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La

Larga y Peligrosa Agonía de los


Medios de Comunicación

Por

Xavier Dalmau



Que los medios de comunicación tradicionales -prensa y televisión- están


muriendo lentamente con la aparición de internet es un hecho. Internet es una
revolución de gran magnitud y, como sucede con todas las revoluciones, las
personas que la están viviendo apenas son conscientes de ella, ni de sus
consecuencias a medio y largo plazo. Hasta ahí todo normal, pues igual
sucedió, por ejemplo, cuando la aparición de los teléfonos móviles terminó
con las cabinas telefónicas que poblaban las ciudades; o el automóvil, que
supuso el fin de las diligencias y postas.
Pero los medios de comunicación tradicionales, ante el horizonte cierto de
su desaparición, previsiblemente en los diez próximos años, suponen un
peligro en su agonía del que carecían todos esos casos antes señalados.
Ya hace unos años que intentaron evitar la quiebra llevando su negocio a
internet, pero sus costos estructurales les impiden ser viables en la red ya que
no están diseñados para este nuevo medio. Mientras, de forma creciente, la
inexorable bajada de ventas y de audiencias seguía hundiendo sus ingresos
habituales, los cuales eran ampliamente superados por sus costos. Esto les
conduce, inevitablemente, a la desaparición.
Pero la razón por la que hoy suponen un peligro en este trance, y
posiblemente aún mayor en los próximos años, es por tratarse de un sector que
ha estado habituado a dirigir y manipular la opinión pública durante los dos
últimos siglos, habiendo adquirido un poder real enorme que escapaba a
cualquier tipo de control de los ciudadanos. Los privilegiados que controlaban
ese poder -por su calidad de propietarios de los medios-, han sido apenas unos
cientos de personas en todo el mundo, y realmente sólo para ellos ha existido
la libertad de prensa. Esos propietarios, desde las páginas de sus periódicos o
pantallas de los televisores, elevaban o hundían a personas privadas o
públicas, o ideas que no les gustaban, de acuerdo a sus caprichos e intereses.
Se sentían, y con cierta razón, todopoderosos.
La historia del periodismo está plagada de manipulaciones, medias
verdades y mentiras absolutas; incluso los medios han estado detrás de
múltiples guerras y grandes desgracias, pues éstas siempre han sido muy
positivas para sus índices de audiencias, y por tanto para sus negocios. Unas
veces han ocultado adrede características y actos indeseables de responsables
públicos, y otras veces los han inventado o exagerados en contra de otros que,
por la razón que fuese, no les convenía.
Pero ahora todos los medios de comunicación son conscientes de que eso
ha cambiado en los últimos tiempos. Internet ha terminado con su monopolio
y esto les frustra profundamente.
Piense por un momento, estimado lector, cuantas personas conoce que hoy
día compren un periódico. No creo que sean muchas. Entonces ¿esta realidad
global no hace que sea aconsejable preguntarse de qué están viviendo esos
medios? El motivo por el que es interesante hallar la respuesta a esta pregunta
es porque, obviamente, estarán actuando de acuerdo a los intereses de la mano
que los alimenta, y el público debiera conocerla para poder juzgar la veracidad
de las noticias que publican, y cuáles son los intereses que dirigen sus
publicaciones.
En idéntica situación están las cadenas de televisiones tradicionales.
Tienen muy escasas audiencias. Hoy lo normal es que si a alguien le interesa
una noticia no espere a ningún telediario o periódico. Sencillamente, con un
clic, puede encontrar la respuesta en internet y, por cierto, localizará mil
versiones de la misma.
Los medios tradicionales llevan tiempo intentando desprestigiar este
sistema de búsqueda de información argumentando que en internet no existen
filtros. Tienen razón, pero en el pasado la existencia de estos filtros no ha
significado ninguna garantía de veracidad para el ciudadano, ya que se
empleaban para publicar sólo aquello que fuese de interés para cada medio
concreto, y no, precisamente, por razones éticas. Y, efectivamente, en internet
se publican sin filtros verdades y mentiras, pero con el mismo escaso
porcentaje de autenticidad que en periódicos y televisiones. En definitiva, la
existencia de filtros no es ninguna garantía de veracidad.
Es obvio que esta situación supone la ruina económica de los medios
tradicionales, los cuales están intentando subsistir con ayudas directas e
indirectas de los gobiernos; con créditos bancarios que no suelen devolver en
muchas ocasiones a cambio de “buena prensa” para el que se los concede, y
con un porcentaje decreciente en la tarta publicitaria, que no les da para
sobrevivir.
Pero a nivel de imagen interna y externa lo que más alarma a los
propietarios de los medios de comunicación, y a los periodistas como
profesionales, es la pérdida de influencia que sufren como consecuencia de
esas escasas audiencias. Son perfectamente conscientes de que sin la
capacidad de influir en la sociedad se convierten en predicadores en el
desierto, o en escritores de palabras que no son leídas. Es decir, en nada.
Vayamos a un reciente ejemplo de esto, aunque existen cientos de ellos.
Las últimas elecciones americanas supusieron una demostración más de esa
pérdida de poder de los grandes medios tradicionales. Las ganó un señor
grosero como Trump, a pesar de tener en contra a todos los grandes de la
comunicación americana: New York Times, Washington Post, y a las mayores
cadenas de televisión. Empleó la táctica de prescindir de todos ellos,
desarrollando la mayor parte de su campaña en internet a través de las redes
sociales. Al hacer esto eliminó como intermediarios a esos medios y se pudo
comunicar directamente con los votantes. En cambio, su oponente, la señora
Clinton, contó con todo el apoyo de esos grandes medios de comunicación y
aun así perdió.
Dichos medios recibieron la derrota con tanta frustración como la propia
señora Clinton, ya que era la confirmación de su irrelevancia. De hecho, nos
recuerdan mucho a la patética figura del aristócrata arruinado que niega la
evidencia de su ruina, aunque la gente ha dejado ya de creer en sus blasones y
viejas batallas.
Ante esta situación agónica están intentando retrasar lo inevitable de
múltiples formas. Una de ellas, por ejemplo, es pidiendo y consiguiendo que el
parlamento europeo publique una ley extraordinariamente castrante para el uso
de internet en Europa, en beneficio de ellos y perjuicio de los ciudadanos, que
pronto entrará en vigor. Los medios del viejo continente han contado para este
logro con cada partido político que le es afín, a cambio de promesas de
apoyos, más o menos, inconfesables. Es evidente que estas acciones solo
conseguirán retrasar la definitiva extinción. Nada más. Pero es previsible que
durante el camino hacia el cementerio aún puedan hacer mucho daño a la
sociedad, como ya lo están haciendo.
Lamentablemente, en esta estrategia de búsqueda desesperada de la
supervivencia se lanzan a campañas peligrosas, entre las que ha estado -y aún
sigue estando cuando escribo este artículo-, el tratamiento que han dado a la
pandemia del coronavirus.
Comencemos por el principio. Es evidente que, con respecto a este tema,
había desde hace meses muchas preguntas relevantes que cualquier observador
de la realidad se estaba haciendo, porque le llegan muchas informaciones
confusas o contradictorias, inclusive desde instituciones científicas, a través de
los medios de comunicación. Así que, parece esencial intentar hallar
información fiable para encontrar las respuestas a, por ejemplo, ¿por qué los
países que menos han confinado a sus ciudadanos, como Alemania, Austria,
Portugal o Grecia tienen menos fallecidos que aquellos que decidieron
encerrarlos en sus casas varios meses? O a ¿cómo se contagia el Covid-19?
¿Las mascarillas sirven de algo? ¿Cada positivo de los test significa un
infectado más por el Covid? ¿A quién beneficia esta crisis, además de a
muchas multinacionales farmacéuticas?
Estas preguntas se la hacen millones de ciudadanos en todo el mundo, que
no entienden bien la falta de coherencia existente entre lo que oyen en los
noticiarios, lo que les ordenan hacer, y los datos de resultados de
fallecimientos por países. Por ello es esencial buscar respuestas.
La historia informativa de esta crisis se ha desarrollado de la siguiente
forma. En cuanto aparecieron las primeras noticias que provenían de China,
algunos medios, no muchos, comenzaron a tratar el tema. Rápidamente, y con
cierto asombro, comprobaron que la gente se interesaba por la noticia.
Comprendieron que podría ser una fuente para aumentar su público, así que
comenzaron a ampliar la información sobre ello.
Poco después, viendo el éxito que obtenían, se fueron sumando el resto de
medios de comunicación en todo el mundo, pudiendo comprobar que mientras
más dramáticas fuesen las informaciones, y más catastróficas las predicciones,
mayores audiencias alcanzaban.
Velozmente, salvo honrosas excepciones, se lanzaron todos a una orgia
desinformativa -en forma de campaña mundial-, impulsando el terror
alrededor de la pandemia. El éxito era previsible. El miedo causa ansiedad
entre los ciudadanos, y estos se encadenan a periódicos e informativos de
televisión y radio en ávida búsqueda de noticias.
Encontraron su Dorado, y, sin el más mínimo escrúpulo ni interés por la
verdad, lo explotaron -y continúan haciéndolo-, ignorando o ridiculizando
cualquier dato o información que no esté en la línea del terror.

La táctica que están empleando para conseguirlo es la siguiente. Ciento


cincuenta médicos se reúnen en cualquier lugar del mundo, o cualquier
institución más o menos relacionada con la sanidad. Lanzan una hipótesis
dramática, y los medios amplifican la noticia haciéndose eco de ello
inmediatamente. Si además, como sucede muchas veces, se consulta esa
hipótesis a la OMS, esta, que como es natural intenta tener cierta prudencia y
no cogerse las manos, lo que contesta es que es una posibilidad pero que no
está debidamente acreditada.
Esto lo puede ver usted, por ejemplo, en cómo están explicando los medios
la posibilidad del contagio por aire de este virus. Dicen lo del grupo de los
ciento cincuenta, pero no publican que la OMS matiza que no está probado
científicamente.
También ha sucedido lo mismo con la información sobre el uso de las
mascarillas. Veamos que dice al respecto la OMS. En su documento de seis de
abril pasado, y ratificado posteriormente en otro de julio, sólo considera
obligatorio el uso de mascarillas para los médicos, cuidadores y pacientes
confirmados, ya que el contagio no se produce por vía aérea, solo por tos y
estornudos como antes señalé. También lo aconseja cuando, en espacios
grandes y cerrados, las personas no pueden estar distanciadas a menos de un
metro y medio entre ellas.
Es más, sobre la implantación del uso de las mascarillas de forma
generalizada, en el mismo documento de siete de julio, advierte de los posibles
efectos perjudiciales: autocontaminación, proliferación de microorganismos,
neumonías e infecciones de vías respiratorias, entre otras posibles
consecuencias negativas.
Pero si otros ciento cincuenta médicos, biólogos y científicos se reúnen y
explican justo lo contrario de las hipótesis anteriores, simplemente los medios
no la publican. Y si miles de personas se manifiestan porque no quieren que
ataquen su libertad y economía con los confinamientos, que además no
parecen haber aportado nada positivo sanitariamente, los intentan desprestigiar
calificándolos de extrema derecha, fascistas, etc. O si el político de una ciudad
o región declara medidas espectaculares con calificaciones como Zonas Rojas
y amenaza con nuevos cierres, le dan cobertura a nivel de titulares. Si en otras
ciudades, regiones o países importantes no se registra prácticamente ningún
caso, viviendo los ciudadanos con normalidad, no se publica nada.
Parece razonable sospechar que esto es táctica, porque se selecciona
cuidadosamente lo que se publica y lo que no, pero siempre en el mismo
sentido de ahondar en el terror. De hecho, como resultado de esta estrategia,
los datos indican que han multiplicado casi por tres sus audiencias globales. Si
la gente no sale a la calle, ni puede viajar, tiene que consumir televisión.
Los medios de comunicación intentan vivir del estrés que ellos mismos
provocan a los que les siguen, convirtiendo a estos seguidores, como resultado
de dicho estrés, en yonquis de los noticiarios.
En cualquier caso, es una verdad evidente que ningún medio de
comunicación busca la Verdad. Sólo busca crear espectáculo para conseguir
audiencias, despreciando hechos relevantes si no les convienen, y sólo
publicando las opiniones y datos que le sean útiles para intentar influir sobre la
sociedad a través de la manipulación de la opinión pública, en la que siempre
han basado su poder.
Muchos responsables políticos, inicialmente, se vieron también, como el
resto de la población, sorprendidos y arrastrado por el tsunami de terror que
los medios habían desatado.
Esta desdichada situación que se creó con políticos ignorantes, mal
asesorados y muy presionados por los medios de comunicación, es lo que
explica el por qué se ha reaccionado como se ha hecho ante el coronavirus en
muchos lugares del mundo. Ningún político de ningún país ha querido que le
pudiesen acusar de ser responsable de asesinato por no haber tomado medidas;
por ello muchos han ido tomando decisiones, no siempre adecuadas y con
escasa base científica, arrastrados por el huracán mediático.
Es más, se han producido -y siguen produciendo-, casos de honestos
responsables políticos que han querido llevar las aguas a los cauces
razonables, intentado explicar lo que realmente sucede, y muchos medios, por
temor a la perdida de audiencias, se han lanzado contra ellos criticándolos, y
publicando, para contrarrestar, la última sandez expresada por cualquier
vocero en búsqueda de notoriedad.
Sólo algunos políticos han visto en esta crisis una oportunidad de destacar
y salir del anonimato, y por eso alguno ha iniciado una especie de carrera para
ver quién toma las medidas más excéntricas y disparatadas que les ayuden a
aparecer en los medios. Medidas siempre revestidas de aparentes razones
humanitarias, mientras arruinan a los ciudadanos. Pero las consecuencias de
tales medidas dejan mucho que desear, ya que suelen ser menores los
beneficios que aportan que los perjuicios que ocasionan; los cuales, en muchas
ocasiones, emergen en forma de miseria, lo que también produce
enfermedades.
La filosofía que la ilustración estableció fue aquella de “No aceptes la
verdad que te ofrecen. Encuéntrala por ti mismo”. Así que en aplicación de
esta filosofía me dediqué a buscar información, cosa habitual en mis largos
años de investigación en campos semejantes, con el fin de intentar entender lo
que estaba sucediendo y que el propio sentido común, y la observación, me
llevaba a cuestionar.
Encontré la fuente principal de información leyendo a fondo las
publicaciones que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha hecho con
respecto a esta pandemia. Usted también las puede encontrar publicadas en
internet, y tendrá ocasión de comprobar que muchos medios de comunicación
sólo han publicado aquellas partes de esos documentos que les permiten
alentar el miedo, obviando lo demás.
La OMS confirma que los asintomáticos no contagian, ni tampoco se
trasmite durante el periodo de incubación. Sólo los que presentan síntomas
pueden contagiar; pero estos suponen un porcentaje muy bajo.
Por otro lado, conviene saber que dar positivo en estas pruebas no quiere
decir que la persona esté infectada, ni siquiera que se encuentre incubando el
COVID-19. La razón de ello está en la naturaleza de los propios test.
El diagnostico de esta infección es bastante fiable cuando en la misma
persona coinciden los síntomas de fiebre, tos, dificultad de respiración, presión
en el pecho… con un resultado positivo en el test. Pero, la realidad es que la
mayor parte de test se los están haciendo gente sin síntomas. Unos guiados por
el miedo, y otros porque han estado en contacto con alguien que dio positivo y,
a su vez, se lo hace por si acaso. Así que en aplicación del principio de los
contactos estrechos, todos se van a casa durante catorce días, estando la
mayoría perfectamente sanos.
Debemos aclarar algo importante con respecto a los test. Aunque existen
varias clases el que más se emplea es el conocido como PCR (siglas en inglés
de “Reacción en Cadena de la Polimerasa”) pues los demás son aún menos
precisos. Este actúa rastreando la presencia de material genético de virus en la
persona, pero no es capaz de detectar el genoma completo, pues tardarían
semanas en obtener los resultados. Es por ello que lo que detecta puede
corresponder a restos de cualquier otro virus, ya que no es posible la
identificación completa de un virus específico. Por esta razón, como afirman
los propios laboratorios, los positivos de los test en ningún caso significan
infección por coronavirus. De hecho, solo alrededor del 16% desarrolla
posteriormente la infección. Y esto, de tan crucial importancia, no suelen
publicarlo los medios de comunicación, e incluso se han lanzado como
posesos contra algún responsable político que lo ha intentado explicar.
En cualquier caso, es bueno saber que cuando los gobiernos hablan de
nuevos brotes se están refiriendo a estos positivos de los test, los cuales,
evidentemente, aumentan según el número de test que se realizan también
aumentan.
Los ciudadanos, en su natural desconocimiento pues no son especialistas,
creen que todos esos positivos que les comunican diariamente corresponden a
personas infectadas por COVID -19, lo que es absolutamente falso. Como dije
antes, solo el 16% de ellos terminan desarrollando la infección. Los demás no.
Con respecto al confinamiento de la población la OMS indica que esta
medida se debería usar, esencialmente, con las personas que presentan
síntomas. Evidentemente, no con la población sana. Y por las razones
explicadas antes, tampoco con los que dan positivo en los test, pues el 84% de
ellos no tienen la infección.
El encierro generalizado de poblaciones ha sido poco afortunado. De
hecho, es la razón por lo que aumentó tanto la mortandad en aquellos países o
regiones que confinó a todos sus ciudadanos largo tiempo, pues, para lograrlo,
los gobiernos se vieron obligados a impulsar más aún el pánico que ya habían
creado los medios, como recurso para que la población aceptara el
confinamiento.
En la práctica, lo que ha supuesto esta medida, es que a los que tenían
síntomas se les enviaba a su domicilio casi como única terapia, e igual medida
se tomó con las personas vulnerables. Es sabido, por ejemplo, que en muchas
residencias de ancianos de algunos países –fundamentalmente Italia, España y
Perú- jamás apareció un solo médico, con consecuencias muy negativas. A
esta población, que era la que realmente necesitaba atención sanitaria, se les
dejó sin la misma en muchas ocasiones porque los profesionales sanitarios
estaban colapsados en los centros de salud, atendiendo a personas que, debido
al pánico creado, creían estar infectadas cuando en realidad no presentaban
ningún síntoma real ni riesgo especial por vulnerabilidad.
Hoy es una evidencia que los países que mejores resultados han obtenido,
desde el punto de vista de la salud, son aquellos que concentraron sus recursos
sanitarios, exclusivamente, en atender rápidamente al que presentaba síntomas
y a la población más vulnerable, y no los dedicó a cuidar de la histeria
colectiva de gente asustada. Y solo añadieron a esto la limitación de las
grandes concentraciones de personas, en cuyo caso sí exigen el uso de las
mascarillas. Los países que pusieron en marcha esta fórmula de gestión
sanitaria han tenido un número de defunciones prácticamente similar a
cualquier gripe normal, y a veces inferior.
Sin querer extenderme más, pues todos podemos buscar y encontrar los
datos que demuestran lo que aquí expongo, veamos, como ejemplo, el caso de
Alemania, que solo encerró durante dos semanas a sus ciudadanos, y rectificó
inmediatamente esta estrategia al comprender su falta de utilidad sanitaria.
Con la gripe del 2017 y 18, fallecieron 25.100 personas en este país. Con el
coronavirus, hasta agosto del 2020, 9.266. Y con resultados similares, e
incluso mejores, puede encontrar múltiples ejemplos en otros países como
Austria, Grecia, Portugal, varios países asiáticos, etc. De estas experiencias
deberíamos aprender los demás.
Lamentablemente, muchos medios no están publicando o explicando a los
ciudadanos estos datos tan relevantes.
¿Debemos suponer que la explicación a este comportamiento puede estar
en que la publicación de dichos datos eliminaría terror a la situación, y saben
que sin miedos pierden audiencia? Pudiera ser, porque esa pérdida de
audiencia sí que supone un auténtico escenario de pánico para los propios
medios.
Aunque, a lo mejor, la explicación también pudiera encontrarse en estas
palabras de Napoleón: “Nunca atribuyas a la malicia lo que adecuadamente
se puede explicar con la incompetencia”.
Sea como fuere, parece indudable que la conocida como “era de la
información” es una de las etapas en la historia del hombre donde este ha
dejado de pensar, para solo oír.
Confieso que no soy muy optimista con respecto a que tengan intención de
rectificar, pues todos los indicios parecen señalar que pretenden seguir
aprovechando esta crisis, hasta que tengan o inventen otra para sustituirla.
Esperemos que, cuanto antes, tengamos la vacuna para poner fin a este
huracán, pues ha sido creado, en buena parte, de manera artificial.
En resumen, la táctica que están empleando los medios de comunicación
consiste, básicamente, en publicar cualquier noticia negativa sobre esta
pandemia, y no publicar ninguna positiva o esperanzadora. Con ello consiguen
producir miedo, y más miedo, atando al ciudadano a los medios. Y en ciertos
países, sobre todo en Italia, España, Bélgica y Perú, esta táctica está
respaldada con la complicidad de unos gobernantes que, revestidos de
ignorancia, intentar hacer olvidar sus responsabilidades criminales por no
haber tomado medidas preventivas a tiempo, cuando ya conocían la crisis que
se aproximaba. Es por esta razón que, ahora, persisten en tomar medidas
excéntricas y poco eficaces para intentar parecer que están cuidando de un
pueblo cansado y desconcertado. Ello ha supuesto que estos países tengan más
muertos por cada cien mil habitantes que los demás, y mayor ruina económica.

Con motivo de esta investigación he tenido la oportunidad de reunirme con


importantes periodistas europeos. La mayor parte de ellos se manifiesta en
privado avergonzado de como se está tratando desde los medios la crisis del
coronavirus. Pero argumentan que también ellos, como cualquier otro
ciudadano, tienen que pagar sus hipotecas.
Para concluir es bueno recordar, de forma muy sintética, los antecedentes
de los medios de comunicación, pues es relevante para entender mejor lo que
en este artículo se explica.
El primer periódico de la historia del hombre lo fundó Julio César. Lo
llamó Acta Diurna y lo ofrecía gratis al pueblo de Roma. Lo creó con el fin de
manipular la opinión pública a su favor y en contra del Senado romano que le
era adverso, y que gozaba de un inmenso prestigio desde siglos atrás. Es decir,
desde su nacimiento los medios ya han estado ligados al deseo de controlar y
manipular dicha opinión pública. Tuvo mucho éxito. En cuanto comenzó a
publicar los debates que en el Senado se producían se pusieron de manifiesto
las vergüenzas de esa institución, las cuales quedaron expuestas a los
ciudadanos de Roma. Estos, al poder leer las luchas internas entre los
senadores, comenzaron a comprender que no eran tan altas las razones por las
que esa institución tomaba las decisiones políticas, como ingenuamente habían
supuesto hasta entonces. El Senado Romano jamás volvió a recuperar su
antiguo prestigio.
Después hay que avanzar prácticamente hasta el siglo XVI para ver
emerger medios de comunicación de cierta importancia, ya que, desde la
desaparición del Imperio Romano, en el siglo V, ese mundo se hundió en un
desastre sólo comparable a las eventuales consecuencias de un cataclismo
nuclear, pues se evaporó todo el progreso social, individual y técnico que hasta
entonces se había logrado.
Pero sería en los siglos XIX y XX, al generalizarse su consumo, cuando los
medios de comunicación se convirtieron en un poder de primer nivel por su
capacidad de influir sobre la opinión pública.
Una rápida mirada a la historia nos permite ver que esos dos siglos,
precisamente, han sido los de mayor violencia en forma de guerras desde que
el ser humano habita este hermoso planeta. Cabría preguntarse si esto es
responsabilidad directa de esos medios. Probablemente no en exclusiva, pero
lo que si demuestran esas circunstancias es que, en el mejor de los casos, no
han aportado a la humanidad nada positivo.
Así que, como el origen de dichos medios está en la Roma clásica, no
estaría mal que cuanto antes pudiéramos escribir Requiescat in Pace (R.I.P.)
en sus lápidas, para evitar que la siguiente campaña que se les ocurra, con el
objetivo de aumentar lectores y audiencias, sea impulsar alguna guerra con la
misma falta de escrúpulos con la que han actuado, y siguen actuando, en esta
pandemia.

Xavier Dalmau
Agosto 2020

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