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HOMENAJE

AL POETA

Gaspar Aguilera Díaz

Morelia, Michoacán, México


19 de octubre de 2007

CONTENIDO

PRESENTACIÓN

por Rafael Calderón 04

PARTE I. SEMBLANZAS Y RESEÑAS


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Diccionario biobibliográfico de escritores de México 06

Prólogo a Pirénico por José Emilio Pacheco 07


Texto de José Mendoza Lara 09
La mirada del viajero por Jorge Bustamante García 15
La poesía pensativa por Blanca Luz Pulido 18
Saudade de Gaspar Aguilera por Víctor Manuel Pineda21
El luminoso objeto de la lujuria por José Ángel Leyva 23
Cometario sobre Gaspar Aguilera por Rafael Calderón 26

PARTE II. GASPAR AGUILERA DÍAZ:


POEMAS SELECTOS
Lo cotidiano tiene lo suyo 29
En la profunda noche 29
Apenas una sombra 30
Contraespionaje 30
El malecón y sus presagios
De nuevo Itaca 31
Desde un claro rincón del desastre 32
Elena de Troya cruza la avenida 33
Autobiografía 33
Contraespionaje 1 34
Advenimiento 34
Rumor 35
Deslumbramiento de la navegación 36
Presentación

Gaspar Aguilera Díaz (Parral, Chihuahua, 1947), desde 1970 ha publicado, entre otros, los
siguientes libros de poesía: Pirénico (1982), Zona de derrumbe (1985), Tu piel vuelve a mi
boca (1992), Diario de Praga (1994), Los ritos del Obseso. Poesía reunida 1985-1998
(1999), Los últimos poemas de Dante (2004) y, precisamente, con el libro Paisaje a medio
cuerpo. Antología de poesía erótica (2007), proyectado y publicado por Jitanjáfora Morelia
Editorial, promovido por iniciativa expresa de su entrañable amigo José Mendoza Lara,
incluido en la colección Poesía Michoacana Contemporánea coeditada con la Secretaría
de Cultura, se le rinde un merecido homenaje por su trayectoria y para festejar los sesenta
años de vida del escritor que está cumpliendo este año. Recordando –ahora por nuestra
parte– que Aguilera Díaz ha sido incluido en varias antologías, y que algunos de sus
poemas están traducidos al francés, checo, ruso, inglés y alemán, hemos seleccionados
para esta edición una muestra breve de su obra, con el motivo principal de rendirle
también un merecido homenaje al poeta presente entre nosotros, festejando justamente
sesenta años de vida, e invitar con la lectura de sus poemas al reconocimiento de su
trayectoria que se comenzó a definirse con mayor claridad con la publicación de su primer
gran libro Pirénico 1974-1982 (1982), prologado por José Emilio Pacheco. Considerando
que Aguilera Díaz ocupa un lugar destacado entre los de su generación, y que su lugar en
la poesía es un claro ejemplo de madurez poética y de trascendencia lírica, al elegir
Michoacán y en particular a Morelia como su casa y el lugar de su consagración literaria,
sus lectores ahora presentes podrán confirmar y admirar la destreza de su escritura y el
acierto de su trayectoria en la tradición de la poesía contemporánea.
R.C.

PARTE I
Semblanzas y Reseñas

PRÓLOGO A PIRÉNICO

Por José Emilio Pacheco

El fenómeno más alentador de nuestras letras en los últimos años es la gran explosión poética de
que se advierte en todo el país. Cuando menos en este campo, el DF ya no es el centro
monopolizador: la poesía mexicana está en todas partes y uno tras otro surgen muchos buenos y
algunos excelentes poetas (entre ellos un increíble número de mujeres) que cambian todas
nuestras nociones acerca de este arte y su lugar en la sociedad.
Explosión: el término es inadecuado pero no hay otro para describir lo que empieza a suceder
a mediados de los setentas. Uno de los principales iniciadores del movimiento fue Gaspar
Aguilera Díaz. Nacido en Parral, Chihuahua, en 1948, Aguilera Díaz ha desarrollado su
actividad poética en Morelia, donde hoy es profesor de Literatura en la Universidad Michoacana
y jefe de su Departamento Editorial.
Pirénico (que tal vez quiere decir «Libro de los Cantares» pues su autor lo deriva de la palabra
tarasca pireni: cantar) reúne una selección amplia y rigurosa de cuatro años de trabajo: 1974-78. Es
un volumen muy personal y a la vez muy representativo de la nueva poesía mexicana. Las
contradicciones que desgarran a muchos de sus antecesores y la pugna entre lo íntimo y lo social
aparecen resueltas con la mayor naturalidad en Aguilera Díaz. Pirénico es un libro erótico, político,
nostálgico, alegre, doliente, no se prohíbe ninguna incitación y ejerce lo que un poeta cubano ha
llamado el deber y el derecho de escribir sobre todo. Aguilera Díaz lo hace en versos rítmicos y
también coloquiales; versos claros, directos y asimismo densos y misteriosos, escritos con una
seguridad y un poderío comunicante que hacen innecesarias las recomendaciones. Pirénico: un libro
para leerse y conservarse.

Intermitente pero Exacta


Semblanza Original
de Gaspar

Por José Mendoza Lara

Exáctamente el título del presente texto debería ser muy otro. Tan otro, porque lo ahora escrito
un día habrá de quedar reducido a otro sentido, y tan otro, que no podrá ser más otro que el de la
otredad de la nostalgia. Ojalá esa nostalgia llegue a ser de ese tipo de nostalgia irreductible que
fortifica el olvido; y el olvido, que alcance a ser del que se nutre de la plena intensidad vivida y
se convierte en destino.
Pero exáctamente cuanto me ha correspondido vivir y convivir con Gaspar, sólo lo logro
expresar con la palabra: intermitencia. («Sólo-lo-logro», creo que escribí en aliterada
concordancia fonética con la inherente intermitencia invocada). Porque, claro ¿qué no es
intermitente en el cariño, la amistad, la complicidad, en el Big-bang sideral, en el mar, en la
telúrica tierra, en la realidad o en los sueños? Para comenzar, la Poesía, el poema y lo poético no
son más que ondas-corpúsculos de luz intermitentes, palpitantes, centellantes: otras
conformaciones de la indeterminación y la incertidumbre, del caos, que la substancia viva y la
imaginación configuran en respiración, música, arquitectura, lógica, sentido, existencia, tiempo y
mundo.
Así, no obstante las riquísimas intermitencias a que me remite la vencia de Gaspar,
exáctamente quiero referirme sólo a una breve ennumeración de fenómenos sígnicos (y
erróneamente digo «sígnicos» como si hubiere algo fenómico que no lo fuera). Para ser riguroso,
el primero de estos fenómenos fue el fenomenal conocimiento de sus hermanas. Así de simple
(algo de lo mismo le pasó a Gaspar con las mías, es evidente). Pero antes que ese primer y
descomunal fenómeno, me aconteció algo más primordial: contactar con dos de las
excepcionalidades de que está hecho Gaspar: La Tiris, y El Jefe Don Gaspar, sus progenitores.
Mamá Tiris es tan generadora de potencias poéticas que tan pronto como la conocí me dictó un
poema temprano: «Recado de mamá a su chico poeta». Y el Papá Pay fue y es tan entrañable y
doblemente antipoético (por un lado en el sentido de Huidobro, por el otro, en el de Don
Nicanor) que, un día que se enfermó, me hizo escribirle un antipoema que quiero mucho:
«Homenaje al Gran Jefe». Ambos poemas –de gran éxito de receptividad en el área de los 7x7 en
donde holgadamente brincan y se esparcen mis lectores–; son tan sólo dos de entre las unidades,
decenas o centenas de versos que me motivaron y de otros tantos más que se me andan tramando
por allí. Pero para empezar, son dos poemas-indicio acerca del amor, la generosidad y la
comprensión que, dándoselos a mi corazón, La Tiris y el Jefe me lo pusieron a vivir toda mi vida.
La vida mía y la de algunos seres cómplices corpóreos e incorpóreos, que me son co-inminentes
y más.
Pero igualmente, desde los planos intermitetes en su simultaneidad, otros fenómenos
gaspáricos primordiales son de enumerarse: la casa de los Aguilera en Jaral del Progreso hasta
los años setenta: Carmen la Habanera, Hugo, Flore, Martín, la Abuelita Berna y su Silvestre
patriarcal; la Tía Josefina y su consorte Don Carlos; el Tío Abel, el Tío Pepe Picasso, Juan
Carlos. Chancha, Nena. Un distante y neoyorkino Clemente; un ciudadjuarence Genaro,
generoso y cercano. Un abuelo panadero y parralense que nunca miré, y la Gran Abuela Cuca
que, supongo, significó la combustión íntima e inherente con la que se hornearon los Díaz con
zeta y los años de esta, ahora, añoranza matriarcal. Y El Palomo, no se nos olvide, el erudito can
que un día se comió varios de los muchos libros que nos regalaron Cristina y José Emilio
Pacheco y Don Jaime García Terrés.
Aquella intermitente época, cuya datación arqueológica nos remite a cuarenta años
transcurridos, a un siglo, un milenio, un Mundo y a un país que quedaron inscritos en un fractal
matemático, substanciado en alguna conformación espacio-temporal de esa instancia de lo
inconocido (en donde jamás termina nada porque la nada funge como el Incosciente de lo
Indecible, como lo intuyó Nobalis, lo reveló Cortázar, y por allí anduvieron Newton y Einstein,
Howking y alguno que otro místico); esa época, decía, permanece deambulando y girando en
torno de las emociones post-adolescentes y fundacionales de aquellos muchachos que fueron
Gaspar y quien escribe.
Entonces, en el Planeta fractal llamado «Jarales-City-de-los-incipientes- setenta», por la
calzada de Juan de Diós Peza y su paraje arbolado de eucaliptos –sin fusiles, pero acompañados
de un cúmulo innúmero de platónicas muñecas–, aquellos personajes están en la Oficina del Gran
Jefe de la Estación del Ferrocarril de Jaral, don Gaspar, para urgar sus papeles, para jugar con los
implementos propios del oficio (relojes, libretones, barrotes de lacre, encausto, brújulas,
matasellos, silbatos, básculas, lámparas diversas, cajas de herramientas y cuanto más cachibache
entretenido); para improvisar largas sesiones de jazz percutiendo objetos y pelando gritos;
esperando al Gran Jefe nada más para ver a qué horas llega, y lo más importante: con qué.
Con su tic-tic-tac-tic-tic de clave morse taquicárdico, llega don Gaspar comentándonos alguna
de las diabluras que acaba de acometer con sus amigot@s, trayéndonos el Siempre! del otro
Jefe, Pagés, con su insustituible La Cultura en México de Benítez, Pacheco, el tal Monsi, La Poni
et al González Casanova, Don Henrique; o nos lanza El Heraldo o el Novedades y sus
jodorowskys, delacolinas, sáinz y joséagustines; inquietándonos el Gran Jefe con sus relatos de
festín, o instigándonos a la siembra, cultivo y cosecha de la cebada y de la vida para que los
versos puedan resollar. El Gran Jefe, en aquel hoy, se muestra ufano y orgulloso: el periódico
ferrocarrilero que salía creo que por Monterrey, le ha publicado a su hijo Gaspar sus primeros
poemas (poemas, por cierto, de melancolía tan extrema, que a la condición humana
contemporánea le sería imposible segregar, y que publicaba Gaspar a contrapunto, junto con
reseñas deportivas llenas de atlético furor); y el Gran Jefe está allí desentrañándonos la
metafísica-automotriz de «La Petroleta» (una troka asmática y malhumorada a la que no obstante
amaba con pasión), y como si se tratara de un ente ontológico trataba al artefacto traído de
Detroit, que siendo no es y que problematizada no se podía resolver, porque intermitentemente
funcionaba y no como locomotora briosa más rápida que la velocidad o como un amarillo
Caterpillar dorado como un sueño o un verde John Deer prometedor de esperanza y bienestar.
Traía El Gran jefe el Excélsior de Scherer con el Diorama, incluido el puntual «Inventario» de
JEP, alguna novela editada por Novaro, Diana o La Prensa, y hablándonos de todo eso o da
alguna intriga en que se andaba inmiscuyendo, cuando se le daba el recordar, un delirio de rorras
descomunales –por sugeridas– más calenturientas que la carnosidad, surgían como florituras
posmodernistas fijándose por los muros del recinto de nuestra imaginación, con sus consabidos
rizos rubios y su rechonchez color pastel.
Así, con la mirada estrambólica (y su sonrisa maldosa), El Jefe nos contaba exáctamente
cúando salió de Pénjamo (en donde nació también el Zorro Hidalgo); quién le enseñó y cómo
aprendió el telégrafo y dónde comenzó a laborar en los FFCC N de M, hasta que llegó a
Chihuahua (donde tronaron al Insurgente Hidalgo, pero a donde don Gaspar llegó para triunfar),
y cómo al mediar los años cuarenta andaba allá, por la Estación de Escalón (en donde fungió de
telegrafista) y de qué manera, ascendiendo un peldaño más, un día arribó hasta el otro Hidalgo,
pero éste del Mineral del Parral, encontrándose allí una panadería y en la panadería a la
muchacha hija del panadero y en la muchacha hija del panadero, a una muchacha de ensortijados
cabellos y con los atributos excedidos para calificarla con la máxima distinción: «Más Buena que
el Pan». Y puesto que ya se apalabraba con ella, le lanza El Jefe su mirada experta de tirabuzón a
la inexperta pero Bella Tiris y, pácatelas, así exáctamente aconteció, hace sesenta años menos
trescientos minutos aprox, que naciera nuestro aquí presente y ahora barbado, Poeta Gaspar.

El cépeu hiperquántico que funciona en el coco humano –y en cualquier tipo de coco si


sabemos imaginar–, mediante el cual arremedando al código cósmico se inventó el lenguaje, el
habla, la escritura, las cajas tipográficas de imprenta, el linotipo, el telégrafo y el adorable oficio
de la panadería, tuvo su culminación en Gaspar.
El telégrafo y el horno: dos artefactos simbólicos cuya polisemia, mediante el lenguaje
automático y la libre asociación de evidencias, nos explican aspectos tan ciertos e imaginarios
que están inscritos en la caligrafía tan característica de Gaspar, en sus garabatos enigmáticos, en
sus doxas, paradóxas y hortodóxias y heterodóxias, en sus talantes y sus talentos, en su poesía.
Por una parte, como por vía telegráfica, Gaspar nos escribe desde lejos, no porque
ocasionalmente escriba desde la lejanía, sino porque nació, creció y vive en la lejanía; pero,
además, sin guardar distancias. Me explico: Gaspar quizás por su genoma de Ferrocarril (un
furgón fue su cuna mecida y estremecida por la eternidad de la llanura chihuahuense) siempre ya
no está, ya se fue, viene llegando, va partiendo discreto, mustio y veloz.
La primer pregunta que nos hacemos siempre acerca del Poeta es: ¿y Gaspar, dónde andará?
Pero simultánea, intermitente y exácta, su sempiterna ausencia responde, señalando algún lugar-
instante de su devenir: allá va, acá está, aquí lo tenemos de carne, hueso, un pedazo de pescuezo,
con todo y sus plumas-fuente, su perenne, crónico y sistemático coqueteo con cualquier
figuración de feminidad; pronto, expedito, puntual. Es que Gaspar tiene por residencia sus
versos: esos versos que como sobre las vías de un tren vas leyendo y conforme transcurren, se
van, con el traka-traka de las juntas de los rieles de su puntuación; en el hipnóptico y cinético
transcurrir de los durmientes de su respiración (¿qué mejor emblema onírico?), por los túneles
como noches sobre ruedas, pu, puu y su interpretación; en los tramos alargados como horas de
seiscientos minutos de cada imagen, sobre los puentes colgados de los alambres alarmados de las
sombras o agarrados de los mecates desnudados o anudados de la luz: las efímeras estaciones de
arribo-y-partida, y lo único que permanece: el paisaje en acción, en tránsito intermitente, sin
desfallecimiento posible.
Como tal, hénos en Gaspar el Jazz, el cine, los aeroplanos y transatlánticos, las postcard, el
metro, los hoteles, su refunfuñeo en contra de lo sedentario y su natural envidia que siempre le
ocasiona quien quiera que sea (humano, semoviente, cosa o fenómeno meteórico) que se marche
o transite primero que él, que el Poeta siempre presto, vestido y alborotado para El Viaje. Y no
que Gaspar huya, que ponga los pies en polvorosa o en cualquier deslizador, ya sea en un patín
del diablo o en un tranvía que se llame capricho o antojo. Lo que pasa es que Gaspar llega a su
casa cuando se pone en marcha, a su país cuando migra, y sólo logra permanecer en paz cuando
inquieto inicia otro nuevo peripataleo o lunático o solar. ¿Quién de los aquí presentes ha viajado
más que Gaspar? Y digo viajar, no para acudir a algún acontecimiento o para agenciarse un
souvenir-demostrativo de que anduve allá y hoy retorno aquí. También no por tacañería Gaspar
nunca nos trae regalos de Extranjeria o de por donde él ande. Gaspar es sinónimo de generosidad.
Gaspar nos trae poemas.
Después del telégrafo como ingrediente polisémico, ahora podríamos hablar del elemento genómico
«pan» de Gaspar. El pan de dulce y el de sal. El pan de La Tiris. El Pan de lo pánico –no del miedo–
sino del pan mitológico y nitzscheano. Del pan del horno y de la combustión, del fuego prometéico,
de la hoguera y los rituales lúmbricos y lúbricos. Del hervidero. De la recomposición,
descomposición y transformación del mundo y el de los procesos metabólicos, alegóricos y
fermentales con los que se erigen el alma, el cuerpo y lo inefable. Intermitentes, podríamos hablar de
los panecillos, biscochos y, exáctamente, de los Pays diversos. Pero mejor después. Hoy se los dejo
con todos sus libros para que se lo coman a versos.

LA MIRADA DEL VIAJERO

Por Jorge Bustamante García


«Ante tanta ruindad y tanta desesperanza/ el mundo se merece una ciudad como Praga»: esta
confesión, abierta y palpitante, es el espíritu mismo que se pasea campante por las páginas de
Diario de Praga de Gaspar Aguilera Díaz. Si en sus primeros libros «Zona de derrumbe» y «Los
ritos del obseso» la ciudad se destruye y el amor se derrumba en el lugar exacto de la bruma, en
Diario de Praga sucede el milagro de la reconstrucción, en medio del estallido de la luz y los
colores. El poeta viajero deposita su mirada en los paisajes que toca y crea su incesante itinerario
con calles y estaciones, puentes, plazas y jardines. Sabe que la poesía sirve para nada y para
atender el mundo, escuchar sus palpitaciones furtivas y recobrar sus revelaciones instantáneas:
«Concédeme oh ciudad de la utopía/ que nada borre tu imagen húmeda a las seis de la tarde/ que
en el último minuto (útil sólo para invocar fantasmas)/ antes de los deseos incumplidos/ o esas
odiosas palabras finales que repetirán de boca en boca/ el aliento me alcance/ para pronunciar
con la postrera voz de la memoria:/ Celetná Staromesto y cierta mirada gótica».
Desde que leí hace un par de años, en el libro Tu piel vuelve a mi boca, poemas como «La
muchacha de la calle Lenin», «Amanecer frente al Neva», «Los fantasmas de la calle Nevsky»,
«Desde el palacio de Invierno» y «En la tumba de Pushkin», sospeché que me encontraba ante un
hacedor de versos que elabora sus juegos, sus crudas realidades, con la alquimia que subyace en
la nostalgia –aparentemente exótica– de otros lugares. La lectura de este Diario de Praga no
hace más que confirmar mis ligeras sospechas: el cálido Voltava partido en dos por «un cisne
solitario», la emoción irrepetible de un observador silencioso en el centro de la plaza de San
Wenceslao (acaso sólo comparable a la emoción del mismo observador en el centro de la Plaza
Hermosa de Moscú, como se le conoce desde los tiempos del tan calumniado Iván el Terrible), el
otoño que se deshace en las campanas de San Sebastián «para avisarnos que el vacío ha iniciado
su reino entre nosotros», la sonata de Schumann que en la ciudad de Mozart «hizo brotar la
primavera», la calle de Salzburgo por donde George Trakl «paseó su angustia por el mundo», y
de pronto –de un salto mágico– aquel muelle de la Habana donde el poeta quiere morir en una
noche de agosto «acompañando a las parejas que se tocan» y la fortaleza de Hohensalzburg y por
fín la Viena pálida y gris donde «las bancas de madera con sus herrajes verdes/ ya sin el peso de
caricias recientes/ se ven más desoladas que el Cementerio Central/ Los viejos pasean su soledad
por el enorme parque/ han florecido los primeros paisajes amarillos/ y la lluvia no se atreve a
soltar su evidencia».
Todo libro de poemas es un diario y cada diario es la invención de una cartografía onírica que
radica en las miradas del poeta. El Diario de Praga nos conduce pausadamente, sin sobresaltos
ni tremendismos, a esa geografía en la que el autor y sus lectores encontramos motivos para el
desvelo y la ensoñación. En ese territorio llama la atención la consciente falta de puntuación, que
se hace innecesaria, pues cada texto mantiene su ritmo interno, cada verso su extensión y entre
linea y linea saltan las pausas que la lectura impone: «La gente miraba desde el puente/ mientras
el apretado lienzo de tu cuerpo desnudo/ derramaba sus mejores virtudes/ A nadie le importaba la
caída/ de la ignorante humanidad/ y tu piel sostenía a la ciudad en vilo».
Una apreciación ligera y burda de este libro podría imputar a muchos de los poemas de
Aguilera estar cargados de un cierto aire exótico. Nombres de ciudades, personas y cosas
parecieran sonar distantes a nuestro oído, como si fueran habitantes de mundos ajenos. ¿Pero
acaso Eduviges Diada, Fulgor Sedano, Doloritas Preciado y tantos otros sonidos de la mitología
rulfiana, no nos parecen igual de extraños?: sin embrago, son nuestros, los llevamos dentro, los
padecemos, son una ventana hacia nosotros mismos. Ya sea que el autor nos hable del otoño en
Weiserstrasse, o de el cementerio judío de Praga, o del deseo latente en la piel de Sylvie, o del
horrible pez náufrago del Museo Británico, o de los lienzos de Modigliani, Turner o Balthus,
siempre lo hace desde una perspectiva nuestra, íntima, y uno descubre que todo puede tener
exactamente el mismo tono en una calle perdida de Morelia o en un cuadro expléndido, azulado,
del joven pintor michoacano Rafael Flores.
Aunque parezca paradógico en Diario de Praga puedo mirarme en otros, en lo otro, para
comprenderme mejor. Leyendo estos textos puedo palpar mi entorno, mi inmediatez, porque
como creo saber: «contra la soledad/ no hay resquicio seguro/ ni tiempo solidario». La mirada
del poeta viajero nos llega intacta, fina; y nos recuerda que el viaje es apenas una ilusión, porque
todo sucede igual y distinto en todas partes: el murmullo seco de una hoja al caer, los diálogos
del aire, el aplazamiento de nuestras resoluciones humanas que pueden hacer estallar el mundo
en cualquier esquina de la vida: «El invierno se empeña en hacernos visibles/ el transcurrir del
tiempo y sus disfraces/ afuera puede estallar el mundo/ aquí se instala/ la desolación bien
compartida/ el frío y sus puntas de jade se entremezclan con los coros/ De nuevo/ el tren lejano
es la imagen mejor/ para entender la diferencia/ entre quedarse/ y lo que otros conocen/ como
huída».

LA POESÍA PENSATIVA

Por Blanca Luz Pulido

En este libro, Gaspar Aguilera nos muestra el espléndido oficio que ha sabido ir construyendo a
lo largo de su obra, que abarca ya una decena de títulos, desde su primer Informe de labores, de
1981, hasta Imágenes del viaje, publicado en 2000. Oficio añadido a sabiduría, a profundidad no
exenta de transparencia cuando es preciso, y que no renuncia tampoco a solicitar un lector atento
y lúcido, sutil y obstinado, para una poesía concebida como un ejercicio donde la inteligencia y
la pasión comparten igualmente el centro de la mirada.
Con paciente y demorada obsesión, Gaspar Aguilera se ha convertido en una voz de notas
únicas dentro del panorama literario en México. La estrategia y hondura que despliegan los
poemas reunidos en este libro es una buena prueba de ello.
El libro está dividido en cuatro secciones; la primera, «Los últimos poemas de Dante», es la
principal, y por ello, la que da nombre al libro en su conjunto. Las otras secciones son «Impronta
del vacío»; «La ciudad: sus héroes convocados», y «Certeza del desastre». Estas últimas tres
secciones podrían leerse como breves poemarios hasta cierto punto autónomos de la parte
principal del libro y, sin embargo, su reunión en estas páginas establece contigüidades y nexos
interesantes con el conjunto total de los poemas. Por ejemplo, aunque la visión del amor del
poeta en esta obra alcanza momentos de comunión y exaltación tanto sensuales como
espirituales, no deja de teñirse con la certeza del olvido, del abandono, de la imposibilidad última
que subyace en cada encuentro. Así, encontramos en varios momentos del libro la constatación
de lo precario de la salvación por el amor, aunque sea ésta la única salvación que verdaderamente
puede atenuar lo precario de la existencia, como afirma el mismo Gaspar en otro poema de uno
de sus libros anteriores, Diario de Praga (UNAM, 1997), cuando escribe: «El hombre está en el
mundo/ en absoluto desamparo/ y no tiene más refugio que otra piel/ lo precario del resto/ es una
burda justificación/ de la mediocridad o el miedo.»
Cito varios ejemplos: en «Impronta del vacío» se habla de la «infinita torpeza» de los seres
humanos «cuando se enfrentan al amor», y de «la incolora barca del adiós»; en «Certeza del
desastre» –seccion que contiene doce breves poemas, cercanos al epigrama y alados y poderosos
como éste– encontramos los siguientes dos ejemplos, el primero de ellos, un poema en prosa:
«Todo fue desolación, impronta del desastre, negación de la luz, gusano barrenador del recuerdo,
corazón sin aliento...», y el segundo un dístico: «Odiar te duele/amar te mata»; donde además
existe un evidente juego de palabras que apunta a otro de los aspectos más interesantes y dignos
de mencionarse en la factura de este libro: la trama verbal misma de los poemas, la arquitectura
de sus metáforas, de sus paralelismos tan bien empleados, su musicalidad y ritmo, que no se
contraponen nunca a la inteligencia del poema sino que, por el contrario, conforman su tierra, su
raíz y hasta la última nervadura de las hojas de los árboles que crecen a su sombra.
Comprobamos así que en estas páginas acontece algo que sucede en toda alta poesía, pero que
siempre es importante recordar y volver a experimentar: la absoluta unión entre lo que se dice y
la manera en que se dice, la imposibilidad de separar el discurso de la expresión del discurso, de
las palabras que lo constituyen.
Además de ser un libro donde buena parte de los poemas construyen un intenso discurso
amoroso, en una historia que al mismo tiempo es la de Dante y Beatriz (así como la de otros
amantes, que se filtra en algunos versos, si los sabemos leer, o la de todo amor destinado a tener
un principio, una culminación y un final); además, repito, de esta preocupación y recreación de,
sobre y hacia el amor, también podemos hallar una inquietud reflexiva alrededor de la poesía
misma, de las palabras y su inutilidad para salvarnos de la ruina o el desastre de diversos signos.
Ésa, por ejemplo, es la esencia del «Poema de las comparaciones inútiles», que conjuga, en un
tejido de paralelismos y negaciones que se acumulan y se resuelven al fin de manera
lacónicamente sabia, la alabanza de la amada y el vituperio de las palabras que no la alcanzan a
aprehender, en medio de una paradoja final, que no deja de insinuarse: sólo mediante la poesía es
posible renegar de las limitaciones de la poesía...
El título de esta reseña es «La poesía reflexiva», para hacer una alusión a una cita de Rilke que
el autor incluye en la segunda sección del libro: «a veces los amantes o los escritores/ resucitan
palabras que pese a borrarse,/ en el corazón dejan un dichoso sitio/ para siempre pensativo». La
belleza de estas palabras del poeta alemán sólo puede equipararse con la pertinencia con que el
mexicano las resucita, a su vez, en este libro, porque el efecto final, el sitio imaginario que esta
poesía edifica es también un sitio pensativo, un lugar donde sensaciones y reflexiones van de la
mano y quedan resonando en la dicha, si no de la experiencia vital, sí de su expresión.
«Oremos para que la pasión nos salve del olvido», ruegan los amantes, y sin grandilocuencia,
con tenacidad extrema y al filo del rigor de su búsqueda constante, de la mano de todos sus
dioses tutelares (entre ellos el mismo Dante, Rilke, Roberto Juarroz, los poetas latinos, y tantas
otras voces cuyos ecos se escuchan en su poesía), Gaspar Aguilera se aleja del olvido, y mucho
más gracias al ejercicio apasionado de su práctica de vuelo, convertida en palabras. Aunque las
palabras, a veces, sólo sirvan para medir la estatura del desastre, su testimonio queda, y son la
única manera de encontrar «la otra rosa», de la que habla otro poema que no oculta su influencia
clásica, y también baudeleriana:
«Pulchérrima rosa// De pulcra humedad/ Está hecha la rosa:/ Si la tocas/ Siempre te dará
frutos/ Si tu aliento la acaricia/ Su flor devorará flores del mal/ Si la besas/ De su rosa virginal y
sabia/ Brotará otra rosa:/ La rosa verdadera.»
La rosa profunda, la rosa del misterio. También Borges y tantos poetas que han hablado de la
rosa, se asoman en estas líneas, y sin ocultarse, ya que la poesía de Gaspar Aguilera nos revela, a
veces directa y en ocasiones indirectamente, sus obsesiones y sus ancestros. Pero todas las
influencias están ya comprendidas, asimiladas, formando parte de la visión y del canto. Todo está
naciendo en el poema, y el amor, el desamor, el fruto y la memoria de su muerte, la ciudad y sus
nuevos y antiguos fantasmas. Sólo tenemos ahora que asomarnos a ese mar, naufragar para
salvarnos, como nos invita el poeta en los últimos versos de este libro: «Todos/ Todos al mar/ A
buscar/ Los amores náufragos.»

SAUDADE
DE GASPAR AGUILERA

Por Víctor Manuel Pineda

La poesía de Gaspar Aguilera conoce diversos registros que la vuelven una de las voces más
polimórficas de la poesía en nuestro país; los tópicos o, más aún, los abrevadores a los que
concurre para traernos esta sensación de imágenes frescas que nos provoca cuando leemos,
pueden ser los viajes, la música, la memoria de los amantes y la fidelidad a todo lo que se pueda
evocar desde ese velo que los portugueses suelen llamar saudade. A este sentimiento se remontan
todos los momentos más originarios de sus imágenes, pues la filiación a este tipo de memoria
comprometida con los instantes efímeros en los que hemos estado en la arcadia, sólo pueden ser
suplantados con en culto a lo ya felizmente vivido. La languidez no sólo lo define en su vínculo
con las imágenes; poética de la anámnesis que preferentemente se agudiza frente al recuento de
lo amado –puede ser mujeres, ciudades o la poco frugal hambre de las pasiones–, también
podemos decir que entre su pluma y sus ángeles y demonios interiores habría una especie de
diálogo que es trasegado por este pathos. Y es que la memoria posee con su propia embriaguez a
toda la cartografía de los sentimientos, el mapa de las desventuras y el júbilo ardiente de la carne.
Es justamente la memoria desde donde salen estas palabras:
Mala muerte es al fin la que va
Inventándose huecos contra el tiempo,
Que va degollando los brazos del
Recuerdo, que intenta mutilar
Nuestra frágil pasión por el olvido.
Muerte inventada por algún dios
Maldito, eterno en su obsesivo afán
De comprobar que la muerte es fuego
En la memoria.
(«El fuego en la memoria»)

La editorial Siglo XXI recientemente ha publicado una antología que recoge 15 años de trecho
de la obra de Gaspar. Los ritos del obseso muestra, sin embargo, algo más que una antología; en
este libro podemos observar toda una biografía de los sentimientos y, en el plano formal, el
proceso de mayor posesión de sí mismo y la voz peculiar desde donde quiere exponerse a los
demás; particularmente prefiero su Diario de Praga no solo porque orienta a la memoria hacia
una geografía fantástica sino porque considero que recoge los frutos de uno de sus libros más
maduros. El deseo de viaje es quizá el más grande apetito de los ojos; esa forma de la lujuria se
derrama sobre todos los paisajes y sobre el paraíso de todas las miradas que son los museos. La
poesía de Gaspar es pródiga también en la recolección de imágenes sobre Ucello, Fra Angélico,
Rembrandt, Klimt y Van Gogh; a ellos confía la develación del aura de ciertas ciudades y desde
ellos interpreta. Asimismo, no podemos omitir la porfiada presencia de jazz que ha modelizado
muchos de sus textos y que, por otro lado, vuelve patente el homenaje que su poesía siempre
rinde a Cortázar. Por último, no me cabe la menor duda de que los que decidan leer, o volver a
leer, estos textos, encontrarán nuevos motivos para admirar la destreza con que Gaspar inventa la
compleja sencillez de sus poemas.

EL LUMINOSO OBJETO DE LA LUJURIA

Por José Ángel Leyva

Noviembre y pájaros es un extraño título para un libro de misteriosos relatos. No obstante que
sus temas corresponden a realidades, hasta cierto punto ligadas a nuestras circunstancias
contemporáneas, sobre todo a las que recrean la pantalla chica y la grande a través de historias
calificadas como estética de la violencia, donde el crimen, la muerte y el dolor se han convertido
en espectáculo. Gaspar Aguilera toma distancia del sensacionalismo y el efectismo, la truculencia
de la nota roja y las aventuras de acción sangrientas al estilo de Barry Gifford en Perdita
Durango. Por el contrario, en este breve libro de quince historias cortas el lenguaje poético es
puesto al servicio de la intimidad de los personajes que sufren o gozan la perversión del medio;
la inteligencia y el amor son víctimas y victimarios también de la sordidez.
Son constantes la injusticia, la miseria, la crueldad y el erotismo. El narrador va siempre
directo al objeto de la lujuria y no pierde la oportunidad de lucir la prosa, como todo actor busca
su momento dramático. Veamos algunas de estas joyas: «Cuando de pronto su vista chocó de
frente con unas medias oscuras, zapatos negros sensuales un poco demodé y unos muslos que
terminaban donde el origen de lo bueno y lo malo forma un dulce abismo.» («El protagonista
entra a la ‘Tampico’ y descubre la jodidez que lo rodea.») «Parecía un milagro como el de las
apariciones virginales: por unos segundos quedé frente a las lámparas del piso en una de las
esquinas del estrado, corrí al baño a hacer lo que seguramente ella nunca me perdonaría, al ver
sus piernas, sus caderas sólidas, la paloma dormida de su sexo palpitando bajo sus bragas
también transparentes.» («Tan intocable estrella.») Por cierto, dicho relato evoca la imagen de
una fotografía de Marilyn descendiendo de un coche y dejando ver su pubis; la transparencia de
la ropa sugiere un vellocino de oro.
Es difícil establecer un solo parentesco o complicidad narrativa del autor de este libro. Pienso
que son muchos los maestros homenajeados en su escritura, en su voz auténtica, madura. Pueden,
sin embargo, destacarse algunas. Por ejemplo, el relato «Una copa más» recuerda los ambientes
de José Revueltas y sus personajes barriobajeros, prostitutas y hombres de cantina en donde
merodea una conciencia social y política, como la del autor omnisciente que, incluso, trae a
colación a Marx en esos momentos en donde privan letras de bolero que le dan sentido a la
historia y su desenlace.
Gaspar emplea finales imprevistos, no sorpresivos sino desconcertantes, a veces tan
herméticos que obligan a una segunda lectura aclaratoria. Así ocurre en «El protagonista», donde
sugiere la presencia de Cortázar no sólo por el sonido del jazz sino por esa voz que desembobina
los sentimientos que están a punto de activar el hecho derivado de la duda, de las circunstancias
frustrantes y de una condición humana que no deja otra vía de escape que la violencia, de la que
ya no somos testigos presenciales, sólo imaginarios.
Muchas veces el erotismo es sujeto a la mirada, a la posesión voyerista del escritor. Hace años,
Juan García Ponce declaraba que la presencia de lo sexual continuaba en sus obras porque la
necesidad frente a la imposibilidad acentuaba el poder de la imaginación, a tal grado que podía
hacer suya a cualquier mujer con sólo desearla, todo esto sin que ella se percatara de que estaba
siendo desnudada, acariciada, poseída. Las escenas eróticas que Gaspar Aguilera despliega a lo
largo de estas cuarenta y ocho páginas tienen algo de onírico y mucho de lucidez adolescente, de
habilidad incendiaria para el detalle que habrá de expandir el deseo y desatar la tragedia.
En otras historias la fantasía sexual es un delirante desenfreno onanista, como en la ya citada
«Tan intocable estrella». Allí el protagonista es condicionado a la estatura de una escala social,
donde la fama es la ilusión de lo inalcanzable, de lo intangible y, sin embargo, epidérmico.
«Como yo la veía casi siempre de perfil -por tener que permanecer a un costado del escenario-,
de pronto sólo veía sus senos apretados, la curva contundente de sus nalgas, su perfil de diosa
romana, todo iluminado de azul, rojo, violeta; casi podía espiar cada parte de su cuerpo increíble
(en el intermedio -ya se imaginará- regresé al baño).» Allí mismo, en ese relato, ocurre la muerte
del enano tramoyista que, dice para sí el envidioso adorador de Onán, se llevó las huellas
digitales de su mano de nieve, pues ella acarició su frente cuando él agonizaba. Ese es tal vez el
único o de los muy pocos destellos de humor negro que se permite Gaspar.
En la mayoría de sus textos, el sexo funciona como vía regia por donde corren las pulsiones
del animal civilizado, dispuesto a destrozar a su víctima, una vez que la someta a sus caprichos,
para alimentar su poder. El relato que abre este volumen, «Pez de fuego», ilustra con vehemencia
tal ejercicio de la infamia. Veamos un fragmento: «Cubría sus pezones con la toalla de la
herradura gris, ahora una sola diminuta tanga negra le ocultaba el sexo, ningún ruego ni súplica
le habían valido para evitar su entrada a la alberca y su posterior lucha con el ‘Cherry’, con los
senos al aire. El ‘Cherry’ despedazaba con los colmillos babeantes el triángulo de seda negra, y
empezaba a dejar su semen amarillento entre los fuertes muslos y caderas de Rosalía, cuyos
gritos desgarrados eran opacados por los aullidos con que las mujeres azuzaban al animal,
frenéticamente, como si también sintieran entre las piernas y las pulcras pantaletas, el embate
violento de la bestia.»
Hay excepciones donde la intención narrativa persigue otros cauces, como el onírico o
surrealista; es el caso de «Dadamalthus now». En general, Aguilera no se ciñe al esquematismo
del cuento tradicional y deja que sus relatos hagan equilibrio sobre la punta de la realidad. La
unidad de los relatos breves que componen Noviembre y pájaros radica en la búsqueda de la
salvación amorosa atrapada en la fatalidad. La orfandad, el deseo y la sangre son la argamasa de
una prosa poética que halla en la muerte una casi invariable solución narrativa, quizá como una
forma de exorcizar los demonios de la inutilidad creativa. El lo dice mejor a través de las letras
del suicida del «Hotel Normandy», al final de su carta de despedida: «Abrir una ventana, buscar
una puerta que alimente esta sed de estar cerca de nuevo, esta vergonzante sublimación del
miedo a la soledad y las heridas».

COMENTARIO
SOBRE GASPAR AGUILERA DÍAZ

Por Rafael Calderón


El alcance de su lírica se integra por la publicación de varios libros de poemas que conforman su
Obra poética, y su presencia en Michoacán junto con la del poeta José Mendoza Lara resulta
determinante desde la década de los setentas al transformar la visión de la poesía y el significado
de la escritura. Cuando Aguilera Díaz tiene alrededor de treinta años da a conocer por vez
primera una colección amplia de sus poemas en un libro que lleva por nombre Pirénico (1982),
con prólogo de José Emilio Pacheco. Registra con ese primer libro el nacimiento de la poesía
contemporánea de Michoacán y la expresión poética confirma el compromiso de la escritura.
Desde esa obra confirmará la permanencia literaria y como parte de sus posteriores tentativas.
Avanza hacia el horizonte definido y consolida la capacidad de imágenes desde el poema; en
cada una de los libros que seguirá dando a conocer, transforma el diario vivir en expresión
poética, es el protagonista principal, más fuerte por las distintas expresiones idílicas y de carácter
literario que nos van definiendo su autobiografía. Lo coloquial es el centro de sus versos entre la
suma de elementos e imágenes que le dan independencia para construir una obra sólida en un
periodo no mayor de veinte años.
El dominio de la técnica y la organizada realidad de la escritura le han dado frutos
inconfundibles, deja ver la presencia de algunos poemas excepcionales que le dan no sólo forma
a la escritura: la voz adquiere presencia, sobre todo, confirma la voz de su madurez en títulos
como Zona de derrumbe, eco lejano, distante y a la vez, muy revelador por la presencia de
Pacheco en sus intenciones y alcances que tienen que ver con la poesía. Aguilera Díaz le canta al
amor y el erotismo, intenta una y otra vez expresarse desde la autobiografía, registra distintos
recuerdos de la vida; penetra con soltura esos temas y variantes desde el aspecto coloquial y
como elemento para nutrir un lenguaje con palabras del diario vivir.
Gaspar Aguilera Díaz se encuentra presente entre los demás autores de su generación por
una obra que evoluciona y aspira a la perfección, sabiendo que busca desde el inicio unidad con
títulos como Informe de labores (1981), Los siete deseos capitales (1982), Zona de derrumbe
(1985), Los ritos del obseso (1987), La ciudad y sus fantasmas (1992), Tu piel vuelve a mi boca
(1992), El amor, la ciudad y el olvido (1994), Diario de Praga (1994) y Los últimos poemas de
Dante (2004). Es importante recordar que su obra se complemente con la reunión en un solo
volumen para comprender así que tiene esa descarga emotiva, alcanza la trascendencia de lo
local y permite observar también que ha sucedido en la poesía Michoacán desde la década de los
ochenta y hasta la actualidad.
No hay duda: esa revisión es necesario iniciarse con Gaspar Aguilera Díaz, extender la
revisión hacia otros autores de su generación, pero sin olvidar que después de la muerte de
Martínez Ocaranza la poesía se transforma y continúa la evolución. En el caso de Aguilera Díaz
esa lectura hay que realizarla desde un libro inconfundible: Los ritos del obseso (Poesía 1985-
1998) publicado cuando tiene ya una trayectoria de tres décadas. En las páginas de este libro se
encuentra la unidad de la suma poética y determina el espacio de un período de madurez, la
evolución de los temas y variantes, como resultado de una constante reflexión desde la escritura.
La supremacía de sus poemas alcanza unidad en un espacio personal que tarde o temprano tenía
que mostrarse y así la condición del autor frente a las demás actividades que ha desempeñado, le
dan presencia y también confirma el recorrido, la trayectoria muestra sonoridad. Aunque sus
influencias son un referente imposible de no advertir. Por un lado se encuentra la formación de
un estilo, el rápido encuentro de madurez, que inicia en el taller de Juan Bañuelos en el edifico de
la rectoría de la UNAM y que de una u otra forma, son los primeros años del descubrimiento, la
posibilidad para organizar las ideas y los temas, etapa que deja registrada en la escritura. Pero
también son los ejercicios que lo llevan a penetrar en variaciones de lo coloquial como medio
expresivo, igualmente deja ver interés por que se registren huellas de la poesía de José Emilio
Pacheco, ya como fiel reflejo de la palabra y como contraste de temas, dejando ver la ciudad y el
escenario de dolor y el desastre; definiendo su propia identidad con el tiempo y la más compleja
realidad del diario vivir. Para llegar a la madurez con voz sólida y respaldado por una obra
poética que constate su mayor carta de presentación en la poesía contemporánea y así ocupar un
lugar en la tradición de la poesía mexicana actual.
Aguilera Díaz encuentra un alcance que muestra su magnitud; mientras que en Michoacán es una
referencia obligada y confirma la madurez a la que ha accedido desde el conjunto de la obra que ya
es amplia. Sin embargo, hay que ver su presencia más allá de un espacio que se determina por
fronteras territoriales y llegar a la plenitud de su escritura para destacarlo por una obra, sabiendo que
su presencia es ya imposible de no advertir entre los de su propia generación literaria. Las opiniones
que de su obra se han dado a conocer muestran unidad y confirman su primera intención: Aguilera
Díaz es un poeta que ya alcanza plenitud y los temas que figuran en su poesía son naturales y
comunes y no deja escondida su apreciación personal del tiempo, la ciudad, el dolor y la vida, el
amor y el erotismo, la fina sensualidad y la armonía nostálgica, pero que también son el testimonio
de su devenir en la poesía mexicana.

PARTE II

GASPAR AGUILERA DÍAZ

POEMAS SELECTOS

Lo cotidiano tiene lo suyo


Bajo a comprar
tres combustibles de 30 centavos cada uno
prendo la lámpara y me acuerdo mejor
de su sexomediodía
mientras la obsesión por la muerte me agarra
por el cuello
Amanece
y la ciudad se despereza
huelo tus cabellos húmedos
y ese olor me ayuda a comprender
al hombre de sombrero que pasa en su carreta triste
por estas calles de domingo

Unos pisos abajo una buena señora abre su bolso


(y paga al carnicero
mientras en otra ciudad cercana
algún compañero cuyo nombre desconozco
ya no podrá inscribirse en la Universidad
y el día soleado me confirma
que el amor sigue siendo un misterio

En la profunda noche
En la profunda noche
del sexto día del año
recuento las cosas que tengo y no tengo
(el velador pasa fundido en su bicicleta y su silbato)
la poesía no existe
es un estado de animo constante
que busca neciamente una casa ardiente
un beso tierno
una caricia a la mitad del cuerpo y
una pregunta de la noche
sin respuesta –o viceversa–
del mundo y de las cosas
un monólogo padecido y aceptado de antemano
(la que amo seguramente duerme a esta hora y
sus pies y manos de harina
también seguramente
reconstruyen mi asombro entre sus sueños)

Apenas una sombra


... ocupadas están todas las sombras,
menos las de mi sangre...

Miguel Hernández

Apenas esta sombra


que dejaron tus ojos en mi cuerpo
apenas esta sombra
intensa que da fe y certifica
la presencia de tu piel entre mis manos

apenas esta sombra


pálido reflejo del amor
como una mancha indeleble y dolorosa

apenas esta sombra


leve como eclipse solar sobre el deseo
apenas esta sombra
que oscurece y deleita.

Contraespionaje
No le digas a nadie que he vuelto a tus jardines
escóndeme bajo tu cuello de ángel
en tu pelo de bruma
en tus ojos de marzo

vengo huyendo hasta la piel de tus murallas


la soledad me sigue muy de cerca

ocúltame bajo tu permanente desnudez


en tu mano profunda
en tu llanto perfecto
en tu saliva sabia

preguntan quién ha sobrevivido este infiel corazón


sé que no me hallarán:
la luz lo ciega todo.

El malecón y sus presagios


Quiero morir
una noche de agosto
bajo el muelle de la Habana Vieja
que mi cuerpo
golpeado por las rocas
acompañe a las parejas que se tocan
bajo la aliteración
de las olas en su violencia nocturna.

De nuevo Itaca
El mar nuestro enemigo
el culpable de todo
en la euforia y la desgracia
Ulises no sucumbió
(como cuenta la historia)
al embrujo sensual de las sirenas
fue el mar
el irredento mar
quien sedujo con su aliento de sal
su infinito abrazo
a la débil piel y el corazón
de nuestro héroe contemporáneo y legendario.

...desde un claro rincón del desastre

V
he aquí
el solitario de la mesa 7
cercado por la tarde gris y la cortina de agua
apabullado por lo que trae el 6º mes y nadie mírelo/ obsérvenlo
como le va creciendo un frío áspero sobre los hombros
que ridícula risa le baja por el rostro
cómo le tiembla una nostalgia seca entre las piernas
qué hermoso aparecer una mañana de enero en la nota roja
con grandes titulares: «se dio un tiro en la cabeza oyendo
canciones de amor
no dejó recados para nadie...»
salir del anonimato y aparecer como un fantasma a la hora
del café matutino
que veas ensangrentada una cara de imbécil
aún con los dedos húmedos sin huellas en la piel afirmes:
«Pobre tonto no supo esperar su turno»

que hermoso que alguien pase silbando en la noche después


de acariciar a su amante
y con la página necrológica con mi rostro deforme
se proteja de la lluvia repitiendo entre dientes: la amo la amo la amo

cuantas cosas intercambian dos solitarios cuando se encuentran


cómo se desnudan impúdicamente de ropas y costumbres
(que perfectos amantes son por un instante)
todo va bien entre ellos porque desconocen las palabras:
nunca nadie por siempre
cómo les madura la soledad el corazón los ojos
hablan de hijos laberintos anteriores amantes como el si nada
otros han sido felices desde su nacimiento y morirán
con una sonrisa sucia y triste en los labios
que inmensa que asquerosa alegría
saber que nadie nos espera a media noche
que somos menos que nada en los sueños de una muchacha
de ojos profundos

que dicha tan triste


estar seguro que nadie clama por nuestro regreso apresurado
qué calor tan frío en ese cuarto aprendido de memoria

qué plenitud tan dolorosa


que nadie juegue con las letras de nuestro nombre como
si fueran dados
que nadie nos reserve un lado de su cama tibia y dolorosa
que nadie toque la guitarra del deseo al oír nuestros pasos nocturnos
que nadie lleve encima –como otra ropa más– nuestras caricias

que vamos hacer


con este inoportuno y loco amor
engendrado por vientos fríos por traiciones y sueños
lo llevaremos al zoológico que vea de cerca a sus hermanos
lo llevaremos a la gran ciudad que se pierda en las calles
lo llevaremos al bosque de la mano que lo asusten las sombras
lo haremos migajas para que coman las palomas de la plaza mayor
lo dejaremos en un puerto de montaña y mar
y que se vaya de polizón al otro mundo
sí que se vaya
que nos deje amarnos en paz

Elena de Troya cruza la avenida principal


pasaste junto a mí
como desprendida del viento
como si fueras huyendo de ti misma
como si mayo creciera entre tus piernas
y en tus pechos el sol como narciso en un espejo

Autobiografía
mi padre me mira
me observa
desde un lugar que sólo él y yo conocemos
me hace señas
me advierte
pero todo es inútil
los dedos han sido arrojados y nadie detendrá el camino
hacia la invisible muerte cotidiana

mi madre se conforma sabiamente dejando recados sobre la mesa


mis amigos y hermanos ebrios
cumplen su papel de testigo entrañable

las hojas caen


la noche va apareciendo su brazo clandestino

Contraespionaje I
no le digas a nadie que he vuelto a tus jardines
escóndeme bajo tu cuello de ángel
en tu pelo de bruma
en tus ojos de marzo

vengo huyendo hasta la piel de tus murallas


la soledad me sigue muy de cerca

ocúltame bajo tu permanente desnudez


en tu mano profunda
en tu llanto perfecto
en tu saliva sabia

preguntan quien ha subvertido este infiel corazón


sé que no me hallarán
la luz lo ciega todo

Advenimiento
Cae la tarde
sobre la primera vela del advenimiento
y el abrazo protector del Magnificat de Tlemann y Bach
La tenue luz
inmoviliza por unos instantes la lluvia
mientras crece el aire bajo un contrapunto de metales

El invierno se empeña en hacernos visibles


el transcurrir del tiempo y sus disfraces
afuera puede estallar el mundo
aquí se instala
la desolación bien compartida
el frío y sus puntas de jade se entremezclan con los coros

De nuevo
el tren lejano es la imagen mejor

para entender la diferencia


entre quedarse
y los que otros conocen
como huída

Sólo la eternidad propicia el canto


sólo el aire fatal de este paisaje
justifica el peso inevitable del recuerdo
pasó la felicidad junto a nosotros
su sabía discreción nos impidió agotarla
se posó en nuestro corazón fue cuervo hambriento
con cinismo inusitado devoró nuestras cenizas

¿A quién culparemos ahora de la noche?


Ansia de volver –no de quedarse- nos distingue
pasión por el fracaso en cada beso nos alienta
tercos en gastarnos la piel y su prodigio
no la canción febril que nos devora

Rumor
Frente a la alta noche que desangra
bajo el peso salvaje de una luna violenta
el ala necia de la muerte
rosa mi víscera más próxima al silencio

Cuando ya nadie escucha los lamentos


y la gota cae como una sentencia inapelable
cuando ya no hay hoja que detenga su vuelo
–ni quien la sobreviva–
la turbia espada de la ausencia
afila su destino puntual en mi costado izquierdo

Ahora es estéril el aliento


que ha esculpido el amor en los amantes
y la huella que dejó la caricia en sus entrañas

Todo renace y todo recomienza


por la fragilidad que despliega el misterio
tocan a duelo las ruedas nocturnas de los trenes
y el desaliento recorre la Estación sombría

Afuera
solo la lluvia cobija a los extraños
y la triste estatua que honran a la ciudad antigua
en silencio comparten el instante preciso
en que la muerte inicia su triunfo contra el sueño

Deslumbramientos de la navegación
11
el yermo paisaje trata de encallar su sombra solitaria
pequeños copos se desprenden de los pinos que parecen
inmensos guardianes derrotados.
Voces en lontananza exigen ser nombrados: el instante previo
a la desolación o el escenario posterior a la desgracia.
Abro la ventana y aspiro ese aire tibio y fino de la nada.
Un leve incienso cubre al viajero y su alma sangrante.
Se apaga la última luz de la ciudad, alguien actuara en este
teatro de espejos y de sombras, alguien vestirá ese ropaje
turbio del adiós.

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