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Raquel Rodríguez Rubio, Políticas educativas específicas, Recensión final

Puelles Benítez, Manuel de (2006). Problemas actuales de política educativa. Madrid:


Morata.
I. INTRODUCCIÓN
El documento seleccionado para la presente recensión está dirigido tanto a los profesionales
de la educación en sus diferentes vertientes como a quienes, siendo profanos, sienten un
especial interés por la materia.
Constituye, en esencia, un lúcido y exhaustivo análisis del panorama educativo
contemporáneo en Occidente desde una perspectiva de marcado carácter diacrónico y
narrativo que, no obstante, lejos de ser lineal, se cimenta en continuos viajes de ida y vuelta: el
presente interpreta y categoriza el pasado, el pasado glosa y explica el presente, y ambos se
proyectan hacia el futuro.
El autor presupone la naturaleza indisoluble, no antinómica, del binomio política – educación y
aborda su objeto de disertación desde una perspectiva anti-factual, esto es, reconociendo la
imposibilidad de separar los acontecimientos de las circunstancias en las que se desarrollan así
como de los valores que los impregnan. En su papel de cronista, lejos de rehuir toda
subjetividad hace suyas las palabras del profesor Castells: “(…) no soy, no quiero ser, un
observador neutral y despegado del drama humano”, actitud que se manifiesta en todas y
cada una de las páginas del libro.
Vista la imposibilidad (y la no conveniencia) de desligar educación y contexto político, social y
económico, conviene abrir la reseña con una breve relación de los hitos más significativos en el
devenir de la educación, a fin de activar un marco de referencias en el que insertar después las
cuestiones planteadas por el autor. Comenzamos, pues, con lo que hemos dado en llamar una
Breve biografía de la educación.

II. BREVE BIOGRAFÍA DE LA EDUCACIÓN


Punto de partida: el Estado de Bienestar
Una biografía de la educación escrita desde la contemporaneidad podría tener como punto
de partida la Segunda Posguerra Mundial, por ser el periodo en el que la educación (junto a la
sanidad y la protección social) se erige en objeto de intervención estatal. El Estado de Bienestar
alcanza su plenitud una vez consolidada la convicción de que el Estado debe ser garante
activo de una serie de derechos sociales y prestacionales, a fin de salvaguardar el principio de
igualdad, imprescindible, por otro lado, para el ejercicio de unos derechos (y libertades) civiles
y políticos ya afianzados.
Si bien la noción de educación universal, a estas alturas, poseía una trayectoria secular que
hundía sus raíces en el Estado Liberal resultante de la Revolución Francesa, es ahora cuando se
manifiesta en toda su envergadura al hacerse extensiva a todos los niveles de formación. La
bipolaridad propia de etapas anteriores, que restringía la universalidad de la educación a la
formación básica y reservaba las etapas formativas posteriores a las clases media y alta, se
resquebraja definitivamente bajo el auspicio de nuevas políticas educativas que contemplan
en su estructura y en su currículo una educación comprensiva: de todos, para todos y en todas
las etapas.
Obviamente, el periodo de tiempo mencionado así como las circunstancias y logros asociados
no penden en el vacío, muy al contrario, se insertan en un continuum de acontecimientos de
compleja casuística; es decir, en esta biografía de la educación existe un antes y un después…
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El antes: El Estado Liberal


La Revolución Francesa puso fin a la estructura social absolutista, estamental y clerical propia
del Antiguo Régimen e inauguró un nuevo modelo de sociedad asentado sobre los principios
de libertad, igualdad y fraternidad. En lo que concierne a la educación, la magnitud del
cambio supuso un giro de ciento ochenta grados en su concepción. Si hasta ese momento
constituía una esfera predominantemente privada monopolizada por las congregaciones
religiosas, ahora se proclama su universalidad y su gratuidad. En dicha transformación fue
relevante el papel desempeñado, de un lado, por el proceso de secularización, esto es, la
estatalización de funciones y responsabilidades que anteriormente estaban en manos de la
Iglesia; y de otro lado, por el proceso de sistematización gracias al cual el mosaico informe de
entidades e instituciones educativas yuxtapuestas del régimen anterior se define, clasifica y
jerarquiza dando lugar a una estructura organizada en dos niveles: el nivel elemental o
enseñanza primaria, de carácter gratuito y universal; y el nivel de enseñanza media y superior,
no universal y no gratuito, dirigido primordialmente a la clase media y alta. Nos encontramos,
sin lugar a dudas, ante el acto fundacional de los sistemas públicos de enseñanza actuales, aun
cuando todavía quede pendiente de resolución el acceso sin restricciones a las etapas
formativas secundaria y superior. Se había iniciado el camino.
El después: Tendencias neoliberales y neoconservadoras
El Estado de Bienestar en el que se forjó la escuela comprensiva, punto de partida de esta
biografía de la educación, empezó a tambalearse en las últimas décadas del siglo XX,
consecuencia, entre otras circunstancias, de la crisis económica de 1973 y del hundimiento del
comunismo en el bienio 1989 – 1991. Corrientes neoliberales de diferente signo e intensidad
aprovecharon la coyuntura para abrirse paso, enarbolando un discurso que se apoyaba en la
insuficiencia de recursos económicos y en el fracaso de las políticas prestacionales como
argumentos para promover el desmantelamiento de todo intervencionismo estatal en favor de
políticas de mercado que se hicieron extensivas al ámbito educativo. La educación se
convertía así en producto cuyo valor dependía de la oferta y la demanda, reguladas a su vez
por la noción de competitividad. Se toman medidas que favorecen la privatización de la
enseñanza en perjuicio de la formación pública, al amparo del principio de libertad de
creación y elección de centros, y relegando a un segundo plano el principio de igualdad.
Paralelamente, reaparecen en escena planteamientos neoconservadores que abogan, ahora
sí, por una fuerte intervención del Estado en materia curricular y evaluativa, a fin de recuperar
viejos valores tradicionales sobre los que asentar una educación “de calidad”, así como de
controlar el rendimiento de los escolares y de los propios centros docentes.
III. PROBLEMAS ACTUALES DE POLÍTICA EDUCATIVA
Sintetizar el abanico de aspectos tratados por el profesor Puelles ha constituido una tarea de
gran complejidad. Hemos optado, finalmente, por elegir dos cuestiones que consideramos de
especial relevancia, a las que hemos vinculado otros contenidos presentes en el libro. Esas dos
cuestiones son: los fines de la educación y la antinomia libertad e igualdad.
Los fines de la educación
No es exagerado afirmar que la búsqueda de respuesta a la pregunta ¿Para qué sirve la
educación? supone adentrarse en las entrañas mismas de la ballena, no en vano es una
cuestión que ya preocupaba a nuestros ancestros y que siempre ha estado teñida de
polémica.
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Existen una serie de fines generales que por su carácter impreciso, vago e incluso un tanto
utópico son atemporales. Figuran entre ellos la transmisión inter-generacional del legado
cultural, el desarrollo omnicomprensivo de la persona tanto en su dimensión intelectual como
moral, así como la instrucción en aquellos saberes prácticos que permiten al individuo insertarse
en la sociedad y conseguir plena autonomía.
El debate y la falta de consenso emergen en un nivel mayor de concreción, ante preguntas
cuyas respuestas están condicionadas tanto por el contexto histórico y las demandas sociales
asociadas como por los valores, los intereses y las ideologías de quienes ostentan el poder:
¿Qué aspectos conforman el legado cultural que debe transmitirse a las futuras generaciones?
¿Qué se entiende por dimensión intelectual y moral y qué elementos las integran? ¿Qué
saberes prácticos facilitan nuestra inserción en la sociedad y nos hacen autónomos?
Durante el Antiguo Régimen, la educación, propiedad exclusiva de las órdenes religiosas, tenía
como fin último la formación de buenos cristianos. Con el advenimiento del Estado Liberal y la
universalización de la enseñanza, se le atribuye, sin embargo, la función de educar a los
ciudadanos para el buen ejercicio de sus derechos y libertades, consolidando así el nuevo
modelo de Estado. En un momento posterior, los derechos sociales adquiridos durante el Estado
de Bienestar plantean como nuevo reto educativo la formación para la participación social; y
los sistemas democráticos, por su parte, requieren de una educación que promueva las
capacidades y los valores propios de la deliberación. La globalización ha traído consigo, por un
lado, la internacionalización del mercado laboral, cuyas exigencias actuales sirven de
justificación para que las ciencias y las matemáticas ocupen un lugar preeminente; y por otro
lado, la multiculturalidad de las sociedades contemporáneas, que requiere de una educación
en y para la diversidad y la convivencia…
Ante este alud de ejemplos, se hace evidente que educación y sociedad caminan parejo. El
dinamismo de esta se hace extensivo a aquella, y a la inversa, de ahí la legitimidad y la
necesidad (para bien y para mal) de que las cuestiones sugeridas anteriormente sean de
respuesta múltiple, lo contrario iría contra natura, si bien esas respuestas deberían tener como
referente las demandas de la comunidad escolar y de los agentes sociales, y no los intereses
partidistas.
En lo que concierne al contexto actual, nos encontramos inmersos en un periodo de
desconcierto e incertidumbre en el que resulta especialmente difícil y al mismo tiempo urgente
replantearse los fines de la educación. Se observa un alarmante desajuste entre las demandas
de una sociedad globalizada, sumida en un flujo constante y veloz de conocimientos que
enseguida se tornan obsoletos, y las propuestas educativas de corte neoconservador
empeñadas en reproducir y perpetuar viejos patrones de transmisión y de contenidos. Lejos de
contribuir al desarrollo del individuo y a su preparación para la vida, la educación se ha visto
reducida a la promoción académica y a la superación de pruebas evaluativas, si bien
disfrazado todo ello de tecnicismos al uso. Los sistemas educativos se han estancado, y el
estatismo, como ya se ha mencionado en otro lugar, va contra natura. Se suma a todo ello la
sucesión constante de reformas educativas de corta duración y escaso calado, pues se
aplican en función del signo político de la clase dirigente. Ahora más que nunca se impone
amplitud de miras, exhaustivo análisis de entorno y consenso político a la hora de abordar las
reformas. Es el momento de recuperar la visión holística de la educación propia de la paideia
clásica, definiéndola en función de las nuevas circunstancias. En palabras del profesor Puelles,
“En definitiva, se trata de que la escuela ofrezca al sujeto de la educación los imprescindibles
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marcos de referencia, las pautas que le permitan entender el mundo actual”. Dicho fin es
inalcanzable haciendo oídos sordos a ese mundo actual y reformando sin considerar la cultura
escolar y los agentes que la integran.
La antinomia Libertad e Igualdad
Aunque ambos principios brotaron de la misma semilla, la Revolución Francesa, progresaron a
ritmos diversos. El Sistema Liberal dio prioridad a los derechos civiles asociados al principio de
Libertad. En un afán por reparar las prácticas abusivas del régimen absolutista anterior, urgía la
necesidad de crear mecanismos para blindar y proteger al ciudadano, restituyéndole un
espacio de autonomía frente a la intervención del Estado. Habría de pasar más de un siglo, sin
embargo, para el afianzamiento de los derechos sociales que subyacen al principio de
igualdad, surgidos bajo el ala del Estado de Bienestar. En lo que a la educación en territorio
nacional se refiere, libertad e igualdad confluyen por vez primera en la Constitución española
de 1978, cuyo artículo 27.1 proclama el derecho a la educación y la libertad de enseñanza.
Resulta paradójico que dos principios que beben de la misma fuente y poseen el mismo rango
constitucional no tardaran en ser antinómicos. La antonimia fue y sigue siendo fruto de la falta
de consenso entre los partidos políticos que alternan en el poder, obsesionados por dejar
constancia de sus tendencias ideológicas en las sucesivas reformas educativas.
Los gobiernos socialistas, desde la victoria electoral de 1984, han aplicado políticas educativas
de marcado cariz igualitario, articuladas en torno a tres ejes: igualdad de acceso, igualdad de
condiciones e igualdad de resultados. Los logros fueron especialmente significativos durante las
primeras legislaturas: el incremento de la oferta escolar para facilitar el acceso a la educación
surtió efecto y se alcanzó un 100% de escolarización, además de extenderse la gratuidad al
Bachillerato y a la Formación Profesional. A la igualdad de condiciones y de resultados, por su
parte, contribuyeron la creación de la educación compensatoria, la diversificación curricular, el
desdoblamiento de aulas, las aulas de enlace… entre otras medidas.
Los partidos de signo contrario, sin embargo, son afines a la línea de pensamiento y al modelo
social propios del “thatcherismo”, tanto en su vertiente neoliberal como en su vertiente
neoconservadora, es decir, de una parte, abogan por reducir al mínimo la intervención del
Estado y dejar en manos del mercado los servicios prestacionales en materia de sanidad,
educación y protección social que aquel ofrecía; y de otra parte, defienden la recuperación
de valores tradicionales patrióticos y confesionales a fin de reforzar la noción de Estado. En
materia de educación, ello supone relegar a un segundo plano las políticas educativas
igualitarias en favor del principio de libertad, cuyos ejes vertebradores son la libertad de
creación de centros privados y la libertad de elección de centro; y dejar, sin embargo, bajo el
control del Estado el diseño de un currículum básico de aplicación suprarregional.
La objeción a las políticas educativas orientadas a la igualdad radica quizá en la desmesura da
fe depositada en la educación como herramienta para erradicar las desigualdades sociales.
Sin el respaldo de políticas económicas y sociales que compensen el desigual capital cultural
antes de acceder al sistema escolar, la tarea es prácticamente imposible.
De mayor envergadura y calado son los inconvenientes reprochables a las políticas educativas
neoliberales y neoconservadoras. La libertad que los neoliberales abanderan solo es legítima si
previamente se han creado las condiciones adecuadas para que todos los ciudadanos
puedan ejercerla, de lo contrario, se produce un irremediable aumento de las desigualdades.
Por otro lado, los valores tradicionales que los neoconservadores pretenden recuperar

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(patriotismo, religión, y familia patriarcal, entre otros) son completamente anacrónicos en las
sociedades contemporáneas, multiculturales en esencia. Son, en todos los casos, políticas
restrictivas, no inclusivas, que desmantelan la educación comprensiva, lo cual supone un
retroceso cuanto menos inquietante. Están basadas, además, en un presupuesto de dudosa
veracidad, esto es, la mediocridad educativa atribuida a las políticas educativas de
intervención estatal.
A este respecto, es necesario hacer varias observaciones. En primer lugar, la validez de los
criterios utilizados para realizar ese diagnóstico. Si la referencia son los resultados de los informes
Pisa, los expertos no partidistas coinciden en no estar de acuerdo con las interpretaciones
apocalípticas difundidas por los medios. Un análisis objetivo de los datos demuestra que, si bien
no estamos a la cabeza, tampoco estamos a la cola. En segundo lugar, aun asumiendo la falta
de calidad de la enseñanza pública en España, cabe plantearse si es atribuible al hecho de ser
pública. Es decir, ¿la educación comprensiva es, en esencia, incompatible con una educación
de calidad o son otros los factores que intervienen? ¿Se pueden exigir buenos resultados a la
educación comprensiva si no se le proporcionan los recursos adecuados? ¿Se pueden exigir
buenos resultados a la educación comprensiva si las reformas que se aplican carecen de una
mínima estabilidad? El sentido común nos lleva a un “no” como respuesta.
IV. CONCLUSIÓN
La educación comprensiva constituye un hito en la historia de las sociedades contemporáneas
occidentales. Tiene tras de sí un largo camino poblado de no pocos obstáculos. Responde a
una concepción de la educación propia de un modelo social democrático, inspirado en los
principios de libertad, igualdad y fraternidad heredados de la Revolución francesa.
Desmantelar la educación comprensiva supone, por lo tanto, arremeter contra el modelo social
en el que se integra, y a la inversa.
Ignorando las recomendaciones de la politología factualista, que condena las suposiciones,
esto es, el análisis de lo que debería ser, y ensalza los hechos, esto es, el análisis de lo que es, no
está de más lucubrar sobre lo que convendría hacer en políticas educativas. Visto que el
principal enemigo de la calidad educativa en estos tiempos que corren es la sucesión
vertiginosa de reformas escolares, cuya eficacia no es susceptible de evaluación dado lo
obsolescente de su vigencia, resulta que la clave del éxito reside en una palabra de ocho
letras: CONSENSO
Sin perder de vista el artículo 27.1 de la Constitución española de 1978: Todos tienen el derecho
a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza, los partidos deberían consensuar, en
primer lugar, los fines de la educación, tras un riguroso y objetivo análisis de los cambios
operados en las sociedades contemporáneas así como de las demandas, las necesidades y
los desafíos relacionados. En segundo lugar, un diagnóstico preciso de los problemas que la
educación padece, encomendado a un comité de expertos neutral. Y en tercer lugar, políticas
de mejora en función de los análisis y diagnósticos precedentes. Todo ello sin obviar la cultura
escolar y los agentes educativos que en ella intervienen, cuyo desconocimiento es una de las
principales causas de los fracasos de las reformas educativas.
Como el propio profesor Puelles sugiere, no se trata de legislar sino de ACORDAR.

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