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BIBLIOTECA DE FILOSOFIA

16

INTRODUCCIÓN A ARISTÓTELES
Por GIOVANNI REALE

BARCELONA
EDITORIAL HERDER
1985
GIOVANNI REALE

INTRODUCCION
A
ARISTÓTELES

BARCELONA
EDITORIAL HERDER
1985
Versión castcHam de V fcro t Bazteimca, d e la obra de
G iovamni R balb. ¡ntroduzkme a Arisiotde,
EdHorí Lateiza, Roma ^1982

© 1982 Edüorí ijtíena, Roma


) J98S EdUoriai Herder S.A., Barcdona

ISBN 84-254'1488-l

PKOPIIIDAD D epósito leoal: B. 27.528-1985 Printed in S pain


G rafesa - N ápoles. 249 - 06013 Barcelona
ÍNDICE

Advertencia 9
I. El hombre, la obra y la formación del pensamiento filo­
sófico ............................................................................. 11
1. Desde el nadmiento al ingreso en la Academia. 2. El perío­
do de veinte años transcurridos en la Academia, las obras
de juventud y la formación de la filosofía de Aristóteles.
3. Los «años de viaje». 4. El retorno a Atenas, la fundación
del Perípato y las obras de escuela. 5. La lectura de Aristó­
teles en la actualidad.

II. La irfilosofía primera» (análisis de la Metafísica)................ 43


1. Concepto y caracteres de la metafísica. 2. Las cuatro
causas. 3. El ser, sus significados y el sentido de la fórmula
«ser en cuanto ser». 4. La lista aristotélica de los significa­
dos del ser y su sentido. 5. Precisiones en tomo a cuatro sig­
nificados del ser. 6. La cuestión de la substancia. 7. La subs­
tancia en genera] y las notas defínitorias del concepto de
substancia. 8. La «forma» aristotélica no es el universal.
9. El acto y la potencia. 10. Demostración de la existencia
de la substancia suprasensible. 11. Naturaleza del motor
inmóvil. 12. Unidad y multiplicidad de lo divino. 13. Dios y
el mundo.

III La «filosofíasegunda» (análisis de la Física) ................... 69


1. Características de la física aristotélica. 2. El cambio y el
movimiento. 3. El espacio y el vacío. 4. El tiempo. 5. El
infinito. 6. La «quinta esencia» y la división entre mundo
sublunar y mundo celeste.
Indice

IV. Im psicología (2ínk^\sáe\ De anima) ................................ 83


1. El concepto aristotélico del alma. 2. Las tres partes del
alma. 3. El alma vegetativa. 4. El alma sensitiva. 5. El alma
racional.

V. Lm filosofía moral (análisis de la Ética a Nicómaco) ......... 97


1. Relaciones entre ética y política. 2. El bien supremo del
hombre: la felicidad. 3. Deducción de las «virtudes» a par­
tir de las «partes del alma». 4. Las virtudes éticas. 5. Las
virtudes «dianoéticas». 6. La felicidad perfecta. 7. Psicología
del acto moral.

VI. La doctrina del Estado (análisis de la Política)..................... 113


1. Concepto de Estado. 2. El ciudadano. 3. El Estado y sus
formas posibles. 4. El Estado ideal.

VIL La filosofía del arte {BXiéMúsáelaL Poética) ......................... 125


I. Concepto de las ciencias productivas. 2. La mimesis poé­
tica. 3. Lo bello. 4. La catarsis.

VIII. La fundación de la lógica (análisis del Organon).................. 135


1. Concepto de lógica o «analítica». 2. El proyecto general
de los escritos lógicos y la génesis de la lógica aristotélica.
3. Las categorías, los términos y la definición. 4. Las pro­
posiciones (De interpretatione), 5. El silogismo. 6. El silo­
gismo científico o demostración. 7. El conocimiento inme­
diato. 8. Los principios de la demostración. 9. Los silogismos
dialécticos y sofísticos. 10. La lógica y la realidad.

Apéndice I: Cronología de la vida y délas obras 159

Apéndice II: Historia de la proyección y de las interpretaciones de


Aristóteles............................................................... 161
1. Historia de la escuela peripatética y de los escritos de
Aristóteles hasta la edición de Andrónico de Rodas. 2. Los
comentarios griegos de Aristóteles. 3. Aristóteles en la
edad media. 4. Aristóteles en el Renacimiento y en los
primeros siglos de la era moderna. 5. El renacimiento de
Aristóteles en los siglos xdc y xx. 6. La innovación del mé­
todo genético y el redescubrímiento del joven Aristóteles.

Bibliografía......................................................................................... 179
I. Repertorios bibliográfícos y reseñas críticas ...................... 179
II. Las obras de Aristóteles....................................................... 180
índice

III. Ediciones generales y especiales de las obras ..................... 183


IV. Traducciones en lengualatina ............................................. 189
V. Traducciones en lenguas modernas .................................... 190
VI. índices y léxicos .................................................................... 194
VII. Escolios, paráfrasis y comentarios...................................... 195
VIII. Estudios críticos .................................................................... 197
ADVERTENCIA

El presente volumen nació de una serie de investigaciones y


estudios iniciados por mí hace unos 20 años aproximadamente, tan­
to en el plano del análisis como en el de la síntesis. Además de una
serie de artículos y de ensayos en misceláneas y revistas, he dedica­
do a Aristóteles el volumen // Concetto di Filosofía Prima e Vunitá
della metafísica di Arisíoíele, Milán 1961, H965, M967 y he traduci­
do, con introducción y comentario analítico, la Metafísica para el
editor Loffredo (dos volúmenes, Nápoles 1968). Siempre en rela­
ción con Aristóteles he traducido y comentado la Metafísica de su
discípulo Teofrasto, mostrando todos los vínculos que la unen con la
obra mayor del maestro. Paralelamente a esta Introducción a Aris­
tóteles, publico la primera traducción italiana del Trattato sul cosmo
per Alessandro, reivindicando la paternidad de Aristóteles para el
mismo (Loffredo, Nápoles 1974).
En el plano de la síntesis me había ocupado ya de Aristóteles en
el pequeño volumen II Motore immobile (La Scuola, Brescia) y so­
bre todo en I problemi del pensiero antico, volumen I, Dalle origini
ad Aristotele, Celuc, Milán ^1972.
Así, pues, el lector encontrará en esta Introducción el resultado
de todos los estudios precedentes. Es evidente que he repetido aquí
con ciertos retoques ya sea parcial o integralmente muchas cosas
sobre las que he meditado durante largo tiempo. En especial he
recogido, aunque de forma reducida, partes de mis Problemi del
pensiero antico, mientras que todo el primer capítulo y la parte
relativa a la historia del arístotelísmo son enteramente nuevos.
Advertencia

Doy las gracias sinceramente al profesor Berti, al que debo mu­


cho en todo lo que se refiere a la interpretación del primer Aristóte­
les; los resultados a los que llegó este fílósofo al estudiar al Aristóte­
les exotérico son los mismos que he conseguido yo estudiando al
Aristóteles esotérico. Le agradezco asimismo el haberme permitido
inspeccionar las pruebas de imprenta de un trabajo de próxima pu­
blicación acerca de las interpretaciones de Aristóteles (que aparece­
rá en las Questíoni di storiografia filosófica, bajo la dirección de V.
Mathieu, La Scuola, Brescia) que me ha sido muy útil.
C a pít u l o 1

EL HOMBRE, LA OBRA Y LA FORMACIÓN


DEL PENSAMIENTO FILOSÓFICO

1. D e s d e e l n a cim ien to a l in g re so en la A ca d em ia

Si se quiere lograr una exposición c interpretación correctas del


pensamiento de Aristóteles, es necesario presentar previamente al­
gunos datos esenciales referentes a su vida, a las características es­
peciales de sus obras, a la génesis y al destino de éstas y a los
correspondientes problemas de índole cronológica. En realidad, la
crítica moderna ha creído poder resolver muchos de los problemas
que planteaba la lectura de Aristóteles recurriendo al dato biográfí-
co y, además, ha pensado que era capaz de resolver plenamente la
naturaleza del pensamiento aristotélico en su génesis. Es cierto que
esta nueva orientación de la crítica, que, como veremos, fue inaugu­
rada por Werner Jaeger en el año 1923, ha llegado al cabo de SO
años a las columnas de Hércules, ya que ha logrado desbaratar las
premisas de las que había partido y las bases sobre las cuales había
trabajado; pero es cierto asimismo que se ha conseguido un resulta­
do irreversible; se ha demostrado hasta qué punto fue absurda la
actitud que, durante siglos enteros,-se adoptó al estudiar Aristóte­
les, considerando su pensamiento como un bloque monolítico, sepa­
rado de su génesis y de su historia. En especial, las nuevas interpre­
taciones de Aristóteles han demostrado que es[imposible entender
el pensamiento aristotélico, si no se parte del acontecimiento funda­
mental de su vida, o sea, de los 20 años transcurridos en la Acade­
mia, en la escuela de Platón^Efectivamente, en el curso de estos 20
años, a través de la constante discusión con Platón y medíante las

11
I. Ei hombre y la obra

conocidas polémicas con los académicos, Aristóteles adquirió su


conciencia filosófica, construyendo los fundamentos de su propio
pensamiento. Y gran parte de los dogmas aristotélicos sólo adquie­
ren su justa proporción y su exacto significado, si se relacionan con
esta matriz académico-platónica.
Examinemos, pues, ordenadamente los principales datos de la
biografía aristotélica.
Fuentes totalmente dignas de crédito señalan el primer año de la
olimpiada xcix, el 384/383 a.C., como fecha de nacimiento de nues­
tro filósofo'. Su padre se llamaba Nicómaco y pertenecía a la corpo­
ración de los asclepiadeos, es decir profesaba el arte de la medicina.
Su madre se llamaba Festis y, según una tradición, también ella
estaba vinculada a los asclepiadeos.
La ciudad que vio nacer a Aristóteles fue Estagira (la actual
Stavros), que formaba parte del reino de Macedonia. La ciudad fue
colonizada por los griegos mucho tiempo antes y en ella se hablaba
un dialecto jónico. Así pues, fueron griegos los progenitores de
Aristóteles y su ciudad natal profesaba desde hacia mucho tiempo la
cultura griega.
El padre del filósofo, Nicómaco, que, como hemos dicho, fue
médico, debió de descollar en su arte, si, como refiere la tradición,
escribió libros de medicina e incluso un libro de Física. Y su presti­
gio muy alto, ya que el rey de los macedonios, Amintas, lo eligió
como médico de la corte y como amigo. En la época del rey Arque-
lao, la residencia de los reyes macedonios fue la ciudad de Pella, por
lo que Nicómaco y, por tanto, también Aristóteles, debió de residir
en esta ciudad, en la corte macedónica. En todo caso, Aristóteles no
pudo permenecer largo tiempo en Pella, porque murieron sus pa­
dres siendo él todavía joven.
1. Apolodoro ( s fr. 38 Jocoby) en Díógenes Laercto, V,9. Todos los datos que siguen, con excepción de los
seAalados pof Diógenes. proceden de las aotígnas vidas de Aristóteles (vóase Bibliografia. f II. 3). recogidos
gradas a la tobor fundamental realizada por I. Dñring, A m todf in títe Anden/ Biognphkat TradUiotí, Golcnibur-
go 1957. Buenas reoonstrucciones modernas se eoconlrarán en W. Jaeger. Atúttnekt, Berlín 1923 (tr. it. Anstote-
k . Florencia I93S. reedifada varias veces), pasám. Aristole. L ’Éthiqueé Nkomaque, tomo 1.1. introducción de
R. GauthÍGr. Lovain4^1970. pág. Sss, 3üsa. I. DOring, Aristóteles, Darstellung und Interpretation seines Denkens,
Heidelberg 1966. pág. 1-21. De la primera parte de la vida de Aristóteles existe unn reconstrucción muy cuidadosa
escrita por E. Berti, La filosofía del primo Aristotele, Padua 1962. pág. 123ss (razones de espacio nos impiden
señalar en cada caso todas las fuentes en las que nos basamos, loa eventuales fuentes desacordes, las diferentes
razones que favorecen la verosiniiítnd de aquellas a las que alributnos mayor importancia: el lector inleresado
encontrará todo ello en las obras indicadas antenomietile).

12
La Academia

De Pella, Aristóteles se trasladó quizás a Atarneo. Sabemos


c|uc, al morir sus padres, se hizo cargo de él Próxeno, que residía
precisamente en esta ciudad.
De los elementos expuestos hasta ahora se pueden sacar ya algu­
nas conclusiones útiles. Es fruto de la fantasía la pretensión de hallar
en Aristóteles rasgos y caracteres no griegos, ya que sus progenito­
res fueron de origen griego y su patria había caído desde hacía
mucho tiempo bajo la influencia griega ( Su acendrado amor por las
ciencias naturales, que es una característica peculiar de Aristóteles,
tiene raíces bien claras en su familia, tanto por la vía paterna como
materna. Asimismo, las futuras relaciones que Aristóteles sostendrá
con Filipo y con Alejandro de Macedonia, a las que nos referiremos
ampliamente más adelante, radican, ai menos en parte, en este anti­
guo vínculo que su padre Nicómaco mantuvo ya con la corte mace­
dónica. Finalmente, a su estancia en Atarneo, en la casa de su tutor
Próxeno, pueden deberse de alguna forma las estrechas relaciones
que, sucesivamente, Aristóteles mantendrá con Hermias, que llega­
ría a ser tirano de Atarneo y de Aso, como veremos más adelante.

2. E l período d e veinte año s transcurrido en la A ca dem ia , las


OBRAS d e juven tud Y LA FORMACIÓN DE LA HLOSOFÍA DE ARISTÓTELES

Para completar la educación del joven Aristóteles, que debió de


manifestar bien pronto su vocación especulativa, Próxeno lo envió a
Atenas, inscribiéndolo en la Academia. Para entonces, la fama de
Platón y de la Academia se había extendido y consolidado en todo el
mundo griego. Existen testimonios precisos y detallados acerca de
este hecho. Diógenes Laercio, perteneciente al grupo de Apolodo-
ro, escribe: «Aristóteles se encontró con Platón a la edad de 17 años
y permaneció en la escuela de éste durante 20»^ Así, pues, es fácil
calcular que Aristóteles entró en la Academia en el año 367/366 a.C.
y que permaneció allí hasta el 347/346 a.C., es decir, exactamente
desde la época del segundo viaje de Platón a Sicilia hasta la muerte
de éste. En definitiva, Aristóteles acudió a la Academia durante el

2. Diógenes Laercio. V. 9 (Diogcfic Laerxio. Vita drt /Sfofc/i. Ir. h. de M. Gtgante L atera. Barí 1962).

13
1. El hombre y la obra

período de mayor esplendor de la escuela, es decir, en la época en la


cual se hallaban en plena ebullición las grandes discusiones relacio­
nadas con la revisión crítica a la que Platón sometió su propio pensa­
miento.
Como se sabe. Platón había fundado la Academia poco tiempo
después de su primer viaje a Sicilia (388 a.C.), recurriendo al estado
jurídico de una comunidad religiosa consagrada al culto de las Mu­
sas y de Apolo, señor de éstas. Ésta era una forma, más bien la
única, para poder revestir de carácter legal a su escuela, que consti­
tuía algo radicalmente nuevo, y, en cuanto tal, no previsto por las
leyes del Estado. Los fines de la Academia eran de carácter marca­
damente político, o, por decirlo mejor, ético-polítíco-educativo:
Platón pretendía preparar a los futuros «políticos verdaderos», es
decir, a los hombres que deberían ser capaces de renovar el Estado
eri su raíz, mediante la sabiduría y el conocimiento del Bien supre-
mo^^ Situada la Aéademia en un horizonte muy distinto del socráti­
co, se introdujeron en ella la aritmética, la geometría, la astronomía,
e incluso la medicina, a la que se consideró como una preparación
necesaria para la dialéctica. En la Academia pronunciaron sus lec­
ciones científicos ilustres, tales como Eudoxo, matemático y astró­
nomo. Y sabemos asimismo que dieron sus clases en este centro
médicos procedentes de Sicilia. Estos personajes sin duda provoca­
ron con su enseñanza discusiones fecundas^. Así, pues, el interés
por las ciencias que Aristóteles recibió del ambiente familiar del que
procedía pudo desarrollarse de forma adecuada en la Academia. Ya
hemos dicho\jue en el año 367/366 Platón se encontraba en Sicilia,
donde permaneció basta ios comienzos del 364. Fue Eudoxo, que
era a la sazón el personaje más prominente de la escuela, el que
ejerció la primera influencia decisiva sobre Aristóteles; efectiva­
mente, el Estagiríta se referirá más de una vez a Eudoxo de forma
precisa. Es probable, como ha señalado alguien, que, además del
ejemplo del científico-filósofo enciclopédico, haya influido en Aris­
tóteles la exigencia reivindicada por Eudoxo de «salvar los fenóme­
nos»'' (era asimismo la exigencia de la Academia, pero Eudoxo la

3. Véase U. von Wilamovitz-Moellendorfí. Platón, Berlín ^1959, pág. 2ü8ss.


4. Véase Jaeger, Ariítoieles, d t.. pég. ll*27.
5. Véase Arístot. Mftaph. A 8, passim.

14
La Academia

llevó hasta las últimas consecuencias), o sea «hallar un principio


í|uc explicase los hechos, conservando intacto su modo genuino de
|)rescntarse>^\ Por otra parte, Aristóteles no prestó oídos a las ideas
filosóficas de Eudoxo; éstas diferían demasiado de las platónicas y
concluían en aporías bastante más graves que las platónicas que
Lvudoxo pretendía corregir.
Los otros personajes importantes con los que Aristóteles debió
de encontrarse inmediatamente en la Academia fueron Espeusipo,
h'ilipo de Opunte, Erasto y Coriseo. Los dos primeros llegarán a ser
cscolarcas de la Academia; Heraclides Póntico regirá provisional­
mente este centro docente al trasladarse Platón por tercera vez a
vSicilia; Fílipo publicará la última de las obras platónicas, las Leyes\
como veremos, Erasto y Coriseo asociarán más íntimamente sus
nombres con Aristóteles.
Sabemos poco acerca de las relaciones personales que Aristóte­
les mantuvo con Platón, al que, por las razones ya mencionadas,
conoció cuando contaba entre 19 y 20 años. Las fuentes parecen
aludir claramente a la existencia de relaciones no totalmente pa­
cíficas.
Platón consideraba a Aristóteles bastante inteligente (si es cier­
to que lo llamaba con el apodo de «la inteligencia»); pero se aparta­
ba de él a causa de su temperamento polémico y de las críticas que le
dirigía el joven y audaz discípulo. La influencia de Platón sobre
Aristóteles fue absolutamente determinante, no sólo durante una
fase de su vida, sino siempre. Como veremos, el platonismo es el
núcleo en tomo al cual se constituye la especulación aristotélica
absolutamente cierto lo que escribe Diógenes Laercio: «Aristóteles
fue el más genuino de los discípulos de Platón»\ En el curso de los
siglos posteriores, se ha ignorado este hecho con demasiada fre­
cuencia y desde el Renacimiento'* muchos se han complacido dema­
siadas veces en contraponer a estos dos filósofos como términos de
una antítesis irreductible; pero veremos que las razones de tal con­
fusión fueron ante todo de carácter teórico, apriorístico y antihis­
tórico.

6. Bcrti, op. cít., pág. 142.


7. Diógenes Lacrcio. V. I.
X Véase raids lulclante Apéndice II. HixmrUi de ¡a proyección de Aristóietes^ i 4.

15
I. El hombre y la obra

Dada la falta de documentos concretos, es imposible reconstruir


con precisión la actividad de Aristóteles durante el período de 20
años transcurrido en la Academia. Sin embargo, a modo de conjetu­
ra y con un amplio margen de aproximación, es posible determinar
los acontecimientos principales.
En este sentido es posible imaginar que en el trienio que discurre
entre su ingreso en la Academia y el retomo de Platón de Sicilia,
Aristóteles debió de estudiar ciencias matemáticas a las órdenes de
Eudoxo. Antes de que Platón volviera de la isla, nuestro personaje
inició probablemente el segundo ciclo de estudios que normalmente
ocupaba el período comprendido entre los 20 y los 30 años de la vida
de una persona según el plan general que leemos en la República
(Aristóteles, en su calidad de extranjero, pudo ser exonerado del
curso de gimnasia y del aprendizaje correspondiente). En esta fase,
los jóvenes se preparaban para la dialéctica, profundizando en la
naturaleza de las disciplinas ya aprendidas en la fase propedéutica y
en las afinidades reciprocas de las mismas, a fin de considerar la
posibilidad de trascender aquellas disciplinas para llegar al ser puro
de las ideas, es decir, para entrar en la dialéctica pura^.
No cabe duda de que el planteamiento de la paideia platónica
sobre bases científico-dialécticas satisfizo al joven Aristóteles. Este
hecho se deduce con bastante claridad de la que parece ser su prime­
ra obra, titulada Griiio y dedicada a la retórica. En ella Aristóteles,
partiendo de una serie de escritos retóricos compuestos como home­
naje a Grillo, hijo de Jenofonte, muerto en el año 362 a.C. en la
batalla (le Mantinea, dirigía su polémica contra la retórica entendida
en forma de instigación irracional de los sentimientos, como Gorgias
la había proclamado e Is(k:rates y su escuela la habían vuelto a
proponer. Así, pues Grillo representa la toma de posición clara de
Aristóteles en favor de la paideia platónica contra la paideia isocráti-
ca que se basaba en la retórica. La tesis que Aristóteles sostuvo, fue,
al parecer, exactamente la misma que Platón había expuesto mu­
chos años antes en Gorgias, la retórica no es una tekhne, o sea, no es
un arte ni una ciencia. Como se sabe, Platón revalorizó parcialmen­
te la retórica en Pedro, donde sostiene el carácter totalmente negati-

9. Véase Berlí, op. cit., pág. lSI-9.

16
La Academia

vo y vacío de una retórica del tipo gorgiano-isocrático, mostrando


(|iic, para poder ser válida, la retórica debía basarse en la dialéctica.
Am pues, también Pedro rebate la tesis que la retórica, entendida
i i mil) instigación de los sentimientos, no es arte. Por tanto no es
necesario, como pretende Jaeger, situar la composición de Grillo
I c»n anterioridad a la de Fedro'°. En realidad, si Aristóteles se basó
piincipalmente en la tesis de Gorgias, desarrollándola y profundi­
zándola, se debió a que la retórica que trataba de esbozar, es decir,
la retórica que constituía la base de los escritos en honor de Grillo,
vuUc los cuales parece que figuró uno del mismo Isócrates, era
f‘xaetamente el tipo de retórica contra el que había polemizado Pla­
tón en Gorgias y que Isócrates había puesto nuevamente en el can-
delcro.
(¡rillo debió hallar la más amplia aceptación en la Academia,
linstn el punto de que se encargó a Aristóteles que explicara un
curso oficial de retórica. La tradición asegura que inició su primera
( lase con la frase: «Es vergonzoso callar y dejar a Isócrates que
hable», que es la parodia de un verso de Eurípides. Resulta clara,
por tanto, la orientación que Aristóteles imprimió a este curso: de­
bía desbaratar todas las pretensiones de tipo gorgiano e isocrático
para defender la dialéctica y, probablemente, debía mostrar, como
lo hizo ya Platón en Pedro, que para poder adquirir valor la retórica
debía basarse en la dialéctica. Este curso de retórica, al igual que
( irillo, debió de obtener un gran éxito, ya que el discípulo de Isócra-
ics, Ccfisodoro, escribió una obra en cuatro libros titulada Contra
Aristóteles; alguien conjetura, con cierto fundamento, que el mismo
ls(KTatcs respondió a los ataques de Aristóteles en la Antidosis'\
Se puede reconstruir con bastante exactitud la cronología de
( irillo y del curso de retórica. El personaje de este mismo nombre
murió en el año 362 a.C.; inmediatamente después se publicaron,
varios homenajes, y Aristóteles escribió para reaccionar contra la
deficiente retórica contenida en ellos. Por esta razón cabe pensar
(|uc Grillo se escribió entre los años 360 y 358 a.C. y que el curso se
habría iniciado inmediatamente después, o sea aproximadamente
( liando Aristóteles tenía 25 años de edad.
I» VértKo W. Jueger, Faideia. tr. it., Rorcncia 1967, vol. III, pág. 25Üs.
11 l*uru »u profundización y respecto a la Mhliograna. remitimos a Berti, op. cít., pág. 159*85.

17
I. El hombre y la obra

Una segunda obra de juventud, que puede fecharse de forma


bastante segura, es Eudemo o Sobre el alma. Esta obra, que tenía
forma de diálogo, estaba dedicada a la memoria de Eudemo de
Chipre, condiscípulo y amigo de Aristóteles, que, habiendo partici­
pado en una expedición organizada por Dión contra Dionisio el
Joven, murió combatiendo cerca de Siracusa. Las fuentes antiguas
nos permiten establecer de modo bastante probable que la muerte
de Eudemo tuvo lugar en el año 354; por tanto es muy verosímil que
Aristóteles escribiera la obra en memoria de su amigo difunto un
año después, es decir, en el 353 a.C.
Aristóteles se propuso como fin principal consolar a sus lectores
y para ello expone los problemas relacionados con el alma y con su
destino ultraterreno. El modelo del que se sirvió Aristóteles esta vez
fue Fedón. En esta obra el filósofo volvió a plantear algunas de las
tesis de Fedón, defendiéndolas con tal eficacia que, como se sabe,
los neoplatónicos tardíos consideraron como totalmente equivalen­
tes la obra maestra platónica y el escrito aristotélico. Sin embargo,
aunque este hecho es absolutamente cierto, como lo atestiguan los
fragmentos llegados hasta nosotros, no lo es que Aristóteles se limi­
tase a repetir pasivamente a Platón, ni es verdad que defendiera en
esta obra la metafísica de las ideas que repudió más tarde; pero sí es
cierto, en parte, que presenta en ella una visión de la vida muy
pesinlista'^
En realidad, si hemos de juzgar por ios fragmentos que han
llegado hasta nosotros, más que un discurso de metafisica, en Eude­
mo Aristóteles presenta un discurso de fe, con una referencia pun­
tual al mito', además, el tono pesimista se explica perfectamente en
función del estado de ánimo en el que se encontraba Aristóteles a
causa de la muerte de su amigo. Por esta razón nos parece exacto
todo lo que escribe Berti a este respecto: «Ya se ha señalado que la
ocasión en la que se escribió Eudemo fue de tal naturaleza que
justificaba plenamente el énfasis puesto en la precariedad de la vida
terrena, así como, por otra parte, el que en el discurso aristotélico se
subraye la felicidad de la vida futura. Aun sin tener en cuenta este
dato, cabe admitir que Aristóteles se había adherido de todas for-
12. Defensor de tales tesis ha sido Jaeger. ÁristoitiéM, d t.. pég. 49-68; Bignooe {L’AriikHett perduto t la
formazkme fikuofka di Epkuro, Rorencía 1936. vol. I. pág. 67a) pareció conTirmarlas plenamente.

18
La Academia

mas a la concepción de carácter trascendental expresada en el diálo­


go (Fedón), sin considerarse por ello obligado a profesar la doctrina
de las ideas separadas»'\ Como veremos, Aristóteles abandonó
pronto la teoría de las ideas trascendentes (refutada ya por Eudoxo),
pero no la de un Dios trascendente y la de una realidad divina
asimismo trascendente.
Aristóteles demostró también en Eudemo la inmortalidad del
alma, tal como la tradición ha manifestado expresamente, utilizando
para ello argumentos basados en la verosimilitud y en la persuasión
y no en razones rigurosas y científicas, lo que constituye un procedi­
miento plenamente conforme con la finalidad consoladora del
diálogo'*.
La tradición afirma asimismo que la inmortalidad defendida por
Aristóteles se refería al intelecto, o sea, al alma racional*’ (y no a
toda el alma como han pretendido ciertos críticos)**. En resumen,
respecto a la inmortalidad del alma Aristóteles debió de sostener la
tesis que defenderá en las obras tardías y que quedó expresada de
forma paradigmática en la Metafísica: «El problema que queda por
examinar es si, después de la corrupción de la substancia compuesta,
queda todavía alguna cosa. Nada lo impide en algunos seres: por
ejemplo, en el caso del alma: no toda el alma, sino sólo el alma
intelectiva; toda el alma sería imposíble»*\ Ésta será también, como
veremos, la opinión sostenida en De anima.
Respecto a la naturaleza del alma, la posición teórica expuesta
en Eudemo debía de ser análoga (al menos básicamente) a la que
encontraremos en De anima. Aristóteles concibió el alma no como
una idea, como alguno ha creído poder deducir de los fragmentos,
sino más bien a la manera de substancia-forma. Al igual que Platón,
se opuso a la concepción del alma como armonía del cuerpo (teoría
que reduda al alma a epifenómeno del cuerpo); por consiguiente, le
atribuyó una realidad substandal. Pero nuestro filósofo condbió y
denominó expresamente a esta alma substancial «forma» (o sea una

13. Berti. op. cil.» pág. 417.


14. Véase Ellai tn Aristot. categ. protm. 114. 25ss - Eudemo, fr. 3 Rosa.
15. Véase Thcmisl. In Aristot. deanim. 106. 29ss = Eudemo, fr. 2 Rom.
16. Tesis de Jaeger. AristoteleM. d t.. pdg. 62ss.
17. Arisiot. Metaph. A 3. lOTQhr 24-26

19
1. El hombre y la obra

forma substancial que informa un cuerpo), que, al deshacerse el


cuerpo, no se deshace juntamente con él.
Berti, sacando partido de todos los estudios más recientes acerca
del primer Aristóteles, ha valorado de la forma siguiente el escrito
que hemos analizado brevemente:

(...) La interpretación que Jaeger ha propuesto de Eudemo, atribuyendo a esta


obra la expresión de una posición doctrinal totalmente fiel al platonismo, entendido
como doctrina de las ideas separadas y de la reminiscencia, afirmación de la inmorta­
lidad del alma completa y concepción dualista de las relaciones entre alma y cuerpo,
no es válida. Tuvo mucho éxito y con razón, porque después de las aisladas intuicio­
nes de Zcllcr y Kail, ha puesto de manifiesto el platonismo del joven Aristóteles,
permitiendo una mejor comprensión de su formación espiritual, dándonos una ima­
gen de él totalmente diferente de la tradicional e indudablemente más próxima a la
realidad histórica. Pero su error consiste en creer que en el año 353 Aristóteles se
mantuvo todavía fiel al platonismo de Fedón, escrito 25 ó 30 años antes (...). En
realidad existen elementos platónicos en Eudemo, y son muchos: la convicción de la
inmortalidad y de la preexistencia del alma (pero limitada exclusivamente al alma
intelectiva), la doctrina acerca de su substancialidad e inmortalidad, y el carácter
ultraterreno, en virtud del cual, tras la muerte, subsiste una vida superior, más natu­
ral y más feliz que la de la tierra. Algunos de estos elementos seguirán todavía
vigentes en las obras más maduras; mientras que otros, en especial el nuitiz ultrate­
rreno, no tienen pretensiones doctrinales y su presencia se debe simplemente a la
circunstancia ocasional y a la finalidad consoladora del diálogo. Lo que debe excluir­
se decididamente es la profesión por parte de Aristóteles de la doctrina de las ideas
separadas y la de la reminiscencia, así como la concerniente a la concepción del alma
como idea**.

Vamos a subrayar otro elemento que nos parece esencial: en la


época en que se compuso Eudemo, Aristóteles se muestra todavía
sensible a la componente religiosa y mística, presente en todo Pla­
tón; esta componente irá perdiendo progresivamente consistencia e
intensidad en la sucesiva evolución del Estagirita.«Por tanto, si exis­
te alguna antítesis entre Eudemo y las obras tardías se debe a que
estas últimas limitan el razonamiento filosófico a la pura dimensión
científica y abandonan todo tipo de discurso de carácter mítico y
religioso, discurso presente en Eudemo,

18. Vénac Berli, op. cit., pág. 453-543. En relación con exégesis opuestas, véase Jneger, Aristóteles, cit., pAg.
69-132; W.O. RubinowiU, Árlstotle's Protrepticus and the Sources ofthe Reconstruahn, Berkeley-Los Ángeles
1957; 1, Düring, Aristotle's Protrepticus, An Attemptat Reconstruction, Estocolmo 1961 (excelente); citamos en la
bibliografía, ü VIH, 2, arllculos del mismo autor. Una buena traducción, acompañada de comentario histórico y
teórico, es lo de E. Dcrii, Esortatione alia fdosofta (Protreptico), Radar, Padua 1967.

20
La Academia

Según todos los indicios, cabe fechar, al menos con cierto mar­
gen de aproximación, un tercer escrito compuesto en el período que
Aristóteles permaneció en la Academia. Se trata del Protréptico o
Exhortación a la filosofía, el más famoso, leído e imitado de todos
los escritos publicados por Aristóteles.
La obra, de la que poseemos amplios fragmentos reproducidos
por Jámblico en uno de sus escritos que lleva el mismo título, estaba
dedicada y dirigida a Temisón «rey de Chipre» (es decir, rey de una
de las nueve ciudades que en aquella época existían en la isla). A la
sa/ón, entre los años 351 y 350 a.C., Chipre entró en guerra contra
los persas y en el período inmediatamente precedente llegó a in­
tensificar sus relaciones con Atenas. Por tanto, cabe pensar que el
ano 351/350 es la fecha en la que Aristóteles pudo componer el
Protréptico. Esta conjetura resulta tanto más verosímil cuanto que
todo hace suponer que se halla contenida en esta obra la respues­
ta dada por Aristóteles a la Antidosis de Isócrates, compuesta en el
1S2 a.C.
En este escrito Aristóteles reemprendía la polémica contra la
escuela de Isócrates y su programa educativo: polémica que se inició
con Grillo y que prosiguió en el curso de retórica, en la que intervi­
no en un primer momento Cefisodoro, seguidor de Isócrates y, más
larde, este mismo filósofo, con su obra la Antidosis. Esta vez llevó el
ataque hasta sus últimas consecuencias. La dedicatoria misma es ya
muy significativa. Isócrates había dirigido a los príncipes de Salami-
na, en Chipre, tres obras de exhortación; Aristóteles dirige a otro
príncipe de Chipre su nueva obra, con la clara intención de llevar el
pensamiento académico allí donde había penetrado el de la escuela
de Isócrates. Pero, lo notable esta vez es que Aristóteles trata de
batir a Isócrates no ya, como en Grillo, desmantelando la retórica
sobre la que se basaba la escuela del adversario, sino de forma
positiva, mostrando la excelencia de la filosofía sobre la que se asen­
taba, a su vez, la paideia de la Academia; Aristóteles trata de mos­
trar que la filosofía es superior en todo los sentidos, ya sea en sí o
por sí, como por sus efectos y por los beneficios que proporciona al
hombre: en especial, frente a la Antidosis^ se señalaba que la filoso­
fía era la base única y segura de la acción. Así pues, el Protréptico es
la defensa integral de la filosofía. Al mismo tiempo es también el

21
I. El hombre y la obra

documento en el que Aristóteles, que rondaba ya los 3S años, escla­


rece definitivamente para sí y para los demás el ideal de la «vida
teorética», es decir, del tipo de vida que sitúa en la especulación el
propio fin y la felicidad, llegando de esta forma más allá de las
posiciones de la Academia.
Aristóteles muestra, en primer lugar, el carácter imprescindible
de la filosofía, ilustrando la gama de atributos que la coronan y que
la convierten en la cosa más excelente.
La filosofía es necesaria, como lo prueba el hecho de que hasta el
que la niega se ve obligado a filosofar; en efecto, negar la filosofía
significa hacer filosofía, ya que cualquier razonamiento que preten­
da demostrar la imposibilidad de la filosofía no puede menos que
tener carácter filosófico. En el fr. 2 se dice lo siguiente:

En resumen, si hay que filosofar, es preciso filosofar, y si no hay que filosofar, es


preciso igualmente filosofar; así, pues, en cualquier caso es necesario filosofar. Si
existe efectivamente la filosofía, todos estamos obligados de cualquier forma a filoso­
far, dado que existe. Pero, si no existe, aun en este caso nos vemos obligados a
investigar por qué no existe la filosofía; pero, investigando, filosofamos, porque
investigar es la causa de la filosofía'*

No hay duda de que la filosofía es posible. En realidad, los


principios y las causas primeras, que son el objeto específico de la
filosofía, son, en sí y por sí, por su propia naturaleza, los más cog­
noscibles, aun cuando resulten oscuros para nosotros. Esta afirma­
ción es una tesis que volverá a aparecer más tarde en el Aristóteles
maduro y que constituye el centro de su ontología; lo que es primero
para los sentidos es lo último para la plenitud del ser, y viceversa^.
Además, para ejercitar la filosofía, «no hay necesidad de instru­
mentos ni de lugares especiales, sino que, sea cual fuere el lugar de
la tierra en que pongamos el pensamiento, éste alcanzará siempre de
la misma manera la verdad, puesto que ésta está presente en todas
partes»*'. Un pensamiento que hallará la aceptación más amplia en
la época helenístico-romana.

19. Elias In Porphyr Isag. 3, 17ss. Protréptico, fr. 2 Ross.


20. Véase Protréptico, ir. 5 Ross.
21. JámbI Protr. 40. 20ss = Protréptico, U. 5 Rosa.

22
La Academia

La filosofía es, además, un bien objetivo y constituye el fin meta-


tisico del hombre, aquello en lo que y por lo que se realiza plena­
mente la esencia del hombre. En realidad el hombre es cuerpo y
alma; pero el cuerpo es un instrumento al servicio del alma y, por
tanto, es inferior a ésta; a su vez, el alma está dividida en partes,
todas ellas subordinadas a la parte racional. Por tanto el hombre «es
sólo o sobre todo esta parte», es decir, el alma racional. Pero la
misión del alma racional es alcanzar la verdad y esta meta sólo se
consigue con la filosofía. Por tanto, ésta consiste en la realización de
lo que hay de más elevado en nosotros, en nuestra perfección. En
consecuencia, el conocimiento es la virtud suprema; es, por decirlo
así, la clave de la vida humana^.
Se comprende, por tanto, el motivo por el cual se designa a la
filosofía como el «fin» del hombre. El hecho de haber mostrado que
la filosofía realiza la esencia del hombre implica directamente esta
tesis, ya que la esencia de una cosa es también su fin. Aristóteles
piensa que debe proporcionar una prueba específica, la cual de­
muestra que poseía ya su concepción finalista fundamental acerca de
la realidad y de algunos conceptos básicos de la metafísica. Lo que
es «primero» por la generación es «último» en cuanto al valor onto-
lógico\ y, viceversa, lo que es último por la generación es primero
por valor ontológico. Ahora bien, en el hombre primero se desarro­
lla el cuerpo y después el alma, y en ésta primero las facultades
irracionales y después la facultad racional. Así, pues, en virtud del
principio establecido anteriormente, resulta que al alma racional,
que es última en la generación, le corresponde la primacía en el
orden y valor ontológicos, ocupando asimismo, por tanto, el primer
puesto el conocimiento filosófico, que representa la «virtud» de esta
alma^\
La filosofía es también útil. Aristóteles desarrolla este punto
sobre todo para responder a Isócrates que en la Antidosis había
sostenido que el planteamiento filosófico de la paideia académica
era absolutamente abstracto, por lo que la filosofía era inútil, Aris­
tóteles puntualiza, ante todo, el concepto de la superioridad de la
contemplación sobre la acción, de la teoría sobre la práctica; la
22. Véase Protréptico, fr. 6-7 Ross.
23. Véase Prturétntco, fr. 11 Ro».

23
I. El hombre y la obra

contemplación tiene un valor autónomo, a la acción le corresponde


un valor subordinado; de hecho en la vida ultraterrena los bienaven­
turados viven en contemplación y no en acción: «Se puede ver que
nuestra tesis es más verdadera que cualquier otra, si nos trasladamos
con el pensamiento, por ejemplo, a las islas de los Bienaventurados.
Allí no hay necesidad de nada, ni se obtiene beneficio de cosa algu­
na, tan sólo subsiste el pensamiento y la especulación»^\ Pero, ade­
más, siendo verdadera la tesis de que la filosofia vale en sí y por sí,
sigue siendo cierto que la filosofía es también útil para la acción, ya
que proporciona las normas y los parámetros de la misma^.
Finalmente, la filosofía nos procura la felicidad. En realidad,
todos los hombres aman la vida, siendo ésta algo agradable en sí;
pero la vida más elevada consiste en pensar; así, pues, la suprema
felicidad se realiza en la actividad del pensamiento (y, en especial,
en la filosofía, en la que el pensamiento se realiza de manera perfec­
ta). Por ello, Aristóteles concluye como sigue:

Nada que sea divino o bienaventurado pertenece a los hombres, exceptuando tan
sók) aquello que es digno de consideración, o sea lo que hay en nosotros de inteligencia
y de sabiduría; entre las cosas que hay en nosotros sólo ésta se manifiesta como
innK>rtal y sólo ésta es divina. Y, por el hecho de poder participar de esta facultad, la
vida, aun cuando es miserable y difícil por su naturaleza, resulta, no obstante, una
realidad tan agradable que el hombre parece un Dios en comparación con las demás
cosas. «En realidad, entre las cosas que hay en nosotros, la inteligencia es el dios» —ya
sea Hermotimo o Anaxágoras el que haya dicho esto— y «el eón mortal contiene una
parte de algún dios». Por tanto, hay que filosofar o marcharse de aquí, despidiéndose
de la vida, porque todas las demás cosas vienen a ser un gran parloteo y vaniloquio^.

En el ámbito de la producción del joven Aristóteles, la crítica ha


destacado mucho en los últimos lustros algunas obras de contenido
metafísico, sobre las que no se había pronunciado la clásica mono­
grafía de Jaeger. Sin embargo, sólo es posible establecer la fecha de
las mismas con un amplio margen de aproximación y mediante con­
jeturas. Tales obras revisten, sin embargo, una gran importancia, si
se pretende comprender el desarrollo del pensamiento aristotélico,
ya que representan una toma de posición precisa, neta y pormenori­
zada por parte de Aristóteles en relación con la ontología platónica.

24. Jimbl. Proir IX, 53, 2*s - Protréplico, fr. 12 Ross.


25. Prolréptlco, ir. 13 Ros».
26. Jámbl. Proir. VIH. 48. 9i« = Protréptico, fr. lüc Ross.

24
La Academia

Por ello, es absolutamente necesario hacer una referencia a su con-


(cnido.
Empecemos por el tratado Sobre las ideas^\ La crítica reciente
lia subrayado que ésta obra está estrechamente relacionada con el
movimiento de revisión crítica que se inició en la Academia a partir
ilcl período del segundo viaje de Platón a Sicilia. El diálogo platóni­
co con el que revela mayor afinidad el tratado Sobre las ideas es
Parménides (y de manera especial la primera parte del mismo),
compuesto por Platón y publicado precisamente al volver este filó­
sofo de su segundo viaje a Sicilia.
Cabe reconstruir con bastante exactitud la situación de la que
nació el tratado Sobre las ideas. Durante el segundo viaje de Platón
a Sicilia, sobresalió en la Academia, como ya veremos, la figura de
Eudoxo; este filósofo creyó poder resolver la aporía básica de la
doctrina platónica de las ideas, que consiste en la dificultad de con­
ciliar los dos caracteres esenciales de las mismas, es decir, el ser
«separadas» y al mismo tiempo «causas de las cosas». Eudoxo se
convirtió en defensor de la inmanencia de las ideas: mezclándose
con las cosas, ellas serían causa del ser de las cosas mismas. La tesis
de Eudoxo, abiertamente herética, al tratar de resolver una aporía,
caía en otra mucho más grave y tosca, «porque trataba a las ideas
inmateriales de la misma manera que a las cosas materiales» traicio­
nando por tanto la concepción fundamental de la ontología platóni­
ca. Todos los miembros de la Academia debieron participar en estas
discusiones, proponiendo al mismo tiempo soluciones alternativas.
Aristóteles mismo, que llegó a la Academia exactamente en este
momento, no se limitó a mantener una actitud pasiva en relación
con estas discusiones, sino que se vio obligado a formarse una opi­
nión propia, apartándose tanto de la doctrina de Platón como de la
de Eudoxo. Es posible que durante los tres años transcurridos en la
Academia, en ausencia de Platón, Aristóteles, que contaba 20 años
al volver aquél de Sicilia, llegara a resolver algunas de las dificulta­
des básicas del platonismo. Las primeras discusiones con Platón
debieron ser probablemente bastantes movidas. Precisamente en
Parménides se advierte que comparece un Aristóteles muy joven
27. Pnra ahondar en el tratado Sobre tas ideas, véu!»; Berll, op. cit., pdg, 1H6-249 y P. Wílpcrl, Zwet aristote-
tische Frühschriften líber die ¡deeníehre, Ratisbona 1949; máü bibliografía en Dorti, op, cit.

25
I. El hombre y la obra

que, en nuestra opinión (y en la de algunos otros), se identifica con


el Aristóteles histórico. La respuesta dada por Cefisodoro a Grillo
confirma que Aristóteles se ocupó inmediatamente de la teoría de
las ideas. Esta respuesta demuestra que, en la época de la composi­
ción del diálogo mencionado, se sabía ya, incluso fuera de los muros
de la Academia, que Aristóteles se había dedicado a estudiar tal
doctrina. Quizás el tratado Sobre las ¿deas siguió inmediatamente a
la composición de Grillo (que, como hemos visto, se sitúa entre los
años 360 y 3S8 a.C.), sí la respuesta de Cefisodoro conoce ya esta
obra.
f Al parecer, las tesis fundamentales del tratado Sobre las ideas
fueron: a) no es posible admitir la existencia de ideas separadas y b)
para conservar firmemente la doctrina de las ideas, sería necesario
eliminar la doctrina de los principios^. A esta última nos referire­
mos más adelante al hablar del tratado Sobre el bien. Aquí debemos
valorar el significado y el alcance de esta negación de la doctrina de
las ideas. Lo que Aristóteles pretende atacar de manera especial no
es tanto la idea, sino su «(separación». Platón crítica asimismo tal
separación en la primera parte de Parménides. Sin embargo, los
caminos emprendidos por ambos filósofos son muy distintos. En
opinión de Platón, se podía mantener al mismo tiempo el aspecto
trascendente y el inmanente de las ideas, con tal de entenderlos de
manera adecuada: para él, en realidad, las dificultades de la «(sepa­
ración» sólo se refieren a un modo equivocado de entender las
ideas. Aristóteles, por su parte, opina que hay que renunciar total­
mente a la trascendencia de las ideas, transformándolas en «causas
formales» inmanentes de las cosas. Al modificar de esta manera la
doctrina platónica, Aristóteles no renunció a cierta forma de tras­
cendencia; en el lugar del trascendente inteligible situó la inteligen­
cia trascendente, es decir, a Dios, como veremos mejor al referir­
nos al tratado Sobre la filosofía y, sobre todo, al examinar la Meta­
física.
Pero, el hecho de haber transformado las ideas trascendentes en
formas inmanentes no suponía que Aristóteles hubiera adoptado las
posiciones de Eudoxo. Ésta fue la razón por la que criticó expresa-

2K. V¿Ri»c Sohrf lax ideas, fr. 3 y 4 res|>ect iva mente.

26
La Academia

mente a éste, señalando que la teoría de Eudoxo acerca de la «mez­


cla» de las ideas con las cosas destruía la inmaterialidad de las ideas
y las transformaba en una especie de elementos materiales. Aristó­
teles, a pesar de haber atribuido un carácter inmanente a las ideas,
afirma, no obstante, su espiritualidad e inmaterialidad. Berti ha
definido perfectamente esta operación diciendo que Aristóteles
transforma las ideas de entes trascendentes en estructuras trascen­
dentales; esto, precisa el mismo autor, no suponía el rechazo in­
tegral del sistema platónico, sino tan sólo su revisión crítica «llevada
con sentido de consumación a una instancia establecida por el mis­
mo Platón y con vistas a un platonismo cada vez más fecundo y
riguroso»^.
Estrechamente vinculado con la actividad del Platón maduro es­
tá también el tratado Sobre el bien. Esta obra sería la consignación
por escrito del curso oral pronunciado por Platón acerca de la «teo­
ría de los principios». Otras fuentes atestiguan que Platón expuso un
curso Sobre el bien. Se nos ha transmitido asimismo que muchos
acudían a escuchar el curso y que salían decepcionados de él porque,
mientras esperaban que el filósofo hablara de lo que comúnmente se
ha entendido por bien, asistían a discursos sobre matemáticas y
geometría, y finalmente se limitaban a oír afirmaciones tales como
«el Bien es el Uno»^. El curso Sobre el bien no era sino la expresión
del momento matemático - pitagórico del pensamiento platónico,
del que existen huellas en algunos de los últimos diálogos, especial­
mente en Filebo y Timeo.
En esta última fase de pensamiento^^ Platón había sometido la
doctrina de las ideas a una reestructuración radical. Las ideas en
cuanto constituyen una multiplicidad requieren una explicación
ulterior; en realidad todo lo que es múltiple debe justificarse en
cuanto tal en función de una unidad superior; así, Platón considera
necesario deducir las ideas de principios superiores para explicar su
multiplicidad. Tales principios eran justamente el uno y la diada
grande - pequeño (el uno, como ya hemos dicho, se identificaba con
el bien). El uno desempeñaba la función de principio formal, la
29. Berti, op. cit., pág. 249.
30. Aristóx. Harm. 2, 20. 16-31, repr. en Ross, Arist. Fragnt,, pñg. 111.
31. Véase, acerca del complejísimo problema de la «idoctrina no cscritai» de Platón, la bibliografía, ü VIH, 3.

27
I. El hombre y la obra

diada de principio material. Combinándose entre sí el uno y la diada


eran causa de las ideas-números, y por tanto de las ideas propiamen­
te dichas y, finalmente, éstas eran causa de las cosas. De esta forma
toda la realidad se deducía del supremo par de principios uno-diada.
En su primer libro de la Metafísica, Aristóteles, sacando las conse­
cuencias de su tratado Sobre el bien, escribe: «Siendo las ideas causa
de otras cosas, Platón considera que los elementos constitutivos de
éstas fueron los elementos de todos los seres. Y como elemento
material de las ideas señalaba lo grande y lo pequeño y como elemen­
to formal el uno; en realidad pensaba que las ideas y los números se
derivaban por participación de lo grande y de lo pequeño del
Uno»“ .
En el tratado Sobre el bien, Aristóteles exponía con amplitud
exactamente esta «doctrina de los principios», señalando las razones
que se aducían en la Academia en su favor estudiando la deducción
de las ideas-números y de las ideas a partir de los principios. La
exposición no debía de ser de carácter puramente doxográfico, sino
crítico-teórico. Probablemente el ñlósofo no había sometido todavía
a una crítica severa la doctrina de los principios, como lo había
hecho ya con las ideas en el tratado Sobre las ideas. Sin embargo, no
cabe duda de que desarrolló la doctrina de los principios en la direc­
ción ya apuntada en este último tratado. Probablemente sus conclu­
siones fueron las que aparecen en el primer libro de la Metafísica,
poco después del pasaje citado: «De cuanto se ha dicho resulta claro
que Platón ha recurrido exclusivamente a dos causas: la formal y la
material. En realidad las ideas son causas formales de las demás
cosas, y el uno es causa formal de las ideas. Y a la pregunta de cuál
es la materia que ejerce la función de sustrato, del que se predican
las ideas —en el ámbito de las cosas sensibles— y del que se predica
el uno —en el ámbito de las ideas— responde que es la diada, es
decir, lo grande y lo pequeño»"\
En una palabra, de la meditación sobre la doctrina de los princi­
pios Aristóteles debió de deducir su propia doctrina de la causa
formal y de la causa material. Por lo demás, la doctrina contenida en
FilebOy que es la exposición más parecida a la de las «doctrinas no
32. Ariit. Mttaph, A 6. 18»».
33. Ar»l. Mttaph. A 6, 988« Qss.

28
La Academia

escritas» de Platón, se aproximaba bastante a las conclusiones aris­


totélicas. Filebo habla efectivamente de cuatro géneros supremos de
lo real: lo limitado (o principio determinante), lo ilimitado (o princi­
pio indeterminado), lo mixto de estos dos y la causa de la mezcla. Es
fácil identificar en los dos primeros la causa formal y la causa mate­
rial de Aristóteles respectivamente, y en lo mixto lo «compuesto» de
materia y forma. El tratado Sobre el bien no hada ninguna referen­
cia a la causa de la mezcla, porque ésta queda fuera del proceso de
generación de las ideas-números a partir del Uno y de la Diada y sólo
interviene en la génesis del cosmos. Platón hablará ampliamente de
ella en Timeo, que es exactamente un diálogo cosmológico, mien­
tras que Aristóteles, corrigiendo también esta vez la doctrina plató­
nica, se referirá a la misma en el tratado Sobre la filosofía, al que
dedicaremos nuestra atención un poco más adelante.
Probablemente el tratado Sobre el bien se escribió poco después
del tratado Sobre las ideas, en el que se mencionaba ya la doctrina
de los prindpios, como sabemos, pero no se había desarrollado
todavía. En favor de este orden de sucesión habla también el hecho
de que en el tratado Sobre las ideas Aristóteles criticaba la doctrina
de las ideas, pero no todavía la de las ideas-números o números
ideales, estrechamente vinculada con la doctrina del Uno y de la
Diada, y que esta crítica, como se ha atestiguado expresamente, está
a su vez presente en el tratado Sobre la filosofía. Así, pues, primera­
mente Aristóteles tomó posición frente a las teorías de las ideas en
general, negando la «separación» de éstas; sucesivamente expuso y
valoró críticamente la doctrina de los «principios», deduciendo de
ellos los conceptos de «causa material» y de «causa formal»; por
tanto criticó y desechó todo lo que le pareció absurdo de esta doctri­
na, especialmente los números ideales, declarándolos inconcebibles
c impensables, como veremos más adelante^^
Y de esta forma hemos llegado al tratado Sobre la filosofía, que
es el más comprometido y el más amplio de los escritos juveniles del
Estagirita^\ Todos los eruditos, con la sólo excepción de Werner

34. Para una discusión acerca de la liicratura en torno al tratado Sobre ei bien y paro una interpretación
profunda de los fragmentas, véase Berti, op. cit., pág. 250-316.
35. Para un estudio profundo del tratado Sobre ta fUosofta véase: Berti. op, cit., pAg. 317-409 (en ella se
encuentra la discusión de toda la literatura hasta 1961). Respecto a lus exégciís contrarias, véase Jaeger. Aristote-

29
I. El hombre y la obra

Jaeger y de sus seguidores más fieles, han admitido y siguen admi­


tiendo que el escrito pertenece al período académico. En realidad
las pruebas aducidas por Jaeger contra tal asignación carecen de una
base sólida^. El erudito alemán, convencido de que Aristóteles no
había criticado jamás a Platón durante el período transcurrido en la
Academia, considera necesario situar la composición de nuestro es­
crito en los años de la estancia del filósofo en Aso (a la que nos
referiremos dentro de poco), basándose precisamente en el hecho
de que en esta obra se criticaba a Platón. Sin embargo, las fuentes
antiguas dicen con claridad que se criticaba a Platón en ios diálo­
gos^, utilizando de forma inequívoca el plural y no limitando tal
circunstancia al tratado Sobre la filosofía. Además, Jaeger piensa
que en el fr. 6 se puede descubrir una alusión a la muerte de Platón.
Pero este fragmento presenta un carácter muy equívoco y no se
puede interpretar con seguridad en el sentido pretendido por Jae­
ger. Todos los elementos internos permiten suponer que el tratado
Sobre la filosofía se compuso en los últimos años de permanencia en
la Academia. Ciertas referencias doctrinales a Timeo y a las Leyes
son la prueba de cuanto acabamos de decir^.
La obra, que debía presentar una forma dialógica, estaba dividi­
da en tres libros. En el primero, a través de una reseña histórico-
teorética, se analizaba el concepto de filosofía como conocimiento
de los principios supremos de lo real^l En el segundo, se criticaba la
doctrina de las ideas así como también la de las ideas-números o
números ideales. Contra estos últimos, Aristóteles objetaba lo que
sigue: «(...) si las ideas son otra especie de número, pero no mate­
mático, no podremos comprenderlas jamás; ¿quién de la mayor par­
te de nosotros comprende una especie diferente de número?»*. Fi­
nalmente, en el tercer libro Aristóteles presentaba de forma siste­
mática su ontología, teología y cosmología, introduciendo muchas
novedades. Entre ellas la doctrina de la forma-privación y del acto-
ks. d t., páf. 161-220 y Arislolcic. M ia f^osofia. iotroducciófl, ceno, traduccióa y comeataho eufético bajo b
dirccciáa de M Unlcnlesner. Roma 1963 (en efla aparece una bibUegraíb amplisáma. pág. XXVI-XL). Véase
también los articelos de Untenieiner criados más adelante en b biblíografla. } VIII. 2.
36. Véase Jaeger, Aristoteks, cit., pag. 167ss.
37. Proel, apud Philopon. De aet. mundi, pág. 31, I7ss (Rabe) = Sobre ia fUosofla, h. 10 Ross.
38. Véase Berti. op. cit., pág. 40lss.
39. Vé»e fr. 8. 6 Ross.
40. Syrian. kfeuiph. IS9. 33» * Sobre h fiiosofU, fr. 11 Ro».

30
La Academia

potencia (quizás esta doctrina apareció ya en el primer libro; en


todo caso se encuentra ya presente en Protréptico)\ ofrecía una nue­
va visión de Dios como Inteligencia; en el vértice de la realidad se
situaba a éste y no al Uno ni a la Diada; introducía la doctrina de la
eternidad del mundo, renovando básicamente la cosmología de Ti-
meo\ daba forma sistemática a la concepción teleológica del
universo^'.
Fueron especialmente importantes las innovaciones introducidas
en el campo teológico, lo que demostraba que el Estagirita había
resuelto positivamente el problema de la trascendencia, a pesar de
no haber puesto en claro todavía su concepción de lo divino. Existe
un ser trascendente, pero no se trata del mundo de las ideas, sino del
Dios-pensamiento, o de una multiplicidad de principios que tienen
una naturaleza análoga, que culminan en un principio primero supe­
rior. Ésta es la demostración de la existencia de Dios que presenta
Aristóteles:

Que el poder divino es cierno lo atestiguan también las doctrinas explicadas


mediante discusiones en muchos pasajes de tratados destinados al público; es decir,
es necesario que la primera y suma divinidad sea completamente inmutable; si es
inmutable, es también eterna. Llama «tratados destinados al público» a los que se
pusieron a disposición de la multitud siguiendo una exposición ordenada desde el
principio. Acostumbramos a llamar a estos escritos exotéricos, así como damos el
nombre de acromáticos y doctrinales a los más científicos. Aristóteles habla de este
lema en los libros Sobre la filosofía. En realidad se trata de una proposición de
validez universal: donde hay una cosa mejor, hay también una que es óptima; puesto
que, en el ámbito de cuanto existe, hay una realidad superior a otra realidad, por
consiguiente existe una realidad perfecta que tendrá que ser la potencia divina. Así,
lo que cambia, cambia en virtud de un agente externo o en virtud de sí mismo; si cambia
en virtud de un agente externo, éste es superior o inferior a él; si cambia en virtud de
sí mismo, lo hace con vistas a alguna cosa inferior o porque aspira a una realidad
superior, pero no existe ninguna cosa superior a la potencia divina, en virtud de la
cual ésta tenga que experimentar cambio alguno (en tal caso tendría una categoría
superior de divinidad), imponiéndose el postulado de que lo que es superior no debe
experimentar influencia de lo que le es inferior; y, sin embargo, si recibiera influencia
de lo que le es inferior, aceptaría algo malo, pero nada malo existe en él. Pero,
tampoco se modifica a sí mismo para tratar de aspirar a una realidad superior; en
realidad no carece de ninguna de las perfecciones que le son propias. Sin embargo, no
se modifíca buscando algo peor, ya que ni siquiera el hombre, por su voluntad, causa su
propio mal, ni posee ninguno de los males que recibiría como consecuencia de su

41 VéJinse espedalroeaie los ír. 10-29 Roo.

31
I, El hombre y la obra

cambio a peor. Aristóteles recogió esta demostración del segundo libro de la Repúbli­
ca de Platón^.

Y acerca del problema de la multiplicidad o unidad de los princi­


pios dice el fr. 17:

Es argumentación de Aristóteles: «El principio o es único o existen muchos que


son tales. Si sólo existe uno, tenemos lo que buscamos. Si son muchos, están ordena­
dos o carecen de orden. Pero, si carecen de éste, sus efectos se presentarán desorde­
nados en su mayor parte y el cosmos no será ya cosmos sino ausencia de orden y
existirá lo que contradice a la naturaleza, mientras que no existirá lo que es conforme
a la naturaleza. Si, por el contrario, tales efectos son ordenados, se ordenan en virtud
de su propia actividad o en virtud de una causa externa. Pero, si se ordenan por su
propia fuerza, tienen un principio común que les une y éste es el principio»^.

En este caso, la solución que Aristóteles propone para el proble­


ma de la multiplicidad-unidad de los principios está estrechamente
vinculada con la que el filósofo presentará en la Metafísica^.
A su vez es bastante dudoso que Aristóteles poseyera ya la solu­
ción definitiva del problema de la naturaleza de Dios y de su función
como causa. Reñere Cicerón:

En el tercer libro de su En tomo a la filosofía, Aristóteles expone una doctrina


incoherente, manifestándose en desacuerdo con su maestro Platón. Por una parte,
reconoce el valor divino absoluto del intelecto, por la otra sostiene que el mundo
(= la misma periferia extrema) es una potencia divina, otras veces sitúa otro poder
divino al frente del mundo (= de la periferia extrema) y le atribuye las funciones de
dirigir y conservar el movimiento del mismo mediante un movimiento retrógrado.
Más tarde afirma que el calor del cielo es un poder divino, sin comprender que el
cielo es parte del mundo, que él mismo ha definido en otro pasaje como poder divino.
Pero, ¿de qué manera podría conservar tan gran velocidad aquel célebre intelecto
divino? ¿Dónde está, pues, este gran número de dioses, si consideramos el délo
como un poder divino? Puesto que, por otra parte, al afirmar que Dios carece de
cuerpo, Aristóteles termina por despojarlo de toda sensibilidad, incluso de la sabidu­
ría, ¿de qué manera podría moverse el mundo, si carece de cuerpo, o de qué manera
(el mundo), moviéndose siempre, podría ser (el poder divino) sereno y feliz?^

Ahora bien, a pesar de que Cicerón pueda ser responsable de


muchos equívocos (veremos más adelante que, en lo que concierne

42. Simplic. De cáelo 228. 28)» Sobre ia filosofía, fr. 16 Rosa.


43. Schoi in Froverh. Salomonis, cod. París gr. 174 f. 46a = Sobre la fílosofia, fr. 17 Koss.
44. Véase Metaph. A 8. passbn.
45. Cíe. Denat, deor. I. 13, 33 Sobre ia filosofía, fr. 26 Ross. Véase Berii. op. d i., pág. 37Sss.

32
La Academia

a la pluralidad de lo divino, el griego no dudó jamás en desig­


narlo a la vez uno y múltiple), queda el hecho de que el tratado
S(fhre la filosofía no se expresó con suficiente claridad acerca de la
naturaleza de Dios y de su función causal. Aristóteles concibió pro­
bablemente a Dios como algo distinto de una mente incorpórea,
como causa final; pero no declaró jamás que Dios actuara sobre el
inundo como el amante en relación con el amado. Por lo demás, ni
d tratado De cáelo ni la Física contienen todavía el desarrollo de
este concepto que sólo se manifestará con toda claridad en la Meta-
física.
Este Dios, concebido como impasible, no crea el mundo que,
por tanto, es eterno^. Los astros, hechos de éter (quinta esencia) y
animados ocupan un puesto privilegiado en el cosmos. Al alma de
estos astros se la denominaba endelekheia*^), que fuentes contami­
nadas por influencias estoicas han identificado erróneamente con el
éter mismo. En realidad, como Berti ha demostrado tras un atento
análisis de todos los documentos y de las interpretaciones que se han
liado a los mismos, tal identificación es errónea, puesto que «el éter
constituye tan sólo el cuerpo, y no el alma de los astros, y por tanto
la denominación endelekheia no pretende indicar el movimiento del
alma, sino la continuidad, o sea la circularídad que ésta imprime al
movimiento del astro»".
El aristotelismo del tratado Sobre la filosofía reforma radical­
mente el platonismo, pero conserva su núcleo esencial, es decir, el
ilcscubrímiento de lo suprasensible y de lo trascendente que viene a
ser nous y no ya noeton,, o sea inteligencia suprema y no simplemen­
te inteligible. Las ideas convertidas en inmanentes vienen a ser la
forma de las cosas, es decir, la estructura inteligible de lo sensible,
líntre el mundo y Dios se extiende una zona intermedia que no es ya
la del metaxy platónico, es decir, la esfera de los entes matemáticos,
sino que consiste en el conjunto de los cuerpos y de las esferas
celestes, incorruptibles, eternas, porque están hechas de éter, es
decir, de materia estructuralmente diferente de la del mundo sublu­
nar. Encontramos ya aquí esbozadas todas las ideas mctafísico-

•1f>. Phllopon. De aetern. munái, 30. 10« *=> ^ohre \a fr. 18 Ross; véase también fr. 19 a h c.
47. Cic. Tuse, disp. I, 10-22 = Sobre la filosofía, fr. 27 Ross.
4H. Berti, op. cít.. pág. 556; cf. ibid., pAg. 392-40I.

33
I. El hombre y la obra

ontológico-cosmológicas que explicitarán y profundizarán ios trata­


dos de Aristóteles adulto.

3. Los «AÑOS DE VIAJE)^

Platón murió en el año 347 a.C. y en la Academia estalló una


grave crisis relacionada con la sucesión en la dirección de la escuela.
Eudoxo había roto con Platón y con la Academia, volviendo a su
patria. Aspiraban a la dirección Heraclides Póntico, que había regi­
do ya la Academia durante el tercer viaje de Platón a Sicilia; Jenó-
crates, personalidad de indudable relieve; Espeusipo, que se va­
nagloriaba de su estrecha vinculación familiar con Platón, ya que era
sobrino suyo (era hijo de la hermana de Platón, Potone). Natural­
mente ninguno de estos personajes igualaba a Aristóteles, que, sin
duda alguna, debió considerarse el más digno de la sucesión. Sin
embargo, la elección recayó en Espeusipo, prevaleciendo por enci­
ma del valor científico los vínculos de sangre que le unían con el
fundador de la escuela. Hay que señalar que Aristóteles se había
apartado de Platón en muchos puntos, pero salvando las sustancias
del platonismo; por su parte, Espeusipo se había alejado del funda­
dor de la Academia, traicionando incluso su espíritu mismo^. Aris­
tóteles, consciente de ser el continuador más auténtico de Platón a
pesar de las disidencias a las que nos hemos referido, no soportó la
decisión y abandonó la Academia. Este abandono, como lo ha sub­
rayado ya Jaeger, tiene el carácter de una «secesión)», hasta el
punto de que lo siguió Jenócrates, quien, después de Aristóteles,
era el personaje de mayor relieve en la Academia^.
Aristóteles no pudo volver a su nativa Estagira, que acababa de
ser destruida por Filipo de Macedonia. Por ello aceptó de buen
grado la invitación de Hermias, tirano de Atarmeo, donde Aristóte­
les había pasado los años de la adolescencia en casa de su tutor
Próxeno, y donde, por tanto, podía haber conocido ya a Hermias.
Ahora bien, éste, que de oscuro y humilde empleado al servicio de

49. Para una exposición siatemállca do liu doctrinas de estos filósofos de la primera Academia remitimos al
lector a nuestro segundo volumen de ¡ probiemi detpenskro antico, Celuc. Milán 1972, pág. 30ss.
Sü. Jaeger. Aristóteles, cit.. pág. l3Sss.

34
Los «años de viaje»

Lubulo, señor de Atameo, se había convertido en socio del mismo y


más tarde sucesor, había entablado entre tanto estrechas relaciones
con dos platónicos que se habían formado en la Academia, Erasto y
Coriseo (del que hemos hecho ya mención), los cuales se habían
esforzado en dar leyes inspiradas en los principios platónicos a su
patria, Escepsís, ciudad no lejana de Atameo^'. La colaboración de
h>asto y Coriseo con Hermias fue bastante fecunda, hasta el punto
de que éste ejerció su tiranía de forma más benigna e inteligente,
logrando que los territorios próximos, situados entre Atameo y
Aso, se sometieran espontáneamente a su dominio. El mismo Pla­
tón consagró esta colaboración, dirigiendo a los tres hombres su
Carta VL
Parece que Aristóteles y Jenócrates se encontraron con Hermias
Erasto y Coriseo en Atameo. En ese mismo año todos ellos se
trasladaron a Aso, ciudad que Hermias entregó a Erasto y Coriseo
como recompensa por los buenos servicios que éstos le habían pres­
tado; y en esa ciudad los cuatro filósofos abrieron una escuela que,
en su intención, debía ser la verdadera Academia. Coriseo debió ser
uno de los oyentes más apasionados de las lecciones de Aristóteles,
hasta el punto de que el Estagirita se dirige a él con frecuencia
durante las lecciones, utilizando su nombre al presentar ejemplos
clarificadores de los conceptos que exponía, ejemplos que leemos
ahora en las obras de la escuela. Junto con Coriseo, entre los oyen­
tes más asiduos de Aristóteles se encontraban Neleo, hijo de Coris­
eo, y Teofrasto, nacido en Ereso, en la isla de Lesbos, destinado a
convertirse más tarde en el sucesor de Aristóteles en el Peripato.
Aristóteles permaneció un trienio en la escuela de Aso. En el
año 34S/344 a.C., se trasladó a Mitilene en la isla de Lesbos, proba­
blemente impulsado por Teofrasto, donde abrió otra escuela que
permaneció abierta durante un bienio, es decir, hasta fines del
343/342. También ésta fue una Academia y no una simple escuela en
contraposición con la Academia.
En el 343/42 Filipo de Macedonia eligió a Aristóteles como pre­
ceptor de su hijo de 13 años, Alejandro. En esta decisión influyó de

51. Véase la excelente rcconatrucctón de este periodo de la vida de Aristóteles en la Élhiqueá Meomaque, u
riirj{o de Gauthier, cit.. I. 1, pág. 30ss.

35
L El hombre y la obra

forma decisiva Heimias, que había llegado a relacionarse estrecha­


mente con Filipo y con el que preparaba secretamente los planes
para iniciar una guerra contra Persia. Hermias tenía en la más alta
estima a Aristóteles y, a la vez, suponía una gran ventaja para él
contar en la corte de Filipo con un hombre de confianza. La elec­
ción, se vio, además, favorecida por lo pasados vínculos que unieron
a la familia de Aristóteles con los reyes de Macedonia. Hermias
cayó poco después en manos de los persas, los cuales lo capturaron
con engaño. Habiendo sido sometido a la tortura, no reveló los
planes secretos preparados juntamente con Filipo y sufrió una
muerte heroica. Aristóteles le dedicó un poema lleno de senti­
miento.
Probablemente, poco después de la muerte de Hermias, Aris­
tóteles contrajo matrimonio con Pitias, hermana de Hermias, que
se había refugiado quizás en la corte de Macedonia. De ella tu­
vo una hija a la que le fue impuesto el mismo nombre de su ma­
dre.
En el castillo de Mieza, cerca de Pella, Aristóteles se dedicó
durante 3 años a la educación de Alejandro; el que iba a ser al poco
tiempo el guía espiritual de la cultura griega, fue de esta manera el
educador del que iba a convertirse en uno de los más grandes perso­
najes de la historia griega. Entre ambas personalidades reinó una
relación inmejorable. No cabe duda de que Aristóteles, dada la
edad de su discípulo, no se limitó a lapaideia tradicional, sino que le
enseñó algunos principios filosóficos. Es difícil establecer en qué
medida influyó la enseñanza de Aristóteles en la formación espiri­
tual de Alejandro. Lo cierto es que la política de éste seguiría una
trayectoria completamente opuesta a la recomendada por Aris­
tóteles.
En el año 340 a.C., Alejandro se convirtió en regente del reino,
interrumpiendo así sus estudios. El nuevo gobernante se mostró
muy agradecido hacia su maestro, accediendo al deseo de Aristóte­
les de reconstruir la ciudad de Estagira. Y allí se trasladó pensando
probablemente en colaborar en el renacimiento de la ciudad, prepa­
rando sus leyes. En este período Aristóteles perdió a su mujer y se
unió a Herpilis, que ai principio fue probablemente su ama, más
tarde concubina y, según algunas fuentes, su segunda mujer. Herpilis

36
La fundación del Perípato

dará a Aristóteles un hijo varón, al que se le impondrá el nombre


del abuelo paterno, Nicómaco.
Es imposible saber qué escribió Aristóteles en estos años de
viajes. En esta época debió escribir, si es auténtico (como lo consi­
deramos personalmente), el tratado Sobre el cosmos para Alejan­
dro, que es una espléndida síntesis de las doctrinas cosmológico-físi-
co-teológicas de Aristóteles, estrechamente vinculada con los con­
ceptos desarrollados en Protréptico y en el diálogo Sobre la filosofía.
Por lo demás, sólo pueden elaborarse hipótesis. Quizás Aristóteles
dejó de publicar obras y se dedicó a la redacción de sus lecciones. El
único curso de lecciones que puede remontarse al período académi­
co es los Tópicos, que, si se examinan profundamente, presentan
vínculos estrechos con la retórica, materia que, como sabemos,
Aristóteles enseñó en la Academia. Las tentativas realizadas recien­
temente por los eruditos para establecer qué partes de los tratados
llegados hasta nosotros vieron la luz en el período de Aso y de
Mitilene no son sino meras conjeturas, porque no disponemos de
ningún dato histórico y objetivo en el que basarnos^^ Muchas de las
partes de los tratados que leemos ahora pertenecen sin duda a este
período; sin embargo, no sabremos jamás con certeza cuáles fueron
estas, ya que Aristóteles volvió a enseñar estos cursos en Atenas, los
reestructuró, completándolos y sistematizándolos de varias ma­
neras.

'I . E l retorno a A ten a s , la fu n d a c ió n d e l P erípato y las obras de


ESCUELA

En el 33S/34, cuando Alejandro se había hecho dueño de la


situación (x>lítica de G reda, Aristóteles volvió a Atenas. Tenía a la
s;izón SO años y era un hombre sobre cuya fama nadie podía arrojar
sombra; era el maestro de Alejandro y al mismo tiempo el pensador
más serio y famoso del momento.
Entre tanto, Jenócrates había sucedido a Espeusipo en la

52. En rcalidiid. se pueden obtener tesis opuestas partiendo de tos mismos elementos; el lector podrá observar
Iti Uucunentadón aportada a este respecto en d volumen // conettio di fihaofia prima, d i.. passim.

37
I. El hombre y la obra

Academia^\ con el que Aristóteles había roto las relaciones hacía


ya tiempo. Consciente de que sus conocimientos eran mucho más
amplios e importantes que los de Jenócrates, Aristóteles decidió
apartarse definitivamente de la Academia y formar su propio círculo
creando una escuela, con la certeza de poder construir, a su vez,
cuanto Platón había construido con la Academia. Pero Aristóteles
era un «meteco» (extranjero) y la ley ateniense no le permitía adqui­
rir terrenos ni inmuebles; por ello fundó su escuela en un gimnasio
público, el Liceo (que se llamó asi por estar consagrado a Apolo
Licio), en cuyas proximidades había un edificio y un jardín (un
«paseo»). La nueva escuela fue llamada Pcripato precisamente por
el paseo (peripatos significa en griego paseo) y por la costumbre
aristotélica de dar la clase paseando. A este respecto escribe Dióge-
nes Laercio: «(Aristóteles) eligió el paseo público, el peripato, en el
Liceo y, paseando hasta el momento de ungirse, discutía de filosofía
con sus discípulos. De aquí procede el nombre de peripatético»^.
Y, se diga lo que se diga, los frecuentes ejemplos que Aristóteles
aduce en relación con el paseo, como remedio para la salud, no
hacen sino confirmar esta costumbre de ejercer la enseñanza pa­
seando, tal como refiere la tradición.
Aristóteles dirigió con éxito la escuela por un período de unos 12
años, oscureciendo la fama de la Academia. Junto a él impartieron
la enseñanza hombres tales como Teofrasto y Eudemo de Rodas,
contribuyendo de forma considerable con su esfuerzo'^ Éstos fue­
ron los años de sistematización de las lecciones. Dado que estos
cursos estaban destinados a servir para los fines internos de la
escuela, se llamaron esotéricos, en contraposición con todas las
obras de la época juvenil de Aristóteles, compuestas para un públi­
co más vasto, fuera de la escuela, por lo que recibieron el nom­
bre de exotéricas^. La suerte ha querido que ninguna de las obras
publicadas (exotéricas) hayan llegado hasta nosotros y que, por el
contrario, se haya conservado la mayor parte de las lecciones (las
obras esotéricas).

53. V¿use RculOt / proMcmi del pensiero atuko, cit., II. pág. 45-53.
54. Di6gene» Lácrelo, V, 2; véase también Cíe. Arad I. 4.17.
55. Véase Reale, / probtemi ddpensiero ontlco, cit.. 11, pág. 61ss.
56. Véase antes, nota 42. el pasaje de Sinsplicto.

38
La fundación del Perípato

En otro lugar presentamos el elenco completo de los títulos^^.


Pero mencionaremos aquí los tratados más relevantes desde el pun­
to de vísta ñlosófico y que expondremos a continuación. Se trata de
los 14 libros de la ñlosofía primera, a la que se dio después el título
de Metafísica; los tratados de filosofía segunda: Física, Sobre el cielo,
Sobre la generación y corrupción, a los cuales se unió también el
escrito Sobre el alma; tres cursos de ética. Ética a Eudemo, Ética a
Nicómaco, Gran ética (una parte de la crítica considera que esta
última no es auténtica); Política, Poética, 'Retórica, Organon, que
abarca las Categorías, De interpretatione, los Analíticos primeros y
segundos, los Tópicos y las Refutaciones sofísticas, A estas obras
filosóficas se añaden también gran cantidad de obras de ciencias
naturales.
Los años que Aristóteles consagró a la enseñanza en Atenas
fueron sin duda los más fecundos de su vida. Aristóteles estuvo al
frente de esta escuela desde que cumplió los SO años de edad hasta
los 62; es el período en el cual un hombre, habiendo alcanzado la
plenitud de la experiencia espiritual, conserva todavía todas las
energías para dar a su obra el sello definitivo.
En el año 323 a.C. murió Alejandro, y en Atenas se desencade­
naron las fuerzas impulsadas por el odio antimacedonio. Sobre Aris­
tóteles recayó la acusación de impiedad, a causa del poema escrito
en memoria de Hermias, escrito que se juzgó más digno de un dios
í{ue de un simple mortal. Las intenciones que se escondían tras la
acusación estaban demasiado claras (también Sócrates fue acusado
de impiedad); se trataba de que Aristóteles pagara muy caro el
precio de su estrecha vinculación con Alejandro. El filósofo aban-
ílonó Atenas junto con su familia y se refugió en Calcis donde tenia
algunas posesiones maternas y donde, al cabo de pocos meses, mu­
rió, en el año 322.
El amigo fiel desde tiempos lejanos, Teofrasto^, se hizo cargo de
la dirección del Perípato.

^7. Véase la bibliografía, Ü II. l.


^K. Sobre Teofrasto. véase Reale, / proMemi dei pensiero anaco, d t.. II. pAg. 6Sss.

39
I. El hombre y la obra

La lectura d e A ristóteles en la a c tu a l id a d

Ya hemos dicho que el mérito esencial de Jaeger fue el de haber


llamado la atención de los eruditos sobre la necesidad de partir de
las obras juveniles, o mejor, de los fragmentos que nos han llegado
de las mismas, para entender adecuadamente a Aristóteles. Sin
embargo, estos fragmentos son escasos y muy pocos pertenecen di­
rectamente al autor. Ahora bien, los fragmentos son como piezas de
un mosaico que se prestán a componer diversas figuras. Además, al
revestir la mayor parte de las obras juveniles la forma de diálogo,
existe el peligro de hallarse frente a razonamientos más o menos
arreglados de personajes que no expresan la opinión del filósofo.
Por ello la reconstrucción del joven Aristóteles está sujeta fatalmen­
te a conjeturas. Una vez dicho esto, es obvio que de los fragmentos
llegados hasta nosotros es imposible en todo caso obtener el perfil
de un Aristóteles totalmente platónico como lo ha reconstruido Jae-
ger^. La critica dirigida contra Platón se inicia muy pronto, como
veremos, siendo una crítica que, para usar términos hegelianos,
conduce a una superación de Platón que constituye su perfecciona­
miento. Veremos cuáles son los elementos que testifican en este
sentido (por lo demás es significativo el hecho de que Jaeger no
haya sometido a examen el tratado Sobre las ideas ni el escrito Sobre
el bien).
Pero el punto más débil de la lectura jaegeriana de Aristóteles es
la interpretación de los escritos de escuela del Estagiríta. Jaeger
tiene ciertamente razón cuando dice que todas estas obras no se
compusieron en ios últimos 12 años en Atenas, sino que una gran
parte de las mismas se remonta a los años de Aso y de Mitilene.
Pero se equivoca al pretender más tarde establecer qué partes perte­
necen al primer período y cuáles al último. Y se equivoca porque, a
falta de algún dato histórico en el que basarse, se ve obligado a
apoyarse en presupuestos de carácter teórico. Jaeger creyó poder
distinguir en las obras de escuela estratificaciones fuertemente pla­
tónicas, otras menos platónicas y por último elementos de tenden­
cia antiplatónica. En opinión del crítico, estos estratos contienen

S9, El vuluincn de Berti diado lanías veces es la prueba más elocuente de esto.

40
La lectura de Aristóteles en la actualidad

divergencias teóricas de tal naturaleza que resulta imposible unifi>


Carlos, asignando, por consiguiente, los primeros al período de Aso,
los segundos a una época de transición y los terceros al último perío­
do de la evolución espiritual del Estagirita. Aplicando este método
llamado «genético», muchos estudiosos han interpretado de forma
diametralmente opuesta, en el curso de medio siglo, las conclusio­
nes de Jaeger".
En la actualidad, se va imponiendo cada vez más la opinión de
que es preciso abandonar el método genético, al menos en el sentido
jaegeriano. Algún erudito ha subrayado con justicia que, cuando un
autor no reprueba una obra suya o parte de ella, debe considerarse
plenamente responsable de la misma*". Este principio debe aplicarse
en mayor medida a las obras esotéricas de Aristóteles puesto que
estas no dejaron jamás de estar bajo su control y por esta misma
r;izón pudo retocarlas y sistematizarlas a la medida de sus deseos. Sí
el Estagirita hubiera considerado superadas ciertas partes de estos
cursos o los cursos enteros, ciertamente las hubiera suprimido o
modificado. El sistema de rollos confería al libro de entonces una
notable plasticidad, prestándose a ser corregido cuando, y de la
manera que se deseara.
Por tanto, estas razones vuelven a imponer la oportunidad, si no
la necesidad, de volver a una lectura unitaria de los esotéricos. Na-
liiralmente, más tarde trataremos de ver en qué medida resulta real
o simplemente problemática esta unidad; pero en todo caso será una
decisión que habrá de tomarse a nivel teorético y no histórico-gené-
lico. En resumen, después de medio siglo de experimentos efectua­
dos con el método genético, nos encontramos con el resultado bien
claro de que las obras esotéricas no pueden considerarse como
a|iuntes, y que, sí alguien se obstina en leerlas como tales, resultan
totalmente privadas de significado filosófico.
La lectura que propondremos en las páginas siguientes como
iiíiccuada para los esotéricos será por tanto unitaria en el sentido ya
señalado. En cada uno de los escritos esotéricos, nacidos y desarro­
llados en un período de tiempo bastante amplio, entre interrupcio­
nes, continuaciones y repeticiones sin fin, cabe destacar ciertas ií-
CiO. I^n relación con la documentación, remitimos a nuestro volumen // concetto di flhsofia prima, cit.. passim.
<»l, Véase P. Aubenque, Le probtéme de Vitre chez Aristote, París 1962. pég. 9ss.

41
1. El hombre y la obra

neas de fuerza, parámetros constantes e incluso replanteamientos


continuos de problemas y de soluciones. Precisamente los análisis
realizados con el método genético sobre los fragmentos que han
llegado hasta nosotros han concluido paradójicamente arrojando
cada vez más luz y evidencia sobre los mismos.
Pasemos por tanto a efectuar un análisis de las obras de escuela,
tratando de captar sus núcleos esenciales. Al no poder disponer de
un criterio cronológico por las razones ya señaladas, nos valdremos
del orden lógico conforme al cual Aristóteles distinguió jerárquica­
mente las ciencias, considerando como primeras las ciencias teoréti­
cas, es decir, puramente contemplativas, como son la metafísica, la
física y las matemáticas, como segundas las ciencias prácticas, o sea
la ética y la política y como terceras las ciencias poiéticas, o sea, las
artes. La lógica no forma parte del esquema, porque, más que cien­
cia, suministra el instrumento preliminar de toda ciencia, mostrando
cómo razona el hombre.

42
CAPfruLO II

LA «FILOSOFÍA PRIMERA*
(Análisis de la Metafísica)

I . CONCEPrO Y CARACTERES DE LA METAFÍSICA

¿Qué es la «metafísica»?
Empezaremos aclarando los términos. Ya se sabe que «metafísi­
ca» no es término aristotélico (quizá fue inventado por los peripaté­
ticos) o nació con ocasión de la edición de las obras de Aristóteles
cícetuada por Andrónico de Rodas en el siglo i a.C.'. La expresión
empleada con mayor frecuencia por Aristóteles fue la de «filosofía
primera»;o también «teología» en contraposición con la «filosofía se­
cunda» o «física»; ^pero no cabe duda de que el término «metafísi­
ca» es más conciso y fue preferido por la posterioridad hasta el
punto de que fue consagrado definitivamente. Como veremos muy
pronto, la «metafísica» aristotélica es la ciencia que se ocupa de las
Icalidades que se encuentran por encima de las físicas, de las reali­
dades «trans-físicas»' y, como tal, se contrapone a la «física»^ Por
esta razón, se denominó defínitiva y constantemente metafísica, si­
guiendo el ejemplo de lo sucedido con Aristóteles, toda tentativa
filosófica del pensamiento humano dirigida a trascender el mundo
(Miipírico para alcanzar la realidad metaempírica.
Hecha esta aclaración de carácter general, debemos señalar de
manera puntual el valor exacto que Aristóteles asignó a la ciencia
(pie llamó «filosofía primera» y los autores posteriores «metafísica».

1. Véase Rcttle, La Metafísica, cil., I, pAgínus 3 » y lus indiciteíones bibliográricu que opareoen allí,
}. Las «substancias separadas», como dice Aristóteles. En resumen, la metafísica aristotélica es la prolonga-
«io»i dcl problema básico d d platonismo.

43
II. La «filosofía primera»

Las defíniciones que el filósofo aplicó a la misma son cuatro:^) la


rmetafísica averigua las causas y los principios primeros o supremos\
b) la metafísica analiza el ser en cuanto ser*, c) la metafísica examina
*la substancia^, d) la metafísica investiga a Dios y la substancia supra-
i sensible!*. Las cuatro definiciones aristotélicas de «metafísica» guar­
dan una perfecta armonía entre sí: la una conduce estructuralmente
a la otra y cada una de ellas a todas las demás, de forma orgánica y
unitaria^
Véamoslo más detalladamente.jEl que investiga las causas y los
^principios primeros, debe encontra^rse necesariamente con Dios;
Dios es efectivamente la causa y el principio primero por excelenci^
Pero, partiendo asimismo de las otras defíniciones se llega a idénti­
cas conclusiones;[preguntarse qué es el ser equivale a preguntarse si
existe tan sólo el ser sensible o también un ser suprasensible (ser
teológico). También el problema «qué es la substancia» supone el
problema «qué tipos de substancias existen», si sólo las sensibles
o también las suprasensibles y, por tanto, implica el problema teo­
lógico. J
Sobre esta base se comprende perfectamente que Aristóteles
haya empleado sencillaniente el término «teología» para indicar la
metafísica, ya que las otras tres definiciones conducen estructural­
mente a la dimensión teológica. La búsqueda de Dios no es sólo un
momento de la averiguación metafísica, sino su momento esencial y
definitorio. Por lo demás, el Estagirita dice con toda claridad que si
no existiera una substancia suprasensible, no existiría tampoco la
metafísica, convirtiéndose la física en la ciencia más elevada: «si no
subsistiese más substancia que las sensibles, la física sería la ciencia
primera»".
Ya hemos dicho antes que las ciencias teoréticas son superiores a
las prácticas y a las productivas, y que, a su vez, la metafísica es
superior a las otras dos ciencias teoréticas. En realidad, haciendo
metafísica el hombre realiza una vida puramente contemplativa que.

3. Véase Mtiaph. A. a y B.
4. Véase Metaph. T E 2-4, K.
5. Véase Metaph. Z, H. 0 .
6. Véase Metaph. E 1 y A.
7. Véase Reale, // concetto di filosofía prima, cit., passim.
K. Metaph. F. I. 1026a 27-29; K 7. 10646 9-11.

44
Las cuatro causas

por las razones ya analizadas en Protréptico, es ontológicamente


superior a la vida activa, fa c ie n d o metafísica el hombre se aproxi­
ma a Dios*, no sólo porque lo conoce, sino porque hace lo que
realiza el mismo Dios, que es puro conocimiento, como veremos.
Por esta razón Aristóteles puede decir: «Todas las demás ciencias
serán más útiles pa^^ los hombres, pero superior a ella (metafísica)
no hay ninguna»'®.

2. L as cuatro causas

Una vez examinadas y aclaradas las definiciones de metafísica


desde la perspectiva formal, pasemos áhora a analizar sintéticamen­
te el contenido.
Hemos dicho que Aristóteles presenta en primer lugar la metafí­
sica como una búsqueda de las causas primeras. Por tanto debemos
establecer cuáles y cuántas son estas «causas».
Aristóteles ha precisado que las causas deben ser necesariamen­
te finitas en cuanto al número, estableciendo asimismo que, en lo
i|uc respecta al mundo del devenir, se reducen a las cuatro siguien­
tes (entrevistas, según sus palabas, aunque de manera confusa, por
Niis predecesores): 1) causa formal, 2) causa material, 3) causa efi-
viente y 4) causa finaV\
/Las dos primeras no son sino \di forma o esencia y la materia que
constituyen todas las cosas y a las que deberemos referimos más
iimpliamente en las páginas siguientes (recuérdese que £causa» y
Nprincipio» significan para Aristóteles lo que funda, lo que condicio­
na, lo que estructura^./A continuación hemos de prestar atención a
las explicaciones siguientes:|si consideramos el ser de las cosas desde
una perspectiva estática, la materia y la forma bastan para explicar­
lo; pero, si las contemplamos desde un punto de vista dinámico, es
decir, en su desarrollo, en su devenir, en su generarse y en su co-
iiomperse, tales causas no bastan. Es evidente que si consideramos,
por ejemplo, desde una perspectiva estática un hombre concreto,

Mftaph. A 2.
10 Mflaph. A 2 .9 8 J O 10-11
11 Vétthc Mrtoph. A 3-10

45
II. L a «filosofía p rim era»

éste se reduce simplemente a su materia (carne y hueso) y a su


forma (alma); pero, si lo consideramos de esta otra forma y pregun­
tamos: «¿Cómo se ha originado?», «¿quién lo ha creado?», «¿por
qué se desarrolla y crece?», entonces aparecen/dos razones o causas
ulteriores: la causa eficiente o motriz, es decir, el padre que lo ha
engendrado, y la causa/mí?/, o sea el telos o el fin hacia el que tiende
el devenir del hombre (la realización de su esencia)^

3. E l s e r , su s sig n ifica d o s y e l se n t id o d e la fórm u la « ser en


CUANTO SER»

Ya hemos dicho que, además de la doctrina de las causas, Aris­


tóteles definió la metafísica como doctrina «del ser» o, también «del
ser en cuanto ser». Veamos, por tanto, qué es el ser (óv, eívat) y el ser
en cuanto ser (6v óv), en el contexto de la especulación aristoté­
lica. Frente a los eleatas, en cuya opinión el ser era único, y contra
^^los platónicos, que lo consideraban como una realidad trascendente,
Aristóteles caracteriza al ser como sigue:
a ) | ^ ser expresa originalmente una «multiplicidad» de significa-
d os'^éro no por esta razón es un mero concepto «homónimo», es
decir un «equívoco». Entre univocidad y equivocidad hay una vía
media, y precisamente el ser se encuentra en ella. He aquí el célebre
pasaje en el que Aristóteles enuncia su doctrina a este respecto:

[El término ser se emplea en múltiples sentidos, pero siempre haciendo referencia
a una unidad y realidad determinada.Tor tanto, ser no se dice por mera homonimia,
sino de la misma manera que decimos «sano» a todo lo que se refiere a la salud: o
bien en cuanto la conserva o la produce, o bien en cuanto es síntoma de la misma o en
cuanto algo es capaz de recibirla; o también a la manera como llamamos «medicinal»
a todo lo que se refiere a la medicina; o bien en cuanto manifiesta por naturaleza una
disposición idónea hacia ella o bien en cuanto es fruto de la medicina; podríamos
aducir muchos más ejemplos de cosas a las que se aplican los conceptos de esta misma
manera. Así pues,\él concepto ser incluye muchos sentidos, pero todos referidos a un
único principio (...)’^

Dejemos por ahora la determinación e individuación de este

\2. Metaph. P 2. I003íi 33-1003fr 6.

46
E l ser

principio y prosigamos con la caracterización general del concepto


(le ser*
b) Como consecuencia de cuanto hemos establecido/el ser no
podrá reducirse a un «género» y menos todavía a una «especie». Se
trata por tanto de un concepto transgenérico además de transespecí-
lico, es decir, más amplio y extenso que el género y que la especie/
c) Si la unidad propia del ser no es la que caracteriza a la especie
ni al género, ¿qué tipo de unidad es? El ser expresa diversos signifi­
cados, pero todos ellos guardan una relación exacta con un principio
o una realidad idéntica, como lo ilustran perfectamente los ejemplos
(le «saludable» y «medicinal» del pasaje citado. Por tanto/las dife­
rentes cosas a las que se aplica el concepto ser expresan sentidos
diferentes del ser, pero, al mismo tiempo, todas ellas implican la
referencia a algo que tiene unidad, precisamente, a la substancia/
Aristóteles expresa con toda claridad como conclusión del pasaje
leído parcialmente con anterioridad: «Así, pues, el ser se aplica
liimbién en muchos sentidos, pero todos se refieren a un único prin­
cipio; de algunas cosas se dice que son seres porque son substancias,
de otras porque son afecciones de la substancia, o bien porque ^on
corrupción o privación o cualidad o causas productoras o generado-
ms ya sea de la substancia, ya sea de lo que se refiere a la substancia,
o bien porque constiti^en negaciones de alguna de éstas o de la
substancia»*'. Así pues|jel centro unificador de los significados del
s(‘i- es la ousia, la substancia. La unidad de los diferentes significados
del ser se deriva del hecho de que todos guardan relación con la I
substancié En este sentido, podemos decir que la ontología aristo-
Udica es básicamente una usiología.
Las precisiones efectuadas deben poner en guardia al lector al
interpretar la célebre fó rm u l^ ser en cuanto ser» (6v fi 6v). Esta
Umínula no puede significar un ente generalísimo abstracto, unifor­
me y unívoco, como muchos creen, sino que expresa la multiplicidad
misma de los significados del ser y la relación que los une formal­
mente, haciendo así que cada uno de ellos sea ser. Por ello, el ser en
manto ser significará la substancia y todo lo que se refiere de dife-
Ientes maneras a la misma.“|

I i Mataph. V 2, I003fc 5-10.

47
II. L a «filosofía prim era»

En todo caso, resulta evidente que para Aristóteles la fórmula


«ser en cuanto ser» pierde todo su significado fuera del contexto
correspondiente al estudio de la multiplicidad de los significados del
ser: el que atribuye a este concepto el sentido de ser generalísimo o
de ser puro, más allá o por encima de las múltiples determinaciones
del ser, resulta víctima de la «arcaica» manera de razonar de los
eleatas y traiciona totalmente el significado de la reforma aristo­
télica

4. La lista aristotélica d e los sig n ifica d o s d e l ser y su sen tid o

Una vez en posesión del concepto de ser y del principio de la


multiplicidad original y estructural de los significados del ser, debe­
mos examinar ahora el número y la modalidad de estos significados.
/Aristóteles elabora una «tabla» (precisa de los significados del ser'\
Vamos a exponer ahora la enumeración y explicación de tales
significados:
I a) Por una parte llamamosiser a los accidentes, o sea a los seres
íaccidentales o casuales\(6v naxá crup^ePTixó^). Por ejemplo, cuan­
do decimos «el hombre" es músico», indicamos un caso de ser acci­
dental; en realidad el ser músico no expresa la esencia del hombre,
sino sólo lo que puede suceder que sea el hombre, un mero suceso,
un mero accidente.
b) Lofcontrapuesto al ser accidental es el ser por sí mismo (5v xa0’
, aíiTÓ). Este concepto indica no lo que es en virtud de otro,
I como el ser accidental, sino lo que es ser por sí mismo, es decir,
esencialmente. Como ejemplo de ens per se Aristóteles señala exclu­
sivamente la substancia^ pero a veces también todas las categorías;
además de la esencia o substancia, la cualidad, la cantidad, la rela­
ción, la acción, la pasión, el lugar y el tiempo^^\ Efectivamente (a
14. Para un eslucUo más profundo de los problemas, véase J. Owens, The Doctrine of tíeinft in the Arístoteiian
Metaphysics, Toronto ^1963.
15. Véase Metaph. á l , E 2-4; acerca de este «cuadro» véase La Metafísica, a cargo de Reale, d t.. vol. I, pág.
30ss. El primero que comprendió e ilustró adecuadamente esta lista de significados del ser fue F. Drentano en el
escrito Von der mannigfachen Bedeutung des Seienden nach Aristóteles, Friburgo 1862 (Darmstadt ^1960), que no
ha sido superado hasta la fecha.
16. Además de las ocho indicadas, en algunos textos Aristóteles incluye también el yacer y tener como
categorías. El cuadro fundamental es. sin embargo, el que contiene ocho, porque la novena categoría y la décima

48
Los significados del ser

diferencia de cuanto tiene lugar en la especulación medieval) en


Aristóteles las categorías diferentes de la substancia son algo más
sólido respecto a lo puramente accidental (que expresa lo meramen-
Ic fortuito), ya que, aunque sea de manera subordinada a la subs-
1inicia, son, como veremos enseguida, fundamento en segundo
orden de los demás significados del ser.
c) En tercer lugar se expone el significado deljW como verdade­
ro, a lo que se contrapone el significado de no ser como falso. Éste j
es el ser al que podemos llamar «lógico»; en realidad el ser en
cuanto verdadero indica el ser del juicio verdadero, mientras que el
no ser en cuanto falso indica el ser del juicio falso} Se trata de un ser
Ifuramente ideal, o sea, de un ser que sólo subsiste en la razón y en la
mente que piensa.
d) En último lugar aparece el significado del|ser en cuanto po- f
(rucia y acto \{6v óuvápei xai kvzQytíq.), Por ¿jemplo, decimos '
<|ue es vidente tanto el que tiene potencia de ver, es decir, el que
puede ver, pero que, por ejemplo, tiene momentáneamente los ojos
cerrados, como el que ve en «cío./Análogamente, decimos también
[\\\c está en acto una estatua ya esculpida, y que, a su vez, está en
potencia el bloque de mármol que el artífice está esculpiendo; en
este mismo sentido decimos también que es trigo la plantita de esta
i‘specie que se encuentra en tierra, en el sentido de que es trigo en
potencia, mientras que de la espiga madura decimos que es trigo en
acto. Aristóteles precisa que el ser según la potencia y según el acto
abarca todos los significados del ser señalados anteriormente; puede
darse un ser accidental en potencia o también en acto, el ser del
inicio verdadero o falso puede darse en potencia o también en acto
V. sobre todo, también puede haber potencia y acto según cada una
dr las diversas categorías'L

MUI irducibles a otras. Acerca del problema de las categorías y de su Hdeduccíón>» indicamos cuatro estudios
I It^K'os que presentan bastante profundidad desde diferentes puntos de vista; F.A. Trendelenburg, Geschichte
ih't Kategorienlehre, Berlín 1846; H. Bonitz, Ober die Kategorien des Arbtoteles, «Sitzungsber, d. Kais. Akad. d.
WlHMonsch. Philos.-hist. Klasse», vol. 10, fascículo S, Viena 1853, pág. 591'645; O. Apelt, Die Kategorieniekredes
Siliioides, en el vol. Beitráge zur Geschichte der griech, Phiios,, Leipzig 1891, pág. 101*216. así como el volumen
■le llrcntano (citado en la nota 15), pág. 72-22Ü.
IV. Para conocer más profundamente el problema, véase La Metafhica, a cargo de Reale, cit, I, páginas 34ss.

49
II. La «filosofía primera»

5. P R E aS IO N E S EN TORNO A CUATRO SIGNIFICADOS DEL SER

Los cuatro significados del ser son, en realidad, cuatro «grupos»


de significados: en efecto, cada uno de ellos reagrupa ulteriormente
significados parecidos pero no idénticos, es decir, no unívocos, sino
análogos. Las diferentes categorías no expresan significados idénti­
cos o unívocos del ser; el ser expresado por cada «figura de las
categorías» constituye un significado distinto del de cada una de
las demás. Por consiguiente, la expresión «ser según las figuras de las
categorías» designa tantos significados diferentes de ser como se dan
precisamente/Aristóteles dice explícitamente que el ser pertenece a
las diferentes categorías, no de la misma manera ni en el mismo
grado: «(...) el ser se predica de todas las categorías, pero no de la
misma manera, aun cuando de manera primaría de la substancia y
de modo derivado de las demás categorías»'”/Y también:

(...) es necesario decir que Us categorías o bien son seres sólo por homonimia o
bien sólo son seres si se añade o quita al «ser» cierta calificación, conK>, por ejemplo,
cuando se dice que lo no cognoscible es también cognoscible. En realidad, el acierto
consiste en afirmar que las categorías no se aplican al ser en sentido equivoco ni en
sentido unívoco, sino que se dicen seres de la misma manera como se aplica el
término médico, cuyos diferentes significados se refieren a una misma y única cosa,
por k) que no son puros homónimos; en efecto, médico designa un cuerpo, una
operad!^ o un instrumento, pero no por homonimia ni por sinonimia, sino en virtud
de la referenda a una misma cosa'*.

Esta última realidad es obviamente la substancia. Como vemos,


/lo que se dice en general de los diferentes significados del ser, se
aplica después en particular a las categorías: las restantes categorías
sólo son seres en cuanto guardan relación con la primera y en virtud
de ésta. Pero entonces, nos preguntaremos, además de la unidad
que es propia de todos los significados del ser ¿cuál es el vínculo
específico que une las diferentes «figuras de las categorías» en el
único grupo que es precisamente el grupo de las «categorías»? La
respuesta es la siguiente: las figuras de las categoríai expresan los
significados primeros y fundamentales del ser; es decir, son la distin-

IH. Metaph, Z 4. l03(Vi 21 s».


19. Meiaph, Z 4. KLIOi 32sü.; véase los pasajes .señalados anteriormente en las notas 12 y 13.

50
Precisiones en torno al ser

fión original sobre la que se basa necesariamente la distinción de los


significados ulteriores. Por consiguiente, las categorías representan
los significados en los que se divide originalmente el ser, son las
supremas divisiones del ser o, como dice también Aristóteles, los
supremos «géneros» del ser^ jE n este sentido se comprende perfec­
tamente que Aristóteles haya indicado dentro de las categorías el
grupo de los significados del ser «por sí», precisamente porque se
trata de los significados originales.
La potencia y el acto representan también dos significados dife­
rentes del ser (se dice abiertamente que la potencia es no ser con
respecto al acto, en cuanto es no ser en acto), ya que precisamente
la una es ser potencial no realizado todavía, y el otro, ser actual y
realizado. Pero, si nos fijamos bien, tomados individualmente, estos
conceptos tienen múltiples significados, tantos cuantas categorías
existen. En realidad, la potencia considerada según la substancia es
diferente de la potencia considerada según la cualidad, y diferente a
su vez de la potencia según la cantidad, y así sucesivamente. Lo
mismo podemos decir del acto.
Análogo raciocinio cabe aplicar al ser en cuanto verdadero y al
ser accidental, cuyos diferentes modos no podemos desarrollar aquí
por falta de espacio. Pero vamos a subrayar un punto esencial. El
ser en cuanto verdadero, que es el ser del juicio que une (separa) el
sujeto y el predicado, no puede tener lugar, si no es según las cate­
gorías (como lo veremos más detalladamente en la lógica). Así, el
ser accidental es la afección o el suceso puramente fortuito que tiene
lugar con arreglo a las diferentes figuras categoriales^\ Para concluir
diremos que todos los significados del ser presuponen el ser de las
categorías; a su vez, el ser de éstas depende totalmente del ser de la
primera categoría, o sea, de la substancia. Por tanto, todos los signi­
ficados del ser suponen el ser de las categorías, y si, a su vez, el ser
de éstas supone el ser de la primera categoría y se basa totalmente
cu este ser, es evidente que la pregunta radical por el sentido del serse
centrará eri la substancia. Por esta razón se comprenden perfecta-
Ihcnte las precisas afirmaciones de Aristóteles: «Y en verdad, lo que

.!(), Véusc Metaph. Z 3 , 1029a 21 y lu amptiu documenlncit^n M)brc cMo punto en Brcnlnno, »p. cit.. pág. 98ss.
V fiimim.
¿l. La Metafisica, a cargo de Reale. cit., I. página» 4 Im .

51
II. La «filosofía p rim era»

desde tiempos antiguos así como ahora y siempre constituye el eter­


no objeto de investigación y el eterno problema: ^“qué es el ser”,
equivale a esto: “qué es la substancia*' (...); por esa razón también
nosotros, de manera principal, fundamental y única, por decirlo así,
debemos examinar qué es el ser entendido en este sentido»^. El
sentido de la substancia (oúoCa) manifiesta el sentido último del
ser. ¿Qué es, por tanto, la substancia?

6. L a cu estió n d e la su bsta n cia

Digamos inmediatamente que el problema de la substancia es el


más delicado, el más complejo y, en cierto sentido, también el más
desconcertante para aquel que trata de entender la metafísica aristo­
télica renunciando a las soluciones fáciles, a las que nos han habitua­
do las clasificaciones de los manuales.
Ante todo hemos de aclarar que la cuestión general acerca de la
substancia implica dos problemas esenciales y estrechamente vincu­
lados entre sí, uno de los cuales se desarrolla, ulteriormente, en dos
direcciones diferentes. Los predecesores de Aristóteles habían dado
a la cuestión de la «substancia» soluciones totalmente antitéticas;
algunos consideraron que la materia sensible era la única substancia;
a su vez Platón había señalado a los seres suprasensibles como la
verdadera substancia, mientras que la convicción común parecía si­
tuar la verdadera substancia en las cosas concretas. Y he aquí que
Aristóteles se enfrenta a la cuestión estructurándola de manera
ejemplar/Después de haber reducido el problema ontológico gene­
ral a su núcleo central, es decir, a la cuestión de la ousia (de la
manera como hemos visto ya anteriormente), nuestro filósofo afir­
ma con toda claridad que el punto de llegada consistirá en determi­
nar qué substancias existen] si exclusivamente las sensibles (como
quieren los naturalistas) o también las suprasensibles (como preten­
den los platónicos). Atención: éste es el problema de los problemas
y la cuestión última, la pregunta por excelencia de la metafísica
aristotélica (así como de toda metafísica en general)^y
22. Metaph. Z I. Ií)28/i 2-7.
2.^. Metapli. Z 2, passim.

52
El concepto de substancia

/Pero, para poder resolver este problema específico, Aristóteles


quiere resolver con anterioridad el problema acerca de qué es la
substanciaJ He aquí, por tanto, el otro problema de la usiología
aristotélica: ¿qué es la substancia en general? ¿Y, qué es la materia?
¿Qué es la forma? ¿Qué es el compuesto? Este problema general se
resuelve antes del otro, siguiendo la metodología correcta; se podrá
ilccir, con bastante mayor precisión, si sólo existe el ser sensible o
también el suprasensible, sí se ha establecido con anterioridad qué
es en general la ousia. Si, por ejemplo, resultara que la ousia es sólo
materia o el compuesto concreto de materia y forma, está claro que
i|iicdaría eliminada eo ipso la cuestión acerca de la substancia supra­
sensible; mientras que, si resultara que la ousia es algo distinto o
predominantemente algo diferente de la materia, la cuestión sobre
lo suprasensible se presentaría bajo una luz totalmente distinta. Pe­
to, ¿en qué se basará Aristóteles para estudiar la substancia en
^’cneral? Obviamente, en las substancias que nadie discute: las subs­
tancias sensibles. Así, el fliósofo ha escrito explícitamente: «Todos
admiten que algunas de las cosas sensibles son substancias; por tanto
doliéremos desarrollar nuestra investigación partiendo de éstas. En
icídidad es muy útil proceder paso a paso hacia lo que es más cog­
noscible. En efecto, todos adquirimos el saber de esta manera; par­
tiendo de las cosas que son menos cognoscibles por su naturaleza
( las cosas sensibles) hacia las que son más cognoscibles por natu-
lalcza (= las cosas inteligibles)»^.

/. L a su bsta n cia e n g e n e r a l y las notas d efin ito ria s del


CONCEPTO DE SUBSTANCIA ^

Y ahora preguntémonos: ¿Qué es la ousia en general?


Todo cuanto se ha dicho ya habrá servido probablemente de
nt icntación para que el lector pueda entender la respuesta dada por

M, Metaph. Z 3 1029« 33ss. Como hemos visto anteríormente, ya cii el Protréptíco, Arist4)teles había cslable-
• nli* pornaturateza (es decir en sí y por sf), es primero lo itUeiijfiMe, que consiste en lo que esontolégicamen*
|iiuñero; en cambio para nosotras primero es lo sensible, que ontológicunicnle os segundo, y es primero para
titiwiii'os porque aquello de lo que partimos para conocer es precisamente lo sensible, llegando a lo inteligible sólo
y medíante lo sensible.

53
II. La «filosofía primera»

^Aristóteles al problema planteado. El Estagirita dice quejpor «subs-


f tancia» (ousia) puede entenderse, a diferente título, ya sea 1) la
•forma, o 2) la materia, o 3) el conjunto o el compuesto de materia y
¡ forma.l/Con ello Aristóteles reconoce a cada uno de sus predeceso­
res una parte de razón e índica que el error de éstos consistió en la
I unilateralidad y en la exclusión!
Tratemos de ilustrar breveifíente los signifícados.
a) La substancia es en cierto sentido la forma (elóog, pop<pf)).
Según Aristóteles «forma» es la naturaleza íntima de las cosas, el
quid o esencia (xó iC f|v elvai) de las mismas. Por ejemplo, la
forma o esencia del hombre es su alma, o sea lo que hace de él un ser
viviente racional, la forma o esencia del animal es el alma sensitiva y
la de la planta es el alma vegetativa./La esencia del círculo es lo que
hace que éste sea tal ñgura con tales datos cualitativos; y lo mismo
puede repetirse respecto a las demás cosas. Cuando las definimos,
nos referimos a su forma o esencia; en general, las cosas sólo son
cognoscibles en su esencia^\
b) Además, si el alma racional no informase un cuerpo, no ha­
bría hombre, y si el alma sensitiva no informase cierta materia, no
habría un animal; más aún, si el alma vegetativa no informase otra
materia diferente, no tendríamos plantas./Dígase esto mismo —^y
resultará también más evidente— respecto a todos los objetos pro­
ducidos por la actividad del arte; si no se realízase en la madera la
esencia o forma de la mesa, ésta no tendría ninguna concreción (y lo
mismo deberá repetirse respecto de todos los demás casos). En este
sentido, la materia resulta también fundamental para la constitución
de las cosas y, por tanto, también a ella se le podrá designar —^al
menos dentro de estos límites— substancia de las cosas. Está claro,
por otra parte, que estos límites están perfectamente definidos / si no
hubiese forma, la materia sería indeterminada y no bastaría para
constituir las cosas^"/
c) Basándonos en cuanto hemos dicho, resulta asimismo plena­
mente explicado/bl tercero de los significados; el de «conjunto»
(oúvoXov). Conjunto es la unión concreta de forma y materia. Las
cosas concretas no son sino conjuntos de forma y de materia.
25. Vóttsc Mvtnph. Z 412, II 2-3 y lu cd. de Rcalc, cit.. I. pág. 572-621 y II. pág. I9-3Í).
26. Véiwc Metuph. Z 3.

54
El concepto de substancia

Así, pues, todas las cosas sensibles sin distinción pueden consi­
derarse en su forma, en su materia, en su conjunto; y «substancia»
(ousia) son, aunque a título diferente (en el sentido ya visto), tanto
la forma como la materia y su conjunto^\/
Al desarrollar el problema de la substancia en general en una
segunda dirección, el Estagirita ha tratado asimismo de determinar
cuáles son estos ^títulos» en virtud de los cuales algo tiene derecho a
u r considerado como substancia. Esta segunda dirección no aparece
siempre en los textos como explícitamente distinta de la primera y,
eon frecuencia, se confunde de varias maneras con ésta; sin embar­
go, es necesario distinguirla para comprender a fondo el pensamien­
to aristotélico.
El Estagirita parece establecer cinco caracteres defínitoríos de la
sul>$tancia.
Substancia es: a) lo que no es inherente a otro ni se predica de él,
V|K>r tanto es objeto de inherencia y de predicación; b) lo que puede
subsistir por sí o separadamente del resto, o sea independientemen­
te; c) lo que es «algo determinado» (y no un universal abstracto), un
xi; d) lo que tiene una unidad intrínseca y no es un mero
agregado de partes no organizadas; e) lo que es acto o está en acto (y
no puramente en potencia).
Ahora bien, la materia sólo posee el primer título de substancia-
lidad, y por lo tanto sólo es substancia de modo muy impropio; en
niinbio, la forma y el conjunto tienen todos los caracteres de la
«iiibstancialidad, aunque de manera diferente. Ahora bien, ¿cuál
Hcrá la substancia por excelencia? Desde el punto de vista empírico,
piiihstancia por excelencia parece ser el individuo concreto, o sea el
i'onjunto. Por otra parte, desde el punto de vista metafísico, «subs­
tancia primera» es la forma; forma es efectivamente causa y fun-
ilamento, mientras que, respecto a ella, el conjunto es causado y
IleIivado de un principio^. De esta forma queda plenamente deter­
minado el sentido del ser. En su significado más estricto, el ser es la
Niihstancia, y la substancia en un primer sentido (impropio) es mate-
lia, y en un segundo (más propio) es conjuntó, y en un tercer senti-
ilo (por excelencia) es forma; por tanto la materia es ser; el conjunto
}f VéHsc Meiaph, Z y H, passim.
>'K Lu Metafísica, a cargo de Reulc. cit., I, pdg, 5U».

55
II. L a «filosofía prim era»

es ser en un grado más alto; y, finalmente, la forma es ser en su


sentido más elevado. De esta forma se comprende por qué Aristóte­
les llamó a la forma «causa primera del ser»” , ya que ella «informa»
la materia y constituye el fundamento del conjunto.

8. L a « form a » aristotélica no es el u n iv er sa l

Considerada de la manera que hemos expuesto antes, la doctrina


aristotélica de la substancia parece menos aporética de lo que pre­
tendieron especialmente 21eller” y, con él, muchos de los estudiosos
modernos. La distinción de los múltiples sígniñeados de la ousia
implica la necesidad de no pensar en términos alternativos, como si
a toda costa debiera prevalecer el valor de uno solo de los significa­
dos; por el contrario, como ya hemos visto, hemos de considerar las
cosas en forma de adición ;j^la metafísica aristotélica no se ha dejado
arrastrar, como las sucesivas, a la reductio ad unum, sino que se ha
preocupado más bien de distinguir los diferentes aspectos de la rea­
lidad, y cuando lo ha hecho así, no sólo no ha procedido a ulteriores
: unificaciones, sino que declara irreductibles algunos aspectos y, pre-
; cisamente en cuanto tales, los considera expresión de la complejidad
estructural de la realidad^
De esta forma se resuelve fácilmente otra dificultad planteada
por Zeller. Dice este autor que es difícil considerar como inmutables
las fortnas de lo mutable, como concebiría Aristóteles. En verdad,
el Estagirita insiste con mucha energía en este punto de la inmutabi­
lidad del eidos. Ahora bien, la inmutabilidad del eidos aristotélico
no es otra cosa que la inmutabilidad de la causa o de la condición o
del principio metafísíco, respecto a lo causado, a lo condicionado o a
lo principiado empírico^'. Vamos, finalmente, a concluir nuestro
análisis de la substancia, deteniéndonos en un punto muchas veces
olvidado y cuya comprensión iba a verse impedida fatalmente por el
planteamiento zelleriano, al que se aferra la mayor parte de los
eruditos. Nos referimos a las relaciones existentes entre la forma y el

29. Metaph. Z 17, 1 0 4 2 6 .


30. E. Zeller. i)ie PhfhsopMe der Gríecheii, il, 2. Leipzig'*1921. pág. 344,ss.
31. VéuKc Meraph. Z 7-9 y lu cd. de Uealc, cit., I, pág. 589-606.

56
La «forma» aristotélica

ufüversa^^visi6te\es demuestra que, mientras ia materia, la forma t


n el conjunto poseen un título para ser considerados ousia, como ya /
hemos visto, el universal, que los platónicos elevan a la categoría de /
substancia por excelencia, no cuenta con ningún título para ser con- /
siderado substancia, porque no responde a ninguno de los requisitos
i|ue, c ^ o hemos visto anteriormente, son propios de la substancia-
lidadV
Pero, se dirá, ¿no es universal el eidos aristotélico? La respuesta
es inequívocamente negativa. Aristóteles califica muchas veces a su
vidas como un xóóe xi, expresión indicativa de algo determinado
(|ue se opone a lo universal abstracto; y, por lo demás, vemos que
lodos los caracteres de la substancialidad competen al eidos,¡^\ ei- f
dos aristotélico es un principio metafísico; en términos modernos, lo j
designaríamos como una estructura ontológica trascendentalJVa-
iiios a referir a modo de prueba un solo pasaje —el más significati­
vo— , que se encuentra en la conclusión del libro dedicado a la
substancia. Después de haber dicho que la substancia es un «princi­
pio y una causa», Aristóteles muestra cómo se debe investigar este
principio y esta causa. La cosa o el hecho cuyo principio o causa se
busca debe ser conocido de antemano, y su investigación se plantea
de esta manera: ¿por qué esta cosa o este hecho son así? Lo que
ei)uivale a decir: ¿por qué la materia es (o constituye) este objeto
determinado? Aristóteles puntualiza así la cuestión: «(...) esta cosa
inaterial es una casa: ¿por qué? Porque en ella se halla presente la
esencia de la casa. Y seguiremos preguntándonos: ¿por qué esta
(osa concreta es un hombre? O bien, ¿por qué este cuerpo tiene
tales características? Por tanto,^1 preguntarnos por el porqué bus- ^
I amos la causa de la materia, es^ecir, la forma por la que la materia
es una cosa determinada; y ésta es precisamente la $ubstanciá^^\
Pero veamos el ejemplo más elocuente con el que Aristóteles sella
MI investigación:

1.0 que está compuesto de alguna cosa de manera que el todo constituya una
miulad no es como un montón, sino como una sílaba. Y ésta no es sólo las letras de las
i|iic está formada, ni BA equivale a B y A ni la carne es simplemente fuego y tierra;

o Metaph. Z 13-16 y la ed. de Rculc. cit., , pág. 621-34,


M Mtiaph. Z 17. 1U4!<] 25ss, 1041/»

57
II. L a «filosofía p rim era»

en realidad, una vez que los compuestos, es decir carne y sílaba, se han desintegrado,
ya no existen, mientras que las letras, el fuego y la tierra, continúan existiendo. Así,
pues, la sílaba es algo que no puede reducirse únicamente a las letras, o sea a las
vocales y consonantes, sino que es algo diferente de ellas. Y, así, la carne no es sólo
fuego y tierra, o calor y frío, sino también algo diferente de ellas. Ahora bien, si este
algo tuviera que ser también un elemento o un compuesto de elementos, nos encon­
traríamos con lo que sigue; si fuese un elemento, podría aplicarse el mismo razona­
miento de antes (la carne estaría constituida por este elemento fuego y tierra y algo
diferente, de forma que nos remontaríamos al infinito); si, en cambio, fuese un
compuesto de elementos, estaría compuesto no sólo de uno sino de más elementos
(de lo contrario nos encontraríamos todavía en el primer caso) de forma que habría
que repetir también a este propósito el razonamiento hecho con motivo de la carne y
de la sílaba. Por esta razón se podrá entender perfectamente qué este algo no es un
elemento, sino la causa por la que esta cosa es carne, esta otra es sAaba y así sucesiva­
mente. Y esto es la substancia de toda cosa; siendo asimismo esto la causa primera
del se ^ .

Como se ve/la ousia-eidos de Aristóteles, en cuanto estructura


ntológica ínmaÉnfente de la cosa, no puede confundirse con el uní-

E ersal abstracto,/Por su parte el universal es el género (vévog), que


o tiene una realidad ontológica propi^ por ejemplo, animal, en­
tendido como género animal, no es más que un término común
abstracto que no tiene realidad en sí y no existe sino es en el hombre
o en otra forma animal.
Por otra parte hay que señalar que el eidos aristotélico presenta
dos aspectos; uno de ellos es el ontológico, ya considerado, el otro
es el aspecto que podemos llamar lógico. El Estagirita no estudió ni
definió ninguno de ios dos aspectos ni sus diferencias relativas, sino
que, en diferentes casos, confundió ambos inconscientemente. No­
sotros, incluso por razones lingüísticas, percibimos mejor que él la
diferencia, ya que, de vez en cuando, nos vemos obligados a traducir
eidos de dos formas diferentes; unas veces como «forma» y otras
como «especie». Por lo que se refiere al aspecto ontológico del ei­
dos, es decir de la «forma», Aristóteles tiene razón al decir que no es
un universal. Pero, ¿lo es el eidos en el sentido lógico de especie?
Evidentemente la especie no es otra cosa sino el eidos en cuanto
pensado con la mente humana. Y por tanto se podría decir que,\en
cuanto estructura ontológica o principio metafísico, el eidos no es
/ universal; pero viene a serlo en cuanto la mente humana lo conside-

34. V黫c Mftaph. Z 17. 1041/) 11.28.

58
El acto y la potencia

r¡i y abstraéC|Pero repitámoslo; Aristóteles, preocupado de rema­


char el prim0f punto, no ha subrayado suficientemente el segundo.
( Tanto más cuanto que, a sus ojos, el eidos, incluso considerado
como especie, es la «diferencia» específica que confiere naturaleza
concreta al género, «diferenciándolo» precisamente y rescatándolo,
por consiguiente, de su carácter abstracto y universa^’, como vere­
mos también en la lógica.) En todo caso, estas dificultades no deben
hacemos olvidar lo que hemos dicho anteriormente acerca d e m j
naturaleza ontológica y real del eidos: éste no sólo no es un uni\4rr- |
sino que es más ser que la materia y más ser que el conjunto, en ‘
cuanto es principio que, estructurando la materia, hace subsistir alf
conjunto mismo^.j^

El acto y la POTENaA

' A las doctrinas expuestas se añaden ahora algunas precisiones


Idativas a la potencia y al acto referidos a la substancia'^^a materia \
es «potencia», es decir, potencialidad, en el sentido de qué es capa- \
ciüad de asumir o de recibir la fo rm ^el bronce es «potencia» de la
estatua, porque en realidad es capacidad de recibir y de asumir la
forma de la estatua; la madera es «potencia» de los diferentes obje­
tos que se pueden hacer con ella, porque es capacidad concreta de
iiHiimir las formas de los diferentes objetos. En cambio, la forma se
configura como acto o actuación de esa capacidad. El compuesto o
(onjunto de materia y forma, si se considera como tal, será prefe-
tcntemente acto; pero, si se tiene en cuenta su forma, será simple­
mente acto o entelequia y, si se lo contempla en su materialidad
«crá, en cambio, un^ mezcla de potencia y de acto. Por consiguien­
te. todas las cosas que tienen materia poseen siempre en cuanto
tilles mayor o menor potencialidad. En cambio si, como veremos,
H{)\j seres inmateriales, o sea, formas puras, deberán ser actos puros, \
exentos de potencialidad^./ ^

'1 V¿«se Metaph. Z M^passim,


W. Metaph. Z 3, W29a 5-7.
W Véa«: H ye.
Vénsc Metaph. A 6-8.

59
II. La «filosofía primera)»

Como ya hemos mencionado, Aristóteles aplica también al acto


el nombre de entelequia; a veces parece que se difumina la diversi­
dad de signiñcado de los dos términos, pero, la mayor parte de las
veces, y en especial en la Metafísica^ los dos términos son sinónimos.
Así, pueSí acto y entelequia significan realización, perfección que
actúa o actu ad a^ o r tanto el alma, en cuanto esencia y forma de
cuerpo, es acto ^ entelequia del mismo; y, por lo general, todas las
formas de las substancias sensibles son acto y entelequia. Más tarde
veremos que Dios es entelequia pura (y también las demás inteligen­
cia motrices de las esferas celestes^
^ 1 acto, prosigue Aristóteles, tiene «príoridacl» y superioridad
a t^ lu ta s sobre la potencia; en realidad, la potencia es siempre en
función del acto y está condicionada por el acto del cual es potencia.
Finalmente el acto es superior a la potencia, porque es el modo de
ser de las substancias eternas'’'^
Desde el punto de vista metafísico, la doctrina de la potencia y
del acto tiene una importancia muy considerable. Con ella Aristóte­
les ha podido^resolver las aportas eleáticas del devenir y del movi­
miento; ambos transcurren en el seno del ser, porque no suponen un
paso del no ser absoluto al ser, sino del ser en potencia al ser en
acto, es decir, del ser al ser. Además, con tal doctrina Aristóteles ha
resuelto perfectamente el problema de la unidad de la materia y de la
forma: la primera es potencia y la segunda acto o actuación de la
misma^inalmente el Estagirita se ha servido de ella, al menos en
parte, para demostrar la existencia de Dios y entender su naturaleza,
Pero también en el ámbito de todas las demás ciencias los conceptos
de potencia y de acto tienen un papel importantísimo, según Aris­
tóteles.
Y de esta forma hemos llegado a la última de las cuestiones de la
metafísica; la de la substancia suprasensible, que es la cuestión de­
cisiva.

39. hietaph. 0 8. pasútn.


11). D emostración de la existencia de la substancia suprasensible

¿Existen substancias suprasensibles, o sólo las sensibles? Alistó-


(oles se empeñó en responder con precisión a este problema, porque
se trataba precisamente del punto en el que, en su opinión, era
necesario corregir a Platón.
Ésta es la manera como él filósofo demuestra laj^xistencia de lo
suprasensible.
Las substancias son las realidades primeras, en el sentido de que
lodos los demás modos de ser, como ya hemos visto, dependen de la
Mit)stancia. Por tanto, sí todas las substancias fueran corruptibles,
no existiría absolutamente nada incorruptible. Pero —dice Aristóte­
les— el tiempo y el movimiento son ciertamente incorruptibles. El
liempo no ha sido generado ni se corromperá; en realidad, anterior­
mente a la generación del tiempo, debería haber existido un «antes»
V posteriormente a la destrucción del tiempo debería haber existido
un «después». Ahora bien «antes» y «después» no son sino tiem­
po. En otras palabras, por las razones ya analizadas, siempre hay
licinpK) antes o después de cualquier comienzo o fin supuesto del
tiempo; por tanto, el tiempo es eterno. Este mismo razonamiento
puede aplicarse también al movimiento, porque, para Aristóteles,
rl tiempo no es sino una determinación del movimiento. Así, pues,
no hay tiempo sin movimiento; por tanto, la eternidad del primero
postula asimismo la eternidad del segundo. Pero, ¿en qué condicio­
nes puede subsistir un movimiento (y un tiempo) eterno? El Estagi-
iita responde (basándose en los principios establecidos por él mismo
ni estudiar las condiciones del movimiento en la Física): sólo si sub-
lUHtc un principio primero que sea causa del mismo. /
Y, ¿cómo debe ser este principio, para ser causa del movimien-
lo? En primer lugar, dice Aristóteles, el principio debe ser eterno; si
rl movimiento es eterno, su causa debe ser también eterna. O, en
otras palabras, si la causa ha de explicar adecuadamente el movi­
miento eterno, no puede ser sino eterna.
En segundo lugar el principio debe ser inmóvil; sólo lo inmóvil es
uinsa absoluta de lo móvil. Aristóteles ha demostrado en la Física
i sie punto con todo rigor. Todo lo que está en movimiento es movi-
«lo por otro; este otro, si es movido a su vez, es movido también p>or

61
II. La «filosofía primera»

otro. Pero para explicar cualquier movimiento es necesario llegar a


un principio que de por sí no es movido ulteriormente, al menos
respecto a lo que mueve. Sería absurdo pensar en la posibilidad de
proceder de un motor a otro hasta el infínito, porque en estos casos
resulta absurdo un proceso hasta el infínito. Ahora bien, si es así, no
sólo deben existir motores relativamente móviles, de los que proce>
den los movimientos singulares, sino —a fortiori— debe haber un
principio absolutamente primero y absolutamente inmóvil del que
procede el movimiento de todo el universo.
En tercer lugar el principio debe estar totalmente exento de
potencialidad, es decir, debe ser acto puro. Si tuviese potencialidad,
podría asimismo no mover en acto; pero esto es absurdo, p>orque en
tal caso no existiría un movimiento eterno de los cielos, es decir, un
movimiento siempre en acto. En conclusión, puesto que un movi^
miento eterno existe, es necesario que haya un principio eterno qu^
^ó7>róduzcá, siendo asimismo necesario que tal principio sea a) eter-:
'nó,“sl eS“eterho lo que este principio causa, b) inmóvil, si la causa
absolutamente primera de lo móvil es lo inmóvil y c) acto puro, si el
movimiento producido por tal causa está siempre en acto.
Éste es el motor inmóvil, que es precisamente la substancia su­
prasensible que buscábamos^.
Pero, ¿de qué manera puede mover el primer motor permane­
ciendo absolutamente inmóviH ¿Existe dentro del ámbito de las
cosas que conocemos algo que pueda mover, sin moverse ello
mismo?
Aristóteles responde aduciendo como ejemplo el objeto del de­
seo y de la inteligencia. El objeto del deseo es lo bello y bueno;
ahora bien, lo bello y lo bueno atraen la voluntad del hombre sin
moverse ellos mismos de ningún modo; de esta misma manera lo
inteligible mueve también la inteligencia, sin moverse a su vez. Y de
esta misma naturaleza es también la causalidad ejercida por el pri­
mer motor, es decir, por la substancia primera;íel primer motor
mueve como el objeto del amor atrae al amante (xiveí cbg ep(0|ie-
vov)^', mientras todas las demás cosas mueven siendo movidas ellas
mismas."\
40. VéHse Meiaph. A 6-7.
41. Metaph. A 7, 10726 3.

62
El m o to r inm óvil

Como es evidente, la causalidad del primer motor no es una


l aiisalidad de tipo efíciente, o sea, del tipo de la ejercida por una
mano que mueve uo cuerpo, o por el escultor que talla el mármol o
la del padre que genera al hijo. En cambio. Dios mueve atrayendo;
V atrae como objeto de amor, es decir, a la manera de/f/i;^or tanto 1
la causalidad del motor inmóvil es propiamente una causalidad de
li|x> fmaU
El mundo, que es atraído constantemente por Dios como fin
Hupremo, no ha tenido comienzo. No ha habido ningún momento en
el que existiera el caos (o la ausencia de cosmos), precisamente
porque, si hubiera sido así, se habría dado una contradicción con el
teorema de la prioridad del acto sobre la potencia; primeramente
habría habido el caos, que es potencia, y después habría surgido el
imindo, que es acto. Lo cual sería asimismo absurdo, puesto que
Dios, al ser eterno, debía atraer necesariamente desde la eternidad
romo objeto de amor al universo, que, por tanto, ha tenido que ser
desde siempre como es^^
Es esta una tesis sostenida ya por Aristóteles en el escrito Sobre
la filosofía en los últimos años de permanencia del mismo en la
Academia.

11 N aturaleza d e l motor in m ó v il

Este principio del que «dependen el cielo y la naturaleza» es


Vida. Pero, ¿qué clase de vida? La más excelente y perfecta de
tollas; la vida que nosotros sólo podemos vivir por un breve espacio
di* tiempo; la vida del pensamiento puro, la vida de la actividad
rontemplativa. Con esto hemos llegado al pasaje maravilloso en el
que Aristóteles —hecho extraordinariamente raro en él— se con-
imicve, y en el que su lenguaje se convierte casi en poesía, en canto,
rn peán:

Asi, pues, de tal principio dependen el ciclo y la naturaleza. Y su modo de vivir es


•'I niiis excelente de todos; es la manera de vivir que se nos concede sólo por un breve
to|iiicío de tiempo. Pero él permanece siempre en ese estado. Esto es imposible para

■(.V Metaph. A 6. passim.

63
II. La «filosofía primera»

nosotros, pero no lo es para él, puesto que el acto de su vivir es goce. Y también para
nosotros la vigilia, la sensación y el conocimiento son agradables en sumo grado,
precisamente porque son acto y, en virtud de ellos, también las esperanzas y los
recuerdos (...). Por tanto, si Dios se encuentra perennemente en esta feliz condición en
la que nosotros nos hallamos algunas veces, se trata de algo maravilloso; y, si se
encuentra en una condición superior, es más maravilloso todavía. Y, efectivamente,
se encuentra en esta condición. Él es también Vida, porque la actividad de la inteli­
gencia es Vida, y él es precisamente esa actividad. Y su actividad, que subsiste por sí,
es una vida óptima y eterna. Digamos que Dios es un ser viviente, eterno y óptimo;
por tanto, a Dios le corresponde una vida perennemente continua y eterna; éste es,
pues. Dios®.

Pero, ¿en qué piensa Dios? Dios piensa en la cosa más excelen­
te. Pero la cosa más excelente es Dios mismo. Por tanto. Dios pien­
sa en sí mismo; es actividad contemplativa de sí mismo; es pensa­
miento del pensamiento (vótjoig voTjacíog). Éstas son las afirma­
ciones concretas del filósofo:

(...) El pensamiento que es pensamiento por sí mismo tiene como objeto lo que
por sí mismo es más excelente, y el pensamiento que lo es en grado máximo tiene
como objeto lo que es excelente en grado máximo. La inteligencia piensa en sí
misma, aprehendiéndose como inteligible; en realidad se hace inteligible intuyendo y
pensando en sí, de forma que coinciden inteligencia e inteligible. La inteligencia es lo
que es capaz de aprehender lo inteligible y la substancia, y está en acto cuando los
posee. Por tanto, más que la capacidad, es esta posesión lo que tiene la inteligencia
de divino; y la actividad contemplativa es lo más agradable y excelente que existe^.

Más todavía:f«Si, por tanto, la inteligencia divina es lo más exce­


lente que existe, piensa en sí misma, y su pensamiento es pensa­
miento del pensamiento»^Y
Por lo tanto Dios es eterno, inmóvil, acto puro exento de poten­
cialidad y de ma'téria, vida espiritual y pensamiento del pensamien»^
to. Siendo así, obviamente «no puede tener ninguna dimensión»^
"sino que debe «carecer de partes y ser indivisible». Y debe ser asi­
mismo «impasible e inalterable»^. ^

43. Metaph. A 7. 1072¿ 13-lH, 2400.


44. Metaph. A 7. 10726 18-24.
43. Metaph. A 9. 10746 34sa.
46. Metaph. A 7. I973« 5-13.

64
U nidad y multipliodad de lo divino

Aristóteles creyó, sin embargo, que no bastaba Dios para expli-


nir el movimiento de todas las esferas que, en su opinión, compo­
nían el cielo A>ios mueve directamente al primer móvil —el cielo de
las estrellas fijas— pero entre esta esfera y la tierra hay otras muchas
esferas concéntricas, de magnitudes cada vez menores y contenidas
las unas en las otras/¿Quién mueve todas estas esferas?
^ ab en dos respuestas; o son movidas por el movimiento deriva­
do dcl primer cielo, que se transmite mecánicamente de una esfera a
la otra; o son movidas por otras substancias suprasensibles, inmóvi­
les y eternas, que mueven de manera análoga a la del primer motor.
1.a segunda solución es la que propone Aristóteles/En efecto, la
primera de ellas no podía armonizar con la concepción de la diversi­
dad de los diferentes movimientos de las distintas esferas, que, se-
fifiin las teorías de la astronomía de entonces, eran diversos y no
imiformes. Por tanto resultaba inconcebible que del movimiento del
piinicr cíelo pudieran derivarse movimientos diferentes, así como
(|uc de la atracción uniforme de un único motor pudieran derivarse
movimientos circulares de sentido opuesto. Éstas son las razones
por las que Aristóteles introdujo la multiplicidad de motores, a los
ipil* consideró como substancias suprasensibles, capaces de mover
de forma análoga a la de Dios, es decir, como causas finales (causas
finales en relación con cada una de las esferas individuales).
Más tarde, basándose en los cálculos de los astrónomos Galipo y
1 iidoxo, y efectuando algunas correcciones que consideraba perso-
mdmente necesarias, Aristóteles estableció en cincuenta el número
de las esferas, admitiendo, por otra parte, la posibilidad de reducir­
las a cuarenta y siete. Y, si son tantas las esferas, deberá haber el
mismo número de substancias inmóviles y eternas que producen los
movimientos de aquéllas. Dios o el primer motor mueve directa-
m(*ntc la primera esfera, y sólo indirectamente las demás; las otras
I mcuenta y cinco substancias suprasensibles mueven las 55 esferas
rol rcspondientes‘*^
¿Acaso se trata de una forma de «politeísmo»?

11 Stritíph. A 8. passím.

65
II. La «filosofía primera»

Para Aristóteles, asi como para Platón, y, en general, para todos


los griegos, lo «divino» designa una esfera amplia en la cual figuran
con diferente título realidades múltiples y diferentes. Lo «divino»
incluía ya para los «fisiólogos» muchos entes desde un punto de vista
estructural. Lo mismo puede decirse de Platón; para éste son «divi>
ñas» las ideas del bien y de la belleza y, en general, todas las ideas.
Es «divino» el demiurgo; son «divinas» las almas; son «divinos» los
astros y también el mundo. Análogamente, gara Aristóteles el mo-
tor inmóvil es «divino», son asimismo «divinas» las substancias su­
prasensibles y los motores inmóviles de los cielos, son también «di-
"vinos» los astros, las estrellas, las esferas, las almas de las esferas y
de los astros, siendo asimismo «divina» el alma intelectiva de los
hombres. En resumen, divino es todo lo que es eterno c incorrupti­
ble. Aristóteles no ha experimentado la antítesis de la unidad-multi­
plicidad de lo divino; y por ello no se ha planteado jamás la cuestión
en estos términos.
Hemos de dar por supuesto que, siendo ésta la forma mentís del
Estagirita, la existencia de cincuenta y cinco substancias suprasensu
bles además "Hela Primera, es decir, además del motor inmóyU,
debía parecérles bastante menos extraña que a nosotros; ahora bien,
después de haber expuesto estas ideas, no podemos menos de reco­
nocer la existencia de una tentativa de unificación por parte de Aris­
tóteles. Ante todo, sólo dio explícitamente el nombre de Dios en
sentido estricto al primer motor. En el mismo lugar donde se expone
la doctrina acerca de la pluralidad de los motores, Aristóteles subra­
ya la unicidad del primer motor —Dios en sentido verdadero y pro­
pio— y de esta unicidad deduce asimismo la unicidad del mundo. Y
el libro duodécimo de la Metafísica concluye, como se sabe, con la
solemne afirmación de que las cosas no desean ser mal gobernadas
por una multiplicidad de principios, afirmación a la que, para dar
mayor solemnidad, acompaña el significativo verso de Homero:

No es bueno que mucho.s gobiernen; uno solo debe gobernar


(11. 2,204)

Está claro, por tanto, que Aristóteles no pudo concebir a las


demás substancias inmóviles que mueven a las esferas celestes in-

66
Dios y el mundo

díviduales sino como jerárquicamente inferiores al primer motor


inmóvil. Y, en realidad, su jerarquía viene a ser la misma que la
señalada por el orden de las esferas que mueven a los astros. Por
ello, las 55 substancias son inferiorgs a[ primer m otor^, j ^ m á s ,
guardan un orden |cxárquica entre s^^,. Lg_gue explica perfectamen­
te que puedan ser substancias individual^,.distintas unas de otras;
son formas puras inmaterial^, unas inferiores a ptras^^^^embargo,
son de^iguna manera^dioses inferiores.
Por otra p arfe ^ ^ l^ tá g íñ la lle jd tin explicar la relación exacta
que existe entre Dios y estas substancias y asimismo entre ellas y las
esferas movidas por las mismas. La edad media transformará estas
substancias en las célebres <(inteligencias angélicas» motrices, pero
habrá podido realizar esta transformación en virtud del concepto de
creación.

13. D ios y el m u n d o

Dios (y al hablar de Dios nos referimos al primer motor) piensa


en sí mismo y se contempla a sí mismo. ¿Piensa también en el mun­
do y en los hombres que están en él?
Aristóteles no ha propuesto una solución clara del problema y
parece inclinarse (al menos en cierta medida) hacia una respuesta
negativa.
No cabe duda de que el Dios aristotélico posee el conocimiento
de lo que es el mundo y de cuáles son los principios universales del
mismo.
Por otra parte, si Dios es el principio supremo, está claro que
deberá conocerse a sí mismo en cuanto tal; y se conocerá a sí mis­
mo también como objeto de amor y de atracción del universo
entero.
Sin embargo, es cierto que los individuos en cuanto tales, o sea
con sus limitaciones, deficiencia y pobreza, no son conócídos por
Dios; este conocimiento de lo imperfecto representaría a íos ojos de
Aristóteles una diminutio de Dios. Así, pues, los individuos empíri-

•IH. Mttaph. A 8, I073A 1-3.

67
II. La <^filosofía primera»

eos, según Aristóteles, son indignos del pensamiento divino precisa­


mente por el carácter empírico y particular de los mismos^^
Otra limitación del Dios aristotélico —que tiene el mismo funda­
mento que la anterior, o sea, el no haber creado el mundo, el hom­
bre ni las almas individuales—, consiste en que es objeto de amor,
pero no ama (o, como máximo, sólo se ama a sí mismo). Los indivi­
duos, en cuanto tales, no son objeto del amor divino; Dios no se
vuelve hacia los hombres y menos todavía hacia el hombre indivi­
dual. Cada uno de los hombres, al igual que cada cosa, tiende de
diferentes maneras hacia Dios, pero éste, así como no puede cono­
cer a ninguno de los hombres individuales, tampoco puede amarlos.

4’). Véiisc Mttaph. A 9, passlm.


C apítulo III

LA «FILOSOFÍA SEGUNDA»
(Análisis de la Física)

1. C aracterísticas d e la física aristotélica

En opinión de Aristótelesi^la segunda ciencia teorética es la «físi­


ca» o «filosofía segunda», queliene como objeto la investigación de
la realidad Sensible, que se caracteriza intrínsecamente por el movi­
miento, así como la metafísica tiene por objeto la realidad suprasen­
sible, caracterizada intrínsecamente por la ausencia absoluta de mo­
ví miente^.
Tras'las adquisiciones platónicas, se imponía desde la perspecti­
va estructural la distinción de una problemática física; si son dos los
plano de la realidad, o para expresarse en términos más aristotéli­
cos, si existen dos géneros diferentes de substancias estructuralmen-
Ic distintos, el género suprasensible y el sensible, deberán ser nece­
sariamente diferentes entre sí las ciencias que tienen como objeto de
investigación estas dos realidades diversas. La distinción entre me­
tafísica y física conllevará la superación definitiva del horizonte de la
lilosofía de los presocráticos y supondrá un cambio radical del anti­
guo sentido d ephysis, que, en lugar de significar la totalidad del ser,
vendrá a significar ahora el ser sensible, y «naturaleza» servirá para
designar preferentemente la naturaleza sensible (pero de una reali­
dad sensible en la que la forma sigue siendo el principio dominan-
ley.

1. Véase Meiaph. E 1. 1U25& I8ss.


2. .Sobre el concepto aristotélico de naturaleza, véase O. Hamelín. Aristote, Physique //, París ^1931 y A.
Mimsion. ifUroduedon á /a Physique arislotélicienne, Lovaina*París ^1945, pág. 92ss.

69
III. La «filosofía segunda»

No cabe duda de que la palabra «física» puede inducir a engaño


al lector moderno; para nosotros la física se identifica con la ciencia
de la naturaleza entendida en el sentido de Galileo, es decir, consi­
derada cuantitativamente. En cambio, la posición de Aristóteles es
diametralmente opuesta; su física no es una ciencia cuantitativa de
la naturaleza, sino cualitativa;{comparada con la física moderna, la
de Aristóteles, más que una «ciencia», viene a ser una «ontología» o
«metafísica» de lo sensible. En resumen, nos encontramos frente a
una consideración rigurosamente filosófica de la naturaleza; siendo
este tipo de consideración el que se mantendrá vigente hasta la
revolución iniciada por Galileo^Por ello, no será sorprendente el
hecho de que en los libros de Metafísica se encuentren abundantes
consideraciones físicas (en el sentido ya determinado) y, viceversa,
en los libros de Física abundantes consideraciones de carácter meta-
físico, ya que los ámbitos de las dos ciencias se intercomunican entre
sí estructuralmente; lo suprasensible es causa y razón de lo sensible
y a lo suprasensible se dirige tanto la investigación metafísica como
también la investigación física misma (aunque en sentido diferente);
y, además, es idéntico también el método de estudio que se aplica en
las dos ciencias. Por lo demás, la exposición que sigue (que, por
razones de espacio, se reducirá a algunos de los temas básicos, los
más determinantes) lo demostrará plenamente.

2. E l cambio y el movimiento

Ya hemos dicho que la característica esencial de la naturaleza


viene dada por el movimiento, y Aristóteles dedica, por consiguien­
te, gran parte de la Física al análisis del movimiento y de sus causas.
¿Qué es el movimiento?
Ya sabemos que el movimiento no se convirtió en problema
filosófico hasta después de haber sido negado por los eleatas, siendo
calificado por éstos como apariencia ilusoria. Sabemos también que
los pluralistas recuperaron ya este concepto, justificándolo en parte.
Sin embargo, ninguno, ni siquiera Platón, supo establecer cuál era
su esencia y su estatuto ontológico.
Los eleatas negaron el devenir y el movimiento porque, en su

70
El cambio y el movimiento

opinión, éstos supondrían la existencia de un no ser (por lo general,


lo que viene a ser pasa de un estado a otro y cada uno de estos
estados no es el anterior ni tampoco el siguiente; por tanto el nacer y
el morir podrían parecer el paso del no ser absoluto al ser y de éste
al no ser absoluto) siendo así que el no ser no existe. Aristóteles
consiguió solucionar la aporía de la forma más brillante.
Ahora bien|^el movimiento es un dato acerca de un hecho orígi-
nano, por tanto, no se puede poner en duda. ¿Cómo se justifica?
Sabemos (por la metafísica) que el ser tiene muchos significados y
que un grupo de éstos se deriva del ser en cuanto potencia y del ser
en cuanto acto.|Respecto al ser en acto, el ser en potencia puede
considerarse no ser, más concretamente no ser en acto; pero está
claro que se trata de un no ser relativo, ya que la potencia es real,
porque es una capacidad real y una posibilidad efectiva de llegar al
acto. Ahora bien, refiriéndonos al punto que nos interesa, el movi­
miento (y todo cambio en general) es precisamente el paso del ser en
potencia al ser en a ct^(d movimiento y el acto o la actuación de lo
tjue es en potencia en cuanto tal, dice Aristóteles)'. Así, pues, el
movimiento no supone en verdad el no ser parménico, porque se
desarrolla en el seno del ser y es el paso del ser (potencial) al ser
(actual)', de esta forma el movimiento pierde definitivamente el ca­
rácter que podríamos calificar como nulificante, por el que los elea-
ías se creían obligados á eliminarlo, quedando así básicamente ex­
plicado.
Pero Aristóteles profundiza todavía más en el movimiento, ofre­
ciéndonos consideraciones que tienen una importancia capital y lle­
gando a establecer cuáles son las posibles formas de movimiento y
cuál es su estructura ontológica. Vamos a referirnos una vez más a la
distinción de los diferentes significados del ser. Hemos visto que
[lotencia y acto se refieren a las diferentes categorías y no sólo a la
primera. Por consiguiente, el movimiento, que es paso de la poten­
cia al acto, se referirá a las diferentes categorías (a todas las catego­
rías o a las principales)\ Y, así, de la lista de las categorías podemos
deducir las diferentes formas de cambio. Es cierto que algunas de las
categorías no admiten variación. Así, por ejemplo, respecto a la
1. Véase Phys. V I, 201a H)ss ; Metaph. K 9, 1065¿ 33.
Véase Phys. T 1-2; Metaph. K 9.

71
III. La «filosofía segunda»

categoría de la relación, ya que basta que se mueva uno de los dos


términos de la misma para que también el otro, aun permanecíentio
invariable, cambie el significado reiacional (y, por tanto, si aceptá­
ramos el movimiento según la relación, admitiríamos el absurdo de
un movimiento sin movimiento para el segundo término)’, las catego­
rías de la acción y de la pasión son ya movimientos en sí mismas, no
siendo posible el movimiento del movimiento; finalmente el tiempo,
como hemos visto ya, es una afección del movimiento. Quedan las
categorías 1) de la substancia, 2) de la cualidad, 3) de la cantidad, 4)
del lugar, produciéndose precisamente el cambio según estas cate­
gorías. El cambio según la substancia se llama generación y corrup-
ción; el cambio según la cualidad recibe el nombre de alteración’, el
cambio según la cantidad se denomina aumento y disminución, reci­
biendo el movimiento según el lugar el nombre de traslación. Cam­
bio es un término genérico que se adapta perfectamente a estas
cuatro formas; en cambio, el movimiento es un término que designa
las tres últimas, especialmente la última.
El devenir en todas sus formas supone un sustrato (que viene a
ser el ser potencial) que pasa de un extremo al otro; en la primera
forma el paso se realiza de un contradictorio a otro y en las otras
tres, de un contrarío al otro. La generación es la asunción de la
forma; la alteración es un cambio de la cualidad, mientras que el
aumento y la disminución constituyen el paso de pequeño a grande y
viceversa; el movimiento local es la transición de un punto a otro,
lasólo los compuestos (los synoloi) de materia y forma pueden cam-
biar, porque sólo la materia implica p>otencialidad; por tanto, la
estructura hílemórfíca de la realidad sensible, que implica necesaria­
mente materia y potencialidad, es la raíz de todo movimiento\^
De esta forma las consideraciones que preceden nos conducen al
problema de las cuatro causas conocidas ya por nosotros.\La materia
y la forma son causas intrínsecas del devenir. Causa externa es, en
cambio, el agente o la causa eficiente; ningún cambio tiene lugar sin
I esta causa, porque no puede haber paso de la potencia al acto sin
I que exista un motor ya en acto. Finalmente, aparece la causa final,
‘ que es el objetivo y la razón del devenir. La causa final indica bási-

S Véme PhyM.ASn.E l<2.

72
El espacio y el vacío

camente el sentido positivo de todo devenir que, a los ojos de Aristó­


teles, es fundamentalmente un avanzar hacia la forma y una realiza­
ción de ésta. Lejos de contribuir a la introducción de la nada, el
devenir viene a ser para Aristóteles como el cambio que conduce a la
plenitud del ser, es decir, la vía que recorren las cosas para actuarse,
para ser plenamente lo que son, para realizar su esencia o forma (y
en este sentido se comprende perfectamente por qué la physis aris­
totélica es, en su último análisis, esta fo^ma)^
A este propósito hemos señalado ya que la teleología aristotélica
presenta lagunas, no ya a causa de las limitaciones que pone expre­
samente de manifiesto en famosos pasajes de la Física\ sino por la
I básica aporía metafísica no resuelta, por la que el mundo existe no
por un designio del Absoluto, sino por un anhelo casi mecánico y
fatal de todas las cosas hacia la perfección, que el Estagirita intuye y
afírma, pero no demuestra rigurosamente. Sobre la razón de fondo
del fínalismo universal, el último Platón, con su doctrina acerca del
demiurgo expuesta en Timeo, logró una visión más profunda; o se
admite un ser que proyecta el mundo y le proporciona la existencia
en función del bien y de la perfección, o no rige el finalismo uni­
versal."^

3. E l espa cio y el vacío

Los^onceptos de espacio y de vacío están ligados a la idea de


movimiento”. Los objetos no están en el no ser, que no existe, sino
que están en algún donde, o sea en un lugar, que, por tanto, es algo
que existe. Y no cabe duda de que el lugar existe y es una realidad,
si se considera el hecho del desplazamiento recíproco de los cuerpos"
(en el recipiente donde ahora hay agua, cuando ésta sale, entra el
aire, y en general, un cuerpo diferente llega a ocupar siempre el
mismo lugar ocupado por el cuerpo que ha sido retirado y sustituido
por el nuevo); «por tanto está claro que el lugar es también algo y
c|ue la parte del espacio hacia la que y desde la que se verifica el
<1. Véase Phys, B, en part. 7-8.
7. PhyM. B 4 ^ . sobre lo cual véase Mansáon. op. d i., páf. 292-314.
M. Véase Phys. A pessún.

73
III. La «filosofía segunda»

cambio de los dos elementos es algo distinto de ambos»^ Además la


experiencia nos muestra que existe un «lugar natural» hacia el que
tiende cada uno de los elementos cuando no encuentra obstáculos;
el fuego y el aire tienden hacia lo alto, la tierra y el agua hacia abajo.
Alto y bajo no son algo relativo para nosotros, sino una realidad
objetiva, son determinaciones naturales: «lo alto no es cualquier
cosa, sino aquello hacia donde se elevan el fuego y lo ligero; e,
igualmente, lo bajo no es una cosa cualquiera, sino aquello hacia
donde van las cosas que pesan y están hechas de tierra Alio>
ra bien, ¿qué es el «lugar»? La primera característica que Aristóte­
les atribuye al lugar procede de la distinción entre el lugar que es
común a muchas cosas y el que es propio de cada objeto: «(...) el
lugar, es, por una parte, algo común en lo que están todos los cuer­
pos, por la otra, es algo especial en el cual está inmediatamente un
cuerpo (...), y, si el lugar es lo que contiene inmediatamente ca­
da cuerpo, constituirá en ese caso cierto límite (...)»". Aristóteles pre­
cisa además que «(...) el lugar es lo que contiene el objeto del que es
lugar y que no se identifica con nada de la cosa misma contenida en
él». Uniendo las dos características deduciremos que el lugar es
«(...) el límite del cuerpo continente, en cuanto éste está contiguo al
contenido»'^ Por último Aristóteles precisa además que el lugar no
se confunde con el recipiente; el primero es inmóvil, mientras que el
segundo es móvil; se podría decir en cierto sentido que el lugar es el
recipiente inmóvil, mientras que el recipiente es un lugar móvil:
«(...) así como el vaso es un lugar transportable, el lugar es un vaso
que no se puede transportar. Por ello, cuando alguna cosa que está
dentro de otra se mueve y cambia dentro de una cosa que se mueve,
cual navecilla en un río, tal cosa se vale de lo que la contiene como
de un recipiente más que como de un lugar. En cambio, el
lugar es inmóvil; por ello podemos decir más bien que el río entero
es lugar, porque lo entero es inmóvil. Así, pues, el lugar es el primer
limite inmóvil del continente»*'. Esta definición se hará famosísima

9. Phys, á 1. 2OH/1 6iu.


10. Phys. A I 208/í 19-21.
11. Phys. A 2, m h 3I(U.
12. Phys. A 4. 21 \a .14» y 212#/ 5k».
13. Phys. A 4, 2í2a 14-21.

74
El tiempo

y los medievales la fijarán en la célebre fórmula terminus continentis


ímmobílis primus.
De esta definición del lugar se deduce que no cabe pensar en un
lugar fuera del universo, ni en un lugar en el cual esté colocado el
universo» (...) si se prescinde del universo entero, no hay ninguna
otra cosa fuera del todo y por ello todas las cosas están en el cielo;
en este caso el cielo se entiende como el todo. En cambio, el lugar
no es cielo, sino, por decirlo así, la extremidad del mismo, y es
(límite inmóvil) contiguo al cuerpo móvil; por esta razón la tierra
está en el agua, ésta en el aire, y éste a su vez en el éter y el éter en el
cielo; pero el cielo no es otra cosa»'^ Y, así, el movimiento del cielo
en cuanto totalidad sólo será posible en un sentido, en el de la
circularidad sobre sí mismo, no habiendo posibilidad de traslación.
Todo lo que se mueve está en un lugar (y se mueve tendiendo a
alcanzar su lugar natural); lo que es inmóvil no está en su lugar. Por
tanto Dios y las inteligencias motrices no necesitan estructuralmente
lugar.
De la definición que hemos dado de lugar se deriva asimismo la
imposibilidad del vacío. Se había entendido el vacío como «el lugar
en el que no hay nada» o «lugar privado de cuerpo»'\ Pero es obvio
que el lugar en el cual no hay nada constituye una contradicción de
términos, si admitimos la definición dada del lugar como terminus
continentis. Así desaparece el fundamento previo sobre el que los
atomistas habían construido la doctrina de los átomos y la concep­
ción mecanicista del universo.

4. E l TIEMPO

Aristóteles dedicó al concepto de tiempo profundos análisis que


anticipan en realidad algunos conceptos que san Agustín desarrolla­
rá y hará célebres‘^

14. Phys, 5, 2126 16*22.


15. Phys. A 7, 2136 31 y 33.
16. A l« doctrina aristotélica del tiempo ha dedicado un examen exhaustivo J.-M. Dubois, Letemps rl nnstant
xvlon Arisiote, París 1967. Véase también L. Ruggiu, Tempo^ cascienza e essere netia fíiosofia di Arhtoíele,
llrcHcia 1%8.

75
111. La «filosofía segunda»

Éste es el punto focal de la doctrina aristotélica del tiempo:

Cabría sospechar por lo que sigue que el tiempo no existe o que su existencia es
oscura y apenas reconocible. Una parte del mismo ha existido y no existe ya, una
parte va a existir, pero no existe todavía. Y de tales partes se compone tanto el
tiempo en su infinidad como también el que percibinnos nosotros de vez en cuando. Y
parecería imposible que tal realidad, estando compuesta de no seres, posea esencia.
Además de esto es necesario que, si existe un todo divisible en partes, desde el
momento en que existe, existan también o todas las partes o por lo menos algunas.
Pero del tiempo algunas de sus parles han existido, u otras van a existir, pero ninguna
existe, aunque tal realidad sea divisible en parles. Hay que tener presente, asimismo,
que el instante no es una parte; puesto que la parte tiene una medida, y el todo debe
componerse de partes, mientras que el tiempo no parece ser un conjunto de ins-
tantcs'^

Pero, entonces, ¿qué es el tiempo? Aristóteles trata de resolver


su misterio en función de dos puntos de referencia: el movimiento y
el alma\ si se prescinde de uno o de otro de estos puntos de referen­
cia, se nos escapa la naturaleza del tiempo.
El tiempo no es movimiento ni mutación, pero los implica esen­
cialmente: «(...) la existencia del tiempo (...) no es posible sin la del
cambio; cuando no experimentamos ningún cambio dentro de nues­
tro ánimo ni advertimos que cambia algo, nos parece que el tiempo
no ha transcurrido»'*. Y, puesto que el tiempo implica tan estricta­
mente el movimiento, podemos considerarlo como una modalidad o
propiedad del mismo. Pero, ¿qué propiedad? El movimiento, que es
siempre movimiento a través de un espacio continuo, es, por consi­
guiente, continuo, y por tanto deberá ser asimismo continuo el tiem­
po, porque la cantidad de tiempo transcurrido es siempre proporcio­
nal ai movimiento. Por otra parte, en el continuo se distinguen el
antes y el después, que, por consiguiente, deben tener su correspon­
dencia en el movimiento y por tanto en el tiempo. Ahora bien,«(...)
al haber determinado el movimiento mediante la distinción del antes
y del después, conocemos también el tiempo, y decimos que el tiem­
po efectúa su recorrido, cuando hemos percibido el antes y el des-

17. Phys. A 10. 2186 32-218íí 8.


IH. Phys. A II. 2186 21-23.

76
£1 tiempo

pués en el movimiento»'^'. De aquí se deriva la célebre definición de


tiempo: «el tiempo es el número del movimiento según el antes y el
después»".
La «percepción» del antes y del después y, por tanto, del número
del movimiento, supone necesariamente el alma: «cuando (...) pen­
samos en los extremos como diferentes del centro y el alma nos
sugiere que los instantes son dos, el antes y el después, entonces
decimos que detrás de estos dos instantes hay un tiempo, ya que el
tiempo parece ser lo que está determinado por el instante; y esto
permanece como fundamento»*'. Pero, si el alma es el principio
espiritual que numera y, por tanto, la condición de la distinción
entre lo numerado y el número, en ese caso el alma viene a ser la
conditio sine qua non del tiempo mismo, entendiéndose así perfecta­
mente la aporta que Aristóteles plantea en este pasaje de inconmen­
surable importancia histórica: «Cabría (...) dudar acerca de si existe
el tiempo al menos sin la existencia del alma. En realidad, si no se
admite la existencia del numerante, es imposible asimismo que exis­
ta lo numerable, por tanto, obviamente, tampoco existiría el núme­
ro. Pues, en realidad, número es lo que ha sido numerado o lo
numerable. Pero, si es cierto que en la naturaleza de las cosas sólo el
alma o el intelecto que está en ella tiene la capacidad de numerar,
resulta imposible la existencia del tiempo sin la del alma (...)»”. Es
éste un pensamiento que anticipa considerablemente la perspectiva
agustiniana y las concepciones espiritualistas del tiempo, que hasta
hace poco tiempo no ha llamado la atención que merecía de los
estudiosos.
Aristóteles precisó que, para medir el tiempo, se necesita una
unidad de medida, así como se necesita una unidad de medida para
medir cualquier cosa. Debemos buscar esta medida en el movimien­
to uniforme y perfecto; y, puesto que el único movimiento uniforme
y perfecto es el circular, se deduce lógicamente que el movimiento
de las esferas y de los cuerpos celestes es la unidad de medida. Dios

19. Phys. A 11, 2l9fl 22-25.


2(1, Phys, A Il,2 l9 /í \s.
21, Phys. A 11. 219a 2fi-30.
22. Phys. A 14. 223a 21-26 (la cursiva es nucsiru).

77
111. La «filosofía segunda»

y las inteligencias motrices, así como están fuera del espacio, están
también, en cuanto inmóviles, fuera del tiempo.

5. E l in fin it o

Finalmente debemos referimos al concepto de infinito^. Alistó^


teles niega que exista el infinito en acto. Cuando habla de infínito, se
refiere sobre todo a un cuerpo inñnito y los argumentos que aduce
contra la existencia de un infinito en acto van dirigidos precisamen­
te a la existencia de un cuerpo infinito. Lo infinito existe sólo como
potencia o en potencia. Infinito en potencia es, por ejemplo,
el número, porque siempre es posible añadir a cualquier número
otro, sin llegar jamás a un límite extremo tras el cual no se pueda
avanzar más; o infinito en potencia es también el espacio, porque es
divisible hasta el infinito, en cuanto el resultado de la división es
siempre una magnitud que, como tal, es divisible ulteriormente;
finalmente, infinito potencial es también el tiempo, que no puede
existir en su totafidad a la vez, sino que se desarrolla y crece sin fin.
Aristóteles no llegó a entrever ni desde lejos la idea de que lo
inmaterial pudiera ser infínito, debido a que asoció el concepto de
infinito a la categoría de cantidad, que sólo puede aplicarse a lo
sensible. Y se explica también que el filósofo concluyera por sellar
definitivamente la idea pitagórica (y, en general, propia de casi toda
la cultura griega), según la cual lo finito es perfecto y lo infinito es
imperfecto. Escribe Aristóteles en una página paradigmática:

Infinito es (...) aquello fuera de lo cual, si se asume como cantidad, siempre es


posible asumir alguna otra cosa. En cambio, aquello fuera de lo cual no hay nada, es
perfecto y entero. Porque definimos así lo entero: aquello al que no falta nada, por
ejemplo, el hombre entero. Y, al igual que sucede en lo particular, así pasa también
en el más auténtico significado lógico, es decir, que lo entero es aquello fuera de lo
cual no hay nada; pero aquello fuera de lo cual hay alguna cosa que le falta, no es el
todo, ya que carece de alguna cosa. En cambio, lo entero y perfecto son la misma
cosa en todo y por todo, o algo semejante por naturaleza. Pero ninguna cosa que no
tenga un fin es perfecta, y el fin es límite^*'.

2X rhys. r 4-8.
24. /Vi>x r6.207fl7-15.

78
£1 mundo sublunar y el mundo celeste

Esta exposición nos ayuda a comprender bastante bien la razón


por la que Aristóteles tenía que negar necesariamente de Dios el
atributo de la infinitud. Después de esta concepción del infinito
como potencialidad e imperfección, había que eliminar la antigua
intuición de los milesios, de Meliso y de Anaxágoras, que considera­
ban al Absoluto como inñnito: tal intuición resultaba excéntrica
respecto al pensamiento de toda la cultura griega y, para poder
renacer, tendría que esperar al descubrimiento de ulteriores hori­
zontes metafísicos.

6. L a « q u in ta e s e n c ia » y la d iv isió n en tre m u n d o s u b l u n a r y
MUNDO CELESTE

Aristóteles consideró la realidad sensible como dividida en dos


esferas claramente diferenciadas entre sí (ya desde la época del tra­
tado Sobre la filosofía); por una parte, el mundo llamado sublunar
y, por otra, el mundo supraiunar o celeste, como lo señalábamos al
referirnos a la metafísica. Aquí debemos explicar las razones de esta
diferenciación.
El mundo sublunar se caracteriza por todas las formas de cam­
bio, entre las cuales predomina la generación y la corrupción. Los
cielos se caracterizan exclusivamente por el movimiento local y más
concretamente por el movimiento circular. En las esferas celestes y
en los astros no puede haber ni generación, ni corrupción, ni altera­
ción, ni aumento, ni disminución (en todas las edades los hombres
han visto los cielos tal como los vemos hoy; así pues, la misma
experiencia nos dice que son siempre iguales y que, por tanto, es
preciso concluir que no han nacido jamás y, así como no han nacido
nunca, son también indestructibles). La diferencia entre esfera su-
pralunar y esfera sublunar, esferas que son por otra parte igualmen­
te sensibles, consiste en la diferente materia de la que están formadas:

Y, sí existe algo movido eternamente, ni siquiera tal cosa puede ser movida según
la potencia, si no es pasando de un punto a otro (como se mueven precisamente los
ciclos). Y nada impide que haya una materia propia de este tipo de movimiento. Por
esta razón, el sol, los astros y todo el ciclo están siempre en acto; y no hay por qué
temer que tales astros se detengan en cierto momento como temen los físicos. Ni se

79
III. La «filosofía segunda»

cansan de realizar su recorrido, porque su movimiento no es como el de las cosas


corruptibles, vinculado a la potencia de los contrarios, lo que convertiría en laboriosa
la continuidad del movimiento^.

Esta materia corruptible, que es potencia de los contrarios, viene


dada por los cuatro elementos (tierra, agua, aíre y fuego) que Aris>
tételes, en contraposición con Empédocles aficionado a las ideas
eleatas, considera transformables el uno en el otro, precisamente
para explicar más a fondo que este último autor la generación y la
corrupción. En cambio, la otra materia que sólo posee la potencia
de pasar de un punto a otro y que por tanto sólo es susceptible de
recibir el movimiento local, es el éter, llamado así porque fluye
siempre (¿el 6eiv)^, y al que se denominó «quinta substancia»,
porque se añade a las cuatro substancias de los demás elementos
(agua, aire, tierra y fuego). Y, mientras el movimiento característico
de los cuatro elementos es rectilíneo (los elementos f)esados se mue­
ven de arriba hacia abajo, y los ligeros de abajo hacia arriba), el del
éter en cambio, es circular (por tanto el éter no es pesado ni ligero).
El éter no ha sido generado, no es corruptible, no está sometido al
desarrollo ni a la alteración, ni a otras modalidades que implican
estos movimientos, y por este motivo son también incorruptibles los
cielos que están formados de éter. Esta convicción de Aristóteles
’ subsistirá a lo largo de todo el pensamiento medieval; sólo al iniciar­
se la edad moderna desaparecerá la distinción entre mundo sublunar
y supralunar, conjuntamente con los presupuestos determinantes de
la misma.
Hemos dicho al comienzo que la física aristotélica (y también
gran parte de su cosmología) es, en realidad, una metafísica de lo
.sensible; así, pues, el lector no se sentirá sorprendido al observar
que la física está repleta de consideraciones metafísicas y que ade­
más culmina con la demostración de la existencia de un primer mo­
tor inmóvil; convencido radicalmente de que «si no existiera lo eter­
no no existiría tampoco el devenir», el Estagirita coronó sus investi­
gaciones físicas demostrando puntualmente la existencia de este

25. Hrmpti. e 8. I05Q6 20-27.


26 Or cmHoA 3 2706 22s.
El mundo sublunar y el mundo celeste

principio. Una vez más se maniñesta como absolutamente determi­


nante el resultado de la «segunda navegación» a la que se refiere
Platón en su Fedón^\

27. Una inieiprelaciófi ividenui de la física aráiocdica. en gran parte en antilcsáoon la ofrecida por nosotros,
s la de W. WiebnHi. D k mrátotríáche Fhysik. Gotinga 1962.

81
C a pítu l o IV

LA PSICOLOGÍA
(Análisis del De anima)

1. E l co n cepto aristo télico d e l alma

La «física» aristotélica no se limita a investigar la naturaleza en


general y sus principios, el universo físico y su estructura, sino que
también estudia los seres que están en el universo, los inanimados,
los animados que carecen de razón, y los seres animados y provistos
de ésta (el hombre). A los seres animados el Estagirita les dedica
una atención especial, componiendo una gran cantidad de tratados,
entre los cuales destaca por su profundidad, originalidad y valor
especulativo el célebre tratado Sobre el alma, cuyo examen vamos a
emprender ahora (la mayor parte de los demás tratados contienen
doctrinas que interesan más a la historia de la ciencia que a la histo­
ria de la ñlosofía)'.
Los seres animados se diferencian de los inanimados porque po­
seen un principio que les confiere la vida, y este principio es el alma.
Pero, ¿qué es el alma?
Para responder a esta pregunta, Aristóteles se remonta a su con­
cepción metafísica hilemórfica de la realidad. Todas las cosas, en
general, son un compuesto de materia y forma, siendo la materia
potencia mientras la forma es entelequia o acto. No cabe duda de
que esto se aplica también a los seres vivos. Ahora bien, observa el

1. En relación con una lectura mái» profunda de esta obra, scAalamos: F.A. Trendclenburg. Aríslotetís De
m im a tihri tres, Berlín ^1877 (cuyo oomenlono continúa siendo básico; ha sido reeditado en Grazca el aAo 1957);
G. Rodicr. Arisioie, Traái de Fúme. Parts 1900; P. Shrefc. Aristotdis De anima Ühri tres, Roma 1943-1946; J.
Tiicoi. Aristote, De tim e . Parts 1947; D. R on. Aristode, De anana, Oaiord 1961.

83
IV. La psicología

Estagiríta, los cuerpos vivientes tienen vida pero no son vida y, por
tanto, son como un substrato material y potencial del que el alma es
forma y acto. «Así, pues, escribe Aristóteles, el alma es necesaria­
mente substancia, entendida como forma de un cuerpo natural que
tiene vida en potencia. Pero la substancia (entendida como forma)
es acto perfecto. Así, pues, el alma es acto perfecto de un cuerpo del
género especificado)»^ Y prosigue: «(...) el alma es acto perfecto
primero de un cuerpo natural que tiene vida en potencia>»^;r«puesto
que hemos de dar una definición general válida para toda alma, tal
definición podría ser el acto perfecto primero de un cuerpo natural
orgánico»\J
Partiendo de esta simple definición, está claro que la psique aris­
totélica se presenta con nuevos caracteres respecto a la psique de los
presocráticos, puesto que ésta se identificaba a lo sumo con el prin­
cipio físico o quedaba reducida a un aspecto de éste, y también
respecto de la psique platónica, que se concebía como contrapuesta
dualísticamente al cuerpo, hasta el punto de considerarla como to­
talmente distinta de éste e incapaz de conciliación armónica con él,
puesto que los platónicos consideraban el cuerpo como una cár­
cel y lugar de expiación del alma (más tarde el Fedón de Platón
concebirá al alma como principio de movimiento, suavizando, pero
no superando del todo, su posición primitiva). Aristóteles adopta
una postura intermedia, unificando los dos primeros puntos de vista
y tratando de realizar una síntesis mediadora; tratará asimismo de
conseguir la solución de todos los problemas especulativos. Tienen
razón los presocráticos al considerar el alma como algo intrínseca­
mente unido al cuerpo, pero también acierta Platón cuando piensa
que el alma es un principio formal; sin embargo, no se trata de una
realidad subsistente e irreconciliable con el cuerpo, sino de la forma,
del acto o de la entelequia del cuerpq^ se trata del principio inteligi­
ble que, estructurando el cuerpo, hace que éste sea lo que debe ser.
Y de esta forma se salva la unidad del ser viviente.
Pero, al igual que el descubrimiento fundamental de la trascen­
dencia, realizado por Platón, se salva en la metafísica con la doctrina
2. De fl/t. B I, 312<7 19.22.
3. Dean. B 1.312a 27s.
4. Dean B 1.412» 5».

84
Las tres partes del alma

del motor inmóvil, no se pierde tampoco en la psicología, ya que


Aristóteles no considera el alma como absolutamente inmanente. El
pensamiento puro, la especulación que nos lleva a conocer lo in­
material y lo eterno (que conduce al hombre, aunque sea por unos
breves instantes, a una especie de contacto con lo divino), no puede
menos de ser evidentemente la prerrogativa de algo nuestro que sea
afín o similar a lo conocido, como lo había demostrado ya Platón de
una vez por todas en Fedón. De esta manera, aunque a costa de
aporías no resueltas^ Aristóteles no duda en afirmar la necesidad de
que una parte del alma sea «separable» del cuerpoJ
Éstos son los pasajes más significativos en este sentido: «Está
claro, pues, que el alma no es separable del cuerpo, o al menos —sí
es divisible por su naturaleza— algunas de sus partes no son separa­
bles; en realidad, el acto perfecto de algunas de sus partes es el acto
perfecto de las correspondientes partes del cuerpo. Pero nada impi­
de que al menos algunas otras partes suyas sean separables, puesto
que no son acto perfecto de cuerpo alguno»\ Y un poco más adelan­
te: «Pero, en cierto modo, no hay nada claro respecto al intelecto y a
la facultad especulativa; parece, no obstante, que se trata de otro
género de alma y que éste es el único que puede separarse del
cuerpo, como lo eterno respecto de lo corruptible. De estas conside­
raciones resulta que las demás partes del alma no pueden estar sepa­
radas, como pretenden algunos pensadores (...)»^ Asimismo, en la
Metafísica se dice con toda claridad, como ya sabemos: «Si queda
algo después (de la corrupción), es un problema que habrá que
analizar. Respecto a algunos seres nada lo impide; por ejemplo,
podemos decir respecto al alma que no queda toda, sino sólo la
intelectiva; toda sería imposible»’.\

2. L a s tres partes d e l a lm a

Pero, para entender a fondo el sentido de estas afirmaciones,


debemos examinar primeramente la doctrina general acerca del
5. im- B 1.4l3<i4-7.
6. O em . 8 2.413/^24.29.
7 Maaph. A 3. lOTlk 24*26.

85
IV. La psicología

alma y el sentido de la célebre triple distinción de las «partes» o


«funciones» del alma. Platón, a partir de la República, había hablado de
tres «partes» o «funciones» de la psique, distinguiendo un alma con­
cupiscible, otra irascible y una tercera intelectiva; pero tal división,
nacida fundamentalmente del análisis de la conducta ética del hom­
bre e introducida para explicar esta conducta, tiene poco de común
con la división aristotélica que se deriva, a su vez, del análisis gene­
ral de los seres vivientes y de sus funciones, y por tanto corresponde
al terreno biológico y no al psicológico. Puesto que los fenómenos
de la vida —^así razona Aristóteles— suponen determinadas opera­
ciones constantes netamente diferenciadas (hasta el punto de que
algunas de ellas pueden subsistir en algunos seres sin las otras), el
alma, que es principio de vida, debe tener también capacidades o
funciones o partes que presiden estas operaciones y las regulan.
Y, puesto que los fenómenos y las funciones fundamentales de la
vida son: a) de carácter vegetativo, como el nacimiento, la nutrición,
el crecimiento, b) de carácter sensitivo motor, como las sensaciones
y el movimiento, c) de carácter intelectivo, como el conocimiento, la
deliberación y la elección, por las razones explicadas anteriormente
Aristóteles introduce la distinción de a) alma vegetativa, b) alma
sensitiva y c) alma intelectiva o racionalJ Escribe el Estagirita: «En
algunos seres se encuentra (...) la totalidad de las mencionadas fa­
cultades del alma, en otros sólo una parte, y finalmente en otros
nada más que una de ellas»^ Las plantas poseen exclusivamente el
alma vegetativa, los animales la vegetativa y la sensitiva y los hom­
bres la vegetativa, la sensitiva y la racional. Para p>oseer el alma
racional, el hombre debe poseer las otras dos, así como para tener el
alma sensitiva el animal debe |X>seer la vegetativa; en cambio es
posible poseer el alma vegetativa sin las otras dos: «Entre ios seres
corruptibles, los que están dotados de raciocinio poseen todas las
demás facultades; los que poseen en cambio una sola de éstas, no
tienen raciocinio, algunos ni siquiera fantasía, mientras que otros
viven sólo de ésta. Con respecto al intelecto especulativo, el razona­
miento es diferente»**.

K. Dean. B 3. 414a 2931


9 De on. B 3. 4IS41 6-12.
£1 alma vegetativa

Así, pues, entre las tres almas existe distinción, pero no separa­
ción: «(...) la división que admite el alma —escribe Ross— no es la
que se reñere a partes cualitativamente diferentes, sino a partes
cada una de las cuales posee la cualidad del todo. Aunque Aristóte­
les no lo diga, el alma es homeómera, al igual que un tejido, no
como un órgano. Y aun cuando el Estagirita emplea con frecuencia
las expresiones tradicionales de “partes del alma’\ la palabra que
prefiere es “facultades”»^". Observación acertada, que, por otra par­
te, como veremos, si esclarece algunas cosas, acentúa el carácter
problemático de otras; en especial, subraya la naturaleza aporética
de la relación existente entre el alma intelectiva y las otras. Por lo
demás, en el pasaje que acabamos de leer, Aristóteles mismo desta­
ca que respecto ai intelecto especulativo el razonamiento es diferen­
te. Veamos cada una de las tres funciones del alma.

3. E l alm a vegetativa

El alma vegetativa es el principio más elemental de la vida y,


puesto que los fenómenos más elementales de ésta son, como ya
hemos mencionado, la generación, el crecimiento y la nutrición^'el
alma vegetativa es el principio que rige la generación, la nutrición y
el crecimiento.' De esta forma se supera netamente la explicación
que los naturalistas ofrecían acerca de los procesos vitales. Causa
del crecimiento no es el fuego ni el calor ni en general la materia/ el
fuego y el calor son a lo más concausas, no la verdadera causa. En
todo proceso de nutrición y de crecimiento está presente una regla o
una ley que proporciona magnitud y crecimiento, de lo que el fuego
es incapaz estructuralmente, y que por tanto sería inexplicable sin
una realidad distinta del fuego, es decir, sin el almáj Y de esta
manera se deja de explicar el fenómeno de la nutrición como juego
mecánico de relaciones entre elementos semejantes (como sostenían
algunos), o entre ciertos elementos contrarios; la nutrición es la
asimilación de lo diferente que hace posible el alma mediante el
calor: «Puesto que existen tres coeficientes —lo que se nutre, aque-

10. W.D. Rüwi. Aristotle, Londres 1923; Ir ll, Aristojde, Bari I1M9, p ^ . I9H.

87
IV. La psicología

lio de lo que éste se nutre y lo que lo nutre—, lo que nutre es el alma


primera, lo que se nutre es el cuerpo que posee esta alma y aquello
de lo que se nutre es el alimento»".
Finalmente, el alma vegetativa preside la reproducción, que es el
objetivo de toda forma de vida finita en el tiempo. En realidad, toda
forma de vida está hecha para la eternidad y no para la muerte,
incluso la forma más elemental de vida.. Así, pues, el más modesto
de los vegetales, al reproducirse, busca también lo eterno, siendo el
alma vegetativa el principio que, en el nivel más bajo, hace posible
esta perpetuación en lo eterno.

4. E l alm a sensitiva

Los animales, además de las funciones analizadas en el párrafo


anterior, poseen sensaciones, apetitos y movimiento; por tanto, será
necesario suponer la existencia de un principio ulterior que rija estas
funciones, siendo precisamente éste el alma sensitiva./
Empecemos por la primera función del alma sensitiva, es decir,
la sensación, que, en cierto sentido, es la más importante y la más
característica de las tres señaladas anteriormente.
Algunos de los predecesores de Aristóteles habían explicado la
sensación considerándola como una afección o pasión o alteración
que experimenta lo semejante por la acción de lo semejante (así por
ejemplo, Empédocles y Demócrito); otros, en cambio, la considera­
ron como una acción que padece lo semejante por obra de lo dife­
rente. Aristóteles inicia sus reflexiones partiendo de estas tentati­
vas, pero procede de manera bastante distinta. Busca una vez más la
clave para interpretar la sensación en la doctrina metafísica de la
potencia y del acto. Nosotros poseemos facultades sensitivas que no
están en acto, sino en potencia, es decir, capaces de recibir sensacio­
nes. Éstas son semejantes al combustible, que no arde si no está en
contacto con el comburente. Y, así, la facultad sensitiva, al contacto
con el objeto sensible, deja de ser una simple capacidad de sentir
para convertirse en sentir en acto. «Todo ser padece y es movido por

II. / V m . B 4. 4166 20-23.


El alma sensitiva

la acción del agente, y dei agente que está en acto. Y esto es cierto
tanto si el sujeto padece la acción de lo semejante como la acción de
lo diferente, como precisamente afirmamos. Padece en realidad lo
diferente; pero, una vez que ha padecido, es ya semejante»‘^ Y
además: «La facultad sensitiva es, en potencia, lo que lo sensible es
ya en acto perfecto, como se acaba de decir. Aquélla padece, pues,
porque no es semejante, pero, una vez que ha padecido, se convier­
te en semejante y es como él»'^. Por esto, dice perfectamente Ross:
«La sensación no es una alteración al modo de una simple sustitu­
ción de un estado por su opuesto, sino del tipo de la realización de
una potencia, de un avance de algo hacia sí mismo y hacia la actua­
lidad»'*’.
Pero, nos preguntaremos, ¿qué quiere decir que la sensación es
asemejarse a lo sensible?.'Ño se trata, evidentemente, de un proceso
de asimilación parecido al que tiene lugar en la nutrición; en la
asimilación de la nutrición, se asimila la materia, en cambio, en la
sensación, sólo se asimila la forma. Escribe Aristóteles: «En gene­
ral, al referirnos a la percep>ción, es necesario tener presente que el
sentido es el receptáculo de las formas sensibles exentas de mate­
ria, como la cera recibe la impronta del anillo sin el hierro ni el oro,
es decir, recibe la impronta áurea y férrea, pero no en cuanto oro o
hierro. Análogamente, el sentido padece bajo la acción de algún
ente que tiene calor, sabor o sonido, pero no en cuanto se considera
a algunos de estos entes en particular, sino en cuanto tiene tal cuali­
dad y en virtud de la forma»'^
Así, pues, el Estagirita examina los cinco sentidos y los objetos
sensibles que son propios de cada uno de ellos. Cuando un sentido
aprehende el sensible propio, la sensación correspondiente es infali­
ble. Además de los sensibles propios existen también los sensibles
comunes, por ejemplo, el movimiento, el reposo, la figura y magni­
tud, que no son percibidos por ninguno de los cinco sentidos en
especial, sino que pueden ser percibidos por todos: «(...) no puede
existir un órgano sensorial propio de los sensibles comunes que per-

12. Dean. B 5,417fl 17-20.


13. Dean. B 5, 418a 3-6.
14. Ross. Aristotle, cit.. pág. 202; d Dean. B S, 4176 6 y 16.
1$. Dean. B 12. 424«i 17-24 (v¿«se Trcoddeoburg. op. d i., pág. 3.37u).

89
IV. La psicología

cibimos accidentalmente con ocasión de cualquier sensación indivi­


dual; tales son el movimiento, el reposo, la magnitud, el número y la
unidad, a los que percibimos mediante un movimiento; a través de
un movimiento percibimos, por ejemplo, una magnitud, y por tanto
una figura, porque ésta tiene una magnitud determinada, mientras
que percibimos al ente en reposo por su falta de movimiento, y el
número por la negación de la continuidad y a través de los sentidos
propios, ya que cada uno de los sentidos percibe un orden único de
los sensibles»'*.
Teniendo presentes estas precisiones, se puede hablar de un
«sentido común» (y Aristóteles habla efectivamente de él), que
es como un sentido «general» no específico o, mejor todavía, es,
como los especialistas han señalado perfectamente, el sentido que
actúa de forma no específica. En primer lugar, precisamente en el
pasaje que acabamos de leer, se ve perfectamente que la sensación
aprehende de manera no especifica los sensibles comunes. Además,
se puede hablar obviamente de sentido común a propósito de la
sensación o de la p>erccpción del sentir, o también cuando distingui­
mos o comparamos los sensibles entre sí.
Basándose en estas distinciones, Aristóteles establece que los
sentidos son infalibles cuando aprehenden los objetos que les son
propios, pero solamente en este caso. He aquí un pasaje bas­
tante famoso en el que se formula esta doctrina: «La percepción
de los sentidos propios es verdadera, o bien comporta el mínimo
error posible. En segundo lugar viene la percepción del objeto en el
que se integran accidentalmente estas cualidades sensibles; en este
caso es ya posible engañarse, puesto que el engaño no se refiere al
hecho de que el sensible sea blanco, sino que nos engañamos al
distinguir si lo blanco es este ser o bien otro. En tercer lugar sigue la
[>ercepción de los sensibles comunes (...) por ejemplo el movimien­
to y la magnitud; respecto a ellos es posible que el sentido se engañe
del todo»”.
De la sensación se derivan la «fantasía», que es producción de
imágenes, y la «memoria» que las conserva (y de la acumulación de
los hechos mnemónicos deriva «la experiencia»).
16. Dean. T \ .42Sa 14-20.
17. Dean 13 . 4286 18-25.
El alma racional

Las otras dos funciones del alma sensitiva mencionadas al co­


mienzo del apartado eran el apetito y el movimiento. El apetito nace
como consecuencia de la sensación: «Las plantas poseen exclusiva­
mente la facultad nutritiva, en cambio otros seres tienen, además de
ésta, la sensitiva. Pero, si poseen la sensitiva, también tienen la
apetitiva; porque el apetito es deseo, ardor y voluntad, y todos los
animales poseen al menos un sentido: el tacto; por otra parte, donde
hay sensación, hay también placer y dolor, así como lo agradable y
lo doloroso, y quien los tiene también tiene deseo, que en realidad
es apetito de lo agradable»'”. Finalmente, el movimiento de los seres
vivos deriva del deseo: «El motor es un principo único: la facultad
apetitiva»'* y precisamente el deseo, que es «una especie de apeti­
to»^. A su vez, el deseo es puesto en movimiento por el objeto
deseado que el animal aprehende mediante la sensación o que se
representa de manera sensible. £1 apetito y el movimiento depen­
den, pues, estrechamente de la sensación.

5. E l alm a ra ciona l

AI igual que la sensibilidad no puede reducirse a la simple vida


vegetativa ni al principio de la nutrición, sino que contiene algo más
que no se puede explicar si no se introduce el principio adicional de
alma sensitiva, así el pensamiento y las operaciones con él asocia­
das, como la elección racional, son irreductibles a la vida sensitiva y
a la sensibilidad, contienen algo más que no se explica si no se
introduce un principio ulterior: el alma racional. Vamos a hablar
ahora de ella.
El acto intelectivo es análogo al acto perceptivo, en cuanto el
primero es una recepción o asimilación de las formas inteligibles, al
igual que el acto perceptivo consiste en la asimilación de la forma
sensible, pero difiere profundamente de la facultad perceptiva por­
que no está mezclado con el cuerpo ni con algo corpóreo. Ésta es la
forma como Aristóteles caracteriza el intelecto en una de las páginas

!8. De tín. B 3, 414<i 32-414ft 6.


19. Dean. P 10, 433<j I9s.
20. De an. V 10. 4330 25s.

91
IV. La psicología

más inspiradas que han salido de su pluma, en la que la antigua


intuición de Anaxágoras toma definitivamente forma en virtud de
las categorías descubiertas por Platón, convirtiéndose así en una
conquista irreversible.

Con respecto a la parte del alma, con la que ésta conoce y piensa -ya sea ésta algo
separado, o bien algo no separable espacialmente pero sí idealmente- es necesario
considerar qué característica posee y cómo se produce el pensamiento. Ahora bien, si
el pensar es como el sentir, debe ser un padecer la acción de lo pensado, o alguna otra
cosa de este género. Pero, en rigor, la mencionada parte del alma no debe padecer
nada, sino tan sólo recibir la forma, y convertirse potencialcnente en semejante a la
cosa, pero no ya en la cosa misma; én suma, la relación del pensante con lo pensado
debe ser semejante a la del que siente con lo sentido. Por consiguiente, el intelecto,
en cuanto piensa todo, está exento de cualquier mezcla, como dice precisamente
Anaxágoras que debe ser para que pueda «dominar», lo que quiere dedr: para que
pueda conocer. Cualquier cosa extraña que se presentase en medio actuaría como un
obstáculo y un impedimento; por u n t o ^ intelecto no puede tener ninguna otra
naturaleza que no sea precisanKnte el ser potencialidad])Por tanto, la parte del alma
que llamamos nous (y entiendo por este nombre aquello con lo que el alma piensa y
opina) no es, en acto, ninguna de las realidades existentes, antes de su pensar efecti­
vo. Y por esta razón no es razonable que esa parte del alma esté mezclada con el
cuerpo; porque adquiriría inmediatamentre cierta cualidad, y sería fría o caliente, o
sería un instrumento de cierta especie, como es el órgano del sentido. Ahora bien, no
hay nada de esto. Y tienen razón los que dicen que el alma es el lugar de las formas
ideales; salvo que esto no se dice de toda el alma, sino sólo del alma pensante, y que
las formas ideales no existen allí en acto, sino sólo en potencia. Está daro asimismo
que la inmunidad respecto de padecer acdón no es igual en el caso de la facultad
intelectiva y de la sensorial, si se consideran los órganos del sentido y la sensación
misma. Si la perceptibilidad es demasiado intensa en lo que se perdbe sensibleniente,
el sentido no puede sentir; así no se distinguen los sonidos demasiado fuertes, y lo
mismo puede decirse de los colores demasiado luminosos y de los olores demasiado
violentos; pero, cuando el intelecto piensa un pensamiento que se encuentra en el
nivel más alto de lo pensable, no por eso tiene menor capacidad de pensar en las
cosas de menor importancia, antes bien tiene mayor capacidad.\^Porque el órgano del
sentido no existe sin el cuerpo, mientras que la inteligencia existe por su cuenta^ Y
cuando la inteligencia se convierte de esta manera en todas las cosas, como sucede en
aquel al que se llama sabio, cuando transforma su capacidad en acto (y esto tiene
lugar cuando este actuarse suyo depende sólo de él mismo), entonces la inteligencia
está también en cierto modo en potencia, aunque no en el mismo sentido en el que lo
estaba antes de haber aprehendido y de haber descubierto. Así el intelecto puede
pensar ahora por sí mismo^'.

21, i)t 0/1. r 4, 4290 I0^29¿> tü.

92
El alma racional

Aristóteles explica también el conocimiento intelectual, así co­


mo el perceptivo, en función de las categorías metafísicas de poten­
cia y acto. La inteligencia es por sí misma capacidad y potencia de
conocer las formas puras; a su vez, las formas están contenidas en
potencia en las sensaciones y en las imágenes de la fantasía; es
necesaria, por tanto, alguna cosa que traduzca en acto esta doble
potencialidad, de manera que el (pensamiento se actualice aprehen­
diendo en acto la forma, y la forma contenida en las imágenes llegue
a ser concepto aprehendido y poseído en acto. /
De esta manera surgió la distinción, convertida en fuente de
innumerables problemas y discusiones tanto en la antigüedad como
en la edad media, entre intelecto en potencia (o posible) e intelecto
agente, según una terminología que llegará a ser técnica, pero que
en Aristóteles sólo se encuentra potencialmente. Leamos la página
que contiene esta distinción, ¡porque será durante siglos un punto
constante de referencia:

Como en toda la naturaleza existe un elemento que es materia para todo un


género único (y es en potencia todos los objetos que constituyen el género) y otro
elemento que es la causa eficiente, porque los produce todos -de esta manera ha
operado el arte en sus relaciones con la materia-, es necesario que se encuentren
también en el alma estos diferentes eknoentos. Y, en realidad, por una parte, está el
intelecto que tiene la potencialidad de ser todos los objetos, por la otra, el intelecto
que produce todos, como si fuera un estado semejante a la luz, ya que, desde cierta
perspectiva, la luz convierte en colores en acto los que sólo son en potencia. Y este
intelecto está separado, es impasible y carece de toda mezcla, puesto que en su
esencia es acto. El agente es siempre superior al paciente y el principio a la materia.
La ciencia en acto es idéntica a su objeto; la ciencia en potencia es -respecto del
tiempo- anterior en el individuo; en sentido absoluto, no es anterior ni siquiera
respecto del tiempo. Pero no es que este intelecto piense unas veces y no piense otras.
Separado (del cuerpo) sólo es lo que es cabalmente, es decir, inmortal y eterno” .

Hemos de subrayar con toda precisión dos afirmaciones conteni­


das en el pasaje^ En primer lugar la comparación con la luz; al igual
que los colores resultarían invisibles y la vista no los podría ver, si no
existiera la luz, así las formas inteligibles que están contenidas en las
imágenes sensibles quedarían en éstas en estado potencial y el in-

22. Dt m . r 5. 430n 10-23.

93
IV. La psicología

telecto en potencia no podría aprehenderlas a su vez en acto, si no


hubiera una especie de luz inteligible que permitiera al intelecto
«ver» lo inteligible y a lo inteligible ser visto en acto. Es una imagen,
más aún, es la misma imagen con la que Platón simbolizó la suprema
idea del Bien; pero, para explicar la más elevada de las facultades
humanas, Aristóteles no podía disponer sino de una analogía, preci­
samente porque tal facultad es irreductible a algo ulterior y repre­
senta un punto límite infranqueable.
La otra afirmación es que este intelecto en acto (o agente) está
«en el alma»; Quedan, por tanto, eliminadas las interpretaciones
sostenidas ya por los antiguos intérpretes, según las cuales el intelec­
to agente es Dios (o un intelecto divino separado), el cual, entre
otras cosas, como veremos en su lugar, tiene caracteres estructural­
mente irreconciliables con los del entendimiento agente.) És cierto
que Aristóteles afirma que «el intelecto viene de fuera y sólo él es
divino»^', mientras que las facultades inferiores del alma están ya en
potencia en los gérmenes masculinos y a través de ellos pasan al
nuevo organismo que se forma en el seno materno; pero es también
verdad que, aun procediendo «del exterior», el intelecto permanece
en el alma (¿v rfj ^puxf)) durante toda la vida del hombre. Que el
intelecto «proceda del exterior» significa, pues, su trascendencia en
el sentido de diferencia de naturaleza; es decir, significa alteridad de
esencia con respecto al cuerpo; significa la proclamación de la di­
mensión metaempírica, suprasensible y espiritual que hay en noso­
tros. Es realidad divina presente en nosotros.
Pero, si el intelecto agente no es Dios, refleja, no obstante, los
caracteres de lo divino, sobre todo su absoluta impasibilidad. Escri-
• be textualmente el Estagirita:

Pero, se cree que el intelecto ha sido engendrado a la manera de una substancia


especial y que no perece. Si pereciera, influiría principalmente en su destrucción la
extenuación propia de la vejez, y en estas condiciones sucedería sin duda lo que
acontece con los órganos sensoriales: si el anciano recuperase un ojo íntegro, vería de
la misma manera que el joven. No cabe duda de que la vejez se debe a una afección,
no del alma, sino del ser en el que ésta se halla encerrada, como cabe comprobar en
los estados de embriaguez y de enfermedad. Tanto la actividad teorética como la

23. Degener. amim. B 3. 736fr 27s.


El alma racional

especulativa pierden vigor cuando otra parte del cuerpo, en el interior, empieza n
desfallecer; pero el intelecto es impasible en sí mismo. El meditar y el amar o el odiar
no son afecciones suyas, sino del sujeto que tiene intelecto, en cuanto lo posee. Por
esta razón, si perece este sujeto, el intelecto no recuerda ni ama; porque lo que ha
perecido no era suyo, sino del compuesto; y el intelecto es sin duda algo más divino y
es impasible^.

Y, al igual que en la Metafísica, Aristóteles, una vez obtenido el


concepto de Dios con los caracteres que veremos, no ha podido
resolver las numerosas aporías que conllevaba este logro, también
esta vez, después de haber alcanzado el concepto de lo espiritual
que hay en nosotros, no ha podido superar las aporías subsiguientes.
¿Este intelecto es individual? ¿Cómo puede proceder «del exte­
rior»? ¿Qué relación guarda con nuestra personalidad y con nuestro
yo? Y, ¿qué relación tiene con nuestra conducta moral? ¿Tiene un
destino escatológico? ¿Qué sentido tiene que sobreviva al cuerpo?
Aristóteles ha dejado en suspenso todos estos interrogantes que,
por otra parte, están destinados a no tener respuesta en el contexto
estructural del discurso aristotélico, después de haber abandonado
éste la componente mítico-religiosa platónica, aceptada por él en los
primeros escritos. Para tratar de ellos y sobre todo para ser resueltos
adecuadamente desde una perspectiva racional tales cuestiones, ha­
bría sido necesario el conocimiento previo del concepto de creación,
que, como sabemos, es ajeno, no sólo a Aristóteles, sino a toda la
cultura griega.

24. ¿V OH. A 4. 40R6 18-29.

95
C a pítu lo V

LA FILOSOFÍA MORAL
(Análisis de la Ética a Nicómaco)

1. R ela cio n es entre éuc\ y po l íh c a

En el sistema aristotélico del saber, después de las ciencias teo­


réticas vienen en segundo lugar, como ya hemos visto, las ciencias
prácticas. Éstas son jerárquicamente inferiores a las primeras, ya
que en este caso el saber no es ya fin en sí mismo desde un punto de
vista absoluto, sino subordinado, y por tanto, en cierto sentido,
sometido a la actividad práctica. Estas^iencias prácticas consideran
la conducta de los seres humanos así como el fin que con ella preten­
den alcanzar, ya sea que se considere a los hombres como individuos
o como parte de una sociedad, precisamente de la sociedad polític^
Ahora bien,/ Aristóteles aplica en general el nombre de «política»
(pero también «ñlosofía de las cosas del hombre») a la ciencia que
abarca la actividad moral de los hombres considerados como indivi­
duos o como ciudadanos; después subdivide respectivamente esta
«política» (o «filosofía de las cosas del hombre») en ética y en políti­
ca propiamente dicha (teoría del Estado). ;
En esta[subordinación de la ética a la política ha intervenido
claramente y de forma determinante la doctrina platónica que, por
lo demás, dio forma paradigmática a la concepción típicamente he­
lénica que sólo lograba entender al hombre en su calidad de ciuda­
dano, situando a la ciudad por encima de la familia y del individuo
singular: el individuo existía en función de la ciudad y no ésta en
función de aquéH Dice Aristóteles expresamente: «Si es idéntico el
bien del individuo y el de la ciudad, parece más importante y más

97
V. La filosofía moral

perfecto escoger y defender el de la ciudad; no cabe duda de que el


bien es también deseable cuando se refiere a una sola persona, pero
es más bello y más divino si guarda relación con un pueblo y con la
ciudad*. Así, pues, a la política le compete una función arquitectóni­
ca, o sea de mando; a ella le compete determinar «qué ciencias son
necesarias en la ciudad y cuáles debe aprender cada uno y en qué
grado». Sin embargo, es cierto que, como algún especialista ha su­
brayado, a medida que Aristóteles va avanzando en su ética, las
relaciones entre el individuo y el Estado amenazan con trastocarse.
No obstante, el Estagirita no se enfrenta en el plano de la conciencia
crítica a este hecho que es importantísimo en sí, ni llega a sacar las
consecuencias que, llevadas a su límite, habrían desbaratado el
planteamiento general de la «filosofía de las cosas del hombre». Los
condicionamientos históricos y culturales han tenido más peso que
las conclusiones especulativas y la polis siguió siendo básicamente
para el filósofo el horizonte que abarcaba los valores del hombre.

2. E l b i e n s u p r e m o d e l h o m b r e : la f e u c id a d

En sus diferentes acciones, el hombre tiende siempre hacia unos


fines concretos, que se configuran como bienes.jExisten fines y bie­
Í nes que queremos en vista de ulteriores fines y bienes, y que, por
tanto, son fines y bienes relativo^ pero, puesto que es impensable
un proceso que conduzca de un fin a otro y de un bien a otro hasta el
infinito (tal proceso destruiría precisamente los conceptos mismos
de bien y de fin, los cuales implican estructuralmente un término),
debemos pensar que todos los fines y bienes a los que tiende el
/ hombre[cxisten en fundón de un fin último y de un bien suprem ^
¿Cuál es este bien supremo? Aristóteles no tiene duda: todos los
hombres, sin distinción, consideran quejal bien es la eudaimonia, o
sea \a(feíicidadi^
Así pues, la felicidad es el fin al cual tienden todos los hombres
consciente y explícitamente. Pero ¿qué es la felicidad? Aquí ernpie-

I iíih. N k A 2. 1094^7-10.
La felicidad

zan las divergencias; la multitud juzga de manera diferente que los


sabios, y éstos mismos no están de acuerdo entre sí.
mayoría de las personas considera que la felicidad consiste en j
el placer y en el goce. Pero una vida dedicada a los placeres es una
vida que hace «semejante a los esclavos» y es una «existencia digna
de las bestias»^
j Xas personas más desarrolladas y más cultas sitúan el bien supre- I
mo y la felicidad en el honor. Y esto es lo que buscan sobre todo /
cuantos se dedican activamente a la vida política. Ahora bien, no
puede ser éste el fin último que buscamos, porque, señalaba justa­
mente Aristóteles, es algo exterior: «Todo indica que el honor de­
pende más de quién lo confíere que del que lo recibe; nosotros, en
cambio, consideramos que el bien es algo individuable y alienable»'.
Además, los hombres buscan el honor no tanto por sí mismo, sino
más bien como prueba y reconocimiento público de su bondad y de
su virtud, por lo cual éstas vienen a ser algo más importante que el
honor.
Si el tipo de vida dedicado al placer y a la búsqueda de los
honores, aun siendo impropios por las razones ya expuestas, tienen
una plausibilidad aparente, no se puede decir lo mismo del tipo de
vida dedicado a amasar riquezas, c\ cual, a juicio de nuestro fílóso-
fo, no tiene ni siquiera esta aparente plausibilidad: «La vida (...)
dedicada al comercio es algo que va contra la naturaleza, siendo
evidente que la riqueza no es el bien que buscamos; tal cosa sólo
vale en vistas al beneficio que se obtiene y es un medio para alcanzar
algo distinto»\ En realidad, buscamos los placeres y los honores por
sí mismos, pero no así las riquezas; la vida dedicada a amasar rique­
zas es pues la más absurda y la más inauténtica, porque equivale a
buscar cosas que, como máximo, tienen valor de medios pero nunca
de fines.
Pero el bien supremo del hombre no puede ser tampoco lo que
Platón y los platónicos han señalado como tal, es decir, la idea del
bien, o sea, el bien en sí trascendente, porque, en tal caso, es eviden­
te que el hombre no lo podría realizar ni alcanzar, iPor tanto, no
2. Eth, Nic. A 5, 1095f» 20.
3. Eth, Nic. A 5, 1095fr 24-26.
4 . Eth N k A 5. 1096o 5-7.
V. La filosofía moral

puede tratarse de un bien trascendente, pero sí de un bien ínmanen-


te, no de un bien realizado ya de una vez por todas, sino de un bien
realizable y actuable por el hombre y para el hombre (para Aristóte­
les el bien no es una realidad única y unívoca, sino, como ya hemos
visto a propósito del concepto de ser, algo polívoco, diferente en las
diversas categorías y distinto asimismo en las diferentes realidades
pertenecientes a cada una de ellas, aunque siempre unido por una
relación de analogía).
Pero, ¿cuál es el bien supremo realizable por el hombre?
La respuesta de Aristóteles está en perfecta armonía con la con­
cepción típicamente helénica de la arete, prescidiendo de la cual no
es posible comprender la construcción ética global de nuestro fi­
lósofo.
El bien del hombre sólo consistirá en la «obra» que es peculiar
de él, es decir, en la obra que él y sólo él sabe desarrollar, así como,
en general, el bien de cada una de las cosas consiste en la obra que
es peculiar de tal cosa.' La obra del ojo es ver, la del oído es oír, etc.
¿Cuál es la obra del hombre? 1) No puede ser el simple vivir, puesto
que el vivir es propio asimismo de todos los seres vegetales. 2)
Tampoco puede ser el sentir, puesto que el sentir es común de todos
los animales. 3) Sólo queda, pues, que la obra peculiar del hombre
sea la de la razón y la actividad de! alma según la razón. El verdade-
»ro bien del hombre, pues, consiste en esta «obra» o «actividad» de la
razón, y más precisamente, en la explicación y actuación perfecta de
esta actividad. Ésta es, pues, «la virtud del hombre» y aquí deberá
buscarse la felicidad^
Por consiguiente', Aristóteles afirma, como lo hizo ya en el Pro-
tréptico: «Si es así, entonces el bien propio del hombre es la activi­
dad del alma según la virtud, y si son múltiples las virtudes, según la
mejor y la más perfecta. Y esto mismo puede decirse también de
toda vida completa. En realidad, una sola golondrina no hace pri­
mavera, ni un solo día; ni siquiera una jomada ni un período breve
de tiempo proporciona la felicidad»\ Aristóteles profesa la doctrina
socraticoplatónica según la cual la esencia del hombre consiste en el
alma, y precisamente en la parte racional del alma, en el intelecto.j

S. Erfr. Nic. A 7. 1098a 12-20.


La felicidad

Nosotros somos nuestra razón y nuestro espíritu. El hombre bueno,


dice expresamente Aristóteles «(...) actúa mediante la parte racio­
nal de sí mismo, que parece constituir a cada uno de nosot^os»^ Y
además: «Está pues claro que cada uno es sobre todo intelecto y (|uc
la persona moralmente idónea lo ama sobre todas las cosas»\ Y
finalmente: «Y si ella (el alma racional y, en especial, la parte más
elevada de ésta, es decir, el intelecto) es la parte dominante y mejor,
todo parecería indicar que cada uno de nosotros consiste precisa­
mente en ella»*,
Y puesto que éste es el fundamento mismo de la ética socratíco-
platónica, no debe sorprendernos que Aristóteles, aceptando esta
base, concluya por ponerse de acuerdo con Sócrates y con Platón en
mucho mayor grado del que se supone generalmente/El Estagirita
considera que los valores auténticos (como ya lo hemos subrayado
antes implícitamente) no pueden ser ni los externos (como las rique­
zas), que afectan de manera meramente tangencial al hombre, ni los
corporales (como los placeres), que no se refieren al verdadero yo
del hombre, sino los del alma, puesto que el verdadero hombre es el
alma: /«Habiendo, pues, repartido los bienes en tres grupos: los
llamados externos, los del alma y los del cuerpo, diremos que los
correspondientes al alma son los principales y más perfectos»''. Los
bienes verdaderos del hombre son los espirituales; éstos consisten
en la virtud de su alma, y precisamente en la virtud está la felicidad.
Cuando nos referimos a la virtud humana, no hablamos de la virtud
del cuerpo -aclara de forma inequívoca Aristóteles-, sino de la dcl
alma; y decimos que la felicidad es una actividad propia de ésta. i
El «cuidado socrático del alma» sigue siendo pues también para
Aristóteles la única vía que conduce a la felicidad. A diferencia de
Sócrates y sobre todo de Platón, Aristóteles considera indispensable
disponer de suficientes bienes externos y de medios de fortuna; aun­
que éstos con su presencia no pueden proporcionar la felicidad, la
pueden malograr o comprometer (al menos en parte) con su ausen­
cia. Y a esta revalorización parcial de los medios externos se

6. Eth. Nic. 1 4. M66fl Uis.


7. Eth. Nic. 1 8. I I69ci 2%.
R. Eth. Nic. K 7, 1178o 2s.
9. Eth. Nic. A 8. I09R6 IM S.

101
V. La filosofía moral

asocia también cierta revalorización del placer, que, para Aristóte­


les, constituye la corona que remata la vida virtuosa, es como la
consecuencia necesaria, de la que la virtud es como el antecedente.

3. D ed u cc ió n d e las « v irtu d es » a partir d e las « partes d e l a lm a »

La felicidad se define, pues, como la actividad del alma según la


virtud. Está claro, por tanto, que cualquier profundización ulterior
del concepto de «virtud» depende del ahondamiento del concepto
de alma. Ahora bien, hemos visto que, según Aristóteles, se distin­
guen tres «partes» en el alma, dos irracionales, es decir, el alma
vegetativa y el alma sensitiva, y otra racional, el alma intelectiva. Y,
como cada una de estas partes desarrolla su actividad peculiar, así
también cada una tiene una virtud o excelencia especial. Sin embar­
go, la virtud humana es sólo aquella en la que interviene la actividad
de la razón.
a) En realidad, el alma vegetativa es común a todos los vivientes:
«La virtud de tal facultad viene a ser por tanto común a todos los
seres y no específicamente humana»’"'.
b) En cambio es diferente el razonamiento relativo al alma sensi­
ble y concupiscible, que, aun siendo de por sí irracional, «participa,
sin embargo, en cierto modo, de la razón»”.
Está claro, pues, que existe una virtud de esta parte del alma que
es específicamente humana y que consiste en dominar, por decirlo
así, estas tendencias y estos impulsos que son inmoderados por su
naturaleza, a la que el Estagiríta llama «virtud ética».
c) Finalmente, puesto que existe en nosotros un alma puramente
racional, deberá corresponder también una virtud peculiar a esta
parte del alma, que será la «virtud dianoética», o sea la virtud ra­
cional.

10 Erfc Nk A 13. 1I(I2¿ 2s.


11 F.th. Nk. a 13. 1I02« I3&.

102
4. L as virtudes éticas

Empezamos el examen de la virtud ética o, más bien, de las


virtudes éticas, puesto que son numerosas, así como son también
numerosos los impulsos y los sentimientos que la razón debe modc<
rar. Las virtudes éticas se derivan en nosotros de la costumbre. El
hombre es por naturaleza potencialmente capaz de formarlas y, me­
diante el ejercicio, traduce esta potencialidad en actualidad./Reali­
zando gradualmente actos justos, nos volvemos justos, o sea adqui­
rimos la virtud de la justicia que a continuación permanece en noso­
tros de forma estable como un habitas, que contribuirá sucesiva­
mente a que realicemos con facilidad ulteriores actos de justicia.
Realizando paulatinamente actos de valor nos volvemos valientes,
es decir, adquirimos el habitas del valor, que, más tarde, nos ayuda­
rá a realizar fácilmente actos de valentía. Y así sucesivamente. En
resumen, para Aristóteles las virtudes éticas se aprenden de la mis­
ma manera como se aprenden las diferentes artes, que son también
«hábitos».
Pero este razonamiento, aun cuando resulta clarificador, no nos
conduce al centro de la cuestión; nos dice cómo adquirimos y posee­
mos a continuación estas virtudes, pero no explica todavía en qué
consisten las virtudes, ¿Cuál es la naturaleza común a todas las virtu­
des éticas? El Estagirita responde puntualmente: no hay virtud, sí
existe exceso o defecto, o sea, cuando hay demasiado o excesiva­
mente poco; la virtud implica, en cambio, la justa proporción que es
la vía media entre dos excesosj Escribe el Estagirita:

En cada cosa, ya sea homogénea o divisible, es posible distinguir lo más, lo menos


y lo igual, tanto en relación con la cosa misma como respecto a nosotros; lo igual es
una vía media entre el exceso y el defecto. Llamo, pues, posición media de una cosa a
la que dista igualmente de cualquiera de los extremos, siendo una sola e idéntica en
todas las cosas, y llamo posición media respecto a nosotros a lo que ni sobra ni falta;
sin embargo, ésta no es única ni igual para todos. Por ejemplo, fijando el diez como
cantidad excesiva y el dos como defectiva, consideraremos el seis como la cantidad
media respecto a la cosa; se trata en realidad de la cantidad media según la propor­
ción numérica. En cambio, la posición media respecto a nosotros no se interpreta así;
en realidad, si para uno comer diez heminas es demasiado comer y dos es poco, el
maestro de gimnasia no ordenará por ello que se coman seis; en realidad, para quien
debe recibir esta ración, puede ser grande o pequeña; para Milón (que era un atleta

103
V. La filosofía moral

excepcional) será pequeña, en cambio será grande para un principiante de gimnasia.


Otro tanto cabe dedr respecto a las carreras y a las luchas. Así, pues, toda persona
que posee ciencia evita el exceso y el defecto, mientras que buscará y preferirá la vía
media, que se establece no con respecto a la cosa, sino a nosotros mismos'^.

Pero, nos preguntaremos, ¿«exceso», «defecto» y «justo medio»,


de los que se habla a propósito de las virtudes éticas, a qué se
refieren? Según Aristóteles, a los sentimientos, a las pasiones y a las
acciones.'4:^ virtud ética es, pues, la posición media entre dos extre­
mos de la pasiónyuno de los cuales lo es por defecto y el otro por
exceso. Para quien ha comprendido bien esta doctrina de Aristóte­
les es obvio que la posición media no sólo no es la mediocridad, sino
su antítesis; el «justo medio» está claramente por encima de los
extremos, representando, por decirlo así, su superación y por tanto,
como dice perfectamente Aristóteles, constituye la «cima», es decir,
el punto más elevado desde la perspectiva del valor, en cuanto indica
la afirmación de la razón sobre ¡o irracional: «(...) según su esencia y
conforme a la razón que establece su naturaleza, la virtud es un
término medio, pero respecto al bien y a la perfección se encuentra
en el punto más elevado»’\
Hay aquí una especie de síntesis de toda la sabiduría griega que
había hallado su expresión típica en los poetas gnómicos y en los
siete sabios, habiendo señalado muchas veces la vía medía, la ausen­
cia del exceso y la justa medida como la regla suprema de la actua­
ción moral; regla que es como una muestra paradigmática del modo
de sentir helénico. Se trata asimismo de la asimilación de la lección
pitagórica que situaba en el límite (peras) la perfección y sobre todo
nos hallamos ante el eco preciso del concepto de la «justa medida»
que tanta importancia reviste sobre todo en el último Platón.
Esta doctrina de la virtud como «justo medio» entre dos extre­
mos es ilustrada por un amplio análisis de las principales virtudes
éticas (o mejor, de las que el griego de entonces consideraba como
tales), naturalmente no deducidas con arreglo a un hilo conductor
preciso, sino derivadas empírica y cumulativamente, a modo de cen­
tón. La virtud de! valor es el «justo medio» entre los excesos de la

12. ICth. Nic. B 6. liutki 26-11066 7.


I V Hlh. Nic. B 6. Il07íi 6-8.

104
Las virtudes éticas

temeridad y de la cobardía; el valor es, pues, la justa medida que se


impone al sentimiento de temor que, si está privado del control
racional, puede degenerar, ya sea por defecto, en cobardía, ya sea
por el exceso opuesto, en audacia. La templanza es el «justo medio»
entre los excesos de la intemperancia o libertinaje y la insensibili-
dad; la templanza es, pues, la actitud justa que la razón nos obliga a
asumir frente a determinados placeres. La liberalidad es el «justo
medio» entre la avaricia y la prodigalidad; la liberalidad es, pues, el
comportamiento justo que la razón nos obliga a asumir en relación
con la acción de gastar dinero. Y así sucesivamente.
^ Entre todas las virtudes éticas el Estagirita no duda en señalar la
justicia como la más importante (habiendo dedicado al análisis de la
misma todo el libro quinto).\En su primer sentido, la justicia es el
respeto debido a la ley del Estado; y puesto que esta ley (del Estado
griego) abarca toda el área de la vida moral, en cierto sentido la
justicia comprende toda la virtud. «Y por esto -comenta Aristóteles
anticipando de alguna forma la célebre proposición final de la Críti-
ca de la razón práctica de Kant- muchas veces la justicia parece ser
la más importante de las virtudes, más admirable que la estrella del
atardecer y la de la mañana; y decimos con el proverbio: en la
justicia está incluida toda virtud»'^ Pero el significado específíco de
la justicia, que es lo que analiza puntualmente Aristóteles, se refiere
a la repartición de los bienes, de los beneficios y de las ventajas,]La
justicia, entendida en este sentido, consistirá por tanto en la justa
medida con la que se reparten los beneñeios, las ventajas y las ga­
nancias, o bien los males y las desventajas, y constituye una posición
media «porque ésta es la característica del justo medio, mientras la
injusticia lo es de los extremos»'^.
En general, los numerosos análisis llenos de precisión acerca de
los diferentes aspectos de cada una de las virtudes éticas realizados
por Aristóteles se limitan, como máximo, a un plano puramente
fenomenológico; así, cabe decir que con frecuencia las convicciones
morales de la sociedad a la que pertenecía Aristóteles ejercen una
influencia decisiva sobre el filósofo, como, por ejemplo, en el caso

14. m . Nic. E I, 112% 27-30.


15. Cih. Nic. E 5, 11336 32-ll34« 1

105
V. La filosofía moral

de la descripción de la magnanimidad, que debería ser una especie


de coronación de la virtud, pero que, en cambio, resulta una pesada
hipoteca que el gusto de la época carga sobre la doctrina aristotélica.

5. L as virtu d es « d ia n o ética s »

Según Aristóteles, por encima de las virtudes éticas se encuen­


tran otras virtudes que, como ya hemos señalado, son características
de la parte más elevada del alma, es decir, del alma racional, que
por tanto reciben el nombre de virtudes dianoéticas, es decir, virtu­
des de la razón.i Y, puesto que son dos las partes o funciones del
alma racional, una la que conoce las cosas contingentes y variables,
la otra la que conoce las cosas necesarias e inmutables, es natural
que haya una perfección o virtud de la primera función y una perfec­
ción o virtud de la segunda función del alma racional. Estas dos
partes del alma racional son básicamente la razón práctica y la razón
teorética, y las respectivas «virtudes» son las formas perfectas con las
que se aprehende la verdad práctica y la teorética.
La virtud típica de la razón práctica es la phronesis, usualmente
traducida p>or «prudencia» mientras que la virtud específica de la
razón teorética es la «sabiduría» (sophia).
La «prudencia» consiste en saber dirigir correctamente la vida
del hombre, es decir, el saber deliberar en torno a lo que es bueno o
malo para el hombre. Es, dice Aristóteles, «una disposición prácti­
ca, acompañada de la razón veraz, respecto a lo que es bueno y malo
para el hombre»'^! Para comprender con exactitud la doctrina aristo­
télica, hay que señalar que la phronesis o prudencia ayuda a delibe­
rar correctamente acerca de los verdaderos fines del hombre, en el
sentido que señala los medios idóneos para alcanzar los fines verda­
deros; es decir, nos ayuda a determinar y a conseguir las cosas que
conducen a tales fines, sin indicar ni concretar cuáles son los fines
mismos. Los verdaderos fines y el verdadero objetivo son aprehen­
didos por la virtud que dirige correctamente los actos de la voluntad.'
Dice exactamente Aristóteles: «(...) la obra humana se realiza a

16. ICih. Nic. Z S. I I40ft 4^.

106
La felicidad perfecta

través de la “prudencia” y de la virtud ética; en realidad el objetivo


se vuelve recto gracias a la virtud, mientras que los medios se con­
vierten en rectos gracias a la “prudencia”»*’.
Está claro, pues, que las virtudes éticas y la virtud dianoética de
la «prudencia» están vinculadas entre sí en un doble aspecto; en
realidad, dice Aristóteles, «aj no es posible ser virtuoso sin poseer la
“prudencia”, ni b) ser “prudentes” sin tener la virtud ética»**.
^La otra virtud dianoética, la más elevada, es, como ya se ha
dicho, la sabiduría (sophia). Ésta está formada por la aprehensión
intuitiva de los principios mediante el intelecto, o por el conoci­
miento discursivo de las consecuencias que se derivan de tales prin­
cipios. La sabiduría es una virtud más elevada que la «prudencia»,
porque, mientras ésta se refiere al hombre, y por tanto a cuanto hay
de mudable en éste, la sabiduría considera lo que está por encima
del hombre; éste es el mejor de los seres vivientes, dice Aristóteles,
pero «hay otras cosas mucho más divinas, como, para limitarnos a
las más visibles, los astros de los que se compone el universo. Por lo
que hemos dicho está claro que la sabiduría es al mismo tiempo
ciencia y entendimiento de las cosas más excelsas por naturaleza»"*.

6. La F E L ia o A D perfecta

Puesto que, como ya hemos visto al comienzo, la felicidad es una


actividad conforme a la virtud, ahora está claro en qué consiste
aquélla. En primer lugar, consiste en la actividad del intelecto con­
forme a su virtud; en realidad, el intelecto es lo más elevado que hay
en nosotros y su actividad es una actividad perfecta y autosuficiente,
tiene en sí su propio fin, ya que tiende a conocer por sí mismo. En la
actividad de la contemplación intelectual el hombre alcanza el vértice
de sus posibilidades y actualiza cuanto de más elevado hay en éln
Escribe Aristóteles:

(...) si la actividad del intelecto, al ser contemplativa, parece sobresalir |>or su

M.Eth. Mr. Z !2 , lI44tí6-9.


18. Eíh. Nic. Z 13. 1144/» 31-33.
19. Eth, Mr. Z 7. 1141a 34-1141/» 2.

107
V. La filosofía moral

dignidad y por no considerar ningún otro fin fuera de sí misma y por tener un placer
propio perfecto (que aumenta la actividad) y por ser autosuficiente, fácil e ininte­
rrumpida, ya que es posible al hombre y parece que en tal actividad se encuentran
todas las cualidades que se atribuyen al hombre feliz; por tanto, ésta será la felicidad
perfecta del hombre, si dura toda la vida. Ahora bien, por k> que respecta a la
felicidad, no puede haber nada incompleto. Pero una vida así será, sin duda, superior
a la naturaleza del hombre; en realidad, no le corresponde vivir de esta manera en
cuanto hombre, pero sí en cuanto hay en él algo divino; y en la medida en que esto
supera la estructura compuesta del hombre, en esa misma medida su actividad se
eleva por encima de la que es conforme a las otras virtudes. Si, pues, en rcladdn con
la naturaleza del hombre el intelecto es algo divino, también la vida conforme a él
será divina en comparación con la vida humana. No es necesario, sin embargo, hacer
caso a quienes aconsejan que, como somos hombres, hemos de preocupamos de
cosas humanas y, por ser mortales, nos hemos de interesar por las cosas mortales,
sino que es preciso hacerse inmortales en la medida de lo posible y empeñarse en vivir
según la parte más elevada de cuantas hay en nosotros; pues, aun cuando ésta es
pequeña si se tiene en cuenta la extensión, sobresale con mucho por encima de todas
las demás por su potencia y valor^.

Aparece en segundo lugar la vida conforme a las virtudes éticas.


^Éstas se refieren a la estructura compuesta del hombre y, en cuanto
tales, no pueden sino proporcionar una felicidad humana.
Por el contrario, la felicidad de la vida contemplativa conduce de
alguna forma más allá de lo puramente humano; nos pone, por
decirlo así, en contacto con la divinidad, y esta vida sólo puede ser
contemplativ^ Escribe textualmente Aristóteles:

(...) por tanto la actividad del dios, que sobresale por su felicidad, será contem­
plativa. Así, pues, entre las actividades humanas, la que más semejanza guarda con
ésta será la que es más capaz de hacemos felices. Prueba de ello es asimismo el hecho
de que los demás seres vivientes no participan de la felicidad, porque están totalmen­
te privados de esta actividad. En cambio, para los dioses toda la vida es feliz, y para
los hombres loes en cuanto hay en ellos una actividad parecida a aquélla; pero ninguno
de ios demás seres vivientes es feliz, porque no participa en modo alguno de la especu­
lación. La especulación y la felicidad abarcan la misma extensión, y en aquellos en
los que se encuentra mayor especulación hay también mayor felicidad; y esto no se
debe al azar, sino al poder de la especulación; pues ésta tiene valor por sí misma. Así
la felicidad es una especie de especulación^^.

20. nth. Nk. K 7. 11776 19*1178» 2.


21. m . Nk. K 8, 11786 21*32.

108
7. P sicología del acto moral

Sócrates había reducido las virtudes a la ciencia y al conocimien­


to, habiendo negado que el hombre pudiera querer y hacer volunta-
riamente el mal. Platón compartió en gran parte esta concepción, y,
al reconocer en el espíritu humano fuerzas irracionales, o sea el
alma concupiscible y el alma irascible capaces de oponerse al alma
racional, creyó siempre que la virtud humana consistía en el domi­
nio de la razón y en el sometimiento a ésta de tales fuerzas irraciona­
les en virtud de la fuerza que posee la razón misma, de manera que
para él la virtud, en último análisis, no era sino razón. Aristóteles
trata de superar esta interpretación «intelectualista» del hecho mo­
ral. Precisamente, basado en su realismo, se había dado cuenta per­
fectamente de que una cosa es conocer el bien y otra actuarlo y
realizarlo, con virtiéndolo, por decirlo así, en substancia de las pro­
pias acciones, y por ello trató de determinar de forma más concreta
cuáles eran los complejos procesos psíquicos que presupone el acto
moral.
En primer lugar, el Estagirita explica qué se entiende por «accio­
nes involuntarias» y «acciones voluntarias». Son involuntarias las
acciones que se realizan a la fuerza, o bien por ignorancia de las
circunstancias; son, por consiguiente, voluntarias, aquellas «en
las que el principio reside en el que actúa si conoce las circunstan­
cias particulares en las cuales se desarrolla la acción»^.
Pero, si todo parece lógico hasta este punto, cambia de improvi­
so la perspectiva, ya que Aristóteles incluye además entre las accio­
nes voluntarias las inspiradas por la impetuosidad, por la ira y por el
deseo, y por tanto llama también voluntarias a las acciones de los
niños (e incluso a las de los otros animales, en cuanto tienen su
origen en ellos y por tanto dependen de los mismos). Está claro,
pues, que «voluntarias», en este sentido, son las acciones simple­
mente espontáneas que tienen su origen en los sujetos que las reali­
zan, y no coinciden con aquellas a las que nosotros, los modernos,
damos el mismo nombre.
Pero el Estagirita prosigue en su análisis mostrando que los actos

?2. Eih. Nic. r I, 11 llfl 22-24.

109
V. La filosofía moral

humanos, además de ser «voluntarios)» en el sentido ya explicado,


están determinados por una «elección» (proairesis), y precisa que
ésta parece ser «una cosa esencialmente propia de la virtud y más
apta que las acciones para juzgar las costumbres»^. En realidad, los
niños o los animales no eligen, sino sólo el hombre que razona y
reflexiona. La «elección» implica efectivamente siempre razona­
miento y reflexión y, precisamente, el tipo de razonamiento y de
reflexión que se refiere a las cosas y a las acciones que dependen de
nosotros y que corresponden al orden de las cosas realizables. Aris­
tóteles llama «deliberación» a este tipo de razonamiento y de refle­
xión. La diferencia entre la «deliberación» y la «elección» estriba en
esto: la primera establece cuáles y cuántas son las diferentes accio­
nes y medios que es necesario poner en acto para alcanzar ciertos
fines; establece, por tanto, toda la serie de cosas que hay que reali­
zar para llegar al fin, entre las que se encuentran las más remotas y
las próximas e inmediatas; la elección actúa sobre estas últimas des­
cartándolas, si son irrealizables, pero poniéndolas en acto si las con­
sidera realizables. Por ello escribe Aristóteles: «El objeto de la deli­
beración y de la elección son la misma cosa, excepto el hecho de que
lo que se elige ha sido ya determinado. En realidad, es objeto de la
elección lo que se ha juzgado ya con la deliberación. Todo el mundo
deja de indagar cómo deberá actuar, una vez ha reconducido a sí
mismo el principio de la acción, y lo ha situado en la parte que
manda: ésta es la que decide en ^ealidad»^^
Muchos estudiosos han creído descubrir aquí lo que llamamos
«voluntad», ya que la elección consiste en un apetito o deseo delibe­
rado, y, por tanto, no es sólo deseo ni apetito, ni sólo razón. Sin
embargo, apenas tratamos de profundizar mejor la posición aristo­
télica, ésta se manifiesta extremadamente ambigua y fugaz. El Esta-
girita niega expresamente que la «elección» pueda identificarse con
la «voluntad» (boulesis), porque la voluntad sólo considera los fines,
mientras que la elección (al igual que la deliberación), se refiere a
los medios. Ahora bien, si es cierto que la elección es lo que nos

23. Eth. Nic, r 2 , 1 1 1 5&(nos opartamotclc Plebe, Etica Nichomaquea, Lnlerza. linrí 1957, en la interpreta*
cirtn del término jipoaípEOi; que, en nuestra opinién, no es oportuno traducir como propósito, sino que es
mejor interpretarlo como etección, vocablo mucho más claro y más en consonancia con el original griego).
24. Eth. Nic. r 3. II 13a 2*7 (nos hemos apartado en parte de la traducción de Plctic).

lio
Psicología del acto moral

hace autores de nuestras acciones, o sea resp>onsables, no es sin m^is


lo que nos hace verdaderamente buenos, ya que solamente pueden
ser buenos los fines que nos proponemos, mientras que la elección
(al igual que la deliberación) sólo considera los medios. Por consi­
guiente, el primer principio del que depende nuestra moralidad con­
siste más bien en la volición del fin.
¿Qué es la volición del fin? Una de estas dos cosas: a) o la
tendencia infalible hacía el bien, hacia lo que verdaderamente es
bien, b) o la tendencia hacia lo que nos parece bueno, a) En el
primer caso, es evidente que la elección equivocada no es volunta-
ria, sino que, como decía Sócrates, constituye una forma de igno­
rancia, un error o una equivocación; b) En el segundo caso, sería
preciso concluir que «lo que se quiere, no se quiere por su naturale­
za, sino conforme a lo que le parece a cada uno; y, puesto que a
unos les parece una cosa y a otros otra, si fuese así, lo que se quiere
se referiría al mismo tiempo a cosas contrarias»” : lo que significaría
que ninguno podría ser llamado ya bueno o malo, o, lo que es igual,
todos serían buenos, precisamente porque todos harían lo que les
pareciese bien. Aristóteles cree poder salir del dilema de la manera
siguiente:
(...) es necesario decir que. en sentido absoluto y según la verdad, el objeto de la
voluntad es el bien, pero para cada uno de nosotros el objeto de la voluntad es lo que
nos parece bien: para el que es virtuoso, lo que es verdaderamente bueno, para el que
es vicioso, aquello que le sale al pa.so; como también para los cuerpos, para los que
están bien dispuestos son sanas las cosas que son verdaderamente tales, en cambio
para los enfermos lo son las demás cosas; y esto mismo puede decirse de las cosas
amargas, de las dulces, de las calientes, de las pesadas y asi sucesivamente. Quien es
virtuoso juzga rectamente de todas las cosas y en cada una de ellas se le aparece lo
verdadero. En realidad las cosas conformes a cada disposición son bellas y agrada­
bles, y quizás el hombre virtuoso difiere de los demás sobre todo porque ve la verdad
en todas las cosas, siendo él el canon y la medida de ellas. En la mayor parte de los
hombres, en cambio, parece surgir el engaño a través del placer que parece
bueno, aun no siéndolo. Por ello escogen como bien lo que es agradable, y huyen
como del mal de aquello que es doloroso*"^.

Pero, si las cosas son así, nos movemos en un círculo; para llegar
a ser bueno debo querer los fines buenos, pero sólo puedo recono-

25. FJh. Nic. r 4, 1113a 20s.


2fv Eth. Nic. r 4, 1113fl 23-11136 2.

111
V. La filosofía moral

cerlos si soy bueno. La verdad es que Aristóteles ha comprendido


perfectamente que somos responsables de nuestras acciones, causa
de nuestros mismos hábitos morales y causa de la manera como se
nos aparecen moralmente las cosas, pero no ha sabido decir por qué
sucede así y a qué principio presente en nosotros se debe todo esto.
No ha podido determinar correctamente la verdadera naturaleza de
la voluntad y del libre albedrío; así se explica que, a pesar de censu­
rar a Sócrates, vuelva a asumir algunas veces posiciones socráticas,
al afirmar, por ejemplo, que el incontinente se equívoca porque, en
el momento de cometer la acción de incontinencia, no goza de cono­
cimiento perfecto, y al asegurar que el conocimiento es un factor
determinante de la acción moral. Y se explica asimismo que Aristó­
teles llegue incluso a decir que, una vez que los hombres se vuelven
viciosos, ya no pueden dejar de serlo, aun cuando en un primer
momento hubiera sido posible no caer en tal estado^^
Sin embargo, es justo reconocer que Aristóteles, sin alcanzar un
éxito completo, entrevió, mejor que ninguno de sus predecesores,
que en nosotros hay algo de lo que depende el ser buenos o malos,
que no se trata de un mero deseo irracional, ni tampoco de la razón
pura; pero esta realidad desconocida escapó a su control y el filósofo
no consiguió determinarla. Por lo demás, debemos reconocer obje­
tivamente que ningún griego conseguirá hacerlo y que el hombre
occidental sólo llegará a entender qué son la voluntad y el libre
albedrío gracias al cristianismo.

27. Véase Eih, Ntc. P 5. pútsim.

112
C a p ít u l o VI

LA DOCTRINA DEL ESTADO


(Análisis de la Política)

1. C o n c e p t o de E stado

Hemos visto en las páginas anteriores que, según el Estagirita,


aun cuando el bien particular del individuo y el bien del Estado
tienen la misma naturaleza (ya que ambos consisten en la virtud),
sin embargo, el segundo es más importante, más bello, más perfecto
y más divino. La razón de esto estriba en la naturaleza misma del
hombre, que pone claramente de manifiesto la incapacidad absoluta
de éste para vivir aisladamente, así como su necesidad de mantener
relaciones con sus semejantes en todos ios momentos de la existen­
cia para ser él mismo.
En primer lugar, la naturaleza ha dividido a los hombres en
varones y mujeres, que se unen a fin de formar la primera comuni­
dad, es decir la familia, para la procreación y para la satisfacción de
las necesidades elementales (para Aristóteles en el núcleo familiar
quedaría incluido asimismo el esclavo que, como veremos, sería
esclavo por naturaleza).
Pero, puesto que las familias no se bastan a sí mismas, ha nacido
el municipio, que es una comunidad más amplia, destinada a garan­
tizar de forma orgánica y sistemática las necesidades de la vida.
Pero, si la familia y el municipio son suficientes para satisfacer
las necesidades de la vida en general, no bastan para garantizar las
condiciones de una vida perfecta, es decir, de la vida moral. Esta
forma de vida, a la que podemos llamar espiritual, sólo puede ser
garantizada por las leyes, por las magistraturas y, en general, por la

113
VI. La doctrina del Estado

organización compleja de un Estado. Y en éste el individuo, solici­


tado por las leyes y por las instituciones políticas, es inducido a salir
de su egoísmo y a vivir no según lo que es subjetivamente bueno, sino
conforme a lo que es verdadera y objetivamente bueno. De esta
manera el Estado, que es último cronológicamente, ocupa, en cam­
bio, el primer lugar en el orden ontológico, porque se configura
como el «todo» del que la familia y el municipio son las «partes» y,
desde el punto de vista ontológico, el todo precede a las partes,
porque sólo él da sentido a éstas. Así, sólo el Estado da sentido a las
otras comunidades y sólo él es autosuficiente. Por ello dice Aristóte­
les: «El que no puede entrar a formar parte de una comunidad, el
que no tiene necesidad de nada, bastándose a sí mismo, no es parte
de una ciudad, sino que es una bestia o un dios»'.

2. E l c iu d a d a n o

Aristóteles examina en primer lugar la familia y los problemas de


la administración familiar. En este punto el filósofo se deja condi­
cionar considerablemente por las estructuras sociopolíticas y cultu­
rales de su tiempo, hasta el punto de oponerse a sus propios princi­
pios metaffsicos. Acepta el prejuicio griego según el cual la mujer es
«por naturaleza» inferior al hombre, porque tiene menos «razón»
que éste. Y, por consiguente, admite asimismo el prejuicio según el
cual hay hombres que son esclavos «por naturaleza»; se trataría de
los hombres en los que el instinto y la sensibilidad predominan sobre
la razón (para Aristóteles los esclavos serían necesarios, al igual que
los animales domésticos: serían indispensables para los servicios re­
lacionados con las necesidades del cuerpo, de las que el hombre
«libre» no debe ocupa^se)^ Puesto que, condicionado en todo caso
por los prejuicios helénicos, Aristóteles considera que en el bárba­
ro, a diferencia de lo que sucede en el griego, predomina el instinto
y la sensibilidad sobre la razón, sería «justo» y «natural» que los
bárbaros estuvieran sometidos a los griegos y, si fueran capturados
en la guerra, llegaran a convertirse en esclavos de los mismos.
1. Poi A 2, 1253fl 27-30,
2. Véate PoL A 5.

114
El ciudadano

Bastante más razonables, aun cuando dentro de los límites de las


condiciones económicas de su tiempo, son las observaciones de
Aristóteles acerca de la administración de la familia y de la adquisi­
ción de las riquezas. La sana economía debe procurar lo necesario
para vivir y por tanto debe ejercer tan sólo actividades naturales (la
caza, el pastoreo y la agricultura) o el trueque, con exclusión de
todo comercio a cambio de dinero y de las actividades basadas en
éste, las cuales tienen como finalidad el incremento indiscriminado
de las riquezas. Una economía que se basase en estas últimas activi­
dades perdería de vista la verdadera finalidad de vivir, llegando
fatalmente a consumir la vida para producir bienes materiales, en
lugar de usar éstos en beneficio de aquélla. En ese caso la vida se
convertiría en un medio, dejando de ser fin\
Del examen de la familia, Aristóteles (después de haber dirigido
críticas severas al comunismo platónico)^ pasa a analizar el Estado,
sin profundizar en las cuestiones relativas al municipio (que, como
hemos visto, era el segundo de los elementos constitutivos de
aquél). Y, como muchos han señalado, presenta la cuestión con
arreglo a una perspectiva diferente. Puesto que el Estado está for­
mado por ciudadanos, se trata de definir qué es el ciudadano.
Para ser «ciudadano» de una ciudad, no basta habitar en el terri­
torio de ella, ni gozar del derecho de iniciar una acción judicial,
ni tampoco es suficiente el ser descendiente de ciudadanos.
Para ser «ciudadano» es necesario «participar en los tribunales o en
las magistraturas», es preciso tomar parte en la administración de la
Justicia y participar en la asamblea que legisla y gobierna la ciudad^.
En esta definición se refleja más que en ninguna otra la caracte­
rística peculiar de la polis griega, en la que el ciudadano se sentía
como tal sólo si participaba directamente en el gobierno de la cosa
pública, en todos sus momentos (creación de las leyes, su aplicación,
administración de la justicia). Por consiguiente, ni el colono ni el
miembro de una ciudad conquistada podían considerarse ni sentirse
«ciudadanos» en el sentido mencionado. Ni siquiera los trabajado­
res podían considerarse verdaderos ciudadanos, a pesar de ser hom-
y. Vt*iisc Pal. A 7ss.
4. V¿nse Pol. B.
5. Vénnc P o i .r i.

115
VI. La doctrina del Estado

bres libres (es decir, aunque no eran metecos, ni extranjeros, ni


esclavos), porque ninguno de ellos disponía del tiempo necesario
para ejercer las funciones que son esenciales a los ojos de Aristóteles.
Y así, los «ciudadanos» de una ciudad son mucho más limitados en
número, mientras que todos los demás hombres de ella terminan
por ser de alguna forma medios que sirven para satisfacer las
necesidades de los primeros. Los obreros se diferencian de los escla­
vos porque, mientras éstos sirven a las necesidades de una sola per­
sona, aquéllos sirven a las necesidades públicas; pero no por ello
dejan de ser medios*".
Mientras Aristóteles afirmaba que «no se pueden considerar ciu­
dadanos todos aquéllos sin los cuales no subsistiría la ciudad»\ la
historia ha demostrado que es verdad lo contrarío; pero para ello ha
sido necesario que estallaran una serie de revoluciones, y resulta
difícil todavía poner en práctica esta verdad que, en el plano teórico,
ha sido conquistada definitivamente.

3. E l E sta d o y su s formas po sibles

El Estado, cuya naturaleza y fínalidad hemos definido ya ante­


riormente, puede realizarse conforme a formas diferentes, o sea,
según diferentes «constituciones». Ésta es la manera como Aristóte­
les define la constitución: «La constitución es la estructura que da
orden a la ciudad, estableciendo el funcionamiento de todos los
cargos y sobre todo de la autoridad soberana»*. Ahora bien, está
claro que desde el momento en que esta autoridad soberana puede
realizarse en diferentes formas, habrá fundamentalmente tantas
constituciones cuantas sean estas formas. Y, por otra parte, puede
ejercer el poder soberano: 1) un solo hombre, 2) o también unos
pocos, 3) o incluso la mayor parte de los hombres. Pero no basta.
Cada una de estas tres formas de gobierno puede ejercerse de mane­
ra correcta o incorrecta, y precisamente: «Cuando uno solo, unos
pocos o los más ejercen el poder con vistas al interés común, las
6. VéiiMí Pot. r 5.
7. Pot. r 5, I27«fl 2%.
H. Pot. 1*6, 10786 8-10.

116
El Estado y sus formas posibles

constituciones son necesariamente rectas, mientras que cuando uno,


pocos o muchos ejercen el poder en su interés privado, se producen
las desviaciones’.
De este modo surgen tres formas de constituciones legítimas: 1)
monarquía, 2) aristocracia y 3) república (politeia), a las que corres­
ponden otras tantas formas de constituciones ilegítimas: 1) tiranía,
2) oligarquía y 3) democracia (el lector moderno debe tener presente,
para orientarse debidamente, que con el nombre de «democracia» el
Estagirita entiende un gobierno que, descuidando el bien de todos,
trata de favorecer indebidamente los intereses de los más pobres;
por tanto, atribuye al término la acepción negativa que nosotros
designamos más bien con el término «demagogia»; en realidad Aris­
tóteles efectúa la precisión de que el error de la «democracia» con­
siste en considerar que, por ser todos iguales en cuanto a la libertad,
todos pueden y deben ser iguales asimismo en todo lo demás.
¿Cuál es la mejor de estas tres constituciones?
La respuesta de Aristóteles no es unívoca. Ante todo, ya se ha
dicho que las tres formas de gobierno, cuando son legítimas, son
naturales y por tanto buenas, precisamente porque el bien del Esta­
do consiste en procurar el bien común. Pero es evidente que, si en
una ciudad existiese un hombre que sobresaliera por encima de
todos, le coires(K>ndería el poder monárquico; y, sí existiera un
grupo de individuos excelente por su virtud, se impondría un gobier­
no aristocrático. Así, pues, la monarquía sería, en teoría, la mejor
forma de gobierno, siempre que existiera en una ciudad un hombre
excepcional; y lo sería la aristocracia, a su vez, siempre que hubiera
un grupK) de hombres excepcionales. Pero, puesto que no se verifi­
can tales condiciones en la realidad, Aristóteles, con su fuerte senti­
do realista, indica básicamente que la politeia es la forma de gobier­
no más conveniente para las ciudades griegas de su tiempo, en las
que no existían ni uno ni unos pocos hombres excepcionales, sino
muchos hombres que, aun cuando no sobresalieran en la virtud
política, eran capaces a su vez de gobernar y de ser gobernados
según la ley. La politeia es prácticamente una vía media entre la
oligarquía y la democracia o, como han señalado los eruditos, una

9. P oi r 7, 1079a 27-31.

117
VI. La doctrina del Estado

democracia temperada con la oligarquía; en realidad, quien gobier­


na es una multitud (como en la democracia) y no una minoría (como
en la oligarquía), pero no se trata de una multitud pobre (a diferen­
cia de la democracia), sino de una multitud que goza del bienestar
suficiente para poder servir en el ejército y que sobresale por su
capacidad y sus virtudes guerreras. Como se ve, la poUteia atempera
las excelencias y elimina los defectos de las dos formas ilegítimas y,
por tanto, en el esquema general trazado por el Estagirita, está
situada en una posición algo anómala, porque viene a encontrarse
en un plano diferente ya sea respecto de las dos primeras constitu­
ciones perfectas, ya sea respecto a las tres imperfectas. La politeia,
pues, como han señalado los estudiosos, es la constitución que valo­
ra «a la clase media», y que, precisamente en cuanto «media», ofre­
ce la mayor garantía de estabilidad. Éstas son las afirmaciones explí­
citas de Aristóteles:

En cuanto le es posible, una ciudad trata de estar formada por ciudadanos iguales
y parecidos entre sí, y esto sucede sobre todo con ciudadanos que pertenecen a las
clases medias; por ello la dudad mejor gobernada será aquella en la que se realizan
las condidones de las que por naturaleza se deriva la posibilidad de la comunidad de
dudadanos. Por lo demás, precisamente la clase que constituye la base de esta posibi­
lidad, es decir, la ciase media, es aquella cuya existencia queda garantizada en la
ciudad. En realidad, los que pertenecen a ella, al no ser pobres, no desean las
condiciones de los demás, ni los otros desean la suya, como sucede en relación con los
ricos cuya posidón envidian los pobres. Por ello, los que pertenecen a la clase media,
al no tramar insidias contra los dentás y no siendo, a su vez, objeto de acechanzas,
pasan su vida sin peligros, tanto que Fodlides decía con toda razón: «Muchas cosas
son óptimas a causa de su posidón media y a mí me gustaría partidpar de ella en la
dudad.» Está claro, pues, que la mejor comunidad política es la que se basa en la
dase media y que las ciudades que se encuentran en estas condiciones pueden ser
gobernadas, me refiero a aquellas en las que la dase media es más numerosa y más
poderosa que los dos extremos, o al menos que uno de ellos’*’.

Así pues, también en la política, al igual que en la ética, el


concepto de «posición media» ejerce una función básica.

I« /'o/. A II. I29.S6.S-14.

118
4. E l E stado ideal

De los análisis que Aristóteles nos ofrece en los libros cuarto»


quinto y sexto de la Política (dedicados al examen de varios géneros
y especies de constituciones, de las diferentes formas de revolución,
de las causas que las determinan y de los modos como se pueden
evitar), no es posible hablar en este lugar, dado el carácter porme­
norizado y además técnico de tales cuestiones. En ellos el Estagiríta
demuestra poseer unos conocimientos históricos extraordinarios, así
como una comprensión penetrante y una gran sagacidad al conside­
rar los hechos y los acontecimientos políticos verdaderamente no­
tables.
Presentan, en cambio, mayor interés, ya que se refieren a la
problemática propiamente filosófica, los dos últimos libros dedica­
dos a la ilustración del Estado ideaL Y puesto que, como ya hemos
visto, la concepción del Estado es para Aristóteles fundamental­
mente moral, no hemos de sorprendemos si el filósofo polariza en
mayor grado su razonamiento en tomo a problemas morales y edu­
cativos que en aspectos técnicos relacionados con las instituciones y
las magistraturas. Se ha visto en la ética que los bienes son de tres
géneros diferentes; bienes externos, bienes corporales y bienes espi­
rituales del alma, y se ha visto también en qué sentido se han de
considerar los dos primeros como simples medios para la realización
de ios terceros. Y, según Aristóteles, esto se ha de aplicar tanto al
individuo como al Estado. También éste debe buscar los dos prime­
ros tipos de bienes de forma limitada y exclusivamente en función de
los bienes espirituales, porque sólo en ellos consiste la felicidad.
Éstas son las condiciones ideales que debería satisfacer el Estado
feliz".
a) En lo que respecta a la población, que es la primera condición
de la actividad política, no deberá ser ni demasiado exigua ni dema­
siado numerosa, sino que deberá alcanzar una medida justa. En
realidad, una ciudad que tenga un número excesivamente reducido
de ciudadanos no podrá ser autosuficiente, y la ciudad debe poder
bastarse a sí misma. En cambio, la ciudad que tiene un número

II V é»e Fot. H 4ss.

119
VI. La doctrina del Estado

excesivamente elevado de ciudadanos será difícilmente gobernable.


Nadie podrá ser general de un número demasiado grande de duda*
danos. Nadie podrá ser heraldo de una ciudad demasiado numerosa,
si no posee una voz estentórea. Los ciudadanos no podrán recono­
cerse entre sí y, por tanto, no podrán distribuir las diferentes misio­
nes con conocimiento de causa. En resumen, Aristóteles desea que
la ciudad esté hecha a medida del hombre,
b) El territorio deberá presentar asimismo características análo­
gas. Deberá ser suficientemente grande para proporcionar lo que se
necesita para vivir, sin producir cosas superfinas. Deberá ser abar-
cable con la vista. Deberá ser difícilmente atacable y fácilmente
defendible, ocupando una posición favorable ya sea respecto al in­
terior ya sea respecto al mar.
c) Las cualidades ideales del ciudadano son -en opinión de Aris­
tóteles- exactamente las que presentan los griegos; constituyen una
especie de vía media y como una síntesis de las cualidades de los
pueblos nórdicos y de los orientales (ni que decir tiene que en este
juicio el Estagirita es víctima de los mismos prejuicios que le han
inducido a creer que los «bárbaros» eran esclavos «por naturaleza»).
d) Aristóteles examina cuáles son las funciones esenciales de la
ciudad y su distribución ideal. Para subsistir una ciudad debe tener:
1) cultivadores de la tierra que suministren alimentos, 2) artesanos
que proporcionen instrumentos y objetos manufacturados, 3) gue­
rreros que la defiendan de los rebeldes y de los enemigos, 4) comer­
ciantes que produzcan la riqueza, 5) hombres que definan qué es útil
para la comunidad y cuáles son los derechos recíprocos de los con­
ciudadanos, 6) sacerdotes que se ocupen del culto.
Ahora bien, la buena ciudad impedirá que todos los ciudadanos
ejerzan todas estas funciones. Por otra parte, en la ciudad ideal no
se desarrollará una forma de vida particular, como es la de los que
practican la agricultura ni como la que lleva el obrero o el comer­
ciante; éstos son modelos de vida poco nobles y contrarios a la
virtud y de tal naturaleza que impiden el ejercicio de ésta, al no
permitir gozar de suficiente disponibilidad ni de tiempo libre. Los
campesinos serán, por tanto, esclavos y también los obreros, mien­
tras que los comerciantes no formarán parte del grupo de los «ciuda­
danos». Los verdaderos ciudadanos se ocuparán de la guerra, del

120
El Estado ideal

gobierno y del culto. Por su naturaleza, puesto que estas funciones


requieren diferentes virtudes (el guerrero debe tener fuerza, el juez
y el legislador deben poseer sensatez) deberían distribuirse entre
diferentes personas; pero los guerreros soportarían difícilmente tal
situación, puesto que, al poseer la fuerza militar, pretenderían en
todo caso ejercer asimismo el poder político. La solución que Aris­
tóteles propone es la siguiente. Las mismas personas ejercitarán
estas misiones en períodos diferentes: «(...) la naturaleza quiere que
los jóvenes tengan fuerza y los viejos sensatez, así pues es útil y justo
dividir los poderes políticos teniendo en cuenta este hecho»'^ De
esta manera los ciudadanos serán primero guerreros, después conse­
jeros, finalmente sacerdotes. Todos ellos serán personas acomoda­
das; y, puesto que los campesinos, los obreros y los comerciantes se
encargan de proporcionar todo cuanto se precisa para satisfacer las
necesidades materiales, aquéllos dispondrán de todo el tiempo ne­
cesario para el ejercicio de la virtud y para desarrollar plenamente
una vida feliz. De esta forma el «vivir bien>» y la felicidad sólo se
concederán al restringido número de los «ciudadanos»; todos los
demás hombres, que viven también en la ciudad y trabajan en ella,
quedarán reducidos a simples «condiciones necesarias» para la vida
feliz de los demás y se verán condenados a llevar una vida infrahu­
mana. Nos encontramos aquí frente al acostumbrado condiciona­
miento histórico-social, que limita de forma tan considerable el pen­
samiento aristotélico en esta materia, situándolo en una dimensión
muy alejada de la nuestra, ya que, básicamente, el filósofo conside­
ra necesario que muchos hombres vivan una vida infrahumana o no
perfectamente humana a fin de que otros hombres vivan una vida
humana plena y perfecta, y que todo esto sea «natural».
e) Pero queda todavía un punto esencial. La felicidad de la ciu­
dad depende de la virtud, pero ésta vive en cada uno de los ciudada­
nos, y por ello la ciudad puede llegar a ser feliz, en realidad, en la
medida en que llegue a ser virtuoso cada ciudadano. Y, ¿cómo llega
a ser virtuoso y bueno cada hombre? En primer lugar, debe tener
cierta disposición natural, después los hábitos y las costumbres, por
tanto los razonamientos y los discursos, deben actuar sobre ella.

12 Po¡. H y, 132^0 14-17.

121
VI. La doctrina del Estado

Ahora bien, la educación actúa precisamente sobre las costumbres y


sobre los razonamientos, por lo que esta cuestión adquiere una
importancia enorme en el Estado.
Los ciudadanos deberán ser educados de forma básicamente
igual, a fin de que puedan ser capaces de obedecer y de mandar
alternativamente, puesto que deberán obedecer (cuando son jóve­
nes), y después mandar (una vez se hayan convertido en hombres
maduros). Pero, en especial, puesto que es idéntica la virtud del
ciudadano bueno y del hombre bueno, la educación deberá tener
básicamente como objetivo la formación de hombres buenos, es
decir, deberá desarrollarse de forma que se realice el ideal establecido
por la ética, o sea, que el cuerpo viva en función del alma, y que las
partes inferiores de ésta vivan en función de las superiores, y en
especial que se realice el ideal de la pura contemplación. Escribe
expresamente nuestro filósofo:

Introduciendo en las acciones una distinción análoga a la que se realizó respecto


de las partes del alma, podremos decir que son preferibles las que se derivan de la
parte mejor de ella, al menos para quien sepa comparar todas o al menos dos de las
partes del alma, porque todos considerarán que es mejor aquello que tiende al fín
más elevado. Asimismo todo género de vida puede dividirse en dos aspectos según
tienda hacia las ocupaciones y el trabajo o hacia la libertad respecto de todo compro­
miso, hada la guerra o hacia la paz, y conforme a estas distinciones las aedones serán
necesarias y útiles o bellas. Al escoger esos ideales de vida es necesario seguir las
mismas preferendas que corresponden a las partes del alma y a las aedones que se
derivan de ellas, es dedr, es necesario escoger la guerra teniendo como fin la paz, el
trabajo, fijando como finalidad la liberación del mismo y las cosas necesarias y útiles,
para poder alcanzar las bellas. El legislador debe tener presente todos estos elemen­
tos que hemos analizado, las partes del alma y las acciones que las carecterizan,
poniendo siempre la mirada en las que son mejores y que puedan ejercer la fundón
de fines y no tan sólo de medios. liste criterio debe guiar al legislador en su conducta
frente a las diferentes concepdones de la vida y a los diversos tipos de acciones: es
necesario poder atender al trabajo, dirigir la guerra, realizar las cosas necesarias y
útiles, pero es más preciso todavía poder practicar el reposo libre, vivir en paz y
realizar las cosas hermosas^^ (o sea, contemplar).

El Estado, y no las personas privadas, deberá impartir la educa­


ción que se iniciará naturalmente por el cuerpo, que se desarrolla

1.1. P<A. H 14,1333. 26-13336 3.

122
El Estado ideal

antes que la razón, procediendo con ia educación de los impulsos,


de los instintos y de los apetitos, para concluir finalmente con la
educación del alma racional. En el Estado aristotélico se recoge y se
aplica la tradicional educación griega basada en la gimnasia y en la
música y con su descripción concluye la Política.
No hay por qué insistir en que todas las clases inferiores resulta­
ban excluidas de la educación; para Aristóteles una educación tecni-
coprofesional carece de sentido, porque tal formación no estaría
orientada a beneficiar al hombre, sino a las cosas que sirven a los
hombres, mientras que la verdadera educación pretende que los
ciudadanos sean verdadera y plenamente hombres. Admirable pre­
tensión, que podría aplicarse a nuestro tiempo, si, para que algunos
puedan llegar a ser hombres perfectos, no exigiera que otros tengan
que permanecer sometidos al destino de ser hombres sólo a medias.
En conclusión, también en la política la concepción metaempíri-
ca del alma y de sus valores constituye la línea de fuerza según la
cual se desarrolla todo el razonamiento aristotélico. También aquí
Aristóteles está mucho más cerca de Platón de lo que se suele creer
habitualmente; el Estagirita se limita a criticar y rechazar ciertos
aspectos aberrantes de la República platónica, pero no su ideal de
fondo.

123
C a pítu l o VII

LA FILOSOFÍA DEL ARTE


(Análisis de la Poética)

1. C o n cepto d e las c ie n c ia s pro ductivas

Hemos visto antes que el tercer género de ciencias está formado


por las «ciencias poéticas» o «ciencias productivas».
Como dice su nombre, estas ciencias enseñan a hacer y a produ­
cir cosas, objetos, instrumentos, según reglas y conocimientos
precisos.
Como es obvio, se trata de las diferentes artes o, como decimos
todavía utilizando el término griego, de las «técnicas». Al formular
el concepto de arte, el griego destacaba, en mayor medida de lo que
hacemos nosotros, el momento cognoscitivo que implica esta acti­
vidad, subrayando de manera especial la contraposición existente en­
tre arte y experiencia; ésta implica una repetición preferentemente
mecánica, sin rebasar el conocimiento del quCy es decir, del dato de
hecho, allí donde el arte trasciende el puro dato hasta llegar al cono­
cimiento del porqué o a aproximarse a él y, en cuanto tal, constituye
una forma de conocimiento. Por ello está clara la razón por la que se
incluyen las artes en el cuadro general del saber, siendo también
obvia la causa por la que se sitúan dentro del orden jerárquico en el
tercer y último escalón, en cuanto constituyen ciertamente un saber,
pero un saber que no es ni fin en sí mismo ni siquiera un conoci­
miento buscado en beneficio de la acción moral (como el saber
práctico), sino más bien en beneficio del objeto producido.
Las ciencias poéticas en su conjunto no interesan, sino de una
forma indirecta, a la investigación filosófica. Constituyen una

125
VII. La filosofía del arte

excepción las bellas artes, que se distinguen del conjunto de las


demás, ya sea en su estructura ya sea en su fínalidad.
Dice Aristóteles: «Algunas cosas que la naturaleza no sabe hacer
las crea el arte; en cambio, otras las imita»^.
Existen, por tanto, artes que completan e integran de alguna
manera la naturaleza, y tienen como fin la mera utilidad pragmática,
y existen artes, en cambio, que «imitan» la naturaleza misma, repro­
duciendo o recreando algunos aspectos de la misma con material
plasmablc, con colores, sonidos o palabras, y cuyos fines no coinci-
den con los de la mera utilidad pragmática. Se trata de las llamadas
«bellas artes», que Aristóteles analiza en la Poética. En verdad el
Estagirita se limita a estudiar solamente la poesía, y, más bien, sólo
la poesía trágica y, secundariamente la poesía épica (en una parte de
la obra, ya perdida, el autor debía estudiar asimismo la comedia).
Pero algunas ideas que exp>one pueden aplicarse a todas las bellas
artes en general o, al menos, pueden extenderse también a las de­
más. Son dos los conceptos sobre los que se concentra la atención
para poder comprender cuál es, según Aristóteles, la naturaleza del
hecho artístico: a) el concepto de mimesis y b) el de «catarsis».

2 . L a « m i m e s is » POÉncA

Empecemos por la ilustración de la mimesis. Platón había censu­


rado severamente el arte, precisamente por ser mimesis, es decir,
imitación de cosas fenoménicas, las cuales (como sabemos) son, a su
vez, imitación de los paradigmas eternos de las ideas, convirtiéndose
así el arte en imitación de la imitación, apariencia de la apariencia,
que desvirtúa lo verdadero hasta hacerlo desaparecer. Aristóteles se
opone abiertamente a este modo de concebir el arte, e interpreta
la mimesis artística con arreglo a una perspectiva opuesta, hasta
convertirla en una actividad que, lejos de reproducir pasivamente la
apariencia de las cosas, las recrea en cierto modo según una nueva
dimensión.
Leamos el texto fundamental en este sentido:

t. Phys. B 8. 199(1 15-17.

126
La «mimesis» poética

Resulta claro (...) que el oficio de poeta no consiste en escribir cosas que han
sucedido realmente, sino aquellas que han podido suceder en determinadas condicio­
nes: es decir, cosas que son posibles según las leyes de la verosimilitud o de la
necesidad. En realidad el historiador y el poeta no difíeren entre sí porque uno
escribe en verso y otro en prosa; la historia de Herodoto. por ejemplo, podría haber­
se escrito perfectamente en verso, y aun así no sería menos historia de lo que es sin
estar escrita de esta forma; la verdadera diferencia consiste en que el historiador
describe hechos realmente acaecidos, mientras que el poeta relata hechos que pueden
suceder. Por ello la poesía es algo más filosófico y más elevado que la historia; la
|xx;sía tiende más bien a representar lo universal, la historia lo particular. De esta
manera podemos ofrecer una idea de lo universal; a un individuo de esta o aquella
naturaleza le corresponde decir o hacer cosas de tal o cual naturaleza de conformidad
con las leyes de la verosimilitud o de la necesidad; y precisamente a esto responde la
poesía, aun cuando atribuya nombres propios a sus personajes. Se trata de algo
particular cuando se dice, por ejemplo, qué hizo Alcibíades o qué le sucedió^

Este pasaje ilustra muchos aspectos.


a) En primer lugar Aristóteles comprende perfectamente que la
poesía no es poesía por utilizar versos (un historiador podría utilizar
versos y, sin embargo, no hacer poesía). Y, en general, se puede
decir con toda exactitud que no son los medios empleados por el
arte los que hacen que éste sea arte.
b) En segundo lugar, Aristóteles señala con la misma exactitud
que la poesía (y el arte en general) no depende ni siquiera de su
objeto, o, mejor dicho, del contenido de verdad de su objeto. No es
la verdad histórica de las personas, de los hechos y de las circunstan­
cias que representa la que le confiere valor de arte. Éste puede
narrar también cosas efectivamente sucedidas, pero sólo llega a ser
arte si a estas cosas les añade un cierto quid del que carece la narra­
ción puramente histórica (recuérdese que el Estagirita entiende la
narración histórica ante todo como crónica, como descripción de
personas y de hechos vinculados por un lazo exclusivamente crono­
lógico). Sí las Historias de Herodoto se hubieran escrito en verso, no
por ello quedarían convertidas en poesía; sin embargo, cosas efecti­
vamente sucedidas y narradas por Herodoto podrían convertirse en
poesía. ¿Cómo? Nos responde Aristóteles: «Si se le ocurre a un
poeta narrar de forma poética hechos realmente acontecidos no será

2. Poet. 9, 1451a 36-I451fr II.

127
VIL La filosofía del arte

por ello menos poeta; ya que entre los hechos realmente sucedidos
nada impide asimismo que haya algunos de tal naturaleza que pue­
dan concebirse no como acaecidos realmente, sino como si hubieran
sido posibles y verosímiles; y es precisamente bajo este aspecto de
su posibilidad y verosimilitud como los trata el poeta y no el histo­
riador»".
c) Resulta, pues, claro, en tercer lugar, que el arte tiene una
superioridad sobre la historia por la diferente manera como trata los
hechos. En efecto, mientras la historia permanece ligada totalmente
a lo particular, y lo considera como propio en cuanto particular, el
arte, cuando se refiere a los mismos hechos que estudia la historia,
los transfigura, por decirlo así, en virtud de su manera de tratarlos y
de verlos «bajo el aspecto de la posibilidad y de la verosimilitud», y
de esta forma les confiere un significado más amplio, universalizan-
do en cierto sentido este objeto. Aristóteles utiliza precisamente el
término técnico «universal» (xct xaOó)iou)‘. Pero, ¿qué tipo de «uni­
versales» pueden ser los del arte, esos tipos de universales que (co­
mo hemos leído en el pasaje del que hemos partido) no desdeñan
nombres propios?
4 ) Evidentemente, no tenemos que enfrentarnos aquí con los
universales lógicos, del tipo de los que estudia la filosofía teorética
y, en especial, la lógica. En realidad, si el arte no debe reproducir
verdades empíricas, tampoco debe reproducir verdades ideales de
tipo abstracto, verdades lógicas. El arte no sólo puede y debe des­
vincularse de la realidad y presentar hechos y personajes como po­
drían y deberían haber sido, sino que, dice expresamente Aristóte­
les, puede también introducir lo racional y lo imposible, e incluso
puede decir mentiras y utilizar convenientemente paralogismos (es
decir, razonamientos falaces); y puede hacerlo a condición de que
convierta en verosímiles lo imposible y lo irracionaP. El Estagirita
llega incluso a decir esto: «(...) lo imposible verosímil es preferible a
lo posible increíble»"; y también: «Respecto a las exigencias de la
poesía, hay que tener presente que una cosa imposible pero creíble

3, Poet. 9. 14516 29-33.


4. Poet. 9. 14516 7.
5. Véase Poet. 24, I460ij 13ss.
6, Poet. 24. 1460a 26ss.

128
Lo bello

es siempre preferible a algo increíble, aunque sea posible»’. Natu­


ralmente, siendo así las cosas, el arte podrá representar perfecta­
mente de manera falaz a los dioses, porque así los imagina el vulgo
y, en cuanto creencia de este, forman parte de la vida.
e) La universalidad de la representación del arte nace de su capa­
cidad de reproducir los hechos «según la ley de la verosimilitud y de
la necesidad», es decir, procede de su capacidad de reproducir los
hechos de tal manera que resulten vinculados y relacionados de
modo perfectamente unitario, como si formaran parte de un orga­
nismo en el cual cada una de las partes tiene su sentido en función
del todo del que es parte.
Valgimigli, utilizando una terminología de Croce, dice que el
universal del arte es «el universal concreto, incluso en lo máximo de
su concreción»”, Se podría decir también el «universal fantástico»,
utilizando módulos más cercanos a Vico. Pero es obvio que esta
terminología nos lleva más allá de Aristóteles. Sin embargo, par­
tiendo de las consideraciones desarrolladas anteriormente, está cla­
ro que, en el célebre pasaje del cual hemos partido, el Estagirita ha
intuido, aunque de forma vaga y confusa, este hecho; el arte es más
filosófico que la historia, pero no es filosofía; el universal del arte no
es el universal lógico y, por tanto, es algo que tiene su valor propio,
aun cuando éste no sea ni el valor de lo verdadero histórico ni el de
lo verdadero lógico. De esta manera queda claramente superada la
posición platónica.

3. Lo BELLO

La estética moderna nos ha acostumbrado a considerar los pro­


blemas del arte de forma que nos resulta difícil pensar que pueda
darse una definición del mismo prescindiendo de una definición
adecuada de lo bello. En realidad, esto no resultaba tan claro para
los antiguos. Platón asoció lo bello a lo erótico más que al arte; y

7. Poct. 25. 1461fr lis.


8. Aristóteles, Poética, bajo la dirección de M. Valgimigli. Lutena. Bari '1968, pág. 28 (la traducción de la
Poética ha sido publicada en la colección «Filosofi antichi e medievalí» y en la «Piccola biblioteca filosófica
l.aterza», en edición reducida).

129
VII. La filosofía del arte

Aristóteles, que lo vinculó al arte, no lo definió sino incidentalmen­


te en la Poética, Y ésta es la definición que dio del arte:

(...) Lo bello, ya sea un ser animado o cualquier otro objeto igualmente constitui­
do de partes, no sólo debe presentar en éstas cierto orden, sino que debe tener
también su propia magnitud; en realidad, lo bello consta de magnitud y de orden; por
tanto, no podría ser bello un organismo excesivamente pequeño, porque en tal caso
la vista se confundiría al operar en un momento de tiempo casi imperceptible; tampo­
co podría ser bello un organismo excesivamente grande, como si se tratase, por
ejemplo, de un ser de diez mil estadios, porque en ese caso el ojo no puede abarcar
todo el objeto en su conjunto, escapando de esta forma a quien lo contempla la
unidad y su totalidad orgánica

Este mismo concepto expresó el filósofo en la Metafísica, donde


lo bello está asociado a las matemáticas:

Puesto que el bien y lo bello son diferentes (el primero se encuentra siempre en
las acciones mientras que lo segundo se da también en los entes inmóviles), se equi­
vocan aquellos que afirman que las ciencias matemáticas no dicen nada acerca de lo
bello y del bien. En efecto, las matemáticas hablan del bien y de lo bello y lo dan a
conocer en sumo grado; en realidad, si es cierto que no nombran jamás tales cosas
ezpHcitamente, proclaman, sin embargo, sus efectos y razones, y por tanto no se
puede dedr que no hablen de ellas. Las supremas formas de lo bello son: el orden y la
simetría y lo definido, y las matemáticas dan a conocer estos conceptos más que
ninguna otra ciencia'*’.

Así pues, lo bello, implica para Aristóteles orden, simetría de las


partes, determinación cuantitativa; en una palabra: proporciones.
Y se comprende que, aplicando estos cánones a la tragedia,
Aristóteles no la quisiera ni demasiado larga ni excesivamente corta,
sino capaz de ser comprendida con la mente de una sola mirada
desde el principio hasta el fin. Y esto mismo debía aplicarse, según
él, a toda obra de arte".
Esta manera aristotélica de concebir lo bello lleva la clara im­
pronta helénica, caracterizada por la huida de todo exceso y la afi-

9. Poet. 7. I45<M» 36-l45l<i 4.


10. Meiapít. M 3. 1078a .31-1078/) 2.
11. Vénw Poet. 7.

1 30
La catarsis

ción a la «medida» y en especial la clave del pensamiento pitagórico,


que atribuía la perfección al «límite».

4. L a c a t a r s is

Hemos dicho que Aristóteles estudia fundamentalmente la tra­


gedia y que desarrolla su teoría del arte en relación con ella. Aquí
no podemos adentramos en los detalles de la cuestión; p>ero queda
por aclarar un punto que, presentado en estrecha vinculación con la
definición de la tragedia, cabe aplicarlo al arte en general. Escribe el
Estagirita: «La tragedia (...) es mimesis de una acción seria y reali­
zada en sí misma, con cierta extensión y expresada en un lenguaje
embellecido con varias clases de elementos ornamentales, pero cada
uno en su lugar en las diferentes partes; en forma dramática y no
narrativa; la cual, medíante una serie de casos que suscitan piedad y
terror, tiene como efecto elevar y purificar el ánimo de tales pasio-
/ie5»'\ El texto original dice exactamente que produce la catarsis de
las pasiones (xá'&opoig x(óv jiadT)páTü>v). El punto más interesante
es precisamente el final de la definición, que, sin embargo, resulta
bastante ambiguo y, por consiguiente, ha sido objeto de diferentes
exégesis. Algunos consideraron que Aristóteles hablaba de purifica­
ción de las pasiones en sentido moral, como de su sublimación obte­
nida mediante la eliminación de lo que tienen de peor. Otros, en
cambio, entendieron la catarsis de las pasiones «en el sentido de
remover o eliminar provisionalmente las pasiones, en sentido casi
fisiológico y, por tanto, en el sentido de liberar de las pasíones^\
Aristóteles debió de explicar más a fondo en el segundo libro de
la Poética el sentido de catarsis, pero, por desgracia, se perdió
esta obra. Sin embargo, hay dos fragmentos de la Política que men­
cionan esta cuestión y que vamos a reproducirlos, dada la importan­
cia del tema. En el primer pasaje se lee: «Además la flauta no es un
instrumento que favorece las cualidades morales, sino que suscita

12. Poet. 6, I449fr 24-28.


13. Entre lus muchos escritos en torno a lu cuestión, indicamos el urliculo de W.J. Verdonius, Kátharsis fd/i
fuiihemáion, en Aufour d'Aristotc (varios autores), Lovuina 1955, pág. 367-73, que analizu de manera sucinta y
chira lodos los elementos que se requieren para In comprensión de lu cuestión.

131
Vn. La filosofía del arte

más bien emociones desenfrenadas, hasta ei punto de que solamente


deberá utilizarse en las ocasiones en las que el escucharla produce
catarsis más que aumento del s a b e r » E n el segundo pasaje se
añade esta precisión:

Aceptamos la distinción efectuada por algunos filósofos entre melodías que tienen
un contenido moral, melodías que estimulan la acción y aquellas otras que suscitan
entusiasmo; las armonías se clasifican también en exacta correspondencia con ellas.
A esto se añade que, a nuestro parecer, la música no se practica para lograr un tipo
único de beneficio que pueda derivarse de ella, sino para usos múltiples, puesto que
puede servir para la educación, para procurar la catarsis (...) y en tercer lugar para el
reposo, la elevación del alma y la supresión de las fatigas. De todas estas considera­
ciones resulta daro que se debe hacer uso de todas las armom'as, pero no de la misma
manera, utilizando para la educadón aquellas que poseen un mayor contenido moral
y para escuchar músicas ejecutadas por otros las que nos indtan a la acdón o inspiran
la emoción. Y estas emociones, tales como la piedad, el miedo y el entusiasmo, que
en algunos provocan fuertes resonancias, se manifiestan, no obstante, en todos, aun
cuando en mayor o menor grado. Y vemos, además, que, cuando algunos que se
sienten fuertemente conmovidos por ellas, escuchan cantos sagrados que impresio­
nan al alma, se encuentran en la situación propia de quien ha recuperado la salud o ha
sido purificado. Esto mismo puede aplicarse también a los sentimientos de piedad, de
temor y en general a todos los sentimientos y a los afectos de los que cada uno tiene
necesidad; porque todos pueden experimentar la purificación y el alivio agradable.
Análogamente, las músicas especialmente idóneas para producir purificación propor­
cionan a los hombres una alegría inocente^.

E>e estos pasajes se deriva claramente que la «catarsis poética»


no es ciertamente una purificación de carácter moral (ya que se
distingue expresamente de la misma), pero cabe deducir de forma
igualmente clara que tal catarsis no puede reducirse a un hecho
puramente fisiológico. Es probable, o en todo caso posible, que, con
fluctuaciones e incertezas, Aristóteles entreviera en aquella «libera­
ción» agradable producida por el arte algo análogo a lo que hoy
llamamos «placer estético ».
Platón había condenado el arte, entre otras cosas, porque éste
desencadena sentimientos y emociones, debilitando el elemento ra­
cional que los domina. Aristóteles da un sentido totalmente distinto

14. Po/. 0 6. t34l0 21-24.


15. Po/. 0 7. 13416 32-13420 16.

132
La catarsis

a la interpretación platónica; el arte no nos impone un p>eso, sino


que nos descarga de la emotividad, y el tipo de emoción que nos
proporciona no sólo no nos perjudica, sino que de alguna forma nos
devuelve la salud.

133
C a p ít u l o V lli

LA FUNDACIÓN DE LA LÓGICA
(Análisis del Organon)

1. C o n cepto d e lógica o « a n a iíh c a »

En el esquema sobre cuya base el Estagirita ha subdividido y


sistematizado las ciencias, no hay lugar para la lógica, y esto no se
debe al azar. Esta ciencia no tiene por objeto ni la producción de
algo (como las ciencias poéticas), ni la acción moral (como las cien­
cias prácticas), ni siquiera una determinada realidad distinta de la
que es objeto de la metafísica o de la que es objeto de la física o de la
matemática (ciencias teoréticas).
La lógica considera, en cambio, la forma que debe tener cual­
quier tipo de razonamiento que pretenda demostrar algo y, en gene­
ral, que trate de probar. La lógica muestra por tanto cómo procede
el pensamiento cuando piensa, cuál es la estructura del razonamien­
to, cuáles son sus elementos, cómo es posible proporcionar demos­
traciones, qué tipos y modos de demostraciones existen, sobre qué
cosa versan y cuándo son posibles.
Naturalmente, cabría decir que la lógica es ciencia en sí misma,
en cuanto su contenido viene dado precisamente por las operaciones
(leí pensamiento, es decir del ens tamquam verum (el ser lógico) que
el Estagirita ha distinguido efectivamente'. Sin embargo, esto sólo
coincidiría parcialmente con las ideas de Aristóteles, que sólo de
refilón y casi accidentalmente ha dado el nombre de «ciencia» a la

I. V íu ie Metaph. E 2-4.

135
VIII. La fundación de ia lógica

lógica^ considerándola más bien como un estudio preliminar, es


decir, como una propedéutica general de todas las ciencias. Por
consiguiente, el término organon, que significa «instrumento», in­
troducido p>or Alejandro de Afrodisia para designar la lógica en su
conjunto (y aplicado a partir del siglo vi después de Cristo como
título al conjunto de todos los escritos aristotélicos relacionados con
la lógica), define perfectamente el concepto y el fin de la lógica
aristotélica, que pretende suministrar precisamente los instrumentos
mentales necesarios para afrontar cualquier tipo de indagación\
Hemos de observar además que el término «lógica» no fue utili­
zado por Aristóteles para designar lo que hoy entendemos por ella.
El uso de este nombre en la acepción mencionada procede de 1a
época de Cicerón (y probablemente su origen se remonta a la escue­
la estoica), pero se consolidó definitivamente con Alejandro\ El
Estagirita llamaba en cambio a la lógica con el término «analítica», y
Analíticos se titulan los escritos fundamentales del Organon\
La analítica (del griego analysis, que significa resolución) explica
el método con el que, partiendo de una conclusión dada, ésta se
resuelve precisamente en los elementos de los que se deriva, es
decir, en las premisas de las que procede y que, por tanto, constitu­
yen su fundamento y la justifican. La anaUtica es básicamente la
doctrina del silogismo y, en efecto, éste constituye el núcleo funda­
mental y el eje en torno al cual giran todas las demás figuras de la
lógica aristotélica. Por lo demás, el Estagirita tyvo perfecta concien­
cia de ser el descubridor del silogismo, hasta el punto de que al final
de las Refutaciones sofísticas nos dice con toda claridad que, mien­
tras con respecto a los discursos retóricos existían ya muchos y anti­
guos tratados, sobre el silogismo no había absolutamente nada\ Lo
que equivale a decir que desde el momento en que la lógica (en­
tendida en sentido aristotélico) está polarizada totalmente en torno
al silogismo, el descubrimiento de éste ha sido precisamente lo que

2. VéuKC Hhtf. A 4. 10, donde üc luiblu de «ciencia analítica» (y anaítiica, como diremn» enseguida,
ocupa en Aristóteles el lugar de lógka).
3. Véase Tli. Wall/., Arhtotdis Organon, 2 vol., Lipsiac 1844 (reeditado en Aalen 196.5), vol. II, pAg. 293s.
4. Véase C. Pruiiil, ikschkhte tkr Logik im Abendtande, 2 vol., Leipzig -1927, vol. II, pág. 54, 535.
5. Aristóteles cita estos escritos además de con el título Analíticas con la expresión Escritos sobra al silogismo',
véase Arislotele, (Jii Analitici prinii, a cargo de M. Mignuccí, Nópoles 1970. pág. 40 y nota. 2.
6. Refutaciones xoflsiícus, 34, 183/> 34»» y en parte 184e 8-1846 8.

136
La génesis de la lógica aristotélica

permitió al Estagirita la organización, y por tanto, la sistematización


de toda la problemática lógica y, por consiguiente, la fundación de
la lógica.

2. E l p r o y e c t o g e n e r a l d e l o s e s c r it o s l ó g ic o s y l a g é n e s i s d e l a

LÓGICA ARISTOTÉUCA

Para poder orientamos mejor en la exposición de la temática


lógica, resulta oportuno describir a grandes rasgos el proyecto gene­
ral que trasciende de los escritos lógicos llegados hasta nosotros.
Éstos no fueron ciertamente compuestos en el orden en el que los
autores posteriores los coordinaron dentro del Organon^; sin embar­
go, todavía hoy se leen precisamente en este orden. En el centro,
como ya hemos dicho, se encuentran los Analíticos (que Aristóteles
consideró quizás una obra única)*, entre los que se estableció bien
pronto la distinción entre Analíticos primeros y Analíticos segundos.
Los primeros estudian la estructura del silogismo en general, sus
diversas figuras y sus diferentes modos, considerando todo ello de
manera formal, es decir, prescindiendo de su valor de verdad y
estudiando exclusivamente la coherencia formal del razonamiento.
En realidad, puede darse un silogismo formalmente correcto, es
decir, que partiendo de determinadas premisas deduce las conse­
cuencias que se imponen teniendo en cuenta las premisas menciona­
das; pero sí éstas no son verdaderas, el silogismo, aun siendo for­
malmente correcto, llega a conclusiones falsas. En cambio, en ios
Analíticos segundos Aristóteles se ocupa del silogismo, además de
formalmente correcto, verdadero, o sea del silogismo científico, en
el que consiste la demostración verdadera y propiamente dicha. He
aquí la definición que nos da Aristóteles del mismo: «Llamo demos­
tración al silogismo científico; llamo científico al silogismo en virtud
del cual, por el mero hecho de poseerlo, tenemos ciencia. Ahora
bien, si tener ciencia es lo que nos habíamos propuesto, es necesario
que la ciencia de nuestra vida proceda de protasis verdaderas, pri-
7, Véase el status quaestionis en Aristotele. 67/ AnaUtici primi, bajo lu dirección de M. Mlgnuccl, Nápoles
1970, pág. I9ss; véase, además. V. Sainuti, Storia deii'Organon aristottUco, Flurcncla 1968.
H. Véase O tfia n o n , ed. preparada par Wailz, cil., 1, pág. 36As.h.

137
VIH. La fundación de la lógica

meras, inmediatas, más conocidas, anteriores y causas de las conclu­


siones. De esta manera los principios estarán en consonancia con lo
demostrado. En realidad, el silogismo subsiste también sin estas
condiciones, mientras que la demostración no puede subsistir sin
ellas, ya que no produciría ciencia»^.
Por consiguiente, además de las premisas, los Analíticos segun­
dos se ocupan de la manera como éstas llegan a conocerse y de los
problemas relacionados de la defínición. En los Tópicos Aristóteles
estudia en cambio el silogismo dialéctico, es decir, el silogismo que
parte de premisas simplemente fundadas en la opinión, o en ele­
mentos que parecen aceptables para todos, o para la mayor parte, y
que, por tanto, ofrece tipos de argumentaciones meramente pro­
bables.
Finalmente, en las Refutaciones sofísticas (que quizá constituye­
ron el último libro de los Tópicos)'"^, el fílósofo se ocupa de las
argumentaciones sofísticas.
Puesto que los silogismos están formados por juicios o proposi­
ciones y éstos, a su vez, están constituidos por conceptos y términos,
Aristóteles debía ocuparse en consecuencia tanto de los primeros
como de los segundos. En efecto, en las Categorías, y en el tratado
De la interpretación se encuentran respectivamente análisis que se
refieren de manera aproximada a los elementos más simples de la
proposición, es decir, a los conceptos o primeros términos y al juicio
y a la proposición; por consiguiente, los encargados de coordinar el
Organon consideraron muy natural situar estos tratados al comienzo
del mismo, como si fuesen preliminares a los Analíticos y a los Tópi­
cos. No cabe duda de que subsiste tal vínculo, pero es mucho más
tenue de lo que se creyó en el pasado. En especial, se observa que la
doctrina sobre el concepto y la proposición, tal como la presentan
los tratados clásicos de lógica y también en gran parte los manuales
es, en buena medida, fruto de reelaboraciones posteriores (especial­
mente medievales) de algunos elementos tomados de Aristóteles.

9. An, post. A 2, 7\h I7-2.*S, tviguiciuto la traducción de Mignucci (Arístoide. Cii Anaiiríci secomii, Bolonia
1970; étita en lu edición menor. Mignucci la reedita con un comenlurio amplísimo en la misma colección en la que
han aporecido los Analitici prinii, Lufíredo, Nápoles).
10. Waitz los considera simplemente como último libro (Iota) de los Tópicos, en su edición cil. del Organon;
véase la justiflcación que aduce en el vol. II, pAg. S2fis; véase asimismo las indicaciones hechas por Mignucci en su
cd. cil. de los AnatftM primi, pág. 19, nota 2.

138
Las categorías, los términos y la definición

Finalmente, para que no se nos escape el sentido histórico de la


lógica aristotélica, debemos recordar que ésta nació de una reflexión
en torno a los procedimientos que habían puesto en marcha los
filósofos anteriores, principalmente a partir de los sofistas, y sobre
todo en torno al procedimiento socrático, especialmente tal como
Platón lo amplió y profundizó. No cabe duda de que influyó también
el método matemático, como lo demuestra la terminología misma
utilizada para indicar muchas fíguras de la lógica. Pero la matemáti­
ca no fue sino una componente; existían otras ciencias cuyo método
pudo haber sugerido a Aristóteles sus descubrimientos. La lógica
aristotélica tiene, por consiguiente, una génesis perfectamente filo-
.sófica; esta ciencia indica el momento en el que el logos filosófico,
después de haber madurado completamente a través de la estructu­
ración de todos los problemas principales, resulta capaz de cuestio­
narse a sí mismo y a su propio método de proceder, hasta llegar a
establecer qué es la razón misma, o sea qué hay que hacer para
razonar, así como cuándo y sobre qué cosa cabe razonar. Este des­
cubrimiento bastaría por sí solo para asignar a Aristóteles uno de los
prímerísimos puestos en la historia del pensamiento humano.

3. L as c a teg o ría s , los tér m in o s y la d efin ició n

El tratado sobre las Categorías contiene, como ya hemos dicho,


algo que corresponde de alguna forma al estudio del elemento más
simple de la lógica. Si tomamos proposiciones como «el hombre
corre» o «el hombre vence» y deshacemos el vínculo que las une, es
decir, separamos el sujeto del predicado, obtendremos palabras «sin
conexión», o sea, desvinculadas de la proposición, tales como
«hombre», «vence», «corre» (o sea términos no combinados que, al
combinarse, dan origen a la proposición). Ahora bien, dice Aristó­
teles: «Cada una de las cosas que se dicen sin ninguna conexión
entre sí significan o bien la substancia o la cantidad o la cualidad o la
relación o el lugar o el tiempo o el estar en una posición^ o el tener o
el hacer o la pasión»^\ Como se ve, se trata de las categorías que

II. CVi/. 4. l^ 25-27.

139
VIH, La fundación de la lógica

conocemos ya perfectamente por la Metafísica. Aquí están cataloga­


das en número de diez (quizá en homenaje pitagórico al número
perfecto de la década), pero sabemos que en verdad el número más
exacto es ocho, ya que se incluyen en otras categorías «el estar en
una posición» (o «yacer») y el «tener»:
Ahora bien, si, como hemos visto ya, las categorías representan
desde el punto de vista metafísico los significados fundamentales del
ser, está claro que desde la perspectiva lógica, ellas deben ser los
géneros supremos a los cuales debe poder referirse cualquier térmi­
no de la proposición. Por tanto, e! pasaje que acabamos de leer es
muy claro; si descomponemos una proposición en sus términos, ca­
da uno de éstos y todos los que obtengamos significan en último
análisis una de las categorías. Por tanto, al igual que éstas (desde el
punto de vista ontológico) representan los significados últimos del
ser, representan (desde la perspectiva lógica) los significados últi­
mos a los cuales son reducibles los términos de una proposición.
Tomemos, por ejemplo, la proposición «Sócrates corre», y descom­
pongámosla, obteniendo «Sócrates», que figura en la categoría de la
substancia y «corre», que entra en la categoría de la «acción». Si
digo «Sócrates está ahora en el Liceo» y descompongo la proposi­
ción, obtendremos «Sócrates», que figura en la categoría de la subs­
tancia, «ahora» que representa la categoría de «tiempo», «en el
Liceo», que constituye la categoría de «lugar»; y así sucesivamente.
«Categoría» fue traducida por Boecio como «predicamento»,
pero la traducción sólo expresa parcialmente el sentido del término
griego y, no siendo del todo idónea, origina numerosas dificultades
que pueden eliminarse en gran parte conservando el nombre origi­
nal. En realidad, la primera categoría ejerce siempre la función de
sujeto y sólo impropiamente la de predicado, como cuando digo:
«Sócrates es un hombre» (es decir, Sócrates es una substancia); las
otras desempeñan la función de predicado (o, si se quiere, son las
supremas figuras de todos los predicados posibles, los géneros su­
premos de los predicados). Y, naturalmente, puesto que la primera
categoría constituye el ser sobre el que se apoya el ser de las demás,
la primera categoría será el sujeto y las demás sólo podrán ser in­
herentes a este sujeto, y por tanto, sólo ellas podrán ser predicados
verdaderos y propios.

140
Las categorías, los términos y la definición

Cuando nos detenemos en los términos aislados de la proposi­


ción y se considera en sí mismo cada uno de ellos, no tenemos ni
verdad ni falsedad. Dice Aristóteles: «Estas cosas que hemos clasifi­
cado, tomadas cada una en sí misma y por sí, no constituyen una
afirmación, ésta se genera, en cambio, mediante su recíproca cone­
xión; y en realidad toda afirmación, al parecer, es verdadera o falsa,
mientras que ninguna de las cosas expresadas sin una conexión recí­
proca es verdadera o falsa, por ejemplo: “hombre”, “blanco”, “co­
rre”, “vence”»‘^ Lo que significa que la verdad (o la falsedad) no se
encuentra jamás en los términos tomados individualmente, sino ex­
clusivamente en el juicio que ios relaciona y en la proposición que
expresa tal vinculación. Naturalmente, puesto que las categorías no
son simplemente los términos que resultan de la descomposición de
la proposición, sino los géneros a los que aquéllas pueden reducirse
o dentro de las cuales se incluyen, las categorías son algo primario y
no reducibles ulteriormente. Como máximo se puede decir que son
«ser», pero el ser no es un género (como ya se ha visto) y, por
consiguiente, no son definibles, precisamente porque no existe nada
más general a lo que podemos recurrir para determinarlas.
De esta manera nos hemos referido al problema de la definición,
que Aristóteles no estudia en las Categorías, sino en los Analíticos
segundos y en otros escritos. Sin embargo, puesto que la definición
se refiere a los términos y a los conceptos, resulta adecuado referir­
nos a ella en este punto.
Se ha dicho que las «categorías» son indefinibles porque son
generalísimas, porque son los géneros supremos. Indefinibles son
también los individuos, pero por razones opuestas, es decir, porque
son particulares y se encuentran en la posición antípoda de las cate­
gorías; respecto a ellos sólo cabe la percepción, es decir, una apre­
hensión puramente empírica. Pero entre las categorías y los indivi­
duos existe toda una gama de ideas y de conceptos que van desde el
más general al menos, y son los que normalmente constituyen los
términos de los juicios y de las proposiciones que formulamos (el
nombre indicativo del individuo sólo puede aparecer como sujeto).
Todos estos términos que se encuentran entre la universalidad de las

12. C ar 4, 2/r 4-10.

141
VllL La fundación de la lógica

categorías y la particularidad de los individuos los conocemos preci­


samente a través de la definición (horismos),
¿Qué significa definir? La definición no pretende tanto explicar
el significado de una palabra como determinar qué es el objeto
señalado por la palabra. Por ello se explican perfectamente las defi­
niciones que Aristóteles ofrece de la definición, como «el razona­
miento que expresa la esencia», o «el razonamiento que expresa la
naturaleza de las cosas», o «el razonamiento que expresa la substan­
cia de las cosas»'\ Y para poder definir algo se necesitan el «género»
y la «diferencia», dice Aristóteles, o, como se ha expresado con
fórmula clásica del pensamiento aristotélico, el «género próximo» y la
«diferencia específica»'\ Si queremos saber qué significa «hombre»,
debemos determinar mediante el análisis el «género próximo» en el
que entra este concepto, que no es el de «viviente» (también las
plantas son vivientes), sino el de «animal» (el animal tiene, además
de la vida vegetativa, la sensitiva), debiendo analizar después las
«diferencias» que determinan el género animal, basta encontrar
la «diferencia última», distintiva del hombre, que es «racional». El
hombre es, pues, «animal» (género próximo) «racional» (diferencia
específica). La esencia de las cosas viene dada por la diferencia
última que caracteriza al género'^.
Naturalmente, cuanto se ha dicho respecto de las categorías vale
también para la definición de cada uno de ios conceptos; una defini­
ción será válida o no válida, pero nunca verdadera o falsa, porque
estos últimos conceptos implican siempre una unión o separación de
términos y esto sólo tiene lugar en el juicio y en la proposición, a los
cuales nos vamos a referir ahora.

4. L as pro po sicio n es (De interpretatione)

El juicio consiste en la unión recíproca de los términos (un nom­


bre y un verbo) y en afirmar o negar algo de otra cosa. Por consi-

13. Véase los liigurcs en los que upurecen estas definiciones en Organon, ed. preparada por Waita, di. II, pág.
398ss.
14. VéuMC los pbbbíci citados en ibid. pág. 399.
15. Véase cspecialnienlc Metaph. Z 12.

142
Las proposiciones

guíente, el juicio es el acto con el que afirmamos o negamos un


concepto respecto de otro, siendo la expresión verbal del juicio la
enunciación o proposición. En realidad, Aristóteles no cuenta con
una terminología precisa a este respecto; lo que nosotros llamamos
juicio él lo denomina más bien con el término de apophasis (afirma­
ción) y kataphasis (negación), es decir, términos que indican las
operaciones de las que consta el juicio, señalando con el término
protasis lo que nosotros llamamos proposición. El juicio y la propo­
sición constituyen la forma más elemental de conocimiento, aquella
que nos ayuda a conocer directamente el nexo que une predicado y
sujeto (lo verdadero y lo falso nacen, por tanto, con el juicio, es
decir, con la afirmación y con la negación: tenemos verdad cuando
el juicio une lo que realmente está unido (o separa lo que realmente
está separado), en cambio, tenemos falsedad cuando el juicio une lo
que no está unido (o separa lo que no está separado). La enuncia­
ción o proposición que expresa el juicio manifiesta en todo caso una
afirmación o una negación, y es, por tanto, o verdadera o falsa'^
(adviértase que no toda frase es una proposición que interese a la
lógica; todas las frases que expresan plegarias, invocaciones, excla­
maciones y similares rebasan los límites de la lógica y se refieren a
otro tipo de razonamiento, por ejemplo, el retórico y el poético; en
la lógica sólo entra el razonamiento apofántico o declarativo)'^.
La primera distinción que debe establecerse entre los diferentes
juicios es el de juicios afirmativos y negativos, puesto que precisa­
mente juzgar es afirmar o negar algo de otra cosa y, dado que a toda
afirmación de una cosa se opone su negación, y entre afirmación y
negación no hay término medio, una u otra serán necesariamente
verdaderas'*.
Referente a lo que se llamará «cantidad», es decir, a la extensión
(mayor o menor universalidad del sujeto), los juicios se dividen en
universales, si consideran un universal (por ejemplo: «todos los
hombres son blancos»; o bien: «ningún hombre es blanco»), indivi­
duales o singulares, si consideran a un individuo (por ejemplo: «Só­
crates es blanco» o «Sócrates no es blanco». Además, puede haber

16. De huerpr. I y 9.
17. De interpr. 4, I7« 1-7.
18- De interpr. 5-6.

143
VIII. La fundación de la lógica

juicios que tengan por objeto un universal, pero que no sea univer­
sal, como en el caso siguiente: «un hombre es blanco» (o «algunos
son blancos» y los correspondientes negativos); este juicio ha sido
denominado particular (en los Analíticos Aristóteles hablará de jui­
cios indefinidos). De los dos juicios contradictorios universales así
como de los individuales, el uno será siempre falso y el otro verda­
dero; en cambio, los juicios particulares contradictorios pueden ser
verdaderos a la vez (un hombre es blanco y otro es no blanco)‘\
El tratado De la interpretación, considera finalmente el modo
como se afirma o niega algo de otra cosa y, por tanto, la modalidad
de las proposiciones. Nosotros no sólo vinculamos un predicado a un
sujeto y los separamos entre sí, diciendo es o no es, sino que a veces
especifícamos también de qué manera están vinculados entre sí el
sujeto y el predicado: una cosa es decir «tal sujeto es así», y otra
«tal sujeto debe ser así», y otra también afírmar «tal sujeto puede ser
asi» (pongamos un ejemplo especialmente ilustrativo: una cosa es
decir «Dios existe», otra es asegurar «Dios debe existir» y otra muy
distinta «Dios puede existir»). Aristóteles reduce estas proposicio­
nes que implican necesidad y posibilidad a la forma asertoria, y así
tenemos, para la necesidad, la proposición «es necesario que A sea
B» y, para la posibilidad «es posible que A sea B». Las negaciones
de estas proposiciones serán: «no es necesario que A sea B» y «no es
posible que A sea B». A continuación el Estagirita desarrolla una
compleja serie de consideraciones sobre estas proposiciones
modales^.
En cambio, no se puede decir que el fílósofo determine las ulte­
riores distinciones del juicio hipotético y del disyuntivo.

S. E l s i l o g is m o

Cuando afirmamos o negamos algo de otra cosa, es decir, cuan­


do juzgamos o formulamos proposiciones, no razonamos todavía.
Ni tampoco razonamos al formular una serie de juicios y al clasificar
una serie de proposiciones desvinculadas entre sí.
19. />f inttrpr. 7.
2<K De interpr. 9ss.

144
El silogismo

En cambio, razonamos cuando pasamos de juicios o de proposi­


ciones a proposiciones entre las que existen determinados nexos y
que son, en cierto modo, las unas causas de las otras, siendo las
primeras antecedentes y las otras consecuentes. No hay razona­
miento, si no existe este nexo, esta consecuencia. Ahora bien, el
«silogismo» es precisamente el razonamiento perfecto, es decir, el
raciocinio en el cual la conclusión a la que se llega es efectivamente
la consecuencia que brota necesariamente del antecedente.
En general, en un raciocinio perfecto, es decir, en el silogismo,
debe haber tres proposiciones, de las cuales dos desempeñan la
función de antecedentes y por ello reciben el nombre de premisas,
siendo la tercera el consecuente, es decir, la conclusión que se deri­
va de las premisas. En el silogismo intervienen siempre tres térmi­
nos de los que uno ejerce una función similar a la bisagra que une a
los otros dos, como veremos más adelante.
Vamos a presentar el ejemplo clásico de silogismo: «Si todos los
hombres son mortales, y si Sócrates es hombre, entonces Sócrates es
mortal,
Como se ve, el hecho de que Sócrates sea mortal es consecuencia
que dimana necesariamente del haber establecido que todo hombre
es mortal y que Sócrates es hombre. «Hombre» es el término sobre
el que se apoya para concluir. Se comprende, por tanto, la célebre
definición dada por Aristóteles: «Silogismo es un razonamiento en
el que, establecidos algunos datos (es decir, las premisas) sigue ne­
cesariamente algo distinto de ellos, por el mero hecho de haber sido
establecidos. Y con la expresión “por el hecho de haber sido es­
tablecidos** entiendo el derivarse en virtud de ellos, y ulteriormente
con la expresión *^derivarse en virtud de ellos** entiendo que no
existe necesidad de ningún otro término extraño añadido para que
tenga lugar tal necesidad»^'.
Un especialista italiano comenta perfectamente este pasaje: «El
silogismo se caracteriza, por tanto, por derivarse el consecuente
necesariamente del antecedente por el mero hecho de que éste ha
sido establecido. En ese sentido, las premisas son causa no de la
verdad o falsedad, o en general del contenido, del consecuente en sí

21. Án. pr. A I. 2Ah 18-22 (nos apañamos en pane de la traducción de Mignucci).

145
VIII. La fundación de la lógica

mismo, sino de la consecuencia, de forma que supuesto el antece­


dente no puede menos de derivarse de él el consecuente. Las premi­
sas silogísticas tienen por ello valor de hipótesis y deben ir precedi­
das de la conjunción El silogismo se basa en la coherencia del
raciocinio, debiendo quedar fuera de toda duda el contenido de
verdad, cuya legitimidad se planteará, como veremos, desde otra
perspectiva.
Y ahora volvamos al ejemplo del silogismo presentado. La pri­
mera de las proposiciones se llama «premisa mayor», la segunda
«premisa menor» y la tercera «conclusión». De los dos términos que
se unen en la conclusión, el primero de ellos (que es el sujeto,
Sócrates), se llama extremo menor, el segundo (que es el predicado,
mortal), extremo mayor; y puesto que estos términos se unen entre
sí por medio de otro, al que se asigna la función de bisagra, éste
redbe el nombre de término «medio», o sea, término que efectúa la
mediación^.
Pero Aristóteles no se ha limitado a establecer qué es el silogis­
mo, sino que ha procedido a una serie de complejas distinciones
entre las diferentes posibles «figuras» de los silogismos y de los
diferentes «modos» válidos de cada figura.
Las diversas «figuras» (skhemata) del silogismo están determina­
das por las diferentes posiciones que el término medio puede ocupar
en las premisas respecto a los extremos. Y, dado que el medio a)
puede ser sujeto en la premisa mayor y predicado en la menor, b) o
bien puede ser predicado tanto en la premisa mayor como en la
menor, c) o también puede ser sujeto en las dos premisas, nos en­
contramos con tres figuras posibles del silogismo. El ejemplo citado
anteriormente corresponde a la primera fígura, la cual, según Aris­
tóteles, es la más perfecta, porque es la más natural, ya que mani­
fiesta de la manera más clara y lineal el proceso de mediación.
Pero, siendo así que las proposiciones que ejercen la función de
premisas pueden variar en lo referente a la «cantidad», es decir,
pueden ser universales o particulares, y en lo relativo a la «cuali­
dad», es decir, pueden ser afirmativas o negativas, tenemos ante
nosotros múltiples combinaciones posibles de cada una de las tres
22. M. Mignucci, La teoría aristotélica detia Jicienxa, Florencia, 1%5, pág. 151.
23. Véase An. pr. A 4.

146
La demostración

figuras. Con un análisis certero Aristóteles establece cuáles y cuán­


tas son estas combinaciones posibles. Éstos son los «modos» dcl
silogismo. Las conclusiones del Estagirita son las siguientes: hay
cuatro «modos» válidos de la primera figura, cuatro de la segunda y
seis de la tercera.
No es éste el lugar para referimos a ulteriores distinciones entre
silogismos perfectos o imperfectos, al modo de reducir los segundos
a los primeros, a las maneras de reducir los silogismos de las otras
figuras a los de ia primera, ni a las reglas que se refieren a la conver­
sión de las proposiciones para efectuar estas transformaciones; tam­
poco nos corresponde adentrarnos aquí en las cuestiones relativas a
la silogística modal que afronta el Estagirita, es decir, en las cuestio­
nes referentes a los silogismos que tienen en cuenta la modalidad de
las proposiciones que desempeñan la función de premisas (o sea,
según fijen la simple existencia o impliquen asimismo la modalidad
de la necesidad, o también la de la posibilidad) con todas las combi­
naciones posibles. Ésta es la parte más problemática y criticada de la
silogística aristotélica-'.
Finalmente, puesto que Aristóteles no había reconocido las pro­
posiciones hipotéticas y disyuntivas, tampoco pudo desarrollar la
doctrina acerca del silogismo hipotético y disyuntivo, sobre los que
llamará la atención Teofrasto y, ante todo, los estoicos.

6. E l s il o g is m o aENTÍnco o d e m o s t r a c ió n

Como ya hemos visto, el silogismo en cuanto tal muestra cuál es


la esencia misma del raciocinio, es decir, cuál es la estructura de la
deducción, y como tal prescinde, como ya se ha visto, del contenido
de verdad de las premisas (y, por tanto, de las conclusiones). En
cambio, el silogismo «científico» o «demostrativo» se diferencia del
silogismo en general precisamente porque, además de la corrección
formal de la deducción, considera también el valor de verdad de las
premisas (y de las consecuencias). A este propósito dice Mignucci:

24. Sobre l u cuestiones aquí meramente mencionadas, el lector encontrará todas las expUctwioncs y
necesarios en la introducción y en el curoeninrio de Mignucci. citado varias veces.

147
VIII. La fundación de la lógica

El procedimiento silogístico propio de la ciencia se llama demostración; se trata


de una clase particular de silogismo, que se diferencia de éste no por la forma, pues
de lo contrario no se le podría aplicar con verdad el nombre de silogismo, sino por el
contenido de las premisas empleadas. En la demostración, las premisas deben ser
siempre verdaderas, mientras que no es necesario que esto sea así en el silogismo
como tal, puesto que en este último sólo interesa determinar si cierto consecuente se
deriva o no de las premisas establecidas, por el mero hecho de haber sido estableci­
das, independientemente del valor de verdad que puedan tener. En cambio, en la
demostración, al ser ésta el procedimiento que conduce a la ciencia del consecuente,
a saber si el consecuente es verdaderamente tal o no, hay que emplear un anteceden­
te verdadero, ya que sólo de lo verdadero se deriva necesariamente lo verdadero»^.

Así pues, la ciencia, además de la corrección del procedimiento


formal, implica la verdad del contenido de las premisas. Pero lea­
mos un pasaje de los Analíticos segundos sobre esta cuestión funda­
mental:

Pensamos que tenemos dcncia de alguna cosa (...) cuando creemos conocer la
causa en virtud de la cual es la cosa, que aquélla es precisamente causa de esta cosa y
que no es posible que esto sea de otra manera. Por consiguiente, es imposible que
aquello de lo cual hay ciencia en sentido propio se presente de manera diferente a
como es. Ahora bien, sí hay otra manera de tener ciencia, lo veremos después (alu­
sión al conocimiento intuitivo con el que aprehendemos los primeros principios,
como veremos más adelante); por el momento diremos que tener ciencia es saber
mediante demostración. Llamo demostración al silogismo científico; entiendo como
científico el silogismo en virtud del cual, por el mero hecho de poseerlo, tenemos
ciencia. Ahora bien, si nos hemos propuesto tener ciencia (es decir, conocer la cau­
sa), es necesario que la ciencia demostrativa proceda de «protasis» verdaderas, prime­
ras, inmediatas, más conocidas y anteriores, y causas de las conclusiones. De esta
manera los principios corresponderán también a lo demostrado. En realidad, el sito>
gismo subsiste también sin estas condiciones, mientras que la demostración no puede
existir sin ellas, ya que no generaría ciencia^.

Este pasaje revela de manera paradigmática cuál es la idea aris­


totélica acerca de la «ciencia>^. Ésta consiste básicamente en un pro­
ceso discursivo que tiende a determinar el porqué o la causa y, de las
cuatro causas que conocemos, sobre todo la causa formal o la esen­
cia. Ésta es la causa fundamental, ya que indicar la esencia o natura-

25. Migniicci. La froha aristoteika defía scéenia, d i., pág. lito .


26. An. paM. A 2, 71fr 9>25 (iraduocióa de M. Migeiioct).

148
La demostración

leza de la cosa representa precisamente el «medio» en virtud del


cual establecemos la vinculación necesaria de ciertas propiedades a
un sujeto dado. Se comprende, por tanto, cuál es el significado de
una célebre afirmación que el Estagirita establece en la Metafísica:
«(...) como en los silogismos, así el principio de todos los procesos
de generación es la substancia; en realidad los silogismos se derivan
de la esencia y de ella resultan también las generaciones»^\ Así
como la substancia (esencia, forma o eidos) es el centro de la metafí­
sica y de la física, constituye también el centro de ¡a teoría de la
ciencia, es decir, de todo el sistema aristotélico. Mientras el silogismo
aristotélico, en general, implica un elevado grado de «formalismo»,
el científico, es decir, la demostración científica, resulta vinculada
casi por completo a la concepción metafísica de la substancia, y así la
ciencia aristotélica trata de ser investigación acerca de la substancia
y de todos los nexos que ésta implica.
Éste es un punto de vista considerablemente distinto del que
han adoptado para sí mismas las ciencias exactas de la edad
moderna.
El pasaje que hemos leído revela además un segundo punto fun­
damental, es decir, cómo deben ser las premisas del silogismo cientí­
fico o de la demostración. En primer lugar deben ser verdaderas por
las razones que hemos ilustrado ya ampliamente; además deben ser
primeras, o sea a ellas se debe recurrir, a su vez, para demostracio­
nes ulteriores, más conocidas y anteriores, o sea, inteligibles en sí y
claras y más universales que las conclusiones, y causas de estas últi~
mas, porque deben contener su razón.
Y así llegamos a un punto muy delicado de la doctrina aristotéli­
ca acerca de la ciencia. Aquí se plantea este problema: ¿Cómo co­
nocemos las premisas? No ciertamente por medio de silogismos ulte­
riores, porque, de lo contrario, tendríamos que continuar hasta el
infinito. Por tanto, se requiere otro procedimiento. ¿Cuál es este
procedimiento?

27. Metmph. TL% 1034« 20-32.

149
VIH. La fundación de la lógica

7. E l co n o cim ien to in m e d ia to

El silogismo es un proceso substancialmente deductivo, puesto


que obtiene verdades particulares partiendo de las universales. Pe­
ro, ¿cómo se obtienen las verdades universales? Aristóteles nos ha­
bla de la inducción y de la intuición como de procesos en cierto
modo opuestos al silogístico, pero que en todo caso los presupone el
silogismo mismo.
La inducción (éjcoYCOYií) es el procedimiento por el que se obtie­
ne lo universal a partir de lo p>articular. A p>esar de que Aristóteles
trate de mostrar en los Analíticos^ cómo la inducción misma puede
ser tratada a la manera del silogismo, no sólo no lo consigue, sino
que esta tentativa se queda totalmente aislada y el autor reconoce,
en cambio normalmente, que la inducción no es un raciocinio sino
una «conducción» de lo particular a lo universal en virtud de una
especie de aprehensión inmediata o de intuición (o como quiera
llamarse este conocimiento no mediato) o, si se quiere, en virtud de
este procedimiento en el cual el «medio» viene dado de alguna ma­
nera por la experiencia de los casos particulares (básicamente la
inducción es el proceso abstractivo)^.
La intuición (vo()g), en cambio, es la aprehensión pura y simple
de los primeros principios. Así, pues, Aristóteles admite también el
intelecto intuitivo. Leamos en los Analíticos segundos:

Puesto que algunos de los hábitos racionales con los que aprehendemos la verdad
son siempre verdaderos, mientras que otros admiten lo falso, como la opinión y el
cálculo, siendo el conocimiento científíco y la intuición siempre verdaderos, y puesto
que ningún otro género de conocimiento es más exacto que el científico con excepción
de la intuición y, por otra parte, los principios son más conocidos que las demostra­
ciones, y puesto que todo conocimiento científico está formado por argumentos, no
puede haber conocimiento científico de los principios, y puesto que no puede haber
nada más verdadero que el conocimiento científico con excepción de la intuiciónt ésta
debe tener por objeto los principios. A este resultado se puede llegar en la averigua­
ción realizando estas consideraciones o también teniendo en cuenta el hecho de que
el principio de la demostración no es otra demostración; por consiguiente, el princi­
pio del conocimiento científico no es el conocimiento científico. En esc caso, si no
tenemos ningún otro género de conocimiento verdadero además de la ciencia, la
28. Án pr, B 23, paxsim.
29. Véase H. Bonitz, tndex arijttoulicu.%, pág. IfAas.v,

150
Los príncipios de la demostración

intuición será principio de ésta. Por otra parte, la intuición puede considerarse como
principio del principio, mientras que la ciencia como conjunto guarda la misma rela­
ción con la totalidad de las cosas que tiene por objeto'*.

Una página, como se ve, que corrobora el principio básico del


platonismo; el conocimiento discursivo supone un conocimiento no
discursivo, la posibilidad del conocimiento mediato supone necesa­
riamente un conocimiento inmediato.

8 . L o s PRINCIPIOS DE LA DEMOSTRACIÓN

Así, pues, las premisas y los principios de la demostración se


obtienen mediante inducción o por intuición. A este propósito hay
que señalar que cada una de las ciencias asumirá, ante todo, premi­
sas y principios propios, es decir, premisas y principios que son
peculiares de ella y sólo de ella.
En primer lugar asumirá la existencia del ámbito o, mejor dicho
(en términos lógicos), la existencia del sujeto en tomo al cual versa­
rán todas sus determinaciones, al que Aristóteles llama el género
sujeto. Por ejemplo, la aritmética admitirá la existencia de la unidad
y del número, la geometría la existencia de la magnitud espacial,
etc.; y cada una de las ciencias caracterizará su objeto por medio de
la definición.
En segundo lugar, cada ciencia procederá a defínir el significado
de una serie de términos que le pertenecen (la aritmética, por ejem­
plo, definirá el significado de «mensurable», «inconmensurable»,
etc.), pero no asumirá la existencia de tales términos, sino que los
demostrará, probando precisamente que se trata de características
que corresponden a su objeto. En tercer lugar, para poder hacer
esto, las ciencias deberán recurrir a ciertos «axiomas», o sea, a pro­
posiciones verdaderas intuitivas, siendo éstos los principios en vir­
tud de los cuales se efectuará la demostración. He aquí un ejemplo
de axioma: «si de cosas iguales se quitan partes iguales, aquéllas
permanecerán iguales.» Por consiguiente, concluye Aristóteles, «to-

.W. An. posu B 19, 5-17.

151
VIH. La fundación de la lógica

da ciencia demostrativa guarda relación con tres elementos, o sea,


con lo que se ha establecido que es, es decir, el género cuyas afec­
ciones per 56 (= las características esenciales) considera la ciencia,
con los axiomas llamados comunes, a partir de los primeros de los
cuales se procede en las demostraciones y, finalmente con las afec­
ciones de las que se asume qué significa cada una de ellas»'*.
Entre los axiomas hay algunos que son «comunes» a varias cien­
cias (como el ya citado), otros que son propios de todas las ciencias
sin excepción, por ejemplo el principio de no contradicción (no se
puede afirmar y negar del mismo sujeto al mismo tiempo y bajo el
mismo aspecto dos predicados contradictorios), los principios de
identidad y de exclusión de tercero, que están estrechamente vincula­
dos con el de no contradicción (toda cosa es ella misma, no es
posible que haya término medio entre dos términos contradicto­
rios). Son los famosos principios trascendentales, es decir, válidos
para toda forma de pensamiento en cuanto tal (porque lo son res­
pecto a todo ser en cuanto tal), conocidos en sí mismos y por
tanto primeros, sobre los cuales Aristóteles discute expresa y am­
pliamente en el célebre libro cuarto de la Metafísica, Tales princi­
pios son las condiciones absolutas de toda demostración (y son
obviamente indemostrables, porque toda forma de demostración ios
presupone estructuralmente)^.
Por consiguiente, las ciencias tienen principios propios, princi­
pios comunes a algunas, principios comunes a todas, que son apre-
hensibles por inducción o por intuición y determinables por defini­
ción, siendo éstas las condiciones de la mediación silogística.

9. Los SILOGISMOS DIALÉCTICOS Y SOFÍSTICOS

Hemos visto que la teoría del silogismo en general considera la


pura corrección formal de la deducción; en cambio, la teoría del
silogismo científico o de la demostración considera también el con­
tenido de verdad de la deducción, que, como sabemos, depende de

31, An. post. A 10, 76/> II-16.


32. Vdase Metaph, P 3*8 y Arintótcle», La Metafísica, ed. preparada por Reate, cit., vol. 1, pág. 329-S7.

152
Los silogismos dialécticos y sofísticos

la verdad de las premisas. Sólo existe silogismo científíco cuando las


premisas son verdaderas y tienen las características analizadas ante­
riormente. Cuando las premisas, en vez de verdaderas, son simple­
mente probables, es decir, basadas en la opinión, tenemos el silogis­
mo dialéctico, que Aristóteles estudia en los Tópicos,
Aristóteles explica perfectamente la finalidad de este tratado
como sigue:

£1 objetivo que se propone este tratado es hallar un método para poder formar,
en tomo a cualquier formulación propuesta de investigación, silogismos que partan
de elementos basados en la opinión, y para no expresar nada contradictorio respecto
a la tesis que defendemos nosotros mismos. Ante todo es necesario dedr qué es un
silogismo y qué diferencias caracterizan a su esfera, a fin de poder asumir el silogismo
dialéctico; en el presente tratado analizamos precisamente este último. Silogismo es
propiamente un raciocinio en el que. establecidos algunos elementos, se deriva nece>
sanamente algo diferente en virtud de los elementos establecidos. Por consiguiente,
se tiene, por una parte, demostración cuando el silogismo está formado por elemen­
tos verdaderos y primeros y se deriva de ellos, o también por elementos semejantes
que asumen el principio del conocimiento que les corresponde en virtud de ciertos
elementos verdaderos y primeros. Por otra parte, silogismo dialéctico es el que con­
cluye partiendo de elementos basados en la opinión. Elementos verdaderos y primeros
son además aquellos que obtienen su credibilidad, no a partir de otros elementos,
sino de sí mismos; en relación con los principios de las ciencias no hay por qué
continuar buscando la razón de los mismos, ya que todo principio es por sí mismo
digno de fe. Por el contrario, se basan en la opinión los elementos que aparecen
aceptables para todos o para la gran mayoría o para los sabios, y entre éstos o bien
para todos o para la mayor parte o para aquellos que son conocidos e ilustres por otras
razones^^.

El silogismo dialéctico, según Aristóteles, nos permite discutir y,


en especial, determinar, cuando discutimos con la gente común o
con personas doctas, cuáles son sus puntos de partida y hasta qué
punto se mantienen tales personas de acuerdo con ellos en sus con­
clusiones, no ya situándonos en un punto de vista ajeno al de estos
sujetos, sino partiendo de la perspectiva propia de ellos. Además, el
silogismo dialéctico permite a la ciencia no sólo discutir correcta­
mente el pro y los contras de varias cuestiones, sino descubrir los
primeros principios que, como sabemos, siendo silogísticamente in-

33. Top. A 1, lOOfl 18-1006 23 (Giorgio Colll, en Organon, Laterza, Barí ^1970).

153
VIII. La fundación de la lógica

deducibles, sólo pueden aprehenderse por medio de la inducción o


de la intuición; pero, sea cual sea la forma como los aprehendamos,
suponen la discusión con las opiniones de los más o de las personas
doctas. Explica Aristóteles: «Este tratado es también útil respecto a
los primeros de entre los elementos correspondientes a cada ciencia.
Partiendo de los principios propios de la ciencia que se analiza, es
imposible decir nada en torno a los principios mismos, puesto que
ellos son los primeros entre todos los elementos, siendo así necesa­
rio analizarlos con la ayuda de los elementos basados en la opinión,
que hacen referencia a cada objeto. Ésta es, por otra parte, la activi­
dad propia de la dialéctica o la que más se le acerca; al dedicarse a la
investigación, ella orienta hacia los principios de todas las cien­
cias»"^. Como se ve perfectamente, en Aristóteles «la dialéctica»
asume un significado muy distinto del que tenía en Platón (o, si se
quiere, conserva el significado más amplio y menos específico dado
por Platón, puesto que, para éste, la dialéctica era especialmente la
ciencia de las relaciones entre las ideas). Pero los Tópicos no ahon­
dan en este segundo punto, sino que se limitan preferentemente al
primero y, en consecuencia, desarrollan abundantemente los princi­
pios de la retórica".
Tópicos (xÓTioi) significa lugares (en latín: loci) y éstos indican
metafóricamente los cuadros ideales en los que se integran, y, por
tanto, de los que se obtienen los argumentos, como sedes y quasi
domicilia argumeníorum, como dirá Cicerón". Los Tópicos descri­
ben los «casilleros de los que el razonamiento dialéctico debe sacar
sus argumentos», como dice perfectamente Ross, que valora preci­
samente así esta obra aristotélica, que es con mucho la menos esti­
mulante de entre las que componen el Organon:

La discusión corresponde a una manera ya superada de pensar: es uno de los


últimos esfuerzos del espíritu griego que avanza hacia una cultura general que trata
de discutir cualquier materia sin estudiar sus primeros principios apropiados y que
conocemos con el nombre de movimiento sofista. Lo que distingue a Aristóteles (o
sea: teniendo en cuenta lo que éste dice en los Tópicos) de los sofistas, al menos tal

34. Top. A 2. lOlo 36-1016 4.


35. En relucíón con mui exposición puntual de iu «diaMc(ica> aristolélica. vóasc C.A. Viano, La hgéca di
ArisUUeie, Turtn 1955, cap. IV. passim.
36 Ck. Dr Onuote 2, 39. 162 (vóosc Top. H. al final).

154
La lógica y la realidad

como los pinta éste y también Platón, es que su fínalidad no consiste en ayudar a sus
oyentes y lectores a alcanzar el lucro y la gloria con una falsa apariencia de sabiduría,
sino en discutir las cuestiones de la manera más sensata que sea posible, sin poseer un
conocimiento especial. Pero él mismo ha mostrado un procedimiento mejor, el pro­
cedimiento de la ciencia. Han sido sus Analíticos los que han puesto fuera de moda a
sus T ópico^.

Finalmente, un silogismo, además de proceder a premisas basa­


das en la opinión, puede derivarse también de premisas que parecen
fundadas en la opinión (pero que en realidad no lo están), obtenién­
dose entonces el silogismo erísiieo, Y se da asimismo el caso de que
ciertos silogismos lo son sólo en apariencia y parecen ser concluyen-
tes, pero que en realidad sólo concluyen a causa de pasos y transi­
ciones incorrectos, produciéndose entonces los paralogismos, o sea,
los raciocinios equivocados. Ahora bien, en De sophisticis elenkhis
(que se consideran como el noveno libro de los Tópicos)^ se estu­
dian con toda exactitud las refutaciones {elenkhos significa precisa­
mente refutación) sofistas, o sea, falaces. La refutación correcta es
un silogismo cuya conclusión contradice la del adversario; las refuta­
ciones de los sofistas, en cambio (y, en general, sus argumentacio­
nes) eran tales que aparecían correctas, pero en realidad no lo eran
y se valían de una serie de trucos para engañar a los inexpertos. Las
Refutaciones sofísticas estudian con notable perspicacia todos estos
posibles sofismas analizando los paralogismos más característicos
que se derivan de ellos.

10. L a lógica y la r e a u d a d

Muchos estudiosos han dicho y repetido hasta la saciedad que la


lógica aristotélica se encuentra en cierto modo separada de la reali­
dad; la lógica considera lo universal, la realidad, en cambio, es subs­
tancia individual y particular, lo universal no es real, mientras que lo
real no entra en las categorías lógicas. Si fuese así, lo real escaparía
enteramente a las mallas de la lógica. Pero las cosas no son así; tal

37. Rou. AmtíHeles. á t.. pág. H6u de la tr.


38. Véase aaies. nota 10.

155
Vin. La fundación de la lógica

interpretación supone que la substancia primera aristotélica es el


individuo empírico, lo que no es verdad, como sabemos. El indivi­
duo es un conjunto de materia y forma, como hemos visto. Y si, en
cierto sentido, substancia es el conjunto, en el sentido más estricto
la substancia es la forma o la esencia que determina la materia”. El
conjunto es un xó5 e ti, es decir algo empíricamente determinado,
pero también la forma es un tó5 e ti, algo inteligiblemente determi­
nado. En cuanto aprehendida por el pensamiento, la forma llega a
ser universal, en el sentido de que por la estructura ontológica que
determina una cosa se convierte en concepto aprehendido como
capaz de referirse a más cosas y, por tanto, capaz de predicarse de
muchos sujetos (de todos aquellos que tienen tal estructura). De
esta manera la forma ontológica se convierte en especie lógica.
Las ulteriores operaciones mentales, mediante el análisis de las
especies, descubren las posibilidades estructurales de incluirlas en
géneros, los cuales representan universales más amplios (y son como
una materia lógica o inteligible cuya esp>eciflcación es la forma o la
especie); estos géneros se amplían en el sentido de la universalidad
hasta llegar a las categorías (géneros supremos). Y más allá de éstas
el pensamiento descubre además un universal que no es ya género,
sino una relación analógica; este universal es el ser y el uno. Pero
tales operaciones del pensamiento no tienen valor meramente nomi­
nal, porque se basan en la misma estructura de lo real, que es cidéti-
ca, como hemos visto puntualmente en la metafísica^'.
Como ya sabemos, Kant sostuvo que la lógica aristotélica (que él
interpretaba como lógica puramente formal) fue perfecta en el mo­
mento de su nacimiento. Tras los descubrimientos de la lógica sim­
bólica nadie puede repetir ya este juicio, puesto que la aplicación de
los símbolos ha agilizado enormemente el cálculo lógico, modifican­
do muchas cosas. Además es muy difícil afirmar que el silogismo es
la forma propia de cualquier mediación y deducción, como creía, en
cambio, Aristóteles. Pero, por muchas que sean las objeciones que

39. En Meiaph. Z 7. IQ32/> U. Aristóteles dice sin términos medios: «Llamo "forma*' (cidos) a ta esencia de
cada cosa y a la suhtíattcim primera».
40. Para todos los análisis oportunos, remitimos al libro Z de la Metafísica, passim. que es un libro esencial
para comprender el pensamiento aristotélico completo. La lógica (asf como cualquier otra rama de la especula'
ción aristotélica) no es mldigible sino sobre la base de la doctrina de la substanda>fonna tal como se valora en el
mencionado libro. Véase La Metafiska, a caigo de Reate, cit.. I, pág. S62'ó37.

156
La lógica y la realidad

se hayan dirigido o puedan dirigirse contra la lógica aristotélica, y


por mucha verdad que pueda haber en las instancias que van desde
el Novum Organon de Bacon hasta el Sistema de lógica de Stuart
Mili, así como en las instancias que van desde la lógica trascendental
kantiana hasta la lógica hegelina de la razón (lógica del infinito) o,
finalmente, en las instancias lógicas de las metodologías de las cien­
cias modernas, es absolutamente cierto que la lógica occidental en
su conjunto tiene sus raíces en el Organon de Aristóteles, que, por
lo mismo, sigue siendo un hito en el camino del pensamiento
humano.

157
A péndice I

CRONOLOGÍA DE LA VIDA Y DE LAS OBRAS

384/383 a.C. Aristóteles nace en EsCagira. siendo sus padres el médico Nicómaco
y Feslís. Vivió probablemente en Pella por un breve período, siendo nombrado su
padre médico de la corte del rey de Maccdonía, Amintas.
367/366. Se traslada a Atenas y entra en la Academia, donde permanece por un
período de 20 años, durante el cual compone y publica numerosas obras, la mayor
parte en forma de diálogo. A estas obras se las llamó «exotéricas» en contraposición
con las sucesivas que Aristóteles compondrá exclusivamente para utilizarlas en sus
clases y cursos y que por ello recibirán el nombre de «esotéricas», al estar dirigidas a
los iniciados.
360/358 probable fecha de la composición de Grillo, Siguen quizás, a breve distan­
cia cronológica, el tratado Sobre las ideas y el tratado Sobre el bien.
353 probable fecha de la composición de Eudemo.
351/350 probable fecha de la composición del Protréptico, al que siguió, tras una
breve pausa, el tratado Sobre la filosofía.
347 muere Platón; Aristóteles abandona la Academia y Atenas, trasladándose
probablemente a Atameo, invitado por el tirano Hermias, y poco después, a Aso,
ciudad entregada por el gobernante a los filósofos académicos Erasto y Coriseo por
los buenos servicios prestados por éstos.
347-345/344 Aristóteles funda y dirige juntamente con Jenócrates, Coriseo y Eras­
to una escuela en Aso. Comienza la composición de las obras destinadas a la escuela y
cesa probablemente de componer escritos dirigidos al gran público. No cabe recons­
truir la cronología de estas obras de escuela o de sus partes.
345/344-343/342 Aristóteles funda y dirige una escuela en Mitilene de Lesbos.
343/342 Filipo de Macedonia escoge a Aristóteles a través de los buenos oficios de
Hermias como educador de su hijo Alejandro. Corresponde a este período la compo­
sición del Tratado sobre el Cosmos para Alejandro, si, como nos parece, es auténtico
(en realidad tiene muchos puntos de contacto con los exotéricos).
341 Hermias cae prisionero de los persas y poco después muere. En este período
Aristóteles se casa con Pitia, hermana de Hermias, de la que tendrá una hija a la que
se pondrá el mismo nombre de su madre.

159
Apéndice I. Cronología de la vida y obras

340 Alejandro, convertido en regente, interrumpe sus estudios. Quizás no mucho


después Aristóteles se trasladó a Estagira, habiendo logrado que Alejandro la hiciera
reconstruir (había sido destruida poco antes de que Aristóteles abandonara Atenas).
Pitia murió quizás en Estagira. Aristóteles se unió a Herpilis, que le dará un hijo, al
cual, en recuerdo del abuelo paterno, impondrá el hombre de Nkómaco.
335/334 Aristóteles vuelve a Atenas y funda el Peripato.
335/334*323 Aristóteles pronuncia sus lecciones de filosofía y de ciencia en el
Peripato, elaborando y organizando los escritos esotéricos.
323 Muere Alejandro de Macedonia, se desencadena una reacción antimacedóni*
ca y Aristóteles se ve amenazado hasta el punto de sentirse obligado a abandonar
Atenas.
322 Se traslada a Calcis, donde tenía posesiones heredadas de su madre, y muere
allí a los pocos meses.

160
A péndice II

HISTORIA DE LA PROYECCIÓN
Y DE LAS INTERPRETAaONES DE ARISTÓTELES

]. H istoría db la E sc u n ijv peripatética y de los escritos dh A ristóteles


HASTA LA EDICIÓN DE A n DRÓNICO DE R o DAS'

En el 322/321 Tcofrasto sucedió a Aristóteles en la dirección del Perípato, gober­


nando la escuela hasta el 288/284. Fue una figura de primer orden, un investigador
magnifico, de cultura enciclopédica; por lo que respecta a la amplitud de los conoci­
mientos rivalizó con el mismo Aristóteles. Teofrasto, que, como hemos visto ya,
había seguido de cerca la evolución del pensamiento aristotélico desde los tiempos de
Aso y de Mitilene, sólo se sintió capaz en parte de recoger los temas aristotélicos y de
reflexionar sobre ellos. Orientó la doctrina aristotélica en sentido naturalista, hacién­
dole perder su peculiar vigor especulativo. En su Metafísica imprimió un sentido
cosmológico a la ontología aristotélica, reduciendo el alcance del finalismo y empe­
zando a plantear dudas, aunque tímidamente, acerca del motor inmóvil. Manifestó
análogas tendencias en física y en psicología. En ética mostró sus preferencias por la
fenomenología descriptiva por encima del análisis de los principios (son famosos sus
Caracteres). En lógica aportó algunas correcciones e innovaciones; la más famosa de
todas es la doctrina acerca del silogismo hipotético, en la que fue precursor de los
estoicos.
Cabe descubrir análogas tendencias en otros discípulos de Aristóteles; Eudemo,
Dicearco y Aristóxeno. Estos últimos volvieron a defender la doctrina materialista
del alma-armonía que había sido expresamente refutada por Aristóteles.
El tercer director del Peripato, Estratón de Lámpsaco (que dirigió la escuela
desde el 288/284 al 274/270, imprimió una orientación abiertamente materialista,
eliminando en la explicación de la naturaleza y del cosmos el fin, así como la forma, y
el motor inmóvil, limitándose a recurrir a los conceptos de materia y movimiento.

1. Para una cxpmición más detallada de cuania se dice en este párrafo y en el úg[uienlc, a Reale,
/ proMemi drí pmsiero m tico. II: Le Sevoie ettenistíco-romoñe, d i., pág. S9*90, SQ2*13, se encontraiá
también la bMiografta báóca.

161
Apéndice 11. Historía de las interpretaciones de Aristóteles

Más tarde interpretó la psicología desde una perspectiva sensualista, por lo que fue
llamado con razón «el físico».
Desde el 270 a.C. hasta aproximadamente el fina] de la era pagana, la vida de la
escuela aristotélica prosiguió en un clima de niKdiocrídad y monotonía desconsolado-
ras. Licón, que sucedió a Estratón y ostentó la dirección durante casi medio siglo, fue
más literato que filósofo, y esto mismo sucedió con su sucesor. Aristón de Cees. Un
contemporáneo de Licón, Jerónimo de Rodas, acogió con espíritu ecléctico doctrinas
epicúreas. Crítolao de Faselis, sucesor de Aristón, manifestó, en cambio, sus prefe­
rencias por el estoicismo. Pueden encontrarse tendencias eclécticas en Diodoro de
Tiro, sucesor de Crítolao.
Después de Diodoro, los aristotélicos dejaron poquísimas huellas hasta que llegó
Andrónioo de Rodas, que, como diremos enseguida, tnidó el renacimiento de Aris­
tóteles salvando su pensamiento para la posteridad.
Se nos preguntará cuáles fueron las razones que provocaron una crisis tan grave
en la escuela de Aristóteles, iniciada poco después de su muerte y cuya duración
abarcó dos siglos y medio. Entre las numerosas causas que se pueden aducir una es
decisiva. Teofrasto dejó al morir tos edificios y el jardín para la escuela, pero reservó
la biblioteca y por tanto todos los escritos escolásticos de Aristóteles para Neleo de
Escepsis (Diógenes Laercio, V, 52), hijo de aquel Coriseo que ya conocemos. Por
Estrabón (XIII, I, 54) sabemos que Neleo transportó la biblioteca a Asía Menor y
que, al morir, la legó a sus herederos. Éstos no sentían ningún interés especial por
aquellas obras y, en consecuencia, pensaron ocultar los preciosos manuscritos en una
bodega, para evitar que cayeran en las manos de los reyes atalidas, que trabajaban en
la construcción de la biblioteca de Pérgamo. De esta manera, los escritos peimane-
deron ocultos hasta que un bibliófilo, llamado Apelicón, los adquirió y los llevó a
Atenas. Pero en esta ciudad permanecieron por poco tiempo; así, después de la
muerte de Apelicón, fueron confiscados y conducidos a Roma (86 a.C.) por Sila,
donde fueron confiados para su transcripción al gramático Tiranión, el cual, sin
embargo, no terminó su obra. Ésta fue llevada a término con éxito por Andrónico,
como diremos más adelante.
Así, pues, desde la muerte de Teofrasto, el Peripato se vio privado del elemento
más importante para una escuela filosófica, es decir, de la biblioteca. Se vio despoja­
do asimismo especialmente de la producción aristotélica consistente en los cursos de
lecciones, o sea, de las obras esotéricas, que contenían el mensaje más origioal y más
profundo del Estagirita. Sólo se pudo disponer de las obras publicadas (las exotéri­
cas) y quizás de algunas partes o extractos de las obras esotéricas; en todo caso sólo
pudo quedar para el uso de los estudiosos una parte mínima, comparada con la
tataiidad de las escritos de Aristóteles,
Como ya hemos dicho, Andrónico de Rodas que, según una antigua tradición, fue
el undécimo director del Peripato, se trasladó de Atenas a Roma decidido a recupe­
rar los escritos esotéricos de Aristóteles para la escuela y para el mundo filosófico.
Probablemente entró en relación con Tiranión y se benefició de la labor realizada ya
por éste, y entre los años 40 y 20 a.C. consiguió publicar las obras de escuela del
Estagirita. Andrónico procedió a la publicación de forma sistemática, siguiendo un

162
Los comentarios griegos

proyecto concreto que tenía en cuenta el orden lógico en que éstas debían leerse. Así,
por primera vez, las personas eruditas tenían a su disposición todo el nuterial dejado
por el Estagirita y organizado de forma coiK:eptiial. Sólo después de esta edición de
AfKlrónico y muy lentamente se empezó a comprender que el verdadero Aristóteles
no se encontraba en los escritos que había publicado para un amplio círculo de
lectores, sino que era en estos esotéricos donde había consignado una especie de
apuntes de los cursos dirigidos a sus discípulos. La profundidad de estos escritos
terminó poco a poco por hacer olvidar sus dificultades y su lenguaje propio de los
iniciados. Más todavía, con el transcurso del tiempo la situación concluyó por in-
vertirse totalmente; se fueron dejando a un lado las obras exotéricas hasta que éstas
cayeron en el olvido; a esto se debió el que se perdieran, y que sólo nos hayan llegado
los escritos esotéricos, precisamente en la forma como los reorganizó Andrónico.

2. Los COMENTARIOS GRIEGOS DE ARISTÓTELES^

Tras la edición de Andrónico, la producción de los peripatéticos cambió de tono y


de nivel. Aun cuando no tuvo lugar una vuelta radical al pensamiento de Aristóteles,
se puede hablar, no obstante, de un «renacimiento aristotélico», que se inició en
forma de trabajo de exposición y de exégesis del pensamiento esotérico dcl Estagirita,
culminando con la creación de los grandes comentarios a las diferentes obras.
Andrónico propuso una lectura de Aristóteles que debía empezar por la lógica,
subrayando el valor instrumental de ésta; en cambio, su discípulo Boeto de Skión
propuso que el estudio del Estagirita debía iniciarse por la Física. Al parecer, ambos
propendían a una interpretación naturalista del pensamiento aristotélico.
Nicolás de Damasco (que vivió entre la época pagana y la cristiana) escribió una
obra orgánica titulada En torno a la filosofía de Aristóteles, que debió ser la primera
presentación sistemática del Aristóteles esotérico.
Con Aspasio (primera mitad dcl siglo ii d.C.) empieza la serie de los comentado­
res. De este filósofo nos ha llegado una parte de su comentario a la Ética a Nicómaco.
Entre los autores de los comentarios se recuerda asimismo a Adrasto de Afrodisia y a
Ermino, dcl que fue discípulo Alejandro de Afrodisia, que fue el principal de los
comentadores de Aristóteles.
De Alejandro, que ocupó el puesto de profesor de ñlosofía aristotélica en Atenas
entre los años 198 y 211 d.C., nos han llegado: el amplio comentario a la Metafísica
(parte del cual presenta quizás una redacción espúrea), el comentario a los Analíticos
primeros, a los Tópicos y a los Meteorológicos. En realidad, Alejandro se caracterizó
asimismo por su pensamiento personal, distante de la ortodoxia aristotélica. Este
fílósofo se inclinó hacia el naturalismo en ontología y en psicología, acentuando el
carácter inmanente de la forma, y por tanto del alma, a la que considera mortal. Para
Alejandro, el entendimiento agente que, en opinión de Aristóteles, era una facultad

2. La lista completa de los comemadores griegos conocidos y publicados por la Academia de Berlín en edicidn
ejemplar se encontrará en b btbüograna. I Vil. 1.

163
Apéndice 11. Historia de las interpretaciones de Aristóteles

inmanente del alma, es la causa primera trascendente, entidad trascendente y al


mismo tiempo común a todos los hombres. Según este filósofo, la intelección tendría
lugar en nosotros gradas a la actividad ejercida por este intelecto productivo trascen­
dente, único para todos, sobre el intelecto de cada uno de nosotros. Por consiguiente,
tenemos contacto directo con lo divino, pero somos mortales.
Alejandro cierra la serie de los comentadores aristotélicos de profesión aristotéli­
ca. Después de Alejandro, se seguirá leyendo y estudiando intensamente a Aristóte­
les, pero en fundón del neoplatonismo, y los aristotélicos puros constituirán excep­
ciones verdaderas y propias, por ejemplo, Temístio, en el siglo iv, autor de paráfrasis
de los tratatos aristotélicos. El aristotelismo se fundirá y se incorporará al neoplato­
nismo, y así el Perípato y los peripatéticos dejarán de existir como escuela y como
filosofía autónoma unos tres siglos antes de que las escuelas paganas fueran clausura­
das oficialmente por orden de Justiniano.
Los comentarios a Aristóteles continuarán gozando de gran estima entre los neo-
platónicos. La tendencia común a todos estos comentadores fue la de condliar en la
mayor medida posible a Platón y al Estagirita. Porfirio (discípulo de Plotíno), en el
siglo III d.C., fue el primero de los comentadores neoplatónicos y comentó las Cate-
gofios escribiendo el tratado Isagoge que será un punto de referencia de todos los
pensadores medievales.
Del círculo de Jámblko procede Dexipo (siglo iv), autor asimismo de un comen­
tario a las Categorías.
Entre los neoplatónicos de las escuelas de Atenas y de Alejandría, hubo numero­
sos comentadores de Aristóteles. Síriano (siglo v), que fue el maestro de Proclo, nos
ha dejado un comentario a la Metafísica. Amonio, que fue discípulo de Proclo y
estuvo al frente de la escuela de Alejandría, comentó las Categorías, el tratado De
interpretatione y los Analíticos primeros.
De la escuela de Amonio procedieron todos los comentadores del siglo vi: Ascle-
pio, del cual nos ha quedado un comentario parcial a la Metafísica; Juan Filipono,
que comentó obras de lógica, la Física, el tratado De Anima, la Metafísica el De
generatione et corruptione, los Meteorológicos y el De generatione animalium.
Discípulo de AnK>nk> fue también Simplicio, que combinó la corriente del neopla­
tonismo alejandrino con la ateniense. Comentó las Categorías, la Física, el tratado De
cáelo y el De anima. En el año 529 tuvo que abandonar Atenas para emigrar a Peisia,
a causa de la clausura de las escuelas paganas ordenada por Justiniano.
Entre los discípulos más jóvenes de Amonio se encontraba también Olimpiodoio
(segunda mitad del siglo vi), el cual, además de los diálogos platónicos, comentó las
Categorías. Discípulos de Olimpiodoro fueron Elias y David, que dejaron comenta­
rios a las Categorías y a la Isagoge de Porfirio (siglo vii)^.
Junto a los comentadores griegos se mencionarán también los bizantinos, los más
conocidos de los cuales son Miguel de Éfeso (del que nos han llegado comentarios a
algunas obras científicas y a la Ética) y Eustracio (del que poseemos un comentario a

3. Aoeiva de esto» oomenladorcs neoplatónicos sigue siendo todavía bastante útil la última parte de la obra de
Zeller, traducida al italiano; Zcller-Mondolfo. Lafitosofla dei Greci, parte III. vol. VI, bajo la dirección de G.
Mariano. Rorenda 1961.

164
Aristóteles en la edad inedia

los Analíticos posteriores) que pertenecen al siglo xi y Sofonías, del que nos ha
llegado un comentario ai tratado De anima.
(Recordemos finalmente que de entre las filas de los neoplatónicos procede aquel
Tolomeo que escribió una vida de Aristóteles que llegó a ser fuente de información
de casi todas las biografias sucesivas del Estagiríta'*. Quizás Tolomeo fue discípulo de
Porfirio y de Jámblico, y vivió en Alejandría en la primera mitad del siglo iv.)

3. A ristóteles e n la e d a d m e d i a ^

En el siglo vi, Severino Boecio tradujo al latín el Organon de Aristóteles. Sin


embargo, de esta traducción sólo circularon las Categorías y el tratado De interpreta-
tione, mientras que las traducciones de los demás tratados no fueron sino letra muer­
ta. Todavía se conservan estas traducciones, hasta el punto de que en el siglo xii
pudieron utilizarse, como lo han demostrado estudios recientes. Así, pues, el mundo
latino sólo conoció y estudió de Aristóteles los dos primeros tratados del Organon en
la época comprendida entre los siglos vi y xii.
Entre tanto, no obstante, Aristóteles renacía en el mundo árabe. En la primera
mitad del siglo ix se fundó en Bagdad una escuela de traductores del griego, que
prepararon versiones árabes de Aristóteles y de algunos de los comentadores más
conocidos: Alejandro, Temistio, Porfirio, Amonio. Se tradujo asimismo la Theologia
Aristotelis, que, como se sabe, es en realidad una antología de las Enéadas de Ptocino.
Todo esto explica perfectamente el hecho de que la interpretación que los árabes
hicieron de Aristóteles estuviera marcada por una impronta neoplatónica
En la segunda mitad del siglo ix, Al-Kindi escribió una Introducción al estudio de
Aristóteles, codificando los cánones del Estagirita en una interpretación de carácter
marcadamente neoplatónico, que aplicó asimismo analíticamente en los comentarios
a cada una de las obras.
Al-Farabi prosiguió la obra de comentario y de reelaboración del pensamiento de
Aristóteles en el siglo x, y Aviccna continuó esta misma labor con mayor originalidad
en los comienzos del siglo xi.
Pero el comentador por excelencia de Aristóteles fue Averroes en el siglo xii.
Averrocs (que «i7gran comento feo», Dante, /n/., iv 144) reaccionó en parte contra la
interpretación neoplatónica y, aunque no obtuvo un éxito completo, se apartó consi­
derablemente de sus predecesores. Compuso tres series de comentarios: 1) «los pe­
queños comentarios», que son paráfrasis que reasumen las tesis y conclusiones de
Aristóteles, sin aducir las ideas teoréticas que conducen a ellas, destinados a aquellos
que no eran capaces de captar la lectura de los textos del Estagirita; 2) los «comenta-

4. VéttM bibliosrafia. » II. 3.


5. Por lo que respecta a las traducciones latinas medievales de Aristóteles, bemos recurrido a las preciosas
indicaciones de E. Franoeschini, Ricerche e stiuti su Aristotele nei Medioevo ¡atino, en Aristotele netta critica e ntgii
studi contemporanei (varios autores), Milán 1936, pág. 144>66. A esto respecto es fundamental el Arfstoieies
tatínus (véase bibl., | IV. 1) que es un monumento de erudición excepcional. En lo que se refíere a la reflexión
medieval sobre Aristóteles, remitimos a las historias de la filosofía medieval más acreditadas (Überwog«Baum>
gartner. De Wulf. GUson y Vasoli; aUf se encontrará también amplía bibUograflt).

165
Apéndice II. Historia de las interpretaciones de Aristóteles

ríos medíosH, en los que Averroes expone la doctrina aristotélica juntamente con las
demostraciones correspondientes, acompañadas asimismo de reflexiones personales;
3) los «comentarios mayores», en los que Averroes presentó los textos aristotélicos
con la exégesis correspondiente.
A través de España, Sicilia c Italia meridional el arístotelismo árabe ejerció in­
fluencias notables sobre el pensamiento occidental que hasta el siglo xil sólo leyó
directamente de Aristóteles los dos primeros tratados del Organon,
En el siglo xii, entre los años 1128 y 11S5, Jacobo Veneto desarrolló una actividad
febril como traductor, tal como ha demostrado recientemente Minio Palucllo. Tradu­
jo: los Anaiiticos primeros y segundos, ios Tópicos, los Eienchi, la Física, el tratado
De anima, parte de los Parva naturaiia, la Metafísica y escolios griegos a los Primeros
analíticos y al libro primero de la M etaflsiaf. Gran parte del Corpus arislotelicum se
tradujo también en el mismo siglo por autores todavía no identificados. A finales de
este siglo sólo quedaban por traducir al latín las siguientes obras de Aristóteles: De
cáelo, los tres primeros libros de los Meteoros, quizás la Política y los Económicos, los
tratados sobre los animales, la Retórica y la Poética,
En la primera mitad del siglo xm, Robert Grosseteste, juntamente con algunos
colaboradores, tradujo entre otros el De cáelo, la Ética a Nicómaco con los comenta­
rios de Eustracio, Miguel de Éfeso y Aspasio.
En la corte de Manfredi. Bartolomeo de Mesína tradujo numerosas obras científi­
cas del Estagiríta.
Finalmente, en la segunda mitad del siglo xiii, sobresalió como traduaor Guiller­
mo de Moerbeke, quien, utilizando en parte traducciones anteriores, y volviendo a
traducir de nuevo otra parte de los escritos de Aristóteles, puso a disposición del
lector occidental la totalidad de sus obras. Ezio Francesefaini resume así los resultados
de las investigaciones acerca de las traducciones de Guillermo de Moerbeke:
Guillermo corrígió las siguientes versiones que le precedieron: Sophistici Eienchi
(de Boecio); Analytica Posteriora, Physica, De Anima, De Memoria, De Longitudi-
ne. De luventute. De Respiratione, De Morte (todas ellas de Jacobo Véneto); De
Generatione, De Sensu, De Somno, Metaphysica Media, Política Vetus, De Partibus
Animalium (?); anónimas: Liher Eihicorum, De cáelo, Simplicius in De cáelo (Ro­
bert Grosseteste). Traduce por su cuenta las obras siguientes: Meteoro, el comentario
de Alejandro de Afrodisía a los Meteoros (1260); el comentario de Juan Filipono
al I y al III libro del De anima (1268); el comentario de Temistio al De anima (1267);
el comentario de Simplicio a los Predicamento (juntamente con el texto aristotélico:
1266); el comentario de Anónimo al Periermeneias; el libro XI (K) de la Metaphysica;
los libros 111-VIH de la Politica, la Rhetorica; la Epistola ad Alexandrum; la Poética;
el De Historia Animalium, el De Progressu Animalium, el De Mota A n., el De
Generatione A n., el comentario de Alejandro de Afrodisia al De sensu\
En los siglos XII y xiii se realizaron numerosas versiones de Aristóteles a partir del
árabe; sobre todo en el siglo xm en el ámbito averroístico.

6. L. Minio Paluello. Jacobus Venetieus Grecus, Canonist and Transiator o f Arístotíe, «<Traditio>», VIH, 1952.
pág. 265 304.
7. Francetchini. op. cit., pAg. 160.

166
Aristóteles en la edad media

Juntamente con las traducciones surgieron en el siglo xiii y posteriormente nume­


rosos comentarios. Los que vamos a señalar ahora son sólo los más conocidos; mu­
chos de ellos se hallan todavía inéditos, no habiéndose elaborado todavía un catálogo
completo de los mismos. Comentarios a los Analititi secundi y a los Eienchi, así como
un compendio de la Física fueron escritos por Robert Grosseteste. Alberto Magno
fue autor de paráfrasis de obras aristotélicas (de la lógica, de la Física, de la Melafísh
ca, de la Ética y de la Política). Tomás de Aquino compuso comentarios daros y
puntuales que todavía hoy pueden utilizarse ampliamente: al De interpretaáone, a la
Hsica, a la Metafísica, a la Ética, al De anima, al De sensu et sensato, al De codo et
mundo, a los Meteorotogid, a la Política. Rogerio Bacon escribió las Quaestiones
supra libros ocio Physicorum Aristotelis y las Quaestiones supra libros Primae Philo-
sophiae. Hegídio Romano comentó el tratado de Generaiione, el De anima, la Física,
la Metafísica y los escritos de lógica. A Enrique de Gante se atribuyen las Quaestiones
supra Metaphysicorum Aristotelis y un comentario a la Física. De Escoto cabe recor­
dar las Quaestiones subtilissimae super libros Metaphysicontm Aristotelis. De Ock-
ham recordaremos: Expositio in librum Porphirii, in librum Praedkamentorum, ¡n
dúos libros Perihermeneias, in dúos libros Elenchorum, Expositio in oao libros Phy­
sicorum y Quaestiones in libros Physicorum (inéditas).
La interpretadón de Aristóteles realizada por la edad media reflejó la influencia
de la interpelación neoplatónico-avícenista, como ya hemos mencionado anterior­
mente. Por lo demás, aparte de la influenda de los comentadores árabes, contribuyó
fatalmente a esta interpretadón la atribución a Aristóteles del U ber de causis, que,
como sabemos, es un compendio de la Elementatio theologica de Precio (santo Tomás
se percatará de la dependenda del Liber de causis respecto de la Elementatio).
Como se sabe, los pensadores cristianos no acogieron inmediatamente a Aristóte­
les. Los libros de lógica y de ética fueron acogidos bien, mientras que los libros de
metafísica, física y cosmología fueron considerados contrarios a la doctrina de la
reveladón, en cuanto sostenían la eternidad del mundo; otra razón que contribuyó a
ello fue que pensadores iomanentistas y próximos a la herejía como Amalrico de
Benc y David de Dinant parecían hallar argumentos en favor de sus doctrinas en las
obras de Aristóteles. A partir de 1210 quedaron prohibidas en París las obras físicas y
metafísicas de Aristóteles. Pero tales prohibiciones no surtieron efecto, consolidando
cada vez más sus posiciones tales obras. Citemos un dato altamente significativo; en
1263 Urbano vi confirmaba la prohibición, pero permitía que Guillermo de Moerbe-
ke tradujera precisamente en su corte las obras que había prohibido. En realidad, a
partir de la segunda mitad del siglo xiii, Aristóteles se había convertido en el filósofo
cuyas obras constituían los libros de texto de la universidad para la enseñanza de la
filosofía en las facultades de artes.
La historia de la interpretación medieval de Aristóteles coincide con la historia
del pensamiento árabe y de la escolástica, o sea, con la parte más conspicua de lu
filosofía medieval. Tanto en el mundo árabe como en el latino el problema principal
consistió en conciliar las doctrinas aristotélicas con los textos sagrados. Limitándonos
al occidente, que es el que nos interesa principalmente, cabe destacar por lo menos
tres posiciones diferentes asumidas en relación con Aristóteles; a) un grupo de pensa­

167
Apéndice 11. Historia de las interpretaciones de Aristóteles

dores adoptó una posición negativa, más o menos disimulada, frente al Estagírita,
sosteniendo la necesidad de volver al agustinismo (así Guillermo de Auvergne, Ale­
jandro de Hales, Robert Grosseiestc y el gran Buenaventura); b) otros, como Alber­
to el Magno y sobre todo Tomás de Aquino, intentaron compaginar integral­
mente a Aristóteles con la doctrina revelada (la introducción del teorema de la
distinción entre esencia y existencia permite a Tomás fundamentar a nivel racional el
principio de la creación y reformar radicalmente el uristotelismo, haciéndolo de esta
forma compatible con la fe); c) Siger de Brabante, finalmente, sin preocuparse de
conciliar a Aristóteles con la fe, dio ai pensamiento del Estagirita una interpretación
de carácter marcadamente averroísta. Rechazó la reforma tomista afirmando que,
para Aristóteles el mundo es eterno y carente de comienzo, y por tanto, necesario,
dado que el motor inmóvil atrae y mueve desde siempre el universo, señalando
asimismo que el entendimiento posible es una substancia separada y única para todos
los hombres. Pora superar la oposición creada de esta manera entre el pensamiento
de Aristóteles y los dogmas de la fe, Siger introdujo la distinción entre dos órdenes de
verdad, la verdad de la fe y la verdad de la razón.
£ n conjunto hay que dedr que la edad media tomó de Aristóteles las categorías
esenciales para entender a Dios (ser supremo, forma suprema, pensamiento del pen­
samiento), al cosmos (estructura hílemórfica de los entes materiales, acto y potencia
y todos los conceptos relacionados con éstos; el carácter limitado del mundo y su
estructura) y al hombre mismo (el concepto de alma como forma substancial, los
procesos del conocimiento, el concepto de virtud). En verdad, la revelación debía
transformar tales categorías y conferirles sus valencias inéditas. Pero, los filósofos
medievales sólo fueron parcialmente conscientes de ello. Las interpretaciones más
recientes de la filosofía medieval señalan hasta qué punto fue simplista el viejo esque­
ma que consideraba a la escolástica una mera adaptación de Aristóteles a las exigen­
cias de la Revelación. En todo caso, sigue siendo verdad que el fundador del Perípato
estimuló y fecundó el pensamiento medieval como ningún otro filósofo lo haría en
épocas sucesivas. El epíteto que Dante aplicó a Aristóteles llamándolo el «maestro de
aquellos que saben» expresa a la perfección los sentimientos de toda una época.

4. A ristóteles en el RENAaMiENTO y en los pRtMEROs stcL os de la er a m oderna *

Si Dante concedió el cetro del saber a Aristóteles, Petrarca, al inaugurar la era del
humanisnio, se lo entregó en cambio a Platón. En efecto, en la filosofía del humanis­
mo y del renacimiento fue Platón el que estimuló ante todo la reflexión filosófica. Sin
embargo, Aristóteles experimentó también un nuevo renacimiento, aunque de forma
subordinada.

8. Para analizar mAa prufundamcnie ciitc pumo remitimos a las historiiis de la filosofía medieval máscualirKu*
das y a los estudios acerca del humanismo y del Renacimiento, Conserva siempre su gran utilidad el III voi. del
Qrundriss de Oberweg, por las preciosas indlcodones contenidas en lo obra. Por lo que respecta a la llamada
«segunda escolAstica», relegada por lo general al olvido, remitimos a F. Copleston. Sto/ia dtíla fitosofia, vol. Ilt:
Da Ocamt a Suanx, Breada 1966 (edk. orig. 1953; 2i960), pAg. 42Iss.

168
Aristóteles en el Renacimiento

En el Renacimiento el aspecto de Aristóteles cambia considerablemente respecto


a la edad media; entre otras cosas en esta época se afirma el mito de la oposición
radical entre los dos filósofos. En realidad esta oposición nace del conflicto de dos
ideales; los amantes de las letras y los espíritus religiosos hallarán en Platón (interpre­
tado desde la perspectiva neoplatónica) su alimento espiritual, mientras los amantes
de la ciencia, los espíritus profanos y amantes de la empina encontrarán su sustento
en Aristóteles. Ambos personajes se convertirán así en dos símbolos; cl primero será
el símbolo de una visión trascendentc-religioso-espirítualista de la realidad, el otro de
una visión predominantemente naturalista y empirísta de la misma. El célebre fresco
de la escuela de Atenas, pintado por Rafael, representa de forma intuitiva y admira­
ble esta oposición, simbolizando a Platón con el dedo dirigido hada alturas metafísi­
cas invisibles, y a Aristóteles con el dedo dirigido hada los fenómenos visibles de la
experiencia.
El primero que señaló la oposición entre Aristóteles y Platón fue Jorge Gemisto
Pletón, que se trasladó a Italia procedente de Bizancio con ocasión del condlio de
Florencia. Este autor trató de reunificar las religiones sobre la base de la metafísica
del platonismo (interpretado desde una perspectiva neoplatónica), al que considera­
ba superior sin parangón al aristotelismo. Su obra. Comparación de la filosofía de
Platón y de Aristóteles (compuesta alrededor del año 1440) provocó una reacción
muy viva entre los aristotélicos, dando origen a una serie de escritos polémicos.
Recordaremos a Jorge Scbolaríus Gennadio, que escribió Sobre las dudas de Platón
en tomo a Aristóteles. Contra Pletón escribió también Teodoro Gaza. Pero fue famo­
sa sobre todo la respuesta dada a Pletón por Jorge de Trebisooda, titulada Compara­
ción de los filósofos Plaión y Aristóteles (1455), a la que respondió Basilio Bessarión
con el escrito: Contra un calumniador de Platón (1469).
Jorge Gennadio (muerto alrededor de 1464). Jorge de Trebisonda (muerto en el
año 1484), Teodoro Gaza (1400-1478), Hermolao Bárbaro (muerto en el año 1493)
pueden considerarse como los iniciadores del aristotelismo del Renacimiento. Trebi­
sonda aportó nuevas traducciones de escritos aristotélicos y comentó sobre todo la
lógica. Teodoro Gaza tradujo asimismo obras de Aristóteles y de Teofrasto. Hermo­
lao Bárbaro, además de los comentarios a los escritos aristotélicos, tradujo otros de
Temistio (es preciso recordar la excelente traducción de la Metafísica realizada por
Bessarión, procedente del otro bando).
El Aristóteles que renace, como ya hemos señalado, es un Aristóteles antiplatóni­
co, y asimismo fuertemente anticscolástico; Hermolao consideraba a Alberto y a
Tomás (así como a Averroes) como a «bárbaros».
Entre los aristotélicos del Renadmiento se pueden señalar dos orientaciones con
arreglo a posiciones interpretativas opuestas; la de los averrofstas, que ponían el
énfasis en el intelecto posible único para todos, y la de los alejandristas que subraya­
ban, en cambio, la mortalidad del alma. Sin embargo, las dos opiniones se fueron
desvaneciendo poco a poco hasta fundirse en una sola. El centro del averroísmo fue
la universidad de Padua, mientras que el iniciador de la interpretación alejandristn
fue Pedro Pomponazzi.
Entre los aristotélicos que se inspiran de alguna manera en el averroísmo, rccor-

169
Apéndice II. Historia de las interpretaciones de Aristóteles

daremos a Nicolás Vemia (muerto en 1499), Agustín Ntfo (muerto en 1546) que
posteriorroentc se aproximó al tomismo, Alejandro Achillini (muerto en 1512) y
Marco Antonio 21imara (muerto en 1532).
Simón Porzio (muerto en 1555) fue seguidor de Pomponazzi (1462*1524). In­
terpretó a Aristóteles en sentido naturalista César Cesalpino (muerto en 1603). Se
aproximaron a la interpretación alejandrista Jacobo Zabarella (muerto en 1589) y
César Cremonini (muerto en el año 1631).
Fuera de Italia se ocuparon de Aristóteles con exposiciones y comentarios J.
Faber Stapulensis (Jaeques Lefévre d'Étaplcs, muerto en 1537, que fue el iniciador
del humanismo francés), Pedro Ramus (Fierre de La Raméc, muerto en 1572) que
criticó la lógica aristotélica, pero escribió comentarios a los escritos lógicos, a la Física
y a la Metafísica. El mismo Felipe Melanchton (1497-1560) fue muy sensible a las
ideas aristotélicas.
Quedan todavía por descubrir o permanecen inéditas muchas de las traducciones
y de los comentarios humanísticos y del renacimiento acerca de Aristóteles. Todavía
no se ha realizado y ni siquiera programado un catálogo de estas obras.
En cambio, tuvo lugar un renacimiento de Aristóteles de carácter escolástico
gracias a los dominicos y más tarde a los jesuitas (cuya orden fue fundada en el año
1540), en relación con la labor desarrollada por éstos en favor de la Contrarreforma.
Entre los dominicos recordaremos a Domingo de Flandes (muerto hacia 1500),
que escribió las Quaestíones sobre la Metafísica del Estagtrita; Crisóstomo Javelli
(muerto hacia la mitad de 1500) que comentó, entre otras, la Metafísica, la Ética, la
Política y el De anima; Francisco Silvestri, llamado el ferrariense (muerto en 1528)
que escribió, entre otras cosas, Questioni sulla Física y sobre el De anima, Tomás de
Vio (muerto en 1534), que comentó las obras de lógica y el De anima.
Después del concilio de Trento se distinguieron Domingo Soto (muerto en 1560),
que escribió comentarios en tomo a la Física y al De anima; Francisco Toledo (muer­
to en 1596), que comentó obras de Lógica, la Física el De anima y el De generatione;
Pedro Fonseca (muerto en 1599), que comentó la Metafísica; Francisco Suárez
(muerto en 1617) dcl que caben mencionar las Disputaciones metaphysicae. Recor­
daremos por último a Silvestre Mauro (1619-1687) que comentó de forma dara y
lineal todo el Aristóteles filósofo (Lógica, Retórica, Poética, Éticas, Política, Econo­
mía, Física, El cielo. El mundo. La generación. El alma. Parva naturalia. Metafísica),
publicadas en Roma en 1668 (todavía puede encontrarse la reedición publicada en
París en el año 1885: Aristotelis Opera Omnia quae extant brevi paraphrasi et liíterae
perpetuo inhaerente expositione iiustrata a Silvestro Mauro, 4 volúmenes).
Pero la filosofía moderna había emprendido un camino completamente distinto;
después de Galileo, Bacon y Descartes, Aristóteles quedó relegado prácticamente en
el olvido; Leibniz constituye la típica excepción que confirma la regla. El gran Kant
ignorará casi totalmente los escritos del Estagirita. La lógica formal aristotélica, que
conoce y ensalza, es en realidad la lógica ampliamente reelaborada por la tradición
escolástica, la metafísica que conoce es la racionalista de Wolff, mientras las éticas
que le servirán de confrontación son la epicúrea y estoica. Y, así, los demás grandes
filósofos, hasta llegar a Hegel, ignorarán los escritos de Aristóteles.

170
5. El R EN A aU lEN TO DE ARISTÓTELES EN LOS SIGLOS XIX Y XX

En el curso del 800, dos acontecimientos cambiaron radicalmente la situación en


favor de Aristóteles; la neta revalorizadón de la filosofía del Estagirita hecha por
Hegel y la gran edición crítica del Aristóteles completo promovida por la Academia
de Berlín y revisada por Bekker junto con otros filólogos de gran fama.
Hcgcl adoptó una posición drástica en favor de Aristóteles, sobre todo en sus
Lecciones sobre la historia de la filosofía (que, como se sabe, nacieron de una serie de
cursos universitarios pronunciados en Jena en los años 1805-1806, en Heidelberg
entre 1816-1817 y entre 1817-1818 y finalmente en Berlín entre los años 1819 y 1820),
lecciones publicadas como obras póstumas por Michelct en el año 1833, y con amplia­
ciones en los años 1840-1844)^. Éstas son algunas de las afirmaciones de Hegel extre­
madamente significativas: «Él (Aristóteles) es uno de los genios científicos más ricos
y profundos que hayan existido jamás, un hombre al que ninguna época ha podido
superan» (volumen II, pág. 275). Y ésta es la forma como el filósofo alemán estigma­
tiza la ignorancia de su época en tomo a la filosofía de Aristóteles:
«Induce, entre otras cosas, a estudiar ampliamente a Aristóteles la consideración
de que con ningún otro filósofo se ha cometido una injusticia más grave, con tradicio­
nes carentes de toda sombra de pensamiento que se han transmitido en tomo a su
filosofía y que prevalecen todavía en la actualidad, aunque él haya sido durante
tantos siglos el maestro de todos los filósofos. En realidad, se le atribuyen opiniones
diametralmente opuestas a su filosofía. Mientras se lee mucho a Platón, los tesoros
aristotélicos han permanecido casi desconocidos durante siglos hasta la edad moder­
na, y en torno a él se imponen los prejuicios más infundados. Casi nadie conoce sus
obras especulativas, lógicas; a las que estudian la historia natural, se les ha hecho
modernamente algo de justicia, pero no así a sus opiniones filosóficas. Por ejemplo,
es sentir casi universal que la filosofía aristotélica y platónica son diametralmente
opuestas entre sí como el realismo y el idealismo, identificándose el aristotelismo con
el realismo en su forma más trivial. Platón habría estableeido como principio lo ideal,
de manera que la idea interna brotaría por sí misma en su creación; según Aristóteles,
en cambio, el alma sería una tábula rasa que recibiría de manera pasiva todas sus
determinaciones procedentes del exterior; la filosofía aristotélica sería por consi­
guiente empirismo, lockismo de la peor especie, etc. Veremos qué poco responde
esto a la realidad. De hecho Aristóteles ha superado a Platón con su profundidad
especulativa, ya que conoció la más profunda de las especulaciones, el idealismo, y se
atiene a él, a pesar de la parte amplísima concedida al empirismo. Sin embargo,
especialmente entre los franceses, existen todavía opiniones absolutamente erróneas
acerca de Aristóteles. Hasta qué punto la tradición continúa atribuyéndole ciegamen­
te determinadas afirmaciones, sin preocuparse de verificar si se encuentran realmente
en sus libros, se comprueba por el hecho de que en los antiguos tratados de estética se
ensalzan las tres unidades del drama -unidad de acción, de tiempo y de lugar-.

9. Existe unu buena traducción llutiunu de la obra realizada por E. Coclignola y de E. Sanna, Rorencia 1930.
lodavia en venta, de la que sacaremos las citas.

171
Apéndice II. Historia de las interpretaciones de Aristóteles

designándose a las mismas como las reglas de Aristóteles, la sana doctrina. En cambio
éste {Foet, capítulos 8 y 5) habla tan sólo de la unidad de acdón, e incidentalnienlc
también de la unidad del tiempo, pero no hace jamás referencia a la tercera, a la
unidad de lugar» (pág. 276).
Y ésta es la afírmacíón más importante que realiza Hegel en favor de Aristóteles:
«Si (...) se tomara en serio la filosofía, no cabría cosa más digna que recibir un curso
de lecciones acerca de Aristóteles, el más digno de ser estudiado entre los filósofos
antiguos» (pág. 293).
Naturalmente, la interpretación dada por Hegel es muy apriorfstica, porque este
filósofo leyó a Aristóteles en función de sus propias categorías; sin embargo, queda el
aspecto positivo al que nos hemos referido.
El otro gran acontecimiento que hemos mencionado ya con anterioridad fue la
edición del Aristóteles completo efectuada por Bekker: Aristotelis Opera, edidit Aca­
demia Regia Borussica. Los dos primeros volúmenes, que contienen el texto critico
de todas las obras, fueron publicados en 1831; el volumen 111, publicado también en
el año 1831, contiene varias traducciones latinas; el IV, editado en el 1836, incluye
extractos de los comentarios griegos; el V, publicado en el 1880, contiene los Frag­
mentos y el Index aristotelicus. De los escolios se hizo cargo Brandis (y algunos
suplementos fueron preparados por Usener, y se incluyeron en el volumen V), los
fragmentos fueron recogidos por V. Rose, y el índex fue preparado por H. Bonitz
(véase la edición de Bekker reeditada por O. Gigon, Berlín 1%0). Brandis presentó,
entre los años 1853 y 1860, una exposición muy cuidada del pensamiento aristotélico,
fundada en sólidas bases filológicas, dedicando al tema tres de los seis volúmenes de
su célebre obra Handbuch der Geschidue der griechisch-rómische Philosophie. Ade­
más del Index, que sigue siendo todavía un instrumento indispensable de trabajo,
Bonitz publicó un excelente comentario (aparte de una nueva edición crítica de la
Metafísica), en lengua latina {Aristotelis Metaphysica, recognovit et enarravit H. Bo­
nitz, 2 vols., Bonn 1848), de carácter histórico-filológico. Con su edición de los
fragmentos (que reelaboró posteriormente en 1886 para la «Bibliotheca teubneria-
na»), y con el anterior volumen Aristóteles pseudepigraphus, Leipzig 1863) Rose puso
las bases para el renacimiento de los estudios sobre el Aristóteles exotérico (dicho
autor consideraba paradójicamente como no auténticos todos los fragmentos de los
exotéricos). En la escuela de Bekker y de Brandis se formó como filósofo F. A.
Trendelenburg (mientras en filosofía se dejó arrastrar por la problemática hegelia-
na), el cual, además de un volumen que es una verdadera joya de perfección y de
claridad, en el que presentó y comentó sistemáticamente los textos fundamentales de
la lógica {Elementa logicae Aristoteleae, BerUn 1836, reeditado varías veces) escribió
la primera gran historia de la doctrina de las categorías, centrada principalmente en
Aristóteles, así como la edición crítica con un comentario en latín del De anima
{Geschichte der Kategorienlehre, Berlín 1846, reeditado varias veces y Aristotelis De
anima libri tres, 1833, editio altera ementada et aucta, Berlín 1877). La obra acerca
de las categorías, que interpretaba la génesis de éstas en clave gramatical, dio origen
a una serie de discusiones a alto nivel en las que se trató exhaustivamente toda la
problemática relativa a la doctrina aristotélica de las categorías (en la discusión tomó

172
Aristóteles en los s. XIX y XX

parte también el mismo Bonitz). En la escuela de Trendclenburg se formó F. Brenta-


no, que con su Von der mannigfachen Bedeutung des Seienden núch Aristóteles (de
1862) interpretó la ontología aristotélica de manera bastante original, reconstruyendo
la «lista» de los significados del ser según el Estagirita, mostrando el vínculo que une
a los diferentes significados y la relación analógica que les liga a todos ellos con la
substancia. Brentano, como diremos más adelante, influyó sobre Heídegger, del que
parte toda una corriente de intérpretes de Aristóteles todavía viva.
Estas obras continuaron siendo durante largo tiempo puntos de referencia de gran
peso y constituyen todavía objeto de lectura indispensable.
Recordemos, además, entre las obras del 800 que ejercieron una influencia nota­
ble en el ámbito de los estudios aristotélicos: F. Biese, Die Phiiosophie des Aristóte­
les, 2 vols., Berlín 1835-42; F. Ravaisson, Essai sur la Métaphysique d'Aristote, 2
vols., París 1837-46, que interpreta la ontología aristotélica desde la perspectiva espi-
ritualista-ncoplatónica; T. H. Waitz, que publicó una nueva edición crítica con un
comentario excelente en lengua latina del Organon (Aristóteles, Organon, 2 vols.,
Leipzig 1844; Aalcn 1865); A. Schwegler, que publicó una edición, con traducción y
comentario analítico de la Metafísica: Die Metaphysik des Aristóteles. Grundtext,
Übersetzung und Commentar, 4 vols., Tubinga 1847 (Francfort 1960), en el que
pueden percibirse influencias hegclianas; PrantI, Geschichte der Logik im Abendlan-
de, vol. 1, Leipzig 1855 (Graf 1955), que revela asimismo influencias hegelianas.
El trabajo que ejerció mayor influencia sobre la cultura filosófica fue el volumen
II, 2 de la Phiiosophie der Griechen de E. Zeller (’1878), cuya traducción italiana se
valora mucho (la úhima parte del volumen ha sido ya publicada en Florencia, en la
Nuova Italia, en 1966, puesta al día por A. Plebe), en la que se deja sentir la inspira­
ción hegeliana, aunque sea de manera atenuada. Zeller vio a Artistóteles como aquel
que intentó conciliar el concepto puro y la empiria, pero que no lo consiguió a causa
de la incompatibilidad estructural de lo universal con lo individual. Y, puesto que,
para 2^11er, el individuo sería según Aristóteles la verdadera substancia, ésta resulta­
ría en definitiva incognoscible, siendo sólo verdaderamente cognoscible lo universal.
De aquí en adelante casi todos los manuales repetirán en gran medida la interpreta­
ción de Zeller.
No alcanzó, ni con mucho, esta importancia el volumen acerca de Aristóteles
escrito por Th. Gompeiz en el ámbito de sus Die Griechische Denker (Vicna
1895-1902), ya que, en el intento de reaccionar contra la interpretación espiritualista e
idealista, leyó a Aristóteles desde una perspectiva positivista tan marcada que consi­
guió deformar considerablemente la personalidad del Estagirita.
Meier con su Die SyÜogistik des Aristóteles, 3 vols., Tubinga 1896-1900 (reedición
anast., Hildesheim 1969-1970) presentó una interpretación que corrigió en sentido*
realista la lectura de PrantI hecha desde una perspectiva idealista. En Italia, G.
Calogero (/ fondamenti della lógica aristotélica, Florencia 1927) ha intentado seguir
una vía medía entre PrantI y Meier (considerando la lógica aristotélica dividida en un
movimiento noético y otro dianoético). Entre ambos siglos se fue multiplicando la
bibliografía acerca de Aristóteles, las posiciones de los autores se fueron carac­
terizando asimismo cada vez más por su diversidad o indeterminación, de manera que

173
Apéndice 11, Historia de las interpretaciones de Aristóteles

es imposible esbozar un cuadro de conjunto, sí no va acompañado de una serie de


puntualízacione.s que no pueden realizarse en este lugar'”.
Tras una considerable labor de esquematizadón, es posible, sm embargo, distin­
guir las siguientes orientaciones según las cuales parece moverse la literatura de los
siglos XIX y xx:
1) Una orientación iáealista-espiriiuaUsta iniciada, como hemos visto, por Hegel y
que ha resultado fecunda en los autores que han tomado de ella sólo algunos puntos,
reelaborándolos en función de los instrumentos filológicos que la edición Dekker de
1831 puso a su disposición.
2) Una orientación positivista, cuyo representante típico es Gomperz. Algunos
intérpretes del novecientos (por ej., Solmsen) se inspiran, st no en las doctrinas del
positivismo del ochocientos, en la mentalidad positivista.
3) Una dirección heideggeriana. Como ya se ha dicho, Brentano ejerció influencia
sobre Hcídeggcr (5ei>i und Zeit empieza con un resumen de las conclusiones del libro
de Brentano acerca del ser aristotélico), quien, por otra parte, no dudó en decir:
«Dejad a un lado la lectura de Nietzsche y estudiad primeramente a Aristóteles
durante diez o catorce años.» Siguen esta orientación K. SebilUng, Wollny, W. Brdc-
ker, E. Tugendhat, L. Lugarín y en parte también P. Aubenque entre otros.
4. La orientación neoescoiástica. (En Lovaina se fundó toda una colección de
estudios aristotélicos en la que se publicaron obras de insignes aristotélicos tales
como A. Mansión, E. Nuyens y G. Colle; el «Pontifical Instituto of Medieval Stu-
dies» de Toronto publicó una de las monografías más bellas sobre la metafísica
aristotélica escrita por J. Owens; en Italia se creó una nueva colección que tenía como
finalidad presentar todas las obras filosóficas de Aristóteles con amplio comentario.)
Precisemos que, al contrario de lo que se cree con espíritu simplista por parte de
muchos, los neoescolásticos no están interesados en tomistizar a Aristóteles, sino más
bien en comprenderlo en los límites de la economía de su pensamiento, para entender
mejor la novedad que ha supuesto santo Tomás, mientras los neoclásicos en general
se sienten interesados en destacar la originalidad y la validez de cierto planteamiento
especulativo de los problemas tal como se encuentra en Aristóteles.
5. La orientación histórico-fUológica que, al menos en las intenciones, pretendería
mantenerse neutral desde el punto de vista filosófico. Sin embargo, es muy raro que
suceda esto, especialmente en los trabajos de gran alcance. En todo caso hemos de
destacar que de esta orientación propia de los filólogos nació la interpretación llama­
da genética, inaugurada en 1923 por Werner Jaeger al que nos referiremos más
adelante (Jaeger fue discípulo del gran Wilamowítz).
6) Finalmente, en relación con la interpretación de la lógica, se ha difundido una
tendencia a entender el Organon basándose en los cánones de la moderna iógica

10, Pnrn un cuadro detallado rcmiliraos u E. Bcrii. cap. Aristoteh en las Questíoni di storiogrufia ptasofica de
próxima publicación en Lii Scuolü di Breada (el autor nos hn proporcionado amablemente las pruebas de impren*
ta); la parte de lu bibllogniflu de Bcrti representa el complemento exacto de este capítulo nuestro. Por falto de
espacio nos limitaremos a scAolur algunos de los nombres más significativos de los estudiosos de Aristóteles, sin
poder reseñar, por otra parte, lodos los detalles de sus obras que se encontrarán, no obstante, en lu bibliografía.
Complementos útiles de cuanto se hu dicho aquí son también los trabajos indicados en la bibliografía. I, 2.

174
Redescubrimiento del joven Aristóteles

form al o logística (véase en especial Lukasiewícz y sus seguidores, en Italia especial­


mente M. Mignucci). También mencionaremos una tendencia, sobre todo en los
países de lengua inglesa, a estudiar la Retórica y en general Aristóteles desde el punto
de vista de la lingüística moderna.

6. L a iNNOVAaÓN del método CENÉnco y el redescubrimiento del joven A ristóteles

Puesto que la interpretación genética ha introducido un método no sólo nuevo


sino revolucionario, poniendo en movimiento un renacimiento aristotélico verdadero
y propio, debemos ilustrar brevemente sus características e indicar sus resultados.
En 1923, Wemer Jaeger publicó el volumen Aristóteles, Grundlegung einer Ge-
schichie seiner Entwicklung (traducción italiana de Guido Calogero, Rorenda 1935,
reeditada varias veces). Jaeger era ya conocido como estudioso de Aristóteles por
haber publicado en 1912 Studien zur Entstehungsgeschidite der Metaphysik des Aris­
tóteles, en la que, sin embargo, adoptaba todavía los cánones interpretativos de la
filología alemana del 800. En su obra Aristóteles, en cambio, elaboró la nueva hipóte­
sis de la evoludón espiritual del Filósofo, destinada a tener la mayor fortuna. No
es exagerado afirmar, como lo ha hecho alguien, que toda la bibliografía aristoté­
lica posterior a 1923 es, de alguna manera, una toma de posición en favor o en contra
de las conclusiones de este libro. Jaeger trata de reconstruir la historia espiritual del
Estagiríta, empezando por el período de la Academia y concluyendo con los últimos
años. Aristóteles habría pasado de una fase platónica a mostrar un interés cada vez
más intenso por la experíenda y por el mundo empírico, atenuando progresivamente
su interés por la metafísica y lo trascendente. En el período académico, Aristóteles
habría profesado fielmente el platonismo. En los años inmediatamente sucesivos a la
muerte de Platón habría empezado en Aso a criticarlo, aunque sin rechazarlo total­
mente, condbiendo la metafísica como la doctrina de lo suprasensible. Aristóteles
habría demostrado interés sucesivamente por las substandas y las entelequias in­
manentes, hasta llegar a concebir la metafísica como fenomenología de los diferentes
significados del ser. En los últimos años de su vida, se habría interesado casi exclusi­
vamente por las ciencias empíricas. Todas las ramas de la filosofía aristotélica mostra­
rían huellas de esta línea evolutiva que va del platonismo al empirismo. Pero lo más
interesante sería el hecho de que esta evolución introduciría una disparidad no sólo
entre las obras de juventud y las de la madurez, sino también en todas las obras de
escuela. Así, y ésta es la tesis más devastadora, las obras de escuela, iniciadas ya en el
período de Aso, estarían constituidas por estratificaciones sucesivas, expresión de
una diversa fase de la evolución espiritual del Estagiríta, y entre las partes no sólo no
existiría unidad literaria, sino tampoco homogeneidad especulativa ni unidad filosóft-
ca. Jaeger escribe, como ejemplo, a propósito de la Metafísica:
«No es lícito considerar como unidad los trozos recogidos en el corpas metaphysi-
cum, y establecer basándose en su contenido una categoría común, obtenida hacien­
do la media de elementos heterogéneos (...). Tampoco es lícito partir del presupuesto
de su homogeneidad filosófica, para esconder los problemas que plantea a cada paso

175
Apéndice IL Historia de las interpretaciones de Aristóteles

incluso desde el punto de vista del contenido. Hay que rechazar cualquier tentativa
de reconstruir con trozos superpuestos una ulterior unidad literaria por medio de la
trasposición o de la exclusión de los libros. Pero tampoco puede aceptarse la precipi­
tada admisión de su unidad filosófica, en detrimento de las caracterfsticas que presen­
ta cada documento de una actividad del pensamiento que luchó sin tregua durante
decenios con los mismos problemas y que representa un momento fecundo, un grado
del desarrollo para una nueva formuladóm» (tr. d t., pág. 226).
Las conclusiones de Jaeger, acogidas por muchos con gran entusiasmo, mostraron
pronto su escasa consistencia, al examinarlas en fundón del mtsnK> método genético.
H. von Amim mostró la posibilidad de invertir el sentido de la línea evolutiva diseña­
da por Jaeger. Las hipótesis de von Amim fueron ampliamente examinadas por Paul
Gohlke y Max Wundt, que reconstruyeron una línea de la evolución aristotélica que
va del empirismo a la recuperadón del platonismo. Oggioni intentó conciliar ambas
posibilidades, mostrando un Aristóteles que, a la vez, se mueve hada el empirismo
pero continúa en el platonismo. 1. Düring, por el contrarío, ha intentado demostrar
que Aristóteles nunca ha sido platónico en el sentido que quiere Jaeger, sino que ha
sabido asumir posiciones personales. Finalmente, otros han demostrado que los ele­
mentos platónicos y aristotélicos están siempre equilibrados, incluso en los escritos
juveniles. Otros estudiosos han intentado aplicar el método genético al estudio de un
concepto o de una doctrina en el conjunto de todo el Corpus, como Nuyens para la
doctrina del alma, con resultados que contrastan con los de Jaeger. Zürcher creyó
que podía demostrar, utilizando el método genético, que el corpas aristotelicum sólo
es auténtico en un veinte por dentó; Aristóteles hubiera sido siempre platónico,
Teofrasto habría pasado del platonismo al empirismo (el lector encontrará el análisis
de las diferentes tesis y de sus intérpretes en los siguientes trabajos: Berti, La filos, d.
primo Arist., cit., pág. 9-122; Reale, // concetto di filos, prima, cit., pág. yi7’373
passim; Plebe, puesto al día por 2^1Ier, La filos, dei Greci, passim).
El método genético ha alcanzado las columnas de Hércules; los últimos secuaces
no se entienden entre ellos porque, como ya hemos observado, con el método genéti­
co ha sido posible demostrar todo y lo contrario de todo. Sólo sería eficaz si las obras
de escuela o las partes que las constituyen pudieran ser fechadas, es decir, sí existiera
algún testimonio externo de la época de su composición; pero, por el análisis de su
contenido, ai tratarse sustancialmente de cursos de lecciones reunidas progresiva­
mente, es estructuralmente imposible establecer la fecha de su composición. Ade­
más, los escritos aristotélicos, al carecer de unidad literaria tal como los conocemos,
sólo pueden ser leídos unitariamente, por la razón fundamental de que, al no haber
salido nunca de las manos de Aristóteles, y al ser elaborados progresivamente, han
adquirido la fisonomía precisa que su autor pretendía. En resumen, puesto que Aris­
tóteles no ha repudiado obras o parte de ellas, sigue siendo «unitariamente» respon­
sable de las mismas. Los esotéricos no pueden ser tratados como simples apuntes.
Los éxitos positivos más destacados del método inaugurado por Jaeger son los
siguientes: a) El descubrimiento del Aristóteles de los escritos juveniles (exotéricos).
E. Bígnone, al ap>Ucar las normas jaegeríanas en su Aristoteleperduio e la formazione
filosófica di Epicuro (1936) ha podido interpretar la filosofía helenística dentro de

176
Redescubrímiento del joven AiistóCeles

una nueva perspectiva (véanse los resultados de este redescubrímiento en Berti, La


fUos. del primo Arist., dt.). b) La demostradón de que Aristóteles históricamente y
teoréticamente sólo se entiende teniendo en cuenta sus relaciones dialécticas con el
platonismo, c) Una profundizadón y un examen critico de las obras más significativas
de Aristóteles, que ha hecho emerger muchos e importantes elementos nuevos, útiles
para una comprensión siempre más adecuada de los textos, d) Un sentido más vivo de
la historiddad del pensamiento del Estagirita, considerado hasta entonces demasiado
abstractamente y antihistóricamente.
Como alternativa al Aristóteles «genético», se ha propuesto y se propone, por un
lado, un Aristóteles problemático, al que Aubenque ha dado una expresión paradig­
mática, próxima a la corriente de los heideggerianos y, por otro, el Aristóteles de los
neoclásicos, que intentan liberarlo de las incrustadones escolásticas, sin rasgarlo con
el método genético ni condenarlo al jaque mate como hacen a veces los intérpretes
heideggerianos, los problematidstas.
En cualquier caso, hoy ya no parece posible atrincherarse en el filologismo de los
epígonos del método genético: los textos de Aristóteles pueden leerse de nuevo en
sentido plausible sólo si y en la medida en que se crea de nuevo en el discurso
filosófico.

177
BIBLIOGRAFIA

I. R epertorios BiBUOGRÁncos y reseñas cRhiCAS

Casi toda la bibliografía aristotélica hasta el año 1896 se encontrará en M. Schwab,


Bibiiograpfue d*Aristote, Librairíe H. Wclter, París 1896. Esta obra es manuscrita y
contiene alrededor de 3750 indicaciones (es valiosa sobre todo por las indicaciones
puntuales de las ediciones, de las traducciones y de los comentarios de Aristóteles).
En relación con la bibliografía correspondiente a la época que discurre entre los
siglos XIX y XX, puede verse en Übcrweg-Praechter, Die Philosophie des Altertums,
3asilea ^1926, pág. 10r-22V
Con respecto a la bibliografía posterior a 1926, véase:
Philippe, M. D.. Aristóteles (Bibliographische Einführungen in das Studium der
Philosophie, editado por LM. Boschenski), Berna 1948.
Totok, W., Handbuch der Geschichte der Philosophie, Francfort del Meno 1964.
Gómez Nogales, S., Horizonte de la Metafísica aristotélica, «Estudios Onienses»,
serie U, vol. 2, Madrid 1955, pág. 247-398.
Son asimismo bastante útiles:
Catalogue général des livres imprtmés de la Bibliothéque Naüorude, Auteurs, IV:
Aristote, París 1901.
Aristotle, British Museum, Catalogue o f prinied Books, Londres 1884.
Aristóteles, editado por la Biblioteca nacional de Prusia, edición especial del Gesami-
katalog der Preussischen BibÜotheken, Berlín 1934.
Para la puesta al día en materia bibliográfica se consultarán:
Vannée philologique de Marouzeau y el Répertoire bibliographique de la philosophie
de la «Sodété philosophique de Louvain» publicado juntamente con la «Revue
philosophique de Louvain».

En relación con un status quaestionis relativo a la nnodema bibliografía aristotélica


se consultarán:
Gohlke, P., Überblick über die Literatur zu Aristóteles bis 1925, «Jahresbericht über

179
Bibliografía

die Fortschritte dcr klassischen Altertumswissenschaft». CCXVI, 1927, pág.


65-100; CCXX, 1929, pág. 265-328.
Wilpert, P., Die Lage der Aristóteles Forschung, «2^itschrift für phüosophische For-
schung», 1, 1946, pág. 123-140.
Moraux, P., Uévolution d'Aristote, en Aristote etsaint Thomas cTAquin (varios auto­
res), Lovaina 1957, pág. 9-41.
Long, H. S., A Bihliographical Survey o f Recení Work o f Aristotie, «Qassical
WorW*, Ll, 1958, pág. 47-51; 57-60; 69-76; 96-98; 117-9; 160-2; 167-8; 193-4;
204-9.
Berti, E., Lm filosofía del primo Aristotele, Padua 1962, pág. 9-122.
Arísíotele, en Questioni di storiografia filosófica (varios autores), bajo la dirección
de V. Mathieu, La Scuola, Brescia.

Respecto a las bibliografías relativas a cada una de las obras o a cada una de las
partes de la filosofía de Aristóteles, véase el apartado VIII de esta bibliografía.

11. L as obeas de A ustóteles

Lista de las obras esotéricas y exotéricas

Incluiremos en la lista los títulos de las obras del Corpus aristotelicum según el
orden en el que están impresas en la edición de Bekker, incluidas las obras espurias;
indicaremos primeramente el título griego, después el título en lengua latina que se
utiliza habitualmente en las citas.

KatviYO^Coi Categoriae
Ilepi éppfieCa; De interpretaiione
'AvdXurixá Jipórepa Anaiytica priora
'AvoXutixó úorepa Anaiytica posteriora
Tojuxá Tópica
riepl ooqlicmxmv ¿Xéyxoiv De sophisticis elench is
«bvoixf) áxQÓaoig Physica
flepl oúQovoO De cáelo
ílEpl YcVeoeíi)^ xal qrdopá^ De generatione et corruptione
MereoipoXoYixá Meteorológica
riepl xóapou npóg ’Akégavópov De mundo
U2QÍ De anima
riepl aio0V|aeu)^ xal ato(h|Ta)V De sensu et sensibili
ricQl pvtl(iTi5 xal dvapvyioEwg De memoria et reminiscentia
Tlepl ÓJivou xal éyQr\yÓQaBiúg De somno
riepl évunvícDV De somniis

180
Las obras de Aristóteles

ÍI eqI ^lavttxfig év xoig uxvotg De divinatione per somnum


riepl ^la)^)o|3LÓTT|Toc x a t |5^ xv|íw>tiito$ De tongitudine et hrevitate vitae
n e ^ l veóTT]T05 x u i De juventute et senecíute
ric ^ l x a i Octvátov De vita et de morte
ÍI eqI dvojcvofig De respiratione
ÍI cqí xvEÚ|iaTog De spiritu
ÍI eqI xd loxoQÍag Historia animoHum
ÍI eqI | íoq Co»v De partibus animaÜum
ÍTeqÍ ^(pü>v xiviíoEiog De mota animaiium
ÍI eqI xoQEíag (fpanf De incessu animaiium
ÍI eqI ^ imdv y^ECPEcog De generatione animaiium
ÍI eqI XQo>|idTCov De coioribus
riEQÍ áxovocúív De audibiiibus
4nKHOYV0)|iovixá Physiognomonica
ÍI eqI ^pvxüv De pianiis
ÍI eqI douiiaoíoiv áxovo|iáxcav De mirabiiibus auscuitatiombus
M rixcm xá Mechanica
ílQopXiíliaxa Probiemata
ÍI eqí áxó(uijv YQamuüv De iineis insecabiiibus
'AvEfubv dEOEtg x a l jiQOOiryoQCai Ventorum situs
í I eqí HEVoqiávoug. xeqi De Xenophane, Zenone,
Z i^YCtívog, TiEQi roQYÍov Gorgia (pero el título
exacto es de Xenoph,,
Meiisso, Cordal
T á |AExd xd qnxxxá Melaphysica
*Hdixd Nixo^áxeta Ethka Nichomachea
'Hdixd MsYóXa Magna moraba
'Hdtxd Eddiíiicia Ethka Eudemea
rieQi dQEKóv xai xaxuáv De virtutibus et vitiis
íloXixixá Poiitica
OÍxovo|uxá Oeconomica
Téxvn ^t]XOQix:n Rhetorica
'PnxoQtxfl XQÓg 'AXé^ovÓQov Rheiorka ad Aiexandrum
ÍI eqI JcoiT)xixf¡g Poética
Fragmenta Fragmenta
’Adrjvaíojv jcoXixeía Atheniensium respubika

He aquí los títulos de las obras de las que se han recuperado fragmentos, según la
edición de Ross, con la traducción castellana.

Diálogos:
f Q Ú X ^ g , ^ Í I eq I ¿q x o Q ix fJg Grillo o sobre la retórica
Supjtóaiov Simposio

181
Bibliografía

ZcHpurníg Sofista
eÚ í\\uh;, f| nepl ifuxñg Eudemo o sobre el alma
NfjQivOog Nerinto
*Egu)Xixóg Erótico
flQorgc^mxóg Protréptico (exhortación a la filosofia)
flegl icXoúxov Sobre la riqueza
negleíjxñ? Sobre la oración
riegl eÍJYeveCag Sobre la nobleza de nacimiento
riegl f|6oviig Sobre el placer
riegl JcoiÓeCog Sobre la educación
negl PaoiXeCag Sobre la monarquía
’AXé^avÓQog, fj íjjifeg dnoÍHCDv Alejandro o sobre las colonias
noXmxóg Político
Ilcgl noii|T(úv Sobre los poetas
flcgi <piXooo<p{ag Sobre la filosofía
flegl óixaiooúvTig Sobre la justicia

Obras lógicas:
riegl ngopXí)|iáTci)y Sobre los problemas
Aiaigéoeig Divisiones
*Yjio^vf)|iaTa ¿juxci^^axixá Huellas para argumentaciones
Koitiyoqúu Categorías
ílegl ¿vovxCcüv Sobre los contrarios

Obras filosóficas:
TlEgi láycEÓoO Sobre el bien
Í I eqI ¿deórv Sobre las ideas
F Ieq I X(bv IlvOaYogcícov Sobre los pitagóricos
ricgi tfig 'Agxótov qxXooo<píag Sobre la filosofía de Arquitas
ricgi AT)|ioxgixov Sobre Demócrito

Poemas

Caiólogqs de las obras de Aristóteles

Las listas de los títulos de las obras de Aristóteles han sido transmitidas por:
1) Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos, V, 21ss;
2) Un autor anónimo de la llamada Vita Menagiana (por su editor), que alcanza desde
Hesiquio de Mileto;

182
Ediciones generales y especiales

3) Tolomeo, que depende de Andrónico.


Estas lisias fueron publicadas por V. Rose, en el vol. V de Arisioielis Opera en la
Academia de Berlín, 1870, pág. 1463ss. Véase también Rose: Aristóteles pseudepi-
graphus, Leipzig 1863, pág. llss; Arist. Fragmenta, III ed., ibid. 1886, pág. 3ss;
pág. 146ÓSS (véase también Rose, Aristóteles pseudepigraphus, d t., pág. 18ss y
Fragmenta, III cd. d i., pág. 9ss); pág. 1469ss (véase también Rose, Fragmenta, III
ed. cit., páginas 19ss).
Sobre este tema véase:
Moraux, P.. Les listes anciennes des ouvrages d*Alistóte, Lovaina 1951 (el lector
encontrará aquí status questionis, conjeturas nuevas y profundas, amplfsima bí*
bliografía).

Bibliografías antiguas

Las principales biografías de Aristóteles que nos han sido transmitidas son:
1)Vida de Aristóteles de Diógenes Laercio;
2)dos Vidas griegas (Vita Martiana y Vita Vulgata);
3)una Vita latina;
4)dos Vidas siríacas;
5)cuatro Vidas árabes (autores: an-Nadim, Al-Mubashir, Al-Qifti, Usaibia).
Estas vidas han sido editadas y comentadas redentemente con gran competenda y
espíritu crítico:
Dúring, ]., Aristotle in the Ancient Biographical Tradition, Góteborg 1957 (recoge
todo el material biográfico antiguo, presenta una nueva edición crítica del mismo y
un comentario histórico y ñlológico).

111. E d ic io n e s q e n e j u l e s y e s p e c ia l e s d e l a s o b r a s

1. Ediciones generales

La primera edición impresa de las obras de Aristóteles es la llamada «aldina»:


Aristotelis Opera, Graece.,., Veneda 1495-1498, 6 vol.
A la edidón aldina le siguieron las tres ediciones de Basilea. La primera dirigida
por Erasmo de Rotterdam, se publicó en el ano 1531 {Aristotelis Opera omnia,
Basilea 1531), la segunda en 1539 {Basileensis secunda, que es una reproducción de la
anterior) y la tercera en 1550 {Basileensis tenia o isingriniana, nombre derivado del
impresor Isingrín), edidón corregida de las anteriores.
En 1551-1553 vio la luz la segunda edición aldina en 6 vol. (llamada camotiana por
las correcciones introducidas por J. B. Camotius).
En 1584-1587 se editó la célebre edición de Sylburg, en 5 vol. y 11 tomos {AristO’
telis Opera quae extant, Francfort 1584-1587), que mejora las anteriores.

183
Bibliografía

En 1590 se publicó en Lyón una nueva edición dirigida por Casaubonus (Arístote-
lis Opera nova editio..., 2 vol.) reeditada en 1596.
Pacius dirigió una edición ulterior, que fiie una revisión de las precedentes (Opera
ofwiia Graece et Latine...^ Ginebra 15% y Lyón 1597).
Recordemos además: Opera, nova editio, Graece et Latine..., 2 vol. Genevae
1602 (y 1606-1607). Y ulteriormente: Tou Stageiriiou ta sozomena, Latinae interpreta-
tiones adiectae quae greco contextui meiius responderá..., 2 vol.» Ginebra 1606-1609.
Entre las ediciones del siglo xvii cabe mencionar, además, la del Du Val, Opera
omnia quae extant, Graece et Latine..., 2 vol.» París 1619, reeditada en 1629 y más
tarde en 1639 y en 1654 (incrementada en 4 volúmenes).
En el siglo xviii, Th. Buble dio comienzo a una nueva edición de las obras de
Aristóteles, pero no logró concluirla: Operaortmia Graece..., vol. MV, Zweíbrucken
(Biponti) 1791-1793, vol. V, Estrasburgo (Argentorati) 1799.
Entre las ediciones del siglo xix sobresale la de Bekker, a la que nos hemos ya
referido y que describiremos más detalladamente en seguida. Para completar la lista
recordaremos, además:
Aristotelis Opera ad optimorum librorum fidem accurate edita, Tauchnitz, Leipzig
1831-1832, en 16 vol. (edición estereotipada con correcciones); editada nueva­
mente en 1867-1873.
Aristotelis Opera quae extant, uno volumine comprehensa (...) edidit C.H. We'tsse,
Tauchnitz. Leipzig 1843.
La edición destinada a suplantar a todas las demás y a convertirse en el punto de
referencia para las citas, fue la de la Academia de Berlín, 1831-1870, todavía in­
dispensable, aunque ha sido superada en muchos detalles:
Aristotelis Opera edidit Academia regia Borussica, G. Reímer, Berlín 1831-1870.1-11:
Aristóteles Graece, texto crítico a cargo de 1. Bekker (impreso a dos columnas, in­
dicándose la de la izquierda con a) y la de la derecha con b)\ 111: Aristóteles Latine,
contiene traducciones latinas del Renacimiento realizadas por diferentes autores; el
volumen volvió a publicarse en 1931; IV: Scholia in Aristoteiem, contiene pasajes
aislados tomados de comentadores griegos bajo la dirección de C.A. Brandis (la
edición de los comentarios griegos publicada sucesivamente por la Academia de
Berlín y cuya lista presentaremos más adelante, hacen casi superfino este volumen);
V: Aristotelis Fragmenta, recogidos por V. Rose; suplementos a los Scholia in Aristo­
teiem a cargo de Usener e Index aristotelicus a cargo de H. Bonitz (este Index es una
obra de altísimo nivel, y no ha sido superada hasta la fecha, mientras que la colección
de fragmentos ya no es utilizable; véase, más adelante, las indicaciones relativas a las
ediciones más recientes de los fragmentos). O. Gigon, Berlín 1960-1961 dirigió una
reedición (con correcciones) de esta edición monumental.
Digna de especial atención, porque mejora en ciertos puntos la de Bekker, es la
edición publicada por F. Didot, no valorada en la medida que se merece y, lamenta­
blemente, no utilizable por razones objetivas, dado que no reproduce la paginación
de Bekker, norma obligada actualmente en las citas:
Aristotelis Opera omnia graece et latine, cum indice nominum et rerum absolutissimo,
A.F. Didot. vol. MV. París 1848-1869, vol. V (Index), 1874.

184
Ediciones de obras individuales

Además, muchas de las obras del Corpus arisiotelicum se hallan disponibles en las
siguientes colecciones famosas de clásicos griegos y latinos:
«Bibliotheca Teubneríana»;
«Collcction des Universités de Francos;
«(Oxford Qassical Texts»;
«The Loeb Qassical Library».
De muchas de las obras aristotélicas publicadas en estas colecciones ofreoeremos
detalles a continuación.

2. Ediciones de obras uuüviduales

Nos limitamos a obras de interés estrictamente filosófico, sobre las que se basa
nuestra exposición y siguiendo el orden de la misma. Para un cuadro general, remití*
mos a A. Bonetti, Le edizioni del testo greco di Aristotele dal ¡831 ai nostri giomi, en
Aristoteie nelía critica e negli studs contemporanei (varios autores). Milán 1956, pág.
166-201.

Fragmentos

Rose, V., Aristotelis pseudepigraphuSt Lxipzig 1863.


Id., Aristotelis que ferebantur librorum fragmenta, impreso en 1867, pero publicado
en 1870 juntamente con el Index arist. de Bonitz en el vol. V de la ed. Bekker.
Id., Aristotelis quae ferebantur librorum fragmenta, III ed., Leipzig 1886 (en la «Bi-
bliotb. Teubneriana»).
Waizcr, R., Aristotelis dialogorum fragmenta, Rorencia 1934.
Ross, W.D., Aristotelis fragmenta selecta, Oxford 1955.
PIczia, M., Aristotelis epistularum fragmenta cum testamento, Varsovia 1961.

Metafísica

Schwegler A., Die Metaphysik des Aristóteles, Grundtext, Uebersetzung und Com­
mentar (contiene además estudios explicativos), Tubinga 1847-1848,4 vol. (Franc­
fort del Meno, 1960, reprod. anast.).
Bonitz, H., Aristotelis Metaphysica, recognovit et cnarravit H.B., Bonn 1848-1849, 2
vol. (el segundo volumen ha sido reproducido en cdic. anast., Hildesheím 1960).
Christ, W., Aristotelis Metaphysica, recognovit W. Christ, Leipzig 1886; nueva im­
presión corregida 1895, reeditada varias veces.
Estas tres ediciones del siglo xzx son todavía útiles. En nuestro siglo se han publi­
cado las dos mejores:
Ross, W.D., Arisíotle's Metaphysics, texto revisado con introducción y comentario,
Oxford 1924, 1953, 1958, 2 vol. (excelente).

185
Bibliografía

Jaeger, Vi/.^AnstoteUs Metaphysica^ recognovit brevique adnotatione crítica instnixit


W. Jaeger, Oxonii 1957 (se apoya en gran parte en Ross, añadiendo algunas
conjeturas sagaces).
Recordemos, además, para completar la lista:
Tredennick, H., Aristotie, The Metaphysics, wUh an EngÜsh Transtatíon, Londres-
Nueva York 1933-1935 (inferior a las dos precedentes; forma parte de «The Loeb
Qassical Library»).
Garda Yebra, V ., Metafísica de Aristóteles, edición trilingüe, 2 vol., Credos, Madrid
1970.

Física

Prantl, C., Aristóteles* Acht Bücher Physik, Griechisch und Deutsch, Leipzig 1854;
véase también, del mismo autor, la edición preparada para la «Bíbliotheca Teub-
neríana», Leipzig 1879.
Calieron, H., Aristote, Physique, texto estableado y traducido por H. Calieron,
París, 1926-1931, 2 vol. (forma parte de la «CoUection des Universités de Fran-
ce»).
Wicksteed, Ph.H.-Comford, F.M., Aristotíe, The Physics, con una traducción ingle­
sa, Lofidres-Nueva York 1929-1934 (forma parte de «The Loeb Qassical Li­
brary»).
Ross, W.D., Aristotle's Physics, un texto revisado con introducdón y comentario,
Oxford 1936 (el texto crítico fue editado en 1950 en la colección «Oxford Qassical
Texts»).

«De cáelo»

Prantl, C., Vier Bücher üher das Himmelgebaude und zwei Bücher über Entstehen
und Vergehen, Griechisch und Deuísch, Leipzig 1858 (véase del mismo Prantl el
texto crítico de las dos obras publicado en la «Bibliotheca Teubncríana», Leipzig
1881).
Alian, D.J., Aristoteiis De cáelo, Oxford 1936, reedit. con correcciones en 1955
(forma parte de la colección «Oxford Qassical Texts»).
Guthríe, W.K.C., Aristotle, On the Heavens, con una traducción inglesa, Londres
1939 (forma parte de «The Loeb Qassical Library»).
Longo, O., Aristotde, De Cáelo, Introducción, texto crítico, traducción italiana y
notas, Rorencia 1%2.
Moraux, ?,,Aristote, Du Ciei, texto revisado y traducido, París 1965 (forma parte de
la «CoUection des Universités de France»).

186
Ediciones de obras individuales

«De generationc ct comiptione»

Joachim, H.H.. Aristoüe on Corning-to-bt and Passing-away, un texto revisado con


introducción y comentario, Oxford 1922.
Mugler, C.. Aristoie, De la génération et de la corruption^ texto revisado y traducido,
París 1966 (forma parte de la «Collection des Universitós de Frasee»).

«De anima»

Trendelenburg, F.A., Aristotelis De anima libri tres, Berlín ^1877 (Graz 1957, rccd.
anast.) con excelente comentario en latín.
Rodier, G., Aristote, Traiíé de Vúme traduií et annoté, 2 vol., París 1900.
Hicks, R.D., Aristoüe, De anima, con traducción, introducción y notas, Cambridge
1907.
Biehl, G ., Aristotelis De anima libri tres, ed. corregida, Leipzig 1896 (forma parte de
la «Bibliotheca Teubneriana»).
BiehJ, G., Apeit, O., Aristotelis De anima libri tres, edición tercera dirigida por O.
Apelt, Leipzig 1926 (forma parte de la «Bibliotheca Teubneriana»).
Hett, W.S., Aristotle, On the Soul..., con una traducción inglesa, Londres 1936 (for­
ma parte de «The Loeb Classical Library»).
Ross, W.D., Aristotle, De anima, con introducción y comentario, Oxford 1961 (el
texto crítico de Ross se encuentra, sin introducción y sin comentario, en la colec­
ción «Oxford Classical Texts», ibid. 1952).
Jannone, A., Barbotin, E., Aristote, De Váme, texto revisado por A. Jannone, tra­
ducción y notas de E. Barbotin, París 1966 (forma parte de la «Collection des
Universités de France»).

Éticas

Falta todavía una edición crítica de las tres Éticas que sea plenamente satisfacto­
ria, mientras existen buenos comentarios anejos a traducciones a las que nos referire­
mos más adelante.
Habré que recurrir por consiguiente a las ediciones de ñnales del siglo pasado:
Grant, A., The Etics o f Aristotle, ilustrada con ensayos y notas. Londres 1857; ^1884,
2 vol.
Ramsauer, G., Aristotelis Ethica Nicomachea, Leipzig 1878.
Susemihl, Fr., Aristotelis Ethica Nicomachea, Leipzig 1882; edición tercera dirigida
por O. Apelt, ibid. 1912.
Susemihl, Fr., Aristotelis quae feruníur Magna Moralia, Leipzig 1883.
Susemihl, Fr., ¡Aristotelis Ethica EudemiaJ Eudemi Rhodii Ethica..., Leipzig 1884.
Fritzsche, A.T.H., Aristotelis Ethica Endemia, Ratisbona 1851.

187
Bibliografía

Bywatcr, I., Aristotelis Ethica Nicomachea, Oxford 1894; reeditada varias veces (for­
ma parte de la colección «Oxford Classical Texts»).
Burnet, J., The Ethics o f Aristoile, landres 1900.
Rackham, H., Aristotle^ The Nicomachean Ethics, con una traducción inglesa, Lon-
dres-Nueva York 1926; ^1934 (forma parte de «The Loeb Oassical Library»).
Armstrong G.C., Aríslotíe.., Magna M oraiia..., con una traducción inglesa, Londres
1935 (forma parte de «The Loeb Classical library» y ha sido incluida en el segundo
volumen de la Metafísica dir. por Tredennick antes citado, junto con los Oeco-
nomica,
Rackham, H., Aristotíe... The Eudemian Ethics..., con una traducción inglesa, Lon­
dres 1935 (forma parte de «The Loeb Oassical Library»).
Voilquin, J., Alistóte, Éthique de Nicomaque, texto, traducción y notas, París 1940.

Política

Newman, W.L., The Poiitics o f Aristotíe, con una introducción, dos prefacios, Oxford
1887-1922, 4 vol.
Susemihl, Fr., Aristotelis Folitica, tertium edidit F.S., Leipzig 1882 (forma parte de la
«Bibliotbcca Teubneríana»).
Immisch, O., Aristotelis Política, Leipzig 1929 (forma parte de la «Bibliotheca Teub-
neriana»).
Rackham, H., Aristotíe, Poiitics, con una traducción inglesa, Londres 1932 (forma
parte de «The Loeb Oassical Library»).
Ross, W.D., Aristotelis Política, Oxford 1957 (forma parte de la colección «Oxford
Oassical Texts»).
Aubonnet, J., Aristote, Polisique, texto revisado y traducido, París 1960ss (forma
parte de la «Collection des Universités de France», han aparecido 3 tomos en 4
volúmenes, hasta el libro vii).

Poética

Bywater, i., On theart o f Poetry, texto revisado con introducción crítica, traducción y
comentario, Oxford 1909.
Rostagni, A., Aristotele, Poética, introducción, texto y comentario, Turín 1927,
^945.
Hardy, J., Aristote, Poétique, texto revisado y traducido, París 1932 (forma parte de
la «Collection des Universités de France»).
Gudeman, A., Aristóteles, Peri Poietikés, con introducción, texto y notas críticas,
comentario excgétíco, suplemento crítico e índices de nombres, de materias, de
lugares, Berlín y Leipzig 1934.
Kassei, R., Aristotelis De arte poética, Oxford 1965 (forma parte de la colección
«Oxford Classical Texts»),

188
Traducciones en lengua latina

Garda Yebra, V.. Poética de Aristóteles, edición trilingüe, Credos, Madrid 1974.

«Organon»

Waitz, Tb., Aristotelis Organon, Leipzig ]844>1846,2 vol. (roed, anast., Aalen 1962).
Se trata de una obra excelente, indispensable todavía hoy para consulta, espedal-
mente por el comentario.
Cada uno de los tratados del Organon en las mejores ediciones críticas, se en­
cuentran en la colccdón «Oxford Classícal Texis»):
Minio Paluello, L., Aristotelis Categoriae et Uber de interpretatione, Oxford 1949;
Ross, VI.D ., Aristotelis Tópica etSophistici Elenchi, Oxford 1958; cd. corregida 1970;
Ross, W.D. y Minio Paluello, L., Aristotelis Analytica priora et posteriora, Oxford
1964.
Hemos de señalar, además, la excelente edidón acompañada de comentario de
los Analitici de Ross, Aristotle’s Prior and Posterior Analyttcs, texto revisado con
introducción y comentario, Oxford 1949.
Menos válida, pero útil, es también la edidón con traducción inglesa del Organon
publicada en «The Loeb Qassical Library»; el vol. I, que contiene Categoriae, De
Interpretatione, Analytica Priora, Dirigido por H.P. Cooke y H. Tredennick, publica­
do en 1938; el vol. II, que contiene los Analytica posteriora y los Tópica ha sido
dirigido por H. Tredennick, y E.S. Forster y ha sido publicado en 1960; De sophisticis
elenchis ha sido publicado bajo la direcdón de Forster (juntamente con el De generat.
et corr. y De mundo) en 1955.

IV. T r a d u c c io n e s e n l e n g u a l a t in a

Aristóteles Latinas, Códices descrípsit G. Lacombe, in socictatcm operis adsumptis


A. Birkenmayer, M. Dulong, Aet. Franceschini: Pars Prior, Romae 1939, pág.
1763; Pars Posterior, Cantabrídgiae 1955, pág. 764-1388. Ésta es la manera como
uno de los autores describe la obra, que es un verdadero monumento de erudición
y de espíritu crítico: «En los dos volúmenes están descritos, incluidos los pocos
fragmentos, 2012 códices; se presenta la bibliografía fundamental de los estudios
acerca del Aristóteles latino hasta el año 1953; se esboza una breve historia de la
suerte que corrió el Estagirita en la edad media (así como la de sus comentadores
griegos y árabes) tal como resulta de los descubrimientos realizados durante las
investigaciones en torno a su traducción manuscrita; se ofrecen, finalmente, am­
plios especímenes (incipit y expücit) de todas las versiones. El segundo volumen
está provisto además de suplementos y de índices abundantes y precisos, fruto do
la doctrina y de la labor inteligente y valiosa realizada por Lorenzo Minio Paluello
[...]» (véase £ . Franceschini, en la obra citada más adelante, pág. 145).
Para un breve y claro status quaestionis véase:
Franceschini, E ., Ricerche e studi su Ar'tstotele nel Medioevo latino, en Arísíotele nrtla

189
Bibliografía

critica e negli studi contemporanei (varios autores), Vita e Pensicro, Milán 1957,
pág. 144-166.
Por lo que respecta, en cambio, a las traducciones de las obras de Aristóteles
realizadas por los eruditos del Renacimiento, véase:
Aristóteles latine interpretibus variis, vol. III de la edición de la Academia Prusiana de
las obras de Aristóteles, cit. (1831).
Garín, E., Le traduzioni umanistiche di Aristoteie nel secóla XV, «Atti derAccade-
mia di Scienze Morali “La Colombaha*'», Rorenda, 1950.

V. TSADUCaONES EN LENGUAS MODERNAS

El elenco que se da a continuación debe completarse con las ed. trilingües (griego,
latín, castellano) de V. Garda Yebra (pp. 186 y 189). En el prólogo de la Metafísica
(pp. XXI-XXX) y en la introduedón a la Poética (pp. 49-121) examina las tr. cast.
que le precedieron. Su equilibrado juido crítico puede hacerse extensivo a la biblio­
grafía aristotélica en castellano que apenas hoy va cobrando una imagen discretamen­
te presentable.

Traducciones castellanas

1) Edidones de obras completas:

Obras de Aristóteles, puestas en lengua castellana por D. Patricio de Azcárate, 10


vols., Medina y Navarro. Madrid 1874.
Obras completas de Aristóteles, edición y traducción de Felipe Gallach Palés, Nueva
Biblioteca Filosófica, 12 vols.. Madrid 1931-1934.
Obras, traduedón del griego, estudio preliminar, preámbulos y notas por Frandsco
de P. Samaranch. Aguilar, Madrid 1964, 1636 p.

2) Ediciones de tratados particulares:

Tratados de lógica (Organon), trad. Miguel Candel Sanmartín, Gredos, Madrid 1982.
De interpretatione, trad. Alfonso Garda Suárez, Uiiiv. de Valenda ^1980.
Acerca del alma, trad. Tomás Calvo Martínez, Gredos, Madrid 1978.
Metafísica (libro Gamma), trad. José de C. Sola. S.I., Ed. Borgiana, Barcelona 1956.
Ética a Nicómaco, trad. Julián Marías, C.E.C., Madrid ^1981.
Política, trad. Julián Marías y María Araujo, Instituto de estudios políticos, C.E.C.,
Madrid ^1970.
La política, trad. Aurelio Pérez Jiménez y Carlos María Gual, Nacional, Madrid
*1981.
Retórica, trad. Antonio Tovar Llórente, C.E.C., Madrid ^1971.
Poética (junto con la de Horado y Boileau), trad. Aníbal González Pérez, Nacional,
Madrid ^1982.

190
Traducciones en lenguas modernas

La constitución de Atenas, trad. Antonio Tovar Llórente, C.E.C., Madrid ^1970.

Traducciones catalanas

Categories i Perihermeneias, trad. Josep M. Llovera, imp. AJtés, Barcelona 1929.


Psicología, trad. Joan Leita, Laia, Barcelona 1981.
Poética, trad. Ignasi Casanovas, S.L. Thomas, Barcelona 1907.
Poética i Constítució d"Atenes, trad. J. Parran i Mayoral, Fund. Bemat Metge, Barce­
lona 1926.

Traducciones italiarms

Por desgracia, no existe todavía una traducción italiana de todo Aristóteles. El


«Centro di Studi Filosoñci di Gallarate» ha pronKx:ionado una traducción sistemática
con introducciones críticas, comentario analítico y bibliografias para el editor Loffre-
do de Nápoles. Se han publicado hasta ahora:
La Metafísica, a cargo de G. Reale, Nápoles 1968, 2 vol.
Gli Anaistid primi, a cargo de M. Mignucci, Nápoles 1970.
/ Topici, a cargo de A. Zadro (1974).
Trattato su! cosmo per Alessandro, a cargo de G. Reale (1974).
Gli analitid secondi, a cargo de M. Mignucci (el autor ha anticipado ya la traducción
de esta obra, en tirada muy limitada, para la editorial Azzoguidi, Bolonia 1970).
La mayor parte de las traducciones de los tratados aristotélicos en lengua italiana
ha sido publicada por el editor Laterza: Opere, bajo la dirección de Gabríele Gian-
nantoni, 4 vol., Roma-Bari 1973 (reproducidas asimismo en ed. económica). Las
traducciones las han realizado Giorgío Colli (Organon), Antono Russo (Física, Della
generazione e della corruzione. Metafísica), Oddonc Longo (Del cielo), Renato Lau-
renti (DelVanima, Piccoli trattati di storia naturale. Política, Trattato sulVeconomia,
Cosiituzione degli Ateniesi), Mario Vegetti (Partí degli animali), Diego Lanza (Ripro-
duzione degli animali), Armando Plebe (Etica Nicomachea, Grande etica. Etica Eu-
demia. Retorica), Manara Valgimigli (Poética), Gabríele Giannantoní (Frammenti),

Pueden encontrarse asimismo en otros editores:


De motu animalium, texto, traducción y comentario de L. Torraca, Nápoles 1958.
De cáelo, introducción, traducción y notas de O. Longo, Sansoni, Florencia 1962.
Generazione e corruzione, a cargo de P. Cristofolini. Boringhierí, Turín 1963.
Física, a cargo de G. Laurenza, Nápoles 1967.
DelVanima, traducción, introducción y comentario a cargo de R. Laurenti, Nápoles-
Florencia 1970.
Le Categorie, introducción, traducción y comentario a cargo de D. Pesce, Liviana
edítrice, Padua 1966.
Poética, a cargo de F. Albeggiani, La Nuova Italia, Florencia 1934 (reed. t. frec.).

191
Bibliografía

La Política, La costituzione di Atene, a caigo de A. Viano, Utet, Turín 1966.


Opere biologiche, a cargo de M. Vegetti y D. Lanza, Utet, Turín 1972 (contiene:
Ricerche sugli animali. Le partí degli animali. La íocomozione degli animali. La
percezione e i percepibiii. La memoria e ti richiamo aUa memoria, ii sonno e la
veglia, ! sogni. La premonizione nel sonno. La lunghezza e la brevitít della vita. La
respirazione, H moto degli animali).
De las obras juveniles existen las dos traducciones siguientes:
Esoñazione olla filosofía (Frotreptico), a cargo de E. Berti, Radar, Padua 1967.
Della filosofía, introducción, texto traducción y comentario exegético de M. Untéis-
teiner. Edizioni di Storia e Letteratura, Roma 1963.

Traducciones inglesas

Existe una buena traducción en lengua inglesa de todo el Corpus aristotelicum:


The Works o f Aristotle, traducidas al inglés bajo la dirección de W.D. Ross, en
Clarendon Press, Oxford 1908ss (llamada comúnmente The Oxford Translation o f
Aristotle). Vamos a presentar la descripción de la obra y sus respectivos traducto­
res: 1. Logic, 1928: Categorie, De Interpretatione (E.M. Edghill), Analytica Priora
(A.J. Jcnkinson),i4/ui/yncaPo5/enorn(O.R. Mure), Tópica, DeSophisíicisElenchis
(W.A. Pickard-Cambrídge); II. Philosophy o f Nature, 1930: Physica (R.P.
Hardic-R.K. Gaye), De Cáelo (J.L. Stocks), De generatione et corruptione (H.H.
Joachim); III. The Soui, 1913: Meteorológica (E.W. Webster), De mundo (E.S.
Forster), De anima (J.A. Smith), Parva naturalia (J.I. Beare-G.R.T. Ross), De
Spiritu (J.F. Dobson); IV. History o f Animáis, 1910: Historia animalium (Sir
D’Arcy W. Thompson); V. Parts o f Animáis, 1912: De partibus Animalium (W.
Oglc), De mota animalium. De incessu animalium (A.S.L. Farguharson), De ge­
neratione Animalium (A. Platt); VI. Minor Biological Works, 1913: De coloribus.
De atidibilibus. De Melisso Xenophane Corgia (T. Loveday-E.S. Forster), De
mirabilibus auscultationibus (L.D. Dowdall), De Uñéis insecabilibus (H.H.
Joachim); Vn. Problems, 1927 (E.S. Forster); VIH. Metaphysics (D. Ross); IX.
Ethics, 1925: Ethica Nkomachea (D. Ross), Magna Moraba (St. G. Stock). Ethi-
ca Eudemia (i. Solomon); X. Politics and Economics, 1921: Política (B. Jowett),
Oeconomica (E.S. Forster), Atheniensium Respublica (F.G. Kenyon); XI. Rheto-
ric and Poetics: Rhetorica (W. Rhys Roberts), De Rhetorica ad Alexandrum (E.S.
Forster), De Poética (I. Bywater); XII. Selea Fragments, 1952 (D. Ross).
Esta traducción se ha impuesto como punto de referencia en el plano internacio­
nal y no ha sido superada hasta la fecha, aunque en muchos puntos se revelan sus
años. Las Bollingen Series han reimpreso todo el Corpus, a cargo de Barnes, The
Complete Works o f Aristotle, 2 voL, 2487 p. (Princeton University Press 1984).
Traducciones inglesas se encontrarán también en la edición, bilingüe de «The
Loeb Classícal Library», a la que hemos hecho referencia gradualmente en el párrafo
relativo a la edición de los textos.

192
Traducciones en lenguas modernas

Traducciones francesas

No cabe ya utilizar la traducción francesa de Barthélemy-Saint Hilairc realizada


en el siglo pasado. Recientemente ba presentado traducciones excelentes J. Tricot:
Aristote, Traduction nouveUe et notes, por J. Tricot. Vrin. París 1934. La obra abarca:
Organon; Métaphysique, nueva edición totalmente refundida, con comentario; De
ia génération et de la corruption: De Táme; Traité du Ciel suivi du Traiti pseudo-
Aristotélicien du Monde; Parva naturalia suivi du traité pseudo-Aristotélicien de
Spiritu: Les Météorologiques; Misto iré des animaux, 2 vol.; Les Économiques;
Éthique á Nicomaque.
Traducciones en lengua francesa se encuentran también en las ediciones bilingües
de las diferentes obras de Aristóteles publicadas en la «Collection des Universités de
Franco», a la que hemos hecho referencia en el párrafo relativo a las ediciones de los
textos. Cabe señalar de manera especial, además, la reciente versión con amplísimo
comentario de la Ética a Nicómaco: L'Éthique ú Nicomaque, a cargo de R. A. Gau-
thicr y Y.-J. Jolif, Lovaína ^1970, 4 vol.

Traducciones alemanas

Paul Gohlkc ha iniciado y conducido a buen término una traducción de todas las
obras aristotélicas:
Aristóteles, Die Lehrschriften, herausgegeben, übertragen und in ihrer Entstehung
erláutert, F. Schóning. Paderbom I945ss. Éste es el plan de la obra: I. Aristóteles
und sein Werk; II. Logik: Kategorien und Hermeneuúk, Erste Analytik, Zweiíe
Analytik, Topik; III. Rhetorik und Poctik: Rhetorik, Poeiik und Fragmente der
Homererklürung, Rhetorik an Alexander; IV. Physik: Physikalische Vorlesung,
Uber den Himmel, Ober Werden und Vergehen, Meteorologie, An Kónig Alexan­
der über die Welt, Kleine Schriften zur Physik imd Metaphysik; V. Metaphysik; VI.
Seelenkunde: Über die Seele, Kleine Schriften zur Seelenkunde; Vil. Ethik und
Poiitik: Grosse Ethik, Schrift über Tugenden und Laster, Eudemische Ethik, Niko-
machische Ethik, Poiitik, Verfassungsgeschichte der Athener, über Haushaltung in
Familie und Staat; VIO. Naturgeschichte: Tierkunde, Über die Glieder der Ge-
schópfe, über die Zeugung der Geschópfe, Kleine Schriften zur Naturgeschichte; IX.
Probleme.
Esta grandiosa empresa de Gohlke no fue bien acogida en general; pero, en
realidad, el juicio desfavorable dependió en gran parte de la toma de posición fuerte­
mente negativa de Jaeger en relación con los estudios de Gohlke, los cuales, aplican­
do el método genético, echaban por tierra las conclusiones jaegeríanas. La traducción
de Gohlke tiene un valor desigual, pero, no obstante, contiene momentos felices e
intuiciones brillantes, y. por tanto, debe tenerse presente.
La «Wíssenschaftliche Buchgesellschaft» de Darmstadt, en colaboración con la
«Akadcmic Vcrlag» de Berlín (RDA), programó un vasto plan de traducciones de
todo Aristóteles a cargo de diversos especialistas:

193
Bibliografía

Deutsche Aristóteles Gesamt-Ausgahe. Aristóteles, Werke in deutscher Úbersetzung,


20 vol. La obra se inició bajo la dirección de E. Gnimach, y, después de la muerte
de éste, fue dirigida por H. Flashar. Éste es el plan de la obra juntamente con las
personas encargadas de cada uno de los volúmenes (están señalados con asterisco
los volúmenes ya publicados):
I: 1. Kategorien (Konrad Oaiser. Tubinga). 2. Peri hermeneias (E. Baer, Munich; R.
Tessmer, Munich);
II: Topik, Sophistische Widerlegungen (M. Soreth, Colonia);
III: Analytica IIU (J. Mau, Gotinga);
IV: Rhetorik (N.N.);
V: Poetik (R. Kassel. Berlín);
•VI: Nikomachische Ethtk, trad. y coment. de Fr. Dirlmcier, ed. revisada ^1969;
•VII: Eudemische Ethik, traducción de Franz Dirimeier, edición revisada, ^1969;
VIII: Magna Moralia, traducción de Franz Dirlmcier, edición revisada ^1966;
IX: Politik (O. Gigon, Berna);
X: 1. Staat der Athener (B. Lotze, Jena), 2 Ókonomik (H. Braunert, Kiel);
•XI: Physikvorlesung, traducción de Hans Wagner, I%7;
XII: 1. y 2*. Meteorologie. Úber di Welt, traducción de Hans Strohm, 1970; 3. Ober
den Himmel (P. Moraux. Berlín); 4. Ober Entstehen und Vergehen (E.G. Schmidt,
Jeoa);
•XIII: Über die Seele, traducción de Willy Theiler, edición revisada, '1969;
XIV: Parva Naturalia (J. Wicsner, Berlín);
XV: Metaphysik (G. Patzig, Gotinga);
XVI: Zoologische Schriften I: Tiergeschichte (K. Bartels, Zurich);
XVII: Zoologische Schriften II. Ober die Teile der Tiere (I. Düring, Góteborg), 2.
Die kleineren zoologischen Schriften (J. Kollesch, Berlín);
•XVIII: Opúsculo, 1. Úber die Tugend, traducción de Emst A. Schmidt, 1965; 2.
Mirabilia, traducción de Hellmut Flashar; 3. De audibilibus, traducción de Ulrich
Klein. 1972; 4. De plantis (H J. Drossaart Lulofs. Amsterdam); 5. De coloribus
(M. Schramm, Tubinga); 6. Physiognomica (M. Schramm, Tubinga), De lineis
insecabilibus (M. Schramm, Tubinga); 8. Mechanico (M. Schramm, Tubinga); 9.
Xenophanes, Melissos, Gorgias (H.J. Newiger, Constanza).
•XIX: Problemata Physica, traducción de Helmiit Flashar, 1962.
XX: Fragmente (O. Gigon, Berna).
A juzgar por los volúmenes ya publicados, esta edición superará a la traducción
inglesa de Oxford, sobre todo porque contiene abundantes comentarios (y por tanto
la justifícación de la traducción), introducciones y bibliografías (una traducción de
Aristóteles sin el acompañamiento de las notas es casi ilegible en la actualidad).

VI. Í n d ic e s y léx ic o s

No superado hasta la fecha y superable quizás sólo con ayuda de las calculadoras
electrónicas, es el ya citado Index aristotelicus de Bonitz, contenido en el volumen V

194
Escolios, paráfrasis y comentarios

de la edición de las obras de Aristóteles de la Academia de Berlín. £1 Índex ha sido


reproducido recientemente en parte en edíc. anast.:
Bonilz H., Index Aristotelicus, Wisenschañliche Buchgesellschaft, Darmstadt 1955.
Son también útiles el Index rerum et nominum (pág. 1-903) y el Index naturalis
hLstoriae (pág. 905-24) contenidos en el quinto volumen de la edición ya citada de F.
Dídot (París 1974).

Puede consultarse además:


Organ, T.W., An Index to Aristode, Princcion 1948.
Kieman, T., Aristoiie Diciionary. Nueva York 1961.
Resultan siempre de utilidad las consultas de los índices de las ediciones críticas
de cada una de las obras.

VII. Escouos, PARÁFRASIS Y COMENTARIOS

Comentarios griegos alejandrinos y bizantinos

Los comentarios griegos se han publicado en una edición monumental preparada


por la Academia de Berlín:
Commentaria in Aristotelem graeca, edita consiiio et auctoritate Academiae Litterarum
Regiae Borussiacae, G. Rcimcri, Berolini 1882-1909.
Éste es el catálogo completo;
I. Alcxander in Metaphysica, cd. M. Hayduck 1891.
II. 1. Alexander in Priora Analytica, ed. M. Wallies, 1883; 2. Alexander in Tópica,
ed. M. Wallies, 1891; 3. Alexander (Mich. Ephes.) in Soph. elenchos, ed. M.
Wallies, 1898.
III. 1. Alexander in De Sensu, ed. P. Wendland, 1901; 2. Alexander in Meteor.
libros, ed. M. Hayduck, 1899.
IV. 1. Porphyrius, Isagoge, in Categorías, cd. A. Busse, 1887; 2. Dexippusm Catego­
rías, ed. A. Busse, 1888; 3. Ammonius in Porphyrii Isagogen, ed. A. Busse, 1891;
4. Ammonius in Categorías, cd. A. Busse, 1895; 5. Ammonius De interpretatione,
ed. A. Busse, 1897; 6. Ammonius in Analytica Priora, cd. M. Wallies, 1899.
V. Themistius 1. in Analytica Posteriora, ed. M. Wallies, 19(X); 2. In Physica, cd. H .
Schenkl, 1900; 3. de Anima, cd. R. Heínzc, 1889; 4. de Cáelo hebr. et latine, ed.
5. Landauer, 1902; 5. Metaph, /. A paraphrasis hebraice et latine, ed. S. Lan-
dauer. 1903; 6. (Sophon.) in Parv. Nat., ed. P. Wendland, 1903.
VI. 1. Syrianus in Metaphysica, ed. G. KroH, 1902; 2. Ascicpius in Metaphysica, ed.
M. Hayduck, 1888.
Vil. Simplicius: De Cáelo, ed. I.L. Heiberg, 1893;
VIH. Simplicius in Categorías, cd. K. Kalbfleische, 1907;
IX. Simplicius in Phys. ¡-ÍV, cd. H. Diels, 1882;
X. Simplicius in Phys. V-VIIl, cd. H. Diels, 1895;
XI. Simplicius de Anima, ed. M. Hayduck, 1882.

195
Bibliografía

X n. Olymptodorí 1. P ro U g o m ena el in Categorías, ed. A. Busse, 1902; 2. in M eteo ­


ro, ed. G. Slüvc» 1900.
XIII. Joannes Philoponus (olim Ammon.) 1. in Categorías, ed. A. Bussc, 1898; 2. in
Anal, Priora, cd. M. Wallies, 1905; 3. ¿n Anai. Posteriora, c. Anón, in libnim II,
cd. M. Wallies, 1909.
XIV. Joannes Philoponus 1. in M eteor. l p rim u m , ed. M. Hayduck, 1901; 2. de
G eneratione et corr., ed. H . Vitelli, 1897; 3. (Mich. Ephes.) de G en. a n im ., ed .
M. Hayduck, 1903.
XV. Joannes Philoponus de Anima, ed. M. Hayduck, 1897.
XVI. Joannes Philoponus in Phys. I-HÍ, ed. H. Vitelli, 1887.
XVII. Joannes Philoponus in Phys. IV-Vü, ed. H. Vitelli, 1888.
XVIII. I. Elias in Porphyr. isag. et Arístot. Categ., ed. A. Busse. 1900; 2. David
Prolegómeno et in Porphyr. isag., ed. A. Busse, 1904; 3. Stephanus in de Interpre-
taíione, ed. M. Hayduck, 1885.
XIX. 1. Aspasius in Ethica, ed. G. Heylbut, 1889; 2. Heliodonis in Ethica, ed. G.
Heylbut, 1889.
XX. Eustratius. Michael, Anonymus in Ethica, ed. G. Heylbut, 1892.
XXI. 1 E u stra tiu s in A n a l. Post, I!, e d . M . H a y d u c k , 1907; 2 . A n o n y m u s et Step h a n u s
in R hetoricam , e d . H . R a b e , 1896.
XXII. Michael Ephesius 1. in Parva Naturalia, ed. P. Wendland, 1903; 2. in De part.
anim., De anim. mot.. De anim. incessu, ed. M. Hayduck, 1904; 3. in Eth. V, ed.
M. Hayduck, 1901.
XXm. 1. Sophonias de Anima, cd. M. Hayduck, 1883; 2. Anonymus Paraphrasis in
Cal., cd. M. Hayduck, 1883; 3. (Tbemistius] in Priora Anal, I, cd. M. Wallies,
1884; 4. Anonymus Paraphrasis in Sophistícos elencos, ed. M. Hayduck, 1884.
En relación con las traducciones latinas de numerosos de estos comentarios puede
consultarse:
Schwab, Bibliographie d'Aristote, cit., passim.
Philippe, A ristóteles, cit., pág. 19ss.

Comentarios medievales y del Renacimiento

EHiesto que gran parte de la filosofía medieval, sea árabe u occidental, es reflexión
y comentario de Aristóteles, respecto a esta sección se remite a los repertorios de
filosofía medieval.
En relación con los comentarios medievales latinos, consúltense los repertorios
siguientes:
Lohr, H. Charles, Medioeval Latin Aristolle Commentaries, Auihors, en «Traditio»,
XXIIl (1967). pág. 313-413 (A-F); XXIV (1968) pág. 149-245 (G-I); XXVI
(1970), pág. 135-216 (Ja-Jo); XXVII (1971) pág, 251-351 (Jo-Myn); XXVIll
(1972), pág. 281-396 (N-Ri); XXIX (1973), pág. 93-197 (Ro-Wil).
Zimmermann, Albert, Verzeichnis ungedruckter Kommentars zur Metaphysik und
Physik des Aristóteles aus der Zeit etwa 1250-1350, vol. 1, Leiden-Colonia 1971.

1%
Estudios críticos

En relación con los comentarios del Renacimiento se encontrarán datos en:


Schwab» Bibliographie d’Aristote, dt.
Philíppe» Aristóteles, cit.» pág. 22$s.

Comentarios modernos

Se encuentran habitualmente unidos a las ediciones del texto o a las traducciones


de las mismas y la mayor parte ya han sido señalados en su apartado correspondiente.
Ofreceremos indicaciones adicionales en los estudios críticos.

VIII. E studios cafn e o s

1. Estudios sobre el pensamiento de Aristóteles en ¡genera!

Lx>s estudios generales sobre Aristóteles anteriores al año 1896 se encontrarán


indicados en Schwab, Bibliographie d*Aristote, cit., pág. 22ss; los publicados sucesiva­
mente hasta 192.^ se encontrarán en Überweg-Praechtcr» Grundriss, página 102*, y
los más recientes en Totok, Handbuch, cit., páginas 219s.
Sicbeck, H.» Aristóteles, Stuttgart 1899, ‘*1922 (traducción italiana, Palcrmo 1911).
Pial, C , Aristote, París 1903. 1912.
Alfaric, P.. Arútote, París 1905.
Brentano. F., Aristóteles und seine Weltanschauimg, Leipág 1911 (Darmstadt 1%7,
reimpr. anast.).
Case, T. Aristotle, en Enciclopaedia Britannica, Cambridge 1911 (II, pág. 501-22).
Gocdeckcmcycr, A., Die GHederung der aristotelichen Phiíosophic, Halle 1912.
Taylor, E.A., Aristotle, Londres 1912, reeditada varias veces.
Hamelin, O., Le systéme dAristotc, París 1920, ^1931.
Goedeckemeyer, A. Aristóteles, Munich 1922.
Kafka, G,, Aristóteles, Munich 1922.
Lalo, G., Aristote, París 1922.
Jaeger, W., Aristóteles Grundlegung einer Geschichte seiner Entwicklung, Berlín
1923, M955 (traduedón cast. Fondo Cultura Económica, México 1946; tr. italiana
de G. Calogero, La Nuova Italia, Florenda 1935, reeditada varias veces).
Rolles, E., Die Philosophie de Aristóteles ais Naturerklárung und Weltanschauung,
Leipzig 1923.
Ross, W.D., Aristotle, Londres 1923, reeditada varias veces; traduedón italiana de
A. Spinclli, L.aterza, Barí 1946 (trabajo bastante esmerado).
Roland Gosselin, M.D., Aristote, París 1928.
Schillíng Woliny, K.. Aristóteles' Gedanke der Philosophie, Munich 1929.
Mure, G.R.G., Aristotle, Londres 1932.
Bremond, A ., Le dilemme aristotéiicien, París 1933.
Pauler, A. von, Aristóteles, Paderborn 1933 (trad. del húngaro, Budapest 1922).

197
Bibliografía

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Fullcr, B.A.G., >4m/o//ér, Nueva York 1935.
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Berti, E., L'unitá del sapere in Arístotele, Padua 1965.
Düring, 1.. Aristóteles, Darsteüung und ¡nterpretation seines Denkens, Hcídclberg
1966 (trabajo fundamental: quizás, después de la de Jaeger, es la monografía de
conjunto más significativa. Véase del mismo autor la voz Aristóteles en la Realen-
cyclopádie der classischen Alíertumswisensclutfl Pauly-Wissowa, Supl. B. xi).
Stiegen, A., The Structure o f Aristotle’s Thought. An Iniroduction to the Study o f
Aristotle'5 Writings. Oslo 1966.
Carbonara, C., La filosofía greca. Arístotele, Ñapóles -1967.
Edcl, A., Aristotle, Nueva York 1%7.
Lloyd. G.E.R., Aristotle: The Growth and Structure o f His Thought, Cambridge
1968.
Recordemos aquí, finalmente, algunos estudios en obras de colaboración de varios
autores (algunos más específicos se citarán en los párrafos correspondientes):
Autour d'Aristote. Récueil d’études de philosophie andenne et médiévale offert á
Mons. A. Mansión, Lovaina 1955.
Arístotele nella critica e negli studi contemporanei, Milán 1957.
New Essays on Plato and Aristotle, a cargo de R. Bambrough, Londres 1959.
Aristotle and Plato in the Mid-fourth Century (actas del I Simposio Aristotélico), a
cargo de I. Düring y G.E.L. Owen. Góteborg 1960.
L'attualitá della problemático aristotélica, Antenorc, Padua 1970.

2. Estudios particulares

E.studios sobre el primer Aristóteles

A continuación del Aristóteles de Jaeger, se descubrió la filosofía del joven Aristó­


teles. es decir, la filosofía de los esotéricos, naciendo así toda una bibliografía sobre el

198
Estudios particulares

tema, la mayor parte de las veces bastante especializada. El lector la hallará indicada
y analizada en:
Bcrli, E., La Fiiosofia dei primo Árisfótete, cil., passim.
Mencionemos solamente algunas de las obras significativas sobre el tema:
Bernays, J., Die Diatoge des Aristóteles in inhrem Verhdtmis zu seinen ührigen Wer^
ktn, Berlín 1863 (indispensable todavía, aunque ha sido superado en muchísimos
aspectos).
Rostagni. A., ti dialogo aristotélico Peri Poietón, «Rivisla di filología classica», LIV,
1926. pág. 433-70; LV. 1927, pág. 155-73.
Gadamcr, H.G.. Der aristotelische Protreptikos tmd die entwicklungsgeschichtliche
Betrachnmg der arisiotelischen Ethik, «Hermes»». LXIU. 1928, pág. 138-64.
Karpp, H., Die Schrift des Aristóteles Peri ¡deán, «Kermes», LXVIII, 1933, pági­
na 384-91.
Bignone, E., UAristotele perduto e la formazione filosófica di Epicuro, Rorencia
1936, M973. 2 vol. (obra fundamental, que continúa siendo válida, aunque ha sido
superada la perspectiva jaegeriana que constituye su base, por la demostración de las
reflexiones que desarrolló el joven Aristóteles acerca de la filosofía de la época
helenística, en especial acerca de Hpícuro).
Einarson, B., Aristotle's Proírepticus and the Structure o f the Epinomis, «Transac-
tions and Proceedings of the American Philological Association», LXVII, 1936,
pág. 261-85.
Philipp.son, R., // Peri ¡deán di Aristotelc, «Rivista di filología e di ístruzionc classi­
ca», LXIV, 1936. pág. 113-125.
Lazzati, G., LAristotele perduto e gli scrittori cristiani, Milán 1938.
Mariotti, S., Nuove Testimonianze ed echi delVAristotele giovanile, «Atene e Roma».
VIH, 1940, pág. 48-60.
Wílpert, P., Reste verlorener Aristotelessehriften hei Alexander von Aphrodisia, «Ker­
mes», LXXXV, 1940, pág. 369-%.
Múhll, P, von der., Isokrates und der Protreptikos des Aristóteles, «Philologus»,
XCIV, 1941, pág. 259-65.
Wilpert. P.. Nene Fragmente aus Peri Tagathoú, «Kermes», LXXVl, 1941. pág.
225-50.
Bidez, Un singuiier naufrage littéraire dans Vantiquité, Á la recherche des épaves de
VAristote perdu, Bruselas 1943.
Festugicrc, A.J., Aristoie: Le dialogue »Sur la philosophie», en La Hévélation
d'Hermés Trismégiste, vol. ii, '1949, pág. 249-259.
Mansión, S., La critique de la théorie des tdées dans le Peri Ideón d’Aristote, «Revue
philosophique de Louvain», XLVII, 1949, pág. 169-202.
Wilpert, P., Zwei aristotelische Frühschriften über die ¡deenlehre, Ratísbona 1949.
Düring, 1,, Problems in Aristotle's Protrepticus, «Eranos», LlI, 1954, pág. 139-171.
Düring, \,,Aristotle in the Protrepticus «nel mezzo del cammin», en Autour d'Aristotc
(varios autores), Lovaina 1955, pág. 81-97.
Saffrey, H.D., Le Perl Philosophlas d*Aristote et la théorieplatonicienne des idées et
des nombres, Leiden 1955.

199
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d e l Protréptico y p resen ta una e d ic ió n e je m p la r d el m ism o ).
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Véducation, fragments et iémoignages, e d ic ió n , tra d u cció n b a jo la d ir e c c ió n y con
un p refa cio d e P .M . S c h u h l, P arís, 1968.

R e la c io n e s en tre A r is tó te le s y la d o ctrin a p la tó n ic a d e las id e a s y d e las id eas-


n ú m er o s.
A d e m á s d e lo s tra b a jo s ya c ita d o s a cerca d el tra ta d o Sobre las ideas y Sobre el
bien, so n e s e n c ia le s para o r ien ta rse c o n v e n ie n te m e n te e n e sta p r o b lem á tica las ob ras
sig u ien tes:
R o b in , L ,, La íhéorie platonícienne des Idées et des Nombres d'aprés Aristote, París
1908 (H ild e s h e im 1 9 6 3 , reim p r. a n a st.).
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200
E stud io s so b re la M e ta fís ic a

(u n a e x p o sic ió n m ás e x te n sa d e la in te r p reta c ió n d e las id e a s-n ú m e r o s d e T a y lo r


se en co n tra rá en Phihsophical Síudies [1 9 3 6 ], p ág. 9 1 -1 5 0 ).
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W c d b e r g , A ., Plato’s Philosophy o f Mathematics, E s to c o lm o 1955.
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nen Lehre Platons, Beitrdge zum Versiandnis der Platonischen Prinzipienplüloso-
phie, d irig id o p o r Ju rgen W ip p e r n , D a rm sta d t 1972.
G a ise r , K ., Platons ungeschriebene Lehre, S tu ttgart 1963 (c o n tie n e ta m b ién la p rim e­
ra e d ic ió n d e lo s te stim o n io s [p á g . 4 4 1 -5 5 7 ] s is te m á tic a m e n te o r d e n a d o s ).
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L e v i, A . , / / problema dell'essere nelVontologia e nella gnoseologia di Platone, ob ra
p o stu m a a ca r g o d e G . R e a le , P a d u a 1970, p á g in a s 132ss.

La Metafísica y la p r o b le m á tic a o n to ló g ic o -te o ló g ic a

E l le c to r p o d rá en co n tra r u n a b ib lio g r a fía casi c o m p le ta e n las sig u ie n te s ob ras


citad as: S c h w a b , Bibl. d'Arist., p á g . 2 09ss; Ü b e r w e g -P r a e c h te r , Grundriss, p ág.
104*s, 113*ss; T o to k , Handhuch, p á g . 2 3 4 ss y 2 5 0 ss.
E s e x c e le n te la b ib lio g ra fía q u e s e en cu en tra en J. O w e n s , The Doctrine o f Being
in the Aristoteiian Metaphysics, T o r o n to 1951 (^ 1963), p ág. 4 2 5 ss, y b a sta n te ab u n ­
d a n te la d e S. G ó m e z N o g a le s , H orizonte de la Metafísica aristotélica, c it ., p ág. 25 9 ss,
3 7 4 ss, y d e R e a le , Arisíotele, La Metafísica, v o l. II, p ág. 4 4 9 -7 0 2 . F in a lm e n te , una
b ib lio g r a fía ra zo n a d a d e un ce n te n a r d e lib ro s y a r tícu lo s so b r e el tem a se e n c o n tra rá
en: R e a le , II concetto di filosofía prima, c it ., p á g . 3 2 1 -3 7 6 . E l status quaestionis res­
p e c to a las in te r p r e ta c io n e s g e n é r ic a s d e la Metafísica s e en co n tra rá en B e r ti, La
filosofía del prim o Aristotele, c it ., p á g . 3 9 -7 5 .
E n la b ib lio g r a fía q u e sig u e c ita m o s las o b ra s m ás im p o r ta n te s d e l sig lo x x ; en
r e la c ió n c o n la d el sig lo x ix , v é a s e R e a le , Aristotele, La Metafísica, c it ., II, p ág. 46 2 ss.
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lid a d , p o r q u e rep resen ta la p rim era to m a d e p o sició n so b r e b a ses filo ló g ic a s s ó li­
d as fr en te a la in te rp reta c ió n g e n é r ic a ja e g e r ia n a , e n e sp e c ia l d e la m e ta física ).
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con mayor claridad en la extensísima introducción que precede a la traducción de
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Aristóteles und das Problem der Metaphysik, «Zcitschrift für philosophische For-
schung», XV, 1961, pág. 321-33).

202
Estudios sobre la física

Buchanan, E., Aristotle’s Theory o f Being, Cambridge (Mass.) 1962,


Kracmcr, H.J., Der Vrspmng der Geistmetaphysik, Amsterdam 1964.
Rcalc, G ., Teofrasto e lasua aporética metafísica, Brescia 1964 (se trata con amplitud
el problema de las relaciones entre la metafísica de Teofrasto y la aristotélica).
Bochm, R., Das Gnuuüegende und das Wesendliche. Zu Aristóteles" Abhandlung
*Úber das Sein und das Seiende» (Metaphysik Z), La Haya 1%5.
Kraemcr, H.J., Zur geschichílichen Stellung der arisíoteiischen Metaphysik, «Kant-
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Happ, H.. Hyie. Studien zitm aristatelischen Materie-Begriff, Berlín 1971 (trabajo
excelente; el más completo sobre el tema).

Estudios sobre la problemática física y cosmológica

El lector encontrará una bibliografía bastante abundante en las siguientes obras:


Schwab» fíibl. dArisíote, pág. 13()ss; Überwcg-Praechter, Grundriss, pág. 105*,
115*ss; Totok, Handbuch, pág. 242,252; Ross, Arist. Phys., pág. Vlllss; Wugner,
Arist,, Physikvorlesung, cit.
Robin, L., Sur la conception aristotélicienne de la causalité, «Archiv für Geschíchte
der Philosophie», XXIll, 1910, pág. 1-28, 184-210 (impreso asimismo en: Robin,
Im pensée hellénique des origines á Épicure, París 1942),
Reiche, L., Das Problem des Vnendiichen bei Aristóteles, Breslau 1911.
Mansier, A., introduction á la Physique aristotélicienne, Lovaína 1913, ^1946.
Carteron, H., La notion de forcé dans le systéme d'Aristote, París 1924.
Gohlke, P., Die Entstehungsgeschichte der naturwissenscharftlichen Schriften des
Aristóteles, «Hermes», LIX, 1924, pág. 274-306.
Thcilcr, W., Zur Geschíchte der theleologischen Naturbetrachíung bis auf Aristóteles,
Zurich 1924; Berlín 1965.
Edcl, A.. Aristotle"s Theory o f the Infinite, Nueva York 1934.
Dchn, M.. Raum. Zeit, Zahl bei Aristóteles vom mathematischen Standpunkt, «Scíen-
tia-, LX, 1936, pág. 12-21, 69-74.
Mansión. A., La Physique aristotélicienne et la philosophie, «Revue Ncosc.»,
XXXIX. 1936, pág. 5-26.
Le Blond, J.M ., Logique et méthode chez Aristote. Études sur la recherche des princL
pes dans la Physique aristotélicienne, París 1939.
Ríczler, K., Physics and Reality (Lcctures of Aristotle on modern Physics at an
international Congress of Science), Yaie Univ. Press, New Haven 1940,
Weiss, H., Kausalitat und Zufalt bei Aristóteles, Basilea 1942; Darmstadt 1967.
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movimiento, véase Ross, Ar. Phys. cit., pég. Xls).
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la obra comprendida entre las págs. 15-125, esboza el status quaestionis relativo a
la temática del tiempo).
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Varios autores, Naturphilosophie bei Aristóteles und Theophrast, (actas del 4.* Sim­
posio aristotélico) editado por 1. Düríng. Heidelberg 1969.

Estudios sobre la problemática psicológica y gnoseológica

Para una bibliografía sobre temas psicológicos, véase Schwab, Bibl. d’Aristoi, cit.
pág. 179ss; Übcrwcg-Praechtcr, Gntndriss, cit., pág. 117*; Hicks, Arist, De anima
cit., pág. XI-XVII; O. Apeit en Biehl-Apelt, Arist. Dean, cit., pág. lX-XIII;Totok
Handbuch, cit., pág. 142ss, 253ss; F. Nuyens, L'évoluíion de lapsychologie d'Aristo
te, Lovaina 1948, pág. 319-90. .Status quaestionis relativo a las interpretaciones gené
ticas de la psicología, se encontrará en Berti, La filosofía del primo Aristotele, cit.
pág. 88ss.
Brentano, F., D ie P sychologie des A ristóteles insbesondere seine L e h re von N o u s
p o ietikó s. Maguncia 1867; Darmstadt 1967 (sigue siendo básico).
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De Corte, M., N o tes exégétiques sur la théorie aristótélicienne du «Sensus co m m unis»,
«New Scholasticism», VI, 1932, pág. 187-214.

204
Estudios sobre la ética

De Corte, M*, La doctrine de Vintelligence chez Aristote, París 1934.


Spícer, E.E.. Aristotle^s Conception o f ihe Soul, Londres 1934.
Schilfgaarde, P. van. De Zietkunde van Aristóteles, Lcidcn 1938.
Shutc, C.W., The Psychology o f Aristoüe. An Analysis o f the Uving Beings, Colum-
bia 1941; Nueva York 1964.
Moraux. P.. Alexandre d'Aphrodise exégéte de la noétique d'Aristote, Lieja-París
1942.
Catín. S., L'inielligence selon Ansióte, «Laval théologique ct philosophique», IV,
1948, pág. 252-288.
Nuycns, F., Uévolution de la psychoiogie d'Aristote, Lovaina 1948 (es el más signifi­
cativo de entre los escritos relativos a la evoliición de la doctrina aristotélica sobre
el alma).
Catín, S., Le nombre des sens externes d'aprés Aristote, «Laval thcologique ct philo-
sophique». Vil. 1951, pág. 59-67.
Solcrí, G.. Vimmortaüiá deWanima in Aristotele, Turin 1952.
Hamclin. O., Lo théorie de Vintellect d'aprés Aristote et ses commentateurs, obra
publicada con una introducción de E. Barbotin, París 1953.
Mansión, A., L ’immortalité de Váme et de VirueUect d'aprés Aristote, «Rcvue philo-
sophique de Louvain», Ll, 1953, pág. 444-472.
Barbotin, E., La théorie aristotéliciewie de Virtíellect d*aprés Théophraste, Lovaina-
París 1954.
Catín, S., Uobject des sens externes dans la conception aristotélicienne de la sensation,
«Laval thcologique el philosophique», XV, 1959, pág. 9-31.
Oehier, K., Die Lehre vom noetischen und dianoetischen Denken bei Platón und
Aristóteles, Munich 1962.
Lcfévre, Ch., Sur Vévolution d'Aristote en Psychoiogie, Lovaina 1972.

Estudios sobre la ética

Además de los repertorios citados ya muchas veces de Schwab, Überweg-Praech-


ter y Totok. podrán verse también las excelentes bibliografías específicas acerca de la
temática moral de Aristóteles en: Aristotelis Ethica Nicomachea, cd. Apelt cit., pág.
XII-XXIX. En relación con la bibliografía posterior a 1912. podrá verse; Gauthier-
Jolif, la Éthique a Nicontaque, cit. vol. 11, 2, pág. 917-940, que llega hasta 1958, y el
suplemento correspondiente a los años 1958-1%8 en el vol. 1,1 (•’1970), pág. 315-334.
Son también óptimas las bibliografías de Dírimcicr, Arist. Nik. Eth., cit., pág.
255-264; - , Arist. Eud. Eth., cit., pág. 121-127; - , Magn. Mor., cit. pág. 113-118.
Status quaestionis de las interpretaciones genéticas de la ética se encontrará en; Berti,
La filos, d. prim. Arist. cit., pág. 76-87 y, con mayor amplitud, en Zcllcr-Plebe (parte
II, vol. VI de la traducción italiana de la obra zelleriana, concretamente en la
nota La questione dello sviluppo deWetica aristotélica, pág. 88-110). Dado el limitado
espacio del que disponemos, nos limitaremos aquí a indicar algunas monografías, con
la exclusión de muchos de los trabajos de carácter predominantemente filológico y

205
Bibliografía

relativos a la autenticidad y a la génesis de cada uno de ios tratados éticos, que se


encontrarán en Dirlmcicr.
Ramsauer, A.J.G., Zur Charakteristic der aristotelischen Magna MoraÜa. Facsímil,
reimpresión Oldenburg 1858 con una introducción de F. Diiiroeier, Stuttgart-Bad
Kannstan 1964.
La Fontaine, A.. Le plaisir d'aprés Platón eí Aristote, París 1902.
Gillct, M., Dfi fondement intellectuel de la moralc d'aprés Aristote, Friburgo 1905,
Parts 1928.
—, Les élémenis psychologiques du caractére moral d*aprés Aristote^ «Revue des
Sciences philosophiques et théologiqucsi», L 1907, pág. 217>238.
Kalkreuter, H., Die Mesóles bei und vor Aristóteles, Tubinga 1911.
Kapp, E., Das Verhálinis der eudemischen zur nikomachischen Ethik, Friburgo 1912.
Goedeckmeyer, A., Aristóteles praktische Philosophie, Leipzig 1922.
Amim. H. von, Die drei aristotelischen Eihiken, Leipzig-Viena 1924.
Walzer, R.. Magna Moralia und aristotelische Ethik, Berlín 1929.
Brínk, K.O., Siil und Form der pseudoraristotelischen Magras Moralia, Ohlau 1933.
Léonard, L., Le hrmheur chez Aristote, Bruselas 1948.
Joachim, H.H., The Nichomachean Ethics, un comentario dirigido por D.A. Roes,
Oxford 1951.
Alian, D.J., The Practica! Syllogism, en Autour d ’Aristote (varios autores), Lovaina
1955, pág. 325-340.
Lotlin, O., Aristote et la conttexion des vertus morales, en Autour d'Aristote, cit.,
Lovaina 1955, pág. 343-366.
Bausola, A ., La teología aristotélica e il valore delVattivitá noetica, en Aristotele nella
critica e negli studi contemporanei, (varios autores) Milán 1956, pág. 26-70.
Ando, T., Aristotle's Theory o f Practical Cognition, Kioto 1958.
Gauthier, R.A., La Morale d'Aristote, Parts 1958.
Lieberg, G., Die Lehre von der Lust in den Ethiken des Aristóteles, Munich 1958.
Aubenque, P., La prudence chez Aristote, París 1%3.
Oatcs, W.J., Aristotle and the Problem o f Valué, Princeton 1%3.
Doníní, P.L., L*etica dei Magna Moralia, Turín 1965.
Hardíe, W.F.R., Aristotle’s Ethical Theory, Oxford 1968.
Monan, J.D., Moral Knowledge and its Methodology in Aristotle, Oxford 1968.
Varios autores, Untersuchungen zur Eudemischen Ethik, actas del 5° Simposio aristo­
télico, dirigido por P. Moraux y D. Harflinger, Berlín 1971.

E s tu d io s so b r e la p o lítica

Para una b ib lio g ra fía c o m p le ta a cerca d e la te m á tica p o lític a , v é a n se : S c h w a b ,


Bibliographie d’Aristot., c it., p ág. 157ss; Ü b e r w e g -P r a e c h te r , Grundriss, c it., pág.
119ss; T o to k , Handbuch, c it,, p ág. 2 2 4 ss, 2 6 1 ss, y la b ib lio g r a fía citad a p o r A u b o n -
Política e n la « C o lle c tio n d e s U n iv , d e
n e t, e n la in tr o d u cc ió n a su ed ic ió n d e la
F ran ce», E n rela ció n co n e l status quaestionis re la tiv o al p ro b lem a d e la Política,

206
Estudios sobre la poética y retórica

véase Berti, La filosofía del primo Aristotele, cit,, póg. 76-87 y la nota de Plebe, La
questione deiUt composiziom delUt «Política» dali«Aristóteles» di Jaeger ai giorni
nostri, en Zeller-Plcbe, op. cit., pág. 215-245.
Wilamowilz Moellendorf, U., Aristóteles und Athen, 2 vol. Berlín 1983.
Barkcr, E., The Political Thought o f Plato and Aristotle, 1902. Nueva York ^1959.
Borncmann, E., Aristotelische Uríeil üher Platos politische Theorie, «Philologus»,
LXXIX, 1923, pág. 70-111, 113-158, 234-257.
Guebbels, B., Die Lehre des Aristóteles von den arbeitenden Klassen, Bonn 1927.
Dcfoumy, M., Aristote, Étude sur la Politique, París 1932.
Kclscn. H., politique gréco-macédonienne et la politique d'Aristote^ «Archives de
philosophie du droit et de sociologie jurídique», IV, 1934, pág. 2-79.
Kclscn, H., The Philosophy o f Arisiotle and the Hellenistíc-macedonian Poticy^ «In-
lemalional Journal of Ethics», XLVIII, 1937, pág. 1-64.
Salomón. M., Der Begriff der Gerechtigkeit bei Aristóteles, Lxiden 1937.
Ivánka, E.. von, Die aristotelische Politik und die Stadiegrúndungen Alexanders des
Grossen, Budapest 1938.
A.shley, W ., The Theory o f Natural Slavery According to Arvstotle and St. Thomas,
Notre Dame (Indiana) 1941.
Bagolini. L., // problema detla schiavitú nel pensiero etico-politico di Aristotele,
«Scienza e rüosofia», 1942, pág. 1-38.
Sigfrícd. W., Der Rechtsgedanke bei Aristóteles, Zurich 1947.
Hamburger, M., Moral and Law: the Growth o f Aristotle*s Legal Theory, Yale Univ.
Press. New Haven 1951.
Laurenti, R., Genesi eformazione della Política di Aristotele, Padua 1955.
Trudc. P., Der Begriff der Gerechtigkeit in der aristotelischen Rechts- und Staatsphilo-
sophie, Berlín 1955.
Wcil, R., Aristote et Vhistoire. Essai sur la Politique, París 1960.
Braun, E., Aristóteles über Bürger- und Menschentugend, Viena 1961.
Ritter, J-, Naturrecht bei Aristóteles. Zum Problem einer Erneuerung des Naturrechts,
Stuttgart 1%1.
— .Varios autores. La Politique d"Aristote (Enlrclicns Fondation Hardt XI), Vando-
euvres-Ginebra 1965. Contiene: Stark, R., Der Grundaufbau der aristotelischen
Politik', Alian, D.J., Individual and State in the Ethics and Politics; Aubenque, P.,
Théorie et pratique politiques chez Aristote; Moraux, P., Quelques apories de la
Politique et leur arriéreplan hisíorique; Weil, R., Philosophie et histoire. La visión
de rhistoire chez Aristote; Aalders, H., Die Mischverfassung und ihre historiche
Dokumentation in den Poliiika des Aristóteles.

Estudios sobre la poética y sobre la retórica

Sobre la Poética existe una bibliografía excelente: Cooper, L.-Gudeman, A., A


Bihliography ofthe Poetics o f Arisiotle, Yale Univ. Press, New Haven 1928, ^1932, y
Herrick, M.T., A Supplement to Cooper and Gudeman's Bibliography o f the Poetics

207
Bibliografía

o f Aristoíie, «American Journal of Philology)». LII, 1931, pág. 168-174. En relación


con los años posteriores a 1932, véase Totok, Handbuch, d t., pág. 224ss, 259ss y
Zeller-Plcbc, op. d t., pág. 298-309.
Roslagni, A., Arisiotele e Varistotelismo nella storia deU*estética antica, «Studi italiani
di filología classicai», N.S., II. 1922. pág., 1-147.
Bignami, E.. La catarsi trágico in Aristoteie, «Rivista di filosofía ncoscolastica».
XVIll, 1926, pág. 103-124. 245-252. 335-362.
Levi, G.A.. ¡momo ad alcuni concetti deUa poética aristotélica e di quella platónica,
«Atene c Roma», VIII. 1927. pág. 105-133.
Bignami, E., La poética di Aristotele e ti conceito d*arte presso gli antichi, Rorcncia
1932.
Bignami. £ .. Problemi vari sulla poética di Aristotele, «Giomale critico dclla filosofía
italiana». 1933, pág. 353-584.
Montmollin. D., de. La poétique d'Aristote, Neuchátel 1951.
Verdenius, W.J., Kátharsis ton pathemáton, en Autour d'Aristote (varios autores).
Lx)vaina 1955, pág. 367-373.
Cooper, L., The Poetics o f Aristotle, its Meaning and ¡nfluence, Ithacu, Nueva York
1956, ^1963.
Housc, A .H ., Aristotle*s Poetics. A Course o f Eight Lectures, revisado por C. Hardic,
Londres-Toronto 1956.
Else, G.F., Aristoíle*s Poetics: the Argument, Cambridge (Mass.) 1957.
Russo, A., La ftlosofla della retorica in Arisiotele, Nápoles 1962.
Vattimo, G., // concetto di fare in Aristotele, Cuneo 1971.
Pierettí, A., / quadri socio-culturali della *Retorica» di Aristotele, Roma 1973.

Bibliografía acerca de la lógica

Para la bibliografía acerca de la lógica, véase: Schwab. Bibliographie d'Aristote


d i., pág. 84ss; Úberweg-Praechter.Grundriss, d t., pág. 112ss;Totok, Handbuch, dt.
pág. 230ss y 249ss. Abundantísima cantidad de indicadones bibliográficas se cncon
trarán en l.M. Bochenski. Fórmale Logik, Friburgo-Munich ^1963. pág. 545ss; Mi
gnuod. La teoría aristotélica della scienza, cit., pág. 349ss; —, Aristotele, Analitici
primi, d t., pág. 727-772; -. Analitici post., d t., pág. 247-265. En reladón con el
Status quaestionis relativo a la evolución de la lógica, véase Berti, La filosofía del
primo Aristotele, d t., pág. 88-100.
Consbnich, M., Epagoghé und Theorie der ¡nduction bei Aristóteles, «Archiv für
Geschichte der Philosophie», V, 1892, pág. 302-321.
Maier, H., Die Syllogistik des Aristóteles, Leipzig 1896-1900,3 vol. ; reimpresión 1936
y Hildesheim 1969-1970.
Roland Gosellin, M.-D., Les méthodes de la définition d'aprés Aristote, «Revue des
Sciences philosophiques et théologiques», VI, 1912, pág. 236-252, 661-675.
Geyser, J., Die Erkenntnisstheorie des Aristóteles, Münster 1917.
Shorey, P., The Origin o f the Syllogism, «Classical Philology», XIX, 1924, pág. 1-19

208
Estudios sobre la lógica

(véase también The Origin o f Syliogism Again, ibid., XXVIII, 1933, pág.
199-204).
Caiogcro, G., / fondamtnú delta lógica aristotélica^ Florencia 1927, ^1968.
Solmscn, F., Die Entwicklung der aristotelischen Logik und Rhetorik, Berlín 1929.
Bekker. A.. Die aristotelische Theorie der Móglichkeistsschlússe^ Berlín 1933.
Regis. L.-M.. Lopinion selon Aristote, París-Ollawa 1935.
Gohike, P.. Die Entstehung der aristotelischen Logik^ Berlín 1936.
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— , La définiúon chez Aristote, «Gregorianum», XX, 1939, pág. 351-380.
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Riondato, E., L a teoría aristotélica d e iren u n cia zio n e, Padua 1957.
Patzig, G., D ie aristotelische S yllo g istik, Gotinga 1959, ^1963.
Varios autores, A rísto te et les p ro b lé m e s d e m éthode. Actas del 2®Simposio aristotéli­
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MeCaü, S.. Aristotie*s M o d a l S y llo g ism s, Amsterdam 1963.
Ebbinghaus, K., Ein formales Modell der Syllogistik des Aristóteles, Gotinga 1964.
Plebe, A .. Introduzione alia lógica fórmale attraverso una lettura logística di Aristote-
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Cosenza, P.. Sensü>tiitá, percezione, esperíenza secondo Aristotele, Nápoles 1968.
— . Tecniche di trasformazione nella sillogistica di Aristotele, Nápoles 1972.

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209
Píeper, Josef
EL FIN DEL TIEM PO
/SBN 84-254-1354^0. 12 x 20 cm. 172 págs.
Pocas veces se ha tratado el tema del fin del tiempo de una manera tan
objetiva y fría. Y, sin embargo, su lectura pone en marcha un proceso de
conversación radical en el corazón del lector, quien, a medida que avan­
za el discurso del libro, va superando paso a paso los obstáculos. Aquí
se evita toda concesión a especulaciones sensacíonalistas sobre catás­
trofes finales tan del gusto de nuestro tiempo. En lugar de ello, se proce­
de a un análisis cuidadoso de lo que puede y de lo que no puede afirmar
la historia.

Píeper, Josef
SOBRE LOS M ITOS PLATÓNICOS
ISBN 84-254-1339-7. 1 2 x 2 0 cm. 88 págs.
Con una cierta sorpresa com probam os cóm o se conserva fresco e in­
marchitable el mensaje de los verdaderos mitos narrados en los diálo­
gos platónicos. De repente advertimos un terreno com ún y apenas ima­
ginable entre el autor antiguo, al que falsamente se le tenía «p o r intere­
sante sólo en el plano histórico», y el lector moderno que los descubre
como su coetáneo.

Seíffert, Helmut
IN TR O D U C C IÓ N A LA LÓ G IC A
ISBN 84-254-0648-X. 1 4 x 2 2 cm. 292 págs.
La lógica es necesaria en todo ámbito objetivo. De ahí que este libro del
profesor Seíffert esté cor»cebido com o una introducción a la lógica ge­
neral, a la lógica para cualquier disciplina imaginable en el campo de las
derKÍas y de la naturaleza. Ello, junto con una notoria claridad de expo­
sición, hace esta obra interesante para un amplío círculo de lectores.

Seíffert, Helmut
IN TR O D U C C IÓ N A LA TE O R ÍA DE LA CIENCIA
/SBN 84-254-0646-3. 16 x 25 cm. 560 págs.
El libro primero cubre todo lo relativo al análisis del lenguaje, la deduc­
ción y la inducción. El libro segundo, quizá el más original de la obra,
estudia la fenomenología, la hermenéutica y el método histórico filoló­
gico. La última parte de la obra está consagrada a la dialéctica como
método interpretativo de uso universal en todos los sistemas asociados
de cerca o de lejos a la filosofía de Hegel y de Marx.

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BIBLIOTECA DE FILOSOFIA

Con la publicación de esta serie, Editorial Herder se propone examinar la forma en


que cierto número de pensadores o de escuelas filosóficas modernas aborda algu­
nas de las cuestiones fundamentales que tiene planteadas el hombre de hoy. Tomos
publicados hasta el presente (tamaño 14,1 x 21,6 cm; rústica):

1. Broekman, El estructuralismo. Se­ 11. Lacroix, Filosofía de la culpabilidad.


gunda edición, 204 páginas. 192 páginas.
2. Dartigues, La fenomenología Se­ 12. Cuéllar Bassols, El hombre y la ver­
gunda edición, 196 páginas. dad. Una filosofía de la atentividad.
324 páginas.
3. Levesque, Bergson. Vida y muerte
del hombre y de Dios. 152 páginas. 13. Brandenstein, Cuestiones funda­
mentales de la filosofía, 240
4. Arvon, Bakunín. Absoluto y revolu­ páginas.
ción. 116 páginas.
14. Brandenstein, Problemas de una
5 . Peursen, Orientación filosófica. Se­ ética filosófica. 176 páginas.
gunda edición, 372 páginas.
15. Dumoulin, Encuentro con el budis­
6. Suances Marcos, Max Scheler.
mo. 228 páginas.
Principios de una ética personalista.
184 páginas. 16. Reale, Introducción a Aristóteles.
212 páginas.
7. Post - Schmidt, El materialismo, in­
troducción a la filosofía de un siste­ 17. Sánchez Meca, Martín Buber. Fun­
ma. 80 páginas. damento existencial' dé la interco­
municación. 200 páginas.
i 8. Viallaneix, Kíerkegaard. El único
ante Dios. 164 páginas. 18. Thorp, El líbre albedrío. Defensa
I Bochenski, ¿Qué es autoridad? 166
páginas.
contra el determinismo neurofisio-
lógico.
19. Craemer, Alberto Magrio.
10 . Hubbelíng, Spinoza. 164 páginas.
20. Fischer, Galileo Galilei.
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