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16 de JUNIO- LA MEDIDA DE LA FE

LUCAS 17: 5 – 6

dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe.

entonces el Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro:
Desarráigate, y plántate en el mar; y os obedecería.
El pedido de los discípulos no ha de extrañarnos si tenemos en cuenta lo que Cristo les estaba
tratando de enseñar. El tema que compartía era sobre el perdón. En esta ocasión, el Señor les
había pedido ¡algo realmente imposible de cumplir! Si un hermano venía siete veces en el día para
pedir perdón por alguna ofensa cometida, porque sinceramente estaba arrepentido, entonces los
discípulos debían perdonarlo. Ante semejante desafío los discípulos, alarmados, lógicamente
solicitaron más fe. Es difícil convivir con un hermano, en el mejor de los casos. Pero perdonarlo
siete veces en un mismo día, sin fastidiarse ni amargarse... ¡esto sí que es para gigantes
espirituales!

En la reacción de los discípulos encontramos uno de los conceptos populares más arraigados en el
pueblo de Dios, y es que la fe viene en diferentes cantidades para ser distribuida en mayor o
menor grado en la vida de aquellos que siguen al Señor: De allí provienen frases tan comunes
como «hermanos, cantemos esta canción con más fe» o «es una persona de mucha fe, y por eso
Dios la usa». Los que tenemos vidas que carecen de las más deslumbrantes manifestaciones de
Dios pertenecemos a la categoría de personas que tienen poca fe.

Cristo, en el pasaje de hoy, intentaba corregir esta idea errada sobre la fe. Cuando pensamos que
el tamaño de la fe de una persona es lo que hace la diferencia, automáticamente estamos
avanzando por un camino errado, porque ponemos el acento en nosotros y no en Dios. Para
modificar su pensar, e Señor tomó la ilustración de un grano de mostaza. La semilla del grano de
mostaza es excesivamente chica. Son pocas las personas que, al verla, creen que están frente a
algo con increíble potencial.

En lo que a la fe respecta, la clave no está en el tamaño, sino en la PERSONA en que se deposita la


fe. Es por esto que en la vida espiritual no hacen falta grandes cantidades de fe, ya que es en quién
se deposita la fe lo que hace la diferencia. Dios es todopoderoso, soberano y maravilloso. Quien
cree en él puede experimentar en su propia vida todos sus extraordinarios atributos.

En realidad, la cuestión no está en tener o no tener fe porque, a decir verdad, todos tenemos fe.
Sin embargo, muchos de nosotros no orientamos nuestra fe hacia Dios, sino que la depositamos
en nuestros propios criterios o en las opiniones de otros que están a nuestro alrededor. No ha de
sorprendernos, entonces, que nuestra fe produzca escasos resultados. Para que empiece
realmente a verse el obrar de Dios en nosotros, es necesario que orientemos nuestra fe -aun
siendo está excesivamente pequeña- exclusivamente hacia la persona de Dios. ¡Allí sí que veremos
la extraordinaria manifestación de un árbol que se desarraiga para plantarse en el mar!
17 de JUNIO- LA ESENCIA DE LA FE

LUCAS 17: 5 – 6

dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe.

entonces el Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro:
Desarráigate, y plántate en el mar; y os obedecería.

El concepto de la obediencia aparece tres veces en este corto pasaje sobre la fe. Lo vemos en el
texto que hoy nos ocupa, pero también aparece en el versículo 9 y una tercera vez en el versículo
10. La mención de la obediencia en este contexto nos da una importante pista acerca de lo que
es, en realidad, la fe.

Entre nosotros es común el concepto de que la persona de fe es aquella que se atreve a pedirle
cosas a Dios que nosotros jamás nos atreveríamos a pedir: Miramos con cierta envidia su vida,
porque parece conseguir resultados más extraordinarios que lo que nosotros conseguimos.
Creemos que esto se debe a que esta persona posee mucha fe y se anima a soñar en grande

La fe, según lo que Cristo enseñó a sus discípulos, está ligada con los proyectos de Dios, no de los
hombres. La fe no es un cheque en blanco que Dios les da a sus discípulos para que pidan lo que
quieran, sabiendo que él se compromete a respaldarlos en cualquier cosa que se propongan. Más
bien es la convicción de que Dios cumplirá lo que él ha hablado.

No hace falta más que un rápido recorrido por la vida de algunos de los grandes héroes de la fe
para ver que en cada situación no hicieron más que obedecer las instrucciones que habían
recibido. Abraham pudo ofrecer a Isaac en sacrificio porque creyó la palabra que había recibido
acerca de un heredero. Moisés dividió las aguas del Mar Rojo porque creyó la palabra que recibió
de Dios. También sacó agua de la roca porque Dios mismo le había mandado que así lo hiciera.
Josué vio la destrucción de Jericó porque aceptó las instrucciones que Dios le dio acerca de aquella
ciudad. Elías derrotó a los profetas de Baal porque había hecho todas las cosas según la palabra
que había recibido de Dios.

Este es, de hecho, el argumento principal del autor de hebreos. En el capítulo 4 escribe:
“Temamos, pues, no sea que, permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de
vosotros parezca no haberlo alcanzado. También a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva
como a ellos; a ellos de nada les sirvió haber oído la palabra, por no ir acompañada de fe en los
que la oyeron” (1-2). De manera que es imposible ejercer fe en algo que no hemos recibido por
palabra del Señor, porque la fe solamente es aplicable a aquellas situaciones donde Dios ha
hablado con claridad y nos invita a creerle. En el acto de movemos según las instrucciones que
hemos recibido es que encontramos la demostración de la fe.
18 DE JUNIO-LO ORDINARIO DE LA FE

LUCAS 17: 9 – 10

¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no.
10 
Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos
inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.

Hemos estado considerando algunos aspectos de este pasaje que presenta una de las enseñanzas
que Cristo les dio a los discípulos acerca del tema de la fe. En nuestra reflexión de hoy queremos
examinar el ejercicio de la fe en la vida del cristiano.

Subsiste una tendencia entre nosotros a creer que el ejercicio de la fe en la vida es algo especial.
Cuando relatamos anécdotas donde se vieron extraordinarias manifestaciones de fe lo hacemos
con ese asombro de quienes están frente a algo increíble. Hay personas que creen que hay otras
que poseen una capacidad especial para moverse en fe, personas que están en otra dimensión de
la vida espiritual que nosotros. Esto no hace más que recalcar que estamos distanciados de la clase
de vida que deberíamos estar viviendo en Cristo Jesús.

En el pasaje de hoy Cristo ilustró esta verdad con el trabajo de un siervo en el campo. Habiendo
recibido instrucciones al inicio del día, el siervo salió y trabajó toda la jornada en lo que se le había
mandado. Cuando llegara la tarde, ¿el amo de aquel siervo lo esperaría con la cena lista, como
premio por el buen desempeño que tuvo durante el día de trabajo? ¡Por supuesto que no! No
recibiría ningún tipo de reconocimiento, porque en realidad no había estado haciendo más que
cumplir con lo que se le había mandado hacer.

De la misma manera, el discípulo que vive por fe no está demostrando un extraordinario


compromiso con Cristo, ni avanzando más allá de lo que se espera de él. Simplemente está
viviendo de la manera que su amo espera. Moverse por fe, entonces, no es vivir con un mayor
grado de compromiso que los demás. Es, simplemente, vivir la vida espiritual como Dios manda. El
nos da a cada momento sus instrucciones, y nosotros obedecemos, haciendo exactamente lo que
él nos indica hacer. No tiene ningún mérito lo que hacemos.

Tratar con especial reverencia a aquellas personas que se mueven por fe no hace más que ofrecer
un elocuente testimonio de la pobreza de nuestra propia vida espiritual.

Se cuenta que Jorge Müller, el hombre que fundó incontables orfanatos moviéndose solamente
por fe, visitó muchas iglesias en los últimos años de su vida, dando testimonio de cómo el Señor
había provisto fielmente para las necesidades de miles de niños. La gente que lo escuchaba se
maravillaba del gran compromiso que tenía este hombre. Müller les señalaba, sin embargo, que él
no había hecho nada extraordinario. Simplemente escogió creer las promesas del Señor cada día
de su larga vida. Había hecho lo que se le pide a todo el que cree en Cristo, y eso no tiene ningún
mérito en el reino.
19 DE JUNIO-LA META DEL MINISTERIO

COLOSENSES 1: 28 – 29
28 
a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda
sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre;
29 
para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en
mí.

En estos dos versículos encontramos 3 aspectos:

En primer lugar, el gran apóstol afirma que su objetivo es presentar a todo hombre perfecto en
Cristo. Para entender esto, es necesario que tengamos conocimiento del sentido de la palabra en
el griego. Cuando Pablo habla de «perfecto» no se está refiriendo a un estado en la cual ha dejado
de existir el pecado. La perfección, en el concepto paulino, tiene que ver con restaurar en una
persona los propósitos originales de la creación. En otras palabras, la obra ministerial tiene como
objetivo volver a colocar al hombre en la relación y el funcionamiento que tenía en mente Dios
cuando 10 creó. Es restaurar todo aquello que quedó desvirtuado por el pecado. Sm lugar a dudas
esta es una tarea que demanda toda una vida

En segundo lugar, el apóstol nos dice que el método a seguir tiene, que ver con una doble función:
amonestar y enseñar. Quien conoce algo de la vida espiritual sabe que es imposible construir
sobre un fundamento equivocado. El fundamento debe ser el que exige la Palabra de Dios. Para
esto, es necesaria la tarea de amonestar, que denuncia todo aquello en la vida del hombre que
ofende la persona de Dios. Una vida, sin embargo, no se puede edificar solamente en base de
amonestaciones. A la amonestación se le tiene que agregar la enseñanza acerca de la clase de vida
que el Señor pretende para sus hijos

En tercer lugar, esta enseñanza debe ser dada con toda sabiduría. No se puede tratar al ser
humano como si fuera una máquina, ni tampoco como si todos hubieran sido creados
exactamente iguales. Si bien cada persona tiene rasgos en común con sus pares, también es
verdad que todo individuo tiene característica~ únicas que lo distinguen de los demás. Enseñar
con sabiduría significa discernir la realidad de cada persona y presentar la verdad en un formato
que la hace comprensible dentro de su cultura particular. Como maestros, debernos evitar las
enseñanzas «enlatadas» que son iguales para todos.

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