para el buen gobierno interior
del reino, no era tan peliaguda como la otra del mismo título, tocante á la
religion. La Comision habia presentado el artículo concebido en los tér-
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drá nunca el fanatismo ahondar sus raíces, ni ménos incomodar las opi-
niones que le sean opuestas?
Cuerdo, pues, fué no provocar una discusion en la que hubieran sido
vencidos los partidarios de la tolerancia religiosa. Con el tiempo y fácil-
mente, creciendo la ilustracion y naciendo intereses nuevos, hubiéran-
se propagado ideas más moderadas en la materia, y el español hubiera
entónces permitido sin obstáculo que junto á los altares católicos se en-
salzasen los templos protestantes, al modo que muchos de sus antepasa-
dos habian visto, durante siglos, no léjos de sus iglesias, mezquitas y si-
nagogas.
Era el otro extremo del título en que vamos el del gobierno. Redu-
cíase lo que aquí se determinaba acerca del asunto á una mera decla-
racion de ser el gobierno de España monárquico, y á la distribucion de
las tres principales potestades, perteneciendo la legislativa á las Córtes
con el Rey, la ejecutiva exclusivamente á éste, y la judicial á los tribu-
nales. No fué larga ni de entidad la discusion suscitada, si bien algunos
señores querian que la facultad de hacer las leyes correspondiese sólo á
las Córtes, sobre lo cual volverémos á hablar cuando se trate de la san-
cion real.
Especificábase en el mismo título quiénes debian conceptuarse ciu-
dadanos, calidad necesaria para el uso y goce de los derechos políticos.
Con este motivo se promovieron largos debates respecto de los origina-
rios de África, cuestion que interesaba á la América, pues por aquella
denominacion entendíanse sólo los descendientes de esclavos traslada-
dos á aquellas regiones del continente africano, á quienes no se declara-
ba desde luégo ciudadanos como á los demas españoles, sino que se les
dejaba abierta la puerta para conseguir la gracia segun fuese su conducta
y merecimientos. En un principio los diputados americanos no manifes-
taron anhelo por que se concediese el derecho de ciudadanía á aquellos
individuos, y húbolos, como el Sr. Morales Duarez, que se indignaban al
oir sólo que tal se intentase. En el decreto del 15 de Octubre de 1810,
cimiento de todas las declaraciones hechas en favor de América, no se
extendió la igualdad de derechos á los originarios de Africa, y en las pro-
posiciones sucesivas que formalizaron los diputados americanos, tam-
poco esforzaron éstos aquella pretension. No así ahora, queriendo algu-
nos que se concediese en las elecciones á los mencionados originarios
voz activa y pasiva, aunque los más no pidieron sino que se otorgase la
primera; motivo por el que se sospechó que en ello se trataba, más bien
que del interes de las castas, de aumentar el número de los diputados de
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(2) En su obra intitulada Coronaciones de los Sermos, reyes de Aragon, y del modo de
tener Córtes.
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deberian dejar de ser llamados los señores titulados, y los otros señores
de vasallos del reino.» En Castilla y Leon celebráronse Córtes, áun de las
más señaladas, en que no hubo brazos; y en las congregadas en Toledo,
los años 1538 y 1539, no concurrieron otros individuos de la nobleza, si-
no los que expresamente convocó el Rey, diciendo el Conde de la Coruña
en su relacion manuscrita (3): «Y no se acaba la grandeza de estos reinos
en estos señores nombrados, pues aunque no fueron llamados por S. M.,
hay en ellos muchos señores de vasallos, caballeros, hijosdalgo de dos
cuentos de renta y de uno, que tienen deudo con los nombrados.»
En adelante, ni áun así asistieron en Castilla los estamentos, y en la
corona de Aragon hubo variedad en los siglos XVI y XVII. En el XVIII
sábese que luégo que se afianzó en el solio español la estirpe de Borbon,
ó no hubo Córtes, ó en las que se reunieron los reinos de Aragon y Cas-
tilla nunca se mezclaron en las discusiones los brazos, ni se convocaron
en la forma ni con la solemnidad antiguas.
De consiguiente, no habiendo regla fija por donde guiarse, necesa-
rio era resolver cómo y de quiénes se habian de formar dichos brazos; y
aquí entraba la dificultad. Decian los que los rehusaban, «¿se compon-
drá el de la nobleza de solos los grandes? Pero esta clase como ahora se
halla constituida, no lleva su orígen más allá del siglo XVI cuando jus-
tamente cesaron los brazos en Castilla, y acabó en todas partes el gran
poder de las Córtes; siendo de notar que en Navarra, donde todavía sub-
sisten, entran en el estamento nobles casas, sí, antiguas, mas no todas
condecoradas con la grandeza. ¿Asistirán todos los nobles? Su muche-
dumbre lo impide. ¿Hárase entre sus individuos una eleccion propor-
cionada? Mas, ¿cómo verificarla con igualdad, cuando se cuentan pro-
vincias, como las del Norte, en que el número de ellos no tiene límite, y
otras, como algunas del Mediodía y centro, en que es muy escaso? Au-
menta las dificultades (añadian) la América, en donde no se conocen si-
no dos ó tres grandes, y se halla multiplicada y mal repartida la demas
nobleza. No menores (proseguian) aparecen los embarazos respecto de
los eclesiásticos. Si en una cámara ó estamento separado han de concu-
rrir los obispos y primeras dignidades, ademas de los daños que resul-
tarán, en cuanto á los de América, en abandonar sus sillas é iglesias, no
será justo queden entónces clérigos en el estamento popular, á ménos de
convertir las Córtes en concilio; y desposeer á los últimos de un derecho
ya adquirido, ofrécese como cosa ardua y de dificultosa ejecucion. Por
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otra parte (decian los mismos señores), los bienes que trae la separacion
del cuerpo legislativo en dos cámaras, no se consiguen por medio de los
estamentos. En Inglaterra júntanse aquéllas, y deliberan separadamente
con arreglo á trámites fijos, y con independencia una de otra. En Espa-
ña sentábanse los brazos en diversos lados de una sala, no en salas dis-
tintas; y si alguna vez para conferencias preparatorias y exámen de ma-
terias se segregaban, ni eso era general ni frecuente; y luégo por medio
de sus tratadores deliberaban unidos y votaban juntos. De lo que nacia
haber en realidad una cámara sola, excepto que se hallaba compuesta de
personas á quienes autorizaban privilegios ó derechos distintos.»
En medio de tan encontrados dictámenes, hablando con la imparcia-
lidad que nos es propia y con la experiencia ahora adquirida, parécenos
que hubo error en ambos extremos. En el de los que apoyaban los es-
tamentos antiguos, porque ademas de la forma vária é incierta de éstos,
agregábanse en su composicion, á los males de una sola cámara, los que
suelen traer consigo las de privilegiados. En el opuesto, porque si bien
los que sostenian aquella opinion trazaron las dificultades é inconve-
nientes de los estamentos, y áun los de una segunda cámara de nobles y
eclesiásticos, no satisficieron competentemente á todas las razones que
se descubren contra el establecimiento de una sola y única, ni probaron
la Imposibilidad de formar otra segunda tomando para ello por base la
edad, los bienes, la antigua ilustracion, los servicios eminentes, ó cua-
lesquiera otras prendas acomodadas á la situacion de España.
Pues ya que una nacion al establecer sus leyes fundamentales, ó al
rever las añejas y desusadas, tenga que congregarse en una sola asam-
blea como medio de superar los muchos é inveterados obstáculos con
que entónces tropieza, llano es que varía el caso, una vez constituida y
echados los cimientos del buen órden y felicidad pública, debiendo los
gobiernos libres, para lograr aquel fin, adoptar una conveniente balan-
za, entre el movimiento rápido de intereses nuevos y meramente popula-
res, y la permanente estabilidad de otros más antiguos, por cuya conser-
vacion suspiran las clases ricas y poderosas.
Atestiguan la verdad de esta máxima los pueblos que más largo tiem-
po han gozado de la libertad, y varones prestantísimos de las edades pa-
sadas y modernas. Tal era la opinion de Ciceron, que en su tratado De
Republica (4) afirma que óptimamente se halla constituido un estado en
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(5) A defence of the constitutions of gobernment of the United States of America, bay
John Adams... Præface.
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do, tiene que pasar á la otra para su aprobacion; si es allí tambien apro-
bado, tiene que recibir todavía la sancion del Presidente de los Estados-
Unidos; si éste la niega, vuelve el proyecto á la cámara donde tuvo su
origen; es allí de nuevo discutido, y para ser aprobado necesita la con-
currencia de las dos terceras partes de votos: entónces recibe fuerza, y
queda hecho ley del Estado..... Pues si esto sucede en un estado demo-
crático, cuyo jefe es un particular revestido temporalmente por la Cons-
titucion de tan eminente dignidad, tomado de los ciudadanos indistinta-
mente, y falto por consecuencia de aquel aparato respetuoso que arranca
la consideracion de los pueblos; si esto sucede en estados donde la ley
se filtra, por decirlo así, por dos cámaras, invencion sublime, dirigida á
hacer en favor de las leyes, que el proyecto propuesto en una cámara no
sea decretado sino en otra distinta, y áun despues ha menester la san-
cion del jefe del gobierno, ¿que deberá suceder en una monarquía como
la nuestra, y en la que no existen esas dos cámaras?....»
Prevaleció el dictámen de la Comision, y es de advertir que entre
los señores que le impugnaban, y repelian la sancion real con veto ab-
soluto ó suspensivo, habíalos de opiniones las más encontradas. Suce-
dia esto con frecuencia en las materias políticas: y diputados, como el
Sr. Terreros, muy aferrados en las eclesiásticas, eran de los primeros á
escatimar las facultades del Rey, y á contrastar á los intentos de la po-
testad ejecutiva.
En este artículo tercero establecíase la diputacion permanente de
Córtes, y se especificaba el modo y la ocasion de convocar á Córtes ex-
traordinarias. Se componia ahora la primera de siete individuos escogi-
dos por las mismas Córtes, á cuyo cargo quedaba durante la separacion
de las últimas velar sobre la observancia de las leves, y en especial de
las fundamentales, sin que eso le diera ninguna otra autoridad en la ma-
teria. Antiguamente se conocía un cuerpo parecido en los reinos de Ara-
gon, y en la actualidad en Navarra y juntas de las provincias Vasconga-
das y Astúrias. Nunca en Castilla hasta que se unieron las coronas y se
confundieron las Córtes principales de la monarquía en unas solas. En-
tonces apareció una sombra vana á que se dió nombre de diputacion,
compuesta tambien de siete individuos que se nombraban y sorteaban
por las ciudades de voto en Córtes. Pudo ser útil semejante institucion
en reinos pequeños, cuando la representacion de los pueblos no se jun-
taba por lo comun todos los años, y cuando no habia imprenta ó se des-
conocia la libertad de ella, en cuyo caso era la diputacion, segun expre-
só oportunamente el señor Capmany, «el censor público del supremo
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poder.» Pero ahora, si se ceñia este cuerpo á las facultades quo le daba
la Constitucion, era nula é inútil su censura al lado de la pública; si las
traspasaba, ademas de excederse, no servia su presencia sino para en-
torpecer y molestar al gobierno. Tuvieron por conveniente las Córtes res-
petar reliquia tan antigua de nuestras libertades, confiándole tambien la
policía interior del cuerpo, y la facultad de llamar en determinados ca-
sos á Córtes extraordinarias.
Dábase esta denominacion no á Córtes que fuesen superiores á las
ordinarias en poder y constituyentes como las actuales, sino á las mis-
mas ordinarias congregadas extraordinariamente y fuera de los meses
que permitia la Constitucion. Su llamamiento verificábase en caso de
vacar la corona, de imposibilidad ó abdicacion del Rey, y cuando éste
las quisiese juntar para un determinado negocio, no siéndoles lícito des-
viarse á tratar de otro alguno. Con esto se cerraba el título 3.º
En el 4.º entrábase á hablar del Rey, y se circunstanciaban su in-
violabilidad y autoridad, la sucesion á la corona, las minoridades y re-
gencia, la dotacion de la familia real ó sea lista civil, y el número de
secretarios de Estado y del Despacho, con lo concerniente á su respon-
sabilidad.
El Rey ejercia con plenitud la potestad ejecutiva, pero siempre de
manera que podia reconocer, como dice Diego de Saavedra (6), «que no
era tan suprema que no hubiese quedado alguna en el pueblo.» Conce-
diósele la facultad de «declarar la guerra y hacer y ratificar la paz», aun-
que despues de una larga y luminosa discusion, deseando muchos seño-
res que en ello interviniesen las Córtes, á imitacion de lo ordenado en el
fuero antiquísimo de Sobrarbe (7). Las restricciones más notables que se
le pusieron, consistian en no permitirle ausentarse del reino, ni casar-
se sin consentimiento de las Córtes. Provocó ambas la memoria muy re-
ciente de Bayona, y los temores de algun enlace con la familia de Napo-
leon. Autorizábanlas ejemplos de naciones extrañas, y otros sacados de
nuestra antigua historia.
Se reservó para tratar en secreto el punto de la sucesion á la corona.
Decidieron las Córtes, cuando llegó el caso, que aquélla se verificaria
por el órden regular de primogenitura y representacion entre los descen-
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troducirian la distincion entre los jueces del hecho y del derecho. Só-
lo el Sr. Golfin pidió que se concibiese dicho artículo en tono más im-
perativo.
El título 6.º fijaba el gobierno interior de las provincias y de los pue-
blos. Se confiaba el de éstos á los ayuntamientos, y el de aquéllas á las
diputaciones con los jefes políticos y los intendentes. En España, sobre
todo en Castilla, habia sido muy democrático el gobierno de los pueblos,
siendo los vecinos los que nombraban sus ayuntamientos. Fuése alte-
rando este método en el siglo XV, y del todo se vició durante la dinastía
austriaca, convirtiéndose por lo general aquellos oficios en una propie-
dad de familia, y vendiéndolos y enajenándolos con profusion la corona.
En tiempo de Cárlos III, reinado muy favorable al bien de los pueblos,
dispúsose en 1766 que éstos nombrasen diputados y síndicos, con obje-
to en particular de evitar la mala administracion de los abastos, tenien-
do voto, entrada y asiento en los ayuntamientos, y dándoles en años pos-
teriores mayor extension de facultades. Mas no habiéndose arrancado la
raíz del mal, trató la Constitucion de descuajarla; decidiendo que habria
en los pueblos para su gobierno interior un ayuntamiento de uno ó más
alcaldes, cierto número de regidores, y uno ó dos procuradores síndicos,
elegidos todos por los vecinos, y amovibles por mitad todos los años. Pa-
reció á muchos que faltaba á esta última rueda de la autoridad públi-
ca un agente directo de la potestad ejecutiva, porque los ayuntamien-
tos no son representantes de los pueblos, sino meros administradores de
sus intereses; y así como es justo por una parte asegurar de este modo el
bien y felicidad de las localidades, así tambien lo es por la otra poner un
freno á sus desmanes y peculiares preocupaciones con la presencia de
un alcalde ú otro empleado escogido por el gobierno supremo y central.
No quedaba á dicha semejante hueco en el gobierno de las provin-
cias. Habia en ellas un jefe superior, llamado jefe político, de provision
real, á quien estaba encargado todo lo gubernativo, y un intendente, que
dirigia la hacienda. Presidia el primero la diputacion, compuesta de sie-
te individuos, nombrados por los electores de partido, y que se renova-
ban cuatro una vez, y tres otra cada dos años. Tenía este cuerpo latamen-
te y en toda la provincia las mismas facultades que los ayuntamientos
en sus respectivos distritos, ensanchando su círculo hasta en la política
general y más allá de lo que ordena una buena administracion. Las se-
siones de cada diputacion se limitaban al término de noventa dias, pa-
ra estorbar se erigiesen dichas corporaciones en pequeños congresos y
se ladeasen al federalismo; grave perjuicio, irreparable ruina, por lo que
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podria excusarse del servicio militar cuando y en la forma que fuese lla-
mado por la ley. Quitábanse así constitucionalmente los privilegios que
eximian á ciertas clases del servicio militar; privilegios destruidos ó en
parte modificados por disposiciones anteriores, y abolidos de hecho des-
de el principio de la actual guerra.
Al cuidado de una ley particular se dejaba el modo de formar y es-
tablecer las milicias, base de un buen sistema social, y verdadero apoyo
de toda Constitucion, siempre que las compongan los hombres acomo-
dados y de arraigo de los pueblos. Tan sólo se indicaba aquí que su ser-
vicio no sería continuo; previniéndose que el Rey, si bien podia usar de
aquella fuerza dentro de la respectiva provincia, no así sacarla fuera án-
tes de obtener el otorgamiento de las Córtes. Hubo quien quería se de-
terminase desde luégo que los oficiales de las milicias fueran nombrados
y ascendidos por los mismos cuerpos, confirmando la eleccion las dipu-
taciones ó las mismas Córtes; pues opinaba quizá algo teóricamente que
siendo dicha fuerza valladar contra las usurpaciones de la potestad eje-
cutiva, debían mantenerse sus individuos independientes de aquel in-
flujo. Nada se resolvió en la materia, dejándose la decision de los diver-
sos puntos para cuando se formase la ley enunciada.
Habia tambien un título especial sobre la instruccion pública, que
era el noveno. Instituia éste escuelas de primeras letras en todos los
pueblos de la monarquía, y ordenaba se hiciese un nuevo arreglo de uni-
versidades, coronando la obra con el establecimiento de una Direccion
general de estudios, compuesta de personas de conocida instruccion, á
cuyo cargo se dejaba, bajo la inspeccion del Gobierno, celar y dirigir la
enseñanza pública de toda la monarquía. Todo se necesitaba para in-
troducir y extender el buen gusto y el estudio de las útiles y verdaderas
ciencias, por cuya propagacion tanto, y casi siempre en vano, clamaron
y escribieron los Campománes, los Jovellanos, y muchos otros ilustres y
doctos varones. Se elevaba en este título á ley constitucional la libertad
de la imprenta, declarando que los españoles podian escribir; imprimir
y publicar sus ideas políticas, sin necesidad de licencia, revision ó apro-
bacion anterior á la publicacien; propio lugar éste de renovar y estampar
de un modo indeleble ley tan importante y sagrada; pues ella bien con-
cebida, y enfrenado el abuso con competentes penas, es el fanal de la
instruccion, sin cuya luz navegaríase por un piélago de tinieblas, incom-
patible con las libertades constitucionales.
El décimo y último título hablaba de la observancia de la ley funda-
mental y del modo de proceder en sus mudanzas ó alteraciones. Las Cór-
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desvarío haber adoptado para los países remotos de Ultramar las mismas
reglas y Constitucion que para la Península; pero desde el punto que la
Junta Central habia declarado ser iguales en derechos los habitantes de
ambos hemisferios, y que diputados americanos se sentaron en las Cór-
tes, ó no habian de aprobarse reformas para Europa, ó menester era ex-
tenderlas á aquellos países. Sobrados indicios y pruebas de desunion
habia ya para que las Córtes añadiesen pábulo al fuego; y en donde no
existian medios coactivos de reprimir ocultas ó manifiestas rebeliones,
necesario se hacia atraer los ánimos, de manera que ya que no se impi-
diese la independencia en lo venidero, se alejase por lo ménos el instan-
te de un rompimiento hostil y total.
En lo demas, la Constitucion, pregonando un gobierno representati-
vo y asegurando la libertad civil y la de la imprenta, con muchas mejoras
en la potestad judicial y en el gobierno de los pueblos, daba un gran pa-
so hácia el bien y prosperidad de la nacion y de sus individuos. El tiem-
po y las luces cada día en aumento hubieran acabado por perfeccionar la
obra todavía muy incompleta.
Y en verdad, ¿cómo podria esperarse que los españoles hubieran de
un golpe formado una Consticion exenta de errores, y sin tocar en esco-
llos que no evitaron en sus revoluciones Inglaterra y Francia? Cuando
se pasa del despotismo á la libertad, sobreviene las más veces un rebo-
samiento y crecida de ideas teóricas, que sólo mengua con la experien-
cia y los desengaños. Fortuna si no se derrama y rompe áun más allá,
acompañando á la mudanza atropellamientos y persecuciones. Las Cór-
tes de España se mantuvieron inocentes y puras de excesos y malos he-
chos. ¡Ojalá pudiera ostentar lo mismo el gobierno absoluto que acudió
en pos de ellas y las destruyó!
No ha faltado quien piense que si hubieran las Córtes admitido dos
cámaras y dado mayores ensanches á la potestad real, se hubiera conser-
vado su obra estable y firme. Dudámoslo. El equilibrio más bien enten-
dido de una Constitucion nueva cede á los empujes de la ignorancia y de
alborotadas y antiguas pasiones. Los enemigos de la libertad tanto más
la temen, la aborrecen y la acosan, cuanto más bella y ataviada se pre-
senta. Camino sembrado de abrojos es siempre el suyo. Emprendímos-
le entónces en España; mas para llegar á su término, aguantar debiamos
caidas y muchos destrozos.
Puso grima á los contrarios de las Córtes fuera de su seno el partido
que éstas ganaron, y los elogios que merecieron ya en el mero hecho de
presentarse á sus deliberaciones el proyecto de la Constitucion.
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Tal vez parecerá que hubo demasía en ingerirse las Córtes directa-
mente en este asunto, y en nombrar un tribunal especial, separándose de
los trámites regulares y ordinarios. Pero el acontecimiento en sí era gra-
ve; tratábase de personas de categoría, de las que constantemente se ha-
bían opuesto á las reformas y actuales mudanzas, y de un cuerpo como el
Consejo, enemigo por lo comun de cuanto le hiciese sombra y no se aco-
modase á sus prerogativas y extraordinarias pretensiones. Ademas, íba-
se á juzgar á Lardizábal como á regente, y á los consejeros, si habia lugar
á ello, como á magistrados. Era caso de responsabilidad; las leyes anti-
guas estaban silenciosas en la materia, ó confusas y poco terminantes,
y la Constitucion no se había acabado de discutir. Necesario, pues, era
llenar por ahora el vacío. En Inglaterra acusa la cámara de los comunes
en causas iguales ó parecidas; juzga la de los lores; y en ofensas particu-
lares y que les son propias, ellas mismas, cada una en su sala, examinan
y absuelven ó condenan. Y ¡qué diferencia! allí existe una Constitucion
antigua bien afianzada, árbol revejecido y de siglos, que contrasta á vio-
lentos huracanes; mas aquí todo era tierno y nuevo, y cañaveral que se
doblaba aún con los vientos más suaves.
En la misma sesion del 15 dieron cuenta los diputados de las comi-
siones nombradas de haber cumplido con su encargo. Los que fueron á
la secretaría de Gracia y Justicia encontraron la exposicion del Obis-
po de Orense, altanera, en verdad, y ofensiva; pero que no era otra si-
no la que presentó aquel prelado á las Córtes en 3 de Octubre de 1810,
de la cual hicimos mencion en el libro XIII. Los que se encaminaron al
Consejo no descubrieron la consulta de que se trataba, y sólo sí tres vo-
tos contra ella de los señores que habian disentido, y eran D. José Na-
varro y Vidal, D. Pascual Quilez y Talon y D. Justo Ibar Navarro. Estaba
encargado de extender la consulta el Conde del Pinar, quien dijo haber-
la destruido de enojo, porque cuando la presentó al Consejo le habían
puesto reparos algunos de sus compañeros hasta en las más mínimas ex-
presiones. Irritó la disculpa, y pocos dieron á ella asenso, creyendo los
más que dicho documento se habla inutilizado ahora y despues del su-
ceso. Con su desaparecimiento y lo que resultaba de los votos de los tres
consejeros que discordaron, encrespóse el asunto, y se agravó la suerte
de los de la consulta, habiéndose aprobado dos proposiciones del Conde
Toreno, concebidas en estos términos: «1.ª Que se suspendiesen los in-
dividuos del Consejo Real que habian acordado la consulta de que ha-
cían mérito los votos particulares de los ministros Ibar Navarro, Quilez
Talon y Navarro Vidal; remitiendo estos votos y todos los papeles y do-
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cumentos que tuviesen relacion con este asunto al tribunal que iba á
nombrar el Congreso para la causa de D. Miguel de Lardizábal. 2.ª Que
miéntras tanto, entendiesen en los negocios propios de las atribuciones
del Consejo los tres individuos que se habían opuesto á la consulta, y los
ausentes que hubiesen venido despues y se hallasen en el ejercicio de
sus funciones.»
Golpe fué éste que achicó á los enemigos de las reformas, viendo cai-
do á un cuerpo gran sustentáculo á veces de preocupaciones y malos
usos. En todos tiempos, á pesar de la censura que tapaba los labios, han
clamado los españoles, siempre que han podido, contra las excesivas fa-
cultades de los togados y sus usurpaciones. «Amigos, decía de ellos D.
Diego Hurtado de Mendoza (10), de traer por todo, como superiores, su
autoridad.» Y despues más cercano á nuestros dias, en los de Felipe V,
Fr. Benito de la Soledad (11), que ya tuvimos ocasion de citar, afirmaba
que... «todos los daños de la monarquía española habian nacido de los
togados Ellos, continúa dicho escritor, han malbaratado los millones y
nuevos impuestos Ellos han quitado la autoridad á todos los reinos de la
monarquía, y desvanecídoles las Córtes» Y más adelante: «los togados
deben limitarse á mantener y ejercitar la justicia sin embarazarse en ta-
les dependencias... Sala de gobierno, añade, en los togados es buena para
que nunca le haya con utilidad ni decencia; pues esto pertenece á esta-
distas...» Omitimos otras expresiones harto duras, y quizá algo apasiona-
das. Por lo demos, admira que en principios del siglo XVIII se tuviesen
ideas tan claras sobre varios de los males administrativos que agobiaban
á España, y sobre la necesidad de separar la parte gubernativa de la ju-
dicial. Ahora el descrédito del Consejo, y la oposicion á sus providen-
cias, se habían aumentado con la conducta equívoca é incierta que ha-
bía seguido aquel Cuerpo al momento de levantarse las provincias del
reino, y su conato en atacar á éstas y contrariar casi todas las reformas
que emanaban de aquella fuente.
No paró aquí negocio tan importante, si bien enfadoso. Imprimíase
entónces en Cádiz, en la oficina de Bosch, un papel intitulado: España
vindicada en sus clases y jerarquías, el cual se presumia tener enlace con
lo que en la actualidad se trataba; por lo que en el mismo día 15 exten-
dió una proposicion el Sr. García Herreros, de cuyas resultas se remitie-
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ron á las Córtes dos ejemplares impresos de dicho escrito con el original.
Era esta produccion una larga censura de todos los procedimientos del
Congreso, en la que el autor, aunque á cada paso y en tono suave afir-
maba ser hombre sumiso y obediente á las Córtes, excitaba contra ellas
á los clérigos y á los nobles, que decía injuriados por no haberse admi-
tido los estamentos; añadiendo que no podían las mismas entender, si-
no en negocios de guerra y hacienda para rechazar al enemigo. Sonaba y
se decia autor del papel D. Gregorio Vicente Gil, oficial de la secretaria
del Consejo y Cámara; pero asegurábase, y luégo se probó, que el verda-
dero autor era D. José Colon, decano del Consejo Real. Por eso, mirando
el asunto como conexo con el de esta Corporacion y con el de Lardizá-
bal, se pasó el 21 del propio Octubre un ejemplar impreso con el origi-
nal manuscrito al tribunal especial que iba á entender en las otras dos
causas.
Habia sido aquél nombrado el 17, escogiendo las Cortes de entre los
doce sujetos propuestos por la Comision, cinco jueces y un fiscal. Fue-
ron los primeros D. Toribio Sanchez Monasterio, D. Juan Pedro Morales,
D. Pascual Bolaños de Novoa, D. Antonio Vizmaños y D. Juan Nicolas
Undaveitia, y el último D. Manuel María Arce. Prestaron todos juramen-
to ante las Córtes, y consideróse dicho tribunal como supremo, dispen-
sándole el tratamiento de Alteza.
Tuvo el negocio incidentes muy desagradables, siendo el campo de
lides del partido reformador y del antireformador. Dió lugar á várias dis-
cusiones una representacion del mencionado decano del Consejo D. Jo-
sé Colon, en la que «sometiéndose como individuo á comparecer ante el
tribunal especial, pedia como persona pública la vénia más atenta, pa-
ra que el juicio y cuanto se obrase en él fuese y se entendiese con la re-
serva de exponer, por sí, si vivia, ó por el que le sucediese, á las Cór-
tes presentes y futuras cuanto conviniese á su alto cargo y á su tribunal»
Algunos diputados miraron dicha exposicion como ambigua y como una
protesta anticipada de las reformas judiciales de la Constitucion. Pidié-
ronse al D. José explicaciones acerca del sentido; diólas, y no satisfa-
ciendo con ellas, dijo el Sr. García Herreros: «Todo individuo de la so-
ciedad tiene derecho para representar al Soberano cuanto le parezca. En
sustancia esa vénia que don José Colon pide, ¿no es para representar lo
que le convenga, ya sea ántes ó despues de la sentencia? Pues, ¿á quién
ha negado la ley ni las Córtes el que acuda á hacer presente lo que juz-
gue útil y preciso á su derecho?.....Así que (concluyó manifestando el
Sr. García Herreros) yo no comprendo á qué es pedir esa vénia, y me pa-
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do que entre los circunstantes habia intriga; y tambien, segun oyeron al-
gunos, gente pagada. Palabras que apénas las pronunció, causaron bulla
y desórden en términos que el Presidente alzó la sesion pública á pesar
de vivas reclamaciones del señor Golfin y Conde de Toreno.
Permanecieron, sin embargo, los espectadores en las galerías, y aun-
que despues las evacuaron, mantuviéronse en la calle y puertas del edi-
ficio. Cundió en breve el tumulto á toda la ciudad, y se embraveció al
divulgarse que era Valiente la causa primera de aquel disgusto. De re-
sultas cesaron las Córtes en la deliberacion pública y secreta del asun-
to pendiente, y sólo pensaron en tomar precauciones que preservasen de
todo mal la persona del diputado amenazado. A este fin vino á la baran-
dilla el gobernador de la plaza D. Juan María Villavicencio, quien res-
pondió de la seguridad individual de D. José Pablo; mas, atemorizado
éste, no quiso volver á su casa, y pidió que se le llevase al navío de gue-
rra Asia, fondeado en bahía. Hubo de condescender con sus deseos, y
puesto á bordo, mantúvose allí, y despues en Tánger muchos meses por
voluntad propia, pues era medroso y de condicion indolente; aunque, se-
gun más adelante verémos, no permaneció en su retiro desocupado, pro-
curando sostener y fomentar sus conocidas máximas y principios. Por lo
demas, el lance ocurrido, doloroso y de perjudicial ejemplo, si bien pro-
vocado por la indiscreccion y temeridad de Valiente, dió armas á los que
despues quisieron quejarse de falta de libertad.
Pero de pronto amilanáronse los enemigos de las reformas, y D. Jo-
sé Colon mismo desistió de sus peticiones, las que, sin embargo, pasa-
ron al tribunal especial. Siguieron en éste todos sus trámites las causas
encomendadas á su exámen y resolucion. Lardizábal llegó de Alicante
al principiar Noviembre, y arrestado en Cádiz, en el cuartel de San Fer-
nando, hizo á las Córtes várias representaciones, procurando sincerar su
conducta y escritos. Duraron meses estos negocios. El de la España vin-
dicada empantanóse con una calificacion que en su favor dió la Junta
suprema de censura, en oposicion á otra de la provincia, excediéndose
aquélla de sus facultades. A los consejeros procesados, catorce en núi-
nero, absolviólos de toda culpa en 29 de Mayo de 1812 el tribunal espe-
cial. Menos dichoso el señor Lardizábal, pidió contra él el fiscal la pena
de muerte, y el tribunal, si bien no se conformó con dicho parecer, con-
denó al acusado, en 14 de Agosto del propio año, «á que saliese expul-
so de todos los pueblos y dominios de España en el continente, islas ad-
yacentes y provincias de Ultramar, y al pago de las costas del proceso,
mandando que los ejemplares del manifiesto se quemasen públicamen-
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te por mano del verdugo.» Apeló Lardizábal del fallo al Tribunal supre-
mo de Justicia, ya entónces establecido; el que en sala segunda revocó
y anuló la anterior sentencia, que confirmó despues en todas sus partes
la sala primera, en virtud de apelacion que hizo el fiscal del tribunal es-
pecial. Finalizaron así tan ruidosos asuntos, en los que si hubo calor y
quizá algun desvío de autoridad, dejáronse, por lo ménos, á los acusa-
dos todos los medios de defensa; formando en esto contraste con los in-
auditos atropellamientos que ocurrieron despues al restaurarse el go-
bierno absoluto.
Volviendo poco á poco del asombro el partido anti-liberal, causó á
su contrario nuevas turbaciones, naciendo la primera de querer poner al
frente de la Regencia á una persona real. Hemos visto en el curso de es-
ta Historia los príncipes que en diversas ocasiones reclamaron sus de-
rechos á la corona de España, ó solicitaron tomar parte en los actuales
acontecimientos. No disminuyeron despues los pretendientes á pesar de
la situacion mísera y atribulada de la Península, teniendo abogados has-
ta la antigua casa de Saboya, cuyo príncipe reinante moraba en la is-
la de Cerdeña, viviendo en mucho retiro, y habiéndole casi olvidado el
mundo. Mas sobre todos reunia poderoso número de parciales la infan-
ta doña María Carlota, de la que poco hace hablamos. Queríanla los an-
ti-reformadores como apoyo de sus pensamientos, queríanla los antiguos
palaciegos, Y participaban tambien del mismo deseo muchos liberales,
ansiosos de incorporar el reino de Portugal á España. Pero de los últi-
mos, los más eran opuestos á la medida; pues, aunque partidarios, co-
mo los otros, de la union de la Península, no estimaban prudente por un
bien lejano é incierto aventurar ahora el inmediato y más seguro de las
libertades públicas; persuadidos de que el bando contrario á ellas ad-
quiriria notable fuerza con la ayuda y prestigio de una persona real. Sos-
tenia la idea D. Pedro de Sousa, ahora marqués de Palmela, ministro en-
tónces del reino de Portugal y de la córte del Brasil en Cádiz, hombre
diestro y muy solícito en el asunto, si bien le oponia resistencia su com-
pañero el ministro británico sir Henry Wellesley.
Tampoco se descuidó la Infanta, procurando por sí misma lisonjear á
las Córtes, y hacer bajo de mano ofrecimientos muy halagüeños. Con to-
do, á veces no anduvo atinada; y entre otros casos, acordámonos de uno
en que por lo ménos probó imprudencia extraña y suma. Habia por es-
te tiempo entre España y la córte del Brasil motivos de desavenencia y
quejas que nacian de antiguas usurpaciones de aquel gobierno en la ori-
lla oriental del río de la Plata, y tambien de reciente y desleal conducta
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(12) Diario de las discusiones y actas de las Córtes, tomo V, página 355.
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tes á este segundo distrito. El Conde del Montijo, á quien Blake habia
nombrado jefe de todas tres, retiróse, verificada la rendicion de Valen-
cia, y se incorporó á las reliquias de aquel ejército, campeando de nuevo
por sí los mencionados caudillos, segun deseaban, y cual quizá conve-
nía á su modo de guerrear. Tuvo D. Juan Martin el Empecinado que de-
plorar en 7 de Febrero la pérdida de 1.200 hombres, acaecida en Rebo-
llar de Sigüenza en un rencuentro con el general Guy, estando para ser
cogido el mismo Empecinado en persona, quien sólo se salvó echándo-
se á rodar por un despeñadero abajo. Achacaron algunos tal descalabro
á una alevosía de su segundo D. Saturnino Albuin, llamado el Manco;
y parece que con razon, si se atiende á que hecho prisionero éste tomó
partido con los enemigos, empañando el brillo de su anterior conducta.
Ni áun aquíparó el Manco en su desbocada carrera; preparóse á querer
seducir á D. Juan Martin y á otros compañeros, aunque en balde, y á le-
vantar partidas que apellidaron de contra-Empecinados, las cuales no se
portaron á sabor del enemigo, pasándose los soldados á nuestro bando
luégo que se les abria ocasion.
Al regresar D. Pedro Villacampa de Murcia á Aragon escarmentó,
durante el Marzo, á los generales Palombini y Pannetier en Campillo,
Ateca y Pozohondon. Unióse en seguida con el Empecinado; y obrando
juntos ambos jefes, amenazaron á Guadalajara. Separáronse luégo, y Vi-
llacampa tornó á su Aragon, al paso que D. Juan Martin acometió á los
franceses en Cuenca, entrando en la ciudad el 9 de Mayo, y encerrando
á los enemigos en la casa de la Inquisicion y en el hospital de Santiago.
No siéndole posible al Empecinado forzar de pronto estos edificios, se
retiró y pasó á Cifaentes; y hallándose el 21 en la vega de Masegoso, du-
daba si aguardaria ó no á los enemigos que se acercaban, cuando sabe-
dores los soldados de que venia el Manco, quisieron pelear á todo tran-
ce. Lograron los nuestros la ventaja, y el Manco huyó apresuradamente,
que no cabe por lo comun valor muy firme en los traidores.
Tambien D. Ramon Gayan estuvo para apoderarse el 29 de Abril del
castillo de Calatayud, muy fortificado por los franceses. No lo consiguió;
pero á lo ménos tuvo la dicha de coger á su comandante, de nombre Fa-
valelli, y 60 soldados que se hallaban á la sazon en la ciudad.
Por su parte llevó igualmente entónces á cabo D. José Durán dos em-
presas señaladas, que fueron la toma de Soria y el asalto de Tudela. Eje-
cutó la primera el 18 de Marzo, auxiliado de un plano y de noticias que
le dió el arquitecto D. Dionisio Badiola. Inútilmente quisieron los ene-
migos defender la ciudad: penetraron dentro los nuestros, rompiendo las
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quien envuelto y acometido por todas partes, tuvo que salvarla al abrigo
de la noche, despues de perder dos cañones y unos 400 hombres.
Aunque amalado, no cesó Espoz y Mina en sus lides, cogiendo en 9
de Abril, de un modo muy notable, un convoy en Arlaban, lugar célebre
por la sorpresa ya relatada del año anterior. Presentábanse para el logro
de aquel intento várias dificultades; era una la misma victoria Antes al-
canzada, y otra un castillo que habían construido allí los franceses, y ar-
tilládole con cuatro piezas. Cuidadoso Mina de alejar cualquiera sospe-
cha, maniobró diestramente; y todavía le creian sus contrarios en el alto
Aragon, cuando haciendo en un día una marcha de 15 leguas de las lar-
gas de España, se presentó con sus batallones el 9, al quebrar del alba,
en las inmediaciones de Arlaban y pueblo de Salinas, en donde formó
con su gente un circulo que pudiese rodear todo el convoy y fuerza ene-
miga. Cruchaga, segundo de Mina, contribuyó mucho á los preparativos,
y opuso á la vanguardia de los contrarios al bravo y despues malaventu-
rado comandante don Francisco Ignacio Asura.
Era el convoy muy considerable; escoltábanle 2.000 hombres, llevaba
muchos prisioneros españoles, y caminaba con él á Francia M. Deslan-
des, secretario de gabinete del rey intruso, y portador de correspondencia
importante. Al descubrir el convoy y tras la primera descarga, cerraron
los españoles bayoneta calada con la columna enemiga, y punzáronla án-
tes de que volviese de la primera sorpresa. Duró el combate sólo una ho-
ra, destrozados los enemigos y acosados de todos lados: 600 de ellos que-
daron tendidos en el campo, 150 prisioneros, y se cogió rico botín y dos
banderas. Parte de la retaguardia pudo ciar precipitadamente, protegida
por los fuegos del castillo de Araban; M. Deslandes, al querer salvarse
saliendo de su coche, cayó muerto de un sablazo que le dio el subteniente
don Leon Mayo. Su esposa doña Carlota Aranza fué respetada, con otras
damas que allí iban. Cinco niños, de quienes se ignoraban los padres, en-
viólos Mina á Vitoria, diciendo en su parte al Gobierno: «Estos angelitos,
víctimas inocentes en los primeros pasos de su vida, han merecido de mi
division todos los sentimientos de compasion y cariño que dictan la reli-
gion, la humanidad, edad tan tierna y suerte tan desventurada..... Los ni-
ños, por su candor tienen sobre mi alma el mayor ascendiente, y son la
única fuerza que imprime y amolda el corazon guerrero de Cruchaga.»
Expresiones que no pintan á los partidarios españoles tan hoscos y
fieros como algunos han querido delinearlos.
Poco Antes el general Dorsenne (que aunque tenía sus cuarteles en
Valladolid, hacia excursiones en Vizcaya y Navarra), combinándose con
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Badajoz, sino que las había mejorado, y aumentado algunas. Por lo mis-
mo pareció á los ingleses preferible emprender el ataque por el baluarte
de la Trinidad, que estaba más al descubierto y se hallaba más defectuo-
so, batiéndole de léjos, y confiando para lo demas en el valor de las tro-
pas. Dicho ataque pudo ejecutarse desde la altura en que estaba el re-
ducto de la Picuriña, para lo cual menester era apoderarse de esta obra,
y unirla con la primera paralela; operacion arriesgada, de cuyo éxito fe-
liz dudó lord Wellington.
Metiéndose el tiempo en agua desde el 20 al 25, creció tanto Guadia-
na, que se llevó el puente de barcas; á cuya desgracia afiadióse tambien
la de que el 19, haciendo los franceses una salida con 1.500 infantes y
40 caballos, causaron cenfusiou y destrozo en los trabajos. Con todo, los
ingleses continuaron ocupándose en ellos con ahinco, y rompieron el
fuego desde su primera paralela el 25 con 28 piezas en seis baterías; dos
contra la Picuriña, y cuatro para enfilar y destruir el frente atacado.
Al anochecer del mismo dia asaltaron los ingleses aquel fuerte, de-
fendido por 250 hombres, y le tomaron. Establecidos aquí los sitiado-
res, abrieron, á distancia de 130 toesas del cuerpo de la plaza, la segun-
da paralela.
En ésta se plantaron baterías de brecha para abrir una en la cara de-
recha del baluarte de la Trinidad, y otra en el flanco izquierdo del de
Santa María, situado á la diestra del primero. Los enemigos habian pre-
parado por ente lado, por donde corre el Rivillas, una inundacion que se
extendia á 200 varas del recinto, y cuya exclusa la cubría el rebellin de
San Roque, colocado á la derecha de aquel rio, y enfrente de la cortina
de la Trinidad y San Pedro, en la cual tambien se trató de aportillar una
tercera brecha. Los ingleses, para inutilizar la mencionada exclusa, qui-
sieron asimismo apoderarse del rebellin; pero tropezaron con dificulta-
des que no pudieron remover de golpe.
Prosiguió el sitiador sus trabajos hasta el 4 de Abril, esforzándose el
gobernador Philippon en impedir el progreso, y empleando para ello su-
ma vigilancia, y todos los medios que le daba su valor y consumada ex-
periencia.
Miéntras tanto, viniendo sobre Extremadura el mariscal Soult, aun-
que no ayudado todavía, como deseaba, por el mariscal Marmont, prepa-
róse Wellington á presentar batalla si se le acercaba, y resolvióse á asal-
tar cuanto ántes la plaza.
Ya entónces estaban practicables las brechas. Por tres puntos princi-
palmente debia empezarse la acometida: por el castillo, por la cara del
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sar el rio, el bien algunos cuerpos con trabajo y á costa de sangre. Favo-
reció el repliegue D. Luis del Corral, que gobernaba los jinetes, quien
se portó con tino y denodadamente: tambien sobresalió allí por su sere-
nidad y brío D. Pedro Tellez Jiron, príncipe de Anglona, deteniendo á
los franceses en el paso del Guadalete, ayudado de algunas tropas, y en
especial del regimiento asturiano del Infiesto. Recordarse no ménos de-
be el esclarecido porté de don Rafael Cevallos Escalera, ya menciona-
do honrosamente en otros lugares, quien mandando el batallon de grana-
deros del General, aunque hérido en un muslo, siempre al frente de su
cuerpo menguado con bastantes pérdidas, avanzó de nuevo, recobró por
sí mismo una pieza de artillería, sostúvola y cuando vió cargaban mu-
chos enemigos sobre el reducido número de su gente, no queriendo per-
der el cañon cogido, asióse á una de las ruedas de la cureña, y defendió-
le gallardamente hasta que cayó tendido de un balazo junto á su trofeo.
Las Córtes tributaron justos elogios á la memoria de Cevallos, y dispen-
saron premios á su afligida familia. No prosiguieron los enemigos el al-
cance, siendo considerable su pérdida; mas la nuestra ascendió á 1.500
hombres, muchos, en verdad, extraviados.
Seguro, entre tanto, Wellington de que los españoles, á pesar de in-
fortunios y descalabros, distraerian á Soult por el Mediodía, y de que,
avituallado Badajoz y guarnecida la Estremadura con el cuerpo del ge-
neral Hill y el quinto ejército, quedaria toda aquella provincia bastante-
mente cubierta, resolvióse á marchar adelante por Castilla, y abrir una
campaña importante, y tal vez decisiva. Animábale mucho lo que ocurra
en el norte de Europa, y los sucesos que de allí se anunciaban.
Conforme á lo que en el año pasado habia indicado en Cádiz D. Fran-
cisco de Zea Bermudez, disponíase la Rusia á sustentar guerra á muerte
contra Napoleon. El desasosiego de éste, su desapoderada ambicion, el
anhelo por dominar á su antojo la Europa toda, eran la verdadera y fun-
damental causa de las desavenencias suscitadas entre las cortes de Pa-
rís y San Petersburgo. Mas los pretextos que Napoleon alegaba nacian:
1.º de un ukase del Emperador de Rusia de 31 de Diciembre de 1810,
que destruia en parte el sistema continental, adoptado por la Francia en
perjuicio del comercio marítimo; 2.º, una protesta de Alejandro contra la
reunion que Bonaparte había resuelto del ducado de Oldemburgo, y 3.º,
los armamentos de Rusia. Figurábase el Emperador frances que una ba-
talla ganada en las márgenes del Niémen amansaria aquella potencia, y
le daria á él lugar para redondear sus planes respecto de la Polonia y de
la Alemania, y continuar sin obstáculo en adoptar otros nuevos, siguien-
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do una carrera que no tenía ya otros límites que los de su propia ruina.
Pero el emperador Alejandro, amaestrado con la experiencia, y trayendo
siempre á la memoria el ejemplo de España, en donde la guerra se pro-
longaba indefinidamente convertida en nacional, y en donde Wellington
iba consumiendo con su prudencia las mejores tropas de Napoleon, no
pensaba aventurar en una accion sola la suerte y el honor de la Rusia.
Aunque todavía tranquila, podia tambien la Alemania entrar en una
guerra contra la Francia, segun cálculo de buenas probabilidades. Lle-
vaba allí muy á mal el pueblo la insolencia del conquistador y la in-
fluencia extranjera, y se lamentaba de que los gobiernos doblasen la cer-
viz tan sumisamente. Alentados con eso ciertos hombres atrevidos que
deseaban en Alemania dar rumbo ventajoso á la disposicion nacional,
empezaron á prepararse, pero á las calladas, por medio de sociedades
secretas. Parece que una de las primeras establecidas, centro de las de-
mas, fué la llamada de Amigos de la virtud. Advirtiéronse ya sus efectos,
y se vislumbraron chispazos en 1809, en cuyo año, á ejemplo de Espa-
ña, plantaron bandera de ventura Katt, Darnberg, Schil, y hasta el duque
mismo Guillermo de Brunswick.
Tuvieron tales empresas éxito desgraciado, mas no por eso acabó el
fómes, siendo imposible extirparlo á la policía vigilante de Napoleon,
pues se hallaba como connaturalizado con todos los alemanes, y no re-
pugnaba ni á los generales, ni á los ministros, ni á príncipes esclareci-
dos, que lo excitaban, si bien muy encubiertamente. Una victoria de los
rusos, ó un favorable incidente, bastaba para que prendiese la llama,
tanto más fácil de propagarse, cuanto mayores y más extendidos eran los
medios de abrirle paso.
Por tanto, Napoleon procuró impedir en lo posible una manifestacion
cualquiera de insurreccion popular, más peligrosa al comenzar la gue-
rra en el Norte. Creyó, pues, oportuno y prudente tomar prendas que fue-
sen seguro de la obediencia. Así que, se enseñoreó sucesivamente de
várias plazas de Alemania en los meses de Febrero y Marzo, y conclu-
yó tratados de alianza con Prusia y Austria, persuadiéndose que afianza-
ba de este modo la base de su vasto y militar movimiento contra el impe-
rio ruso. No le sucedia tan bien en cuanto á las potencias que formaban,
por decirlo así, las alas, Suecia y Turquía. Con la primera no pudo en-
tenderse, y antes bien se enajenaron las voluntades á punto de que di-
cho gobierno, no obstante hallarse á su frente un príncipe frances (Ber-
nadotte), firmó con la Rusia un tratado en Marzo del mismo año. Con la
segunda tampoco alcanzó Bonaparte ninguna ventaja, porque si bien en
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Dos eran los principales medios de que solian valerse dichos emi-
sarios: uno, procurar influir en las determinaciones del Gobierno ó em-
pantanarlas; otro, agitar la opinion con falsas nuevas, con el abuso de
la imprenta ó con otros arbitrios; sirviéndose para ello á veces de logias
masónicas establecidas en Cádiz.
Apénas habia tomado arraigo ni casi se conocia en España esta ins-
titucion antes de 1808, perseguida por el Gobierno y por la Inquisicion.
Tampoco ni ella ni ninguna otra sociedad secreta coadyuvaron al levan-
tamiento contra los franceses, ni tuvieron parte, pues entonces todos se
entendian como por encanto, y no se requeria sigilo ni comunicacion ex-
presa en donde reinaba universalmente correspondencia natural y si-
multánea.
Derramados los franceses por la Península, fundaron logias masóni-
cas en las ciudades principales del reino, y convirtieron ese instituto de
pura beneficencia, en instrumento que ayudase á su parcialidad. Trata-
ron luégo de extender las logias á los puntos donde regía el Gobierno na-
cional; proyecto más hacedero despues que la libertad fundada por las
Córtes estorbaba que se tomasen providencias arbitrarias ó demasiado
rigorosas.
Fué Cádiz uno de los sitios en que más paró la consideracion el go-
bierno intruso para propagar la francmasonería. Dos eran las logias prin-
cipales, y una sobre todo se mostraba aviesa á la causa nacional y afec-
ta á la de José. Celábalas el Gobierno, y el influjo de ellas era limitado,
porque ni los individuos conspicuos de la potestad ejecutiva, ni los di-
putados de Córtes, excepto alguno que otro por América, aficionado á la
perturbacion, entraron en las sociedades secretas. Y es de notar que así
como éstas no soplaron el fuego para el levantamiento de 1808, tampo-
co intervinieron en el establecimiento de la Constitucion y de las liber-
tades públicas. Lo contrario de Alemania: diferencia que se explica por
la diversa situacion de ambas naciones. Hallábase la última agobiada y
opresa ántes de poder sublevarse; y España revolvióse á tiempo y prime-
ro que la coyunda francesa pesase del todo sobre su cuello. Más adelan-
te, cuando otra de distinta naturaleza vino á abrumarle en el aciago año
de 1814, se recurrió tambien entre nosotros al mismo medio de comu-
nicacion y á los mismos manejos que en Alemania; representando gran
papel las sociedades secretas en las repetidas tentativas que hubo des-
pues, enderezadas á derrocar de su asiento al gobierno absoluto.
Lisonjeábanse los emisarios de José de alcanzar más pronto sus fines
por medio de la nueva Regencia, en especial al llegar en Junio á pre-
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(4) Memorial de Sainte Helène, tom. IV, septième partie: II Novembre 1816. Édition
in-8.º, á Londres, 1823.
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bajo el nombre de Consejos; los cuales quedaron en pié, ó por ser nece-
sarios á la buena administracion del Estado, ó por no haberse aún admi-
tido ciertas reformas que se requeria precediesen á su entera ó parcial
abolicion. Las audiencias, los juzgados de primera instancia y sus de-
pendencias se ordenaron y fueron planteando bajo una nueva forma. En
el ramo económico y gobernacion de los pueblos se deslindaron por me-
nor las facultades que le competian, y se dieron reglas á las diputacio-
nes y ayuntamientos. Faena enredosa y larga en una monarquía tan vasta
que abrazaba entónces ambos hemisferios, de situacion y climas tan le-
janos, de prácticas y costumbres tan diferentes.
Abusos de la libertad de imprenta dieron ocasion á disgusto y alter-
cados, y acabaron por excitar vivos debates sobre restablecer ó no la In-
quisicion. A tanto llegó por una parte el desliz de ciertos escritores, y á
tanto por otra la ceguedad de hombres fanáticos ó apasionados. Se pu-
blicaban, en Cádiz, sin contar los de las provincias, periódicos que sa-
lian á luz todos los dias, ó con intervalos más ó ménos largos. Pocos ha-
bía que conservasen el justo medio, y no se sintiesen del partido á que
pertenecian. Entre los que sustentaban las doctrinas liberales, distin-
guianse el Semanario patriótico, que apareció de nuevo despues de jun-
tas las Córtes; El Conciso, El Redactor de Cádiz, El Tribuno y otros va-
rios. Publicaba uno el estado mayor general, moderado y circunscrito
comunmente al ramo de su incumbencia. Se imprimia otro bajo el nom-
bre de Robespierre, cuyo título basta por sí solo para denotar lo exage-
rado y violento de sus opiniones. En contraposicion daban á la prensa y
circulaban los del bando adverso, periódicos no ménos furiosos y des-
aforados. Tales eran El Diario Mercantil, El Censor y El Procurador de
la Nacion y del Rey, que se publicó más tarde, y superó á todos en ira-
cundos arranques y en personalidades. Otros papeles sueltos, ó que for-
maban parte de un cuerpo de obra, salían á luz de cuando en cuando,
como las Cartas del Filósofo rancio, sustentáculo de las doctrinas que
indicaba su título; El Tomista en las Cortes, produccion notable conce-
bida en sentir opuesto; y la Inquisicion sin máscara, cuyo autor, enemi-
go de aquel establecimiento, le impugnaba despojándole de todo disfraz
ó velo, con copia de argumentos y citas escogidas. Semejantes escritos ú
opúsculos arrojaban de sí mucha claridad y difundian bastantes conoci-
mientos, mas no sin suscitar á veces reyertas que encancerasen los áni-
mos. Males inseparables de la libertad, sobre todo en un principio, pero
preferibles por el desarrollo é impulso que imprimen al encogimiento y
aniquilacion de la servidumbre.
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tes varió deposicion, tomando otra oblicua, de que se siguió quedar alo-
jada su izquierda en Huerta de Tórmes, su derecha en las alturas cerca
de Cabezavellosa, y el centro en Aldearubia. Lord Wellington, para evi-
tar que al favor de este movimiento se pusiesen los enemigos en comu-
nicacion con los fuertes por la izquierda del Tórmes, mudó tambien el
frente de su ejército, prolongando la línea, de forma que cubriese com-
pletamente á Salamanca, y pudiese ser acortada en breve, caso de una
reconcentracion repentina: se extendian los puestos avanzados á Aldea-
lengua. El 24, ántes de la aurora, 10.000 infantes franceses y 1.000 jine-
tes cruzaron el Tórmes por Huerta; contrapúsoles Wellington su primera
y séptima division, que pasaron tambien el rio al mando de sir Thomas
Graham, juntamente con una brigada de caballería: se apostó lo restan-
te del ejército inglés entre Castellanos y Cabrerizos. Hora de mediodía
sería cuando avanzó el enemigo hasta Calvarasa de Abajo; mas vislum-
brando á sus contrarios apercibidos, y que éstos le seguian en sus movi-
mientos, paróse, y tornó muy luégo á sus estancias del 23.
Entre tanto recibieron los ingleses el 26 las municiones y artillería
que aguardaban de Almeida, y renovaron el fuego contra la gola del re-
ducto de San Cayetano, en la que lograron romper brecha á las diez de la
mañana del día siguiente: al propio tiempo consiguieron tambien incen-
diar, tirando con bala roja, el edificio de San Vicente.
En tal apuro, los comandantes de todos tres fuertes dieron muestra
de querer capitular; pero sospechando Wellington que era ardid, á fin de
ganar tiempo y apagar el incendio, sólo les concedió cortos minutos pa-
ra rendirse, pasados los cuales ordenó que sin tardanza fuesen asaltados
los reductos de San Cayetano y la Merced. Se apoderaron los aliados del
primero por la brecha de la gola, del segundo por escalada. Entónces el
comandante del fuerte de San Vicente pidió ya capitular, y Wellington
accedió á ello, si bien enseñoreado de una de las obras exteriores. Que-
dó prisionera la guarnicion, y obtuvo los honores de la guerra. Cogieron
los ingleses vestuarios y muchos pertrechos militares, pues los enemi-
gos habian considerado por muy seguros aquellos depósitos, en cuyas
obras habian trabajado cerca de tres años, y expendido sumas cuantio-
sas. Eran acomodados los fuertes para resistir á las guerrillas, comprimir
cualquier alboroto popular y evitar una sorpresa, no para contrarestar el
ímpetu de un ejército como el aliado. Despues de la toma se demolieron
por inútiles, lo mismo que otras obras que habian levantado los france-
ses en Alba de Tórmes, de donde, escarmentados, sacaron á tiempo la
guarnicion. El mariscal Marmont, que no parecia sino que había acudi-
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No era todavía tal la intencion del mariscal enemigo, quien más bien
quería maniobras que aventurar accion alguna. Así fué que en el dia
20 se puso todo el ejército frances en plena marcha sobre su izquierda,
y obligó á Wellington á emprender otra igual por su propia derecha, de
que resultó el singular caso de que dos ejércitos enemigos, no detenidos
por ningun obstáculo, y moviéndose por líneas paralelas á distancia ca-
da uno de medio tiro de cañon, no empeñasen entre sí batalla ni reen-
cuentro notable. Marchaban ambos aceleradamente y en masas unidas.
Uno y otro se observaban, aguardando el momento de que su adversa-
rio cayese en falta.
Amaneció el 21, y reconcentrando lord Wellington su ejército hácia
el Tórmes, se situó de nuevo en San Cristóbal, á una legua de Salaman-
ca, posicion que ocupó durante el asedio de los fuertes. Los franceses
pasaron aquel rio por Alba, en donde dejaron una guarnicion, alojándo-
se entre esta villa y Salamanca. Atravesaron los aliados en seguida el
Tórmes por el puente de la misma ciudad y por los vados inmediatos, y
sólo apostaron á la márgen derecha la tercera division con alguna caba-
llería.
Entónces se afianzó Wellington en otra posicion nueva: apoyó su de-
recha en un cerro de dos que hay cerca del pueblo, llamado de los Ara-
piles, y la izquierda en el Tórmes, más abajo de los vados de Santa Mar-
ta. Los franceses, situados al frente, estaban cubiertos por un espeso
bosque, dueños desde la víspera de Calvarasa de Arriba, y de la altura
contigua apellidada de Nuestra Señora de la Peña. A las ocho de la ma-
ñana desembocó rápidamente del mencionado bosque el general Bon-
net, y se apoderó del otro Arapil, apartado más que el primero de la po-
sicion inglesa, pero muy importante por su mayor elevacion y anchura.
Descuido imperdonable en los aliados no haberle ocupado ántes; y ad-
quisicion ventajosísima para los franceses como excelente punto de apo-
yo caso que se trabase batalla. Conoció su yerro lord Wellington, y por
lo mismo trató de enmendarle retirándose, no siéndole fácil desalojar de
allí el enemigo, y temiendo tambien que le llegasen pronto á Marmont
refuerzos del ejército frances del Norte, y otros del llamado del centro,
con el rey José en persona. Pero presuntuoso el mariscal frances, probó
en breve estar léjos de querer aguardar aquellos socorros.
En efecto, empezó á maniobrar y girar en torno del Arapil grande en
la mañana del 22, ocupando ambos ejércitos estancias paralelas. Cons-
taba el de los franceses, despues que se le habia unido Bonnet, de unos
47.000 hombres; lo mismo, poco más ó ménos, el de los anglo-portugue-
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(1) Harto conocida es la cancion popular que empieza por estos versos:
En el Carpio está Bernardo,
Y el moro en el Arapil;
Como el Tórmes va por medio,
Non se pueden combatir, etc.
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talla, por mantenerse de reserva con otras divisiones del ejército aliado,
no por eso dejaron de ejecutar con serenidad y acierto las maniobras que
les prescribió el General en jefe.
En recompensa de jornada tan importante, y á propuesta de la Re-
gencia del reino, concedieron las Córtes á lord Wellington la Orden del
Toison de Oro; regalándole el collar doña María Teresa de Borbon, prin-
cesa de la Paz, conocida en este tiempo bajo el título de condesa de
Chinchon; collar que labia pertenecido á su padre el infante D. Luis,
y de que hacia dón aquella señora á tan ilustre capitan en prueba del
aprecio y admiracion que le merecian sus altos hechos. Tambien reci-
bió lord Wellington del Parlamento británico gracias, mercedes y nue-
vos honores.
Prosiguieron los franceses su retirada, y se reconcentraron en Tudela
y puente de Duero, á la derecha de este rio. Fueron tras ellos los ingle-
ses, si bien tenian que parar su consideracion en el rey José, que con la
mayor parte de su ejército del centro, y otras fuerzas, se adelantaba por
Castilla la Vieja.
Habia salido de Madrid el 21 de Julio, trayendo consigo más de
10.000 infantes y 2.000 caballos. En su número se contaba la division
italiana de Palombini, procedente de Aragon. Habíala llamado José para
engrosar sus fuerzas, y en el mismo dia 21 habia entrado en Madrid. Es-
taban ya el 25 los puestos avanzados de este ejército en Blasco-Nuño, y
allí les cogieron los aliados unos cuantos de sus jinetes con dos oficiales.
Supo José á poco la derrota de Salamanca, y desde la Fonda de San Ra-
fael, en donde se albergaba, tomó el 27 la ruta de Segovia, en cuyo pun-
to, adoptando una estancia oblicua sobre el Eresma, sin abandonar las
faldas de las sierras de Guadarrama ni alejarse mucho de Madrid, con-
seguia proteger la marcha retrógada de Clausel, amagando el flanco de
los ingleses.
No por eso dejó lord Wellington de acosar á sus contrarios, obligán-
dolos á continuar su retirada via de Búrgos, y abandonar á Valladolid.
Entró en esta ciudad el general en jefe inglés el 30 de Julio, y acogiéron-
le los moradores con júbilo extremado.
Derramados los guerrilleros de Castilla la Vieja en torno del ejérci-
to británico, ayudaban á molestar al frances en su retirada, y el llamado
Marquinez cogió el mismo dia 30, en las cercanías de Valladolid, unos
300 prisioneros.
Igualmente favoreció los movimientos de lord Wellington el sex-
to ejército español, compuesto en su totalidad de 15.300 hombres, en-
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responder áun ántes que les llegase su turno; considerando en este acto,
no sólo la Constitucion en sí misma, sino tambien y más particularmen-
te creyendo dar en él una prueba de adhesion á la causa de la patria y de
su independencia. Don Cárlos de España y D. Miguel de Álava presta-
ron el juramento en la parroquia de Santa Maria de la Almudena. Llamó
el primero la atencion de los asistentes por los extremos que hizo, y pa-
labras que pronunció en apoyo de la nueva ley fundamental, que segun
manifestó, queria defender áun á costa de la última gota de su sangre.
Á pesar de tales muestras de confianza y júbilo no se aquietaba We-
llington hasta posesionarse del Retiro, y por tanto le cercó y le empezó
á embestir á las seis de la tarde del 13. Habian establecido allí los fran-
ceses tres recintos. El primero, ó exterior, le componian el Palacio, el
Museo y las tapias del mismo jardin, con algunas flechas avanzadas pa-
ra flanquear los aproches. Formaba el segundo una línea de nueve fren-
tes, construidos á manera de obras de campaña, con un rebellin ademas,
y una media luna. Reducíase el tercero á una estrella de ocho puntas ó
ángulos, que ceñia la casa llamada de la China, por ser ántes fábrica de
este artefacto.
El Retiro, morada ántes de placer de algunos reyes austriacos, espe-
cialmente de Felipe IV, que se solazaba allí componiendo obras dramá-
ticas con Calderon y algunos ingenios de su tiempo, y tambien de Fer-
nando VI y de su esposa doña Bárbara, muy dada á oir en su espléndido
y ostentoso teatro los dulces acentos de cantores italianos; este sitio, re-
cuerdo de tan amenas y pacíficas ocupaciones, habiendo cambiado aho-
ra de semblante, y llenádose de aparato bélico, no experimentó semejan-
te transformacion sin gran detrimento y menoscabo de las reliquias de
bellas artes, que áun sobrevivian, y la experimentó bien inútilmente, si
hubo el propósito de que allí se hiciese defensa algo duradera.
Porque en la misma tarde del 13, que fué acometida la fortaleza,
arrojó el general Packenham los puestos enemigos del Prado y de todo el
recinto exterior, penetrando en el Retiro por las tapias que caen al jar-
din Botánico, y por las que dan enfrente de la Plaza de Toros, junto á la
Puerta de Alcalá. Y en la mañana del 14, al ir á atacar el mismo general
el segundo recinto, se rindió á partido el gobernador, que lo era el coro-
nel Lefond. Tan corta fué la resistencia, bien que no permitia otra cosa la
naturaleza de las obras, suficientes para libertar aquel paraje de un re-
bate de guerrillas, pero no para sostenér un asedio formal. Concediéron-
se á los prisioneros los honores de la guerra, y quedaron en poder de los
aliados contando tambien empleados y enfermos, 2.506 hombres. Ade-
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(2) Los males que en España se han seguido de las mudanzas interesadas ó poco me-
ditadas en el valor de la moneda, pueden verse enumeradas con científica puntualidad en
el tratado de Mariana intitulado De monetaæ mutatione.
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MONEDAS DE PLATA.
1/4 de franco. .........................................................................................................15
1/2 de franco. ..................................................................1 ...................................14
1 franco. ...........................................................................3 ...................................12
2 francos...........................................................................7 .....................................8
5 francos........................................................................ 18 ..................................12
Pieza de una libra y 10 sueldos torneses ..........................5 .....................................9
De 3 libras tornesas........................................................11 .....................................1
Escudo de 6 libras tornesas............................................22 .....................................3
» Lo tendrá entendido la Regencia del reino para su cumplimiento, haciéndolo impri-
mir, publicar y circular.— Dado en Cádiz, á 3 de Setiembre de 1813.— JOSE MIGUEL GOR-
DOA Y BARRIOS, presidente.— JUAN MANUEL SUBRIE, diputado secretario.— MIGUEL RIESCO
Y PUENTE, diputado secretario.— Á la Regencia del reino.» (Coleccion de los decretos y ór-
denes de las Córtes extraordinarias de Cádiz, tomo IV, pág. 179.)
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á huir hasta el punto de arrojar algunos las armas, teniendo todos al fin
que salir por la puerta Nueva y la de Carmona con direccion á Alcalá,
abandonando dos piezas, muchos equipajes, rico botin, caballos, y per-
diendo 200 prisioneros. En desquite lleváronse consigo á Downie gran
trecho; y sólo le dejaron libre, aunque mal parado, á unas cuantas le-
guas de Sevilla.
No persiguieron los nuestros á los franceses en la retirada, observán-
dolos tan sólo de léjos la caballería. Cruz Mourgeon se detuvo en la ciu-
dad, donde se publicó la Constitucion el 29 de Agosto, dos días despues
de la entrada de los aliados. Se celebró el acto en la Plaza de San Francis-
co, acompañado de las mismas fiestas y alegría que en las demas partes.
Continuó el mariscal Soult su marcha, obligado á estar siempre en
vela por la aversion que le tenían los pueblos, y por atender á los movi-
mientos de D. Francisco Ballesteros, que desembocando de la serranía
de Ronda, le amagaba continuamente, engrosado algun tanto con tres re-
gimientos que de la isla de Leon destacó la Regencia, bajo el mando de
D. Joaquin Virués.
En el tiempo que promedió, desde la funesta accion de Bórnos hasta
la evacuacion de Sevilla, no dejó Ballesteros de molestar al enemigo, ya
amenazando á Málaga, aunque irreflexivamente, ya entrando en Osuna
con la dicha de sorprender á su gobernador y de coger un convoy, ya, en
fin, distrayendo la atencion de los franceses de varios modos. Mas, aho-
ra, no siéndole tampoco dado atacar á Soult de frente á causa de la su-
perioridad de las fuerzas de éste, se limitó, para incomodarle, á ejecu-
tar maniobras de flanco, amparado de las breñas y pintorescas rocas de
la sierra de Torcal. Acometió el 3 de Setiembre en Antequera á la reta-
guardia francesa mandada por el general Semelé, y le acosó tomándole
algunos prisioneros, bagajes y tres cañones. Lo mismo repitió al amane-
cer del 5 en Loja, apretando de cerca los españoles á sus contrarios has-
ta Santa Fe.
Permaneció el mariscal Soult algunos días en Granada, donde se le
juntaron varios destacamentos, que fueron sucesivamente evacuando los
pueblos y ciudades de aquella parte, entre ellas Málaga, que había si-
do abandonada en los últimos dias de Agosto, despues de haber volado
el castillo de Gibralfaro. Dió tambien con eso lugar á que se le aproxi-
mase el quinto cuerpo frances á las órdenes del general Drouet, con-
de d’Erlon; quien, acantonado en Extremadura hácia Llerena, se habla
mantenido allí desde Mayo sin ser incomodado por Hill ni por los espa-
ñoles. Así le habia querido lord Wellington, temeroso de algun desman
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rrillas y sus tropelías. Pero cerciorados muy luégo de que eran tropas
del ejército las que llegaban, todos, hasta los más tímidos, levantaron
la voz para que se abriesen las puertas; y franqueadas, penetró Schepe-
ler por las calles, siendo llevado en triunfo y como en vilo hasta las ca-
sas consistoriales con aclamacion universal, y gritando los moradores:
¡Ya somos libres! En el arrobamiento que se apoderó del coronel con tan
entusiasmada acogida, figurósele, segun nos ha contado él mismo, que
renacian los tiempos de los Umeyas, y que volvía victorioso á Córdoba el
invencible Almanzor (5) despues de haber dado feliz remate á alguna de
sus muchas campañas, tan decantadas y aplaudidas por los ingenios y
poetas árabes de aquella era; similitud no muy exacta, y vuelo harto re-
montado de la fantasía del coronel aleman, hombre, por otra parte, res-
petable y digno.
Mas, á pesar de su triunfo, se vió éste angustiado, no asistiéndole las
fuerzas que se imaginaba en la ciudad, y manteniéndose todavía no muy
léjos el general Drouet. Aumentó su desasosiego la llegada de D. Pedro
Echavarri, quien, valido del favor popular de que gozaba en aquella pro-
vincia, habia acudido allí al saber la evacuacion de Córdoba. Hombre
ignorante el D. Pedro, y atropellado, quiso, arrogándose el mando, hacer
pesquisas y ejecutar encarcelamientos, procurando cautivar áun más la
aficion que ya le tenía el vulgo con actos de devocion exagerada. Contu-
vo Schepeler al principio tales demasías; mas no despues, siendo nom-
brado Echavarri por la Regencia comandante general de Córdoba; mer-
ced que alcanzó por amistades particulares, y por haber lisonjeado las
pasiones del dia, y á persiguiendo á los verdaderos ó supuestos partida-
rios del gobierno intruso, ya publicando pomposamente la Constitucion;
pues este general adulaba bajamente al poder cuando le creia afianzado,
y se gallardeaba en el abuso brutal y crudo de la autoridad, siempre que
la ejercia contra el flaco y desvalido.
Afortunadamente no le era dado á Drouet, á pesar de constarle las
pocas fuerzas nuestras que habia en Córdoba y de los desvaríos de
Echavarri, revolver sobre aquella ciudad. Impedíaselo el plan general
de retirada; por lo que prosiguió él la suya, aunque despacio, via de Jaen
con rumbo á Huéscar, donde se puso en inmediato contacto con el ejér-
cito del mariscal Soult.
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la que hemos podido haber á las manos datos más puntuales y circuns-
tanciados. Echósele á esta provincia por contribucion de guerra la su-
ma de 1.800.000 reales mensuales, ó sean 21.600.000 reales al año. Y
pagó por este solo impuesto y por el de subsistencia, desde Febrero de
1810 hasta Diciembre de 1811, 60 millones de reales, cantidad que re-
sulta de las oficinas de cuenta y razon, y á la cual, si fuese dable, debe-
ria añadirse la de las exacciones de los comandantes de la provincia y
de su partido, y de los comisarios de guerra y otros jefes para su gasto
personal, de las que no daban recibos, considerándolas como cargas lo-
cales. Lo molesto y ruinoso de semejantes disposiciones aparece clara-
mente comparando estos gravámenes con los que ántes de la guerra ac-
tual pesaban sobre la misma provincia, y se reducian á unos 8.000.000
de reales en cada un año, á saber: mitad por rentas provinciales, y mitad
por ramos estancados. Así una comarca meramente agrícola, y cuya po-
blacion no es excesiva, aprontó en ménos de dos años lo que ántes pa-
gaba casi en ocho.
Las cargas llegaron á ser más sensibles en 1811. Hasta entónces los
ayuntamientos buscaban recursos para los suministros en los granos del
diezmo, exigiéndolos de los cabildos eclesiásticos, ya como contribu-
yentes en los repartimientos comunes, ya por via de anticipacion con ca-
lidad de reintegro. Pero en aquel año dispuso el mariscal Soult que los
granos procedentes del diezmo se depositasen en almacenes de reserva
para el mantenimiento del ejército; órden que se miró como inhumana y
algo parecida á los edictos (6) sobre granos del pretor romano de Sicilia;
principalmente entónces, cuando el hambre producia los mayores estra-
gos, y cuando el precio del trigo se habia encarecido á punto de valer á
más de 400 reales la fanega.
Consecuencia necesaria tamaña escasez del agolpamiento de mu-
chas causas. Habia sido la cosecha casi ninguna; y despues de guerrear
y de los muchos recargos, teniendo por costumbre el ejército enemigo
embargar para acarreos y trasportes las caballerías de cualquiera clase
que fuesen, y robar sus soldados en las marchas las que por ventura que-
daban libres, vínose al caso de que desapareciese casi completamente
el tráfico interior, y de que las Andalucías, en el desconcierto de su ad-
ministracion, ofreciesen una imagen más espantosa que las de otras pro-
vincias del reino.
(6) CICER., In C. Verrun, actio sec., liber tertius De re frumentaria. Cap, X. Edictum
de judicio in Octuplum.
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(7) DON ANTONIO PALOMINO, tomo III, Vidas de los Pintores, en la de Bartolomé Murillo.
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(8) Del Abisbal. Escribimos así este nombre, porque comunmente se firmaba de es-
te modo: El Conde del Abisbal. Mas el pueblo de donde tomó el titulo, en cataluña, se es-
cribe La Bisbal.
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(9) Diario de las discusiones y actas de las Córtes extraordinarias de Cádiz, tomo XV,
pág. 291. Sesion del 29 de Setiembre de 1812.
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que se trataba: dió su asenso y áun suministró apuntes acerca de los tér-
minos en que convendria extender la gracia; mas sin provocar su conce-
sion ni acelerarla, por vivo que fuese su deseo de verla realizada.
Encargóse D. Francisco Císcar, diputado por Valencia, de presentar
la proposicion por escrito, firmada por los vocales ya expresados. No en-
contró la medida en las Córtes resistencia notable, preparado ya el terre-
no. Hubo con todo quien la rechazase, en particular varios diputados de
Cataluña, y entre ellos D. Jaime Creux, más adelante arzobispo de Tarra-
gona, é individuo en 1822 de la que se apellidó Regencia de Urgel. Na-
ció principalmente esta oposicion del temor de que se diesen ensanches
en lo venidero al comercio británico en perjuicio de las fábricas y arte-
factos de aquel principado, en cuya conservacion se muestran siempre
tan celosos sus naturales. Mañosamente usó de la palabra el Sr. Creux,
mirando la cuestion por diversos lados. Dudaba tuviesen las Córtes fa-
cultades para dispensar á un extranjero favor tan distinguido; añadien-
do que la propuesta debia proceder de la Regencia, única autoridad que
fuese juez competente de la precision de acudir á semejante y extremo
remedio, y no dejando tampoco de alegar en apoyo de su dictámen lo im-
posible que se hacia sujetar á responsabilidad á un general súbdito de
otro gobierno, y obligado, por tanto, á obedecer sus superiores órdenes.
Razones poderosas, contra las que no habia más salida que la de la ne-
cesidad de aunar el mando, y vigorizarle para poner pronto y favorable
término á guerra tan funesta y prolongada.
Convencidas de ello las Córtes, aprobaron por una gran mayoría la
proposicion de D. Francisco Císcar y sus compañeros, resolviendo asi-
mismo que la Regencia manifestase el modo más conveniente de exten-
der la concesion, con todo lo demas que creyese oportuno especificar
en el caso. Evacuado este informe, dieron las Córtes el decreto siguien-
te: «Siendo indispensable para la más pronta y segura destruccion del
enemigo, que haya unidad en los planes y operaciones de los ejércitos
aliados en la Península, y no pudiendo conseguirse tan importante ob-
jeto sin que un solo general mande en jefe todas las tropas españolas de
la misma, las Córtes generales y extraordinarias, atendiendo á la urgen-
te necesidad de aprovechar los gloriosos triunfos de las armas aliadas,
y las favorables circunstancias que van acelerando el deseado momen-
to de poner fin á los males que han afligido á la nacion; y apreciando en
gran manera los distinguidos talentos y relevantes servicios del Duque
de Ciudad-Rodrigo, capitan general de los ejércitos nacionales, han ve-
nido en decretar y decretan: Que durante la cooperacion de las fuerzas
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(10) Hemos escrito siempre el apellido de Ballesteros con B, con arreglo á la verda-
dera ortografía de su procedencia, seguida por todos los periódicos de aquel tiempo. Sin
embargo, este general se firmaba Vallesteros con V.
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Diaz Porlier. Atacó el enemigo la izquierda de los aliados sin fruto; hizo
Wellington en seguida marchar alguna fuerza sobre Palencia con deseo
de cortar los puentes del Carrion, pero malogrósele, habiendo agolpado
allí los franceses suficiente tropa que se lo estorbase.
Pasó el enemigo aquel río por Palencia, y hubo entónces Welling-
ton de cambiar su frente, consiguiendo volar dos puentes que hay tam-
bien sobre el Carrion, en Villamuriel y cerca de Dueñas. No acertaron
los aliados á destruir otro sobre el Pisuerga, en Tariego, por donde cru-
zaron aquel rio los enemigos, como tambien el Carrion, siguiendo un va-
do peones suyos y jinetes. Ordenó Wellington que se contuviese á los
contrarios en su ataque, y se trabó una pelea, en la que tuvieron parte los
españoles. De éstos, el regimiento de Astúrias ció un momento, y notán-
dolo D. Miguel de Alava, que asistia al lado de lord Wellington, se ade-
lantó para reprimir el desórden, y evitar que hubiese quiebra en la honra
de las filas de sus compatriotas á la vista de tropas extranjeras. Intrépido
Álava avanzó demasiadamente, y recibió una herida grave en la ingle.
Pero los españoles entónces, sin descorazonarse, volvieron en sí y repe-
lieron al enemigo, ayudándolos y completando la comenzada obra los de
Brunswick y el general Oswald con la quinta division de los aliados.
Luégo cejó lord Wellington, repasando el Pisuerga por Cabezon de
Campos. En la mañana del 27 apareció Souham, general en jefe del
ejército enemigo, á cierta distancia, sin que intentase ningun ataque de
frente, limitándose, segun se advirtió despues, á enviar destacamentos
via de Cigales, por su derecha, para posesionarse del puente del Pisuer-
ga en Valladolid, y colocarse así á espaldas del ejército aliado. Prolon-
garon los franceses su derecha áun más allá el dia 28, siendo su inten-
to enseñorearse del puente del Duero en Simáncas; pero defendido este
paso, como el de Valladolid, por el coronel Halkett y el Conde Dalhou-
sie, volaron los aliados el primer puente, y á prevencion tambien el de
Tordesillas. Mas no bastándole á lord Wellington estas precauciones, y
temeroso de ser envuelto por su izquierda, se echó atras, y pasó el Duero
por los pueblos de Puente Duero y Tudela, cuyos puentes voló, lo mismo
que el de Quintanilla y los de Zamora y Toro. Advertido Wellington de
que los enemigos, cruzando á nado el Duero, habian caído de golpe so-
bre la guardia inglesa de Tordesillas, y que reparaban el puente para fa-
cilitar la comunicacion de ambas riberas, se encaminó al punto en don-
de se alojaba el ala izquierda, apostando el 30 sus tropas en las alturas
que se elevan entre Rueda y Tordesillas. Nada, sin embargo, intentaron
los enemigos por de pronto, contentándose con posesionarse nuevamen-
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(12) Véanse estos discursos en el Diario de las discusiones y actas de las Córtes ex-
traordinarias de Cádiz, tomo XVI, páginas 461 y 462. Sesion del 30 de Diciembre de
1812.
(13) Las guerras de los Estados-Bajos, por D. Cárlos Coloma, libro VII. Allí se verá
cómo mandaba el Duque de Feria durante la ocupacion de París por los españoles.
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(14) La Regencia del reino se ha servido expedir el decreto siguiente: Don Fernando
VII, por la gracia de Dios y por la Constitucion de la monarquía española, rey de las Es-
pañas, y en su ausencia y cautividad la Regencia del reino, nombrada por las Córtes ge-
nerales y extraordinarias, á todos los que las presentes vieren y entendieren, sabed: «Que
las Córtes han decretado lo siguiente: «Las Córtes generales y extraordinarias, constante-
mente animadas del más vivo deseo de promover en cuanto esté de su parte la pronta ex-
pulsion de los injustos y crueles invasores de la península española, proporcionando pa-
ra ello á la Regencia del reino todos los recursos y medios que dependen de la potestad
legislativa, han tomado en la más séria consideracion lo que con fecha de 29 y 31 de Di-
ciembre último les ha expuesto la misma sobre un mejor y más terminante arreglo de las
facultades y responsabilidad de los generales en jefe de los ejércitos nacionales; y que-
riendo que sea más eficaz y expedita la cooperacion que á dichos generales deban prestar
los jefes políticos y ayuntamientos, como los intendentes de los ejércitos y provincias, sin
que se confundan sus diferentes funciones, ni se choquen sus providencias, ántes bien se
facilite y asegure el servicio militar por medidas conformes á la Constitucion política de
la monarquía; han venido en decretar y decretan que miéntras lo exijan las circunstan-
cias, se observen puntualmente las disposiciones contenidas en los artículos siguientes:
1.º Se autoriza á la Regencia del reino para que pueda nombrar á los generales en jefe de
los ejércitos de operaciones capitanes generales de las provincias del distrito, que segun
crea conveniente, asigne á cada uno de estos ejércitos. 2.º En cada provincia de las que
compongan el distrito referido habrá un jefe político, el cual, y lo mismo el intendente, al-
caldes y ayuntamientos, obedecerán las órdenes que en derechura les comunique el ge-
neral en jefe del ejército de operaciones en las cosas concernientes al mando de las armas
y servicio del mismo ejército, quedándoles libre y expedito el ejercicio de sus facultades
en todo lo demas. 3.º Los generales en jefe de los ejércitos de operaciones podrán, siem-
pre que convenga, destacar oficiales para que cuiden de la conservacion de algun distrito
ó provincia de las de la demarcacion de su ejército, ó para hacer la guerra, en cuyo caso,
y en el de que el oficial destacado se introduzca en alguna plaza, cuando sea importante
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al servicio de la nacion, se observará lo prevenido en el articulo 7.º, título III, tratado 7.º
de las ordenanzas generales. Los generales en jefe serán responsables por todos sus ac-
tos y los de los oficiales que obren bajo sus órdenes. 4.º El general del ejército de reser-
va de Andalncia podrá ejercer en las provincias de Sevilla, Córdoba y Cádiz, si la Regen-
cia lo estima conveniente, las facultades de capitan general de provincia, con arreglo á
ordenanza. Los jefes políticos, intendentes, alcaldes y ayuntamientos de las tres provin-
cias expresadas obedecerán las órdenes que en derechura les comunique el general del
referido ejército de reserva en las cosas concernientes al mando de las armas y servicio
del mismo ejército, quedándoles libre y expedito el ejercicio de sus facultades en todo lo
demos. 5.º En cada ejército de operaciones habrá un intendente general del mismo, cuya
autoridad en lo relativo si la guerra se extenderá á todas las provincias de la demarcacion
de aquel ejército, quedándole en esto subordinados los intendentes de ellas con arreglo
á la instruccion de 23 de Octubre de 1749, y la real órden de 23 de Febrero de 1750. 6.º
Consiguiente á este plan, y sin perjuicio de las providencias que la Regencia tome para
que desde luégo se ponga en ejecucion, propondrá la misma á las Córtes la planta de las
oficinas de cuenta y razon de intendencias de ejército. 7.º La recaudacion é inversion de
los fondos de todas las provincias se hará por el órden proscrito en la Constitucion, leyes
y decretos de las Córtes. 8.º El Gobierno asignará sobre el producto de las rentas y con-
tribuciones de las provincias de la demarcacion de cada ejército lo que sea necesario pa-
ra la manutencion del mismo, sin perjuicio de que provea á ella con otros fondos en ca-
so de que no basten dichas rentas y contribuciones. 9.° En su consecuencia, la Regencia
presentará sin demora á las Córtes el presupuesto de los gastos del ejército y el estado de
los productos de las rentas y contribuciones de las provin.cias de la demarcacion de cada
uno. 10. Los intendentes generales de los ejércitos estarán á las órdenes de sus generales
en jefe, con arreglo á los artículos 1.º y 2.º, tít. XVIII, tratado 7.° de las ordenanzas gene-
rales, en cuanto no se opongan al art. 353 de la Constitucion. 11. Ningun pago, de cual-
quier clase que sea, para los individuos ó gastos de un ejército, se abonará, sin que ade-
mas de la intervencion necesaria, y del V.º B.º del intendente, lleve tambien el del general
en jefe, el cual por su parte será responsable de la legitimidad del pago. Lo tendrá enten-
dido la Regencia del reino, y dispondrá lo necesario á su cumplimiento, haciéndolo im-
primir, publicar y circular.— FRANCISCO CÍSCAR, presidente.— FLORENCIO CASTILLO, dipu-
tado secretario.— JOSÉ MARÍA COUTO, diputado secretario.— Dado en Cádiz, á 6 de Ene-
ro de 1813.— A la Regencia del reino.»
Por tanto, mandamos á todos los tribunales, justicias, jefes, gobernadores y demAs
autoridades, así civiles como militares y eclesiásticas, de cualquiera clase y dignidad,
que guarden y hagan guardar, cumplir y ejecutar el presente decreto en todas sus partes.
Tendréislo entendido para su cumplimiento, y dispondréis se imprima, publique y Cir-
cule.— JOAQUIN DE MOSQUERA Y FIGEROA.— EL DUQUE DEL INFANTADO: JUAN VILLAVICEN-
CIO.— IGNACIO RODRIGUEZ DE RIVAS.— JUAN PEREZ VILLAMIL. En Cádiz, á 7 de Enero de
1813.— Á D. José María de Carvajal.— (Gaceta de la Regencia de les Españas de 19 de
Enero de 1813.)
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(1) Intitúlase esta obra: Memorial y discursos del pleito que las ciudades, millas y lu-
gares de los arzobispados de Burgos y Toledo de Tajo de esta parte, y obispados de Calaho-
rra, Palencia, Osma y Sigüenza tratan en la real Chancillería de Valladolid con el arzobis-
po, dean y cabildo de la santa iglesia del señor Santiago, dirigidos á don Juan Hurtado de
Mendoza, dique del Infantado, compuesto por Lázaro Gonzalez de Acevedo, agente y defen-
sor de los concejos. Se Imprimió por segunda vez en Madrid, año de 1771.
Tambien son muy de consultar en la materia el Memorial que el Duque de Arcos diri-
gió á la majestad del señor don Cárlos III, y el Discurso sobre el voto de Santiago, ó sea de-
mostracion de la falsedad del privilegio en que se funda; escrito el último por el licenciado
don Francisco Rodriguez de Ledesma, impreso en Madrid en 1805.
(2) Diario de las discusiones y actas de las Córtes generales y extraordinarias, tomo
XV, pág. 373.
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(3) Carta del ilustrísimo señor don Juan de Palafox y Mendoza, obispo de Osma, á fray
Diego de la Visitacion. Inserta en las obras de Santa Teresa y en el primer tomo de sus
cartas, de la edicion de Madrid de 1793.
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informe, sin desvanecer las dudas, ni proponer á las Córtes una resolu-
cion fija y bien determinada; pues era de parecer que para los casos ur-
gentes bastaban las leyes antiguas, y que para los demas aventurábase
mucho en descender á los pormenores que apetecian los poco reflexivos.
Aun entónces esquivaron las Córtes providenciar en el negocio, y no le
tomaron en séria consideracion hasta el Marzo de 1812, en que renova-
dos los debates, procuraron todavía aplazarle para más adelante, acor-
dando el 6 de aquel mes, á propuesta del señor Calatrava, que se sus-
pendiese toda resolucion final hasta que se publicase la Constitucion.
Tampoco el cumplimiento de este acto, celebrado pocos dias des-
pues, bastó para hacer revivir la discusion de asunto tan enfadoso: ne-
cesitóse para ello del agolpamiento de sucesos militares y felices, que,
libertando gran parte del territorio peninsular del yugo enemigo, dieron
márgen en unos lugares á encarnizados atropellamientos contra los em-
pleados del intruso y sus parciales, y en otros á protecciones y favores
que no agradaron, y les dispensaban ciertas autoridades y algunos gene-
rales. Quejas y clamores en diversos sentidos se levantaron de resultas,
y subieron al Gobierno y á las Córtes.
Viéronse pues obligadas éstas á entrar de lleno nuevamente en la
cuestion, en especial por lo que respectaba á empleados; y de sus deli-
beraciones siguióse la aprobacion de un primer decreto promulgado en
11 de Agosto de este año de 1812. Conforme á su contexto adoptában-
se várias medidas acerca de las provincias que iban quedando libres, y
se mandaba cesasen todos los empleados nombrados ó consentidos por
el gobierno intruso, sin excluir á los jueces ni á los eclesiásticos; reser-
vándose tan sólo á la Regencia el permitir continuasen en el ejercicio de
sus destinos aquellos que le constase haber prestado servicios á la bue-
na causa. Tambien se le facultaba para suspender, hasta que se purifi-
casen si se hubiesen hecho sospechosos, á los prelados eclesiásticos de
cualquiera condicion que fuesen. Por vivo y áspero que pareciese es-
te decreto, tenía color apagado y suave al lado de lo que muchos ape-
tecian, y de lo que ordenaba un reglamento enviado por la Regencia al
exámen y aprobacion de las Córtes, segun el cual, debiendo suspender-
se la Constitucion durante dos meses, nombrábanse comisiones pesqui-
sidoras y se proponían otras medidas tan desacordadas, que, como dijo
un señor distado, tiraban á que (4) «decayese el ánimo de los pueblos,
(4) Diario de las discusiones y actas de las Córtes generales y extraordinaraas, tomo
XXV.
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(5) Exámen de los delitos de infidelidad á la patria. Obra publicada sin nombre de au-
tor en Auch, en Francia, año de 1816. Se atribuye generalmente á D. Félix José Reinoso.
(6) En la obra que acabamos de citar. Exámen de los delitos..... página 436.
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hallóse con que el embajador inglés, dando por supuesta la total des-
aparicion de la base 7.ª, sin añadir nada en la 6.ª, pedia en una nota de
21 de Mayo, á nombre y por órden especial de su Gabinete, que la me-
diacion se extendiese á todas las provincias de Méjico, ó sea Nueva-Es-
paña. Admirada la Regencia del reino de tan inesperado incidente, y
ofendido el recto é inflexible ánimo del ministro Pezuela de las tergiver-
saciones que parecia querian darse á las conferencias celebradas, res-
pondió (10) en 25 del propio mes con entereza amistosa, recordando al
de Inglaterra no olvidase que lo ajustado no era suprimir del todo el ar-
tículo 7.º, sino refundirlo en el 6.º, concluyendo por afirmar que la Nue-
va-España no podia ser comprendida en la mediacion, no habiendo sido
provincia disidente ni computada para el efecto.»
No desistió por eso Wellesley de su demanda, pasando una nota en
12 de Junio (11), en que fijaba diez proposiciones que debian servir de
base á la nueva negociacion. Entre ellas notábase una para restablecer
la libertad de comercio, dando ciertas ventajas y preferencia á la madre
patria; y otras dos, la novena y la décima, muy reparables, pues de su
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(13) Éste es el tratado á la letra: S. M. C. D. Fernando VII, rey de España y de las In-
dias, y S. M. el Emperador de todas las Rusias, Igualmente animados del deseo de res-
tablecer y fortificar las antiguas relaciones de amistad que han subsistido entre sus mo-
narquías, han nombrado á este efecto, á saber: de parte de S. M. C., y en su nombre y
autoridad el Consejo supremo de Regencia, resídente en Cádiz, á D. Francisco de Zea
Bermudez; y S. M. el Emperador de todas las Rusias al señor conde Nicolas de Romanzo-
ff, su canciller del imperio, presidente de su Consejo supremo, senador, caballero de las
órdenes de San Andres, de San Alejandro Newsky, de San Wladimir de la de primera cla-
se, y de Santa Ana y várias órdenes extranjeras, los cuales, despues de haber canjeado
sus plenos poderes, hallados en buena y debida forma, han acordado lo que sigue:
Articulo 1.º Habrá entre s. M. el Rey de España y de las Indias y S. M. el Emperador
de todas las Rusias, sus herederos y sucesores, y entre sus monarquías, no sólo amistad,
sino tambien sincera union y alianza.
2.º Las dos altas partes contratantes en consecuencia de este empeño se reservan el
entenderse sin demora sobre las estipulaciones de esta alianza, y el concertar entre si to-
do lo que puede tener conexion con sus Intereses reciprocos y con la firme intencion en
que están de hacer una guerra vigorosa al Emperador de los franceses, en enemigo co-
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mun, y prometen desde ahora vigilar y concurrir sinceramente á todo lo que pueda ser
ventajoso á la una ó á la otra.
3 º S. M. el Emperador de todas las Rusias reconoce por legitimas las Córtes genera-
les y extraordinarias, reunidas actualmente en Cádiz, como tambien la Constitucion que
éstas han decretado y sancionado.
4.º Las relaciones de comercio serán restablecidas desde ahora, y favorecidas recí-
procamente: las dos altas partes contratantes proveerán los medios de darles todavía ma-
yor extension.
5.º El presente tratado será ratificado, y las ratificaciones serán canjeadas en San Pe-
tersburgo en el término de tres meses, contados desde el día de le firma, ó ántes si ser
pudiese.
En fe de lo cual: Nos los infrascritos, en virtud de nuestros plenos poderes, hemos,
firmado el presente tratado, y hemos puesto en él los sellos de nuestras armas.
Fecho en Weliky-Louky, á 8 (20) de Julio del año de gracia de mil ochocientos y do-
ce. (L. S.) FRANCISCO DE ZEA BERMUDEZ. (L. S.) EL CONDE NICOLAS DE ROMANZOFF.
(14) El de Suecia es como sigue:
En el nombre de la Santísima é indivisible Trinidad.
S. M. D. Fernando VII, rey de España y de las Indias, y S. M. el Rey de Suecia, igual-
mente animados del deseo de establecer y asegurar las antiguas relaciones de amistad
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que ha habido entre sus monarquías, han nombrado para este efecto, á saber: S. M. C., y
en su nombre y autoridad la Regencia de España, residente en Cádiz, á D. Pantaleon Mo-
reno y Daoiz, coronel de los ejércitos de S.M.C. y caballero de la órden militar de Santia-
go de Compostela; y S. M. el Rey de Suecia al señor Lorenzo, conde de Engestrom, uno de
los señores del reino de Suecia, ministro de Estado y de Negocios extranjeros, canciller
de la universidad de Lund, caballero comendador de las órdenes del Rey, caballero de la
órden real de Carlos III, gran águila de la Legion de Honor de Francia; y al señor Gusta-
vo, baron de Weterstedt, canciller de la córte, comendador de la Estrella Polar, uno de los
diez y ocho de la Academia Sueca; los cuales, despues de haber canjeado sus plenos po-
deres, hallados en buena y debida forma, han convenido en los artículos siguientes:
Artículo 1.º Habrá paz y amistad entre S. M. el Rey de España y de las Indias, y S. M.
el Rey de Suecia, sus herederos y sucesores, y entre sus monarquías.
Art. 2.º Las dos altas partes contratantes, en consecuencia de la, paz y amistad esta-
blecidas por el artículo que precede, convendrán ulteriormente en todo lo que pueda te-
ner relacion con sus intereses recíprocos.
Art. 3.º S. M. el Rey de Suecia reconoce por legítimas las Córtes generales y extraordi-
narias, reunidas en Cádiz, asi como la Constitucion que ellas han decretado y sancionado.
Art. 4.º Las relaciones de comercio se establecerán desde este momento, y serán mu-
tuamente favorecidas. Las dos altas partes contratantes pensarán en los medios de dar-
les mayor extension.
Art. 5.º El presente tratado será ratificado, y las ratificaciones serán canjeadas en el
espacio de tres meses contados desde el dia de la firma, ó ántes si fuese posible.
En fe de lo cual: Nos los infrascritos, en virtud de nuestros plenos poderes, hemos fir-
mado el presente tratado, y hemos puesto en él el sello de nuestras armas. Fecho en Stoc-
kolmo, á 19 de Marzo del año de gracia de 1813. (L. S.) PANTALEON MORENO Y DAOIZ. (L.
S.) EL CONDE DE ENGESTROM. (L. S.) G., BARON DE WETEREFEDT.
(15) Véase el Diario de las discusiones y actas de las Córtes generares y extraordina-
rias, tomo XV, pág. 275.
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(19) Véase el volúmen Intitulado Discusion del proyecto de decreto sobre el tribunal de
lo lnquisicion, pág. 109.
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otro el Sr. Mejía, esmerado y de los más selectos entre los muchos bue-
nos que salieron de los labios de aquel diputado. No le fué en zaga el del
digno eclesiástico Ruiz Padron, sustentando constantemente el dictá-
men de la Comision los Sres. Muñoz Torrero, Espiga y Oliveros, tambien
eclesiásticos, con copia de doctrina, cúmulo de razones, y manteniendo
el predominio de la verdad por medio de la persuasion más viva.
Al fin votáronse y se aprobaron las dos proposiciones de la Comision;
ganándose la segunda, que realmente envolvia la destruccion de la In-
quisicion, por 90 votos contra 60, en el día 22 de Enero. Desplomóse así
aquel tribunal, cuyo nombre solo asombraba y ponía aún espanto. Se pa-
só en seguida á tratar de lo restante del dictámen de la Comision, que
debía adoptarse, segun ésta, despues de aprobadas las dos proposicio-
nes de que acabamos de hablar. Reducíase lo propuesto á un proyecto
de decreto sobre tribunales protectores de la religion; manera de cober-
tizo que buscaba la Comision para guarecerse de la nota de irreligiosa y
de las censuras que le preparaban los hombres interesados y de mala fe,
ó los fanáticos y de menguado seso. Comprendia el proyecto dos capítu-
los. En el primero se trataba del restablecimiento en su primitivo vigor
de la ley 2.ª, tít. XXVI de la partida 7.ª para las causas de fe, y del modo
de proceder en estos juicios, segun varios trámites y variaciones que es-
pecificaba la Comision; y en el segundo, de la prohibieron de los escri-
tos contrarios á la religion.
El restablecimiento de la ley de Partida era providencia oportuna y
muy sustancial, en cuanto dejaba expeditas las facultades de los obis-
pos y sus vicarios para proceder con arreglo á los cánones y derecho co-
mun, sin confundirlas con las de los jueces á quienes incumbia imponer
las penas. Así estaban divididas las dos potestades, y tenian los acusa-
dos todas las defensas y patrocinio que la ley concede en los delitos co-
munes. Sin duda rigurosas y de tiempos bárbaros eran las penas de las
Partidas contra los herejes; pero ademas de estar ya aquéllas en desu-
so, indicaba la Comision, en el modo mismo de extender su articulo, que
se modificarian.
Nuevos debates se empeñaron sobre este proyecto de decreto. Apro-
bóse con gran mayoría el primer artículo, que comprendia el restable-
cimiento de la ley de Partida, siendo muy señalado el discurso que en
su favor y en apoyo de la jurisdiccion episcopal pronunció el diputado
eclesiástico Serra, venerable anciano, de saber tan profundo en materias
sagradas, como excesiva su modestia y grande su compostura. Los de-
mas artículos del primer capítulo de dicho decreto siguieron discutién-
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(22) Algunas de las reflexiones que aquí ponemos las tomamos, como nos ha suce-
dido ya en otra ocasion, de un opúsculo que anónimo publicamos en Paris, en español, á
principio del año de 1820, bajo el título de Noticia de los principales sucesos ocurridos en
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sus calabozos y en sus hogueras: obraba así tiempos atrás cuando tam-
bien se quemaba y perseguia en Alemania, en Inglaterra, en Francia, y
lo mismo entre católicos que entre protestantes. Consistía, sí, en ser una
magistratura clerical, uniforme, sola, omnipotente, armada de la exco-
munion y los tormentos; cuyas inalterables máximas pugnaban por ce-
rrar la puerta al saber y cortar los vuelos al entendimiento en todas las
épocas, del mismo modo y en cualesquiera ángulos del reino, sin varia-
cion sensible ni por la serie progresiva de los años, ni por la mudanza de
los individuos; debiendo aquella institucion, segun su índole, mantener-
se perpétuamente, y continuar siendo opresora tenaz de la razon y tirana
del hombre hasta en el retirado asilo del pensamiento.
Durante estos meses, y conforme se fueron evacuando las Andalu-
cías y gran parte del país ocupado, tratóse largamente en el Gobierno y
en las Córtes de las providencias que convenia adoptar acerca de las co-
munidades religiosas. Hemos visto cómo las habia suprimido Napoleon
en parte, y despues José en su totalidad. Coyuntura, por tanto, favora-
ble ésta, ya que no para extinguirlas absolutamente, á lo ménos para re-
formarlas con arreglo á los primitivos institutos de muchas de ellas, y á
lo que reclamaban con todo empeño la índole de los tiempos y la conve-
niencia pública.
Aunque siguió España el mismo camino que los otros países de la
cristiandad en el establecimiento y multiplicacion de los monasterios y
conventos, hubo en ella particulares motivos para que se aumentasen,
en especial á últimos del siglo xvI y principios del inmediato. La supers-
ticion que el Santo Oficio y la política de nuestros monarcas esparció
en aquella sazon sobre toda la haz del reino, el crecimiento de capitales
atesorados en América é invertidos con larga mano en dotar estableci-
mientos piadosos, en expiacion á veces del modo como se adquirieron, y
por la dificultad tanibien de hallar sino imposiciones seguras y lucrati-
vas; la diligencia y apresuramiento con que se agolparon á vestir el hábi-
to religioso las clases inferiores, atraídas por el cebo de cautivar la vene-
racion de la muchedumbre y lograr entrada y áun poderoso influjo en las
moradas de los grandes y hasta en los palacios de los reyes; estas cau-
sas juntas concurrieron á engrosar aquella avenida de fundaciones que,
saliendo de madre, inundó el suelo peninsular de conventos y monaste-
rios, de santuarios y ermitas, con séquito de funciones y aniversarios, de
el gobierno de España desde 1808 hasta 1814. Se tradujo esta compendiosa produccion
en frances y en otras lenguas de Europa.
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(27) Este cómputo está sacado del Censo de la poblacion de España del año de 1797,
publicado de órden del Rey en 1801 despues ha disminuido el número, como puede verse
en la Memoria del Ministro de Gracia y Justicia, fecha en 1.º de Marzo de 1822, que fué
leida á las Córtes de entónces, y tambien en los cálculos que se han presentado en las ce-
lebradas durante los años de 1834 y 1835, y publicado con motivo de la reforma de regu-
lares decretada en este último año.
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cuyo dia pasó á las Córtes el ministro de Gracia y Justicia una Memoria
acerca de la materia, acompañada de una instruccion, compuesta de 19
artículos, bien extendida en lo general, y encaminada á un nuevo arre-
glo y diminucion de las comunidades religiosas. Recogió, en consecuen-
cia, sus proposiciones el diputado Villanueva, y se decidió pasase todo
el expediente á tres comisiones reunidas; ideada traza de dilatar la reso-
lucion final, y de dejar á la Regencia más desembarazada para que por
sí, á las calladas y sucesivamente, permitiese á muchos regulares vol-
ver á ocupar sus conventos so pretexto de ser necesarios en los pueblos,
faltos los fieles de auxilios espituales. Así sucedió: miéntras que nego-
cio tan grave estaba aún pendiente en las Córtes, y sobre todo despues
que se traslució que las comisiones reunidas se inclinaban á una refor-
ma algo lata, empezó la Regencia á permitir el restablecimiento de va-
rios conventos, y á fomentar bajo de mano la pronta ocupacion de otros;
siendo de notar circulase estas disposiciones por conducto del ministe-
rio de Hacienda, diverso de aquel en que habia radicado el expediente,
y era el de Gracia y Justicia. Especie de dolo, ajeno de una potestad su-
prema, que excitó enojo en las Córtes y reñidos debates.
Vino á disculparse en ellas D. Cristóbal de Góngora, entónces minis-
tro interino de Hacienda, quien en la sesion del 4 de Febrero de 1813,
sacando á la plaza con poco pulso las desatentadas providencias del Go-
bierno, acreció la irritacion en vez de apaciguarla. Las comisiones en-
cargadas de informar acerca del expediente general habíanle estado me-
ditando largo tiempo, y no ántes de Enero habian presentado su parecer
á las Córtes. Proponian en él una reforma equitativa y bastante completa
del clero regular, sin que por eso ni áun entónces cejase la Regencia en
dar su consentimien to para que se restableciesen várias casas religio-
sas; no descuidándose en solicitarle los interesados, sabedores del gol-
pe que los amagaba, y de la propension favorable que hácia ellos tenía
el Gobierno. El haber mandado éste se expidiesen las órdenes por la se-
cretaria de Hacienda, no tanto pendia de que estuviesen aquellos esta-
blecimientos á la disposicion del mencionado ramo en calidad de bienes
nacionales, cuanto de ser más aficionado su jefe á la repoblacion de los
conventos que no su compañero el de Gracia y Justicia, D. Antonio Ca-
no Manuel, quien lidiaba en sentido opuesto, trocada así la índole res-
pectiva de ambos ministerios; pues parecia más propia de la del primero
querer la reforma de regulares, productora de medios, que de la del se-
gundo, no ganancioso con la desaparicion e instituciones de mucho va-
ler que corrian bajo su dependencia.
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el hábito religioso, tan venerado antes, que los primeros regulares que se
pasearon así vestidos en las poblaciones grandes, como Madrid y otras,
tuvieron que esconderse para huir de la curiosidad y extrañeza con que
los miraba y seguía el vulgo, en particular los muchachos que nacieran
ó habian crecido durante la ocupacion francesa. Por tanto, las peticio-
nes sobre restablecer las comunidades procedieron tan sólo de manejos
de los ayuntamientos ó de algunos interesados, siéndole muy fácil al Go-
bierno patentizar tales amaños, para caminar en seguida con paso firme
á la reforma prudente de los regulares, y de modo que cubriendo las jus-
tas necesidades de éstos, no se viesen desatendidos ni los intereses del
Estado ni los del culto.
Pero restablecidas ya várias casas, y tomadas por la Regencia otras
providencias, ofecia obstáculos retroceder y desbaratar lo hecho, se-
gun querian las comisiones reunidas. Por lo tanto, pidióse á las mis-
mas nuevo dictámen, que dieron en 8 de Febrero y aprobaron las Cór-
tes en sesiones sucesivas, promulgándose de resultas un decreto acerca
de la materia en 18 del propio mes. Considerósele á éste como provisio-
nal y sin perjuicio de las medidas generales que en adelante pudieran
adoptarse. Las del actual decreto eran en substancia: 1.º, permitir la re-
union de las comunidades consentidas por la Regencia, con tal que los
conventos no estuviesen arruinados, y vedando pedir limosna para ree-
dificarlos; 2.º, rehusar la conspiracion ó restablemiento de los que no tu-
viesen doce individuos profesos; 3.º, impedir que hubiese en cada pue-
blo más de uno del mismo instituto, y 4.º, prohibir que se restableciesen
más conventos, y se diesen nuevos hábitos hasta la resolucion del expe-
diente general.
A pesar de que á algunos parecerán mancas y no bastantes para su
objeto tales resoluciones, seguro es que si se hubieran puesto en prác-
tica con teson, y cumplido á la letra durante sucesivos años el decre-
to que las comprendia, la reforma del clero regular hubiérase verifica-
do ampliamente y por medios suaves. Pero la mano destructora del bien
que empuñando en 1814 una aguzada y cortante hoz la extendió á cie-
gas y locamente sobre todas las providencias que emanaron de las Cór-
tes, tampoco olvidó ésta, y la segó muy por el pié.
A otras mudanzas tambien de entidad dieron origen estas reformas
de la Inquisicion y los regulares. Debe contarse como la más principal
la remocion de la Regencia que gobernaba entónces la monarquía. Ca-
si nunca conforme en sus procedimientos con los deseos de las Córtes,
desvióse cada vez más, yse apartó, si cabe, del todo, luégo que D. Juan
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Perez Villamil ocupó el puesto que dejó vacante, por dimision volunta-
ria, el Conde del Abisbal, lo cual, habiendo ocurrido en Setiembre de
1812, coincidió con los importantes acontecimientos que sobrevinieron
en la propia sazon. Íbase en ella desembarazando de enemigos nuestro
territorio, tocando al Gobierno en ocasion tan crítica obrar con el ma-
yor pulso, y bien le era menester, cuando de nada ménos se trataba que
de plantear la administracion en todas sus partes, introducir las nue-
vas leyes, apaciguar las pasiones, recompensar servicios, aliviar padeci-
mientos, echar un velo sobre extravíos y errores, y ganar, en fin, las vo-
luntades de todos, usando de suavidad con unos y de firmeza con otros.
Requeriase para ello maestría suma, el tino de hombres resueltos y pro-
bados, que supiesen sobreponerse á las preocupaciones y exageradas
demandas de partidos extremos y resentidos. Tres eran éstos en los pue-
blos evacuados: el del rey intruso, el de los opuestos á las reformas, y el
de sus amigos y defensores. No muy numeroso el primero, tenía, sin em-
bargo, raíces, no tanto por aficion, cuanto por el temor de que ahondan-
do en vidas pasadas, se descubriesen compromisos áun en donde nisi-
quiera se recelaban: dolencia que acompaña á las disensiones largas y
domésticas. Era, de todos, el segundo partido el más crecido y fuerte, y
en el que si bien muchos anhelaban por reformas respecto del gobierno
antiguo, no las querian ámplias, ni tan allá como las Córtes, desfavore-
ciendo á éstas el que se asemejasen várias de sus mudanzas á otras de
José, no permitiendo á veces los intereses individuales y los apasiona-
dos afectos de aquellos tiempos distinguir la diferencia que mediaba en-
tre ambas autoridades de tan opuesto orígen. Aunque más circunscrito
el partido tercero y último (el de los amigos de las reformas), era su in-
flujo grande y su pujanza mucha, abanderizándose generalmente en él
la mocedad y los hombres ilustrados, que tenian á las Córtes por apoyo
y principal arrimo.
En vez la Regencia de mostrarse desnuda de aficiones, declaróse ca-
si abiertamente por los enemigos de las reformas, tirando á incomodar á
los comprometidos con José, y desatendiendo indebidamente á los que
pertenecían al tercer partido; por lo cual, estribando su política en me-
didas exclusivas y de intolerancia, adolecieron sus providencias de este
achaque y de inclinaciones parciales. El nombramiento de empleados y
jueces, asunto difícil siempre, y en tales crísis muy arduo, tachóse, y en
general fundadamente, de desacertado, escogiendo hombres poco dis-
cretos, que atizaban el fuego en lugar de apagarle, y desunian los áni-
mos, léjos de concordarlos. Nacieron de aquí universales quejas, hijas
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(28) Véase Diario de las discusiones y actas de las Cortes generales y extraordinarias,
tomo XVII, páginas 153 y 154.
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(29) C. VELLEI PATERCULI, Historia romana, liber secundus, cap. LXXXIII. ¡lancus
non judicia recta legendi, neque amore republicæ aut Cæsaris..... sed morbo proditor.....
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(30) Esta nota ó representacion del Nuncio, de 5 de Marzo de 1813, forma el núm.
6.º de documentos del apéndice de su manifiesto, publicado en Madrid en la imprenta de
Repullés, año de 1814.
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(31) Diario de las discusiones y actas de las Córtes, tomo XVII, Página 367.
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cito que avanzó á los Pirineos; pero de ello hablarémos más adelante, si
bien fueron todos limitados para atenciones tantas.
Al estrecho adonde habian llegado los asuntos públicos, indispensa-
ble se hacia encontrar inmediata salida cambiando la Regencia del rei-
no. Desunidas y en lid abierta las dos potestades ejecutiva y legislativa,
una de ellas tenía que ceder y dejar á la otra desembarazado el paso. No
ausente el Rey y alterada la Constitucion en alguna de sus partes, hu-
biérase presentado en breve á tamaño aprieto un desenlace obvio y fá-
cil; pues, ó los ministros se hubieran retirado, ó hubiérase disuelto el po-
der legislador, convocándose al propio tiempo otro nuevo; con lo cual se
desataba el nudo legal y sosegadamente. No se estaba entónces, por des-
gracia entre nosotros en el caso de usar de ninguno de ambos remedios;
y por tanto, disculpable aparece la resolucion que tomaron las Córtes, y
de absoluta necesidad, bien considerado el trance en que se hallaban;
pues si no, juzgaríamos su hecho altamente reprensible y de pernicio-
so ejemplo.
A la nueva Regencia quitósele en 22 de Marzo la condicion transito-
ria de provisional, quedando nombrada en propiedad, así ella como su
digno presidente, sin que se despojase á ninguno de los tres de las pla-
zas que obtenian en el Consejo de Estado. El reglamento que goberna-
ba á la anterior Regencia, dado en 26 de Enero de 1812, se modificó con
otro promulgado en 8 de Abril (32) de este año de 1813, mejorándole en
alguno de sus artículos. Tres individuos solos, en lugar de cinco, debian
componer la Regencia: las relaciones de ésta con los ministros y las de
los ministros entre sí, se deslindaban atinadamente, y sobre todo se de-
claró á los últimos, que fué lo más sustancial, únicos responsables, que-
dando irresponsable la Regencia, ya que la inviolabilidad estaba reser-
vada á solo el Monarca; creyendo muchos se afianzaria por aquel medio
la autoridad del Gobierno, y se le daria mayor consistencia en sus prin-
cipales miembros; porque de no ser así, decia un diputado, resultan (33)
varios y graves males. Primero, la instabilidad de la Regencia, á la que
se desacredita; segundo, la dificultad de defenderse ésta por sí y verse
obligada á defenderse por medio de sus ministros, que quizá piensan de
un modo contrario; tercero, las revueltas á que se expone el Estado con
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(36) Estas cartas léanse en los números 7.º y 8.º del apéndice al manifiesto ya cita-
do del Nuncio.
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(37) Este oficio ú órden compone el número 10 del apéndice al mismo manifiesto del
Nuncio.
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(38) Carta del rey D, Fernando el Católico al Conde Ribagorza, su virey en Nápoles, á
22 de Mayo de 1508, tomo I del Semanario erudito publicado por Valladares.
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(40) Véase el tomo I de la obra Recueil des principaux traités..... de l’Europe, par Mr.
de Martens. 1762 y 1763, pág. 29 y siguientes.
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y áun arrojarle del otro lado del Pirineo, obrar al són de los intentos y
operaciones de las potencias beligerantes del Norte, y dar lugar á que
Wellington reparase las pérdidas que experimentó en su retirada, como
tambien á que los españoles uniformasen sus ejércitos, é introdujesen
en ellos mayor disciplina y órden.
Siguióse, pues, este plan, huyendo de empeñar acciones campales y
reñidas contiendas ántes de asomar el verano, y contentándose con li-
diar á veces en aquellas comarcas, en donde, mezclados y sin distincion,
dominaban todavía soldados amigos y enemigos. Por tanto, mantuvié-
ronse en lo general quietos durante el invierno los ejércitos aliados, no
separándose de sus respectivas provincias y estancias.
El anglo-portugues continuó ocupando las mismas en que hizo parada
al retirarse en el pasado otoño, teniendo sus reales en la Frejeneda, y di-
latanto sus acantonamientos por la frontera que hace cara á Ciudad-Ro-
drigo. Considerábase á este ejército como principal base de las grandes
maniobras y operaciones militares de la Península hispana. A su derecha
é izquierda, por Extremadura, Galicia, Astúrias y demas partes de los dis-
tritos del Norte, se alojaba el cuarto ejército, compuesto ahora, segun in-
dicamos en otro libro, de los apellidados ántes quinto, sexto y séptimo.
Seguia á cargo de D. Francisco Javier Castaños. Su gente habia mejorado
en disciplina, é instruíase esmeradamente, tomando para ello acertadas
disposiciones el general D. Pedro Agustin Giron, jefe de estado mayor.
Fué una de las primeras subdividir en Febrero todo aquel ejérci-
to en tres cuerpos, bajo el nombre cada uno de ala derecha, centro y
ala izquierda, medida necesaria por hallarse las fuerzas desparrama-
das, permaneciendo unas en Extremadura y Castilla, otras en el Vierzo y
Astúrias, y las restantes en las montañas de Santander, provincias Vas-
congadas y Navarra. El ala derecha constaba de dos divisiones, primera
y segunda, á las órdenes de D. Pablo Morillo y de D. Cárlos de España;
el centro de tres, tercera, cuarta y quinta, que gobernaban D. Francis-
co Javier Losada (hoy conde de San Roman), D. Pedro de la Bárcena y
D. Juan Diaz Porlier; el ala izquierda, organizada más tarde, componía-
se de la sexta division, que algunos llamaron de Iberia, y era acaudilla-
da por D. Francisco Longa; de la séptima, que formaban los batallones
reunidos de las tres provincias Vascongadas, á cuya cabeza hallábase D.
Gabriel de Mendizábal, considerado tambien supremo jefe de toda esta
ala; y de la octava, que regía D. Francisco Espoz y Mina. Debe no ménos
agregarse á la cuenta una division de caballería bajo del Conde de Pen-
ne Villemur, que por lo comun maniobraba unida con el centro.
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Los tres cuerpos juntos contaban 39.953 hombres, de ellos 3.600 ji-
netes. Las dos divisiones del ala derecha anduvieron casi siempre en
compañía del ejército anglo-portugues y se amaestraron á su lado. Las
tres que constituian el centro, ántes sexto ejército, y cuyo total sumaba
por sí solo 15.305 iaifantes y 1.577 caballos, se ejercitaron en sus res-
pectivos acantonamientos, en donde la oficialidad tenía continuas aca-
demias, y el soldado, á pesar de lo lluvioso de la estacion, evolucionaba
casi diariamente, sobresaliendo todos por su aseo, subordinacion á los
jefes, y respeto á las personas y bienes de los habitantes. El ala izquier-
da, ó sean las divisiones sexta, séptima y octava, que recorrian distritos
ocupados por el enemigo, apenas hallaban vagar para instruirse en pue-
blos ni campamentos, y sólo podian adiestrarse al propio tiempo que tra-
baban lides; de las que no tardarémos en darrazon.
Desde Granada, Jaen y Córdoba, donde se apostó el tercer ejército al
evacuar los franceses las Andalucías, fué avanzando á la Sierra Morena
y Mancha. Le guiaba el Duque del Parque. Ascendian susfuerzas á unos
22.800 hombres y 1.400 caballos, distribuidos todos en tres divisiones
de infantería y una de jinetes, mandadas respectivamente por el Prínci-
pe de Anglona, Marqués de las Cuevas, don Juan de la Cruz Mourgeon
y D. Manuel Sisternes. Dábase la mano con este ejército el de reserva,
que pronta y muy atinadamente arregló é instruyó en las Andalucías el
Conde del Abisbal, caudillo entendido en la materia y presto en la eje-
cucion, teniendo ya bien organizados y dispuestos, ántes de concluirse
la primavera, unos 15.600 infantes y 700 caballos, repartidos en tres di-
visiones, que más de una vez variaron de jefes.
Esta reserva y los dos mencionados ejércitos, cuarto y tercero, fue-
ron los que por el lado de Vizcaya y Pirineos occidentales cooperaron,
si bien el último más tarde, con los anglo-lusitanos, á la prosecucion de
las célebres campañas que se abrieron allí durante el estío. Porque el
otro, llamado tambien de reserva, que formaba en Galicia D. Luis Lacy,
no llegó el caso de que saliese de los confines de aquella provincia, y el
primero y segundo, peleando de continuo, ayudados en un principio por
el tercero en Cataluña, Valencia y Aragon, seguian separado rumbo, sir-
viendo más bien sus lides para distraer al enemigo y auxiliar de léjos las
otras operaciones, que para llevar por sí mismos la guerra a un término
decisivo y pronto.
Siendo, pues, aquellas fuerzas las que tenian cerca mayor número de
contrarios, será bien especifiquemos cuáles eran éstos, y cuáles sus es-
tancias. Durante el invierno permanecieron en Castilla la Nueva todas
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ó la mayor parte de las tropas que componian los ejércitos del Mediodía
y centro de España; á las órdenes el primero del mariscal Soult, con sus
cuarteles en Toledo, y el segundo á las inmediatas de José mismo en la
capital del reino, cubriendo ambos las orillas del Tajo, y haciendo sus
correrías en la Mancha. Ocupaba á Castilla la Vieja y parte del reino de
Leon el ejército que llamaban de Portugal, manteniéndose en observa-
cion del de los aliados y del cuarto de los españoles. Tenía en Vallado-
lid su cuartel general, y despues de haber pasado su direccion, como en
sus respectivos lugares dijimos, por las manos de Marmont, Clausel y
Souham, paraba ahora en las del general Reille, ayudante de Napoleon,
y jefe ántes de una de las divisiones pertenecientes al cuerpo del maris-
cal Suchet. Acudia á amparar las costas de Cantabria, y hacer rostro á
los españoles que guerreaban en aquellas provincias y Navarra, el ejér-
cito apellidado del Norte, cuyo principal asiento era Vitoria, y á veces
lo fué Búrgos, sucediendo á Caffarelli en el mando, al rematar Febrero,
el general Clausel. Todas estas huestes no veian acrecida su fuerza, si-
no que al reves, notábase menguada, habiendo ido sacando Napoleon
hombres, y especialmente cuadros, desde el Noviembre, sin esperanza
de nuevos socorros, acaecidas ya las derrotas tan aciagas para él en el
septentrion de Europa, y aumentados sus apuros en disposicion de irse
desplomando por todos lados el edificio de sus conquistas, tan robusto,
al parecer, pocos meses ántes. El total de estos cuatro ejércitos reunidos
ascendía á unos 80.000 hombres, entre ellos 6 á 7.000 de caballería.
Al llegar Marzo comenzáronse á divisar señales de movimientos y
marchas, que tomaron incremento y se realizaron al finalizar la primave-
ra. Quien primero dejó su puesto y salió de España fué el mariscal Soult,
atravesando la frontera en fines del propio mes; le acompañaban unos
6.000 hombres. Llamábale Napoleon para que le ayudase en Alemania.
Miéntras aquel mariscal permaneció en Toledo impuso contribuciones
gravosas, prendiendo para realizarlas al Ayuntamiento y á varios vecinos
de la ciudad, y cometiendo otros desmanes.
Tambien se movió por entonces el rey José para pasar á Valladolid
y tomar el mando en jefe, por disposicion del Emperador, de todas las
fuerzas que hemos enumerado, y debian servir de dique contra el ímpe-
tu de las acometidas que proyectasen los aliados. Salió aquél de Madrid
el 17 de Marzo, y salió, para no volver á pisar el suelo de la capital, lle-
vándose consigo parte de las tropas que habia en Castilla la Nueva. De-
jó, sin embargo, en Madrid al general Leval con una division, apostando
en el Tajo otras fuerzas, y sobre todo caballería ligera. Hácia aquel tiem-
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vas, y logró aventarlos, revolviendo sin dilacion sobre Tafalla para con-
tinuar estrechando el asedio. Abrió allí brecha, y al ir á asaltar el fuerte,
en 10 de Febrero, rindiéronsele los franceses. Inutilizó Mina las obras
que éstos habian practicado, y demolió los edificios en que áun podian
volver á encastillarse, y de los que tenian fortalecidos algunos. Otro tan-
to ejecutó en Sos, si bien la guarnicion se salvó ayudada por el general
Paris, que á tiempo vino en socorro suyo de Zaragoza. Destruíanse así,
en grave perjuicio de los enemigos, los puntos fortificados que tenían
para asegurar sus comunicaciones.
Oficiales y partidas dependientes de Mina hacian á veces excursio-
nes, algunas muy de contar. Atrevida y áun temeraria fué la de Fermin
de Leguia, quien acercándose con solos quince hombres muy á las calla-
das y hora de media de noche al castillo de Fuenterrabía, subió prime-
ro, acompañado de otro, á lo alto, y matando al centinela, apoderáronse
ambos de las llaves, dando entrada por este medio á los que se habían
quedado fuera. Juntos, desarmaron y cogieron á ocho artilleros enemigos
que estaban dentro, clavaron un cañon y arrojaron al mar las municiones
que no pudieron llevar consigo, prendiendo, por último, fuego al castillo.
Hiciéronlo todo con tal presteza, que al despertarse la corta guarnicion
que dormia en la ciudad, habian los nuestros tomado viento, y no osaron
los franceses perseguirlos, recelando fuese mucho su número, encubier-
tos los pocos con la oscuridad de la noche.
Por su lado, incansable siempre Mina, tuvo el 31 de Marzo otro reen-
cuentro en Lerin y campos de Lodosa con una columna enemiga, que
desbarató, llevando la palma en aquella jornada la caballería, cuyos ji-
netes cogieron 300 prisioneros. Incomodado Clausel de tan continuadas
pérdidas y menoscabo en su gente, quiso, como jefe del ejército frances
del Norte, poniéndose de acuerdo con el general Abbé, que mandaba en
Pamplona, estrechará Mina batiendo el país, y cercándole como si fuera
á ojeo y cacería de reses. Cada uno de dichos generales salió de diverso
punto, y Clausel, despues de reforzar á Puente la Reina, y de apostar en
Mendigorria un destacamento, avanzó yendo la vuelta del valle de Be-
rrueza. Pero Mina, haciendo una rápida contramarcha, habíase va colo-
cado á espaldas del frances, obligando, en 21 de Abril, á los de Mendi-
gorría á que se rindiesen. En lo que restaba de mes y posteriormente, no
alzó mano Clausel en el acosamiento de Mina, entrando asimismo Abbé
en el valle de Roncal, en donde si por una parte trató bien á los prisione-
ros, por otra no dejó de quemar los hospitales y sus enseres, y de abrasar
en Isaba muchas casas y edificios. Hubo aún nuevas marcitas y contra-
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(1) Usamos de las expresiones apresurar la carga y hacer punta de sus tropas, á imi-
tacion de autores nuestros del mejor tiempo. Ha habido quien, poco versado en ellos, se
ha imaginado que éstas u otras parecidas eran tomadas del frances; pero no es así. Car-
gar, dar una carga, apresurar la carga, modos son de hablar que á menudo han emplea-
do Mariana, Mendoza y otros autores de los más escogidos. Lo mismo sucede con los que
más particularmente han escrito sobre el arte de la guerra. Don Bernardino de Mendoza,
en su Teórica y práctica de ella, libro impreso en Ambéres en 1596, sírvese con frecuen-
cia de las palabras cargas, cargar, etc., en vez de acometidas, acometer, etc.; y el capilan
Diego de Salazar, en su obra de Re militari, ya en otra ocasion citada, usa de la frase ha-
cer una punta de ejército. Estos autores y Montero de Espinosa, Urrea, Eguiluz, Londo-
ño, con otros varios que escribieron en tiempo de las campañas de Flándes, seminario de
guerreros ilustres, debian ser más estudiado, por los que se ocupan en cosas militares y
quieren hablar con propiedad de ellas, no oponiéndose las alteraciones que desde entón-
ces ha habido en el arte de la guerra, siempre que haya discernimiento y tino en la elec-
cion de las frases y los términos, y en su aplicacion.
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aquel sitio antes de que despuntase el dia 12. Persuasion liviana tratán-
dose de contrarios tan audaces y prestos como son los franceses. Fué en
vano pensar en contenerlos: no dieron vagar, pues hundiendo las puertas
á cañonazos, penetraron en Villena muy luégo, y á poco tuvieron que ca-
pitular los del castillo. Eran sobre 1.000 hombres.
Anhelando el mariscal Suchet no pararse en carril tan venturoso, dió
principio en el mismo día 12 á sus acometidas contra los ingleses. Te-
nian éstos su vanguardia, capitaneada por Federico Adam, en el puer-
to y angosturas de Biar, con órden de replegarse á Castalla, disputando
ántes al enemigo el paso. Cumpliéronlo así aquellos soldados, y su jefe
mostró pericia suma, apresurando su retirada tan sólo al caer de la no-
che, si bien despues de haber perdido alguna gente, y tenido que aban-
donar dos cañones de montaña.
Posesionáronse los enemigos de Biar, y se acamparon á la salida que
va á Castalla; en donde, ufanos con los lauros conseguidos, aguardaron
impacientes la llegada del dia, seguros casi de coger otros mayores, y de
singular y gustosa prez para ellos, por ser ganados en parte contra ingle-
ses. No abatido por su lado el general Murray, preparóse á hacer rostro á
sus contrarios tranquila y confiadamente. Colocó la division mallorqui-
na de Whittingbam con la vanguardia, que guiaba el coronel Adam, en
unas alturas á la izquierda, roqueñas y de escabrosa subida, que termi-
nan en Castalla, á cuya poblacion, puesta á la raíz de un monte coronado
por un castillo, la encubria en ruedo la division del general Mackenzie
y un regimiento de la de Clinton. Seguia lo restante de la fuerza de és-
te por la derecha, sirviéndole de resguardo naturales defensas, y de re-
serva tres batallones de la gente de don Felipe Roche. Habian los alia-
dos construido por acá, y al frente del castillo, diversas baterías. No se
hallaba presente, ni tampoco acudió á la accion que se preparaba, el ge-
neral Elío, retirado en Petrel con algunos batallones despues de lo acae-
cido en Villena.
Amaneció, por fin, el dia 13, y desembocando el enemigo de las es-
trechuras de Biar, desplegó sus fuerzas por la hoya de Castalla, fecun-
da y en productos rica. Ascendian éstas á 18.000 infantes y 1.600 ca-
ballos. No inferiores los nuestros en número, éranlo bastante en jinetes.
Empezó Suchet el combate explorando el campo y enviando hácia Onil
la caballería. Luégo, teniendo fijo su principal conato en trastornar la iz-
quierda de los contrarios, soltó 600 tiradores acaudillados por el coro-
nel d’Arbod, con órden de que trepando por la posicion arriba la envol-
viesen y dominasen. Al mismo tiempo amagó el mariscal frances á los
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(2) Doctrinal de los caballeros, que hizo é ordenó el muy reverendo, Sr. D. Alonso de
Cartagena.
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giendo á los enemigos, que se figuraban vendrian sus contrarios sólo por
la izquierda. Tuvieron los anglo-portugueses tropiezos en su marcha por
lo escabroso del país y estrechuras de los caminos, mas todo lo venció
la perseverancia británica. Asegurada la izquierda, y amagado el fran-
ces por la derecha del Duero, alzó lord Wellington sus reales á la pro-
pia sazon, saliendo de la Fregeneda el 22 de Mayo, acompañado de dos
divisiones inglesas, otra portuguesa y alguna fuerza de caballería. Jun-
tósele en Tamámes la mayor parte de la segunda division española, del
mando de D. Cárlos de España (la restante quedó en Ciudad-Rodrigo),
perteneciendo á ella los jinetes de D. Julian Sanchez; y todos se enca-
minaron al Tórmes, via de Salamanca. Sobre el mismo rio, pero del la-
do de Alba, formando la derecha, movióse sir Rowland Hill, y con él la
primera division española, que capitaneaba D. Pablo Morillo, quien ve-
nía de la Extremadura, habiendo pasado los puertos que la dividen de
Leon y Castilla.
Disponíanse los enemigos á contrarestar la marcha de los aliados, re-
unidos en Castilla la Vieja los ejércitos suyos llamados del Centro, Me-
diodía y Norte, y á su frente José en persona, manteniendo aún sus cuar-
teles en Valladolid. Fuera su primer intento defender el paso del Duero,
si no se lo desbaratáran las acertadas maniobras de los ingleses, ponién-
dose á la derecha del mismo rio. Sin embargo, se trabaron choques ántes
de abandonar aquella línea. Guarnecia á Salamanca la division de Vi-
llatte con tres escuadrones, quien evacuó la ciudad al aproximarse lord
Wellington, colocándose en unas alturas inmediatas, de donde le arro-
jaron el general Fane, atravesando el Tórmes por el vado de Santa Mar-
ta, y el general Alten, que lo verificó por el puente. Villatte perdió mu-
niciones, equipajes y muchos hombres entre muertos y heridos con 200
prisioneros. Retiróse por Encina á Babila-Fuente, uniéndosele cerca del
lugar de Huerta un cuerpo de infantería y caballería procedente de Alba
de Tórmes, de cuyo punto los habia echado D. Pablo Morillo, cruzando
el rio con gran valentía, y distinguiéndose al enseñorearse de la puente
los cazadores de la Union y Doyle.
El centro del cuarto ejército español, ántes sexto, acantonado en el
Vierzo, y la quinta division, tambien suya, situada en Oviedo, concurrie-
ron, segun hemos insinuado, al movimiento general y de avance. Prepa-
rábase el 29 de Mayo el general D. Pedro Agustin Giron, que mandaba
en jefe en ausencia de D. Francisco Javier Castaños, á celebrar el 30, en
Campo Naraya, los dias del rey Fernando por medio de paradas y simu-
lacros guerreros, cuando recibió órden de lord Wellington, duque de Ciu-
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que entónces le acaeció, y entre otras cosas cuenta (3) que poco ántes de
su salida habiansele hecho proposiciones, de que tuvo noticia José, se-
gun las cuales ofrecia pasarse á las banderas del intruso un cuerpo ente-
ro del ejército español. Presumimos quiera hablar del tercero, como más
inmediato. El Duque del Parque le mandaba, y guiaban sus divisiones
generales fieles siempre, honrados y de prez; y si lo fueron en los dias de
mayor tribulacion para la patria, ¿qué traza lleva que pudieran variar y
tener aviesos intentos en los de prosperidad y ventura? Ahora ni el inte-
res hubiera estimulado á ello á hombres que fuesen de poco valer y ba-
ja ralea, ¡cuánto ménos á caudillos ilustres, de muchos servicios y de es-
forzados pechos! Nosotros hemos tratado de apurar la verdad del hecho,
y ni siquiera hemos hallado el menor indicio ni rastro de tan extraña ne-
gociacion, y eso que nos liemos informado de personas imparciales muy
en disposicion de saber lo que pasaba. Creemos, por tanto, que hay gra-
ve error en el aserto del general frances, haciéndole la merced, para dis-
culpar su proceder liviano, de que sorprendieron su buena fe embaido-
res ó falsos mensajeros.
El embargo de caballerías y carruajes, anunciador de la partida de
los enemigos y sus secuaces, empezó el 25 de Mayo, y el 27 quedó eva-
cuada del todo la capital, rompiendo el 26 la marcha un convoy nume-
rosísimo de coches y calesas, de galeras, carros y acémilas, en que iban
los comprometidos con José, sus familias y enseres, y ademas el despojo
que los invasores y el gobierno intruso hicieron de los establecimientos
militares, científicos y de bellas artes, y de los palacios y archivos; des-
pojo que fué esta vez más colmado, porque sin duda le consideraron co-
mo que sería el último y de despedida.
Habia comenzado el primero ya desde 1808, y se habia extendido á
Toledo, al Escorial y á las ciudades y sitios que encerraban, en ambas
Castillas, así como en las Andalucías y otras provincias, objetos de va-
lor y estima. Recogió Murat en su tiempo varios de ellos, principalmen-
te del real palacio y de la casa del Príncipe de la Paz, parando mucho su
consideracion los cuadros del Correggio, de que casi se llevó los pocos
que España poseía, entre los cuales merece citarse el llamado la Escue-
la del amor (4), que fué de los duques de Alba, prodigiosa obra de aquel
inimitable ingenio.
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Despues contóse entre las señaladas rapiñas la que verificó cierto ge-
neral frances muy conocido, en el convento de dominicas de Loeches,
lugar de la Alcarria, y fundacion del Conde-Duque de Olivares, de don-
de se llevó afamados cuadros de Rubens (5), que, al decir de D. Antonio
Ponz, eran «de lo más bello de aquel artífice en lo acabado, expresivo,
bien compuesto y colorido» (6).
En Toledo, si bien las producciones del Greco, de Luis Tristan y Juan
Bautista Maino estuvieron más al abrigo del ojo escudriñador del fran-
ces, no por eso dejaron de sentirse allí pérdidas muy lamentables, pues
en 1808 estrenáronse las tropas del mariscal Victor con poner fuego, por
descuido ó de propósito, al suntuoso convento franciscano de San Juan
de los Reyes, que fundaron los católicos monarcas D. Fernando y doña
Isabel, cuyo edificio se aniquiló, desapareciendo entre las llamas y es-
combros su importantísimo archivo y librería; y ahora para despedirse,
en 1813, los soldados del invasor, que á lo último ocuparon la ciudad,
quemaron en gran parte el famoso alcázar, obra de Cárlos V, y en cuyo
trazo y fábrica tuvieron parte los insignes arquitectos Covarrubias, Ver-
gara y Herrera. Que no parece sino que los franceses querian celebrar
sus entradas y salidas en aquel pueblo con luminarias de destruccion.
No podia en el rebusco quedar olvidado el Escorial, y entre los mu-
chos despojos y riquezas que de allí salieron, deben citarse los dos pri-
morosos y selectísimos cuadros de Rafael, Nuestra Señora del Pez y la
Perla. Varios otros los acompañaron, muy escogidos, ya que no de tan-
ta belleza.
En Madrid habíanse formado depósitos para la conservacion de las
preciosidades artísticas de los conventos suprimidos, en las iglesias del
Rosario, Doña María de Aragon, San Francisco y San Felipe, y nombrá-
dose, ademas, comisiones á la manera de Sevilla para poner por separa-
formado junto con el Ecce Homo del mismo autor, procedente del palacio de Co onna en
Roma, la viuda de Murat al actual Marqués de Londonderry, por 11.000 guineas. El de
La Oracion del Huerto, tambien del Corregio, que pertenecia al palacio real de Madrid, lo
tiene al presente el Duque de Wellington. Hay una repeticion de este cuadro en la Natio-
nal Gallery, como igualmente una Sacra Familia del mismo Correggio, que estaba en el
citado palacio de Madrid en tiempo de Cárlos IV.
(5) Estos cuadros han sido vendidos en los años últimos por ocho mil libras esterli-
nas (sobre unos 800.000 rs. vn.) á lord Grosvenor, marqués de Westminster, excepto el
del Triunfo de la Religion, que estaba en el antiguo senado, y se halla colocado ahora en
el museo del Louvre.
(6) Viaje de España, de D. Antonio Ponz, tomo I, carta 6.ª
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(7) Estos cuadros, con muchos de los objetos extraidos del gabinete de Historia Natu-
ral de Madrid, devolviéronse á nuestro Gobierno en 1814. Pero como llegase repentinamen-
te Napoleon de la isla de Elba, no hubo tiempo para trasportarlos á España, y desaparecie-
ran por el momento. Repuesto Luis XVIII, ganada que fué la batalla de Waterloo, en el tro-
no de Francia, y hallándose en Paris de ministro interino de España el general D. Miguel de
Álava, presentóse á éste el Marqués de Almenara con deseo de indicarle, como lo verificó,
y movido puramente de amor á su patria, el paradero de dichos cuadros y efectos. Reclamó-
los, en consecuencia, aquel ministro, y entregárosele, aunque deteriorados los cuadros y en
lamentable estado; motivo por el que juzgó el general Álava ser prudente y áun necesario el
que se restaurasen y áun trasladasen de la tabla al lienzo, antes de enviarlos á España, sal-
tando ya la pintura por lo carcomido de la madera. Nuestro Gobierno resistiólo algun tiem-
po; pero cedió á las instancias y justas reflexiones de aquel general, apoyadas en un informe
juicioso que le dieron el célebre escultor Canova y los pintores Palmarolli y Benvenuti, que
habian á la sazon pasado á Paris para reclamar y recoger las preciosidades artísticas de Ro-
ma y Florencia. Encargóse la obra, segun apuntamos en el texto, á Mr. Bonnemaison; con-
cluida la cual, remitiéronse los cuadros á España, en donde se hallan ahora, excepto uno de
las Vénus, que el rey Fernando VII regaló á su aliado el Emperador de Rusa.
La Regencia del reino, ayudada por el celo ilustrado de la Real Academia de San
Fernando, no cesó desde la primera evacuacion de los franceses de Madrid en 1812, de
dar providencias que evitasen en lo posible el extravio á ocultacion de los cuadros saca-
dos por los franceses ó por órden del gobierno intruso, de iglesias, conventos ú otros es-
tablecimientos públicos. Existen los antecedentes en el archivo de la referida Academia.
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(8) El despojo del archivo de Simáncas empezó en 1811, en cuyo año se presentó allí
á recoger papeles para llevárselos á Francia el archivero del Imperio J. Guite. Hé aquí co-
pia literal de los documentos que lo comprueban.
«Real archivo de Simáncas.— Con licencia del Sr. D. Manuel de Ayala y Rosales, se-
cretario del archivo real de Simáncas, he sacado yo un libro con cubiertas de pergamino,
sobre la primera de las cuales en el verso se halla escrito: Libro de la dicha tercera arca,
número diez y nueve, y será el dicho libro remitido en dicho archivo cuando volveré en Si-
máncas. Hecho en Simáncas, 25 de Marzo de 1811.— J. GUITE.»— «Real archivo de Si-
máncas.— Yo, comisario del gobierno frances, infrascrito: declaro haber sacado del real
archivo de Simáncas para llevar en Francia en virtud de la órden de S. E. el Ministro de
lo Interior, comunicada al Sr. Gobernador del sexto gobierno, los papeles siguientes:—
1.º Los de Estado del Cubillo bajo.— 2.º Los de las negociaciones de Nápoles, Sicilia y
Milán, de la pieza segunda.— 3.º Los de patronato real.— 4.ª Los del Cubillo alto.— 5.º
Siete registros de órdenes y seis legajos de órdenes.— 6.º Tres registros de cédulas de la
Emperatriz.— 7.º Cuatro registros de los caballeros de la cuantía— 8.º Siete legajos de
hidalguías.— 9.º Quince legajos de Córtes.— 10. Veintiun libros de Juan de Berzosa.—
11. Las bulas de los obispados y arzobispados de Castilla y Leon.— 12. La planimetría de
Madrid.— 13. Los papeles del Estado misivo, con los inventarios correspondientes. De
los cuales papeles é inventarios, que van colocados en ciento setenta y dos cajones, el Sr.
D. Manuel de Ayala y Rosales, secretario del dicho archivo, es legítimamente descarga-
do. Hecho en Simáncas, á 28 de Mayo de 1811.»
«El infrascrito, comisario del gobierno frances, encargado del reconocimiento y
transporte de los papeles existentes en el real archivo de Simáncas, certifico haber extrai-
do del referido real archivo los legajos que contienen las materias siguientes:— 1.º To-
dos los legajos que existian en la pieza baja de Estado, concernientes á negociaciones de
varias partes de Europa.— 2.º Los libros y registros de la cancillería del Consejo que ha-
bia en Aragon.— 3.º Los papeles de la secretaria de la negociacion de Cataluña, excep-
to los intitulados Cartas.— 4.º Treinta y siete legajos de mercedes de los reyes don Juan
y D. Enrique.— 5.º Cuatro legajos tocantes á las Córtes de Valencia. Los cuales pape-
les, con sus correspondientes inventarios, han sido sacados por mi á consecuencia de ór-
den del Excmo. Sr. Ministro del Interior para ser conducidos á Francia. Y para descar-
go del señor D. Manuel de Ayala, archivero principal del mencionado real archivo de Si-
máncas, le doy la presente certificacion, que en todo caso le deberá servir de resguardo
y recibo, firmada de mi mano, y datada en Simáncas, á seis de Junio de mil ochocientos
once.— J. GUITE.»
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llegada iban á prender fuego las últimas tropas de su nacion que se reti-
raban. Juntóse el convoy enemigo al grueso de su ejército en Valladolid,
y salvóse entónces, si bien despues pereció en parte, ganada que fué la
batalla de Vitoria. Le mandó Hugo hasta llegar á la ciudad de Búrgos.
La evacuacion de Madrid permitió disponer del tercer ejército, que
habia avanzado á la Mancha, y tambien del de reserva, organizado en
Andalu ía por el Conde del Abisbal. El primero partió la vuelta de Va-
lencia, uniéndose el 6 de Junio en Alcoy y Concentaina al segundo ejér-
cito, con el cual, por resolucion de Wellington, debia maniobrar ahora
para impedir destacase Suchet fuerzas contra las tropas combinadas que
lidiaban en el Ebro, sin perjuicio de que se juntase más adelante con es-
tas mismas, segun lo verificó. El segundo, saliendo de Andalucía, mar-
chó por Extremadura, camino más resguardado, y se enderezó á Castilla
la Vieja. Llegó allí cuando los aliados estaban ya muy adentro, y en com-
pleta retirada los franceses, penetrando ‘n Búrgos por los días 24 y 25 de
Junio. Encargóle lord Wellington estrechar el castillo de Pancorbo hasta
tomarle; en donde los enemigos habian dejado de guarnicion, conforme
apuntamos, unos 1.000 hombres.
Reconcentradas de este modo las fuerzas de la Península, amigas y
enemigas, y agrupadas todas, por decirlo así, en dos principales puntos,
que eran, uno, las inmediaciones del Ebro y provincias Vascongadas, y
otro, la parte oriental de España, iráse simplificando nuestra narracion,
y convirtiéndose cada vez más en guerra regular lucha tan empeñada.
Dejamos á los ejércitos combatientes próximos uno á otro y dispues-
tos á trabar batalla en las cercanías de Vitoria, ciudad de once á doce
mil habitantes, situada en terreno elevado y en medio de una llanura de
dos leguas, terminada de un lado por ramales del Pirineo, y del otro por
una sierra de montes que divide la provincia de Alava de la de Vizcaya.
Tenian los aliados reunidos, sin contar la division de D. Pablo Morillo y
las tropas españolas que gobernaba el general Giron, 60.440 hombres,
35.090 ingleses, 25.350 portugueses, y de ellos 9.290 de caballería. La
sexta division inglesa en número de 6.300 hombres, se habia quedado
en Medina de Pomar.
Mandaba á los franceses José en persona, siendo su mayor general el
mariscal Jourdan. Su izquierda, compuesta del ejército del Mediodía ba-
jo las órdenes del general Gazan, se apoyaba en las alturas que fenecen
en la Puebla de Arganzon, dilatándose por el Zadorra hasta el puente de
Villodas. A la siniestra márgen del mismo rio, siguiendo unas colinas,
alojábase su centro, formado del ejército que llevaba el mismo título y
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(10) Dare‹on mn oÙc elege..... tÕ dš §rma caˆ tÕ toxon aÚto o^ lazèn
španÁlqen ca… catšlazen toÝj. MacedÒnaj tÕn mn ¥llon, cloàton c too
^barzaricoà stratopdon, frontad caˆ ¥gontaj Úperz£llonta tl»zei, ca…per
eÝxènwn prÝu t»n m£ccn îaragenmšnwn, ca … t¦ ple‹ja tÁj aposceuhj šn Da-
mascî catalipÒntwn.....
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nor dicha en no haber sido completa la toma del botin, como entónces lo
fué con la entrega de Damasco, pues ahora salvóse una parte en un gran
convoy que salió de Vitoria, escoltado por el general Maucune, á las
cuatro de la mañana del mismo dia 21. En él iban los célebres cuadros
del Ticiano y de Rafael expresados antes, muestras y ejemplares del ga-
binete de Historia Natural, y otros efectos muy escogidos. Impidieron el
alcance y el entero apresamiento del convoy refuerzos que éste recibió,
y azares de que luégo darémos cuenta.
Han comparado algunos esta jornada de Vitoria á la que no léjos del
propio campo vió España en el siglo XVI, en cuya contienda tambien se
trataba de la posesion de un trono, apareciendo por un lado ingleses y
el rey D. Pedro, y por el otro franceses y D. Enrique el Bastardo. Pero si
bien allí, segun (11) nos cuenta la crónica, empezaron las escaramuzas
cerca de Ariñez, y por lo mismo en paraje inmediato al sitio de la pre-
sente batalla, en un recuesto que desde entónces lleva en el país el nom-
bre do Inglesmendi, que quiere decir en vascuence Cerro de los ingle-
ses, no se empeñó formalmente aquélla sino en Navarrete y márgenes del
Najerilla, no siendo tampoco exacto ni justo formar parangon entre cau-
sas tan desemejantes y entre príncipes tan opuestos y encontrados por
carácter y origen. Golpe terrible fué para los franceses la pérdida de ba-
talla tan desastrada, viéndose desnudos y desposeídos de todo, hasta de
municiones, y acabando por destruirse la disciplina y virtud militar de
sus soldados, ya tan estragada. Sus apuros, en con secuencia, crecieron
en sumo grado, porque abandonadas tantas estancias en lo interior de
España, no defendidas las del Ebro, y repelidos y deshechos sus bata-
llones en el país quebrado de las provincias Vascongadas, nada les que-
daba, ni tenian otro recurso sino evacuar á España, y sustentar la lid
dentro de su mismo territorio. Notable mudanza ó trastrocamiento, que
convertia en invadido al que se mostraba poco antes invasor altanero.
Por tan señalada victoria vióse honrado lord Wellington con nuevas
mercedes y recompensas, ademas de la del cargo de feld-mariscal de
(Y más adelante.)
Meta d™ t»n m£chn t»n ™n ‘Issî pmyaj, e…j DamajcÑn lazen t»n m£chn
t»n n ‘Issî pmyaj, e…j DamajcÑn guna‹caj tæu Gersîu:ca… ple‹za mn
çfelºzhsan u… tîn Qessalwu ƒppe‹j..... ™uepl»szh d caˆ tÒ luipÕn eupor…aj
zratÒpedÕn. (Agex£udrou.)
(11) Crónica del rey Don Pedro, por D. Pedro Lopez de Ayala, año XVIII, desde el
cap. IV hasta el xIv inclusive; y el Diccionario geográfico histórico de España, por la Real
Academia de la Historia, sec. 1.ª, tomo I, art. Ariñez.
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cha del inglés, nacida de lo que hemos apuntado. Por manera que al lle-
gar Graham á Villafranca, encontróse el día 24 de Junio solo ya con la
retaguardia enemiga, desalojada tambien en breve de los puestos que
ocupaba á la derecha del Oria, fronteros al pueblo de Olaverría. Situá-
ronse en seguida cerca de Tolosa de Guipúzcoa todas las fuerzas que go-
bernaba Foy, cubriendo el camino de Francia y el que de allí se dirige á
Pamplona, con ademan de hacer rostro á los aliados. Aquella noche se
unió al general Graham la division de Longa y tres cuerpos de la gente
de don Pedro Agustin Giron, quien maniobró acertadamente al avanzar
á Vergara, destacando por su derecha, camino de Oñate, al citado Longa
con intento de que apretase al enemigo por su flanco izquierdo del lado
de la cuesta de Descarga. Evolucion que aceleró la marcha de los ene-
migos y los molestó.
Tratóse ahora de ahuyentar de Tolosa al frances, y de enseñorear la
posicion que ocupaba. Entre seis y siete de la tarde del dia 25 empezó el
ataque general. Apoyábase la izquierda del enemigo en un reducto ca-
si inexpugnable, contra cuyo punto marchó Longa por Alzo sobre Lizar-
za; descansaba su derecha en una montaña que cortaba por el frente un
profundo y enriscado barranco, y se encargó á D. Gabriel de Mendizá-
bal, que se habia adelantado de Azpeitia, el maniobrar por este lado del
mismo modo que Longa por el opuesto. Enseñoreaban ademas los fran-
ceses la cima de una montaña interpuesta entre las carreteras de Vito-
ria y Pamplona, de donde los arrojó con gran valor y maestría el teniente
coronel británico de nombre Williams. Perdieron tambien los enemigos
las demas posiciones, atacadas vigorosamente por todas las tropas com-
binadas, distinguiéndose las españolas en varios parajes. Foy, presente
en muchos, hizo en todos gloriosa y atinada resistencia. Al fin abrigóse
á la villa, la cual hallábase fortificada, y era arduo tomarla, y más de re-
bate. Las puertas de Castilla y Navarra barreadas, y aspillerados los mu-
ros, diversos conventos y edificios fortalecidos, dándose entre sí la ma-
no, y ademas, en la plaza ó centro un fortin portátil de madera, á traza
de los fijos, y por lo comun de piedra ó material, que ahora llaman bloc-
khaus; formando el todo un conjunto de defensas, que podía ofrecer re-
sistencia vigorosa y larga. Sin embargo acometida de firme la Vila, aban-
donáronla los franceses y la entraron los aliados, ya muy de noche, con
aplauso y universales vítores de los vecinos.
Se replegó á Andoain el general Foy y cortó el puente; deteniéndo-
se Graham dos dias en Tolosa, por querer cerciorarse ántes del avance
de Wellington por su derecha, camino de Pamplona. Don Pedro Agustin
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Giron paróse ménos, y prosiguió adelante, yendo tras Foy, que cejó me-
tiéndose en Francia sin gran detencion, sabedor de la retirada de José, y
puesto ya en cobro el convoy que Maucnne escoltaba, y por cuya salva-
cion suspiraban los contrarios tanto.
Llegado que hubo á Irun el general Giron, pensó en atacar la reta-
guardia enemiga, que todavía conservaba algunos puestos en la fronte-
ra española, encargando la ejecucion al brigadier D. Federico Castañon,
quien desalojó bizarramente á los enemigos que estaban colocados de-
lante del puente del Bidasoa, siendo destinados para la acometida el re-
gimiento de la Constitucion, que guiaba su coronel D. Juan Loarte, y la
compañía de cazadores del segundo regimiento de Astúrias. Permane-
cieron los franceses, no obstante, inmobles en las cabezas fortificadas
del puente, y para arrojarlos de ellas dispuso Giron traer una compañía
de artillería de á caballo, manejada por D. Pablo Puente, y pidió á los in-
gleses otra de la misma arma, que se presentó luégo al mando del capi-
tan Dubourdieu, juntas las cuales dióse comienzo á batir vigorosamen-
te las obras de los contrarios, quienes sufriendo mucho, volaron las de
la izquierda del rio y quemaron el puente. Sucedió esto en 1.º de Julio
á las seis de la tarde; día y hora memorable, en la que adquirió don Pe-
dro Agustin Giron, primogénito entónces del Marqués de las Amarillas y
hoy duque de Ahumada, la apetecida gloria de haber sido el primero que
por este lado arrojó fuera del suelo patrio las tropas de los enemigos.
Al propio tiempo apoderóse D. Francisco Longa de los fuertes de Pa-
sajes, puerto importante, rindiéndosele 147 hombres de que constaba la
guarnicion, incluso el gobernador. Y como iba de dicha, tambien se hi-
zo dueño de los de Pancorbo el Conde del Abisbal, situados en Gargan-
ta Angosta, que circuyen empinadísimos montes, por donde corro es-
trechado el camino que va de Vitoria á Búrgos. Eran dos, el llamado de
Santa María, en paraje inferior, y el de Santa Engracia, que se miraba
como el más principal. Ganóse aquél por asalto el 28 de Junio, y capi-
tuló el otro dos dias despues, privado de agua y amenazado de ruina por
los fuegos de una batería, que con gran presteza se construyó, bajo la di-
reccion del comandante de ingenieros don Manuel Zapino, en la loma de
la Cimera; habiendo ideado el modo de subir las piezas, y ejecutádolo
hábil y rápidamente los oficiales de artillería Ferraz, Saravia y D. Barto-
lomé Gutierrez. Tambien se distinguió el brigadier D. José Latorre, que
se hallaba á la cabeza de la infantería empleada en el sitio. Quedaron
prisioneros unos 700 hombres, junto con su comandante apellidado de
Ceva. No tardó Abisbal en ponerse en marcha, debiendo encaminar sus
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ficarlo desde el dia 12. Notaron los franceses de la plaza, asomados á los
muros, lo que ocurria en el campo de los aliados, y apénas daban crédi-
to á lo que con sus propios ojos veian, temiendo fuese ardid y encubierta
celada, por lo que permanecieron quietos dentro y muy recogidos.
Sir Juan se embarcó el mismo dia 12 por la tarde, dirigiendo parte de
la caballería y artillería, con alguna fuerza más, al Coll de Balaguer, pa-
ra destruir el castillo y sacar á los que le guarnecian. A la sazon avanza-
ba Suchet por aquel lado, y tropezando con los ingleses y descubriendo
no léjos la escuadra, ignorante de lo que pasaba, admiróse; y no encon-
trando explicacion ni salida á cuanto notaba, suspendió el juicio, y en la
duda echóse atras, via del Perelló.
Otros movimientos de los franceses, y recelos de Murray de que no
pudiera acabar de embarcarse á tiempo toda su caballería, le obligaron á
echar nuevamente á tierra la infantería, y colocarse en puesto favorable
y propio para rechazar cualquiera acometida de los enemigos. Mas éstos
no lo intentaron, y habiendo metido socorros en Tarragona, retrocedieron
unos á Tortosa y otros á Barcelona.
Entónces juntó Murray un consejo de guerra, en el que se acor-
dó proseguir el reembarco y volver á Alicante, atendiendo al estado en
que ya se encontraban. En momento tan crítico arribó allí lord Guiller-
mo Bentinck, que venía de Sicilia para suceder á sir Juan Murray en el
mando, del que se encargó inmediatamente, conformándose luégo con la
resolucion que acababa de tomar el consejo de guerra. Prosiguió de re-
sultas el embarco, y se halló á bordo la expedicion entera á las doce de
la noche del día 19, hora en que los aliados volaron tambien el castillo
del Coll de Balaguer.
Quedaron en poder de los franceses 18 cañones de grueso calibre, y
tuvo Copons que alejarse por no exponer su gente, quedando sola, á pér-
didas y descalabros. Expedicion fué ésta que, ejecutada con poca me-
ditacion, terminó vergonzosa y atropelladamente. Formóse en Inglaterra
un consejo de guerra á sir Juan Murray, á quien se le declaró exento de
culpa, si bien tachóse su proceder de erróneo y poco juicioso. Fallo que
ponia á salvo la intencion del General, pero que le vulneraba en su ca-
pacidad y pericia.
Otro amago hicieron por entónces los ingleses con buques de gue-
rra del lado de Palamós. Favorecióle por tierra el Baron de Eroles, dan-
do ocasion á un empeñado reencuentro, el 23 de Junio, con el general
Lamarque en Bañolas, cuyo fuerte sitiaban los nuestros. Portóse con bi-
zarría Eroles y lo mismo su tropa, en especial los jinetes, que lidiaron
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cer ejército bajo del Duque del Parque, avanzando al Ebro y cruzándo-
le por un puente volante que echaron en Amposta, protegidos en sus ma-
niobras por la marina inglesa. Tampoco omitieron destacar al paso gente
que ciñese la plaza de Tortosa, empezando á embestir ya el 29 de Julio
la de Tarragona. Siguió ocupando el segundo ejército el reino de Valen-
cia y bloqueó los puntos en que habia quedado guarnicion enemiga, ex-
cepto la division de Sarsfield, que no tardó en pasar á Cataluña.
Aquí los dejarémos por ahora á unos y á otros, queriendo echar una
ojeada sobre el estado de estas provincias recien evacuadas. En Aragon
habíase mantenido viva la llama del patriotismo, especialmente en cier-
tas comarcas, bien que yaciesen los ánimos caidos y amortiguados por
el yugo que de continuo pesaba sobre ellos. Invariables los naturales en
sus pensamientos, ayudaban debajo de mano, si no podian de público,
la buena causa, y elevaban siempre al cielo fervorosas oraciones por el
triunfo de ella, despues de servirla á la manera que les era lícito; y en
Zaragoza no se limitaban á encerrar en sus pechos la tristeza y duelo, si-
no que áun vestian luto en lo interior de las casas en los dias y anuales
de calamidades y desdichas públicas.
Hiciéronse allí sentir mucho las cargas y exacciones, sobre todo en
un principio, que fueron pesadas y sin cuento. Más llevaderas parecie-
ron al encargarse Suchet del mando, no porque se aminorasen en reali-
dad, sino por el órden y mayor justicia que adoptó aquel mariscal en el
repartimiento. Entraron en las arcas de los recibidores generales france-
ses de Aragon, desde 1810 hasta la evacuacion en 1813, gruesas sumas,
no incluyéndose en ellas lo exigido en 1809, ni el valor de las raciones,
ni otras derramas de cuantía echadas por los jefes y por varios subalter-
nos. Y si á esto se agrega lo que por su lado cobraron los españoles, cal-
cularse ha fácilmente lo mucho que satisfizo Aragon, aprontando tres y
cuatro veces más de lo que acostumbraba en tiempos ordinarios, cuando
la riqueza y los productos, siendo muy superiores, favorecian tambien el
pago de los impuestos.
Lo mismo aconteció en Valencia, ascendiendo la suma de los gravá-
menes á cantidades cuya realizacion hubiera ántes parecido del todo in-
creible. En 1812, primer año de la ocupacion francesa, impusieron los
invasores á aquel reino una contribucion extraordinaria de guerra de 200
millones de reales (12), cuya mitad ó más se cobró en dinero, y la otra en
granos, ganado, paños y otras materias necesarias al consumo del ejér-
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diendo los hechos á confianza tan sobrada y ciega, convirtióse esta pro-
clama en simple desvaporizadero de pomposas palabras.
El dia mismo en que tomó el mando el mariscal Soult partieron de
San Juan de Pié de Puerto el rey José y el mariscal Jourdan, éste para lo
interior de Francia, aquél para Saint-Esprit, arrabal de Bayona, al otro
lado del Adour. Terminó José así y de un modo tan poco airoso su tran-
sitorio reinado, graduando con razon de ofensa el que le desposeyera del
trono hasta su propio hermano, quien, sin tener cuenta con su persona,
habia conferido á Soult la lugartenencia de España, á nombre solo y en
representacion de la corona de Francia.
Queriendo, pues, el nuevo General dar principio al plan anunciado
en su proclama, hizo resolucion de socorrer desde luégo á Pamplona y
San Sebastian, asediadas ya; animándole tambien á ello el malogro de
las primeras tentativas de los aliados contra la última de dichas plazas,
cuyo cerco empezarémos á narrar.
Asiéntase San Sebastian, ciudad de 13.000 habitantes, con puerto
de reducida concha y no muy hondable, en una especie de península al
pié de un monte entre dos brazos de mar, desaguando en el que está más
al cierzo, el Urumea, rio de caudal no abundoso. Comunica con tierra la
plaza sólo por un istmo, representándose á primera vista, yendo de lo in-
terior, como muy robusta, no teniendo otro camino para llegar á ella sino
el del referido istmo, amparado del hornabeque de San Cárlos y del re-
cinto principal, dominados y defendidos ambos por el castillo de Santa
Cruz de la Mota, puesto en lo alto del monte en que se respalda la ciu-
dad. Mas su flaqueza descúbrese en breve; pues si la resguardan por tie-
rra convenientes obras, provistas de doble recinto, contraescarpa y ca-
mino cubierto, no así del lado de la Zurriola y el Urumea; fiado quizá
quien trazó allí el muro, en las aguas que por el pié le bañan, sin echar
de ver los puntos que quedan vadeables y áun en seco á bajamar, con el
padrastro, ademas, de ciertas dunas oméganos que corren lo largo de la
márgen del rio y sojuzgan la línea. Defecto de que ya se aprovechó en
1719 el mariscal de Berwick para rendir la plaza, y en que no se habia
puesto remedio, á pesar de ir trascurrido desde entónces casi un siglo.
Habian aumentado los franceses la guarnicion de San Sebastian has-
ta el número de unos 4.000 hombres bajo del general Rey, militar de
concepto; y si bien los españoles bloquearon en un principio la plaza,
sólo formalizaron el sitio los anglo-portugueses, segun se apuntó en otro
libro, á las órdenes siempre de sir Tomas Graham, quien resolvió enca-
minar el ataque contra el lado descubierto y débil de la Zurriola.
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cal Soult, incierto todavía de cuáles fuesen. Porque teniendo que aten-
der á dos puntos bloqueados, distante uno de otro diez y seis leguas, y
que cubrir muchos pasos en país montañoso, á veces inaccesible ó fal-
to de comunicaciones laterales, arduo se hacia salir airoso de tamaña
empresa, importando por una parte no dejar indefenso ningun paraje, y
siendo arriesgado por otra debilitarse, subdividiendo su fuerza en sazon
que el enemigo era dueño de escoger el punto de ataque y de acometer-
le con golpe de gente muy superior y más respetable.
De antemano se habla preparado Soult para meterse de nuevo en Es-
paña, recogiendo en San Juan de Pié de Puerto gran copia de víveres y
muchos pertrechos. Acampaban ambos ejércitos en las respectivas fron-
teras sobre cumbres distantes entre sí medio tiro de cañon, aproximán-
dose las centinelas ó puestos avanzados hasta unas ciento y cincuen-
ta varas. Los franceses, alegres y joviales segun su natural condicion, y
más gozosos por estar en su tierra; los ingleses, al contrario, taciturnos y
con pensativo y serio ademan, si bien satisfechos, complacido su nacio-
nal orgullo con poder amenazar de cerca á la Francia, su antigua y po-
derosa rival.
Tenian los aliados las siguientes estancias: la brigada del general
Bying y la division de don Pablo Morillo ocupaban la derecha, cubrien-
do el puerto de Roncesvalles. Las sostenia, apostado en Viscarret, sir
Lowry Cole con la cuarta division británica, formando la reserva la ter-
cera del cargo de sir Tomas Picton, que se alojaba en Olague. Exten-
díase por el valle de Baztan, á las órdenes del general Hill, parte de la
segunda division inglesa y la portuguesa del Conde de Amarante, des-
tacada sólo la brigada de Campbell en los Alduides. La division ligera
y séptima acantonábanse en la altura de Santa Bárbara, villa de Vera y
puerto de Echalar, y se daban la mano con los que guarnecian el Baztan.
Servia de reserva á estas tropas en Santistéban la sexta division ingle-
sa. Don Francisco Longa con la suya mantenia las comunicaciones entre
esta izquierda de los aliados y las divisiones del cuarto ejército español,
alojadas á orillas del Bidasoa y en los pueblos de Guipúzcoa.
Llevaba Soult la mira de acometer á un tiempo por Roncesvalles y
por el puerto de Maya, término del valle de Baztan, reuniendo para ello
en San Juan de Pié de Puerto, el 24 de Julio, sus alas derecha é izquier-
da con una division del centro y dos de caballería. Dirigia Soult en per-
sona el movimiento del lado de Roncesvalles con unos 35.000 hombres,
al paso que embestia con 13.000 por Maya, Drouet, conde d’Erlon. Se
trabó la refriega el 25 en la mañana hácia las entradas de Roncesvalles,
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calidad, siendo compactas y más aguerridas. Por eso lord Bentinck pro-
cedia tambien detenidamente, receloso de algun contratiempo. Los ene-
migos, viéndose reunidos, determinaron avanzar, yendo Decaen la vuel-
ta de Valls y del Francolí, y el mariscal Suchet por el camino de Vendrell
y Altafulla. Colocóse lord Bentinck en órden de batalla delante de Tarra-
gona, mas no con ánimo de combatir, retirándose en la noche del 15.
Le siguieron los franceses durante los días 16 y 17 hasta los desfila-
deros del Hospitalet, que no franquearon, pensando sólo Suchet en de-
moler y evacuar á Tarragona. Llevólo á efecto haciendo volar en la noche
del 18 el recinto antiguo y las demas fortificaciones que quedaban aún
en pié, pereciendo y desmantelándose aquella plaza, célebre ya desde
el tiempo de los romanos. Bertoletti salió con sus 2.000 hombres y se in-
corporó á su ejército, que se reconcentró en la línea del Llobregat.
La division española del segundo ejército, la cual regia D. Pedro Sar-
sfield, metióse al dia siguiente en medio de aquellas ruinas, y empezó á
querer descombrar el recinto, posesionándose desde luégo de cañones y
otros aprestos militares, que se conservaron, no obstante el casi univer-
sal destrozo de las fortificaciones. Quedó en Reus y Valls la division de
Whittingham, si bien parte acompañó al Ebro al tercer ejército, y volvió
á avanzar lord Bentinck, situándose en Villafranca, ayudado por su iz-
quierda del general Copons, apostado en Martorell y San Sadurní.
Recogióse á la derecha del Ebro el tercer ejército, yendo desde las
inmediaciones de Tarragona por Tivisa y Mora la primera y segunda di-
vision bajo del Príncipe de Anglona, la tercera con artillería, bagajes y
algunos jinetes por Amposta, á las inmediatas órdenes del general en je-
fe Duque del Parque. Tenía éste para verificar el paso sólo una balsa y
cuatro botes, por lo que no pudo trasportarse con la deseada rapidez á la
márgen derecha, no obstante lo mucho que al intento se trabajó en los
días 17 y 18, dando vagar á que el 19, saliendo el general Robert de Tor-
tosa, hiciese una fuerte arremetida, que hubo de costar cara. Reprimió-
se, sin embargo, al frances, y consiguió el Duque pasar con sus tropas el
rio, sin particular quebranto.
Se acantonaron las divisiones que componían este ejército á la dis-
tancia de algunas leguas del Ebro, revolviendo despues el Príncipe de
Anglona con la primera sobre Tortosa. La razon que hubo para el re-
troceso del tercer ejército provino de una determinacion de lord We-
llington, enderezada á que dichas fuerzas se trasladasen á Navarra y se
juntasen con las que allí lidiaban. Empezaron, por tanto, su marcha, lle-
gando á Tudela al promediar Setiembre, de donde parte de ellas se diri-
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era á la sazon don José Miguel Gordoa, diputado americano por la pro-
vincia de Zacateas, un discurso apologético de las Córtes y especificati-
vo de sus providencias y resoluciones, el cual acogieron los circunstan-
tes con demostraciones y aplausos repetidos y muy cordiales. A poco, y
guardado silencio, tomó nuevamente la palabra el mismo Presidente, y
dijo en voz elevada y firme: «Las Córtes generales y extraordinarias de
la nacion española, instaladas en la isla de Leon el 24 de Setiembre de
1810, cierran sus sesiones hoy 14 de Setiembre de 1813»; con lo que, y
despues de firmar los diputados el acta, separáronse y se consideraron
disueltas aquellas Córtes.
Al salir los individuos suyos de mayor nombradía fueron acompaña-
dos hasta sus casas de muchedumbre inmensa, que victoreándolos, los
llenaba de elogios y bendiciones descasadas de todo interes. Continua-
ron por la noche los mismos obsequios, con iluminacion ademas y mú-
sicas y serenatas, que daban señoras y caballeros de lo más florido de la
poblacion de Cádiz, lo mismo que de los forasteros.
Pero ¡ah! tanta algazarra y júbilo convirtióse luégo en tristeza y llan-
to. La fiebre amarilla ó vómito prieto, que desde comenzar del siglo ha-
bia de tiempo en tiempo afligido á Cádiz, y que vimos retoñar con fuer-
za en 1810, picaba de nuevo este año, propagada ya en Gibraltar y otros
puntos de aquellas costas. Nada se habia hablado del asunto en las Cór-
tes; pero al dia siguiente de cerrarse éstas, creyendo el Gobierno que se
aumentaba el peligro rápidamente, resolvió á las calladas trasladarse al
Puerto de Santa María, para desde allí, si era necesario, pasar más lé-
jos. Traslucióse la nueva en Cádiz y mostróse el pueblo cuidadoso y des-
asosegado, oficiando de resultas y sobre el caso al Gobierno la Diputa-
cion permanente, temerosa de lo que pudiera influir aquella providencia
en la instalacion de las Córtes ordinarias, cuyas juntas preparatorias ha-
bíanse abierto aquel mismo dia.
Detúvose la Regencia al recibir las insinuaciones de la Diputacion y
algunas particulares del diputado Villanueva; y á fin de no comprome-
terse más de lo que ya estaba, acordó precipitadamente excitar á dicha
Diputacion á que convocase las Córtes para tratar del negocio en su se-
no. No era fácil determinar cuáles debian llamarse, pues las ordinarias
todavía no se hallaban constituidas; y volver á juntar las extraordinarias,
recien disueltas, parecia desusado y muy fuera de lo regular; pero ur-
giendo el pronto despacho, no se encontró otro medio más que el último
para salir de dificultad tamaña.
Así las Córtes extraordinarias, cerradas el 14 de Setiembre, abrié-
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ronse de nuevo el 16, celebrando sesiones esta noche y los dias siguien-
tes 17, 18 y 20. Ventilóse largamente en ellas el punto de la traslacion,
acusando muchos con aspereza al Gobierno de haberla determinado por
sí de tropel é irreflexivamente. Procuraron defenderse los ministros, mas
hiciéronlo con poca maña, embargado alguno de ellos por aquel pavor
que á veces se apodera de las gentes al aparecimiento súbito de cual-
quiera peste ó epidemia mortífera, y de cuya enojosa impresion no sue-
len desembarazarse ni áun los hombres que en otras ocasiones sobresa-
len en serenidad y buen ánimo.
La cuestion en sí no dejaba de ser grave, sobre todo en las circuns-
tancias. Moverse las Córtes desplacia á la ciudad de Cádiz, interesada
en la permanencia del Gobierno dentro de sus muros; y moverse tam-
bien, si la epidemia cundia y tomaba incremento, era expuesto á llevar-
la á todas partes, provocando el ódio y animadversion de los pueblos.
Mas, por otro lado, quedarse en Cádiz y dar lugar al desarrollo y comple-
ta propagacion del mal, ponia al Gobierno en grande aprieto, cortándole
las comunicaciones, é impidiendo quizá la llegada de los diputados que
debian componer las Córtes ordinarias.
No ilustraba tampoco el punto cual se apetecia la facultad médica,
ya por miedo de arrostrar la opinion interesada de Cádiz, ya por no co-
nocer bastante la enfermedad que amagaba; andando tan perplejos sus
individuos, que casi todos decian un dia lo contrario de lo que habian
asentado en otro. Entre los diputados hubo igualmente notable disenso;
y el Sr. Mejía, que se preciaba de médico, llegó en uno de sus discursos
hasta apostar la cabeza á que no existia entónces allí la fiebre amarilla.
Pero despues pegósele, y le costó la vida. Amenazó la de otros el vulgo,
desabrido con los que se inclinaban á apoyar las providencias del Go-
bierno y su salida de Cádiz; corrió algun riesgo la de D. Agustin de Ar-
güelles, tan querido y festejado dos dias ántes; que tan mudables son los
amores y aficiones del pueblo.
Inciertas las Córtes, y no sabiendo cómo atinar en asunto tan espino-
so, nombraron várias comisiones, una tras de otra, y oyeron en su seno
diversas y encontradas propuestas. Los debates, muy acalorados y ruido-
sos, no remataron en nada que fuese conveniente y claro; por lo que, no
dando ya vagar el tiempo, y aproximándose cada vez más el de la aper-
tura de las Córtes ordinarias, dejóse á la resolucion de éstas la de todo el
expediente, segun indicó el Sr. Antillon con atinada oportunidad.
La inquietud y desasosiego de aquellos dias, los alborotos que por
instantes amagaban, y un viento calúroso y recio que sopló de Levan-
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gar la suerte del Estado á un cuerpo del todo nuevo, no apreciador, por
tanto, cabal ni justo de los motivos que hubiese habido para anteriores
resoluciones.
Instaba más en la actualidad, y era de la mayor importancia, si se
querian conservar las reformas, el que quedasen en las Córtes antiguos
diputados, por haber recaido generalmente los nombramientos para las
ordinarias en sujetos desafectos á mudanzas y novedades. Coadyuva-
ron á esto los que se creian ofendidos en sus personas y cercenados en
sus intereses por las alteraciones y nuevos arreglos, y que oteaban ma-
yores daños en un porvenir no lejano. Estaban en ese caso algunos indi-
viduos de la nobleza, si bien los ménos; bastantes magistrados, muchos
cabildos eclesiásticos y casi todo el clero regular; los que juntos ó sepa-
rados influyeron sobradamente, y cada uno á su manera, en las eleccio-
nes, ayudados de una turbamulta de curiales y dependientes de justicia
que vivian de abusos; siendo éstos y los religiosos mendicantes los más
bulliciosos é inquietos de todos, como herrumbre la más pegadiza y roe-
dora de las que consumian á España hasta en sus entrañas; habiendo los
últimos llegado á formar en parte del pueblo, de cuya plebe comunmen-
te nacian, una especie de singular demagogia pordiosera y afrailada, su-
persticiosa y muy repugnante.
Sirvió á todos de fiel instrumento para sus fines la misma ley electo-
ral, que adoptando un modo indirecto de eleccion, que pasaba por na-
da ménos que por cuatro grados ó escalones, favorecia sordos manejos y
muy deplorables amaños, más fáciles de ejercer en esta ocasion por no
haberse exigido de los votantes propiedad alguna ni especial arraigo;
dando así, con desacuerdo grave, franca y anchurosa entrada al goce de
los derechos políticos á hombres de poco valer y á la vulgar muchedum-
bre, muy sometida naturalmente al antojo y voluntad de las clases pode-
rosas y privilegiadas.
Hechas las elecciones en este sentido, déjase discurrir cuán útil fué
para la conservacion del nuevo órden de cosas que no llegasen á las Cór-
tes de tropel todos los recien elegidos, y que permaneciesen en su se-
no muchos diputados de los antiguos. Sucediendo así, mantuviéronse en
equilibrio los partidos, y casi en el mismo estado en que se encontraban
al cerrarse las extraordinarias, yendo desapareciendo poco á poco el de
los americanos; pues muertos sus principales jefes, tuvieron que ceder
los otros en sus pretensiones y unirse á los europeos liberales, amenaza-
dos, como ellos, en su suerte futura si llegase á triunfar del todo el ban-
do contrario.
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capital del reino, corrieron tan veloces y prósperos los sucesos políticos
y militares, que el mismo lord Wellington y los que promovian su cau-
sa en las Córtes, satisfechos con ver alejado del ministerio á D. Juan de
Odonojú, atizador de la discordia, desistieron de su intento, conociendo
cuán importuno sería resucitar semejante contienda; por lo que no hubo
que tomar resolucion ninguna sobre un asunto que al principio habia ex-
citado tanto calor y porfía.
En esto, aflojando la fiebre amarilla y mejorándose por días el estado
de la salud pública, levantóse en toda España un deseo general y muy vi-
vo de que se restituyese el Gobierno al centro de la monarquía y á su ca-
pital antigua. Condescendiendo en ello las Córtes, decretaron suspender
sus sesiones en la isla de Leon el 29 de Noviembre de 1813, para vol-
verlas á abrir en Madrid el 15 del próximo Enero de 1814. Tuvo lo cual
efecto, poniéndose sin tardanza en camino la Regencia y las Córtes, con
sus oficinas, dependencias y largo acompañamiento. Consentian tambien
la traslacion los acontecimientos de la guerra, favorables siempre y más
dichosos cada dia. En el Setiembre permanecieron, sin embargo, quie-
tos los ejércitos en la parte occidental de los Pirineos, queriendo lord Ve-
llington dar respiro y algun descanso á las tropas aliadas, reparar sus pér-
didas, aguardar municiones y aprestos militares, y proceder en todo con
detenimiento para asegurar el logro de sus ulteriores planes.
Conservaban los ejércitos casi las mismas estancias de ántes, pro-
longándose desde la desembocadura del Bidasoa hasta los Alduides,
en donde formaba ahora la extremidad de la línea la octava division,
del cargo de D. Francisco Espoz y Mina, de la cual un trozo bloqueaba
el castillo de Jaca, y otro amagaba á San Juan de Pié de Puerto y valle
de Baigorry. Por el lado opuesto colocóse el general Graham, luégo que
se desembarazó del sitio de San Sebastian, hácia el estribo más fuer-
te del Aya, cubriendo el valle que forma con el Jaizquivel, entre cuyos
dos montes construyéronse obras á manera de segunda línea, reforzada
la primera, que se extendia por las orillas del Bidasoa, camino arriba de
aquellas asperezas. Mantenia lord Wellington sus cuarteles en Lesaca.
Los suyos el mariscal Soult en San Juan de Luz, á cuyo ejército se
iban incorporando 30.000 conscriptos sacados al intento del mediodía
de Francia, poniendo aquel caudillo especial conato en mejorar la orga-
nizacion y en castigar cualquier descarrío y falta de sus soldados con in-
flexible severidad. Habia tambien él mismo enrobustecido las obras de
campaña de su primera línea y levantado otros resguardos, segun irémos
viendo en el curso de nuestra narracion.
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(1) «..... Y al tiempo que quiso hablar (Enrique IV, rey de España) con el rey Luis, de
Francia), tenia un bastan en la mano: desembarcado en la orilla y arenal donde el agua
podía llegar en la mayor creciente, dijo que allí estaba en lo suyo, y que aquélla era la ra-
ya dentre Castilla y Francia, y poniendo el pié más adelante, dijo: «Ahora estoy en Espa-
ña y Francia»; y el rey Luis respondió en su lengua: «Il est vérité: decís la verdad.» (His-
toria general de España, por el P. Juan de Mariana, lib. XXIII, cap. V).
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allí dificultoso era contener por una parte los excesos de los soldados, y
por otra los desmanes del paisanaje desordenado y suelto. En ambos ex-
tremos paró Wellington su atencion muy cuidadosamente. Hizo en el úl-
timo saludable escarmiento pocos días ántes del paso del Bidasoa, con
ocasion de haber hecho fuego á los soldados hácia Roncesvalles algu-
nos paisanos franceses de los contornos; pues á catorce de ellos que se
cogieron enviólos á Pasajes, y los mandó embarcar como prisioneros de
guerra para Inglaterra. Providencia que causó en la gente rústica efecto
maravilloso, y mayor que la de arcabucearlos, que pudiera haber intro-
ducido despecho en sus ánimos.
No ménos solícito anduvo Wellington en reprimir al ejército. Fueron
los ingleses los primeros que en él se desmandaron, quemando en Urog-
ne casas y cometiendo otros desórdenes, sirviéndoles de ejemplo varios
oficiales suyos (2), segun cuentan sus propios historiadores; siendo en
parte éstas las mismas tropas que entraron á saco y arrasaron la mala-
venturada ciudad de San Sebastian. Impúsoles Wellington recio castigo.
No dieron motivo á tanta queja los españoles, si bien más disculpables
en sus excesos, que para algunos hubieran llevado visos de mera y jus-
ta represalia. Los prebostes ingleses tan sólo arrestaron á unos pocos za-
gueros, que por ladrones ahorcaron: eran de la division de Longa, y por
lo mismo, soldados de origen guerrillero, atentos al cebo del pillaje y la
pecorea. Observaron los demas rigurosa disciplina, aguantando con ad-
mirable paciencia escaseces y privaciones duras.
Asegurado lord Wellington en estancias ventajosas allende los Piri-
neos, y echados tres puentes en el Bidasoa, no juzgó conveniente prose-
guir en sus operaciones ántes de que se rindiese la plaza de Pamplona.
A esta ciudad, capital del antiguo reino de Navarra, con 15.000 almas
de poblacion, riégala el Arga, y la rodean fortificaciones irregulares, que
afianza una ciudadela erigida casi al sur, de figura pentágona, empezada
á construir en el reinado de Felipe II, y mejorada ella y el recinto ente-
ro sucesivamente con obras trazadas al modo de las que practicó en di-
versas partes de Europa el insigne Vauban. Determinóse desde un prin-
(2) «Some of the officers were more culpable than the troops, for they usad no exartio-
ns to prevent the outrages which they saw. Lord Wellington as soon as he was informed of
this misconduct, republished his fermer orders and accompanied them with a severe re-
primand declaring his determination not to command officers who would not obey his, and
of sending some of them who had been thus grossly inmindful of their duty to England,
that their names might be brought under the notice of the Prince Regent.» (History of the
peninsular war, by Robert Sonthey, Esq., vol. III, chapter XLV.)
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cipio, segun hemos visto, someter por bloqueo la plaza; mas los cercados
mostráronse firmes en tanto que mantuvieron viva la esperanza de que
los socorriesen de Francia. Era gobernador por parte de los enemigos el
general Cassan, y por la nuestra continuaba dirigiendo el asedio D. Cár-
los de España, aunque presente el Príncipe de Anglona con una division
de 4.000 hombres del tercer ejército, de que era general en jefe.
Trascurriendo el tiempo y menguando los víveres, introdújose des-
mayo en los defensores, los cuales propusieron ya el 3 de Octubre que se
permitiese la salida á los paisanos, 3.000 en número, ó que se facilita-
sen á éstos para su manutencion 7.000 raciones diarias, diputando per-
sona de confianza que asistiese á la distribucion. Respondióseles que
como por edicto de los mismos franceses se hubiese prevenido á los ve-
cinos y residentes en Pamplona que hiciesen acopio de víveres para sólo
tres meses, espirados éstos en 26 de Setiembre, tocaba á las autoridades
de la plaza y era incumbencia suya propia subvenir á las necesidades de
sus moradores, ó de lo contrario capitular; intimando, ademas, D. Cár-
los de España al Gobernador que se le tomaria estrecha cuenta, al tiem-
po de la rendicion, de la vida de cualquier español que hubiese perecido
por la escasez ó el hambre. No cejando aún así los cercados en su pro-
pósito, verificaron el 10 una salida en que al principio lo atropellaron to-
do, alojándose en atrincheramientos colocados en el demolido fuerte del
Príncipe; mas acudiendo al combate unas compañías que acaudillaba el
ayudante segundo de estado mayor D. José Antonio Facio, pertenecien-
tes á la fuerza del Príncipe de Anglona, detuvieron á los acometedores y
los arrojaron á bayonetazos del puesto que habian ganado, oprimiéndo-
los y acosándolos hasta el glácis de la plaza.
Entre tanto, noticioso D. Cárlos de España de que los sitiados pensa-
ban en el arrasamiento total de Pamplona, trató de impedirlo haciendo
saber el 19 al Gobernador que si tal sucediese tenía órden de lord We-
llington de pasar por la espada la plana mayor y la oficialidad, y de diez-
mar la guarnicion entera. Replicó el frances con desden y altaneramen-
te, yendo adelante en el terrible intento de desmantelar la plaza. Pero
creciendo el hambre, moderáronse ímpetus tan arrebatados; y ya el 24
comenzó el Gobernador á querer entrar en algun ajuste, pidiendo se le
dejase á él y á los suyos tornar libremente á Francia. Se negó España á
esta demanda, que creyó excesiva, corriendo algunos dias en conferen-
cias y pláticas. Los últimos de Octubre habian llegado ya, cuando vi-
niéndose á buenas el Gobernador, firmóse el 31 la capitulacion, segun la
cual quedaba la guarnicion francesa prisionera de guerra. Posesionáron-
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Durante una hora habia lord Wellington hecho alto para dar respi-
ro á sus tropas, é informarse de cómo andaba el combate por los demas
puntos. Conseguido el primer objeto, y cerciorado de cuán venturosa por
doquiera corria su estrella, dispúsose á formalizar una arremetida bien
ordenada contra las eminencias y cerros que aparecen por detras de
Saint-Pé, pueblo á una legua de los aliados, situado á la márgen derecha
del Nivelle, por donde se habia ido retirando el centro enemigo. Verifi-
có el general inglés su intento atravesando pronto aquel rio, de corrien-
te rápida y allí no vadeable, por un puente de piedra frontero á Saint-Pé,
y por otros dos situados más abajo. No era tan factible tomar despues las
alturas de intrincado acceso, y así, trabóse combate muy reñido, en que,
al cabo, ciando los contrarios, vencieron los nuestros y se enseñorearon
del campo. Situóse de resultas el mariscal Beresford á retaguardia de la
derecha francesa, quedándose lo demas del ejército en los puntos que
habia ganado ántes, no queriendo arriesgarse á más por causa de la no-
che, que se acercaba.
Pero en ella, temerosos los franceses de que el mariscal Beresford
no se interpusiese entre San Juan de Luz y Bayona, evacuaron la prime-
ra de ambas ciudades y sus obras y defensas, y llevaron rumbo hácia la
segunda por el camino real, rompiendo de antemano los puentes del Ni-
velle en su parte inferior; destrozo que retardó lograr el perseguimiento
que meditaba sir Juan Hope, obligado este general á reparar el puente
que une á Ciboure con San Juan de Luz, como indispensable para faci-
litar el paso de las tropas y los cañones. Tambien en aquel dia, que era
el 11, adelantaron el centro y la derecha aliada, mas sólo una legua, no
permitiendo mayor progreso el cansancio y lo perdido y arruinado de los
caminos. Niebla muy densa impidió el 12 moverse desde temprano, y no
hubo necesidad ni apuro de verificarlo más tarde, noticioso lord Welling-
ton de que en el intervalo el mariscal Soult se había recogido á un cam-
po atrincherado y fuerte, dispuesto de tiempo atras, junto á Bayona, para
resguardo y sostenimiento de sus tropas en retirada. Logró así el gene-
ral inglés lo que apetecia, habiendo ganado la márgen derecha del Nive-
lle y los puestos y fortificaciones del enemigo, y arrojado tambien á éste
contra Bayona y sus rios.
Perdieron los aliados en estos combates unos 3.000 hombres en todo;
más los franceses, dejando en poder de aquéllos 51 cañones, 1.500 pri-
sioneros y 400 heridos que no pudieron llevarse.
Se detuvo lord Wellington en Saint-Pé dos ó tres dias, y albergóse en
casa del cura párroco, hombre de agudo ingenio y de autoridad en la tie-
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rra vasca, muy conocedor del mundo y sus tratos. Ocurrencia que re-
cordamos como origen de un suceso no desestimable en su giro y resul-
tas. Fué el caso, que complacido lord Wellington con la buena acogida
y grata conversacion del eclesiástico, conferenciaba con él en los ratos
ociosos sobre el estado del país, acabando un dia por preguntarle «qué
pensaba acerca de la llegada á la frontera de un príncipe de la casa de
Borbon, y si creia que su presencia atrajese á su bando muchos parcia-
les.» Respondió el cura «que los veinte y cinco años transcurridos des-
de la revolucion de 1789 y los portentos agolpados en el intermedio da-
ban poca esperanza de que la generacion nueva conservase memoría de
aquella estirpe. Pero (añadió) que nada se perdia en hacer la prueba,
siendo de ejecucion tan fácil.» Wellington, que probablemente revolvia
ya en su pensamiento semejante plan, trató de ponerle por obra, alenta-
do, sobre todo, con la reflexion última del eclesiástico, por lo que al efec-
to escribió á Inglaterra recomendando y apoyando la idea. No desagra-
dó ésta al gabinete de San James, consintiendo á poco que diese la vela
para España el Duque de Angulema, primogénito del Conde de Artois, á
quien llamaban Monsieur, como hermano mayor del que ya entónces era
tenido entre sus adictos por rey de Francia bajo el nombre de Luis XVIII.
Desembarcó en la costa de Guipúzcoa el de Angulema, encubierto con el
título de conde de Pradel, y acompañado del Duque de Guiche y de los
condes Etienne de Damas y d’Escars, yendo á buscarle de parto de lord
Wellington á San Sebastian el coronel Freemantle, de donde se traslada-
ron todos á San Juan de Luz, lugar á la sazon de los cuarteles ingleses.
Allí le dejarémos por ahora, guardando para más adelante el volver á
anudar el hilo de la narracion de este hecho, que casi imperceptible en
sus principios, agrandóse despues y se convirtió en más abultado.
Habiendo entre tanto las lluvias y lo crudo de la estacion hincha-
do los rios y los arroyos, y puesto intransitables los caminos, en particu-
lar los de travesía, aflojó lord Wellington en sus operaciones, y hacien-
do mansion en San Juan de Luz, forzoso le fué, para evitar sorpresas ó
repentinos ataques del ejército frances, más temible por cuanto esta-
ba más reconcentrado, establecer una línea defensiva que, empezando
en la costa á espaldas de Biarritz, se prolongaba por el camino real, vi-
niendo á parar al Nive, enfrente de Arcangues y cerca de una quinta de
M. Garat, famoso ministro de la Justicia en tiempos de la Convencion.
Proseguia.despues dicha línea lo largo de la izquierda de aquel rio por
Arrauntz, Ustaritz, Larresore y Cambo, cuyo puente habían los contra-
rios inutilizado del todo.
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(3) Véase la Gaceta de Vich de 16 de marzo de 1814, en que se hallara inserto el es-
tado que publicó D. Joaquin de Acosta y Montealegre, tesorero del ejército y principa-
do de Cataluña.
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(1) Idea sencilla, por D. Juan Escóiquiz, cap. VI, pág. 86.
Así esta carta como los demas documentos y conferencias que Insertamos en el tex-
to, las hemos copiado sin alteracion alguna de la obra de Escóiquiz, á pesar de lo flojo del
estilo y sus faltas, sacrificando á la exactitud la belleza y la correccion.
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(5) Véase la carta del Duque de Alba, siendo gobernador de Flándes, a D. Juan de
Zúñiga, embajador en Roma, fecha en Ambéres ó 10 de Mayo de 1570. La ha publicado
la Academia de la Historia, en el tomo VII de sus, Memorias.
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hasta el año de 1792. 3.º Reintegrar á todos los españoles del parido de
José en el goce de sus derechos, honores y prerogativas, no ménos que en
la posesion de sus bienes, concediendo un plazo de diez años á los que
quisieran venderlos para residir fuera de España. 4.º Obligarse Fernando
á pagar á sus augustos padres el rey Cárlos y la reina su esposa (quienes
en busca de region más templada se habian trasladado de su anterior re-
sidencia á Marsella, como despues á Roma) 30 millones de reales al año,
y 8 á la última, en caso de quedar viuda. Y 5.º Convenirse las partes con-
tratantes en ajustar un tratado de comercio entre ambas naciones, subsis-
tiendo, hasta que esto se verificase, las relaciones comerciales en el mis-
mo pié en que estaban ántes de la guerra de 1792» (6).
(6) En consecuencia de este acuerdo y bajo de estas condiciones se efectuó dicho tra-
tado, y se firmó el día 8 de Diciembre en los términos siguientes: «S. M. C. y el Empera-
dor de los franceses, Rey de Italia, protector de la confederacion del Rhin, y mediador de
la confedercion suiza, igualmente animados del deseo de hacer cesar las hostilidades y de
concluir un tratado de paz definitivo entre las dos potencias, han nombrado plenipoten-
ciarios á este efecto, á saber: S. M. D. Fernando á D. José Miguel de Carvajal, duque de
San Cárlos, conde del Puerto, gran-maestro de postas de Indias, grande de España de pri-
mera clase, mayordomo mayor de S. M. C., teniente general de los ejércitos, gentil-hom-
bre de cámara con ejercicio, gran cruz y comendador de diferentes órdenes, etc., etc., etc.
S. M. el Emperador y Rey á M. Antonio Renato Cárlos Mathurin, conde de Laforest, indi-
viduo de su Consejo de Estado, gran oficial de la Legion de Honor, gran cruz de la órden
imperial de la Reunion, etcétera, etc, etc. Los cuales, despues de canjear sus plenos pu-
deres respectivos, han convenido en los artículos siguientes:
» Articulo 1.º Habrá en lo sucesivo y desde la fecha de la ratificacion de este trata-
do, paz y amistad entre S. M. Fernando VII y sus sucesores, y S. M. el Emperador y Rey
y sus sucesores.
» Art. 2.º Cesarán todas las hostilidades por mar y tierra entre las dos naciones, á sa-
ber: en sus posesiones continentales de Europa, inmediatamente despues de las ratifica-
ciones de este tratado, quince dias despues, en los mares que bañan las costas de Europa
y África de esta parte del Ecuador; cuarenta despues, en los mares de África y América,
en la otra parte del Ecuador; y tres meses despues, en los paises y mares situados al Es-
te del cabo de Buena-Esperanza.
» Art. 3.º S. M. el Emperador de los franceses, Rey de Italia, reconoce á D. Fernando
y sus sucesores, segun el órden de sucesion establecido por las leyes fundamentales de
España, como rey de España y de las Indias.
» Art. 4.º S. M. el Emperador y Rey reconoce la integridad del territorio de España,
tal cual existia ántes de la guerra actual.
» Art. 5.º Las provincias y plazas actualmente ocupadas por las tropas francesas, se-
rán entregadas en el estado en que se encuentran á los gobernadores y á las tropas espa-
ñolas que sean enviadas por el Rey.
» Art. 6. º S. M. el rey Fernando se obliga por su parte á mantener la integridad del
territorio de España, islas, plazas y presidios adyacentes, con especialidad Mahon y Ceu-
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ta. Se obliga tambien á evacuar las provincias, plazas y territorios ocupados por los gober-
nadores y ejército británico.
» Art. 7.º Se hará un convenio militar entre un comisionado frances y otro español,
para que simultáneamente se haga la evacuacion de las provincias españolas, á ocupadas
por los franceses ó por los ingleses.
» Art. 8.º S. M. C. y S. M. el Emperador y Rey se obligan recíprocamente á mantener
la independencia de sus derechos marítimos, tales como han sido estipulados en el trata-
do de Utrecht, y como las dos naciones los habian mantenido basta el año de 1792.
» Art. 9.º Todos los españoles adictos al rey José, que le han servido en los empleos ci-
viles ó militares, y que le han seguido, volverán á los honores, derechos y prerogativas de
que gozaban; todos los bienes de que hayan sido privados les serán restituidos. Los que;
quieran permanecer fuera de España tendrán un término de diez años para vender sus bie-
nes y tomar todas las medidas necesarias á su nuevo domicilio. Les serán conservados sus
derechos á las sucesiones que puedan pertenecerles, y podrán disfrutar sus bienes y dispo-
ner de ellos sin estar sujetos al derecho del fisco ó de retraccion, ó cualquier otro derecho.
» Art. 10. Todas las propiedades muebles ó inmuebles pertenecientes en España á
franceses 6 italianos, les serán restituidas en el estado en que las gozaban antes de la
guerra. Todas las propiedades secuestradas ó confiscadas en Francia 6 en Italia á los es-
pañoles ántes de la guerra, les serán tambien restituidas. Se nombrarán por ambas partes
comisarios, que arreglarán todas las cuestiones contenciosas que puedan suscitarse ó so-
brevenir entre franceses, italianos ó españoles, ya por discusiones de intereses anteriores
á la guerra, ya por los que haya habido despues de ella.
» Art. 11. Los prisioneros hechos de una y otra parte serán devueltos, ya se hallen en
los depósitos, ya en cualquiera otro paraje, ó ya hayan tomado partido; á ménos que in-
mediatamente despues de la paz no declaren ante un comisario de su nacion, que quieren
continuar al servicio de la potencia á quien sirven.
» Art. 12. La guarnicion de Pamplona, los prisioneros de Cádiz, de la Coruña, de
las islas del Mediterráneo, y los de cualquier otro depósito que hayan sido entregados á
los ingleses, serán igualmente devueltos, ya estén en España, ó ya hayan sido enviados
á América.
» Art. 13. S. M. Fernando VII se obliga igualmente á hacer pagar al rey Cárlos IV y á
la Reina su esposa la cantidad de 30 millones de reales, que será satisfecha puntualmen-
te por cuartas partes, de tres en tres meses. Á la muerte del Rey, dos millones de fran-
cos formarán la viudedad de la Reina. Todos los españoles que estén á su servicio ten-
drán la libertad de residir fuera del territorio español todo el tiempo que SS. MM. lo juz-
guen conveniente.
» Art. 14. Se concluirá un tratado de comercio entre ambas potencias, y hasta tanto
sus relaciones comerciales quedarán bajo el mismo pié que ántes de la guerra de 1792.
» Art. 15. La ratificacion de este tratado se verificará en París en el término de un
mes, ó antes si fuere posible.
» Fecho y firmado en Valencey, á 11 de Diciembre de 1813.— EL DUQUE DE SAN CÁR-
LOS.— EL CONDE DE LAFOREST.»
(7) Carta autógrafa de Fernando VII al Duque de San Cárlos.
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cial, y una instruccion ostensible que escudase á Fernando cerca del go-
bierno frances. Exigíase del de Madrid, en el primer documento, la ra-
tificacion del tratado; pensamos que lo mismo en el segundo, bien que
nada nos asegura sobre esto Escóiquiz, y sólo sí que S. M. hizo de pala-
bra á San Cárlos las advertencias siguientes: «1.ª Que en caso de que la
Regencia y las Córtes fuesen leales al Rey, y no infieles é inclinadas al
jacobinismo, como ya S. M. sospechaba, se les dijese era su real inten-
cion que se ratificase el tratado, con tal que lo consintiesen las relacio-
nes entre España y las potencias ligadas contra la Francia, y no de otra
manera. 2.a Que si la Regencia, libre de compromisos, le ratificase, po-
dia verificarlo temporalmente, entendiéndose con la Inglaterra, resuel-
to S. M. á declarar dicho tratado forzado y nulo á su vuelta á España, por
los males que traeria á su pueblo semejante confirmacion. Y 3.ª Que si
dominaba en la Regencia y en las Córtes el espíritu jacobino, nada dije-
se el Duque, y se contentase con insistir buenamente en la ratificacion,
reservándose S. M., luégo que se viese libre, el continuar ó no la guerra,
segun lo requiriese el interes ó la buena fe de la nacion» (8).
Despues de esto, partió el de San Cárlos de Valencey el 11 de Di-
ciembre, bajo el falso nombre de Ducos, para ocultar más bien su via-
je é impedir hasta el trasluz del objeto de la comision. En su ausencia,
quedó encargado de continuar tratando con el Conde de Laforest D. Pe-
dro Macanáz, traido tambien allí algunos dias ántes por órden del Em-
perador, lo mismo que los generales D. José Zayas y D. José de Palafox,
encerrados en Vincennes, no habiéndose Napoleon olvidado tampoco en
su llamamiento de D. Juan Escóiquiz, quien el 14 de Diciembre llegó de
Bourges, en donde le tenian confinado, y al instante tomó parte, por dis-
posicion de Fernando, en las conferencias de Macanáz y Laforest, sin
que por eso mejorasen los asuntos de semblante, ni él adquiriese mayor
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se, y fundadamente, que todo ello habia sido pura fragua y falsificacion
(10) de D. Juan de Amézaga, hombre mal reputado é instrumento secre-
to del gobierno frances; pero mudaron de dictámen, ó quedaron perple-
jos al averiguar que los arrestados recobraron su libertad al tornar Fer-
nando á España, y que recibieron, en 1815 (11), una suma considerable
á trueque de que entregasen papeles, al parecer importantes, que toda-
vía conservaban en su poder, y con cuya publicacion amenazaban al rey
Fernando soberbia y desacatadamente.
Miéntras tanto el Duque de San Cárlos iba acercándose á Madrid, si
bien no llegó á aquella capital hasta el 4 de Enero, impidiéndole las cir-
cunstancias verificarlo con mayor presteza. Tambien se dilató el despa-
cho del negocio que le traia, por hallarse á la propia sazon todavía de
viaje la Regencia y las Córtes, y tardar éstas algunos dias en instalarse;
con lo que se dió lugar á muchas hablillas, y á que se pusiese la ópinion
muy hosca y embravecida contra el de San Cárlos recordando lo de Ba-
yona, y saltando á veces la valla de lo lícito los dichos y alusiones ofen-
sivas que insertaban los periódicos, y se repetian en fiestas teatrales y en
jácaras que entonaban y esparcian los ociosos por calles y plazas.
En Valencey, impacientes cada vez más los que allí quedaron, y te-
merosos de que el Duque de San Cárlos enfermase ó tuviese tropiezos en
(10) Don Juan de Amézaga, de cuyo mal proceder hemos hablado ya en el tomo
II de nuestra Historia con motivo de la comisinn del Baron de Kolly, y á quien tam-
bien censura severamente Escóiquiz en su citada obra (pág. 82), á pesar de los víncu-
los de parentesco que unian á entrambos, tuvo la imprudencia de regiesar á España al
volver el Rey á ocupar el trono. Preso, púsosele en juicio; y acusado de culpables ma-
nejos durante la residencia del Rey en Valencey, vióse condenado á muerte por la au-
diencia de Zaragoza, en cuya consecuencia, y de haber perdido Amézaga la esperanza
de obtener perdon de la clemencia real, suicidóse con una navaja de afeitar en la cár-
cel en donde estaba.
(11) En el año de 1815 Tassin y Duclerc pidieron que se les indemnizase, amenazan-
do, si no, publicar las cartas que decian tener del Rey, con otras anécdotas suyas y de los
infantes en Valencey. Don Miguel de Álava, á la sazon ministro plenipotenciario de Espa-
ña en París, escribió al Rey con este motivo, y le envió una carta de Tassin. S. M. contestó
al primero diciéndole, entre otras cosas, «que las cartas fueron fabricadas por quien ten-
dria interes en ello, y con el objeto que él se sabria»; lo cual hizo sospechar que todo ha-
bia sido intrigas y amaños de Amézaga. Sin embargo, insistieron aquellos agentes en sus
reclamaciones bajo los embajadores Conde de Peralada y Duque de Fernan-Nuñez; y se
les dió en tiempo del último para acallarlos, 200.000 ó más francos en cambio de los pa-
peles que tenian y entregaron. Esto y el tono insolente de las demandas aumentó los re-
celos anteriores, de que mano más alta que la de Amézaga habia tomado tambien parte
en la correspondencia.
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(12) Intruccion dada por S. M. el Sr. D. Fernando VII á D. José Palafox y Melel.
«La copia que se os entrega de la instruccion dada al Duque de San Cárlos, os mani-
festará con claridad su comision, á cuyo feliz éxito deberéis contribuir, obrando de acuer-
do con dicho Duque en todo aquello que necesite vuestra asistencia, sin separaros en co-
sa alguna de su dictamen, como que lo requiere la unidad que debe haber en el asunto de
que se trata, y ser el expresado Duque el que se halla autorizado por mi. Posteriormente á
su salida de aquí han acaecido algunas novedades en la preparacion de la ejecucion del
tratado, que se hallan en la apuntacion siguiente.
» Téngase presente que inmediatamente despues de la ratificacion, pueden darse ór-
denes por la Regencia para una suspension general de hostilidades, y que los señores ma-
riscales generales en jefe de los ejércitos del Emperador accederán por su parte á ella. La
humanidad exige que se evito de una y otra parte todo derramamiento de sangre inútil.
» Hágase saber que el Emperador, queriendo facilitar la pronta ejecucion del trata-
do, ha elegido al señor mariscal Duque de la Albufera por su comisario en los términos
del art. 7.º El señor mariscal ha recibido los plenos poderes necesarios de S. M., á fin de
que así que se verifique la ratificacion por la Regencia, se concluya una convencion mili-
tar relativa á la evacuacion de las plazas, tal cual ha sido estipulada en el tratado, con el
comisario que puede desde luégo enviarle el Gobierno español.
» Téngase entendido tambien que la devolucion de prisioneros no experimentará nin-
gun retardo, y que dependerá únicamente del gobierno español el acelerarla; en la inteli-
gencia de que el señor mariscal Duque de la Albufera se halla tambien encargado de es-
tipular, en la convencion militar, que los generales y oficiales podrán restituirse en posta
á su país, y que los soldados serán entregados en la frontera hácia Bayona y Perpiñan, á
medida que vayan llegando á ella.
» En consecuencia de esta apuntacion, la Regencia habrá dado sus órdenes para la
suspension de hostilidades, y habrá nombrado comisario de su confianza para realizar por
su parte el contenido de ella. Valencey, á 23 de Diciembre de 1813.— FERNANDO.— A
don José Palafox.»
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Casi en los mismos términos, y con fecha del 28 del propio mes, res-
pondió tambien la Regencia á la nueva carta que le dirigió el Rey por
conducto de don José de Palafox, recordando sólo que á S. M. se debia
«el restablecimiento, desde su cautiverio, de las Córtes, haciendo li-
bre á su pueblo, y ahuyentando del trono de la España el monstruo feroz
del despotismo.» Aludia esta indicacion al decreto que diera el Rey en
1808, muy á las calladas en Bayona, para convocar las Córtes, trayén-
dole sin duda á la memoria la Regencia por recelarse ya del rumbo que
querian algunos siguiera S. M. al volver á España. Anunciábase tambien
en la misma carta haber el Gobierno «nombrado embajador extraordina-
rio para concurrir á un congreso en que las potencias beligerantes y alia-
das iban á dar la paz á la Europa.»
Sucesivamente tornaron á Francia, siendo portadores de las respues-
tas, el Duque de San Cárlos y D. José de Palafox, no muy satisfechos uno
ni otro, algo despechado el primero por los desaires que habia recibido y
los insultos á que se viera expuesto.
Comunicó la Regencia á las Córtes todo el negocio, como de suma
gravedad, inquiriendo, ademas, de ellas lo que convendria practicar en
caso de que Napoleon, prescindiendo de su propuesto tratado, soltase
al Rey, segun ya se susurraba, con ánimo de descartar á España cuan-
to ántes de la alianza europea, é introducir entre nosotros discordias y
desazones nuevas. Primero que se satisfaciese á cuestion tan ardua, de-
cidieron las Córtes oir acerca de lo mismo al Consejo de Estado, cuya
corporacion, sin titubear en nada, fué de dictámen de «que no se permi-
tiese ejercer la autoridad Real á Fernando VII hasta que hubiese jurado
la Constitucion en el seno del Congreso, y de que se nombrase una di-
putacion que al entrar S. M. libre en España le presentase la nueva ley
fundamental, y le enterase del estado del país y de sus sacrificios y mu-
chos padecimientos»; con otras advertencias respecto de los españoles
comprometidos con José, algo rigurosas de templó áspero, como el am-
biente que corria.
En vista de esta consulta y de lo manifestado por la Regencia, delibe-
raron en secreto las Córtes sobre el asunto; y bastante unidos sus voca-
les, convinieron en dar un decreto, que se publicó con fecha 2 de Febre-
ro, por el cual se declaraba que «conforme á lo decidido por las Córtes
generales y extraordinarias en 1.º de Enero de 1811, no se reconoceria
por libre al Rey, ni por lo tanto se le prestara obediencia, hasta que en
el seno del Congreso nacional prestase el juramento que se exigia en el
artículo 173 de la Constitucion; que al acercarse S. M. á España, los ge-
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se halla, para introducir en España su pernicioso influjo, dejar amenazada nuestra inde-
pendencia, alterar nuestras relaciones con las potencias amigas, ó sembrar la discordia
en esta nacion magnánima, unida en defensa de sus derechos y de su legítimo rey el Sr.
D. Fernando VII, han venido en decretar y decretan:
» 1.º Conforme al tenor del decreto dado por las Córtes generales y extraordinarias en
1.º de Enero de 1811, que se circulará de nuevo á los generales y autoridades que el Go-
bierno juzgáre oportuno, no se reconocerá por libre al Rey, ni por lo tanto se le prestará
obediencia, hasta que en el seno del Congreso nacional preste el juramento prescrito en
el art. 173 de la Constitucion.
» 2.º Así que los generales de los ejércitos que ocupan las provincias fronterizas se-
pan con probabilidad la próxima venida del Rey, despacharan un extraordinario ganan-
do horas, para poner en noticia del Gobierno cuantas hubiesen adquirido acerca de dicha
venida, acompañamiento del Rey, tropas nacionales ó extranjeras que se dirijan con S. M.
hácia la frontera, y demas circunstancias que puedan averiguar concernientes á tan gra-
ve asunto, debiendo el Gobierno trasladar inmediatamente estas noticias á conocimien-
to de las Córtes.
» 3.º La Regencia dispondrá todo lo conveniente y dará á los generales las instruc-
ciones y órdenes necesarias, á fin de que al llegar el Rey á la frontera reciba copia de es-
te decreto, y una carta de la Regencia con la solemnidad debida, que instruya á S. M. del
estado de la nacion, de sus heroicos sacrificios, y de las resoluciones tomadas por las Cór-
tes para asegurar la independencia nacional y la libertad del Monarca.
» 4.º No se permitirá que éntre con el Rey ninguna fuerza armada. En caso que ésta
intentase penetrar por nuestros fronteras, ó las líneas de nuestros ejércitos, será rechaza-
da con arreglo á las leyes de la guerra.
» 5.° Si la fuerza armada que acompañáre al Rey fuere de españoles, los generales en
jefe observarán las instrucciones que tuvieren del Gobierno, dirigidas á conciliar el ali-
vio de los que hayan padecido la desgraciada suerte de prisioneros, con el órden y segu-
ridad del Estado.
» 6.º El general del ejército que tuviese el honor de recibir al Rey, le dará de su mis-
mo ejército la tropa correspondiente á su alta dignidad y honores debidos á su real per-
sona.
» 7.° No se permitirá que acompañe al Rey ningun extranjero, ni áun en calidad de
domético ó criado.
» 8.º No se permitirá que acompañen al Rey, ni en su servicio, ni en manera alguna,
aquellos españoles que hubiesen obtenido de Napoleon, ó de su hermano José, empleo,
pension ó condecoracion de cualquiera clase que sea, ni los que hayan seguido á los fran-
ceses en su retirada.
» 9.º Se confia al celo de la Regencia el señalar la ruta que haya de seguir el Rey has-
ta llegar á esta capital, á fin de que en el acompañamiento, servidumbre, honores que se
le hagan en el camino, y a su entrada en esta córte, y demas puntos convenientes á este
particular, reciba S. M. las muestras de honor y respeto debidos á su dignidad suprema, y
al amor que le profesa la nacion.
1358
LIBRO VIGÉSIMOCUARTO (1808)
» 10. Se autoriza por este decreto al Presidente de la Regencia para que en constando
la entrada del Rey en territorio español, salga á recibir á S. M. hasta encontrarle y acom-
pañarle á la capital con la correspondiente comitiva.
» 11. El Presidente de la Regencia presentará á S. M. un ejemplar de la Constitucion
política de la monarquía, á fin de que instruido S. M. en ella, pueda prestar con cabal de-
liberacion y voluntad cumplida el juramento que la Constitucion previene.
» 12. En cuanto llegue el Rey á la capital vendrá en derechura al Congreso á prestar
dicho juramento, guardándose en este caso las ceremonias y solemnidades mandadas en
el reglamento interior de Córtes.
» 13. Acto continuo que preste el Rey el juramento prescrito en la Constitncion,
treinta individuos del Congreso, de ellos dos secretarios, acompañarán á S. M. á palacio,
donde, formada la Regencia con la debida ceremonia, entregará el gobierno á S. M. con-
forme á la Constitucion y al artículo 2.º del decreto de 4 de Setiembre de 1813. La dipu-
tacian regresará al Congreso á dar cuenta de haberse así ejecutado, quedando en el archi-
vo de Córtes el correspondiente testimonio.
» 14. En el mismo día darán las Córtes un decreto con la solemnidad debida, á fin de
que llegue á noticia de la nacion entera el acto solemne, por el cual y en virtud del jura-
mento prestado, ha sido el Rey colocado constitucionalmente en su trono. Este decreto,
despues de leido en las Córtes, se pondrá en manos del Rey por una diputacion igual á la
precedente, para que se publique con las mismas formalidades que todos los demas, con
arreglo á lo prevenido en el artículo 14 del reglamento interior de Córtes.
» Lo tendrá entendido la Regencia del reino para en cumplimiento, y lo hará impri-
mir, publicar y circular.
» Dado en Madrid, á 2 de Febrero de 1814.— (Siguen las firmas del Presidente y se-
cretarios.)— A la Regencia del reino.»
(14) Manifiesto de las Córtes á la nacion española.
Españoles: Vuestros legítimos representantes van á hablaros con la noble franqueza
y confianza, que aseguran en las crísis de los estados libres aquella union intima, aque-
lla irresistible fuerza de opinion contra las cuales no son poderosos los embates de la vio-
lencia, ni las insidiosas tramas de los tiranos. Fieles depositarios de vuestros derechos,
no creerian las Córtes corresponder debidamente á tan augusto encargo, si guardáran por
más tiempo un secreto que pudiese arriesgar ni remotamente el decoro y honor debidos á
la sagrada persona del Rey, y la tranquilidad é independencia de la nacion; y los que en
1359
CONDE DE TORENO
seis años de dura y sangrienta contienda han peleado con gloria para asegurar su libertad
doméstica y poner á cubierto á la patria de la usurpacion extranjera, dignos son, sí, espa-
ñoles, de saber cumplidamente adónde alcanzan las malas artes y violencias de un tirano
execrable, y hasta qué punto puede descansar tranquila una nacion cuando velan en su
guarda los representantes que ella misma ha elegido.
Apénas era posible sospechar que al cabo de tan costosos desengaños intentase toda-
vía Napoleon Bonaparte echar dolosamente un yugo á esta nacion heroica, que ha sabi-
do contrastar por resistirle su inmensa fuerza y poderío, y como si hubiéramos podido ol-
vidar el doloroso escarmiento que lloramos por una imprudente confianza en sus palabras
pérfidas; como si la inalterable resolucion que formamos, guiados pomo por instinto, á im-
pulso del pundonor y honradez española, osando resistir cuando apénas teniamos dere-
chos qué defender, se hubiera debilitado ahora que podemos decir tenemos patria, y que
hemos sacado las libres instituciones de nuestros mayores del abandono y olvido en que
por nuestro mal yacieran; como si fuéramos menos nobles y constantes cuando la prospe-
ridad nos brinda, mostrándonos cercanos al glorioso término de tan desigual lucha, que lo
fuimos con asombro del mundo y mengua del tirano en los más duros trances de la adver-
sidad, ha osado aún Bonaparte, en el ciego desvarío de su desesperacion, lisonjearse con
la vana esperanza de sorprender nuestra buena fe con promesas seductoras, y valerse de
nuestro amor al legítimo Rey para sellar juntamente la esclavitud de su sagrada persona
y nuestra vergonzosa servidumbre.
Tal ha sido, españoles, en perversa intento; y cuando, merced á tantos y tan señala-
dos triunfos, veiase casi rescatada la patria, y señalaba como el más feliz anuncio de su
completa libertad la instalacion del Congreso en la ilustre capital de la monarquía, en el
mismo dia de este fausto acontecimiento, y al dar principio las Córtes á sus importantes
tareas, halagadas con la grata esperanza de ver pronto en su seno al cautivo Monarca, li-
bertado por la constancia española y el auxilio de los aliados, oyeron con asombro el men-
saje que, de órden de la Regencia del reino, les trajo el secretario del despacho de Estado
acerca de la venida y comision del Duque de San Cárlos. No es posible, españoles, des-
cribiros el efecto que tan extraordinario suceso produjo en el ánimo de vuestros represen-
tantes. Leed esos documentos, colmo de la alevosía de un tirano; consultad vuestro cora-
zon, y al sentir en él aquellos mismos afectos que lo conmovieron en Mayo de 1808, al ex-
perimentar más vivos el amor á vuestro oprimido Monarca y el ódio á su opresor inicuo,
sin poder desahogar ni en quejas ni en imprecaciones la reprimida indignacion, que más
elocuente se muestra en un profundísimo silencio, habréis concebido, aunque débilmen-
te, el estado de vuestros representantes cuando escucharon la amarga relacion de los in-
sultos cometidos contra el inocente Fernando, para esclavizar á esta nacion magnánima.
No le bastaba á Bonaparte burlarse de los pactos, atropellar las leyes, insultar la mo-
ral pública; no le bastaba haber cautivado con perfidia á nuestro Rey é intentado sojuz-
gar á la España, que le tendió, incauta, los brazos como al mejor de sus amigos; no estaba
satisfecha su venganza con desolar á esta nacion generosa con todas las plagas de la gue-
rra y de la política más corrompida; era menester aún usar todo linaje de violencias pa-
ra obligar al desvalido Rey á estampar su augusto nombre en un tratado vergonzoso; ne-
cesitaba todavía presentarnos un concierto celebrado entre una víctima y su verdugo co-
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LIBRO VIGÉSIMOCUARTO (1808)
mo el medio de concluir una guerra tan funesta á los usurpadores como gloriosa á nuestra
patria; deseaba, por último, lograr por fruto de una grosera trama, y en los momentos en
que vacila su usurpado trono, lo que no ha podido conseguir con las armas, cuando á su
voz se estremecian los imperios y se veía en riesgo la libertad de Europa. Tan ciego en el
delirio de su impotente furor, como desacordado y temerario en los devaneos de su prós-
pera fortuna, no tuvo presente Bonaparte el temple de nuestras almas, ni la firmeza de
nuestro carácter, y que si es fácil á su astuta política seducir ó corromper á un gabine-
te ó á una turba de cortesanos, son vanas sus asechanzas y arterías contra la nacion en-
tera, amaestrada por la desgracia, y que tiene en la libertad de imprenta y en el cuerpo
de sus representantes el mejor preservativo contra las demasías de los propios y la ambi-
cion de los extraños.
Ni áun disfrazar ha sabido Bonaparte el torpe artificio de su política. Estos documen-
tos, sus mal concertadas cláusulas, las fechas, hasta el lenguaje mismo, descubren la ma-
no del maligno autor; y al escuchar en boca del augusto Fernando los dolosos consejos
de nuestro más cruel enemigo, no hay español alguno á quien se oculte que no es aquélla
la voz del deseado de los pueblos, la voz que resonó breves dias desde el trono de Pela-
yo; pero que anunciando leyes benéficas y gratas promesas de justa libertad, nos preservó
por siempre de creer acentos suyos los que no se encamináran á la felicidad y gloria de la
nacion. El inocente Príncipe, compañero de nuestros infortunios, que vió víctima á la pa-
tria de su ruinosa alianza can la Francia, no puede querer ahora bajo este falso título se-
llar en este injusto tratado el vasallaje de esta nacion heroica, que ha conocido demasia-
do su dignidad, para volver á ser esclava de voluntad ajena: el virtuoso Fernando no pudo
comprar á precio de un tratado infame, ni recibir como merced de su asesino el glorioso
título de Rey de las Españas: título que su nacion le ha rescatado, y que pondrá respetuo-
sa en sus augustas manos, escrito con la sangre de tantas víctimas, y sancionados en él
los derechos y obligaciones de un monarca justo. Las torpes sospechas, la deshonrosa in-
gratitud, no pudieron albergarse ni un momento en el magnánimo corazon de Fernando, y
mal pudiera, sin mancharse con este crimen, haber querido obligarse por un pacto libre,
á pagar con enemiga y ultrajes los beneficios del generoso aliado, que tanto ha contribui-
do al sostenimiento de su trono. El padre de los pueblos, al verse redimido por su inimi-
table constancia, ¿deseará volver á su seno rodeado de los verdugos de su nacion, de los
perjuros que le vendieron, de los que derramaron la sangre de sus propios hermanos, y
acogiéndolos bajo su real manto para librarlos de la justicia nacional, querrá que desde
allí insulten impunes y como en triunfo á tantos millares de patriotas, á tantos huérfanos
y viudas como clamarán enderredor del solio por justa y tremenda venganza contra los
crueles parricidas? ¿ó lograrán éstos por premio de su traicion infame que les devuelvan
sus mal adquiridos tesoros las mismas víctimas de su rapacidad, para que vayan á disfru-
tar tranquila vida en regiones extrañas, al mismo tiempo que en nuestros desiertos cam-
pos, en los solitarios pueblos, en las ciudades abrasadas no se escuchen sino acentos de
miseria y gritos de desesperacion?
Mengua fuera imaginarlo, infamia consentirlo: ni el virtuoso Monarca, ni esta nacion
heroica se mancharán jamas con tamaña afrenta, y animada la Regencia del reino de los
mismos principios que han dado lustre y fama eterna á nuestra célebre revolucion, co-
1361
CONDE DE TORENO
rrespondió dignamente á la confianza de las Córtes y de la nacion entera, dando por úni-
ca respuesta á la comision del Duque de San Cárlos una respetuosa carta dirigida al Sr. D.
Fernando VII, en que guardando un decoroso silencio acerca del tratado de paz, y mani-
festando las mayores muestras de sumision y respeto á tan benigno Rey, le habrá llenado
de consuelo, al mostrarle que ha sido descubierto el artificio de su opresor, y que con su-
ma prevision y cordura, y al principiar el aciago año de 1811, dieron las Córtes extraor-
dinarias el más glorioso ejemplo de sabiduría y fortaleza; ejemplo que no ha sido vano, y
que mal podriamos olvidar en esta época de ventura, en que la suerte se ha declarado en
favor de la libertad y la justicia.
Firmes en el propósito de sostenerlas, y satisfechas de la conducta observada por la
Regencia del reino, las Cortes aguardaron con circunspeccion á que el encadenamien-
to de los sucesos y la precipitacion misma del tirano les dictasen la senda noble y segu-
ra que debian seguir en tan críticas circunstancias. Mas llegó muy en breve el término de
la incertidumbre: cortos días eran pasados cuando se presentó de nuevo el secretario del
despacho de Estado á poner en noticia del Congreso, de órden de la Regencia, los docu-
mentos que habia traido D. José de Palafox y Melci. Acabóse entonces de mostrar abier-
tamente el malvado designio de Bonaparte. En el estrecho apuro de su situacion, aborre-
cido de su pueblo, abandonado de sus aliados, viendo armadas en contra suya á casi to-
das las naciones de Europa, no dudó el perverso intentar sembrar la discordia entre las
potencias beligerantes, y en los mismos dias en que proclamaba, á su nacion, que acep-
taba los preliminares de paz, dictados por sus enemigos, cuando trocaba la insolente jac-
tancia de su orgullo en fingidos y templados deseos de cortar los males que habia aca-
rreado á la Francia su desmesurada ambicion, intentaba por medio de ese tratado insi-
dioso, arrancado á la fuerza á nuestro cautivo Monarca, desunirnos de la causa comun de
la independencia europea, desconcertar con nuestra desercion el grandioso plan formado
por ilustres príncipes para restablecer en el Continente el perdido equilibrio, y arrastrar-
nos quizá al horroroso extremo de volver las armas contra nuestros fieles aliados, contra
los ilustres guerreros que han acudido á nuestra defensa. Pero áun se prometia Bonapar-
te más delitos y escándalos por fruto de su abominable trama: no se satisfacia con presen-
tar deshonrados ante las demas naciones á los que han sido modelo de virtud y heroísmo:
intentaba, igualmente, que, cubriéndose con la apariencia de fieles á su Rey los que pri-
mero le abandonaron, los que vendieron á su patria, los que oponiéndose á la libertad de
la nacion, minan al propio tiempo los cimientos del trono, se declarasen resueltos á sos-
tener como voluntad del cautivo Fernando los malignas sugestiones del robador de su co-
rona, y seduciendo á los incautos, instigando á los débiles, reuniendo bajo el fingido pen-
don de lealtad á cuantos pudiesen mirar con ceño las nuevas instituciones, encendiesen
la guerra civil en esta nacion desventurada, para que, destrozada y sin alientos, se entre-
gase de grado á cualquier usurpador atrevido.
Tan malvados designios no pudieron ocultarse á los representantes de la nacion, y se-
guros de que la franca y noble manifestacion hecha por la Regencia del reino á las po-
tencias aliadas les habrá ofrecido nuevos testimonios de la perfidia del comun enemigo,
y de la firme resolucion en que estamos de sostener á todo trance nuestras promesas, y
de no dejar las armas hasta asegurar la independencia nacional, y asentar dignamente en
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LIBRO VIGÉSIMOCUARTO (1808)
el trono al amado Monarca, decidieron que era llegado el momento de desplegar la ener-
gía y firmeza, dignas de los representantes de una nacion libre, las cuales, al paso que
desbaratasen los planes del tirano, que tanto se apresuraba á realizarlos, y tan mal encu-
bria sus perversos deseos, le diesen á conocer que eran inútiles sus maquinaciones, y que
tan pundonorosos como leales, sabemos conciliar la más respetuosa obediencia á nuestro
Rey, con la libertad y gloria de la nacion.
Conseguido este fin apetecido, cerrar para siempre la entrada al pernicioso influjo de
la Francia, afianzar más y más los cimientos de la Constitucion, tan amada de los pueblos,
preservar al cautivo Monarca, al tiempo de volver á su trono, de los dañados consejos de
extranjeros ó de españoles espurios, librar á la nacion de cuantos males pudiera temer la
imaginacion más suspicaz y recelosa: tales fueron los objetos que se propusieron las Cór-
tes al deliberar sobre tan grave asunto, y al acordar el decreto de 2 de Febrero del pre-
sente año. La Constitucion les prestó el fundamento; el célebre decreto de 1.º de Enero de
1811 les sirvió de norma, y lo que les faltaba para completar su obra, no lo hallaron en los
profundos cálculos de la política, ni en la dificil ciencia de los legisladores, sino en aque-
llos sentimientos honrados y virtuosos que animan á todos los hijos de la nacion espa-
ñola, en aquellos sentimientos que tan heroicos se mostraron á los principios de nuestra
santa insurreccion, y que no hemos desmentido en tan prolongada contienda. Ellos dicta-
ron el decreto, ellos adelantaron, de parte de todos los españoles, la sancion más augus-
ta y voluntaria, y si el orgulloso tirano se ha desdeñado de hacer la más leve alusion en el
tratado de paz á la sagrada Constitucion que ha jurado la nacion entera, y que han reco-
nocido los monarcas más poderosos; si al contrahacer torpemente la voluntad del augus-
to Fernando olvidó que este príncipe bondadoso mandó desde su cautiverio que la nacion
se reuniese en Cortes para labrar su felicidad, ya los representantes de esta nacion heroi-
ca acaban de proclamar solemnemente que, constantes en sostener el trono de su legíti-
mo Monarca, nunca más firme que cuando se apoya en sábias leyes fundamentales, jamas
admitirán paces ni conciertos ni treguas con quien intenta alevosamente mantener en in-
decorosa dependencia ni augusto Rey de las Españas, ó menoscabar los derechos que la
nacion ha rescatado.
Amor á la religion, á la Constitucion y al Rey: éste sea, españoles, el vinculo indi-
soluble que enlace á todos los hijos de este vasto imperio, extendido en las cuatro par-
tes del mundo; éste el grito de reunion que desconcierte como hasta ahora las más astu-
tas maquinaciones de los tiranos; éste, en fin, el sentimiento incontrastable que anime
todos los corazones, que resuene en todos los labios, y que arme el brazo de todos los es-
pañoles en los peligros de la patria. Madrid, 19 de Febrero de 1814.— ANTONIO JOAQUIN
PEREZ, presidente.— ANTONTO DIAZ, diputado secretario.— JOSE MARÍA GUTIERREZ DE TE-
RAN, diputado secretario.
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(15) Podrá verse cuán inciertos fuesen estos planes en la representacion que llama-
ron de los persas, hecha á S. M., y de la que hablarémos despues por muchos de los di-
putados que tomaron parte en dichas tramas; señaladamente en la página 56, desde don-
de empieza: «Determinamos por primer paso separar la Regencia.....»; y acaba: «Dictó la
prudencia suspender nuestra deliberacion.....»
Y en la página 57, toda ella hasta el fin, desde donde dice: «Tratamos de proponer la
cesacion de la Regencia y poner al frente del Gobierno á la infanta doña Carlota Joaqui-
na de Borbon.....»
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No arredrado ni por eso aquél, metióso en otro empeño áun más atre-
vido é importante que el anterior, tratándose de nada ménos que de fra-
guar un convenio, que se diria firmado en Tarrasa entre los generales de
los respectivos ejércitos, á fin de recuperar por medio de esta estratage-
ma, fundamento de otras de ejecucion, las plazas de Tortosa, Peñiscola,
Murviedro, Lérida, Mequinenza y Monzon, en poder todavía de los ene-
migos. Propuso Van-Halen la idea al Baron de Eroles, quien la aprobó,
como asimismo el general en jefe D. Francisco Copons, si bien éste, des-
pues de ciertas vacilaciones y juiciosos reparos, desconfiando algun tan-
to del buen éxito de la empresa, por parecerle muy complicada y har-
to dificultosa.
Finalmente, acordes todos, determinaron empezar á probar ventu-
ra por Tortosa, cuya ciudad bloqueaban las divisiones segunda y quinta
del segundo ejército, bajo la comandancia de D. José Antonio de Sanz,
asentados sus reales en Jerta. Allí llegaron el 25 de Enero el Baron de
Eroles, y en su compañía el capitan D. Juan Antonio Daura, sujeto prác-
tico y hábil en el arte de la delineacion y dibujo; D. José Cid, vocal de la
diputacion de Cataluña, y el teniente D. Eduardo Bart, muy ejercitado y
suelto en la lengua francesa.
Conferenciaron con Sanz los recien venidos, resolviendo sin dilacion
circuir la plaza más estrechamente de lo que lo estaba, siendo necesa-
rio preliminar el que ni dentro ni fuera de ella se vislumbrase cosa al-
guna de lo que iba tratado. En seguida entendiéronse tambien los mis-
mos acerca de los pasos que convenia dar y el modo; arreglando primero
los papeles y documentos indispensables al caso, cuya imitacion y falsía
hizose á favor de la idónea y diestra mano del capitan Daura, y de la ci-
fra, firmas y sello que habia Van-Halen sustraido del estado mayor fran-
ces. Dispuesto todo, pasóse á poner por obra el ardid, que consistia en
enviar por un lado secretamente pliegos contrahechos al gobernador de
Tortosa Robert, como si procediesen del mariscal Suchet, anunciándole
la negociacion que se suponía entablada en Tarrasa, para que estuviese
preparado á evacuar la plaza al recibir el aviso de verificarlo, y en par-
ticipar por otro el general del bloqueo al de Tortosa públicamente y con
posterioridad haberse concluido ya el tratado pendiente, y haber llega-
do al campo español un ayudante del mariscal Suchet, con quien podria
el Gobernador abocarse y platicar á su sabor cuanto gustáre; excusando
casi añadir nosotros aquí ser Van-Halen quien habia de representar el
papel del ayudante fingido. Fuése efectuando la estratagema con dicha,
no obstante un contratiempo ocurrido al portador de los pliegos secre-
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tos, yendo el ajuste tan adelante, que estuvo próximo á cerrarse y llegar
á venturoso fenecimiento. Mas impidiólo, segun unos, cierto aviso reci-
bido por el gobernador frances al irse á terminar los tratos; segun otros,
la resistencia que opuso Van-Halen á meterse en la plaza, receloso de
que se le tendia un lazo, lo cua1 despertó las sospechas de los contra-
rios. Nosotros inclinarémonos á creer lo primero, y tambien á que hubo
indiscreciones y demasía en el hablar.
Malograda la tentativa en Tortosa, pareció acertado no repetirla en
Peñíscola ni Murviedro, y si en Lérida, Mequinenza y Monzon. Para ello
pusiéronse en camino el 7 de Febrero el inventor y los ejecutores de la
traza, albergándose el 8 en Flix, desde donde envió á Mequinenza el Ba-
ron de Eroles á D. Antonio Maceda, ayudante suyo, y al ya citado D.
José Cid, con órden ambos de levantar allí los somatenes, bloquear la
plaza, y dirigir despues á su gobernador por un paisano pliegos y docu-
mentos que apareciesen despachados por Suchet, al modo mismo de lo
que se fingió en Tortosa. Por su parte tiraron hácia Lérida Eroles, Dau-
ra, Van-Halen y Bart, pernoctando juntos á una jornada de la ciudad, pe-
ro con la precaucion de separarse en la mañana inmediata, no querien-
do despertar recelos, y yéndose por de pronto á Torres del Segre los dos
últimos, y el de Eroles al campo de Lérida. Allí hizo ostentosa reseña
de las tropas, aparentando designio de formalizar el sitio, para introdu-
cir despues, y de oculto, en la plaza por confidente seguro pliegos conce-
bidos en términos iguales á los enviados ántes á Tortosa y Mequinenza,
que servian siempre de preparativo á las negociaciones públicas y for-
males que se entablaban despues, para alcanzar la evacuacion y próxi-
ma entrega del punto en que se habia puesto la mira.
Sucedió bien el ardid en Mequinenza, sin que encontrase el porta-
dor del primer pliego tropiezo alguno, creyéndose allí verdadero emisa-
rio de Suchet; por lo que apresuróse el de Eroles á expedir la segunda
comunicacion, como en Tortosa, valiéndose ahora para ello del ayudan-
te de estado mayor don José Baeza, quien bien recibido y agasajado por
el gobernador frances, de nombre Bourgeois, consiguió evacuasen los
enemigos la plaza el 13, precedido un coloquio entre un oficial frances,
nombrado al efecto, y Van-Halen, presente tambien Eroles, habiendo
acudido ambos á Mequinenza con esta ocasion.
Despues tornó el último á Lérida, y en el camino llegó á sus manos
la respuesta de aquel gobernador, de nombre Isidoro Lamarque, al men-
saje secreto, extendida en la forma que se deseaba. Aproximóse en con-
secuencia Eroles á aquellos muros, y despachó el segundo pliego á la
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tió por eso Eroles de su pensamiento, y obrando de acuerdo con los je-
fes de las tropas aliadas que asediaban ya á Barcelona, obtuvo viniesen
éstas al encuentro de los franceses en su ruta, para que, unidas con las
que rastreaban su huella, los cercasen y estrechasen del todo al llegar á
Martorell.
Así sucedió, y allí quitándosele á los franceses la venda que áun cu-
bría sus ojos, prorumpieron en expresiones de ira y desesperacion. In-
útiles ya los duelos y las reconvenciones, tuvo su valor que ceder al ad-
verso hado, y entregarse prisioneros á los españoles, en vez de juntarse
á los suyos, segun confiaban. Pero cuentan se les prometiera entónces
la libertad de volver á Francia, aunque sin armas ni equipajes militares,
lo cual no se cumplió bajo simulados motivos y malamente, porque líci-
to ántes el emplear las estratagemas referidas y lícito el ceñir las guarni-
ciones y someterlas en su marcha, como secuela del primer ardid, no lo
era despues faltar á una estipulacion, ajustada libremente á ley de gue-
rra por las opuestas partes, ni autorizaban tampoco á proceder semejan-
te otros engaños de los mismos franceses, ni su omision en cumplir pa-
recidos empeños ó pactos.
Muy irritados los enemigos con la conducta de D. Juan Van-Halen,
afeáronla á lo sumo, y la graduaron de desercion y de abuso de confian-
za, nacido, segun afirmaban, no de sentimientos honrosos, sino de mu-
danzas de la fortuna, que torva ahora volvia al frances la espalda y le
desamparaba. Juzgáronla de otro modo los españoles por redundar de
ella á la patria señalado servicio, digno de recompensa notable; bien que
de aquellos cuya imitacion y ejemplo, al decir de Horacio (17), puede
traer daños en futuros tiempos.
Hirió en lo vivo á Suchet el golpe de la pérdida de las tres plazas,
no restándole ya en España dia de gloria ni sosiego; pues á poco llegó-
le tambien de Francia órden del Ministro de la Guerra para negociar con
D. Francisco Copons la entrega de las demas plazas de su distrito, ex-
cepto la de Figueras, á cuyo fin avistáronse el jefe de estado mayor fran-
ces y el del español, brigadier Cabanes, no terminando en nada la con-
ferencia, por subir de punto los nuestros en sus demandas, y no ceder
mucho los franceses en las suyas á pesar de sus contratiempos. Crecian,
sin embargo, los apuros del mariscal Suchet, obligado por disposicion
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Seis mil ingleses estaban ya por la noche á la derecha del rio, no ha-
biendo cesado en su paso, y verificándolo aún á nado algunos caballos
luégo que abonanzó el tiempo y lo consintió la marea. Acamparon al ra-
so, y por la mañana marcharon sobre la ciudadela, la derecha tocando al
Adour, y dilatada la izquierda por el camino real que conduce de Bayona
á Burdeos; con lo que, cortando las comunicaciones con el norte del rio,
completaron el acordonamiento de la plaza y el de todas sus obras inclu-
so el campo atrincherado. Ayudó á este movimiento un falso ataque, por
la siniestra márgen, de la brigada de lord Aylmer y de la quinta division
británica en union con los españoles del ejército de D. Manuel Freire.
Ni se dejaba de la mano el trabajo del puente, que se finalizó el dia
25, estableciéndole en donde tiene de anchura el rio 370 varas, y yen-
do á dar el cabo opuesto cerca del pueblo de Boucaut. Formóse dicho
puente con 26 cachamarines ó barcos pequeños de la costa cantábrica,
asegurados á proa y á popa con anclas ó cañones de hierro cogidos en
los reductos del Nive, con cables fijos en ambas orillas para resistir á los
embates del flujo y reflujo, y extendidos por cima de las cubiertas tablo-
nes á manera de esplanadas, que facilitasen la rodadura y paso de la ar-
tillería. Una cadena colocada más arriba del puente le protegia contra
las arremetidas y abordaje de las lanchas cañoneras y buques enemigos
fondeados al abrigo de la ciudadela.
Era esta obra de grande importancia por afianzar la comunicacion
entre ambas riberas durante el bloqueo y sitio intentado de Bayona, y
franquear las calzadas de la derecha del Adour, de cuyos pueblos pare-
cia más hacedero abastecerse de todo lo necesario, muy quietos por allí
los naturales, libres de molestias y seguros de puntual y cumplido pago.
Miéntras que maniobraba así el ala izquierda del ejército aliado y
que embestia tambien á Bayona, trató Wellington, reforzada que fué su
derecha, de ejecutar un avance general por aquel lado contra las hues-
tes del enemigo. En consecuencia, atacó el mariscal Beresford, seguido
de la cuarta y séptima division y una brigada, los puntos fortificados de
Hastingües y Oyergabe á la izquierda del rio de Pau, y forzó á los enemi-
gos á recogerse á Peyrehorade, en sazon que Hill cruzó el Gave de Olo-
ron sin resistencia, por un vado en Villenave, y lo mismo Clinton entre
Montfort y Laas, amagando Picton el puente de Sauveterre, que volaron
los franceses. Don Pablo Morillo rodeó por su parte la plaza de Nava-
rreins, la cual no era dable reducir de pronto sino con artillería gruesa.
Los aliados, yendo adelante, enderezáronse á Orthéz, pasando Beres-
ford el Gave de Pau por bajo de su confluencia con el de Oloron, y conti-
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teniendo detras á los ingleses, que á carrera abierta pugnaban por alcan-
zarlos y hundirlos. Allí vinieron lástimas y más lástimas sobre los venci-
dos, quienes perdieron doce cañones y 2.000 prisioneros; pereciendo ó
extraviándose infinidad de fugitivos punzados por la bayoneta británica
y acuchillados ó cosidos por el sable de sus jinetes. Hubo, no obstante,
de costar á los ingleses muy caro tan glorioso triunfo, habiendo corrido
riesgo la vida de lord Wellington, contuso de una bala de fusil que dió en
el pomo de su espada, y le tocó en el fémur, causándole el golpe tal es-
tremecimiento, que le derribó al suelo, estando apeado y en el momento
mismo en que se chanceaba con el general Alava, herido éste poco án-
tes, no de gravedad, pero en parte sensible y blanda, que siempre provo-
ca á risa. Hizo alto el ejército británico al anochecer en Sault de Navai-
lles: su pérdida consistió en 2.300 hombres, de ellos 600 portugueses;
no asistió á la accien fuerza alguna española. Tuvieron los enemigos en
sus filas una baja enorme, que, segun cuentan relaciones suyas, pasó de
12.000 hombres; pero producida en mucha parte por la desercion, sien-
do grande el número de conscriptos y gente nueva. Fué gravemente he-
rido el general Foy, y muerto el general Bechaud.
Prosiguieron los franceses por la noche su retirada, y paráronse de-
tras del Adour, junto á Saint Sever, para allegar y recomponer su hues-
te, juntándoseles algunos refuerzos que venian de camino. En pos suyo
fueron los aliados al dia inmediato; pero esquivaron aquéllos el reen-
cuentro, yendo la vuelta de Agen. Entónces repartiéronse los anglo-por-
tugueses, entrando su ala izquierda sin resistencia en Mont de Marsan,
capital del departamento de las Landas, colocándose el centro en Caze-
res, y moviéndose el 2 de Marzo la derecha, á las órdenes de Hill, del la-
do de Aire, márgen izquierda del Adour, en donde tuvo este general un
recio choque con la division de Harispe, no empeñada en Orthéz, y lle-
vó al fin la palma de la victoria, cogiendo ó destruyendo muchos almace-
nes y efectos acopiados allí.
Frutos opimos fueron de todas estas operaciones acordonar las pla-
zas de Bayona, San Juan de Pié de Puerto y Navarreins, atravesar el
Adour, enseñorearse de sus principales comunicaciones y pasos, y coger
ó destrozar vituallas, enseres, y otros abundantes recursos del enemigo.
Libertó á éste de mayores daños el tiempo lluvioso en demasia; in-
transitables de resultas los caminos, rebalsadas las tierras, hinchados
los torrentes y arroyos, y aplayados los rios. Vióse, por tanto, lord We-
llington obligado á detenerse, y pudo Soult mudar de rumbo yendo hácia
Tarbes á inclinándose á los Pirineos, con intento de recibir por la espal-
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nes de libras esterlinas, que debian distribuirse entre las potencias beli-
gerantes para sostener la guerra permanente y viva.
Tales arreglos y el rompimiento de las negociaciones de Chatillon
acrecian probabilidades en favor de la restauracion de los Borbones,
cuyos príncipes y sus partidarios meneábanse diligentemente, habien-
do acudido Monsieur Conde de Artois al cuartel general de los aliados,
y dirigídose la vuelta de la Bretaña el Duque de Berry, al paso que el de
Angulema, conforme hemos visto, soplaba en el mediodía de Francia le-
vantamientos y sediciones contra Napoleon.
Estrechado éste por todos lados, apresuróse á concluir la negocia-
cion entablada con Fernando, poniéndole en libertad, y trató tambien
de restituir á su silla de Roma al soberano Pontífice, á quien tenía co-
mo aprisionado hacia años. Aligerábase con esto de embarazos y odiosas
enemistades, esperando igualmente sacar útil fruto de esta generosidad,
aunque aparente y forzada. Cuenta Escóiquiz que la libertad repentina
del Rey debióse á lo que él y M. de Laforest alegaron en su apoyo; pero
parécenos no fué así, y que sólo la provocó el apuro en que Napoleon se
veia, y el anhelo de que se le juntasen en todo ó parte las tropas suyas
que quedaban en Cataluña y algunas de las que combatian en el Pirineo,
dejando á los ingleses solos y privados del sostenimiento de España.
Coincidió la resolucion del Emperador frances con la vuelta á Valen-
cey del Duque de San Cárlos, trayendo la negativa de la Regencia al tra-
tado de que habla sido portador. Grandes temores se suscitaron allí de
que desbaratase tal incidente la determinacion de Napoleon, y por eso
pasó á París San Cárlos tras del Emperador, para remover cualesquiera
estorbos que pudieran nacer; pero no le encontró ni en la capital ni en
ninguna parte por donde le buscára, mudando Napoleon de lugar á ca-
da paso, segun lo exigia la guerra que llevaba entónces, andando siem-
pre por caminos y veredas, y como quien dijera, á campo travieso. Sin
embargo, absorbido él mismo en asuntos de la mayor importancia, no pa-
ró mientes en lo que la Regencia respondiera, y aguijado por el tiempo
y por los acontecimientos, no desistió de su propósito sobre dejar á Fer-
nando libre y en disposicion de restituirse á España. En consecuencia,
mandó se le expidiesen los convenientes pasaportes, que se recibieron
en Valencey el 7 de Marzo, á las diez y media de la noche, con indecible
júbilo de S. M. y AA., bien así como de los demas que allí asistían: no
estuvo de vuelta el de San Cárlos hasta el 9. Quiso el Rey le precediese
en su viaje el mariscal de campo D. José Zayas, quien salió de Valencey
el 10 con carta para la Regencia, y órden de que se preparase lo necesa-
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(19) Mémoires du maréchal Suchet, tomo II, en las notas y documentos correspon-
dientes al cap. XXI, pág. 525.
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tes de España y otros refuerzos. Entre ellos enumerarse deben las divi-
siones de nuestro cuarto ejército, que mandaba D. Manuel Freire, cuyas
maniobras al pasar del Adour referimos ya, en las que prosiguieron fa-
voreciendo despues el total acordonamiento de Bayona y las operaciones
generales del ejército aliado: sucesos que, con otros que entre sí se en-
lazaban, será bien narremos ántes de ir adelante en la de los movimien-
tos de lord Wellington.
La segunda division, del cargo de D. Cárlos de España, púsose en un
principio á la derecha del Adour para repasar en seguida este rio, y si-
tuarse entre su corriente y la del Nive, á fin de coadyuvar al bloqueo de
Bayona. Evolucion opuesta practicaron la cuarta division y las brigadas
segunda y primera de la tercera y quinta, que formaban ahora una nue-
va division llamada provisional, trasladándose ésta y la otra á la dere-
cha del Adour, marchando rio arriba y uniéndose al movimiento del cen-
tro aliado, sin alejarse por algunos dias de aquellas márgenes, pisando
ya una, ya otra ribera, segun lo requerian las diversas operaciones de la
campaña. Agregóse igualmente á los ingleses, pero á su derecho costa-
do, la segunda brigada de la division que regía D. Pablo Morillo, que-
dando sólo la primera en el cerco de Navarreins.
A estas fuerzas habíales lord Wellington suministrado auxilios desde
que abrieron en union con su ejército la campaña del año anterior, que
empezó en los lindes de Portugal. Dos millones de reales mensuales re-
cibia el cuarto ejército de la pagaduría inglesa para el abono del prest y
demas atenciones de la misma clase. Tambien tuvieron particulares so-
corros las divisiones de Morillo, España y D. Julian Sanchez, que aun-
que pertenecientes á aquel ejército, militaban separadamente, y por lo
comun cerca de las tropas inglesas. Fué asimismo muy atendido el ejér-
cito de reserva de Andalucía, en tanto que se mantuvo en Francia y le
gobernara Pedro Agustin Giron.
Cuando en este año de 1814 tornaron á marchar sobre Bayona las
tropas del cuarto ejército, que meses ántes habian regresado á España,
no sólo continuaron los ingleses suministrando los mismos auxilios en
dinero, sino que, ademas, facilitaron víveres y otros recursos. Y querien-
do Wellington acudiese tambien á Francia el ejército de reserva de An-
dalucía acantonado en la frontera, insinuóselo así á su general, que lo
era otra vez el Conde del Abisbal, de vuelta de la licencia que obtuvie-
ra para pasar á Córdoba á restablecer su salud. Mas dicho jefe respon-
dió al inglés desabridamente, poniendo muchos obstáculos, y pidien-
do ántes bien que se le permitiese internar sus tropas en los pueblos de
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ambos mares, escogido para servir entónces como de segunda línea. Fo-
gueáronse, sin embargo, y áun se cañonearon hasta el anochecer por lo
más extremo de la derecha francesa algunas tropas de los aliados, provo-
cadas á ello por otras de los enemigos.
Sangrienta y empeñada lid ésta de Tolosa, en la que tuvieron de pér-
dida los anglo-hispano-portugueses 4.714 hombres, á sabor: 2.124 in-
gleses, 1.983 españoles y 607 portugueses. Presúmese no fué tanta la de
los enemigos, abrigados de su posicion; contaron, sin embargo, éstos en-
tre sus heridos á los generales Harispe, Gasquet, Berlier, Lamorandié-
re, Baurot y Dauture.
Los habitantes de Tolosa, amedrentados, ocultáronse al principio en
lo más escondido de sus casas más animosos despues salieron de su re-
tiro y se pusieron á contemplar la batalla desde los tejados y campana-
rios, adelantándose algunos hasta las líneas; pero suspensos y pendien-
tes todos del progreso y conclusion de una refriega, en la que les iba la
vida, la hacienda y quizá la honra. Mal estaban por eso con el mariscal
Soult, á quien culpaban de haberlos comprometido y puesto en trance
tan riguroso y duro.
Han pintado los franceses la accion de Tolosa como victoria suya, y
áun esculpídola á fuer de tal hasta en sus monumentos públicos. Pero
abandonar muchos lugares, perder las principales estancias, y retirarse,
al fin, cediéndolo todo á los contrarios, nunca se graduará de triunfo, si-
no de descalabro, y descalabro muy funesto para los que le padecieron.
Enhorabuena ensalzasen los franceses y áun magnificasen la resistencia
y brios que allí mostraron, grandes por cierto y sobre excelentes, mas no
estaba bien en ellos robar glorias ajenas; en ellos, que no las necesitan,
teniéndolas propias y muy calificadas.
En la noche del 11 al 12 de Abril desamparó el mariscal Soult á To-
losa, y tomó el camino de Carcasona que le quedaba abierto, y por don-
de le era dable juntarse con el mariscal Suchet. Dejó en la ciudad he-
ridos, artillería y aprestos militares en grande abundancia. Entraron los
aliados el mismo 12 en medio de ruidosisimas aclamaciones de los habi-
tantes, que se agolpaban por ver á sus nuevos huéspedes y darles buena
acogida, ya por los muchos partidarios y adictos que tenía allí la familia
de Borbon, y más bien por creerse libres los vecinos de los daños que les
hubiera acarreado el continuar la guerra en derredor de sus muros.
Por la tarde de aquel dia súpose de oficio en Tolosa la entrada el 31
de Marzo, en París, de los aliados del Norte. Susurrábase esto ya ántes, y
se piensa no lo ignoraban los generales de los respectivos ejércitos; por
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que se apareció el Conde del Montijo. Fueron de dictámen todos los que
allí concurrieron que no jurase el Rey la Constitucion, excepto sólo don
José de Palafox, quien no pudiendo rebatir los argumentos de los demas y
apurado ya, llamó en su ayuda á los duques de Frias y de Osuna, que ha-
bian acudido á Zaragoza á cumplimentar al Rey y le seguian en el viaje.
Juzgaba Palafox que su dictámen en la materia se arrimaria al de aqué-
llos, y le daria gran peso por la elevada clase y riqueza de ambos duques
y por su porte desde 1808; habiendo el de Frias, segun ya hemos dicho,
no desamparado nunca los estandartes de la patria, y expuéstose muchio
el de Osuna por haberse fugado de Bayona en aquel año, no queriendo
autorizar con su firma los escándalos que á la sazon ocurrian en la mis-
ma ciudad. Reunidos, pues, uno y otro á las personas que se hallaban ya
en junta, sentó el de San Cárlos la cuestion de si convendría ó no que ju-
rase el Rey la Constitucion. Opinó él mismo que no, mostrándose en es-
pecial muy contrario el Conde del Montijo, abultando los riesgos y las di-
ficultades que resultarian de la jura. Apartóse de este parecer D. José de
Palafox y le apoyó el Duque de Frias, bien que respetando éste los de-
rechos que compitiesen al Rey para introducir ó efectuar en la Coustitu-
cion las alteraciones convenientes ó necesarias. Anduvo indeciso el de
Osuna, separándose todos de la junta sin convenirse en nada, pero acor-
des en que ántes de resolver cosa alguna acerca de semejante cuestion,
se congregarian de nuevo. A pesar de eso, determinó el Rey pocos instan-
tes despues, siguiendo el consejo de San Cárlos, sugerido por el del Mon-
tijo, que sin tardanza y en derechura saldria éste para Madrid, á fin de ca-
lar lo que tratasen allí los liberales, y de disponer los ánimos del pueblo
á favor de las resoluciones del Rey, cualesquiera que ellas fuesen, ó más
bien de pervertirlos; en lo que era gran maestro aquel conde, muy ligado
siempre con gente pendenciera y bulliciosa.
Continuando S. M. el viaje á Valencia, entró en Teruel el 13, en cu-
ya ciudad, muy afecta á la Constitucion, esmeráronse los habitantes en
poner entre los ornatos escogidos para el recibimiento del Rey, muchos
alegóricos al caso, que miró S. M. atentamente y áun aplaudió, amaes-
trado desde la niñez en la escuela del disimulo. Hasta aquí habia acom-
pañado al Rey en el viaje el capitan general de Cataluña, D. Francisco
de Copons y Navia, cuya presencia contuvo bastante á los que intenta-
ban guiar al Rey por sendero errado y torcido. Volvió el don Francisco á
su puesto, y con su ausencia no quedó apénas nadie al lado de S. M., de
influjo y peso, que balancease los consejos desacertados de los que apri-
sionaban su voluntad ó le daban deplorable sesgo.
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(21) Tenia este papel, impreso en Madrid, en la imprenta de Ibarra, año de 1814, el
titulo é portada siguiente:
«(Jesus) M. (María) J. (José).
» Representacion y manifiesto que algunos diputados á las Córtes ordinarias firma-
ron en los mayores apuros de su opresion en Madrid, para que la majestad del Sr. D. Fer-
nando VII, á la entrada en España de vuelta de su cautividad, se penetrase del estado de
la nacion, del deseo de sus provincias, y del remedio que creian oportuno: todo fué pre-
sentado á S. M. en Valencia por uno de dichos diputados, y se imprime en cumplimien-
to de real órden.»
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tucion; unos por temor, por ambicion otros, y bastantes por irse al hilo
de la corriente del dia. Tacharon los desapasionados de muy culpables
á los autores y primeros firmantes, pues como colegas faltaron á los mi-
ramientos que debian á los otros diputados, y como hombres públicos á
sus más sagradas obligaciones; no forzándolos nadie á permanecer en
el asiento que ocupaban, ni á dar con su presencia y voto, aunque fue-
se negativo, sello de aprobacion y legitimidad á lo que juzgaban nulo y
basta dañoso al órden social. Más excusables se presentaban los que fir-
maron despues, rendidos al miedo ó á flaquezas á que está tan sujeta la
humanidad. Desapareció de las Córtes D. Bernardo Mozo Rosales, lle-
vando en persona á Valencia la representacion, entre cuyos nombres dis-
tinguíase el suyo como el primero de todos.
Ni por eso se persuadieron en Madrid destruiria de raíz el Rey to-
do lo hecho durante su cautiverio, escuchando S. M. sólo á un partido y
no sobreponiéndose á los diversos que habia en la nacion para dominar-
los y regirlos sábia y cuerdamente. Confiados en esto, y asistidos entón-
ces de intenciones muy puras, permanecieron tranquilos los diputados
liberales y sus amigos, no bastando para desengañarlos las noticias ca-
da vez más sombrías que de Valencia llegaban. Por tanto no provocaron
en las Córtes medida alguna con que hacer rostro á repentinos y adver-
sos acontecimientos, ni tampoco se cautelaron contra asechanzas per-
sonales que debieron suponer les armarian sus enemigos, implacables
y rencorosos.
Contentáronse, pues, con escribir nuevamente al Rey dos cartas,
que no merecieron respuesta, y con ir disponiendo el modo de recibirle
y agasajarle á su entrada en Madrid y jura en el salon de Córtes. A es-
te propósito decidieron trasladarse del que ocupaban en el teatro de los
Caños del Peral á otro construido expresamente y con mayor comodidad
y lujo en la casa de Estudios y convento de Agustinos calzados de Doña
María de Aragon, dicho así del nombre de su fundadora, dama de la rei-
na doña Ana de Austria. Señalóse para esta mudanza el 2 de Mayo, en
que se celebró con gran pompa un aniversario fúnebre en conmemora-
cion de las víctimas que perecieron en Madrid, el año 1808, en el mis-
mo dia; sirviendo así de funcion inaugural del salon nuevo una muy lú-
gubre, como para presagiar lo astroso y funesto en el porvenir de aquel
sitio, en donde se hundieron luégo y más de una vez las instituciones ge-
nerosas y conservadoras de la libertad del Estado.
En Valencia llevaban los acontecimientos traza de precipitarse y co-
rrer á su desenlace. Renováronse y se multiplicaron allí los conciliábu-
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ta ella, siendo un presagio de lo que un dia ejecutaria este heroico pueblo por su rey y por
su honra, y dando el ejemplo que noblemente siguieron todos los demas del reino: desde
aquel dia, pues, puse en mi real ánimo, para responder á tan leales sentimientos y satis-
facer á las grandes obligaciones en que está un rey para con sus pueblos, dedicar todo mi
tiempo al desempeño de tan augustas funciones y á reparar los males á que pudo dar oca-
sion la perniciosa influencia de un valido durante el reinado anterior. Mis primeras mani-
festaciones se dirigieron á la restitucion de varios magistrados, y de otras personas á
quienes arbitrariamente se habia separado de sus destinos; pero la dura situacion de las
cosas, y la perfidia de Bonaparte, de cuyos crueles efectos quise, pasando á Bayona, pre-
servar á mis pueblos, apénas dieron lugar á más. Reunida allí la real familia, se cometió
en toda ella, y señaladamente en mi persona, un tan atroz atentado, que la historia de las
naciones cultas no presenta otro igual, así por sus circunstancias, como por la serie de su-
cesos que allí pasaron; y violado en lo más alto el sagrado derecho de gentes, fuí privado
de mi libertad, y de hecho del gobierno de mis reinos, y trasladado á un palacio con mis
muy caros hermanos y tio, sirviéndonos de decorosa prision así por espacio de seis años
aquella estancia. En medio de esta afliccion siempre estuvo presente á mi memoria el
amor y lealtad de mis pueblos, y era gran parte de ella la consideracion de los infinitos
males á que quedaban expuestos, rodeados de enemigos, casi desprovistos de todo para
poder resistirles, sin rey y sin gobierno de antemano establecido, que pudiese poner en
movimiento y reunir á su voz las fuerzas de la nacion, y dirigir su impulso, y aprovechar
los recursos del Estado para combatir las considerables fuerzas que simultáneamente in-
vadieron la Península, y estaban pérfidamente apoderadas de sus principales plazas. En
tan lastimoso estado, expedí, en la forma que rodeado de la fuerza lo pude hacer, como el
único remedio que quedaba, el decreto de 5 de Mayo de 1808, dirigido al Consejo de Cas-
tilla, y en su defecto, á cualquiera chancillería ó audiencia que se hallase en libertad, pa-
ra que se convocasen las Córtes, las cuales únicamente se habian de ocupar por el pron-
to en proporcionar los arbitrios y subsidios necesarios para atender á la defensa del reino,
quedando permanentes para lo demos que pudiese ocurrir; pero este mi real decreto por
desgracia no fué conocido entónces, y aunque lo fué despues, las prosvocias proveyeron,
luego que llegó á todas la noticia de la cruel escena de Madrid por el jefe de las tropas
francesas en el memorable dia 2 de Mayo, á su gobierno por medio de las juntas que crea-
ron. Acaeció en esto la gloriosa batalla de Bailén; los franceses huyeron hasta Vitoria, y
todas las provincias y la capital me aclamaron de nuevo rey de Castilla y Leon, en la for-
ma en que lo han sido los reyes mis augustos predecesores. Hecho reciente, de que las
medallas acuñadas por todas partes dan verdadero testimonio, y que han confirmado los
pueblos por donde pasé á mi vuelta de Francia, con la efuson de sus vivas, que conmovie-
ron la sensibilidad de mi corazon, adonde se grabaron para no borrarse jamas. De los di-
putados que nombraron las juntas se formó la Central, quien ejerció en mi real nombre to-
do el poder de la soberanía desde Setiembre de 1808 hasta Enero de 1810, en cuyo mes
se estableció el primer Consejo de Regencia, donde se continuó el ejercicio de aquel po-
der hasta el dia 24 de Setiembre del mismo año, en el cual fueron instaladas en la isla de
Leon las Córtes llamadas generales y extraordinarias, concurriendo al acto del juramen-
to, en que prometieron conservarme todos mis dominios, como á su soberano, 104 diputa-
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dos, á saber: 57 propietarios y 47 suplentes, como consta del acta que certificó el secreta-
rio de Estado y del despacho de Gracia y Justicia, D. Nicolas María de Sierra. Pero á es-
tas Córtes, convocadas de un modo jamas usado en España, áun en los casos más arduos,
y en los tiempos turbulentos de minoridades de reyes, en que ha solido ser más numero-
so el concurso de procuradores que en las Córtes comunes y ordinarias, no fueron llama-
dos los estados de nobleza y clero, aunque la Junta Central lo habia mandado, habiéndo-
se ocultado con arte al Consejo de la Regencia este decreto, y tambien que la Junta le ha-
bia asignado la presidencia de las Córtes prerogativa de la soberanía, que no habria
dejado la Regencia al arbitrio del Congreso, si de él hubiese tenido noticia. Con esto que-
dó todo á la disposicion de las Córtes, las cuales, en el mismo dia de su instalacion y por
principio de sus actas, me despojaron de la soberanía, poco ántes reconocida por los mis-
mos diputados, atribuyéndola nominalmente á la nacion, para apropiársela á sí ellos mis-
mos, y dar á ésta despues sobre tal usurpacion, las leyes que quisieron, imponiédole el
yugo de que forzosamente las recibiese en una nueva Constitucion, que, sin poder de pro-
vincia, pueblo ni junta, y sin noticia de las que se decian representadas por los suplentes
de España ó Indias, establecieron los diputados, y ellos mismos sancionaron y publicaron
en 1812. Este primer atentado contra las prerogativas del trono, abusando del nombre de
la nacion, fué como la base de los muchos que á éste siguieron, y á pesar de la repugnan-
cia de muchos diputados, tal vez del mayor número, fueron adoptados y elevados á leyes
que llamaron fundamentales, por medio de la gritería, amenazas y violencias de los que
asistian á las galerías de las Córtes, con que se imponia y aterraba, y á lo que era verda-
deramente obra de una faccion se le revestia del especioso colorido de voluntad general,
y por tal se hizo pasar la de unos pocos sediciosos que en Cádiz, y despues en Madrid,
ocasionaron á los buenos cuidados y pesadumbres. Estos hechos son tan notorios, que
apénas hay uno que los ignore, y los mismos Diarios de las Córtes dan harto testimonio de
todos ellos. Un modo de hacer leyes, tan ajeno de la nacion española, dió lugar á la alte-
racion de las buenas leyes con que en otro tiempo fué respetada y feliz. Á la verdad, casi
toda la forma de la antigua Constitucion de la monarquía se innovó, y copiando los prin-
cipios revolucionarios y democráticos de la Constitucion francesa de 1791, y faltando á lo
mismo que se anuncia al principio de la que se formó en Cádiz, se sancionaron, no leyes
fundamentales de una monarquía moderada, sino las de un gobierno popular con un jefe
ó magistrado, mero ejecutor delegado, que no rey, aunque allí se le dé este nombre para
alucinar y seducir á los incautos y á la nacion. Con la misma falta de libertad se firmó y
juró esta nueva Constitucion; y es conocido de todos, no sólo lo que pasó con el respeta-
ble Obispo de Orense, pero tambien la pena con que, á los que no la firmasen y jurasen,
se amenazó. Para preparar los ánimos á recibir tamañas novedades, especialmente las
respectivas á mi real persona y prerogativas del trono, se procuró por medio de los pape-
les públicos, en algunos de los cuales se ocupaban diputados de Córtes, y abusando de la
libertad de imprenta establecida por éstas, hacer odioso el poderío real, dando á todos los
derechos de la majestad el nombre de despotismo, haciendo sinónimos los de rey y dés-
pota, y llamando tiranos á los reyes; al mismo tiempo en que se perseguia á cualquiera
que tuviese firmeza para contradecir, ó siquiera disentir de este modo de pensar revolu-
cionario y sedicioso, y en todo se aceptó el democratismo, quitando del ejército y armada
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y de todos los establecimientos, que de largo tiempo habian llevado el titulo de reales, es-
te nombre, y sustituyendo el de nacionales, con que se lisonjeaba al pueblo, quien, á pe-
sar de tan perversas ates, conservó con su natural lealtad los buenos sentimientos que
siempre formaron su carácter. De todo, luégo que entré dichosamente en el reino, fuí ad-
quiriendo fiel noticia y conocimiento, parte por mis propias observaciones, parte por los
papeles públicos, donde hasta estos dias con impudencia se derramaron especies tan gro-
seras é infames acerca de mi venida y de mi carácter, que áun respecto de cualquier otro
serian muy graves ofensas, dignas de severa demostracion y castigo. Tan inesperados he-
chos llenaron de amargura mi corazon, y sólo fueron parte para templarla las demostra-
ciones de amor de todos los que esperaban mi venida, para que con mi presencia pusiese
fin á estos males, y á la opresion en que estaban los que conservaron en su ánimo la me-
moria de mi persona, y suspiraban por la verdadera felicidad de la patria. Yo os juro y
prometo á vosotros, verdaderos y leales españoles, al mismo tiempo que me compadezco
de los males que habeis sufrido, no quedaréis defraudados en vuestras nobles esperanzas.
Vuestro soberano quiere serlo para vosotros, y en esto coloca su gloria, en serlo de una na-
cion heroica que con hechos inmortales se ha granjeado la admiracion de todas y conser-
vado su libertad y su honra. Aborrezco y detesto el despotismo; ni las luces y cultura de
las naciones de Europa lo sufren ya, ni en España fueron déspotas jamas sus reyes, ni sus
buenas leyes y Constitucion lo han autorizado, aunque por desgracia, de tiempo en tiem-
po se hayan visto, como por todas partes, y en todo lo que es humano, abusos de poder,
que ninguna Constitucion posible podrá precaver del todo, ni fueron vicios de la que te-
nía la nacion, sino de personas, y efectos de tristes, pero muy rara vez vistas, circunstan-
cias, que dieron lugar y ocasion á ellos. Todavía para precaverlos cuanto sea dado á la
prevision humana, á saber: conservando el decoro de la dignidad real y sus derechos,
pues los tiene de suyo, y los que pertenecen á los pueblos, que son igualmente inviola-
bles, yo trataré con sus procuradores de España y de las Indias, y en Córtes legítimamen-
te congregadas, compuestas de unos y otros, lo más pronto que restablecido el órden y los
buenos usos en que ha vivido la nacion y con su acuerdo han establecido los reyes mis
augustos predecesores, las pudiere juntar, se establecerá sólida y legítimamente cuanto
convenga al bien de mis reinos para que mis vasallos vivan prósperos y felices en una re-
ligion y un imperio estrechamente unidos en indisoluble lazo: en lo cual y en sólo esto
consiste la felicidad temporal de un rey y un reino que tienen por excelencia el titulo de
católicos; y desde jugo se pondrá mano en preparar y arreglar lo que parezca mejor para
la reunion de estas Córtes, donde espero queden afianzadas las bases de la prosperidad
de mis súbditos, que habitan en uno y otro hemiferio. La libertad y seguridad individual
y real quedarán firmemente aseguradas por medio de leyes que, afianzando la publica
tranquilidad y el órden, dejen á todos la saludable libertad, en cuyo goce imperturbable,
que distingue á un gobierno moderado de un gobierno arbitrario y despótico, deben vivir
los ciudadanos que estén sujetos á él. De esta justa libertad gozarán tambien todos, para
comunicar por medio de la imprenta sus ideas y pensamientos, dentro, á saber, de los lí-
mites que la sana razon soberana é independientemente prescribe á todos, para que no
degenere en licencia, pues el respeto que se debe á la religion y al gobierno, y el que los
hombres mutuamente deben guardar entre sí, en ningun gobierno culto se puede razona-
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CONDE DE TORENO
blemente permitir que impunemente se atropelle y quebrante. Cesará tambien toda sos-
pecha de disipacion de las rentas del Estado, separando la tesorería de lo que se asigná-
re para los gastos que exijan el decoro de mi real persona y familia, y el de la nacion á
quien tengo la gloria de mandar, de la de las rentas que con acuerdo del reino se impon-
gan y asignen para la conservacion del Estado en todos los ramos de su administracion; y
las leyes que en lo sucesivo hayan de servir de norma para las acciones de mis súbditos,
serán establecidas con acuerdo de las Córtes. Por manera que estas bases pueden servir
de seguro anuncio de mis reales intenciones en el gobierno de que me voy á encargar, y
harán conocer á todos, no un déspota ni un tirano, sino un rey y un padre de sus vasallos.
Por tanto, habiendo sido lo que unánimemente me han informado personas respetables
por su celo y conocimientos, y lo que acerca de cuanto aquí se contiene se me ha expues-
to en representaciones que de várias partes del reino se me han dirigido, en las cuales se
expresa la repugnancia y disgusto con que así la Constitucion formada en las Córtes ge-
nerales y extraordinarias, como los demas establacimientos políticos de nuevo introduci-
dos, son mirados en las provincias, y los perjuicios y males que han venido de ellos, y se
aumentarian si yo autorizase con mi consentimiento, y jurase aquella Constitucion. Con-
formándome con tan decididas y generales demostraciones de la voluntad de mis pueblos,
y por ser ellas justas y fundadas, declaro que mi real ánimo es, no solamente no jurar, ni
acceder á dicha Consitucion, ni á decreto alguno de las Córtes generales y extraordina-
rias, y de las ordinarias actualmente abiertas, á saber: los que sean depresivos de los de-
rechos y prerogativas de mi soberanía establecidas por la Constitucion y las leyes, en que
de largo tiempo la nación ha vivido, sino el declarar aquella Constitucion y decretos nu-
los y de ningun valor ni efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado ja-
mas tales actos, y se quitasen de enmedio del tiempo, y sin obligacion en mis pueblos y
súbditos, de cualquiera clase y condicion á cimplirlos ni guardarlos. Y como el que qui-
siere sostenerlos y contradijese esta real declaracion, tomada con dicho acuerdo y volun-
tad, atentaria contra las prerogativas de mi soberania y la felicidad de la nacion, y causa-
ria turbacion y desasosiego en estos mis reinos, declaro reo de lesa majestad á quien tal
osáre é intentáre, y que como á tal se le imponga pena de la vida, ora lo ejecute de hecho,
era por escrito, ora de palabra, moviendo ó incitando, ó de cualquier modo exhortando y
persuadiendo á que se guarden y observen dicha Constitucion y decretos. Y para que en-
tre tanto se restablece el órden, y lo que ántes de las novedades introducidos se observa-
ba en el reino, acerca de lo cual sin pérdida de tiempo se irá proveyendo lo que conven-
ga, no se interrumpa la administracion de justicia, es mi voluntad que entre tanto conti-
núen las justicias ordinarias de los pueblos que se hayan establecidas, los jueces de
letras adonde los hubiere, y las audiencias, intendentes y demas tribunales de justicia en
la administracion de ella, y en lo político y gubernativo los ayuntamientos de los pueblos,
segun de presente están, y entre tanto se establece la que convenga guardarse, hasta que
oidas las Córtes que llamaré, se asiente el órden estable de esta parte del gobierno del
reino. Y desde el dia que este mi decreto se publique, y fuere comunicado al presidente
que á la sazon lo sea de las Córtes que actualmente se hallan abiertas, cesarán éstas en
sus sesiones y sus actas, y las de las anteriores, y cuantos expedientes hubiere en su ar-
chivo y secretaria ó en poder de cualesquiera individuos, se recojan por la persona encar-
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gada de la ejecucion de este mi real decreto, y se depositen por ahora en la casa de Ayun-
tamiento de la villa de Madrid, cerrando y sellando la pieza donde se coloquen: los libros
de su biblioteca se pasarán á la real; y á cualquiera que tratare de impedir la ejecucion de
esta parte de mi real decreto, de cualquier modo que lo haga, igualmente lo declaro reo de
lesa majestad, y que como á tal se le imponga pena de la vida. Y desde aquel dia cesará
en todos los juzgados del reino el procedimiento en cualquiera causa que se hallare pen-
diente por infraccion de Constitucion, y los que por tales causas se hallaren presos ó de
cualquier modo arrestados, no habiendo otro motivo justo segun las leyes, sean inmedia-
tamente puestos en libertad. Que así es mi voluntad por exigirlo todo así el bien y la feli-
cidad de la nacion.
Dado en Valencia, á 4 de Mayo de 1814.— YO EL REY.— Como secretario del Rey,
con ejercicio de discretos, y habilitado especialmente para éste, PEDRO DE MACANAZ.
(23) No es ya de nuestra incumbencia hablar de estas Causas y persecuciones. Hijas,
al principio, de la iniquidad más insigne, continuaron del mismo modo hasta su termi-
nacion, que fué en las más por medio de una providencia gubernativa condenando á pre-
sidios y destierros, ó encerrando en conventos, á varones dignísimos, despues de haber-
los ajado villanamente, y afligido con todo género de tropelías y molestias. Tres comisio-
nes, escogidas sucesivamente entre los mayores adversarios de los perseguidos, no osaron
condenarlos. Ordenó Fernando por sí mismo lo que repugnaron fallar hombres feroces y
sedientos de venganza. Necesitaríase la pluma de un Tácito para pintar ciertos rasgos y
sucesos de aquel tiempo, dignos en esta parte de ponerse al lado de los de un Tiberio ó de
un Calígula, y dé hacer con ellos buen juego.
(24) Así sucedió en la causa formada al brigadier (hoy mariscal de campo) O. Juan
Moscoso, en la cual, al paco que acusaban á otros de sus compañeros por haber hablado
en favor de la Constitucion, motejaban en él su reserva y silencio, fundando en estas cua-
lidades un cargo que reputaba el fiscal merecedor de la pena de muerte. Cosa que recuer-
da lo que pone L. An. Séneca en la tragedia de Edipo, acto III, en boca de Creon, que di-
ce: Ubi non licet tacere, quid cuiquam licet?
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(25) Parece que entónces no se quiso en España sino acabar de un golpe con toda su
flor, á la manera de lo que expresa Tácito en la Vida de Agricola, hablando de Domicia-
no: Non jam per intervalla ac spiramenta temporum, sed continuò et velut uno ictu rempu-
blicam exhaustic.
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LIBRO VIGÉSIMOCUARTO (1808)
(26) Dˆno basileÙe, tÕn D’… ™xelhlacèj. Torbellino manda, habiendo sido expul-
sado Júpiter. (ARISTÓFANES, comedia de Las Nubes.)
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