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10 DE FEBRERO - BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPIRITU

 “
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos”. MATEO 5: 3

La primera bienaventuranza identifica el punto donde comienza toda obra espiritual en la vida del
hombre: un reconocimiento de la pobreza de nuestra propia condición. Es el resultado de un
momento de iluminación, producido por el Señor, donde desaparecen todas las cosas que nos han
llevado a creer que somos algo. Nos vemos como él nos ve: en un estado de bancarrota espiritual.
El mejor ejemplo de esto lo tenemos en la historia del hijo pródigo. Los días de gloria en los cuales
la vida era una sucesión de fiestas, facilitada por una abultada billetera y un interminable desfile
de admiradores, habían quedado atrás. Sentado entre los cerdos, con la ropa rasgada y sucia,
sintiendo el implacable acoso del hambre, el muchacho “volvió en sí”. Es decir, llegó un momento
en el cual vio su verdadera condición y entendió que estaba absolutamente perdido y solo en el
mundo. La pobreza de su condición lo llevó a emprender el camino de regreso hacia la casa de su
padre.
Pobreza de espíritu, debemos aclarar, no se refiere exclusivamente a la experiencia que
eventualmente nos conduce a la conversión. Más bien es una condición a la cual periódicamente
nos llevará de nuevo el Señor. A medida que transitamos por la vida, una y otra vez caemos en
posturas de soberbia y altivez que son contrarias al espíritu del reino. La única esperanza para
nosotros, en esas ocasiones, será volver a percibir nuestra real condición espiritual. Tal fue la
experiencia de Pedro que, llevado por su propio entusiasmo, quiso dar testimonio de su fidelidad a
Jesús entregando su vida por él. El quebranto, doloroso y profundo, le ayudó a ver con absoluta
claridad su condición personal.
Cristo proclamó que la bendición que acompañaba esta condición era poseer el reino de los cielos.
En esto, no podemos dejar de notar el marcado contraste con los conceptos del mundo, donde los
reinos se conquistan con fuerza y violencia. Las ambiciones agresivas de aquellos que han llegado
a las más altas posiciones en el mundo político, empresarial o cultural parecen confirmar la
observación de que en este mundo no hay espacio para los débiles ni los humildes. Y esto
creemos, hasta que aparece en medio nuestro una Madre Teresa, una diminuta figura que se
dedicó sin reservas a servir a los más olvidados de la tierra. Hacia el final de su vida caminó entre
los poderosos, entrevistó a presidentes y reyes, y compartió su mensaje con billones de personas.
Pero no lo logró por esfuerzo, sino por el camino de la pobreza de espíritu. En el ámbito espiritual,
el reino es entregado a aquellos que reconocen que no poseen aptitud alguna. Debemos recordar
la palabra del Señor a los israelitas, “en la conversión y en el reposo seréis salvos; en la quietud y
en confianza estará vuestra fortaleza”. (Isaías30.15).

NOTA: recuerde la importancia de orar, de dar el espacio para hablar con Dios. Por favor
ore junto con sus estudiantes.
11 DE FEBRERO - BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”.


MATEO 5: 4

El principio de una experiencia espiritual significativa, según lo que notamos en la primera


bienaventuranza, es reconocer la pobreza de nuestros propios corazones. Es hacer un inventario
de nuestros bienes, en lo que al espíritu se refiere, y descubrir que estamos completamente
desprovistos de riquezas en este ámbito de la vida.
Este descubrimiento podría ser el principio de algo nuevo, pero no necesariamente es así. Muchos
de nosotros reconocemos que hay aspectos de nuestra vida que están mal, pero esto no produce
en nosotros más que un encogerse de hombros. Incluso podría utilizarse el descubrimiento de
nuestra pobreza para una extraña manifestación de orgullo.
Cuando esta revelación es obra del Espíritu de Dios, sin embargo, nos conduce a este segundo
paso, que es el del llanto. Nuestra verdadera condición delante de Dios trae consigo una profunda
tristeza, porque entendemos cuán grande ha sido nuestra ofensa contra él. En su misericordia, él
permite que derramemos lágrimas por nuestra situación, porque las lágrimas son el principio de la
sanidad.
Esta verdad es contraria a muchas de las enseñanzas que nos transmite nuestra cultura,
especialmente si somos hombres. “Los hombres no lloran”, nos decían nuestros mayores, aun
cuando no teníamos suficiente edad siquiera para entender lo que era un hombre. La ausencia de
lágrimas, no obstante, denota una extraña dureza de corazón, producto de una falta de contacto
con nuestra vida emocional. Quien no llora, aprendió en algún momento de su vida, que las
lágrimas solamente le traían problemas. En su deseo de evitar estas dificultades, reprimió un
aspecto de su personalidad que es tan natural y necesario como alimentarse.
David, uno de los hombres más genuinamente espirituales en la Biblia, frecuentemente derramó
lágrimas. En el Salmo 6 confesó que había regado su cama con sus lágrimas. En el Salmo 42
declaró que sus lágrimas habían sido su pan de día y de noche. Cristo lloró en más de una
oportunidad por cosas que nosotros ni siquiera entendemos (Juan:32-36; Lucas 19:41-42; Hebreos
5:7). Pedro lloró desconsoladamente luego de negar a su Señor (Mateo 26:69-75). Todo esto
indica una manera natural de expresar tristeza y abrir las puertas al obrar de Dios.
Es precisamente a esto que Cristo apunta cuando declara que los que lloran son bienaventurados.
Sus lágrimas no los dejarán vacíos y solos. El llanto de origen espiritual no produce desconsuelo (2
Corintios 7:10). Junto al llanto vendrá la mano tierna de Dios, que consuela a los afligidos y seca
sus lágrimas, pues él es un Dios que “sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas” (Sal
147-:3). Quien ha experimentado este consuelo sabe que luego del llanto uno se siente purificado
y refrescado, como la tierra sobre la cual ha caído la lluvia. Como líderes, debemos animar a
nuestra gente a ser genuinos en la expresión de sus sentimientos, y también lo debemos ser
nosotros. No es ninguna vergüenza llorar por la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas.
¡Benditas lágrimas celestiales!
QUERIDO MAESTRO: no olvide orar antes de terminar el tiempo devocional.
12 DE FEBRERO - BIENAVENTURADOS LOS MANSOS
Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.
MATEO 5: 5

Las primeras dos bienaventuranzas tienen que ver con un estado espiritual producido por la
intervención de Dios en nuestras vidas. Se refieren a la acción del Espíritu por la cual logramos
descubrir nuestra verdadera condición humana. Quedan desnudados todas las posturas y
actitudes que en algún momento nos llevaron a pensar que éramos algo. Nuestra penuria
espiritual se torna dolorosamente evidente y nos quebrantamos internamente por esta realidad
tan radicalmente opuesta a la que creíamos poseer.
La bienaventuranza de hoy está apoyada sobre la condición espiritual que describe la primera y
segunda bienaventuranzas. Al igual que los eslabones de una cadena, esta condición no puede
existir aislada de la pobreza y el quebranto espiritual. La mansedumbre, no obstante, nos
introduce en el plano de las relaciones humanas. Es importante que entendamos que las
relaciones sanas no dependen de la calidad de las personas que la componen, sino de la existencia
de un fundamento espiritual que permite que nos veamos tal cual somos.
La mansedumbre es la actitud que confirma que la conciencia de pobreza espiritual es
verdaderamente producto de un accionar de Dios, y no de nosotros mismos. Cuando estamos
vestidos de mansedumbre podemos aceptar, con una actitud de quietud y sosiego interior,
aquellas cosas que nos resultan dolorosas, humillantes o difíciles. Cuando otros pueden acercarse
a nosotros para señalar nuestros defectos y errores, no reaccionamos con airada indignación,
buscando justificar lo injustificable. Es el Espíritu el que ha traído a la luz estas mismas condiciones
y por eso podemos tomar las palabras de los demás como una confirmación de lo que ya nos ha
sido revelado.
Frente a situaciones de injusticia somos lentos para reaccionar. No nos preocupan los insultos o las
acciones que dañan nuestra reputación. Estamos confiados en que Dios defiende a los suyos y no
requiere de nuestra ayuda para hacerlo. Tal fue la actitud de Moisés cuando se levantaron contra
él María y Amón (Números 12) o los hijos de Coré (Números 16). La Palabra lo describe como el
hombre más manso de la tierra (Números 12:3). Jesucristo invitó a todos los cargados y
angustiados a que se acercaran a él, porque él era “manso y humilde de corazón” (Mt 11.29). En el
momento más duro de su trayectoria terrenal demostró mansedumbre absoluta; “cuando lo
maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba» (l Pedro 2.:23). No
podemos evitar la sospecha de que gran parte de nuestra fatiga se debe, precisamente, a nuestros
interminables esfuerzos por defender y justificar lo nuestro.
Una vez más, vemos que la recompensa marca un fuerte contraste con los conceptos típicos del
mundo. La tierra, afirma la filosofía de estos tiempos, es de aquellos que no «se dejan estar». En el
reino de los ciclos, la tierra es precisamente de aquellos que dejan de luchar, argumentar y pelear
para asegurarse del reconocimiento que, según entienden, les pertenece. Descansan en Dios y
saben que él es el que levanta y derriba, el que sostiene y el que quita. Es ampliamente generoso
para velar por los intereses de sus hijos.
ORACIÓN: Señor Jesús, te alabamos y te agradecemos por el día que nos das. Te
suplicamos que nos ayudes a tener una actitud de quietud y sosiego frente a las cosas que
nos resultan dolorosas, humillantes o difíciles. En el nombre de Jesús, amén.
13 DE FEBRERO - HAMBRE Y SED DE JUSTICIA
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
MATEO 5: 6

Hemos estado meditando en el proceso por el cual DlOS conduce a alguien a que tome conciencia
de una verdadera condición espiritual. Al percibir, por medio del Espíritu, su pobreza frente a las
cosas de DlOS, la persona se siente quebrantada. Se resiste a la tentación de argumentar y
defender su situación. Lo que otros pueden decir de su persona solamente le sirve de
confirmación para lo que ya le ha sido revelado por DIOS.
Este proceso de quebranto, en el cual repudiamos la manera en que hemos estado viviendo hasta
este momento, podría bien prestarse para que se forme en nosotros la decisión de producir un
cambio en nuestras vidas, no Importa cuál sea el costo ni el camino a recorrer. He aquí el
verdadero peligro que lleva esta revelación, pues podría impulsarnos a asumir nosotros la
responsabilidad del cambio, viendo el punto en el cual hemos fallado, hacemos voto de que no
volverá a ocurrir y ponemos toda nuestra energía en producir el cambio que juzgamos necesario
para no volver a caer. Una decisión de esta naturaleza no haría más que descarnar la obra que el
Señor está llevando adelante en nuestros corazones.
Las bienaventuranzas revelan un camino diferente, el camino de la acción soberana de DIOS. Las
declaraciones de Cristo no describen un método a seguir, cuyo resultado está garantizado si
cumplimos con cada paso del proceso. Ni bien asumimos nosotros el control del proceso de
transformación en nuestras vidas se detendrá nuestro crecimiento espiritual. Al Igual que el hijo
pródigo, no podemos traerle al Padre nuestra idea de cómo debe tratar con nuestras vidas,
porque él ya sabe lo que necesitamos y no precisa de nuestras sugerencias. Nos debe servir de
advertencia la pregunta que Pablo hizo a los Gálatas “Habiendo comenzado por el Espíritu, ¿vamos
ahora a seguir por la carne?” (Gálatas 13 3). Nuestra respuesta tiene que ser rotunda “¡De ninguna
manera!”.
El camino que se abre delante nuestro es venir al Señor con nuestras debilidades y nuestros
errores, para clamar a él por esa obra que solamente el Espíritu puede realizar. Por eso esta
bienaventuranza expresa que la bendición se encuentra en tener hambre y sed de Justicia. La
Justicia no es algo que el hombre puede elaborar, sino una realidad que es producto de la
intervención divina. La transformación que tanto anhelamos la tenemos que buscar de sus manos
“Cristo en nosotros” es la respuesta que procuramos.
La recompensa, según lo señala Cristo, es que esta hambre será satisfecha. DlOS no se quedará
quieto ante nuestro clamor, pues “no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse
de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin
pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y
hallar graciapara eloportuno socorro” (Hebreos 4:15-16) ¡Él está más interesado que nosotros en
producir esa transformación que buscamos!

NOTA: querido maestro no olvide orar junto con sus estudiantes. Ore por sus necesidades.
14 DE FEBRERO - BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.
MATEO 5: 7
En esta bienaventuranza tenemos una de las más claras evidencias de que es Dios el que está obrando
transformación en la vida y no la persona misma. La misericordia se refiere específicamente a una
sensibilidad al dolor de otros que, a su vez, produce un deseo de aportar alivio al afligido. Este
sentimiento es el que más refleja el carácter de Dios, pues la misericordia tiene que ver con un corazón
compasivo, bondadoso y tierno, que no mide si la otra persona es merecedora de nuestro socorro, sino
que se da a sí mismo por el bien del otro.
Es lógico que esta actitud de misericordia sea el fruto de una vida que tiene hambre y sed de justicia, ya
que las bienaventuranzas se refieren a una progresión espiritual. Esa necesidad espiritual solamente
puede ser saciada al entrar en intimidad con Dios mismo. La cercanía a su persona, sin embargo, no
solamente sacia las necesidades de nuestra alma, sino que comienza Él a contagiarnos de un interés
por la realidad que afecta la vida de los demás. Ya no juzgamos con dureza a aquellos que están en
situaciones difíciles, condenándolos porque vemos en sus vidas las claras consecuencias del pecado.
Más bien, comenzamos a ver que son personas atrapadas en un sistema maligno, enceguecidas por las
tinieblas de este mundo, que necesitan con desesperación que alguien se les acerque para indicarles el
camino hacia la luz y la vida.
No hace falta señalar que la expresión de la misericordia muchas veces escandaliza a aquellos que
pretenden ser los auténticos defensores de todo lo que es bueno y justo. Los fariseos, por ejemplo, no
mostraron una pizca de misericordia hacia la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8:1-11). Lejos de
extenderle la misericordia necesaria para que sea librada del lazo en el que había caído, la trajeron a
Jesús con el deseo de sellar la condenación que ya habían formado en sus propios corazones. Jesús no
dijo, en ningún momento, que aprobaba la práctica del adulterio. Sin embargo, demostró compasión
por esta mujer afirmando que no la condenaba, aunque era digna de condenación.
De la misma manera, Simón el fariseo se mostró horrorizado de que el Maestro permitiera que una
mujer pecadora le tocara (Lucas: 36-50). ¡Un fariseo jamás hubiera tenido contacto con esta clase de
persona! Jesús, no obstante, le extendió la bondadosa compasión de Dios y fue, literalmente,
transformada en otra persona. Cuando hemos sido alcanzados por la misericordia, podemos ser
también misericordiosos con otros. Para esto, es necesario que Dios periódicamente nos recuerde lo
mucho que él nos ha perdonado a nosotros, pues el que mucho ama, mucho ha sido perdonado.
En varios momentos durante su peregrinaje Cristo les recordó a los discípulos que Dios sería generoso
con aquellos que eran generosos. El principio es claro: todos hemos recibido la invitación a ser parte
del reino. Pero una vez que hemos sido admitidos, es inadmisible que no tengamos la misma actitud de
misericordia hacia los demás, que ha sido mostrada hacia nuestras personas. Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos recibirán aún mayores demostraciones de misericordia.

ORACIÓN: Amado Dios, te damos gracias por tu misericordia, por tu bondad, porque
aunque somos infieles, tu permaneces fiel. Te suplicamos que nos hagas hombres y
mujeres llenos de misericordia y compasión por los demás.

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